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SINOPSIS

Lauren ha permanecido aislada del mundo durante muchos años


tras ser víctima de la locura de un desconocido que marcó su vida para
siempre. Lo único que la mantuvo luchando contra las secuelas de ese
hecho fue su pasión por el tenis. Su vida no es normal, sin embargo, ella
siente que ha llegado la hora de regresar al mundo. Y volver a la
cancha donde todo pasó, puede ser el comienzo.

Camila Cabello se convirtió en una campeona y lideró el ranking


del circuito femenino de tenis por mucho tiempo, pero cuando su ego
entró en acción, lo dulce de la miel se volvió amargo. De pronto las
derrotas convierten el mundo de la tenista en un infierno del que no
sabe cómo salir. Será tarea de Alejandro , su padre y entrenador,
buscar desesperadamente cómo ayudar a su hija.

El deporte blanco las unirá y las canchas serán testigos de cómo el


amor hace su magia.
NOTA ACLARATORÍA

Si este libro llega a tu país, apoya al escritor comprándolo, también


haciendo una reseña, siguiéndolo en sus redes sociales y
recomendando sus libros.

El documento que estás por leer llega a ti gracias al trabajo


desinteresado de lectores como tú y como yo.

Todo el crédito a la escritora L. Farinelli


TERMINOLOGÍAS DEL TENIS QUE DEBES
CONOCER

Juez: Es una persona que se asegura de que un partido o el torneo


se lleve a cabo de acuerdo con las Reglas de la Federación
Internacional de Tenis y otras regulaciones de la competición.

Juez de silla: Es la autoridad final en todas las cuestiones de hecho


durante el partido.

Juez de línea: Está atento a todos los disparos relacionados con sus
líneas asignadas. Los jueces de línea trabajan en la cancha como parte
de un equipo de entre uno y nueve jueces de línea. Cada juez de línea
se asigna a una línea.

Major: En el tenis suele denominarse majors a los cuatro torneos más


importantes. Aunque en este caso predomina la expresión Grand Slam.

Grand Slam: Está constituido por los cuatro torneos mayores del
circuito internacional organizados por la Federación Internacional de
Tenis, siendo los siguientes: Abierto de Australia (Pista dura). Roland
Garros (Tierra batida o arcilla), Wimbledon (Césped), Abierto de
Estados Unidos (US Open) (Pista de tenis dura)

Match point: Punto que da ganado el juego.

Ace: Punto directo que se consigue a través de un saque que no


puede ser contestado ni tocado por el recibidor.

Break point: Ventaja de un punto que tiene un jugador para


quebrar el saque de su rival.

Drop shot: Golpe muy suave que se pega habitualmente con slice
para que la pelota quede muy cerca de la red y pique muy bajo.

Slice: Efecto de la pelota contrario al top spin, de arriba hacia


abajo. El pique es muy bajo.
Globo: Golpe por elevación que tiene por objetivo el fondo de la
cancha del adversario para superarlo cuando este se aproxima a la
red.

Game: Es un juego de un set. Se forma con cuatro tantos (0-15-30-


40) o cinco (ventaja). Seis games forman un set (o siete en caso de
empatar en cinco).

Match point: Cuando un jugador se encuentra a un solo punto de


ganar el partido (también se le dice match ball o punto de match).

Punto: La unidad más pequeña de score en el tenis (por ejemplo


15-0)

Saque (servicio): Golpe que se realiza para iniciar un game y debe


caer dentro de los límites de la cancha destinados a tal fin. Se realiza
para comenzar cada punto.

Set: El jugador que obtiene seis juegos con una diferencia de dos
sobre su adversario (o quien gane un tie break luego de empatar en
seis games) en el caso de sets cortos se adjudica un "set".

T: Área situada en la mitad de la cancha formada por la unión de


las líneas de saque y la línea central.

Tie-break: En los torneos en que se aplica este sistema luego de


empatar en seis games, se realiza un desempate rápido denominado
tie break. El ganador es el que primero llega a 7 puntos con un margen
de dos.

Timing: Pegar a la pelota en el momento exacto en una acción


sincronizada.

Warning: Es el primer paso cuando se aplica el Código de


Conducta o también cuando se realiza una advertencia.

Wild card: Invitación especial que la organización de un torneo


otorga al jugador que desee. Puede ser para la clasificación o para el
cuadro principal. En algunos casos puede ser también preclasificado
cuando el jugador invitado tiene mejor ranking que otros jugadores
inscriptos.
CAPÍTULO 1

Año 2012.

SEMIFINALES DEL ROLAND GARROS.

En una de las semifinales del segundo Grand Slam de la


temporada, se enfrentan la segunda y quinta cabezas de serie del
torneo; Lauren Jauregui, la estadounidense de raíces cubanas, es
segunda en el ranking mundial. Ganó el US Open 2011 y el Australian
Open 2012 en fila, consagrándose ante todos como una de las mejores
y está a solo un juego de pasar a la final del Roland Garros sin perder
un set en todo el torneo. Se enfrenta a la quinta cabeza de serie del
abierto, la francesa, Paola Bourdeu, que está en casa. A lo largo del
partido, el público ha intentado que la local se mantenga dentro del
juego aplaudiendo cada uno de los puntos que gana.

Están un set por lado, y ninguna de las dos se ha quebrado el saque


en el tercero. Es el turno de sacar de Bourdeu; si sostiene su saque, irán
a tie-break. La pizarra marca 6 – 5 y Lauren necesita ganar no solo el
juego, también el torneo para acercarse al puesto número uno, que ha
sido su sueño desde que supo que el tenis existía.

El ruido que hace el público cuando Bourdeu pide las pelotas es


ensordecedor, pero Lauren se mantiene concentrada, necesita
quebrar su saque para ser finalista. “Solo un game más, solo uno”, se
dijo animándose cuando se acomodó tras la línea de fondo. Su rostro
está ligeramente sudado y se lo seca con la muñequera. Luego hizo
girar la raqueta entre sus manos mientras observa a Bourdeu ya
prepararse para sacar. “Vamos, vamos”. La francesa lanzó la pelota al
aire y en lo que pareció un segundo, la golpeó; fue un tiro cruzado que
picó en la esquina derecha de la cancha. Lauren se movió rápido y
logró devolverla por la paralela; su rival apenas llegó para rozar la
pelota que terminó volando hacia el público.

Lauren celebró ganar el punto mostrándole el puño a su equipo


que aplaudió su magnífica devolución, pero ninguno de ellos se
levantó por respeto al público de la local. Ella volvió a acomodarse
para esperar el siguiente saque mientras alguien en el público gritaba
el nombre de la francesa para animarla, provocando que se
escuchara un mar de risas alrededor de la cancha, sin embargo,
ambas jugadoras mantuvieron la concentración. El juez de silla intervino
pidiendo silencio.

En ese momento Lauren solo era consciente de lo fuerte que latía


su corazón, incluso sentía que era más ensordecedor que los aplausos
del público. Estaba cerca, muy cerca de pasar a la final y entonces solo
necesitaría llegar a la tercera ronda del siguiente torneo para ser
número uno, su sueño anhelado. Vio a su rival prepararse para el saque
y ella tomó la raqueta con las dos manos, sus piernas se inclinaron y
esperó.

Bourdeu lanzó la pelota al aire, pero en su vista frontal captó algo


extraño, así que detuvo el movimiento del brazo que echó hacia atrás
y capturó la pelota que volvió a su mano. Sus ojos se fijaron en el juez
de línea que salió de su lugar y se dirigió hacia Lauren cuando no debía
abandonar su puesto.
Lauren se enderezó al notar que su rival se detuvo y miraba detrás
de ella. Cuando se giró para ver lo que llamaba la atención de la
francesa, se sobresaltó al sentir algo salpicarle la mitad del rostro; por
unos instantes, tan solo por unos segundos, creyó que era agua o algún
otro líquido, pero luego el olor le cortó la respiración.

Justo antes de sentir el desgarrador dolor.

Lauren apenas pudo ver al juez que acababa de lanzarse algo que
ahora le quemaba la piel antes de gritar de dolor, y tras su grito se oyó
el de su rival y los del público. Y después todo fue una locura.

De la piel de Lauren se desprendía ligeros vahos a causa del


químico que la quemaba y que comenzó a enrojecerse e inflamarse
rápidamente. Sus gritos no disminuyeron ni un poco mientras se pasaba
las manos por la cara en su desespero por deshacerse de lo que le
provocaba tanto dolor. Cayó de rodillas sobre el polvo de ladrillo sin
dejar de gritar. En lo que fueron segundos, el juez de silla llegó hasta ella
y luego le siguieron más personas, pero Lauren solo era consciente del
terrible dolor que sentía en el rostro y su brazo derecho.

—¡No te toques! ¡No te toques! —le dijo el juez mientras intentaba


sostenerle las manos para que dejara de frotarse.

—¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme! —pidió llorando. Sus ojos casi


desorbitados estaban anegados de lágrimas que le bañaban el rostro.

Unos metros detrás, los guardias de seguridad del torneo reducían


al juez de línea que acometió contra ella y que intentó huir tras lanzarle
una considerable cantidad de algún agente químico. En el público aún
se escuchaban gritos de horror por la terrible e inesperada agresión,
mientras que otros contemplaban con absoluta incredulidad lo que
pasaba en la cancha; por una parte, la atención que intentaban darle
a la tenista, y por el otro, a seis guardias de seguridad sacando al
agresor del lugar.

Lauren respiraba agitada y su visión comenzó a nublarse cuando


sintió que la levantaron del suelo y fue dejada sobre algo rígido y
después no hubo nada. Hasta el dolor mismo desapareció porque la
inconsciencia la absorbió.

Michael Jauregui, padre y entrenador de Lauren, intentó abrirse


paso entre la gente desesperadamente, pero le fue imposible llegar a
la cancha, ya el equipo de seguridad del torneo había activado todos
los protocolos de alarma.

—¡Es mi hija, maldita sea! —gritó cuando fue interceptado por un


hombre de traje.

—Lo siento, señor. Solo debe esperar —le dijo el hombre y luego
habló por radio y esperó por una respuesta. Miró a Michael—. Ya vienen
por usted y su esposa.

Michael se sobresaltó; se olvidó por completo de Clara, su esposa.


En cuanto escuchó a Lauren gritar y entendió lo que acababa de
pasar, salió del palco donde también se encontraba el equipo de
trabajo que acompañaba a su hija, e intentó llegar a la cancha.
Aturdido, se pasó la mano por su escasa cabellera y miró hacia atrás,
fue entonces cuando regresó por el pasillo del complejo para ir en
busca de su esposa. Apenas había recorrido la mitad del camino
cuando se encontró con Clara, su rostro estaba por completo
humedecido. Detrás de ella llegaron también el fisioterapeuta y el
representante de la tenista. Todos conmocionados por la agresión que
sufrió la jugadora.

—¿Dónde está Lauren? Quiero verla —sollozó desesperada.

Michael la abrazó fuerte, pero casi de inmediato la soltó, la tomó


por el brazo y echó a andar por el pasillo.

—No lo sé. Ya vienen por nosotros.

—Iremos con ustedes —dijo el fisioterapeuta caminando a su lado


a paso apresurado.

Michael no dijo nada, solo continuó caminando hasta que vio de


nuevo al hombre que le impidió su avance hacia la cancha.
—Señor Jauregui, a su hija la están trasladando a un hospital —le
informó y todos emprendieron el andar—, lo llevaremos con ella.

—¿Pero ¿cómo está ella? ¡¿Qué demonios fue eso?! ¡¿Cómo


pudieron permitirlo?!

—No tenemos palabras, señor —fue lo único que dijo el hombre


con un tono rígido.

En poco tiempo Michael junto a su esposa y el equipo de la tenista


iban en un auto. A lo lejos podían escuchar una sirena. Todos creían
que era la ambulancia en la que trasladaban a Lauren al hospital. Él
sintió cómo su esposa le apretó fuerte la mano.

—¿Le viste el rostro? —susurró ella con la voz distorsionada por el


nudo en su garganta. Ni un segundo sus lágrimas cesaban.

Michael apretó la mandíbula. Sí, había visto el rostro de su hija.


Cerró los ojos pidiendo en silencio a Dios que aquello no fuera real, pero
un nuevo apretón en su mano lo devolvió a la realidad. Sí, era real. La
mitad del rostro de su hija estaba enrojecido y tenía lesiones de
quemaduras cuando cayó arrodillada, así de rápido actuó lo que sea
que le lanzó el juez de línea. ¿Por qué? ¿Por qué había hecho algo tan
espantoso? ¿Y quién era ese hombre?

Michael tuvo que recordarse respirar. O tal vez necesitaba aire


porque no le llegaba suficiente oxígeno a los pulmones, y ese dolor en
su pecho era extraño. Necesitaba aire. Necesitaba aire y ver a su hija.

Su deseo se cumplió muchas horas después, demasiadas para su


gusto. Finalmente los doctores que atendieron a la tenista le explicaron
su estado. Su hija había sufrido quemaduras de tercer grado por algún
tipo de agente químico que le lesionó casi por completo la mejilla
derecha; por suerte, el líquido no tuvo contacto con sus ojos, de lo
contrario, la historia sería más horrenda aún. Y toda la parte externa de
su brazo derecho estaba afectada, con graves daños en los tejidos de
la piel.

Michael pudo ver a su hija en una cama de hospital a través de un


cristal, entonces ese extraño dolor en su pecho se hizo intenso y de
pronto su visión se nubló. Fue su esposa, que se encontraba a su lado,
la que evitó que se golpeara la cabeza cuando cayó al suelo.

Ese día no solo la vida de Lauren cambió, también la historia de la


familia Jauregui.
CAPÍTULO 2

Siete años después.

Lauren despertó poco a poco. Se removió bajo las suaves sábanas


y abrazó a la almohada aunque ya sabía que no volvería a dormir;
levantarse temprano ya era un hábito, así que quiso quedarse unos
minutos más en la cama. Estaba boca abajo, aferrada a la almohada;
en ese momento extrañó el olor de los cabellos de Hanna, la mujer que
compartió su vida hasta después de aquel fatídico día.

Cerró los ojos tratando de espantar el recuerdo y volvió a pensar


en Hanna. Esa mujer que la amaba se quedó dos años a su lado, pero
no soportó ver cómo ella se hundía en el abismo en el que cayó sin que
pudiera hacer nada. Y Hanna se fue. Se fue y ella no quiso detenerla
porque, aunque le destrozaba el corazón su partida, más lo sentía que
estaba su vida. No tenía nada que ofrecerle, así que se quedó sola. Solo
su madre y su hermana se quedaron a su lado.

Sus ojos de color esmeralda se posaron en el pequeño bonsái de


estilo Bunjin que tenía en una maceta cerca de la amplia ventana de
su habitación. El arbusto era pequeño, y sus hojas estaban frescas. Ella
simplemente se quedó admirando la belleza de algo tan diminuto. Su
terapeuta se lo regaló para que lo utilizara como una técnica de
relajación; los bonsáis necesitan de muchos cuidados para que
crezcan y modelen su forma, lo que resulta efectivo para la relajación.
Y la verdad era que ese pequeño arbusto ahora no solo era algo que
la ayudaba a relajarse, también a encontrarse. Se dice que los bonsái
son muy resistentes y ella, años después, se sentía así, resistente.

Lauren apartó al cabo de un rato las sábanas y se sentó en la


cama, se peinó los cabellos negros azabache con los dedos, pero en
ningún momento apartó su atención del bonsái, lo único de otro color
que había en su habitación completamente blanca. El color blanco le
daba paz, por eso toda la casa estaba pintada y decorada con
objetos y muebles de ese color. Incluso se habituó a vestir solo de
blanco. Mirando el bonsái de pronto sintió que algo en su interior
resurgía de entre las cenizas. Pensó en un ave fénix, aunque era ridículo
compararse con un ser mitológico. Sin embargo, en definitiva, se sentía
diferente. Y eso era algo que sentía desde hacía meses. Su madre le
dijo en algún momento que era la necesidad de volver al mundo del
que se alejó; en aquel instante bufó, pero ahora, con la llegada de ese
nuevo día, se dio cuenta de que era verdad. Sus alas estaban listas
para volver a desplegarse, aunque nada sería como antes.

Ese pensamiento la hizo tocarse el brazo derecho. El tacto de su


mano percibió los surcos ásperos que dejó el químico que le roció el
juez años atrás; sin embargo, no sintió nada. La piel se había lesionado
tanto que en la parte exterior del brazo no sentía. Y era casi igual en su
mejilla; allí apenas podía percibir un leve cosquilleo cuando se tocaba
o su madre le acunaba el rostro.

Tras el ataque, se sometió a varias cirugías para tratar que el daño


no fuera tan visible, pero fue inútil. Su piel quedó marcada para
siempre, al igual que su vida. Suspiró fuerte y puso los pies en el suelo y
se dirigió al baño.

Minutos después Lauren entró en la cocina vistiendo un conjunto


deportivo y zapatillas; en su mano llevaba una raqueta. Sí, se aisló del
mundo; sin embargo, el tenis era su pasión, así que mucho después de
recuperarse, al menos físicamente, continuó entrenando como lo hizo
durante toda su carrera. Aunque no para competir, sino para sentir que
seguía viviendo y no solo respirando.

Encontró la cafetera llena y sonrió, ya su madre se había


levantado. Se sirvió una buena cantidad de café y fue en busca de la
mujer que la trajo al mundo; solo podía estar en un lugar, en el jardín.
Tomó la raqueta y se dirigió por un amplio pasillo hacia la parte de atrás
de la casa.

Un año después de sufrir la agresión, ella se mudó a Montecarlo, en


Mónaco. El pequeño territorio de la monarquía era el lugar preferido de
muchos atletas para entrenar, en especial para los tenistas. No solo
porque cuenta con el Monte-Carlo Country Club, ideal para entrenar
en cancha dura y de tierra batida, también por el glamour que lo
rodea. En Montecarlo se compró una casa con un estilo urbano y un
panorama de las montañas circundantes en el fondo y Mónaco en
primer plano. La vista desde allí era impresionante. Lauren se aseguró
de tener privacidad, por lo que los muros que cercaban la casa en el
frente eran muy altos, lo último que quería era a los periodistas que aún
la asediaban tomando fotografías de lo que hacía en su vida
cotidiana.

Desde la parte trasera de la casa se apreciaba la vista de Mónaco;


el clima allí hacía parecer que se estaba en medio de un bosque y el
jardín que Clara cultivó con los años y que cuidaba con esmero, le
daba un color diferente al lugar rodeado del verdor del césped. A unos
metros, había una piscina rodeada de tumbonas y enormes sombrillas.
Y mucho más allá, una cancha de tenis. Lauren le dio un sorbo al café
admirando la vista.

—Pensé que ya no ibas a entrenar.

Las palabras de Clara sacaron de la breve ensoñación a su hija


que sonrió.

—Solo me quedé unos minutos más en la cama.


Clara estaba de espalda a ella, cortando las ramas secas de una
de las plantas. Lauren admiró el porte de su madre; era tan alta como
ella, medía un metro setenta y dos. Sus cabellos, castaños,
enmarcaban un rostro ovalado con pómulos ligeramente prominentes
que le daban un aire aristocrático que ella heredó. A veces Lauren
pensaba que de su padre solo heredó su pasión por el tenis. Fue él
quien desde niño soñó con ser un jugador profesional, pero el tenis es
un deporte costoso y en aquel tiempo, sus abuelos apenas podían
costear los estudios de su padre.

Michael y Clara tuvieron dos hijas, Lauren y Taylor; sin embargo,


fueron los ojos de su hija mayor, cuando a los cuatro años sostuvo una
raqueta, los que brillaron de pasión por ese deporte. Y desde entonces
la vida de Lauren fue el tenis. Todos esos recuerdos los vio pasar ante sí
mientras miraba a su madre y bebía café.

—Si sigues ahí te van a salir raíces como a mis plantas.

Lauren rio. Su madre no la miraba, pero sabía que ella recordaba


su infancia y los momentos con su padre.

—Solo quería pelotear un rato.

—Debiste decirle a Taylor.

—No quise despertarla —hizo una pausa mientras bebía otro poco
de café y pensaba en lo que le diría a su madre—. Mamá, quiero ir a
un torneo.

Y esas palabras hicieron que Clara detuviera todo movimiento,


incluso su hija la vio erguir la espalda. Y como un cazador que teme
espantar a su presa, su madre dejó las tijeras a un lado y lento se dio la
vuelta. Los ojos ámbar de Clara se encontraron con los de color
esmeralda de su hija.

—¿Estás segura?

Lauren bajó la taza y la vista. Respiró profundo antes de responder.

—Sí. Aunque no sé… cómo… me sentiré.

Clara sonrió y se acercó a ella.


—No debes pensar en eso —le dijo posando una mano en el
hombro derecho de Lauren.

Ella miró la mano y le dolió no sentir el calor que intentaba


transmitirle su madre.

—Lo hago, mamá. Pensarlo me causa desasosiego, pero quiero


hacerlo.

—La terapeuta dijo que te tomaría tiempo volver a integrarte, solo


debes… intentarlo —le dijo con una sonrisa tierna—, así lo superarás
poco a poco.

Lauren asintió sonriendo.

—Lo haré.

Los ojos de Clara se humedecieron por la emoción, llevaba años


pidiendo que su hija saliera de ese estado de letargo y oscuridad en el
que cayó tras la agresión. Y parecía que había sido escuchada, solo
esperaba que Lauren tuviera la tenacidad necesaria para enfrentar al
mundo, tal como lo hizo años atrás, cuando soportó tantos tratamientos
y cirugías para devolverle un poco de normalidad a su piel; y luego la
ruptura con Hanna.

Lauren le guiñó un ojo e hizo a un lado la taza para abrazarla. El


abrazo fue fuerte, lleno de esperanzas y sueños por vivir.

—Ya debo ir a golpear esa pelota.

Clara rio y se separó de ella.

—Hazlo como solo tú sabes hacerlo.

Lauren asintió y se alejó hacia la cancha. Su corazón comenzó a


palpitar fuerte cuando tomó un par de pelotas y las hizo girar entre sus
manos. Caminó hasta detenerse a unos metros de la cancha; a un
costado, había dispuesto también de una superficie dura y un frontón
de un metro y medio de altura que le devolvía la pelota cuando no
estaba Taylor para practicar con ella. Se guardó una pelota en el
bolsillo del pantalón y se preparó para sacar tal como si estuviera frente
a alguna rival. Su corazón latía fuerte y podía sentir la sangre correr por
sus venas. Sí, el tenis era su vida, su pasión, solo le faltaba los aplausos
del público.

Lauren Jauregui, la tenista que años atrás ganó dos Grand Slam y
estuvo a punto de alcanzar el número uno del ranking mundial de la
WTA, lanzó la pelota al aire y segundos después, la golpeó con todas
sus fuerzas.
CAPÍTULO 3

La pelota pasó por encima de la red y cruzó hacia su lado de la


cancha tan rápido y con tanta potencia, que Camila pensó que su
rival, una tenista de nacionalidad danesa, sacó con todas las fuerzas
de su ser. Por más que corrió hacia la esquina derecha y estiró el brazo,
apenas pudo rozar la pelota con la raqueta y fue a dar a un costado
de la cancha.

Cuando se detuvo por completo, cerró los ojos y resopló. Esa rabia
que solía desconcentrarla ya la acechaba y, además, se sentía
exhausta; por más que intentaba contener el ataque de su rival,
clasificada como la Nº 62 del mundo, no lo lograba. ¿El resultado de
eso? Un contundente 6 – 0 en el primer set y un 5 – 1 en el segundo. Ella,
que fue Nº 1 del mundo durante 52 semanas, y la ganadora de los
cuatro Grand Slam del 2018, algo que pocas tenistas habían logrado,
estaba a solo un juego de quedarse en la primera ronda del torneo de
Brisbane, en Australia. Y con esa derrota, perdería otra buena cantidad
de puntos que la haría descender más en el ranking mundial.
Hacía mucho calor, el público apoyaba a la danesa y para colmo,
ella sentía que las piernas ya no le daban para más. Mientras regresaba
a su posición a prepararse para recibir el próximo saque, miró hacia el
palco donde se encontraba su padre y el equipo que la acompañaba.
La estoica sonrisa de Alejandro Cabello, su padre y entrenador, le
oprimió el corazón. Allí estaba él, apoyándola como siempre y ella lo
defraudaba una vez más.

Alejandro no se lo decía, pero ella sabía bien que él se


preocupaba porque en los últimos meses, su carrera se había ido casi
a pique; en ese tiempo, apenas llegó a dos finales de torneos
internacionales, pero no logró quedarse con los títulos. Y en el último
mes, se quedó en la primera o segunda ronda de todos los torneos en
los que compitió. Un desastre; su vida y su carrera eran un desastre y
por más que se esforzaba, no lograba volver al nivel que la puso en lo
alto del ranking mundial. En aquel tiempo todos decían que era una de
las promesas del tenis estadounidense, que alcanzaría grandes triunfos
después de su hazaña de ganar los cuatro grandes en un mismo año,
pero ahora todo parecía ser simples palabras.

¿Qué le faltaba para volver a ese nivel? No tenía idea. Ya lo había


discutido con su padre, hasta con su fisioterapeuta y no encontraba
una respuesta. Su frustración alcanzó su máximo nivel, hasta el punto
de hacerla pensar en abandonar el tenis. Y esa frustración provocaba
que su impetuoso carácter se revelara aún más y eso la metió varias
veces en problemas durante sus partidos. Aunque era una de las
mejores, la prensa la tildaba de chica rebelde y el público, de vez en
cuando, apoyaba a su rival. Eso opacó su talento como tenista en los
últimos meses, y ya casi no sentía ilusión por entrar a la cancha como
tiempo atrás. Por eso se planteó dejar de competir, aunque nunca se
lo mencionó a su padre. Pero entonces, si lo hacía, ¿qué haría? No
tenía idea. Solo podía ver oscuridad en su horizonte cuando pensaba
en ello.

Ella veía oscuridad y a la danesa que ya se preparaba para su


siguiente saque. Un punto más y su rival tendría match point. “No puedo
permitirlo. El juego no se acaba aún, Mila. Tú puedes. Vamos. Vamos”.
Se animó tomando su posición para recibir el saque; se balanceó
mientras giraba la raqueta entre sus manos. La danesa lanzó la pelota
al aire y luego la golpeó.

Camila apenas vio un celaje amarillo pasar por su lado. La


impotencia estalló en su pecho y sin poder contenerse, levantó la
raqueta y la golpeó con rabia varias veces contra la superficie dura de
la cancha. El juez de silla decretó un warning y el público la abucheó.
Ya estaba acostumbrada a tener al público en contra, así que, con la
respiración agitada y la raqueta destrozada en su mano, se dirigió a su
puesto; ni siquiera se atrevió a mirar hacia su palco. Sabía cuánto
reprobaba su padre su actitud en la cancha cuando se comportaba
así. Tras el arrebato y ya un tanto calmada, buscó una nueva raqueta
mientras el juez de silla anunciaba el punto a favor de su rival. 40 – 0 el
marcador. Triple match point en contra.

“Bien, un punto a la vez. Ella necesita tres puntos para ganar, pero
no lo obtendrá tan fácilmente. Vamos, Mila, tú puedes. Un punto a la
vez. Un punto a la vez”. Ya estaba en posición y su rival también. Camila
respiró profundo y esperó. La danesa golpeó la pelota que salió con
tanto efecto que se movió hacia el centro de la cancha, picó justo en
la línea y se abrió a la derecha. Camila corrió y logró devolverla, pero
la pelota regresó de inmediato por el lado contrario cuando apenas
ella iba de regreso.

La danesa gritó celebrando la victoria y Camila cerró los ojos


sintiendo la derrota sobre sus hombros y mucha rabia. En el último
segundo logró contenerse, de lo contrario la nueva raqueta habría
terminado también destrozada. En su lugar, la sujetó contra su cuerpo
con el brazo mientras caminaba a la red para estrechar la mano de su
rival. “¡¿Un punto a la vez?! ¡Un punto a la vez y una mierda! Quien dijo
esa idiotez no estaba en una cancha recibiendo pelotas que parecen
misiles. Juro que la próxima que alguien diga eso, va a terminar con mi
raqueta de sombrero. ¡Lo juro!”.

—Bien hecho —dijo sonriéndole a la danesa y luego esta permitió


que fuera ella la primera en estrechar la mano del juez de silla.
Ya ausente del protocolo que se seguía tras terminar el partido,
Camila recogió de su puesto el bolso con las raquetas, tomó un par de
toallas y se dirigió hacia la salida de cancha. “¿Una número uno? ¿Top
cinco? Ni siquiera cuando principiante eras tan inútil”, se castigó
mentalmente. Se dejó guiar por los pasillos del complejo por el personal
de seguridad y de protocolo del torneo.

Poco después se encontró con su padre y Paul, su fisioterapeuta,


en una sala para su tratamiento de recuperación tras el partido. Nadie
dijo nada, no era necesario. Camila estaba tendida sobre la camilla de
masaje sintiéndose furiosa por la derrota. Alejandro se sentía frustrado
porque no lograba que ella volviera a su máximo rendimiento, a pesar
de que en lo físico se encontraba perfecta; estaba casi seguro de que
su problema era mental. Algo la bloqueaba, no le permitía
concentrarse por completo, pero no sabía qué. Paul, mientras tanto,
tan solo se dedicó a masajear los músculos de la tenista para relajarlos
tras la intensa exigencia del partido.

—No estamos para otra multa —comentó finalmente Alejandro.

Camila no dijo nada, ella era muy consciente de eso. El tenis es un


deporte costoso; si no se ganan los partidos, no se gana dinero y hay
que cubrir los gastos de los viajes, de los hoteles y todo lo relacionado
con los equipos que usaban en cada partido. Aparte de los sueldos del
equipo de trabajo que la acompaña. Esa presión, sumada a la de los
patrocinadores, era apremiante.

—Camila, lo siento —le habló su padre de nuevo con un tono de


pesar—. No quiero que te preocupes por esas cosas. Tú solo debes
pensar en lo que sucede en la cancha.

—El problema es que no pasa nada en la cancha, papá. ¡Todo


esto es una mierda! —exclamó y se incorporó en la camilla haciendo
que Paul retrocediera rápido—. Ya no puedo más. Esto se terminó —
sentenció y salió de la sala.

Alejandro y Paul se miraron.

—Está frustrada y no sabe cómo manejarlo —dijo Paul.


—Lo sé, pero ese carácter que tiene no le permite abrirse. Le dije
que tal vez sería bueno buscar otro tipo de ayuda.

Paul era un hombre de contextura atlética, alto, de cabello y ojos


negros rasgados; de rostro cuadrado. Su sonrisa fácil le daba un
atractivo extra. Él recogió los bolsos de Camila y se dirigió hacia la
puerta siguiendo a Alejandro.

—¿A qué tipo de ayuda te refieres?

El entrenador se encogió de hombros mientras caminaba por un


pasillo del complejo tenístico.

—No estoy seguro. Hay algunos jugadores que tienen lo que llaman
un cerebro técnico. Alguien que analice el juego de Camila
objetivamente. Soy su padre y he sido su entrenador toda su carrera,
tal vez eso está nublando mi juicio.

