Spinoza y La Melancolia
Spinoza y La Melancolia
Spinoza y La Melancolia
Spinoza y la melancolía
por
Francisco Víctor Aguilar
Director:
Dr. Sergio Rojas Peralta
Lectores:
Dr. Juan Diego Moya Bedoya
Dr. Mario Salas
06 de enero de 2016
ACTA DE LA SESIÓN ORDINARIA N. 2-2016
DEFENSA DE MEMORIA
SEMINARIO DE GRADUACIÓN
CELEBRADA EL 06 DE ENERO DE 2016
A mis padres César e Ileana. Son mi aliento y apoyo constante. A ellos dedico este
trabajo.
A mis hermanos, Diana y Esteban, siempre generosos con su hermano menor.
Agradezco también a Andrea Mickus, por su compañía, paciencia y apoyo durante
este proceso, a Sebastián Sánchez y George I. García por su acompañamiento y tertu-
lia filosófica, a Sergio Rojas por su disponibilidad y generosidad, y a los profesores
Juan Diego Moya y Mario Salas por su asesoría y aliento.
Non ridere, nec lugere, neque detestari, sed intelligere
Spinoza
Índice
Introducción 1
Sección I. Física de la melancolía. La melancolía en cuanto referida al cuerpo 6
A. Sobre las definiciones de melancolía 6
B. Algunas cuestiones básicas sobre la teoría spinoziana del cuerpo humano 8
C. Afecciones locales y afecciones globales 19
a. Titillatio et dolor 20
b. Hilaritas 24
c. Melancholia 26
Sección II. Psicología de la melancolía. La melancolía en cuanto referida a la mente 30
A. Humilitas 30
B. Poenitentia 32
C. Abjectio 33
D. Invidia 37
Sección III. Política de la melancolía 40
A. Superstitio et melancholia 40
B. Los melancólicos, los vicios y las bestias 43
Sección IV. Ética de la melancolía. 48
A. El vino, las cosquillas, el fármaco, y la música 48
B. Un remedio imaginativo: el engaño de sí 51
Conclusión 55
Bibliografía 58
Fuentes primarias 58
Fuentes secundarias 58
Sobre Spinoza: 58
Sobre los afectos, la melancolía y teología política: 61
Indice analítico 64
!1
Introducción
1. “No es fácil que Saturno indique un tipo y un destino comunes del género humano sino que anuncia más
bien un hombre separado de los demás, divino o bestial, feliz u oprimido por una miseria extrema.” (Tres
libros sobre la vida, de M. Ficino, 2006: 94). Se puede encontrar un comentario sobre la concepción de la
melancolía de Ficino en el ya referido Saturno y la melancolía (2009), especialmente: 250-277. Como se verá, el
concepto spinoziano de melancolía no admite esta dualidad, remarcando solo su aspecto negativo o
“adusto”.
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do de gran apoyo en cuanto nos hemos acercado al tratamiento en la Ética de los afec-
tos de estimación. Finalmente, de carácter general, también han sido sumamente úti-
les, 2006: Moreau, P. (2014) Spinoza. Filosofía, física y ateísmo, Rojas Peralta, S. (2010)
Afectos, tiempos e intensidades en la Ética de Spinoza, (ed.) Fernández, E. y María
Luisa de la Cámera (2007) El gobierno de los afectos en Baruj Spinoza y, finalmente, la tra-
ducción de las lecciones de Deleuze, publicadas bajo el título En medio de Spinoza
(2006).
En cuanto concierne a la conexión directa de la filosofía de Spinoza con la me-
lancolía, exceptuando referencias pasajeras en trabajos de mucho más amplio alcan-
ce, sólo hemos tenido acceso a dos textos. Un muy buen artículo de Nicolás Vainer
(2007) titulado La política como remedio de la melancolía, en donde se abordan todas las
menciones que hace Spinoza respecto de la melancolía y se examinan satisfactoria-
mente varios de los problemas y derivas interpretativas que el tema plantea, y un es-
tudio comparativo de Catalina Epprecht (2013) titulado Melancholiam expellere. Uma lei-
tura spinozista de “Luto e Melancolia” de Sigmund Freud en Spinoza. Este último es de carác-
ter esquemático y nos ha sido útil cuando nos hemos visto discutiendo con el famoso
ensayo de Freud.
La investigación nos lleva, en primera instancia, a lidiar con el problema de la
definición de melancolía, que al menos en su nivel explícito remite sobre todo a una
concepción corpórea de ella. La primera sección de este trabajo intenta desarrollar
este concepto, en vista de lo cual nos hemos vistos obligados a abordar de manera
previa y general la teoría spinoziana del cuerpo humano. Allí tratamos con detalle los
postulados sobre el cuerpo humano (ubicados entre E2P13 y E2P14). Luego, tratamos
de los cuatro afectos que Spinoza comprende como variantes de la tristeza y la ale-
gría, y en tanto se refieren al cuerpo: placer, dolor, regocijo y melancolía. Al finalizar,
entonces, desarrollamos este concepto spinoziano de melancolía, que es el único que
encontramos de manera explícita en su obra. En la segunda sección, buscamos lo que
sería la definición mental de la melancolía, omitida por Spinoza. La encontramos de
!5
manera muy directa en su definición de la humildad. Sin embargo, sostenemos, des-
entrañar la melancolía desde este atributo implica recorrer una familia de afectos,
respecto de los cuales nos proponemos ofrecer su genealogía. El conjunto de esta fa-
milia conforma lo que hemos denominado como afectividad melancólica. Tales afec-
tos son: la humildad, el arrepentimiento, la abyección, la vergüenza y la envidia. Des-
pués analizamos el despliegue socio-político de esta afectividad, apoyándonos en dos
referencias puntuales de Spinoza que apuntan en esa misma dirección. La primera de
ellas polemiza con una concepción supersticiosa de la melancolía, la cual se opone a
su deshecho o remedio. La segunda refiere a la relación de la afectividad melancólica
con la cuestión de los vicios y virtudes humanas, así como también de la inclinación
misantrópica del melancólico. Por último, en el nivel ético del tema abordamos la
cuestión del remedio a dicho afecto interpretando primero algunos textos de Spinoza
donde señala hacia medios exclusivamente físicos tales como el vino, las cosquillas, el
fármaco y la música. Luego, proponemos un remedio imaginativo, el engaño de sí,
que apunta menoscabar y transformar los afectos de estimación del melancólico.
