Cronos y Las Moiras
Cronos y Las Moiras
Cronos y Las Moiras
La Nat uraleza del Mit o más allá de la Mit ología Griega (Vol. I)
E. J. Ríos
RESUMEN: El artículo se basa en dos nociones de temporalidad, la circular y la lineal. Desde una pers-
pectiva hermenéutica, se analiza la presencia de estas concepciones del tiempo en dos mitos griegos:
Cronos (que representa el tiempo cósmico y natural) y las tres Moiras (que representan el tiempo finito
y humano). También se analizan las figuras mitológicas de Mnemósine y de Dionisos, que hacen refe-
rencia a dos posibilidades diferentes de introducir modificaciones en el curso del tiempo.
PALABRAS CLAVE: Filosofía, Hermenéutica, Mitología griega, Tiempo.
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 70 (2014), núm. 263, pp. 307-322
pen.v70.i263.y2014.004
308 O. FERNÁNDEZ, CRONOS Y LAS MOIRAS. LECTURAS DE LA TEMPORALIDAD EN LA MITOLOGÍA...
enigmático sobre nosotros mismos» [García Gual (1997), p. 12] y tienen mucho
más que enseñarnos porque su significado es inagotable, como intuyó Gadamer:
«la tradición mítica entraña en sí misma un momento de apropiación pensante y
se realiza por doquier volviendo a decir interpretativamente lo dicho en la leyenda»
[(1997), p. 28]. Al apuntar hacia nuestro ser más intrínseco, y hacerlo además a
través de relatos cuajados de símbolos, el mito inaugura un espacio interpretati-
vo eminentemente dinámico que amplía los límites de la racionalidad y se abre
a otro plano de sentido del que emergen los contenidos intuitivos y los elemen-
tos misteriosos, insólitos o contradictorios que nos constituyen1. Los mitos son
topoi; en ellos se hacen presentes arquetipos, símbolos y referencias recurrentes
que proporcionan claves muy valiosas —siempre y cuando sepamos descifrar-
las— para llegar a comprender mejor lo humano2. Así, nuestra tarea interpre-
tativa se basa en reconocer «el mythos, la trama, el hilo conductor, la historia de
nuestra propia vida» [Downing (1998), p. 40] que palpita en los prolegómenos
del pensamiento griego y, por ende, de toda la filosofía occidental.
Al igual que la filosofía, la mitología nos habla de problemas eternos [Kirk
(2002), p. 75], y es en ese núcleo donde los mitos conectan con la metafísica,
puesto que «el mito prepara la especulación al explorar el punto de ruptura entre
lo ontológico y lo histórico» [Ricoeur (1982), p. 392]. El mito es un relato sobre
el ser —por ello podemos afirmar con Ricoeur que tiene pretensiones ontoló-
gicas— que se presenta bajo la forma de una historia, de una narración que
entraña cierta temporalidad, pero sin embargo y paradójicamente el mito está
fuera del tiempo histórico; lo mítico se retrotrae hasta los orígenes, es siempre
y por definición un relato fundacional. Los acontecimientos que los mitos rela-
tan están fuera del tiempo en el sentido de que son previos al tiempo, y sirven
por tanto para explicar el origen y la configuración de nuestra temporalidad. La
mitología «no tiene fecha ni lugar de nacimiento, no comienza en ninguna parte»
[Detienne (1985), p. 136] y de ahí se sigue que todo mito es acrónico y utópico
(porque el lugar mítico siempre es imaginario; es un no-lugar). El mito es pre-
vio a la historicidad, pero precisamente por ese «estar fuera» de la historia pue-
de dar cuenta de la misma, posibilitando e indicando un itinerario ontológico
para conocer qué es el ser, para llegar a comprender nuestra estructura consti-
tutiva temporal y los modos particulares en que«somos tiempo» —por decirlo
con Heidegger— y en que nos experimentamos siendo en el tiempo y del tiem-
po. En todo mito resuena «la voz de un tiempo originario más sabio» [Gadamer
1
Por citar un ejemplo de esta posibilidad de apertura que el mito ofrece a la filosofía, recor-
demos cómo Platón logra, por medio de los mitos, iniciar ese proceso exegético de carácter abier-
to que ya está implícito en todo relato mitológico y que es potenciado al máximo bajo la forma
del diálogo pues, como explica Emilio Lledó, «los mitos flotan sin amarras en el mar del lenguaje
platónico. No hay nadie que pueda monopolizar su interpretación». Cfs. LLEDÓ, E. «Introducción
general a los Diálogos de Platón», en Platón (1997), Diálogos Vol. I, Madrid, Gredos, p. 117.