—Eso tiene sentido. Todo tenemos años en el equipo, puede que


la familiaridad que se ha creado entre todos esté afectando el juego
de Camila de alguna manera. Nuestro juicio puede que esté nublado,
como dices.

—Exacto. Se lo planteé a Camila, pero se negó por completo. No


quiere a alguien extraño cerca.

Paul negó con la cabeza.

—Hablaré con ella. Tal vez logre que considere esa opción.

—Creo que debemos reunirnos para considerarlo con la seriedad


que merece.

—Hagámoslo —aceptó Paul de inmediato.

Camila se negó por completo a asistir a la habitual rueda de


prensa tras el partido. Lo último que quería era responder las preguntas
de la prensa; después de todo, ya se hacían repetitivas en los últimos
meses. ¿Qué pasa con tu juego? ¿Estás bloqueada? ¿Qué no te deja
concentrar? Siempre lo mismo.
Ya se disponía a irse cuando se tropezó en un pasillo con otra
tenista que conocía demasiado bien. Milka Jones era una compatriota
que venía subiendo en el ranking mientras ella bajaba, pero eso no les
impedía que de vez en cuando se encontraran para una sesión de
relajamiento, como ellas decían. A Camila le gustaba Milka, a pesar de
que ambas eran escurridizas en los asuntos del corazón; sin embargo, a
veces la morena le agregaba algún matiz romántico a sus encuentros.
A parte, en el tenis cuesta mucho mantener una relación. Así que
ambas se conformaban con “relajarse” juntas cuando se encontraban
en algún torneo, como en ese caso.

—¿Nos vemos luego? —le propuso Milka con una seductora sonrisa
en cuanto estuvieron frente a frente.

—Puedes contar con ello —le respondió Camila y le guiñó un ojo.


CAPÍTULO 4

Camila se levantó de la cama y fue directo al mini refrigerador de


la habitación del hotel en el que Milka se hospedaba; sacó una botella
con agua, la abrió y bebió como si llevara días sedienta. Estaba
desnuda y su respiración agitada tras el intenso encuentro sexual que
culminó con gemidos que amenazaron con traspasar las paredes de la
habitación.

—No sé qué te pasa en la cancha, pero en la cama sigues siendo


puro fuego —dijo Milka desde la cama.

Camila apartó la botella de sus labios y la miró de reojo.

—No es gracioso —masculló por lo bajo y bebió otro poco de


agua.

—Está bien, lo siento. Pero es cierto.

El tono seductor que usó Milka para sostener su afirmación hizo


asomar una sonrisa en los sensuales labios de Camila. Miró a la mujer en
la cama que le sonrió dándole una guiñada y luego vio cómo sus ojos
recorrieron su silueta perfecta, provocando un ligero estremecimiento
en su cuerpo.

Ella volvió a acercarse a la cama y dejó la botella encima de la


mesa de noche antes de sentarse.

—Me alegró encontrarte aquí —le dijo a Milka.

Esta sonrió y levantó la mano para acariciarle el hombro y luego


sus dedos bajaron por su brazo con delicadeza.

—Créeme, a mí también.

Camila sonrió.

—No lo digo por esto. Me refiero a tener un pequeño break de todo


este lío del tenis. Además, también me gusta hablar contigo.
—Y eso sucede solo cuando estamos entre cuatro paredes, porque
en la cancha, simplemente me acribillas con tus saques y reveses.

De nuevo Camila rio.

—Hace bastante que no nos enfrentamos, ahora es muy probable


que seas tú quien me dé una paliza. ¿Me has visto jugar estos meses?

Milka frunció los labios y se recostó por completo en la almohada.

—Sí. Tu efectividad desapareció por completo.

Camila asintió.

—No sé lo que pasa, pero no logro concentrarme por completo en


la cancha —confesó y se cubrió el rostro con las manos con evidente
frustración—. Y eso me hace… ¡grrrrr! ¡Enfurecer! —exclamó
levantándose de nuevo y comenzó a pasearse por la habitación.

Milka la observó en su ir y venir, ya conocía el carácter explosivo


de su amante.

—¿Qué te dice tu equipo?

Camila bufó y se mesó los cabellos ondulados, de color castaño


oscuro en la parte superior, castaño claro en el medio, y castaño
dorado hacia las puntas. Una mezcla de tonalidades que combinaban
perfecto con sus ojos de color marrón, que era tan solo uno de los
muchos atributos que le hacían una mujer muy atractiva entre tantas
que había en el circuito femenino de tenis. Y por ser tan hermosa era
asediada por la prensa; por eso y por su carácter irreverente y explosivo
en la cancha.

—Creo que ellos están tan frustrados como yo. Incluso mi padre.

Milka se incorporó hasta sentarse.

—Oye, muchos tenistas pasan por este tipo de bloqueos —le dijo y
también se levantó y se acercó a ella—. ¿Recuerdas a Nicola Dragovic
hace cuatro años? Cayó del Nº 1 hasta el fondo y ya ves, está otra vez
en la cima. Te recuperarás, solo debes ser constante en tu
entrenamiento y apoyarte en tu equipo —le puso las manos en los
hombros logrando que la mirara a los ojos—. Pero sobre todo, debes
confiar en ti.

Y es que ese era el problema, ya Camila no confiaba en ella


misma, ni en sus habilidades. Cada vez que golpeaba la pelota o iba
en su búsqueda, se cuestionaba si lograría devolverla o alcanzarla.

¿Por qué había perdido la confianza? No tenía ni la más remota


idea.

¿Cómo la recuperaría? Mucho menos.

—Gracias por escucharme.

Milka le sonrió y se acercó para besarla en los labios fugazmente.

—Siempre que quieras. ¿Cuándo te irás?

Camila torció la boca.

—Al amanecer.

—Entonces estamos perdiendo tiempo. Y yo debo entrenar


temprano también, así que vamos por un segundo set.

Camila rio antes de reclamar la boca de la morena.

Camila iba en el asiento del lado de la ventanilla del avión; desde


que abordó se recostó y solo miraba hacia afuera. Ella y su equipo de
trabajo habían madrugado para tomar el avión que los llevaría a
Estados Unidos para su participación en el Oracle Challenger Series de
Newport Beach. Alejandro, que iba a su lado como siempre, de vez en
cuando la miraba; su preocupación crecía a pasos agigantados. Su
hija solía dormir cuando viajaban, y ahora llevaban en el aire cuatro
horas y solo el silencio los acompañaba y ella permanecía ausente.

—¿Algo te preocupa? —le preguntó.

—¿Debo contestar eso?


Alejandro respiró profundo, a veces manejar a su hija era
realmente desafiante, en especial si se cerraba. Y solía hacerlo cuando
se sentía frustrada.

—Soy tu entrenador, debes hablar conmigo de lo que te preocupa


—arguyó con paciencia.

Camila se incorporó para mirarlo.

—Ya lo hemos hablado y sigo cayendo en picada. Mira el


marcador del partido. O sea, es la primera vez en mi carrera que gano
solo un game. ¡Un game, papá! No estoy preocupada, estoy
desmoronándome y no sé cómo demonios detenerlo. Tú tampoco. Y
yo lo único que quiero es… es…

Camila no pudo terminar lo que iba a decir, el nudo en su garganta


no se lo permitió y tampoco estaba acostumbrada a mostrarse tan
emocional frente a su padre; o frente a su equipo, porque se dio cuenta
de que Paul e Ian, su representante, desde el otro lado del pasillo
prestaban atención a la conversación que sostenía con su padre.

—¿Qué quieres, Camila? Solo dime qué quieres. —le pidió


Alejandro sintiéndose tan angustiado como ella.

Camila miró de nuevo hacia la ventanilla y guardó silencio por unos


instantes.

—No lo sé, papá. No lo sé.

Alejandro sabía lo talentosa que era su hija y también que algo,


que ni ella entendía, la bloqueaba. Y él, como su entrenador, debía
guiarla hasta enrumbarla en su exitosa carrera. Estaba tan preocupado
que en algún momento pensó que tal vez su hija necesitaba un
descanso, desde los siete años estaba jugando. Eran demasiados años,
y ahora tal vez eso le pasaba factura. Pero si hacían una pausa,
perderían el trabajo de entrenamiento de todos esos años; por suerte,
Camila apenas sufría lesiones por lo que se mantenía siempre
compitiendo en el circuito. Y eso lo lograron gracias al equipo de
trabajo con el que contaban. Paul, el fisioterapeuta. El doctor Dan
Green, que atendía la salud de la tenista. Joe Fisher, el relacionista.
Santiago Klein, director de comunicación. E Ian Williams, su
representante. Y Alejandro, su entrenador y padre. Cada uno de los
miembros de ese equipo de trabajo, incluyendo a Camila, se sostenían
bajo las premisas de la constancia, la profesionalidad, la disciplina y el
talento. Las claves del éxito en una carrera como el tenis.

Y el éxito lo saborearon cuando Camila se posicionó como Nº 1 de


la clasificación mundial de la WTA y ganó los cuatro Grand Slam. Toda
una hazaña hasta que de pronto los partidos ganados se convirtieron
casi en un recuerdo. La tenista apenas alcanzó la primera o segunda
ronda de los torneos y todo comenzó a ir en picada hasta llegar a ese
punto en el que se encontraban. El equipo se mantenía optimista, pero
era difícil conservar el ánimo cuando Camila se quedaba en una
primera o segunda ronda con un marcador tan aplastante como 6 – 0,
6 - 1.

—Sé que te negaste cuando lo hablamos, sin embargo, creo que


debes considerar seriamente buscar otra visión. Tal vez otro entrenador.
—asomó Alejandro con el corazón oprimido.

Camila lo miró en cuanto terminó de pronunciar las palabras. Sus


ojos estaban muy abiertos, sorprendidos.

—Papá, olvídalo. No quiero a nadie más como entrenador. —


sentenció mirándolo con determinación.

Alejandro miró al frente.

—Tal vez es algo que deberías comenzar a considerar.

Camila se quedó observándolo por unos instantes sin poder


creerlo, luego negó con la cabeza y volvió a recostarse y a mirar por la
ventanilla. Su mente era un torbellino de pensamientos, sabía que la
solución estaba en ella, lo sentía así. Sí, se sentía en un hoyo sin fondo,
pero no era su naturaleza quedarse sin hacer nada. Los tenistas
luchaban con todas sus fuerzas cada punto de un partido, y así eran en
su vida personal. De alguna manera se encontraría de nuevo con su
juego, no iba a permitir que su sueño acabara sin luchar. “Tal vez lo
mejor es renunciar”, un pensamiento negativo se coló en su mente.
Cerró los ojos pensando en ello. “No, no hay modo”. Abrió los ojos
decidida. Ella hallaría su camino, así tuviera que ceder y buscar a
alguien más para su equipo como le sugirió su padre. Pero él seguiría a
su lado como su entrenador.

Reflexionando sobre todo lo que pasaba a su alrededor y las


buenas intenciones de su padre, lo miró. Alejandro tenía los ojos
cerrados; sabía que no dormía, no tan rápido. Ella le cubrió la mano
que descansaba en el reposabrazos del asiento. Alejandro no abrió los
ojos, pero sonrió y su gesto se reflejó en el rostro de su hija. Ellos eran un
equipo, así sería hasta que él se retirara y ella ganara muchos
campeonatos más.
CAPITULO 5

Días después…

—¿Qué haces tomando café a esta hora? —le preguntó Taylor a


su hermana mayor.

Lauren se encontraba en la cocina sirviéndose café en una taza.


Afuera el sol estaba en lo más alto, era mediodía en Montecarlo. Taylor
se adentró en la cocina estrujándose los ojos, sus cabellos castaños
estaban alborotados; parecía que acaba de levantarse, pero
seguramente solo anduvo perdida entre libros.

—Hoy comienza el abierto de Australia —le respondió—. ¿Quieres


café?

En respuesta, Taylor buscó una taza y la dejó junto a la cafetera.

—No puedes perderte ni siquiera las primeras rondas, ¿eh?

Lauren sonrió.

—Sabes que me gusta ver todo.

Ella le sirvió el café y cuando ya tuvieron sus tazas en las manos,


Lauren se dirigió hacia su habitación con su hermana siguiéndole los
pasos.

—¿Quién crees que gane?

Lauren frunció los labios en el momento que cruzó la puerta de su


habitación. El enorme TV frente a su cama estaba encendido.

—Bueno, es difícil que alguien le gane a Selena Wilson, en especial


cuando está en el puesto uno, así que supongo que será otro major
para ella. —respondió mientras se sentaba en la cama.

Taylor rodeó la cama y se acomodó del otro lado. Ambas


recostaron la espalda de la cabecera.
—Si estuvieras ahí, Wilson tendría problemas.

Su hermana rio por la afirmación.

—No lo sé.

—¡Le ganaste dos veces!

—Y ella a mí tres. Sus saques son una amenaza para tu vida.

—Pero le ganaste, no cualquiera puede decir eso.

—Ya, déjalo así. —le pidió Lauren con un tono suave acercando la
taza para beber un sorbo de café y puso su atención en el TV.

La transmisión era en vivo y estaba por comenzar el segundo


partido del día correspondiente a la primera ronda. Se enfrentarían
Camila Cabello contra una wildcard, la rusa, María Popova. Las
cámaras en ese momento enfocaban al público y los palcos de las
jugadoras.

—A él lo conozco de algo. —comentó Taylor cuando la cámara


enfocó a Alejandro Cabello.

—Era amigo de papá. Hace años que no lo veo. Su hija estaba en


los juveniles antes de lo que pasó. Él solía acompañar a papá cuando
coincidíamos en algún torneo.

—¿Su hija?

—Sí, Camila Cabello.

—¿La conoces?

—No tuve oportunidad de conocerla en persona. —Respondió—,


es una promesa del tenis estadounidense. El año pasado ganó los
cuatro Grand Slam. Papá decía que tenía mucho talento.

—Y lo tiene, ¿no?

Lauren se encogió de hombros.

—Ganó los cuatro Grand Slam del año pasado. Está defendiendo
el título, lo que es algo muy importante en el tenis. Se había mantenido
en el Nª 1, incluso dejando a Wilson en el puesto 2. Sin embargo, en los
últimos torneos en los que la he visto, ha perdido estrepitosamente. Pero
lo peor es su carácter y las raquetas pagan los platos rotos. —comentó
sonriendo divertida antes de dar otro sorbo a su café.

Taylor también rio. En la TV presentaban a las jugadoras en sus


respectivos puestos. Enfocaron a Camila en primer plano. Su rostro se
mostraba tenso y no dejaba de mover las piernas. En ese momento
llamaron a las jugadoras para el calentamiento y ambas tomaron sus
raquetas de inmediato.

—Es linda. —comentó Taylor.

Lauren frunció el entrecejo, prestando atención al rostro que


enfocaba la cámara. ¿Camila Cabello era linda? Sí, lo era. Más bien
hermosa, si tenía que ser sincera. El rostro que le presentaba la cámara
se mostraba serio, y sus ojos tenían una mirada intensa; concentrada,
pero intensa. Sus labios eran llenos y esa nariz perfilada iba bien con su
rostro latino. Llevaba el cabello recogido en una cola alta que no solo
mantenía cada hebra en su lugar, también permitía apreciar las tres
tonalidades de castaño que lucía. Camila Cabello no era linda, era
hermosa.

—Lo es. —respondió finalmente—. Por cierto, ¿estabas estudiando?


—preguntó sin dejar de mirar la TV.

Ambas jugadoras peloteaban y el público las aplaudía.

—Sí, pero me dormí. Algo me despertó y luego me olió a café, así


que salí a averiguar qué sucedía.

—Y encontraste café recién hecho.

Taylor miró a su hermana con una enorme sonrisa de suficiencia.

—Sí. Gracias.

—Eres una holgazana.

—Lo sé. —Aceptó guiñándole un ojo—, pero soy una holgazana


que te quiere mucho.

Lauren arrugó la boca.

—Vaya premio.
Taylor rio y bebió de su café. El silencio las acompañó durante unos
minutos mientras prestaban atención a lo que decían los comentaristas.
El tiempo de calentamiento terminó y las jugadoras volvieron a sus
lugares para prepararse para el inicio del partido.

—Sabes que te acompañaré al Roland Garros, ¿cierto?

—Lo sé. Y te lo agradezco. Va a ser más fácil teniéndote cerca.

—¿Te asusta ir?

Lauren respiró hondo y dejó la taza ya vacía sobre la mesa de


noche.

—Me aterra. Volver a un torneo, aunque no sea a jugar, me causa


desasosiego. Pero volver al lugar donde ese hombre… me hizo daño,
es aterrador.

—¿Por eso crees que es el lugar para dar ese paso?

Lauren miró a su hermana.

—Exacto. Si puedo ir, creo que seré capaz de ir perdiendo mi


miedo a estar rodeada de gente.

Para Lauren no solo fue traumático el daño físico que le causó la


agresión de la que fue víctima, ella también quedó afectada
emocionalmente. Si había mucha gente a su alrededor, en especial
cuando se trataba de desconocidos, sufría fuertes ataques de
ansiedad que fueron confinándola por completo en el entorno que
creía seguro, su familia. Al sentirte rodeada, su mente recreaba el
momento de la agresión; miles de personas a su alrededor y alguien
con macabras intensiones a su espalda. ¿Cómo olvidar eso? ¿Cómo
sentirse segura rodeada de gente? Perder ese miedo fue lo que trató
de superar durante tres años con la ayuda de una terapeuta; al final,
la profesional que la atendió llegó a la conclusión de que no podía
hacer nada más por ella, que solo en su interior encontraría la fortaleza
para superar sus miedos.

—No sabes cuánto me alegra que decidieras intentarlo. Tú debes


estar allá afuera. De hecho, deberías estar en una de esas canchas. —
Le dijo señalando la TV—. Jugando, pateando traseros. Eras una de las
mejores. Aún lo eres.

Lauren sonrió con pesar.

—Gracias. Amo el tenis. Siempre será parte de mi vida, pero


aunque logre superar esto que me paraliza, nunca volveré a una
cancha. Al menos no profesionalmente.

—Eso está bien para mí. Puedes ser entrenadora.

—¿Entrenadora?

—Sí. Sé que papá te enseñó muchas cosas. Además, haces análisis


sobre el juego de los tenistas muy acertados.

—¿Cómo sabes que son acertados?

—Lo sé porque lo dices tú.

Lauren soltó una carcajada.

—Tay, sí que estás loca. Y vaya objetividad.

—No te rías. ¡Es cierto! Vamos, dime que no ves por qué el saque
de esa chica está fallando tanto.

Lauren miró la TV. Ya el partido había comenzado y era el turno de


sacar de Camila Cabello, ya se disputaba el tercer punto del segundo
juego. La rusa sostuvo su saque y ahora su rival estaba contra las
cuerdas tras cometer dos dobles faltas consecutivas, por lo que el
marcado indicaba un 0 – 30; si no metía su siguiente saque, enfrentaría
un triple breakpoint. La ex tenista vio a Camila prepararse para el
siguiente saque y luego ejecutarlo. El saque fue ancho y con eso la rusa
obtuvo su primera oportunidad de irse arriba en el marcador en el
mismo primer set. Mal comienzo para la cubana.

—Creo que se está adelantando demasiado en el saque y la


raqueta la lleva muy atrás —comentó para responder a la petición de
su hermana.

—¿Lo ves? Tienes esa cosa de papá, sabes detectar las fallas.

—Claro que no. Es solo mi experiencia en la cancha.


—Eres tan terca —masculló la hermana menor.

Lauren no dijo nada, solo continuó mirando el juego. Camila


cometió otra doble falta y la rusa se quedó con el juego. La cámara
enfocó el rostro de la morena como una manera de mostrar su
evidente frustración.

—La está pasando muy mal —comentó Lauren.

—Ya lo creo.

—Hace unas semanas estaba dentro de las 5 mejores y ha


descendido hasta el puesto 39º. No puedo imaginar su frustración y la
de su padre.

—¿Recuerdas que papá te lanzaba a la piscina cuando andabas


frustrada por algún mal partido?

Lauren rio.

—¿Cómo olvidarlo? Decía que el agua me enfriaría la sangre.

—Sí, pero creo que solo te lanzaba al agua para castigarte por los
malos ratos que le hacías pasar.

—Yo también lo creo —aceptó riendo.

De pronto el silencio volvió; ambas se perdieron en el recuerdo de


su padre.

—Recuerdo que cuando nos dejaron verte, casi de inmediato


preguntaste por papá —dijo Taylor con un tono triste.

—Y ustedes me dijeron que estaba atendiendo algo.

—Pensamos que no te haría bien saber que… sufrió un infarto y...


—la joven no pudo continuar.

Lauren tragó saliva. Cuando se enteró que su padre había muerto,


ya llevaba varios días en la Unidad de Quemados del hospital. La
ausencia de su padre era notable, aunque permanecía mucho tiempo
sedada por las graves quemaduras en su rostro y brazo. El último día
que estuvo en una cancha de tenis jugando, no solo perdió toda su
confianza en el mundo, también a su padre.
—Es tan duro saber que murió en medio del infierno que causó ese
hombre. —susurró Lauren.

—Y no poder despedirnos de él. Yo ni siquiera estaba ahí.

Lauren se acercó a su hermana y le pasó un brazo por los hombros


para acercarla a ella.

—Ya no pensemos en ello. Miremos tenis.

Taylor se secó la lágrima que humedecía su rostro y sonrió.

—Le están dando una paliza. —comentó viendo en la TV como


Camila era incapaz de alcanzar los tiros de la rusa.

—Sí. De nuevo se quedará en la primera ronda. El problema es que


no es cualquier torneo, es un Grand Slam que ganó. Es la campeona y
está defendiendo el título.
CAPÍTULO 6

Lo último que deseaba Camila era dar una rueda de prensa, pero
en el torneo se debía cumplir un protocolo. Y ello incluía hablar con la
prensa tras los partidos, se ganara o perdiera. Ella iba acompañada por
su padre por los pasillos del complejo; los escoltaba un guardia de
seguridad y un miembro del equipo de prensa del torneo.

—Mantente tranquila. —Le aconsejó su padre cuando estaban


cerca de la sala que le asignaron.

Camila no respondió, no tenía fuerzas. ¿De dónde sacar fuerzas


para continuar cuando en la cancha acababan de aplastarla?
Intentaría tener paciencia con los periodistas, pero no prometía nada.
El guardia abrió la puerta de la sala de prensa y Camila entró seguida
por su padre. Dentro se encontraban decenas de periodistas y el
murmullo la aturdió un poco. Ella se dirigió al lugar dispuesto para los
tenistas y Alejandro se sentó a su lado.

—Hola a todos —saludó ella de inmediato. Cuando antes iniciara,


más pronto terminaría con su lenta agonía.

Un coro de “holas” llenó el lugar y el miembro del torneo anunció


el inicio de la rueda de prensa. Un periodista alzó la mano y ella lo miró.

—Camila, es el décimo torneo en fila que te quedas en la primera


ronda. Estabas defendiendo el título y perdiste con uno de los
marcadores en cero. ¿Cómo te sientes con eso?

La tenista respiró hondo y se humedeció los labios con la lengua


antes de hablar.

—Evidentemente no puedo sentirme bien —respondió mirando a


los ojos al periodista—. Siento que he dado todo en la cancha, en este
partido y en todo los demás y, aun así, mis oponentes ganaron. Hoy no
le quito el mérito a la contrincante, jugó un partidazo, tuvo muchos tiros
ganadores y apenas dos dobles faltas. Podría decirse que su juego fue
perfecto. Yo en cambio fallé bastante y el resultado se puede ver en el
marcador.
Una periodista alzó la mano y se presentó antes de hacer su
pregunta, por lo que Camila le sonrió.

—Hola. Cada vez que entras en la cancha, te ves animada, incluso


muy concentrada; sin embargo, cuando disputas los puntos, pareces
que dejaras todo al azar. Mi pregunta es, ¿estás apostando a que tus
rivales se equivoquen?

Camila casi bufó, pero se contuvo. “¿Qué clase de pregunta es


esa?”

—Por supuesto que no. Cada punto lo disputo utilizando todos mis
recursos. Además, no soy tan idiota como para apostar a ello con
tantos partidos perdidos.

La respuesta hizo reír a los presentes y eso lo aprovechó otro


periodista para alzar la voz y hacer su pregunta.

—Camila, quisiera saber, ¿cómo está manejando tu equipo la


racha de partidos perdidos? ¿Y si sientes que de alguna manera los
defraudas?

Ella alzó las cejas sorprendida. La pregunta le resultó grosera e


irrespetuosa.

—Vaya pregunta la que haces —le dijo sin ocultar su enojo—.


¿Trabajas para un periódico o una revista?

Alejandro se removió en su asiento, el carácter de su hija acababa


de asomarse. Todos los presentes fijaron su atención en el periodista,
mientras ella esperaba la respuesta.

—Para un periódico.

Camila asintió, pero no dejó de mirarlo.

—Bien, creo que ese periódico se va a sentir muy defraudado


cuando sepa la clase de pregunta que viniste a hacer.

Pero el periodista se lanzó a la carga.

—Pues si leyeras la prensa, sabrías que todos hablan de tu caída


en el ranking y eso no te deja bien parada precisamente.
—Eres un idiota, ¿lo sabes?

Camila se levantó y apuntó al hombre. Alejandro también se puso


de pie.

Y en ese momento los flashes comenzaron a dispararse, por lo que


Alejandro tomó a su hija por un brazo y la instó a ir hacia la salida de la
sala, pero, por un lado, los periodistas se lanzaron a cerrarle el paso, y
por el otro, Camila continuó gritándole al periodista que era un idiota e
intentaba ir hacia él. El personal de protocolo del abierto tuvo que
intervenir para calmar los ánimos y eso lo aprovechó Alejandro para
sacar a Camila de allí.

—¿Has visto la clase de preguntas que hacen? ¡Son unos idiotas! —


masculló la tenista mientras se alejaban por un pasillo.

—Sabes que a la prensa le gusta este tipo de espectáculos y tú se


los ofreces en bandeja de plata.

—Pero papá…

—Lo sé. Lo sé, estuve ahí, pero debes aprender a manejar ese tipo
de prensa. Dominar tu carácter, Mila.

—Debí pedir que sacaran a ese idiota.

—¡Exacto! Eso lo hubiese puesto en su lugar sin caer en sus juegos.


Quieren noticias para la primera plana y tú se las diste.

Caminaron en silencio por unos minutos, ya debían abandonar el


complejo, así que se encontrarían con Paul e Ian para regresar al hotel
y alistar todo para despedirse de Australia.

—Quiero tomarme unos días. —dijo Camila de pronto,


sorprendiendo a su padre.

Alejandro se detuvo para mirarla y ella hizo lo mismo.

—¿Estás segura?

—Sí —respondió y cerró los ojos. Alejandro notó la angustia en su


gesto.

—De acuerdo. Si es lo que necesitas, nos tomaremos unos días.


—Gracias.

—¿Qué quieres hacer?

—Ir a casa. Necesito ir a casa, papá.

—Entonces iremos —le dijo él sonriéndole con ternura.

Y así fue. Camila y su equipo de trabajo se tomaron unos días. Ella


y Alejandro se instalaron en su casa de New York para compartir como
padre e hija. Sin embargo, los entrenamientos no pararon del todo. A
diario Camila llevaba a cabo sus rutinas de ejercicios y jugaba al menos
una hora al día. Con el paso de los días se sintió más tranquila
mentalmente, trató de bajar el nivel de preocupación por sus derrotas
e incrementar la seguridad en su juego. Debía sentir confianza. Debía
encontrarse en la cancha. El problema era que no terminaba de hallar
el camino y eso le causaba temor.

Alejandro la animó a salir con algunas amistades, a que se


distrajera con otras cosas que no fuera el tenis y así lo hizo. Salió un par
de veces al cine y a cenar con unos amigos. Pero nada de eso apartó
del todo su frustración.

Y esos días pasaron y un nuevo torneo apareció en el calendario


de la tenista, y con él volvieron los rigurosos entrenamientos. El ritmo de
trabajo con Alejandro y Paul volvió a lo habitual, y su timing parecía
estar al cien por ciento. Llegaba bien apoyada a pegar la pelota, el
balance de su cuerpo estaba perfecto y hacía los cambios de peso en
las piernas en los momentos adecuados. Su padre sabía que las fallas
de su hija en la cancha no estaban en su rendimiento físico, sino en su
mente y eso acrecentaba su certeza de que necesitaban a alguien
más en el equipo. Alguien que trabajara la mente de Camila, ¿pero
cómo convencerla?

Y la fecha de ese torneo para el que se prepararon llegó. Y de


nuevo la tenista no pudo pasar de la primera ronda tras perder 6 – 0,
6 – 2, ante una estadounidense. Con la nueva derrota la preocupación
en el equipo se hizo más evidente, en especial para Ian; dos marcas
patrocinadoras de la jugadora querían terminar el contrato con ella.

—¿Pueden hacer eso? —le preguntó Camila a su representante.

—Sí. El contrato tiene cláusulas donde condicionan su apoyo al


jugador. Y tu bajo rendimiento en la cancha les facilita retirar su apoyo
de forma legal.

Camila negó sin poder creerlo. Todo a su alrededor se


tambaleaba.

Y días después, todo se tornó más oscuro cuando perdió los


siguientes dos partidos en torneos internacionales.

—¡Basta! ¡Basta! —gritó la tenista al salir de la cancha—. No haré


esto — sentenció.

Alejandro solo pudo ver a su hija desaparecer por un pasillo. Él y


Paul intercambiaron miradas, Camila parecía estar tocando fondo.

—Hay que darle espacio —dijo Paul.

—Así es.

Alejandro, como entrenador e Ian, como su representante,


decidieron retirar a Camila de los próximos torneos. Todos se tomarían
una larga pausa para descansar y prepararse para el siguiente Grand
Slam, el Roland Garros. La tenista dominaba muy bien la arcilla y quizás
lograría ganar y recuperar su ánimo y confianza.

Pero antes, Alejandro necesitaba convencerla de buscar a alguien


que la ayudara a trabajar su mente.

—Debemos hacerlo, Mila.

Ellos se encontraban de nuevo en New York; la tenista preparaba


en la cocina una bebida verde. Camila se hallaba tan acorralada, que
ahora estaba dispuesta a escuchar a su padre.

—¿Qué quieres hacer?


Alejandro respiró un poco aliviado. Se sentó frente a ella alrededor
de la encimera central de la cocina, observando con interés los
ingredientes que Camila añadía al procesador.

—Quiero contratar a un terapeuta. Alguien que te ayude a


encaminar tus pensamientos, que identifique eso que te bloquea en la
cancha.

Camila puso más hojas verdes en el procesador, le puso la tapa y


lo activó. El ruido del electrodoméstico los obligó a mantenerse en
silencio, lo que aprovechó ella para pensar en la propuesta de su
padre.

—Está bien —respondió tras apagar el aparato. Su padre la miró


con orgullo—. ¿Tienes a alguien en mente?