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Antes, sin embargo, nos ocuparemos de la teoría spinoziana del cuerpo hu-
mano. Debemos dilucidar su estructura y su dinámica interna, así como la legalidad
que determina sus encuentros con los cuerpos exteriores. Se intentará determinar qué
lo compone, qué es lo que le confiere identidad y cuáles son los alcances y determina-
ciones de dicha identidad. Esta última cuestión enfrenta a la identidad del cuerpo la
cuestión del cambio.
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B. Algunas cuestiones básicas sobre la teoría spinoziana del cuerpo hu-
mano
2 La expresión la tomamos de Filip Buyse, cf. Van Bunge et al, 2011: 190.
!9
sos y complejos. El segundo postulado (E2P13ex/post. 2) nos da pista respecto de la
diversa naturaleza de estos cuerpos. Tenemos fluidos, blandos y duros. Reenvío al
axioma 3 del Interludio, que nos explica las características de cada uno de estos cuer-
pos. Duros, aquellos “cuyas partes se aplican unas a otras por medio de superficies
grandes”. Blandos, sus partes “se aplican unas a otras por medio de superficies pe-
queñas”. Fluidos, “aquellos cuyas partes se mueven unas entre otras”. Podemos agru-
par estos cuerpos con base en las dimensiones de sus superficies, emparentando los
cuerpos duros y los blandos, respecto de los cuales los fluidos se distanciarían por la
peculiaridad de que prescinden de “aplicación” (“incumbere” ) entre superficies, para
sustituirlo por un movimiento de las partes entre sí (“inter se moventur”, cf. Rojas Peral-
ta, 2012: 73-75) o, más bien, trazando la línea sobre la base de la capacidad que tie-
nen estos cuerpos para ser afectados: existirían “dos clases grandes categorías de indi-
viduos, los duros, que no tienen ningún devenir y ninguna especie de afectividad, y los
blandos, incluidos los fluidos, que pueden cambiar de figura o de superficie, y así va-
riar conservando al mismo tiempo su relación constituyente” (Zourabichvili, 2014:
41). El quinto postulado, que ni siquiera hace mención de los cuerpos duros, con su
descripción del choque frecuente de una parte fluida del cuerpo humano con otra
parte blanda, deja la impresión de que esta última es la destinada a asegurar alguna
continuidad para el cuerpo humano dentro la maraña de encuentros a las que se ve
sometido de manera ininterrumpida, en tanto es capaz, en función de la comunica-
ción que recibe de las partes fluidas, efectivamente, de alterar su superficie y retenerla
(vestigia). Es conocida su importancia para explicar los mecanismos de la memoria.
Los fluidos, dada su altísima capacidad afeccional, pueden alterar su superficie, pero
la característica de su movimiento y su lugar comunicativo en el marco del cuerpo
humano, siempre de encuentro a encuentro, sugiere que se mueven a altas velocida-
des, y que en función de ella los vestigios que padecen y su figura se ven tan rápida y
frecuentemente alterados que retienen muy poco o casi nada. Desde esta perspectiva
los cuerpos fluidos, en principio diametralmente opuestos a los cuerpos duros, pare-
cen no alejarse tanto, dada la pobre capacidad que tienen estos cuerpos para retener
!10
los vestigios (uno en tanto los hace rebotar brutalmente o estos lo descomponen, el
otro en tanto borra sus huellas continuamente).
Comentar los aspectos estructurales del cuerpo humano sin hacer referencia a
su orden dinámico no es posible. Ya la introducción de la estructura tripartita (cuer-
pos duros, blandos y fluidos) nos obligó a referirnos a la dinámica interna del cuerpo
desencadenada por sus encuentros con los cuerpos externos. El elemento central de
tal aspecto dinámico, sin el cual no se comprende la constancia (limitada) de la estruc-
tura, es la misma definición de individuo como una cierta relación de movimiento y
reposo. Ya el Tratado Breve señalaba este aspecto, indicando que esta relación se expre-
sa como una determinada proporción y señalaba, como ejemplo, una de 1 a 3, la
cual, que en cuanto se viera rebasada, conllevaría una tal violencia que aniquilaría al
individuo3. Sin embargo, el cadáver, en cuanto un modo finito más de la extensión,
sólo expresa un cuerpo con una nueva proporción de movimiento y reposo. La fuerza
de lo desarrollado en el Tratado Breve reside en explorar este aspecto cuantitativo del
concepto de relación de movimiento y reposo, dándonos una descripción de los en-
cuentros con los cuerpos exteriores según sus efectos sobre la relación4. Sin embargo,
es en el interludio físico donde captamos el aspecto cualitativo del concepto “relación
de movimiento y de reposo”. La Ética logra esto, como bien ha señalado Zourabichvi-
li (2014, 47-86), concibiendo la relación de movimiento y reposo como una relación
comunicativa entre las partes del cuerpo humano. Esta comprensión es muy produc-
tiva, en tanto nos lleva a comprender mejor la mecánica interna que opera en el
cuerpo humano en cada encuentro y cómo esta mecánica expresa la naturaleza del
cuerpo mismo. La comunicación de cantidades de movimiento o reposo entre las par-
tes del cuerpo humano es un índice mucho más complejo y concreto en aras de com-
3 “[…] si un cierto cuerpo tiene y mantiene esta proporción, que es, por ejemplo, de 1 a 3, el alma y el cuer-
po estarán igual que está ahora el nuestro, el cual está sin duda constantemente sometido al cambio, mas no
tan grande que se salga de los límites de 1 a 3; sin embargo, cuanto cambia él, tanto cambia, a su vez, el
alma”. TB 2/Pr, nota 5.