2
Como es sabido, la interpretación de los mitos como manifestaciones de arquetipos que
forman parte del inconsciente colectivo ha sido desarrollada especialmente por el psicólogo
alemán Carl Jung. Cfs. JUNG, C. G. (2009), Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós.
(1997), p. 16], una voz que apunta hacia un «antes» paradójicamente previo
a toda temporalidad. Lo mítico siempre se retrotrae al tiempo primigenio, se
ubica en el origen de los tiempos, se incardina —o mejor dicho, se disloca— en
un no-lugar fuera del tiempo y ontológicamente anterior a éste.
En la mitología griega abundan las figuras que aluden a la temporalidad: las
Horas; el dúo Deméter-Perséfone, que representa los ciclos de las estaciones;
la Noche; Eos (la aurora), mensajera que anuncia el inicio de un nuevo día;
Jano, el dios de dos caras que mira hacia el pasado y hacia el futuro… Dado
que el análisis de todos esos mitos trascendería los límites de este trabajo, nos
centramos en primer lugar en dos elementos mitológicos: Cronos —que en-
carna el tiempo de la naturaleza y de lo divino, de lo sagrado y replegado en
sí mismo—, y el trío de las Moiras —que representan el tiempo lineal y finito,
propio de los humanos—. La segunda parte del estudio se ocupa de dos figuras
mitológicas que, cada una de un modo diferente, irrumpen en el tiempo lineal y
lo transforman; se trata de Mnemósine (la memoria), y Dionisos (el éxtasis). Se
plantea aquí una exégesis de estos mitos que pretende desentrañar la sabiduría
que encierran acerca de nuestra temporalidad constitutiva y de su doble ver-
tiente, que tiene que ver con el tiempo cósmico que nos contiene y trasciende, y
también con esa sucesión irreversible, única e irrepetible de instantes que tejen
el hilo de cada existencia concreta. En la mitología griega se plasman, por lo
tanto, los dos horizontes móviles de tiempo por los que discurre y «se escurre»
la vida humana: el tiempo cíclico propio del orden natural, y el tiempo lineal
que caracteriza el mundo humano. Además, hay otros mitos que remiten a las
posibilidades de alterar y transmutar esa linealidad, que es interrumpida por la
fiesta dionisíaca o traza un bucle sobre sí misma con la ayuda de Mnemósine.
Se asume que «el mito ha de ceder a la filosofía la tarea de desplegarlo y de
interpretarlo» [Detienne (1985), p. 136], aunque sin perder de vista que hay siem-
pre algo en el mito que se nos escapa, ya que bajo la forma del mito se atisban
lo inefable y lo sagrado; expresa aquello que está más allá, o más acá, del dis-
curso racional —y en este sentido se entiende la afirmación de Wittgenstein de
que la mitología es un juego del lenguaje—. El mito es un relato simbólico, y el
descifrado de los símbolos es un proceso interminable. Pero a pesar de esa com-
plejidad inherente a la tarea de comprender el mito, o precisamente por ello, no
sorprende que Heidegger, Gadamer y tantos otros se hayan sentido fascinados
por ese campo de infinitas posibilidades que la mitología ofrece para la filosofía,
y se hayan adentrado una y otra vez en la «experiencia originaria del mundo»
que está inscrita en el laberinto del lenguaje, el concepto y el mito griegos.