—Aún no, pero encontraré a alguien que se adapte a nuestro


equipo. En especial que te ayude.

Camila asintió, luego sirvió en un vaso una buena cantidad de la


bebida y lo deslizó sobre la superficie hasta dejarlo frente a su padre.
Alejandro miró el vaso con sospecha.

—Ni creas que voy a probar esa cosa.

—Lo harás porque tiene todo lo que necesitas a tu edad.

Las cejas de Alejandro se alzaron.

—¿A mi edad?

—Ya no eres un niño, Alejandro. Debes cuidarte. —le dijo


guiñándole un ojo.
CAPÍTULO 7

Lauren tomó la decisión unos meses atrás, pero eso no evitaba que
se sintiera nerviosa. Mucho más que nerviosa, si era sincera. Y si a eso le
sumaba su temor a estar rodeada de personas y la manera en que la
miraban al notar la marca en su mejilla, se sentía al borde de un
episodio de ansiedad. Agradeció en silencio que Taylor la
acompañara, sola no hubiese podido hacerlo. Su hermana la tomó de
la mano todas las veces que percibió su nerviosismo. Eso y su sonrisa, la
ayudó a tranquilizarse durante todo el viaje.

Una hora y media antes, había llegado a Paris, y ahora se


registraba en el hotel junto a Taylor. El hotel se encontraba a menos de
un kilómetro del Stade Roland Garros, por lo que seguramente habría
algunos tenistas hospedados allí también. El lobby del hotel era un
derroche de elegancia y glamour; tras obtener la llave de la
habitación, fueron escoltadas por un botones que llevó su equipaje
hasta el ascensor y las invitó a entrar en cuanto las puertas se abrieron.

Minutos después, ambas se dejaron caer sobre sus respectivas


camas. La habitación doble era tan exquisita como todo lo demás en
el hotel. Las sábanas eran tan suaves que el solo rozarlas invitaban a
quedarse en la cama por siempre.

—Esto me recuerda a cuando jugabas —le comentó Taylor


tendida sobre su cama mirando al techo.

Lauren sonrió.

—Sí, se siente igual.

—¿Cómo estás?

—Ahora más tranquila.

Taylor se incorporó hasta sentarse en posición india.

—Lo hiciste bien. Has sido muy valiente.

Lauren también se sentó.


—No del todo, pero lo estoy intentado. En el aeropuerto sentía que
no podía respirar.

—Sin embargo, lo manejaste. Hiciste esos ejercicios de respiración


que te indicó la terapeuta y mantuviste el control.

—Me ayudó mucho el calor de tus manos.

—Es porque te amo y te transmito mi amor.

Lauren rio.

—Debió ser eso.

—Y sobre mañana, ¿cómo te sientes?

—Muy nerviosa, la verdad.

Taylor salió de su cama y terminó junto a ella, abrazándola fuerte.

—Yo estaré a tu lado.

La ex tenista cerró los ojos agradeciendo el cariño de su hermana


y el de su madre. Y extrañando a su padre como nunca.

—Lo sé.

Taylor se separó de ella y le dio un beso en la frente.

—Ahora a descansar para luego ir a cenar. El viaje no fue largo,


pero siento que llevo muchas horas sin comer —dijo al tiempo que salía
de la cama de su hermana—. Iré a darme una ducha.

—Sí, yo también necesito ducharme. Antes llamaré a mamá.

—Perfecto.

Dos horas después, las hermanas Jauregui estaban lista para bajar
a cenar. Lauren vestía por completo de blanco; un pantalón de lino,
una camisa manga larga y unas sandalias de tacón alto, resaltaban la
elegancia de su figura. Usaba un labial de color rosa pálido para no
llamar la atención a su rostro; aunque era imposible, como le decía su
hermana, que no fuera el blanco de las miradas. Su belleza estaba a la
vista a kilómetros de distancia. Mientras tanto, Taylor usaba un vestido
veraniego corto de falda ancha de color azul marino con puntos
blancos. Llevaba el cabello suelto como su hermana. Juntas salieron de
la habitación y se dirigieron por el pasillo hacia el ascensor.

—En serio creo que ese nuevo amigo de mamá anda tras sus
huesos — comentó Taylor cuando entraban al ascensor.

Lauren rio mientras marcaba el botón del lobby.

—Solo quieres un novio para mamá.

—¡Es que ya quiero que encuentre a alguien!

—Taylor, no se trata de lo que tú quieras.

—Pues si lo dejamos en manos de mamá, se quedará recordando


a papá por siempre.

—Tal vez es lo que quiere su corazón.

Los labios de Taylor se fruncieron y su hermana no pudo más que


reír.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el lobby, Alejandro


Cabello se encontró de frente con la enorme sonrisa de Lauren. El
reconocimiento entre ambos tardó unos segundos en llegar, entonces
fue en el rostro de Alejandro en el que se formó una sonrisa, mientras la
de la tenista desaparecía lentamente para luego reaparecer con un
brillo diferente.

—Por Dios, ¡Lauren! —murmuró Alejandro con genuina emoción.

La evidente sorpresa de Lauren asombró a Taylor, que se quedó


tan paralizada como ella, pero porque se mantenía atenta a cualquier
situación que pudiera perturbar a su hermana mayor. Y fue ella la que
se movió rápido cuando las puertas del ascensor intentaron cerrarse sin
que ellas salieran; pulsó el botón para abrir las puertas, entonces Lauren
dio un paso afuera y ella la siguió.

—¡Alejandro!
Lauren se encontró de pronto entre los fuertes brazos del hombre.
Y tan fuerte como sus brazos, era el abrazo.

—Por Dios, no puedo creerlo. —Murmuró él sin soltarla—. Tantos


años… — dijo cuando se separó un poco de ella para mirarla a los ojos
y acunar su rostro—. Desapareciste.

Lauren no se sentía cómoda cuando le tocaban la mejilla


marcada, pero la sorpresa al encontrarse al viejo amigo de su padre la
mantuvo centrada.

—Sí, ya sabes… —solo pudo decir sin dejar de sonreír.

Alejandro apartó un poco la mano de su mejilla y sus ojos fueron a


la marca, luego con el pulgar la acarició.

—Lo sé. Lo siento tanto. Y tu padre, no pude decirte cuánto


lamenté su muerte —dijo frunciendo el entrecejo con un gesto de dolor.

—Gracias —contestó ella tratando que el nudo en su garganta


desapareciera.

—Quise verte, pero Clara me dijo que estabas mal. Aún hoy, no
puedo creer lo que pasó.

—Nadie puede creerlo todavía —intervino Taylor.

Alejandro pareció que finalmente notó su presencia, entonces se


alejó de Lauren y le dedicó una enorme sonrisa también.

—Debes ser Taylor —le dijo y le dio un abrazo rápido—. Tu padre


hablaba mucho de ti. Bueno, de toda su familia en realidad. Estaba
orgulloso.

La joven sonrió.

—Sí que lo estaba. Y nosotras de él —respondió sin saber qué más


decir. Su padre estaba ausente, pero su recuerdo las acompañaba en
cada paso de sus vidas.

Alejandro volvió su atención a Lauren.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

La ex tenista podía ver que la emoción del hombre era sincera.


—Bien. Trato de salir adelante.

Alejandro sonrió.

—Me alegra saber eso. He leído que vives un tanto… aislada.

Lauren asintió con algo de pesar.

—Sí, lo he estado. Pero ahora intento cambiar eso.

—Eres fuerte, estoy seguro de que lo harás. Te ves bien —afirmó


mirándola de arriba a abajo—. Sigues entrenando, ¿cierto?

Ella no pudo evitar que su sonrisa la delatara.

—Sí.

—¿Estás aquí por el torneo?

—Sí. Creo que aquí es un buen lugar para volver al mundo.

—¿Volverás a competir?

Lauren sonrió y negó con la cabeza.

—No.

Alejandro la miró a los ojos y en ellos encontró determinación.

—Aquel día el tenis perdió a una de las mejores y eso lo


lamentamos todos.

Ella no quería recordar aquel día, así que intentó cambiar el tema.

—¿Ya están listos para la primera ronda?

—Estamos trabajando muy fuerte. —Respondió con entusiasmo—.


Llegamos hace una semana para que Camila descansara y se
aclimatara. Estos meses han sido… difíciles.

—He visto algunos partidos. Estoy segura de que saldrán de esa


mala racha. A veces el tenis es así.

—Exacto, por eso nos mantenemos optimistas. ¿Van al


restaurante?

—Sí, vamos a cenar.


—Iba a buscar a Camila también para cenar, aunque estaba algo
reacia a bajar. Me gustaría invitarlas a una copa después de la cena.

—Por supuesto —aceptó Lauren.

—Perfecto. Regresaré pronto.

—De acuerdo.

Los tres se despidieron con una sonrisa. Las chicas siguieron


adelante, mientras Alejandro se quedó a esperar el ascensor.

—Vaya que sabe acaparar —comentó Taylor por lo bajo.

—No digas eso. A mí también me emocionó encontrarlo.

Lauren se tensó cuando vio a algunas personas entrando al


restaurante, sin poder evitarlo miró por encima de su hombro. Una de
las cosas que tenía que superar era temer a quienes la rodeaban.

—Tranquila, estoy aquí —le dijo su hermana y le puso una mano en


la espalda para hacerse sentir.

—Lo sé, pero no siempre estarás.

Finalmente entraron al restaurante. Lauren tuvo que respirar


profundo, el lugar estaba algo concurrido. Pudo identificar a algunos
jóvenes tenistas. Se olvidó por un momento del malestar que sentía para
preguntarse si algunos de ellos la reconocerían, luego bufó. Muchos de
los que estaban allí eran jóvenes, así que lo dudó; aunque ella solo tenía
siete años lejos de las canchas.

El maître las condujo a una mesa y las dejó con un mesonero que
les tomó la orden. Y así, las hermanas Jauregui disfrutaron de una
deliciosa cena en Paris. Y así, Lauren se quedó esperando el regreso de
Alejandro, que no apareció por el restaurante y ella se preguntó qué lo
retuvo.
CAPÍTULO 8

El auto que conducía a Lauren y a su hermana al Stade Roland


Garros se detuvo justo en la entrada. Ella se inclinó para mirar por la
ventanilla, leyó parte del nombre del lugar; su corazón latía fuerte y
decenas de imágenes llenaron sus pensamientos con recuerdos de
años atrás, cuando estuvo allí varias veces para competir.

Cuando era una de las mejores tenistas del mundo. Y después llegó
el recuerdo del trágico momento. Sin darse cuenta cerró los ojos y su
cuerpo fue invadido por el miedo. Y fue capaz de sentir físicamente un
poco del dolor que le causó el químico que le quemó la piel.

—No pienses en eso —le dijo su hermana y la tomó de la mano.


Lauren abrió los ojos; estaban humedecidos.

—No puedo evitarlo.

Un guardia de seguridad se acercó al auto y ellas entregaron sus


identificaciones para ser revisadas antes de poder acceder al
complejo.

—¿Quieres seguir adelante?

Taylor notó el temblor de su hermana y el esfuerzo que hacía por


continuar.

—Sí, lo haré —respondió aunque sentía que le faltaba el aliento—.


Siento náuseas.

—Es normal, concéntrate en respirar. Y avisa si vas a vomitar.

Lauren asintió y el chofer miró hacia atrás con un gesto de


preocupación que casi hizo reír a Taylor. En ese momento el guardia
regresó, les devolvió sus identificaciones y le dieron acceso. Poco
después ambas entraron a la antesala del centro de negocios del
estadio; allí se encontraron con el director del torneo, Adolphe
Chavanel.

Cuando Lauren pensó en salir de la burbuja en la que se aisló del


mundo y asistir a un torneo, siempre tuvo claro que de hacerlo, sería al
Roland Garros; las razones eran obvias. Así que cuando tomó la
decisión, envió una carta al director del torneo para anunciarle su
asistencia. Chavanel le respondió casi de inmediato; notó que el torneo
se sentía un poco responsable por lo sucedido en la cancha aquel
fatídico día. Después de todo, la falla en la seguridad había sido
desastrosa e imperdonable. Las marcas en su cuerpo lo evidenciaban.

El hombre la esperaba enfundado en un elegante traje de


diseñador; era más alto que ella, de ojos azules y cabellos rubios y
abundantes. Debía rondar los cincuenta años, calculó la ex tenista.
Chavanel le dio la bienvenida y luego estuvieron conversando
alrededor de una hora en su oficina, pero lo que Lauren quería era
recorrer las canchas, volver a esos lugares en los que jugó. Volver a
donde su vida cambió para siempre.

Tras despedirse del director del torneo, Lauren y Taylor salieron del
lugar acompañadas por un hombre bastante joven, no debía superar
los veinticinco años, miembro del personal de protocolo del torneo. Él
las acompañaría en el recorrido por el lugar para facilitarle el acceso;
en especial a la cancha Nº 1.

Al salir, de inmediato se encontraron frente a la estructura de la


cancha, la tercera más importante del estadio. Para ese momento, aún
faltaban unos días para dar inicio al torneo, pero muchos tenistas
utilizaban las instalaciones para entrenar, por lo que se veía un poco de
movimiento en los alrededores.
—Esto es hermoso —comentó Taylor admirando todo cuanto la
rodeaba, sin embargo, no por eso dejó de notar que su hermana se
quedó mirando la cancha—. Solo falta un paso.

Finalmente, Lauren apartó su atención de la estructura y miró a su


hermana.

—Creo que voy a vomitar —dijo y tragó saliva.

—No te detengas si quieres hacerlo, pero mantente lejos de mí.

La ex tenista sabía que su hermana intentaba que se relajara, por


eso le habló con un tono distendido.

—Lo haré justo en tus zapatos. —La amenazó sonriendo, aunque


en su estómago sentía una revolución.

Taylor le sacó la lengua en respuesta; entonces la tomó por el brazo


y la instó a seguir al hombre hacia la Plaza de los Mosqueteros, donde
quedaba una de las entradas a la cancha uno.

Y después de eso, todo pareció irreal para Lauren, incluso sus


pasos. Parecía que se movía en cámara lenta y al mismo tiempo, su
corazón acelerado le decía que iba demasiado rápido. Cuando
traspasó la entrada y se dejó guiar por los pasillos por el hombre del
protocolo hacia la antesala donde esperaban las jugadoras a ser
anunciadas, su estómago se convirtió en una maraña de sensaciones
que la enfermaron físicamente, pero no se dejó dominar por el
malestar. En lugar de retroceder, respiró hondo y recorrió el pasillo
como aquel día, siete años atrás. Los recuerdos se confundían con la
realidad; nada en el lugar había cambiado. Solo faltaban los aplausos
del público, el anuncio de su nombre por el sonido interno de la
cancha. Faltaban los recogepelotas alistando todo para las jugadoras.
Faltaba el juez de silla.

Faltaban los jueces de línea.

En cuanto estuvo dentro de la cancha, los ojos de Lauren fueron al


lugar que ocupaba el juez aquel día, al fondo, detrás de ella. Cerró los
ojos y las lágrimas se desbordaron. El dolor que abrigaba era casi físico.
En ese instante sentía una imperiosa necesidad de girarse solo para
comprobar que estaba a salvo, que el juez no se encontraba detrás de
ella esperando el momento justo. El miedo hundió sus garras en ella, en
su carne, inyectando su veneno. Apretó los puños con todas sus fuerzas
porque todo lo que le pedía su mente era que corriera, que saliera de
allí y se pusiera a salvo. Pero dentro de ella, muy dentro de ella, sabía
que nada le pasaría. Sin embargo, eso no disminuyó su ansiedad.

Y es que para cualquiera que no haya sufrido un hecho traumático


como ella, la palabra ansiedad puede sonar insignificante, algo casi
cotidiano por el ritmo de vida del mundo actual. Pero cuando la
ansiedad le genera un trauma, es difícil luchar contra ella. Es difícil
ignorar esa señal de alerta de peligro inminente que la mente crea y a
la que el mismo cuerpo responde. Es difícil ignorar los potentes latidos
del corazón, la sudoración, la sensación de vértigo.

El miedo.

Lauren luchaba. Ella sabía que el juez no estaba detrás de ella. Que
el dolor de las quemaduras no volvería. Que se encontraba allí, en la
cancha Nº 1 y aun así, estaría bien. Y esa lucha interna con ella misma,
con sus miedos, provocó una fuerte arcada que lanzó una gran
cantidad de bilis sobre la tierra batida.

Taylor se acercó de inmediato cuando la vio doblarse y escupir.

—¿Estás bien? —le preguntó frotándole la espalda.

Lauren intentaba contener las arcadas, pero asintió con énfasis.


Taylor apartó la atención de su hermana para mirar al hombre que las
acompañaba.

—Lo siento —le gesticuló.

El hombre le hizo señas con las manos indicándole que todo estaba
bien.

—Ya está pasando —murmuró Lauren con la respiración agitada.

—Lo haces bien.

Poco a poco la ex tenista se incorporó, su frente estaba perlada


de sudor y lo secó con el dorso de su mano.
—Vaya espectáculo.

—Nada de eso —le dijo Taylor.

—Quiero… recorrer la cancha.

—¿Sola?

Lauren asintió. Luego respiró hondo y dio el primer paso. Sus piernas
las sentía débiles, al igual que todo su cuerpo. Sus pensamientos
seguían acelerados. Ante sí se repetía una y otra vez el gesto de su rival
en aquel momento, lo que le dio la señal de que algo pasaba detrás
de ella, pero nunca imaginó lo que vino después. Luego el juez de silla
sosteniéndola y gritándole para que dejara de frotarse el rostro y el
brazo. Los ojos del juez estaban muy abiertos, con un gesto de terror.
Esa era una imagen que recordaba en detalle.

¿Cómo olvidarla?

¿Cómo olvidar todo?

Llegó a la esquina derecha de la línea de fondo. Se quedó mirando


el puesto del juez de línea. Ni siquiera recordaba haberlo visto en la
cancha. De ese hombre solo tenía el recuerdo de una fotografía que
vio en la página principal de un periódico mucho después. En el
reportaje se contaba la historia que condujo al juez a agredirla. En ese
instante negó con la cabeza como lo hizo cuando leyó la historia.

Ni siquiera quiso recordarlo, solo sacudió la cabeza y miró el sitio


donde se paró para recibir el saque de Bourdeu. Necesitaba pararse
en ese mismo lugar; era vital. Lauren tragó saliva y dio otro primer paso;
se sintió tambalear como un niño en sus primeros pasos, pero continuó
caminando. Y llegó allí, al borde de la línea y se paró justo detrás de
ella. Miró de nuevo el sitio que ocupó el juez. Sus ojos reflejaban
determinación, como si ese hombre estuviera allí y ella lo retara.

Lauren lentamente se giró, dándole la espalda al lugar del juez;


cerró los ojos y contuvo la respiración. Así se quedó, combatiendo las
sensaciones que le producía la ansiedad. Con los ojos cerrados sus
lágrimas se desbordaron. Apretó los puños y se concentró en controlar
su agitada respiración.
—No puedes conmigo. —susurró.

Poco a poco las sensaciones disminuyeron, entonces Lauren sintió


cómo una chispa de esperanza se encendía dentro de ella. Al abrir los
ojos, se encontró en la distancia con la mirada de su hermana, que le
sonrió con evidente orgullo. El gesto se dibujó en ella también, pero
incluso así, se dobló y volvió a vomitar sobre la tierra batida de la
cancha Nº 1.
CAPÍTULO 9

—¿Han pasado un poco las náuseas?

—Sí.

Taylor echó un vistazo atrás, al hombre que las seguía de cerca y


le dedicó una amable sonrisa. Después de abandonar el recinto,
ambas se quedaron recorriendo las áreas del estadio; en ese momento
acababan de pasar la enorme estructura de la cancha Suzanne
Lenglen. Caminaban con dirección a las canchas anexas tomadas de
los brazos, querían ver los entrenamientos de los tenistas que
participarían en el torneo.

—Hace tiempo que no hablamos de tu carrera —comentó Taylor.

—No hay nada que hablar. Mi carrera terminó ese día, lo sabes.

—No lo sé, Lo, eres tú la que cree eso. Quiero decir, aún tienes edad
para jugar, sigues entrenando. Podrías volver.

—No.

Y el tono con que Lauren pronunció esa simple silaba le dijo a Taylor
que no debía ahondar en el tema. Al menos no ahora.

—¡Lauren!

El llamado las sobresaltó a ambas. Cuando miraron con dirección


a la voz que las interceptó, vieron a Alejandro que les sonreía y
caminaba hacia ellas.

—Alejandro. —Respondió la ex tenista y en segundos recibió un


beso en la mejilla como saludo—. Hola. Pensé que no volvería verte. Te
esperamos anoche.

Alejandro torció la boca.

—Hola —saludó a Taylor también con un beso en la mejilla y volvió


su atención a ella—. Lamento lo de anoche. Subí por Mila y no la
encontré. Me preocupó que se hubiese ido de fiestas y tuve que
buscarla, pero estaba con una de sus chicas… —tanto las cejas de
Lauren como las de Taylor se alzaron ante las palabras—. Oh, no, no.
No piensen mal, por favor —les pidió riendo apenado por su metedura
de pata—. No es que Mila tenga muchas chicas. Quiero decir, sí estaba
con una, pero no es que… ella no… ya sabes…

Las mujeres hicieron un gran esfuerzo por no reír por el balbuceo de


Alejandro, que era un hombre de aspecto serio.

—Ale… Alejandro —lo hizo callar Lauren poniéndole una mano en


el hombro—. No tienes que explicarlo —lo tranquilizó.

Él sonrió un tanto avergonzado.

—Es que no quiero que piensen que Camila anda por ahí… ya
sabes. De una falda en otra.

Taylor se divertía mucho con la situación y lo demostraba porque


no paraba de reír.

—Señor, no se preocupe. A mi hermana también le gustan las


faldas y no andaba detrás de todas ellas solo porque tenía una en casa
que la controlaba bien.

—¡Tay!

—¡¿Qué?! ¡Es cierto!

Ahora era Alejandro quien reía por la cara de vergüenza de la ex


tenista.

—Será mejor que dejemos de hablar de faldas —intervino él con


un tono divertido—. Sabía que venías, pero es una linda sorpresa
encontrarte aquí. ¿A dónde van?

—Vamos a las canchas. Quiero ver los entrenamientos —respondió


Lauren y sin poder evitarlo, echó un vistazo por encima de su hombro
con nerviosismo.

—Oh, perfecto. Camila está entrenando. Me dirigía también a las


canchas. —dijo invitándolas con un gesto con la mano a seguir
adelante—. Creo que no se conocen, ¿cierto? —le preguntó.

Los tres se encaminaron hacia el área seguidos por el hombre del


protocolo.
—Cierto. ¿Cómo se siente para el torneo?

Alejandro torció de nuevo la boca y sus hombros cayeron un poco.

—Está entrenando fuerte, pero creo que en su cabeza hay dudas.

—Eso es fatal para un tenista.

—Lo sé. Creo que necesita a alguien que trabaje su cabeza.

—Entonces búscalo —le dijo Lauren.

—Recién aceptó que buscara a alguien.

En ese momento entraron al área de las canchas anexas; dos de


las superficies estaban ocupadas. En una, practicaba un chico que
Lauren no logró reconocer. Si estaba en el cuadro de singles, debía ser
un wildcard. Y en la otra, se encontraba entrenando Camila Cabello.

Lauren pensó que en persona era mucho más baja de lo que


parecía en TV, estuvo segura de que ella le sacaba al menos dos
centímetros de diferencia. La jugadora practicaba el saque; junto a
ella se encontraba un hombre que debía medir un metro noventa. Del
otro lado de la cancha, recibía los saques una tenista que reconoció
como a Milka Jones.

—Estamos trabajando el saque —comentó Alejandro ; los tres se


detuvieron sin darse cuenta a observar la práctica desde lejos—. El
porcentaje de primeros saques ha bajado bastante.

Lauren observó a Camila tomar posición y armarse para el saque.


Segundos después esta lanzó la pelota al aire, levantó el brazo, echó la
raqueta hacia atrás y la golpeó. El pique fue ancho. La tenista pidió
otra pelota y repitió cada movimiento hasta golpear la pelota una vez
más.

—No está quebrando la muñeca —explicó—. Eso no le permite


apuntar mejor.

—¿Eh?

Alejandro escuchó a Lauren y prestó atención a los movimientos


de su hija cuando se preparó para un nuevo saque.
—¿Lo ves? —insistió mirando esta vez al hombre junto a ella—.
Debe quebrar la muñeca.

—Lo veo —respondió Alejandro —. A eso me refiero cuando trato


de explicarle que necesitamos a alguien. Ya conozco todos sus
movimientos, no estoy viendo sus errores y eso me hace fallar como
entrenador. Y mi falla la afecta a ella, y no quiere entenderlo.

—Papá le enseño muchas cosas a Lo, tal vez puedan trabajar


juntas — intervino Taylor que también tenía su atención puesta en la
práctica de Camila.

Dos pares de ojos miraron asombrados a Taylor, pero por diferentes


motivos. Lauren miró a su hermana como si de pronto hubiese perdido
la cabeza; en primer lugar, ella intentaba superar un trauma en su vida,
así que no estaba para nada más. Y, en segundo lugar, para pensar en
ayudar a alguien a mejorar su juego, se necesitaba de mucha
experiencia y sí, ella había jugado durante años, pero estaba muy lejos
de sentirse preparada para guiar a alguien.

Por el otro lado, Alejandro miró a Taylor como si hubiese dicho una
locura; sin embargo, después sus ojos se fueron iluminando. Y Lauren se
preocupó cuando él sonrió como si se encontrara frente a la solución a
todos sus problemas.

—Lauren… —él pronunció el nombre con una emotiva calma.

—Oh, Alejandro, no escuches a mi hermana. Ella no sabe lo que


dice.

—Sé bien lo que digo, Lo —se defendió Taylor—. Estabas por


alcanzar la cima del tenis. Eras… No —se corrigió—. Eres muy buena.
Sabes todas esas cosas que papá te enseñó para manejar los líos que
se arman los tenistas en la cabeza y también las estrategias. Lo sabes,
así que sé bien lo que digo.

Lauren miró a su hermana como si quisiera desaparecerla en ese


instante, en especial porque Alejandro parecía entusiasmado con la
idea.
—Sabes que estoy lidiando con mi ansiedad… —le rebatió a Taylor
tratando de ignorar un poco a Alejandro para luego hacerle ver lo
absurda que era la idea de su hermana.

—Y tal vez esto te ayude. Acabas de ver una falla en su saque. ¿Te
imaginas cuánto más puedes hacer si trabajas con ella?

—Ella tiene razón… —intervino Alejandro, pero Lauren lo


interrumpió.

—No, Alejandro. Ella no sabe de lo que habla. Es cierto que papá


me enseño muchas cosas, sin embargo, no existe manera de que con
eso pueda ayudar a tu hija. Quiero decir, para eso hay personas por ahí
con años de experiencia.

—No había nadie con más experiencia en el tenis que tu padre,


Lauren.

—Exacto. La experiencia era de él, Alejandro.

—Tú puedes hacerlo, Lo. —insistió Taylor.

Lauren respiró hondo; no podía creer en la situación que la puso su


hermana. Miraba a Alejandro y se veía tan entusiasmado con la idea
que ella creía que alucinaba. ¿Cómo era posible que él pensara que
ella podría ayudar a su hija? No, definitivamente él estaba loco. Él y su
hermana, que ahora la miraban como si esperaran una respuesta.
¿Cuándo el mundo se había vuelto loco? Ella levantó las manos en
señal de rendición pero para pedir calma.

—De acuerdo, aclaremos esto —dijo mirando a uno y a otro—.


Taylor, estás loca.

—¡Qué no!

—Que sí. Sabes mejor que nadie que no volveré al tenis.

—No tienes que volver, solo ver el juego de ella —apuntó sin mirar
con el dedo hacia la cancha donde practicaba Camila— y tratar de
identificar sus fallas. Solo debes intentarlo.

Lauren cerró los ojos tratando de encontrar paciencia dentro de su


ser. Se dio cuenta de que con Taylor no lograría nada, así que su
atención recayó en el hombre que la miraba como si fuera su última
esperanza.

—Alejandro, no hay modo de que pueda hacer eso que dice mi


hermana — arguyó dedicándole una mirada asesina a Taylor—. Yo no
tengo experiencia, lo sabes. Además, ese tipo de… trabajo, requiere
de mucho tiempo de dedicación y yo estoy… lidiando con volver… al
mundo.

—¿Quién va a volver al mundo?

Esta vez tres pares de ojos se posaron en Camila, que se acercó a


ellos sin que se percataran. Pero fue en los ojos de color esmeralda en
los que ella se fijó.
CAPÍTULO 10

Y después que sus miradas se encontraron, Lauren vio cómo los ojos
de Camila se fijaron en su mejilla derecha. Contuvo la respiración y solo
pudo preguntarse qué estaría pensando la tenista al mirar su marca. Y
los segundos en que el silencio lo llenó todo, hizo tenso el momento, al
menos para Lauren fue así. Camila pareció reaccionar, aunque no
rápido.

—Lo siento —dijo de pronto como si cayera en cuenta de que


estaba siendo mal educada al mirar demasiado. Y así, volvió los ojos a
los de Lauren—. Hola —la saludó asomando una ligera sonrisa que
mostró su pena por la situación.

—Hola —le respondió Lauren con un tono seco para mostrarle su


irritación.

Alejandro fue quien intervino tratando de salvar la situación.

—No me di cuenta cuando te acercaste —le dijo a su hija que


finalmente lo miró—. Aprovecharé la ocasión para presentarlas. Ella
es…

—Lauren Jauregui —lo interrumpió y miró a la mujer que se


encontraba frente a ella—. No te vi jugar, pero… la noticia de lo que te
sucedió… fue… ya sabes…

—Sí, lo sé —la interrumpió ella a su vez. Camila volvió a mirar su


mejilla y tuvo que contenerse para no decirle algo al respecto. En su
lugar, respiró hondo y le tendió la mano, aunque por dentro sentía la
rabia bullir—. Es un gusto conocerte.

Camila de pronto pareció nerviosa cuando le sonrió, no obstante,


lo hizo con reserva y le estrechó la mano.

—Lo siento —murmuró esta vez cuando se la soltó.

Lauren frunció el entrecejo, ¿qué exactamente sentía? Sin


embargo, no dijo nada.
—Y esta es Taylor, su hermana —la presentó Alejandro que no le
pasaba desapercibido la incomodidad de Lauren.

—Hola —la saludó la joven con un gesto serio y una mirada


fulminante.

—Es un placer —respondió Camila.

Ninguna de las dos tuvo la intención de estrecharse las manos.

—Mila, hablábamos de tu saque —dijo Alejandro en un intento por


cambiar el tema para alivianar el ambiente—. Lauren notó que no estás
quebrando lo suficiente la muñeca y…

—¿Lo notó? —cuestionó y volvió su atención a Lauren. Lento


arqueó una ceja cuando la miró a los ojos con un gesto interrogante,
lo que le faltó fue cruzarse de brazos, aunque hizo girar la raqueta que
llevaba en la mano derecha.