4Ver TB 2,/19, nota 12; donde se señalan los efectos contrapuestos de la ingesta excesiva de alimento y el
consumo de vino y en general de las bebidas fuertes.
!11
prender la esencia del individuo (tal como se desempeña esta esencia en la extensión)
que la idea de una norma general de proporción de movimiento y reposo.
5“Si la regla de las transformaciones se opone al caos de las metamorfosis, ello se debe a que la verdadera
demarcación pasa por el reconocimiento de que toda potencia se determina por leyes.” (Moreau, P-F, 2014:
34).
6 El comentario a de estos lemas debe mucho a lo desarrollado en Spinoza, una física del pensamiento (2014), de
François Zourabichvili, concretamente 66-78.
!12
Así, pues, en esta vida nos esforzamos ante todo en que el cuerpo de
nuestra infancia se cambie en otro —cuanto su naturaleza lo permita y a él
le convenga— que sea apto para muchísimas cosas, y referido a un alma
que posea una amplia consciencia de sí misma, de Dios y de las cosas, de tal
manera que todo lo que se refiere a su memoria e imaginación carezca
prácticamente de importancia por respecto de su entendimiento (E5P39s).
In the work of this thinker [Spinoza] who, I repeat, is viewed as the enemy
of freedom, there is in fact a recognition of an ontological plasticity that is
both positive -the plasticity of the affects- and negative -the absolute modi-
fication of the mode, the production of another existence unrelated to the
previous existence (2013: 37).
7 “los afectos que cotidianamente nos asaltan se relacionan, por lo general, con una parte del cuerpo que es
afectada más que las otras” (E4P44S).
!20
za, de forma que la precisión de la definición radica casi totalmente en lo que se refie-
re al cuerpo.
a. Titillatio et dolor
9 “los afectos tienen generalmente exceso, y sujetan al alma de tal modo en la consideración de un solo obje-
to, que no puede pensar en otros; y aunque los hombres están sometidos a muchísimos afectos —encontrán-
dose raramente, por ello, a alguien que esté dominado siempre por un solo y mismo afecto —, no faltan, con
todo, hombres a quienes se aferra pertinazmente un solo y mismo afecto” (E4P44s).
!22
desborda por ambos lados, una parte con demasiado movimiento, otras muchas par-
tes con exceso de reposo. La relación característica del individuo se acerca, pues, al
límite elástico de su potencia afeccional. El placer en exceso tiende a generar una si-
tuación crítica del cuerpo, en la cual sólo un relajamiento de la tensión puede permi-
tir la recuperación de la forma.
10
Marx formulará este concepto de necesidad, que apenas logramos entrever en Spinoza. Se trata de una
comprensión a la vez natural y social de necesidad. Al respecto: cf. Teoría de las necesidades en Marx (Agnes
Heller, 1986).
!24
b. Hilaritas
Para que esta constancia del individuo en sus afecciones se mantenga, es nece-
sario un gran esfuerzo de obrar y de pensar. Las nociones spinozianas de contento de
sí mismo11 y de fortaleza de ánimo serían los correlatos necesarios, uno en el orden de
la mente, el otro en el cuerpo y la mente a la vez, de la hilaritas. Así, las composiciones
11
Ver Bove (2009: 113-132), donde señala que la hilaritas facilita la aquiescencia in se ipso, fungiendo como el
correlato extensivo para la formación y concatenación de ideas adecuadas (cf. E2P7).
!26
y el efectivo equilibrio de la relación característica se ven correspondidos con ideas
adecuadas, tanto de las cosas (formación de nociones comunes) como de sí mismo,
que deriva en alegría y en la idea de sí como causa, en la consideración alegre de la
propia potencia de obrar, todo lo cual se comprende como hábito y como virtud
(mental y corporal) en la fortaleza de ánimo de este individuo.
c. Melancholia
12 Aquí nos apoyamos en el trabajo La política como remedio de la melancolía, de Nicolás Vainer,: “Pareciera que
aquí la palabra ‘absolutamente’ está modificando a los participios ‘disminuida’ y ‘reprimida’ y sólo gracias a
ello, luego, a ‘la potencia de obrar del cuerpo’. Es decir, gramaticalmente es un adverbio de modo que
pareciera modificar a los participios y no en forma directa al sujeto. Por otro lado, ‘absolutamente’ significa
‘totalmente’, ‘completamente’. Cabe entender entonces que Spinoza quiere significar que, en el caso de la
melancolía, la disminución y represión de la potencia de obrar sean totales. La consecuencia que habrá de
seguirse de ello será por tanto que en determinado momento, y de no mediar ninguna otra causa, dicha po-
tencia llegará a su anulación. Ello haría del afecto de la melancolía uno singularmente destacable en la con-
sideración de la Ética, en la medida en que podría entrañar una oposición directa al conatus y a lo que de él se
ha dicho entre las proposiciones 4 y 10 de E3. Sin embargo, se debe notar que esta interpretación no encuen-
tra, al menos en principio, sustento. Se ha de recordar que en E3P11S Spinoza se refirió a regocijo y melan-
colía como los nombres que se les da al placer y al dolor ‘cuando todas las partes [del ser humano] resultan
igualmente afectadas. Y ahora, en E4P42d, al hablar del regocijo, vuelve a señalar su carácter de alegría que
afecta ‘a todas las partes del cuerpo’. Me inclino a pensar que entonces el recurso de utilizar la palabra ‘abso-
lutamente’ está presente sólo para no repetir ‘todas las partes del cuerpo’, pero lo que se quiere significar
sigue siendo que la melancolía, sea que se la refiera al cuerpo o al alma, importa una disminución o represión
sin excepción de las potencias de todas las partes de cualquiera de ellos” (Vainer, 2007: 467-468).