3
Este mito ha servido de fuente de inspiración para numerosas obras artísticas. Una de
las más impactantes es el cuadro de GOYA «Saturno devorando a un hijo», que reproducimos
en esta página.
de vista que la mitología, más allá de ser una proyección de lo humano y reflejar
las pasiones y emociones que nos caracterizan, habla también de los dioses, y
conecta de esta manera con otra dimensión cíclica. El tiempo sagrado es «un
Tiempo ontológico por excelencia, “parmenídeo”: siempre igual a sí mismo, no
cambia ni se agota» [Eliade (1981), p. 64]. Se expresa aquí otro paralelismo entre
Cronos y el ser de Parménides que hace referencia a la dimensión absoluta de la
temporalidad, cuyos límites nos son desconocidos y en cuyos intersticios trans-
curre nuestra existencia concreta, pues vivimos en ese «entre» el nacimiento y
la muerte al que ya se refirió Heidegger. La toma de conciencia de nuestro estar
«en el tiempo» y nuestro ser «del tiempo», abordada con perspectiva ontológica,
nos permite trascender los límites temporales de la propia inmanencia y conec-
tar con lo absoluto, que se desvela de diferentes formas —entre ellas, bajo la
forma de temporalidad primera— en la experiencia de lo sagrado.
Puesto que el mito refleja lo sagrado y relata hechos divinos indemostrables
empíricamente, ajenos al orden de lo humano, el modo de aproximarse al mito
requiere siempre esa perspectiva oblicua, tangencial e inacabada, inherente a to-
da toma de contacto con lo numinoso4. Esta lectura inscribe al mito en el terreno
de la creencia y su significado es descifrado como un «en sí», un núcleo de senti-
do fundante y dado a priori, de una vez por todas, porque se sitúa en el tiempo de
los orígenes y en el origen de los tiempos. En el ámbito de lo sagrado el tiempo se
manifiesta como un eterno retorno, es reversible y circular; es «el primer tiempo
concebido como órbita de un transcurrir sin avanzar» [Zambrano (2004), p. 50].
Mediante el rito se rememora y conmemora ese tiempo mítico primordial que
vuelve a presentarse y (re)presentarse bajo la forma de la celebración. Lo sagrado
es paradójico en cuanto a la temporalidad porque «se desvela en la historia y la
supera, forma parte de la naturaleza y la desborda» [Pikaza (1999), p. 76]; lo sagra-
do es lo trascendente que surge en un plano de inmanencia.
En lo sagrado afloran el misterio y lo inefable, se constituye en horizonte
trascendente de lo que podemos conocer. Y es precisamente a partir de ese
núcleo —que inaugura el contacto con la infinitud y la alteridad— de donde
emerge la posibilidad de un nuevo concepto de temporalidad que recae del lado
de lo humano. Desde esta otra perspectiva, el ser humano es aquel que busca
trascender su condición temporal y que se rebela, por medio de su inteligencia,
contra la finitud que condiciona y alcanza a todos los entes. La mitología griega
explica el surgimiento de esa segunda dimensión de temporalidad mediante el
relato de cómo el voraz Cronos es destronado por su hijo Zeus:
«Rea, la vida desbordante, logra salvar del hambre devorante de Crono,
el Tiempo, a su hijo preferido, Zeus (…) Rea da a Crono una piedra (materia
inanimada) para que éste la engulla en lugar de a su hijo Zeus. Crono se deja
4
Sobre las características del encuentro con lo sagrado y sobre el concepto de lo numi-
noso, cfs. OTTO, R. (2009), Ensayos sobre lo numinoso, Madrid, Trotta. Sobre la naturaleza
como espacio para el surgimiento de la experiencia de lo sagrado, resultan muy novedosas
las tesis recogidas en GEBARA, I. (2000), Intuiciones ecofeministas. Ensayo para repensar el
conocimiento y la religión, Madrid, Trotta.
parió a las Moiras [Hesíodo (1978), p. 109]. Estas hermanas son, según el mito,
tres viejas hilanderas que se encargan de trazar la urdimbre de la existencia hu-
mana. Cada vida en particular es representada por una hebra de lino que sale de
la rueca de Cloto, es medida por la vara de Láquesis y se somete al corte de las
tijeras de Átropo cuando llega la hora de la muerte. Esta última moira «es la más
menuda de tamaño, pero a la vez la más terrible» [Graves (2004), p. 49]. Átropo
representa el momento de morir, un breve lapso de tiempo dentro de la totalidad
de la vida —y por eso esta moira es, según el mito, «la más menuda de las herma-
nas»— pero el que más angustia nos produce porque su llegada supone el cierre
absoluto, la negación definitiva y radical del fluir de la vida que adviene con la
muerte. Este mito nos revela que nuestra vida pende —y depende— de un hilo.
