El Saber Magico en El Antiguo E - Christian Jacq
El Saber Magico en El Antiguo E - Christian Jacq
El Saber Magico en El Antiguo E - Christian Jacq
Y no es broma
JAVIER SIERRA
Diciembre 1997
Introducción
La magia eterna
La vida de un egiptólogo, incluso en nuestros días, se sitúa a menudo bajo
el signo de la aventura. Es necesario, desde luego, pasar largas horas
inclinado sobre los papiros, atento a los textos de los templos y estelas. Las
bibliotecas son cavernas con tesoros en las que, gracias a los trabajos de los
predecesores, es posible conocer los caminos que llevarán al descubrimiento.
Pero toda esta erudición, por indispensable que sea, no reemplaza a un
contacto vivo con Egipto.
Un egiptólogo que no crea en la religión egipcia, que no participe de una
total simpatía hacia la civilización que estudia, no podrá, a nuestro entender
más que pronunciar palabras vacías. El intelectualismo por brillante que sea,
no ha reemplazado nunca al sentimiento vivo, incluso en una disciplina
científica. Los más grandes sabios son aquéllos que participan del misterio
del universo y tienden a expresarlo por medio de su visión del Conocimiento,
nutrido a través de los años.
Si esto es cierto para ciencias tales como la física, como indicó Eisenberg,
Einstein y tantos otros, se comprenderá que el antiguo Egipto reclame, por
parte del que lo estudia, otra actitud distinta del frío racionalismo y del
«distanciamiento» histórico.
Una tarde de Navidad en Luxor, se me ofreció un suntuoso regalo. Una
invitación para cenar con una familia de cazadores de serpientes. El abuelo,
amigo de Francia, hablaba admirablemente nuestra lengua. Me ofreció el
lugar de honor, a su lado, durante la cena, en presencia de su mujer, sus
cuatro hijos y sus tres hijas. Fuera, la noche era suave. Cuando el sol se puso,
estalló en decenas de colores que se fueron apagando en un último tono rojizo
que fue a morir en los muros del templo de Luxor, la obra maestra del faraón
Amenophis III y de su genial arquitecto Amenhotep, hijo de Hapou.
La vivienda de mi anfitrión no tenía nada de magnífica. Pobremente
amueblada, pretendiendo ser bonita, era, sin embargo, un templo a la amistad.
Palomas asadas, arroz, tortas, pasteles… se había dispuesto un festín para
honrar al viajero.
En esta fiesta cristiana de Navidad, en el transcurso de una larga cena que
no acabó hasta poco antes del alba, nuestra conversación giró sobre un solo y
único tema: la magia. Mi anfitrión y sus hijos realizaban una extraordinaria
función: capturar serpientes y escorpiones. Ante los periodistas que, de vez
en cuando, venían a preguntarles sobre su curioso oficio, se presentaban
como personas sencillas, precavidas, herederos de una antigua tradición
familiar, comerciantes de veneno vinculados a una función lucrativa. Estas
declaraciones no me satisfacían. En el curso de mis investigaciones, me había
encontrado, como todo egiptólogo con la magia. Muchos «sabios» han
intentado separarla de la religión egipcia como una tara incompatible con la
altura de las concepciones metafísicas expuestas en los grandes textos. Pero
la magia es sólida. Está siempre presente en Egipto, tanto en los recovecos de
un cuento que creemos «literario» como en el interior de una tumba o sobre
los muros de un templo. En la época de los faraones, los que se ocupaban de
los animales venenosos eran magos que habían recibido una iniciación, un
saber, que utilizaban fórmulas específicas cuyo manejo requería cualidades
excepcionales.
Le recordé estas precisiones a mi anfitrión. Sonrió. «Hay que reconocer,
admiró, que ser el hermano de una serpiente no está al alcance de
cualquiera… quizá, en efecto, sea útil una cierta magia…» Según las reglas
de la cortesía oriental se había entablado la verdadera conversación.
Persuadido de que mi anfitrión debía, sin embargo, conocer y practicar las
reglas de la antigua magia egipcia, confronté su experiencia con mis
conocimientos de egiptólogo. Así nació este libro sobre el mundo mágico de
la civilización faraónica. Desde los textos antiguos a la experiencia viva no
hay interrupción[*].
Hermópolis, la antigua ciudad santa del dios Thot, el patrono de los
magos egipcios, el Hermes de los griegos, no es hoy más que una ciudad en
ruinas. Sin embargo, aquí y allá subsisten vestigios de su grandeza pasada.
Uno de los más impresionantes es la tumba de Petosiris, gran sacerdote de
Thot, iniciado en los misterios. Esta tumba no está consagrada a la muerte,
sino a la vida en la eternidad. Sus admirables textos fueron redactados para
ayudar al hombre a realizarse, a encontrar la verdad profunda de su ser sin la
cual no podrá darse ninguna felicidad sobre la tierra. Sobre uno de los muros
de la tumba de Petosiris se leen estas frases:
«El que se mantiene en el camino de Dios, pasa toda su vida en la alegría,
colmado de riquezas más que todos sus semejantes. Envejece en su ciudad, es
un hombre venerado en su provincia, todos sus miembros son jóvenes como
los de un niño. Sus hijos están ante él, numerosos y considerados como los
primeros de su ciudad; sus hijos se suceden de generación en generación… él
llega al fin de la necrópolis con júbilo, en el bello embalsamamiento del
trabajo de Anubis»[1].
Para alcanzar la sabiduría evocada por el gran sacerdote Petosiris, la
buena voluntad no basta. Una determinada ciencia, que los egipcios llamaban
«magia», se revela como indispensable. Esta noción clave, confundida hoy
con la magia negra, la hechicería, los poderes psíquicos y otros fenómenos
más o menos inquietantes, tenía un significado preciso en la época de los
faraones.
Religión y magia no se pueden separar una de otra. ¿Podemos imaginar
un ritual sin proyección mágica? Las religiones del libro (cristianismo,
judaísmo, Islam), muchas de las cuales lo niegan a veces, ¿no ejercen una
magia sobre el alma humana, a fin de permitirle acceder a realidades que
nuestros sentidos se revelan incapaces de apreciar?
Los escribas egipcios redactaron miles de páginas reunidas en colecciones
que los egiptólogos califican de «mágico-religiosas». Una lectura rápida,
aunque superficial, de tales escritos, nos lleva a la conclusión de que los
egipcios formulaban dos deseos: vivir una larga vida sobre la tierra, no ser
privado de alimentos en el más allá, no morir de la mordedura de una
serpiente o de la picadura de un escorpión, gozar de buena salud sobre la
tierra, conservar todas sus aptitudes físicas, entrar y salir por las puertas
orientales del cielo (es decir, tener un espíritu suficientemente formado como
para «circular» por el cosmos), conocer las almas de los occidentales (es
decir, acceder a los misterios de los Antepasados). Se mezclan, como vemos,
esperanzas materiales y esperanzas espirituales. Es una de las características
esenciales del pensamiento egipcio. Hay un cielo, hay una tierra. Hacen
actuar el uno sobre la otra. Nuestra vida terrestre, en uno de sus aspectos más
corrientes, esta impregnada de una fuerza espiritual que los sabios de Egipto
llamaban heka, «magia». Este término de dudosa terminología, significa
probablemente «dominar los poderes», lo que constituye efectivamente la
meta del arte del mago.
Quien desea practicar la magia debe tomar conciencia de los poderes que
rigen toda vida y manipularlos experimentalmente. Grado de experiencia
estrictamente individual: el aprendiz de mago, como veremos, es instruido en
las escuelas especializadas de los templos bajo la dirección de vigilantes
maestros que no le dejan de ningún modo actuar a su antojo y según su
fantasía.
Revelación esencial de los sabios: la Magia, concebida como fuerza
creadora, fue creada antes de la creación que nosotros conocemos. Es hijo del
dios sol, de cuyo rayo de luz es una manifestación mágica, en cuanto
instrumento de vida.
Para el egipcio antiguo, todo vive. Pensar que algo es inanimado prueba
que nuestra mirada no se dirige correctamente sobre la realidad. El hombre,
como cualquier otra parcela viva, es la resultante de un juego de fuerzas. ¿Las
sufrirá pasivamente o intentará identificarlas? La cualidad de su destino
dependerá de la respuesta a estas cuestiones. Las fuerzas mágicas nos parecen
hostiles en la medida en que nuestro grado de conocimiento es insuficiente.
El científico contemporáneo critica con facilidad al principio que se extasía o
se espanta ante los fenómenos naturales que juzga sobrenaturales. Pero
incluso este científico, a pesar de su saber, sigue siendo el esclavo de zonas
de sombra que desvirtúan a veces el razonamiento más consolidado. Es decir,
que el hombre de hoy como el de ayer se enfrenta a lo desconocido, fuente y
finalidad de su existencia. Los magos del antiguo Egipto tienen mucho que
enseñarnos en este campo.
La fuerza sobrenatural que sustenta la vida no está fuera del alcance de la
inteligencia humana. Reside en el corazón del ser, en su templo interior. Al
descubrirla, y luego utilizarla, el mago constataba que su acción tenía
repercusiones en este mundo y en el otro, como si no existiese ninguna
barrera entre ellos. Conocer al dios de la magia es descubrir el poder de los
poderes, penetrar en el juego armonioso de las divinidades. También el
muerto, el que pasa al otro lado del espejo, debe conservar su poder mágico
para alcanzar la realidad última.
Esta magia puede definirse como la energía esencial que circula tanto en
el universo de los dioses como en el de los humanos. Allí no hay «vivo» ni
«muerto», sino seres más o menos capaces de captar esta energía contenida
en el nombre secreto de los dioses. Estudiando los jeroglíficos, es decir, «las
palabras de los dioses», progresamos en el conocimiento de estos nombres
cargados de energía. En Egipto nada se queda en lo intelectual, en el mal
sentido del término, es decir, separado de lo real. Por esta razón, todo objeto
animado mágica y ritualmente —por ejemplo, las coronas reales— conserva
un secreto vital. Espíritu y materia están entretejidas en la misma sustancia.
Lo importante, en la práctica de la magia, es identificar el lazo que une todas
las cosas, que reúne en una cadena de unión cósmica al conjunto de las
criaturas.
Las líneas que preceden prueban también que no se debe reducir la magia
del antiguo Egipto a una hechicería de poca monta. En realidad, nos
encontramos ante una ciencia sagrada que exige especialistas muy instruidos,
para que sean capaces de comprender las fuerzas más secretas del universo.
Según un magnífico texto, titulado Las Enseñanzas de Merikare, «el creador
concedió la magia al hombre a fin de ahuyentar el efecto fulgurante de lo que
sobreviene». Dicho de otro modo, todos somos esclavos de un cierto
determinismo. La mayor parte del tiempo, los acontecimientos, felices o
desgraciados, nos cogen desprevenidos. No somos dueños de nuestro destino.
Egipto no niega este determinismo, pero considera que es posible escapar de
él utilizando la magia. Por medio de la práctica de este arte, podemos
modificar nuestro destino, luchar contra las tendencias negativas de la
aventura humana, ya sea colectiva o individual, alejar los peligros de lo que
tomamos consciencia.
La magia fue considerada en Egipto como una ciencia exacta. Aunque
ciertos aficionados, como los brujos de aldea, utilizaban algunas recetas
mágicas elementales, la gran magia de Estado no era revelada más que a una
élite de escribas, a los que debemos comparar con los físicos atómicos
contemporáneos. Esta magia, en efecto, está destinada a preservar el orden
del mundo. Tal fuerza no es fruto de una improvisación o de un ilusionismo
cualquiera. Descansa sobre una minuciosa cadena de experiencias consoladas
por el mago.
La existencia humana reposa sobre un equilibrio precario. La amenazaban
muchos peligros: demonios, fuerzas negativas, muertos errantes, múltiples
manifestaciones del «mal de ojo», es decir, de una energía negativa que
destruye, con un solo poder, todo lo que existe. El primer deber del mago es
atajar este negativismo, preservar lo que existe. Pero debe igualmente velar
porque los momentos de «paso» se desarrollen perfectamente. El nacimiento,
el matrimonio, la muerte, el fin de un año y el comienzo del siguiente, son
otros tantos ejemplos de situaciones muy delicadas en las que la intervención
mágica es indispensable.
Los magos afirman de buen grado que sus secretos se remontan a la más
lejana antigüedad. No es fruto de una convención, sino una inquietud por
referirse a los modelos primordiales, a los mitos de la creación. En cierto
modo, el mago está en contacto directo con el arquitecto del mundo. Todo
acto mágico es, por definición, acto creador que se ensalza en las
profundidades de los orígenes. El mago «establece cómo fue hecho en el
comienzo», devuelve al presente «la primera vez», restituye el mundo «En
aquel tiempo». El tiempo mágico es un tiempo primordial. Por medio del
estudio de la magia, vamos hacia el destello de donde brotó toda la creación.
El dios de la magia, Heka, es una creación de la luz. Hablar de magia
«negra» y de magia «blanca» está ya en decadencia. No existe, en realidad,
más que una magia solar, portadora de luz, que favorece la iluminación del
mago. El resto no es sino ilusionismo, hechicería o búsqueda de poderes.
En el mundo de las divinidades, el dios de la magia tiene una función
precisa: ahuyentar lo que debe ser ahuyentado, evitar que el mal y la
disonancia vengan a perturbar el orden de las cosas. El mago, cuando está
realmente imbuido por la fuerza divina, realiza igualmente esta función. Es
Horus. La magia de su madre Isis está en sus miembros[2]. Es el Ra de los
nombres misteriosos, es el que se encuentra en el océano de energía de los
primeros tiempos[3]. Se identifica con los dioses más grandes del panteón,
experimentando todo en su propio cuerpo la magia como una fuerza viva.
Ésta circula por sus pies, sus manos, su cabeza, todo su cuerpo. Es preciso
que la fuerza mágica emita una luz y expanda, en ciertas ocasiones, un olor
característico.
«He aquí que me uno a este poder mágico en todo lugar en el que se
encuentre, en todo hombre en el que se encuentre», dice el mago en el
capítulo 24 del Libro de los Muertos; «Es más rápida que el galgo, más veloz
que la luz». El mago llena su vientre de poder mágico; gracias a él, aplaca su
sed[4]. Esta «magia en el vientre» llega enseguida al espíritu, como un fluido
que circula por los canales secretos del cuerpo. De este modo, el mago, hijo
de Ra, señor de la luz y del sol, y de Thot, encarnado por la Luna, descubre el
alcance de sus percepciones. Su saber está consignado en un escrito que
proviene de la morada del dios Thot, tras haber sido sellado en el palacio de
Thot.
Sin magia, la supervivencia es imposible. Las fórmulas apropiadas dan a
aquél que se presente ante las puertas de la muerte el coraje y la ciencia
adecuada para franquear el obstáculo sin ser aniquilado.
El mago viaja por el cielo. Ante la estrella Orión, afirma haberse
alimentado de los poderes vitales, haber sido nutrido por los espíritus de los
antiguos dioses de los que conoce sus nombres secretos. Orión escucha al
viajero del más allá. Reconoce que efectivamente ha adquirido todos los
poderes, que no ha olvidado ninguno[5]. Por esta razón, resucita, identificado
con una estrella, y brillará en lo alto del cielo. Tal es el destino del mago
convertirse en una luz en el cosmos, para iluminar el camino de los demás
hombres.
El corazón intuitivo
La magia es un asunto de percepción. Sin embargo, el centro de las
percepciones más finas es el corazón. No el órgano en sí, sino el centro
material del ser. Este corazón, según Egipto, es el testigo de la vida del
hombre. Imposible mentirlo o equivocarlo. El corazón-conciencia concibe,
piensa, da órdenes a los nervios, a los músculos, a los miembros. Es él quien
permite a los sentidos funcionar correctamente: Todo parte del corazón y
todo vuelve a él, él emite y recibe. Sensaciones e impresiones se relacionan
con él para que produzca la síntesis y saque la lección de esas informaciones
venidas del mundo exterior.
Según la mitología de la ciudad de Menfis, el dios Ptah concibió el
mundo en su corazón antes de expresarlo por la boca. En cada ser consciente
se despierta un corazón heredero del corazón divino. Receptáculo de la fuerza
divina, responde de la rectitud del mago frente a sus jueces, aquí abajo en el
más allá. La cualidad de la práctica mágica está estrechamente ligada a la
cualidad del corazón. Debe desarrollar en el mago sus facultades intuitivas
que le permitirán descubrir el cofre misterioso del Conocimiento,
prefiguración del Grial. Su corazón le dictará el modo de abrirlo, a fin de
descubrir la esencia de la magia.
Un amuleto particular, el escarabajo de corazón, juega un papel
determinante en el momento del paso entre la muerte terrestre y la vida
eterna. El escarabajo es el símbolo de la metamorfosis y las mutaciones.
Colocándolo sobre el corazón de la momia, el mago le confiere el poder de
atravesar las zonas más oscuras en las que l ser corre el riesgo de sufrir
graves heridas. En el mismo momento del feliz desembarco en las orillas del
paraíso, el corazón del hombre le será restituido. Este don se ha preparado en
la tierra, mientras el individuo vive. La actitud mágica consiste en hacer
palpitar en sí mismo un corazón de origen celeste, en despertar la percepción
de lo invisible.
El rey mago
El faraón de Egipto no tiene padre ni madre. Vive la vida y no sufre la
muerte. Es el gran mago por excelencia, porque en él se encarna la fuerza de
la vida. Sólo el faraón, en el Imperio Antiguo, está capacitado para comunicar
con el principio divino para que la humanidad subsista. Es, pues, el rey, señor
de las fuerzas naturales y sobrenaturales, quien detenta el poder real. Lo ha
adquirido nutriéndose de las fuerzas mágicas, con motivo de un
extraordinario banquete réplica de un trastorno cósmico que acompaña la
venida del rey en los espacios celestes[7]. Las estrellas se ensombrecen. La
luz se atenúa. El cielo y la tierra tiemblan. Un personaje terrorífico provoca
estos acontecimientos. ¡El faraón en persona! Él es quien se alimenta de sus
padres y sus madres. Es un señor de la sabiduría de cuya madre no conoce el
nombre. Su gloria está en el cielo, su poder está en el horizonte como el de
Atum, el Creador que lo engendró. El rey se ha hecho más poderoso que él.