13
“Es bueno lo que provoca que la relación de movimiento y reposo que guardan entre sí las partes del
cuerpo humano se conserve, y, al contrario, es malo lo que hace que las partes del cuerpo humano alteren su
relación de reposo y movimiento” (E4P39).
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rectamente mala. La coyuntura melancólica es crítica. La expresión spinoziana es
semper mala, cuyo reverso obtenemos en el “semper bona” y sin exceso de la hilaritas. Es
incluso más perniciosa que el dolor, en cuánto este puede resultar positivo y correcti-
vo en relación con el exceso de placer. Claramente no hay una melancolía que sería
correctiva de la hilaritas, porque esta no tiene exceso, no demanda represión.
La comparación con el dolor, sin embargo, nos puede permitir explicar qué le
sucede a las partes del cuerpo en la melancolía. Anteriormente habíamos entendido
el dolor, comprendido bajo la extensión, como efecto de un aumento de la cantidad
de reposo en la relación característica de la parte. Análogamente, podemos entender
la melancolía, en cuanto referida al cuerpo, como una afección, infligida desde el ex-
terior, que altera en el sentido del reposo la relación de movimiento y reposo entre las
partes del cuerpo humano. En un sentido grave, la melancolía se puede comprender
como la atrofia global del cuerpo humano. Esta atrofia generaría problemas en las maneras
que tiene el cuerpo humano para conservar su forma y reproducirla, dado el estado
de su potencia afeccional. El cuerpo humano tendrá dificultades para retener los ves-
tigios; captará una cantidad mucho menor, y dado que la comunicación entre las par-
tes blandas y fluidas se verá afectada, será más lenta. En este sentido enfrentará difi-
cultades para orientarse, ya sea direccionalmente, ya sea en términos de velocidad. Y
es comprensible que su velocidad frecuente se vuelva más lenta. Finalmente, también
verá complicada su habilidad para renovar sus partes de manera efectiva. Esta es qui-
zá la más seria de todas, ya que la cuasi-regeneración de las partes no sólo remite a la
conexión externa del modo finito con los otros modos, y en general con la naturaleza,
sino que es donde dicha conexión se muestra como necesaria y constituyente del indi-
viduo. La física nos da el diagnóstico somático: apatía, cansancio o abatimiento y tras-
torno alimentario, tres síntomas que podemos comprender por el decrecimiento de la
potencia afeccional y como expresiones de la atrofia global. Se precisa, así, de una
manera mucho más concreta, la mengua experimentada en la melancolía de la po-
tencia de ser afectado de muchas y diversas maneras.
!29
La apatía expresa la creciente incapacidad para retener vestigios, la cual se tra-
ducirá en la mente como la creciente incapacidad para percibir una gran y variada
cantidad de objetos. Esto afecta, primariamente, la capacidad del individuo para pro-
ducir sensaciones en general. La cinematografía del afecto melancólico14 es muy ho-
mogénea y lenta, la aparición como tal de las cosas al individuo es menos frecuente y
menos rica, con lo cual su capacidad para formar in absentia las imágenes de las cosas
se empobrece a su vez.
14
En el uso de la noción de cinematografía del afecto nos apoyamos en Sergio Rojas Peralta, cf. Afectos,
tiempos e intensidades en la Ética de Spinoza (cf. 2010: 99).
!30
A. Humilitas
La humildad no es otra cosa que la idea que tiene la mente de la impotencia de su ob-
jeto, que es el cuerpo, impotencia experimentada de manera absoluta (que quiere de-
cir: en todas sus partes y por igual) en la melancolía. El vínculo de la afección melan-
cólica con el afecto de la humilitas nos parece suficientemente evidente. Pero podemos
precisar que no se trata de una humildad cualquiera, sino de una versión radical de
ella, porque es la idea de la represión de la potencia de todas las partes del cuerpo, y
no sólo de algunas. Spinoza también dice que el humilde considera su debilidad, que
metafóricamente o no, nos recuerda la sintomatología del melancólico, la globalidad
de su atrofia corporal.
C. Abjectio
15Los contrastes son notables y han sido señalados a menudo: al principio de la propia conservación se añade
una pulsión de muerte (que funciona en cierto punto de la teoría como un principio que aplica instintiva-
mente lo que Spinoza delineó como “dolor bueno”), se contraviene la formulación spinoziana del principio
de identidad, de forma que el sujeto del psicoanálisis es por definición desdoblado; por último, el des-
doblamiento abre la posibilidad de un goce extraído del propio sufrimiento. Sobre la relación Spinoza y psi-
coanálisis se puede consultar La no-excomunión de Jaques Lacan. Cuando el psicoanálisis perdió a Spinoza,
de J. Attal (2012). Una discusión respecto del tema que tratamos aquí se encuentra en Melancholiam ex-
pellere. Uma leitura spinozista de “Luto e Melancolia” de Sigmund Freud, por C. Epprecht (2013).
Este afecto no tiene contrario, pues nadie se estima a sí mismo, por odio ha-
cia sí mismo, en menos de lo justo; es más: nadie se estima a sí mismo en me-
nos de lo justo por el hecho de imaginar que no puede esto o aquello (E3da-
f28ex) [subrayado nuestro].