Alejandro tuvo que respirar hondo. No entendía qué le pasaba a


su hija.

—Sí, lo notó —respondió él con un tono alto para llamar su


atención. Cuando su hija lo miró, él entrecerró los ojos con un gesto de
advertencia—. Y tiene… razón —recalcó la palabra.

Camila le sostuvo la mirada solo unos segundos porque su interés


estaba centrado en la mujer frente a ella.

—Nunca he necesitado quebrar demasiado la muñeca en mis


saques —le dijo a Lauren con un tono salpicado de arrogancia.

—Entonces es hora de que lo hagas porque tu saque comienza a


ser un asco.

Los ojos de Alejandro y de Taylor se abrieron tanto como los de


Camila al escuchar la respuesta de Lauren. Y todos vieron cómo los
hombros de la tenista se alzaron dispuesta a defenderse; y luego
arqueó una ceja con un gesto presuntuoso.

—¿Un asco? —cuestionó con un tono duro—. Hace mucho que no


estás en una cancha, ¿cierto?
Lauren levantó la cabeza e iba a responderle cuando Alejandro
intervino.

—¡Camila, basta! ¿Qué demonios te pasa? Ella hizo una


observación acertada de tu saque y…

Él se interrumpió cuando Lauren volvió a la carga, porque no


podría ser de otra manera.

—Hace mucho que no estoy en una cancha, pero puedo


mostrarte cómo se pone la pelota dentro de las líneas.

Los ojos de Camila chispearon ante el reto. Sí, fallaba un poco en


los saques, pero ella estaba compitiendo, entrenaba duro, así que no
iba a venir cualquiera a cuestionar su juego con solo mirar desde lejos.
Y el brillo en sus ojos se hizo más notorio cuando levantó la raqueta y se
la tendió a Lauren.

Y tanto como brillaron los ojos marrones, destellaron los de color


esmeralda cuando Lauren tomó la raqueta y se encaminó hacia la
cancha donde Camila practicaba. La tenista no lo dudó un segundo y
la siguió.

—Esto va a estar muy bueno —murmuró Taylor cuando las siguió y


pasó junto a Alejandro.

—Esto está mal —masculló él y también las siguió—. Muy mal.

Camila se quedó a un par de metros de la esquina izquierda de la


cancha, se cruzó de brazos como lo haría una colegiala cuando ha
retado a su rival y sabe que ella ganará sin tener que mover un dedo.

Tanto Paul como Milka, que acompañaban a Camila en su


práctica, miraron la escena sin comprender lo que sucedía.

—Dame una pelota —le pidió Lauren a Paul cuando alcanzó la


línea de fondo.

Paul dudó y echó un vistazo a Camila, que asintió para que


cumpliera la petición. Él le lanzó la pelota que fue a dar directo a su
mano y todos se quedaron como mudos espectadores de la escena.
Lauren llevaba unas sandalias altas, por completo inapropiadas
para lo que estaba por hacer. Y la camisa con la chaqueta tampoco
le daba demasiada libertad en los movimientos, pero nada impediría
que le diera una lección a la mocosa que la miraba como si fuera la
abeja reina del panal. Con razón llevaba tanto tiempo con su juego
dejando mucho que desear, seguramente su ego estaba tan inflado
que no le dejaba ver las líneas de la cancha. Sí, eso debía ser.

Lauren se paró al borde de la línea de fondo y le dio un vistazo a


Camila como pidiéndole que prestara atención y aprendiera su
lección. Todos miraban la escena.

La ex tenista hizo girar la raqueta en su mano, luego empuñó fuerte


el mango. Hizo rebotar la pelota unas tres veces, levantó la cabeza
fijando la vista en la esquina contraria de la cancha, justo donde
pretendía ponerla. Respiró hondo, lanzó la pelota al aire y la golpeó.

Camila tragó saliva cuando la pelota picó en toda la esquina del


lado contrario. “¡Maldita sea!”, gruñó para sus adentros y tuvo que
hacer un enorme esfuerzo para no removerse cuando los ojos de
Lauren se encontraron con los suyos. Y para su sorpresa, en ellos no halló
ni siquiera un atisbo de burla o presunción.

—Otra —le pidió de nuevo Lauren a Paul y repitió el saque, que


picó esta vez en la esquina contraria, pero dentro de las líneas
laterales—. Otra.

Y todos fueron testigos de cómo Lauren puso esa tercera pelota


donde le dio la gana. Camila tuvo que morder su impotencia cuando
la mujer pasó a su lado y le entregó la raqueta. No hubo palabras, no
hicieron falta.

—Creo que tuve tres orgasmos en esa cancha —dijo Taylor cuando
ya habían salido del área.
Lauren no quiso quedarse ni un segundo allí. Después de devolverle
la raqueta a Camila, ni siquiera se detuvo a decirle adiós a Alejandro.
Simplemente se apresuró a irse, sabía que su hermana iría tras ella.

—¡Taylor!

—¡Es cierto! Sabía que ibas a patearle el trasero, pero también le


hiciste morder el polvo. Seguro que aún no sabe qué la golpeó.

Lauren caminaba a paso apresurado, deseaba salir del estadio


cuanto antes. Después de poner a Camila en su lugar, se arrepintió;
aunque en el momento se dejó llevar por la rabia. Ella quiso demostrarle
a la jugadora que no podía ir por ahí tratando así a las personas. Y
también tenía que admitir que lo que hizo tuvo que ver con la manera
en que Camila miró la marca en su mejilla. Eso no solo le incomodó;
apenas comenzaba a reconciliarse con el mundo y sabía que las
personas eran curiosas. Sabía que la mirarían más de una vez por esa
marca en su rostro, pero en realidad esperaba otra cosa de una
jugadora de tenis, de la hija del amigo de su padre. ¿Acaso era la
primera vez que veía a alguien con una marca en el rostro?

Y también pensó que su comportamiento dejaba mucho que


desear no solo como jugadora, sino como persona.

—En realidad no debí hacerlo.

—¡¿Qué?! Esa mujer se comportó como una idiota.

—Es cierto, pero también está pasando por un mal momento como
tenista. Lo que hice podría afectar mucho su confianza.

—O decirle que no debe ser tan…

—¡Tay!

—Está bien, no diré nada más sobre ella. Pero estoy muy orgullosa
de ti y de que la hayas puesto en su lugar.

Y justo en ese instante guardaron silencio porque llegaron al auto y


el chofer les abrió la puerta.

—Debo ver a Alejandro para disculparme —dijo Lauren cuando ya


se acomodaban en los asientos de atrás.
—Oh, vamos, ya déjalo así. Él tampoco estaba contento con su
hija.

—Lo sé.

Ninguna de las dos dijo nada más. Lauren solo se quedó mirando
a través de la ventanilla, recordando el brillo de los ojos marrones de
Camila.
CAPÍTULO 11

—¿Te das cuenta de lo que hiciste? —le preguntó Alejandro a su


hija con un tono que mezcló incredulidad y decepción.

Camila se quedó como clavada en el lugar donde se encontraba


en el momento que Lauren le devolvió la raqueta. Cuando su padre le
habló, tuvo que hacer un enorme esfuerzo para mirarlo a los ojos. Ella
actuó con prepotencia, tenía que admitirlo. Y también que Lauren
Jauregui le dio una buena lección, y por eso su orgullo le dolía como
nunca antes, así que reaccionó en consecuencia.

—¡¿Y qué querías que hiciera, papá?! —lo enfrentó—. ¿Cómo


quieres que reacciones si traes aquí a esa mujer y cuestionas mi saque
solo porque ella lo dice?

Alejandro tomó aire para llenarse de paciencia.

—El problema aquí no es lo que ella dijo acerca de tu saque. ¡Fue


tu actitud! ¿Qué demonios fue eso de quedarte mirando su mejilla?

—¡¿Qué?! —exclamó Milka que se mantenía atenta a la


discusión—. ¿Te quedaste mirando su mejilla?

Camila y Alejandro la miraron solo un segundo y volvieron a su


enfrentamiento.

—No me quedé mirando —se defendió.

—Claro que lo hiciste —le rebatió su padre—. La incomodaste y lo


sabes —Camila fue a decir algo, pero él continuó—. Y para completar
tu grandiosa actuación, le dices que hace mucho tiempo que no está
en una cancha —él se acercó a ella—. Dime, Camila, ¿en qué estabas
pensando? ¡A esa mujer la agredieron en un juego! ¡La agredieron! Está
fuera por un maldito loco y tú vienes y… y… —su respiración estaba
agitada. La rabia que sentía por la actitud de su hija para con Lauren
lo decepcionó tanto que le dolía—. Ni siquiera puedo decirlo —dijo
ahora en voz baja sin ocultar su desilusión.
Camila vio cómo su padre se dio la vuelta y se alejó de ella hasta
que salió del área de las canchas anexas. Y aun cuando iba lejos,
Alejandro continuaba negando con la cabeza.

—¿Quién es esa mujer? —preguntó Paul, que no comprendía nada


de lo que había sucedido.

—Es Lauren Jauregui —le respondió Milka. Camila los miró y asintió
hacia Paul.

—¿Quién? —insistió él—. El nombre me suena…

—Es una tenista a la que un juez de línea roció con un químico hace
unos años —le explicó Camila con un tono neutro. Se sentía mal por
discutir con su padre; en especial porque sabía bien que él tenía toda
la razón para molestarse como lo hizo.

—Ah, ya. Leí sobre eso —comentó Paul.

—¿Qué hace aquí? ¿Volverá a jugar? —preguntó esta vez Milka.

—No tengo idea. Sé que papá era amigo de su padre.


Seguramente se encontraron y papá quiso que viera la práctica. O
algo así, no lo sé.

—Lo último que leí sobre ella fue que la operaron varias veces para
disminuir las marcas de las quemaduras en parte del rostro y el brazo —
explicó Milka—. ¿De verdad te quedaste mirando su mejilla?

Camila bufó y se removió.

—Sí, pero no fue por la cicatriz. O sea, miré su mejilla porque creí
que la marca sería más… ya saben… grotesca.

—De igual modo, amiga. Quedarse mirando no está bien —le dijo
Milka—. En especial en su caso, que es tan linda y la marca es producto
de algo tan horrible como la agresión de ese loco.

—¡Maldición Milka, lo sé! No sé qué me pasó. No era mi intención.

—Está bien, te creo.

—¿Y qué fue eso de venir aquí y sacar de esa manera? —esta vez
fue Paul el que preguntó.
Camila no lo resistió, levantó las manos en señal de rendición y se
dio la vuelta.

—Ya es suficiente, me largo de aquí.

Pero sus amigos fueron tras ella.

—No, no, no —la interceptó Milka—. Responde. Jauregui estaba


enfurecida y tú tenías esa actitud de sabelotodo que has estado
mostrando como si fueras la última gota de agua del desierto. La
ofendiste de algún modo, ¿cierto? Era de lo que hablaba Alejandro.

—No quiero hablar de eso —insistió Camila, esquivó a su amiga y


siguió adelante.

Milka y Paul la vieron alejarse, ambos negando con la cabeza.

—Creo que ese ego tan inflado que tiene es lo que no la deja salir
del hoyo en el que está —comentó Paul, llevando el bolso con las
raquetas colgado del hombro. La práctica en definitivo había
terminado.

Milka asintió. Ambos se pusieron en marcha, siguiendo desde lejos


los pasos de Camila.

La puerta de la habitación de hotel de Camila se cerró con un


golpe seco cuando la azotó después de entrar. Tenía una mezcla de
sentimientos oprimiéndole el pecho y enturbiándole los pensamientos.
En ese instante lo único que deseaba era estar en otro lugar, sin pensar
en tenis, ni en el torneo que estaba por comenzar, ni en su padre. No
quería pensar en nada. Pero en cambio las palabras de su padre se
mezclaban con las imágenes de Lauren sacando y poniendo las
pelotas dentro de las líneas, mientras que las suyas salían, por más que
se esforzó. Se sentía tan frustrada como a punto de estallar.

Se quitó el suéter que se puso horas antes para entrenar y lo lanzó


a cualquier lado quedando solo con el brasier deportivo. Todo en ese
momento le pesaba. Se sentó en la cama dispuesta a quitarse los
zapatos cuando tocaron a la puerta. Bufó fuerte, no se sentía ni de
ánimos, ni de humor para hablar con nadie. Se levantó y fue a la
puerta; a través de la mirilla vio a Milka. Ni siquiera con ella quería
hablar, pero sabía que no pararía de tocar hasta que la recibiera.

Camila abrió la puerta. Milka la vio rodar los ojos antes de que se
diera la vuelta.

—No quiero sermones, te lo advierto —le dijo mientras regresaba a


la cama y se sentaba. De inmediato un zapato cayó a un lado.

—Si no quieres sermones no deberías hacer todo para ganártelos


—le rebatió su amiga y se cruzó de brazos frente a ella.

—En serio, Mil. Por favor, ahórratelo —le pidió justo cuando el
segundo zapato cayó sobre la alfombra y después ella simplemente se
dejó caer hacia atrás sobre la cama. Cerró los ojos y se los cubrió con
el antebrazo.

El gesto que Milka vio en su cara le dijo que hablaba en serio. Y


también pareció muy cansada. Entonces decidió dejar a un lado el
sermón que en efecto estaba lista para darle y se acercó a la cama.

Camila la sintió tenderse a su lado. Milka le apartó el brazo de los


ojos.

—¿Qué es lo que te pasa? —le preguntó con un tono suave.

—No lo sé —respondió manteniendo los ojos cerrados.

Milka guardó silencio dándole tiempo a que se calmara; notó que


tragaba saliva y su respiración estaba un tanto agitada.

—Mila, si de verdad no sabes qué es lo que te pasa, debes


averiguarlo cuanto antes. Porque lo que sea, está jodiendo tu carrera y
la relación con tu padre.

Camila abrió los ojos solo para cubrírselos con las manos y
restregarse la cara.

—Lo sé. Lo sé, pero siento que no puedo parar, Mil. Te lo juro. Siento
que todos tienen los ojos puestos en mí. Siento que todos esperan que
vuelva a ganar los partidos y yo… no sé cómo hacerlo, ¡maldición! —
exclamó con frustración y se levantó de la cama como impulsada por
un resorte.

Milka se incorporó también, pero se quedó sentada en la cama.


Desde allí contempló a su amiga y amante ir de un lado a otro por la
habitación.

—Paul y yo concordamos en que debes disminuir un poco tu ego


para empezar.

Camila se detuvo al escuchar sus palabras y la miró sin


comprender.

—¿Mi ego?

—Sí, tu ego. Desde que alcanzaste el Nº 1, pareces que caminas


en una nube en lugar de en la tierra. Es como si estuvieras por encima
de los demás mortales que te rodeamos.

—Eso no es cierto —se defendió.

—Sí lo es, y lo sabes. Y lo peor es que sigue inflado. Y muestra de


ello es lo que le dijiste a Jauregui. ¿Dónde está tu sensibilidad? —le
preguntó y ella misma se respondió—. Está detrás de tu estúpido ego.

—Vaya, pensé que, a pesar de las cosas que pasan entre nosotras,
eras mi amiga.

Milka se levantó y se acercó a ella.

—Precisamente porque lo soy, es que te lo digo y eso también lo


sabes.

Sí, Camila lo sabía. Milka siempre, desde que iniciaron su extraña


relación, le daba consejos, muy acertados, además; y no solo en su
juego, también en su vida personal. Y la apoyaba.

Milka acortó la distancia entre ellas poniéndole las manos en las


caderas al notar que sus palabras calaban en Camila. Y supo que todo
estaba bien entre las dos cuando esta la rodeó por la cintura.

—Lo sé —dijo—. Y te lo agradezco.


—Tú me gustas mucho, Mila. Pero espero que cuando acaben
nuestros encuentros, tú y yo podamos ser amigas.

—¿No lo somos ahora?

Milka frunció los labios y sonrió.

—Solo un poco, porque no te llevas a las amigas a la cama.

Camila rio.

—Es cierto.

—Debes hablar con tu padre.

—Eso también lo sé —aceptó y torció la boca.


CAPÍTULO 12

Camila tocó la puerta de la habitación de su padre. No estaba


nerviosa, no era la primera vez que discutían, pero sí tenía una fuerte
opresión en el pecho. Sabía perfectamente que debía disculparse y
era en eso donde estaba el problema. No le gustaba pedir disculpas.
Ni siquiera a su padre.

Esperó el tiempo adecuado y volvió a tocar. Esta vez oyó unos


pasos dentro de la habitación y segundos después, la puerta se abrió.
Se encontró con la mirada dura de Alejandro. El color de sus ojos, que
ella heredó, parecía más oscuro de lo habitual. Él se quedó mirándola.
Su figura alta y gruesa, lo hacía ver imponente. Su padre bien podía ser
un actor de cine, era muy atractivo.

—¿Puedo entrar?

El tono suave con que habló no ablandó ni una pizca a Alejandro,


que se mantuvo impasible y apenas se hizo a un lado para que entrara
y luego cerró la puerta. Él aún vestía el conjunto deportivo de horas
antes, pero iba descalzo.

La habitación no era el usual espacio con una cama en medio;


esta contaba con una especie de recibidor con un par de sofás
individuales y un poco más allá había una mesa para dos. Una de las
dos puertas que se veían, correspondían al dormitorio y al baño del
pasillo. Camila permaneció en silencio y caminó hasta la mesa, donde
vio unos periódicos y revistas; su padre siempre se mantenía informado
de lo que pasaba en el mundo del tenis y de lo que hablaba la prensa.

Alejandro, por su parte, se quedó parado en medio de la antesala,


con los brazos cruzados, observándola. Finalmente, Camila se dio la
vuelta para mirarlo.

—Lo lamento —le dijo. Alejandro ladeó la cabeza.

—¿Qué lamentas? —quiso saber. Camila respiró hondo.

—Mi actitud de esta mañana.


—¿Y qué exactamente de tu actitud lamentas?

Camila no pudo evitar rodar los ojos y mostrar un gesto de


aburrimiento.

Su padre seguía plantado y no se la pondría nada fácil.

—Todo, papá.

Alejandro bufó y bajó los brazos.

—Camila, vienes aquí y dices que lo lamentas, pero no es cierto.


Sabes que estoy muy molesto por lo que pasó en esa cancha e intentas
que me calme porque así es más fácil para ti.

—¡Eso no es cierto! —se defendió.

—¡Entonces dime qué es lo que lamentas! —le exigió con un tono


alto. Los ojos de Camila se enfrentaron a los de él—. Vamos, ¿dime qué
es lo que lamentas? —la presionó con vehemencia.

—¡Lamento comportarme de la manera que lo hice con esa mujer!


—soltó con un tono de desesperación—. Lamento haberle dicho lo que
le dije. ¿Está bien? Lo lamento —dijo frunciendo el entrecejo con un
gesto de dolor.

Eso hizo que una daga abriera una herida en el corazón de


Alejandro. Quiso acercarse y abrazarla, pero se daba cuenta de que
Camila de algún modo extravió el camino, que se encontraba perdida.
Él había sido comprensivo hasta ese momento, y eso no la ayudaba,
así que debía cambiar de estrategia. Debía ser más duro con ella.

—Te cuesta decirlo, ¿cierto? No sé cuándo pasó, pero ahora tu


ego te supera.

—¡¿Por qué todos hablan de mi ego?! —cuestionó gesticulando


con las manos—. ¿Por qué nadie me entiende? ¿Cómo quieres que
reaccione si me dicen que mi saque es un asco? ¡¿Por qué no…?!

—¡¿Lo ves?! —la interrumpió su padre—. Allí estás de nuevo. Crees


que Lauren te atacaba cuando lo único que hizo fue señalar algo que
te puede ayudar. Y no lo ves porque tu ego no te lo permite. Crees que
lo sabes todo del tenis, de tu juego, pero no es así. Te lo he dicho, en
este deporte nada está dicho. Debes aprender todos los días,
adaptarte, evolucionar. Tu juego necesita evolucionar y no pasará si
sigues con esa actitud. En los últimos meses te has cerrado y eso no está
bien. Aceptaste que busque a alguien que trabaje tu cabeza a
regañadientes. ¿Cómo quieres salir de esta mala racha si no te dejas
ayudar? Practicar hasta agotarte físicamente no servirá si tu cabeza, tu
concentración, no está al cien por ciento. Y sabes bien que eso es parte
del problema en tu juego. Por eso no estás ganando partidos. ¡Maldita
sea, ¿no lo ves?!

Alejandro dijo cada palabra con absoluta seguridad, con


vehemencia, esperando que su hija lo escuchara. Él casi gritó esas
últimas palabras como una manera de desahogo y después
simplemente se quedó mirándola a los ojos; unos ojos que eran tan
iguales a los suyos que parecía que se encontraba frente a un espejo.

Camila sintió que la opresión en su pecho se hizo más intensa


como si fuera posible. Cada palabra pronunciada por su padre estuvo
cargada de verdad. Y no era la primera vez que él se las decía, y aun
así, ella continuaba cerrándose. No sabía por qué. Ni lo comprendía.
Pero ya estaba cansada. Por alguna extraña razón en su cabeza
continuaba viendo las imágenes de Lauren Jauregui sacando y
poniendo las pelotas dentro de la cancha con tanta seguridad, que la
hacía sentirse… indefensa. Desde aquel momento se sentía indefensa.
Vulnerable. Como si de pronto todo su mundo, que estaba hecho de
tenis, se desmoronara a sus pies.

Camila apartó los ojos de su padre y se acercó a uno de los sofás.


Se dejó caer como si estuviera derrotada. Apoyó los codos en las
rodillas y hundió la cara entre sus manos.

—¿Qué podemos hacer, papá?

A Alejandro le dolió en el alma verla así, pero respiró aliviado


cuando la escuchó preguntarle eso. En especial porque fue en plural.
Él se acercó al otro sofá y se sentó.

—Debemos trabajar tu mente —le respondió.


Camila se descubrió el rostro y se peinó los cabellos con los dedos.
Se enderezó en el sofá y dejó las manos en su regazo. Estaba abierta a
escucharlo, comenzaba a tocar fondo y eso no le gustaba ni una pizca.

—De acuerdo —lo miró a los ojos—. Lo tomaré en serio esta vez.
¿Ya tienes a alguien en mente?

Alejandro frunció los labios.

—Hasta ahora no.

Camila vio como los ojos de su padre se entornaron. Y la razón para


ello rebotó en su mente. Él estaba pensando en Lauren Jauregui.

—Papá…

—Escúchame —la interrumpió—. Lauren era una de las mejores


jugadoras. Su padre era muy intuitivo, sabía identificar las debilidades
de las rivales de su hija. Diseñaba estrategias para ella para cada
juego. Ella aprendió a hacer eso también. Si logro convencerla, creo
que te puede ayudar en tu juego.

A Camila no le hacía nada de gracia pensar en tener en frente de


nuevo a Lauren, pero estaba dispuesta a escuchar a su padre, así que
no podía negarse. Y tampoco se resistió porque lo que Alejandro
planteaba parecía algo poco probable que sucediera. Ese “si logro
convencerla” le dijo a Camila que la idea solo venía de él. Esa mujer
apareció después de muchos años, seguramente no estaba buscando
ser una entrenadora o lo que sea que Alejandro pretendiera que
Jauregui fuera para ella. Con esa idea en mente, ella dejó hablar a su
padre, que se veía entusiasmado con la idea.

La ilusión en el rostro de Alejandro la hizo asentir cuando le


preguntó si estaba de acuerdo con que hablara con Lauren. Él sonrió
complacido, mientras que ella en su interior esperaba que la respuesta
de la ex tenista fuera una negativa. Entonces su padre tendría que
buscar a otra persona para que la ayudara a trabajar su mente, como
él decía.

—Esto será bueno, hija. Te lo aseguro.


Ella le sonrió y se levantó al mismo tiempo que él. Ambos se unieron
en un abrazo fuerte que los reconcilió.

—Gracias, papá.

Él se separó de ella y acunó su rostro.

—No tienes nada que agradecer, Mila. Es mi trabajo como


entrenador — dijo y le dio un beso en la frente. Ella pudo ver ahora la
calidez en los ojos de su padre y eso le gustó—. Tenemos que trabajar
en ese quiebre de muñeca.

Camila rodó los ojos y su padre rio.

—Está bien —accedió.

—¿Qué harás ahora?

—No lo sé. Tal vez baje a dar una vuelta.

—Muy bien. Debes descansar un poco.

—Lo haré —aceptó sonriendo.

Alejandro le dio otro beso a su hija en la frente y la dejó ir.


Sintiéndose un poco más tranquila, Camila se dirigió al ascensor y bajó
con la intensión de recorrer los escaparates de las tiendas que había
dentro del área del hotel. Cuando salió al lobby lo primero que vio fue
a Lauren. Por instinto se ocultó tras una planta de palma que se
encontraba cerca del ascensor; desde allí se quedó expiando a la ex
tenista que en ese momento dejaba la llave de la habitación en la
recepción. Iba acompañada por la misma chica de antes. Debía ser su
hermana porque el parecido entre ellas era indiscutible.

Lauren vestía de blanco y, aunque sonreía relajada, no dejaba de


mirar a su alrededor. La que suponía era su hermana, le puso una mano
en la espalda cuando se encaminaron hacia la salida, era como si
intentara tranquilizarla.

Cuando las mujeres se alejaron de la recepción, ella salió de su


pequeño escondite. Tal vez Lauren y su hermana iban a recorrer los
espacios del hotel y lo último que ella quería era encontrarlas en su
camino; sería muy incómodo. Con los labios fruncidos decidió que lo
mejor era subir y mirar una película en la TV.
CAPÍTULO 13

Alejandro Cabello se encontraba en el restaurante del hotel. Hacía


casi media hora que esperaba en una mesa, al fondo; desde allí tenía
una perfecta vista de la entrada del lugar. Se mantenía atento porque
esperaba a Lauren. Quería hablar con ella cuanto antes, pero al
solicitar información de ella en recepción, le dijeron que no podían
dársela. Él lo entendió y supuso que en algún momento ella y su
hermana bajarían a cenar, tal como lo hicieron la noche anterior
cuando se encontraron. Él esperaba poder convencerla de que al
menos asistiera a las últimas prácticas de Camila antes de la
inauguración del torneo que sería en tres días.

A la copa de vino que Alejandro pidió le quedaba un sorbo


cuando un movimiento en la entrada del restaurante llamó su atención.
Él sonrió sin darse cuenta. Lauren y su hermana acababan de entrar.
De inmediato se levantó de la mesa y fue a su encuentro.

—¡Lauren!

La ex tenista apartó la vista de la mesa que le señaló el mesonero


que las recibió. Ella le sonrió en cuanto lo vio.

—Alejandro .

Ambos se saludaron con un beso en la mejilla.

—Te esperaba —le dijo él. Ella frunció el entrecejo con un gesto de
curiosidad, pero él miró a su hermana—. Hola, Taylor. Es un gusto verte
de nuevo.

—Hola. Lo es también para mí —dijo ella mirándolo con la misma


curiosidad que su hermana.

Alejandro sonrió y volvió su atención a Lauren.

—Por favor, me gustaría que me acompañaran. Necesito hablar


contigo.

—Alejandro , si es por lo de esta mañana, ya está olvidado.


—Sí, se trata un poco de eso, pero hay algo más de lo que me
gustaría hablar. Por favor… —insistió señalando su mesa.

Lauren intercambió una mirada con su hermana, que se encogió


de hombros.

—Está bien.

—Gracias. Por favor —las invitó de nuevo.

El mesonero se adelantó a la mesa y sacó la silla para que Lauren


se sentara, mientras Alejandro hacía lo propio con Taylor.

—Gracias —dijeron las hermanas al unísono.

—¿Una copa de vino antes de la cena? —les ofreció Alejandro al


tiempo que se sentaba también.

—Sí, por favor —respondió Lauren y Taylor estuvo de acuerdo con


ella.

Alejandro asintió hacia el mesonero que se retiró de inmediato


para cumplir con la orden. Él le sonrió primero a Taylor antes de poner
su atención en su hermana mayor.

—Lauren, quiero pedirte disculpas por la actitud de Camila de esta


mañana…

—Alejandro …

—Déjame terminar, por favor —le pidió él y posó una mano en su


antebrazo. Ella asintió unos segundos después y él se lo agradeció con
una sonrisa—. No trato de justificar la actitud de mi hija, estuvo mal la
forma en la que actuó y lo que dijo, ella lo sabe.

—Es bueno saber eso —aceptó Lauren.

—Creo que Camila se sintió muy presionada cuando alcanzó el Nº


1 del ranking, aunque todo el equipo lo tomó con calma. Quiero decir,
para eso hemos trabajado todos estos años. La prensa incluso
esperaba que ganara al menos uno los Grand Slam del año pasado,
pero ganó los cuatro.

—Y después de eso, comenzó a perder —concluyó Lauren.


Alejandro asintió. En ese momento el mesonero llegó con las copas
de vino. Y los tres se apresuraron a ver los menús que olvidaron por el
tema. Las mujeres decidieron comer ligero, así que ordenaron una
ensalada Niҫoise, mientras que Alejandro pidió un Coq au vin. En
cuanto el mesonero se alejó de la mesa, volvieron al tema.

—Esto ha sido muy difícil para todos. No solo para Mila.

—Lo entiendo perfectamente, Alejandro. Llegué a perder seis


partidos en fila, así que tengo una idea de cómo se debe sentir tu hija.
Y también por eso comprendo que mi reacción ante sus palabras no
fue la apropiada y…

—No, no —la interrumpió Alejandro —. Fue bueno que le dieras esa


pequeña lección. Se lo merecía.

—Pero estuvo mal —insistió ella sin mirarlo a los ojos. Su vista la
mantuvo en la copa que tenía frente a ella.

—Él tiene razón y lo sabes —intervino Taylor que hasta ese momento
guardó silencio.

Alejandro le sonrió, mientras que su hermana mayor la miró con un


gesto de advertencia.

—En fin. Sé que apenas comienzas a salir al mundo, pero… —


Alejandro tomó aire— sé que eras una de las mejores. Estarías haciendo
historia en el tenis si continuaras compitiendo. Y tu padre te enseñó
muchas cosas…

—Alejandro —lo interrumpió Lauren—, sé hacia dónde te diriges y


no es…

—Déjalo terminar —la cortó Taylor a su vez.

Ella la miró sorprendida y su hermana se encogió de hombros con


un gesto displicente. Ambas intercambiaron miradas cuestionadoras;
Lauren sabía que su hermana intentaba que fuera más allá de los pasos
que daba para salir del confinamiento que se impuso tras sufrir la
agresión. Ella entendía las razones de Taylor, pero lo que Alejandro
planteaba era ayudar a otra persona a combatir sus demonios cuando
ella misma luchaba con los suyos. Estaba lejos de sentirse preparada
para centrarse en alguien más que no fuera ella; sin embargo, fue su
hermana la que ganó la batalla de miradas.

—Está bien. Lo siento —le dijo a Alejandro finalmente. Él sonrió.

—Lauren, lo único que te pido es que asistas a sus prácticas. Ya lo


viste esta mañana, te bastó un vistazo para detectar lo del quiebre de
la muñeca. Tal vez puedas indicarnos en qué otra cosa falla. O tal vez…
hablando con ella, puedas… aconsejarla.