Toro del cielo, asimila el ser de cada divinidad. Se alimenta de hombres y
dioses, Khonsu, un genio temible, mata a los seres de los que tiene necesidad
el rey y extrae para él lo que hay en sus cuerpos. Otro genio, Chesmou, los
cuece para él en las piedras de un fogón. El rey se nutre de su magia, devora
sus espíritus. La parte gruesa es para la comida de la mañana, las partes
medias para la comida y las pequeñas para la cena. El faraón se apodera de
los corazones de los dioses, se come la corona roja, devora la verde. El
cosmos entero reconoce su dominio. Se nutre de los pulmones de los sabios y
de su magia. Su tiempo de vida es la eternidad.
Calificamos este teatro de «himno caníbal», suponiendo que haría alusión
a rituales muy arcanos en los que los egipcios habían consumido carne
humana. En realidad, de este modo se evoca la captación del poder mágico
por la ingestión directa de la vitalidad divina considerada como un alimento.
Henchido de magia, el faraón está protegido. El ser maléfico que le
muerda no conseguirá más que envenenarse a sí mismo. Cada parte del
cuerpo real está divinizado. El vientre del faraón, por ejemplo, es Nut, la
diosa del cielo. Porque la fuerza mágica se encuentra precisamente en ese
«vientre celeste».
Frente a los dioses, el faraón manifiesta su autoridad. Él les ordena
construir una escalera para que pueda subir al cielo. Si no le obedecen, no
tendrían ni alimento ni ofrenda. Pero el rey toma una precaución. No es él, en
tanto que individuo, quien se expresa, sino el poder divino: «No soy yo quien
os dice esto a vosotros, los dioses, sino la Magia la que os dice esto»[8].
Cuando el faraón realiza su ascensión, la magia está a sus pies[9]. «El
cielo tiembla, afirma él, la tierra se estremece ante mí, porque yo soy el
mago, yo poseo la magia[10]. Es él, por otra parte, quien instala a los dioses
en sus tronos, probando así su omnipotencia reconocida por el cosmos».
En el Egipto del Imperio Antiguo, todo lo que concierne a la persona real
es de orden mágico. Como faraón es el único sacerdote, tiene la función de
«encargarse» mágicamente de los rituales del Estado. El nombre real está
contenido en un «cartucho» cuyo nombre egipcio, chenit, significa «lo que
encierra» (es decir, el contenido del universo sobre el que reina el faraón).
Según el principio del juego de palabras, capital para comprender el
funcionamiento de la lengua jeroglífica, este término implica también la idea
de «conjuración». También el nombre real está protegido mágicamente por el
cartucho. Atributos, insignias, vestimentas reales están cargadas de magia. La
corona ocupa el primer lugar de estos objetos. Es considerada como un ser
vivo, como una diosa, a la vez león agresivo y serpiente que ataca a los
enemigos del rey. Se le cantan himnos. Solo el faraón es capaz de portarla y
de utilizar sus virtudes secretas.
Figura 1
El faraón, protegido por Isis, avanza hacia Osiris. La diosa está tocada con el signo
jeroglífico del trono que definía su naturaleza simbólica. Es la diosa-trono de la que
nacen los reyes. De su mano derecha emite un fluido que alcanza la nuca del faraón,
uno de los centros vitales de su Persona. Con la mano izquierda, ella coge el brazo
derecho del muerto. Acto mágico también necesario, ya que el faraón aprieta en su
puño los dos cetros que le permiten ejercer su soberanía sobre la tierra de los
hombres. El rey está vestido según su función: la doble corona (que reúne en una
sola la corona blanca del Alto Egipto y la corona roja del Bajo Egipto), la peluca
nemes y el gran faldellín de ceremonia. Ante Osiris se deposita un pequeño altar
sobre el cual se encuentran flores y un perfumero. El rey ofrece al dios de la
resurrección la esencia sutil de todas las cosas. (Las capillas de Tutankhamon).
Magos célebres
Según Manetón, es el sacerdote de Sebennytos quien, en la época griega,
consagró una obra célebre en la historia de los reyes de Egipto, el faraón
Athotis, (I dinastía), era un médico que redactó libros de anatomía. Practicó
pues, un arte mágico, abriendo una vía a sus sucesores. Desde esta
perspectiva, se considera que todos los faraones fueron magos institucionales.
En el Imperio Antiguo, Imhotep fue el más célebre de los magos. Su
renombre era tal que, muchos siglos más tarde, los griegos lo identificaron
con su dios de la medicina Asclepios. En el Imperio Nuevo, los escribas
rendían culto al «dios» Imhotep; antes de escribir, arrojaban un poco de agua
a la tierra en memoria de su ilustre patrón. Por otra parte, la personalidad de
Imhotep es esencial para entender el alcance del «campo mágico» en el
antiguo Egipto. Este personaje no era un hechicero de aldea, sino el primer
ministro del todopoderoso faraón Djeser y el inventor de la arquitectura de
piedra cuya obra maestra fue la pirámide escalonada de Saqqara. Dicho de
otro modo, un hombre de Estado de primer rango cuyas competencias
mágicas eran consideradas indispensables para realizar correctamente su
función. Ciertas «recetas» atribuidas a Imhotep, fueron transmitidas a la
posteridad, como ésta[11]: «Coged una mesa de olivo de cuatro pies. Ponerla
en un lugar limpio, en el medio; recubrirla completamente con una tela. Poner
cuatro ladrillos sobre la mesa, uno sobre otro. Delante de la mesa, un
incensario de arcilla. Poner carbón de madera de olivo sobre el incensario y
un ganso salvaje gordo machacado con la mirra formando unas bolas y
ponerlas sobre la hoguera, pronunciar una fórmula, pasar la noche sin hablar
a nadie sobre la tierra. Se verá al dios bajo la forma de un sacerdote portando
una vestimenta de lino». Entonces, el mago invoca al que está sentado en las
tinieblas, pero en medio de los dioses, buscando y recibiendo los rayos del
sol.
Hardedef, uno de los hijos de Kheops, era conocido por sus extensos
conocimientos y sus sabias palabras. Descubrió diversos libros de magia
antiguos, cuyas fórmulas fueron integradas en los escritos rituales.
Khaemuase, cuarto hijo de otro faraón célebre, Ramsés II, era gran sacerdote
de Ptah en Menfis. Construyó y restauró numerosos monumentos. Tenía
pasión por la arqueología y el estudio de los documentos antiguos. Pasaba por
ser un gran sabio e inspiró dos historias de magia sobre las que volveremos.
Horus, hijo de Panéchi, era un mago que vivió en la Época Baja. Tuvo
que combatir con un mago etíope que amenazaba a la seguridad del Estado.
Este Horus había vivido quince siglos antes y se había reencarnado para
correr en socorro de su país.
Es el mago Es-Atum, sacerdote que vivió en la época de Nectanebo II
(359-341), a quien debemos la salvaguarda de la famosa estela de Metternich.
Es-Atum había comprobado que había sido suprimida una inscripción en un
templo de la ciudad santa de Heliópolis. Para que no se perdiera este
testimonio precioso, hizo volver a copiar el texto sobre una estela que nos ha
llegado.
Esta pequeña galería de retratos tiene simplemente por objeto ilustrar la
continuidad del estatuto del mago en el transcurso de los siglos en los que se
desarrolla la aventura egipcia. Podríamos, desde luego, citar decenas de otras
figuras. Pensemos, por ejemplo, en Harnouphis, que fue el último mago
egipcio de gran renombre. Estaba presente sobre los campos de batalla de
Moldavia, en 172, donde combatió el ejército de Marco Aurelio. El agua
escaseaba. Privados de aprovisionamiento, los romanos corrían el peligro de
morir de sed. El mago egipcio hizo que lloviera, espantando a los bárbaros y
salvando a los soldados de Marco Aurelio. La antigua ciencia de la tierra de
Egipto probaba de este modo que no había perdido su eficacia.
Textos mágicos
Los textos mágicos, que forman una parte considerable de la «literatura»
egipcia, están inscritos en soportes materiales variados: papiros (desde el
Imperio Medio), ostraca (tejas de caliza), estelas, estatuas, múltiples
pequeños objetos. Los eruditos contemporáneos, habituados a las disecciones
racionalistas, tienen por costumbre clasificar los textos egipcios en
«literarios», «históricos», «religiosos», «mágicos», etc. Estas distinciones
formales no se corresponden con la realidad. El Cuento del náufrago,
reconocido como «literario», es una admirable historia de magia. Los Textos
de los sarcófagos, llamados «funerarios», apelan sin cesar a la magia. En la
medida en que un texto está escrito en jeroglíficos puede considerarse eficaz,
incluso podríamos decir que todo escrito egipcio es mágico en esencia,
aunque haya que reconocer diversos grados en la aplicación de este principio.
Ciertos textos, sin embargo, se desprenden del conjunto por su
importancia o su originalidad. Entre ellos, el Libro de los dos caminos,
inscrito sobre sarcófagos del Imperio Medio, da al muerto el conocimiento de
los caminos del más allá. Dos caminos, uno de tierra, otro de agua, están
separados por un río de fuego. Tantas vías simbólicas de acceso hacia un país
poblado de temibles genios. Es allí donde se encuentra una especie de Grial
que el justo descubre después de haber sufrido numerosas pruebas, cuyo solo
conocimiento «mágico» le da las claves.
Los Libros de horas son conjuntos de fórmulas que el mago recita durante
las horas del día y la noche para obtener los favores de las divinidades. El
papiro Bremmer-Rhind, donde es relatada la lucha de los poderes solares
contra el monstruoso dragón Apophis, genio de las tinieblas, registra también
un tratado esotérico sobre la naturaleza divina. Se nos revela que el Señor del
Universo ha creado al conjunto de los seres mientras el cielo y la tierra no
existían aún. En su corazón es donde fue concebido el plan de la creación. De
Uno, el arquitecto de los mundos se convirtió en Tres. Provocó mutaciones y
transmutaciones, se instaló sobre la colina primordial, primera tierra
emergida. En cuanto a los hombres (remetj), nacieron de las lágrimas (remetj)
de dios, cuando lloró sobre el mundo.
La estela de Metternich es la más célebre de las numerosas estelas
mágicas. Data del siglo IV antes de Cristo y contiene un extraordinario texto
que trata de la curación mágica de Horus niño, picado por un animal
venenoso en los pantanos del Delta donde vivía escondido en compañía de su
madre Isis. En la parte superior del anverso de la estela se ve a Horus de pie
sobre los cocodrilos y agarrando a criaturas maléficas. El joven dios está
protegido por Thot, el mago y por Hathor, diosa de la armonía. En la parte
inferior, una «franja dibujada» simbólica comprende seis registros en los que
figuran dioses y genios, desplegando su actividad en múltiples escenas de
conjuración. En el vértice de la estela, ocho monos babuinos celebran con
gritos el nacimiento de la luz. La estela de Metternich evoca también el papel
de la gran maga, Isis. Cuando ésta encontró a su hijo Horus agonizando,
llamó a los habitantes de los pantanos, pero ninguno de ellos conocía el
remedio apropiado. Nadie podía pronunciar palabras eficaces de curación. El
Creador, Atum, ¿permitirá que la vida se esfume? Isis saca a Horus del
féretro en el que reposaba e impulsa una planta larga que llega hasta el sol. Su
amenaza es terrorífica: mientras que su hijo no sea curado, la luz no brillará
más. Los poderes celestes, apremiados y obligados, intervienen a favor del
joven dios «¡Despiértate, Horus!», le dicen. El veneno pierde su poder
nocivo, y se hace ineficaz. Horus sana. El orden del mundo se ha
restablecido. La barca divina recorre de nuevo los espacios celestes.
Figura 2
Es una auténtica «franja dibujada» mágica la que está narrada en la estela de
Metternich, importante documento que merecería por sí solo un estudio en
profundidad. Es el vértice del monumento, se ven ocho monos babuinos adorando al
sol ardiente, mientras que Thot dirige el ritual. Se trata de la creación mágica de la
luz y de la lucha contra las fuerzas de las tinieblas, expresada simbólicamente en los
registros inferiores de la estela. La figura central es la de Horus, representado como
un niño desnudo, con los pies pesados sobre cocodrilos, sosteniendo con las manos
animales venenosos o peligrosos. Aunque el joven dios, portador del bucle de la
infancia, no teme a ningún peligro y domina a las fuerzas del mal, está protegido por
numerosas divinidades, especialmente por Bes, cuya enorme cabeza sonriente es
garantía de seguridad. (Estela de Metternich, anverso)
***
***
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El mago astrólogo
La astrología egipcia es uno de los campos de investigación más difíciles
y más inexplorados[*]. «No hay seguramente otro país, escribe Diodoro de
Sicilia[37] hablando de Egipto, donde el orden y el movimiento de los astros
sean observados con tanta exactitud como en Egipto. Ellos (los astrólogos)
conservan desde hace un número increíble de años registros donde se
consignan estas observaciones. Allí se encuentran anotaciones sobre la
relación de cada planeta con el nacimiento de los animales y sobre los astros
cuya influencia es buena o mala… En la tumba de Osymandias, en Tebas,
había en el tejado un círculo de oro de 365 codos de circunferencia, dividido
en 365 partes; cada división indicaba un día del año, y al lado se habían
escrito las salidas y las puestas naturales de astros con los pronósticos que
fundaban sobre éstos los astrólogos egipcios».
El Zodíaco de Dendera, célebre documento que merecería una
interpretación más profunda, no es el único testimonio de la astrología
egipcia que, en la época alta, se centraba esencialmente en la persona del
faraón. Los horóscopos individuales no son atestiguados sino tardíamente.
Pero el mago se ha preocupado siempre por las relaciones entre su acción y
las disposiciones cósmicas. Según el capítulo 144 del Libro de los muertos,
presta atención a la posición de las estrellas en el cielo. Consulta los libros de
astrología en silencio y en secreto. No son accesibles, en efecto, más que a
iniciados de mucha edad. Contrariamente a lo que sucede hoy en día, la
astrología no está secularizada. Sigue siendo una ciencia de templo que sólo
manejan manos expertas y espíritus responsables.
Gracias al conocimiento de las leyes astrológicas, los bienaventurados
circulan a su voluntad por el cielo, por la tierra y por el imperio de los
muertos. El espíritu del mago les acompaña.
Cuando efectúa sus observaciones del cielo, el mago graba siete veces sus
huellas de los pies en el suelo. Recita siete veces fórmulas mágicas en honor
de la Cadera, es decir, de la Osa Mayor, orientándose hacia el norte, hacia el
eje del mundo[38].
Los conocimientos astrológicos son soportes necesarios del acto mágico.
La familiaridad con los astros es indispensable para utilizar las fuerzas del
cosmos, hasta el punto de poder aferrar la luz y agarrar la luna con las dos
manos[39], dicho de otro modo, de controlar su influencia en lugar de sufrirla.
Éste es, desde luego, uno de los grandes servicios prestados por la magia:
permitir al hombre justo presentarse con la frente alta, sin temblar, ante sus
jueces. Algunos egiptólogos, preocupados tal vez por su propio caso, han
acusado a los egipcios de ser «falsificadores». Estos habrían engañado a los
dioses abusando de la magia. Realmente una ingenuidad que desarma. Es la
magia del conocimiento la que el tribunal pone a prueba, no los «trucos» de
un ilusionista de feria. Si el hombre no posee las leyes de esa magia, está
efectivamente desarmado y condenado por anticipado a revivir un nuevo
ciclo material, sin que eso implique una reencarnación en el sentido habitual
del término.
Otros peligros acechan al adepto en los caminos del otro mundo. Para
pasar las cuatro fronteras del cielo, el viajero debe convencer a sus
guardianes de que le dejen la vía libre. También les recita las palabras de
aquellos cuyo lugar es secreto[48]. Numerosos capítulos de los Textos de los
sarcófagos[49] evocan a estos personajes siniestros, a menudo armados con
cuchillos, vigilando lagos en las profundidades insondables, caminos que se
pierden en las tinieblas, intersecciones donde uno se desorienta. Solo la
magia aniquila el poder de estos inquietantes genios.
Otro personaje exige del viajero del más allá cualidades mágicas de
primer orden. Se trata del barquero que está en posesión el tesoro entre los
tesoros: la barca. Gracias a ella, se atraviesan las extensiones acuáticas de los
paraísos celestes. Cuando el iniciado exige utilizar la barca[50], el barquero le
somete a un riguroso interrogatorio: «¿Quién eres tú?» le pregunta. «Yo soy
un mago», responde el adepto. Está «completo, equipado, disponiendo del
uso de sus miembros». Esta afirmación se juzga insuficiente. Es preciso que
pruebe su cualidad de mago nombrando diferentes partes de la barcaza
dándoles sus correspondencias mitológicas y esotéricas. No hay ninguna
posibilidad de lograrlo para el profano. El mago adiestrado en la materia lo
consigue. También manda en las ciudades del más allá, delimitará el
inventario de las riquezas del otro mundo y las ofrecerá a los pobres que
tienen necesidad de ella sobre la tierra. Es decir, que la posición social del
mago es elevada: no es solo un «intelectual» sino también un gestor cuyas
competencias son puestas al servicio de los más desfavorecidos, aunque se
trate de un recurso económico muy extraño.
Sin embargo, el barquero no está todavía satisfecho. Exige del mago un
saber matemático, que se traduce en la capacidad de contar con los dedos.
Cada dedo, cada «acto numérico» tiene un «profundo significado»[*]. No se
trata de un simple cálculo mental, sino de una creación del mundo por los
Números y no por las cifras.
Otra pregunta del barquero al mago: «¿De dónde vienes?». Respuesta:
«De la isla del fuego», es decir, del lugar del universo donde el sol libra, cada
mañana, un combate victorioso con los enemigos de la luz. Nacido del sol, el
mago tiene un temperamento de guerrero y vencedor. Lo ha demostrado.
Dato primordial: el mago revela al barquero que ha descubierto el taller
naval de los dioses donde yace la barcaza en piezas sueltas. ¿No tiene una
analogía esto con el Osiris desmembrado? Sin embargo, el mago sabe cómo
reconstruirla. Posee el arte supremo.
Vencido por tanta ciencia, el barquero cede. Cumple las exigencias
formuladas por el mago, posee la barcaza a su disposición y regresa a su
puesto, esperando poner a prueba al próximo viajero.
Salir al día
«El que conoce el libro de la magia, puede salir al día y pasearse sobre la
tierra entre los vivos. No morirá jamás. Esto se ha comprobado eficaz
millones de veces.» [51]
Millones de magos egipcios, eternamente vivos, nos rodean. Han «salido
al día», a la luz, porque el poder mágico estaba con ellos, permitiéndoles
hacer desaparecer toda traba a su libertad de movimientos[52]. Sin duda, no
han tomado jamás forma humana, sino que, como bien sabía Gérard de
Nerval, se ocultan bajo la piedra, la madera o el metal.