Las razones de la imposibilidad de este odio a sí las hemos explicado más arri-
ba cuando consideramos la humildad. En efecto, allí vimos que el humilde no consi-
dera la impotencia, sino que su consideración de la potencia se ve bloqueada o repri-
mida. A continuación Spinoza explica, sin embargo, las razones por las cuales al-
guien puede llegar a estimarse en menos de justo (que finalmente es la definición que
nos ofrece de la abyección, cf. E3daf29). Es un párrafo que sostiene una notable simi-
litud argumentativa con el escolio sobre el suicido. Se apoya igualmente en argumen-
tos que afianzan la naturaleza heteronómica de tales “actos” y afectos:
Ahora bien, si nos fijamos en lo que depende sólo de la opinión ajena, po-
dremos concebir que se dé la posibilidad de que un hombre se estime en
menos de lo justo: efectivamente, puede ocurrir que un hombre, al conside-
rar tristemente su debilidad, imagine ser despreciado por todos, siendo así
que a los demás ni se les ha ocurrido despreciarlo. Además, un hombre
puede estimarse en menos de lo justo si niega de sí mismo, en el momento
presente, algo que tiene relación con el tiempo futuro, que es incierto para
él, como cuando niega que él pueda concebir nada con certeza, o que pue-
da desear, u obrar, nada que no sea malo o deshonesto, etc. Podemos decir,
en fin, que alguien se estima en menos de lo justo cuando vemos que, por
excesivo miedo a la vergüenza, no se atreve a hacer aquello a que se atreven
otros iguales a él (E3daf28ex).
La segunda razón que Spinoza remite a la vergüenza colorea este con el mie-
do. Se trata de lo que en la vida cotidiana entendemos como falta de coraje de un in-
dividuo. No se trata de ceder al atrevimiento, porque este refiere a intentar realizar lo
que alguien que no es igual hizo o lo que nadie ha hecho. Es un miedo que sólo ex-
presa la visión rebajada de sí mismo, de no poder determinarse a lo que otros iguales
a él obran. Este bloqueo de la acción afecta la estimación, en cuanto fuerza al indivi-
duo a comparar su potencia con la de sus semejantes y restringe sus proyectos o am-
biciones en tal comparación.
D. Invidia
La envidia la derivamos de la abyección. Este afecto posee dos caras, que se de-
ciden en el ámbito de la afecciones que recibe el envidioso. “La envidia es el odio, en
cuanto afecta al hombre de tal modo que se entristece con la felicidad de otro y se
goza con su mal” (E3daf23). Estas dos caras parecen, al principio, como alternativas.
Si se percibe un mal que padeció el otro, por imitación de los afectos, se derivará una
alegría. Si se percibe una alegría, derivaremos una tristeza. Se nota que en la envidia
la imitación de los afectos funciona inversamente18, y que por tanto, lo que se presu-
pone en la mirada del envidioso es el odio hacia una cosa semejante (E3P27D). De
esta manera, atendiendo a la constitución melancólica, podemos decir que este odio
previo lo pone la abyección de sí, puesto que desde su perspectiva se puede ver cómo
es que se acaba gozando de un mal ajeno. El abyecto se alegra de ver que él no es el
único zarandeado por la fortuna. O que él no es él único que cae en los vicios:
18 La teoría de la imitación de los afectos es central en la psicología spinoziana. Regula las interacciones so-
ciales especularmente, tomando como punto de partida la semejanza del otro: “Por el hecho de imaginar que
experimenta algún afecto una cosa semejante a nosotros, y sobre la cual no hemos proyectado afecto alguno,
experimentamos nosotros un afecto semejante” (E3P27). El mismo principio se mantiene si el otro es alguien
a quien previamente amamos. Sin embargo, en cuanto odiamos se invierte, alegrándonos si al otro lo
percibimos triste, entristeciéndonos si lo percibimos alegre.
!38
bres con vistas a su crítica, y no a su corrección; de ahí, en fin, que sólo les
parezca bien la abyección misma, y, en realidad, se glorían en ella, aunque
de manera tal que parezcan despreciarse a sí mismos (E4P57S).
19 cf. Sergio Rojas Peralta, Afectos, tiempos e intensidades en la Ética de Spinoza, 2010, 98.
!40
A. Superstitio et melancholia
20
"Entre la irrisión (que, como he dicho en el Corolario I, es mala) y la risa, reconozco que hay una gran
diferencia. Pues la risa, como también la broma, es pura alegría y, por tanto, con tal que no tenga exceso, es
de por sí buena (por la Proposición 41 de esta Parte). Pues, ciertamente, sólo una torva y triste superstición
puede prohibir el deleite. ¿Por qué saciar el hambre y la sed va a ser más decente que desechar la melancolía?
Tal es mi regla, y así está dispuesto mi ánimo. Ningún ser divino, ni nadie que no sea un envidioso, puede
deleitarse con mi impotencia y mi desgracia, ni tener por virtuosos las lágrimas, los sollozos, el miedo y otras
cosas por el estilo, que son señales de un ánimo impotente. Muy al contrario: cuanto mayor es la alegría que
nos afecta, tanto mayor es la perfección a la que pasamos, es decir, tanto más participamos necesariamente
de la naturaleza divina. Así, pues, servirse de las cosas y deleitarse con ellas cuanto sea posible (no hasta la
saciedad, desde luego, pues eso no es deleitarse) es propio de un hombre sabio. Quiero decir que es propio de
un hombre sabio reponer fuerzas y recrearse con alimentos y bebidas agradables, tomados con moderación,
así como gustar de los perfumes, el encanto de las plantas verdeantes, el ornato, la música, los juegos que sir-
ven como ejercicio físico, el teatro y otras cosas por el estilo, de que todos pueden servirse sin perjuicio ajeno
alguno. Pues el cuerpo humano está compuesto de numerosas partes de distinta naturaleza, que continua-
mente necesitan alimento nuevo y variado, a fin de que todo el cuerpo sea igualmente apto para hacer todo
lo que puede seguirse de su naturaleza, y, consiguientemente, a fin de que también el alma sea igualmente
apta para conocer al mismo tiempo muchas cosas. Y así, esta norma de vida concuerda muy bien con nue-
stros principios y con la práctica común; por lo cual, si hay alguna regla de vida que sea la mejor, lo es ésta,
así como la más recomendable en todos sentidos. Y no es preciso tratar de este tema con mayor claridad ni
extensión”(E4P45cor2s).