Según la primera versión del mito, las Moiras son hijas de la Noche. Estas
hilanderas trabajan en la oscuridad y ocultas a las miradas ajenas, en un espacio
completamente inaccesible a los humanos, en ese no-lugar y no-tiempo propios
de los mitos. Precisamente esa ubicación en el abismo del no-tiempo —en ese
tiempo ontológicamente anterior al tiempo— es lo que posibilita que las Moi-
ras tengan entre sus manos (literalmente) el poder de influir y decidir sobre el
tiempo humano, de acotar cada existencia individual. La otra versión del mito
sostiene que las Moiras son hijas de Zeus (la inteligencia) y de Temis (la justicia),
y desde esa perspectiva encarnan la organización del tiempo vital que Zeus esta-
blece para los humanos. En cualquiera de sus dos variantes, la fuerza expresiva
y simbólica de este mito resulta indudable5.
Omnes feriunt, ultima necat (todas hieren, la última mata); esta cita latina que
aparece en la esfera de muchos relojes antiguos y que se refiere a las horas puede
aplicarse también a la interpretación del mito de las Moiras: todas sus acciones
influyen en los seres humanos, ya que estas hilanderas se ocupan constantemen-
te en entretejer el hilo de cada existencia con los demás hilos, combinando y
Aunque la obra de GOYA que ilustra esta página es menos conocida que «Saturno de-
5
vorando a un hijo», el pintor aragonés también retrató a las tres hilanderas mitológicas en
«Átropos, Las Parcas o El Destino», una de las «Pinturas negras» con que el artista decoró los
muros de su propia casa y que, al igual que su «Saturno», trasluce gran dramatismo.
trenzando unos con otros, separándolos después para quizás no volver a juntar-
los nunca más. Ese quehacer textil simboliza los vuelcos del destino que surgen
siempre inesperadamente, y que llevan a Hesíodo a afirmar que las Moiras «con-
ceden a los hombres mortales el ser felices y desgraciados» [(1978), p. 109], ya que
los cambios en la urdimbre de la existencia establecen las condiciones, el marco
de referencia básico en que cada ser humano busca su camino para ser feliz,
siempre con la incertidumbre de lo que el destino le depara: si tendrá fortuna en
sus empresas o si será asediado por las desgracias. Por lo tanto, todas las acciones
de las Moiras nos hieren, puesto que nos afectan para bien o para mal, y su última
acción nos mata: cuando Átropo corta nuestro hilo pone fin a nuestra existencia.
El hombre griego toma así conciencia de su precariedad, «sabe que su vida
está ya decidida por el destino, la moira o la aisa, la “suerte” o “porción” que le ha
sido asignada» [Eliade (1999), p. 337] y cuyos designios le son desconocidos.
Sin embargo, no todo está determinado a priori porque aunque las Moiras te-
jen el destino de la vida, «no depende de las Moiras la plenitud de la existencia,
de ellas depende sólo ese vuelco de las circunstancias que podría llamarse propio
del destino» [Jünger (2006), p. 247]. El papel de las Moiras es tejer el telón de
fondo en el que se despliega y determina la existencia concreta. Las Moiras
marcan la duración del tiempo que nos está asignado y el cupo de venturas y
desventuras que nos tocará sufrir a cada uno, pero el modo concreto en que
cada ser humano recorre su camino es fruto de la elección personal, de los
hábitos que van configurando el carácter o ethos, como ya indicó Aristóteles.