La «salida al día» está presente en el ritual cotidiano de los templos. Por
la mañana, cuando el sacerdote abre las puertas de la naos que contiene la
estatua divina, pronuncia estas palabras: «Abiertas están las puertas del cielo,
abiertos los cerrojos de las puertas del templo. ¡La casa está abierta para su
señor! ¡Qué salga cuando quiera salir, que entre cuando quiera entrar!»[53].
En el más allá es esencial caminar sobre los pies y no sobre la cabeza.
Hay fórmulas mágicas que evitan al iniciado esta grave contrariedad y le
permiten recorrer normalmente los caminos de agua y de tierra del otro
mundo formando parte del séquito del dios Thot.
El mago avanza sobre los hermosos caminos del Occidente bajo la forma
de un ser de luz, habiendo adquirido y experimentado todos los poderes sin
convertirse en esclavo de ellos. Es identificado con el joven dios nacido en el
Hermoso Occidente, venido de la tierra de los vivos, habiéndose liberado del
polvo del cadáver, repleto su corazón de magia, aplacada su sed de
conocimiento. Navega hacia el campo de los rosales, uno de los paraísos
celestes[54]. Va y viene por los campos, las ciudades y los canales del más
allá. Ara, ve a Ra, Osiris y Thot cada día, tiene poder sobre el agua y sobre el
aire, hace todo lo que desea, como iniciado de la abadía de Telemo. La vida
está en su aliento, no morirá jamás, vive en el campo de las ofrendas en el
que están delimitadas sus propiedades para la eternidad. Ha realizado su
deseo: llegar a ser mago[55].
Capítulo II
Vencer a la muerte
El mago es «especialista» de la vida como de la muerte. Cuando el alma
deja el cuerpo, todo se desune. Los elementos constitutivos del ser, unidos
hasta entonces por el fenómeno «vida», ya no conviven. Además, la muerte
es un paso muy peligroso, ya que los diferentes elementos corren el riesgo, al
otro lado del espejo de permanecer disociados. Se da entonces la «segunda
muerte», la extinción definitiva del ser. De ahí la necesidad de la acción
mágica: preservar la coherencia del ser durante el paso de este mundo al otro,
hacerlo revivir en el otro lado en su plenitud.
La momificación es un acto mágico. Se tiene cuidado, especialmente en
conservar las vísceras en recipientes especiales, los canopes. Cada recipiente
está colocado bajo la protección de una divinidad, uno de los hijos de Horus,
en nombre de los cuatro Imseti, con cabeza de hombre, protege el hígado;
Hapi, con cabeza de babuino, los pulmones; Douamoutef, con cabeza de
perro, el estómago; Qebehsenouf, con cabeza de halcón, los intestinos. No
son solo los órganos materiales los que se benefician de los favores divinos,
sino también los principios sutiles que cada uno guarda. El ser, según el
esoterismo egipcio, está compuesto de diversas «cualidades», de las cuales
las más conocidas son el akh, la proyección, el ba, el poder de encarnación, y
el ka, la potencia vital. Existe también el heka, la capacidad mágica del
individuo[*]. Cada elemento tiene una existencia independiente. El arte del
mago consiste en hacerlos pasar a todos por las puertas del cielo, de modo
que el ser completo pueda ir y venir, dirigirse hacia la luz[62].
Según la extraordinaria expresión de los Textos de las pirámides[63], el
muerto no está realmente muerto, sino vivo. Esta constatación se aplica al rey
y a los iniciados regenerados por los ritos. La magia funeraria tiene por
objeto esta vida resucitada que necesita el perfecto funcionamiento del
corazón-conciencia, de los órganos vitales, el libre desplazamiento en los
espacios celestes, el disfrute de las sutiles energías contenidas en los
alimentos y en las bebidas servidos en los banquetes del más allá[64].
Si el mago no fuese un maestro en su arte, sería una catástrofe cósmica.
El sol ya no saldría, el cielo se vería privado de los dioses, el orden del
mundo se vería invertido. El culto ya no se celebraría, el ritmo de todas las
cosas estaría perturbado[65]. Como dueño de la energía, el mago permite a las
fuerzas luminosas manifestarse en su plenitud. Uno de sus nombres más
frecuentes es «poderes de Heliópolis», la ciudad del sol. Estos engendran la
prosperidad. Cuando la energía está desequilibrada, estos poderes no se
manifiestan. Los niños ya no nacen[66].
Preservación y transmisión de la vida son acciones mágicas. Por ellas
están animados cuerpos aparentemente inertes. Una estatua, por ejemplo,
parece no ser más que un objeto de piedra. Por el rito de «la apertura de la
boca», la estatua cobra vida. Una presencia espiritual la habita. En las
mastabas, las tumbas del Imperio Antiguo, el serdab, reducida pieza, guarda
una estatua —viva— del muerto. El ka del difunto está presente en esta
estatua. Se beneficia del recitado de las fórmulas que le proveen de la energía
que necesita.
Los famosos «modelos» depositados en las tumbas no son Juguetes, sino
objetos mágicos: por ejemplo, las barquitas de madera con sus remeros pasan
a ser, en el más allá, medios de transporte muy reales que permiten al viajero
bogar sobre las aguas eternas del cosmos.
La vida está amenazada por fuerzas hostiles, especialmente por almas
escapadas de las tumbas, debido a errores mágicos o insuficiencias rituales.
Vagan causando graves daños físicos o psíquicos. Al mago que los neutraliza,
el que aprende, en el interior de la Casa de la Vida, los secretos de lo
invisible. Al que conoce la estatuilla llamada «Vida», que es el corazón de
esta institución iniciática, se le dice: «Tú estarás al abrigo del cielo, éste no se
derrumbará y la tierra no se tambaleará, y Ra no se convertirá en cenizas
junto con los dioses y las diosas»[67] Esta estatuilla «Vida» está momificada,
luego recubierta con capas de ungüentos y de una sustancia llamada «piedra
divina» y por fin extendida sobre un féretro. Se la consagra antes de abrirle la
boca y colocarla en una piel de carnero, una «piel de resurrección». La
«Vida», protegida de este modo se conserva en una tienda de la Casa de la
Vida en la que es constantemente regenerada por medio de los ritos.[68]
De forma simbólica, la Casa de la Vida es un corazón de arena que
circunda un muro, abierto con cuatro puertas. En el interior, se levanta una
tienda para guardar un relicario que contiene una momia de Osiris.
Alrededor, numerosas construcciones: viviendas, almacenes, talleres donde
se forman los especialistas llamados a cumplir funciones rituales.
En Egipto la magia de los ritos no es una simple palabra. Otorga
efectivamente la vida, vence a la muerte. El mago dispone sobre la momia
amuletos, después de efectuadas las acciones. Así hace pasar al «muerto» de
su cuerpo humano a su cuerpo divino. Los vendajes que envuelven a la
momia dependen de una diosa Tait, cuyo papel consiste en preservar el
cuerpo de la descomposición. Tait es también la diosa que crea las vestiduras
reales[69]. Dicho de otro modo, ella confiere al individuo momificado
ritualmente una cualidad real.
Figura 8
Representación simbólica de la Casa de la Vida, donde los magos aprendían su arte.
El cuadrado está delimitado por los cuatro puntos cardinales (el Oeste arriba, el
Oriente abajo, el Norte a la derecha, el Sur a la izquierda). En el recinto interior, el
nombre de las fuerzas divinas encargadas de la protección de la Casa de la Vida. En
el centro del rectángulo interior, la figura de Osiris, cuyo nombre secreto está
representado por el jeroglífico, arriba a la derecha: «Vida». El objetivo de los
iniciados de la Casa de la Vida era en efecto nada menos que crear ritual y
mágicamente la Vida. (Papiro SALT 825, edición P. Derchain, fig. XIII b)
Los amuletos
Vivos y muertos gozan de la proyección de los amuletos que llevan sobre
sus cuerpos. A menudo representan a grandes divinidades (Ra, Horus, Osiris)
que garantizan un excelente viaje por los cielos, la seguridad, la salud y toda
suerte de felicidades compatibles. Un amuleto está «inscrito» sobre diversos
soportes, como, por ejemplo, papiros o tela. Se le anuda o se le cuelga con un
cordoncillo alrededor del cuello: lo importante es estar en contacto con él.
Cuando el mago crea un amuleto, introduce en el objeto fuerzas
esenciales para preservar la vida y garantizar la inmortalidad de un cuerpo o
de una momia. Con objeto de proteger por completo a esta última, hay que
utilizar ciento cuatro amuletos diferentes. Atados a los dedos de los pies o a
los pies, hacen circular la fuerza mágica a través de todo el cuerpo antes de
llegar a la cabeza[82]. Protegen del mal bajo todas sus formas.
Es por eso que una buena madre de familia tiene un conocimiento
profundo de la magia de los amuletos, los cuales utiliza para poner a su niño
al abrigo de los peligros exteriores. También favorecen el amor, la vitalidad y
el éxito en el trabajo.
Oro, bronce, cristal, barro y piedra son utilizados en la fabricación de
amuletos. El papiro mágico de Leiden indica la manera de confeccionar un
excelente talismán: se toma una cinta de lino de dieciséis cabos (cuatro
blancos, cuatro verdes, cuatro azules, cuatro rojos), se tiñe con la sangre de
una abubilla y se ata a un escarabajo en actitud de dios solar, vestido de biso
(tejido de seda y lana). De este modo, es todo el universo religioso del
antiguo Egipto el que se revela en el pequeño mundo de los amuletos; vemos
en él una pléyade de divinidades, animales sagrados, elementos reales que
confieren al difunto la categoría de faraón (por ejemplo, las coronas reales),
conceptos abstractos como la Vida, la Salud, la Fuerza (simbolizadas por la
«llave de la vida», el papiro), el corazón-conciencia, la mutación del ser
encarnado en el escarabajo y la estabilidad en una columna. Objetos
corrientes tienen un significado profundo: la escalera permite subir al cielo, el
cabecero permite un sueño regenerador al resguardo de los demonios, los
instrumentos de los constructores (tablero de diseño, nivel, escuadra, hilo de
plomo) revelan la manera cómo trabajan los Creadores.
Figura 9
Diversos símbolos mágicos utilizados en amuletos: a la izquierda, el ojo-ouadjat, ojo
«completo» y perfecto que otorga al iniciado una visión total de la realidad; a la
derecha, Nephtis cuyo nombre significa «la soberana del Templo», magnetiza el
signo chen, el de la protección mágica que evitará que su poseedor sea «disociado»
por las fuerzas negativas. Está instalado bajo el signo del oro, materia que
constituye la carne de los dioses. (Las capillas de Tutankhamon)
Nudos y números
El mago egipcio pasa una buena parte de su tiempo haciendo nudos. Un
nudo mágico es un punto de convergencia de las fuerzas que unen el mundo
divino y el mundo humano. Los capítulos 406-408 de los Textos de los
sarcófagos son fórmulas para conocer los siete nudos de la vaca celeste.
Servirán al mago para el manejo de la barcaza en la que atraviesa los espacios
celestes. Restituyen al cuerpo sano y vigoroso. Por otra parte, los nudos
celestes encuentran su correspondencia en los «nudos» del cuerpo humano,
los puntos sensibles donde se encuentran los flujos energéticos de los que
depende nuestra existencia.
Algunas fórmulas, como las del papiro mágico de Londres y de Leiden[94]
constituyen precisiones técnicas. Se habla del nombre, del color. Lo que está
atado en la tierra lo está también en el cielo, y a la inversa. Cristo retornará a
su vez esta idea simbólica cuya huella puede encontrarse en los papiros
mágicos coptos. «Impulso voz para alcanzaros, declara el mago a los poderes,
a vosotros que desatáis cuerdas, nudos y cadenas para que desatéis por
siempre nuestras cadenas.»
La magia de los números es indisociable de la de los nudos. El número
está considerado como un nudo abstracto. Falta todavía un estudio en
profundidad del simbolismo de los números en el antiguo Egipto. Sin
embargo, están presentes a cada momento, incluso en la magia de Estado.
Uno de los mejores ejemplos es el de un altar de culto en Heliópolis, una
mesa de ofrendas formada por cuatro mesas unidas[95] sobre las cuales se
colocan unos panes que sirven para delimitar las cuatro direcciones del
espacio, los «cuatro Orientes». Dicho de otro modo, el cosmos está
organizado a partir de una unidad central que solo se concretiza con la
ofrenda a los dioses. En la religión cósmica como era la de Heliópolis, el
Cuatro era el número de la eficacia, de lo concreto, de la eficiencia.
El siete es sin duda el número citado con más frecuencia. Cuerdas de siete
nudos, siete anillos de piedra y de oro, siete hilos de lino… serían necesarios
una gran lista de ejemplos. El papiro mágico de Leiden[96] evoca un ritual en
el que el Siete está siempre presente. Se eligen siete ladrillos no utilizados
antes. Se les manipula sin que toquen la tierra y se les dispone de forma
ritual, conservando su estado de pureza en todo momento. Tres sirven de
soporte a un recipiente que contiene aceite, y los otros cuatro son rituales
alrededor de un médium. Se colocan entonces siete panes puros, siete bloques
de sal y un plato nuevo lleno de aceite de los Oasis. Todo debe estar
dispuesto alrededor del recipiente que contiene aceite. El mago hace
extenderse al médium boca abajo. Pronuncia un encantamiento mientras él
mira fijamente el aceite, siete veces. Hasta la hora séptima del día, se le
plantean todas las preguntas que se quiera.
El cuerpo de sustitución
El cuerpo de sustitución, designado a menudo con el nombre de «golem»,
conforme a las prácticas de la Cábala, está muy presente en la práctica
mágica del antiguo Egipto. Este cuerpo calificado también de «subsidiario»,
no está representado solo por las figuritas de encantamiento, sino también por
las numerosas estatuas reales o privadas. Tanto los cuerpos de sustitución,
que están animados y cargados de vida, como los modelos de madera que
representan a servidores, artesanos, soldados, son situados en la tumba para
vivir allí eternamente en la plenitud de la juventud y en el ejercicio de su
función.
En el caso de las figuritas de cera, se trata de cuerpos de sustitución sobre
los cuales se desencadenan las fuerzas agresivas, bajo el control del mago[97].
Los usebtis, cuyo nombre significa «los que responden (a la llamada del
muerto para ayudarle)», son, por el contrario, el soporte de las fuerzas
constructivas. Son pequeños personajes de madera, de barro o de bronce que
sujetan dos azadas. Su cuerpo está cubierto de texto mágico. Llevan un saco
que cuelga de su espalda. Sirven de sustitutos mágicos a los justos, yendo a
trabajar, a su llamada, en los campos del más allá. La aparición de los usebtis
data del Imperio Medio, y no se encuentran la mayor parte de las veces más
que uno por tumba. Luego su número crecerá rápidamente. En la Época Baja,
hay cajas que contienen a veces más de quinientos usebtis. Estas figuritas son
inseparables de un texto, el capítulo seis del Libro de los muertos[98]. Se trata
de una fórmula que obliga a un usebti a obedecer. Carga con las tareas más
penosas: cultiva los campos, se ocupa de las irrigaciones de los ríos,
transporta el limo que servirá de abono. A cualquier pregunta del mago,
responde: «Heme aquí». El modelo antiguo del capítulo del Libro de los
muertos figura en los «Textos de los sarcófagos»[99], donde se dice que el
iniciado ha tomado posesión de su poder frente a los dioses, los espíritus y los
muertos. Ocupa sus tronos. Las tareas ingratas no le son encargadas.
Para ser eficaz, la fórmula mágica debe ser pronunciada sobre una imagen
del propietario de la figurita, mientras éste se encuentra en el suelo, imagen
hecha de madera de tamarindo o de Sísifo (loto) que se situará en la capilla
mortuoria.
La lámpara
El papiro mágico de Leiden[102] confiere a la lámpara un papel mágico
particular ya que es uno de los elementos principales en el proceso de
adivinación. En una habitación oscura se excava un agujero en el muro este.
Se toma una lámpara blanca. Se la llena de aceite virgen proveniente de los
oasis. Se recitan plegarias de adoración a Ra, al alba, cuando el sol sale. Se
enciende la lámpara en estado de pureza. Interviene un médium con los ojos
cerrados. El mago pone un dedo sobre su cabeza. Sobre un brasero arde
incienso. El mago pide al médium que abra los ojos y mire la lámpara. Este
ve cerca de ella la sombra de una divinidad. Es esta última quien responde al
mago sobre las cuestiones que le interesan.
El mago debe manejar una lámpara nueva, con una mecha pura. Inscribe
jeroglíficos y símbolos sobre la mecha, coloca la lámpara sobre un ladrillo,
delante de él. Pronuncia fórmulas, intentando ver a la divinidad que se
manifiesta sobre la lámpara para poder hacerle preguntas. La divinidad se
presenta ante él bajo múltiples nombres. Otorga la luz, es amigo de la llama,
presencia divina instalada en el fuego. El mago le pide que se presente,
incluso de noche, y converse con él sin ningún tipo de falsedad.
Figura 10
Operaciones mágicas para hacer pasar al iniciado del cuerpo muerto al cuerpo de
resurrección. La energía mágica está simbolizada por una línea ondulada que
termina en una cabeza y brazos humanos. Es este fluido el que despierta los cuerpos
tendidos en el interior de óvalos protectores. La magia de resurrección está
concebida aquí como una verdadera ciencia de la energía. (Las capillas de
Tutankhamon)
***
El agua y la barca
Todas las aguas vienen de Nun, océano primordial que rodea el mundo.
Cada tarde el sol entra de nuevo en el Nun, se regenera en él y sale de allí
purificado y renovado, por la mañana. Los lagos sagrados de los templos
contienen precisamente esta agua primordial en el cual se purifican los
sacerdotes.
Los Textos de las pirámides dan una fórmula mágica para obtener el
dominio del agua[103]. Se dice que el Nilo celeste está a disposición del mago
que se identifica con el gran dios cuyo nombre no es conocido por las
multitudes de espíritus. Pronuncia estas palabras_ «¡Oh, Hapy, príncipe del
cielo, refresca mi corazón con tu agua! Haz que yo pueda tener poder sobre el
agua… Dame el agua que existía antes de los dioses, ya que he llegado al
primer día de existencia»[104]. Para estar seguro de lograrlo, el mago incluso
se transforma en dios-Nilo, señor de las aguas que permite crecer a la
vegetación. Es por ello que el poder mágico subsiste sobre el cielo y la
tierra[105].