—Alejandro, lo que me pides es muy importante. Tú crees que


puedo ayudar a tu hija, pero la verdad es que no estoy lista para algo
así.

—Sí lo estás —intervino Taylor otra vez—. Nunca has dejado de


practicar y tus golpes han mejorado con los años. Lo sé porque soy yo
quien los recibe.

Lauren no pudo evitar reír por las últimas palabras de su hermana.

—No eres profesional, Taylor. No has competido. Estar en un torneo


es algo muy diferente a lo que hacemos.

—Y también cuando miras los partidos siempre hablas de los


problemas que ves en las jugadoras —continuó con sus argumentos,
ignorándola—. Me explicas qué es lo que están haciendo mal.

—Eso es diferente.

—No lo es. Alejandro te pide que observes a su hija en las prácticas,


eso no es diferente a ver un partido de tenis. Puedes hacerlo, lo sé. Y
también sé que eso te hará bien.

El tono dulce con que Taylor habló, ablandó el corazón de Lauren.


Su hermana era una de sus más grandes debilidades. Ambas se miraron
esta vez con la dulzura del amor que las unía.

—No estoy segura —insistió Lauren.

Alejandro, dándose cuenta de que la ex tenista estaba casi


convencida, volvió a la carga.

—Solo serán un par de prácticas. Y luego nos puedes acompañar


en el palco en el primer partido de Mila.
—Alejandro…

—Al menos piénsalo. Si aceptas, ya sabes dónde nos puedes


encontrar mañana. Estaremos en la misma cancha de hoy. Y piensa
también en lo que dice Taylor, esto te puede ayudar a superar lo que
te pasó.

Lauren asintió sonriendo.

—Está bien, lo pensaré —dijo.

Tanto Alejandro como Taylor sonrieron complacidos. Tras cambiar


el tema, los tres disfrutaron de una conversación amena mientras
esperaban por la comida. Por supuesto, el tenis era el protagonista. Sin
embargo, los pensamientos de Lauren se alejaban de vez en cuando
de la mesa. ¿Podría ella hacer lo que Alejandro le pedía? No lo sabía.
Además, aún debía pensarlo; aunque ya se visualizaba asistiendo a la
práctica de Camila Cabello al día siguiente. ¿Cómo sería tenerla de
nuevo en frente? La actitud de la tenista durante el fugaz encuentro
dejó mucho que desear, pero ahora, tras hablar con Alejandro,
esperaba que su ego hubiese pisado tierra.

Lauren volvió a la realidad cuando el mesonero llegó con los


platos. Los tres ordenaron otra copa de vino y se dispusieron a disfrutar
de la comida que olía y se veía deliciosa.

—¿Tu hija nunca te acompaña a cenar? —le preguntó Taylor a


Alejandro.

—Algunas veces. Hoy prefirió quedarse a ver una película con una
de sus compañeras.

Taylor intercambió una mirada cómplice con su hermana. Lauren


le había contado muchas historias de lo que sucedía en las
habitaciones de hotel cuando las jugadoras se quedaban a ver una
película o a descansar con alguna “compañera”. Lauren rezó para que
su hermana no hiciera algún comentario al respecto.

—Que luego te cuente qué tal estuvo la película —murmuró Taylor


por lo bajo.
—Disculpa, ¿qué dijiste? —le preguntó Alejandro con un gesto de
confusión dibujado en el rostro.

—Que es bueno que esté descansando —respondió Lauren


mirando a su hermana con advertencia.

—Sí, eso —dijo la joven y después comió un bocado de ensalada.

A Alejandro le resultó un tanto extraña la mirada de advertencia


que la ex tenista le dio a su hermana, pero luego lo ignoró.

—¿Dónde estás viviendo? —le preguntó a Lauren. Ella bebió un


poco de vino antes de responder.

—En Montecarlo.

—Oh, en Mónaco. Con la realeza —se admiró Alejandro. Las


hermanas rieron.

—¡Ya quisiéramos!
CAPÍTULO 14

Lauren no estaba del todo segura de que eso fuera una buena
idea, pero ya se encontraba allí, acercándose al área de las canchas
anexas del estadio Roland Garros. Bien podía detenerse y darse la
vuelta, pero ya había hecho cierto compromiso con Alejandro y en ese
punto de su vida, no estaba muy dispuesta a dar marcha atrás en
nada. Arriesgó una mirada a Taylor que caminaba a su lado. Su
hermana estaba entusiasmada con que hiciera eso, aunque no le
agradaba mucho que fuera con Camila; no le gustó ni una pizca su
actitud del día anterior. Aun así, su hermana estaba dispuesta a darle
una oportunidad; y muestra de ello fue que la miró, si bien ambas
llevaban gafas oscuras, y se sonrieron.

—¿Cómo te sientes al estar de nuevo aquí? —le preguntó Taylor.

—La ansiedad está atacando, sin embargo, me siento más…


fuerte.

—Concéntrate en lo que vas a hacer.

—Taylor, no tengo idea de lo que voy a hacer.

Su hermana la miró.

—Ahora no, pero cuando estés ahí —señaló hacia las canchas—,
lo sabrás. Naciste para estar en una de esas superficies.

Lauren no podía amar más a su hermana. Sin poder evitarlo, le


sonrió ampliamente y le pasó un brazo por los hombros.

—¿Te he dicho que te amo?

—Sí.

Ambas rieron y terminaron de acercarse al lugar. Esta vez tres de


las superficies estaban ocupadas y como dijo Alejandro, su hija
practicaba en la misma del día anterior. Lauren se detuvo sin poder
evitarlo; miró a su alrededor, había unas pocas personas, pero aun así,
tuvo que luchar con su ansiedad. Se concentró en observar a cada
persona que se encontraba en la primera cancha; todas estaban
atentas al joven que peloteaba. Y lo mismo sucedía con los que
acompañaban a la tenista que practicaba en la segunda superficie.
“Ninguna de estas personas me hará daño”, se repitió como un mantra.
Poco a poco fue calmando la ansiedad y fue entonces cuando prestó
atención a Camila.

La estadounidense recibía los globos que, desde el otro lado de la


cancha, le lanzaba Alejandro. Lauren la observó. Esta vez la tenista
parecía estar relajada y se movía bien buscando los globos. También
los devolvía bien. Se notaba que la altura de las pelotas le resultaba
cómodo para buscarla y llegaba a golpearlas con seguridad.

—¿Nos quedaremos aquí? —le preguntó Taylor.

Lauren la miró como si hubiese olvidado que ella la acompañaba.

—No. Solo quería ver un poco… desde lejos.

Pero ella se dio cuenta que el tiempo se le agotó cuando vio que
Alejandro la saludó con la mano y también le sonrió. Lauren apenas
pudo devolverle el gesto porque su atención fue rápido hacia Camila.
Quería saber cuán bien recibida era su presencia allí. Ella llevaba gafas,
sin embargo, eso no impidió que la tenista la mirara fijamente con un
gesto inescrutable. Se preguntó si Camila había calculado recibirla con
el insondable gesto o era su habitual manera de decir que todo le daba
igual.

—Vamos a parecer raritas si seguimos paradas aquí —insistió Taylor


arrugando la nariz.

Y eso sacó a Lauren de su momentáneo retraimiento.

—Vayamos —dijo.

Alejandro se fue acercando a medida que ella llegaba a la


cancha.

—Lauren, bienvenida —la recibió con su habitual sonrisa amable.

Mientras tanto, Camila permaneció en el mismo lugar, cerca de la


línea de fondo. Paul, que los acompañaba, le tendió una botella con
agua para que se hidratara.
—Gracias —le agradeció y miró a Lauren—. Buenos días —las
saludó esta desde donde se encontraba con un tono serio.

—Buenos días —respondieron las hermanas Jauregui al unísono.


Alejandro tomó la iniciativa.

—Bien, Lauren, lo que quiero que hagas es que observes la


práctica. Si detectas alguna… falla, lo discutimos entre todos. Oh, lo
siento. Paul, por favor, acércate —el hombre lo hizo—. Ley, Taylor, él es
Paul Jhonson, el fisioterapeuta de Mila. Nos acompaña a todos lados
—dijo con evidente orgullo.

Paul de inmediato les tendió la mano, pero sus ojos se quedaron


clavados en la joven tras saludar a Lauren.

—Mucho gusto —dijo él con un matiz seductor en la voz.

—Hola —respondió Taylor sonriéndole ampliamente.

Tanto Lauren como Alejandro intercambiaron miradas ante el


evidente chispazo que hizo estallar fuegos artificiales.

—Bien, debemos seguir aquí —anunció Alejandro para llamar la


atención de Paul, que seguía embelesado con Taylor.

—Oh, sí —respondió el fisioterapeuta—. Fue un gusto —dijo y


regresó a donde se encontraba Camila.

Alejandro continuó dándole unas indicaciones, pero Lauren no


dejó de observar la actitud de la tenista, aunque prestaba atención.

—¿Comenzamos? —le preguntó él cuando terminó.

Lauren escuchó a Alejandro, sin embargo, a ella no le bastaba que


solo él recibiera sus observaciones, si la hubiese. Ella necesitaba que
Camila también aceptara su presencia en las prácticas.

—Necesito hablar con tu hija antes de comenzar —le anunció al


tiempo que se quitaba las gafas y se las colgaba del cuello del suéter
de mangas largas que vestía—. Esto es un trabajo de equipo y ella debe
aceptarme — alegó.

Alejandro arriesgó un vistazo a su hija que en ese momento sonreía


por algo que Paul le dijo. Esperaba que Camila se comportara.
—Lo entiendo —respondió él.

Lauren asintió y entonces caminó hacia Camila, que en cuanto


captó el movimiento, fijó los ojos en ella. Paul, comprendiendo que las
mujeres necesitaban algo de privacidad, se alejó y fue hacia donde se
encontraban Alejandro y Taylor, que le sonrió de inmediato.

—Hola —saludó Lauren a Camila.

—Hola.

Por unos instantes el silencio cayó entre ellas. Los ojos de Camila
fueron por un segundo, solo por un segundo, a la marca en la mejilla
de Lauren y luego se removió como si se estuviera reprendiendo por
ello.

Estaban frente a frente. Sus miradas se medían de igual a igual.

—¿Sabes qué hago aquí? —le preguntó finalmente Lauren.

—Por supuesto.

—¿Y estás de acuerdo con que esté aquí?

Camila echó un vistazo a su padre, que se mantenía atento a ellas.

—Mi padre cree que necesito a ayuda.

Lauren escuchó su respuesta y ladeó la cabeza. Camila se


encontró con una intensa mirada de color esmeralda que irradiaba
suspicacia.

—Eso no responde a mi pregunta.

Lauren fue testigo de cómo los ojos marrones centellearon. Notó


que Camila no estaba acostumbrada a que la confrontaran.

—Es evidente que estoy de acuerdo. De lo contrario no tendríamos


esta conversación.

La ex tenista se dio cuenta de que Camila necesitaba sentir, por


alguna razón, que era ella quien tenía el control de las situaciones. Y
también que su ego era más gigantesco de lo que le pareció el día
anterior.
—Tenemos esta conversación por pura cortesía, en realidad.

“¡Toma!”, Lauren estaba segura que eso diría Taylor si hubiese


escuchado su respuesta. La mandíbula de Camila se tensó. Ella pensó
que le señalaría el camino hacia la salida, pero no. En su lugar, respiró
hondo y dijo:

—Estoy de acuerdo con que estés aquí.

Lauren le sostuvo la mirada unos segundos, y luego asintió.

—Perfecto —le dijo y se dio la vuelta.

Camila la vio alejarse dirigiéndose hacia donde se encontraban su


padre, Paul y Taylor.

—Esto va a ser grandioso —murmuró con un tono duro.

Más allá, Alejandro intercambió unas palabras con Lauren, sonrió y


caminó con evidente entusiasmo hacia el otro lado de la cancha. Paul
volvió con Camila y la ex tenista, junto a su hermana, buscó una sombra
cerca de uno de los muros que bordeaban el área.

—Vamos a trabajar —le dijo Paul cuando pasó a su lado. Camila


de inmediato notó su extraña sonrisa.

—¿Por qué sonríes así?

—¡¿Lista?! —le preguntó su padre desde el otro lado de la cancha.

Pero Camila tenía su atención puesta en la enorme sonrisa de su


fisioterapeuta.

—Creo que cupido anda por aquí —le respondió él sin dejar de
sonreír y miró a Taylor.

La tenista alzó las cejas algo sorprendida y, segundos después,


entendió la situación. Volteó a ver hacia donde se encontraban las
hermanas. La más joven tenía plasmada una sonrisa tan enorme como
la de Paul.

—¡Camila! —la llamó de nuevo su padre. Pero ella lo ignoró y


regresó su atención a Paul.
—Ni se te ocurra entusiasmarte con esa chiquilla —le advirtió entre
dientes señalándolo con la raqueta.

Paul se encogió de hombros y continuó sonriendo, ganándose una


mirada de reojos de la tenista, que bufó y volvió a mirar hacia las
hermanas, solo que esta vez sus ojos se encontraron con los de Lauren.
Se sostuvieron la mirada durante unos segundos. Ambas, sin saberlo, se
preguntaron qué pensaba la otra en ese instante. Pero ninguna de las
dos tenía modo de saberlo.

Camila finalmente apartó la mirada y puso atención a su padre


que ya estaba más que impaciente.

—¡Lista! —le anunció ella.

Alejandro negó con la cabeza mostrando su molestia por la


demora, pero luego golpeó la pelota elevándola bastante. Camila fue
a buscarla, y en cada movimiento fue muy consciente de que los ojos
esmeraldas de Lauren la observaban; eso provocó que su estómago se
contrajera y entonces su golpe fue demasiado plano y la pelota
terminó en la red.

Camila se detuvo, bajó la raqueta y la cabeza.

—Esto va a ser un suplicio —murmuró. Con Lauren en la cancha,


¿cómo podría concentrarse ahora?
CAPÍTULO 15

Lauren observó cómo Paul le decía algo a Camila sobre la manera


de flexionar las piernas; supuso que le corregía alguna postura o la
flexión de las piernas. La tenista parecía que lo escuchaba con
atención y junto a él, seguía las indicaciones de cómo hacerlo y lo
practicaba. El fisioterapeuta asintió conforme y luego ella volvió a
ejecutar un saque. Ya llevaba cerca de una hora en la cancha; todo
parecía fluir bien. Incluso la tenista estaba quebrando correctamente
la muñeca al sacar. En ese momento Lauren creía que todo eso, que
estar allí, era una pérdida de tiempo.

Como si Alejandro hubiese leído su pensamiento, o tal vez estaba


ansioso, se acercó hasta donde ella se encontraba con su hermana.

—Y bien, ¿qué piensas? —le preguntó él.

Lauren lo miró unos segundos y le sonrió. Su atención siguió puesta


en lo que hacía Camila junto a Paul.

—Parece que está manejando bien el movimiento de la muñeca.

—Sí, también lo noté. Es un poco terca, pero escucha.

—Se lleva bien con Paul.

Alejandro asintió con énfasis.

—Paul lleva años con nosotros. Es un buen amigo para Camila.

—¿Está soltero?

La pregunta de Taylor hizo que su hermana y Alejandro la miraran


sorprendidos.

—Emmm… sí —respondió él.

La joven sonrió complacida y volvió su atención a la cancha.


Lauren y Alejandro intercambiaron miradas.

De pronto se oyó un poco de algarabía y cuando ellos miraron,


vieron a Selena Wilson entrando al área de las canchas. Para Lauren
fue como una especie de déjà vu. Recordó los enfrentamientos con la
actual Nº 1 del mundo y sintió la sangre recorrerle el cuerpo impulsada
por la pasión del deporte que amaba. Selena, al ser la mayor ganadora
de Grand Slam, era considerada la mejor jugadora de todos los tiempos
y, sin embargo, la humildad precedía sus pasos. Era una de las mujeres
más amigables entre las tenistas y por eso era muy respetada en el
circuito femenino.

Lauren, que compartió con ella no solo en sus enfrentamientos,


también en inauguraciones y demás eventos que organiza la WTA con
las jugadoras, sabía que Selena era toda sonrisa, aunque en la cancha
era la más dura de las rivales. Ella incluso tuvo ganas de reír por la forma
en que la otra joven jugadora que practicaba, la miraba. De seguro la
admiraba. ¿Cómo no hacerlo?

Ese momento lo escogió Selena para mirar hacia las otras canchas,
mientras su equipo se preparaba para iniciar las prácticas. Lauren la vio
saludar a los jugadores y, finalmente, a Camila, que levantó la mano
para corresponder a su gesto. Y así fue como la gran campeona saludó
también a Alejandro y puso los ojos en ella; el reconocimiento llegó
lento.

La boca de Selena Wilson se abrió ante la sorpresa y después vino


una sonrisa a la que Lauren correspondió sintiéndose emocionada. La
jugadora se encaminó de inmediato hacia donde se encontraban
ellos.

—¡Lauren, por Dios!

Y Selena simplemente la abrazó fuerte.

—Selena —susurró ella el nombre correspondiendo a su gesto y, sin


quererlo, sus ojos se posaron en Camila, que contemplaba la escena
con un gesto inescrutable para ella. Se preguntó qué estaría pensado
la mujer de ojos marrones.

Selena se separó de ella sin dejar de sonreír.

—¿Estás aquí? —dijo y sus ojos fueron a la marca de su mejilla.

Lauren pensó que nunca se acostumbraría a que las personas se


fijaran en su marca.
—Sí, lo estoy. Oh, disculpa. Supongo que conoces a Alejandro —
Selena asintió y lo saludó con un beso en la mejilla—. Y esta es mi
hermana, Taylor.

—Hola —la saludó la joven.

—Es un gusto.

Ambas se estrecharon las manos.

—¿Cómo estás? —le preguntó Lauren tras las presentaciones.

—Sorprendida. Pero me alegra que estés bien. Cuando me enteré


de lo que pasó me sentí muy mal. No puedo imaginar cómo fue para ti

Selena la sostuvo por los hombros.

—Fue una situación… difícil —comentó Lauren.

La gran campeona torció la boca, pero luego sonrió.

—¿Vas a volver?

Lauren negó con la cabeza.

—No.

—Eres la mejor. Lo sabes, ¿verdad?

La ex tenista sonrió.

—No soy yo quien lleva el título de la mejor de todos los tiempos.

Selena finalmente le quitó las manos de los hombros y rio.

—No sería así si estuvieras jugando —le dijo—. ¿Recordamos viejos


tiempos?

Lauren frunció el entrecejo.

—¿Ah?

—Juguemos. Te ves en forma —la halagó mirándola de arriba a


abajo—. ¿Aún practicas?

—Un poco, sí.

—Entonces juguemos —insistió dándole en el hombro.


Lauren sonrió creyendo que Selena bromeaba, pero el gesto se le
borró del rostro cuando las cejas de esta se alzaron instándola a
aceptar su petición.

—¿Hablas en serio?

—¡Por supuesto! Acabo de pasar una hora en el gimnasio y estoy


lista para golpear pelotas. Y las tuyas son las mejores.

—Debes hacerlo —intervino Taylor, como siempre, instándola.

Lauren la miró, y luego a Alejandro que le sonrió también


asintiendo. La decisión llegó rápido, para su sorpresa.

—De acuerdo.

Selena sonrió complacida y la tomó de la mano conduciéndola


hacia la cancha en la que practicaría. En ese momento Lauren
agradeció haberse decidido por un conjunto deportivo para asistir a la
práctica de Camila. La emoción que hacía latir fuerte su corazón era
inmensa. Era como años atrás y por unos segundos sintió nostalgia.

—¿Sigues dominando ese revés? —le preguntó Selena cuando le


entregó una raqueta que le dio alguien de su equipo.

—Eso creo.

—Le tenía terror —admitió la campeona riendo.

Camila vio desde su cancha cómo todos siguieron a Selena y a


Lauren.

—Vaya ayuda —murmuró.

—¿En serio va a jugar con Selena? —preguntó Paul sin creer lo que
veía.

—Es lo que parece —casi gruñó.

—¡Quiero verlo!
Camila bufó cuando vio a su fisioterapeuta ir a ser parte del
pequeño público que ya rodeaba la cancha en la que Lauren y Selena
se disponían a jugar. Con los labios fruncidos, ella al final lo siguió. Paul
se unió a Alejandro y a Taylor, a quien le murmuró un “hola” y recibió
como recompensa una sonrisa bastante coqueta. Camila se paró junto
a su padre.

—¿Debo detener mi práctica para ver esto? —le preguntó en voz


baja al tiempo que cruzaba los brazos.

Alejandro no le contestó, simplemente la miró con desaprobación.


Rendida, Camila prestó atención a lo que pasaba en la cancha.

Lauren se tomó un par de minutos para estirar los brazos. No iba a


calentar porque no era un partido de competición, solo era pelotear
con Selena.

—¡¿Lista?! —le preguntó.

—Lista.

Ambas se sonrieron y tomaron posiciones en la cancha. Selena se


acercó a la línea de saque y Lauren se movió hacia la lateral izquierda
porque su rival era derecha. La pelota fue puesta en juego a mucha
velocidad. Lauren la vio pasar, ni siquiera se movió.

—¡Qué lento! —exclamó a modo de broma, mientras se movía


ahora hacia la derecha.

—¡Cero, quince! —anunció Selena riendo y se preparó para el


siguiente saque.

Lauren se posicionó. Cuando la pelota fue golpeada, ella la siguió


y la devolvió hacia la esquina contraria con un tiro profundo que Selena
fue a buscar y la devolvió por la paralela, pero ya ella la esperaba.

Camila la vio golpear la pelota con el efecto suficiente para


colocarla en la esquina contraria, a donde Selena nunca llegaría.

—¡Wow! —murmuró sin darse cuenta. Alejandro la miró y sonrió.

—Lauren es una de las mejores, Mila —le dijo él con un tono suave—
.
Debes aprender de ella. Trataré de que se quede en el equipo.

—Aún no sé qué es lo que quieres que ella haga.

—Mírala —le pidió. Camila lo hizo; en ese momento Lauren devolvió


la pelota con un revés que dejó a Selena de nuevo en una mala
posición—. Siempre sabe dónde poner la pelota y con cuál golpe
devolver. En los últimos meses, eso te ha faltado y no sé por qué. Creo
que ella puede descifrarlo.

Camila miró hacia la cancha. Comprendía lo que su padre le


decía, pero en su mente solo se repetía una y otra vez que antes ella
sabía qué hacer en la cancha, por eso ganó cuatro Grand Slam. Lo
que no entendía era por qué ahora su juego no le funcionaba si nada
había cambiado. Ante sí tenía a dos mujeres jugando un partido intenso
cuando se suponía que era una simple práctica. Cada pelota era
peleada como si Lauren y Selena estuviesen disputando la final de los
cuatro grandes hecho uno. Y lo más sorprendente de eso, era que la
ex tenista le estaba plantando cara a la gran campeona.

Camila simplemente se quedó admirando los movimientos de la ex


tenista. Era como si la mirara jugar en cámara lenta. Su mirada
aguerrida buscando la pelota. Sus labios apretados por la fuerza de sus
golpes y pasos. Sus piernas moviéndose con absoluta agilidad. El agarre
de su raqueta.

Todo, todo de ella era perfecto.

Camila la vio sonreír cuando ganó otro punto y el gesto se reflejó


en ella sin que lo supiera.

Y en ese mismo instante, ella sintió nacer en su interior una enorme


admiración por Lauren Jauregui.
CAPÍTULO 16

Lauren jugó más de media hora con Selena. Ambas terminaron


riendo y realmente complacidas por encontrarse en una cancha
aunque fuera algo casual y muy entretenido. El pequeño público que
se reunió para verlas jugar, las aplaudió con verdadero deleite; solo
para los jóvenes Lauren era una desconocida, pero el resto conocía
incluso el hecho que la llevó a retirarse del tenis. Ella se despidió de
Selena y caminó hacia donde se encontraba su grupo.

Taylor la recibió con una enorme sonrisa y ella, dejándose llevar por
la emoción, la abrazó fuerte. El tenis corría por sus venas y jugar con la
mejor del mundo, la hizo revivir con fuego la emoción de estar en una
cancha.

—Estuviste increíble —le dijo su hermana aún sin soltarla.

Lauren reía, no podía dejar de hacerlo.

—Es cierto —la apoyó Alejandro —. Enfrentaste a Selena como


pocas pueden hacerlo. Y eso que fue algo amistoso.

—Emmm… los tiros que vi no eran nada amistosos —acotó Paul, al


tiempo que se rascaba la cabeza.

Lauren se soltó del abrazo de su hermana.

—Algunos no lo fueron, nos dejamos llevar. Es imposible no


competir un poco —admitió y luego miró a Camila, que se mantenía
un tanto alejada del grupo, pero atenta a lo que ellos hablaban.

Los ojos de la tenista en ese instante tenían un brillo que ella no


había visto antes y tampoco Alejandro, al parecer.

—Hija, ¿pasa algo?

Camila pareció volver en sí cuando escuchó su nombre. Movió


ligeramente la cabeza y pestañeó.

—No pasa nada —respondió y la miró de nuevo—. Eso fue increíble


—le dijo.
Lauren se quedó de piedra. Era la primera vez que le decía algo
amable.

—Fueron peloteos, pero… gracias.

Camila sabía que ella solo era modesta, porque los tiros que vio
eran más que peloteos. Eran tiros inteligentes, que buscaban dejar a la
rival sin respuestas, como se quedó Selena algunas veces. En ese
momento ella no podía imaginar cómo sería Lauren jugando en una
competencia real. Tendría que averiguarlo. Al final le sonrió y con un
gesto invitó a Paul a regresar a la cancha para continuar con su
entrenamiento.

Lauren cruzó una mirada con su hermana, que le frunció el


entrecejo en respuesta como diciéndole que no terminaba de
entender a Camila. Alejandro se encontraba cerca de ellas, así que
comentaron un poco más sobre el juego con Selena y luego pusieron
atención a lo que hacía la tenista en la cancha.

Media hora después, los cincos salieron del área. Lauren, Alejandro
y Camila caminaban en frente, mientras Taylor y Paul se quedaron un
tanto rezagados, conversando entre ellos.

Alejandro iba en medio de las dos mujeres.

—Hoy los saques estuvieron bien, pero creo que hace falta un poco
más de potencia —comentó él buscando la opinión de Lauren.

—La potencia está bien, papá —lo contradijo Camila—. Además,


no voy a esforzarme demasiado en las prácticas.

—En el tenis, en la cancha como en la práctica, se debe dar el


100% —acotó Lauren con un tono suave—. Eso me decía mi padre.

Camila evitó mirarla.

—No estoy de acuerdo. Durante mi carrera he entrenado sin dar el


100%.
—Sin embargo, en este instante eso no te funciona —le recordó la
ex tenista.

Camila quiso rebatirle eso, pero no tenía argumentos, así que


guardó silencio. Y, además, de pronto sentía que debía escuchar un
poco lo que le decía Lauren, aunque eso no la dejó del todo contenta.

—Esta noche será la fiesta de antesala de inauguración del torneo


—dijo Alejandro para llenar el silencio—. ¿Te invitaron? —le preguntó a
Lauren.

Ella sonrió con un gesto de pesar.

—Sí, pero todavía no estoy lista para tanto. Ya es todo un reto para
mí ir a un restaurante.

Camila frunció el entrecejo al escuchar su respuesta.

—¿De qué hablas?

Lauren la miró cuando se dio cuenta que la pregunta iba dirigida


a ella.

—Me cuesta un poco estar rodeada de gente.

Camila se detuvo, lo que obligó a los demás a hacerlo también.

—¿Hablas en serio?

—Sí. En especial me paraliza saber que hay alguien detrás de mí.


Es una secuela de que alguien que estaba detrás de mí, y en quien se
suponía debía confiar, me… atacara. Sufro ataques de ansiedad si hay
alguien detrás de mí. En especial si es un desconocido.

Camila se quedó mirándola a los ojos con un gesto de confusión;


mostraron una mirada algo tormentosa, como si no alcanzara a
comprender lo que Lauren le decía y luchara por hacerlo.

—¿Por eso… desapareciste? —le preguntó.

—Sí. Después de eso siento que cualquier desconocido que está


cerca de mí quiere hacerme daño.

El gesto de confusión se acentuó en el rostro de Camila. En ese


momento entendía que Lauren no se escondía del mundo por su marca
en la cara, sino por miedo a que le hicieran daño otra vez. Vaya que
era idiota al creer otra cosa.

—Pero no es así —le dijo.

Lauren le sonrió.

—Eso lo sé. Y estoy luchando para que mi cuerpo también lo


entienda.

Camila se quedó pensando en ello unos segundos.

—Creo que vas por buen camino —le dijo.

—Gracias.

Un intercambio de sonrisas puso al grupo de nuevo en movimiento


y finalmente llegaron al estacionamiento. Lauren y Taylor abordaron el
auto que las llevó al estadio y Camila y su equipo, el propio. En pocos
minutos ya estaban en el hotel y volvieron a reunirse en el lobby.

—Esta noche Camila asistirá a la fiesta, así que nos vemos mañana
en el juego, ¿de acuerdo? —le dijo Alejandro a Lauren.

—De acuerdo.

Todos se despidieron con un gesto con la mano.

—Oye, hay imágenes tuyas jugando con Selena en las redes —le
anunció Taylor a su hermana cuando la noche ya había caído en Paris.

—¿Qué?

Lauren salió del baño con la cabeza envuelta en una diminuta


toalla y una bata de baño cubriendo su desnudez. Se acercó hasta la
cama donde se encontraba Taylor tendida mirando su teléfono.

—Mira —le dejó ver las imágenes de ella y Selena en diferentes


momentos de su juego de la mañana—. Hay muchos comentarios
sobre tu reaparición.
—Espero que no estén pensando que voy a regresar.

—Es lo que todos esperan.

Lauren le devolvió el teléfono y se alejó de la cama al tiempo que


se quitaba la toalla de la cabeza y se frotaba los cabellos para secarlos.

—Tendré que publicar una declaración oficial.

—Es lo mejor, ya sabes cómo se pone la prensa. Aún rondan por la


casa en busca de alguna entrevista sobre lo que pasó.

—Lo sé. Sigo recibiendo correos.

Taylor dejó a un lado el teléfono para mirarla.

—No me habías dicho.

Lauren se encogió de hombros.

—Es más de lo mismo. Además, la respuesta siempre va a ser no,


así que no vale la pena mencionarlo.

—Ya —ella le sonrió a su hermana mayor que ya peinaba sus


cabellos húmedos—. ¿De verdad no te arrepientes de no estar en esa
fiesta?

—No.

—¿Segura?

Lauren frunció el entrecejo.

—Sí, segura. ¿Por qué insistes en ello?

Taylor ladeó la cabeza con una mirada inquisitiva.

—No lo sé. He notado que miras a Camila de una manera…


diferente. Y ella estará en esa fiesta con un lindo vestido, rodeada de
mujeres.

