El Saber Magico en El Antiguo E - Christian Jacq

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La magia ha estado siempre ligada a la religión del viejo Egipto, e

impregnaba de tal modo hasta los últimos detalles de la vida


cotidiana, que formaba parte de la misma existencia. Para la casta
sacerdotal, la mágia era una ciencia y la concebían como la «gran
fuerza creadora». Para ellos todo estaba vivo y era el resultado de un
juego de energías que podían manifestarse tanto en el terreno de los
fenómenos naturales como en el de lo sobrenatural. Un libro
excepcional que se lee como la mejor novela de este consagrado
autor, y que lleva al lector moderno a descubrir el fascinante mundo
mágico del Antiguo Egipto.
Christian Jacq
El saber mágico en el antiguo Egipto
Título original: Le Monde magique de l’Egypte ancienne
Christian Jacq, 1998
Traducción: Pilar González Bermejo

Editor digital: Rusli


Colaborador: Carlos. Ayuda con las notas
ePub base r1.1
Prólogo a la presente edición
El templo es un ser vivo

Basta acercarse a él con cuidado, dejarse deslizar a lo largo de la


avenida de esfinges que desemboca frente a los dos gigantescos colosos de
piedra que ordenó tallar el gran Ramsés II, y comenzar a latir con el ritmo
que marca el recinto. Porque, tanto para los antiguos sacerdotes egipcios,
como para Christian Jacq y una larga mirada de autores que han sentido
Egipto en sus venas, las sagradas piedras de Luxor, en el Alto Egipto,
ordenadas —o desordenadas, según se mire— a escasos metros del río Nilo,
son parte de un ser vivo de ciclópeas proporciones.

… al menos, eso creyeron sus constructores

Otros templos también, conservan parte de su hálito, pero éste es de los


pocos recintos arqueológicos de ese fascinante país en los que todavía se
puede sentir esa curiosa sensación de vitalidad. Basta con acudir de noche,
cuando el número de turistas ha decrecido drásticamente y las temperaturas
se suavizan permitiendo al visitante avisado un paseo tranquilo. Y allí, en
cualquiera de sus rincones, frente a cualquiera de sus columnas o de sus
paredes preñadas de jeroglíficos, uno puede dejarse ir. Dejar que nuestra
respiración se acompase con la del templo y permitir que afloren a nuestra
mente aquellas imágenes y símbolos que esas milenarias piedras exhalan.

Y no es broma

Los antiguos iniciados lo sabían, y si tuviéramos que creer a pie juntillas


las explicaciones que diera en la segunda mitad de este siglo el filósofo
alsaciano René Schawaller de Lubicz, eran también conscientes de que cada
una de las partes del templo, de sus salas y arquitrabes, representaba todos y
cada uno de los elementos esenciales que conforman el cuerpo humano. Ese
conocimiento, por cierto, nunca se transmitió a cualquiera: el acceso a
Luxor, o a cualquier otro océano sagrado, mágico por tanto, de Egipto,
estaba velado a los mortales, y solo sacerdotes y faraones podían acceder a
su interior. Una vez dentro, gracias a juegos de luces y sombras, a la
incineración de plantas y raíces aromáticas y al empleo de determinados
instrumentos musicales, se creaba una atmósfera especial capaz de inducir a
quienes estuvieran dentro a estados especiales de consciencia que les
permitían «hablar» con los dioses. Ahí es nada.
Y eso sólo era una mínima parte de la magia egipcia. Una sabiduría
transmitida de generación en generación mediante complejos sistemas de
iniciación, cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos.
Recientemente autores de éxito como Robert Bauval, que descubrió que las
tres grandes pirámides de la meseta de Giza en El Cairo representan en
realidad las tres estrellas «del cinturón» de la constelación de Orión, tal y
como se encontraban en el 10500 a. C. (!), han sugerido que las iniciaciones
eran, en realidad, una especie de método mnemotécnico que podría estar
enmascarando un conocimiento científico de altura que permitió a los
antiguos habitantes del Nilo trasladar bloques de más de doscientas
toneladas, modelar como si fuera de plastilina rocas tan duras como la
diorita, o hasta desarrollar técnicas curativas y quirúrgicas ciertamente muy
avanzadas. Ahora bien, ¿de dónde procedió una «ciencia sagrada» tan
osada, y hasta qué punto logró esa magia egipcia dominar a la naturaleza y
a todos sus elementos?
En este libro Christian Jacq pasa revista a esos enigmas. Él parte del
principio de que para entender la mentalidad egipcia hay que abandonar
nuestros prejuicios racionalistas y aceptar que los egipcios creían que todo
en la naturaleza estaba vivo —templos, por tanto, incluido—, y que se podía
establecer un diálogo con cada una de sus partes.
Y Jacq sabe bien lo que se dice. De hecho, este autor francés, famoso
gracias a su trilogía de novela El juez de Egipto o a su pentalogía sobre
Ramsés que ha sido traducida a 23 idiomas y que lleva millones de
ejemplares vendidos, es un auténtico experto en esoterismo egipcio. Tras su
doctorado «oficial» en egiptología y su pátina de academicismo, se
encuentra en realidad un prolífico autor e investigador, que se cree heredero
—si no reencarnación— del mismísimo Champollion, y cuyas primeras obras
estuvieron consagradas a la astrología y la masonería; ambas por cierto,
entroncadas con Egipto de otra manera. Y es que Jacq sabe que estudiar la
civilización de los faraones aislándola de su componente mágico, iniciático y
esotérico es sesgar drásticamente una comprensión global de aquellos
tiempos.
Este libro es, por tanto, consecuencia directa de la búsqueda íntima del
autor por alcanzar las fuentes primeras del conocimiento egipcio. Una obra
en la que desnuda sus verdaderos intereses, que van mucho más allá de la
popularización del país del Nilo gracias a sus novelas, y que, de paso,
permitirán al lector conocer más de cerca por qué autores como él se han
quedado atrapados en la fascinación que ejerce el antiguo Egipto.

JAVIER SIERRA
Diciembre 1997
Introducción

La magia eterna
La vida de un egiptólogo, incluso en nuestros días, se sitúa a menudo bajo
el signo de la aventura. Es necesario, desde luego, pasar largas horas
inclinado sobre los papiros, atento a los textos de los templos y estelas. Las
bibliotecas son cavernas con tesoros en las que, gracias a los trabajos de los
predecesores, es posible conocer los caminos que llevarán al descubrimiento.
Pero toda esta erudición, por indispensable que sea, no reemplaza a un
contacto vivo con Egipto.
Un egiptólogo que no crea en la religión egipcia, que no participe de una
total simpatía hacia la civilización que estudia, no podrá, a nuestro entender
más que pronunciar palabras vacías. El intelectualismo por brillante que sea,
no ha reemplazado nunca al sentimiento vivo, incluso en una disciplina
científica. Los más grandes sabios son aquéllos que participan del misterio
del universo y tienden a expresarlo por medio de su visión del Conocimiento,
nutrido a través de los años.
Si esto es cierto para ciencias tales como la física, como indicó Eisenberg,
Einstein y tantos otros, se comprenderá que el antiguo Egipto reclame, por
parte del que lo estudia, otra actitud distinta del frío racionalismo y del
«distanciamiento» histórico.
Una tarde de Navidad en Luxor, se me ofreció un suntuoso regalo. Una
invitación para cenar con una familia de cazadores de serpientes. El abuelo,
amigo de Francia, hablaba admirablemente nuestra lengua. Me ofreció el
lugar de honor, a su lado, durante la cena, en presencia de su mujer, sus
cuatro hijos y sus tres hijas. Fuera, la noche era suave. Cuando el sol se puso,
estalló en decenas de colores que se fueron apagando en un último tono rojizo
que fue a morir en los muros del templo de Luxor, la obra maestra del faraón
Amenophis III y de su genial arquitecto Amenhotep, hijo de Hapou.
La vivienda de mi anfitrión no tenía nada de magnífica. Pobremente
amueblada, pretendiendo ser bonita, era, sin embargo, un templo a la amistad.
Palomas asadas, arroz, tortas, pasteles… se había dispuesto un festín para
honrar al viajero.
En esta fiesta cristiana de Navidad, en el transcurso de una larga cena que
no acabó hasta poco antes del alba, nuestra conversación giró sobre un solo y
único tema: la magia. Mi anfitrión y sus hijos realizaban una extraordinaria
función: capturar serpientes y escorpiones. Ante los periodistas que, de vez
en cuando, venían a preguntarles sobre su curioso oficio, se presentaban
como personas sencillas, precavidas, herederos de una antigua tradición
familiar, comerciantes de veneno vinculados a una función lucrativa. Estas
declaraciones no me satisfacían. En el curso de mis investigaciones, me había
encontrado, como todo egiptólogo con la magia. Muchos «sabios» han
intentado separarla de la religión egipcia como una tara incompatible con la
altura de las concepciones metafísicas expuestas en los grandes textos. Pero
la magia es sólida. Está siempre presente en Egipto, tanto en los recovecos de
un cuento que creemos «literario» como en el interior de una tumba o sobre
los muros de un templo. En la época de los faraones, los que se ocupaban de
los animales venenosos eran magos que habían recibido una iniciación, un
saber, que utilizaban fórmulas específicas cuyo manejo requería cualidades
excepcionales.
Le recordé estas precisiones a mi anfitrión. Sonrió. «Hay que reconocer,
admiró, que ser el hermano de una serpiente no está al alcance de
cualquiera… quizá, en efecto, sea útil una cierta magia…» Según las reglas
de la cortesía oriental se había entablado la verdadera conversación.
Persuadido de que mi anfitrión debía, sin embargo, conocer y practicar las
reglas de la antigua magia egipcia, confronté su experiencia con mis
conocimientos de egiptólogo. Así nació este libro sobre el mundo mágico de
la civilización faraónica. Desde los textos antiguos a la experiencia viva no
hay interrupción[*].
Hermópolis, la antigua ciudad santa del dios Thot, el patrono de los
magos egipcios, el Hermes de los griegos, no es hoy más que una ciudad en
ruinas. Sin embargo, aquí y allá subsisten vestigios de su grandeza pasada.
Uno de los más impresionantes es la tumba de Petosiris, gran sacerdote de
Thot, iniciado en los misterios. Esta tumba no está consagrada a la muerte,
sino a la vida en la eternidad. Sus admirables textos fueron redactados para
ayudar al hombre a realizarse, a encontrar la verdad profunda de su ser sin la
cual no podrá darse ninguna felicidad sobre la tierra. Sobre uno de los muros
de la tumba de Petosiris se leen estas frases:
«El que se mantiene en el camino de Dios, pasa toda su vida en la alegría,
colmado de riquezas más que todos sus semejantes. Envejece en su ciudad, es
un hombre venerado en su provincia, todos sus miembros son jóvenes como
los de un niño. Sus hijos están ante él, numerosos y considerados como los
primeros de su ciudad; sus hijos se suceden de generación en generación… él
llega al fin de la necrópolis con júbilo, en el bello embalsamamiento del
trabajo de Anubis»[1].
Para alcanzar la sabiduría evocada por el gran sacerdote Petosiris, la
buena voluntad no basta. Una determinada ciencia, que los egipcios llamaban
«magia», se revela como indispensable. Esta noción clave, confundida hoy
con la magia negra, la hechicería, los poderes psíquicos y otros fenómenos
más o menos inquietantes, tenía un significado preciso en la época de los
faraones.
Religión y magia no se pueden separar una de otra. ¿Podemos imaginar
un ritual sin proyección mágica? Las religiones del libro (cristianismo,
judaísmo, Islam), muchas de las cuales lo niegan a veces, ¿no ejercen una
magia sobre el alma humana, a fin de permitirle acceder a realidades que
nuestros sentidos se revelan incapaces de apreciar?
Los escribas egipcios redactaron miles de páginas reunidas en colecciones
que los egiptólogos califican de «mágico-religiosas». Una lectura rápida,
aunque superficial, de tales escritos, nos lleva a la conclusión de que los
egipcios formulaban dos deseos: vivir una larga vida sobre la tierra, no ser
privado de alimentos en el más allá, no morir de la mordedura de una
serpiente o de la picadura de un escorpión, gozar de buena salud sobre la
tierra, conservar todas sus aptitudes físicas, entrar y salir por las puertas
orientales del cielo (es decir, tener un espíritu suficientemente formado como
para «circular» por el cosmos), conocer las almas de los occidentales (es
decir, acceder a los misterios de los Antepasados). Se mezclan, como vemos,
esperanzas materiales y esperanzas espirituales. Es una de las características
esenciales del pensamiento egipcio. Hay un cielo, hay una tierra. Hacen
actuar el uno sobre la otra. Nuestra vida terrestre, en uno de sus aspectos más
corrientes, esta impregnada de una fuerza espiritual que los sabios de Egipto
llamaban heka, «magia». Este término de dudosa terminología, significa
probablemente «dominar los poderes», lo que constituye efectivamente la
meta del arte del mago.
Quien desea practicar la magia debe tomar conciencia de los poderes que
rigen toda vida y manipularlos experimentalmente. Grado de experiencia
estrictamente individual: el aprendiz de mago, como veremos, es instruido en
las escuelas especializadas de los templos bajo la dirección de vigilantes
maestros que no le dejan de ningún modo actuar a su antojo y según su
fantasía.
Revelación esencial de los sabios: la Magia, concebida como fuerza
creadora, fue creada antes de la creación que nosotros conocemos. Es hijo del
dios sol, de cuyo rayo de luz es una manifestación mágica, en cuanto
instrumento de vida.
Para el egipcio antiguo, todo vive. Pensar que algo es inanimado prueba
que nuestra mirada no se dirige correctamente sobre la realidad. El hombre,
como cualquier otra parcela viva, es la resultante de un juego de fuerzas. ¿Las
sufrirá pasivamente o intentará identificarlas? La cualidad de su destino
dependerá de la respuesta a estas cuestiones. Las fuerzas mágicas nos parecen
hostiles en la medida en que nuestro grado de conocimiento es insuficiente.
El científico contemporáneo critica con facilidad al principio que se extasía o
se espanta ante los fenómenos naturales que juzga sobrenaturales. Pero
incluso este científico, a pesar de su saber, sigue siendo el esclavo de zonas
de sombra que desvirtúan a veces el razonamiento más consolidado. Es decir,
que el hombre de hoy como el de ayer se enfrenta a lo desconocido, fuente y
finalidad de su existencia. Los magos del antiguo Egipto tienen mucho que
enseñarnos en este campo.
La fuerza sobrenatural que sustenta la vida no está fuera del alcance de la
inteligencia humana. Reside en el corazón del ser, en su templo interior. Al
descubrirla, y luego utilizarla, el mago constataba que su acción tenía
repercusiones en este mundo y en el otro, como si no existiese ninguna
barrera entre ellos. Conocer al dios de la magia es descubrir el poder de los
poderes, penetrar en el juego armonioso de las divinidades. También el
muerto, el que pasa al otro lado del espejo, debe conservar su poder mágico
para alcanzar la realidad última.
Esta magia puede definirse como la energía esencial que circula tanto en
el universo de los dioses como en el de los humanos. Allí no hay «vivo» ni
«muerto», sino seres más o menos capaces de captar esta energía contenida
en el nombre secreto de los dioses. Estudiando los jeroglíficos, es decir, «las
palabras de los dioses», progresamos en el conocimiento de estos nombres
cargados de energía. En Egipto nada se queda en lo intelectual, en el mal
sentido del término, es decir, separado de lo real. Por esta razón, todo objeto
animado mágica y ritualmente —por ejemplo, las coronas reales— conserva
un secreto vital. Espíritu y materia están entretejidas en la misma sustancia.
Lo importante, en la práctica de la magia, es identificar el lazo que une todas
las cosas, que reúne en una cadena de unión cósmica al conjunto de las
criaturas.
Las líneas que preceden prueban también que no se debe reducir la magia
del antiguo Egipto a una hechicería de poca monta. En realidad, nos
encontramos ante una ciencia sagrada que exige especialistas muy instruidos,
para que sean capaces de comprender las fuerzas más secretas del universo.
Según un magnífico texto, titulado Las Enseñanzas de Merikare, «el creador
concedió la magia al hombre a fin de ahuyentar el efecto fulgurante de lo que
sobreviene». Dicho de otro modo, todos somos esclavos de un cierto
determinismo. La mayor parte del tiempo, los acontecimientos, felices o
desgraciados, nos cogen desprevenidos. No somos dueños de nuestro destino.
Egipto no niega este determinismo, pero considera que es posible escapar de
él utilizando la magia. Por medio de la práctica de este arte, podemos
modificar nuestro destino, luchar contra las tendencias negativas de la
aventura humana, ya sea colectiva o individual, alejar los peligros de lo que
tomamos consciencia.
La magia fue considerada en Egipto como una ciencia exacta. Aunque
ciertos aficionados, como los brujos de aldea, utilizaban algunas recetas
mágicas elementales, la gran magia de Estado no era revelada más que a una
élite de escribas, a los que debemos comparar con los físicos atómicos
contemporáneos. Esta magia, en efecto, está destinada a preservar el orden
del mundo. Tal fuerza no es fruto de una improvisación o de un ilusionismo
cualquiera. Descansa sobre una minuciosa cadena de experiencias consoladas
por el mago.
La existencia humana reposa sobre un equilibrio precario. La amenazaban
muchos peligros: demonios, fuerzas negativas, muertos errantes, múltiples
manifestaciones del «mal de ojo», es decir, de una energía negativa que
destruye, con un solo poder, todo lo que existe. El primer deber del mago es
atajar este negativismo, preservar lo que existe. Pero debe igualmente velar
porque los momentos de «paso» se desarrollen perfectamente. El nacimiento,
el matrimonio, la muerte, el fin de un año y el comienzo del siguiente, son
otros tantos ejemplos de situaciones muy delicadas en las que la intervención
mágica es indispensable.
Los magos afirman de buen grado que sus secretos se remontan a la más
lejana antigüedad. No es fruto de una convención, sino una inquietud por
referirse a los modelos primordiales, a los mitos de la creación. En cierto
modo, el mago está en contacto directo con el arquitecto del mundo. Todo
acto mágico es, por definición, acto creador que se ensalza en las
profundidades de los orígenes. El mago «establece cómo fue hecho en el
comienzo», devuelve al presente «la primera vez», restituye el mundo «En
aquel tiempo». El tiempo mágico es un tiempo primordial. Por medio del
estudio de la magia, vamos hacia el destello de donde brotó toda la creación.
El dios de la magia, Heka, es una creación de la luz. Hablar de magia
«negra» y de magia «blanca» está ya en decadencia. No existe, en realidad,
más que una magia solar, portadora de luz, que favorece la iluminación del
mago. El resto no es sino ilusionismo, hechicería o búsqueda de poderes.
En el mundo de las divinidades, el dios de la magia tiene una función
precisa: ahuyentar lo que debe ser ahuyentado, evitar que el mal y la
disonancia vengan a perturbar el orden de las cosas. El mago, cuando está
realmente imbuido por la fuerza divina, realiza igualmente esta función. Es
Horus. La magia de su madre Isis está en sus miembros[2]. Es el Ra de los
nombres misteriosos, es el que se encuentra en el océano de energía de los
primeros tiempos[3]. Se identifica con los dioses más grandes del panteón,
experimentando todo en su propio cuerpo la magia como una fuerza viva.
Ésta circula por sus pies, sus manos, su cabeza, todo su cuerpo. Es preciso
que la fuerza mágica emita una luz y expanda, en ciertas ocasiones, un olor
característico.
«He aquí que me uno a este poder mágico en todo lugar en el que se
encuentre, en todo hombre en el que se encuentre», dice el mago en el
capítulo 24 del Libro de los Muertos; «Es más rápida que el galgo, más veloz
que la luz». El mago llena su vientre de poder mágico; gracias a él, aplaca su
sed[4]. Esta «magia en el vientre» llega enseguida al espíritu, como un fluido
que circula por los canales secretos del cuerpo. De este modo, el mago, hijo
de Ra, señor de la luz y del sol, y de Thot, encarnado por la Luna, descubre el
alcance de sus percepciones. Su saber está consignado en un escrito que
proviene de la morada del dios Thot, tras haber sido sellado en el palacio de
Thot.
Sin magia, la supervivencia es imposible. Las fórmulas apropiadas dan a
aquél que se presente ante las puertas de la muerte el coraje y la ciencia
adecuada para franquear el obstáculo sin ser aniquilado.
El mago viaja por el cielo. Ante la estrella Orión, afirma haberse
alimentado de los poderes vitales, haber sido nutrido por los espíritus de los
antiguos dioses de los que conoce sus nombres secretos. Orión escucha al
viajero del más allá. Reconoce que efectivamente ha adquirido todos los
poderes, que no ha olvidado ninguno[5]. Por esta razón, resucita, identificado
con una estrella, y brillará en lo alto del cielo. Tal es el destino del mago
convertirse en una luz en el cosmos, para iluminar el camino de los demás
hombres.
El corazón intuitivo
La magia es un asunto de percepción. Sin embargo, el centro de las
percepciones más finas es el corazón. No el órgano en sí, sino el centro
material del ser. Este corazón, según Egipto, es el testigo de la vida del
hombre. Imposible mentirlo o equivocarlo. El corazón-conciencia concibe,
piensa, da órdenes a los nervios, a los músculos, a los miembros. Es él quien
permite a los sentidos funcionar correctamente: Todo parte del corazón y
todo vuelve a él, él emite y recibe. Sensaciones e impresiones se relacionan
con él para que produzca la síntesis y saque la lección de esas informaciones
venidas del mundo exterior.
Según la mitología de la ciudad de Menfis, el dios Ptah concibió el
mundo en su corazón antes de expresarlo por la boca. En cada ser consciente
se despierta un corazón heredero del corazón divino. Receptáculo de la fuerza
divina, responde de la rectitud del mago frente a sus jueces, aquí abajo en el
más allá. La cualidad de la práctica mágica está estrechamente ligada a la
cualidad del corazón. Debe desarrollar en el mago sus facultades intuitivas
que le permitirán descubrir el cofre misterioso del Conocimiento,
prefiguración del Grial. Su corazón le dictará el modo de abrirlo, a fin de
descubrir la esencia de la magia.
Un amuleto particular, el escarabajo de corazón, juega un papel
determinante en el momento del paso entre la muerte terrestre y la vida
eterna. El escarabajo es el símbolo de la metamorfosis y las mutaciones.
Colocándolo sobre el corazón de la momia, el mago le confiere el poder de
atravesar las zonas más oscuras en las que l ser corre el riesgo de sufrir
graves heridas. En el mismo momento del feliz desembarco en las orillas del
paraíso, el corazón del hombre le será restituido. Este don se ha preparado en
la tierra, mientras el individuo vive. La actitud mágica consiste en hacer
palpitar en sí mismo un corazón de origen celeste, en despertar la percepción
de lo invisible.

Una magia de Estado


La magia era considerada por el Estado egipcio como una actividad
primordial. Los libros mágicos no están escritos por autores que redacten
según su fantasía, sino que son obra de instituciones oficiales, como la Casa
de la Vida, y forman parte de los archivos reales. Uno de los objetivos
primeros de la magia, en efecto, es proteger al faraón de toda influencia
negativa. Como escribe Jean Yoyotte, «es de una magia de Estado, coherente,
razonable, admirablemente serena y sorprendente, de donde procede la visión
egipcia del mundo»[6].
Nos equivocaríamos totalmente si creyéramos que la magia, en la época
de los faraones, era una actividad individual. Se trataba de una expresión más
decadente y la menos rica en significado. Los egipcios utilizarán sobre todo
los rituales de los templos, celebrados en todo el país. Todo acto cultural es
mágico. Pensemos, por ejemplo, en el hecho de que el faraón es el único que
está capacitado para dirigir los ritos necesarios para mantener la presencia de
los dioses en la tierra. La imagen del rey, grabada sobre los muros de cada
templo, se anima de forma mágica para entrar en el alma del sacerdote que
dirigirá efectivamente la ceremonia.
El centro mágico más grande de Egipto era probablemente la ciudad santa
de Heliópolis, la ciudad del sol (a la altura de El Cairo), allí donde se elaboró
la teología más antigua. Se conservaban allí numerosos papiros «mágicos»,
en el amplio sentido del término, que incluían escritos médicos, botánicos,
zoológicos o matemáticos. La mayor parte de los sabios y filósofos griegos se
dirigían a Heliópolis para recibir allí una parte de esta ciencia acumulada en
el transcurso de los siglos. Fue allí, especialmente, donde Platón fue
informado de la leyenda de la Atlántida que hizo correr tanta tinta y cuyo
verdadero significado desconocido desde siempre para nosotros, no puede
deducirse más que de los textos egipcios.
Primer principio mágico: la necesidad de la ofrenda a los dioses. Gracias
a este acto, la creación continúa. «Donar Maât (la armonía universal) al señor
de Maât (el Creador)» según la fórmula ritual, es permitir a la vida el
prolongarse.
El antiguo Egipto no tenía a nada más que al caos, este estado de
negativismo opuesto a Maât, el orden de las cosas. La buena voluntad no
basta para poder evitar el desorden que, a fin de cuentas, condena toda
civilización. La magia es un arma de valor excepcional, gracias a la cual las
barcas solares circulan correctamente en los cielos, los muertos reciben el
alimento que les es debido, el Estado funciona, las fiestas se celebran. Sin
intervención mágica del Estado, la crecida del Nilo no tendría lugar, los
cultivos no serían irrigados, los cazadores no matarían las piezas, los
pescadores no capturarían peces, los artesanos no terminarían sus obras, los
templos no realizarían su misión.
Tal visión nos sorprende. Tantos fenómenos nos parecen hoy más
«naturales» que nosotros no discernimos su significado oculto. La caza, por
ejemplo, era para el egipcio una aventura muy particular que consistía en
entrar en el mundo de las fuerzas oscuras, no dominadas por el hombre. El
peligro sobrevenía en todo momento, ya fuese bajo la fuerza de un animal del
desierto o de un cocodrilo furioso. El cazador tenía el papel de afrontar las
fuerzas del mal. Utilizaba también fórmulas mágicas para disminuirlas.

El rey mago
El faraón de Egipto no tiene padre ni madre. Vive la vida y no sufre la
muerte. Es el gran mago por excelencia, porque en él se encarna la fuerza de
la vida. Sólo el faraón, en el Imperio Antiguo, está capacitado para comunicar
con el principio divino para que la humanidad subsista. Es, pues, el rey, señor
de las fuerzas naturales y sobrenaturales, quien detenta el poder real. Lo ha
adquirido nutriéndose de las fuerzas mágicas, con motivo de un
extraordinario banquete réplica de un trastorno cósmico que acompaña la
venida del rey en los espacios celestes[7]. Las estrellas se ensombrecen. La
luz se atenúa. El cielo y la tierra tiemblan. Un personaje terrorífico provoca
estos acontecimientos. ¡El faraón en persona! Él es quien se alimenta de sus
padres y sus madres. Es un señor de la sabiduría de cuya madre no conoce el
nombre. Su gloria está en el cielo, su poder está en el horizonte como el de
Atum, el Creador que lo engendró. El rey se ha hecho más poderoso que él.
Toro del cielo, asimila el ser de cada divinidad. Se alimenta de hombres y
dioses, Khonsu, un genio temible, mata a los seres de los que tiene necesidad
el rey y extrae para él lo que hay en sus cuerpos. Otro genio, Chesmou, los
cuece para él en las piedras de un fogón. El rey se nutre de su magia, devora
sus espíritus. La parte gruesa es para la comida de la mañana, las partes
medias para la comida y las pequeñas para la cena. El faraón se apodera de
los corazones de los dioses, se come la corona roja, devora la verde. El
cosmos entero reconoce su dominio. Se nutre de los pulmones de los sabios y
de su magia. Su tiempo de vida es la eternidad.
Calificamos este teatro de «himno caníbal», suponiendo que haría alusión
a rituales muy arcanos en los que los egipcios habían consumido carne
humana. En realidad, de este modo se evoca la captación del poder mágico
por la ingestión directa de la vitalidad divina considerada como un alimento.
Henchido de magia, el faraón está protegido. El ser maléfico que le
muerda no conseguirá más que envenenarse a sí mismo. Cada parte del
cuerpo real está divinizado. El vientre del faraón, por ejemplo, es Nut, la
diosa del cielo. Porque la fuerza mágica se encuentra precisamente en ese
«vientre celeste».
Frente a los dioses, el faraón manifiesta su autoridad. Él les ordena
construir una escalera para que pueda subir al cielo. Si no le obedecen, no
tendrían ni alimento ni ofrenda. Pero el rey toma una precaución. No es él, en
tanto que individuo, quien se expresa, sino el poder divino: «No soy yo quien
os dice esto a vosotros, los dioses, sino la Magia la que os dice esto»[8].
Cuando el faraón realiza su ascensión, la magia está a sus pies[9]. «El
cielo tiembla, afirma él, la tierra se estremece ante mí, porque yo soy el
mago, yo poseo la magia[10]. Es él, por otra parte, quien instala a los dioses
en sus tronos, probando así su omnipotencia reconocida por el cosmos».
En el Egipto del Imperio Antiguo, todo lo que concierne a la persona real
es de orden mágico. Como faraón es el único sacerdote, tiene la función de
«encargarse» mágicamente de los rituales del Estado. El nombre real está
contenido en un «cartucho» cuyo nombre egipcio, chenit, significa «lo que
encierra» (es decir, el contenido del universo sobre el que reina el faraón).
Según el principio del juego de palabras, capital para comprender el
funcionamiento de la lengua jeroglífica, este término implica también la idea
de «conjuración». También el nombre real está protegido mágicamente por el
cartucho. Atributos, insignias, vestimentas reales están cargadas de magia. La
corona ocupa el primer lugar de estos objetos. Es considerada como un ser
vivo, como una diosa, a la vez león agresivo y serpiente que ataca a los
enemigos del rey. Se le cantan himnos. Solo el faraón es capaz de portarla y
de utilizar sus virtudes secretas.
Figura 1
El faraón, protegido por Isis, avanza hacia Osiris. La diosa está tocada con el signo
jeroglífico del trono que definía su naturaleza simbólica. Es la diosa-trono de la que
nacen los reyes. De su mano derecha emite un fluido que alcanza la nuca del faraón,
uno de los centros vitales de su Persona. Con la mano izquierda, ella coge el brazo
derecho del muerto. Acto mágico también necesario, ya que el faraón aprieta en su
puño los dos cetros que le permiten ejercer su soberanía sobre la tierra de los
hombres. El rey está vestido según su función: la doble corona (que reúne en una
sola la corona blanca del Alto Egipto y la corona roja del Bajo Egipto), la peluca
nemes y el gran faldellín de ceremonia. Ante Osiris se deposita un pequeño altar
sobre el cual se encuentran flores y un perfumero. El rey ofrece al dios de la
resurrección la esencia sutil de todas las cosas. (Las capillas de Tutankhamon).

Magos célebres
Según Manetón, es el sacerdote de Sebennytos quien, en la época griega,
consagró una obra célebre en la historia de los reyes de Egipto, el faraón
Athotis, (I dinastía), era un médico que redactó libros de anatomía. Practicó
pues, un arte mágico, abriendo una vía a sus sucesores. Desde esta
perspectiva, se considera que todos los faraones fueron magos institucionales.
En el Imperio Antiguo, Imhotep fue el más célebre de los magos. Su
renombre era tal que, muchos siglos más tarde, los griegos lo identificaron
con su dios de la medicina Asclepios. En el Imperio Nuevo, los escribas
rendían culto al «dios» Imhotep; antes de escribir, arrojaban un poco de agua
a la tierra en memoria de su ilustre patrón. Por otra parte, la personalidad de
Imhotep es esencial para entender el alcance del «campo mágico» en el
antiguo Egipto. Este personaje no era un hechicero de aldea, sino el primer
ministro del todopoderoso faraón Djeser y el inventor de la arquitectura de
piedra cuya obra maestra fue la pirámide escalonada de Saqqara. Dicho de
otro modo, un hombre de Estado de primer rango cuyas competencias
mágicas eran consideradas indispensables para realizar correctamente su
función. Ciertas «recetas» atribuidas a Imhotep, fueron transmitidas a la
posteridad, como ésta[11]: «Coged una mesa de olivo de cuatro pies. Ponerla
en un lugar limpio, en el medio; recubrirla completamente con una tela. Poner
cuatro ladrillos sobre la mesa, uno sobre otro. Delante de la mesa, un
incensario de arcilla. Poner carbón de madera de olivo sobre el incensario y
un ganso salvaje gordo machacado con la mirra formando unas bolas y
ponerlas sobre la hoguera, pronunciar una fórmula, pasar la noche sin hablar
a nadie sobre la tierra. Se verá al dios bajo la forma de un sacerdote portando
una vestimenta de lino». Entonces, el mago invoca al que está sentado en las
tinieblas, pero en medio de los dioses, buscando y recibiendo los rayos del
sol.
Hardedef, uno de los hijos de Kheops, era conocido por sus extensos
conocimientos y sus sabias palabras. Descubrió diversos libros de magia
antiguos, cuyas fórmulas fueron integradas en los escritos rituales.
Khaemuase, cuarto hijo de otro faraón célebre, Ramsés II, era gran sacerdote
de Ptah en Menfis. Construyó y restauró numerosos monumentos. Tenía
pasión por la arqueología y el estudio de los documentos antiguos. Pasaba por
ser un gran sabio e inspiró dos historias de magia sobre las que volveremos.
Horus, hijo de Panéchi, era un mago que vivió en la Época Baja. Tuvo
que combatir con un mago etíope que amenazaba a la seguridad del Estado.
Este Horus había vivido quince siglos antes y se había reencarnado para
correr en socorro de su país.
Es el mago Es-Atum, sacerdote que vivió en la época de Nectanebo II
(359-341), a quien debemos la salvaguarda de la famosa estela de Metternich.
Es-Atum había comprobado que había sido suprimida una inscripción en un
templo de la ciudad santa de Heliópolis. Para que no se perdiera este
testimonio precioso, hizo volver a copiar el texto sobre una estela que nos ha
llegado.
Esta pequeña galería de retratos tiene simplemente por objeto ilustrar la
continuidad del estatuto del mago en el transcurso de los siglos en los que se
desarrolla la aventura egipcia. Podríamos, desde luego, citar decenas de otras
figuras. Pensemos, por ejemplo, en Harnouphis, que fue el último mago
egipcio de gran renombre. Estaba presente sobre los campos de batalla de
Moldavia, en 172, donde combatió el ejército de Marco Aurelio. El agua
escaseaba. Privados de aprovisionamiento, los romanos corrían el peligro de
morir de sed. El mago egipcio hizo que lloviera, espantando a los bárbaros y
salvando a los soldados de Marco Aurelio. La antigua ciencia de la tierra de
Egipto probaba de este modo que no había perdido su eficacia.

Textos mágicos
Los textos mágicos, que forman una parte considerable de la «literatura»
egipcia, están inscritos en soportes materiales variados: papiros (desde el
Imperio Medio), ostraca (tejas de caliza), estelas, estatuas, múltiples
pequeños objetos. Los eruditos contemporáneos, habituados a las disecciones
racionalistas, tienen por costumbre clasificar los textos egipcios en
«literarios», «históricos», «religiosos», «mágicos», etc. Estas distinciones
formales no se corresponden con la realidad. El Cuento del náufrago,
reconocido como «literario», es una admirable historia de magia. Los Textos
de los sarcófagos, llamados «funerarios», apelan sin cesar a la magia. En la
medida en que un texto está escrito en jeroglíficos puede considerarse eficaz,
incluso podríamos decir que todo escrito egipcio es mágico en esencia,
aunque haya que reconocer diversos grados en la aplicación de este principio.
Ciertos textos, sin embargo, se desprenden del conjunto por su
importancia o su originalidad. Entre ellos, el Libro de los dos caminos,
inscrito sobre sarcófagos del Imperio Medio, da al muerto el conocimiento de
los caminos del más allá. Dos caminos, uno de tierra, otro de agua, están
separados por un río de fuego. Tantas vías simbólicas de acceso hacia un país
poblado de temibles genios. Es allí donde se encuentra una especie de Grial
que el justo descubre después de haber sufrido numerosas pruebas, cuyo solo
conocimiento «mágico» le da las claves.
Los Libros de horas son conjuntos de fórmulas que el mago recita durante
las horas del día y la noche para obtener los favores de las divinidades. El
papiro Bremmer-Rhind, donde es relatada la lucha de los poderes solares
contra el monstruoso dragón Apophis, genio de las tinieblas, registra también
un tratado esotérico sobre la naturaleza divina. Se nos revela que el Señor del
Universo ha creado al conjunto de los seres mientras el cielo y la tierra no
existían aún. En su corazón es donde fue concebido el plan de la creación. De
Uno, el arquitecto de los mundos se convirtió en Tres. Provocó mutaciones y
transmutaciones, se instaló sobre la colina primordial, primera tierra
emergida. En cuanto a los hombres (remetj), nacieron de las lágrimas (remetj)
de dios, cuando lloró sobre el mundo.
La estela de Metternich es la más célebre de las numerosas estelas
mágicas. Data del siglo IV antes de Cristo y contiene un extraordinario texto
que trata de la curación mágica de Horus niño, picado por un animal
venenoso en los pantanos del Delta donde vivía escondido en compañía de su
madre Isis. En la parte superior del anverso de la estela se ve a Horus de pie
sobre los cocodrilos y agarrando a criaturas maléficas. El joven dios está
protegido por Thot, el mago y por Hathor, diosa de la armonía. En la parte
inferior, una «franja dibujada» simbólica comprende seis registros en los que
figuran dioses y genios, desplegando su actividad en múltiples escenas de
conjuración. En el vértice de la estela, ocho monos babuinos celebran con
gritos el nacimiento de la luz. La estela de Metternich evoca también el papel
de la gran maga, Isis. Cuando ésta encontró a su hijo Horus agonizando,
llamó a los habitantes de los pantanos, pero ninguno de ellos conocía el
remedio apropiado. Nadie podía pronunciar palabras eficaces de curación. El
Creador, Atum, ¿permitirá que la vida se esfume? Isis saca a Horus del
féretro en el que reposaba e impulsa una planta larga que llega hasta el sol. Su
amenaza es terrorífica: mientras que su hijo no sea curado, la luz no brillará
más. Los poderes celestes, apremiados y obligados, intervienen a favor del
joven dios «¡Despiértate, Horus!», le dicen. El veneno pierde su poder
nocivo, y se hace ineficaz. Horus sana. El orden del mundo se ha
restablecido. La barca divina recorre de nuevo los espacios celestes.
Figura 2
Es una auténtica «franja dibujada» mágica la que está narrada en la estela de
Metternich, importante documento que merecería por sí solo un estudio en
profundidad. Es el vértice del monumento, se ven ocho monos babuinos adorando al
sol ardiente, mientras que Thot dirige el ritual. Se trata de la creación mágica de la
luz y de la lucha contra las fuerzas de las tinieblas, expresada simbólicamente en los
registros inferiores de la estela. La figura central es la de Horus, representado como
un niño desnudo, con los pies pesados sobre cocodrilos, sosteniendo con las manos
animales venenosos o peligrosos. Aunque el joven dios, portador del bucle de la
infancia, no teme a ningún peligro y domina a las fuerzas del mal, está protegido por
numerosas divinidades, especialmente por Bes, cuya enorme cabeza sonriente es
garantía de seguridad. (Estela de Metternich, anverso)

Otro documento sorprendente: «la estela curativa» de alguien llamado


Djed-her, guardián de las puertas en el templo de Athribis. Descubierto en
1918 y conservado en el Museo de El Cairo, ofrece informaciones sobre las
prácticas religiosas en el siglo IV después de Cristo. Posado sobre un zócalo,
que mide 0.65 metros de altura, este monumento de granito negro representa
a un personaje en cuclillas, con los brazos cruzados, de espaldas contra un
poste. Su cuerpo está cubierto de inscripciones, a excepción del rostro, los
pies y las manos. La superficie del zócalo está excavada de modo que dos
cuentos, unidos por un desagüe, recogen el agua que se ha impregnado de
magia, tras haber sido expandida sobre la estatua. Al beber de esta agua, el
enfermo sanará.
En toda estatua curativa, la mención del nombre propio del difunto es
importante. El muerto pedía a los que querían utilizar mágicamente su estatua
que leyeran a favor suyo textos rituales. También aparecía como un salvador
que realizaba milagros. «¡Oh, sacerdotes todos, dice un texto de la estatua,
escribas todos, sabios todos que veis a este Salvador! ¡Conservad sus escritos,
proteged sus fórmulas mágicas! Decid la ofrenda funeraria que da el rey en
mil cosas buenas y puras para el ka (el poder vital) de este Salvador que ha
hecho suyo el nombre de Horus-el Salvador».
En la misma categoría de documentos se clasifica una base de estatua de
granito negro (32.2 centímetros de largo, 12 centímetros de altura), adquirida
en 1950 por el Museo de Leiden. Cubierta de textos mágicos, está fechada,
aproximadamente, en la época ptolemaica. Estos textos revelan que Isis,
llegada de una morada secreta en la que la había dejado Seth, utiliza todos los
recursos de la magia para sanar a su desgraciado niño picado por uno de los
siete escorpiones que le precedían en sus desplazamientos.
Entre las estatuas «mágicas» ocupa un lugar aparte la del faraón Ramsés
III encontrada en el desierto oriental[12]. Tenía por función proteger a los
viajeros contra los animales maléficos, en especial las serpientes. Los que se
aventuraban en los parajes del istmo de Suez se beneficiaban así de los
favores de Ramsés m divinizado, cuya efigie, situada en un pequeño oratorio,
emitía una influencia benefactora. Sobre la estatua (o más exactamente sobre
el grupo esculpido, ya que el rey estaba acompañado de una diosa), estaban
grabadas fórmulas mágicas que aseguraban la salvaguarda de Horus niño,
garantizando también la del viajero.
Una corporación de magos, los saou, es decir «los protectores», estaba
encargada de velar por la seguridad de los que recorrían los caminos del
desierto. Ramsés III tuvo relaciones particularmente estrechas con el universo
de la magia. Cuando el sombrío asunto criminal denominado «conspiración
del harén», complot fomentado por dignatarios, se utilizó la magia más
negativa para intentar suprimir al jefe de Estado. Uno de los conjurados había
logrado robar un texto mágico ultrasecreto en los archivos reales. Hizo uso de
él contra su soberano. Los conspiradores fabricaron figuritas de cera que
representaban a los guardias del faraón y consiguieron paralizarlos. Sin duda
esperaban llegar más lejos pero fueron identificados y capturados. La
utilización de la magia como arma criminal era considerada como un delito
muy grave entrañando condenas a muerte, siendo ejecutada la sentencia bajo
la forma de suicidio.
Varios museos guardan papiros mágicos de desigual interés. Hemos
citado más arriba el papiro Bremmer-Rhind y podríamos establecer una larga
lista de documentos (muchos de ellos inéditos o no traducidos o bien
inaccesibles por razones oscuras a veces). Uno de ellos, el papiro demótico
de Londres y de Leiden, goza de un renombre algo injustificado. En efecto,
este documento muy tardío mezcla prácticas adivinatorias, recetas de baja
hechicería y elementos mitológicos antiguos. Es el reflejo de una mentalidad
mágica poco coherente, ocupando un lugar nada despreciable en sortilegios
cuyo buen nombre tenía por fin conquistar a la mujer amada. Por otra parte,
este papiro no está redactado solo según la costumbre de los egipcios, sino
también según la de los griegos y cristianos.