El mago se baña con Ra en las extensiones de aguas celestes. Está
rodeado por Orión, Sothis, por la estrella de la mañana. Le colocan en brazos
de su madre Mut, el cielo. También escapa al furor de los condenados que
marchan cabeza abajo[106].
Agua purificadora, agua para bañarse, pero también agua que sirve de
soporte a los desplazamientos por el cosmos. Según la religión más antigua,
el faraón bogaba sobre balsas de cañas por los espacios celestes. Cada mago,
siguiendo al rey, desea «subir al cielo, embarcar en la barca de Ra y
convertirse en un dios vivo»[107]. El mago puede utilizar un vaso para ver esta
barca del sol. Pide a la madre de los dioses que le abra el cielo por donde verá
subir y descender a los navíos divinos[108].
Se pronuncian fórmulas mágicas sobre una barca de Ra pintada de blanco
y colocada en un lugar puro[109]. Ante ella, la imagen de un bienaventurado.
El mago dibuja una barca de la noche a su derecha y una barca del día a su
izquierda. El capítulo 133 del Libro de los muertos ofrece una detallada
explicación: «Palabras a decir sobre una barca de cuatro codos de largo,
pintada con polvo de arena (?) verde, con la asamblea divina de los nomos
sobre ella; se hace un cielo estrellado, purificado con natrón y resina de
terebinto. Entonces se dibuja una imagen de Ra de blanco sobre un recipiente
nuevo que será dispuesto ante la susodicha barca y se pone la imagen del
bienaventurado que desees glorificar en esta barca, él es quien permite
navegar en la barca de Ra».
El mago que obtiene un poder sobre el agua celeste se convierte en la,
pagaya (remo) de Ra que no se moja en un líquido y no se quema en el
fuego[110]. Al identificarse con esta pagaya, el mago esta seguro de «conducir
su barca» sin desfallecer.
De manera aún más directa y más arriesgada, el mago se enfrenta al agua
cuando está obligado a nadar. Existe una técnica apropiada: para proteger al
nadador y evitarle todo peligro, se invoca a un babuino de siete codos, con
ojos de electro y labios de fuego, cada una de cuyas palabras es una
llama[111].
El cuerpo contiene agua. Ésta es indispensable para la vida. Beber es un
acto sagrado. El mago dispone del agua llegada de Elefantina, del mismo
Nun. Es capaz de identificarse con el padre de los dioses[112]. Existe un
capítulo, «beber agua en el imperio de los muertos», que contiene esta
llamada: «¡Ven a mí, tú que eres el agua del rejuvenecimiento de cada día!
¡Si pudieses refrescar mi corazón con el agua fría de tu corriente! ¡Si
pudieses concederme poder sobre el agua como el Poderoso!» Este agua
prodigiosa será ofrecida al mago cuyo espíritu se ubique en el origen de los
tiempos[113].
«El agua fresca» es uno de los nombres del mago rejuvenecido que
conoce la alegría de vivir, de moverse a su antojo, de estar protegido, de
aparecer glorificado. Nut, diosa del cielo, y Nephtis, la señora del templo,
vienen a él para aportarle el ojo de Horus, la medida de todas las Cosas[114].
El iniciado saluda a Ra[115]. Le pide al dios que le aporte la leche de Isis, el
flujo de Nephtis, el desbordamiento del mar, la vida, la prosperidad, la salud,
la felicidad, el pan, la cerveza, el vestido, el alimento: en resumen, el
conjunto de las formas liquidas que procuran una perfecta beatitud. Desea ver
a Ra cuando sale como Thot, cuando se le prepara un camino de agua para la
barca del sol.
El mago se identifica con Osiris. Porque Osiris ha hecho un largo viaje —
en forma de cadáver por las aguas—. El Ojo de Horus se encuentra cerca de
él cuando flota. El escarabajo Kheper planea sobre él. El dios debe proteger
al mago de los seres dañinos ocultos en las aguas. Debe obtener la ayuda de
los dioses presentes en sus barcas[116]. Existe por otra parte, una fórmula para
franquear las aguas repletas de demonios: «Osiris está sobre el agua, el Ojo
de Horus está con él. El gran escarabajo se extiende sobre él. No levantéis
vuestros rostros, habitantes de las aguas, para que Osiris pueda pasar sobre
vosotros»[117].
Figura 11
El rey vierte agua ante una de las formas del díos-sol. Este «agua» es energía
polarizada (el doble flujo) necesaria para alimentar la bola de fuego que se
materializa con el disco solar de donde saldrá el fluido creador (La tumba de
Ramsés IX.)
El Nilo cobija seres peligrosos y maléficos que acechan a animales y
humanos que atraviesan el río. Hay que impedirles actuar. El mago recita
canciones, «lágrimas de agua»[118]. Los textos de estos hechizos son
ultrasecretos. A este objeto se aconseja: «No los reveléis al hombre corriente.
Es un misterio de la Casa de la Vida». Algunas indicaciones nos permiten
conocer una parte del secreto. El mago utiliza un huevo que es «grande en el
cielo y en el douat (mundo intermedio entre cielo y tierra)». De él nace un
pájaro. El mago sale del nido con él. Las palabras mágicas deben
pronunciarse sobre un huevo de arcilla que evoca al huevo primordial.
Tornándolo en su mano, el mago sostiene la proa del barco que boga sobre
las aguas. Si un ser dañino sale a la superficie y amenaza con atacar, el mago
arroja el huevo sobre él. El peligro estará conjurado al momento.
Estos «hechizos de agua» son a veces fórmulas muy desarrolladas, ya que
el peligro amenaza a menudo, de forma muy directa, al viajero o al bebedor.
El mago entonces se vuelve muy solemne en sus declaraciones[119]: «¡Oh,
anciano que se rejuvenece a si mismo en su edad, edad que se vuelve joven!
¡Si pudieseis hacer que Thot viniese a mí en mi voz! ¡Atrás, el que habita en
el agua, si el que se encuentra sobre el agua fuese atacado, el Ojo de Horus lo
será también! (Dicho de otro modo, el orden del mundo estaría
comprometido.) ¡Qué el que está en el agua no levante la cabeza antes de que
Osiris haya pasado!»
Incluso Ra toma precauciones cuando viaja en barco para ir a visitar a su
Enéada. Los «señores del Duat» están prestos a castigar al cocodrilo que se
dirija contra la barca divina. Las bocas de los habitantes del agua están
cerradas por Ra, sus gargantas cerradas por Sekhmet, sus lenguas cortadas
por Thot, sus ojos cegados por Heka, dios de la magia. Los cuatro dioses que
protegen a Osiris protegen a cualquiera que afronte el agua, hombre o animal.
Otra fórmula muy impresionante:
—«¡Ven a mí, señor de los dioses! ¡Arrójate por tierra, para mí, a toda
forma del mal, a todo monstruo que está en el río! ¡Transfórmales para mí en
guijarros sobre el gebel, parecidos a pedazos de loza esparcidos a lo largo de
los caminos»[120]. Proceso radical, en efecto: transformados en guijarros, los
seres dañinos del agua no amenazarán ya a nadie.
Para luchar victoriosamente contra las criaturas maléficas presentes en las
aguas, el mago no duda en identificarse con Amón, Onuris, Montu, Soped en
sus funciones guerreras. Impresionados, los que están bajo las aguas no
emergerán. Derivarán por la corriente, con sus bocas selladas como los siete
grandes arcones, cerradas para siempre[121].
El aire
Los Textos de los sarcófagos describen una extraordinaria operación
mágica[122]: convertirse en los cuatro vientos del cielo y conocer el nombre
del dios responsable de la escalera del cielo, que permite acceder al paraíso.
El mago tiene el dominio de estos cuatro vientos[123]. Éstos le permiten
explorar el universo entero. Así, el viento del sur transporta agua, crecimiento
y vida.
La vestidura del mago es el aire que da la vida. Ha creado el cielo
luminoso para reemplazar a las tinieblas, se manifiesta por medio de nubes de
tempestad, la anchura del cielo es la medida de sus zancadas[124].
Pero el aire contiene también peligros, especialmente miasmas causantes
de enfermedades. Existen también fórmulas para disipar el aire viciado del
año[125]. El mago juega el papel de la diosa-buitre Nekhbet, que agita la
tierra. Le pide que venga a su lado y anude estrechamente sus dos grandes
plumas a su alrededor. Así vivirá con buena salud y recibirá la corona blanca,
insignia del poder que está sobre la cabeza del gran mago de Heliópolis.
Bogará sobre el océano cósmico, en la barca del día, a condición de que
pronuncie correctamente las fórmulas sobre un par de plumas de buitre.
El aire que respiramos debe ser purificado por el mago. En ciertos
períodos, en efecto —especialmente en el cambio de año— transporta
elementos peligrosos (miasmas, fluidos negativos, enfermedades). Sólo una
purificación mágica, que forma parte además de un ritual de estado, ofrece a
los humanos un aire vivificante.
El fuego
Los seres dañinos transportan una llama, un fuego destructor que
amenaza la vida. Para apagarlo, es preciso utilizar agua. Pero no importa qué
agua sea: la de Nun, el océano primordial, que se manifiesta como una fresca
ola[126]. El mago mezcla los elementos[*] para reducir el malvado fuego a la
nada.
La manifestación más frecuente de este último es la quemadura. ¿No fue
el mismo Horus quemado por la llama de la diosa-leona Sekhmet[127] con
terrible cólera? Contra cualquier quemadura, el mago debe además recordar
la leyenda de Horus niño: un fuego había caído sobre su cuerpo. Su madre
estaba ausente. El fuego era muy poderoso para un niño tan pequeño. Nadie
podía salvarle. ¿Podrá Isis, recién llegada de la fábrica de tejidos donde ella
iniciaba a las mujeres en sus misterios, apagar la llama con su leche? Es
necesario recitar fórmulas sobre resma proveniente de una acacia, sobre una
torta de trigo, guisantes de algarrobo, coloquintos, excrementos, luego
quemar todo esto para hacer una masa para mezclarla con la leche de una
mujer que ha dado a luz a un varón. Más tarde se aplica la mezcla sobre la
quemadura y se venda la herida con una hoja de ricino[128].
Para la víctima de una quemadura o de un incendio, el mago se refiere
obligatoriamente a Horus. El dios, estaba tan gravemente afectado que sólo
Isis, la maga, era capaz de inventar un remedio para evitar el fuego. A su
alrededor no había nada de agua, así que la diosa se vio obligada a utilizar un
liquido salido de su propio cuerpo: «Hay agua en mi boca, dice Isis, y un Nilo
entre mis piernas; vengo a apagar el fuego»[129].
Figura 12
Los babuinos están dispuestos alrededor de un estanque cuadrado que contiene
energía de la naturaleza del fuego. Es la representación de una verdadera «central»,
cuyos componentes deben ser manipulados por especialistas con la máxima
precaución, para que este fuego perpetuamente creador. (La tumba de Ramsés IX)
Figura 13
La barca del sol con su equipaje divino. Día y noche recorre el universo y asegura
la regulación de la energía creadora en todos los espacios que atraviesa. Si la barca
se detiene la vida cesa de circular y el universo se debilita. Es por ello que el mago-
astrónomo observa constantemente el cielo, a fin de intervenir en el caso de que la
barca encontrara algunas dificultades. (Las capillas de Tutankhamon.)
De Horus a Bes
Los dioses magos son concebidos como «panteístas», es decir, como una
potencia «acompañada de sus poderes descompuestos en forma visible,
analizados y yuxtapuestos de cualquier forma, a imagen del dios que los
contiene»[159]. Además, el dios mago maneja los instrumentos de su poder,
como los cetros, y porta coronas. Estas complejas divinidades, alabadas en
los papiros tardíos, pasarán a los talismanes de la Edad Media occidental,
prolongando así la influencia de la magia egipcia.
En sus orígenes, en calidad de Horus, recibe la protección del cielo y de
la tierra, contra cualquier difunto o difunta, al sur, al norte, al este y al
oeste[160]. De hecho, las palabras de Horus tienen un poder protector
excepcional. Alejan la muerte, devuelven el aliento al oprimido, renuevan la
vida, alargan los años, extinguen el fuego, curan a quien es víctima del
veneno, salvan al hombre de un destino funesto. La magia de Horus hace
desviar las flechas de su objetivo, aplaca la cólera en el corazón del ser
enfurecido[161]. Thot, señor de los magos, glorifica a Horus sobre el agua y la
tierra. Le invoca, él que ha sido llevado por la vaca divina, que ha sido puesto
en el mundo por Isis. Ha pronunciado su nombre, recitado su magia,
conjurado con sus conjuros, utilizado el poder salido de su boca[162].
Se invoca a Horus, hijo y heredero por excelencia, toro hijo del toro y de
la vaca celeste, que posee sentencias eficaces, palabras poderosas
transmitidas por su padre la Tierra y su madre el Cielo, a fin de que impida
que los reptiles que están en el cielo actúen, en la tierra y en el agua, así como
los leones del desierto y los cocodrilos del río. Estas criaturas dañinas serán
reducidas al estado de piedras del desierto o de pedazos de vasijas rotas[163].
Cuando Isis viene hacia Horus, le enseña que es su hijo en la región
celeste. Nacido del Océano de los orígenes, él se manifiesta bajo la forma de
una gran garza nacida en la copa de un sauce, en Heliópolis, el hermano de
un pez profeta que anuncia los sucesos futuros. Fue un gato el que lo
alimentó en la morada de Neith, patrona del tejido. Una cerda y un enano le
protegieron[164]. Como se ve, en esta educación divina todo es mágico.
Cada parte del cuerpo de Horus está animada mágicamente de forma que
sea penetrada totalmente por las fuerzas de las alturas y realice sus funciones:
abatir a los enemigos de su padre, vencer a Seth el rebelde, reinar sobre los
cuatro puntos cardinales. Protector de la realeza, Horus juega un papel
primordial como dios curativo. Se le puede ver pisotear cocodrilos, sostener
en la mano escorpiones e insectos peligrosos, demostrando que no tiene nada
que temer de criaturas que ocasionan la muerte. Otra función fundamental de
Horus: la de pastor. Horus el vaquero cuidaba su rebaño. Pero éste fue
amenazado por unas bestias salvajes. Intervinieron Isis y Nephtis que
confeccionaron unos amuletos. Así se cerraron las fauces de los leones y las
hienas. Por medio de la magia, Horus les caza, les quita la fuerza, les deja
ciegos. Identificado con el dios-pastor, el mago exige que las bestias feroces
se dispersen por los cuatro puntos cardinales[165]. El cielo se abre, liberando
influencias benéficas para el campesino que, con toda seguridad, disfruta de
la totalidad de sus posesiones. Ningún ser maléfico se apoderará del campo[*]
[166].
***
***
Un papiro mágico de París nos enseña que el mago invoca a los dioses
con ayuda de una vasija. Se dirige a Seth-Typon, considerado como dios de
los dioses. El mago tiene esta audacia porque ha vencido a un dragón
invisible gracias al poder de Seth que le permite hacer venir a los dioses a
voluntad[174].
***
Bes era el dios mago más popular del Egipto tardío. Existía ya en el
Egipto clásico donde jugaba el papel de iniciador a la alegría, conquistada por
la victoria sobre los poderes de las tinieblas. Bes es un enano barbudo, con
cabeza de león y piernas torcidas. Saca la lengua: símbolo de la transmisión
del Verbo, que a menudo se encontrará formulado en los capiteles de las
catedrales. Bes aparece sobre estelas, vasijas, amuletos, muros de los
templos. Aterroriza a quien no le conoce, aleja al mago incompetente. Con su
cuchillo ataca a los demonios y los hace huir. Muchas veces; su cuerpo está
salpicado de estrellas: protecciones contra el mal de ojo. Es por eso que se
ocupa mucho de la vida cotidiana de los humanos, protegiendo especialmente
a las parturientas.
Bes está también encargado a la frontera oriental del delta: por allí vienen
los invasores. Pero también por allí, cada mañana, el sol combate
victoriosamente con Apophis el dragón.
En Abidos, como encargado del templo de Seti I, Bes pronunciaba
oráculos y curaba enfermedades[175]. El papiro mágico de Brooklyn[176]
indica que Seth, el de las siete caras, aleja al difunto y a la difunta, al
enemigo y a la enemiga, al adversario hombre y mujer, a la puerca
devoradora del Occidente. Bes dispone de las temibles fuerzas de Amón-Ra,
que está a la cabeza de Karnak, el carnero del pecho prestigioso, el gran león
nacido de sí mismo, el gran dios del comienzo de los tiempos, señor del cielo
y la tierra, aquel cuyo nombre está oculto, el gigante de un millón de codos.
Al ser muy popular, Bes desafió durante mucho tiempo al cristianismo, el
cual le relegará al rango de genio maléfico. Pero cualquier egipcio sabe que el
dios barbudo y risueño está siempre presente, oculto en los templos. Son
numerosos los que buscan todavía sus favores.
Diosas de la magia
Al concepto de «magia» se une inmediatamente siempre el nombre de
Isis, la que conoce el nombre secreto del dios supremo. Isis dispone del poder
mágico que le dio Geb, el dios-tierra, para proteger a su hijo Horus. Puede
cerrar la boca de cualquier serpiente, alejar de su niño a todo león del
desierto, a todo cocodrilo de las riberas, a todo reptil que muerde. Desvía el
efecto del veneno, hace retroceder su fuego destructor por medio de la
palabra, da el aire a quien le falta. Los humores malignos que perturban al
cuerpo humano obedecen a Isis. Las «vasijas», a sus palabras, expurgan lo
que hay de malo en ellas[177]. Cualquiera que haya sido picado, mordido,
agredido, llama a Isis la de la boca sabia, identificándose con Horus que
llama a su madre en su socorro. Vendrá, hará los gestos mágicos, se mostrará
tranquilizador en el cuidado de su hijo. Nada grave perjudicará al niño de la
gran diosa. Quien como Horus surge del cielo y de las aguas primordiales, no
puede morir[178]. ¿No es Isis la Madre de donde todo procede y adónde todo
regresa?