Las cejas de la hermana mayor se alzaron.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste.


—¿Te refieres a diferente con un interés… romántico?

—Mhum.

—¡Por supuesto que no! Ahora, a quien sí se le caen las babas por
Paul es a ti.

Taylor sonrió sin pudor.

—Oh, sí. Él es tan apuesto. ¿Y viste sus músculos? ¡Uf!

—Oye, no te ilusiones mucho, ¿eh? Esos músculos se la pasan


viajando por todo el mundo con Camila. No quiero verte con el
corazón roto.

—¡Pero me encanta!

Lauren rodó los ojos.

—Lo sé. Piénsalo, él estará siempre lejos. Además, estás estudiando.

Taylor frunció los labios.

—Qué molesta eres.

—Soy tu hermana mayor y te cuido. No quiero verte sufrir.

—Lo sé. No me cambies el tema. ¿De verdad no sientes ni una


pizca de interés por Camila?

De nuevo rodó los ojos.

—Claro que no.

—¿Ni siquiera te gusta un poco?

Lauren se removió.

—Bueno, reconozco que es hermosa.

Taylor sonrió con suspicacia.

—Ella no me simpatiza del todo, pero te haría bien estar con


alguien.

Una vez más las cejas de la ex tenista se alzaron.


—Entiendo lo que dices. Sin embargo, primero, nadie va a querer
estar con alguien con una marca en el rostro.

Taylor sacó la lengua e hizo ruido como los niños.

—Eso es basura.

—Segundo —continuó, ignorando el comentario—, para que algo


suceda, a ella le debe interesar y seguramente odia cuando estoy
cerca. Me tolera porque su padre insiste en que puedo ayudarla con
su tenis.

—Más basura —gruñó la joven.

—Tercero, te recuerdo que es por ella que Paul se la pasa viajando.


O sea, ella también.

—Eso se puede arreglar.

—Y, cuarto…

—Sacaste cuenta muy rápido para ser algo en lo que acabas de


pensar.

—No me siento lista para estar con alguien. Mucho menos con
Camila Cabello, cuyo ego debe estar orbitando cerca de algún
satélite en el espacio.
CAPÍTULO 17

El corazón de Lauren latía agitado; también sentía las manos


sudorosas y todo su ser le pedía que se diera la vuelta y se fuera de allí.
Solo que no podía simplemente darse la vuelta e irse porque se
encontraba en el auto que la condujo al estadio Roland Garros.
Faltaba poco para iniciar el partido inaugural que sería entre Camila y
una jugadora de nacionalidad china. Ella había aceptado la invitación
de Alejandro al palco a ver el partido y ahora sentía que no debió
aceptar, y eso que aún se encontraba dentro del auto junto a Taylor a
la espera de que le dieran acceso al estadio. ¿Cómo sería en el palco
de la familia Cabello con todo el público a su alrededor?

Lauren tragó saliva y se restregó las palmas de las manos del


elegante pantalón que vestía para secarlas.

—Puedo hacerlo. Puedo hacerlo —murmuró.

Desde su asiento, Taylor la miró. Su hermana tenía los ojos cerrados


y repetía una y otra vez su mantra. Ella sonrió, se sentía orgullosa del
esfuerzo que hacía Lauren, aunque estaba en pleno ataque de
ansiedad. Quiso tomarla de la mano, pero se contuvo. La dejó
enfrentar sola sus temores.

El auto se movió y la ex tenista abrió los ojos. Esta vez el estadio


estaba lleno de vida. Miles de personas asistían cada año a esa
importante cita con el tenis. El Roland Garros, uno de los cuatro
grandes, era legendario y todas las tenistas soñaban con levantar la
copa y ser parte de su historia. Minutos después el auto se detuvo.

—¿Puedes hacerlo? —le preguntó Taylor.

Lauren tomó aire. Sus ojos reflejaron un profundo temor; incluso así,
asintió.

—Sí.

Ambas bajaron del auto y el hombre que días atrás las escoltó por
el lugar, las recibió y las guio por un pasillo lejos de la prensa hacia el
vestidor donde permanecía Camila. Ellas encontraron a Alejandro
fuera del vestidor.

—Lauren, gracias por venir —le dijo y le dio un beso en la mejilla, al


igual que a su hermana.

—Te dije que vendría.

—Camila quiere estar sola los últimos minutos.

Lauren se mantenía tensa. Sus piernas temblaban, al igual que


toda ella. Sin poder evitarlo miraba constantemente por encima de su
hombro y también a su alrededor.

—¿Cómo está? —le preguntó ella con evidente nerviosismo en un


intento por pensar en otra cosa que no fuera su ansiedad.

—Tan nerviosa como tú —le respondió Alejandro —. Ya los chicos


están en el palco. Te esperaba. ¿Vamos?

La invitación puso más nerviosa a la ex tenista como si fuera


posible. Tragó saliva de nuevo y solo pudo asentir con la cabeza. Los
tres se pusieron en marcha; Taylor se mantuvo cerca de su hermana.
Cuando Lauren salió a las tribunas y vio a tantas personas, se paralizó
por completo. De pronto sintió que le faltaba el aire.

—Lo, respira. Sabes que debes respirar, concéntrate —la instó


Taylor al percatarse del incremento de su ansiedad.

Alejandro, sorprendido, se mantuvo atento a ella, pero en silencio.


No sabía qué decir o hacer.

Lauren cerró los ojos y se concentró en respirar. Procuró


acostumbrarse al bullicio que escuchaba a su alrededor; si iba a estar
como espectadora del juego, tendría que dominar la zozobra que le
causaba la algarabía del público en primer lugar y después, la
sensación de sentirse rodeada. Se concentró intensamente en
calmarse; tras varios minutos, bajo la atenta mirada de Taylor, abrió los
ojos.

—Eso es, nena. Lo estás haciendo bien.

Ella sonrió con poco convencimiento.


—Quiero irme —declaró al tiempo que se pegó a una pared.

Por ese lugar transitaban pocas personas porque era un acceso


exclusivo para el personal involucrado con el torneo y los
acompañantes de los jugadores. Aun así, las personas que pasaron
junto a ella, la miraron con curiosidad. Ya su frente estaba perlada de
sudor, pero se concentró en mantener el ritmo de su respiración.

Alejandro, preocupado por ella, se acercó y le puso las manos en


los hombros.

—Lauren, eres fuerte. Puedes hacer esto, solo tienes que luchar un
poco más, como lo hiciste años atrás. Pocas personas superan algo
como lo que te pasó y, aunque en este momento sientes miedo, lo
puedes hacer. Piensa en Mike, él te diría esto mismo. Eso te enseñó,
¿no? A luchar cada punto. Esto… —él señaló a su alrededor con una
mano—, es solo un punto más que tienes que jugar para ganar. El punto
que te llevará al siguiente set.

Y esas palabras calaron profundo en Lauren. En especial porque,


en efecto, eso era algo que le diría su padre. Quedarse allí y ver el
partido sería luchar por ganar un punto más. Ella cerró los ojos e
internalizó las palabras a pesar de que todo su cuerpo temblaba. A
pesar de que no deseaba otra cosa que salir corriendo. Cuando volvió
a abrir los ojos, Alejandro encontró el mismo miedo, solo que ahora
también había mucha determinación.

—Ayúdame a llegar —le pidió. Tanto él como Taylor sonrieron.

—¿Lista? —le preguntó para asegurarse.

—Lista.

Alejandro tomó a Lauren por un brazo, sosteniéndola fuerte para


que sus pasos fueran firmes, pero lo hizo con discreción. Taylor los siguió
y de inmediato notó movimiento en el área destinado para la prensa.
Los periodistas acababan de notar la presencia de Lauren y apuntaban
sus cámaras hacia ella. Sin embargo, no dijo nada para no poner más
nerviosa a su hermana.

—Estarás bien —le aseguró Alejandro con un susurro cuando


llegaron al palco, donde se encontraba el equipo que siempre
acompañaba a su hija—. Lauren, él es Ian, el representante de Camila
—lo señaló y el hombre la saludó con una mano y le sonrió. Y Alejandro
continuó con la presentación—. Él es el doctor Dan Green. Él, Santiago
Klein, el director de comunicación. Joe Fisher es el relacionista y a Paul
ya lo conoces.

Lauren les sonrió a todos, pero no dejó de temblar.

—Es un gusto conocerlos.

—Ellos estarán atrás, así que puedes sentirte segura —le dijo
Alejandro como si fuera una confidencia—. Tu hermana estará a tu
lado.

—Gracias —balbuceó y se sentó.

Taylor se sentó, en efecto, a su lado tras saludar a todos. Ella se


mantenía atenta al estado de su hermana, pero continuó dándole su
espacio. Tal como le dijo Lauren antes, no siempre estaría a su lado, así
que debía dejarla ir a su ritmo.

En ese momento en el sonido interno de la cancha Nº 1 se anunció


a las jugadoras. Camila fue la primera en salir y el público la aplaudió
sin mucho entusiasmo. Lauren pensó que el recibimiento del público fue
bastante frío para la actual campeona del torneo. La asiática recibió
más aplausos a pesar de ser una completa desconocida.

Camila llegó hasta su puesto con un gesto muy serio, se notaba


que intentaba mantener la concentración mientras sacaba unas
toallas de unos de sus bolsos y luego buscó una raqueta. Los ojos
marrones se fijaron en el palco y se encontraron con los de color verde
grisáceos. Lauren sintió algo en su interior removerse, pero no le dio
tiempo a descifrar qué, porque unos gritos cerca de ella la hicieron
sobresaltarse. Cuando miró, vio que se trataba de un grupo de
fanáticos de la jugadora china que gritaban su nombre en apoyo. Ella
no pudo evitar mirar a su alrededor temiendo encontrar el rostro del
juez de línea entre el público. Pero no fue así. “Él no está aquí”, se dijo y
tomó aire para intentar tranquilizarse de nuevo.

El peloteo de calentamiento entre las jugadoras dio inicio y todos


los del equipo comentaban entre sí de cualquier cosa; incluso Taylor se
acomodó de lado en el asiento para hablar con Paul. Los minutos
pasaron rápido y de pronto las jugadoras volvieron a sus lugares para
alistarse para iniciar el juego.

La joven asiática ganó el sorteo y eligió sacar, por lo que Camila


tomó posición para recibir. Flexionó las piernas y se balanceó. La rival
lanzó la pelota al aire y un segundo después, la puso en juego. El juez
de silla anunció un ace.

Camila mantuvo la concentración y se movió con calma hacia el


otro lado de la cancha. La china volvió a alistarse para el saque. La
siguiente pelota picó justo en la línea del medio y Camila la devolvió
por el mismo lugar. El intercambio duró bastante, ambas atacaron
cuando tuvieron oportunidad y defendieron bien moviéndose
ágilmente por toda la cancha para alcanzar la pelota, hasta que la
china la colocó en la esquina derecha y Camila apenas pudo llegar
para devolverla. Fue un globo y la china esperó la pelota en la mitad
de la cancha. El golpe fue fulminante. El juez anunció el 30-0 a favor de
la asiática.

Camila pidió la toalla para darse unos segundos para recuperar el


aliento. De inmediato volvió a su posición para recibir el siguiente
saque. Fue otro ace. Y otro más después. La china sostuvo su saque y
ahora era su turno. Los dos primeros saques de la cubana se quedaron
en la red; doble falta.

Lauren vio cómo eso le restó seguridad a Camila, el gesto que hizo
con los ojos la delató. Aun así, ya tenía otra pelota en la mano para su
siguiente saque. Fue ancho. “Mal comienzo, un muy mal comienzo,
Cabello”, pensó.
CAPÍTULO 18

Tras la estrepitosa derrota de Camila, Lauren apenas se enteró de


lo qué pasó; después de todo, ella también estuvo luchando contra su
ansiedad durante todo el partido, que duró casi cincuenta minutos.
Después que las jugadoras estrecharon la mano del juez de silla, Camila
salió de la cancha. Alejandro, más preocupado aun de lo que ya
estaba antes del partido, fue en su búsqueda. Y ella y Taylor regresaron
al hotel. El agotamiento mental pudo con su cuerpo y sin más, se tendió
sobre la cama tras desvestirse. Morfeo la acogió entre sus brazos por
varias horas.

Cuando despertó, se encontraba sola en la habitación; se


preguntó dónde estaría Taylor. Sin nada mejor que hacer, se puso una
bata de baño y comenzó a arreglar el pequeño equipaje con el que
viajó; al día siguiente regresaría a Montecarlo. Mientras doblaba y
colocaba ropa dentro de la maleta, pensó en Camila. Seguramente
debía estar sintiéndose muy mal. Apenas compartió con ella un par de
días y eso le bastó para darse cuenta de todo lo que entrenaba. No ver
buenos resultados tras desgastar horas y esfuerzo en los entrenamientos,
podían acabar por completo con toda la confianza de un jugador. Y
recuperarse de eso era difícil.

Lauren sabía que debía sentirse más que feliz por el enorme paso
que dio al quedarse a ver el partido y superar un poco su ansiedad. Sin
embargo, en su lugar sentía una fuerte opresión en el pecho y sabía
bien que no tenía nada que ver con ella. Esa opresión se debía a
Camila. No sabía por qué, pero la imaginaba llena de desasosiego,
aunque la imagen no iba con la tenista. Al contrario, la altivez era algo
que iba con su personalidad; incluso así, la veía en una habitación
oscura, rodeada de dudas, luchando por comprender lo que sucedió
en el partido.

Ella pensó en buscar a Alejandro para hablar con él, preguntarle


por su hija, pero ya habían pasado varias horas y él no daba señales de
vida. Era probable que no quisiera dejar a Camila sola. Tiempo para
hablar con él no tenía, se iría en unas pocas horas. Solo lamentó no
contar con más tiempo para ayudarlo con su hija. Él confiaba en ella;
estaba seguro de que podría ayudar a Camila con su juego. Y
probablemente él no se equivocaba, después de todo era su instinto
de padre y entrenador el que le hablaba. Pero ya no había nada que
hacer, ella regresaría Montecarlo y ellos tendrían como destino el
siguiente torneo en el calendario de la tenista.

Lauren no vio el tiempo pasar, y de pronto ya tenía la maleta lista,


solo faltaban los efectos personales, que guardaría al día siguiente
cuando llegara la hora de dejar el hotel. Ella miró la hora en el reloj
sobre la mesa de noche. Ya casi era hora de cenar y Taylor aún no
aparecía, aun así, se preparó para darse una ducha. Esperaba que su
hermana apareciera pronto.

Y lo hizo, la joven llegó a la habitación media hora después,


luciendo una enorme sonrisa que su hermana mayor sospechó tenía un
nombre.

Paul.

—Me invitó a tomar té.

—¿Y desde cuando te gusta el té? —una ceja se alzó inquisitiva.

—No me gusta, pedí un café. Pero con Paul bebería miles jarras de
té.

Lauren la miró con preocupación.

—Tay, recuerda que él está ausente mucho tiempo.

—Lo sé —dijo torciendo los labios—. Es que me gusta demasiado.

—Nos vamos mañana y él tal vez tenga que ir con Camila al


siguiente torneo. Por cierto, ¿te dijo algo sobre ella?

—No. Bueno, solo que ella no quiere ver a nadie. Está encerrada
en su habitación.

La respuesta de Taylor sorprendió a Lauren. Antes imaginó a la


tenista en un lugar oscuro, en una habitación y, en efecto, así era.
Aunque seguramente la habitación no estaba tan oscura como la
imaginó.
—¿No ha hablado con nadie?

Taylor se encogió de hombros.

—Paul me dijo que Camila dio la rueda de prensa después del


partido y quiso regresar al hotel. Apenas habló con Alejandro.

—¡Dios!, él debe estar muy preocupado.

—Todos lo están.

Lauren guardó silencio y su hermana entró al baño para ducharse


para luego ir a cenar. Poco después las dos entraban al restaurante del
hotel. Taylor de inmediato divisó al padre de Camila en una de las
mesas.

—Ahí está Alejandro —le susurró.

La ex tenista no dudó en acercarse.

—¡Alejandro!

El apuesto hombre, que miraba su teléfono, alzó la vista y sonrió de


inmediato.

—Lauren. Taylor —se levantó y las saludó con un beso en la mejilla—


. ¿Van a cenar? Las invito. Ya ordené, pero puedo pedir que esperen
para servir todo.

Ellas se sentaron a la mesa y de inmediato llegó un mesonero y les


entregó la carta, sin embargo, Lauren estaba más interesada en saber
de Camila que de lo que había en el menú.

—Ella necesita espacio —les explicó Alejandro con un tono


apesadumbrado.

—Y hay que dárselo. Yo lamento no haberte ayudado como me


pediste.

Los ojos de Alejandro dejaron ver su zozobra.

—No sé cómo ayudarla, Laur. Tengo miedo de que ella no sepa


salir de esta racha. Eso la afecta en lo personal, está aislándose. Tal vez
si tú nos acompañas unos meses.
Por más que Lauren quisiera, lo que él le planteaba era demasiado
para ella.

—Alejandro…

—Lo sé. Lo sé —la interrumpió—. Sé que tú tienes tus propios


dilemas, pero…

Alejandro guardó silencio porque no supo qué más decir. Lauren


intercambió miradas con Taylor. Ella también notó la desesperación del
hombre. ¿Qué podía hacer? Intentó pensar en algo.

Lauren tomó una buena bocanada de aire antes de hablar.

—¿Cuándo será el siguiente torneo? —le preguntó a Alejandro. Él


negó con la cabeza.

—Eso fue lo único que me dijo Camila cuando regresábamos al


hotel. Nada de torneos en los siguientes meses. No quiere saber de tenis.

—Vaya, eso sí que está fuerte —comentó Taylor.

—O sea, se tomarán un tiempo —quiso aclarar la ex tenista.

—Creo que fue lo que quiso decir, sí.

Lauren asintió y se quedó pensando en algo. El mesonero llegó,


tomó las órdenes y sirvió vino. Al final, ella habló para plantear lo que
ya en su mente era una idea bastante concreta.

—Alejandro, nosotras nos iremos mañana, pero en casa tengo una


cancha y un gimnasio. En este momento Camila no quiere saber nada
de tenis, eso es comprensible. Creo que en su caso yo estaría igual. Y
también sabemos que nos cuesta alejarnos de este deporte. Si ella lo
acepta, son bienvenidos a mi casa. Tal vez eso nos permita descubrir
qué es lo que pasa en la mente de tu hija.

Ellas vieron cómo los ojos de Alejandro se humedecieron. Él estaba


luchando para ayudar a su hija y la emoción lo embargó al escuchar
el ofrecimiento desinteresado de una de las mujeres que más admiraba
y que sabía que podía ayudar a Camila a reencontrarse con su juego;
y con los triunfos que la llevaron a ser la mejor del mundo en su
momento.
—Gracias, Laur. Simplemente gracias.

Al día siguiente las hermanas Jauregui abordaron el avión que las


regresaría a Montecarlo. Taylor se acomodó en el asiento y se dispuso
a dormir. Lauren, por su parte, se recostó de la ventanilla; no dejaba de
pensar en Camila. Se preguntó cómo estaría ese día. Esperaba que
supiera soportar con valentía el golpe emocional de la derrota. Y es
que había perdido de la peor manera, sin marcar un solo punto. 6 – 0,
6 – 0, fue el resultado final. Y no es que Camila no lo intentara, porque
lo hizo, ella vio cómo luchó cada punto. Sin embargo, no logró definir
los puntos importantes.

Lauren por instantes pensaba que la tenista temía ir a buscar la


pelota y eso no le dejaba tener las ideas claras al momento de definir.
Respiró hondo, no lograba entender del todo lo que le pasaba a
Camila. Esperaba que ella aceptara su ofrecimiento y pudiera verla
entrenar y jugar; y por qué no, que pudieran hablar y tal vez de ese
modo descubrir lo que la bloqueaba y ayudarla a ver un poco de luz.
Pero eso era decisión de la tenista. En sus manos estaba si aceptaba o
no su ayuda.

Y Lauren conocería la decisión de Camila sobre su ofrecimiento


unas horas después de llegar a Montecarlo. Alejandro la llamó; al día
siguiente ellos irían a su casa. La ex tenista no supo por qué, pero tras la
llamada del amigo de su padre, su estómago se contrajo. Y no dejó de
ser un nudo hasta que salió al frente de su casa a recibir el par de autos
que entraron y aparcaron en la entrada del estacionamiento.

Las puertas del primer auto se abrieron y de inmediato Lauren vio


a los hombres que acompañaban a la tenista en todos los aspectos de
su carrera. Todos miraron a su alrededor admirando el lugar. Del otro
auto descendió primero Paul, luego Alejandro y, finalmente, Camila.

Los ojos de color esmeralda se encontraron con los marrones en la


distancia y, por primera vez, Lauren vio una tímida sonrisa formarse en
la boca de Camila. Pero lo que en verdad le sorprendió fue el modo en
que su corazón se agitó en su pecho al verla.
CAPÍTULO 19

Lauren apartó su atención de Camila para saludar a Paul, que fue


el primero en llegar hasta ella.

—Hola, Paul.

—Hola.

Y en ese momento, como si lo hubiese planeado, Taylor también


salió de la casa, acompañada de Clara. Después del fisioterapeuta
llegaron Ian, Dan y Joe, el equipo en pleno. Lauren los saludó a todos y
les dio la bienvenida. Taylor fue quien presentó a su madre porque la ex
tenista ya recibía a Alejandro con los brazos abiertos.

—Alejandro.

Ellos se fundieron en un fuerte abrazo como si tuvieran años sin


verse.

—Laur, gracias por hacer esto —le dijo tras separarse de ella.

—Es todo un placer.

—Tienes un lugar hermoso aquí.

Lauren sonrió y miró a su alrededor.

—Sí, creo que sí. ¿Recuerdas a mamá?

Alejandro sonrió y fue a saludar a Clara, mientras la atención de


Lauren recayó de nuevo en Camila, que se quedó cerca del auto.
Llevaba un suéter deportivo de manga larga con capucha y tenía las
manos hundidas en los bolsillos delanteros. Miraba todo alrededor,
parecía que estaba extasiada con lo que veía.

Lauren decidió dar el primer paso, así que se acercó a ella. Camila
la miró cuando se detuvo a unos pocos metros.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí. Es hermoso aquí.


La colina que se elevaba a un costado del terreno irradiaba verdor
por todos lados, y se mezclaba con el césped de los jardines que
rodeaban la casa de color blanco.

Lauren sonrió y volvió a mirar alrededor.

—Sí. Me gustó cuando lo vi. Sentí mucha paz, así que… —se
encogió de hombros— lo compré.

Camila asintió. Y el silencio cayó entre ellas como un halo frío


después de una tormenta.

—Gracias por hacer esto —dijo Camila finalmente.

Lauren la miró a los ojos.

—No tienes que agradecerlo. Solo espero que tu padre tenga


razón y pueda… ayudarte.

La tenista se removió. No le gustaba ni una pizca sentir que


necesitaba ayuda.

—Gracias —casi murmuró y su mandíbula se tensó.

Lauren frunció el entrecejo y sonrió. Era más que evidente la


incomodidad de Camila.

—Oye, esto no debe ser forzado, ¿de acuerdo? Si no quieres


hacerlo, eres libre de irte ahora o cuando así lo desees.

A Camila le sorprendía y la llenaba de curiosidad en igual medida


que cuando Lauren hablaba o hacía algo, no había en ella un atisbo
de malicia, de segundas intenciones. Decía las cosas con una candidez
que le hacía sentir que le pateaba el trasero, pero de una manera
amable. Como para que no le doliera. Y eso la hacía sentirse un poco
despreciable. Y eso hacía que su mal humor casi, casi, desapareciera;
incluso haciendo más soportable sentir que necesitaba ayuda. Ella se
removió al tiempo que miraba la casa; ya todos habían entrado, solo
ellas estaban afuera.

—Gracias.

Lauren rio sin poder evitarlo.


—¿Es la única palabra que te sabes?

Camila entrecerró los ojos cuando vio la sonrisa divertida que tenía
enfrente. Hubiese dicho cualquier barbaridad en otro momento y con
otra persona, con Lauren tuvo ganas de aligerar el ambiente.

—Gracias y maldición. Con esas dos palabras coloreo el cielo.

Lauren trató todo cuanto pudo de no reír, al final se rindió. Y el


sonido de la risa inesperadamente cautivó a Camila que sonrió de
medio lado sintiéndose de pronto hipnotizada. En ese instante fue
como el día que la vio jugar con Selena Wilson y esa admiración que
nació en ella por Lauren, creció un poco más.

—En ese caso puedes seguir diciendo gracias.

Camila rio y sus ojos brillaron de una manera que a la mujer frente
a ella le resultó encantador.

—Entremos, te presentaré a mi madre —dijo Lauren y cerró la boca


en cuanto captó lo que acaba de decir. Cuando miró a Camila, se reía
descaradamente de ella—. Emm… ya sabes lo que quise decir. No
fue… en ese sentido.

—Por supuesto que no —aceptó con un tono salpicado de burla.

Lauren vio a Camila dirigirse hacia la casa sin dejar de reírse de


ella.

—Ya quisieras que te presentara a mi madre de esa manera —


murmuró antes de seguirla.

Camila entró a la casa; y si afuera le pareció hermoso, adentro era


mágico. En primer lugar, el color blanco dominaba todo el espacio del
recibidor. La pared frontal de la casa era de cristal, estaba cubierta por
cortinas de visillo que dejaban entrar mucha luz. Los muebles de cuero,
los objetos decorativos, las lámparas, eran blanco; incluso la chimenea
artificial estaba fabricada de rocas blancas. La tenista se dio cuenta
de que afuera, como adentro, se respiraba paz. Y fue en ese instante
que se percató que Lauren siempre vestía de blanco. Se preguntó por
qué. Pero no tuvo tiempo de pensar en nada más porque sintió a la
anfitriona detrás de ella. Cuando se giró, se encontró con los ojos
esmeralda observándola.

—Parece que están en la cocina —le dijo ella señalándole el


camino.

—Eso pensé.

Lauren le sonrió y luego siguió adelante por el pasillo que le señaló.


Y la cocina como el resto de la casa era impresionante; la encimera en
medio del espacio, la enorme estufa y el refrigerador parecían sacado
de una revista especializada en decoración. Definitivamente Lauren
tenía un gusto exquisito. Todos estaban sentados alrededor de la
encimera, cada uno con una taza con café enfrente. Clara se
encontraba sentada frente a Alejandro; junto a él, Paul y a su lado,
Taylor. El doctor Green y Joe estaban sentados junto a Clara.

Todos callaron cuando la tenista entró a la cocina. Hasta que


Lauren se adelantó a presentar a Clara.

—Camila, ella es mi madre.

La mujer mayor se levantó y se acercó a ella.

—Hola, Camila —la saludó con un beso en la mejilla.

—Es un gusto.

—Tal vez no me recuerdes, pero alguna vez mi esposo y yo


cenamos con tus padres. Tendrías como cinco años. ¿Cierto,
Alejandro? —le preguntó y se giró para mirarlo.

Alejandro hizo un gesto como que lo pensaba.

—Sí, tal vez eran cinco.

Clara volvió su atención a Camila, que sonrió con cierta timidez.

—La verdad es que no la recuerdo.

—Eras una niña. Es un placer tenerte aquí.

—Gracias.

—Por favor, toma asiento. ¿Quieres café?


—Sí, gracias.

Clara sonrió complacida y Paul se levantó para cederle la


banqueta a Camila porque solo quedaba una libre, que ocupó Lauren,
quedando ambas frente a frente. Paul se quedó parado junto a Taylor
y continuaron conversando entre ellos.

—Lauren, en este momento hemos invadido tu casa. Sin embargo,


será solo Camila la que se quede aquí. Los chicos nos iremos a un hotel
—le anunció Alejandro.

—Oh, pero hay espacio para todos si los chicos comparten


habitación —le ofreció ella.

—No queremos causarte más molestias —intervino Camila—. Ya es


bastante con hacer esto.

—No es molestia —le dijo como siempre con un tono suave—. Es


mejor si tienes a tu equipo cerca.

—Por eso no habrá problemas —aclaró Alejandro —. Vendremos


temprano. El hotel está cerca. Además, Camila conoce sus rutinas en
el gimnasio, puede trabajar en eso mientras Paul viene para
supervisarla en la cancha.

—Concuerdo con papá. Además, en lo físico estoy bien, como has


podido ver —dijo Camila.

—Es cierto. Pero, aun así, pueden quedarse todos.

—Y te lo agradecemos, Laur —habló de nuevo Alejandro —. Nos


quedaremos en el hotel.

A Lauren no le quedó más que aceptar. Clara puso una taza con
café frente a Camila en ese momento.

—Imagino que salieron muy temprano —dijo mirando un poco a


todos—. Deben tener hambre.

—Oh, no, queremos molestar…

—Alejandro, aquí huele delicioso —intervino el doctor Green—. Por


favor, molestemos.
Todos rieron por el gesto de súplica del doctor, se notó que, en
efecto, tenía mucho apetito. Al igual que los demás.

Y de pronto en la cocina de la familia Jauregui se formó una


revolución. Taylor y Paul se ofrecieron de inmediato a poner la mesa,
mientras Clara, con ayuda de Lauren y Camila, distribuyó en tres
recipientes la pasta a la Monagasca que preparó sabiendo que los
invitados tendrían un largo viaje. Y la cocina se impregnó con el olor de
las especias y aceitunas, los ingredientes principales del plato.
Alejandro se encargó de abrir una botella de vino y en pocos minutos
ya todos estaban sentados a la mesa.

Lauren cruzó una mirada con su madre, cuyos ojos brillaban de


felicidad. Desde que ella se confinó en su casa, apenas habían recibido
invitados. Se sonrieron con complicidad mientras disfrutaban de la
comida entre anécdotas de los juegos de tenis y los recuerdos de
Michael, que se extrañó como siempre en la mesa.

Camila disfrutaba de la comida. Tenía tiempo sin comer algo tan


delicioso. Pero con discreción observaba a Lauren. Le gustaba su
mirada límpida y la forma en que sonreía. Sin quererlo fijó la vista en su
marca en la mejilla. Cuando se reprendió y trató de apartar la vista, se
encontró con los ojos esmeralda mirándola. “¡Maldición!”. Y allí estaba,
coloreando el cielo sin quererlo.
CAPÍTULO 20

Después de disfrutar de la deliciosa comida, el cansancio del viaje


de Camila y su equipo se hizo notar, así que Alejandro decidió que era
hora de ir a descansar al hotel. Todos se despidieron de la familia
Jauregui; en especial de Clara, que les prometió a todos que pronto
volvería a invitarlos, aunque sabía que estarían yendo y viniendo a la
casa.

Camila despidió a su padre con un gesto con la mano cuando este


puso el auto en marcha. Lo cierto era que no se sentía del todo
cómoda quedándose sola en la casa de Lauren, pero ya había todo
un plan en torno a ello, así que no le quedó más que confiar en el
camino que le señalaba su padre y entrenador.

En cuanto los autos salieron de la propiedad, Clara y Taylor se


disculparon y entraron a la casa, dejando a Lauren y a Camila a solas.

—También debes estar agotada y quieres descansar. Te mostraré


tu habitación.

—Ciertamente estoy algo cansada, pero me gustaría antes ver tu


cancha.

La ex tenista sonrió de medio lado y asintió.

—De acuerdo. Sígueme.

Camila así lo hizo y en unos pocos pasos ya caminaban casi


hombro a hombro. Bien pudieron entrar a la casa, seguir por un pasillo
hasta llegar a la parte trasera, sin embargo, Lauren prefirió ir por fuera,
un poco para mostrarle el lugar a su invitada. El verdor del césped era
impresionante, alcanzaba justo hasta donde comenzaba la colina que
limitaba la propiedad y que se alzaba majestuosa. A un costado de la
casa se encontraba el jardín con una variedad de plantas y hermosas
flores que Camila admiró sin poder evitarlo.

—Oh, esto es hermoso —dijo. Lauren sonrió.


—Es de mamá. Le encantan las plantas. Después que papá murió
le dedica más tiempo a esa afición que tiene desde siempre y aquí hay
un buen clima también.

—Es increíble —apartó la vista del jardín para mirar a la mujer que
caminaba a su lado—. Sé que pasó hace años, pero… lamento la
muerte de tu padre. Lo conocí, era un hombre inteligente y con una
sonrisa siempre amable.

Lauren no la miró, al contrario; bajó la mirada al césped. Ella notó


que tomó aire antes de hablar.

—Gracias. Él era todo eso y más —dijo con un tono suave,


evidentemente triste.

Camila no quiso que esa tristeza que percibió durara demasiado,


al menos no por ella recordarle a su padre, así que buscó de inmediato
algo que decir para cambiar el tema. Y levantar la vista y mirar al frente
fue lo mejor que pudo hacer. A unos metros vio la cancha.

—¡Wow! Cuando papá me dijo que tenías una cancha, pensé que
era una… normal, no una que tendría un torneo profesional de alto
nivel.

Lauren rio.

—Le falta mucho para igualar a las de los torneos de esa clase,
pero he invertido bastante en ella.

—Se nota.

Finalmente llegaron a la cancha. Camila se detuvo al borde, la


detalló y luego entró en ella y golpeó la superficie con la punta de unos
de los zapatos. Lauren se quedó parada al borde, observándola. La vio
pasar también la suela de las zapatillas por las líneas. Poco a poco se
fue acercando a la red; esa la tocó y tironeó para comprobar su
tensión. Cuando se dio la vuelta, la tenista sonreía.

—Está genial.

Lauren le devolvió el gesto sintiendo la emoción de que ella


pudiera apreciar la calidad de la superficie. A eso apostó cuando
pensó en construirla.
—Me alegra que te guste.

Camila volvió a acercarse a ella y a meter las manos en los bolsillos


frontales de su suéter.

—¿Cuánto entrenas?

Lauren bajó la vista como lo hizo antes, fue como si la pregunta no


le hubiese gustado, pero luego levantó la cabeza, aunque no la miró.

—Hago una hora en el gimnasio. Si Taylor está, jugamos al menos


90 minutos. Cuando no está, el frontón —señaló la estructura—, me
soporta al menos dos horas.

Camila se giró para ver el frontón.

—¿Todos los días?

—Todos los días.

—Es como si estuvieses compitiendo.

Y por tercera vez, Lauren bajó la mirada al césped del borde de la


cancha.

—El tenis es mi vida —dijo como toda respuesta.

Camila notó otra vez un tono triste en su voz y se quedó


observándola, hasta que ella la miró a los ojos. Ninguna dijo nada, solo
se quedaron mirando, como si intentaran leer sus pensamientos. El
silencio se alargaba demasiado y no era incómodo, pero Camila
consideró que no era apropiado; en especial porque por unos
segundos, tan solo unos segundos, deseó poder hacer desaparecer la
tristeza que de pronto los ojos verdes grisáceos reflejaron.

—Lo es para mí también —dijo para que el silencio espantara sus


pensamientos—. Creo que papá tiene razón. Puedes ayudarme.

Las palabras de Camila sorprendieron a Lauren, tanto, que no


pudo disimularlo. Lo que hizo reír un poco a la tenista.

—Es bueno que lo creas.

Y las miradas, sin apartarse, volvieron a enmudecer. Sin embargo,


la tenista no dejó que esta vez durara tanto.
—Ahora sí me gustaría… conocer esa habitación.

Lauren pareció salir de una ensoñación cuando parpadeó.

—Por supuesto. Vamos —y las dos se dirigieron sin prisa por el


camino que daba hacia la piscina—. Puedes darte un chapuzón
cuando gustes —le ofreció.

—Te tomaré la palabra —aceptó con un tono travieso.

Ambas rieron. De pronto la tensión que había entre ellas desde la


primera vez parecía ser parte del pasado. Lauren abrió la puerta y
permitió que Camila entrara primero; continuaron por un pasillo que las
condujo hacia la cocina y luego llegaron a otra estancia.

—Espérame aquí —le pidió Lauren—, iré por tu bolso.

—De acuerdo.

Y Camila esperó poco, casi de inmediato su anfitriona regresó y se


adentraron en la estancia. En cada lado había puertas; ella vio cuatro
en un principio, pero luego el pasillo se abrió a otra estancia y vio más
puertas. Si eran dormitorios, Lauren tenía razón, todo su equipo podrá
quedarse allí sin problemas.

Finalmente, la ex tenista se detuvo y abrió una puerta.

—Es aquí —le anunció y de nuevo le permitió entrar primero.

En primer lugar, la habitación estaba muy fresca e iluminada. La


pared del fondo era de cristal con cortinas transparentes, al igual que
el frente de la casa. En segundo lugar, el blanco seguía dominándolo
todo. Lauren se adelantó y dejó el bolso sobre la silla de la cómoda.

—Tienes toallas limpias en el baño —señaló la puerta a un


costado—. Cualquier cosa que necesites, por favor, no dudes en
decirme. Mi habitación es la primera puerta al inicio del pasillo. También
puedes hablar con mamá o Taylor en caso de que no me encuentres.

—¿Hay servicio a la habitación?

Lauren captó el tono divertido con que hizo la pregunta, así que
arrugó la nariz de una manera que a la tenista le encantó.
—Si te apetece un sándwich a medianoche, vas a tener que
preparártelo tú.

Camila solo pudo reír.

—Queda entendido. Gracias por esto, Lauren.

—Por nada. Ahora te dejaré sola para que descanses —dijo ya


dirigiéndose hacia la puerta—. Si no sales antes, nos veremos en la
cena.

—De acuerdo.

Camila vio una sonrisa en su anfitriona antes de que la puerta se


cerrara. Ella se acercó a la cama, respiró hondo y se sentó. En ese
momento sus pensamientos no eran del todo claros, pero la
incomodidad que sintió al principio, al pensar en quedarse en la casa
de Lauren, había disminuido hasta el punto que casi desapareció. Eso
era bueno, en cierta medida. Necesitaba estar bien, sentirse relajada
para seguir el plan de su padre.

Sentada en la cama miró a su alrededor. Sintió la paz que


transmitía el lugar; el color blanco, las cortinas moviéndose por la puerta
deslizable entreabierta, cada objeto decorativo armoniosamente
colocado en su lugar. Incluso el TV colgado a la pared a cierta
distancia de la cómoda, parecía estar en su justo lugar.

La habitación era amplia; en medio se encontraba la cama con


las mesas de noche a los lados, con una lámpara sobre cada una. La
cómoda estaba frente a la cama; a un costado, la puerta que ella
consideró era el baño porque Lauren la señaló cuando le dijo lo de las
tollas limpias. Al otro costado, un panel de puertas tipo persianas le dijo
que se trataba del clóset. Aunque no lo parecía, si el resto de los
dormitorios eran de esas dimensiones, la casa debía ser bastante
grande.

De pronto el cansancio que sentía por el viaje se acentuó y aún no


se daba esa ducha que comenzaba a ansiar.

—Vaya —murmuró.
Finalmente Camila se levantó y se acercó a la silla donde estaba
el bolso con su ropa. Lo abrió y sacó un cambio, luego entró al baño.
Después de ducharse intentaría dormir y si no lo lograba, ya podría
comprobar qué había en sus redes sociales o ver TV.
CAPÍTULO 21

Lauren se fue directo a su habitación. Esperar a Camila y a su


equipo la mantuvo con cierta tensión, aunque fue ella la que ofreció su
casa para acogerlos por todo el tiempo que fuera necesario; pero por
suerte, pensó después, el mismo Alejandro decidió que solo su hija se
quedara. Eso alivió un poco su estado de ansiedad por tener a más
personas en casa. Sin embargo, pensar que Camila se encontraba bajo
su mismo techo, le causaba cierta sensación que no lograba descifrar
y la inquietaba.

Al principio pensó que las cosas estarían un poco tensas, pero la


tenista parecía más accesible. O tal vez era así porque de cierto modo
estaba fuera de su elemento. Solo esperaba que las cosas continuaran
de esa manera, relajadas.

Ella quería descansar, así que se quitó la ropa y se dio una larga
ducha, se vistió con ropa cómoda y se dispuso a dormir una siesta. Y lo
hizo; cuando despertó, ya había oscurecido. Se levantó, aunque
deseaba seguir entre los brazos de Morfeo, sin embargo, recordó que
tenía una invitada en casa y, no es que fuera a convertirse en su
esclava, pero quería ser amable. Y tampoco dejaría todo en manos de
su madre o Taylor; así que salió de la habitación, seguramente Clara ya
estaría pensando en la cena.

Y no se equivocó, Lauren encontró a su madre en la cocina.

—Hola.

—Hija, pensé que seguirías la siesta hasta mañana.

—No —se acercó a su madre por detrás, la abrazó y le dio un beso


en la oreja—. ¿Qué haces? —expió desde su hombro.

—Taylor quiere un poco de los Scaloppines que sobraron de ayer,


así que la acompañaré con eso. Si te apetece, hay suficiente para
todas.

—No, quiero algo ligero. Prepararé una ensalada de frutos secos,


así le ofreceré a Camila. ¿Está por aquí?
—Creo que sigue en su habitación.

—Me quedé rendida —comentó Lauren mientras iba al


refrigerador para sacar algunos de los ingredientes para la ensalada.

—Te veías un poco cansada durante el almuerzo —observó Clara


ya sirviendo en dos platos los Scaloppines.

Lauren dejó las cosas sobre la encimera e iba a decir algo al


respecto cuando se oyó otra voz en la cocina.

—Hola.

Las dos mujeres vieron a Camila parada en la entrada de la


cocina; notaron de inmediato los ojos hinchados. Ella también había
dormido bastante.

—Hola —le respondieron al unísono y le sonrieron.

—También caíste rendida, ¿eh? —le dijo Clara. Camila sonrió con
timidez y se adentró en la cocina.

—Los viajes son agotadores —comentó hundiendo las manos en los


bolsillos del pantalón de chándal que vestía.

Lauren asintió sonriendo y se dio la vuelta para buscar el aceite de


oliva, pero más porque la camiseta que usaba Camila era algo corta,
dejaba al aire su ombligo y a ella le pareció sexy. En los escasos
segundos que la tenista llevaba en la cocina, ya sus ojos se habían
desviado un par de veces al diminuto ombligo que iba perfecto con su
estrecha cintura y abdomen plano. No quería ser atrapada mirando.
Tuvo que tragar saliva para que le salieran las palabras.

—Prepararé una ensalada de frutos secos —le anunció a Camila—


. ¿Te apetece? En el menú también hay Scaloppines recalentados —
apuntó con un tono divertido que la hizo sonreír.

—Son recalentados, pero están deliciosos —le aseguró Clara.

—Mi dieta es estricta, por eso suelo cenar ligero. En especial con
barras de cereal. Me apuntaré para la ensalada.

—Punto para mí —señaló Lauren y le sacó la lengua a su madre,


que rio ante su gesto.
—Bien, entonces esperaremos a que esté todo listo para cenar
juntas. Iré por Taylor o de lo contrario cenaremos mañana. Anda
pegada al teléfono.

Camila rio y vio a la mujer salir de la cocina.

—¿Te puedo ayudar?

Ya Lauren tenía todo sobre la encimera y cortaba sobre una tabla


las hojas de canónigos y las iba echando en un bol de cristal.

—¿Tomas vino?

—Por supuesto.

—Ayúdame sirviendo una copa. El vino está en el refrigerador y las


copas en esa alacena —le señaló.

—De acuerdo. Tienes una casa de ensueño —comentó la tenista


mientras sacaba la botella del refrigerador e iba por las copas.

—Gracias.

Camila dejó las copas sobre la encimera y luego abrió la botella


de vino, pero mientras lo servía, prestaba atención a lo que Lauren
hacía. Miraba en especial la forma en que sujetaba el cuchillo y
cortaba las hojas con destreza, tal como lo hacen los chef en los
programas de TV.

—¿Cocinas mucho? —preguntó cuando le acercó la copa.

Lauren detuvo lo que hacía para tomar la copa.

—Sí. Cocinar me relaja —respondió y le dio un sorbo al vino—. Tú,


¿cocinas?

Camila torció los labios al tiempo que se sentaba frente a ella.

—Ni un poco. Todo ha sido tenis en mi vida. Apenas pude sacar un


título universitario, por eso un trozo de papel dice que soy profesional
en Negocios Internacionales.

—¿Eso quiere decir que tendré que preparar la cena todos los
días?
Camila rio.

—Solo cuando se me acaben las barras de cereal.

—Eso me da un poco de alivio.

Ambas rieron, pero luego el silencio se instaló entre ellas. Camila


miraba con atención lo que hacía Lauren, que ahora troceaba las
almendras, avellanas y nueces. A continuación, puso los frutos en una
sartén y se alejó de la encimera para encender la estufa. Tostaría
durante unos minutos los frutos secos.

—¿Tu madre te enseñó a cocinar? —le preguntó Camila para


romper el silencio.

—Sí. Aprendí de ella viéndola dando vueltas en la cocina.

—¿Cuál es tu mejor plato?

—La ensalada de frutos secos.

Camila soltó una leve carcajada que a Lauren le encantó.

—Sí que soy afortunada —comentó y luego bebió un poco del


vino.

—Sí, lo eres.

Y el silencio volvió. Pero esta vez la atención de Camila recayó en


las manos de la mujer frente a ella. Eran finas, delicadas, de dedos
largos. Sus uñas cortas eran muy blancas y brillantes gracias al esmalte
transparente que llevaba. De pronto imaginó esos dedos enredados
con los suyos; los adivinó suaves.

En medio del silencio los ojos de color esmeralda y los castaños


oscuros se encontraron. Lauren hizo una pausa para beber también de
su vino y se sorprendió un poco al notar cómo la mirada de la tenista
seguía lo que hacían sus manos. Fue Camila la que apartó la mirada
para posarla en el contenido de su copa. La otra mujer se preguntó si
ella estaría arrepentida de haberse quedado allí, en su casa, de hacer
eso. Le hubiese gustado saber si se sentía incómoda, pero no se atrevió
a preguntárselo.
Y por no atreverse fue que se concentró en preparar ahora la
vinagreta. En un bol vertió mostaza, una pizca de sal y lo mezcló con
miel; a continuación, añadió vinagre balsámico y aceite de oliva y
volvió a mezclar.

—Ya está casi listo —anunció para romper el silencio.

—¿Recuerdas lo que tienes en la sartén?

—Mju.

Ella retiró la sartén de la estufa y dejó los frutos secos en un plato


para que se enfriaran un poco. Mientras tanto, fue el turno de cortar las
manzanas verdes. Lauren las cortó en taquitos con una habilidad que
sorprendió a Camila.

—¿Y cortar así también lo aprendiste viendo a tu madre?

Lauren sonrió de una manera sexy, aunque a la tenista le pareció


que fue un gesto natural de ella.

—Viendo muchos programas de cocina —le respondió mientras


iba al refrigerador por el queso de cabra—. Y practicándolo, por
supuesto.

Camila asintió escondiendo una sonrisa detrás de la copa de la


que bebió el último sorbo de vino.

Lauren buscó también un par de platos y formó en cada uno una


base con el canónigo. Luego cortó el queso en rodajas delgadas y
puso cuatro en cada plato sobre la base verde. Coronó el queso con
los trocitos de manzana, los frutos secos tostados y, finalmente, añadió
por encima la vinagreta.

—Una cena ligera —dijo Lauren sonriendo, ya presentándosela.

—Se ve deliciosa.

Ese momento lo eligieron el resto de las mujeres Jauregui para


entrar a la cocina.

—Estoy famélica —anunció Taylor—. Hola —saludó a Camila con


un tono serio.
—Hola.

A Lauren le preocupó un poco que su hermana continuara


enojada por la actitud de Camila de días atrás. Ella no dijo nada más
al respecto, pero estaba segura de que, si la tenista volvía a hacer una
de las suyas, su hermana no se quedaría callada.

Clara puso a calentar los Scaloppines en el microondas. Ahora fue


Taylor la que buscó dos copas para acompañar la cena con vino,
mientras comentaba algo sobre la universidad y Lauren recogía y
devolvía a su lugar todo lo que usó para preparar la ensalada.

Minutos después las cuatro mujeres se sentaron a la mesa y Camila


saboreó la deliciosa ensalada. Le maravilló que Lauren pudiera
preparar una comida tan rica. La miró en el momento que reía por algo
que le dijo su hermana. Con cada minuto que compartía con ella,
sentía una cierta afinidad que la hizo desear conocerla. Verla así, en su
ambiente, relajada, sin mirar constantemente por encima de su
hombro, era en verdad extraordinario. Sus ojos brillaban y su sonrisa era
auténtica como ninguna otra. Y de pronto todas las demás mujeres del
mundo le parecieron opacas delante de ella.

Lauren bebió un poco de vino, dejó la copa sobre la mesa y unió


sus manos como si rezara. Y de nuevo ella se fijó en sus dedos. Camila
no sabía cuánto tiempo pasó contemplando las manos de la ex tenista,
pero cuando volvió en sí, se encontró con sus ojos fijos en ella y en su
pecho sintió un vértigo tan fuerte como cuando veía una pelota de
tenis ir hacia ella en medio de un partido.
CAPÍTULO 22

Al día siguiente, Lauren despertó apenas el día despuntó.


Sintiéndose todavía un poco soñolienta, se levantó y se acercó a la
ventana; descorrió la cortina para que le diera el sol al bonsái. Sonrió al
verlo tan verde como siempre. Incluso acarició sus diminutas hojas.
Después entró al baño y cuando salió, se enfundó en uno de sus
conjuntos deportivos y se calzó sus zapatillas; se puso también una
muñequera y buscó una toalla de mano.

Cuando salió de la habitación echó un vistazo hacia el pasillo que


daba al dormitorio donde se encontraba instalada Camila. Se
preguntó si debía ir a despertarla, pero luego se dijo que no. Ellas no
quedaron en nada aún con respecto a cómo trabajarían. Ella
esperaba que Alejandro, como entrenador, le diera indicaciones de lo
que quería que hiciera con su hija. Porque lo cierto era que ella no tenía
idea. Finalmente se encaminó hacia la cocina para buscar una botella
con agua.

En el instante en que Lauren entró a la cocina, Camila cerró la


puerta del refrigerador. Ambas se quedaron mirando sorprendidas por
igual.

—Buenos días —medio balbuceó Lauren notando que ya su


invitada estaba lista para comenzar el día. Iba vestida con un short
bastante ajustado y una camiseta ancha a los lados, por lo que dejaba
ver lo que debía ser una especie de brasier deportivo. Llevaba una
toalla tan pequeña como la suya en el hombro.

—Buenos días —respondió la tenista—. Vine por agua —levantó la


mano para mostrarle dos botellas con agua.

—A eso venía también —reconoció sonriendo—. Creí que aún


dormías.
—Cuando se trata de mis rutinas de ejercicios, las sigo al pie de la
letra — le dijo tendiéndola una de las botellas—. Y te esperaba porque
no me mostraste el gimnasio.

—¡Oh!, lo siento —sonrió un tanto azorada—. Vamos.

Ambas se encaminaron por un pasillo contrario al de las


habitaciones. Camila vio una puerta al fondo. Lauren la abrió y de
pronto se encontraron en el gimnasio.

La tenista se adentró mirando todo a su alrededor.

—¿Estás segura de que no compites en torneos anónimos o algo


así?

Lauren rio.

—Sí, segura. Espero que se ajuste un poco a tus rutinas.

—Puedes estar segura que todo se ajusta.

La habitación a la que Lauren llamaba gimnasio era amplia y, a


diferencia del resto de las estancias de la casa, este no tenía una pared
de cristal, pero sí una cubierta con espejos. También disponía de varias
máquinas de ejercicios modernas, tres bicicletas estáticas, igual
número de caminadoras y multifuerzas, bancos multifuncionales,
algunos balones medicinales, bandas elásticas, juegos de pesas y
muchos otros implementos para el entrenamiento y
acondicionamiento físico.

—Necesitaba todas estas cosas con las que entrenaba antes de…
lo que pasó. Así que… el resultado es este gimnasio —dijo señalando a
su alrededor.

—Cuando papá me dijo que tenías un gimnasio, pensé que sería


un pequeño espacio con una caminadora.

Lauren rio.

—¿Cómo comenzamos? —le preguntó.

—Papá aún no me ha dado un plan, así que supongo que será mi


rutina habitual de calentamiento y flexibilidad.
—Hecho.

—Vamos al suelo —dijo Camila dejando la toalla y la botella con


agua sobre un banco.

Lauren dejaba sus cosas también sobre el banco cuando vio a la


tenista quitándose la camiseta. De pronto su garganta se secó al ver no
solo la estrecha cintura tan cerca de ella, también el ombligo que
encontró extremadamente sexy. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por
apartar la vista después que Camila dejó la prenda en el banco y
procedió a recogerse un poco el cabello.

Lauren carraspeó antes de hablar, no estaba segura de que sus


cuerdas vocales pudieran emitir sonido alguno.

—Las colchonetas están allá —señaló con descuido hacia un


costado. Trató de recomponerse mientras se daba tiempo
manipulando el diminuto dispositivo de sonido que tenía encima de
otro banco.

Cuando la música comenzó a escucharse en los altavoces del


gimnasio, ya Camila se encontraba sentada sobre una de las
colchonetas. Sonrió cuando reconoció la introducción de Jay Z en la
canción Umbrella, en la que colaboró con Rihanna.

—¿Te gusta Rihanna? —le preguntó Camila.

Lauren ya se sentaba también en otra colchoneta.

—De ella solo me gusta esa canción. Suelo acompañar los


ejercicios con música pop, espero que no te moleste.

—Está bien para mí.

Ella pensó que la sonrisa que le dedicó la tenista distaba mucho de


su gesto inescrutable cuando fue por primera vez a verla entrenar. Sin
embargo, no tuvo tiempo de pensar en más porque la mujer a su lado
comenzó con los ejercicios.

—Hagamos una flexión estática —le pidió.

Ambas estiraron las piernas y se tocaron la punta de los zapatos.

—¿Veinte segundos?
—Sí —respondió—. Sé que estamos lejos de ser amigas como para
hacer preguntas algo personales, pero… entrenar como lo haces, sin
competir, ¿no te… frustra?

Lauren, que miraba al frente manteniendo la posición, se mordió


internamente el labio inferior. Era la primera vez que alguien le hacía
esa pregunta; no la encontró desagradable, pero sí bastante curiosa y
muy personal.

—No —respondió con absoluta seguridad—. Al contrario, es lo que


me ha ayudado a mantener los pies sobre la tierra. Entrenar y mi familia.

Los segundos se agotaron y ambas abandonaron la posición, pero


no se miraron.

—Una vez más.

Y repitieron el ejercicio.

—¿Sientes frustración fuera de la cancha? —se atrevió a preguntar.


Camila bajó la cabeza sin poder evitarlo y entonces ella la miró—.
Debes ser sincera. Alejandro cree que parte de tus problemas están en
tu cabeza.

—Lo sé —aceptó la tenista y volvió a levantar la cabeza—. Listo —


anunció y abandonó la posición—. Torsión de espalda —anunció esta
vez.

Ambas estiraron la pierna derecha, doblaron la izquierda y la


pasaron por encima de la otra. A continuación, colocaron el brazo
izquierdo por encima de la rodilla flexionada y presionaron con el codo
para lograr la torsión.

Lauren no quiso presionarla, pero que no respondiera de


inmediato, que pensara la respuesta, le indicó que había tocado una
fibra sensible en ella sin darse cuenta y mucho menos, sin calcularlo.

Pasaron de la flexión de espalda a hacer dos repeticiones de


isquiotibiales; con la pierna derecha estirada, flexionaron la izquierda
hasta llevarla a la ingle, inclinaron el cuerpo hacia adelante y se
tocaron la punta de los zapatos.
—La frustración que siento dentro de la cancha… me acompaña
siempre. Incluso si estoy en el cine, por ejemplo.

Lauren escuchó la confesión. No dijo nada, no era fácil opinar al


respecto. No conocía el carácter de Camila, ni como jugadora ni
mucho menos como persona. En ese sentido, lo que planteaba
Alejandro era más que razonable. Ella necesitaba tiempo para conocer
a la tenista; observar su juego y cómo se desenvolvía también fuera de
la cancha. Finalmente veía un poco de luz en su camino. Necesitaba
conocer los pensamientos de Camila sobre las cosas, sobre su juego,
sobre el tenis. Eso era un buen comienzo.

Los veinte segundos terminaron y abandonaron la posición.

—Muslos y caderas —anunció de nuevo Camila.

Ambas se pusieron boca abajo y flexionaron una pierna hasta que


se agarraron un pie. Estiraron lo más que pudieron la pierna sin
levantarla del suelo.

—Debemos encontrar el origen de esa frustración.

—Eso es fácil. Me frustro porque, aunque llego a las pelotas, no


atino mis golpes. Porque mis saques son un asco...

—Camila…

—No —interrumpió lo que sea que fuera a decir—. Tenías razón


aquella vez. Papá quiere que te metas en mi cabeza, pero yo misma
no me encuentro en ella, así que no sé si esto sirva de algo —dijo
abandonando la posición y se dio la vuelta para mirar el techo.

Lauren la imitó y ahora las dos miraban al techo. Se quedaron en


silencio por un par de minutos, o al menos eso creyó ella cuando habló.

—Una de las cosas que mi padre siempre me decía era que, en


este deporte, se deben atender los detalles. Si tu slice no es bueno,
trabajas en él hasta que lo sea. Si tu revés es malo, lo practicas hasta
que sea bueno. Cada uno de esos detalles se corrige y cuando te des
cuenta, no habrá nada que no puedas hacer en la cancha.

—¿Creías en eso?
—Creía en mi padre.

Camila giró la cabeza para mirarla.

—¿Qué debo hacer entonces?

Lauren la miró.

—Encontraremos esos detalles que te frustran en la cancha y los


trabajaremos.

—¿Y mi cabeza?

—Debes dejarme entrar en ella.

Camila se tapó la cara con las manos, luego las subió hasta hundir
los dedos entre sus cabellos.

—Lo haré.

—¡Oh, mierda! —exclamó Lauren de pronto.

Cuando la tenista la miró, vio en su rostro un gesto de dolor y sus


manos agarrándose el muslo derecho.

—¿Un calambre?

—Sí —gruñó.

—Déjame ayudarte.

Camila se movió hasta arrodillarse frente a ella, le estiró la pierna


dejándola descansar sobre su extremidad y con los dedos comenzó a
explorarle el muslo en busca del músculo contraído.

—Atrás —le indicó Lauren.

Los hábiles dedos se desplazaron hacia el lado interno del muslo.


Camila sintió casi de inmediato la contracción y justo allí comenzó a
masajear con la suficiente presión para relajar el músculo. Ella prestó
atención a los gestos de Lauren, por eso se dio cuenta que en poco
tiempo el dolor fue disminuyendo; y sin que ella se percatara, su masaje
se fue convirtiendo en una deliciosa exploración. Inesperadamente se
encontró deleitándose por tener entre sus manos un muslo duro,
poderoso y bien definido. Lamentó que Lauren no se ejercitara con un
short, deseaba de pronto poder tocar su piel, que imaginó tan suave
como las alas de un hada.

La ex tenista dejó de sentir dolor, el calambre ya había pasado y,


sin embargo, Camila continuó masajeándole el muslo de una
manera… hipnótica. Sus dedos se movían presionando, despertando
sensaciones, lanzando por sus terminaciones nerviosas, minúsculas pero
intensas ráfagas de calor que iban surcando senderos inexplorados de
su cuerpo.

De pronto los latidos del corazón de Lauren se hicieron más fuertes


y la respiración de Camila un tanto pesada. Y cuando los ojos de color
esmeralda y los marrones se encontraron en medio de una especie de
mágica conexión, fue como si ambas cayeran en un hechizo
atemporal que convertía cada respiración, cada latido, en un mundo
nuevo para las dos.

—¡Ya estoy aquí! —anunció Taylor inesperadamente y sonrió con


picardía cuando vio a ambas mujeres alejarse la una de la otra como
si de pronto hubiese estallado una bomba entre ellas.
CAPÍTULO 23

—Buenos días —saludó Taylor dirigiéndole a las mujeres una mirada


inquisitiva.

—Buenos días —respondieron al unísono.

Camila volvió a sentarse en su colchoneta y Lauren se dedicó a


estirar la pierna, y le sonrió a su hermana que se acercó a ellas.

—¿Acalambrada?

—Sí. El muslo. Creo que hace tiempo no tensaba de esa manera


las piernas.

Taylor frunció los labios. No entendía la actitud un tanto


avergonzada de las dos mujeres, porque era más que evidente para
ella que Camila continuó haciendo los estiramientos como si quisiera
no saber lo que sucedía a su alrededor.

—Entonces es mejor que repitas lo que sea que hiciste.

Lauren no supo si su hermana le imprimió un tono mordaz a sus


palabras, o fueron ideas suyas. Aunque no entendió por qué de pronto
sentía cierto azoramiento por lo que pudiera pensar Taylor al
encontrarlas tan cerca; después de todo, no estaban haciendo nada
malo. Camila solo fue amable al atender su calambre.

—Por supuesto, debemos continuar —dijo dándole un rápido


vistazo a la tenista que miraba al frente como si observara la cosa más
interesante del mundo. Luego volvió su atención a su hermana—.
Acompáñanos.

—Claro.

Taylor tomó posición en otra colchoneta y ahora las tres mujeres


hacían estiramiento con movimientos casi sincronizados. El silencio
molestó un poco a Lauren, por eso agradeció la música que sonaba
de fondo. La sesión de estiramiento duró diez minutos, entonces fue el
turno de subir a las máquinas; las corredoras fueron las primeras en
ponerse en marcha. Como las máquinas se encontraban delante de la
pared de espejos, era como si pudieran verse frente a frente. Unos
minutos después que comenzaron, los ojos de color verde y los
marrones tropezaron; Lauren halló la mirada de Camila indescifrable y
esquiva.