Archivos sagrados y bibliotecas mágicas


En egipcio, los archivos sagrados son llamados baou Ra, «Poder del dios-
luz», «Los libros, explica un papiro[13], son el poder del dios-sol en medio del
cual vive Osiris». Es, pues, por intermedio de estos archivos sagrados como
se comunican los dos grandes poderes divinos, Ra, dios de la luz, y Osiris,
señor de las regiones tenebrosas. Los autores de los libros mágicos no son
hombres, sino Thot, el dueño de las palabras sagradas, Sia; el dios de la
sabiduría; Geb, el señor de la tierra. Escribiéndolos legaron a la humanidad
mensajes que ésta podrá utilizar con buen propósito.
Figura 3
Ejemplo de texto mágico: una página del Papiro Salt 825 donde está revelado el
ritual de la Casa de la Vida. A la izquierda, escritura jeroglífica con diversos
símbolos, a la derecha, escritura llamada «hierática», forma cursiva de la
precedente.

El mago debe, pues, tener un perfecto conocimiento del mundo divino. Es


considerado incluso, en la cumbre de su arte, como el Señor de la Enéada,
corporación de nueve dioses, que juega un papel primordial en el origen de
toda creación. Portador de la gran corona, el mago se convierte en redactor de
textos sagrados.
El egipcio ama lo escrito. Esto es al final lo que registra el conocimiento.
«Ama los libros como amas a tu madre», se le recomienda a aquél que
investiga la sabiduría. El mago no se contenta con leer: engulle los textos,
coloca trozos de papiro en un cuenco, bebe el Verbo Mágico, ingiere las
palabras portadoras de significado. Este extraordinario rito fue transmitido a
las logias de constructores de catedrales.
Cerca de la momia se depositaba un papiro encargado de rechazar a las
fuerzas hostiles y de permitir al muerto entrar con total seguridad en las
regiones desconocidas del más allá. Estos escritos mágicos estaban situados o
cerca de la cabeza, o cerca de los pies, o bien entre las piernas el cuerpo
momificado. El muerto disponía así e fórmulas eficaces, de itinerarios, de
indicaciones a seguir para llevar a buen fin su viaje póstumo.
Cada templo guardaba una biblioteca mágica en la que se conservaban las
obras necesarias para las prácticas rituales y la enseñanza esotérica de los
facultativos. En Edfú, por ejemplo, se depositaban obras para combatir a los
demonios, rechazar al cocodrilo, aplacar a Sekhmet, cazar al león, proteger al
rey en su palacio. El mago regala su vida cotidiana según las leyes cósmicas,
así, «el vientre del primer mes de la inundación, es el día de recibir y enviar
cartas». La vida y la muerte salen ese día. Ese día se hace el libro «fin de la
obra». Es un libro secreto, que enseña a lanzar los encantamientos, que liga
los conjuros, que detiene los conjuros, que intimida al universo entero.
Contiene la vida, contiene la muerte[14].
El escrito mágico goza de una vida autónoma, ya que está escrito en
jeroglíficos, signos portadores de poder. Los Textos de las pirámides, que
comprenden numerosas fórmulas mágicas, ofrecen a este respecto un ejemplo
muy significativo. Estos textos, inscritos sobre los muros interiores de las
pirámides del Imperio Antiguo (V y VI dinastía), se presentan bajo la forma
de columnas de jeroglíficos. Cada jeroglífico está considerado como un ser
vivo, hasta el punto de que los animales peligrosos o impuros (por ejemplo,
los leones, las serpientes) son cortados en dos o mutilados para que no hagan
daño al rey muerto y resucitado. Incluso en la composición de los textos
mágicos, se notan costumbres características, como el proceso enumerativo,
que consiste en poner largas listas de enemigos vencidos o de partes del
cuerpo del hombre identificado con las de los dioses. Se emplean también
palabras incomprensibles, formadas por conjuntos de sonidos considerados
eficaces: hay una mezcla de egipcio, de babilonio, de cretense y de otras
lenguas extranjeras para desembocar en fórmula del estilo «abracadabra».
Estas curiosas desviaciones de la magia sagrada no deben hacernos olvidar el
valor de la palabra. Leer en voz alta las fórmulas mágicas les confiere
eficacia y realidad. La lengua jeroglífica está fundada en gran parte en un
«alfabeto» sagrado que comprende cartas-madre (consonantes y semi-
consonantes). Las vocales no se anotan. Son elementos perecederos,
pasajeros, que dependen de una época y de un lugar. El «esqueleto de
consonantes», por el contrario, es el elemento inmortal de la lengua. Esta idea
de un valor mágico del lenguaje se conservó durante mucho tiempo. En la
época copta, un amuleto preservaba veinticuatro nombres mágicos,
comenzando cada uno con una de las letras del alfabeto griego[15].
«Yo soy la Gran Palabra», declara el faraón[16], indicando así que es
capaz de dar vida a todas las cosas. Hay una palabra secreta en las
tinieblas[17]. Todo espíritu que le conozca escapará de la destrucción y vivirá
entre los vivos. El viajero del más allá lo descubre y asume la magia que le
permitirá manejar la vara de un dios venerable. Cualquiera que posea la
fórmula será capaz de hacer su propia magia[18].
Cuando los dioses hablen, anudarán la nada y abrirán el camino a las
fuerzas de la vida. Es por ello que el mago respeta las palabras de los dioses,
como las de Horus, que alejan la muerte, extinguen el fuego de los
venenosos, devuelven el soplo de vida y arrancan al hombre de un destino
maléfico. Palabras y fórmulas pronunciadas por el mago no son fruto del azar
se inspiran en leyendas sagradas, acciones ocurridas en los tiempos divinos y
que se repiten en el mundo de los hombres. Una fórmula mágica es eficaz en
la medida en que se remonta a una remota antigüedad o, más exactamente, al
origen de la vida. La fórmula de ofrenda por excelencia, peret kherou,
significa «lo que sale por la voz» siendo el Verbo el único capaz de animar la
materia.
El título general de la fórmula mágica es «fórmula para…» convertirse,
ser, tener poder sobre. Es preciso leerla, recitarla, enseñarla, comprenderla,
grabarla, utilizarla como un auténtico instrumento espiritual y material.
Repetir cuatro veces un texto mágico le otorga plena eficacia, pero es preciso
también prestar atención al tono, al ritmo, a la salmodia.
La materia primera del mago es esta palabra que añadida al gesto,
produce el acto mágico. Para que las fórmulas resulten vivas, el mago encanta
al cielo, la tierra, los poderes nocturnos, las montañas, las aguas, comprende
el lenguaje de los pájaros y reptiles. Lo que está en juego es considerable: la
correcta recitación de las fórmulas las hace capaces de acceder al séquito de
Osiris y de formar parte de la cofradía de los reyes del Alto y el Bajo Egipto,
la sociedad iniciática más cerrada que se pueda concebir.
Incluso las divinidades se ven obligadas a obedecer a las palabras de
poder del mago: «¡Oh, dioses todos y diosas todas, volved vuestro rostro
hacia mí! ¡Yo soy vuestro dueño, hijo de vuestro dueño! ¡Venid a mí y
acompañadme…, yo soy vuestro padre! Yo soy vuestro compañero de Osiris,
he recorrido el cielo en todos los sentidos, he hollado la tierra, he atravesado
el mundo intermedio sobre los pasos de los venerables iluminados, ya que
estoy equipado con innumerables fórmulas mágicas»[19].
El mago se dice eficaz por medio de su barca, glorioso por su forma.
Habiendo cruzado el horizonte y recorrido el cosmos en todas las direcciones,
ha recogido la enseñanza de los bienaventurados.
Aquél por quien se recitan las fórmulas se beneficia de importantes
privilegios: bebe el agua del río, sale a la luz del día como el dios Horus, vive
como un dios, es adorado por los vivos, como un sol[20]. Quien recita las
justas palabras irá por todas partes. Su corazón permanecerá estable en
cualquier forma que él adopte[21]. Eyaculará su semilla sobre tierra, tendrá
herederos que proseguirán su obra. Ni su poder, ni su sombra serán presa de
demonios. Y esto, añaden los redactores de los libros de magia, fue «un
millón de veces verídico».
Existe incluso una fórmula para protegerse de toda muerte, sea causada
por la enfermedad, las bestias dañinas, el ahogamiento, una espina de
pescado, un hueso de pájaro, el hambre, la sed, la agresión de los humanos o
la de las divinidades[22]. En efecto, es preciso luchar sin cesar contra las
agresiones de lo invisible que se manifiestan de mil y una maneras. Así, el
mago recita frecuentemente fórmulas complejas a fin de desechar el fatal
final del que se ha asfixiado[23]. La falta de aire parece haber sido una de las
obsesiones de los egipcios para quienes la respiración era una de las
manifestaciones más patentes de la vida.
La magia evita también al hombre justo ser comido por las serpientes.
Para protegerle de forma eficaz, la mejor solución consiste en darle la
apariencia de una serpiente que será a sí mismo capaz de tragarse a sus
peligrosos congéneres[24]. Volveremos sobre estos temas característicos de la
magia egipcia.

***

Magia de Estado, magia privada: ambos términos no son contradictorios,


pero apuntan a objetivos sensiblemente diferentes. La primera alcanza una
dimensión cósmica, la segunda, a veces iniciática, corre el riesgo en todo
momento de hundirse en caminos que conducen a los poderes más temibles.
¿No sucede así, incluso hoy, con las disciplinas científicas de las que estamos
tan orgullosos?
La magia egipcia es una visión del mundo que ilumina zonas a la vez
luminosas y oscuras del alma humana. Mucho antes que el psicoanálisis, fue
una vía de investigación fecunda para el conocimiento de la última realidad
que está en nosotros. Igualmente sirvió para manipular, no sin peligro, una
energía psíquica que la ciencia más racional comienza a redescubrir, a tientas
y con una cierta sorpresa.
El antiguo Egipto, en el campo de la magia como en muchos otros, tiene
mucho que enseñarnos. Escuchemos, pues, a los magos formular sus
certidumbres, sus angustias, celebrar sus éxitos e interrogarse sobre los
riesgos de fracaso. Es también nuestra aventura la que ellos relatan.
Capítulo I

El mago, hombre de conocimientos


Un padre de familia egipcio, mago por añadidura, vive un ritual cotidiano
en el marco de su propia familia. Cuando ésta está reunida con ocasión de
una fiesta o de una circunstancia considerada excepcional, el padre se
convierte realmente en el símbolo de una fuerza sobrenatural. No se dirigen a
él de ningún modo y no está permitido tomar la palabra en ningún momento.
En Occidente, a menudo hemos perdido este sentido de lo sagrado en
nuestras acciones más simples. Pues, como escribía Hermes Trismegisto, «el
que está debajo es igual que el que está arriba». Incluso aunque este juicio
nos choque, creo que un banquete como el que se celebró esa tarde de
navidad en Luxor es una ceremonia sagrada.
«El mago, dijo mi anfitrión, es un hombre que conoce las cosas». Sus
hijos aprobaban con la cabeza. Yo no podía disimular mi sorpresa. «Conocer
las cosas»… esta expresión, aparentemente banal, es frecuente en los textos
jeroglíficos. Significa: mágicamente los dioses sobre la tierra.
«Conocimiento, prosiguió el mago de Luxor, he aquí las palabras clave del
arte mágico».
Quien ignora las fórmulas mágicas no podrá circular a su gusto en este
mundo o en el otro[*]. La ignorancia clava al hombre en la tierra, lo reduce a
la esclavitud. El mago está «informado» por los dioses Sia, detentadores de la
intuición de las causas, y Hou, el Verbo creador. Éstos le toman de la mano y
le conducen hasta el cofre misterioso. Lo abren ante él. El mago ve entonces
lo que hay en el interior, el secreto mismo de la magia[25].
Intuición y Verbo: hoy como ayer, ¿no se trata de dos «utensilios»
indispensables para el que investiga? Desde el encantador de serpientes de los
campos de Luxor al físico atómico más «evolucionado», ¿no se sigue un
proceso idéntico: percibir por la intuición, formular por el Verbo?
El mago no es un nigromántico ni un ocultista. Para Egipto, es un sabio y
un sacerdote. Lee y escribe los jeroglíficos, conoce los libros antiguos y las
fórmulas de poder. Es mago porque tiene el conocimiento. Su función oficial
está concretada en la forma de un rollo de papiro, símbolo de la abstracción y
del conocimiento esotérico.
Estos hechos resultan desconcertantes para nuestra mentalidad moderna
que asocia la magia a las prácticas más aberrantes. El mago, en la civilización
del antiguo Egipto, es un personaje público, que forma parte del universo
«normal». Lo que sería «anormal», sería vivir sin magia, dicho de otro modo,
con los ojos y los oídos tapados. Apto para las funciones más elevadas, el
mago ocupa un rango importante en la corte del faraón.
En las aldeas, los magos locales, detentadores de los secretos técnicos a
veces muy útiles para el bienestar de todos, son pequeños jefes muy
respetados, consultados por el pueblo a cada paso. Poseen el saber sin el cual
todos se sentirían en peligro.
En tanto que sacerdotes, los magos reciben una iniciación sacerdotal. Los
que ocupan la cima de la jerarquía están sumidos en un modo de vida que
Porfirio evocaba en estos términos[26]: «Por medio de la contemplación,
llegan al respeto, a la seguridad del alma y a la piedad; por medio de la
reflexión, a la ciencia; y por los dos, a la práctica de las costumbres esotéricas
y dignas del tiempo pasado». No olvidemos que el jefe de los magos es el
faraón en persona, el que porta las coronas cargadas de la magia más
concentrada y más eficaz.
Figura 4
En la boca del cuerpo momificado, extendido al sol, penetran rayos de luz. El
resucitado podrá así hablar al Verbo, lo que se representa con la salida de un brazo,
símbolo de la acción, fuera del sudario. (Las capillas de Tutankhamon.)

Es la entrada en el conocimiento la que autoriza al mago a declarar: «Yo


soy el señor de la vida cuya vida se renueva eternamente, y mi nombre es
Aquél que vive de los ritos»[27]. En tanto que khery-heb, título que significa
«el que está encargado del libro de los rituales» lee en voz alta los textos
sagrados, dándoles una animación mágica que los hace plenamente eficaces.
Es en las salas secretas de la Casa de la Vida donde el mago era iniciado
en la lectura y la comprensión de estos textos utilizados en las ceremonias
públicas y privadas. Existía una Casa de la Vida cerca de cada templo, de tal
manera que en ningún punto del territorio faltaban especialistas responsables
de la primera de las ciencias del gobierno: la práctica de los ritos.
En el cuerpo oficial de magos, destacan algunas figuras, especialmente la
del gran sacerdote de Heliópolis cuyo título egipcio, our maou, significa
«gran viajero» o «El que ve al gran (dios)». Su vestimenta ritual es una piel
de león ornada de estrellas, lo que tiene una analogía lejana con el manto
cósmico portado por el rey de Francia con motivo de la ceremonia de su
coronación. El gran sacerdote de Heliópolis, «jefe supremo de los secretos
del cielo», es el guardián de la tradición solar más antigua y de una magia de
luz que vela por el renacimiento cotidiano de la fuerza de vida. Sin la
aplicación de la magia, en efecto, el sol no se levantaría cada mañana.
Magos igualmente, los sacerdotes de la diosa-leona Sekhmet son
especialistas de la medicina y de la cirugía. Médicos y hechiceros, su gama
de competencias va de la banal picadura de insecto al traumatismo más grave.
Sus más modestos competidores son los curanderos de aldea, adecuados para
practicar los primeros auxilios. La comunidad iniciática de los constructores
de Deir el-Medineh, a quien debemos la mayor parte de los templos y tumbas
del Imperio Nuevo, contrató a un encantador de serpientes y escorpiones para
prevenir eventuales accidentes.
La magia es indisociable de las actividades que calificamos de «artística».
De este modo, los tocadores de sistro, los danzarines, los músicos y las
músicas formaban parte del personal de los templos, sin sacrificar el placer
estético, sino bañando el alma de las divinidades de armoniosos efluvios para
que éstas velen por el equilibrio y la serenidad de los hombres.
Nada es gratuito en el mundo mágico del antiguo Egipto. Todo en él es
juego de sutiles correspondencias que sólo los iniciados en la magia pueden
percibir.

¿Cómo llegar a ser mago?


A esta cuestión esencial se puede responder con un «manual de
instrucciones». La práctica mágica no está sancionada con un diploma y no se
juzga por exámenes. El saber moderno, codificado casi en su totalidad, no
tiene en cuenta por desgracia la experiencia vital. Éste no era el caso en
civilizaciones como la de Egipto.
Ciertamente existe un método para llegar a ser mago. Pero no se expone
de una forma racional. Los textos no lo ensombrecen pero apelan a nuestro
sentido intuitivo y a nuestra inteligencia de corazón más que a nuestras
facultades de deducción y análisis.
El capítulo 261 de los Textos de los sarcófagos se titula «llegar a ser
mago». He aquí su contenido. El adepto se dirige a los magos que están en
presencia del Señor del universo. Les pregunta al respecto en la medida en
que los conoce, ya que ellos han guiado sus pasos. ¿No es aquél al que el
Único creó antes de que fuesen instituidas las dos comidas sobre la tierra, el
día y la noche, el bien y el mal, cuando el Creador abrió su ojo único, en su
soledad? El mago se presenta como el que domina el Verbo. Es el hijo de la
Gran Madre, de la que puso en el mundo al Creador, quien, sin embargo, no
tuvo madre. El padre de los dioses, es el mago en persona. Es el que les hace
vivir.
Extraño texto, en verdad. Nada hay en estas páginas de técnica
rudimentaria, sino un verdadero tratado de metafísica y de espiritualidad que
saca a la luz un proceso de creación. Únicas indicaciones prácticas: el adepto
ha guardado silencio durante la ceremonia de entronización, con la espalda
encorvada, se ha sentado en presencia de sus maestros, calificados de «toros
del cielo». Han reconocido su dignidad de «poseedor del poder» y de
heredero del Creador.
El adepto procede a tomar posesión de su trono y a recibir las insignias de
su función. Todo aquél que existió antes de los dioses le pertenece. También
les ordena descender de los cielos y entrar en su séquito, en señal de
deferencia[*].
La adquisición de la cualidad de mago resulta de un coloquio con los
maestros en la materia que juzgan al candidato sobre estos conocimientos
esotéricos, mucho más que sobre sus aptitudes prácticas que serán
desarrolladas a continuación. Del mismo modo que el muerto, al acceder al
estado de ser de luz (el akh), encuentra la vida en su principio, también el
adepto llega mientras aún vive, a comunicar con la luz original, que contiene
la magia en su verdadera pureza.
Primera revelación hecha por los maestros: todo problema humano que se
plantee al mago tiene un modelo en el mundo divino. El mismo suceso se
produce en la escala cósmica antes de tener una repercusión terrestre. Esto se
debe a que el mago debe conocer la genealogía divina, la teología, los
diversos relatos que se refieren a la creación del mundo. Allí se encuentran
todas las soluciones.
Al identificarse con los cuatro puntos cardinales, el adepto pasa a ser el
cosmos. Excelente método para conocer las leyes, captar los poderes
invisibles y dirigidos —al menos de forma parcial— a su voluntad. Con
motivo del ritual de investidura, el mago se despoja de su «yo», de su visión
totalmente personal del mundo para dejar que el cosmos penetre en él. Quizá
se recurría a las drogas para hundirse en un sueño artificial mientras que sus
Hermanos le cargaban mágicamente de energía a fin de prepararle para sus
tareas futuras.
Los poderes invisibles se manifiestan bajo la forma de genios, buenos o
malos. El adepto se enfrentaba a ellos. Más aún, se identifica con ellos, lo que
es el mejor modo de conocerles y de adquirir el máximo poder mágico. Podrá
luchar contra los genios decididamente maléficos, extirparles del cuerpo de
un enfermo. Cuando los demonios atacaran a un humano, una ciudad, o un
campo protegido por un mago cualificado, se toparían con un adversario de
su talla.

***

¿Cómo puede actuar el mago, si no es invocando un poder superior a él y


gracias al cual resulta eficaz? La fórmula tipo de los textos mágicos nos lo
revela: «No soy yo quien dice esto, no soy yo quien lo repite, sino que es el
dios quien dice esto, y es seguramente el dios quien lo repite»[28].
No es, pues, el mago quien habla, sino el poder divino a través de él. En
la lucha del «bien» contra el «mal» no hay enfrentamiento de un humano
contra «algo» extra o sobrehumano, sino un duelo entre fuerzas
sobrenaturales, algunas de ellas positivas, que se encarnan en el espíritu y en
el cuerpo de un mago. El paciente mismo, se trate de un enfermo a sanar o de
un médium a «manipular», es identificado con una divinidad que no puede
ser destruida. ¿Qué mejor seguridad para escapar de una suerte tan cruel?
Apuleyo, el autor de El asno de oro, célebre novela iniciática en la que se
evocan los misterios de Isis y Osiris, era un mago famoso. En su obra relata
el encantamiento de Lucio, transformado en asno. Tendrá que recorrer un
largo camino antes de recuperar su forma humana. Tan solo la iniciación a los
misterios le librará de la prisión de su animalidad. Apuleyo fue perseguido
por las autoridades judiciales de su tiempo. Con ocasión de un proceso
público, fue acusado de hechicería y tuvo que emplear todos los recursos del
arte oratorio para escapar de una condena. Porque Apuleyo no ignoraba nada
de la magia egipcia. «Es, escribía, un arte agradable a los dioses inmortales,
una de las primeras cosas que se le enseñan a los príncipes»[29]. De hecho, el
faraón, en su educación ritual, es identificado mágicamente con las
divinidades.
El que llega a ser maestro en magia es declarado ritualmente[30]: «Tú te
mezclas con los dioses del cielo y no podemos hacer diferencia entre tú y uno
de ellos. Tu cuerpo es el de Atum (el Creador) para la eternidad». ¿Cómo
afirmar mejor que el mago accede a las más altas esferas del espíritu? Se
impregna así de poder, a fin de ser un interlocutor cualificado de las fuerzas
del cosmos. Por otro lado, es un «cosmonauta» anticipado, que explora
universos desconocidos tras una larga preparación física y psíquica.
El resultado de esta aventura fue recogido respetuosamente por los textos
de las diversas colecciones[31]: «No existe en mí un miembro privado de dios,
explica el mago, Thot es la protección de todos mis miembros. Yo soy el Ra
de cada día… los hombres, los dioses, los bienaventurados, los muertos,
ningún noble, ningún individuo, ningún sacerdote podrá adueñarse de mí»[*].
A fin de disipar toda ambigüedad, cada parte del cuerpo del mago está
identificado formalmente identificado con el de una divinidad. Por ejemplo,
su cabeza es la de Atum su ojo derecho es el mismo de Atum cuando disipa
el crepúsculo su ojo izquierdo es el de Horus que descansa el día de la luna
Nueva cuando corre el riesgo de producirse una mala lunación; sus fosas
nasales son las de Thot y Nut (la diosa del cielo); su boca es la del Enéada
Atum, compañero de nueve divinidades que rige el cosmos; sus labios los de
Isis y Nephtis; sus dedos son serpientes de lapislázuli; sus vértebras los
huesos de Geb, el dios tierra; su vientre es el de Nut; sus pies son los arcos
plantares de Shu, el dios del aire luminoso, cuando atraviesa el mar.
Conclusión: «No existen miembros que estén privados del dios que posará su
sello sobre lo que él ha trazado, mientras que se le dedican los amuletos de
Heliópolis»[32].
Esta frase enigmática merece comentario. Posar un sello, para el egipcio,
es inscribir lo divino en lo real. Los sellos reales son conocidos desde la
primera dinastía. Seguidamente, los más célebres de ellos penderán la forma
de escarabajo, símbolo del devenir. Dicho de otro modo, cuando el rey toma
una decisión y la sella, es consciente de su devenir, de las consecuencias de
su acto. En magia, tal toma de conciencia es absolutamente necesaria para no
confundirse. La colocación de los «amuletos de Heliópolis» corresponde a un
momento primordial de la iniciación del mago. Reconocido como apto para
sus funciones, ve su cuerpo revestido de las insignias del poder que detenta el
Maestro mago que preside la ceremonia. Los amuletos se llaman «de
Heliópolis» porque esta antigua ciudad del sol era la capital de la magia.
Igualmente se disponen sobre la momia para hacerla incorruptible. Es además
uno de los sentidos profundos de la momificación: identificar un despojo
mortal con un cuerpo inmortal para que el alma, provista de tal ayuda,
penetre en el más allá, en el país del conocimiento.
Todo muerto momificado según los ritos se convierte en un mago capaz
de resucitar. Egipto no confía tan solo en la creencia para franquear el
obstáculo de la nada. El conocimiento le parece un proceso mejor.
Figura 5
Figuras del otro mundo: seres con apariencia humana, tocados con coronas reales,
serpiente cuyo cuerpo está salpicado de cabezas humanas, objetos compuestos
formados de coronas, de cetros y de cuchillos. Otros tantos elementos conocidos y
signos sin identificar en el camino del viajero. (Las capillas de Tutankhamon)

***

La luz del mago


Cuando el mago vuelve su vista hacia el cielo, ve a Ra, el dios-luz.
Cuando vuelve su vista hacia la tierra, ve a Geb, príncipe de las divinidades y
dios-tierra. Estas dos divinidades le ayudan a conjurar el mal[33]. La ayuda de
Ra es particularmente importante gracias a la luz divinizada, ve todo y
disputa las tinieblas.
Ra tiene el poder de cambiar la muerte en vida. Reitera esta operación
mágica cada mañana, en el lago de las llamas, en el encarnizado combate
contra sus enemigos, que intentan impedir que la luz otorgue de nuevo la
vida. También el mago libra esta guerra con los poderes de las tinieblas[34].
En primer lugar en la ceremonia de iniciación, luego de su actividad
cotidiana. Tiene necesidad de la luz divina para ser el que ilumina Egipto, el
Doble país rojo y blanco, el que rechaza la oscuridad, para llegar a ser el toro
de las montañas de Oriente y el león de las montañas de Occidente, el que
recorre cada día las extensiones celestes. Cuando él abre el ojo, surge la luz.
Cuando lo cierra, la noche se extiende sobre el mundo. Los dioses ignoran su
verdadero nombre[35].
Identificado con la luz que viaja a lo lejos, el mago despeja la ruta del sol
para poder caminar en paz[36]. Colabora así con la obra solar de cada día y
con la regeneración de la humanidad.
Según el antiguo Egipto, el estado más perfecto del ser, que corona el
proceso iniciático, es el akh, la personalidad luminosa, deslumbrante, con la
eficiencia sobrenatural. El cuerpo pertenece a la tierra, el akh al cielo. Es este
ser de luz el que Ra revela al mago capaz de contemplar el sol, de descubrir
lo divino contemplando el astro del día. Mucho más tarde, se calificará de
«iluminados» a los que hayan recibido esta iniciación; hoy, este término ha
legado a ser peyorativo. Se preferirá el de «hijos de la luz», expresión egipcia
que caracteriza al designar a su verdadero padre y confiriéndole la dimensión
sobrenatural de su función.

El mago astrólogo
La astrología egipcia es uno de los campos de investigación más difíciles
y más inexplorados[*]. «No hay seguramente otro país, escribe Diodoro de
Sicilia[37] hablando de Egipto, donde el orden y el movimiento de los astros
sean observados con tanta exactitud como en Egipto. Ellos (los astrólogos)
conservan desde hace un número increíble de años registros donde se
consignan estas observaciones. Allí se encuentran anotaciones sobre la
relación de cada planeta con el nacimiento de los animales y sobre los astros
cuya influencia es buena o mala… En la tumba de Osymandias, en Tebas,
había en el tejado un círculo de oro de 365 codos de circunferencia, dividido
en 365 partes; cada división indicaba un día del año, y al lado se habían
escrito las salidas y las puestas naturales de astros con los pronósticos que
fundaban sobre éstos los astrólogos egipcios».
El Zodíaco de Dendera, célebre documento que merecería una
interpretación más profunda, no es el único testimonio de la astrología
egipcia que, en la época alta, se centraba esencialmente en la persona del
faraón. Los horóscopos individuales no son atestiguados sino tardíamente.
Pero el mago se ha preocupado siempre por las relaciones entre su acción y
las disposiciones cósmicas. Según el capítulo 144 del Libro de los muertos,
presta atención a la posición de las estrellas en el cielo. Consulta los libros de
astrología en silencio y en secreto. No son accesibles, en efecto, más que a
iniciados de mucha edad. Contrariamente a lo que sucede hoy en día, la
astrología no está secularizada. Sigue siendo una ciencia de templo que sólo
manejan manos expertas y espíritus responsables.
Gracias al conocimiento de las leyes astrológicas, los bienaventurados
circulan a su voluntad por el cielo, por la tierra y por el imperio de los
muertos. El espíritu del mago les acompaña.
Cuando efectúa sus observaciones del cielo, el mago graba siete veces sus
huellas de los pies en el suelo. Recita siete veces fórmulas mágicas en honor
de la Cadera, es decir, de la Osa Mayor, orientándose hacia el norte, hacia el
eje del mundo[38].
Los conocimientos astrológicos son soportes necesarios del acto mágico.
La familiaridad con los astros es indispensable para utilizar las fuerzas del
cosmos, hasta el punto de poder aferrar la luz y agarrar la luna con las dos
manos[39], dicho de otro modo, de controlar su influencia en lugar de sufrirla.

Secretos muy bien guardados y exigencias


rituales
«Éste, afirma el capítulo 162 del Libro de los muertos, es un gran libro
secreto. No se deja ver a cualquiera, ¡eso sería un acto odioso! El que lo
conoce y guarda el secreto, sigue existiendo. El nombre de este libro es el
soberano del templo escondido».
Estas recomendaciones formuladas considerando a los practicantes de la
magia como profanos imprudentes, no impiden al adepto el acceso a los
secretos. Les impone el silencio con respecto a individuos torpes o
inadecuados.
Figura 6
En los dos registros inferiores, las formas de desplazarse en los espacios del otro
mundo: ya sea cabeza abajo, ya sea de pie. En el registro superior, Isis y Nephtis
sostienen a un ser semicircular que magnetiza un sol. Los dos grandes magos hacen
de esta forma circular en un universo como la luz de los orígenes. Los egipcios, en
efecto, consideraban la superficie terrestre (y no la tierra) como un plano horizontal
de percepción y el cosmos como circular o curvo. (La tumba de Ramsés IX).
Sabemos cómo fueron comunicados este libro y los secretos que contiene
a los magos de Egipto. El dios Thot había reunido a los mejores magos. El
candidato fue recibido entre ellos. Aclaró su boca, ingirió natrón y probó que
era capaz de unirse a la Enéada, la corporación de los nueve dioses
creadores[40]. Estaba sobreentendido que era capaz de realizar las
experiencias básicas con éxito. Ante el maestro mago que cumplía la función
del dios Horus, ataviado con una máscara de halcón, el candidato tuvo la
revelación de las palabras y las fórmulas que databan de la época de Osiris, el
ancestro primordial, que todavía continuaba vivo y reinaba sobre la tierra de
Egipto.
Primera prueba para verificar que el candidato entendía perfectamente lo
que le era confiado: vencer a una víbora cornuda.
Sangre fría, conocimiento de la fórmula sonora que hipnotizaba al reptil,
seguridad de mano para capturarla: el futuro adepto se enfrentaba a su
muerte.
Superada la prueba física viene la revelación metafísica. Los maestros en
magia revelan al adepto que dioses tan diferentes, es decir, tan opuestos,
como Ra el luminoso y Osiris el tenebroso, no son más que un único y mismo
ser. Es en el interior de la Casa de la Vida donde era invocado este dios
único, bajo el nombre de «Alma reunida». Era simbolizado por una momia
envuelta en una piel de carnero[41]. Contemplándola, el nuevo adepto
convocaba su propio espíritu y entraba en el camino de la resurrección.
No accede al conocimiento de los secretos y de la Unidad más que un ser
en estado de pureza. Es impuro quien es antiarmónico, antiviral. El hombre
está aprisionado en sus propias ligaduras, no es transparente a la vida de
forma natural. La magia le enseña a desatarse de las trabas que se impone a sí
mismo. La pureza exterior, la simple higiene tan apreciada por los sacerdotes
de Egipto, es una manifestación tangible de la pureza interior. También el
mago se lava frecuentemente. Estando su boca purificada, las palabras que
salen de ella lo están también. El acto de lavarse las manos, como el de
lavarse los pies, le liberan de las energías nocivas. Tus pies son lavados sobre
una piedra, al borde del lago del dios, indica el capítulo 172 del Libro de los
muertos. Así, pues, este acto ritual es considerado suficientemente importante
para ser realizado en el interior del templo. Además se lavaban los pies a un
rey en el marco de una grandiosa ceremonia, y es casi seguro que este rito
real haya inspirado la escena de los Evangelios en la que Cristo concede una
gran importancia al lavatorio de pies.
Una vez purificado, el cuerpo es digno de recibir una vestimenta ritual. El
capítulo 117 del Libro de los muertos es una fórmula específica para ponerse
la vestimenta ouab, es decir, «el Puro», un verdadero «cuerpo nuevo», con la
blancura inmaculada que el mago deberá guardarse de ensuciar con actos
contrarios a la armonía.
Al recibir esta vestimenta, el adepto se recoge e implora a las divinidades.
Les pide que las impurezas espirituales y corporales se alejen de él, que le sea
ofrecido el atuendo de pureza para la eternidad. Esta tradición será preservada
hasta las épocas más tardías de la civilización egipcia ya que, en un papiro
griego de la Biblioteca Nacional de París, se pide al mago que «se vista con
una vestidura de fino lienzo, que cante un himno y que recite una fórmula en
presencia de un médium que se encuentra ante el sol.»
Hoy como ayer, no se practica la magia de cualquier modo ni en
cualquier tipo de condiciones. Las exigencias rituales están indicadas así en el
Libro de la Vaca del Cielo[42], inscrito en columnas de jeroglíficos en las
tumbas reales del Imperio Nuevo: «Si un hombre pronuncia esta fórmula
según su propia costumbre, debe ser untado de aceites y ungüentos, con el
incensario lleno de incienso en su mano; debe tener natrón de una cierta
calidad detrás de sus orejas, y una calidad diferente de natrón en su boca;
debe estar vestido con dos piezas de vestiduras nuevas, después debe lavarse
en el agua del viñedo, calzarse sandalias blancas y haberse pintado la imagen
de la diosa Maat (la armonía universal) con tinta fresca, en la lengua».
Otras precisiones complementarias[43]: «Que se lea esta fórmula siendo
puro y sin mancha, sin haber comido carne de res o de pescado y sin haber
tenido relaciones con una mujer».
Preparado de esta forma, respetuoso de las estrictas reglas, el mago es
apto para tratar en el suelo el dibujo sagrado en el que se inscriben, bajo
forma de símbolos, las fuerzas que él manipula. En «la sala de los dos Maat»
(es decir, de las dos verdades, la cósmica y la humana), vestido con ropas de
lino, cubierto con galena, debidamente purificado, untado con mirra, calzado
con sandalias blancas, el mago hace la ofrenda de las vacas, de las aves, de la
resina de terebinto, del pan, de la cerveza y de las legumbres. Después traza
el dibujo ritual conforme a lo que se encuentra en los escritos secretos, sobre
un suelo puro, recubierto con una capa blanca de mantillo que no haya sido
pisado por cerdos ni cabras[44]. Los constructores de la Edad Media actuaron
de la misma forma al trazar su «leyenda de oficio», el cual, en algunas logias
iniciáticas de la francmasonería contemporánea, es efectivamente recreado en
cada sesión de trabajo.
El mago es, pues, un verdadero Creador designado para concebir un plan.
Ciñe alrededor de su frente «la cinta del conocimiento» y hace esta
sorprendente declaración: «Mis pensamientos son los grandes encantamientos
mágicos que salen de mi boca.»[45]
Con anterioridad, pasaba por un rito de resurrección durante el cual se
acostaba sobre un manto de rosas, convirtiéndose en una momia viva que
entra mágicamente en contacto con los poderes superiores. El mago revive la
pasión de Osiris, que vuelve del más allá y de la muerte[46].

El tribunal divino, los guardianes de las puertas,


el barquero
Si un mago recita el libro secreto, en el suelo, a favor de un hombre, este
último no será desollado por lo genios que atacan, en cualquier lugar, a quien
comete el mal. No será decapitado, no morirá por el cuchillo del dios Seth, no
será llevado a ninguna prisión. Se presentará sereno ante el tribunal divino
que espera a todo ser al final de su existencia terrestre, y saldrá de allí,
justificado, liberado del terror de la injusticia[47].
Figura 7
El texto jeroglífico horizontal (en lo alto) evoca la ofrenda que hicieron el rey y
Osiris. En las columnas de la derecha son nombradas las ofrendas. Destaca sobre
todo en la parte de la izquierda, la puerta coronada con los ojos llamados
«completos». Esta puerta separa los dos mundos, el nuestro y el «otro». El «muerto»
que se encuentra en el sarcófago, si ha superado las pruebas impuestas por la
Puerta, ser vivo y sus guardianes, llegará a estar vivo para siempre. Es él quien, a
su regreso, mostrará el camino a los del «otro lado». (Sarcófago del Imperio Medio)

Éste es, desde luego, uno de los grandes servicios prestados por la magia:
permitir al hombre justo presentarse con la frente alta, sin temblar, ante sus
jueces. Algunos egiptólogos, preocupados tal vez por su propio caso, han
acusado a los egipcios de ser «falsificadores». Estos habrían engañado a los
dioses abusando de la magia. Realmente una ingenuidad que desarma. Es la
magia del conocimiento la que el tribunal pone a prueba, no los «trucos» de
un ilusionista de feria. Si el hombre no posee las leyes de esa magia, está
efectivamente desarmado y condenado por anticipado a revivir un nuevo
ciclo material, sin que eso implique una reencarnación en el sentido habitual
del término.
Otros peligros acechan al adepto en los caminos del otro mundo. Para
pasar las cuatro fronteras del cielo, el viajero debe convencer a sus
guardianes de que le dejen la vía libre. También les recita las palabras de
aquellos cuyo lugar es secreto[48]. Numerosos capítulos de los Textos de los
sarcófagos[49] evocan a estos personajes siniestros, a menudo armados con
cuchillos, vigilando lagos en las profundidades insondables, caminos que se
pierden en las tinieblas, intersecciones donde uno se desorienta. Solo la
magia aniquila el poder de estos inquietantes genios.
Otro personaje exige del viajero del más allá cualidades mágicas de
primer orden. Se trata del barquero que está en posesión el tesoro entre los
tesoros: la barca. Gracias a ella, se atraviesan las extensiones acuáticas de los
paraísos celestes. Cuando el iniciado exige utilizar la barca[50], el barquero le
somete a un riguroso interrogatorio: «¿Quién eres tú?» le pregunta. «Yo soy
un mago», responde el adepto. Está «completo, equipado, disponiendo del
uso de sus miembros». Esta afirmación se juzga insuficiente. Es preciso que
pruebe su cualidad de mago nombrando diferentes partes de la barcaza
dándoles sus correspondencias mitológicas y esotéricas. No hay ninguna
posibilidad de lograrlo para el profano. El mago adiestrado en la materia lo
consigue. También manda en las ciudades del más allá, delimitará el
inventario de las riquezas del otro mundo y las ofrecerá a los pobres que
tienen necesidad de ella sobre la tierra. Es decir, que la posición social del
mago es elevada: no es solo un «intelectual» sino también un gestor cuyas
competencias son puestas al servicio de los más desfavorecidos, aunque se
trate de un recurso económico muy extraño.
Sin embargo, el barquero no está todavía satisfecho. Exige del mago un
saber matemático, que se traduce en la capacidad de contar con los dedos.
Cada dedo, cada «acto numérico» tiene un «profundo significado»[*]. No se
trata de un simple cálculo mental, sino de una creación del mundo por los
Números y no por las cifras.
Otra pregunta del barquero al mago: «¿De dónde vienes?». Respuesta:
«De la isla del fuego», es decir, del lugar del universo donde el sol libra, cada
mañana, un combate victorioso con los enemigos de la luz. Nacido del sol, el
mago tiene un temperamento de guerrero y vencedor. Lo ha demostrado.
Dato primordial: el mago revela al barquero que ha descubierto el taller
naval de los dioses donde yace la barcaza en piezas sueltas. ¿No tiene una
analogía esto con el Osiris desmembrado? Sin embargo, el mago sabe cómo
reconstruirla. Posee el arte supremo.
Vencido por tanta ciencia, el barquero cede. Cumple las exigencias
formuladas por el mago, posee la barcaza a su disposición y regresa a su
puesto, esperando poner a prueba al próximo viajero.