«Moira» en griego significa «parte», es la parte que nos toca, la porción de bue-
na y mala suerte que corresponde a cada uno de nosotros en función de una
voluntad divina que en ningún caso llegaremos a conocer6. Pero se asume que,
a pesar de ello, el ser humano puede hacerse partícipe de su destino e intentar
ser feliz; para lograrlo, deberá esforzarse al máximo en llevar una vida virtuosa.
Las Moiras, hijas de Zeus (la inteligencia y el espíritu), nos recuerdan que el
camino de la sabiduría comienza con la aceptación de la finitud y de la radical
incertidumbre que afecta a nuestra existencia pues, como afirmó Epicuro, «la
conformidad es la mayor de todas las riquezas»7.
Las Moiras implican una noción de tiempo diferente a la expresada por Cro-
nos; este trío de hilanderas alude a una temporalidad que es continua y dinámica,
6
Según otra interpretación alternativa de este mito, las Moiras representan a la triple
diosa Luna, ya que «moira», que significa «parte» o «fase», puede aludir también a las tres
fases de la luna: la luna nueva, la luna llena y la luna menguante. Cfs. GRAVES, R. (2004), Los
mitos griegos, Barcelona, Círculo de Lectores. Pero incluso aceptando esta interpretación,
esas tres fases lunares simbolizadas por las Moiras funcionan también como metáfora de la
juventud, la edad adulta y la vejez, lo cual refuerza la tesis de que este mito alude a la dimen-
sión temporal propia de la existencia humana.
7
Como es sabido a Atenea, diosa griega que representa la sabiduría, se le atribuye tam-
bién el papel de patrona de las hilanderas, pues se afirma que es ella quien ha enseñado a las
mujeres el arte de tejer. Esa conexión simbólica refuerza nuestra lectura del mito de las Moi-
ras en clave de aprendizaje para la vida, de sabiduría ética y práctica que se va adquiriendo
y aplicando progresivamente a medida que se avanza en el hilo-transcurso de la existencia.
8
Es muy significativo que de Zeus (el espíritu) y Mnemósine (la memoria) nazcan las
nueve Musas, que representan los distintos caminos de la creatividad, ya que la actividad
creadora y artística es un ámbito privilegiado donde se manifiesta el triunfo del espíritu sobre
la materia, donde el tiempo se multiplica —al crear nos asomamos a otros mundos, y otros
mundos advienen a nuestro mundo— y donde se abre la posibilidad de prolongar la propia
vida a través de la fama —que es también, a su vez, otra manifestación de la memoria y del
recuerdo—. En esta página, «Mnemosine», de DANTE GABRIEL ROSSETTI.
9
Éste no es el único pasaje mitológico en que Zeus, literalmente, «da a luz»; recuér-
dese el mito de Atenea, según el cual Zeus devoró a la titánide Metis cuando ésta estaba
embarazada. Llegado el momento del parto la diosa Atenea nació, con ayuda de Hefesto, de
la cabeza de su padre Zeus.
10
Es sabido que Nietzsche lleva a cabo una amplia reflexión sobre la relación entre
Dionisos y la creatividad artística. Para un estudio pormenorizado sobre esta cuestión, cfs.
SÁNCHEZ MECA, D. (2005), Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo, Madrid, Tecnos. El
cuadro de VELÁZQUEZ «El triunfo de Baco», reproducido en la página anterior, refleja esa trans-
gresión del orden establecido ocasionada por el dios.
11
Dionisos representa la promesa de reunificación de lo disperso porque, según el relato
mitológico, cuando era niño fue despedazado por los Titanes y su abuela, Rea (la madre de
Zeus y que, como ya se ha dicho, representa la fecundidad femenina), reunió los fragmentos
y consiguió hacer revivir a Dionisos y devolverle a su figura primitiva. Es interesante advertir
la similitud entre este relato y el mito egipcio de Isis y Osiris, según el cual Isis recoge los
restos de su esposo Osiris, esparcidos por el río Nilo, y recompone el cadáver, aunque en el
caso egipcio Osiris no vuelve a la vida, como sí acontece con Dionisos.