Nut, diosa del cielo, reina sobre un cosmos mágico. A menudo, sobre el
pecho de las momias, está presente el símbolo de Nout: una mujer alada o un
buitre hembra. Existe una fórmula, pronunciada por la misma diosa, para
definir su acción: «Yo soy tu madre Nut, me despliego por encima de ti en mi
nombre del cielo. Habiendo entrado en tu boca, tú sales de entre mis muslos,
como el Sol de cada día»[179].
Mut, cuyo nombre egipcio significa «madre», aparece en figuras mágicas
compuestas. Se pronuncian palabras eficaces sobre una figura de la diosa Mut
con tres cabezas (mujer, leona y buitre)[180]. Diosa alada, provista de un falo
y de garras de león, Mut, dibujada sobre un vendaje de tela roja, permite al
mago no ser rechazado en el imperio de los muertos y recibir como don una
estrella del cielo.
Las siete Hathor son las hadas egipcias. Portando, en la frente la serpiente
ureus se agarran de la mano formando una cadena de unión. La diosa Hathor
en persona conduce a sus siete hijas. En realidad, ella toma la forma de siete
divinidades benéficas que hacen que el des tino sea favorable para el niño
recién nacido. Alegran al mundo con la música y la danza. Su papel consiste
en orientar, en emitir predicciones y no en fijar destinos de manera ineludible.
Pero el enunciado de la predicción, debido a la magia del Verbo, a veces se
convierte en realidad. Una estela conservada en La Haya, y que data de la
dinastía XIX, muestra a las siete Hathor prometiendo descendencia a un
sacerdote de Thot a cambio del culto que se les rinda. Entre magos y adepto
del dios de la magia, el contacto era fácil.
Hijas de la Luz, las siete Hathor desanudan vendajes de hilo rojo con las
que crean siete nudos. Según el número de nudos, siendo siete el signo
benéfico por excelencia, el destino de la persona interesada por la decisión de
las hadas se muestra favorable o no.
La diosa Sekhmet, con cabeza de leona, es terrorífica. Reina sobre bandas
de genios emisarios, armados con cuchillos, que recorren la tierra llevando la
enfermedad, el hambre, la muerte, especialmente durante los períodos
delicados del calendario, en las épocas de transición en las que se ceban los
males: el paso de un año a otro, el final de una década, el final de mes e
incluso el fin del día y el comienzo de la noche[181]. Estas temibles hordas
son conjuradas por los magos más competentes, primero a nivel nacional y
luego en la esfera privada. Para apaciguar el furor de Sekhmet, es preciso
utilizar un amuleto o una estatuilla que representa a la diosa. La fuerza
maléfica se vuelve entonces benéfica, el poder se desembaraza de su escoria.
El último día del año se invoca a la diosa leona, recordando el papel de los
asesinos llegados del mal Ojo, sembrando el pánico y las tinieblas, lanzando
dardos por sus bocas: ¡qué se alejen del mago!, ¡qué no tengan poder sobre
él, porque él es Ra, es la misma Sekhmet! Las palabras se han de recitar sobre
una tela de lino sobre la que están dibujados los dioses. El mago les ofrece
pan y cerveza, incienso quemado, hace doce nudos y coloca la tela en el
cuello de quien desea ser protegido. Para rechazar a los asesinos y los
incendiarios de Sekhmet, el mago se identifica con Horus, el único.
Pronuncia fórmulas sobre una vara de madera que sostiene en la mano. Luego
debe salir de su morada y dar una vuelta en torno[182].
Figura 15
Dos diosas protectoras de la realeza: Nekhbet, un buitre; Ouadjet, una cobra alada.
Entre sus alas, evocadoras del movimiento vital, el símbolo jeroglífico chen,
verdadero «anillo de poder», que representa al círculo del universo. Este último está
representado como una cuerda anudada y atravesada. (Las capillas de
Tutankhamon.)
Enanos y gigantes
Existe una fórmula en la que «el buen enano» juega un pape1 en relación
con la placenta que se ruega que baje para que el nacimiento transcurra bien y
el parto de la madre sea feliz. La misma diosa Hathor posa su mano sobre la
parturienta. Las palabras mágicas son pronunciadas cuatro veces sobre un
enano de arcilla, colocado sobre la cabeza de la mujer que da a luz con
fatigas[184].
Se dedica la plegaria al enano celeste de cabeza grande, de larga cola, de
muslos cortos: que cuide del mago, noche y día, incluso aunque su
apariencia, poco estética sea la de un viejo mono[185].
A veces, el dios de la magia tiene la forma de un enano. El papiro mágico
ilustrado de Brooklyn ofrece escenas particularmente interesantes. Se ve a un
hombre erguido, provisto de una cabeza de Bes, sosteniendo un cetro y una
cruz en dos de sus manos. Pero tiene varios brazos armados con cuchillos,
lanzas y serpientes. Su cuerpo está cubierto de ojos. Es alado[186]. Por encima
de la cabeza de Bes, varias cabezas de animales: gato, mono, león, toro,
hipopótamo, cocodrilo, halcón, siendo coronado el conjunto por cuernos de
Carnero de donde salen seis cuchillos y seis serpientes. Bajo los pies del dios,
un ourouboros, serpiente que se come su propia cola, que contiene animales.
La extraña figura está colocada en un círculo de llamas[187].
A estas fascinantes apariciones, el mago es capaz de añadir la de un
gigante al que hace intervenir para que el orden del mundo sea respetado.
Serge Sauneron hace derivar este símbolo del concepto de inmensidad del
dios que sostiene el cielo y cuyo paso le permite recorrer el universo entero:
de ahí la noción de un ser que mide un millón de codos, gigante bueno de la
magia[188].
Capítulo VI
Cuentos y leyendas
Los cuentos del antiguo Egipto, documentos literarios de una calidad
excepcional, tanto por su contenido como por su estilo, muestran a los magos
en acción. Uno de ellos, que se desarrolla en el Imperio Antiguo[189], evoca el
caso de un marido engañado. Pero este infortunado esposo no es un
cualquiera. Se trata de un sacerdote-lector y de un mago altamente
cualificado. Hace fabricar un cocodrilo de cera de siete pulgadas de largo y
pronuncia una fórmula: «¡Apodérate de cualquiera que venga a bañarse a mi
estanque!» Por medio del Verbo, el cocodrilo de cera se ve provisto de un
alma mágica que lo convertirá real en caso de necesidad. El mago pide a su
sirviente que ponga el cocodrilo en el agua cuando el amante de su mujer
venga allí a bañarse.
El acontecimiento se produce. La mujer del mago y su amante se reúnen
en el edénico jardín del alto personaje. El amante decide bañarse en el
arrebatador estanque. El sirviente, obedeciendo a su señor, pone allí el
cocodrilo de cera, el cual se transforma en un saurio de siete pulgadas
totalmente real y mantiene al hombre en el fondo del agua durante siete años.
Cuando el mago regrese a casa, en compañía del faraón, con cuya amistad
se honraba, deseará mostrar un gran prodigio al Señor de Egipto. Ordena al
cocodrilo que saque a la superficie al amante de su mujer. El monstruo es tan
enorme que espanta un poco al faraón. El sacerdote-lector se apodera sin
dificultad del saurio, el cual, inmediatamente, se convierte de nuevo en
cocodrilo de cera. Mientras, el mago relata al rey su desventura. El faraón
pronuncia su juicio: que el cocodrilo se lleve lo que es suyo. El monstruo se
apodera del condenado, desciende al fondo del estanque y nunca más se supo
qué sucedió con su presa. En cuanto a la mujer adúltera, fue quemada y sus
cenizas arrojadas al Nilo.
***
Figura 16
Espacios del otro mundo: largas hileras de genios, serpientes, fuerzas contenidas en
óvalos protectores, personajes sin cabeza, con las manos atadas a la espalda,
simbolizando las fuerzas oscuras. Todos suben hacia una misma meta: la
transmutación por la Luz. (La tumba de Ramsés IX.)
***
***
***
***
El cuento de Siousire, hijo de Setna, evoca otro combate del mago que no
termina esta vez con una partida de ajedrez. Este texto está escrito en
demótico, en el dorso de papiros griegos conservados en el British
Museum[190].
Setna está muy afligido. Su mujer no consigue reconfortarle. Su hijo
viene a él. ¿Por qué su padre está tan postrado y doliente? Que diga lo que le
apena. «Eres muy joven, no lo comprenderías.» El hijo insiste. El padre le
explica. Un oficial etíope ha venido a Egipto, portando una carta sellada. Ha
hecho un desafío: ¿Quién es capaz de leerla sin abrirla? Ningún sabio egipcio
es capaz de hacerlo. Egipto se siente humillado por el país de los Negros. Es
por ello que Setna está enfermo.
Su hijo Siousire se ríe. Setna se sorprende. «Levántate, padre mío», dice
Slousire. «Yo sé leer la carta sin romper el sello.» Su padre no le cree. Le
somete a una prueba utilizando libros guardados en su bodega. El resultado es
positivo. Por consiguiente, Siousire intervendrá en el drama que se desarrolla
en la corte de Egipto.
El mago etíope está decidido a sumergir la tierra de los faraones en las
tinieblas. Fabrica una camilla de cera con cuatro porteadores y les da vida de
forma mágica. Les da la orden de conducir al rey de Egipto ante el rey de
Etiopía sin demora. El faraón recibe quinientos golpes de bastón y luego es
sacado de Egipto. Informado de ello, el mago oficial de la corte utiliza su
ciencia para evitar lo peor: ¡qué se lleve a cabo una nueva humillación!
Invoca a Thot, inventor de la magia, que ha fundado el cielo y la tierra: que
salve al faraón de la magia etíope.
A este mago, llamado Hor, hijo de Paneshe, se le aparece Thot en sueños:
le aconseja ir a la biblioteca del templo de Khnum donde encontrará, en un
armario cerrado y sellado, un caja conteniendo un rollo de papiro escrito de
su propia mano. Que haga una copia y la coloque en su lugar. Con la ayuda
de este documento, Hor fabrica amuletos protectores. Gracias a ellos, el
faraón no volvió a ser arrastrado a Egipto contra su voluntad.
Horus fabrica a su regreso una camilla de cera con cuatro porteadores y
les da vida: que lleven a Egipto al rey de Etiopía, el cual recibe quinientos
golpes de bastón. Cuando se despierta, está contusionado y cae en la cuenta
de que ha caído bajo los efectos de la hechicería enemiga.
Por dos veces el rey de Etiopía es maltratado de esta manera. El mago
negro decide volver a Egipto para enfrentarse allí a su rival. Efectivamente, el
combate de los magos tiene lugar. Horus el Egipcio hace llover y apaga un
fuego. El Etíope hace juntarse de nuevo las nubes encima de la corte de
Egipto de forma que nadie reconoce a nadie. Por medio de una fórmula
mágica, Horus limpia el cielo. Su adversario crea una gran bóveda de piedra
para separar Egipto de su faraón, y a este del cielo. Horus crea una barca y
coloca en ella la bóveda de piedra, transportándola así hacia el cielo. Al borde
ya de la derrota, el Etíope se vuelve invisible para huir. Pero Horus le hace
reaparecer bajo la forma de una rapaz vuelta sobre su espalda. Un pajarero se
prepara para herirla. La madre del mago etíope, sintiendo que su hijo está en
peligro de muerte, llega a Egipto bajo la forma de una oca. Horus la identifica
y la somete a su voluntad. Ella vuelve a tomar conciencia de una negra e
implora piedad para su hijo y para ella. Los dos juran no regresar a Egipto
antes de 1.500 años.
Según esto, Horus había regresado del Occidente, 1.500 años después de
su muerte, para luchar contra el mago enemigo y salvar el honor de Egipto.
Osiris le permitió volver a la tierra para cumplir esta misión, bajo la forma
de… Siousire, el cual, como una sombra, desapareció ante el faraón y su
padre.
***
***
Para estar seguro de su fuerza, el mago efectúa un peregrinaje por las
ciudades santas de Pe y Dep, en el Delta, de donde regresa identificado con
un cuchillo. Es por esto que se dice que sus miembros son de hierro[200]. Al
poseer este arma excepcional, al ser él mismo este arma, el mago es capaz de
mandar su poder contra todo enemigo que se le oponga.
Otro instrumento de disuasión: los objetos mágicos de marfil, cuchillos o
bastones sobre los cuales están representadas criaturas ya sea aliadas o
adversarias del sol en sus combates contra las tinieblas. El mago que los
utiliza es un «iluminado» que vence, como la Luz, a los perturbadores del
orden cósmico. Inscripciones e imágenes hacen cobrar vida a estos objetos
protectores, a menudo empleados para librar a los niños de todo peligro.
Llamado por su nombre, identificado con el sol, el niño protegido
mágicamente revive la pasión y los dramas del dios, pero también sus
victorias[201].
Expresión favorita de las fuerzas maléficas: el mal de ojo, particularmente
temible. Existe un medio de luchar contra su influencia: utilizar la flecha de
Sekhmet, la magia de Thot. Requerir la ayuda de Isis y de Nephtis, confiar en
la lanza de Horus que irá a clavarse directamente en la cabeza del enemigo,
son igualmente indispensables. El adversario terminará su triste existencia en
el horno de un mago de la Casa de La Vida, el cual dejará ciegos a todos
aquéllos que podrían arrojar el mal de ojo contra un justo[202].
El mago, a fin de preservar su integridad, pasa al ataque contra los
nigrománticos y los magos negros. Destruyen sus cálamos, destrozan sus
archivos. De esta forma conserva su cabeza y sus huesos permanecen
unidos[203]. En tanto que escriba competente, el mago es particularmente apto
para manejar el cálamo. Sigue recomendaciones precisas por parte de sus
maestros: «Tú pintarás a todo adversario de Ra, y a todo adversario del
faraón, muerto o vivo, y a todo proscrito que puedas imaginar, los nombres
de su padre, de su madre y de sus hijos —de cada uno de ellos—, siendo
inscritos con tinta fresca sobre una hoja de papiro que no haya sido utilizada
antes —sus nombres deben ser inscritos sobre su pecho, y ellos mismos serán
confeccionados en cera, y atados con ligaduras de hilo negro; se escupirá
sobre ellos, se les pateará con el pie izquierdo, se les golpeará con el cuchillo
y la lanza y se les arrojará al fuego en el horno del herrero»[204].
***
El Enemigo está presente por todas partes. En los campos de batalla, los
adversarios del faraón no son solamente humanos. Están habitados por una
fuerza hostil contra la cual el rey debe utilizar armas mágicas. En todo
combate sobre el terreno es preciso proceder al encantamiento de los
enemigos, lo cual forma parte de las técnicas oficiales de guerra practicadas
por el Estado. El modelo sagrado está formado por los rituales que los
sacerdotes celebran en los templos para luchar contra los enemigos de la Luz.
En el orden profano, es utilizado para combatir a los invasores de Egipto y
salvaguardar las fronteras. Se escriben listas de enemigos, con tinta roja,
sobre figurillas de arcilla que representan a los adversarios vencidos y
frenados. Se hiere a estas figurillas, se las atraviesa, se escupe sobre ellas, se
las quema. Esta destrucción mágica es la razón profunda de la figuración de
los enemigos eternamente vencidos sobre los muros de los templos o sobre
los zócalos de las estatuas reales[205].
La fractura de las vasijas, cargadas con poder maléfico, era un rito mágico
de estado. Se descubrieron, en varios lugares de Egipto, montones de
recipientes rotos en varios pedazos. De esta forma eran diseminadas las
fuerzas hostiles. Esta técnica, heredada de los tiempos más antiguos, fue
practicada a lo largo de la historia egipcia. Especialmente en el Imperio
Medio se inscribía el nombre de los enemigos sobre vasijas y copas;
príncipes y jefes enemigos son los principales adversarios representados.
Gracias a los magos, dioses y espíritus intervenían. Para no omitir a nadie, se
anotaban también los nombres de los príncipes negros indicando, para más
seguridad: «Todos los negros, sus hombres fuertes, sus correos, sus aliados,
sus confederados que serán hostiles, que conspirarán, que se batirán y los que
dicen que serán hostiles, por todo el país.» No hay que olvidarse de incluir en
esta lista mágica a los palestinos, los libios, e incluso los egipcios y egipcios
que conspiren en el interior.
Figura 17
Figura 18
Figura 19
Figuras 17, 18, 19
Seis genios terroríficos armados con cuchillos, con cabeza de carnero, de cocodrilo,
de león y de hombre. Se colocan sobre el camino del viajero que recorre las rutas
del otro mundo y le matan sin piedad si ignora los nombres y los números. Por el
contrario, si el viajero demuestra su Conocimiento, se convierte en ayudantes suyos
en los combates que tendrá que librar contra las tinieblas. (Las capillas de
Tutankhamon)
Entre los enemigos, el mago incluye a «todas las malas palabras, las obras
malas, todos los malos pensamientos, todas las malas intrigas, las luchas
malvadas, las querellas malvadas, todos los malos deseos, todas las cosas
malas, todos los malos sueños»[206]. Es difícil que exista más conciencia
profesional.
En Mirgisa, sitio que se encuentra al nivel de la segunda catarata del Nilo,
sobre la orilla oeste, se descubrieron numerosos objetos con textos de
encantamiento, estatuas de prisioneros, vasijas, recipientes. Los príncipes de
países extranjeros eran considerados como seres maléficos que se rebelan
contra la armonía del mundo[207]. El mal existe: es preciso hechizarlo. Es
también el mejor medio de trazar una frontera infranqueable.
Para el mago experimentado que se ha liberado del sufrimiento como
Osiris resucitado, es posible vencer al enemigo y aplastarlo bajo la sandalia.
Es por esto que su acción es eficaz cuando pronuncia las palabras justas sobre
una figurilla de cera[208]. Algunos pensaron en la fabricación de «golems», de
criaturas animadas. Realmente, estas figurillas no son móviles. Están incluso
condenadas a la inercia, para que ésta ataque a aquél a quien se desea
alcanzar.
Advertencia que hay que respetar[209]: decapitar al enemigo de cera, al
adversario pintado sobre un papiro o esculpido en madera. De esta forma, los
habitantes del desierto no se revolverán contra Egipto, no habrá ni guerra ni
rebelión en el país, el rey será obedecido y la tierra de los dioses será
preservada.
El mago entra en el vientre del Enemigo como un espía, le vuelve la
cabeza del revés, le pone los pies al contrario. Le debilita, le vacía de
sustancia[210]. Evoca el poder del dios toro Montu y el de Seth. Coge tierra
con la mano derecha y recita una fórmula sobre ella. Rompe los huesos y
devora la carne del enemigo. Le arranca su poder para apoderarse de él[211].
El ataque del adversario se traduce en fenómenos físicos muy precisos,
como la catalepsia. El mago toma entonces una cabeza de asno y la coloca
entre sus pies, contra el sol naciente y actúa de la misma forma a la caída del
sol. Se unta el pie derecho con una sustancia proveniente de una piedra de
Siria, prefigurando así la litoterapia moderna, y el pie izquierdo con arcilla.
Se unta las manos con sangre de asno.
Es preciso repetir las fórmulas durante siete días, atarse filamentos de
palmera con la mano, el falo y la cabeza. Invoca al poder que está en el aire,
invisible[212]. Entonces vencerá a la catalepsia y a la muerte.
El mago dispone de encantamientos para encontrar a un hombre poderoso
que rehúse parlamentar con él. Basta con declararle que representa a la
momia de Osiris en Abidos. Si el adversario persiste, será vencido[213].
Las amenazas
Para asegurar un dominio real sobre el mundo de los dioses, buenos o
malos, favorables o desfavorables, el mago no duda en amenazarles. En el
capítulo 219 de los Textos de las pirámides, en el que el rey se identifica con
Osiris, las divinidades son juzgadas. A cada una de ellas se le dice: «Si ella
vive, este rey vivirá; si ella no muere, este rey no morirá.» Así, pues, en un
primer momento se contentan con ligar mágicamente la suerte del faraón a la
de los dioses. Pero el mago va más lejos. Puede utilizar el nombre secreto de
un dios, como el de Chou, por ejemplo, para modificar el orden de las cosas.
Si se pronunciaba a la orilla del río, éste se desecaba. Si se pronunciaba sobre
la tierra, ésta se incendiaría. Si el cocodrilo atacaba al mago, el sur se
cambiaría por norte, el mundo se trastocaría.
Peor aún, se dirigen violentos insultos con respecto a los dioses y diosas,
especialmente en el capítulo 534 de los Textos de las pirámides cuyas
fórmulas quieren impedir la venida de Osiris, de Horus, de Seth, tachado de
castrado, Khenty-Irty de baboso, Thot de sin-madre, Isis de repleta de
podredumbre, Nephtis de concubina sin vagina. Horribles calificativos que
arrastran por el lodo a augustas divinidades.
Cuando el mago profiere amenazas terribles contra los dioses, toma una
importante precaución: «No soy yo quien habla así, añade, ni yo quien repite
esto, sino esta fuerza mágica que ha venido a atacar a aquél de quien
hablo»[214]. De esta forma, el taumaturgo puede pronunciar palabras terribles,
incluyendo lo peor: por ejemplo, prender fuego a Busiris y quemar a Osiris.
Las amenazas mágicas se utilizan para curar. Si la persona gravemente
enferma corre riesgo de morir, el mago utiliza este último arma: «Si el
veneno se extiende por el cuerpo, declara, si se adentra en una parte
cualquiera del cuerpo, no se hará ninguna libación sobre la mesa de ofrendas
de los templos, no se verterá ningún agua sobre los altares, no se encenderá
ninguna antorcha en ningún lugar del templo, no se llevará ninguna res al
altar del sacrificio, y no se ofrendará ninguna carne al templo. Pero si el
veneno pierde fuerza, todos los templos estarán en alegría, y los dioses
estarán felices en sus santuarios»[215].
El Estado mismo no duda en utilizar este procedimiento. Un decreto real
prescribe alejar toda influencia nefasta y cualquier clase de muerte. Si el
efecto mágico no era activo, las represalias serían terribles: no más agua para
el que está en el sarcófago; el que está en Abidos, es decir, Osiris, no sería ya
enterrado; no habría más ofrendas para el que está en Heliópolis, es decir, el
dios Ra[216]. Las fuerzas del mal saben así a qué atenerse.
Los dioses toman precauciones similares. Horus, según ciertas
tradiciones, tiene una esposa. Como cualquiera, ésta teme la mordedura de
los reptiles. Pero «si la esposa de Horus era mordida, no estaría ya permitido
que la crecida anegara los ríos; no estaría ya permitido que el sol alumbrara la
tierra, ni que el trigo creciera; no sería ya posible fabricar pan, ni fabricar
toneles de cerveza para los trescientos cincuenta dioses que tendrían hambre
de día y de noche»[217].
Cuando el mago apela a las divinidades y reclama su asistencia, no
admite una respuesta negativa por su parte. Amenaza directamente a los
animales simbólicos en que éstas se encarnan, para «forzarles» de cualquier
forma. Se dirige en términos severos a cada fuerza divina implicada: «Si no
escuchas mis palabras, cortaré la cabeza de una vaca sobre el atrio de Hathor,
decapitaré a un hipopótamo sobre el atrio de Seth, haré que Anubis sea
enrollado en una piel de perro y que Sobek sea enrollado en una piel de
cocodrilo»[218].
Hay un mismo tipo de amenaza para los objetos mágicos como la linterna
que sirve de soporte a la presencia divina. El mago le ordena que se someta a
él cuando Osiris ha sido encontrado en su barca, con Isis a su cabeza y
Nepht1s a sus pies. La linterna debe intervenir en favor del mago, si no éste
le privará de aceite.
Magia y medicina
La noche de Luxor no es nunca temerosa, sin duda no existen demonios
más que para los que temen. Pero la enfermedad sí que existe. A menudo nos
golpea cuando menos la esperamos. Mis anfitriones, familia mágica por
excelencia, conocían bastante bien la medicina occidental. Pero no creían
mucho en ella. Médicos egipcios, formados en Londres y en París, habían
intentado sin éxito convencerles. «Cuando se trata el mal con un mal fin, me
explicó el padre, no se le ataja. A lo sumo se le desplaza. A lo peor, se le
aumenta.» Magia y medicina, ¿es éste el buen camino?
***
Un médico mago
La medicina mágica probablemente nació en Egipto. No es creación
artificial, sino una ciencia a la vez teórica y experimental que tiene como
criterio básico la voluntad de mantener el cuerpo humano en armonía con el
cosmos, de forma que sirva de receptáculo a las fuerzas vitales que han
creado el universo. Quien es atacado por una enfermedad, por un sufrimiento,
por un dolor, es presa de una fuerza negativa, de una divinidad hostil, es
decir, de un demonio. El médico-mago debe curar la causa y no el efecto, y
por consiguiente atacar a este poder invisible e irracional que perturba el
organismo.
Dato importante para comprender los principios de esta medicina mágica:
no comporta ningún aspecto moral. El dios curativo no es «bueno», el dios
agresor no es «malo». Son expresiones de la fuerza creadora que circula por
todas partes. Es el ser humano quien actúa de forma armónica o disarmónica
sobre lo que le rodea; es él quien acoge y manipula «bien» o «mal» las
divinidades que rigen su existencia.
Hoy magia y medicina se oponen radicalmente. Egipto prefería unir las
dos técnicas para llegar a una ciencia del hombre mucho más completa y
mucho más amplia. Por lo demás, es preciso reconocer que las escuelas
médicas actuales, fundadas exclusivamente sobre el racionalismo químico o
matemático, forman a médicos de los cuales una parte termina por
cuestionarse el valor de su práctica. Sanar es un arte tanto como una ciencia,
una magia del ser tanto como un análisis racional.
El médico egipcio se ocultaba bajo signos secretos para que sólo «los
filósofos», aquéllos que aman la sabiduría, pudiesen comprender los arcanos.
El misterio, no obstante, fue escrito y transmitido, especialmente por los
papiros egipcios y los escritos árabes, traducidos al latín y transmitidos de
iniciado a iniciado hasta el siglo XV, especialmente en las escuelas de
Alemania que conocían todavía algunos secretos de los sacerdotes egipcios.
Es la magia la que permite que la medicina sea preventiva. Impide que la
enfermedad se apodere del cuerpo. El médico prepara fórmulas
científicamente. Pero considera que esta ciencia no es suficiente. Es preciso
añadir una fórmula mágica para darle un alma. Aunque algunos
medicamentos son sencillos, la mayoría son complicados y tratan ataques
provocados por demonios. Cuando sobreviene la enfermedad, es que Seth o
algún otro demonio se ha cruzado en el camino del paciente y le ha asaltado.
La enfermedad le vuelve impuro. De ahí la necesidad de la intervención de un
médico, «sacerdote-puro» de Sekhmet cualificado para curar.
Las enfermedades son causadas por enemigos hombres o mujeres contra
los cuales el mago se bate como un guerrero. Los instrumentos que él maneja
son comparados con armas. No se convierte en médico-mago sin recibir una
iniciación larga y exigente que, para los maestros de la corporación, tenía
lugar en Heliópolis. Colocado en presencia de la madre de los dioses, de los
cuales recibe los favores, el adepto aprende los encantamientos formulados
por el mismo Creador del Universo cuando rechaza a las fuerzas nocivas. El
primer precepto es: «Dios hace vivir a quien le ama.».
Para ayudar mejor al enfermo a recobrar la salud, el mago lo identifica
con ciertas divinidades, en primer lugar Ra. Previene de ello a las
divinidades: «¡Oh, Ra, Geb, Nut, Osiris, Horus! ¡Restableced el corazón de
este hombre sufriente! ¡Devolvedle a la vida como habéis hecho revivir el
corazón de Ra cuando le atacó Nehaher (un demonio)! ¡Rechazad el veneno
que está en su cuerpo como habéis alejado el veneno de Apophis que estaba
en el cuerpo del gran dios!»; conclusión esencial para el paciente: «Ra es tu
protección»[226].
Paso indispensable: dirigirse directamente al demonio para que éste
revele sus malévolas intenciones y la forma de que acabar con aquél que se
ha apoderado de él. «¡Atrás, dice el mago, enemigo, demonio que causa este
dolor a untel! ¡Tú dices que infligirás heridas en esta cabeza que es suya, a fin
de forzar tu entrada en esta frente que es suya, de hundir estas sienes que son
suyas! Vete, retrocede ante el poder fulminante de este Ojo deslumbrante que
es suyo! El previene tu poder agresivo, dispersa tus eyaculaciones, tu
simiente, tus ruidos, los productos de tu digestión, tus opresiones, tus males,
tus tormentos, tus inflamaciones, tus aflicciones, calor y fuego, todas las
cosas malas sobre las que has dicho: “Sufrirá a causa de ellas”». Gracias a
Ra, el enfermo permanece con vida. El dios sol impedirá que le maten los
venenos.
Pero el mismo Ra no está totalmente a cubierto del asalto de las fuerzas
maléficas. Su barca puede encontrarse inmovilizada en el cielo. Si se
interrumpe la navegación cósmica, el universo se detiene porque Horus está
en peligro. Estando el enfermo identificado con Horus, es necesario que tanto
el dios como el hombre sean liberados de sus males para que el orden sea
restablecido en el universo[227].
La protección de Horus es ejercida por el primogénito en el cielo, el cual
gobierna todo lo que existe, el gran enano que hace el recorrido del Duat, el
mundo intermedio, el libro de la noche que viaja en la montaña del Oeste, el
gran poder oculto, el inmenso halcón que vuela en el cielo, sobre la tierra y
en el Duat, el escarabajo sagrado, el cuerpo secreto simbolizado por la
momia, el fénix divino, el nombre propio de Horus, los nombres de su padre
Osiris, sus imágenes en sus nomos, la lamentación de su madre Isis: tales son
también las protecciones del enfermo identificado con Horus cuando es
curado correctamente por un mago.
En un caso que se nos presenta como único, un enfermo recibe el consejo
de dirigirse directamente al Duat[228], es decir, a ese mundo particular que no
es cielo n1 tierra y que rodea el cosmos. El hecho es rarísimo porque el mago
es el intermediario indispensable entre el enfermo y sus causas. Para aprender
su oficio, dispone de una enseñanza oral impartida en las Casas de la Vida y
de una, enseñanza escrita, los papiros médicos.
Éstos no se pueden dejar en cualquier mano. El papiro médico de
Londres, por ejemplo, no es un escrito profano. Fue encontrado una noche en
una sala de un templo. Un rayo de luna lo iluminó. Fue entonces entregado al
rey. Este gran suceso tuvo lugar mientras deliberaba la Enéada. Todo escrito
médico pertenece en realidad a la esfera de lo sagrado.
Este arte maravilloso, de origen divino, necesita una estrecha
colaboración entre el médico y su paciente. La técnica sola no basta. El efecto
del medicamento no es total si la voluntad de conjurar el mal no viene
también del corazón y del cuerpo del paciente. La fórmula mágica ayuda a
concretar la acción conjugada del enfermo y del terapeuta. Del mismo modo
que Horus y Seth «sanaron», el primero provisto de nuevo de su «ojo» y el
segundo de sus testículos, del mismo modo el hombre que está en la tierra
puede gozar de su integridad física recobrando la salud[229].
El médico-mago, hombre de iniciación y de ciencia, dispone de un
arsenal terapéutico impresionante. Para extirpar el mal del cuerpo del
enfermo se beneficia de su saber técnico, de la identificación mágica de su
paciente con una divinidad (a menudo es Horus combatiendo contra Seth)
[230], del conocimiento de los nombres de los enemigos y demonios, de la
***
Sangre y magia
En todas las magias conocidas, la sangre juega un papel indudable. Es
vehículo de cualidades vitales de gran importancia, cuyo secreto no es
conocido más que por un mago experimentado. Es por ello que la sangre
entra en la composición de diversos productos. Conocemos, por ejemplo, un
ungüento fabricado con sangre de ternero negro o con la sangre del cuerno de
un toro negro, producto que otorga energía a quien lo utiliza.
¿No es incluso el faraón la sangre nacida de Ra[240], la sangre del sol?
Ahora bien, es el mismo Ra quien abre el cuerpo del enfermo y le devuelve a
la vida, impidiendo que actúen los venenos, y no dejando al hombre justo a
merced de los fluidos maléficos. Las palabras mágicas deben pronunciarse
sobre una figura de Ra, dibujada con la sangre de un pez —abdjou—, sobre
una tela de lino real, que se coloca luego sobre la cabeza del individuo en
cuestión[241].
Cuando la diosa Sekhmet se desencadena, lista para destruir a la
humanidad, Ra está obligado a intervenir. Hace beber a la diosa un brebaje
mágico del color de la sangre. Operación delicada en extremo, pero que
triunfa plenamente, porque la furiosa Sekhmet se transforma en la dulce
Hathor.
Sangre y sudor se mezclan en una fórmula de regeneración destinada a
acrecentar el poder del mago: «¡Qué el sudor de los dioses penetre hasta ti,
que las protecciones de Ra se extiendan a tu cuerpo, que tengas acceso al
territorio sagrado, al suelo sagrado de las provincias, que hagas lo que desees
en los dos países, gracias al divino sudor originario del país del Punt! ¡Qué la
grasa de tus enemigos penetre hasta ti, que tu corazón sea regenerado gracias
a la sangre de los que te son rebeldes!»[242].
La sangre de la diosa Isis protege al mago de todo ataque negativo,
impide que se le haga daño. Esta sangre femenina es también la de la
desfloración; se le atribuían excepcionales cualidades[243], vinculadas a la
revelación del nombre secreto de las divinidades y a la adquisición del poder
de abatir a las criaturas maléficas. En cierto modo, al practicar su arte, el
mago hacía el amor con una diosa siempre virgen que le revelaba su eterna
verdad.
Una magia simplista desvirtúa esta simbología que utiliza una mezcla de
sangre y esperma para desatar la pasión amorosa en la persona deseada.
Amar, incluso en el nivel más simple, es una vibración común de dos
energías diferentes: de ahí la intervención de los magos que favorecen
conjunciones análogas.
La sangre es un líquido precioso. Por ello, una hemorragia es considerada
como un mal espantoso. Por fortuna existe una fórmula para ponerle fin:
«¡Atrás, tú que estás en la mano de Horus! ¡Atrás, tú que estás en la mano de
Seth! La sangre que circula se ha detenido!» La fórmula se recita sobre un
amuleto en forma de cama, colocado luego sobre la espalda del individuo en
cuestión[244].
La hemorragia femenina es una de las más graves. Para detenerla, es
preciso invocar a Anubis, el cual impide que se extienda la inundación sobre
lo que es puro. Se pronuncian fórmulas sobre los filamentos de un tejido con
un nudo. Luego se aplica al interior de la vagina de la enferma[245]. También
se puede hacerle beber, en ayunas, jugo de la planta llamada «Gran Nilo»,
mezclado con cerveza[246]. La corriente del río es comparable al flujo
menstrual. Los dos deben ser regulares para que tanto la tierra de los hombres
como el cuerpo de la mujer estén en armonía.
Dolencias de la cabeza
La cabeza debe ser preservada de las enfermedades, porque contiene las
puertas de la vida: los ojos para ver y recrear el mundo, la nariz para respirar
tanto lo sutil como lo concreto, las orejas para escuchar el Verbo y las
palabras, la boca para que el hombre viva[247]. Las dolencias de cabeza, que
perturban este «órgano» vital, atacaron incluso al dios Horus cuando escalaba
una montaña, en verano, al mediodía. Encontró dioses que celebraban un
banquete en una sala de tribunal. Le convidaron a participar de sus alimentos.
Pero Horus respondió que no tenía apetito. Sufría de jaqueca. Estaba
consumido de fiebre. ¡Qué los trescientos sesenta y cinco dioses sentados al
banquete sacaran el dolor de su cabeza! El mago debe relatar esta historia
siete veces cuando trata a un enfermo, y friccionarse las manos, el cuerpo y
los pies con un ungüento especial[248].
Otro relato evoca a Horus, siempre con jaqueca, que pasa el día apoyado
en un almohadón. Seth, su hermano, vela por él. El mago, experto, coge el
tejido con el que se había confeccionado el almohadón y hace con él siete
nudos. Los aplica al dedo gordo del pie del enfermo, el cual sana[249]. Horus,
por su parte, llamó a Isis, y propuso un remedio radical: que la diosa le diese
su cabeza a cambio de la suya. Isis no acepta esta oferta tan delicada. Sin
embargo, actúa en favor de Horus, fabricando nudos mágicos, siempre en
número de siete[250]. El mago imita a la diosa y aplica el tejido sobre el pie
izquierdo del enfermo, porque, como concluye la fórmula, «lo que ha sido
aplicado a las partes inferiores es válido para las partes superiores». ¿Cómo
no reconocer en esto uno de los orígenes de la célebre máxima hermética «lo
que está abajo es igual que lo que está arriba»?
Sabía precaución: llevar de amuleto la cabeza de algunas divinidades
(Bes, Hathor, por ejemplo), que valen para cualquier divinidad. Los capiteles
llamados «hatóricos» —dicho de otro modo, cabezas gigantes de la diosa—,
que coronan las columnas de algunos templos, como el de Dendera, son
talismanes muy potentes que protegen el edificio.
La cabeza del enfermo se identifica con la de Ra. Es por esto que habrá
trastornos en el cosmos si el paciente no encuentra el equilibrio. La cabeza de
Ra ilumina la tierra, hace vivir a la humanidad. Es preciso igualmente tener
cuidado de que Ra no se duerma hambriento, para que los dioses no estén
tristes. Si no, se corre el riesgo de ver regresar la oscuridad primordial, ese
tiempo, anterior a la creación, en que los cielos estaban unidos. El agua
celeste sería entonces arrebatada y la tierra condenada a la esterilidad. Como
se ve, las consecuencias de una jaqueca divina que no sea curada
mágicamente serían terroríficas.
Si el mal alcanza los dos lados de la cabeza, es que un demonio se ha
apoderado de su víctima un día de fiesta. El caso es grave. Es preciso
proporcionar una máscara al enfermo, labrada por el dios Khnum,
identificado con el dios, el paciente adquiere la fuerza necesaria para vencer
el mal. Pero existen remedios más sencillos para desembarazarse de una
jaqueca persistente. Isis nos da un ejemplo. Despeinó su cabello como una
mujer en duelo, por analogía con el desorden de la cabellera de Horus, que
había sido herido por Seth cuando ambos combatieron. Quien consiga
ordenar sus cabellos evitará los dolores de cabeza[251].
Se recomienda igualmente apoyar las manos sobre la cabeza: los
sufrimientos desaparecerán bajo el efecto del magnetismo que se provocará a
uno mismo, a condición de que el acto mágico permita identificarse a Horus
el Anciano con el vigor primordial. Precaución útil: añadir a esto un amuleto
que cubra la parte superior de la espalda y de la columna vertebral, una
especie de peluca protectora que haya sido tejida e hilada por Isis y Nepthis.
Otro modo de luchar contra la jaqueca: recitar una fórmula sobre un
cocodrilo de arcilla en la boca del cual se coloca una pepita. Sobre la cabeza
de la figurilla, un ojo de barro. Es preciso luego unirlo e inscribir un dibujo
de los dioses sobre una venda de lino[252].
Otro encantamiento eficaz: asimilar la cabeza del enfermo con la de
Osiris Onofris, sobre cuya cabeza fueron colocadas 377 serpientes divinas
que escupen fuego y ahuyentan el dolor[253]. El mago pasa al ataque
arrojando al fuego el animal del más allá cuya parte delantera es idéntica a la
de un chacal y que ha arrojado un maleficio sobre el paciente. Al destruir la
causa, destruye el efecto.
Es especialmente importante conservar la cabeza. La cabeza de Osiris era
una réplica esencial, conservada cerca de Abidos, centro principal del culto
del dios. Al convertirse en Osiris, el justo adquiere una condición de divino.
Además evita que se le corte la cabeza. Toma todas las precauciones para
conservarla intacta en el imperio de los muertos[254]. Para paliar cualquier
riesgo cuentan incluso con «cabezas de sustitución» que se depositan en las
tumbas.
El capítulo 101 de los Textos de los sarcófagos es uno de los textos más
extraños. El mago recita sobre una cabeza posada en el suelo, iluminada por
la luz proveniente de una ventana. El objeto de la operación es una
trasmigración física. El alma humana adquiere cierta facultad de desplazarse
por el cosmos y de reencontrar a Shu, el dios del aire luminoso. En la cabeza
se ocultan capacidades misteriosas que únicamente el mago es capaz de
despertar y de hacer madurar. Estos antiguos conocimientos fueron
conservados en Occidente, en especial en ciertos rituales masónicos.
Señalemos, por ejemplo, que al Aprendiz, si perjura y traiciona los secretos,
se le cortará simbólicamente el cuello: pierde la cabeza y el sentido de la vida
en espíritu.
Figura 22
Representaciones de personajes cabeza abajo, en el interior de un círculo, dispuesto
en forma de estrella. Es el mundo inverso, en el que el movimiento «gira» en el
sentido contrario a la armonía. El conocimiento mágico de las fórmulas de la vida
permite al iniciado evitar esta postura, enderezar la situación y marchar con la
cabeza erguida en todos los universos. (La tumba de Ramsés IX).
***
***
Plantas mágicas
La tierra es un factor de protección mágica. Es utilizada por el exorcista
para combatir el mal. Cuando el veneno de un ser nocivo cae a tierra, es
destruido. La tierra, padre de los dioses, extingue el fuego destructor[274]. El
rocío de la mañana, enviado por el cielo para bañar a las plantas con un flujo
divino, se consideraba que curaba los miembros paralizados.
«Cuando las plantas de los dioses están sobre su cabeza, proclama un
ritual, todas las protecciones de la vida vienen a ti… A ti vienen las plantas
que salen de la tierra, el lino originario del campo de juncos, los vegetales
regenerativos originarios de la campiña de la alegría, la emanación de olores
que reviste a los dioses desde su salida. Viene a ti bajo la forma de un
precioso sudario, te preserva bajo la forma de una banda, te hace crecer bajo
la forma de un lienzo, consolida tus huesos bajo la forma de un vendaje
inmaculado»[275].
Todas las plantas esenciales de Egipto, papiro, lino, así como las
sustancias preciosas, mirra, incienso, miel, son de origen divino. En realidad
son los llantos de Horus, la sangre de Geb, las lágrimas de Shu, de Tefnut y
de Ra que han caído del cielo a la tierra[276]. Algunos vegetales juegan un
papel particular: la acacia, símbolo de la regeneración, o el enebro, del que se
dice que proviene la luz.
Para curar los senos, cuyos modelos divinos son los de Isis que amamanta
a los gemelos cósmicos Shu, y Tefnut, se emplean numerosas hierbas,
especialmente rosales[277]. Incluso el veneno ve contrarrestada su acción con
la aplicación de un loto sobre la llaga[278]. En cuanto a la raíz de la
mandrágora, es eficaz para hacer dormir a un hombre durante dos días[279]. El
ajo es utilizado en una casa para cerrar la boca de las serpientes varones,
hembras, y de los escorpiones. Los brazos de Ra, de Horus, de Thot, de la
Gran y de la Pequeña Enéada, son los que, activados por el empleo del ajo,
matarán a los enemigos de un enfermo. La fórmula debe recitarse sobre ajo
molido y reducido a polvo con cerveza. No es otro que el «ojo blanco de
Horus». Se impregna con ello la vivienda durante la noche, de forma que
ninguna criatura peligrosa penetre allí[280]. Por otra parte la cebolla se revela
también totalmente eficaz. En cuanto al pin-ach, es portador de un fluido que
aumenta las percepciones del mago.
Las materias vegetales son muy utilizadas en magia: por ejemplo, la cera,
materia básica para la fabricación de las figurillas mágicas, cubiertas de
inscripciones y luego arrojadas al fuego, es el signo de la destrucción del
enemigo al que encarnan. Los magos eran particularmente expertos en el arte
de crear ungüentos. Se beneficiaban de notables laboratorios en el interior de
los templos. Uno de sus productos más maravillosos era «el gran ungüento
secreto de la Casa de la Vida», que sirve para proteger los edificios, y que
incluso mantiene en armonía los miembros del cuerpo humano.
Conocer los secretos de los perfumes es indispensable en el otro mundo.
El muerto justificado sustituye el olor de la putrefacción por el de la mirra,
que Hathor coloca para sí misma en su cabeza; su olor es el del incienso que
utiliza la diosa, su emanación es un óleo precioso con el que Hathor se
embadurna[281].
¿Quién dudaría que el universo vegetal está recorrido por vibraciones
mágicas? ¿Pueden darse en el preciso momento de tomar el fresco bajo la
hierba del venerable persa de Heliópolis, de despertarse cada día en un jardín
contemplando los rayos de sol, después de conseguir superar las pruebas de
iniciación y de que el alma se eleve hacia la luz?
Capítulo VIII
El amor mágico
Cuando los hombres salen a la caza de las serpientes y los escorpiones,
las mujeres se quedan en casa. Como mi anfitrión de Luxor me hacía el gran
honor de presentarme a su esposa, me atreví con mucha discreción a
preguntarle sobre el papel mágico de la mujer.
Reflexionó bastante tiempo antes de responderme: «El amor entre un
hombre y una mujer —afirmó—, no es lo que la gente cree. El amor es una
ofrenda de la magia. Mi mujer y yo vivimos la misma aventura».
Tantos textos, tantas esculturas que nos muestran parejas tiernamente
enlazadas, tantas evocaciones del amor humano como símbolo viviente del
amor divino… sí, el antiguo Egipto celebró múltiples formas del amor
mágico.
***
Encantamientos
En un encantamiento para provocar el amor, el mago invoca a las siete
Hathor; Ra-Horakhty, el padre de los dioses, los señores del cielo y la tierra.
Les dirige esta petición que la mujer que ama le busque como una vaca la
hierba, la madre a sus hijos, el pastor a su rebaño. ¡Si estos poderes rehúsan
ayudarle, el mago prendería fuego a Busilis y Osiris ardería[282]!
Es decir que el amor (energía totalmente mágica) necesita frecuentes
intervenciones por parte de especialistas en las pasiones tanto del alma como
del cuerpo. El capítulo 576 de los Textos de los sarcófagos está consagrado al
poder divino que reside en el filo de aquel cuyo pensamiento está a la vez en
el cielo y en la tierra. El hombre que conoce la fórmula mágica copulará
sobre esta tierra de día y de noche, el deseo vendrá a la mujer que se
encuentre debajo de él cuando haga el amor.
El papiro griego de la Biblioteca Nacional, que registra textos destinados
a inspirar el amor de una mujer, recuerda la leyenda de Isis que, en pleno
verano, se dirige a las montañas, errante y dolorosa. Thot se inquieta al verla
en ese estado. ¿Por qué el rostro de Isis está cubierto de polvo, por qué sus
ojos están llenos de lágrimas? La razón es simple y trágica. ¡Ella ha
encontrado a su hermana Nephtis durmiendo con Osiris, su esposo!
Sobreviene entonces una terrible conjuración que espantará a la rival,
hechizando las distintas partes de su cuerpo[283]. La magia greco-egipcia
tardía se pierde a menudo en esos senderos llenos de obstáculos. Un papiro
griego[284], para suscitar el amor en una mujer, no duda en apelar a Anubis, el
encargado de ritual de los funerales: «¡Anubis, dios terrestre, subterráneo y
celeste, perro, perro, perro, utiliza todo tu poder y toda tu fuerza con Titer,
que fue engendrada por Sofía (la Sabia). Despójala del orgullo, de la
reflexión y del pudor, y condúcela hasta mí, a mis pies, languideciente de
pasión a cualquier hora del día y de la noche, soñando en mí sin cesar,
cuando coma y cuando beba, cuando trabaje e incluso cuando cohabite,
cuando descanse, cuando sueñe y cuando esté pensativa; que atormentada por
ti, se apresure languideciente hacia mí, con las manos llenas, el alma
generosa, ofreciéndose a mí y realizando el deber de las mujeres hacia los
hombres, satisfaciendo mi ansia y la suya propia, sin fastidio, sin vergüenza,
apretando su muslo contra mi muslo, vientre contra vientre, su vello negro
contra mi vello negro, de la forma más dulce! Si, mi señor, tráeme a Titer, a
la que Sofía dio a luz, a mí, Hermes, a quien dio a luz Hermione.»
Los métodos mágicos destinados a enamorar a una mujer a menudo son
una complejidad extrema. Es preciso utilizar diversos productos vegetales,
triturarlos, ponerlos en un recipiente, añadir aceite en un momento
determinado, fijarse en las fases de la luna, recitar fórmulas, levantarse
temprano para dirigirse a un jardín, poner allí un sarmiento de viña en la
mano izquierda y luego en la mano derecha cuando haya crecido siete dedos,
llevarlo consigo, sacar aceite de un pescado que se ponga a macerar, atarle la
cola, etc[285]. Orientarse en este laberinto de manipulaciones no es cosa fácil.
El método llamado del escarabajo y de la copa de vino no es mucho más
práctico. Para enamorar a una mujer se recomienda coger un escarabajo
pequeño y sin cuernos. S actúa al salir el sol. Se mete el escarabajo en la
leche de una vaca negra. Se deja allí hasta la tarde. Al retirarlo, hay que verter
arena sobre su parte inferior, poner debajo una franja circular de tela. Hacer
un incensario ante él. Al día siguiente, está seco. Dividirlo por el medio con
un cuchillo de bronce. Cocerlo con vino de bosque, triturarlo con pepitas de
manzana mezcladas con orín o sudor del mago. Hacer con ello una bola que
se puede meter en el vino y que se haga beber a la mujer deseada[286].
Las buenas pociones mágicas antiguas, como se ve, tenían derecho de
ciudadanía en la magia popular. Pero necesitaban ingredientes casi
imposibles de obtener, como pelos de la cabeza de un hombre muerto de
forma violenta o siete granos de espelta que provengan de una tumba. Los
artificios más rápidos son los que consisten en verter ungüento de rosa en una
lámpara o en triturar fruta de la acacia, mezclada con miel, para obtener una
sustancia con la que se recubre el falo. El resultado, sin embargo, no está
asegurado. El amor de una mujer es un sentimiento tan complejo que este
tipo de magia no tiene la mayor parte de las veces, más que pobres
resultados.
La única verdadera magia amorosa es la identificación del mago con
Osiris, de la que Isis, está enamorada hasta el punto de resucitarle de entre los
muertos. Esta maga es parte integrante de la iniciación a los grandes misterios
y de la transmutación del amor humano en energía divinizada.
El niño
El niño, sobre todo el recién nacido, es una criatura frágil. Es por eso que
el mago dispone de una abundante serie de fórmulas para protegerle. En
Heliópolis, el primero y el último día de la lunación, se celebran las fiestas
para salvaguardar a la madre y al niño.
La protección del niño es comparable a la del cielo, de la tierra, del día y
de la noche, de los dioses que poseen los fundamentos de la tierra. Los dioses
protegen el nombre del niño, la leche que mama, la ropa con la que se viste,
la época en que vive, los amuletos fabricados para él y colocados alrededor
de su cuello[293]. Se recitan fórmulas sobre el niño cuando aparece la luz del
sol. La mano y el sello del dios sol constituyen la protección de la madre[*].
Cada mañana y cada tarde pronuncia fórmulas mágicas sobre un amuleto
colgado del cuello de su bajo. Apela al sol naciente. Implora que aleje a los
muertos que querrían arrebatarle a su niño. «Es Ra, mi señor, quien me
salva», afirma: de esta forma no entrega a su hijo al ladrón o la ladrona
venidos del reino de los muertos[294].
A menudo a los magos egipcios se oponen los magos de los países
extranjeros. La madre protege a su hijo contra la magia extranjera rodeándole
con sus brazos. Desconfía en particular de la hechicera nubia y de la asiática.
Ya sean esclavos o nobles, ella profiere al encontrarlas un terrible maleficio:
¡qué se conviertan en vómito u orina[295]!
Existe inquietud por el bebé en todo momento: ¿Está bien caliente en su
nido, él que parece un pajarillo? ¿Su madre se ocupa bien de él? ¿Está ella
presente? ¿Si no es así, está su nodriza? ¿Se tiene cuidado de que respire
bien? Para evitarle cualquier molestia, se confeccionan nudos mágicos y se
pronuncian fórmulas sobre bolitas de oro y de granate y sobre un sello con un
cocodrilo y una mano[296].
Si el niño es atacado por una hinchazón sospechosa, se le recuerda que es
Horus y se rechaza el demonio que se manifiesta como un agresor con
cuchillo afilado, como un carnicero. La hinchazón disminuye y el fluye el
pus. Frente a este poco gratificante espectáculo, el mago evoca una escena
deliciosa en la que está acostado en compañía de maravillosas mujeres con
cabellos perfumados con mirra[297].
La estela de Metternich explica que Horus fue mordido en un campo de
Heliópolis mientras Isis se encontraba en las moradas superiores, haciendo
libaciones en honor de su hermano Osiris. Horus gritó de dolor. Isis apeló a
los poderes celestes para que le socorrieran[298]. Para que Horus sea curado
las nodrizas de la ciudad santa de Buto velan por él, marcando su camino
entre los hombres hasta que él haya tomado posesión del trono de las Dos
Tierras. El poder mágico de su madre es su protección, ella le rodea de amor
y hace que los hombres tengan temor de él[299].
Este mito fundamental de Isis y Horus, de la Madre y del Niño es
frecuente en el pensamiento egipcio. Aquí se enfrentan la fragilidad de la
existencia humana y la fuerza de la magia. El drama vivido por Isis es
intenso. Escapando del furor de Seth, oculta a su hijo y marcha a buscar a la
nodriza. Cuando regresa, encuentra a Horus inconsciente. Interroga a los
habitantes de los pantanos. Horus ha sido mordido por un escorpión o una
serpiente. Isis abraza a Horus y canta la letanía «Horus ha sido mordido». Por
consejo de la diosa escorpión, Serket, invoca a la barca solar, que se ve
obligada a detenerse. Thot desciende de ella. Ordena al veneno que
desaparezca, para que cesen las perturbaciones cósmicas debidas a la
inmovilidad del barco solar[300].
No existe educación que no sea mágica. ¿Cómo podría una madre atenta
rechazar a los genios malvados si no es por la magia? Para curar la fiebre del
vientre del niño, Isis y Nepthis lanzan un llamamiento a Geb, padre de los
dioses. Recitan la fórmula sobre dos imágenes de Thot, trazadas con tinta
fresca sobre la mano de un hombre[301].
Para ayudar a un niño a crecer, se le hace absorber un pedazo de su
placenta, empapado en leche. Si lo vomita, morirá. Si lo ingiere bien, vivirá
mucho tiempo. La placenta real estaba considerada, en efecto, como uno de
los símbolos del principio de la vida. Esto se debe exaltar en todo momento
frente a las fuerzas de los muertos que vagabundean. El demonio de la
enfermedad viene de las tinieblas. Tiene la nariz detrás y el rostro vuelto
también hacia atrás. Hay que evitar que este demonio abrace al niño,
apoderándose de él, que se le lleve, es decir, que le haga morir. La madre está
siempre inquieta por la salud de su hijo. A cada momento, una forma
inquietante, un fantasma femenino puede penetrar en la casa. La madre
pregunta: «¿Has venido para abrazar a este niño? Yo no te lo permitiré. ¿Has
venido para debilitar a este niño? No te lo permitiré. ¿Has venido para
llevártelo? No te lo permitiré.» El espectro es una difunta. Descorazonada por
las preguntas de la madre, no sabe ya para qué ha venido. Se aleja y se pierde
en la nada[302].
Los antiguos egipcios tenían un acusado sentido de una magia médica en
la que el entorno jugaba un importante papel. Las fuerzas negativas son no
solo expulsadas fuera del cuerpo, sino también fuera de la casa. No se puede
estar sano en un medio malsano. Por fortuna, la madre de familia dispone de
un formidable remedio mágico: su leche. La lecha de las diosas regenera al
faraón, el de la madre aleja a los niños de los demonios. Este extraordinario
alimento cura los cólicos, el catarro, las quemaduras, y da vigor y potencia.
La leche, «potenciada» mágicamente por medio de fórmulas, se vierte en un
recipiente cuya forma es la de una madre sosteniendo a un niño sobre sus
rodillas. La leche de la madre o de la nodriza es considerada como un «agua
de protección» que pone al recién nacido al abrigo de las enfermedades. Al
salir de la fábrica de tejidos ¿no extinguió Isis con su leche el fuego que había
alcanzado a Horus[303]?
Leche de mujer y granos de perfume son excelentes soportes mágicos
para luchar contra una penosa afección, el catarro del cerebro. «Deja de fluir,
catarro del cerebro, que haces enfermar a los siete orificios de la cabeza»,
dice el mago; los servidores de Ra dirigen sus plegarias a Thot y el mago
aporta el remedio, a saber, la leche de una mujer que haya dado a luz a un
niño, y granos de perfume muy seleccionados. Thot curó de esta forma a Ra
de una sinusitis que le afligía enormemente[304].
***
El mundo animal
Mis anfitriones de Luxor amaban a los animales, incluso a los
escorpiones y las serpientes. En su vivienda, perros y gatos habían aceptado
vivir en paz. Pero el patriarca y su familia no les miraban con indiferencia o
compasión. «Estas criaturas, me confió el Anciano, son receptáculos del
alma. No tienen necesidad de conocer a los espíritus porque ellos son los
espíritus».
Figura 23
La vaca celeste, madre nutricia, sostenida por genios. Circulan por ella las barcas
divinas. De ella proviene la leche regeneradora de la que se alimentan el rey y el
universo. (Las capillas de Tutankhamon)
Desde luego, yo le hice mil preguntas sobre las divinidades egipcias con
cabeza de animales, sobre los animales sagrados, sobre ese amor
extraordinario del antiguo egipcio para con el mundo animal donde lo divino
se expresa con tanta fuerza y precisión. En muchos momentos se contentó
con aprobar con la cabeza, como si el tiempo hubiera sido abolido, como si el
paisaje espiritual del antiguo Egipto se desarrollase ante nuestros ojos.
***
***
El escarabajo
El papiro Ebers[313] aconseja comerlo: curiosa recomendación que se
comprende mejor cuando se sabe que el nombre egipcio del escarabajo es
kheper, palabra que significa también «creer, convertirse, transformarse».
Talismán poderoso, el escarabajo de piedra verde se coloca sobre el corazón
de un hombre purificado con mirra, después de que los ritos de apertura de la
boca (esto es, la resurrección) hayan sido realizados.
El escarabajo es una criatura sorprendente. Hace rodar por delante de él
sus huevos depositados en una materia con forma de esfera, impulsando ésta
con sus patas traseras. De esta forma imita el curso del sol.
Para hacer venir a los dioses hacia él, el mago coge un escarabajo y lo
moja en la leche blanca de una vaca negra. Luego lo pone sobre un brasero.
La magia actuará plenamente en el momento deseado y la luz llegará[314]. Los
«escarabajos» eran también una especie de sellos, que servían especialmente
para sellar documentos oficiales. Llevados como amuletos se revelaban de
una gran eficacia, asegurando a sus propietarios acontecimientos felices y una
vida espiritual siempre en evolución.
***
Los tres animales más peligrosos o porque comportan un considerable
poderío son el cocodrilo, el escorpión y la serpiente.
El cocodrilo es particularmente temible porque podría arrebatar al difunto
su poder mágico. Existen fórmulas que sirven para rechazarle: «¡Atrás, vete!
¡No vengas contra mí! ¡Yo disfruto de mi poder mágico! ¡Qué tu rostro se
vuelva hacia Maat! (es decir, la armonía del mundo que aplacará al
cocodrilo)»[315]. El mago dialoga con el monstruo, el cual habla del cielo y de
que conoce las cualidades que posee en su boca. El taumaturgo debe evitar un
dramático combate entre magia celeste y magia terrestre. Debe dominar al
cocodrilo, quitarle su poder, no destruirlo.
En cada uno de los puntos cardinales que delimitan el cosmos reside un
cocodrilo. El del Oeste se come las estrellas. El de Oriente vive de los seres
que comen sus propios detritus. El de Mediodía vive de excrementos. El del
Norte se come las horas. El mago los vence a los cuatro y declara: «Yo estoy
revestido y cuento con el poder mágico de Ra: está sobre mi, plenamente
realizado por mí, ampliado por mí, ensanchado por mi garganta.».
El cocodrilo «terrestre» no es menos temible que el cocodrilo celeste,
sobre todo para el ganado que atraviesa una extensión de agua y corre el
riesgo de ser atacado. El monstruo encarna al muerto que vagabundea,
invisible, angustiado. Por eso el pastor, para preservar la vida de los animales
que forman su rebaño, debe comportarse como un mago. Debe estar vigilante
y dejar ciego al cocodrilo. De esta forma, el agresor no podrá ver a sus
eventuales víctimas y no se aproximará[316]. El pastor mago pronuncia un
conjuro que impide al cocodrilo agarrar con sus patas y abrir la boca. El agua
se convertirá en un fuego que le consumirá. Un encantamiento especial
quitará al cocodrilo el uso de su cola. Sesenta y siete dioses hundirán sus
dedos en los ojos mientras será atado al poste de amarre de Osiris o a los
cuatro postes de piedra verde que están en la proa de la barca de Ra.
El mago se identifica también con Amón. Recita palabras sobre una
imagen de este dios Amón, que tiene cuatro rostros sobre un mismo cuello,
dibujado sobre el suelo, con un cocodrilo a sus pies y ocho dioses a su
derecha y a su izquierda[317]. Según el papiro mágico Harris, el marinero que
hace la función de mago se mantiene en la proa de un barco con un huevo de
arcilla en la mano. Se asemeja así al sol surgiendo de las aguas en un
principio y dispersando las tinieblas. Los habitantes maléficos de las aguas
tienen miedo viendo el espectáculo y se sumergen en sus refugios. El barco
continúa su camino con plena seguridad. Si el cocodrilo se atrevía a emerger
del río con una actitud amenazante, el marinero arrojaría el huevo y haría huir
al demonio[318].
Algunas estelas presentan a Horus de pie, con los pies sobre las cabezas
de dos cocodrilos. El dios-niño está desnudo. Estos objetos son de diversos
tamaños, alcanzando un metro de altura mientras otros no sobrepasan las
dimensiones de un amuleto. Estas estelas se depositaban tanto en templos
como en casas. El dedicante se hacía representar sosteniendo la preciada
estela.
Estatua y estela se situaban sobre un zócalo donde se horadan cuencos a
diferentes niveles comunicados por un canal. Cuando se vierte agua sobre el
monumento, esta agua se impregna de los textos y representaciones mágicas.
El que beba estará a salvo del mal[*].
Resulta extraordinario que el capítulo 991 de los Textos de los sarcófagos
permite al mago convertirse en Sobek, ¡es decir, en el cocodrilo divino!,
según afirma. Señor del Nilo, es calificado incluso de «bello de rostro» y de
«gran seductor» que entusiasma a las mujeres. Por otra parte, existe una
manera de encantar rápidamente un recipiente de forma verídica al mago
hasta poner sobre el fuego la cáscara de un huevo de cocodrilo[319].
Especialmente terrorífico es el escorpión, hermano de la serpiente. Se
asienta en los cruces de caminos, esperando al que camina en la noche. Para
éste, ¡qué su talón sea de bronce y el empeine de marfil! Gracias a la magia,
los pies del paseante son los siete halcones que se mantiene en la proa de la
barca de Ra[320]. ¿Qué mejor protección para evitar el ser picado? Sin
embargo, los mismos dioses han sido víctimas del escorpión, pero no han
muerto por ello. El hombre picado por un escorpión se identifica con ellos
para beneficiarse de su actitud para luchar contra el mal. Debe conocer los
mitos, como el que se refiere a la hija de Ra, la gata que fue picada por un
escorpión y más tarde curada por Ra.
El mago que creó la estatua curativa de Djed-her, llamada «el salvador»,
se expresa en estos términos: «Yo he puesto las inscripciones sobre esta
estatua conforme a lo que está escrito en los libros sagrados de Ra, en el
escrito donde se exponen todos los procedimientos para domesticar al
escorpión a fin de reanimar, gracias a ellos, a todas las personas y todos los
animales y protegerlos contra el veneno de todas las serpientes varones y
hembras, de todos los reptiles, haciendo lo que desea el corazón del Señor de
los dioses».[321]. Identificado con Horus-el-justo, el mago domestica al
escorpión. Protector de su padre, coloca sus brazos detrás de Ra. Sus
capacidades de magnetizador le aseguran vida, prosperidad y salud.
Proporciona cuidados a todos sus miembros, calmando los dolores, alejando
el mal. Ra se encuentra curado, más bello que antes. De este modo será
sanado de cualquier enfermedad por un buen mago[322].
Este ordena al escorpión que se mantenga tranquilo. Le cierra la boca. Si
se mueve, cortará las setenta y siete cabezas que salen del cuello del gran
dios, la mano de Horus cegara el ojo de Seth, aferrará la boca de la Gran
Enéada, Osiris arderá. ¡Qué el escorpión permanezca inmóvil como Seth ante
Ptah[323]!
«Yo soy Osiris», afirma el mago para impresionar al escorpión. Se
presenta como la serpiente de Heliópolis capaz de combatir contra cualquier
criatura maléfica.
El escorpión, que sirve para escribir el nombre de uno de los primeros
faraones egipcios, no es totalmente negativo. Es el receptáculo del espíritu de
una diosa, Serket, que reinaba sobre una cofradía de curanderos a la que
comunicaba los secretos del poder del escorpión. El escorpión de agua, por lo
demás, es inofensivo. Es éste el que se dibuja en los jeroglíficos porque estos
jeroglíficos, figuras vivientes, no pueden albergar a seres peligrosos.
Existe una Isis-escorpión que protege a Horus y al rey[324]. «Dama de la
luz que ilumina a los dos países, es asimilada a la estrella Sothis». Se dice
que emite una irradiación para alejar la oscuridad. La diosa-escorpión es
conocida desde la más remota antigüedad, pero sus primeras representaciones
figuran en templos nubios de la dinastía XVIII. Es a Isis-la-Grande a quien se
dirige esta plegaria: «Ven a mí, Isis-la-Grande, dígnate asegurar mi
protección, sálvame de los reptiles y que sus bocas sean selladas, que sus
hocicos sean obstruidos.» La diosa otorgaba a sus fieles «ida, salud, duración
de la vida y extensa, duradera y perfecta vejez». Isis-escorpión pisotea
serpientes y cocodrilos. Un texto del templo de Edfú la define como hija de
Ra que destruye a los enemigos del sol y a los adversarios de Horus, en tanto
que «escorpión imponente, reptil venerable cuyo veneno es fulminante, que
invade el suelo de los enemigos en un instante, de forma que mueren sobre el
campo cuando ella ataca».
Tal es la paradoja mágica: enemiga acérrima de los escorpiones, Isis es
también su diosa, venerada en la ciudad de Coptos. Cuando ella intenta
escapar de Seth, Thot le aconseja que se oculte con su hijo Horus, para que
éste crezca y se reúna con los dioses que le colocarán sobre el trono de su
padre para que reine sobre los Dos Países. Isis se pone en camino por la tarde.
Para protegerse de un eventual ataque de Seth, va acompañada de un extraño
cortejo: ¡siete escorpiones! Ella les ordena que no hagan ninguna diferencia
entre el rico y el pobre, que sean severos pero equitativos con el género
humano. Mientras la diosa entra en la vivienda de una mujer, ésta,
atemorizada por los escorpiones, cierra su puerta. Aquéllos, furiosos,
deliberan. Dan su veneno a uno sólo de ellos, el cual logra penetrar en la casa
y picar al hijo de la mala posadera. Pero Isis no acepta que la muerte se cebe
así en un inocente. Crea fórmulas mágicas para salvar al niño y expulsa el
veneno tras haber llamado a los siete escorpiones por sus nombres. Las
palabras pronunciadas servirán como remedio para curar a todo niño picado
por un escorpión: «Vive, niño odiceó, y muera el veneno, así como Ra vive
mientras muere el veneno! ¡Cómo Horus sanó gracias a su madre Isis, así
sana el enfermo!» [325]
El mago sabe utilizar al escorpión para luchar contra la serpiente, de
forma que la pique y la destruya. Es incluso capaz de identificarse con el
escorpión, como lo prueba un extraño detalle simbólico: la trenza del mago es
la de la diosa-escorpión y, en concreto, la cola del animal. Así, pues, es
posible deslizarse en el interior de un temible escorpión y dirigirle a su
antojo, a condición de ser un maestro en el arte mágico.
***
Los Textos de las Pirámides conceden un lugar importante a los textos
mágicos destinados a aniquilar el peligro representado por la serpiente. Están
formados por palabras raras, incomprensibles, de conjuntos de sonidos
considerados como eficaces cuando eran pronunciados. Papiros completos
están consagrados a los encantamientos contra las serpientes[326]. «Su cara
cae sobre su cara», es la fórmula clásica para expresar la destrucción de la
serpiente: se ordena a los reptiles que no ataquen al faraón, ya que éste es el
representante de los dioses sobre la tierra. Ra maldice a la serpiente, Isis la
ata, Nephtis la encadena[327]. El mago lanza a veces una llamada excepcional
a Ra para impedir que actúe el veneno de todas las serpientes del universo. El
poder luminoso del dios sol confiere al mago un don particular[328].
Para protegerse contra los reptiles es bueno situarse de cara al Oriente y
reconocer la soberanía de Amón, tocado con la corona blanca. Se observa el
silencio, se obtiene y se adquiere poder. No se temerá el encuentro con la
serpiente calificada de «negra de rostro, ciega de los dos ojos, de ojo blanco,
que avanza retorciéndose». El reptil está identificado con Seth, salido de los
muslos de Isis.
El fuego producido por la mordedura de la serpiente se asemeja a la llama
peligrosa que debe dominar Horus mago, señor del fuego. La serpiente es «la
del fuego». La criatura a domesticar. El mago, identificado con el sol, sale
indemne de la isla del fuego porque es capaz de extinguir el aspecto nocivo
del fuego cuando se produce[329].
Según los Textos de las pirámides, las serpientes se enredan unas con
otras. El mago pide a la tierra que las trague, ordena a los monstruos que se
escondan, que se arrastren; sus cabezas son cortadas, los colmillos con
veneno se vacían. El mago hace incluso que la serpiente varón muerda a la
hembra, y viceversa. Si actúa correctamente, gozará de la protección del cielo
y de la tierra, necesarias por igual para reforzar la eficacia de las fórmulas
que sellan la boca de los reptiles que moran en el cielo, la tierra y el agua[330].
La estela Metternich evoca a la serpiente que está a la vez en el agujero y
en la abertura del agujero y también a la que está en el camino. Dicho de otro
modo, un peligro constante para quien se desplaza. ¿Y cómo viajar sin
miedo? Identificándose con el toro Mnevís, el ciempiés Sepa, la diosa-
escorpión Serket o divinidades más importantes como Ra o Thot.
Impresionada, la serpiente no morderá al viajero investido por estas
personalidades divinas[331]. Desde luego, no hay que olvidarse de pronunciar
la fórmula adecuada: «¡Oh, toda serpiente varón o hembra, todo escorpión,
todo reptil! ¡Qué vuestras bocas sean selladas! Es Ra quien ha tapado
vuestras gargantas. Es Sekhmet quien ha cortado vuestras lenguas. Es Thot
quien ha cegado vuestros ojos. Es Heka, el cuarto de los dioses principales,
quien protege a Osiris. Éstos son los que protegen de las enfermedades: de
todas las personas, de todos los animales que están sufriendo en este día»[332].
Grave problema: ciertas serpientes son también magas. Para rechazar a
uno de esos reptiles furiosos que atacan, es preciso dispersar los libros de
magia que utiliza, gracias al empleo de la arcilla de Isis, salida de la axila de
la diosa-escorpión. El dedo del mago es su guardián, la arcilla es la que
obstruye el agujero de la serpiente[333]. Geb, dios-tierra, es padre de las
serpientes, sobre las cuales tiene poder. A veces se le considera como creador
de Atum. Padre y príncipe de los dioses, está a la cabeza de una Enéada. Los
griegos hicieron de él su Cronos, que luego fue el Saturno de los
romanos[334].
El capítulo 163 del Libro de los muertos recomienda pronunciar las
palabras mágicas sobre una serpiente provista de dos piernas y que porta el
disco solar entre dos cuernos; al lado, dos ojos sagrados provistos de dos
piernas y dos alas. Se dibuja esta imagen con mirra seca mezclada con vino
de granada sobre una franja de tejido verde, y se envuelve el cuerpo de un
hombre con ella para que sea protegido mágicamente.
Figura 24
Fases de mutación de la energía creadora: los rayos de luz penetran en la cabeza de
seres momificados que sirven de canal a la radiación, la cual se transmite luego a
las fuerzas telúricas simbolizadas por serpientes. En sus ojos entra una columna
inclinada de fuego. (Las capillas de Tutankhamon)
Figura 25
En los dos registros superiores, un genio-carnero, representación del sol, genera la
energía naciente representada a su vez por un hombre (vertical) y por hombre con
cabeza de carnero (horizontal). En el registro inferior, al lado de criaturas
amarradas marchando cabeza abajo, los magos magnetizan el cofre misterioso
donde se elabora la energía de la resurrección. (La tumba de Ramsés IX)
***