Salir al día
«El que conoce el libro de la magia, puede salir al día y pasearse sobre la
tierra entre los vivos. No morirá jamás. Esto se ha comprobado eficaz
millones de veces.» [51]
Millones de magos egipcios, eternamente vivos, nos rodean. Han «salido
al día», a la luz, porque el poder mágico estaba con ellos, permitiéndoles
hacer desaparecer toda traba a su libertad de movimientos[52]. Sin duda, no
han tomado jamás forma humana, sino que, como bien sabía Gérard de
Nerval, se ocultan bajo la piedra, la madera o el metal.
La «salida al día» está presente en el ritual cotidiano de los templos. Por
la mañana, cuando el sacerdote abre las puertas de la naos que contiene la
estatua divina, pronuncia estas palabras: «Abiertas están las puertas del cielo,
abiertos los cerrojos de las puertas del templo. ¡La casa está abierta para su
señor! ¡Qué salga cuando quiera salir, que entre cuando quiera entrar!»[53].
En el más allá es esencial caminar sobre los pies y no sobre la cabeza.
Hay fórmulas mágicas que evitan al iniciado esta grave contrariedad y le
permiten recorrer normalmente los caminos de agua y de tierra del otro
mundo formando parte del séquito del dios Thot.
El mago avanza sobre los hermosos caminos del Occidente bajo la forma
de un ser de luz, habiendo adquirido y experimentado todos los poderes sin
convertirse en esclavo de ellos. Es identificado con el joven dios nacido en el
Hermoso Occidente, venido de la tierra de los vivos, habiéndose liberado del
polvo del cadáver, repleto su corazón de magia, aplacada su sed de
conocimiento. Navega hacia el campo de los rosales, uno de los paraísos
celestes[54]. Va y viene por los campos, las ciudades y los canales del más
allá. Ara, ve a Ra, Osiris y Thot cada día, tiene poder sobre el agua y sobre el
aire, hace todo lo que desea, como iniciado de la abadía de Telemo. La vida
está en su aliento, no morirá jamás, vive en el campo de las ofrendas en el
que están delimitadas sus propiedades para la eternidad. Ha realizado su
deseo: llegar a ser mago[55].
Capítulo II

Los poderes del mago


El mago de Luxor y sus hijos no estaban sorprendidos en absoluto por los
viejos textos que yo evocaba. Encontraban allí el eco de una práctica secular,
transmitida de generación en generación. ¿Quién podría dudar de los
inmensos poderes de un mago fundados sobre sus capacidades de
conocimiento? Su único verdadero temor, en este mundo como en el otro, es
ser privado de sus aptitudes mágicas por la intervención de cualquier poder
maléfico. Pero dispone de una fórmula especial para alejar el peligro: «No
permitir que el poder mágico de un hombre le sea arrebatado en el reino
subterráneo»[56].
Adquirida esta certeza, es preciso combatir el mal siempre que intenta
alcanzar a los seres en situación de menor resistencia. El mago, haciendo
referencia a combates acaecidos en el mundo divino, aleja las influencias
nocivas, como el mismo dios Ra se salvó del espantoso cocodrilo de Sobek,
como el mismo Horus se salvó de su hermano asesino Seth, como el mismo
Thot se salvó del lúbrico Bebon[57].
Combatir el mal precisa técnicas elaboradas. El mago extrae la fuerza
perniciosa del cuerpo del individuo enfermo y la transfiere a otra parte, por
ejemplo, a un animal. Aparece tanto bajo la forma de varón como de hembra.
Esto se debe a que el mago desconfía particularmente de los espectros y
almas errantes, multiformes, difíciles de identificar. Amenaza con destruir las
tumbas de las que provienen, para privarles de su «base» terrestre, o de
suprimir sus ofrendas, para hacerles morir de hambre.
Se comprende que el renombre de los magos de Egipto se haya extendido
con tanto auge por todo el mundo antiguo. Según los autores griegos y
latinos, ellos sabían curar enfermedades, utilizar a los simples, predecir el
futuro e incluso provocar la lluvia[58]. Los verdaderos poderes mágicos
fueron por desgracia reducidos a operaciones sencillas como el hecho de
otorgar a una mujer una soberbia cabellera que nunca encanecerá o bien echar
un mal de ojo a un enemigo para volverle calvo. El papiro de Leiden[59]
expone así una serie de prácticas espectaculares: hacer adivinación, rechazar
a los espíritus malvados, fabricar ungüentos, favorecer los sueños, enamorar a
una mujer, atraer sobre sí la buena fortuna, cegar o dejar tuertos a los
enemigos, utilizar una fórmula para rechazar el miedo que agobia a un
hombre de día y de noche. Todo esto descansa sobre bases tradicionales que
se han ido olvidando poco a poco.
Para consagrarse a la adivinación, se utiliza un recipiente lleno de agua.
Identificado con Horus anciano, gran dios cósmico, el mago interroga a los
dioses por mediación de un joven médico que lleva en él la verdad. El mago
le ordena abrir los ojos, a fin de que vea la luz. Es preciso alejar a cualquier
precio las tinieblas del médium para que su espíritu penetre en el mundo de
los dioses y encuentre allí la respuesta a la pregunta planteada. El recipiente
es un excelente soporte para comunicar con el cielo y el mundo intermedio.
El mago es capaz de adormecerse, provocando un sueño hipnótico
situándose ante una luz, o bien contemplando la luna o bien recitando siete
veces una fórmula mágica.
Entre las técnicas mágicas oficiales, el oráculo conoció un gran éxito en
el Egipto del Imperio Nuevo y en la Época Baja. El mago de Estado plantea
preguntas a una estatua divina de la que espera una respuesta, concretada a
veces en un gesto, cuando la efigie sagrada inclina la cabeza para decir «sí» o
«no». En pequeños oratorios, los clientes «privados» consultaban a las
divinidades ya fuera de forma oral o por escrito, sobre temas cotidianos que
han preocupado siempre a la humanidad: la promoción social, el futuro, los
bienes materiales, el amor.
Toda adquisición de poder mágico, no está de más recalcarlo, descansa
sobre el proceso de identificación abundantemente ilustrado en los textos
egipcios. El mago «se convierte» en las fuerzas que crean el mundo, por
ejemplo, la Abundancia personificada. No en beneficio propio, sino para
hacer que un paciente se beneficie de los efectos benéficos de su arte.

Magia de los templos y de las ciudades


La magia está omnipresente en los templos. Por la práctica de los rituales,
por el significado mismo de la arquitectura y la escultura, pero también en
razón de una sorprendente realidad: las imágenes grabadas sobre los muros
están vivas, animadas. Toman vida cuando las palabras rituales se
pronuncian. En la ceremonia de la mañana, la más importante de la jornada,
la imagen del faraón, en el mismo instante y en todos los templos de Egipto,
«desciende» de las paredes en las que está inscrita y se encarna en el cuerpo
del sacerdote encargado de actuar en su lugar.
Según una estela de la época de Ramsés IV, incluso los templos están
protegido mágicamente por amuletos, fórmulas, de suerte que todo mal sea
expulsado de su cuerpo. Cuerpo es la palabra justa, ya que cada santuario es
considerado un ser vivo.
Lo que se encuentra en los templos (estelas, bajorrelieves, mobiliarios,
etc.) como en las tumbas debe ser preservado mágicamente. Quien pusiera la
mano sobre estos objetos o sobre los decretos administrativos registrados
sobre las paredes de los monumentos perecería bajo la espada de Amón o el
fuego de Sekhmet, la diosa-leona.
Las ciudades como los templos, gozaban de una protección mágica. El
caso de la aglomeración tebana es característico[60]. Tebas, Hermontis,
Medamud, Tôd, eran los cuatro santuarios del dios Montu. El de Medamud
guardaba cuatro estatuas, hogar mágico para el conjunto de la región. Un
texto explica que «Amón-Ra, líder de los dioses, está en medio del Ojo
derecho, completo en sus elementos… Lo que Tebas es, Medamud lo es. El
Ojo completo en sus elementos debido a que su Majestad, Amón-Ra, está en
nombre de los cinco dioses que hacen existir a Tebas como un Ojo derecho
completo. Los cuatro Montu están a su cuidado. Están reunidos en esta
ciudad para rechazar al enemigo de Tebas.» Los Montu, divinidades
guerreras, tienen la función de proteger Tebas, mirada abierta sobre el
mundo, de sus enemigos visibles e invisibles. Tebas, en efecto, está
considerada como el Ojo sano y completo, el oudjat, llevado a menudo como
amuleto. El plano de los templos tebanos, más particularmente el de
Medamud, encarna este Ojo cósmico, clave principal del simbolismo egipcio.
No olvidemos que el signo del Ojo único, en jeroglíficos, significa «hacer,
crear».
Existe también una fórmula para la protección de la morada familiar y de
sus elementos, la ventana, los cerrojos, el dormitorio, la cama… A cada lugar
de la casa está destinada una divinidad protectora: un halcón hembra, Ptah,
jefe de los artesanos, «aquel cuyo nombre está oculto», y otros genios. Así,
los enemigos no entrarán allí ni de día ni de noche[61].

Vencer a la muerte
El mago es «especialista» de la vida como de la muerte. Cuando el alma
deja el cuerpo, todo se desune. Los elementos constitutivos del ser, unidos
hasta entonces por el fenómeno «vida», ya no conviven. Además, la muerte
es un paso muy peligroso, ya que los diferentes elementos corren el riesgo, al
otro lado del espejo de permanecer disociados. Se da entonces la «segunda
muerte», la extinción definitiva del ser. De ahí la necesidad de la acción
mágica: preservar la coherencia del ser durante el paso de este mundo al otro,
hacerlo revivir en el otro lado en su plenitud.
La momificación es un acto mágico. Se tiene cuidado, especialmente en
conservar las vísceras en recipientes especiales, los canopes. Cada recipiente
está colocado bajo la protección de una divinidad, uno de los hijos de Horus,
en nombre de los cuatro Imseti, con cabeza de hombre, protege el hígado;
Hapi, con cabeza de babuino, los pulmones; Douamoutef, con cabeza de
perro, el estómago; Qebehsenouf, con cabeza de halcón, los intestinos. No
son solo los órganos materiales los que se benefician de los favores divinos,
sino también los principios sutiles que cada uno guarda. El ser, según el
esoterismo egipcio, está compuesto de diversas «cualidades», de las cuales
las más conocidas son el akh, la proyección, el ba, el poder de encarnación, y
el ka, la potencia vital. Existe también el heka, la capacidad mágica del
individuo[*]. Cada elemento tiene una existencia independiente. El arte del
mago consiste en hacerlos pasar a todos por las puertas del cielo, de modo
que el ser completo pueda ir y venir, dirigirse hacia la luz[62].
Según la extraordinaria expresión de los Textos de las pirámides[63], el
muerto no está realmente muerto, sino vivo. Esta constatación se aplica al rey
y a los iniciados regenerados por los ritos. La magia funeraria tiene por
objeto esta vida resucitada que necesita el perfecto funcionamiento del
corazón-conciencia, de los órganos vitales, el libre desplazamiento en los
espacios celestes, el disfrute de las sutiles energías contenidas en los
alimentos y en las bebidas servidos en los banquetes del más allá[64].
Si el mago no fuese un maestro en su arte, sería una catástrofe cósmica.
El sol ya no saldría, el cielo se vería privado de los dioses, el orden del
mundo se vería invertido. El culto ya no se celebraría, el ritmo de todas las
cosas estaría perturbado[65]. Como dueño de la energía, el mago permite a las
fuerzas luminosas manifestarse en su plenitud. Uno de sus nombres más
frecuentes es «poderes de Heliópolis», la ciudad del sol. Estos engendran la
prosperidad. Cuando la energía está desequilibrada, estos poderes no se
manifiestan. Los niños ya no nacen[66].
Preservación y transmisión de la vida son acciones mágicas. Por ellas
están animados cuerpos aparentemente inertes. Una estatua, por ejemplo,
parece no ser más que un objeto de piedra. Por el rito de «la apertura de la
boca», la estatua cobra vida. Una presencia espiritual la habita. En las
mastabas, las tumbas del Imperio Antiguo, el serdab, reducida pieza, guarda
una estatua —viva— del muerto. El ka del difunto está presente en esta
estatua. Se beneficia del recitado de las fórmulas que le proveen de la energía
que necesita.
Los famosos «modelos» depositados en las tumbas no son Juguetes, sino
objetos mágicos: por ejemplo, las barquitas de madera con sus remeros pasan
a ser, en el más allá, medios de transporte muy reales que permiten al viajero
bogar sobre las aguas eternas del cosmos.
La vida está amenazada por fuerzas hostiles, especialmente por almas
escapadas de las tumbas, debido a errores mágicos o insuficiencias rituales.
Vagan causando graves daños físicos o psíquicos. Al mago que los neutraliza,
el que aprende, en el interior de la Casa de la Vida, los secretos de lo
invisible. Al que conoce la estatuilla llamada «Vida», que es el corazón de
esta institución iniciática, se le dice: «Tú estarás al abrigo del cielo, éste no se
derrumbará y la tierra no se tambaleará, y Ra no se convertirá en cenizas
junto con los dioses y las diosas»[67] Esta estatuilla «Vida» está momificada,
luego recubierta con capas de ungüentos y de una sustancia llamada «piedra
divina» y por fin extendida sobre un féretro. Se la consagra antes de abrirle la
boca y colocarla en una piel de carnero, una «piel de resurrección». La
«Vida», protegida de este modo se conserva en una tienda de la Casa de la
Vida en la que es constantemente regenerada por medio de los ritos.[68]
De forma simbólica, la Casa de la Vida es un corazón de arena que
circunda un muro, abierto con cuatro puertas. En el interior, se levanta una
tienda para guardar un relicario que contiene una momia de Osiris.
Alrededor, numerosas construcciones: viviendas, almacenes, talleres donde
se forman los especialistas llamados a cumplir funciones rituales.
En Egipto la magia de los ritos no es una simple palabra. Otorga
efectivamente la vida, vence a la muerte. El mago dispone sobre la momia
amuletos, después de efectuadas las acciones. Así hace pasar al «muerto» de
su cuerpo humano a su cuerpo divino. Los vendajes que envuelven a la
momia dependen de una diosa Tait, cuyo papel consiste en preservar el
cuerpo de la descomposición. Tait es también la diosa que crea las vestiduras
reales[69]. Dicho de otro modo, ella confiere al individuo momificado
ritualmente una cualidad real.
Figura 8
Representación simbólica de la Casa de la Vida, donde los magos aprendían su arte.
El cuadrado está delimitado por los cuatro puntos cardinales (el Oeste arriba, el
Oriente abajo, el Norte a la derecha, el Sur a la izquierda). En el recinto interior, el
nombre de las fuerzas divinas encargadas de la protección de la Casa de la Vida. En
el centro del rectángulo interior, la figura de Osiris, cuyo nombre secreto está
representado por el jeroglífico, arriba a la derecha: «Vida». El objetivo de los
iniciados de la Casa de la Vida era en efecto nada menos que crear ritual y
mágicamente la Vida. (Papiro SALT 825, edición P. Derchain, fig. XIII b)

La apertura de la boca y la apertura de los ojos son actos que transforman


el cadáver en ser vivo. El mago practica la apertura de la boca con un hacha
de hierro, después de fumigar, colocando incienso en una llama, y purificar
con el agua de la juventud[70]. Se le pide a Ptah, padre de los dioses, que
favorezca la apertura de la boca y de los ojos como hizo con el dios Solaris,
en el taller de los escultores de Menfis llamado «la morada de Oro»[71]. Una
de las ilustraciones más bellas de este rito se encuentra en la tumba de
Tutankhamon, donde el rey Ai, vestido con una piel de pantera, abre la boca
del joven rey muerto representado como Osiris.
Punto capital: el sarcófago no tiene ni tumba ni lugar cerrado. Él está
considerado como un barco y como el vientre del cielo. En el Imperio Medio
se pintaban falsas puertas en el exterior y pintaban dos ojos a la altura de la
cara de la momia. El espíritu del «muerto» entra y sale del sarcófago. La
tumba, por tanto, es un lugar de paso. La falsa puerta, situada en principio en
la parte oriental de la mastaba, hace de comunicación entre este mundo y el
más allá. El espíritu pasa a través de la materia.

El nombre, clave del poder mágico


El conocimiento del nombre es el verdadero conocimiento. Pronunciar el
nombre es construir una imagen espiritual, revelar la esencia del ser.
Nombrándolo, creamos. Al conocer los verdaderos nombres, que están
ocultos al profano, experimentamos su dominio.
Lo más grave para un ser es ver destruido su nombre. También la magia
toma todo tipo de precauciones para que el nombre dure eternamente[72]. Los
elementos del nombre; las letras que lo componen, son sonidos portadores de
energía. Cuando el mago habla de forma ritual, utiliza esos sonidos como una
materia animada, actúa sobre el mundo exterior, lo modifica si es preciso.
Cada ser —incluidas las divinidades— posee un nombre secreto. El dios
solar Ra, no es la excepción a la regla. Su padre y su madre le habían dado su
verdadero nombre, oculto en su nacimiento[73]. Ciertos nombres secretos son
revelados por los textos en el transcurso de curiosos episodios. Así, Horus
navegaba en una barca de oro en compañía de su hermano. Este último fue
mordido por una serpiente. Le pidió a Horus que le socorriese. El dios dijo:
«Revélame tu nombre». Solo con esta condición, Horus médico haría venir al
gran dios con objeto de iniciar el proceso de curación. En estas condiciones,
su hermano está obligado a ceder. Confiesa: «Yo soy el ayer, el hoy y el
mañana», «yo soy un hombre de un millón de codos, cuya naturaleza es
desconocida», «yo soy un gigante»… Horus escucha esta letanía, pero
permanece escéptico. El verdadero nombre no figura entre aquéllos. El otro
cede. Por fin se sincera y le da su nombre secreto: «El día en que una mujer
encinta puso un hijo en el mundo»[74]. Horus pronuncia entonces la fórmula
de curación. Sin duda hay que ver en este relato una ilustración simbólica de
lo andrógino, de ese ser hombre-mujer que existía en el alba de los tiempos,
antes de la separación del espíritu en «hombre» y «mujer».
El ejemplo más célebre de la búsqueda del nombre secreto se nos ofrece
con la leyenda de Isis y Ra. La diosa tenía por fuerza que descubrir el
verdadero nombre del dios Luz. Solo existe un arma eficaz para conseguir sus
fines: la magia. Como Ra tenía ya mucha edad, su saliva caía sobre el suelo.
Isis utilizó este valioso material. Lo modeló con su mano, con ayuda de la
tierra que se adhería a él. De esta masa hizo una serpiente que situó en el
camino por donde Ra pasaba. Mal protegido por su séquito, el dios sol fue
picado por el reptil. Muy sorprendido, Ra lanzó un grito que llegó hasta el
cielo. «¿Qué sucede?», se extraña el señor de la luz. Tiembla, balbucea. El
veneno circula por sus venas, se adueña de su cuerpo. Apela a los dioses. Que
vengan a su lado, ellos que han nacido de su ser. Ra explica que ha sido
picado por una criatura dañina. No la ha visto, no la conoce. No ha sido
creada por él. Escapa a su control. Ra sufre atrozmente. Nunca había sentido
un dolor parecido. Pronuncia palabras que cada mago repetirá cuando se
identifique con el dios: «Yo soy un Grande, hijo de un grande, soy una
simiente que ha nacido de un dios. Soy un gran mago, hijo de un gran
mago… Tengo muchos nombres y muchas formas, mi forma está en cada
dios.».
Ra se desahoga. Su padre y su madre le han ofrecido un nombre que ha
permanecido secreto, en lo más profundo de sí mismo. Es por eso que ningún
mago, ninguna maga, tiene poder sobre él. Pero ha sido alcanzado por una
dolencia que no conoce, mientras paseaba por la tierra que él ha creado. ¿Qué
es este dolor insoportable? No es ni fuego, ni agua. Su cuerpo tiembla. El frío
comienza a invadirle.
«Que se haga comparecer a los niños de los dioses, ordena, los que
pueden decir palabras adecuadas, aquellos cuyas bocas son sabias, cuya
habilidad alcanza el cielo». Que se apresuren todos, que intenten socorrer a
Ra.
Una diosa era famosa por sus cualidades mágicas excepcionales y su
capacidad de otorgar el soplo de vida, reanimando al que ya no respiraba:
Isis. Esta vino y preguntó a Ra: «¿Qué sucede? ¿Qué significa esto?» Se ha
comprobado que una serpiente ha mordido a Ra. Ella conjuró, pues, al
veneno con un encantamiento apropiado.
El estado de Ra se agrava. Está más frío que el agua, más ardiente que el
fuego. Sus miembros están cubiertos de sudor. Ya no ve.
Isis se acerca a él. Felina, murmura: «¡Dime tu nombre, divino padre!».
Ella lo necesita, en efecto, para formular la conjuración que permitirá a Ra
permanecer con vida. El dios responde: «Yo soy aquél que hizo el cielo y la
tierra, encadenó las montañas y creó lo que está arriba». Añade que ha puesto
en el mundo los elementos, los horizontes, ha colocado a las divinidades en el
cielo. Cuando él abrió los ojos, nació la luz. Cuando los cierra, se forman las
tinieblas. Él genera el fuego, los días, los años, las flores. Pero su nombre
sigue siendo desconocido. Se sabe que se llama Khepri por la mañana, Ra a
mediodía, Atum por la tarde… Pero esto no basta para detener el veneno. El
gran dios no ha sido curado.
Isis le confirma: «¡Tu nombre secreto no está entre los que me has dicho!
Confiésamelo y el veneno saldrá.» El estado de Ra se deteriora cada vez más.
«Acerca tu oído, hija mía, dice a Isis, para que mi nombre pase de mi pecho
al tuyo».
Ra revela pues, su nombre secreto a Isis. Desgraciadamente el oído de los
hermanos no era lo bastante fino para percibir las palabras pronunciadas por
el dios. Solo la diosa conoció la confidencia. Para conocer el secreto, para
entender la palabra perdida, hay que ser iniciado en los misterios.
Cada ser humano siente la misión de buscar y conocer el nombre secreto
que le fue confiado en el momento de su nacimiento y del que debe hacerse
digno. Pasar victoriosamente la prueba de la muerte es hacer que este nombre
perdure como el de Osiris. La importancia de un nombre es tal que está sujeto
a culpa, como valor sagrado, por los tribunales. Por eso se cambia el nombre
de los criminales culpables de haber violado un lugar santo o de haber
intentado edificar una morada más elevada que la de los dioses. Primer grado
de castigo excluir del nombre del acusado el del dios que podría ser
mencionado con él. En el complot perpetrado contra el faraón Ramsés III, los
criminales habían utilizado la magia para asesinar al monarca. También se les
cambiaron sus nombres haciéndolos odiosos, en adelante se llamaron «Ra-el-
odioso», «maldad-en-Tebas», «el demonio». Estos nombres espantosos son
castigos en sí mismos. Se puede ir más lejos y suprimir todo recuerdo del
culpable haciéndole desaparecer, ya que el nombre es un elemento esencial
para la supervivencia. El muerto sin nombre está condenado a la segunda
muerte. Es destruido en su ser profundo[75].
En el reino de los muertos hay que recordar ante todo el propio
nombre[76]. El mago se presenta como un constructor que merece un sitio
preeminente en el cielo. Su nombre ha sido pronunciado en los templos. Él se
ha acordado por la noche de contar los años y los meses, en el momento de su
iniciación a los misterios cuando fue identificado por sus iguales como un
adepto. Precisa a los dioses que su nombre es un dios que reside en su
cuerpo[77]. A los seres de luz que encuentra en el cielo, declara: «Yo conozco
vuestro nombres»[78].
Pero el «verdadero nombre» de los dioses no es pronunciado jamás ante
profanos. De vez en cuando, se da la sensación de revelarlo recitando una
sucesión de sonidos incomprensibles que no significan nada. Los iniciados de
la Casa de la Vida desalentaban de este modo a los curiosos que deseaban
adquirir poderes personales y no descifrar el sentido profundo de los
jeroglíficos. En efecto, cada nombre divino está formado por letras-madre
que dan el significado esotérico de cada personalidad divina. Tomemos un
ejemplo. El nombre del dios chacal Anubis está formado de una i, de una n y
de una p, lo que hace inp, de donde, con la introducción de vocales para que
se pueda pronunciar da Anubis (a para i, que es una semiconsonante en
egipcio, b intercambiada por p). Ahora bien, el papiro Jumilhac explica
claramente que cada letra de las que forman el nombre de Anubis tiene un
significado preciso. Por ellas, el dios tiene poder sobre el soplo vital, la
energía y la materia, tres cualidades indispensables para cumplir su papel de
embalsamador, de iniciador y de maestro de ceremonias en los ritos de
resurrección.
Conocer los nombres secretos da acceso a los paraísos celestes[79] cuyas
puertas son abiertas por Ra y Nout. En cada puerta del más allá el mago debe
probar que conoce el nombre del guardián y de la puerta misma. Es necesario
dar detalles. Guardián del umbral, Anubis pregunta a los que desean entrar:
«¿Conoces el nombre del dintel y del umbral?», hay que responder: «Señor
de la rectitud que se sostiene sobre sus dos piernas» (nombre del dintel) y
«señor de la fuerza que introduce el ganado» (nombre del umbral). Como en
todas las cofradías iniciáticas, el viajero está experimentado[80]. Si sus
conocimientos son suficientes, se le dice: ¡«Pasa, porque tú sabes»!
Es preciso escapar de los pescadores que cogen en sus redes las almas de
los muertos. Para ello, el mago demuestra que conoce el nombre oculto de
cada una de las partes de la red, de la cual, por consiguiente, no tendrá nada
que temer[81].
Nacida sobre el suelo de Egipto, la religión cristiana no olvidó la magia
del nombre. El mago copto se identifica con Cristo, con María, ordena a los
dioses, a los espíritus y a los ángeles, amenaza al diablo, ruega, todo ello
invocando los «verdaderos nombres» gracias a los cuales espera obtener una
eficacia plena.
Capítulo III
Los instrumentos mágicos

Los amuletos
Vivos y muertos gozan de la proyección de los amuletos que llevan sobre
sus cuerpos. A menudo representan a grandes divinidades (Ra, Horus, Osiris)
que garantizan un excelente viaje por los cielos, la seguridad, la salud y toda
suerte de felicidades compatibles. Un amuleto está «inscrito» sobre diversos
soportes, como, por ejemplo, papiros o tela. Se le anuda o se le cuelga con un
cordoncillo alrededor del cuello: lo importante es estar en contacto con él.
Cuando el mago crea un amuleto, introduce en el objeto fuerzas
esenciales para preservar la vida y garantizar la inmortalidad de un cuerpo o
de una momia. Con objeto de proteger por completo a esta última, hay que
utilizar ciento cuatro amuletos diferentes. Atados a los dedos de los pies o a
los pies, hacen circular la fuerza mágica a través de todo el cuerpo antes de
llegar a la cabeza[82]. Protegen del mal bajo todas sus formas.
Es por eso que una buena madre de familia tiene un conocimiento
profundo de la magia de los amuletos, los cuales utiliza para poner a su niño
al abrigo de los peligros exteriores. También favorecen el amor, la vitalidad y
el éxito en el trabajo.
Oro, bronce, cristal, barro y piedra son utilizados en la fabricación de
amuletos. El papiro mágico de Leiden indica la manera de confeccionar un
excelente talismán: se toma una cinta de lino de dieciséis cabos (cuatro
blancos, cuatro verdes, cuatro azules, cuatro rojos), se tiñe con la sangre de
una abubilla y se ata a un escarabajo en actitud de dios solar, vestido de biso
(tejido de seda y lana). De este modo, es todo el universo religioso del
antiguo Egipto el que se revela en el pequeño mundo de los amuletos; vemos
en él una pléyade de divinidades, animales sagrados, elementos reales que
confieren al difunto la categoría de faraón (por ejemplo, las coronas reales),
conceptos abstractos como la Vida, la Salud, la Fuerza (simbolizadas por la
«llave de la vida», el papiro), el corazón-conciencia, la mutación del ser
encarnado en el escarabajo y la estabilidad en una columna. Objetos
corrientes tienen un significado profundo: la escalera permite subir al cielo, el
cabecero permite un sueño regenerador al resguardo de los demonios, los
instrumentos de los constructores (tablero de diseño, nivel, escuadra, hilo de
plomo) revelan la manera cómo trabajan los Creadores.

Figura 9
Diversos símbolos mágicos utilizados en amuletos: a la izquierda, el ojo-ouadjat, ojo
«completo» y perfecto que otorga al iniciado una visión total de la realidad; a la
derecha, Nephtis cuyo nombre significa «la soberana del Templo», magnetiza el
signo chen, el de la protección mágica que evitará que su poseedor sea «disociado»
por las fuerzas negativas. Está instalado bajo el signo del oro, materia que
constituye la carne de los dioses. (Las capillas de Tutankhamon)

Como es norma dentro de la magia, es el Verbo quien confiere su realidad


a los amuletos. Así, los capítulos 155 a 160 del Libro de los muertos se
titulan: «Palabras a pronunciar sobre una columna-djed de oro colocada en el
cuello del bienaventurado, sobre un nudo de jaspe rojo colocado en el cuello
del bienaventurado, sobre un collar de oro colocado en el cuello del
bienaventurado…» Bienaventurado, en efecto, el que se beneficia de tal
seguridad contra las fuerzas del mal. La columna—djed merece una atención
especial. Con motivo de una grandiosa ceremonia primordial dentro de la
magia de Estado, el faraón enderezaba una columna tumbada sobre el suelo.
De este modo recreaba la columna vertebral de su reino. En efecto, esta
columna es el eje secreto del cuerpo de Osiris. Permite al Estado ser estable,
conforme al modelo divino. Sobre la columna—djed, se pronuncia esta
fórmula: «Tu espalda te pertenece, tú que tienes el corazón en reposo; tus
vértebras te pertenecen, tú que tienes el corazón en reposo. Tú te acuestas
sobre la orilla, yo pongo agua debajo de ti. Mira, yo te entrego la columna
—djed, de forma que te diviertas con ella»[83]. Fórmula enigmática, cuya
finalidad es permitir al ser enderezarse, adoptar la vertical, alcanzar la
estabilidad necesaria para perdurar.
Antes de pronunciar las fórmulas sobre la columna, el mago la coloca
sobre un ladrillo de arcilla. Se le prepara un nicho en el muro oeste de la
tumba y se le coloca mirando al este. Se cierra luego el muro con tierra
impregnada de aceite de cedro. La columna es invisible, pero está presente.
Gracias a ella, la columna es inmutable y se convierte en una morada de
eternidad[84].
Algunos amuletos son sorprendentes, como la «mano de Atum», diosa
que ahuyentó la tempestad del cielo y que nos recuerda la masturbación
primordial del creador. Esta mano, calificada de «Poderosa», ayuda a la luz a
vencer al demonio de las tinieblas. Expulsa el sufrimiento, la impureza[85].
También, en ausencia de la madre o de la nodriza del niño, coloca sobre éste
una mano amuleto para protegerle. Ésta no es otra que «la mano de Isis» que
vela por su hijo Horus y le procura bienestar y salud[86].
La rana (en realidad la diosa Hekert) es un amuleto que favorece la
resurrección[87], en razón de su nacimiento particular en el limo del Nilo. Los
seres más extraños decoran estos amuletos: los patecos, personajes desnudos,
deformes, con el cráneo rapado, a la vez niños y adultos[88], cuyo papel
consiste en expulsar a los demonios.
Dato primordial: los amuletos son eficaces tanto para los vivos como para
los muertos. Pero ¿cómo garantizar las funciones vitales, tanto aquí abajo
como en el más allá, sin una utilización inteligente de los amuletos? Gracias a
ellos, el bienaventurado tiene la posibilidad de unirse a los servidores e
Horus, de gobernar el mundo de las estrellas[89].
En la Época Baja, los amuletos proliferaron, exagerados por la oleada de
una magia popular cada vez más ingenua, cada vez más alejada de sus raíces.
Se utilizan sobre todo pelos de vaca, de cabra, así como sustancias más o
menos apetitosas para fabricar talismanes a crédito. Aquello no era más que
una caricatura de la magia.

El oro y las piedras preciosas


Ra intervino para que se pusiese oro sobre la carne del difunto, dándole
así su floreciente tinte. ¿Cómo explicar mejor que se concediese exactamente
así la vida eterna[90]? Al término de la momificación correctamente realizada,
el mago comprueba esta transmutación y exclama: «¡Oh, untel! ¡Acabas de
recibir tus dediles de oro y tus dediles son de oro, tus uñas de electro! La
emanación de la Luz proviene solo de Ti, ella es el divino cuerpo de Osiris,
hecho realidad. Tú has sido regenerado por el oro, tú has cobrado vigor por el
electro. El oro iluminará tu rostro en el mundo intermedio, tú respirarás
gracias al oro, saldrás gracias al electro»[91].
El oro es signo de vida regenerada. La gran maga, Isis, cuida e que el
iniciado renueve su vida en medio del oro interior que ha descubierto. Su
rostro se ilumina entonces por la alegría. Parece un «muchacho renacido»[92].
Estos textos evocan evidentemente una iniciación de carácter alquímico.
En la escena de la resurrección de Petosiris, en Hermópolis, el dios
subterráneo Osiris se convierte en divinidad solar. Al emitir oro, expande la
luz vital. Los iniciados a los misterios de Thot nos revelan de esta forma que
Osiris es indisociable de Ra, de quien han nacido una piedra y una goma
destinados a hacer incorruptible a la momia del difunto identificada con
Osiris.
Esta piedra de luz es, desde luego, el prototipo de la piedra filosofal de
los alquimistas[93][*].

Nudos y números
El mago egipcio pasa una buena parte de su tiempo haciendo nudos. Un
nudo mágico es un punto de convergencia de las fuerzas que unen el mundo
divino y el mundo humano. Los capítulos 406-408 de los Textos de los
sarcófagos son fórmulas para conocer los siete nudos de la vaca celeste.
Servirán al mago para el manejo de la barcaza en la que atraviesa los espacios
celestes. Restituyen al cuerpo sano y vigoroso. Por otra parte, los nudos
celestes encuentran su correspondencia en los «nudos» del cuerpo humano,
los puntos sensibles donde se encuentran los flujos energéticos de los que
depende nuestra existencia.
Algunas fórmulas, como las del papiro mágico de Londres y de Leiden[94]
constituyen precisiones técnicas. Se habla del nombre, del color. Lo que está
atado en la tierra lo está también en el cielo, y a la inversa. Cristo retornará a
su vez esta idea simbólica cuya huella puede encontrarse en los papiros
mágicos coptos. «Impulso voz para alcanzaros, declara el mago a los poderes,
a vosotros que desatáis cuerdas, nudos y cadenas para que desatéis por
siempre nuestras cadenas.»
La magia de los números es indisociable de la de los nudos. El número
está considerado como un nudo abstracto. Falta todavía un estudio en
profundidad del simbolismo de los números en el antiguo Egipto. Sin
embargo, están presentes a cada momento, incluso en la magia de Estado.
Uno de los mejores ejemplos es el de un altar de culto en Heliópolis, una
mesa de ofrendas formada por cuatro mesas unidas[95] sobre las cuales se
colocan unos panes que sirven para delimitar las cuatro direcciones del
espacio, los «cuatro Orientes». Dicho de otro modo, el cosmos está
organizado a partir de una unidad central que solo se concretiza con la
ofrenda a los dioses. En la religión cósmica como era la de Heliópolis, el
Cuatro era el número de la eficacia, de lo concreto, de la eficiencia.
El siete es sin duda el número citado con más frecuencia. Cuerdas de siete
nudos, siete anillos de piedra y de oro, siete hilos de lino… serían necesarios
una gran lista de ejemplos. El papiro mágico de Leiden[96] evoca un ritual en
el que el Siete está siempre presente. Se eligen siete ladrillos no utilizados
antes. Se les manipula sin que toquen la tierra y se les dispone de forma
ritual, conservando su estado de pureza en todo momento. Tres sirven de
soporte a un recipiente que contiene aceite, y los otros cuatro son rituales
alrededor de un médium. Se colocan entonces siete panes puros, siete bloques
de sal y un plato nuevo lleno de aceite de los Oasis. Todo debe estar
dispuesto alrededor del recipiente que contiene aceite. El mago hace
extenderse al médium boca abajo. Pronuncia un encantamiento mientras él
mira fijamente el aceite, siete veces. Hasta la hora séptima del día, se le
plantean todas las preguntas que se quiera.

El cuerpo de sustitución
El cuerpo de sustitución, designado a menudo con el nombre de «golem»,
conforme a las prácticas de la Cábala, está muy presente en la práctica
mágica del antiguo Egipto. Este cuerpo calificado también de «subsidiario»,
no está representado solo por las figuritas de encantamiento, sino también por
las numerosas estatuas reales o privadas. Tanto los cuerpos de sustitución,
que están animados y cargados de vida, como los modelos de madera que
representan a servidores, artesanos, soldados, son situados en la tumba para
vivir allí eternamente en la plenitud de la juventud y en el ejercicio de su
función.
En el caso de las figuritas de cera, se trata de cuerpos de sustitución sobre
los cuales se desencadenan las fuerzas agresivas, bajo el control del mago[97].
Los usebtis, cuyo nombre significa «los que responden (a la llamada del
muerto para ayudarle)», son, por el contrario, el soporte de las fuerzas
constructivas. Son pequeños personajes de madera, de barro o de bronce que
sujetan dos azadas. Su cuerpo está cubierto de texto mágico. Llevan un saco
que cuelga de su espalda. Sirven de sustitutos mágicos a los justos, yendo a
trabajar, a su llamada, en los campos del más allá. La aparición de los usebtis
data del Imperio Medio, y no se encuentran la mayor parte de las veces más
que uno por tumba. Luego su número crecerá rápidamente. En la Época Baja,
hay cajas que contienen a veces más de quinientos usebtis. Estas figuritas son
inseparables de un texto, el capítulo seis del Libro de los muertos[98]. Se trata
de una fórmula que obliga a un usebti a obedecer. Carga con las tareas más
penosas: cultiva los campos, se ocupa de las irrigaciones de los ríos,
transporta el limo que servirá de abono. A cualquier pregunta del mago,
responde: «Heme aquí». El modelo antiguo del capítulo del Libro de los
muertos figura en los «Textos de los sarcófagos»[99], donde se dice que el
iniciado ha tomado posesión de su poder frente a los dioses, los espíritus y los
muertos. Ocupa sus tronos. Las tareas ingratas no le son encargadas.
Para ser eficaz, la fórmula mágica debe ser pronunciada sobre una imagen
del propietario de la figurita, mientras éste se encuentra en el suelo, imagen
hecha de madera de tamarindo o de Sísifo (loto) que se situará en la capilla
mortuoria.

Cartas a los muertos


Los egipcios consideraban que «vida» y «muerte» no estaban separadas
por una barrera infranqueable. El espíritu de los que se llaman «muertos»
viaja. Éstos no son inaccesibles a los vivos, y son para con ellos tanto
benéficos como maléficos. Se comunica con los seres del más allá de diversas
maneras, especialmente escribiéndoles[100].
El objeto que sirve la mayoría de las veces de soporte a las cartas a los
muertos es un tazón. Si la inscripción es muy larga, se utiliza el papiro o la
tela. En sus orígenes, los tazones eran objetos de culto donde se depositaba
pan o grano. Se consideraba que un muerto, convencido de hallarse ante una
carta bien argumentada, intervenía en el destino de los vivos de forma
positiva o negativa. Quien desafía a un muerto corre el riesgo de ser
castigado por el tribunal divino. Quien profana una tumba se encontrará con
el cuello partido como el de un pájaro. Quien no entre en una tumba en
estado de pureza se verá afligido por diversos males. Todo esto prueba que
los muertos están presentes en nuestra vida cotidiana. ¿Por qué no pedirles
que resuelvan, o ayuden a resolver problemas tan complicados como
«asuntos de herencia»? Así, se implora a una madre difunta que juegue un
papel de árbitro entre sus dos hijos.
Entre las cartas a los muertos, una de ellas es particularmente célebre. Se
trata de una misiva dirigida por un marido desgraciado a su difunta esposa. El
documento estaba atado a una estatuilla de madera recubierta de yeso y
coloreada, excelente vehículo mágico para hacer llegar la carta a su
destinatario[101].
En vida, marido y mujer formaban una pareja feliz y afortunada, viviendo
en Menfis a fines del Imperio Nuevo. La esposa murió a consecuencia de una
enfermedad incurable. Su marido pasó ocho meses en una profunda aflicción,
sin casi comer ni beber, llorando sin cesar sobre la tumba de aquélla a la que
amaba. Durante tres años, su pesar no disminuyó. Se sentía como hechizado.
Escribió incluso una carta de protesta a su difunta esposa: «¿Qué mala pasada
me has hecho para hacerme llegar a este penoso estado en el que me
encuentro? ¿Qué he hecho yo contra ti que justifique que pongas la mano
sobre mí sin que yo haya cometido ninguna maldad para contigo?… Pleitearé
contra ti con mis palabras ante la Enéada que está en el Occidente, y se
juzgará entre tú y esta carta que contiene los datos de este asunto. ¿Pues qué
hecho yo para que actúes de este modo?»
La historia no dice lo que siguió a esta queja dirigida a una muerta. Este
extraordinario documento permite, sin embargo, constatar que el universo
psíquico de los antiguos egipcios estaba abierto a todas las formas de
realidad.

La lámpara
El papiro mágico de Leiden[102] confiere a la lámpara un papel mágico
particular ya que es uno de los elementos principales en el proceso de
adivinación. En una habitación oscura se excava un agujero en el muro este.
Se toma una lámpara blanca. Se la llena de aceite virgen proveniente de los
oasis. Se recitan plegarias de adoración a Ra, al alba, cuando el sol sale. Se
enciende la lámpara en estado de pureza. Interviene un médium con los ojos
cerrados. El mago pone un dedo sobre su cabeza. Sobre un brasero arde
incienso. El mago pide al médium que abra los ojos y mire la lámpara. Este
ve cerca de ella la sombra de una divinidad. Es esta última quien responde al
mago sobre las cuestiones que le interesan.
El mago debe manejar una lámpara nueva, con una mecha pura. Inscribe
jeroglíficos y símbolos sobre la mecha, coloca la lámpara sobre un ladrillo,
delante de él. Pronuncia fórmulas, intentando ver a la divinidad que se
manifiesta sobre la lámpara para poder hacerle preguntas. La divinidad se
presenta ante él bajo múltiples nombres. Otorga la luz, es amigo de la llama,
presencia divina instalada en el fuego. El mago le pide que se presente,
incluso de noche, y converse con él sin ningún tipo de falsedad.
Figura 10
Operaciones mágicas para hacer pasar al iniciado del cuerpo muerto al cuerpo de
resurrección. La energía mágica está simbolizada por una línea ondulada que
termina en una cabeza y brazos humanos. Es este fluido el que despierta los cuerpos
tendidos en el interior de óvalos protectores. La magia de resurrección está
concebida aquí como una verdadera ciencia de la energía. (Las capillas de
Tutankhamon)

Para practicar este tipo de adivinación es preciso untarse los ojos


utilizando un ungüento fabricado a partir de las flores de la judía-griega.
Después de haberlas recogido, se ponen en un vaso de vidrio que se tapa y se
coloca durante veinte días en un lugar sombrío y secreto. Si se abre, se
encuentra allí un falo y un par de testículos. Cuarenta días más tarde ese falo
se ha convertido en sanguinolento. Es preciso entonces depositarlo en un
recipiente de vidrio colocado en una vasija depositada a su vez en un lugar
secreto. El mago debe llenar sus ojos con la sangre debidamente obtenida.
Cuando pronuncia las fórmulas, se extiende sobre un colchón de rosas, sin
haber hecho el amor en los días que preceden. Se dirige a la lámpara, testigo
del mundo divino, que ha viajado en el espacio y recibido el mensaje de los
dioses.
Estos complejos elementos, que pertenecen a una magia tardía, mezclan
mitos primordiales y prácticas de hechicería. Solo magos experimentados
eran capaces de extraer los elementos positivos de estos escritos donde se
mezclaban lo mejor y lo peor.

***

Los instrumentos mágicos del mago egipcio eran diversos y numerosos.