12
Recordemos que, para Kant, la experiencia de lo sublime se relaciona con un placer
negativo que experimentamos ante aquello que nos atrae y repele a la vez. Lo sublime es
superior a lo bello porque golpea la imaginación, eleva al espíritu más allá de sí mismo. Esto
es así porque, ante lo ilimitado, nuestra razón postula un infinito que nuestros sentidos no
pueden captar. Lo sublime fuerza nuestras capacidades y nos hace ir más allá de nosotros
mismos. Cfr. KANT (1973), Prolegómenos a toda metafísica del porvenir. Observaciones sobre
el sentimiento de lo bello y lo sublime. Crítica del Juicio, México, Porrúa. La experiencia de
lo dionisíaco tiene mucho que ver con esta noción de lo sublime que ya aparece apuntada
en Kant, y que remite asimismo al sentido estético de la existencia. En este punto coinciden
Kant y Nietzsche.
5. CONSIDERACIONES FINALES
A lo largo de este escrito se han revisado los dos modos principales de pen-
sar la temporalidad, y se ha podido constatar que ambas nociones de tiempo,
la circular y la lineal, que han permeado todas las reflexiones sobre el tema a lo
largo de la historia occidental, están ya presentes en la mitología griega. Esta
presencia tan intensa y rica en matices que aquí hemos intentado desgranar
da muestra de la flexibilidad del pensamiento mitológico previo a la filosofía,
y permite además tender puentes y señalar nexos conceptuales entre las no-
ciones de temporalidad manifiestas en el pensamiento griego arcaico y en las
reflexiones de los primeros textos de la filosofía, que recogen las ideas de Par-
ménides, Heráclito o Platón.
En primer lugar, el tiempo del mito es un tiempo sagrado en el que, recursi-
vamente, emerge lo sagrado como experiencia fundante de sentido. El mito de
Cronos alude claramente a ese tiempo originario e intenta explicar cómo todos
y cada uno de los entes temporales que han existido y existirán están conteni-
dos en él. El tiempo del mito se revive a través del rito que, repetido, refuerza
esa percepción del carácter circular del tiempo de la naturaleza, del tiempo
cósmico del que surgimos.
La victoria de Zeus sobre Cronos y el surgimiento de las Moiras representan
el advenimiento del tiempo humano, el tiempo de la vida que se va hilando y en-
tretejiendo con otras vidas para conformar un entramado de interacciones, un
contexto vital. Desde esta perspectiva, cada vida concreta puede ser interpretada
en clave ecosistémica; cada hebra interactúa con todas las demás hebras para
formar un tapiz más complejo: el tapiz del mundo humano del que todos y cada
uno somos partícipes. Ese tapiz tiene una historicidad de límites difusos; es im-
posible datar su fecha concreta de inicio, y tampoco tiene fecha prevista para su
finalización ya que, al igual que el sudario de Penélope, la esposa de Odiseo, su
trama está continuamente siendo tejida, destejida y vuelta a tejer.
Además de entrelazarse con otros hilos e ir variando en función de los giros
que describe, el hilo de cada vida singular se engrosa o estrecha por momentos a
partir de distintas vivencias que hacen que la percepción subjetiva del tiempo se
intensifique o se haga más leve. Los juegos de la memoria y los juegos del olvido,
la suma de monotonía y de notas discordantes y, en definitiva, la irrupción de
Mnemósine y de Dionisos, posibilitan que la vida humana no sea simplemente
un movimiento uniforme y rectilíneo, sino que pueda también replegarse sobre
sí misma, volver hacia el pasado, desdoblar el tiempo o incluso interrumpir mo-
mentáneamente su cauce… así, la vida se despliega como una síntesis de «aho-
ras» heterogéneos por los que la conciencia se desliza de modo continuo. El
tiempo vivido es una colección siempre en aumento de momentos importantes
u olvidados, de instantes que son percibidos con gran intensidad y recordados
una y otra vez o que, por el contrario, resultan anodinos e irrelevantes y se di-
luyen en el cauce de la conciencia apenas han transcurrido. Las Moiras tejen el
hilo, sí, pero es el ser humano, cada ser humano concreto, el que da sentido a la
trama; el que construye el sentido de su existencia a lo largo del tiempo.
6. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS