Vivir Del Estado

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Vivir del estado

"La muerte es la claudicación de la pasión por la construcción de un mundo


mejor". Santiago Kovadloff.

Nuestro país en épocas democráticas durante el siglo XX, siempre contó con
un estado benefactor. Educación, salud y muchos servicios de acceso gratuito,
nos diferenciaron de otros países de la región.

En mayor o menor medida, el Estado siempre se ocupó de las personas en la


indigencia, tratando de brindar asistencia a quienes no tenían acceso a nada,
incluso sin importar la nacionalidad.

En números, eso siempre significó la existencia de un gasto público muy


elevado y un estado de grandes dimensiones.

De crisis en crisis, esto ha influido más o menos según la época que se


atraviese, pero sin dudas, esta situación ha ido creciendo, exponencialmente y
lamentablemente.

Esto a tal punto que, desde 1983 hasta la actualidad, podemos hablar de
generaciones de personas y familias desarrolladas en un contexto de
desaliento al trabajo formal o informal que, a cambio de esto, viven de
subsidios del estado y ese es el tema que nos ocupa hoy.

Debido al crecimiento de la pobreza estructural (y quizá como raíz del


problema, también), por el deterioro de la economía, la extrema cuarentena
que acabamos de sufrir y el nulo apoyo a la actividad privada, cada vez más
gente accede a estos "beneficios".

Vivir del estado se ha vuelto toda una industria. Los pocos grupos que antes
accedían a esta ayuda para sobrevivir hoy pasaron a ser asociaciones que
tienen nombre y apellido y su principal trabajo es ir a movilizaciones. Cortar
calles, cortar puentes, rutas, caminos, accesos y salidas de las ciudades
parece ser la tarea que los ocupa.

Estas asociaciones, perfectamente organizadas, cuentan con fiscales que


controlan quién va y quién no va y les pagan en función al tiempo que emplean
para ir y permanecer en las movilizaciones y la gente que convocan. Los
alimentan y no tienen más (y nada menos) que poner el cuerpo para interrumpir
calles, para interrumpir el libre derecho de trasladarse del resto de los
ciudadanos del país.

Mientras, la gente "normal" sigue tratando de llegar a sus trabajos habituales:


oficinas, fábricas, industrias o empresas de servicio. Se levantan, algunos a la
madrugada y otros no tanto, pero dedican mucho de su tiempo al trabajo.
Luego de largas jornadas vuelven a sus casas por la noche a continuar con sus
obligaciones hogareñas y familiares.
Enfrente, los subsidiados del estado, ante la iniciativa de limitarles su "sueldo"
o invitaciones a conseguir trabajos, ellos responden: ¿Cómo? ¿Si me están
pagando por esto? ¿Cómo que tengo que ir a trabajar 8 horas? Estoy en mi
casa y tengo que atender mis cosas. ¿Por qué voy a ir a buscar trabajo?

El país sin rumbo

Este es un país sin rumbo, ya lo hemos dicho. La noción de un trabajo


verdadero, formal con los beneficios que conlleva, no existe.

Y viendo esta situación, todos los que nos esforzamos, todos los días
concurrimos a nuestras labores y contribuimos a este estado enorme,
concluimos que no se puede vivir del estado. No se puede seguir incorporando
gente que viva de la misma "teta" porque no es constructivo, porque es
insostenible y sobre todo, porque un día se va a agotar.

La responsabilidad de esta situación tan injusta, a todas luces, es de los


distintos gobiernos que han sostenido y perpetuado esta situación. Es obvio
que esto beneficia claramente a la clase dirigente porque todo esto se traduce
en votos de una clientela que le es fiel. Por eso, continúa pagándoles cada vez
más. Así se aseguran sus votos. Pero la sociedad y hasta la opinión mundial
describen esto como una tara, un defecto grandísimo.

Pero, en contra de esta mirada, el Estado se anima a desarrollar aún más a


este sector e indirectamente, estimular a que cumplan con esa finalidad de
imponer el caos, el desorden y que, en ese contexto, lleve de alguna manera,
agua para su molino.

La educación

Volviendo a Kovadloff: Hemos perdido la educación cívica. "La educación no es


un ministerio. Es la condición de posibilidad de discernimiento del prójimo, del
valor de la vida, del significado del diálogo, del sentido del conocimiento, del
espíritu autocrítico, de la capacidad de discernimiento del porvenir. Somos
analfabetos cívicos, no entendemos qué hacer con el dolor del fracaso".

Y agrega: "Una persona educada es alguien que sabe del discernimiento, de la


relación entre el proyecto privado y el proyecto público, sobre la forma en que
se integra lo que yo deseo hacer de mi vida y lo que debo hacer de mi vida
para colaborar a fin de crear una Nación".

Y en ese individualismo, envilecimiento e idea del "sálvese quien pueda", hizo


que se perdiera la idea del trabajo que dignifica. La gente se abandona a
cobrar cualquier cosa, a estar fuera de cualquier protección social, seguros, la
posibilidad de proyectar su vida, crecer. Todo eso ya no importa. Forma parte
del concepto de desorden global que va viviendo el país, la sociedad argentina.

Ya ni siquiera tenemos la dignidad de crear una familia y desarrollarla bien, que


los chicos vayan a la escuela. Esa dignidad hoy se abdica ante la posibilidad de
que, aunque el niño no vaya a la escuela, igualmente pase de grado; ante una
educación ineficiente que permita que un niño que lo necesita, no repita,
porque repetir le puede producir un daño psicológico. Todas esas prácticas
terminan entrando en esas mentes y facilitando la idea de que el trabajo y el
esfuerzo no son necesarios, no tienen sentido.

Todo esto tiene serias consecuencias en las actividades productivas, en el


desarrollo comercial o de los servicios. No se consigue mano de obra, ni poco
ni muy calificada porque la gente no valora el trabajo, no valora el esfuerzo y
porque hay gente "comprometiéndose" en no hacer nada, solo acudiendo
cuando se los convoca.

Ese círculo virtuoso de empresa trabajando con estímulos, generando empleo


formal y permitiendo movilidad social a sus trabajadores está totalmente
perdido. Hoy los hijos ven a sus padres en sus casas, cobrando ingresos que
no permiten vivir dignamente y sin la menor idea de cultura del trabajo y del
progreso.

No podemos seguir así

Volver a ser dignos, nos va a llevar mucho trabajo, pero tenemos que empezar
ya.

Citando nuevamente al filósofo argentino, podemos argumentar que no


debemos mejorar porque es posible sino porque es sumamente necesario
cambiar el rumbo. "Desde lo necesario se construye lo posible".

Progresivamente el estado debe "dejar de dar pescados y dar herramientas


para que todos pesquemos".

Sin personas que creen, proyecten, trabajen por sus ideales y contribuyan a la
sociedad no podremos convertirnos en el país que deseamos y necesitamos. Y
sobre todo, que se eduquen y trabajen.

Solo si renunciamos a repetir el pasado vamos a tener un porvenir.

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