No eran nada más que instrumentos. Cuerpos de sustitución, amuletos, nudos
mágicos, etc., sirven de soportes al practicante. La fuerza de creación reside
en la comunicación que se produce entre su espíritu y el universo, no en
simples objetos.
Desde luego, existen objetos llamados «encargados» en los cuales
subsiste una huella más o menos viva de las operaciones mágicas para las que
han servido. Pero es preciso conocer todavía la fórmula que despierta esta
energía oculta. ¿Cómo se conseguiría sin dominar las fuerzas elementales?
Capítulo IV

El dominio de los elementos


En el presente capítulo no abordaremos el tema del dominio de la tierra,
debido a una observación de mi anfitrión en Luxor. «La tierra, me dijo,
pertenece a las serpientes y a los escorpiones. Es nuestra madre, pero una
madre exigente, peligrosa. El mago no es un ingenuo. Para conocer los
tesoros de la tierra, es preciso en primer lugar conquistar la amistad de los
que los protegen. Pero es imposible, para quien no es un hombre de agua, de
aire o de fuego».
Extrañas palabras que, sin embargo, no habrían sorprendido a un egipcio
antiguo, habituado a vivir en armonía con los elementos. No los veía con ojos
ciegos. Sabía que encerraban una parte del secreto de su propia vida.

El agua y la barca
Todas las aguas vienen de Nun, océano primordial que rodea el mundo.
Cada tarde el sol entra de nuevo en el Nun, se regenera en él y sale de allí
purificado y renovado, por la mañana. Los lagos sagrados de los templos
contienen precisamente esta agua primordial en el cual se purifican los
sacerdotes.
Los Textos de las pirámides dan una fórmula mágica para obtener el
dominio del agua[103]. Se dice que el Nilo celeste está a disposición del mago
que se identifica con el gran dios cuyo nombre no es conocido por las
multitudes de espíritus. Pronuncia estas palabras_ «¡Oh, Hapy, príncipe del
cielo, refresca mi corazón con tu agua! Haz que yo pueda tener poder sobre el
agua… Dame el agua que existía antes de los dioses, ya que he llegado al
primer día de existencia»[104]. Para estar seguro de lograrlo, el mago incluso
se transforma en dios-Nilo, señor de las aguas que permite crecer a la
vegetación. Es por ello que el poder mágico subsiste sobre el cielo y la
tierra[105].
El mago se baña con Ra en las extensiones de aguas celestes. Está
rodeado por Orión, Sothis, por la estrella de la mañana. Le colocan en brazos
de su madre Mut, el cielo. También escapa al furor de los condenados que
marchan cabeza abajo[106].
Agua purificadora, agua para bañarse, pero también agua que sirve de
soporte a los desplazamientos por el cosmos. Según la religión más antigua,
el faraón bogaba sobre balsas de cañas por los espacios celestes. Cada mago,
siguiendo al rey, desea «subir al cielo, embarcar en la barca de Ra y
convertirse en un dios vivo»[107]. El mago puede utilizar un vaso para ver esta
barca del sol. Pide a la madre de los dioses que le abra el cielo por donde verá
subir y descender a los navíos divinos[108].
Se pronuncian fórmulas mágicas sobre una barca de Ra pintada de blanco
y colocada en un lugar puro[109]. Ante ella, la imagen de un bienaventurado.
El mago dibuja una barca de la noche a su derecha y una barca del día a su
izquierda. El capítulo 133 del Libro de los muertos ofrece una detallada
explicación: «Palabras a decir sobre una barca de cuatro codos de largo,
pintada con polvo de arena (?) verde, con la asamblea divina de los nomos
sobre ella; se hace un cielo estrellado, purificado con natrón y resina de
terebinto. Entonces se dibuja una imagen de Ra de blanco sobre un recipiente
nuevo que será dispuesto ante la susodicha barca y se pone la imagen del
bienaventurado que desees glorificar en esta barca, él es quien permite
navegar en la barca de Ra».
El mago que obtiene un poder sobre el agua celeste se convierte en la,
pagaya (remo) de Ra que no se moja en un líquido y no se quema en el
fuego[110]. Al identificarse con esta pagaya, el mago esta seguro de «conducir
su barca» sin desfallecer.
De manera aún más directa y más arriesgada, el mago se enfrenta al agua
cuando está obligado a nadar. Existe una técnica apropiada: para proteger al
nadador y evitarle todo peligro, se invoca a un babuino de siete codos, con
ojos de electro y labios de fuego, cada una de cuyas palabras es una
llama[111].
El cuerpo contiene agua. Ésta es indispensable para la vida. Beber es un
acto sagrado. El mago dispone del agua llegada de Elefantina, del mismo
Nun. Es capaz de identificarse con el padre de los dioses[112]. Existe un
capítulo, «beber agua en el imperio de los muertos», que contiene esta
llamada: «¡Ven a mí, tú que eres el agua del rejuvenecimiento de cada día!
¡Si pudieses refrescar mi corazón con el agua fría de tu corriente! ¡Si
pudieses concederme poder sobre el agua como el Poderoso!» Este agua
prodigiosa será ofrecida al mago cuyo espíritu se ubique en el origen de los
tiempos[113].
«El agua fresca» es uno de los nombres del mago rejuvenecido que
conoce la alegría de vivir, de moverse a su antojo, de estar protegido, de
aparecer glorificado. Nut, diosa del cielo, y Nephtis, la señora del templo,
vienen a él para aportarle el ojo de Horus, la medida de todas las Cosas[114].
El iniciado saluda a Ra[115]. Le pide al dios que le aporte la leche de Isis, el
flujo de Nephtis, el desbordamiento del mar, la vida, la prosperidad, la salud,
la felicidad, el pan, la cerveza, el vestido, el alimento: en resumen, el
conjunto de las formas liquidas que procuran una perfecta beatitud. Desea ver
a Ra cuando sale como Thot, cuando se le prepara un camino de agua para la
barca del sol.
El mago se identifica con Osiris. Porque Osiris ha hecho un largo viaje —
en forma de cadáver por las aguas—. El Ojo de Horus se encuentra cerca de
él cuando flota. El escarabajo Kheper planea sobre él. El dios debe proteger
al mago de los seres dañinos ocultos en las aguas. Debe obtener la ayuda de
los dioses presentes en sus barcas[116]. Existe por otra parte, una fórmula para
franquear las aguas repletas de demonios: «Osiris está sobre el agua, el Ojo
de Horus está con él. El gran escarabajo se extiende sobre él. No levantéis
vuestros rostros, habitantes de las aguas, para que Osiris pueda pasar sobre
vosotros»[117].

Figura 11
El rey vierte agua ante una de las formas del díos-sol. Este «agua» es energía
polarizada (el doble flujo) necesaria para alimentar la bola de fuego que se
materializa con el disco solar de donde saldrá el fluido creador (La tumba de
Ramsés IX.)
El Nilo cobija seres peligrosos y maléficos que acechan a animales y
humanos que atraviesan el río. Hay que impedirles actuar. El mago recita
canciones, «lágrimas de agua»[118]. Los textos de estos hechizos son
ultrasecretos. A este objeto se aconseja: «No los reveléis al hombre corriente.
Es un misterio de la Casa de la Vida». Algunas indicaciones nos permiten
conocer una parte del secreto. El mago utiliza un huevo que es «grande en el
cielo y en el douat (mundo intermedio entre cielo y tierra)». De él nace un
pájaro. El mago sale del nido con él. Las palabras mágicas deben
pronunciarse sobre un huevo de arcilla que evoca al huevo primordial.
Tornándolo en su mano, el mago sostiene la proa del barco que boga sobre
las aguas. Si un ser dañino sale a la superficie y amenaza con atacar, el mago
arroja el huevo sobre él. El peligro estará conjurado al momento.
Estos «hechizos de agua» son a veces fórmulas muy desarrolladas, ya que
el peligro amenaza a menudo, de forma muy directa, al viajero o al bebedor.
El mago entonces se vuelve muy solemne en sus declaraciones[119]: «¡Oh,
anciano que se rejuvenece a si mismo en su edad, edad que se vuelve joven!
¡Si pudieseis hacer que Thot viniese a mí en mi voz! ¡Atrás, el que habita en
el agua, si el que se encuentra sobre el agua fuese atacado, el Ojo de Horus lo
será también! (Dicho de otro modo, el orden del mundo estaría
comprometido.) ¡Qué el que está en el agua no levante la cabeza antes de que
Osiris haya pasado!»
Incluso Ra toma precauciones cuando viaja en barco para ir a visitar a su
Enéada. Los «señores del Duat» están prestos a castigar al cocodrilo que se
dirija contra la barca divina. Las bocas de los habitantes del agua están
cerradas por Ra, sus gargantas cerradas por Sekhmet, sus lenguas cortadas
por Thot, sus ojos cegados por Heka, dios de la magia. Los cuatro dioses que
protegen a Osiris protegen a cualquiera que afronte el agua, hombre o animal.
Otra fórmula muy impresionante:
—«¡Ven a mí, señor de los dioses! ¡Arrójate por tierra, para mí, a toda
forma del mal, a todo monstruo que está en el río! ¡Transfórmales para mí en
guijarros sobre el gebel, parecidos a pedazos de loza esparcidos a lo largo de
los caminos»[120]. Proceso radical, en efecto: transformados en guijarros, los
seres dañinos del agua no amenazarán ya a nadie.
Para luchar victoriosamente contra las criaturas maléficas presentes en las
aguas, el mago no duda en identificarse con Amón, Onuris, Montu, Soped en
sus funciones guerreras. Impresionados, los que están bajo las aguas no
emergerán. Derivarán por la corriente, con sus bocas selladas como los siete
grandes arcones, cerradas para siempre[121].

El aire
Los Textos de los sarcófagos describen una extraordinaria operación
mágica[122]: convertirse en los cuatro vientos del cielo y conocer el nombre
del dios responsable de la escalera del cielo, que permite acceder al paraíso.
El mago tiene el dominio de estos cuatro vientos[123]. Éstos le permiten
explorar el universo entero. Así, el viento del sur transporta agua, crecimiento
y vida.
La vestidura del mago es el aire que da la vida. Ha creado el cielo
luminoso para reemplazar a las tinieblas, se manifiesta por medio de nubes de
tempestad, la anchura del cielo es la medida de sus zancadas[124].
Pero el aire contiene también peligros, especialmente miasmas causantes
de enfermedades. Existen también fórmulas para disipar el aire viciado del
año[125]. El mago juega el papel de la diosa-buitre Nekhbet, que agita la
tierra. Le pide que venga a su lado y anude estrechamente sus dos grandes
plumas a su alrededor. Así vivirá con buena salud y recibirá la corona blanca,
insignia del poder que está sobre la cabeza del gran mago de Heliópolis.
Bogará sobre el océano cósmico, en la barca del día, a condición de que
pronuncie correctamente las fórmulas sobre un par de plumas de buitre.
El aire que respiramos debe ser purificado por el mago. En ciertos
períodos, en efecto —especialmente en el cambio de año— transporta
elementos peligrosos (miasmas, fluidos negativos, enfermedades). Sólo una
purificación mágica, que forma parte además de un ritual de estado, ofrece a
los humanos un aire vivificante.

El fuego
Los seres dañinos transportan una llama, un fuego destructor que
amenaza la vida. Para apagarlo, es preciso utilizar agua. Pero no importa qué
agua sea: la de Nun, el océano primordial, que se manifiesta como una fresca
ola[126]. El mago mezcla los elementos[*] para reducir el malvado fuego a la
nada.
La manifestación más frecuente de este último es la quemadura. ¿No fue
el mismo Horus quemado por la llama de la diosa-leona Sekhmet[127] con
terrible cólera? Contra cualquier quemadura, el mago debe además recordar
la leyenda de Horus niño: un fuego había caído sobre su cuerpo. Su madre
estaba ausente. El fuego era muy poderoso para un niño tan pequeño. Nadie
podía salvarle. ¿Podrá Isis, recién llegada de la fábrica de tejidos donde ella
iniciaba a las mujeres en sus misterios, apagar la llama con su leche? Es
necesario recitar fórmulas sobre resma proveniente de una acacia, sobre una
torta de trigo, guisantes de algarrobo, coloquintos, excrementos, luego
quemar todo esto para hacer una masa para mezclarla con la leche de una
mujer que ha dado a luz a un varón. Más tarde se aplica la mezcla sobre la
quemadura y se venda la herida con una hoja de ricino[128].
Para la víctima de una quemadura o de un incendio, el mago se refiere
obligatoriamente a Horus. El dios, estaba tan gravemente afectado que sólo
Isis, la maga, era capaz de inventar un remedio para evitar el fuego. A su
alrededor no había nada de agua, así que la diosa se vio obligada a utilizar un
liquido salido de su propio cuerpo: «Hay agua en mi boca, dice Isis, y un Nilo
entre mis piernas; vengo a apagar el fuego»[129].
Figura 12
Los babuinos están dispuestos alrededor de un estanque cuadrado que contiene
energía de la naturaleza del fuego. Es la representación de una verdadera «central»,
cuyos componentes deben ser manipulados por especialistas con la máxima
precaución, para que este fuego perpetuamente creador. (La tumba de Ramsés IX)

El fuego positivo y creador está contenido en el sol. El mago se dirige a él


cuando sale con un destello de las tinieblas: es él quien alejará la sombra
muerta que intenta arrancar al niño de su madre[130]. Existen fórmulas para
disipar las tormentas a fin de que el sol pueda brillar normalmente[131]. La
victoria no se adquiere nunca de forma definitiva. El hechizo mágico debe ser
renovado cada día. Una prueba: la hoja de papiro sobre la que está inscrito el
nombre del dragón se pone en una caja y se arroja al fuego cada día. Cuando
sale el sol, la criatura-dragón arde[132].
La manifestación de un dios se acompaña a menudo de llamas que
destruyen adversarios y criaturas dañinas. Éstos son devorados por un fuego
divino. «Oh, rebeldes (proclama una fórmula) el fuego de Amón está contra
vosotros, y no se extinguirá jamás. Aquél que está oculto en su imagen, que
está disimulado en su forma, os maldice… lanza contra vosotros el fuego
para reduciros a cenizas»[133].
De este modo los enemigos más peligrosos verán sus proyectos reducidos
a la nada[*][134].
En la frente del faraón, la serpiente ureus es una llama ardiente que
calcina a los enemigos del rey. El mago se identifica con el ureus. Afilada es
la llama que se encuentra sobre su boca, contra los puñales que están en las
manos de los dioses hostiles de los que ya no tiene nada más que temer[135].
Igualmente, el fuego destructor se revela protector. Los Textos de los
sarcófagos evocan el círculo de fuego que rodea a Ra y le protege mientras se
encuentra en la cabina de su barca solar. El mago debe utilizar una fórmula
para hacer desaparecer ese círculo[136]: el fuego se extingue
momentáneamente para que él acceda al interior del sol.

Figura 13
La barca del sol con su equipaje divino. Día y noche recorre el universo y asegura
la regulación de la energía creadora en todos los espacios que atraviesa. Si la barca
se detiene la vida cesa de circular y el universo se debilita. Es por ello que el mago-
astrónomo observa constantemente el cielo, a fin de intervenir en el caso de que la
barca encontrara algunas dificultades. (Las capillas de Tutankhamon.)

«Entrar en el disco solar» es un tema iniciático excepcional[137]. El mago


ha probado su competencia estableciendo el orden cósmico para gloria de Ra
y abriendo el ojo misterioso que da la luz a la humanidad. Una extraña figura
de los Textos de los sarcófagos[138] presenta a un ser divino, sentado sobre un
trono y rodeado de óvalos. Es el símbolo esotérico de Ra, dominando a una
serpiente llamada Mehen. Evoca una multitud de ciclos y años. Caminos de
fuego protegen ese sol secreto. El mago conoce las sombrías rutas por las que
Hou y Sia, el Verbo y la Intuición, circulan. Conoce el «circuito de Ra», la
curva del universo.
Una fórmula secreta sirve para entrar en el fuego y salir de él[139]. El
mago es una criatura cuya forma es invisible en medio del fuego. Es allí
donde aprende a manejar un cuchillo que no es otro que un rayo de luz. El
mago se vuelve fuego en el reino de los muertos, en cada lugar del
Occidente[140], zona oscura a la que él aporta calor. Se vuelve la llama que se
mece con el viento, que atraviesa los espacios[141], en la extremidad del cielo
y la tierra.
Señor del fuego, el mago vive de la armonía de las esferas, Maât. Es
también señor de la eternidad. Crea la alegría. Conoce las palabras secretas
inscritas sobre los rollos mágicos. Será como Ra en el este del cielo, como
Osiris en el mundo inferior[142].
Se utiliza una fórmula «para hacer nacer la llama bajo la cabeza del
justo»: se trata del famoso hipocéfalo, disco de tela, papiro o bronce situado
bajo la cabeza de la momia[143]. Esta llama hacia del cadáver un ser vivo. Es
el prototipo simbólico del nimbo cristiano, esa aureola de fuego que rodea la
cabeza de los santos. Sobre este hipocéfalo, pintado a veces de color oro, se
inscriben fórmulas y se dibujan genios protectores.
Las antorchas utilizadas en los rituales son preparadas por los iniciados en
los secretos del fuego[144]. Al mago se le recomienda preparar cuatro cuencos
de arcilla mezclada con incienso, llenos de la leche de una becerra blanca, en
los que se apagarán las antorchas al final del ritual. Pronuncia unas palabras
sobre cuatro antorchas de tela roja impregnadas de aceite de Libia. Son
sostenidas por cuatro hombres sobre cuyos brazos está trazado el nombre de
los hijos de Horus. Respetando las reglas, el iniciado tendrá poder sobre las
Estrellas imperecederas.
Capítulo V

El mago frente a las divinidades


Mis anfitriones, los magos de Luxor, eran musulmanes. Pero su fe
islámica se mostraba de acuerdo con las antiguas formas divinas. Dioses y
diosas de los tiempos de los faraones no han desaparecido en absoluto del
suelo de Egipto. Están todavía presentes en las conciencias incluso bajo otros
nombres y con otros rostros. Allah es el maestro de los magos árabes hoy en
día… pero una sombra se perfila tras él. La sombra de un dios enigmático,
medio ibis, medio babuino, un dios que sabía abrir los papiros sellados.

Thot, señor de la magia


Thot, el dios de Hermópolis, es el señor de los jeroglíficos y de la magia.
En su ciudad se erigió un gran templo cuyas criptas secretas custodiaban
papiros mágicos escritos de mano de los dioses. El mago se identifica con
Thot, tomando su misma forma animal: «Yo soy el que está en su nido, como
venerable ibis, Thot es mi nombre»[145].
Thot, primer mago, es el modelo de todos sus discípulos. Guardián de la
sabiduría. Inventor de la lengua sagrada, astrónomo, matemático, él sanó el
Ojo de Horus, medida de todas las cosas. Según la estela de Metternich, a
Thot se le invoca como el dios «dotado» con el poder mágico. Es capaz de
conjurar los efectos del veneno, de forma que la enfermedad no sea
definitiva. Rechaza a los rebeldes que se sublevan sin descanso contra Ra.
Viene del cielo por orden del dios-sol a fin de proteger a los débiles día y
noche[146].
El mago lanza una llamada a Ra para obtener la ayuda de Thot: «¡Oh,
anciano que se rejuvenece con su edad, anciano convertido en niño, haz que
Thot venga a mí a mi llamada»[147]! Thot desciende del cielo. Combate el
veneno del escorpión. Sana a los que han sido picados, especialmente a
Horus, hijo de Isis[148]. Al dios sufriente le dice: «Mi cabeza te pertenece,
Horus (también llevará coronas), tus ojos te pertenecen, tu nariz te pertenece,
tus brazos y tus antebrazos te pertenecen, tu corazón te pertenece, tus manos
te pertenecen, tu vientre te pertenece, tu falo te pertenece, tus muslos te
pertenecen, tus pies te pertenecen»; consecuencia de esta integridad corporal:
«Tú estás a la cabeza del país del sur, del norte, del Oeste y del este. Tú ves
como Ra».
Gracias a Thot, los dioses poseen un alma sana en un cuerpo sano y los
hombres iniciados se benefician también de este privilegio. El mago es un
dios guerrero: «Yo soy Thot, afirma, primogénito de Ra, que Atum y la
Enéada han enviado para que Horus recobre la salud para su madre Isis, de
igual modo que sanó aquél que fue picado»[149].
Pero Thot es también un mago que castiga. Se le pide que afile su
cuchillo, que traspase los corazones de los que se opongan al rey cuando éste
vaya hacia Osiris[150]. Con temible poder, Thot interviene con eficacia
disipando las perturbaciones naturales y velando por el equilibrio del
cosmos. Este Thot-cinocéfalo, mono de siete codos, quien detiene una crecida
excesiva[151].
El señor de los magos no es avaro de su ciencia. Enseña a los escribas, a
los estudiosos, a los magos, les hace expertos en su arte. Un libro de horas
precisa las funciones más amplías de Thot: «Señor de la escritura,
preeminente en la morada de los libros, poderoso en materia de magia, que
posee el ojo sagrado,… corazón de Ra, lengua de Atum, guía de los dioses
que modifica las cosas, que modifica el tiempo, jefe de la justicia y visir,
mensajero de Ra, que exorciza a los demonios, que pone todas las cosas en su
justo lugar, Thot que completa el ojo de Ra y el Ojo de Horus»[152].
Los documentos indican que Thot reina sobre la inteligencia y sobre el
proceso intelectual en general. Se le atribuyen la escritura, las palabras
divinas, la separación de las lenguas que crean el carácter de cada raza, las
leyes, bases de la vida en sociedad, los anales, documentos reales oficiales,
los rituales del calendario. En efecto, ¿no sería preciso, ser un dios, mago
además, para realizar tal hazaña?
Los escribas y los magos no forman siempre buena combinación. Un
pasaje de los Textos de las pirámides relata un extraño episodio[153]:
«¡Escriba, escriba, haz pedazos tu paleta, rompe tus pinceles, destruye tus
rollos! ¡Oh Ra —exige el mago— sácale de su puesto y ponme a mí en su
lugar… porque yo soy él!» La misma compilación[154] ofrece una
explicación: el rey no debe ser privado de la magia que está en su mano. Los
malvados escribas que quieran conservar los poderes para ello verán
destruidos sus instrumentos de trabajo. El buen mago debe a veces luchar
contra colegas que desvíen la magia de su objetivo primero, la protección de
la persona real.
Gestión eficaz: convertirse en secretario de Thot. El detentador de este
oficio verá abrirse el cofre del dios, después que su sello haya sido destruido.
El mago toma conocimiento de los documentos más secretos, lo que se llama
«los textos funerarios»[155], que contienen las claves de la supervivencia.
Introducido en el círculo de los dioses, el mago se presenta como uno de
ellos. Seth está a su derecha, Horus a su izquierda. El mago no viene con las
manos vacías, ya que aporta amuletos que sirven para la protección de Horus.
Thot interviene para hacer avanzar al iniciado por el camino del
conocimiento. Es él quien le introduce al interior del disco solar para
otorgarle el verdadero poder[156]. Thot ennoblece al justo que lleva firme la
cabeza sobre los hombros. Recibe un cetro en la barca de la noche en la que
ha sido admitido por la tripulación del sol. Las rutas del Señor de la totalidad
le son reveladas.[157].
Pero Thot no ofrece sus secretos a cualquiera. Hay que mostrarse digno,
buscarlos y encontrarlos. Un descubrimiento parecido se atestigua en algunos
textos egipcios. El capitulo 30B del Libro de los muertos es una fórmula que
impide que el corazón de un hombre se oponga a él en el más allá. Se debe
recitar sobre un escarabajo de piedra nefrita, hecho de electro, con un anillo
de plata y puesto en el cuello del difunto. Este texto es de una importancia
considerable, ya que el hecho de conocerlo evita al iniciado una condenación
cuando comparece ante el tribunal de ultratumba. Por ello, la fórmula ha sido
descubierta bajo los pies de una estatua de Thot, de la época de Micerinos. La
tradición decía también que el texto estaba gravado sobre un ladrillo de barro,
imagen de la piedra fundacional sobre la que descansa el templo. Cada mago
debe estudiarla y descubrir la fórmula legada por Thot a sus adeptos.
Como vemos por todo lo anterior, Thot es claramente el patrono de los
magos de Egipto al que deben la revelación de su ciencia. Es por ello que el
mago consumado se presenta como Thot descendido del cielo (estela de
Metternich.) Con toda legitimidad, afirma cuando recita el ritual: «Yo soy
Thot, señor de las palabras divinas, el que actúa como intérprete de todos los
dioses»[158].

De Horus a Bes
Los dioses magos son concebidos como «panteístas», es decir, como una
potencia «acompañada de sus poderes descompuestos en forma visible,
analizados y yuxtapuestos de cualquier forma, a imagen del dios que los
contiene»[159]. Además, el dios mago maneja los instrumentos de su poder,
como los cetros, y porta coronas. Estas complejas divinidades, alabadas en
los papiros tardíos, pasarán a los talismanes de la Edad Media occidental,
prolongando así la influencia de la magia egipcia.
En sus orígenes, en calidad de Horus, recibe la protección del cielo y de
la tierra, contra cualquier difunto o difunta, al sur, al norte, al este y al
oeste[160]. De hecho, las palabras de Horus tienen un poder protector
excepcional. Alejan la muerte, devuelven el aliento al oprimido, renuevan la
vida, alargan los años, extinguen el fuego, curan a quien es víctima del
veneno, salvan al hombre de un destino funesto. La magia de Horus hace
desviar las flechas de su objetivo, aplaca la cólera en el corazón del ser
enfurecido[161]. Thot, señor de los magos, glorifica a Horus sobre el agua y la
tierra. Le invoca, él que ha sido llevado por la vaca divina, que ha sido puesto
en el mundo por Isis. Ha pronunciado su nombre, recitado su magia,
conjurado con sus conjuros, utilizado el poder salido de su boca[162].
Se invoca a Horus, hijo y heredero por excelencia, toro hijo del toro y de
la vaca celeste, que posee sentencias eficaces, palabras poderosas
transmitidas por su padre la Tierra y su madre el Cielo, a fin de que impida
que los reptiles que están en el cielo actúen, en la tierra y en el agua, así como
los leones del desierto y los cocodrilos del río. Estas criaturas dañinas serán
reducidas al estado de piedras del desierto o de pedazos de vasijas rotas[163].
Cuando Isis viene hacia Horus, le enseña que es su hijo en la región
celeste. Nacido del Océano de los orígenes, él se manifiesta bajo la forma de
una gran garza nacida en la copa de un sauce, en Heliópolis, el hermano de
un pez profeta que anuncia los sucesos futuros. Fue un gato el que lo
alimentó en la morada de Neith, patrona del tejido. Una cerda y un enano le
protegieron[164]. Como se ve, en esta educación divina todo es mágico.
Cada parte del cuerpo de Horus está animada mágicamente de forma que
sea penetrada totalmente por las fuerzas de las alturas y realice sus funciones:
abatir a los enemigos de su padre, vencer a Seth el rebelde, reinar sobre los
cuatro puntos cardinales. Protector de la realeza, Horus juega un papel
primordial como dios curativo. Se le puede ver pisotear cocodrilos, sostener
en la mano escorpiones e insectos peligrosos, demostrando que no tiene nada
que temer de criaturas que ocasionan la muerte. Otra función fundamental de
Horus: la de pastor. Horus el vaquero cuidaba su rebaño. Pero éste fue
amenazado por unas bestias salvajes. Intervinieron Isis y Nephtis que
confeccionaron unos amuletos. Así se cerraron las fauces de los leones y las
hienas. Por medio de la magia, Horus les caza, les quita la fuerza, les deja
ciegos. Identificado con el dios-pastor, el mago exige que las bestias feroces
se dispersen por los cuatro puntos cardinales[165]. El cielo se abre, liberando
influencias benéficas para el campesino que, con toda seguridad, disfruta de
la totalidad de sus posesiones. Ningún ser maléfico se apoderará del campo[*]
[166].

***

En la dinastía XVIII surge la curiosa figura de Ched-el-Salvador, el cual


protege contra animales e insectos peligrosos. Ched es un hombre joven que
mata con sus flechas a las bestias peligrosas o las agarra por la cola. En época
más tardía, se confunde con Horus niño. Se representa en estelas, instalado
sobre dos cocodrilos, con una máscara de Bes encima de su cabeza, rodeado
de fórmulas mágicas. Estos monumentos, ya sean modestos o de gran
tamaño, son verdaderos talismanes que garantizan la seguridad del
Estado[167].
Otro dios «mágico»: Shu, que se ha creado a sí mismo y cuya forma es
invisible. Está impregnado de potencia creadora, apacigua el cielo y pone a
las Dos Tierras en orden[168]. Por ello, Shu es el mago, hijo de Atum. Fue
creado de su nariz, salió de sus fosas nasales. El mago conoce la ciencia de
los espacios infinitos; para demostrarlo, recita una fórmula sobre los ocho
dioses que sostienen el universo, trazado con un pigmento amarillo y con
ocre nubio sobre la mano de un hombre[169].
En la Época Baja se desarrolla la fama de Shu, hijo de Ra. Se consideraba
que sostenía el cielo. Erguido en su carro, aleja a las fieras. Se le considera
como «el Salvador», poder mágico capaz de arrancar al hombre de la
opresión del mal.

***

El dios Seth es conocido como asesino de Osiris. Pero el dios cumple un


papel muy positivo. Mientras Horus, víctima de un dolor de cabeza, descansa
sobre un cojín, su hermano Seth vela por él, impidiendo que sus piernas sean
atacadas por demonios deseosos de privarle de movimiento.
Esta acción divina se repite sobre la tierra. El mago actúa como un
tejedor. Recorta una pieza de tela y hace siete nudos atándola al dedo gordo
del pie del paciente[170]. Para lograrlo, el mago debe identificarse con Seth,
cuya fuerza es considerable[171]: «Yo Soy el que ha separado lo que estaba
unido, afirma, yo soy el que está lleno de vigor y de potencia, Seth.».
No olvidemos que al muerto se le da un sudario perfecto, que es también
el del iniciado que renace a la vida del espíritu: la piel de Seth[172]. La
morada de resurrección será, pues, el mismo ser del «enemigo», del
adversario vencido y dominado por el poder mágico. Todas las técnicas de las
artes marciales se fundan en el mismo principio: utilizar la fuerza del
combatiente que intenta destruiros para desarrollar su propio poder.
Seth es un curandero eficaz. En una conjuración especial contra la
misteriosa «enfermedad asiática», se llama a Seth para que apacigüe el mal.
De esta forma los líquidos del cuerpo humano estarán también en paz y la
enfermedad se alejará. Si es necesario, se le encerrará y su boca se cerrará
con una piel de tortuga[173].
Figura 14
Representación del dios llamado «Dos caras», es decir, las de Horus y Seth,
hermanos enemigos e inseparables, reunidos en el mismo ser. Esta doble Persona,
formada por dos entidades simbólicas que no cesan de combatir para asegurar su
supremacía sobre el universo, es, en realidad, Uno: porque todo está en la mirada
del mago que sabe discernir la unidad dentro de la dualidad. (La tumba de Ramsés
IX.)

Un papiro mágico de París nos enseña que el mago invoca a los dioses
con ayuda de una vasija. Se dirige a Seth-Typon, considerado como dios de
los dioses. El mago tiene esta audacia porque ha vencido a un dragón
invisible gracias al poder de Seth que le permite hacer venir a los dioses a
voluntad[174].

***

Bes era el dios mago más popular del Egipto tardío. Existía ya en el
Egipto clásico donde jugaba el papel de iniciador a la alegría, conquistada por
la victoria sobre los poderes de las tinieblas. Bes es un enano barbudo, con
cabeza de león y piernas torcidas. Saca la lengua: símbolo de la transmisión
del Verbo, que a menudo se encontrará formulado en los capiteles de las
catedrales. Bes aparece sobre estelas, vasijas, amuletos, muros de los
templos. Aterroriza a quien no le conoce, aleja al mago incompetente. Con su
cuchillo ataca a los demonios y los hace huir. Muchas veces; su cuerpo está
salpicado de estrellas: protecciones contra el mal de ojo. Es por eso que se
ocupa mucho de la vida cotidiana de los humanos, protegiendo especialmente
a las parturientas.
Bes está también encargado a la frontera oriental del delta: por allí vienen
los invasores. Pero también por allí, cada mañana, el sol combate
victoriosamente con Apophis el dragón.
En Abidos, como encargado del templo de Seti I, Bes pronunciaba
oráculos y curaba enfermedades[175]. El papiro mágico de Brooklyn[176]
indica que Seth, el de las siete caras, aleja al difunto y a la difunta, al
enemigo y a la enemiga, al adversario hombre y mujer, a la puerca
devoradora del Occidente. Bes dispone de las temibles fuerzas de Amón-Ra,
que está a la cabeza de Karnak, el carnero del pecho prestigioso, el gran león
nacido de sí mismo, el gran dios del comienzo de los tiempos, señor del cielo
y la tierra, aquel cuyo nombre está oculto, el gigante de un millón de codos.
Al ser muy popular, Bes desafió durante mucho tiempo al cristianismo, el
cual le relegará al rango de genio maléfico. Pero cualquier egipcio sabe que el
dios barbudo y risueño está siempre presente, oculto en los templos. Son
numerosos los que buscan todavía sus favores.

Diosas de la magia
Al concepto de «magia» se une inmediatamente siempre el nombre de
Isis, la que conoce el nombre secreto del dios supremo. Isis dispone del poder
mágico que le dio Geb, el dios-tierra, para proteger a su hijo Horus. Puede
cerrar la boca de cualquier serpiente, alejar de su niño a todo león del
desierto, a todo cocodrilo de las riberas, a todo reptil que muerde. Desvía el
efecto del veneno, hace retroceder su fuego destructor por medio de la
palabra, da el aire a quien le falta. Los humores malignos que perturban al
cuerpo humano obedecen a Isis. Las «vasijas», a sus palabras, expurgan lo
que hay de malo en ellas[177]. Cualquiera que haya sido picado, mordido,
agredido, llama a Isis la de la boca sabia, identificándose con Horus que
llama a su madre en su socorro. Vendrá, hará los gestos mágicos, se mostrará
tranquilizador en el cuidado de su hijo. Nada grave perjudicará al niño de la
gran diosa. Quien como Horus surge del cielo y de las aguas primordiales, no
puede morir[178]. ¿No es Isis la Madre de donde todo procede y adónde todo
regresa?
Nut, diosa del cielo, reina sobre un cosmos mágico. A menudo, sobre el
pecho de las momias, está presente el símbolo de Nout: una mujer alada o un
buitre hembra. Existe una fórmula, pronunciada por la misma diosa, para
definir su acción: «Yo soy tu madre Nut, me despliego por encima de ti en mi
nombre del cielo. Habiendo entrado en tu boca, tú sales de entre mis muslos,
como el Sol de cada día»[179].
Mut, cuyo nombre egipcio significa «madre», aparece en figuras mágicas
compuestas. Se pronuncian palabras eficaces sobre una figura de la diosa Mut
con tres cabezas (mujer, leona y buitre)[180]. Diosa alada, provista de un falo
y de garras de león, Mut, dibujada sobre un vendaje de tela roja, permite al
mago no ser rechazado en el imperio de los muertos y recibir como don una
estrella del cielo.
Las siete Hathor son las hadas egipcias. Portando, en la frente la serpiente
ureus se agarran de la mano formando una cadena de unión. La diosa Hathor
en persona conduce a sus siete hijas. En realidad, ella toma la forma de siete
divinidades benéficas que hacen que el des tino sea favorable para el niño
recién nacido. Alegran al mundo con la música y la danza. Su papel consiste
en orientar, en emitir predicciones y no en fijar destinos de manera ineludible.
Pero el enunciado de la predicción, debido a la magia del Verbo, a veces se
convierte en realidad. Una estela conservada en La Haya, y que data de la
dinastía XIX, muestra a las siete Hathor prometiendo descendencia a un
sacerdote de Thot a cambio del culto que se les rinda. Entre magos y adepto
del dios de la magia, el contacto era fácil.
Hijas de la Luz, las siete Hathor desanudan vendajes de hilo rojo con las
que crean siete nudos. Según el número de nudos, siendo siete el signo
benéfico por excelencia, el destino de la persona interesada por la decisión de
las hadas se muestra favorable o no.
La diosa Sekhmet, con cabeza de leona, es terrorífica. Reina sobre bandas
de genios emisarios, armados con cuchillos, que recorren la tierra llevando la
enfermedad, el hambre, la muerte, especialmente durante los períodos
delicados del calendario, en las épocas de transición en las que se ceban los
males: el paso de un año a otro, el final de una década, el final de mes e
incluso el fin del día y el comienzo de la noche[181]. Estas temibles hordas
son conjuradas por los magos más competentes, primero a nivel nacional y
luego en la esfera privada. Para apaciguar el furor de Sekhmet, es preciso
utilizar un amuleto o una estatuilla que representa a la diosa. La fuerza
maléfica se vuelve entonces benéfica, el poder se desembaraza de su escoria.
El último día del año se invoca a la diosa leona, recordando el papel de los
asesinos llegados del mal Ojo, sembrando el pánico y las tinieblas, lanzando
dardos por sus bocas: ¡qué se alejen del mago!, ¡qué no tengan poder sobre
él, porque él es Ra, es la misma Sekhmet! Las palabras se han de recitar sobre
una tela de lino sobre la que están dibujados los dioses. El mago les ofrece
pan y cerveza, incienso quemado, hace doce nudos y coloca la tela en el
cuello de quien desea ser protegido. Para rechazar a los asesinos y los
incendiarios de Sekhmet, el mago se identifica con Horus, el único.
Pronuncia fórmulas sobre una vara de madera que sostiene en la mano. Luego
debe salir de su morada y dar una vuelta en torno[182].

Figura 15
Dos diosas protectoras de la realeza: Nekhbet, un buitre; Ouadjet, una cobra alada.
Entre sus alas, evocadoras del movimiento vital, el símbolo jeroglífico chen,
verdadero «anillo de poder», que representa al círculo del universo. Este último está
representado como una cuerda anudada y atravesada. (Las capillas de
Tutankhamon.)

Bajo el reinado de Amenophis III se esculpieron muchas estatuas de la


diosa Sekhmet. De ella se dice: «Aquella cuyo poder es tan grande como el
infinito». Los epítetos presentes sobre las estatuas forman una gigantesca
letanía, evocando a una Sekhmet-llama que rechaza al dragón y combate a los
enemigos del Faraón. Una fuerza así es difícil de manipular porque ella puede
destruir el mundo. Pero, gracias a ella, el Faraón conserva su vitalidad. Es el
vivo entre los vivos, a condición de que Sekhmet sea apaciguada y dominada.
Por ello, las estatuas de Sekhmet protegían el acceso a los lugares sagrados,
prohibiendo a los seres impuros e incapaces la entrada a los templos.
El año ritual estaba encarnado por la serpiente ureus, la cual, para
simbolizar la multiplicidad de días, se convierte en 365 serpientes dispuestas
alrededor de la corona real. Según esto, hubo 365 estatuas de Sekhmet (o dos
series de 365: cada día, era necesario conquistar los favores de la diosa para
que ésta dispense una fuerza positiva y proteja al faraón, al templo e incluso
las moradas de los particulares[183].

Enanos y gigantes
Existe una fórmula en la que «el buen enano» juega un pape1 en relación
con la placenta que se ruega que baje para que el nacimiento transcurra bien y
el parto de la madre sea feliz. La misma diosa Hathor posa su mano sobre la
parturienta. Las palabras mágicas son pronunciadas cuatro veces sobre un
enano de arcilla, colocado sobre la cabeza de la mujer que da a luz con
fatigas[184].
Se dedica la plegaria al enano celeste de cabeza grande, de larga cola, de
muslos cortos: que cuide del mago, noche y día, incluso aunque su
apariencia, poco estética sea la de un viejo mono[185].
A veces, el dios de la magia tiene la forma de un enano. El papiro mágico
ilustrado de Brooklyn ofrece escenas particularmente interesantes. Se ve a un
hombre erguido, provisto de una cabeza de Bes, sosteniendo un cetro y una
cruz en dos de sus manos. Pero tiene varios brazos armados con cuchillos,
lanzas y serpientes. Su cuerpo está cubierto de ojos. Es alado[186]. Por encima
de la cabeza de Bes, varias cabezas de animales: gato, mono, león, toro,
hipopótamo, cocodrilo, halcón, siendo coronado el conjunto por cuernos de
Carnero de donde salen seis cuchillos y seis serpientes. Bajo los pies del dios,
un ourouboros, serpiente que se come su propia cola, que contiene animales.
La extraña figura está colocada en un círculo de llamas[187].
A estas fascinantes apariciones, el mago es capaz de añadir la de un
gigante al que hace intervenir para que el orden del mundo sea respetado.
Serge Sauneron hace derivar este símbolo del concepto de inmensidad del
dios que sostiene el cielo y cuyo paso le permite recorrer el universo entero:
de ahí la noción de un ser que mide un millón de codos, gigante bueno de la
magia[188].
Capítulo VI

Los combates del mago


Desfile de dioses y diosas, letanía mágica de extrañas resonancias, mundo
olvidado y, sin embargo, tan próximo… mis anfitriones de Luxor conocían a
pesar de ello los secretos de las divinidades mágicas del antiguo Egipto. Pero
no los dedicaban una devoción ciega. «La magia, me confió el Anciano, es un
combate. Los dioses deben plegarse a tus deseos. Las diosas deben
enamorarse de ti. Si no, serán enemigos implacables.» «¿Así, pues, es preciso
luchar siempre?», pregunté. «En magia, siempre», respondió.

Cuentos y leyendas
Los cuentos del antiguo Egipto, documentos literarios de una calidad
excepcional, tanto por su contenido como por su estilo, muestran a los magos
en acción. Uno de ellos, que se desarrolla en el Imperio Antiguo[189], evoca el
caso de un marido engañado. Pero este infortunado esposo no es un
cualquiera. Se trata de un sacerdote-lector y de un mago altamente
cualificado. Hace fabricar un cocodrilo de cera de siete pulgadas de largo y
pronuncia una fórmula: «¡Apodérate de cualquiera que venga a bañarse a mi
estanque!» Por medio del Verbo, el cocodrilo de cera se ve provisto de un
alma mágica que lo convertirá real en caso de necesidad. El mago pide a su
sirviente que ponga el cocodrilo en el agua cuando el amante de su mujer
venga allí a bañarse.
El acontecimiento se produce. La mujer del mago y su amante se reúnen
en el edénico jardín del alto personaje. El amante decide bañarse en el
arrebatador estanque. El sirviente, obedeciendo a su señor, pone allí el
cocodrilo de cera, el cual se transforma en un saurio de siete pulgadas
totalmente real y mantiene al hombre en el fondo del agua durante siete años.
Cuando el mago regrese a casa, en compañía del faraón, con cuya amistad
se honraba, deseará mostrar un gran prodigio al Señor de Egipto. Ordena al
cocodrilo que saque a la superficie al amante de su mujer. El monstruo es tan
enorme que espanta un poco al faraón. El sacerdote-lector se apodera sin
dificultad del saurio, el cual, inmediatamente, se convierte de nuevo en
cocodrilo de cera. Mientras, el mago relata al rey su desventura. El faraón
pronuncia su juicio: que el cocodrilo se lleve lo que es suyo. El monstruo se
apodera del condenado, desciende al fondo del estanque y nunca más se supo
qué sucedió con su presa. En cuanto a la mujer adúltera, fue quemada y sus
cenizas arrojadas al Nilo.