!41
odio, y el juicio respecto de este invierte el que se dio de la melancolía; mientras esta
poseía el carácter de semper mala, del odio señala: nunquam potes esse bonum. Se inicia con
la distinción entre risa e irrisión, señalando una cosa como buena y la otra como
mala. Y mientras en estas primeras líneas se mantiene el lenguaje de la definición, ve-
lozmente opera un tránsito a la típica tonalidad agonística de los escolios. Lo sabemos
por la expresión “torva et tristis superstitio”, en cuyo primer término se adjetiva a la su-
perstición como amenazante y peligrosa, y en el segundo como triste. El objeto de
esta superstición: la prohibición del deleite. En seguida, la referencia a la melancolía,
la cual vemos comparada al hambre y la sed, y que cierra con “melancholiam expellere”.
Luego, un yo sale a la superficie de la Ética con una frase extrañamente personalísima,
donde declara su oposición a la prohibición del deleite declarada por esta superstición
y enuncia una norma o regla que ordena la satisfacción de las necesidades (comida y
bebida) y el imperativo de expulsar la melancolía. Continúa retomando y especifican-
do el carácter de esta superstición, a la cual ya se le ha declarado una oposición firme.
Quien prohíbe el deleite o la expulsión de la melancolía sólo puede ser un envidioso.
Hemos notado anteriormente de qué manera el melancólico pertenece a esta clase de
envidiosos, y cómo fácilmente lo podemos imaginar en la irrisión. Pues el ánimo del
autor rechaza tal deleite en la desgracia ajena, y con la misma determinación rechaza
la asombrosa inversión de las cosas que opera en quién declara como virtuosos los
signos y afectos (lágrimas, sollozos, miedo), que son tan sólo expresión de un “ánimo
impotente”.
No es difícil ver que la crítica de la concepción que exalta una supuesta virtuo-
sidad en estos signos y afectos del sufrimiento está emparentada con la crítica de la
humildad y el arrepentimiento, respecto de los cuales ya sabemos que no son virtudes
(cf. E4P53 y 54). Sin embargo, es aquí donde las cosas se tornan ambiguas. Porque no
siendo Spinoza un apologeta del sacrificio, justifica aquí cierto uso para estos afectos,
un uso político:
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Puesto que los hombres raramente viven según el dictamen de la razón, es-
tos dos afectos —la humildad y el arrepentimiento—, y, además de ellos, la
esperanza y el miedo, resultan ser más útiles que dañosos; por tanto, su-
puesto que es inevitable que los hombres pequen, más vale que pequen en
esta materia. Pues si los hombres de ánimo impotente fuesen todos igual-
mente soberbios, no se avergonzaran de nada ni tuviesen miedo de cosa al-
guna, ¿por medio de qué vínculos podrían permanecer unidos, y cómo po-
dría contenérseles? El vulgo es terrible cuando no tiene miedo; no es de ex-
trañar, por ello, que los profetas, mirando por la utilidad común, y no por la
de unos pocos, hayan recomendado tanto la humildad, el arrepentimiento y
el respeto. Pues, en realidad, quienes están sujetos a esos afectos pueden ser
conducidos con mucha mayor facilidad que los otros para que, a fin de
cuentas, vivan bajo la guía de la razón, esto es, sean libres y disfruten de
una vida feliz (E4P54S).
No debemos olvidar, sin embargo, que los afectos que tratamos, aunque rela-
cionados, no se identifican siempre. Spinoza no está justificando un uso político de la
melancolía, sino un uso suplementario, limitado, de la humildad y el arrepentimiento
en cuánto puedan contribuir a mantener a la plebe en las riendas del Estado, por el
bien de ambos.
21 En el Tratado Breve, Spinoza señala que es un afecto que indica más la imperfección del individuo que la
emana, que hacia quien es su objeto. La irrisión, en caso que en verdad sea provocada por el patetismo del
otro, lo supone, sin embargo, como agente, no como encadenado naturalmente. La risa, en cambio, no re-
fiere al otro, sino a quien observa un bien en sí mismo. Desde la perspectiva de la Ética, la risa sería, entonces,
un afecto contrario a la abyección, (cf. TP 2/11, 1-4).
!45
lo que motiva la escritura de la Ética y conforma, muchas veces de manera muy clara,
su tenor y objetivos. Se trata de conocer los afectos, su poder sobre nosotros y tam-
bién nuestro poder sobre ellos. No nos horrorizaremos, ni tampoco cederemos a la
saña, al lamento o al desprecio, que son todos inútiles y perniciosos. Más bien se trata
de avanzar en el conocimiento y moderación de los afectos, y, en la medida en que
tengamos éxito, disponernos pedagógicamente hacia los otros, no por conmiseración,
sino por benignidad y beneficio común.
22 Corregimos la traducción de Vidal-Peña, que en esta ocasión vierte “bruta” por brutos. Hemos preferido
“bestias”, que no sólo expresa mejor el sentido del escolio, sino que se corresponde también con la traducción
que se había dado del “admirentur bruta” que aparece en el escolio de la proposición 35 de la misma Parte.
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Sección IV. Ética de la melancolía.