***

Otro cuento, que data del reinado de Keops, evoca un combate de un


mago, esta vez no contra un rival amoroso, sino frente al faraón en persona.
Había en aquella época un mago prodigioso llamado Djedi, de ciento diez
años de edad, que aún comía ciento diez panes, la mitad de un buey, y bebía
cien cántaros de cerveza. Keops, necesita conocer el número de habitaciones
secretas del templo de Thot. Y Djedi las conoce. Así, pues, va a buscarle a su
casa y le traslada a la corte, a presencia del rey de Egipto. «¿Es verdad lo que
se dice, le interroga Keops, de que tú sabes reponer en su lugar una cabeza
cortada?» «Sí,» responde el mago. El faraón quiere comprobarlo. Ordena que
ejecuten a un prisionero y le lleven su cadáver.
Es en ese instante cuando el mago debe librar su combate. «No, dice con
gravedad, no un ser humano, mi señor soberano, porque está prohibido hacer
semejante cosa con el rebaño sagrado de Dios.» Crítico momento, en que la
tensión es perceptible. El faraón, mago también, acepta esta observación. Se
traerá a su presencia un ganso, y luego un buey. Se les corta la cabeza. El
mago las vuelve a oponer en su lugar. De este modo preserva la vida, incluso
en las circunstancias más difíciles. Seguidamente revelará al faraón la forma
de conocer el número de las habitaciones secretas de Thot, señor de la magia.

Figura 16
Espacios del otro mundo: largas hileras de genios, serpientes, fuerzas contenidas en
óvalos protectores, personajes sin cabeza, con las manos atadas a la espalda,
simbolizando las fuerzas oscuras. Todos suben hacia una misma meta: la
transmutación por la Luz. (La tumba de Ramsés IX.)

***

El cuento de las remeras, que se desarrolla en la época de Snefru, evoca


un combate más «físico» por parte del mago que se mide con el elemento
agua. El faraón Snefru se aburría. El jefe-lector, el mago Djadjaemankh, le
aconseja un paseo en barca con mujeres bellas. La jefa de las remeras,
instalada en la parte de atrás de la barca, dejó caer al agua un adorno de
turquesa con forma de pez. Inmediatamente dejó de remar. Todo su equipo se
detuvo. El faraón está listo para reemplazar la joya, pero la mujer es
testaruda: ella desea aquel colgante y no otro.
Snefru apela al mago. Este pronuncia algunas fórmulas indispensables
para obtener el dominio de las aguas. Luego, con serenidad, coloca una mitad
del lago sobre la otra y encuentra el colgante, el cual devuelve a su
propietaria. Para dejar las cosas como las había encontrado, el mago devuelve
cuidadosamente la mitad del lago a su lugar normal.

***

Un cuento de la época de Ramsés II evoca un combate mágico contra la


enfermedad de una joven princesa prometida para los más altos destinos. Esta
joven, la princesa del país de Bakhtan, debía casarse con el gran Ramsés, que
se había enamorado de ella. Pero la enfermedad se apoderó de ella. El faraón
apela a sus mejores sabios, los cuales no lograrán curarla. Los magos
humanos fracasan, es preciso poner en práctica el poder mágico encarnado en
la estatua del dios Khonsu. Consultado este último, consintió en ser el jefe de
la operación: fue trasladado, con todos los honores debidos a su rango, hasta
el país de la princesa. El viaje duró diecisiete meses. La estatua divina actúa
mágicamente sobre la joven y consigue curarla. Incluso el demonio que la
hizo caer enferma conversó con el dios egipcio, asegurándole que en adelante
sería su esclavo. El príncipe de Bakhtan, estupefacto por los poderes de la
magia egipcia, decidió conservar esta estatua milagrosa. Pero, tres años y
nueve meses más tarde, vio, en sueños, que el poder divino de la estatua
escapaba bajo la forma de un gavilán de oro y volaba hacia Egipto.
Espantado, dejó marchar a la estatua.

***

El cuento de Satni Khamosis es una de las joyas de la literatura mundial.


Satni Khamosis, hijo de rey, leía libros en escritura sagrada, especialmente
los incluidos en la Casa de la Vida, las estelas, y conocía las cualidades de los
amuletos y talismanes. También redactaba. De él se decía: «Es un mago que
no tiene parangón sobre la tierra de Egipto.».
Un día un anciano se burló de él. Conocía un libro escrito de mano de
Thot y podía conducirle al lugar donde éste se encontraba. Allí estaban
inscritas dos fórmulas: «Si recitas la primera, dijo el anciano, encantarás el
cielo y la tierra, el infierno, las montañas, las aguas; conocerás a los pájaros
del cielo y a los reptiles tal como son; verás a los peces, porque el rostro
divino les hará subir a la superficie. Si lees la segunda fórmula, cuando estés
en la tumba tendrás la forma que has tenido en la tierra; verás salir el sol en el
cielo, su cortejo de dioses y la luna con la forma que tenía cuando salía.»
Este libro prodigioso está oculto en una necrópolis, en la tumba de un hijo
de rey. Satni desciende a la misma. La encontró clara como si el sol penetrase
hasta allí, porque la luz salía del libro. El nombre del hijo de rey era
Neferkaptah. Estaban presentes también las almas de su mujer y de su hijo.
Esas almas dialogan con Satni, intentando disuadirle de coger el libro,
que es el origen de muchas desgracias. Neferkaptah, en efecto, había
preparado el emplazamiento del libro: en medio de un río, en un cofre de oro.
El cofre de hierro estaba en un cofre de bronce, el cofre de bronce en un cofre
de madera de palma, el cofre de madera de palma en un cofre de marfil y
ébano, el cofre de marfil y ébano en un cofre de plata, el cofre de plata en un
cofre de oro y el libro dentro de este último. Alrededor hay un hormigueo de
serpientes, de escorpiones, de toda suerte de reptiles. Último guardián del
umbral: una serpiente inmortal enroscada alrededor del último cofre.
Neferkaptah mató dos veces a la serpiente inmortal, la cual revivió.
Combatió una tercera vez con el reptil, la cortó en dos pedazos y puso arena
sobre los pedazos, de manera que la serpiente no pudiera tomar su primitiva
forma. Entonces dispuso del libro y de sus encantamientos.
Pero se hallaba demasiado lejos. El dios Thot se enfadó. Fue a quejarse a
Ra. El dios sol embrujó al mago y le acarreó toda suerte de desgracias,
especialmente causando el ahogamiento de su mujer y de su hijo. Antes de
morir ahogado él mismo, el mago se fijó el libro al pecho.
Satni no escucha ningún consejo de prudencia. Se juega el libro al ajedrez
con Neferkaptah, pierde la partida, pero se apodera igualmente del legajo.
Pagará cara su actitud. Hechizado por una mujer de la que se había
enamorado, hizo matar a sus propios hijos para poder acostarse con ella.
Estos terribles encantamientos son la venganza de Neferkaptah.
Satni se despierta de su pesadilla. Todo no había sido mas que un mal
sueño. Sus hijos están todavía vivos. Guiado por el espíritu de Neferkaptah,
hará descansar en paz los restos de su mujer y de su hijo y no tocará más el
libro maldito.

***

El cuento de Siousire, hijo de Setna, evoca otro combate del mago que no
termina esta vez con una partida de ajedrez. Este texto está escrito en
demótico, en el dorso de papiros griegos conservados en el British
Museum[190].
Setna está muy afligido. Su mujer no consigue reconfortarle. Su hijo
viene a él. ¿Por qué su padre está tan postrado y doliente? Que diga lo que le
apena. «Eres muy joven, no lo comprenderías.» El hijo insiste. El padre le
explica. Un oficial etíope ha venido a Egipto, portando una carta sellada. Ha
hecho un desafío: ¿Quién es capaz de leerla sin abrirla? Ningún sabio egipcio
es capaz de hacerlo. Egipto se siente humillado por el país de los Negros. Es
por ello que Setna está enfermo.
Su hijo Siousire se ríe. Setna se sorprende. «Levántate, padre mío», dice
Slousire. «Yo sé leer la carta sin romper el sello.» Su padre no le cree. Le
somete a una prueba utilizando libros guardados en su bodega. El resultado es
positivo. Por consiguiente, Siousire intervendrá en el drama que se desarrolla
en la corte de Egipto.
El mago etíope está decidido a sumergir la tierra de los faraones en las
tinieblas. Fabrica una camilla de cera con cuatro porteadores y les da vida de
forma mágica. Les da la orden de conducir al rey de Egipto ante el rey de
Etiopía sin demora. El faraón recibe quinientos golpes de bastón y luego es
sacado de Egipto. Informado de ello, el mago oficial de la corte utiliza su
ciencia para evitar lo peor: ¡qué se lleve a cabo una nueva humillación!
Invoca a Thot, inventor de la magia, que ha fundado el cielo y la tierra: que
salve al faraón de la magia etíope.
A este mago, llamado Hor, hijo de Paneshe, se le aparece Thot en sueños:
le aconseja ir a la biblioteca del templo de Khnum donde encontrará, en un
armario cerrado y sellado, un caja conteniendo un rollo de papiro escrito de
su propia mano. Que haga una copia y la coloque en su lugar. Con la ayuda
de este documento, Hor fabrica amuletos protectores. Gracias a ellos, el
faraón no volvió a ser arrastrado a Egipto contra su voluntad.
Horus fabrica a su regreso una camilla de cera con cuatro porteadores y
les da vida: que lleven a Egipto al rey de Etiopía, el cual recibe quinientos
golpes de bastón. Cuando se despierta, está contusionado y cae en la cuenta
de que ha caído bajo los efectos de la hechicería enemiga.
Por dos veces el rey de Etiopía es maltratado de esta manera. El mago
negro decide volver a Egipto para enfrentarse allí a su rival. Efectivamente, el
combate de los magos tiene lugar. Horus el Egipcio hace llover y apaga un
fuego. El Etíope hace juntarse de nuevo las nubes encima de la corte de
Egipto de forma que nadie reconoce a nadie. Por medio de una fórmula
mágica, Horus limpia el cielo. Su adversario crea una gran bóveda de piedra
para separar Egipto de su faraón, y a este del cielo. Horus crea una barca y
coloca en ella la bóveda de piedra, transportándola así hacia el cielo. Al borde
ya de la derrota, el Etíope se vuelve invisible para huir. Pero Horus le hace
reaparecer bajo la forma de una rapaz vuelta sobre su espalda. Un pajarero se
prepara para herirla. La madre del mago etíope, sintiendo que su hijo está en
peligro de muerte, llega a Egipto bajo la forma de una oca. Horus la identifica
y la somete a su voluntad. Ella vuelve a tomar conciencia de una negra e
implora piedad para su hijo y para ella. Los dos juran no regresar a Egipto
antes de 1.500 años.
Según esto, Horus había regresado del Occidente, 1.500 años después de
su muerte, para luchar contra el mago enemigo y salvar el honor de Egipto.
Osiris le permitió volver a la tierra para cumplir esta misión, bajo la forma
de… Siousire, el cual, como una sombra, desapareció ante el faraón y su
padre.

***

El escéptico Luciano, en El escriba sagrado de Menfis, relata un célebre


combate mágico que es el origen de la leyenda del aprendiz de hechicero,
muy inexperto ante las fuerzas a las que intenta someter. El narrador había
ido a vivir a Egipto para estudiar. Fue a ver la estatua de Memnón y escuchar
el extraño sonido que ofrecía al salir el sol. Prodigio: Memnón emite un
oráculo en siete versos. Remontando el Nilo, el narrador encontrará a un
escriba de Menfis que había pasado veintitrés años en unas criptas en las que
Isis le había enseñado la magia. Sabía cabalgar sobre los cocodrilos y
dominar a los monstruos. El viajero se ganó su confianza. Cuando llegaba a
su posada, el mago cogía el pomo de la puerta, o una escoba, o un almirez,
cubría el objeto con ropas y pronunciaba una fórmula mágica que le daba
vida y le hacía caminar. ¡Todos creían que se trataba de un hombre! El objeto
animado satisfacía todos los deseos de los dos viajeros: acarreaba agua y
provisiones. Luego volvía a convertirse en escoba o almirez. Pero el mago no
consentía en revelar su secreto. Un día, su compañero, demasiado curioso, se
escondió y escuchó el encantamiento: una palabra de tres sílabas. Intentó
imitar a su maestro, vistió un almirez, pronunció la fórmula y le ordenó que
le llevara agua. Éxito total. Pero ¿cómo detenerlo? El almirez, animado, no
dejaba de llevar agua e inundó la casa. Desastroso resultado: ¡Ahora había
dos portadores de agua! Por suerte, cuando regresó el maestro mago puso las
cosas en orden pero desapareció con su secreto.

El combate contra el enemigo


El enemigo del mago es el rebelde, el que se revuelve contra el orden del
mundo, provocando el furor de los dioses, que lanzan un terrible grito para
conjurar la acción de las fuerzas malignas[191].
Según las inscripciones de la estatua de Djed-her[192], se produjeron
acontecimientos dramáticos. Una voz aulló en el templo. Hay lamentos en el
palacio. Se cometió un crimen. Las divinidades lloraban. Ra, que no se había
enterado, apareció al fin y rechazó al enemigo que intentaba destruir la
armonía.
El mago sabe que este Enemigo, que representa la negatividad, está
presente en este mundo y en el otro y que busca suprimir la vida por todos los
medios. Un enfermo que sufre está habitado por el Enemigo que sólo puede
ser expulsado del cuerpo por el arte mágico. El Papiro Bremmer-Rhind
precisa que el mago está inspirado por el Creador, para vencer al rebelde con
malas intenciones, el cual, cada día, se levanta contra el sol para impedirle
renacer.
El combate del sol contra el demonio de las tinieblas se reproduce
eternamente. El enfermo —o el paciente— acompaña al dios-sol en su viaje.
El momento más dramático es al salir el sol por el este, cuando el cielo está
rojo y Ra se baña en la sangre de las heridas recibidas en combate[193]. La
lucha tiene lugar sobre la isla de la llama, mundo particular donde la luz se
enfrenta a las fuerzas vivas de las tinieblas, donde el poder mágico domina al
caos. En las «Casas de la Vida», esta «isla de la llama» era el lugar en que el
adepto sufría las pruebas antes de recibir de sus Hermanos los secretos de la
magia. El Anciano que transmitía esta sabiduría era comparable al Creador.
Al final de su iniciación, y en cada acto importante, el mago rendía homenaje
al único que se ha creado a si mismo, que se ha manifestado por la Luz de
Oriente, cuya naturaleza está oculta, anciano que es joven, existente en todas
las cosas.
El mago apela a este gran dios para que descienda de lo alto del cielo y
destruya a los enemigos. Pide igualmente la asistencia de la Enéada, la
cofradía de los nueve Creadores, para abatir el mal que amenaza a Horus y
hace desfallecer el corazón. El mago debe actuar de forma científica y capaz
de restablecer, tanto para los hombres como para los dioses, una circulación
correcta de la energía.
El mago desafía al enemigo, ya sea hombre o mujer. Proclama su poder,
inspira el miedo a los espíritus. Se le teme porque afirma ser un dios que
ordena a las fuerzas maléficas que se sometan y se vayan. Les demuestra que
es más fuerte que ellas. Las interpela, a veces con mucha rudeza, llegando
incluso a amenazarles. Si el enemigo imaginase la menor debilidad, el
combate estaría perdido para el mago y la vida humana estaba amenazada en
sus principios. La cortesía, principal forma de expresión de una civilización
refinada, obliga a veces al mago a excusarse con su enemigo sobrenatural por
emplear contra él palabras violentas: pero no puede hacer otra cosa porque
está poseído por un poder superior al mal.
Ejemplo de sentencia a los enemigos del mago[194]: «Si levantan sus
brazos contra él, será como levantar los brazos contra el hombre de un millón
de codos que se extiende sobre las treinta cimas del país de Kouch (El
Sudán), el dios cuyas pupilas son rojas, inyectadas en sangre, y que detesta el
coito; está provisto de una cabeza de animal… Incluso declaramos que un
demonio debe sentirse aterrorizado por tal aparición»[*].
Existe un libro mágico especial para rechazar a los enemigos. Está
contenido en un cofre de acacia. Cuando se pronuncia la fórmula correcta, es
el mismo poder mágico el que habla. Revela los misterios de Osiris y la
naturaleza de los dioses. El mago iniciado en los secretos de este libro tiene
un dominio excepcional de las fuerzas divinas. Obliga incluso a Osiris a
reconocerle como un experto de lo sobrenatural. Amenaza al dios, en caso de
desfallecimiento por su parte, con impedir las navegaciones sagradas hacia
las ciudades santas de Busiris y Abidos, y con destruir su ba y su cuerpo y
prender fuego a su tumba[195].
El Enemigo se encarna preferentemente en el cuerpo de un monstruo
llamado Apophis, una especie de rebelde por excelencia. Existe, por otra
parte un «libro del ahuyentador Apophis». El mago pide a los dioses que
intervengan para que este dragón no se desarrolle de forma normal, para que
su nombre sea destruido, e incluso su alma y su espíritu, su sombra, sus
huesos, sus cabellos, que su simiente y su fruto se atrofien, que su poder
mágico se esfume, que no encuentre su lugar ni en el cielo ni sobre la
tierra[196].
El iniciado pronuncia el siguiente encantamiento sobre una figurilla de
Apophis hecha de cera[197]: «Tu veneno no entrará en mis miembros porque
mis miembros son los de Atum… tu torpeza no entrará en mis miembros, mi
salvaguarda está formada por todos los dioses, eternamente». La fórmula VI
del Zócalo mágico Behague ayuda a rechazar a Apophis, demonio de las
tinieblas, el caído, el rebelde, considerado como el intestino de Ra, el ser que
no tiene brazos ni piernas». La cabeza del monstruo ha sido cortada.
La estela de Metternich precisa, sin embargo, que el dragón Apophis es
útil a Ra en la medida en que su llama puede alimentar las radiaciones
solares. De hecho, no se mata a Apophis; se le domina.
Por medio de la palabra, el mago neutraliza a la serpiente maldita:
«¡Desaparece, Apophis, enemigo de Ra! (hay que decirlo cuatro veces).
Tiembla, aléjate del que está en la naos, o seréis aniquilado, rebelde! ¡Cae de
bruces, y que tu rostro permanezca ciego!» Cuando los caminos del dragón
están obstruidos, éste ya no tiene fuerza, su corazón desfallece. Es herido por
los cuchillos que se hunden en su cuerpo. Se le corta el cuello y se le arroja al
fuego[198]. Para vencer a Apophis, es preciso glorificar el poder de la Luz, la
alegría que ésta inspira. Luego, se escupe sobre el dragón; Ra le quema con
sus llamas, de forma que la barca continúa bogando por los cielos con plena
seguridad… hasta la reaparición del monstruo.
La lucha contra Apophis es un combate contra todos los enemigos de la
luz, a los que se ordena también caer de bruces. El mago les dará muerte, les
hace pedazos. Ya no tendrán nombre. Es la llama del Ojo de Horus quien los
exterminará; es Sekhmet, el fuego divinizado, quien les destruirá. De esta
forma serán abatidos Apophis y sus aliados, la tortuga, el oryx, los hijos de
los sublevados, los adversarios de los dioses y del faraón.
Para obtener una eficacia casi absoluta, se escriben los nombres de los
enemigos, con los de sus padres, madres e hijos, en verde y sobre una hoja de
papiro, y se gravan estos mismos nombres sobre figuritas de cera. Se escupe
sobre ellas, se las pisotea, se las atraviesa, se las quema en un horno, en
momentos muy precisos del día o la noche, en determinados días del mes.
Magia y astrología están aquí íntimamente mezcladas. La victoria sobre
Apophis se sitúa, por otra parte, en una perspectiva cósmica; es Ra en
persona quien le asesta el golpe decisivo, en presencia de las divinidades del
sur, del norte, del oeste y del este. Orión encadena al dragón al cielo del Sur,
la Osa Mayor le obstaculiza el cielo del Norte.
Apophis, no es el único ser abominable que combatir. Existen numerosas
fórmulas contra individuos igual de terroríficos, como un tal Shakek,
demonio venido del cielo y la tierra, que tiene la lengua en el ano, come «el
pan de su trasero» (sus excrementos) y ataca a los iniciados. «¡Atrás,
retrocede!», le ordena el mago, el cual consigue cerrarle la boca y cortarle la
lengua. El monstruo será cortado en pedazos. Su nombre será suprimido, a
condición de que las palabras mágicas sean pronunciadas sobre una flecha de
cera[199].

***
Para estar seguro de su fuerza, el mago efectúa un peregrinaje por las
ciudades santas de Pe y Dep, en el Delta, de donde regresa identificado con
un cuchillo. Es por esto que se dice que sus miembros son de hierro[200]. Al
poseer este arma excepcional, al ser él mismo este arma, el mago es capaz de
mandar su poder contra todo enemigo que se le oponga.
Otro instrumento de disuasión: los objetos mágicos de marfil, cuchillos o
bastones sobre los cuales están representadas criaturas ya sea aliadas o
adversarias del sol en sus combates contra las tinieblas. El mago que los
utiliza es un «iluminado» que vence, como la Luz, a los perturbadores del
orden cósmico. Inscripciones e imágenes hacen cobrar vida a estos objetos
protectores, a menudo empleados para librar a los niños de todo peligro.
Llamado por su nombre, identificado con el sol, el niño protegido
mágicamente revive la pasión y los dramas del dios, pero también sus
victorias[201].
Expresión favorita de las fuerzas maléficas: el mal de ojo, particularmente
temible. Existe un medio de luchar contra su influencia: utilizar la flecha de
Sekhmet, la magia de Thot. Requerir la ayuda de Isis y de Nephtis, confiar en
la lanza de Horus que irá a clavarse directamente en la cabeza del enemigo,
son igualmente indispensables. El adversario terminará su triste existencia en
el horno de un mago de la Casa de La Vida, el cual dejará ciegos a todos
aquéllos que podrían arrojar el mal de ojo contra un justo[202].
El mago, a fin de preservar su integridad, pasa al ataque contra los
nigrománticos y los magos negros. Destruyen sus cálamos, destrozan sus
archivos. De esta forma conserva su cabeza y sus huesos permanecen
unidos[203]. En tanto que escriba competente, el mago es particularmente apto
para manejar el cálamo. Sigue recomendaciones precisas por parte de sus
maestros: «Tú pintarás a todo adversario de Ra, y a todo adversario del
faraón, muerto o vivo, y a todo proscrito que puedas imaginar, los nombres
de su padre, de su madre y de sus hijos —de cada uno de ellos—, siendo
inscritos con tinta fresca sobre una hoja de papiro que no haya sido utilizada
antes —sus nombres deben ser inscritos sobre su pecho, y ellos mismos serán
confeccionados en cera, y atados con ligaduras de hilo negro; se escupirá
sobre ellos, se les pateará con el pie izquierdo, se les golpeará con el cuchillo
y la lanza y se les arrojará al fuego en el horno del herrero»[204].

***

El Enemigo está presente por todas partes. En los campos de batalla, los
adversarios del faraón no son solamente humanos. Están habitados por una
fuerza hostil contra la cual el rey debe utilizar armas mágicas. En todo
combate sobre el terreno es preciso proceder al encantamiento de los
enemigos, lo cual forma parte de las técnicas oficiales de guerra practicadas
por el Estado. El modelo sagrado está formado por los rituales que los
sacerdotes celebran en los templos para luchar contra los enemigos de la Luz.
En el orden profano, es utilizado para combatir a los invasores de Egipto y
salvaguardar las fronteras. Se escriben listas de enemigos, con tinta roja,
sobre figurillas de arcilla que representan a los adversarios vencidos y
frenados. Se hiere a estas figurillas, se las atraviesa, se escupe sobre ellas, se
las quema. Esta destrucción mágica es la razón profunda de la figuración de
los enemigos eternamente vencidos sobre los muros de los templos o sobre
los zócalos de las estatuas reales[205].
La fractura de las vasijas, cargadas con poder maléfico, era un rito mágico
de estado. Se descubrieron, en varios lugares de Egipto, montones de
recipientes rotos en varios pedazos. De esta forma eran diseminadas las
fuerzas hostiles. Esta técnica, heredada de los tiempos más antiguos, fue
practicada a lo largo de la historia egipcia. Especialmente en el Imperio
Medio se inscribía el nombre de los enemigos sobre vasijas y copas;
príncipes y jefes enemigos son los principales adversarios representados.
Gracias a los magos, dioses y espíritus intervenían. Para no omitir a nadie, se
anotaban también los nombres de los príncipes negros indicando, para más
seguridad: «Todos los negros, sus hombres fuertes, sus correos, sus aliados,
sus confederados que serán hostiles, que conspirarán, que se batirán y los que
dicen que serán hostiles, por todo el país.» No hay que olvidarse de incluir en
esta lista mágica a los palestinos, los libios, e incluso los egipcios y egipcios
que conspiren en el interior.
Figura 17
Figura 18
Figura 19
Figuras 17, 18, 19
Seis genios terroríficos armados con cuchillos, con cabeza de carnero, de cocodrilo,
de león y de hombre. Se colocan sobre el camino del viajero que recorre las rutas
del otro mundo y le matan sin piedad si ignora los nombres y los números. Por el
contrario, si el viajero demuestra su Conocimiento, se convierte en ayudantes suyos
en los combates que tendrá que librar contra las tinieblas. (Las capillas de
Tutankhamon)

Entre los enemigos, el mago incluye a «todas las malas palabras, las obras
malas, todos los malos pensamientos, todas las malas intrigas, las luchas
malvadas, las querellas malvadas, todos los malos deseos, todas las cosas
malas, todos los malos sueños»[206]. Es difícil que exista más conciencia
profesional.
En Mirgisa, sitio que se encuentra al nivel de la segunda catarata del Nilo,
sobre la orilla oeste, se descubrieron numerosos objetos con textos de
encantamiento, estatuas de prisioneros, vasijas, recipientes. Los príncipes de
países extranjeros eran considerados como seres maléficos que se rebelan
contra la armonía del mundo[207]. El mal existe: es preciso hechizarlo. Es
también el mejor medio de trazar una frontera infranqueable.
Para el mago experimentado que se ha liberado del sufrimiento como
Osiris resucitado, es posible vencer al enemigo y aplastarlo bajo la sandalia.
Es por esto que su acción es eficaz cuando pronuncia las palabras justas sobre
una figurilla de cera[208]. Algunos pensaron en la fabricación de «golems», de
criaturas animadas. Realmente, estas figurillas no son móviles. Están incluso
condenadas a la inercia, para que ésta ataque a aquél a quien se desea
alcanzar.
Advertencia que hay que respetar[209]: decapitar al enemigo de cera, al
adversario pintado sobre un papiro o esculpido en madera. De esta forma, los
habitantes del desierto no se revolverán contra Egipto, no habrá ni guerra ni
rebelión en el país, el rey será obedecido y la tierra de los dioses será
preservada.
El mago entra en el vientre del Enemigo como un espía, le vuelve la
cabeza del revés, le pone los pies al contrario. Le debilita, le vacía de
sustancia[210]. Evoca el poder del dios toro Montu y el de Seth. Coge tierra
con la mano derecha y recita una fórmula sobre ella. Rompe los huesos y
devora la carne del enemigo. Le arranca su poder para apoderarse de él[211].
El ataque del adversario se traduce en fenómenos físicos muy precisos,
como la catalepsia. El mago toma entonces una cabeza de asno y la coloca
entre sus pies, contra el sol naciente y actúa de la misma forma a la caída del
sol. Se unta el pie derecho con una sustancia proveniente de una piedra de
Siria, prefigurando así la litoterapia moderna, y el pie izquierdo con arcilla.
Se unta las manos con sangre de asno.
Es preciso repetir las fórmulas durante siete días, atarse filamentos de
palmera con la mano, el falo y la cabeza. Invoca al poder que está en el aire,
invisible[212]. Entonces vencerá a la catalepsia y a la muerte.
El mago dispone de encantamientos para encontrar a un hombre poderoso
que rehúse parlamentar con él. Basta con declararle que representa a la
momia de Osiris en Abidos. Si el adversario persiste, será vencido[213].

Las amenazas
Para asegurar un dominio real sobre el mundo de los dioses, buenos o
malos, favorables o desfavorables, el mago no duda en amenazarles. En el
capítulo 219 de los Textos de las pirámides, en el que el rey se identifica con
Osiris, las divinidades son juzgadas. A cada una de ellas se le dice: «Si ella
vive, este rey vivirá; si ella no muere, este rey no morirá.» Así, pues, en un
primer momento se contentan con ligar mágicamente la suerte del faraón a la
de los dioses. Pero el mago va más lejos. Puede utilizar el nombre secreto de
un dios, como el de Chou, por ejemplo, para modificar el orden de las cosas.
Si se pronunciaba a la orilla del río, éste se desecaba. Si se pronunciaba sobre
la tierra, ésta se incendiaría. Si el cocodrilo atacaba al mago, el sur se
cambiaría por norte, el mundo se trastocaría.
Peor aún, se dirigen violentos insultos con respecto a los dioses y diosas,
especialmente en el capítulo 534 de los Textos de las pirámides cuyas
fórmulas quieren impedir la venida de Osiris, de Horus, de Seth, tachado de
castrado, Khenty-Irty de baboso, Thot de sin-madre, Isis de repleta de
podredumbre, Nephtis de concubina sin vagina. Horribles calificativos que
arrastran por el lodo a augustas divinidades.
Cuando el mago profiere amenazas terribles contra los dioses, toma una
importante precaución: «No soy yo quien habla así, añade, ni yo quien repite
esto, sino esta fuerza mágica que ha venido a atacar a aquél de quien
hablo»[214]. De esta forma, el taumaturgo puede pronunciar palabras terribles,
incluyendo lo peor: por ejemplo, prender fuego a Busiris y quemar a Osiris.
Las amenazas mágicas se utilizan para curar. Si la persona gravemente
enferma corre riesgo de morir, el mago utiliza este último arma: «Si el
veneno se extiende por el cuerpo, declara, si se adentra en una parte
cualquiera del cuerpo, no se hará ninguna libación sobre la mesa de ofrendas
de los templos, no se verterá ningún agua sobre los altares, no se encenderá
ninguna antorcha en ningún lugar del templo, no se llevará ninguna res al
altar del sacrificio, y no se ofrendará ninguna carne al templo. Pero si el
veneno pierde fuerza, todos los templos estarán en alegría, y los dioses
estarán felices en sus santuarios»[215].
El Estado mismo no duda en utilizar este procedimiento. Un decreto real
prescribe alejar toda influencia nefasta y cualquier clase de muerte. Si el
efecto mágico no era activo, las represalias serían terribles: no más agua para
el que está en el sarcófago; el que está en Abidos, es decir, Osiris, no sería ya
enterrado; no habría más ofrendas para el que está en Heliópolis, es decir, el
dios Ra[216]. Las fuerzas del mal saben así a qué atenerse.
Los dioses toman precauciones similares. Horus, según ciertas
tradiciones, tiene una esposa. Como cualquiera, ésta teme la mordedura de
los reptiles. Pero «si la esposa de Horus era mordida, no estaría ya permitido
que la crecida anegara los ríos; no estaría ya permitido que el sol alumbrara la
tierra, ni que el trigo creciera; no sería ya posible fabricar pan, ni fabricar
toneles de cerveza para los trescientos cincuenta dioses que tendrían hambre
de día y de noche»[217].
Cuando el mago apela a las divinidades y reclama su asistencia, no
admite una respuesta negativa por su parte. Amenaza directamente a los
animales simbólicos en que éstas se encarnan, para «forzarles» de cualquier
forma. Se dirige en términos severos a cada fuerza divina implicada: «Si no
escuchas mis palabras, cortaré la cabeza de una vaca sobre el atrio de Hathor,
decapitaré a un hipopótamo sobre el atrio de Seth, haré que Anubis sea
enrollado en una piel de perro y que Sobek sea enrollado en una piel de
cocodrilo»[218].
Hay un mismo tipo de amenaza para los objetos mágicos como la linterna
que sirve de soporte a la presencia divina. El mago le ordena que se someta a
él cuando Osiris ha sido encontrado en su barca, con Isis a su cabeza y
Nepht1s a sus pies. La linterna debe intervenir en favor del mago, si no éste
le privará de aceite.

Los peligros de la noche


El mago se asoma a la noche, en la oscuridad, con Horus ante él y Seth a
su derecha. Transporta un mensaje que emana de los grandes dioses. Así
acompañado, no teme a los demonios que merodean por las tinieblas. Los
muertos no pueden asustarle. Es él quien les amenaza: puede cortarles las
manos, cegar sus ojos, cerrar sus bocas. «Yo soy Horus-Seth», proclama,
realizando así una extraordinaria unión, más allá de la dualidad, más allá del
bien y del mal[219].
La noche es peligrosa. Allí se ocultan espectros para vagar por la tierra.
Son aparecidos, muertos errantes. El mago se protege declarando que es el
maestro del universo. Es el joven dios, señor de la Verdad y la justicia. Como
compañero del Creador, Atum, recorre el cielo y conoce todos sus
caminos[220].
El que se asoma a la noche toma precauciones. Se provee de una luz
particular, se hace custodiar por serpientes protectoras. El mal no le
atacará[221]. La luz está situada en el interior de los ojos del mago para que se
desplace por la noche como si fuese de día y viaje por la tierra saliendo del
horizonte del cielo, sin morir de nuevo. Contempla a Ra, ve la luz frente a
él[222].
Existe un libro especial para alejar los espantos que atemorizan durante la
noche. Es preciso levantar el rostro, mantener en alerta las cualidades del ser.
De esta forma se percibe al Señor de Todo. Hay que recitar las fórmulas
sobre una tela de lino fino que se pondrá en la garganta a fin de conservar la
calma[223].
El mago dispone de un arsenal contra las pesadillas. Se dirige a los
demonios que perturban el sueño ridiculizándolos. Apela a las divinidades
presentes en la barca de la noche que atraviesa el cielo. Pinta figuras de
genios guardianes sobre los cabeceros de las camas. Inscribe en ellos
fórmulas mágicas. Contra los malos sueños, el mago invoca con sus deseos
un buen sueño, una noche que sea parecida al día. Los males provocados por
Seth son descartados. Como Ra, el mago saldrá victorioso de sus enemigos
salidos de las tinieblas. Utilizará también hierbas empapadas en cerveza y en
mirra. Frotará el rostro del durmiente para disipar las pesadillas[224]. Dice
estas palabras eficaces: «Ved, es el Señor de Todo y éstos son Los que son, es
Atum, es Ouadjet, la señora del terror en la gran barca, es el niño, es el señor
de la Verdad, es la figura de Atum sobre el curso superior, es la llama
devoradora que ha sido crea la por Sia, el señor de los cielos».[225]. Estas
apariciones espantan a los demonios. El hombre justo duerme en paz,
protegido por la magia.
Capítulo VII

Magia y medicina
La noche de Luxor no es nunca temerosa, sin duda no existen demonios
más que para los que temen. Pero la enfermedad sí que existe. A menudo nos
golpea cuando menos la esperamos. Mis anfitriones, familia mágica por
excelencia, conocían bastante bien la medicina occidental. Pero no creían
mucho en ella. Médicos egipcios, formados en Londres y en París, habían
intentado sin éxito convencerles. «Cuando se trata el mal con un mal fin, me
explicó el padre, no se le ataja. A lo sumo se le desplaza. A lo peor, se le
aumenta.» Magia y medicina, ¿es éste el buen camino?

***

Un médico mago
La medicina mágica probablemente nació en Egipto. No es creación
artificial, sino una ciencia a la vez teórica y experimental que tiene como
criterio básico la voluntad de mantener el cuerpo humano en armonía con el
cosmos, de forma que sirva de receptáculo a las fuerzas vitales que han
creado el universo. Quien es atacado por una enfermedad, por un sufrimiento,
por un dolor, es presa de una fuerza negativa, de una divinidad hostil, es
decir, de un demonio. El médico-mago debe curar la causa y no el efecto, y
por consiguiente atacar a este poder invisible e irracional que perturba el
organismo.
Dato importante para comprender los principios de esta medicina mágica:
no comporta ningún aspecto moral. El dios curativo no es «bueno», el dios
agresor no es «malo». Son expresiones de la fuerza creadora que circula por
todas partes. Es el ser humano quien actúa de forma armónica o disarmónica
sobre lo que le rodea; es él quien acoge y manipula «bien» o «mal» las
divinidades que rigen su existencia.
Hoy magia y medicina se oponen radicalmente. Egipto prefería unir las
dos técnicas para llegar a una ciencia del hombre mucho más completa y
mucho más amplia. Por lo demás, es preciso reconocer que las escuelas
médicas actuales, fundadas exclusivamente sobre el racionalismo químico o
matemático, forman a médicos de los cuales una parte termina por
cuestionarse el valor de su práctica. Sanar es un arte tanto como una ciencia,
una magia del ser tanto como un análisis racional.
El médico egipcio se ocultaba bajo signos secretos para que sólo «los
filósofos», aquéllos que aman la sabiduría, pudiesen comprender los arcanos.
El misterio, no obstante, fue escrito y transmitido, especialmente por los
papiros egipcios y los escritos árabes, traducidos al latín y transmitidos de
iniciado a iniciado hasta el siglo XV, especialmente en las escuelas de
Alemania que conocían todavía algunos secretos de los sacerdotes egipcios.
Es la magia la que permite que la medicina sea preventiva. Impide que la
enfermedad se apodere del cuerpo. El médico prepara fórmulas
científicamente. Pero considera que esta ciencia no es suficiente. Es preciso
añadir una fórmula mágica para darle un alma. Aunque algunos
medicamentos son sencillos, la mayoría son complicados y tratan ataques
provocados por demonios. Cuando sobreviene la enfermedad, es que Seth o
algún otro demonio se ha cruzado en el camino del paciente y le ha asaltado.
La enfermedad le vuelve impuro. De ahí la necesidad de la intervención de un
médico, «sacerdote-puro» de Sekhmet cualificado para curar.
Las enfermedades son causadas por enemigos hombres o mujeres contra
los cuales el mago se bate como un guerrero. Los instrumentos que él maneja
son comparados con armas. No se convierte en médico-mago sin recibir una
iniciación larga y exigente que, para los maestros de la corporación, tenía
lugar en Heliópolis. Colocado en presencia de la madre de los dioses, de los
cuales recibe los favores, el adepto aprende los encantamientos formulados
por el mismo Creador del Universo cuando rechaza a las fuerzas nocivas. El
primer precepto es: «Dios hace vivir a quien le ama.».
Para ayudar mejor al enfermo a recobrar la salud, el mago lo identifica
con ciertas divinidades, en primer lugar Ra. Previene de ello a las
divinidades: «¡Oh, Ra, Geb, Nut, Osiris, Horus! ¡Restableced el corazón de
este hombre sufriente! ¡Devolvedle a la vida como habéis hecho revivir el
corazón de Ra cuando le atacó Nehaher (un demonio)! ¡Rechazad el veneno
que está en su cuerpo como habéis alejado el veneno de Apophis que estaba
en el cuerpo del gran dios!»; conclusión esencial para el paciente: «Ra es tu
protección»[226].
Paso indispensable: dirigirse directamente al demonio para que éste
revele sus malévolas intenciones y la forma de que acabar con aquél que se
ha apoderado de él. «¡Atrás, dice el mago, enemigo, demonio que causa este
dolor a untel! ¡Tú dices que infligirás heridas en esta cabeza que es suya, a fin
de forzar tu entrada en esta frente que es suya, de hundir estas sienes que son
suyas! Vete, retrocede ante el poder fulminante de este Ojo deslumbrante que
es suyo! El previene tu poder agresivo, dispersa tus eyaculaciones, tu
simiente, tus ruidos, los productos de tu digestión, tus opresiones, tus males,
tus tormentos, tus inflamaciones, tus aflicciones, calor y fuego, todas las
cosas malas sobre las que has dicho: “Sufrirá a causa de ellas”». Gracias a
Ra, el enfermo permanece con vida. El dios sol impedirá que le maten los
venenos.
Pero el mismo Ra no está totalmente a cubierto del asalto de las fuerzas
maléficas. Su barca puede encontrarse inmovilizada en el cielo. Si se
interrumpe la navegación cósmica, el universo se detiene porque Horus está
en peligro. Estando el enfermo identificado con Horus, es necesario que tanto
el dios como el hombre sean liberados de sus males para que el orden sea
restablecido en el universo[227].
La protección de Horus es ejercida por el primogénito en el cielo, el cual
gobierna todo lo que existe, el gran enano que hace el recorrido del Duat, el
mundo intermedio, el libro de la noche que viaja en la montaña del Oeste, el
gran poder oculto, el inmenso halcón que vuela en el cielo, sobre la tierra y
en el Duat, el escarabajo sagrado, el cuerpo secreto simbolizado por la
momia, el fénix divino, el nombre propio de Horus, los nombres de su padre
Osiris, sus imágenes en sus nomos, la lamentación de su madre Isis: tales son
también las protecciones del enfermo identificado con Horus cuando es
curado correctamente por un mago.
En un caso que se nos presenta como único, un enfermo recibe el consejo
de dirigirse directamente al Duat[228], es decir, a ese mundo particular que no
es cielo n1 tierra y que rodea el cosmos. El hecho es rarísimo porque el mago
es el intermediario indispensable entre el enfermo y sus causas. Para aprender
su oficio, dispone de una enseñanza oral impartida en las Casas de la Vida y
de una, enseñanza escrita, los papiros médicos.
Éstos no se pueden dejar en cualquier mano. El papiro médico de
Londres, por ejemplo, no es un escrito profano. Fue encontrado una noche en
una sala de un templo. Un rayo de luna lo iluminó. Fue entonces entregado al
rey. Este gran suceso tuvo lugar mientras deliberaba la Enéada. Todo escrito
médico pertenece en realidad a la esfera de lo sagrado.
Este arte maravilloso, de origen divino, necesita una estrecha
colaboración entre el médico y su paciente. La técnica sola no basta. El efecto
del medicamento no es total si la voluntad de conjurar el mal no viene
también del corazón y del cuerpo del paciente. La fórmula mágica ayuda a
concretar la acción conjugada del enfermo y del terapeuta. Del mismo modo
que Horus y Seth «sanaron», el primero provisto de nuevo de su «ojo» y el
segundo de sus testículos, del mismo modo el hombre que está en la tierra
puede gozar de su integridad física recobrando la salud[229].
El médico-mago, hombre de iniciación y de ciencia, dispone de un
arsenal terapéutico impresionante. Para extirpar el mal del cuerpo del
enfermo se beneficia de su saber técnico, de la identificación mágica de su
paciente con una divinidad (a menudo es Horus combatiendo contra Seth)
[230], del conocimiento de los nombres de los enemigos y demonios, de la

capacidad de dialogar con el mal para convencerle de su ineficacia y del


poder del ser sufriente que tiene los suficientes recursos internos para
combatir de forma victoriosa. Si, por desgracia, la enfermedad ha entrado
profundamente en el cuerpo, queda todavía la posibilidad de interpelarla, de
amenazarla, de ordenarle que se vaya, de expulsaría. El mago explica a la
enfermedad que hará mal en acomodarse en las partes del cuerpo a las que
quisiera ir: la lengua será para ella una serpiente, el ano la degollará, los
dientes la triturarán. Es seguro que la enfermedad se sentirá mucho más a
gusto en su propia morada, lejos de los humanos.

***

En Heliópolis, como hemos visto, el médico-mago sufría una larga


iniciación, tan difícil que debía salvarse a sí mismo antes de poder curar a los
demás. ¿Debemos deducir de esta información[231] que se inoculaba en el
adepto una enfermedad para verificar el alcance de su sangre fría y de sus
conocimientos? O bien «simplemente» franqueaba pruebas físicas siempre
presentes en un ritual de iniciación. Sea como fuere, el nuevo médico, tras
este período de prueba, visitaba otras Casas de la Vida, como la de la Sais, y
recibía las enseñanzas de numerosos colegas. Las divinidades principales le
ayudaban en esta tarea. Ra en persona le defendía contra sus enemigos
visibles e invisibles. Thot era su guía, el que conocía las fórmulas, las
enseñaba a los estudiantes para que éstos liberaran del mal a aquéllos a los
que el dios deseaba conservar con vida.
Primer deber del médico: ligar el destino del enfermo al del universo. Si
no sanaba, el cielo se derrumbaría, la luz desaparecería. Incluso el demonio
causante de esta desarmonía sería destruido por la catástrofe. Para salvarse a
sí mismo, no tiene otro recurso que la huida… que equivale a la curación de
su víctima.
Dato esencial: se compara la toma de un medicamento con la apertura de
la boca por los dioses Ptah y Sokaris en los ritos de resurrección. La fórmula
mágica era recitada por Nephtis, la «señora del templo». La apertura de la
boca tenía como objeto devolver la vida a la momia y animar a la estatua. Al
practicar esta operación «sobre un enfermo», se le añadía un inmenso
potencial vital y una facultad de resistencia a las agresiones exteriores.
Cuando se ingiere un remedio, es indispensable pronunciar las palabras
mágicas. Las dos acciones se refuerzan. La materia de la que está compuesto
el medicamento toma vida con la fórmula[232].
Para quitar un vendaje, se evoca a Horus liberado por Isis del mal que le
produjo Seth. El enfermo implora a Isis, «grande de la Magia», que aleje de
él toda mala influencia. Él ha entrado en el fuego, ha salido del agua, no se
dejará apresar por demonios[233]. El mago dice: «Él fue liberado, fue liberado
por Isis. Liberado fue Horus por Isis de todo el mal que le había producido su
hermano Seth, cuando éste mató a su padre Osiris. Oh, Isis, gran maga,
libérame, libérame de toda cosa mala, maléfica, candente, de la enfermedad
de un dios y de la enfermedad de una diosa, de la muerte varón y de la muerte
hembra, del enemigo y de la enemiga, que vengan contra mí»[234].
Ninguna acción médica, por sencilla que sea, es considerada como
puramente material. Siempre está ligada al mundo mágico, en cual encuentra
su modelo divino. Los poderes de los médicos egipcios a menudo eran
sorprendentes, incluso a la vista de nuestro saber actual. Con frecuencia los
egiptólogos han quitado valor a la fórmula del papiro medico Edwin Smith
que propone «transformar a un anciano en hombre joven de veinte años»,
pero es seguro que los sabios de Egipto practicaron una ciencia de las
transmutación y del rejuvenecimiento que explica la longevidad de ciertos
dirigentes, a pesar de estar agobiados de deberes y de trabajo. ¿Y no estaba la
edad media de los sabios en ciento diez años?
Un texto del papiro Ebers hace alusión a un aspecto fundamental de la
ciencia egipcia: la percepción de la realidad por la intuición surgida del
corazón: «Comienzo del secreto del médico, conocimiento de la marcha del
corazón y conocimiento del corazón. Hay en éste vasos sanguíneos que van a
todos los miembros. En cuanto a aquello sobre lo que cualquier practicante
pone sus dedos, ya sea la cabeza, la nuca, las manos o incluso el corazón, los
brazos, las piernas o cualquier otra cosa, se siente una especie de corazón, ya
que los vasos sanguíneos van a cada uno de sus miembros; es por eso que le
habla a los vasos de cada miembro.».
Figura 20
El genio Nedj-Her, sentado, sostiene la vida en sus manos. El iniciado debe saber
responder a las preguntas de este guardián del umbral para descubrir esta vida en sí
mismo. (Las capillas de Tutankhamon)

No se trata, como se ha supuesto a menudo, de una fisiología elemental,


sino, por el contrario, de indicaciones precisas concernientes al «cuerpo sutil»
del ser que es preciso curar con tanta atención como al cuerpo físico. En el
mismo orden de ideas, y conforme a una lógica mágica, el mago no utiliza
más que remedios físicos o directos contra el veneno, por ejemplo. Hace siete
nudos en un tejido, sujeta en sus manos una reliquia proveniente de un cofre
conservado en Heliópolis, que contiene en especial un cuchillo de piedra
negra. El conocimiento de los nombres secretos ¿no es el remedio más eficaz
contra los humores malignos[235]?
Frente a tales males, sólo la magia lucha con algún éxito. Si el enfermo
está muy grave, el médico le conferirá un terrible furor que le hará capaz de
destruir ciudades como Busiris y Menes, de impedir que lleguen ofrendas a
Abidos, en suma, perturbar el orden del mundo. Los demonios de la
enfermedad estarán obligados a retroceder.
Contra la fiebre y el catarro se utiliza… ¡un decreto real! El rey del Alto y
el Bajo Egipto, Osiris, dice al visir, el príncipe heredero Geb, que levante el
mat de su barca, que despliegue su vela y bogue hacia los campos de rosas.
Que se lleve a las fuerzas hostiles, la fiebre y el catarro, lejos de la tierra.
Palabras divinas a pronunciar sobre dos barcas divinas y dos ojos completos;
se dibujan dos escarabajos sobre un papiro que se pondrá en la garganta del
paciente[236].
Contra el resfriado, afección que parecía especialmente penosa para los
egipcios, el médico-mago despliega todos los recursos de su elocuencia:
«¡Retírate, coriza, hijo de coriza! Tú que destrozas los huesos, que rompes el
cráneo, que te hundes en el cerebro, que haces enfermar las siete aberturas de
la cabeza, sirvientes de Ra, lisonjeros de Thot. Mira, yo traigo un remedio
contra ti, una poción contra ti: leche de mujer que ha traído al mundo a un
niño varón, y resma perfumada. ¡Qué él te cace y te expulse, y viceversa!
Decirlo cuatro veces sobre leche de mujer que haya traído al mundo a un niño
varón, y sobre resina odorífera. Ponerlo sobre la nariz»[237].
Incidentes, banales o a veces de consecuencias desastrosas: una fórmula
mágica evita la asfixia a quien tiene un hueso atascado en la garganta. El
mago se identifica con un busto de león, con una cabeza de carnero, con un
diente de leopardo. Técnicamente, vierte aceite en la boca del enfermo. Con
el dedo ayuda a tragar el aceite. Cuando escupa su saliva, el hueso saldrá con
ella[238]. En el mismo caso, el mago, utilizando medios aparentemente
desproporcionados contra el mal, se identifica con aquel cuya cabeza toca el
cielo y cuyos pies descansan sobre las aguas eternas. Son necesarios un
huevo de halcón en su boca y un huevo de ibis en su vientre.
El hueso de dios, de hombre, de pájaro, de animal, las espinas, saldrán de
la boca del enfermo y caerán en la mano del mago, hijo del dios vivo.
La saliva es un remedio excelente. Echando saliva sobre una herida, se la
cura. La saliva forma parte de las secreciones y exudaciones que, como la
sangre, el sudor, la orina, provienen del cuerpo de los dioses. Es por ello que
la utilización de los excrementos, la orina y otras materias en principio
repugnantes, procede de una concepción mágica. El mundo de las fuerzas
demoníacas es el anverso del hombre justo. En el otro mundo, los
condenados comen excrementos y marchan cabeza abajo. No obstante, es
posible el uso homeopático de estas materias naturales. Como los demás
elementos de la vida, contienen una parcela de divinidad que el mago debe
saber extraer y manipular. Herencia tardía de esta concepción, una tradición
curiosa, que deriva de Egipto, fue conservada en la Edad Media y conocida
hasta el siglo XVII. Para conocer el sexo del niño que va a nacer, se moja
espelta y trigo en la orina de la mujer encinta y se colocan los granos en dos
saquitos. Si el trigo germina, nacerá un niño. Si es la espelta, una niña.
También se pueden cavar dos fosas. En una se arroja cebada; en la otra trigo.
En las dos se vierte orina de la mujer encinta y se recubre de tierra. Si el trigo
crece más deprisa que la cebada, será un niño. Pero si la cebada crece
primero, es una niña lo que la madre dará a luz[239].
Estas anécdotas mágicas, fundadas por otra parte en conocimientos
químicos, no deben disfrazar extraordinarios aspectos de la magia de estado,
como las estatuas curativas. Éstas, cubiertas de textos mágicos y consagradas
en los templos, eran situadas en sanatorios sagrados o en capillas. En su
zócalo estaba excavada una cubeta donde se recogía el agua vertida sobre la
estatua y que, al pasar sobre los textos, se impregnaba de magia. Este agua se
convertía en energética, y se ofrecía a los enfermos o a los infelices picados
por una serpiente o un escorpión. Este agua mágica tenía un efecto
preventivo, protegiendo de toda agresión a los viajeros que se aventuran en el
desierto.
Figura 21
Una diosa-estrella recibe del sol una energía que entra en su boca. Ella la restituye
a una serpiente; símbolo de las fuerzas telúricas, animadas así con una energía
celeste. Lo que está en arriba es como lo que está en abajo. (Las capillas de
Tutankhamon)

Sangre y magia
En todas las magias conocidas, la sangre juega un papel indudable. Es
vehículo de cualidades vitales de gran importancia, cuyo secreto no es
conocido más que por un mago experimentado. Es por ello que la sangre
entra en la composición de diversos productos. Conocemos, por ejemplo, un
ungüento fabricado con sangre de ternero negro o con la sangre del cuerno de
un toro negro, producto que otorga energía a quien lo utiliza.
¿No es incluso el faraón la sangre nacida de Ra[240], la sangre del sol?
Ahora bien, es el mismo Ra quien abre el cuerpo del enfermo y le devuelve a
la vida, impidiendo que actúen los venenos, y no dejando al hombre justo a
merced de los fluidos maléficos. Las palabras mágicas deben pronunciarse
sobre una figura de Ra, dibujada con la sangre de un pez —abdjou—, sobre
una tela de lino real, que se coloca luego sobre la cabeza del individuo en
cuestión[241].
Cuando la diosa Sekhmet se desencadena, lista para destruir a la
humanidad, Ra está obligado a intervenir. Hace beber a la diosa un brebaje
mágico del color de la sangre. Operación delicada en extremo, pero que
triunfa plenamente, porque la furiosa Sekhmet se transforma en la dulce
Hathor.
Sangre y sudor se mezclan en una fórmula de regeneración destinada a
acrecentar el poder del mago: «¡Qué el sudor de los dioses penetre hasta ti,
que las protecciones de Ra se extiendan a tu cuerpo, que tengas acceso al
territorio sagrado, al suelo sagrado de las provincias, que hagas lo que desees
en los dos países, gracias al divino sudor originario del país del Punt! ¡Qué la
grasa de tus enemigos penetre hasta ti, que tu corazón sea regenerado gracias
a la sangre de los que te son rebeldes!»[242].
La sangre de la diosa Isis protege al mago de todo ataque negativo,
impide que se le haga daño. Esta sangre femenina es también la de la
desfloración; se le atribuían excepcionales cualidades[243], vinculadas a la
revelación del nombre secreto de las divinidades y a la adquisición del poder
de abatir a las criaturas maléficas. En cierto modo, al practicar su arte, el
mago hacía el amor con una diosa siempre virgen que le revelaba su eterna
verdad.
Una magia simplista desvirtúa esta simbología que utiliza una mezcla de
sangre y esperma para desatar la pasión amorosa en la persona deseada.
Amar, incluso en el nivel más simple, es una vibración común de dos
energías diferentes: de ahí la intervención de los magos que favorecen
conjunciones análogas.
La sangre es un líquido precioso. Por ello, una hemorragia es considerada
como un mal espantoso. Por fortuna existe una fórmula para ponerle fin:
«¡Atrás, tú que estás en la mano de Horus! ¡Atrás, tú que estás en la mano de
Seth! La sangre que circula se ha detenido!» La fórmula se recita sobre un
amuleto en forma de cama, colocado luego sobre la espalda del individuo en
cuestión[244].
La hemorragia femenina es una de las más graves. Para detenerla, es
preciso invocar a Anubis, el cual impide que se extienda la inundación sobre
lo que es puro. Se pronuncian fórmulas sobre los filamentos de un tejido con
un nudo. Luego se aplica al interior de la vagina de la enferma[245]. También
se puede hacerle beber, en ayunas, jugo de la planta llamada «Gran Nilo»,
mezclado con cerveza[246]. La corriente del río es comparable al flujo
menstrual. Los dos deben ser regulares para que tanto la tierra de los hombres
como el cuerpo de la mujer estén en armonía.

Dolencias de la cabeza
La cabeza debe ser preservada de las enfermedades, porque contiene las
puertas de la vida: los ojos para ver y recrear el mundo, la nariz para respirar
tanto lo sutil como lo concreto, las orejas para escuchar el Verbo y las
palabras, la boca para que el hombre viva[247]. Las dolencias de cabeza, que
perturban este «órgano» vital, atacaron incluso al dios Horus cuando escalaba
una montaña, en verano, al mediodía. Encontró dioses que celebraban un
banquete en una sala de tribunal. Le convidaron a participar de sus alimentos.
Pero Horus respondió que no tenía apetito. Sufría de jaqueca. Estaba
consumido de fiebre. ¡Qué los trescientos sesenta y cinco dioses sentados al
banquete sacaran el dolor de su cabeza! El mago debe relatar esta historia
siete veces cuando trata a un enfermo, y friccionarse las manos, el cuerpo y
los pies con un ungüento especial[248].
Otro relato evoca a Horus, siempre con jaqueca, que pasa el día apoyado
en un almohadón. Seth, su hermano, vela por él. El mago, experto, coge el
tejido con el que se había confeccionado el almohadón y hace con él siete
nudos. Los aplica al dedo gordo del pie del enfermo, el cual sana[249]. Horus,
por su parte, llamó a Isis, y propuso un remedio radical: que la diosa le diese
su cabeza a cambio de la suya. Isis no acepta esta oferta tan delicada. Sin
embargo, actúa en favor de Horus, fabricando nudos mágicos, siempre en
número de siete[250]. El mago imita a la diosa y aplica el tejido sobre el pie
izquierdo del enfermo, porque, como concluye la fórmula, «lo que ha sido
aplicado a las partes inferiores es válido para las partes superiores». ¿Cómo
no reconocer en esto uno de los orígenes de la célebre máxima hermética «lo
que está abajo es igual que lo que está arriba»?
Sabía precaución: llevar de amuleto la cabeza de algunas divinidades
(Bes, Hathor, por ejemplo), que valen para cualquier divinidad. Los capiteles
llamados «hatóricos» —dicho de otro modo, cabezas gigantes de la diosa—,
que coronan las columnas de algunos templos, como el de Dendera, son
talismanes muy potentes que protegen el edificio.
La cabeza del enfermo se identifica con la de Ra. Es por esto que habrá
trastornos en el cosmos si el paciente no encuentra el equilibrio. La cabeza de
Ra ilumina la tierra, hace vivir a la humanidad. Es preciso igualmente tener
cuidado de que Ra no se duerma hambriento, para que los dioses no estén
tristes. Si no, se corre el riesgo de ver regresar la oscuridad primordial, ese
tiempo, anterior a la creación, en que los cielos estaban unidos. El agua
celeste sería entonces arrebatada y la tierra condenada a la esterilidad. Como
se ve, las consecuencias de una jaqueca divina que no sea curada
mágicamente serían terroríficas.
Si el mal alcanza los dos lados de la cabeza, es que un demonio se ha
apoderado de su víctima un día de fiesta. El caso es grave. Es preciso
proporcionar una máscara al enfermo, labrada por el dios Khnum,
identificado con el dios, el paciente adquiere la fuerza necesaria para vencer
el mal. Pero existen remedios más sencillos para desembarazarse de una
jaqueca persistente. Isis nos da un ejemplo. Despeinó su cabello como una
mujer en duelo, por analogía con el desorden de la cabellera de Horus, que
había sido herido por Seth cuando ambos combatieron. Quien consiga
ordenar sus cabellos evitará los dolores de cabeza[251].
Se recomienda igualmente apoyar las manos sobre la cabeza: los
sufrimientos desaparecerán bajo el efecto del magnetismo que se provocará a
uno mismo, a condición de que el acto mágico permita identificarse a Horus
el Anciano con el vigor primordial. Precaución útil: añadir a esto un amuleto
que cubra la parte superior de la espalda y de la columna vertebral, una
especie de peluca protectora que haya sido tejida e hilada por Isis y Nepthis.
Otro modo de luchar contra la jaqueca: recitar una fórmula sobre un
cocodrilo de arcilla en la boca del cual se coloca una pepita. Sobre la cabeza
de la figurilla, un ojo de barro. Es preciso luego unirlo e inscribir un dibujo
de los dioses sobre una venda de lino[252].
Otro encantamiento eficaz: asimilar la cabeza del enfermo con la de
Osiris Onofris, sobre cuya cabeza fueron colocadas 377 serpientes divinas
que escupen fuego y ahuyentan el dolor[253]. El mago pasa al ataque
arrojando al fuego el animal del más allá cuya parte delantera es idéntica a la
de un chacal y que ha arrojado un maleficio sobre el paciente. Al destruir la
causa, destruye el efecto.
Es especialmente importante conservar la cabeza. La cabeza de Osiris era
una réplica esencial, conservada cerca de Abidos, centro principal del culto
del dios. Al convertirse en Osiris, el justo adquiere una condición de divino.
Además evita que se le corte la cabeza. Toma todas las precauciones para
conservarla intacta en el imperio de los muertos[254]. Para paliar cualquier
riesgo cuentan incluso con «cabezas de sustitución» que se depositan en las
tumbas.
El capítulo 101 de los Textos de los sarcófagos es uno de los textos más
extraños. El mago recita sobre una cabeza posada en el suelo, iluminada por
la luz proveniente de una ventana. El objeto de la operación es una
trasmigración física. El alma humana adquiere cierta facultad de desplazarse
por el cosmos y de reencontrar a Shu, el dios del aire luminoso. En la cabeza
se ocultan capacidades misteriosas que únicamente el mago es capaz de
despertar y de hacer madurar. Estos antiguos conocimientos fueron
conservados en Occidente, en especial en ciertos rituales masónicos.
Señalemos, por ejemplo, que al Aprendiz, si perjura y traiciona los secretos,
se le cortará simbólicamente el cuello: pierde la cabeza y el sentido de la vida
en espíritu.

Figura 22
Representaciones de personajes cabeza abajo, en el interior de un círculo, dispuesto
en forma de estrella. Es el mundo inverso, en el que el movimiento «gira» en el
sentido contrario a la armonía. El conocimiento mágico de las fórmulas de la vida
permite al iniciado evitar esta postura, enderezar la situación y marchar con la
cabeza erguida en todos los universos. (La tumba de Ramsés IX).

Dolencias del vientre


Los dioses no están a salvo de esta dolorosa afección que sufren
divinidades tan importantes como Ra y Horus. Cuando el dios solar se queja
del vientre, la barca se detiene. Su curso celeste se interrumpe. La tripulación
está inquieta. Cuando la navegación se detiene, el orden del mundo está en
peligro. Hay que apelar entonces a los grandes que están en Heliópolis, es
decir, a los maestros en magia que conocen los remedios más complejos. Para
aliviar al enfermo, se le magnetiza colocándole la mano sobre el vientre.
Como complemento, se pronuncia una fórmula sobre una estatuilla de arcilla
de mujer hacia la que el mago envía el mal[255]. Se apela al Duat, a través de
la superficie de la tierra. El cielo, el mundo intermedio y la tierra están en
peligro cuando Ra sufre del vientre. Hasta incluso el movimiento de los
astros corre el riesgo de pararse, al igual que la barca.
El dolor de vientre es causado por un demonio. Es preciso consultar a Isis
y Nepthis. Isis solicita la acción de los versos. Si es el caso, se graban
diecinueve signos con la punta de un arpón. Las palabras mágicas deben
decirse sobre un dibujo trazado en el vientre del hombre enfermo[256].
Horus se quejaba del vientre porque comió un pez de oro llegado del
estanque puro de Ra. Violó, pues, un tabú. Isis le curará. La fórmula debe
recitarse sobre un disco de ocre amarillo. Luego, untar con miel y lavar al
enfermo[257].
Horus cometió una falta más grave todavía. Se comió el halcón, ¡su
propio animal sagrado! La consecuencia no se hace esperar. Se retuerce de
dolor. El dolor le perfora el vientre. Apela a los demonios para prevenir a su
madre Isis. Pero encuentra muchas dificultades para encontrarlos
suficientemente rápidos para recorrer el espacio. Por fin, elige a uno que viaja
con el soplo de su aliento y regresa del mismo modo. El demonio advierte a
Isis que Horus está sufriendo. La diosa invoca su verdadero nombre que
conduce el sol hacia el oeste y la luna hacia el este, hace que sean conjuradas
las trescientas venas que rodean el ombligo, así como a toda dolencia que
aflija el cuerpo del paciente. Horus se salva. Pero el papiro mágico copto que
relata esta historia termina de forma bastante extraña, terminando la fórmula
mágica con estas palabras: «Yo soy quien habla, yo soy el Señor Jesús que
cura.» Indudablemente, Cristo heredó el poder mágico de Isis la Grande.

Del ojo y del oído


Existen numerosas fórmulas para proteger los ojos. El viento del desierto
causaba oftalmias, cataratas, enfermedades transmitidas por demonios.
Porque el ojo es un órgano esencial. El verbo «crear», en egipcio, se escribe
con un ojo. Ver es recrear, abrirse a la realidad. El ojo de carne es la
expresión tangible de un ojo interior. El ojo sano, el ojo completo, son
símbolos de la totalidad, de la vida en su plenitud. Es por eso que el mago
realiza un acto creador al regenerar, con el uso del ojo, a quien se muestra
digno de la iniciación a los misterios: «Yo te he aplicado el Ojo de Horus a
fin de que tu rostro sea regenerado por él, te he maquillado los ojos con el
color verde y el color negro a fin de que tu rostro sea regenerado por ellos…
Completo tu rostro con el ungüento que proviene del Ojo de Horus, con el
que él fue completado. Junta tus huesos, une tus miembros, reúne tus carnes y
disipa tus males»[258].
Para luchar contra las enfermedades de los ojos, el mago evoca un
desorden cósmico que se produjo una tarde, en el cielo del norte y el cielo del
sur. Uno de los pilares que sostienen el cielo cayó al agua. Para evitar que el
cosmos se derrumbe, el mago fija sólidamente las cabezas de los miembros
de la tripulación de la barca de Ra a sus cuellos. Así serán aptos para realizar
su labor y la embarcación bogará con normalidad. Las palabras deben
pronunciarse sobre la vesícula biliar de una tortuga, aderezada con miel. El
producto se aplica por el exterior de los ojos[259].
Es decir, que el tratamiento de una enfermedad ocular está en relación
directa con el equilibrio del universo. Otra confirmación: contra las
enfermedades de los ojos, se apela al ojo de Horus. Este destruye las
perturbaciones causadas por los espíritus malignos, por un difunto o una
difunta, un enemigo o una enemiga[260]. Gracias al Ojo de Horus, un remedio
aplicado a los dos ojos se demuestra eficaz. Es preparado especialmente por
los maestros magos de Heliópolis. Thot está encargado de transportar al Ojo a
la gran morada que está en la ciudad santa y le protege de toda influencia
nociva[261].
Si, a pesar de estas precauciones, se declara un leucoma, una voz resuena
en el cielo del sur. El cielo del norte se oscurece. Las construcciones se
derrumban, las piedras caen al agua. Es preciso enderezar lo que amenaza
ruina, volver a levantar el edificio. De esta forma se rechaza el mal y se
preserva el ojo[262].
Llevar un amuleto con un ojo permite tener en sí la medida de todas las
cosas, el análogo del Ojo de Ra que destruye a sus enemigos. «Ojo de Horus»
es también el nombre genérico de la ofrenda: el hombre que lo lleva en
amuleto se presenta como una ofrenda a los dioses, hace don de su persona al
Creador y, de esta forma, se preserva del mal.
En Egipto, el ojo está presente por todas partes… para quien sabe ver. Se
graba sobre las estelas, sobre los sarcófagos, sobre los barcos. Por todas
partes es la mirada del más allá quien observa a los vivos y les guía. El rey,
como siempre, da ejemplo. El ureus, la serpiente femenina que lleva en la
frente, es «el ojo brillante de Ra», fuego activo de la corona que dispersa a
sus adversarios. En Saqqara, en el terreno funerario del rey Zoser, un friso de
ureus constituye otros tantos ojos protectores del alma del faraón. Sucede lo
mismo con las dos serpientes que rodean al sol, formando un símbolo
frecuentemente inscrito sobre los muros de los templos. Por otra parte, la
estela de Metternich habla de la protección del ojo divino del derecho y del
ojo divino del izquierdo. De este modo, abierta la mirada del creador sobre el
mundo, las estrellas se mantiene en su lugar, y el tiempo transcurre
ritualmente, dando al ser humano su correcta función en la creación.
El mago pinta un ojo en su mano. En el interior del ojo, la imagen del
dios Onouris, cuyo nombre significa «El que devuelve a la lejana», es decir,
la diosa que simboliza el ojo que huye a lugares lejanos y que el mago debe
devolver a Egipto[263]. Al pronunciar las fórmulas sobre un ojo de lapislázuli,
el mago se demuestra capaz de situar su mirada sobre cualquiera de sus
miembros y así volverles clarividentes[264].
Las fórmulas mágicas pronunciadas sobre el ojo completo, el oudjat, que
conllevan la figura de Onuris, autorizan al mago a hacer esta declaración:
¡«Yo soy un ser elegido entre una multitud, que ha salido del Duat, cuyo
nombre es desconocido. Si se pronuncia su nombre sobre la tierra, entonces
se producirá una llama. Yo soy Shu, símbolo de la Luz, que reside en el
interior del ojo completo de su padre. Si cualquier cosa que esté sobre el agua
abre la boca, si mueve sus brazos, yo haré que la tierra sea invadida por la
corriente, que el sur se convierta en el norte, y que la tierra esté a la inversa»!
Cuando el mago utiliza un recipiente para medir, éste no es un objeto
profano, sino una «reliquia» que sirve otras veces para medir el Ojo de
Horus. Según esto, este Ojo es también un medio mágico por el cual Horus
resucita a su padre Osiris.
Es decir, que el biólogo, el químico y el alquimista del antiguo Egipto
usaban el «buen ojo» para hacer sus cálculos y descubrir las justas
proporciones que entran en la composición de los medicamentos y las drogas.
Este «buen ojo» ve su acción contrarrestada por un «mal de ojo» que causa
graves inquietudes al mago. El dragón Apophis dirige su mal de ojo contra
Ra. Hipnotiza a la tripulación de la barca solar. Sólo Seth puede resistirle
porque posee también una temible mirada que le permite luchar contra el
dragón maléfico. Este último, como los demás poderes de las tinieblas,
intenta hundir o robar al Ojo de Ra. Única solución: cegar a Apophis para
impedirle que haga daño. Si no ve, será incapaz de extender la desgracia. Hay
que utilizar un método preciso: el rito de golpear la pelota. En este juego anti-
Apophis, el faraón golpea una pelota ante la diosa Hathor. La pelota es el ojo
del dragón Apophis, ofendido de esta forma a fin de que la vida cósmica
prosiga en armonía. Este rito está integrado en una serie de acciones mágicas
que consisten en matar al oryx, al cocodrilo, a la tortuga, en abrir las partes
sacrificadas de un ser maléfico vencido: tantos medios de dominar las fuerzas
negativas utilizando toda su energía[265].
Desde épocas muy antiguas, la mirada de la serpiente está considerada
como peligrosa. La mirada de la cobra, que se esconde aún hoy en las
cavidades de los muros de los templos, se consideraba como hipnótica: en
realidad, la vista de este espantoso reptil es tan impresionante que inmoviliza.
Es entonces, si no se tiene la precaución de cerrar los ojos, cuando la cobra
clava su veneno y ciega a su víctima. Este chorro de veneno es tan terrible
como una mordedura, ya que puede provocar una ceguera definitiva.
Es preferible no mirar de frente a las criaturas maléficas; es por eso que el
mago, gracias a su arte, les obliga a mirar hacia atrás.

***

La oreja merece igualmente la atención del mago. Las oreas son, en


efecto, las puertas de entrada del soplo que comporta tanto la vida (por la
oreja derecha) como la muerte (por la oreja izquierda). Es preciso tener
cuidado de no ser violado ni fecundado por las energías negativas que
podrían, en cualquier momento, penetrar por las orejas y alcanzar el corazón
del ser. La salud es para el «buen oyente», es decir, para quien sólo presta
oídos a las vibraciones armónicas. También es indispensable identificar a los
genios malos que intentan penetrar por el conducto auditivo.
Sobre una estela dedicada al dios Min, designado como «toro de su
madre», vemos a un fiel arrodillado haciendo un gesto de adoración a
Ammón-Min itifálico. Encima de él, dos orejas gigantescas.[266]. Es la
garantía de que el dios oirá la plegarla y la ejecutará. En la Época Baja se
multiplicaron las «estelas de oreja», representantes de las esperanzas más
inmediatas. Los creyentes estaban persuadidos de que sus deseos se
realizarían por efecto de una magia simpática que atraía la atención de las
divinidades sobre su caso.

Una alimentación mágica


Lo que el faraón detesta es el hambre. No la comerá. También detesta la
sed. No la beberá[267]. Esto implica una alimentación realmente particular
para que el soberano esté satisfecho. Los oficiales de la boca, como en la
antigua China, ocupaban un puesto envidiable en la corte. Calidad y cantidad
de los alimentos y bebidas son igualmente importantes, tanto para los vivos
como para los muertos. En las tumbas se depositaban «pancartas de
ofrendas», con verdaderos menús destinados a los del otro mundo. No es el
aspecto material de los alimentos el que cuenta, sino su esencia. Esta nace de
los mismos jeroglíficos cuando se leen en alta voz las fórmulas de ofrendas.
Es, pues, la magia del verbo la que alimenta realmente el alma de los
habitantes del más allá. La fórmula clásica, repetida sobre numerosas estelas,
es: «Una ofrenda que otorga el rey, una ofrenda que otorga Anubis, mil
panes, mil cántaros de cerveza, mil bueyes, mil patos para el poder vital de
untel.».
El ritual de la apertura de la boca[268] es más explícito:
«¡Oh untel, proclama el mago,
yo te ofrezco un millar de panes,
yo te ofrezco un millar de cántaros de cerveza,
yo te ofrezco un millar de toros,
yo te ofrezco un millar de pájaros,
yo te ofrezco un millar de piezas de lino,
yo te ofrezco un millar de piezas de vestido,
yo te ofrezco un millar de gacelas,
yo te ofrezco un millar de antílopes,
yo te ofrezco un millar de bóvidos,
yo te ofrezco un millar de cabezas de ganado,
yo te ofrezco un millar de patos,
yo te ofrezco un millar de cabezas de sauvagines,
yo te ofrezco un millar de palomas,
yo te ofrezco un millar de carnes trinchadas en el matadero,
yo te ofrezco un millar de panes cocidos en la corte,
yo te ofrezco un millar de granos de incienso,
yo te ofrezco un millar de tarros de aceite,
yo te ofrezco un millar de jarros de agua fresca,
yo te ofrezco un millar de ofrendas divinas,
yo te ofrezco un millar de trozos elegidos de la mesa de ofrendas,
yo te ofrezco un millar de trozos de carnes elegidas,
yo te ofrezco un millar de ramilletes de ofrenda,
yo te ofrezco un millar de cosas buenas y puras, un millar
de cosas excelentes, deliciosas, y dos veces puras,
destinadas a tu ka, untel!»

A esta lista tan apetitosa añadimos la miel, alimento extraordinario que


viaja en una barca divina y que escapa a las langostas. El corazón de los
dioses era amargo, cuando aceptó la miel: recobró la felicidad al comerla. Así
será para los justos[269].
La diosa Ouret-hekaou, «Grande-en-magia», es señora de la
alimentación. Toma la forma de la doble serpiente ureus que está en la frente
del rey. Comer y beber no son acciones profanas. Son las expresiones más
inmediatas de una alquimia que se realiza en el interior del cuerpo. En ciertas
circunstancias, también es necesario tomar precauciones mágicas. Así, se
debe recitar una fórmula mientras se bebe cerveza. Se evoca a Seth, dios del
poder vital, y al corazón, centro del equilibrio espiritual[270]. La cerveza es
considerada como una bebida que aporta la salud, es decir, la curación. Sirve
de purga al estómago. Pero corre el riesgo de embriagar: el que bebe cerveza
con exceso es comparado al Seth borracho. La utilización mágica de la
cerveza aleja las influencias demoníacas. Recitada la fórmula, absorbida la
cerveza, es bueno expulsar una parte. Se dirige entonces al demonio que está
en el vientre y se le nombra. Se le llama «el muerto». Se nombra también a su
padre, «el que hace caer cabezas». Gracias a esta identificación, el enfermo se
cura de sus males[271].
El mago pronuncia igualmente fórmulas sobre otros líquidos como el
agua y el vino: los que los absorben gozan de virtudes sobrenaturales que se
expanden por sus cuerpos.

***

El mago se dirige al guardián de la Gran Morada y le pide que la abra


porque él es Ra y el Nilo[272]. Afirma que las puertas del Duat le son abiertas,
que sale por la portada sagrada. Pero es necesaria una operación mágica para
lograr, uno de esos innumerables tránsitos de puerta. La fórmula debe ser
recitada sobre siete ojos sagrados dispuestos en forma de escritura. Luego, se
bebe una mezcla de cerveza y natrón.
La cerveza constituye, junto con el pan, la alimentación energética básica.
No obstante, para saciar la sed algo sobrenatural de un niño asimilado a un
dios, se utiliza «la gran corriente» venida del ciclo, análoga a la leche de la
vaca sagrada que amamanta al faraón niño. Alimentación mágica por
naturaleza, porque confiere a los afortunados beneficiarlos una vitalidad
excepcional.
No se debe bromear con los alimentos sagrados ni manipularlos de
ninguna forma. Existen prohibiciones que cualquier mago cualificado conoce
al detalle. Comer alimentos «tabús» hace caer enfermo. Como ya hemos
dicho anteriormente, el mismo Horus sufrió una grave indisposición tras
haber comido de un pescado consagrado a Ra e incluso halcón, su propio
animal sagrado. Sus dolores necesitaban la intervención de Isis. En cuanto al
mago que trata casos parecidos, recita fórmulas sobre un plato nuevo, pintado
de ocre amarillo. Hace untar de miel al hombre que sufre de los mismos
dolores que el dios. Una vez lavado, sanará[273].
Haría falta un gran estudio sobre la alimentación del Egipto faraónico.
Sabemos, sin embargo, que los antiguos egipcios gustaban mucho de los
placeres de la mesa, de los que la magia, ritual o no, no escapaba.

Plantas mágicas
La tierra es un factor de protección mágica. Es utilizada por el exorcista
para combatir el mal. Cuando el veneno de un ser nocivo cae a tierra, es
destruido. La tierra, padre de los dioses, extingue el fuego destructor[274]. El
rocío de la mañana, enviado por el cielo para bañar a las plantas con un flujo
divino, se consideraba que curaba los miembros paralizados.
«Cuando las plantas de los dioses están sobre su cabeza, proclama un
ritual, todas las protecciones de la vida vienen a ti… A ti vienen las plantas
que salen de la tierra, el lino originario del campo de juncos, los vegetales
regenerativos originarios de la campiña de la alegría, la emanación de olores
que reviste a los dioses desde su salida. Viene a ti bajo la forma de un
precioso sudario, te preserva bajo la forma de una banda, te hace crecer bajo
la forma de un lienzo, consolida tus huesos bajo la forma de un vendaje
inmaculado»[275].
Todas las plantas esenciales de Egipto, papiro, lino, así como las
sustancias preciosas, mirra, incienso, miel, son de origen divino. En realidad
son los llantos de Horus, la sangre de Geb, las lágrimas de Shu, de Tefnut y
de Ra que han caído del cielo a la tierra[276]. Algunos vegetales juegan un
papel particular: la acacia, símbolo de la regeneración, o el enebro, del que se
dice que proviene la luz.
Para curar los senos, cuyos modelos divinos son los de Isis que amamanta
a los gemelos cósmicos Shu, y Tefnut, se emplean numerosas hierbas,
especialmente rosales[277]. Incluso el veneno ve contrarrestada su acción con
la aplicación de un loto sobre la llaga[278]. En cuanto a la raíz de la
mandrágora, es eficaz para hacer dormir a un hombre durante dos días[279]. El
ajo es utilizado en una casa para cerrar la boca de las serpientes varones,
hembras, y de los escorpiones. Los brazos de Ra, de Horus, de Thot, de la
Gran y de la Pequeña Enéada, son los que, activados por el empleo del ajo,
matarán a los enemigos de un enfermo. La fórmula debe recitarse sobre ajo
molido y reducido a polvo con cerveza. No es otro que el «ojo blanco de
Horus». Se impregna con ello la vivienda durante la noche, de forma que
ninguna criatura peligrosa penetre allí[280]. Por otra parte la cebolla se revela
también totalmente eficaz. En cuanto al pin-ach, es portador de un fluido que
aumenta las percepciones del mago.
Las materias vegetales son muy utilizadas en magia: por ejemplo, la cera,
materia básica para la fabricación de las figurillas mágicas, cubiertas de
inscripciones y luego arrojadas al fuego, es el signo de la destrucción del
enemigo al que encarnan. Los magos eran particularmente expertos en el arte
de crear ungüentos. Se beneficiaban de notables laboratorios en el interior de
los templos. Uno de sus productos más maravillosos era «el gran ungüento
secreto de la Casa de la Vida», que sirve para proteger los edificios, y que
incluso mantiene en armonía los miembros del cuerpo humano.
Conocer los secretos de los perfumes es indispensable en el otro mundo.
El muerto justificado sustituye el olor de la putrefacción por el de la mirra,
que Hathor coloca para sí misma en su cabeza; su olor es el del incienso que
utiliza la diosa, su emanación es un óleo precioso con el que Hathor se
embadurna[281].
¿Quién dudaría que el universo vegetal está recorrido por vibraciones
mágicas? ¿Pueden darse en el preciso momento de tomar el fresco bajo la
hierba del venerable persa de Heliópolis, de despertarse cada día en un jardín
contemplando los rayos de sol, después de conseguir superar las pruebas de
iniciación y de que el alma se eleve hacia la luz?
Capítulo VIII

El amor mágico
Cuando los hombres salen a la caza de las serpientes y los escorpiones,
las mujeres se quedan en casa. Como mi anfitrión de Luxor me hacía el gran
honor de presentarme a su esposa, me atreví con mucha discreción a
preguntarle sobre el papel mágico de la mujer.
Reflexionó bastante tiempo antes de responderme: «El amor entre un
hombre y una mujer —afirmó—, no es lo que la gente cree. El amor es una
ofrenda de la magia. Mi mujer y yo vivimos la misma aventura».
Tantos textos, tantas esculturas que nos muestran parejas tiernamente
enlazadas, tantas evocaciones del amor humano como símbolo viviente del
amor divino… sí, el antiguo Egipto celebró múltiples formas del amor
mágico.

***

Encantamientos
En un encantamiento para provocar el amor, el mago invoca a las siete
Hathor; Ra-Horakhty, el padre de los dioses, los señores del cielo y la tierra.
Les dirige esta petición que la mujer que ama le busque como una vaca la
hierba, la madre a sus hijos, el pastor a su rebaño. ¡Si estos poderes rehúsan
ayudarle, el mago prendería fuego a Busilis y Osiris ardería[282]!
Es decir que el amor (energía totalmente mágica) necesita frecuentes
intervenciones por parte de especialistas en las pasiones tanto del alma como
del cuerpo. El capítulo 576 de los Textos de los sarcófagos está consagrado al
poder divino que reside en el filo de aquel cuyo pensamiento está a la vez en
el cielo y en la tierra. El hombre que conoce la fórmula mágica copulará
sobre esta tierra de día y de noche, el deseo vendrá a la mujer que se
encuentre debajo de él cuando haga el amor.
El papiro griego de la Biblioteca Nacional, que registra textos destinados
a inspirar el amor de una mujer, recuerda la leyenda de Isis que, en pleno
verano, se dirige a las montañas, errante y dolorosa. Thot se inquieta al verla
en ese estado. ¿Por qué el rostro de Isis está cubierto de polvo, por qué sus
ojos están llenos de lágrimas? La razón es simple y trágica. ¡Ella ha
encontrado a su hermana Nephtis durmiendo con Osiris, su esposo!
Sobreviene entonces una terrible conjuración que espantará a la rival,
hechizando las distintas partes de su cuerpo[283]. La magia greco-egipcia
tardía se pierde a menudo en esos senderos llenos de obstáculos. Un papiro
griego[284], para suscitar el amor en una mujer, no duda en apelar a Anubis, el
encargado de ritual de los funerales: «¡Anubis, dios terrestre, subterráneo y
celeste, perro, perro, perro, utiliza todo tu poder y toda tu fuerza con Titer,
que fue engendrada por Sofía (la Sabia). Despójala del orgullo, de la
reflexión y del pudor, y condúcela hasta mí, a mis pies, languideciente de
pasión a cualquier hora del día y de la noche, soñando en mí sin cesar,
cuando coma y cuando beba, cuando trabaje e incluso cuando cohabite,
cuando descanse, cuando sueñe y cuando esté pensativa; que atormentada por
ti, se apresure languideciente hacia mí, con las manos llenas, el alma
generosa, ofreciéndose a mí y realizando el deber de las mujeres hacia los
hombres, satisfaciendo mi ansia y la suya propia, sin fastidio, sin vergüenza,
apretando su muslo contra mi muslo, vientre contra vientre, su vello negro
contra mi vello negro, de la forma más dulce! Si, mi señor, tráeme a Titer, a
la que Sofía dio a luz, a mí, Hermes, a quien dio a luz Hermione.»
Los métodos mágicos destinados a enamorar a una mujer a menudo son
una complejidad extrema. Es preciso utilizar diversos productos vegetales,
triturarlos, ponerlos en un recipiente, añadir aceite en un momento
determinado, fijarse en las fases de la luna, recitar fórmulas, levantarse
temprano para dirigirse a un jardín, poner allí un sarmiento de viña en la
mano izquierda y luego en la mano derecha cuando haya crecido siete dedos,
llevarlo consigo, sacar aceite de un pescado que se ponga a macerar, atarle la
cola, etc[285]. Orientarse en este laberinto de manipulaciones no es cosa fácil.
El método llamado del escarabajo y de la copa de vino no es mucho más
práctico. Para enamorar a una mujer se recomienda coger un escarabajo
pequeño y sin cuernos. S actúa al salir el sol. Se mete el escarabajo en la
leche de una vaca negra. Se deja allí hasta la tarde. Al retirarlo, hay que verter
arena sobre su parte inferior, poner debajo una franja circular de tela. Hacer
un incensario ante él. Al día siguiente, está seco. Dividirlo por el medio con
un cuchillo de bronce. Cocerlo con vino de bosque, triturarlo con pepitas de
manzana mezcladas con orín o sudor del mago. Hacer con ello una bola que
se puede meter en el vino y que se haga beber a la mujer deseada[286].
Las buenas pociones mágicas antiguas, como se ve, tenían derecho de
ciudadanía en la magia popular. Pero necesitaban ingredientes casi
imposibles de obtener, como pelos de la cabeza de un hombre muerto de
forma violenta o siete granos de espelta que provengan de una tumba. Los
artificios más rápidos son los que consisten en verter ungüento de rosa en una
lámpara o en triturar fruta de la acacia, mezclada con miel, para obtener una
sustancia con la que se recubre el falo. El resultado, sin embargo, no está
asegurado. El amor de una mujer es un sentimiento tan complejo que este
tipo de magia no tiene la mayor parte de las veces, más que pobres
resultados.
La única verdadera magia amorosa es la identificación del mago con
Osiris, de la que Isis, está enamorada hasta el punto de resucitarle de entre los
muertos. Esta maga es parte integrante de la iniciación a los grandes misterios
y de la transmutación del amor humano en energía divinizada.

Dar a luz mágicamente


El nacimiento es un momento tan peligroso como feliz, tanto para la
madre como para el niño, cuya existencia está amenazada por los malos
espíritus. El mago debe asistir a la parturienta haciendo intervenir a genios
buenos armados con cuchillos, que disponen de armas tan eficaces como las
de sus temibles adversarios. También es prudente apelar a grandes
divinidades. Para un parto difícil son tanto la madre como el niño los que son
objeto de los cuidados del mago. Este invoca a una diosa y a Horus. Pero
éstos están ocupados en sus actividades de medida de los campos y se hacen
esperar. Disponibles al fin, se presentan ante el niño como los modelos de los
justos que cultivan su parcela de tierra en las regiones celestes. El nacimiento
material es, pues, preludio del nacimiento celeste. La cuerda de agrimensura
se identifica con el cordón umbilical[287].
Son muy raras las fórmulas destinadas a acelerar el nacimiento. Como
Hathor e Isis se encuentran en un caso muy delicado, las mujeres que sufren
dolores comparables serán igualmente asistidas por las más grandes
divinidades, las cuales acudirán en su socorro[*][288]. Es útil llevar amuletos
protectores, especialmente joyas del enano Bes. La parturienta puede
igualmente dirigirse directamente a Hathor para que venga a asistirla[289].
Los ginecólogos son obligatoriamente magos. Volver a poner en su lugar
el útero, por ejemplo, no es una operación mecánica. Es preciso conjugar
cirugía y magia, fabricar una estatuilla de ibis en cera, echarla al fuego. El
humo entrará en las partes genitales de la mujer y, gracias a la intervención
de Thot, todo volverá a estar en su lugar.
Una diosa está especialmente involucrada en el desarrollo del parto. La
diosa Meskhenet, descendiente de Atum, hija de Shu y de Tefnut, realiza su
obra haciendo penetrar el espíritu en el cuerpo del recién nacido que va a salir
del vientre de su madre. Ésta le ofrecerá los poderes celestes y terrestres que
necesita, impedirá que se pronuncie un maleficio, alejará el mal de él. El
mago pronuncia las fórmulas sobre dos ladrillos, en el lugar donde está
instalada la mujer que da a luz. Arroja incienso y grasa de pájaro al fuego. De
esta forma, todo transcurrirá bien[290].
Para acelerar el parto de Isis, el mago implora a Ra y a Atón, los dioses
que están en la región del oeste, a la asamblea de las divinidades que juzga a
toda la tierra, el consejo de los dioses de Heliópolis y el de Letópolis. Isis
sufre. Su gravidez llega a término. Si Horus no naciera, ¡cuántas desgracias!
¡No habría cielo, ni tierra, ni ofrendas a las divinidades, solo trastornos
cósmicos[291]!
Isis es la madre por excelencia. Si no da a luz felizmente, las
consecuencias serán terroríficas. El mismo principio de la vida sería
cuestionado. Esto se debe a que toda futura madre pone en ella su confianza,
del mismo modo que consigue que la asista la diosa-hipopótamo Tueris, «la
grande», hembra ingrávida, que sostiene el jeroglífico de la protección. Dos
figurillas de Tueris, conservadas en el Museo de Berlín, están excavadas para
que s puedan poner trozos de prendas de vestir pertenecientes a una mujer
encinta. Otra figurilla se llenaba de leche. El líquido manaba dulcemente de
la mama de la diosa-hipopótamo, garantizando a la madre que amamantaría a
su hijo sin problema. Existía una comunidad de doce diosas-hipopótamo y
cada una de ellas velaba por un mes del año. En sus orígenes, la diosa-
hipopótamo Ipet se identificaba con el cielo. Hasta la Época Baja presidirá
los mamarios, santuarios especialmente consagrados a los ritos de
nacimiento. La obesa Tueris, con el vientre enorme, las patas y el morro de
león, no es fea más que en apariencia; bajo esta forma sorprendente, oculta su
verdadera naturaleza, que se nos revela por el texto de una estatuilla[292]: «Yo
soy Tueris, en todo su poder, la que lucha por lo que le pertenece y rechaza a
los que le hacen violencia a su hijo, Horus. Yo soy Ipet que reside en el
horizonte y cuyo cuchillo protege al Señor del Universo, la señora a quien se
teme, cuyo aspecto es un adorno y que decapita a los que se rebelan contra
él».
En el momento del alumbramiento se invoca a Nut, la diosa del cielo. En
ella están todos los dioses, las estrellas que transmiten la luz y que son las
almas glorificadas. El mago pide que la bóveda de las estrellas descienda
sobre la mujer que da a luz y la proteja. Emanación más concreta de la diosa
del cielo, la cerda Reret protege a los humanos contra las mordeduras
venenosas y favorece igualmente el proceso de alumbramiento.
Amamantando a sus numerosos hijos, esta cerda será enaltecida hasta el fin
de la Edad Media occidental donde aparecía en la iconografía de las
catedrales.

El niño
El niño, sobre todo el recién nacido, es una criatura frágil. Es por eso que
el mago dispone de una abundante serie de fórmulas para protegerle. En
Heliópolis, el primero y el último día de la lunación, se celebran las fiestas
para salvaguardar a la madre y al niño.
La protección del niño es comparable a la del cielo, de la tierra, del día y
de la noche, de los dioses que poseen los fundamentos de la tierra. Los dioses
protegen el nombre del niño, la leche que mama, la ropa con la que se viste,
la época en que vive, los amuletos fabricados para él y colocados alrededor
de su cuello[293]. Se recitan fórmulas sobre el niño cuando aparece la luz del
sol. La mano y el sello del dios sol constituyen la protección de la madre[*].
Cada mañana y cada tarde pronuncia fórmulas mágicas sobre un amuleto
colgado del cuello de su bajo. Apela al sol naciente. Implora que aleje a los
muertos que querrían arrebatarle a su niño. «Es Ra, mi señor, quien me
salva», afirma: de esta forma no entrega a su hijo al ladrón o la ladrona
venidos del reino de los muertos[294].
A menudo a los magos egipcios se oponen los magos de los países
extranjeros. La madre protege a su hijo contra la magia extranjera rodeándole
con sus brazos. Desconfía en particular de la hechicera nubia y de la asiática.
Ya sean esclavos o nobles, ella profiere al encontrarlas un terrible maleficio:
¡qué se conviertan en vómito u orina[295]!
Existe inquietud por el bebé en todo momento: ¿Está bien caliente en su
nido, él que parece un pajarillo? ¿Su madre se ocupa bien de él? ¿Está ella
presente? ¿Si no es así, está su nodriza? ¿Se tiene cuidado de que respire
bien? Para evitarle cualquier molestia, se confeccionan nudos mágicos y se
pronuncian fórmulas sobre bolitas de oro y de granate y sobre un sello con un
cocodrilo y una mano[296].
Si el niño es atacado por una hinchazón sospechosa, se le recuerda que es
Horus y se rechaza el demonio que se manifiesta como un agresor con
cuchillo afilado, como un carnicero. La hinchazón disminuye y el fluye el
pus. Frente a este poco gratificante espectáculo, el mago evoca una escena
deliciosa en la que está acostado en compañía de maravillosas mujeres con
cabellos perfumados con mirra[297].
La estela de Metternich explica que Horus fue mordido en un campo de
Heliópolis mientras Isis se encontraba en las moradas superiores, haciendo
libaciones en honor de su hermano Osiris. Horus gritó de dolor. Isis apeló a
los poderes celestes para que le socorrieran[298]. Para que Horus sea curado
las nodrizas de la ciudad santa de Buto velan por él, marcando su camino
entre los hombres hasta que él haya tomado posesión del trono de las Dos
Tierras. El poder mágico de su madre es su protección, ella le rodea de amor
y hace que los hombres tengan temor de él[299].
Este mito fundamental de Isis y Horus, de la Madre y del Niño es
frecuente en el pensamiento egipcio. Aquí se enfrentan la fragilidad de la
existencia humana y la fuerza de la magia. El drama vivido por Isis es
intenso. Escapando del furor de Seth, oculta a su hijo y marcha a buscar a la
nodriza. Cuando regresa, encuentra a Horus inconsciente. Interroga a los
habitantes de los pantanos. Horus ha sido mordido por un escorpión o una
serpiente. Isis abraza a Horus y canta la letanía «Horus ha sido mordido». Por
consejo de la diosa escorpión, Serket, invoca a la barca solar, que se ve
obligada a detenerse. Thot desciende de ella. Ordena al veneno que
desaparezca, para que cesen las perturbaciones cósmicas debidas a la
inmovilidad del barco solar[300].
No existe educación que no sea mágica. ¿Cómo podría una madre atenta
rechazar a los genios malvados si no es por la magia? Para curar la fiebre del
vientre del niño, Isis y Nepthis lanzan un llamamiento a Geb, padre de los
dioses. Recitan la fórmula sobre dos imágenes de Thot, trazadas con tinta
fresca sobre la mano de un hombre[301].
Para ayudar a un niño a crecer, se le hace absorber un pedazo de su
placenta, empapado en leche. Si lo vomita, morirá. Si lo ingiere bien, vivirá
mucho tiempo. La placenta real estaba considerada, en efecto, como uno de
los símbolos del principio de la vida. Esto se debe exaltar en todo momento
frente a las fuerzas de los muertos que vagabundean. El demonio de la
enfermedad viene de las tinieblas. Tiene la nariz detrás y el rostro vuelto
también hacia atrás. Hay que evitar que este demonio abrace al niño,
apoderándose de él, que se le lleve, es decir, que le haga morir. La madre está
siempre inquieta por la salud de su hijo. A cada momento, una forma
inquietante, un fantasma femenino puede penetrar en la casa. La madre
pregunta: «¿Has venido para abrazar a este niño? Yo no te lo permitiré. ¿Has
venido para debilitar a este niño? No te lo permitiré. ¿Has venido para
llevártelo? No te lo permitiré.» El espectro es una difunta. Descorazonada por
las preguntas de la madre, no sabe ya para qué ha venido. Se aleja y se pierde
en la nada[302].
Los antiguos egipcios tenían un acusado sentido de una magia médica en
la que el entorno jugaba un importante papel. Las fuerzas negativas son no
solo expulsadas fuera del cuerpo, sino también fuera de la casa. No se puede
estar sano en un medio malsano. Por fortuna, la madre de familia dispone de
un formidable remedio mágico: su leche. La lecha de las diosas regenera al
faraón, el de la madre aleja a los niños de los demonios. Este extraordinario
alimento cura los cólicos, el catarro, las quemaduras, y da vigor y potencia.
La leche, «potenciada» mágicamente por medio de fórmulas, se vierte en un
recipiente cuya forma es la de una madre sosteniendo a un niño sobre sus
rodillas. La leche de la madre o de la nodriza es considerada como un «agua
de protección» que pone al recién nacido al abrigo de las enfermedades. Al
salir de la fábrica de tejidos ¿no extinguió Isis con su leche el fuego que había
alcanzado a Horus[303]?
Leche de mujer y granos de perfume son excelentes soportes mágicos
para luchar contra una penosa afección, el catarro del cerebro. «Deja de fluir,
catarro del cerebro, que haces enfermar a los siete orificios de la cabeza»,
dice el mago; los servidores de Ra dirigen sus plegarias a Thot y el mago
aporta el remedio, a saber, la leche de una mujer que haya dado a luz a un
niño, y granos de perfume muy seleccionados. Thot curó de esta forma a Ra
de una sinusitis que le afligía enormemente[304].

***

La infancia es un estado a reconquistar. El faraón se convierte en niño


para beber de la fuente de la vida. Lo mismo sucede con el iniciado que entra
en el reino del más allá, que proclama el ritual: «Tú vas a recomenzar el
camino, bajo la apariencia de un niño pequeño, porque lo que se ha hecho a
tu ka, según el decreto de la Soberana, los cuatro soportes del cielo te dan una
sepultura perfecta, esmerada, terminada»[305].
Éste es el bello resultado del amor mágico: hacer de un niño un hombre
cuyo espíritu se abra al conocimiento de lo divino, un ser cuya inteligencia
sensible capte las energías sutiles del cosmos.
Capítulo IX

El mundo animal
Mis anfitriones de Luxor amaban a los animales, incluso a los
escorpiones y las serpientes. En su vivienda, perros y gatos habían aceptado
vivir en paz. Pero el patriarca y su familia no les miraban con indiferencia o
compasión. «Estas criaturas, me confió el Anciano, son receptáculos del
alma. No tienen necesidad de conocer a los espíritus porque ellos son los
espíritus».
Figura 23
La vaca celeste, madre nutricia, sostenida por genios. Circulan por ella las barcas
divinas. De ella proviene la leche regeneradora de la que se alimentan el rey y el
universo. (Las capillas de Tutankhamon)

Desde luego, yo le hice mil preguntas sobre las divinidades egipcias con
cabeza de animales, sobre los animales sagrados, sobre ese amor
extraordinario del antiguo egipcio para con el mundo animal donde lo divino
se expresa con tanta fuerza y precisión. En muchos momentos se contentó
con aprobar con la cabeza, como si el tiempo hubiera sido abolido, como si el
paisaje espiritual del antiguo Egipto se desarrollase ante nuestros ojos.

Halcón, gato y compañía


En el primer escalafón de los animales mágicos figura naturalmente el
halcón, encarnación de Horus y protector de la realeza. El capítulo 134 del
Libro de los muertos se expresa así: «Palabras a decir sobre un halcón
erguido con la corona blanca sobre su cabeza, y sobre Atum, Shu, Tefnut,
Geb, Nut, Osiris, Isis, Seth, Nephtis, pintados en blanco sobre una copa
nueva y dispuestos en la susodicha barca con la imagen de este
bienaventurado al que deseas glorificar, untado de afeites; éste les habrá
presentado incienso sobre la llama».
Fórmulas de los Textos de los sarcófagos[306] permiten al mago
convertirse en halcón. Los dioses están asustados. Él es agresivo y rápido.
Recorre los caminos de la eternidad. Se convierte en hombre-halcón capaz de
volver a la tierra para vengarse de sus enemigos y desgarrarles con sus garras,
destruyendo su familia y su vivienda. El Ojo de Horus es su guía, sus poderes
mágicos son su poder, nadie puede oponerse a él. Es bajo la forma de halcón
como el mago va y viene hasta los confines del cielo, a fin de recibir la
palabra de Geb, el dios-tierra y de pedirle al Verbo eficacia al Maestro de la
totalidad[307]. Halcón de oro, el mago coge lo que se encuentra en las vides
del cielo y se alimenta en los mataderos de Horus[308]. Es pues por
asimilación del poder celeste del halcón como el mago adquiere el poder de
Horus.

***

El gato, tan amado por los egipcios, no es sólo un felino astuto e


inteligente. Es también la encarnación de Ra, de Hathor y de Bastet. El mago
apela a ka porque un escorpión ha picado a la gata en un sendero apartado.
Esta aúlla de dolor. Su grito llega hasta el cielo. «¡Acude a tu hija!», suplica
el mago, «el veneno ha entrado en su cuerpo, circula por su carne.» Ra llega.
«¡No tengas miedo, hija mía!», le dice para reconfortaría. El dios se sitúa tras
ella con el signo de la vida. Todas las partes del cuerpo de la gata son
identificados con partes del cuerpo de las divinidades[*]. Su ser se convierte
en el símbolo del conjunto de las fuerzas divinas. Por eso es esencial curarla,
lo que ya se ha realizado. «Es Ra quien recita esto», concluye el texto
mágico: así, pues, el encantamiento ha sido pronunciado por la Luz en
persona[309].
Otro felino, quizá la jineta, es el animal simbólico de la diosa Mafdet.
Rápida, ágil, actúa contra los enemigos del mago que buscan destruir su
poder sexual y sus facultades de creación. Las palabras deben pronunciarse
sobre el falo de un asno, cuya forma se le ha dado a una torta, y que lleva el
nombre del enemigo y el de su padre y su madre. Se le coloca en un pedazo
de carne y se le da a un gato que suprimirá el mal comiéndoselo[310].
El perro goza igualmente de una consideración especial. Para atarle,
según un papiro copto, el mago utiliza medios poco corrientes. Liga el cielo,
la tierra, los cuatro pilares de la tierra, el sol al este, la luna al oeste
(impidiéndoles salir), los campos a la tierra (impidiéndoles producir). Todos
los lazos son atados de forma que no puedan ser desatados. Pero el perro no
siempre es dócil. Es capaz de rebelarse y morder. Por eso existe una fórmula
mágica contra la mordedura de un perro. El mago afirma que su boca se llena
de sangre de un perro negro. Invoca a su agresor, que forma parte de una
compañía de diez animales pertenecientes a Anubis, para que extraiga su
«veneno». Si no, se ensañará contra él[311].
En el desierto del antiguo Egipto se practicaba la caza del león. Se decía
que la fiera conserva abiertos los ojos mientras duerme. El faraón se
identificaba con el león, porque éste es todo vigilancia, todo poder, irradiando
una luz que le protege de las criaturas peligrosas. El capítulo 83 de los Textos
de los sarcófagos debe recitarse sobre la parte delantera de un león. Se sujeta
el amuleto al cuello del mago que desciende a la necrópolis. Esto le permite
ejercer su dominio sobre los vientos del cielo y convertirse en rey. El que
conoce la fórmula correcta «no morirá nunca una segunda muerte». Sus
enemigos no tendrán poder sobre él. Ninguna magia contraria le inmovilizará
en el suelo. Saldrá cuando quiera de la necrópolis y se convertirá en un ser de
luz en compañía de Osiris.

***

Animal característico del paisaje egipcio antiguo, el hipopótamo es un ser


ambivalente, tanto benéfico como maléfico. Un mito contra la victoria de
Horus el arponero sobre Seth el hipopótamo que simboliza el triunfo de la luz
sobre las tinieblas y sobre todos los poderes del mal. La «fiesta de arponear al
hipopótamo» es conocida desde la I dinastía, siendo identificado el
paquidermo con los enemigos del rey. En los Textos de las pirámides las
puntas del arpón son comparadas con los rayos del sol. El mago, según los
Textos de los sarcófagos, es un arponero instalado en su barca. Mata al
monstruo, tomando así la condición de Horus coronado.
El hipopótamo es maléfico cuando se presenta como glotón, monstruo
pesado que aplasta cultivos y saquea las poblaciones. Siendo el faraón el
primer arponero, se debe repetir su hazaña. Pero el hipopótamo hembra es
considerado benéfico. En Tebas es una diosa blanca que destruye a los
enemigos del rey, como hizo al comienzo del mundo; no se la arponea, sino
que se la conmemora como símbolo de la fecundidad materna[312].

El escarabajo
El papiro Ebers[313] aconseja comerlo: curiosa recomendación que se
comprende mejor cuando se sabe que el nombre egipcio del escarabajo es
kheper, palabra que significa también «creer, convertirse, transformarse».
Talismán poderoso, el escarabajo de piedra verde se coloca sobre el corazón
de un hombre purificado con mirra, después de que los ritos de apertura de la
boca (esto es, la resurrección) hayan sido realizados.
El escarabajo es una criatura sorprendente. Hace rodar por delante de él
sus huevos depositados en una materia con forma de esfera, impulsando ésta
con sus patas traseras. De esta forma imita el curso del sol.
Para hacer venir a los dioses hacia él, el mago coge un escarabajo y lo
moja en la leche blanca de una vaca negra. Luego lo pone sobre un brasero.
La magia actuará plenamente en el momento deseado y la luz llegará[314]. Los
«escarabajos» eran también una especie de sellos, que servían especialmente
para sellar documentos oficiales. Llevados como amuletos se revelaban de
una gran eficacia, asegurando a sus propietarios acontecimientos felices y una
vida espiritual siempre en evolución.

***
Los tres animales más peligrosos o porque comportan un considerable
poderío son el cocodrilo, el escorpión y la serpiente.
El cocodrilo es particularmente temible porque podría arrebatar al difunto
su poder mágico. Existen fórmulas que sirven para rechazarle: «¡Atrás, vete!
¡No vengas contra mí! ¡Yo disfruto de mi poder mágico! ¡Qué tu rostro se
vuelva hacia Maat! (es decir, la armonía del mundo que aplacará al
cocodrilo)»[315]. El mago dialoga con el monstruo, el cual habla del cielo y de
que conoce las cualidades que posee en su boca. El taumaturgo debe evitar un
dramático combate entre magia celeste y magia terrestre. Debe dominar al
cocodrilo, quitarle su poder, no destruirlo.
En cada uno de los puntos cardinales que delimitan el cosmos reside un
cocodrilo. El del Oeste se come las estrellas. El de Oriente vive de los seres
que comen sus propios detritus. El de Mediodía vive de excrementos. El del
Norte se come las horas. El mago los vence a los cuatro y declara: «Yo estoy
revestido y cuento con el poder mágico de Ra: está sobre mi, plenamente
realizado por mí, ampliado por mí, ensanchado por mi garganta.».
El cocodrilo «terrestre» no es menos temible que el cocodrilo celeste,
sobre todo para el ganado que atraviesa una extensión de agua y corre el
riesgo de ser atacado. El monstruo encarna al muerto que vagabundea,
invisible, angustiado. Por eso el pastor, para preservar la vida de los animales
que forman su rebaño, debe comportarse como un mago. Debe estar vigilante
y dejar ciego al cocodrilo. De esta forma, el agresor no podrá ver a sus
eventuales víctimas y no se aproximará[316]. El pastor mago pronuncia un
conjuro que impide al cocodrilo agarrar con sus patas y abrir la boca. El agua
se convertirá en un fuego que le consumirá. Un encantamiento especial
quitará al cocodrilo el uso de su cola. Sesenta y siete dioses hundirán sus
dedos en los ojos mientras será atado al poste de amarre de Osiris o a los
cuatro postes de piedra verde que están en la proa de la barca de Ra.
El mago se identifica también con Amón. Recita palabras sobre una
imagen de este dios Amón, que tiene cuatro rostros sobre un mismo cuello,
dibujado sobre el suelo, con un cocodrilo a sus pies y ocho dioses a su
derecha y a su izquierda[317]. Según el papiro mágico Harris, el marinero que
hace la función de mago se mantiene en la proa de un barco con un huevo de
arcilla en la mano. Se asemeja así al sol surgiendo de las aguas en un
principio y dispersando las tinieblas. Los habitantes maléficos de las aguas
tienen miedo viendo el espectáculo y se sumergen en sus refugios. El barco
continúa su camino con plena seguridad. Si el cocodrilo se atrevía a emerger
del río con una actitud amenazante, el marinero arrojaría el huevo y haría huir
al demonio[318].
Algunas estelas presentan a Horus de pie, con los pies sobre las cabezas
de dos cocodrilos. El dios-niño está desnudo. Estos objetos son de diversos
tamaños, alcanzando un metro de altura mientras otros no sobrepasan las
dimensiones de un amuleto. Estas estelas se depositaban tanto en templos
como en casas. El dedicante se hacía representar sosteniendo la preciada
estela.
Estatua y estela se situaban sobre un zócalo donde se horadan cuencos a
diferentes niveles comunicados por un canal. Cuando se vierte agua sobre el
monumento, esta agua se impregna de los textos y representaciones mágicas.
El que beba estará a salvo del mal[*].
Resulta extraordinario que el capítulo 991 de los Textos de los sarcófagos
permite al mago convertirse en Sobek, ¡es decir, en el cocodrilo divino!,
según afirma. Señor del Nilo, es calificado incluso de «bello de rostro» y de
«gran seductor» que entusiasma a las mujeres. Por otra parte, existe una
manera de encantar rápidamente un recipiente de forma verídica al mago
hasta poner sobre el fuego la cáscara de un huevo de cocodrilo[319].
Especialmente terrorífico es el escorpión, hermano de la serpiente. Se
asienta en los cruces de caminos, esperando al que camina en la noche. Para
éste, ¡qué su talón sea de bronce y el empeine de marfil! Gracias a la magia,
los pies del paseante son los siete halcones que se mantiene en la proa de la
barca de Ra[320]. ¿Qué mejor protección para evitar el ser picado? Sin
embargo, los mismos dioses han sido víctimas del escorpión, pero no han
muerto por ello. El hombre picado por un escorpión se identifica con ellos
para beneficiarse de su actitud para luchar contra el mal. Debe conocer los
mitos, como el que se refiere a la hija de Ra, la gata que fue picada por un
escorpión y más tarde curada por Ra.
El mago que creó la estatua curativa de Djed-her, llamada «el salvador»,
se expresa en estos términos: «Yo he puesto las inscripciones sobre esta
estatua conforme a lo que está escrito en los libros sagrados de Ra, en el
escrito donde se exponen todos los procedimientos para domesticar al
escorpión a fin de reanimar, gracias a ellos, a todas las personas y todos los
animales y protegerlos contra el veneno de todas las serpientes varones y
hembras, de todos los reptiles, haciendo lo que desea el corazón del Señor de
los dioses».[321]. Identificado con Horus-el-justo, el mago domestica al
escorpión. Protector de su padre, coloca sus brazos detrás de Ra. Sus
capacidades de magnetizador le aseguran vida, prosperidad y salud.
Proporciona cuidados a todos sus miembros, calmando los dolores, alejando
el mal. Ra se encuentra curado, más bello que antes. De este modo será
sanado de cualquier enfermedad por un buen mago[322].
Este ordena al escorpión que se mantenga tranquilo. Le cierra la boca. Si
se mueve, cortará las setenta y siete cabezas que salen del cuello del gran
dios, la mano de Horus cegara el ojo de Seth, aferrará la boca de la Gran
Enéada, Osiris arderá. ¡Qué el escorpión permanezca inmóvil como Seth ante
Ptah[323]!
«Yo soy Osiris», afirma el mago para impresionar al escorpión. Se
presenta como la serpiente de Heliópolis capaz de combatir contra cualquier
criatura maléfica.
El escorpión, que sirve para escribir el nombre de uno de los primeros
faraones egipcios, no es totalmente negativo. Es el receptáculo del espíritu de
una diosa, Serket, que reinaba sobre una cofradía de curanderos a la que
comunicaba los secretos del poder del escorpión. El escorpión de agua, por lo
demás, es inofensivo. Es éste el que se dibuja en los jeroglíficos porque estos
jeroglíficos, figuras vivientes, no pueden albergar a seres peligrosos.
Existe una Isis-escorpión que protege a Horus y al rey[324]. «Dama de la
luz que ilumina a los dos países, es asimilada a la estrella Sothis». Se dice
que emite una irradiación para alejar la oscuridad. La diosa-escorpión es
conocida desde la más remota antigüedad, pero sus primeras representaciones
figuran en templos nubios de la dinastía XVIII. Es a Isis-la-Grande a quien se
dirige esta plegaria: «Ven a mí, Isis-la-Grande, dígnate asegurar mi
protección, sálvame de los reptiles y que sus bocas sean selladas, que sus
hocicos sean obstruidos.» La diosa otorgaba a sus fieles «ida, salud, duración
de la vida y extensa, duradera y perfecta vejez». Isis-escorpión pisotea
serpientes y cocodrilos. Un texto del templo de Edfú la define como hija de
Ra que destruye a los enemigos del sol y a los adversarios de Horus, en tanto
que «escorpión imponente, reptil venerable cuyo veneno es fulminante, que
invade el suelo de los enemigos en un instante, de forma que mueren sobre el
campo cuando ella ataca».
Tal es la paradoja mágica: enemiga acérrima de los escorpiones, Isis es
también su diosa, venerada en la ciudad de Coptos. Cuando ella intenta
escapar de Seth, Thot le aconseja que se oculte con su hijo Horus, para que
éste crezca y se reúna con los dioses que le colocarán sobre el trono de su
padre para que reine sobre los Dos Países. Isis se pone en camino por la tarde.
Para protegerse de un eventual ataque de Seth, va acompañada de un extraño
cortejo: ¡siete escorpiones! Ella les ordena que no hagan ninguna diferencia
entre el rico y el pobre, que sean severos pero equitativos con el género
humano. Mientras la diosa entra en la vivienda de una mujer, ésta,
atemorizada por los escorpiones, cierra su puerta. Aquéllos, furiosos,
deliberan. Dan su veneno a uno sólo de ellos, el cual logra penetrar en la casa
y picar al hijo de la mala posadera. Pero Isis no acepta que la muerte se cebe
así en un inocente. Crea fórmulas mágicas para salvar al niño y expulsa el
veneno tras haber llamado a los siete escorpiones por sus nombres. Las
palabras pronunciadas servirán como remedio para curar a todo niño picado
por un escorpión: «Vive, niño odiceó, y muera el veneno, así como Ra vive
mientras muere el veneno! ¡Cómo Horus sanó gracias a su madre Isis, así
sana el enfermo!» [325]
El mago sabe utilizar al escorpión para luchar contra la serpiente, de
forma que la pique y la destruya. Es incluso capaz de identificarse con el
escorpión, como lo prueba un extraño detalle simbólico: la trenza del mago es
la de la diosa-escorpión y, en concreto, la cola del animal. Así, pues, es
posible deslizarse en el interior de un temible escorpión y dirigirle a su
antojo, a condición de ser un maestro en el arte mágico.

***
Los Textos de las Pirámides conceden un lugar importante a los textos
mágicos destinados a aniquilar el peligro representado por la serpiente. Están
formados por palabras raras, incomprensibles, de conjuntos de sonidos
considerados como eficaces cuando eran pronunciados. Papiros completos
están consagrados a los encantamientos contra las serpientes[326]. «Su cara
cae sobre su cara», es la fórmula clásica para expresar la destrucción de la
serpiente: se ordena a los reptiles que no ataquen al faraón, ya que éste es el
representante de los dioses sobre la tierra. Ra maldice a la serpiente, Isis la
ata, Nephtis la encadena[327]. El mago lanza a veces una llamada excepcional
a Ra para impedir que actúe el veneno de todas las serpientes del universo. El
poder luminoso del dios sol confiere al mago un don particular[328].
Para protegerse contra los reptiles es bueno situarse de cara al Oriente y
reconocer la soberanía de Amón, tocado con la corona blanca. Se observa el
silencio, se obtiene y se adquiere poder. No se temerá el encuentro con la
serpiente calificada de «negra de rostro, ciega de los dos ojos, de ojo blanco,
que avanza retorciéndose». El reptil está identificado con Seth, salido de los
muslos de Isis.
El fuego producido por la mordedura de la serpiente se asemeja a la llama
peligrosa que debe dominar Horus mago, señor del fuego. La serpiente es «la
del fuego». La criatura a domesticar. El mago, identificado con el sol, sale
indemne de la isla del fuego porque es capaz de extinguir el aspecto nocivo
del fuego cuando se produce[329].
Según los Textos de las pirámides, las serpientes se enredan unas con
otras. El mago pide a la tierra que las trague, ordena a los monstruos que se
escondan, que se arrastren; sus cabezas son cortadas, los colmillos con
veneno se vacían. El mago hace incluso que la serpiente varón muerda a la
hembra, y viceversa. Si actúa correctamente, gozará de la protección del cielo
y de la tierra, necesarias por igual para reforzar la eficacia de las fórmulas
que sellan la boca de los reptiles que moran en el cielo, la tierra y el agua[330].
La estela Metternich evoca a la serpiente que está a la vez en el agujero y
en la abertura del agujero y también a la que está en el camino. Dicho de otro
modo, un peligro constante para quien se desplaza. ¿Y cómo viajar sin
miedo? Identificándose con el toro Mnevís, el ciempiés Sepa, la diosa-
escorpión Serket o divinidades más importantes como Ra o Thot.
Impresionada, la serpiente no morderá al viajero investido por estas
personalidades divinas[331]. Desde luego, no hay que olvidarse de pronunciar
la fórmula adecuada: «¡Oh, toda serpiente varón o hembra, todo escorpión,
todo reptil! ¡Qué vuestras bocas sean selladas! Es Ra quien ha tapado
vuestras gargantas. Es Sekhmet quien ha cortado vuestras lenguas. Es Thot
quien ha cegado vuestros ojos. Es Heka, el cuarto de los dioses principales,
quien protege a Osiris. Éstos son los que protegen de las enfermedades: de
todas las personas, de todos los animales que están sufriendo en este día»[332].
Grave problema: ciertas serpientes son también magas. Para rechazar a
uno de esos reptiles furiosos que atacan, es preciso dispersar los libros de
magia que utiliza, gracias al empleo de la arcilla de Isis, salida de la axila de
la diosa-escorpión. El dedo del mago es su guardián, la arcilla es la que
obstruye el agujero de la serpiente[333]. Geb, dios-tierra, es padre de las
serpientes, sobre las cuales tiene poder. A veces se le considera como creador
de Atum. Padre y príncipe de los dioses, está a la cabeza de una Enéada. Los
griegos hicieron de él su Cronos, que luego fue el Saturno de los
romanos[334].
El capítulo 163 del Libro de los muertos recomienda pronunciar las
palabras mágicas sobre una serpiente provista de dos piernas y que porta el
disco solar entre dos cuernos; al lado, dos ojos sagrados provistos de dos
piernas y dos alas. Se dibuja esta imagen con mirra seca mezclada con vino
de granada sobre una franja de tejido verde, y se envuelve el cuerpo de un
hombre con ella para que sea protegido mágicamente.
Figura 24
Fases de mutación de la energía creadora: los rayos de luz penetran en la cabeza de
seres momificados que sirven de canal a la radiación, la cual se transmite luego a
las fuerzas telúricas simbolizadas por serpientes. En sus ojos entra una columna
inclinada de fuego. (Las capillas de Tutankhamon)

A veces la serpiente es considerada como benéfica. Así, Aha, una


serpiente de buen carácter, estaba situada a la entrada de los templos, es el
guardián del umbral[335]. Otra serpiente protege el palacio real o rodea la
mesa de las ofrendas, poniéndola a salvo de influencias maléficas[336].
Renenutet, mujer con cabeza de serpiente, vela sobre las cosechas y las
mieses. Es por excelencia la serpiente nutricia que conserva la vida sobre la
tierra. Según los capítulos 87-88 de los Textos de los sarcófagos, el difunto es
la serpiente-naou, toro de los Enéadas, y no está sujeto a ninguna magia.
Nada malo puede sucederle. Ni el fuego ni el agua le alcanzarán. Será como
Ra cada día. Transformado en serpiente «hijos-de-la-tierra»[337], el mago
nace cada noche, renovado, rejuvenecido.
Veneno y ponzoña son temibles, porque se introducen en los canales del
cuerpo, perturban el fluido y conducen a una muerte segura. Sin embargo, la
iniciación del mago le conduce a familiarizarse con estos peligros. Es incluso
probable que haya sido picado, de manera controlada, para experimentar los
efectos reales del mal. Djed-her, el mago, se expresa en estos términos: «Yo
me he aproximado de forma que he sido mordido y he caído enfermo. Pero el
veneno saldrá. ¡Qué sea quemado el veneno que estuvo por todo el cuerpo de
este hombre sufriente!»[338].
Al hombre sufriente se le llama «señor de la noche», es decir, del período
durante el cual la serpiente, invisible, es más peligrosa. Es dueña de las
fuerzas oscuras, desciende a las tinieblas y vuelve a salir de ellas[339]. El
mago vivía una iniciación indispensable para poder combatir el mal con
alguna probabilidad de éxito.
El veneno es una fuerza. Como tal, es preciso conjurarla. Al cegarla
mediante sus fórmulas, el mago impide que circule a su antojo. El veneno
tiene un rostro, que no podrá levantar, una cabeza que no podrá bajar, vagará
sin poder dar en el blanco. No lanzará gritos de alegría.
Cuando se le da orden al veneno de descender al suelo dejando el cuerpo
del individuo enfermo, se crea un clima mágico muy particular. Hay un
rumor de viento, pero no hay viento. Hay un rumor de agua, pero la
inundación no ha llegado. Es necesario estar alerta ante la aparición de la luz
solar, al brillo del disco que terminará por vencer a las tinieblas. El mago
mira el cielo y ve a Ra. Es él quien le salvará. Mira a la tierra y ve a Geb. El
también le salvará. «¡Oh, Ra invoca el mago, ven, actúa como un salvador,
ten presente que te he visto!».
El veneno ya no actuará[340]. Se amenaza al veneno, se le explica que su
acción podría tener consecuencias catastróficas para el orden universal: «Si el
veneno avanza hacia el corazón del hombre sufriente, avanza hacia el corazón
de Ra. Si se apodera del corazón de este hombre, se apodera del corazón de
Ames de Heliópolis»[341]. Esta última catástrofe es imposible. Durante todo
el tiempo que el mago no sufra el veneno, Ra no se marchará, Thot no se
marchará, Horus no se marchará, la luz vendrá, el rito será realizado en los
templos[342].
La voz del exorcista es fuerte cuando interpela al veneno, como la voz de
Ra dirigiéndose a su Enéada, como la de Thot a sus escritos, de la harina al
grano, de Seth cuando se bate con el mal[343]. Existe una fórmula para
impedir la acción del veneno desde «el tiempo primordial», aquél en que las
criaturas comenzaron su existencia. Las palabras son pronunciadas por
Serket, la diosa-escorpión, evocando al dios que se creó a sí mismo, formó el
cielo, la tierra, el agua, el aliento, la vida, los dioses, los pájaros y los peces.
El mago obtiene así la revelación de que la realeza sobre los hombres y sobre
los dioses es una misma cosa. Por medio de este dominio obliga al veneno y
la ponzoña a ejecutar las órdenes que formula con un tono severo: «¡Sal,
veneno, ven, espárcete sobre el suelo! Horus te conjura, te destruye, te escupe
encima. No te levantas, te caes, eres débil, no tienes fuerza, eres despreciable
y no luchas, eres ciego y no ves, tu cabeza cuelga y no levantas el
rostro»[344].
Para luchar contra el dardo del escorpión, Isis utiliza un aceite con el cual
dirige una plegaria especial. Este aceite se compara con una gota de lluvia,
con un diluvio de Júpiter que desciende de la barca del sol al alba[345]. Si
alguien ha bebido veneno, el mago evoca el hecho de que él mismo, Isis y
Osiris lo bebieron también y no murieron. Utilizará «la copa de oro de
Osiris» que transforma todo líquido maléfico en brebaje benéfico[346]. Según
la estela de Metternich, Isis y Nephtis hilan y tejen contra el veneno. Crean
así una red de armonías que impiden a las fuerzas del mal estrellarse sobre la
tierra. Son estas dos diosas las que fabrican a los magos las cintas y tejidos
necesarios para la práctica de su arte.

Figura 25
En los dos registros superiores, un genio-carnero, representación del sol, genera la
energía naciente representada a su vez por un hombre (vertical) y por hombre con
cabeza de carnero (horizontal). En el registro inferior, al lado de criaturas
amarradas marchando cabeza abajo, los magos magnetizan el cofre misterioso
donde se elabora la energía de la resurrección. (La tumba de Ramsés IX)

El mago, vencedor del dardo del escorpión, es considerado como un rey


alrededor del cual se concentran los dioses. Si ha sido herido durante su
combate, Isis viene en su ayuda, aconsejándole lamer con sus labios el borde
de su herida, porque su lengua es la del creador, Atum. De esta forma será
curado instantáneamente[347].