Aunque no nos hablan de la melancolía, hay dos notas en el Tratado Breve que
tratan sobre la expulsión de la tristeza utilizando medios exclusivamente físicos. La
primera de ellas empieza con la explicación de por qué consideramos algunas cosas
como buenas o como malas. Y la respuesta a ello se encuentra en cómo las cosas se
componen con nosotros, cómo su relación de movimiento y reposo afecta a la nuestra
en cuanto se ponen en contacto. El vocabulario de lo bueno y lo malo se deja a un
lado, y Spinoza prefiere sustituirlos por lo agradable o lo desagradable, lo primero se
encontraría más cercano a nuestra relación, lo segundo más lejano. Y es en el ejemplo
de esta teoría que se introduce la cuestión:
La nota se explaya sobre el caso del afligido (que será retomado en la Ética,
como veremos). Explicaciones tan específicas sobre el funcionamiento del cuerpo y
tan influenciadas por la problemática de la interacción mente-cuerpo ya no las vere-
mos en la Ética. Lo que me interesa aquí rescatar es la hipótesis (que creo que se
sostiene en la evolución de Spinoza) de una nueva proporción de movimiento y re-
poso causada por el vino, o por los fármacos. Zourabichvili conjeturaba que esto ex-
plicaría el olvido ligado a la embriaguez, que no es forzosamente una pérdida total de
!50
los recuerdos. Puesto que hablamos de situaciones suscitadas por la problemática de
la transformación, podemos decir que es como si en la embriaguez se rebasara mo-
mentáneamente la relación característica; como si se transgrediera el límite elástico
sin provocar una deformación duradera en la identidad del cuerpo, manteniendo así
la posibilidad de retorno a la forma original. Como es obvio, la solución es provisoria,
consoladora en el mejor de los casos, en cuánto no opera realmente un olvido, que si
fuera permanente significaría, además, una transformación en sentido fuerte, que im-
plicaría la desaparición del individuo como tal.
La Ética retomará el caso del afligido, junto con el del melancólico y el sordo,
en una reedición de la explicación de lo bueno y de lo malo, y la relatividad que car-
acteriza a estos conceptos:
Por lo que atañe al bien y al mal, tampoco aluden a nada positivo en las
cosas —consideradas éstas en sí mismas — , ni son otra cosa que modos de
pensar, o sea, nociones que formamos a partir de la comparación de las
cosas entre sí. Pues una sola y misma cosa puede ser al mismo tiempo bue-
na y mala, y también indiferente. Por ejemplo, la música es buena para el
melancólico, y es mala para el afligido; en cambio, para un sordo no es
buena ni mala. De todas formas, aun siendo esto así, debemos conservar
esos vocablos (E4Praef).
Esta vez, al afligido se le opone una afección que no alivia su sufrimiento, sino
que más bien la complica. En el caso del sordo se impone su indiferencia a la afec-
ción, y constituye un espléndido ejemplo de por qué, además, no carece de nada, sino
que es perfecto en sí mismo. Del melancólico se nos dice que para él la afección musi-
cal es buena. Se ha debatido sobre esta observación, sobre todo en miras a establecer
si Spinoza quiere decir que la música repara la melancolía o si quiere decir que sim-
plemente se acomoda a su carácter.
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Nos inclinamos hacia esta última posición, en cuanto este ejemplo es una reso-
nancia de la nota 15 en TB 2/1, que comenta esta misma problemática y que es-
tablece como respuesta la afinidad de las relaciones características para la explicación
del concepto de “bueno”. Así, la música sería “buena” para el melancólico en cuanto
se acomoda a su carácter o ingenio23. Esta no era una idea extraña al siglo XVII,
pues la encontramos también, por ejemplo, en el jesuita y erudito Atanasius Kirchner
(1602-1680)24.
23 Sin embargo (y aquí nos apartamos de la discusión anterior), se ve que esta última palabra introduce un
embrollo en el sistema, puesto que un tal ingenio sería viable, constituiría una relación de movimiento y re-
poso entre sus partes que es más o menos estable. Como hemos visto, en principio esto es difícil de admitir,
pero sólo en tanto atendemos a la sola naturaleza del afecto, a su estudio abstracto o general. Si llegamos a
admitir gradaciones de la melancolía (algo que es muy acorde con la realidad), donde algunas serían
pasajeras y no tan graves, mientras que otras serían profundas y signos claros de crisis, la dificultad se elimina
(cf. E. Fernández, 2007, 475, nota 17). Y la filosofía spinoziana lo aceptaría, en tanto admite la constante in-
teracción a la que están expuestos los individuos. Asimismo, en cuanto advierte respecto de la singularidad de
los afectos sin abandonar la apelación a su concepto. Hemos abordado el ingenio melancólico cuando estu-
diamos su genealogía afectiva y también cuando analizamos su despliegue social y político. Cuando abor-
damos su concepto físico nos hemos visto forzados a adoptar un punto de vista mucho más abstracto y
aparentemente dramático, pero es claro que allí también podemos concebir gradaciones. El concepto de
atrofia global que allí desarrollamos debe entenderse según la diversidad de impactos que pueda recibir un
cuerpo, produciendo casos de atrofia mucho más severos que otros.
24 “Kircher [1641, Magnes Sive de Arte Magnetica Opus Tripartitum. Roma], teórico musical del siglo XVII, uno de
los autores más destacados de la doctrina de los afectos, escribió también sobre la música en el tratamiento de
algunos trastornos. Creía que las características de la personalidad estaban relacionadas con ciertos tipos de
música. Por ejemplo, observó que los pacientes depresivos respondían mejor a la música melancólica, mien-
tras que las personas alegres preferían música de baile, porque les estimulaba la sangre.” (Betés de Toro, M.,
2000).