***

Decenas de animales juegan un papel más o menos destacado en los


rituales mágicos. Sería pesado enumerarlos aquí. Algunos casos
sorprendentes merecen ser citados. Así, para alejar a las criaturas siniestras
atraídas a pesar suyo por el mago, es preciso poner sobre un brasero
excrementos de mono. Ectoplasmas y fantasmas, incómodos por el olor,
retornarán a las zonas oscuras de donde salieron[348].
No se olvidan de las criaturas más modestas, ya que se conoce una
fórmula para purificar una mosca[349] e impedir que contamine.
El capítulo 98 de los Textos de los sarcófagos, que se refiere a un viaje
celeste del alma del mago, debe recitarse sobre un piojo de su cabeza, posado
sobre su rodilla hasta que una mosca se lo trague.
Pero la principal preocupación del mago que utiliza las fuerzas del mundo
animal es no caer bajo las garras del monstruo más espantoso de todos, «la
comedora del Occidente», con cabeza de cocodrilo, lomo de hipopótamo y
crines de leona. Está encargada de comerse y destruir al difunto que no ha
sido reconocido como justo por el tribunal. El mago debe evitar tal desgracia,
gracias a las fórmulas de conocimiento, y franquear este obstáculo para
acceder a los paraísos celestes.
Apéndice

Magia egipcia, magia cristiana


Los coptos, cristianos de Egipto, no olvidaron la antigua magia.
Retomaron varios aspectos de los rituales y procesos mágicos utilizados en la
época faraónica. Cristo, la Virgen, los santos y los ángeles, sucedieron a los
dioses y diosas. Una gran parte de la ideología y simbología llamadas
«paganas» pasó al cristianismo por la magia. Lo que se llama «superstición»
recobra, en realidad, antiguas costumbres. Allí se encuentran, en completo
desorden, fórmulas para curar, favorecer un alumbramiento, protegerse de los
demonios, etc. El mago copto es un personaje importante y escuchado. El
sacerdote y el patriarca ¿no son también un poco magos?
Los papiros mágicos coptos son, en su mayoría, adaptaciones cristianas
de antecedentes egipcios. Una gran fórmula de protección era utilizada
«contra todo lo que sabemos y lo que no sabemos, y contra todo lo que
proviene de los hombres curiosos, astutos y cobardes»: sabiduría eterna que
trasciende las formas religiosas en su particularismo y nos despierta, tanto
hoy como ayer, a las realidades de lo invisible. En la magia egipcia, el
taumaturgo se identifica con Isis. En la magia copta se da un proceso
idéntico: el mago se identifica con María y Jesús, «el que manda y el que
habla»[350].
Numerosas divinidades sobrevivieron en la cristiandad. La más popular
entre ellas era Bes. Se aparecía especialmente a los monjes del convento de
Apa Moise, burlándose de ellos con gestos horribles. Sobrevivió todavía en el
folklore egipcio contemporáneo, donde se convirtió en un espectro que causa
pavor a todos porque transporta las almas de los vivos al más allá. Bes se
manifestaba también en un templo al norte del convento del Apa Moise. Salía
de allí y golpeaba a los que pasaban, dejándoles tuertos o paralizados.
Además, tomaba muchas formas distintas. Apa se llevó a siete hermanos
consigo, uno de los cuales es el narrador que cuenta la historia. Entraron en el
templo, por la tarde, orando. La tierra se estremecía bajo sus pies. Un gran
estrépito se dejó oír. Rayos y truenos. El Apa continuaba impasible: ¡No es
otra cosa que hechicerías del demonio! A medianoche, éste último exclamó:
«¿No nos dejas aún descansar, Moise? ¡Debes saber que yo no te temo! ¡Tus
súplicas no van a hacer que me equivoque! ¡Pierdes en vano tu noche
velando. Huye, si no quieres morir y hacer perder la vida a los que te
acompañan!» Entonces se oyó un estrépito de multitudes vociferantes, pero
los monjes continuaban impasibles. El templo tembló. Cayeron rostro a tierra,
pero el Apa les ayudó: «¡No tengáis miedo, sed valientes y percibiréis la
gloria de Dios!» El final del relato se ha perdido, pero el resultado era
evidentemente favorable a este hombre santo.
Un texto copto relata la captura de monjes que fueron depositados sobre
el altar de un templo pagano para ser allí sacrificados. Pero el Apa Besa
llamó a la puerta del templo donde se iba a perpetrar este crimen y pronunció
una fórmula mágica: «Gran Dios Todopoderoso, que sacaste a Pedro de la
prisión desatando sus manos y sus pies, haciendo que la puerta se abriese ante
él, que los guardianes no le retuvieran y que los soldados que vigilaban la
puerta se durmiesen; que el ángel del Señor le siga y le conduzca por la
puerta de hierro que da acceso a la ciudad; ¡haz que este templo se abra por sí
mismo!» La puerta del santuario se abrió. Los monjes fueron liberados de sus
ataduras. El Apa Besa entró con catorce monjes, Todos juntos rogaron para
que el fuego cayera del cielo. De hecho, un muro de llamas rodeó el templo y
luego los monjes hicieron alegremente quemar vivo al gran sacerdote del dios
pagano. Los infieles se convirtieron o huyeron al desierto.
Estos textos de propaganda pro-cristiana utilizan ampliamente la magia,
como se ve, para combatir la antigua religión mágica. Cerca de la ciudad de
Akhmim había una isla famosa donde los paganos que cultivaban la vid
producían un vino malo, vendido a precios excesivos a los campesinos. Éstos
se quejaron al Apa Shenoute. Por la noche, el santo hombre se dirigió a la isla
y, con una pequeña rama de palmera que tenía en la mano, golpeó una
palmera contra el suelo: ordenó a la isla que retrocediese al medio del río y
que se sumergiese, como la Atlántida. Esto fue cumplido: casas, jardines y
seres humanos desaparecieron bajo el agua[351]. La leyenda oculta un hecho
religioso esencial: la supresión del «terreno primordial» de los antiguos
egipcios, simbolizado por esta isla que encarnaba también la religión
faraónica y las mil facetas de su magia.
Epílogo
«La magia es conocer el poder, saber, hablarle, saber escucharle,
sumergirse en el interior de las múltiples formas que adopta sobre la tierra de
los hombres»… El sol estaba ya alto en el cielo de Luxor cuando mi
anfitrión, el patriarca de la familia mágica más antigua de Egipto, pronunció
estas palabras, tan fieles a la tradición faraónica. Su esposa se había retirado
hacía ya largo rato, sus hijos habían partido para el trabajo, sobre la pista de
las serpientes y los escorpiones. El Anciano había hecho a su invitado un
gran honor al permanecer en su compañía.
A pesar de la falta de sueño, no estábamos cansados. ¿Quizá la magia nos
había ofrecido, sin saberlo, una energía especial? Esta energía que los
antiguos egipcios habían aprendido a dominar en el secreto de los templos y
de las Casas de la Vida, este poder que es el verdadero origen del arte de
construir.
Una de las palabras del patriarca permanecerá para siempre grabado en
mi memoria: «La Magia construye al Hombre». No al individuo, esa pequeña
parcela de existencia perdida en el flujo de lo posible, sino al Hombre a
imagen del cosmos, ese ser formado por las cualidades creadoras de todos
aquéllos que buscan percibir el sentido de su vida, que se sumergen en ella
como el perfecto nadador de la sabiduría china, dispuesto para confundirse
con la corriente sin oponerle resistencia.
¿Qué tentación mayor que la de sentarse, frente al desierto, al lado de un
viejo mago formado por milenios de práctica, observando los juegos de luz
sobre la arena, y borrar la frontera entre lo visible y lo invisible? ¿Qué sueño
más bello que fundirse en el movimiento inaccesible del viento que transporta
la vida hasta las colinas desecadas combinado con la soledad del desierto?
Sí, todo esto sería fácil, maravilloso, encantador… pero los antiguos
egipcios no percibían el mundo en términos de facilidad. Si utilizaron la
magia, es porque la civilización, el lazo sutil entre todas las formas de vida,
les parecía como un combate con la realidad, una lucha cotidiana que no
dejaba resquicio de éxito a los débiles e incapaces. Regla severa, quizá, pero
realidad implacable: ¿el descubrimiento vivido del orden del mundo no exige
un proceso similar?
Cuando los ojos del mago de Egipto se abrían al mundo, lo recreaban. El
desierto es la tierra de Seth el Rojo, el lugar donde se libra el peligroso duelo
con las fuerzas incontroladas que, una vez dominadas, permitirán que nazcan
las tierras cultivadas, morada de Horus. El faraón, Mago entre los magos, es
el «tercero en discordia», el Uno que une a los dos hermanos siempre
enemigos y siempre inseparables. La magia ¿no forma parte de las «artes del
Rey» que nos invitan a ser, también nosotros, mediadores entre el cielo y la
tierra?
Lista de abreviaturas

AEMT Borghouts, Antiguos Textos Mágicos Egipcios, Leiden.


ASAE Anales del Servicio de Antigüedades de Egipto, El Cairo.
BIFAO Boletín del Instituto Francés de Arqueología Oriental, El Cairo.
BSFE Boletín de la Sociedad Francesa de Egiptología.
CdE Crónica de Egipto, Bruselas.
CT Textos Coffin.
Djed-her Cf. Jelinkova-Reymond.
JEA Diario de la Arqueología Egipcia, Londres.
LdM Lexikon der Ägyptologie, Wiesbaden.
Pir. Textos de las pirámides.
SO Fuentes orientales, Ediciones de Senil.
Zócalo Cf. Klasens.
Text. Sarc. Textos de los sarcófagos.
ZAS Zeitschrift für ägyptische Sprache.
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Glosario de los principales dioses y
términos egipcios mencionados en este libro
AKH: Término que designa el principio espiritual del ser humano y uno de
los tres elementos constitutivos de la persona.
AMON: Uno de los dioses principales y de gran importancia a partir de la
XII dinastía. Aunque primitivamente fue un dios de los vientos, se
representa como un dios solar muy identificado con Ra. Su símbolo
animal es un carnero de cuernos curvos. También se le puede ver como
figura antropomorfa con un cetro que lleva dos altas plumas.
ANUBIS: Dios relacionado con la muerte y los embalsamamientos. Es el que
conduce a los muertos a la sala donde se pesaba su alma en la balanza. Se
le representa con forma humana y cabeza oscura de chacal.
APOPHIS: Serpiente gigantesca que mora en el abismo oscuro y el gran
enemigo de Ra en su viaje en la barca solar. Es dueña del inframundo y
representa las fuerzas maléficas. No se la puede destruir, sólo someter.
ATUM: Primer dios de la Enéada de Heliópolis. Es un dios solar que luego se
identificará con Ra y representa al sol cuando se pone. De figura
antropomorfa, lleva la doble corona como cetro y porta la cruz egipcia.
BA: Término que designa el alma y otro de los tres principios constitutivos
de la persona. Se lo representa como un halcón con cabeza humana (la del
difunto).
BAST o BASTET: Diosa relacionada con la alegría y el placer en cuyo honor
se celebraban unas fiestas orgiásticas. Se la representa con cabeza de gato
y con un sistro en la mano.
BES: Extraño enano, deforme y barbudo, de gran aceptación como protector
y favorecedor de la fecundidad. Su figura se convirtió en un amuleto.
DUAMUTEF: Uno de los cuatro hijos de Horus y responsable del vaso
canope que guardaba el estómago del difunto. Se le representa con forma
de momia y cabeza de chacal.
DUAT: Mundo subterráneo considerado como residencia de los difuntos.
ENÉADA: Agrupación de dioses que forman la teología de Heliópolis y
formada por: Atum, dios primigenio que se manifiesta como Ra, dios
creador, cuyos hijos gemelos, Shu y Tefnut, engendran a su vez al dios
Geb, la tierra, y a la diosa Nut, el cielo. Éstos a su vez engendran a dos
parejas de hermanos: Isis y Osiris, y Seth y Nephtis. De Isis y Osiris nace
el dios Horus.
GEB: Dios de la Enéada de Heliópolis. Señor de la tierra y pareja de Nut. Es
el guardián de animales, plantas, minerales y seres humanos. A veces se
le representa como una oca.
HAPI: Uno de los cuatro hijos de Horus y responsable del vaso canope que
guardaba los pulmones del difunto. Aparece con figura de momia y
cabeza de babuino.
HAPY: Nombre del río Nilo. Se lo representa con forma andrógina, con
grandes pechos colgantes y enorme barriga. Símbolo de fertilidad,
también se asimila al loto y al papiro.
HATHOR: Diosa celeste con forma de vaca. Se representa a veces como una
mujer con orejas de este animal. Es diosa de la vida, del amor y de la
música y danza. En ocasiones se asimila a Isis.
HEKA: Nombre del dios de la magia y a su vez de la fuerza mágica. En
ocasiones se asocia con los principios creadores de Hu y Sia. Se le
representa con una figura humana que porta dos serpientes cruzadas.
HEKET: Diosa con cabeza de rana, considerada como compañera de Khnum.
HORUS: Hijo de Isis y Osiris representado por un halcón o como hombre
con cabeza de halcón. Es un dios de muchos aspectos. La Luna era
considerada el «ojo de Horus» que el dios perdió en su lucha con su tío
Seth. Es uno de los dioses más importantes de Egipto y de naturaleza
celestial.
HU: Es el Verbo creador. Más que una divinidad es la representación de un
poder. Se asimila a la lengua de Ptah y se asocia al término Sia.
IMHOTEP: Arquitecto real responsable de la construcción de la pirámide de
Djoser. Posteriormente fue divinizado. Se lo representa con forma
humana y vistiendo ropa de sumo sacerdote.
IMSETI o AMSET: Uno de los cuatro hijos de Horus y responsable del vaso
canope que guardaba el hígado del difunto. Aparece con figura de momia
y cabeza humana.
ISIS: Diosa madre de Horus y esposa-hermana de Osiris. Es la gran diosa de
Egipto, de naturaleza lunar, y protagonista de la búsqueda del cadáver y
posterior resurrección de su esposo. Se la vincula con la magia y era
conocida como la gran mediadora. Se la representa con forma humana
llevando un trono en la cabeza.
KA: Término que designa uno de los tres principios constitutivos de la
persona junto al BA y el AKH. Se le puede definir como el principio vital
o doble energético del ser humano. Se lo representa como unos brazos
alzados al cielo.
KEPHER: Dios solar que representa al sol en el momento del amanecer. Se lo
representa bajo forma de escarabajo o de hombre con cabeza de
escarabajo. Su efigie se consideraba un poderoso amuleto.
KHNUM: Dios creador representado como un alfarero que forma a los
hombres de barro en su torno. Asimismo, modeló el huevo cósmico y
todas las criaturas. Cansado de su labor, ideó colocar en cada ser una
diminuta rueda para que se recreasen sin su participación. Se lo representa
con figura humana y cabeza de oveja con cuernos ondulados. Junto a sus
esposas ANURIS y SATIS, forma la tríada Elefantina.
KHONSU: Se lo considera hijo de Amón y Mut. Es un dios lunar
representado con forma de niño y cuerpo de momia y el disco lunar en la
cabeza.
MAAT: Diosa de la verdad y de la justicia. En el juicio por el alma del
difunto, ésta debía de pesar menos que la pluma que portaba Maat en su
cabeza cuando se ponía en un platillo de la balanza. Si pesaba más, el
alma era devorada por la diosa monstruo Ammut o castigada por el simio
Babu, según sus faltas. Si pesaba menos, era recibido en los reinos
celestes por los 42 dioses. Anubis era el encargado de pesar el alma o
psicostasia, Toth era el fiel testigo y notario, y Osiris presidía el tribunal.
MESKHENE: Diosa de los partos y la que recibía en el mundo al recién
nacido. Se la suele representar por el ladrillo que las egipcias utilizaban
para colocar al bebé nada más nacer.
MIN: Dios de fertilidad representado como un hombre con un gran falo
erecto. Se le daba un carácter lunar y en su honor se celebraban grandes
juegos gimnásticos.
MONTU: Dios guerrero que se representa bajo la forma de un toro o con la
cabeza de este animal.
MUT: Esposa de Amón cuyo nombre significa literalmente «Madre». Es
representada bajo la forma de un buitre o como mujer con cabeza de
buitre. Era una diosa protectora relacionada con la maternidad.
NEFERTEN: Hijo de Ptah y Sekhmet. Se le relaciona con el loto azul del
cual brota el sol de la mañana. Se lo representa con forma humana y el
loto azul en la cabeza.
NEIT: Diosa de guerra y caza que a veces aparece como madre de Sobek. Es
también la diosa que, mediante la palabra, crea el mundo visible a través
de siete palabras primordiales. Se la representa con forma de mujer que
lleva dos flechas cruzadas.
NEPTHIS: Hermana de Isis y Osiris, y a la vez hermana y esposa de Seth.
Según el mito, ayudó a Isis a encontrar a Osiris, al cual embriagó para
tener relaciones sexuales con él, y de las cuales nació Anubis. Se
representa con forma de mujer con un tocado cilíndrico rematado en una
copa.
NUN: Dios primordial que representa el caos primigenio y el abismo acuático
y oscuro de donde todo surge.
NUT: Diosa primordial del cielo y esposa de Geb (la Tierra). Se la representa
como una mujer gigantesca cuyo cuerpo arqueado plagado de estrellas
cubre la Tierra.
OGDOADA: Son los ocho dioses primordiales que se relacionan con los
elementos del caos. Pertenecen a la teología de Hermópolis, que los llama
«Los Padres y Madres creadores de Luz». Se relaciona asimismo con el
Huevo Primordial del que brota la creación.
OSIRIS: Uno de los dioses fundamentales del panteón egipcio. Hermano de
Nephtis y Seth y esposo y hermano de Isis. El relato de su sacrificio,
muerte y resurrección, es una de las claves de la mitología egipcia. Es el
dios que garantiza la salvación después de la muerte, y se asimila con el
más allá y el culto a los difuntos. Se lo representa con forma de hombre
con todos los atributos reales.
PTAH: Éste es un dios civilizador, esposo de Sekhmet y padre de Nefertem,
junto a los cuales forma la llamada Tríada de Menphis. Es un dios
primigenio que se asimilaba a la primera tierra que emerge del abismo
acuático de Nun. Se lo representa con forma humana y momificada,
habitualmente con el rostro verde.
QUEBEHNESUF: Uno de los cuatro hijos de Horus y responsable del vaso
canope que guardaba los intestinos del difunto. Se representa con figura
de momia y cabeza de halcón.
RA: Dios del sol y uno de los más importantes de Egipto. Representa el sol
de mediodía en toda su potencia. Originalmente se llamó ATUM y nace
de la oscuridad primigenia de NUN. Es padre de la primera pareja de
gemelos Shu y Tefnut y creó el universo para que vivieran en él. Ra viaja
en la barca solar que surca el cielo por la mañana, y por la noche entabla
una batalla interminable con la gran serpiente APOPHIS que pretende
engullirla. Se lo representa más comúnmente en forma de hombre con
cabeza de carnero que porta el disco solar.
SEKHMET: Diosa leona, o con cabeza de leona, esposa de Ptah. Su nombre
es «la poderosa» y es una diosa destructora y feroz con sus enemigos.
Como símbolo solar, representa el poder devastador del Sol.
SELKIS: Diosa protectora que representa la primera respiración del niño al
nacer. Es representada como escorpión o como mujer con un escorpión en
la cabeza.
SETH: Hermano de Isis, Osiris, y hermano y esposo de Nepthis. Es el dios
malvado que mata y despedaza a su hermano por celos y ansias de poder.
Se le llama el usurpador, el divisor y el adversario. Es el que hiere y
arranca un ojo a Horus, su sobrino y vengador de su padre. Se le
representa con figura humana y cabeza de animal de difícil identificación
cuya característica es el color rojo y las orejas cuadradas.
SHOTIS: Nombre de la estrella Sirio que los egipcios divinizaron. Se
representa como una mujer con alto tocado coronado por una estrella.
SHU: Uno de los dos hijos gemelos de Ra. Este dios representa tanto el vacío
como el «aire» o atmósfera. A veces se lo representa con cabeza de león.
SIA: Es el pensamiento creador que, para los egipcios, nace del corazón. Es
el complemento de Hu y se asocia al dios Ptah, ya que Sia, en sí misma,
no es una divinidad, sino la representación de un poder.
SOBEK: El dios cocodrilo, a veces representado también como hombre con
cabeza de cocodrilo. Es un dios acuático, tanto con características
malignas como benefactoras.
TEFNUT: Esposa y hermana gemela de Shu. Representa la humedad
necesaria a la vida. Aparece con cabeza de leona.
THOT: Uno de los más antiguos dioses egipcios. Dios de la palabra y la
escritura. Es el notario de los dioses. Es un dios lunar que se asocia con la
magia y la sabiduría, así como es considerado «el gran juez». Se lo
representa como un ibis o como hombre con cabeza de ibis.
UADJET: Es la cobra real que, a veces, se la representa también con alas. Se
relacionaba con el crecimiento y la sabiduría y figuraba en la frente de los
faraones como elemento en la corona.
UADJAT: El sagrado ojo izquierdo de Horus, que pierde en la lucha contra
Seth. Se lo identifica con la Luna y la creación a través de la mirada. Era
considerado un poderoso amuleto.
Notas
[*]El lector encontrará, en notas, la alusión a los textos egipcios cuya mayor
parte no son desgraciadamente accesibles más que a los especialistas. Son el
aspecto fundamental de la documentación escrita completada con la
información oral que, en repetidas ocasiones, le proporcionará las claves. <<
[1]Inscripción N.º 60 de la tumba de Petosiris (traducción al francés de
Lefébvre). <<
[2] Papiro médico Hearst, 11, 4. <<
[3] Papiro Leiden, 347, 4-11. <<
[4] Text. sarc. I, 137 d. sg. <<
[5] Text. sarc., cap. 1.017. <<
[6] Diccionario de la civilización egipcia, 278. <<
[7] Pir., caps. 273-274. <<
[8] Pir., 1.324. <<
[9] Pir., 477. <<
[10] Pir., 924. <<
[11] Papiro mágico Leiden, 62. <<
[12] ASAE, 39, 57 sg. <<
[13] Papiro Salt 825, 5-6. <<
[14] Íd., 139. <<
[15] Lexa, I, 145. <<
[16] Pir., 1.100. <<
[17] Text. sarc., cap 1.087. <<
[18] Text. sarc., cap 281. <<
[19] Goyon, Rituales, 257-8. <<
[20] LdM, cap. 135. <<
[21] Text. sarc., cap 503. <<
[22] Lexa, II, 50. <<
[23] ZAS, 57, 70. <<
[24] Text. sarc., caps. 370 y 374. <<
[*]El capítulo de los Textos de los Sarcófagos fue redactado para que aquél
que viaja por el imperio de los muertos consiga el poder mágico. Es preciso
acudir a la corporación de los Seguidores de Horus, sabios entre los sabios,
que conocen los secretos de los orígenes. Ellos aportan al mago una
protección allí donde éste se encuentre, a condición de que sea apto para el
conocimiento y no caiga en el olvido. <<
[25] JEOL, 23, 359. <<
[26] Sobre la abstinencia, IV, 6. <<
[27] Goyon, Rituales, 258-9. <<
[*]Se conoce un acto de nacimiento iniciático de un mago relatado de esta
forma: (papiro mágico Leiden, 55): «Yo soy la cara de Belier. Juventud es mi
nombre. He nacido bajo la venerable Persia, en Abidos. Soy la encarnación
del gran noble que está en Abidos (es decir, Osiris), soy el guardián del gran
cuerpo (de Osiris) que está en Ououpek (lugar sagrado en Abidos).» Es decir
que el adepto ha participado en la reconstrucción del cuerpo de Osiris
disperso, probando así sus capacidades, antes de identificarse con el dios
resucitado. <<
[28] Sauneron, Pap. mág. illu. Brooklyn, 20, nota I (b) <<
[29] Apología, XXVI. <<
[30] Goyon, Rituales, 178. <<
[31] LdM, cap. 42. <<
[*] Texto que conlleva numerosas variantes. Por ejemplo: «No existe en mí
miembro que esté privado de dios y Thot es la protección de mi cuerpo; mi
carne está en la plenitud de la vida, cada día… “El que dura millares de
años”, ése es mi nombre, yo camino en todos los sentidos por el cielo y la
tierra, el temor que inspiro reina en las entrañas de los dioses» (Goyon,
Rituales, 257) <<
[32] OMRO, 51, 19-20. <<
[33] Djed-her, 34. <<
[34] Lexa, II, 34. <<
[35] Lexa, II, 74 (Estela de Metternich) <<
[36] Text. sarc. II, 37. <<
[*] No existe desgraciadamente ningún estudio serio sobre este tema. La
documentación existente es abundante; pero de difícil manejo. Será preciso
esperar mucho tiempo para disponer de un tratado de astrología egipcia que,
fundado en los textos jeroglíficos y en las representaciones del Zodíaco u
otros elementos celestes, construya por fin la verdadera base de la astrología
occidental, tan deformada por la tradición grecolatina y por la mayoría de las
prácticas actuales. <<
[37] I, 71 y 49. <<
[38] Pap. mágico de Leiden, 45. <<
[39] Goyon, Rituales, 74. <<
[40] ASAE, 39, 70-71. <<
[41] Derchain, Pap. Salt. 825, 171. <<
[42] BIFAO, 40, 98-99. <<
[43] LdM, cap. 64. <<
[44] LdM, cap. 125. <<
[45] LdM, cap. 80. <<
[46] Derchain, Pap. Salt 825, 171. <<
[47] LdM, cap. 163. <<
[48] Text. sarc., cap. 1.018. <<
[49] Por ejemplo, 1.054, 1.055, 1.057. <<
[50] Text. sarc., cap. 396-397. <<
[*]Esta «cuenta» tan particular exigiría un amplio estudio. En nuestra
opinión, es el origen, no dado a conocer todavía, de la Cábala numérica. <<
[51] LdM cap 68. <<
[52] Text. sarc., cap. 91. <<
[53] Goyon, Rituales, 179. <<
[54] Text. sarc., cap. 30. <<
[55] Rúbrica del cap. 467 de los Text. sarc. <<
[56] El comienzo del cap. 349 de los Text. sarc. <<
[57] Papiro Turín 118, 9-10. <<
[58] Sauneron, Sacerdotes, 62. <<
[59] Papiro Leiden, 348, Receta 2, 1. <<
[60] E. Drioton, «La protección mágica de Tebas en la época de los
Ptolomeos», en La Etnografía, 1931, 3-10. <<
[61] AEMT, 11. <<
[*] El akh está simbolizado por un ibis. En los orígenes, es el poder
sobrenatural de los dioses y del rey. El ba es la facultad móvil del ser,
representada por un pájaro con cabeza humana. Los baou (plural egipcio del
término) de las ciudades son su poder sobrenatural, su carácter propio. El ka
es la Fuerza. El ka de los alimentos, por ejemplo, es su aspecto energético.
Potencia sexual, el ka es animación de la materia. <<
[62] Text. sarc. VI, 71. <<
[63] Pyr. 134 = Text. sarc. I, 187. <<
[64] Cf. J. C. Goyon, El Papiro del Louvre N 3 279, 75. <<
[65] Sauneron, Pap. mág. Ilustrado de Brooklyn, 1920, nota I1. <<
[66] ASAE, 39, 75. <<
[67] Derchain, Pap. Salt. 144. <<
[68] Íd., 90. <<
[69] SO, 8, 27. <<
[70] Goyon, Rituales, 61. <<
[71] Goyon, El Papiro del Louvre N 3 279, 34. <<
[72] Goyon, Rituales, 205. <<
[73] Posener, CdE 22, 204. <<
[74] Lexa, II, 51-52. <<
[75] Posener, CdE 5, 51-56. <<
[76] Text. sarc., cap 410 y 412. <<
[77] Text. sarc., cap. 238. <<
[78] Text. sarc., cap. 220 por ejemplo. <<
[79] Text. sarc., cap. 24. <<
[80] LdM, cap. 125. <<
[81] LdM, cap. 153A. <<
[82] OMRO, 51, 10. <<
[83] Erman y Ranke, Civilización, 458. <<
[84] LdM, cap 137A. <<
[85] Djed-her, 9-14. <<
[86] H. Altenmüller. Die Apotropaia und die Götter Mittelägypten, 1965. <<
[87] Lexa, 1, 88. <<
[88] SO, 8, 55-6. <<
[89] LdM, cap. 101. <<
[90] Goyon, Rituales, 73. <<
[91] Id., 51. <<
[92] Daumas, BIFAO LIX, 72-3. <<
[93] Goyon, Rituales, 49. <<
[*]El origen de las piedras preciosas, utilizadas con fines mágicos se precisa
así: «Las piedras preciosas vienen a ti, fluyen para ti desde el interior de las
montañas, haciéndose protectoras de las entradas repletas de papiros (?), de
las hojas de la primera puerta de la necrópolis». <<
[94] Lexa, II, 136. <<
[95] Drioton, Miscelánea gregoriana, 73 sg. <<
[96] Pap. mág. Leiden, 33-5. <<
[97] LdM, III, 1 138. <<
[98] Cf. Schneider, Shabtis. <<
[99] Text. sarc., cap 472. <<
[100] Cf. Gardiner/Sethe, Cartas egipcias a los muertos, 1928. <<
[101] Guilmot, ZAS 99, 94 sg. <<
[102] Pap. mág. Leiden 47-51. <<
[103] Text. pir., Cap 353. <<
[104] Goyon, Rituales, 260. <<
[105] Text. sarc., IV, 115, 124, 136. <<
[106] Text. sarc., I, 188. <<
[107] Principio del cap. 76 de los Text. sarc. <<
[108] Pap. mág. Leiden, 70. <<
[109] LdM, cap 130. <<
[110] Text. sarc., cap. 361. <<
[111] AEMT, 89. <<
[112] Goyon, Rituales, 70. <<
[113] Goyon, El pap. Louvre N 3 279, 53-54. <<
[114] Text. sarc cap. 840. <<
[115] Pir., cap. 406. <<
[116] Lexa, II, 70 (estela Metternich). <<
[117] Djed-her, 50-2. <<
[118] CdE, XLV, 253; AEMT, 87. <<
[119] AEMT, 86. <<
[120] Pap. Harris, IV, 6-7. <<
[121] AEMT, 89. <<
[122] Text. sarc., cap. 297. <<
[123] Text. sarc., cap 162. <<
[124] Text sarc., cap. 80. <<
[125] AEMT, 14-5. <<
[126] Zócalo Behague, 61. <<
[*]La octava fórmula del Zócalo Behague expone así la técnica del mago:
«¡Fuego en el agua, fuego que ha salido del agua! La llama de mi boca ha
descansado sobre el fuego, cuando él produce una llama, yo la extingo. El
agua extinguirá el fuego». <<
[127] OMRO, 51, 13. <<
[128] AEMT, 25. <<
[129] Erman, Religión. 343. <<
[130] Lexa, II, 31. <<
[131] Libro del ahuyentador Apophis, 23, 14 y sig. <<
[132] Lexa, II, 97. <<
[133] Derchain, Pap. Salt. 141. <<
[*] Otra fórmula de destrucción de los enemigos por el fuego, que impide
igualmente a la serpiente lanzar su ataque: «¡La llama contra el cielo, la
flecha (de fuego) contra la tierra! ¡La flecha (de fuego) contra la tierra, la
llama contra el cielo!». <<
[134] Djed-her, 41. <<
[135] Text. sarc., cap 311. <<
[136] Text sarc., 1.032-1.033. <<
[137] Text. sarc., cap. 100. <<
[138] Text. sarc., cap. 758-9. <<
[139] Text. sarc., cap. 246. <<
[140] Text. sarc., cap. 284. <<
[141] Text. sarc., cap. 288. <<
[142] Text. sarc., cap. 1.130. <<
[143] LdM, cap. 162. <<
[144] LdM, cap. 137A. <<
[145] Goyon, Rituales, 259. <<
[146] Lexa, II, 66. <<
[147] Djed-her, 49-50. <<
[148] Zócalo, 62-3. <<
[149] Lexa, II, 81 (estela Metternich) <<
[150] Pir., 962-3. <<
[151] Lexa, II, 41. <<
[152] Faulkner, Un antiguo Libro de Horas, 20, 25 a 21, 5. <<
[153] Pir.,, 954-5. <<
[154] Pir.,, cap. 678. <<
[155] Text. sarc., cap. 992. <<
[156] Text. sarc. I, 231. <<
[157] Text. sarc. I, 210-1. <<
[158] Goyon, Rituales, 248. <<
[159] Sauneron, Pap. mág. illu. Brooklyn. <<
[160] ASAE, 39, 75. <<
[161] AEMT, 75. <<
[162] AEMY, 82-3. <<
[163] Lexa, II, 76. <<
[164] AEMT, 70. <<
[165] Erman, Religión, 343. <<
[*]En el campo de la magia «agrícola», señalemos también que el mago se
convierte en la cebada del Bajo Egipto, el bosque de vida que sale de Osiris,
sacando producto de sus laderas para alimentar a los hombres, rendir tributo a
los dioses y espiritualizar a los espíritus. El iniciado es el «grano humeante»
de los vivos, el alimento de los que le suceden sobre la tierra. <<
[166] Text. sarc., cap. 269. <<
[167] SO, 8, 56-7. <<
[168] Text. sarc. I, 314-321. <<
[169] Text. sarc., cap. 81. <<
[170] OMRO, 51, 16-7. <<
[171] LdM, cap. 54. <<
[172] Goyon, Rituales, 76. <<
[173] AEMT, 37. <<
[174] Lexa, I, 166. <<
[175] SO, 8, 53’4. <<
[176] Pap. mág. Brooklyn 47 218; 156, segundo documento. <<
[177] Zócalo, 58-9. <<
[178] Lexa, II, 74. <<
[179]Sander-Hansen, Die religiösen Texten auf dem Sarg des Anchenes
neferibre, 1937, 118 (372) <<
[180] LdM, cap. 164. <<
[181] SO, 8, 44. <<
[182] AEMT, 15. <<
[183] Yoyotte, BSFE, 87-8, 47 sg. <<
[184] AEMT, 39. <<
[185] AEMT, 90. <<
[186] Sauneron, Pap. mág. illu. Brooklyn, II-2. <<
[187] Íd., 13. <<
[188] Íd., 26, 26, nota 4.º (n) <<
[189]
Para el conjunto de estos cuentos y leyendas, cf. Lefebvre, Novelas y
cuentos del Egipto faraónico, y Lichteim, Literatura egipcia antigua, I-III.
<<
[190] Lexa, II, 198-206. <<
[191] Íd., 71. <<
[192] Djed-her, 54-56. <<
[193] Socle, 79. <<
[194] Sauneron, Pap. mág. illu. Brooklyn, 24. <<
[*]Estas disposiciones no están solamente reservadas al mago; las aplica
también a los «pacientes» a los que desea proteger. Por tanto, la fórmula
precisa es: «¡Pronunciar estas palabras sobre esta imagen dibujada, una vez
que haya sido reproducida sobre una hoja nueva de papiro, y colgada al
cuello de un hombre». <<
[195] AEMT, 7-10. <<
[196] Lexa, II, 95. <<
[197] LdM, cap. 7. <<
[198] ASAE 39, 80. <<
[199] AEMT, 18. <<
[200] Según la traducción de los CT. <<
[201] Altenmüller, Die Atropopaia <<
[202] AEMT, 2. <<
[203] Text. sarc., cap. 392. <<
[204] SO, 7, 47. <<
[205] Íd. <<
[206] Erman, Religión, 351. <<
[207] Siria, XLIII, 277 y sg… <<
[208] Text. sarc., cap. 37. <<
[209] Pap. Jumilhac, XVIII, 9-11. <<
[210] AEMT, 2. <<
[211] AEMT, 1. <<
[212] Pap. mág. Leiden, 145-7. <<
[213] Íd., 109. <<
[214] SO, 7, 60, n. 39. <<
[215] Zócalo, 60. <<
[216] AEMT, 6. <<
[217] Pap. Turín, 137, 24. <<
[218] Pap. Chester-Beaty V, verso 5, 4-6, 4. <<
[219] OMRO 51, 28. <<
[220] Lexa, II, 57. <<
[221] AEMT, 80. <<
[222] J. C. Goyon, Pap. Louvre N 3 279, 42-43. <<
[223] AEMT, 3. <<
[224] AEMT, 4. <<
[225] OMRO, 51, 33. <<
[226] Djed-her, 36. <<
[227] Zócalo, 57. <<
[228] OMRO 51,12. <<
[229] Pap. Ebers 2, 1-2, 6. <<
[230] Erman, Religión, 340. <<
[231] AEMT, 45. <<
[232] Pap. Ebers (3), 2, 1-6. <<
[233] Íd. (2), 12-2, 1. <<
[234] Erman-Ranke, Civilización, 459. <<
[235] AEMT, 81. <<
[236] AEMT, 37. <<
[237] Pap. Ebers 90, 15-9 1, 1 = CdE 9, 60. <<
[238] Pap. mág. Leiden, 127. <<
[239] Erman-Ranke, Civilización, 470. <<
[240] Pir., cap. 533. <<
[241] AEMT, 29. <<
[242] Goyon, Rituales, 45. <<
[243] ASAE 39, 69-9. <<
[244] AEMT, 29. <<
[245] OMRO 51,23. <<
[246] Pap. mág. Leiden, 177. <<
[247] OMRO 51,23. <<
[248] Lexa, II, 149. <<
[249] AEMT, 30. <<
[250] OMRO 51, 18. <<
[251] AEMT, 31. <<
[252] SO, 7, 43. <<
[253] SO, 7, 37. <<
[254] Goyon, Rituales, 245. <<
[255] AEMT, 30. <<
[256] AEMT, 22. <<
[257] AEMT, 33. <<
[258] Goyon, Rituales, 148 y 150, nota 2. <<
[259] Pap. Ebers (360) 58, 6-15. <<
[260] Pap. Londres 7, 1-7, 8. <<
[261] AEMT, 47-48. <<
[262] Pap. Ebers 58, 6-58, 15. <<
[263] LdM, cap 140. <<
[264] AEMT, 88. <<
[265] Borghouts, El ojo malvado de Apophis, JEA 59, 1973, 114-150. <<
[266] Lexa, III, XII. <<
[267] Pir., cap 211. <<
[268] Goyon, Rituales, 167-8. <<
[269] Pap. Harris (215) 14, 7-10. <<
[270] AEMT, 32. <<
[271] OMRO, 51, 27. <<
[272] Text. sarc. cap 341. <<
[273] OMRO, 51, 26. <<
[274] Zócalo, 54. <<
[275] Goyon, Rituales, 62, 48. <<
[276] Derchain, Pap. Salt, 825, n. 325. <<
[277] Pap. Ebers (811) 95, 7-14. <<
[278] ASAE, 39, 70. <<
[279] Pap. mág. Leiden, 149. <<
[280] ASAE, 39, 70. <<
[281] Text. sarc., IV, 183. <<
[282] AEMT, 1. <<
[283] Lexa, II, 155-6. <<
[284] Lexa, I, 165. <<
[285] Pap. mag. Leiden, 89. <<
[286] Íd., 137. <<
[287] OMRO 51,30. <<
[*]Existen diversas fórmulas para facilitar el nacimiento. Una de ellas es:
«¡Ábreme! Yo soy el de la vasta ofrenda, el constructor que construyó un
pilón para Hathor, señora de Dendera, que se levanta para que pueda dar a
luz», ella, es decir, Hathor. <<
[288] AEMT, 39-40. <<
[289] OMRO 51,13. <<
[290] Lexa, II, 29. <<
[291] OMRO 51, 31. <<
[292] SO, 8, 51-52. <<
[293] Lexa II, 32-33. <<
[*] En cierta circunstancia es preciso, además, exaltar mágicamente la
influencia del sol. Para conseguirlo, hay que elegir a un muchacho puro,
recitar una fórmula escrita por él, ponerle de cara al este y hacerle mantenerse
sobre un ladrillo nuevo en el momento en que sale el sol. Luego, colocar una
pieza de lino detrás del muchacho, el cual tiene los ojos cerrados. Se le dan
golpecitos en la cabeza con un dedo de la mano derecha. (Papiro mágico de
Leiden, 165-7) <<
[294] AEMT, 42. <<
[295] Íd. <<
[296] Íd. 43. <<
[297] Lexa, II, 29. <<
[298] AEMT, 70. <<
[299] Zócalo, 58. <<
[300] Id., 82. <<
[301] OMRO 51, 25. <<
[302] Erman, Religión. 349. <<
[303] Desroches-Noblecourt, CdE 9, 49-67. <<
[304] Erman-Ranke, Civilización, 455. <<
[305] Goyon, Rituales, 308. <<
[306] Text. sarc., 148-150. <<
[307] Íd., IV, 73. <<
[308] Íd., IV, 148. <<
[*]Su cabeza es la de Ra, sus ojos son los del Señor divino, que iluminan los
Dos Países, su nariz es la de Thot; sus orejas, las del Creador del Universo,
que escucha la voz de cualquiera que invoque su justicia, en cualquier lugar;
su boca, la de Atum; su pecho, el de Thot, que otorga el aire necesario a la
garganta para respirar; su corazón, el de Ptah, que libra al corazón de todo
veneno; sus patas son las manos de la Gran y la Pequeña Enéada; su vientre,
el de Osiris; sus muslos, los de Montu; sus pantorrillas, las de Khonsu; sus
caderas, las de Horus; sus plantas del pie, las de Ra. <<
[309] Djed-her, 81-4. <<
[310] AEMT, 38. <<
[311] Pap. mág. Leiden, 123. <<
[312]T. Save~Soderbergh, Representaciones egipcias de colgantes de
hipopótamos como motivo religioso, Horae Soederblomianae, Uppsala, 1953.
<<
[313] Pap. Ebers, 88, 13-6. <<
[314] Pap. mág. Leiden, 39. <<
[315] Text. sarc., cap. 342; LdM, cap. 31-2. <<
[316] AEMT, 83. <<
[317] Íd., 86-7. <<
[318] SO, 7, 44. <<
[*]Ejemplo de texto (estatua Louvre, E, 10 777): «Este hombre que bebe esta
agua hace que su corazón que está aquí, que su pecho que está aquí, sean
fortificados gracias a las protecciones mágicas que le proporciona. El veneno
no entra en su corazón, no quema en su pecho, porque su nombre es Horus,
porque Osiris es el nombre de su padre, porque Neith es el nombre de su
madre». <<
[319] Pap. mág. Leiden, 37. <<
[320] AEMT, 78. <<
[321] Djed-her, 133. <<
[322] Íd., 15-8. <<
[323] AEMT, 77. <<
[324] BIFAO, 78, 451. <<
[325] Lexa, II, 72-3. <<
[326] Cf., por ejemplo, A. ROCATTI, Papiro hierático n. 54 003, Turín, 1970.
<<
[327] ASAE, 39, 77 y 80. <<
[328] Djed-her, 26-7. <<
[329] Goyon, Pap. del Louvre N 3 279, 31 y n. 3. <<
[330] Djed-her, 26-7. <<
[331] AEMT, 94. <<
[332] Djed-her, 53. <<
[333] AEMT, 94. <<
[334] Zócalo, 80-1. <<
[335] SO, 8, 43. <<
[336] Djed-her, 33. <<
[337] LdM, cap 87. <<
[338] Djed-her, 34-5. <<
[339] Íd., 45. <<
[340] AEMT, 78 y 81. <<
[341] Djed-her, 43. <<
[342] AEMT, 59. <<
[343] Íd., 82. <<
[344] Pap. mág. Harris, 8, 5. <<
[345] Pap. mág. Leiden, 131-3. <<
[346] Íd., 125. <<
[347] Íd., 129-131. <<
[348] Íd., 37. <<
[349] AEMT, 16. <<
[350] Zócalo, 67. <<
[351] Para todo lo que precede, cf. Lexa, II, 217-230. <<

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