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za. Dicho remedio es imaginativo, y tiene como objetivo activar pasiones alegres que
faciliten la transición del individuo afectado a formas de pensar y actuar racionales 25.
La terapia26 en la que nos apoyamos aquí lleva por nombre Terapia Breve Es-
tratégica, y la tomamos como ha sido planteada en el libro Las caras de la depresión (Mu-
riana, E., et. al.: 2007). El objetivo de dicha terapia es destruir el conjunto de creencias
centrales que estructuran el pensamiento y la acción del melancólico. Se trata de la
abyección de sí (no del todo separable de los demás afectos que acompañan la afecti-
vidad melancólica); esa estimación en menos de lo justo que obstaculiza (recordemos
las razones de la abyección dadas en E3daf28ex) las acciones del individuo en cuanto
lo vuelve tímido, en cuanto se percibe despreciado por los otros y, finalmente, en
cuanto niega de sí cosas en el futuro que son inciertas para él. Esta última es la que
más problemas prácticos plantea, puesto que presentifica constantemente la impoten-
cia, o, más bien, constantemente reprime cualquier intento de considerar la propia
potencia. Más arriba la hemos señalado como la productora de las profecías auto-
cumplidas del melancólico. En cuanto este imagina que no puede realizar algo, en esa
medida no lo realiza, ni siquiera lo intenta. Es por esto, además, que la abyectividad
de la melancolía plantea problemas más difíciles y más apremiantes que la soberbia
en otros individuos.
25 "No hay afección alguna del cuerpo de la que no podamos formar un concepto claro y distinto” (E5P4),
dice Spinoza. La melancolía, a pesar de la situación crítica que expresa, no escapa a este planteamiento. Sin
embargo, por la limitación de este trabajo, la figuración spinoziana de un remedio racional quedará inexplo-
rada. Según nuestra perspectiva, esto implicaría confrontar la filosofía de Spinoza, especialmente la última
parte de la Ética, con el conjunto de ‘psicoterapias’ al uso hoy en día, especialmente con las distintas variantes
del psicoanálisis, que por su atención al pasado del paciente lo encamina a encadenar sus afecciones y afectos
actuales (por ejemplo, su elección de objeto) con otros afectos y afecciones que son parte de su experiencia y
constitución. Ver E5P2.
26El remedio que aquí presentamos se basa en la facticidad de la institucionalidad médica y del acceso a ella,
que presupone una ética profesional movida no por la conmiseración sino por los afectos de humanidad y
generosidad.
!53
mero, refuerza mínimamente la propia estimación atacándole, obligándole de alguna
manera a reaccionar a su propia creencia. El terapeuta confirma el juicio abyecto y lo
enuncia. Basta con la respuesta a esta agresión, que generalmente niega el juicio, para
entonces responder confirmando la defensa e inmediatamente prescribiendo el enga-
ño de sí, diciendo, por ejemplo:
“Un afecto no puede ser reprimido ni suprimido sino por medio de otro afecto
contrario, y más fuerte que el que ha de ser reprimido”. (E4P7). El camino delineado
no será necesariamente un incremento constante y rectamente enfilado; presentará
sus obstáculos y zarandeos afectivos, porque los seres humanos necesariamente pade-
cemos. Los nuevos afectos, contrarios a la afectividad melancólica, deben ganar espa-
cio y afianzarse, lo cual acontecerá en el marco de un proceso gradual, según avances
parciales.
27“Los progresos continúan. así que la persona empieza a comportarse en la dirección de construir pequeñas
experiencias que van a sustituir el autoengaño disfuncional por un autoengaño funcional, hasta que éste se
convierte en una realidad: una nueva creencia que sustituye a la anterior, pero solamente después que la per-
sona ha ‘sentido’ que no es como siempre había creído que era” (Muriana, E., et. al., 2007, 83).
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Conclusión
A esto siguió un recorrido por la teoría de los afectos, en búsqueda del concep-
to de melancolía bajo el atributo de la mente. Siendo la mente idea del cuerpo, ¿qué
idea se forma en la mente del individuo acerca de la afección melancólica? Esta pre-
gunta lleva directamente a la definición de la humildad, que Spinoza entiende como
la represión de la consideración de la propia potencia. Este afecto, sin embargo, re-
mite a un encadenamiento de afectos, el conjunto de los cuales conforman la afectivi-
dad melancólica: el arrepentimiento, la abyección, la vergüenza, la envidia y, por
supuesto, la humildad.
Aquí facilitamos las abreviaturas que utilizamos para las obras de Spinoza.
Para el Tratado Breve lo hemos dispuesto, primeramente, abreviando el título con las
siglas TB, luego mencionando la parte, sea la primera o la segunda, con el número
(TB 1, TB 2), a continuación una barra inclinada seguida del capítulo correspon-
diente ( i.e. TB 2/4) seguido por una coma, después de lo cual se consigna el parágra-
fo.
ax: axioma
app: appendix
cor corolarium
daf: affecti definitio
D: demonstratio
ex: explicatio
lem: lemma
post postulatum
praef: praefatio
P: propositio
S: scholium
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Sobre los afectos, la melancolía y teología política:
abyección, 1, 3, 21, 23, 24, 25, 26, 27, 31, 32, 37, 38, 39, 40
afección global, 5, 13, 18, 19, 40
afección local, 13
afectividad melancólica, 3, 21, 37, 39, 40, 41
animales, 31, 33
arrepentimiento, 3, 21, 22, 23, 27, 29, 30, 40
atrofia, 16, 20, 21, 22, 25, 37
desprecio, 31, 33
dolor, 2, 3, 4, 5, 13, 14, 15, 16, 18, 19, 23, 35, 40
misantropía, 32, 44
tensión de rotura, 12
titillatio, 13, 14, 15, 16, 17, 18