Los minutos siguientes la tenista se mantuvo en silencio, mientras


que Taylor conversaba trivialidades con su hermana y reían juntas.
Pararon quince minutos después y fue el momento de hidratarse, luego
subieron a las bicicletas estáticas. Fueron diez minutos de intenso
pedaleo; cuando consideraron que había sido suficiente
calentamiento, tomaron las botellas con agua, las toallas y salieron del
gimnasio; era hora de entrar a la cancha.

Taylor fue a buscar las raquetas y las pelotas, mientras las otras dos
mujeres siguieron hacia la cancha.

—Es lindo que tu hermana te acompañe a entrenar —comentó


Camila en el camino.

Lauren sonrió.

—Taylor es el mejor regalo que mis padres pudieron darme. Debo


advertirte, ella juega un poco rudo, así que cuídate de sus tiros.

La tenista se detuvo al borde de la cancha para mirarla.

—¿Jugaré con ella?

—Sí. Necesito verte jugar —respondió y Camila asintió frunciendo


ligeramente los labios—. ¿Te molesta?

—No. Es que estoy acostumbrada a que me digan cuál es el plan.

—Lo siento. Se me ocurrió en el gimnasio cuando Taylor apareció.


Ella no siempre está, así que aprovecharé la ocasión para verte jugar.

—Lo entiendo.

Lauren de pronto quiso ser por completo sincera con ella.

—Camila, no sé si soy capaz de lograr eso que Alejandro espera,


pero quiero que sepas que haré uso de todo lo que me enseñó mi
padre para ayudarte con tu tenis. Si es que de verdad puedo hacerlo.
La tenista apartó la vista por unos instantes para mirar la cancha,
luego volvió a toparse con los ojos de color esmeralda.

—Tú creías en tu padre. Yo creo en el mío —dijo con un tono


suave—. Si él cree que tú puedes ayudarme, entonces lo harás. Estoy
segura de eso.

Lauren encontró tanta sinceridad en los ojos marrones, que no supo


qué decir. Pero sí quiso sonreír; mostrar su más grande sonrisa. Camila
confiaba en ella, realmente lo hacía y eso le imprimió una seguridad
que ella misma no se tenía.

—Gracias por confiar en mí —fue todo lo que pudo decir.

Taylor llegó en ese instante y le tendió una raqueta a Camila y una


a su hermana, que negó con la cabeza sonriendo de una manera
enigmática.

—Serás tú quien juegue con ella.

Taylor alzó las cejas con un gesto de sorpresa y miró a Camila.


Lauren vio a su hermana devolverle la sonrisa enigmática.

—De acuerdo —dijo con un tono en exceso complaciente—.


¿Cuál es el plan?

Lauren negó un poco con la cabeza, pero luego se dirigió a la


tenista.

—Le daré unas indicaciones.

—Por supuesto.

La ex tenista tomó a su hermana por un brazo y se encaminó con


ella hacia el otro lado de la cancha.

—¿Qué fue esa sonrisa? —le preguntó en voz baja.

—¿Cuál sonrisa?

—No te hagas la tonta, Taylor. Vas a jugar con ella sin hacer de las
tuyas.

—No sé de qué hablas.


—Hablo de tus tiros al cuerpo.

—Uno de esos sería perfecto para bajarla de su nube.

—¡Tay!

—Está bien. Me comportaré.

—Gracias. Bien, rétala mucho. Juega todos los drop shot que
puedas.

—Hecho.

Lauren asintió y se alejó de su hermana. Se paró a la mitad de un


costado de la cancha, como si fuera un juez de silla.

Fue Taylor la que mostró la pelota a su rival y se preparó para sacar,


mientras Camila se posicionó para recibir. En cuanto la pelota fue
puesta en juego, esta fue a buscarla y la devolvió por el medio de la
cancha.

Desde su posición, Lauren observó a Camila; se movía bien, en eso


no había problemas. Lo que notó fue su entrecejo fruncido después de
pegarle a la pelota. En ese momento, Taylor aprovechó la devolución
corta y que su rival estaba cerca de la línea de fondo para ejecutar un
drop shot. Camila ni siquiera fue capaz de reaccionar, se quedó
parada viendo la pelota picar a escasa distancia de la red dentro de
su cancha.

Lauren se movió para retirar la pelota para que el juego


continuara. Mientras tanto, Camila miraba su raqueta, al tiempo que se
preparaba para recibir de nuevo. Ella se preguntó en qué estaría
pensado. Taylor, que no era una jugadora profesional, acababa de
ganarle un punto y eso seguramente no era nada agradable para
alguien que sí lo era.

El juego continuó. Cuando Camila entró en calor, fue capaz de


ganar algunos puntos, pero Taylor también. Lauren permaneció
analizando el juego de la tenista. En especial siguió llamándole la
atención como fruncía el entrecejo, era como si en esos momentos se
cuestionara algo. Era su tarea entonces averiguar si estaba en lo cierto.
Lauren tenía razón, su hermana jugaba bastante bien para no ser
una profesional. Y ese no sería un gran problema si Camila lograra
concentrarse, pero no era así. Ser consciente, muy consciente, de que
la ex tenista la veía jugar, le causaba cierto nerviosismo. Uno igual al
que sintió cuando se encontraban en el gimnasio y la ayudó con el
calambre. Y después en las máquinas y podía verla a través del espejo.
Los botones del suéter de Lauren estaban abiertos hasta el tercero, y no
es que dejaran ver su escote, no. Era que, desde su posición, el leve
sudor que le humedecía la piel por el esfuerzo, brillaba y sus
pensamientos, en lugar de estar concentrados en contar repeticiones
o cualquier otra cosa, le dibujaron imágenes de ella lamiendo,
besando esa piel.

Y su cuerpo se encendió.

Y el colmo de la situación era que Lauren insistía en mirarla,


entonces ella la esquivaba porque temía que pudiera darse cuenta de
lo que le dibujaban sus pensamientos. Aunque eso era imposible. Trató
de enfocarse en pedalear, pero sus ojos insistían en fijarse en ese
escasísimo pedazo de piel que dejaba ver los botones sueltos. “Uf,
podría darme un verdadero banquete con esa piel salada y…”

—¡Cuidado!

El grito sacó a Camila de sus pensamientos justo a tiempo para


evitar que la pelota la golpeara de lleno en el pecho.

—¿Estás bien? —le preguntó Taylor desde su lado de la cancha.

—Sí. Sí —apenas balbuceó.

Lauren llegó hasta ella con la preocupación dibujada en su rostro.

—¿Te encuentras bien?

—Sí.

—¿Segura? De pronto te detuviste y no parecías estar aquí.


La vista de Camila se posó en el pecho de Lauren, pero tan solo un
segundo porque se reprendió, y cerró los ojos para concentrarse en lo
que pasaba. Sacudió la cabeza para volver a la realidad.

—Sí, segura —respondió sonriendo con nerviosismos y procurando


no volver a mirar—. Fue uno de esos momentos en que te desconectas
y pues, pierdes el punto.

Lauren la miró con el entrecejo profundamente fruncido.

—Entiendo. Ya es suficiente de todos modos.

—De acuerdo.

—¡Taylor!, terminamos aquí.

La joven afirmó y se encaminó hacia ellas.

—Tu timing está perfecto —le dijo a la tenista.

Camila asintió moviéndose hacia el banco donde dejaron el agua


y las toallas.

—Yo también lo creo —aceptó tomando una botella.

—Pero el que te hayas ido así de la cancha en medio de un juego,


es otra cosa.

La tenista volvió a asentir mientras destapaba la botella. Taylor las


alcanzó y Lauren le tendió una botella.

—Gracias. ¿Qué tal estuvo?

—Perfecto —respondió su hermana.

—¿Por qué no juegas profesionalmente? —le preguntó Camila,


que ya le había dado un buen sorbo a su bebida.

—A la que le gusta andar de un lugar a otro es a ella —señaló a su


hermana—. Estoy dispuesta a viajar solo si es por diversión, no para
andar tras una pelota.

Camila rio.

—Lo que hacemos es muy divertido.


Taylor bufó y se encaminó hacia la casa sin decir nada más. Las
dos rieron viéndola alejarse.

—El tenis no es lo suyo —comentó Lauren.

Camila miró a los ojos a la mujer a su lado y sonrió.

—Es lo nuestro.

Lauren asintió y le devolvió la sonrisa.

—Sí.

—Ella no sabe de lo que se pierde.

Los ojos de color esmeralda brillaron cautivando a la tenista,


provocando en ella ganas de perderse en ellos por siempre.

—No. No lo sabe —susurró Lauren.


CAPÍTULO 24

Los días siguientes la rutina fue más o menos la misma; Lauren y


Camila se levantaban temprano y pasaban cerca de una hora en el
gimnasio, luego iban a la cancha a jugar para mantener el timing de
la tenista. Eso, sumado a la convivencia, hizo que la relación entre ellas
se estrechara. Incluso Taylor notó un leve cambio en Camila, que
sonreía con facilidad y parecía abierta a escuchar las sugerencias que
Lauren le daba sobre su juego. Aunque esa ligera impresión de cambio
se borró para las hermanas Jauregui un día cuando vieron a Camila y
a Paul en el área del frontón. Él le dio unas indicaciones sobre su agarre
cuando golpeó la pelota, la tenista asintió y volvió a la práctica, pero
el fisioterapeuta no pareció conforme, así que la corrigió al menos dos
veces más.

—Lo hago como me dices. ¡Maldita sea!, no puedes decir que no


estoy haciéndolo —le rebatió Camila con un tono de voz que
bordeaba la impaciencia.

Desde la distancia Lauren vio los ojos marrones chispear de rabia.

—Aquí vamos —murmuró.

—Mju —concordó Taylor dándole un sorbo a la botella con agua


que tenía en la mano—. Es que es como la mecha de un cartucho de
dinamita.

Lauren rio por lo bajo para no llamar la atención.

—Tu swing está tenso, Camila —alegó Paul—. Sostienes muy fuerte
la raqueta.

—Relajé el agarre.

—No lo estás haciendo y ya sabes que eso te puede causar una


lesión.

Vamos de nuevo —le pidió.

La tenista respiró hondo y puso en juego la pelota, mientras Paul


observaba con atención.
—Afloja el agarre, estás forzando demasiado los músculos de tus
brazos — le indicó él. Camila lo escuchó, y continuó golpeando la
pelota para hacerla rebotar contra el frontón—. ¡Aflójalo!

Ya tenían varios minutos enfrascados en el mismo punto, él la


corregía y ella seguía su indicación, pero Paul no estaba contento.

—Una pizza a que rompe la raqueta —murmuró Taylor.

—No. Sé que vas a ganar.

La situación continuó en el frontón.

—¡Afloja el agarre! —gritó Paul otra vez.

Y en ese mismo instante Camila se detuvo, se giró hacia él con los


ojos chispeando como dinamita.

—¡Lo hago! ¡Es lo que estoy haciendo! —gritó y lanzó la raqueta


contra la superficie de la cancha y sin decir más, se dio la vuelta y se
dispuso a irse.

Sin embargo, la práctica estaba lejos de terminar, así que Lauren


tuvo que intervenir, se movió hacia el espacio que había entre la
cancha y el frontón para cortarle el paso.

—¿A dónde vas? —le preguntó.

—¡La práctica terminó! —respondió cuando estaba por pasar a su


lado pretendiendo acabar el tema, pero Lauren la tomó por la altura
del codo izquierdo obligándola a detenerse. Ella puso la vista en la
mano que la retenía, no porque le molestara, sino por el cosquilleo que
sintió allí, donde Lauren la apresaba; le fue placentero el calor que le
transmitió, para su sorpresa.

La ex tenista la miró atenta, esperando su reacción. Cuando los


ojos marrones se fijaron en ella, sin darse cuenta, deslizó el pulgar por la
piel húmeda de Camila y aflojó el agarre, entonces sus dedos se
escurrieron hacia abajo rozándola porque necesitó tocarla. La piel se
erizó tras el delicado roce, pero ambas fingieron no darse cuenta de
ello. Finalmente, el contacto acabó y Lauren tragó saliva para poder
hablar.
—La práctica no ha terminado —la contradijo con la calma que la
caracterizaba.

Camila aún intentaba salir del aturdimiento que le provocó la


caricia de Lauren, por eso trató de recordar por qué se había ido de la
práctica y se percató que de pronto su enojo se evaporó.

—Yo creo que sí —dijo para mantener su imagen dura, pero su tono
de voz no fue acorde con sus palabras.

—Paul te está dando unas indicaciones. Él te conoce bien, si dice


que tu agarre está tenso, entonces algo de razón debe tener, ¿no? ¿O
suele equivocarse?

La calma con que Lauren le habló terminó de patearle el arrebato.

—No. No suele hacerlo.

La ex tenista afirmó conforme con la respuesta y se sintió aliviada


cuando Camila se dio la vuelta y volvió a acercarse a Paul. Ella también
regresó al lado de su hermana.

Más tarde, el resto del equipo de trabajo que acompañaba a la


tenista se reunió en la casa. Para la mayor de las Jauregui no solo era
algo nuevo tener a alguien más en su hogar, también era una aventura
cuando el equipo se reunía. En un par de ocasiones Alejandro llegó
temprano con el desayuno y el resto de los hombres, entonces se
reunían todos cerca de la piscina a comer entre anécdotas y risas. Ella
simplemente se quedaba absorta viendo a la tenista rodeada de las
personas que la acompañaban a los torneos. Todos ellos la apoyaban,
estaba a la vista; en especial su padre. Parecían una familia.

Lauren no pudo dejar de observar cómo se desenvolvía Camila


con todos. Notó que con Paul tenía mucha confianza, de vez en
cuando hablaban entre ellos. Estaba a la vista que eran confidentes.
Sin embargo, la tenista tomaba una actitud seria cuando hablaba con
su representante, aunque la relación con él parecía también muy
cordial. La ex tenista imaginó a Camila rodeada de todos ellos tras los
partidos, celebrando las victorias y recibiendo apoyo en las derrotas.
Desde afuera se veía la compenetración que había entre todos.

Pero esa atención que le prestaba a Camila cuando estaba con


su equipo, sin que ella se diera cuenta, se trasladó también fuera de sus
rutinas de ejercicios, de prácticas y reuniones. Ella simplemente se fue
sintiendo seducida por la verdadera personalidad de la mujer que,
poco a poco, con la convivencia, fue aflorando para borrar la imagen
soberbia y presuntuosa que en un principio mostró.

Desde el punto de vista de Lauren, Camila estuvo bajo mucha


presión. Y también entendió, como ex jugadora, lo difícil que es que de
pronto tu juego no funcione. Eso de seguro desbordó lo más oscuro de
la personalidad de la tenista; ese lado duro que todas las personas
llevan dentro, y que a veces hace perder la perspectiva.

Porque cuando se relajaba, Camila era otra persona. Como la vez


que Taylor convenció a Lauren para ir de compras y ella quiso
acompañarlas porque necesitaba barras de cereal. Cuando llegaron
al supermercado, las hermanas se tomaron unos minutos antes de salir
del auto, algo que la tenista no entendió de inmediato.

—¿Qué esperamos? —preguntó.

—Lo, necesita un minuto para calmarse. Ya sabes que estar


rodeada de personas la altera —le respondió Taylor mirándola a través
del retrovisor.

Entonces ella se fijó en Lauren, que parecía tensa y tenía los puños
apretados; su respiración estaba alterada y su frente tenía una capa
de sudor. Eso le oprimió algo en el pecho, estaba tan acostumbrada a
una Lauren completamente relajada en su casa que verla así, la llenó
de un enorme desasosiego y quiso calmarla de alguna manera.

Lauren giró la cabeza cuando sintió la mano en su hombro,


entonces se encontró con los ojos marrones fijos en ella con una mirada
tierna.

—Estás segura con nosotras —le dijo Camila. Lauren le sonrió y


afirmó.
—Lo sé —aun así, se tomó un minuto más—. Vamos —dijo y abrió la
puerta del auto.

Taylor bajó también. Camila fue la última en salir, pero se apresuró


a ponerse a la altura de Lauren.

—Me mantendré cerca —le aseguró.

—Gracias —susurró.

Taylor fue por un carrito y juntas comenzaron a recorrer los pasillos


del supermercado; Camila no dejaba de notar que Lauren miraba por
encima de su hombro, por eso le puso la mano en la espalda, para que
la sintiera cerca.

—¿Las barras de cereal estaban en tu dieta? —le preguntó para


distraerla.

—Por supuesto. Mi favorita es la de avena con miel —ella se acercó


al estante donde se exhibía la variedad de barras. Tomó la que le
gustaba—. Puedo comer montañas de estas.

Camila sonrió por el brillo que vio en los ojos de la ex tenista, en ese
momento parecía una niña.

—Sé ve deliciosa, créeme —dijo tomando una también. Se dispuso


a leer los ingredientes, pero antes de que pudiera terminar, la barra le
fue arrebatada de la mano.

—No hay nada que mirar, es la mejor.

Por seguirle el juego, Camila trató de arrebatársela también, pero


esta no soltó la barra tan fácil y la escondió tras su espalada, así que sus
cuerpos se juntaron cuando ella la rodeó con los brazos para alcanzar
la barra. Las manos de la tenista se cerraron sobre las de Lauren; ellas
rieron divertidas por el pequeño jugueteo. Sin embargo, la cercanía de
sus cuerpos, de sus alientos, provocó que un chispazo pusiera fin a las
risas.

Camila tenía un gesto indescifrable en su rostro cuando su mirada


bajó a los labios de Lauren, que se separaron en busca del aire que de
pronto le faltaba. Y le faltó más cuando sintió los brazos estrecharla,
provocando que todo a su alrededor desapareciera. En ese instante
solo existían ellas dos en el mundo, una mirando esos labios rosados que
temblaban sutilmente; la otra, sintiendo un terremoto azotarle el
estómago hasta que millares de mariposas volaron por sus venas
avivando deseos escondidos.

Lauren contuvo la respiración mientras la mirada de la mujer que


la tenía entre sus brazos estaba fija en su boca. Cuando Camila la miró
a los ojos, el terremoto en su interior subió un grado. Ninguna de las dos
supo cuánto estuvieron así, pero cuando el hipnótico momento pasó,
lento se alejaron. Lauren soltó la barra, Camila la tomó y sonrió,
tratando de que su respiración volviera a la normalidad.

—Siempre leo los ingredientes —susurró porque aún estaban


cerca—, no importa que estén recomendadas por una experta.

—Es lo justo —aceptó Lauren y le devolvió el gesto.

Ambas se percataron del brillo de sus miradas. Ambas sabían que


una intensa atracción andaba dando saltos a su alrededor.

Y así, un día, Lauren se descubrió sonriendo solo porque veía a


Camila sonreír. Sí, se dio cuenta. No, no quiso cuestionar. Ella se
encontraba en un punto en el que buscaba abrirse al mundo del que
se escondió; buscaba comenzar a vivir eso que años atrás sentía como
normal. Buscaba no sentir miedo. Y por darse cuenta que la presencia
de la tenista la acercaba un poco a ese mundo al que se cerró, que la
hacía sentir de nuevo, aunque no sabía muy bien qué, simplemente no
quiso cuestionar. Además, se sentía demasiado bien como para
cuestionar.

Y así, día tras día, Lauren se perdía en la blanca sonrisa de la tenista,


que era perfecta; se extraviaba en gestos que hacía en tal o cual
ocasión. Se hundía en sus ademanes cuando explicaba cualquier cosa.
Ella tan solo se perdía en Camila; una mujer de temple aguerrido, pero
que a veces escondía sus dudas, esos temores que la acechaban,
mirando al cielo, o al suelo. O respirando hondo para darse tiempo a
pensar sobre la cuestión que enfrentaba, sobre todo en la cancha.

Y así, día tras día, Lauren se encontró no solo rodeada del color
blanco que dominaba cada rincón de su casa, también de los colores
que salpicaban las paredes cuando Camila reía, cuando estaba cerca
de ella, cuando sus ojos marrones se tropezaban con los suyos y se
negaban a desencontrarse, como si un hilo invisible se tejiera entre ellas.
Y así, inesperadamente, sintió fuerzas para volver a ser ella, para
enfrentarse al mundo.

Y esa fuerza es la magia que lleva tres vocales y tres consonantes


en su nombre y que, como dicen por ahí, es capaz de mover al mundo,
de transformar, de despertar ilusiones y temores. De ir uniendo dos vidas
que jamás soñaron con ser una.

Camila llevaba toda la vida junto a su padre viajando de un lado


para otro, golpeando pelotas con todas sus fuerzas o con la delicadeza
de un suspiro para lograr un drop shop perfecto. En todos esos años,
Paul, Ian, Dan, Santiago y Joe, se convirtieron en una familia que,
aunque no unía la sangre, sí el apoyo mutuo y la lealtad. Aun así,
conviviendo con las tres mujeres Jauregui, se dio cuenta que sí, tenía
una familia, pero le faltaba algo que descubrió en unos pocos días. Le
faltaba comprensión; y no es que su equipo no la comprendiera, no. Se
trataba de la comprensión que nace de la necesidad de buscar el
bienestar de la persona que se ama.

Alejandro y el resto de su equipo procuraban su bienestar, era


cierto, pero el espacio que le daban para ello era limitado. Siempre
había una entrevista que dar, un torneo al que asistir, una imagen que
mostrar. Y eso, con los años, fue endureciéndola. En esos días junto a la
familia Jauregui lo descubrió. Lauren sufrió un ataque que la llevó a
esconderse, de cierto modo, del mundo; Clara y Taylor la
acompañaron. La comprendieron. Y aún continuaban a su lado,
buscando su bienestar. Y esa comprensión comenzaba a dar sus frutos;
Lauren daba sus primeros pasos para volver al mundo. Y ver eso, ir
descubriéndolo poco a poco, en sus conversaciones con Clara, con
Taylor, fue como quitarse un velo de los ojos.

Y ese velo que fue cayendo no solo fue asentando un poco sus pies
sobre la tierra de nuevo, también fue dejándola ver más allá de la
belleza de Lauren. Fue haciéndola descubrir lo fuerte que era. En algún
momento se preguntó cómo la ex tenista manejaría su situación de
estar en su lugar. Seguramente no hubiese roto tantas raquetas para
descargar su frustración en la cancha. Al contrario. Camila la imaginó
deteniéndose, haciendo una pausa para mirar a su alrededor, para
analizarse.

Es que con los días ella fue descubriendo que Lauren era distinta a
todas las personas que conoció antes. Se preguntó también si siempre
fue así o cambió tras la agresión. Esperaba tener tiempo de averiguarlo,
porque verla cocinar de vez en cuando, no la dejaba pensar mucho.
Tampoco ver sus fuertes muslos a través del espejo cuando estaban en
las bicicletas estáticas. Lo cierto es que se había convertido en una
odisea pensar cuando ella estaba cerca.

Y se dio cuenta de ello una de las tardes en que, jugando


monopolio con las hermanas Jauregui, se quedó sin una propiedad y
casi sin dinero, a pesar de que era muy buena en ese juego de mesa.
Se encontraban sentadas alrededor de una mesa cerca de la piscina,
Lauren estaba a su lado y podía no solo sentir su calor, también percibir
el aroma de sus cabellos. Y también sus rodillas se rozaban de vez en
cuando por debajo de la mesa, provocando sensaciones que no la
dejaban concentrarse del todo; por momentos pensaba que Lauren lo
hacía apropósito, entonces la miraba y esta le sonreía con una
inocencia que la desarmaba por completo.

—Oye, es mi turno —le reclamó a Lauren cuando esta tomó los


dados para jugar.

Ella la miró con el entrecejo fruncido.

—Es mi turno —le rebatió—. No sé en qué estás pensando —le dijo


y agitó los dados dispuestas a lanzarlos.

Camila no se lo permitió, ella le atrapó la mano evitando que los


lanzara.

—¡Hey!, ¿qué haces? —preguntó riendo mientras forcejeaba por


liberarse, pero sintiendo cómo de pronto su corazón se agitó, el calor
que le transmitió la tenista se extendió por todo su cuerpo.
—¡Es mi turno! Así que suelta los dados —insistió aferrándole
también el brazo con la otra mano y acercándose un poco.

Ambas reían divertidas, mientras Taylor observaba la escena con


los labios fruncidos. Era más que evidente para ella las chispas que
saltaban entre las dos mujeres, pero no dijo nada ni quiso intervenir, solo
se preguntó cuándo se darían cuenta.

Ya Camila aferraba la mano de Lauren contra su pecho para evitar


que lanzara los dados, así de cerca estaban. Y esa cercanía fue lo que
hizo que la tenista se detuviera; de pronto se encontró con el color
esmeralda de sus ojos embriagándola, despertando deseos de acortar
distancias y… ni siquiera pudo terminar el pensamiento. Ella le soltó la
mano y Lauren la alejó sin dejar de sonreír, pero siendo consciente de
que algo acababa de pasar por la forma en que brillaron los ojos
marrones. Entonces ambas se recostaron en sus sillas y finalmente los
dados fueron lanzados.

Y así, los días que Camila pasaba en esa casa eran como suspiros
que deseaba extender, pero la noche llegaba y de pronto se
encontraba pensando en las cosas y momentos compartidos con
Lauren. Y ni hablar de lo mucho que se le contraía el estómago cuando
sus manos se rozaban o el aroma de sus cabellos la envolvía. Y es que
Lauren oTaylor a jardines de tulipanes, a nubes flotando sobre el mar, al
calor del rocío tras la tempestad. Y cada una de esas cosas que
pensaba la preocupaba, porque eso que sentía en el estómago al
verla, ya se había convertido en una necesidad. Porque cuando
pasaban horas sin verla necesitaba verla. Necesitaba saber que estaba
bien. Necesitaba saber que su sonrisa maravillosa seguía siendo la
misma. Que su risa seguía siendo mágica.

Y esas horas sin verla las llenaba recordando los instantes junto a
ella en cualquier lado. En la cancha, cuando corría para alcanzar una
pelota sabiendo que los ojos verdes la observaban. En la cocina,
cuando Lauren le pedía que cortara un tomate o una seta. Junto a la
piscina, cuando veía embelesada cómo sus labios besaban el cristal
del vaso para beber un poco de limonada. Y todos esos detalles fueron
acumulando en su ser un deseo. Un único deseo que ya comenzaba a
ser una obsesión. Ella anhelaba, necesitaba, besar a Lauren. Lo
deseaba con la misma intensidad con que jugaba al tenis.

Pero…

En todas las situaciones hay un pero, ya es bien sabido. Pero,


¿hacerlo no sería cruzar una línea en extremo delgada? Una parte de
ella, su lado razonable, le dijo que sí; Lauren la estaba ayudando, para
colmo, desinteresadamente. Si ella se dejaba llevar, como solía
hacerlo, por sus impulsos, podría echar por tierra el trabajo que se
estaba haciendo. La ex tenista podría levantar una barrera y echarla
de su casa. Y no estaba jugando un partido en el que podía protestarle
una decisión al juez de silla.

Pero…

Ese otro pero carcomía su lado razonable como las termitas a la


madera con una única pregunta, ¿pero esa forma en que Lauren la
miraba no significaba algo? Tenía que significar algo porque no era
normal que esos ojos de color esmeralda se clavaban en ella y
parecían transmitirles miles de emociones que convertían en un volcán
esas ganas de besarla. Y entonces se llenaba de dudas y deseos, y solo
le quedaba gruñir de frustración contra la almohada.

Muchas veces Camila se encontró en la noche mirando el techo,


imaginando, tratando de ser razonable, procurando apaciguar sus
impulsos, pero… una chispa de fuego estaba encendida dentro de ella
y solo existía una manera de apagarla. Y ella no había alcanzado la
cima del tenis por huir del fuego.
CAPÍTULO 25

Y con necesidades, dudas, emociones a flor de piel, deseos


bullendo, miradas encontrándose, los días continuaron pasando.
Lauren siguió analizando el juego de Camila, sus movimientos dentro
de la cancha.

—¿En qué piensas cuando golpeas la pelota? —le preguntó en


una ocasión la mujer de ojos de color esmeralda a Camila. Esa forma
de fruncir el entrecejo de la tenista la tenía en verdad intrigada.

En ese momento se encontraban en la cancha, Lauren jugó con


ella porque Taylor asistió a la universidad. Camila se quedó mirándola,
como si la pregunta no tuviera sentido para ella. Se tomó unos instantes
para pensar.

—Por lo general, pienso en colocarla en un lugar donde mi


oponente no la alcance —respondió, aunque con poco
convencimiento—. ¿Por qué lo preguntas?

—Haces un gesto justo después de golpear la pelota. Frunces el


entrecejo. Es como si dudaras.

Camila bajó la vista al césped.

—A veces lo hago. De hecho, muchas veces dudo —confesó


cuando volvió a mirarla a los ojos.

—¿Por qué?

Ella negó con la cabeza.

—No lo sé en realidad.

—¿Siempre te ha pasado?

—No. Sucede desde que… mi tenis no va bien.

El corazón de Lauren comenzó a latir rápido. ¿Era esa una pista de


lo que la bloqueaba? Tendría que seguir explorando sus pensamientos.
Camila torció los labios, era un gesto que a ella ya le encantaba; de
hecho, cuando lo hacía, le provocaba cierto cosquilleo en el
estómago. Ella no quería detenerse a pensar en esa sensación porque
era mucho mejor ver a la tenista mordiéndose el labio internamente,
como lo hacía en ese momento. Se preguntó cómo sería sentir sus
labios ser mordidos de esa manera. Ya se había cansado de
reprenderse por tener ese tipo de pensamientos, pero sus auto
reproches no servían de nada, así que se dejaba llevar por lo que
sentía.

Y sin que Lauren lo supiera, Camila se preguntaba qué pensaba


cuando el silencio las envolvía y esos ojos esmeralda se paseaban por
su rostro, como si quisieran grabar cada detalle de ella. Y sin embargo,
le gustaba ser el blanco de las contemplaciones de la ex tenista. Su
mirada era una mezcla de intensidad y ternura que despertaba
sensaciones que ya exigían atención y acrecentaban sus ganas de
probar sus labios, de sentir el calor de la piel de Lauren contra su cuerpo.
A veces, cuando la tenía cerca y ella vestía sus suéteres que se
ajustaban a su estrecha cintura, simplemente deseaba rodearla con los
brazos y pegarla a ella. Cuando se perdía en esos pensamientos tenía
que hacer un gran esfuerzo para volver a la realidad. Y es que con el
paso de los días cada vez más necesitaba la presencia de la ex tenista,
ver su sonrisa, su mirada a veces curiosa, y otras tantas, sublime como
el azul del cielo.

Camila no sabía si se debía a su ausencia de las canchas o a la


paz que la envolvía cuando estaba cerca de Lauren, pero se sentía
diferente. Si era sincera con ella misma, sentía que algo estaba
cambiando en su vida.

Y esa necesidad que fue aflorando en Camila por la presencia de


Lauren, la llevó días después a ir a su habitación. Ella notó que, durante
los últimos tres días, la ex tenista solía desaparecer bastante temprano
en las noches, cuando antes se quedaban conversando hasta casi la
medianoche de sus inicios en el tenis, de las cosas que les gustaban, de
todo un poco.
Sintiéndose algo nerviosa, tocó a la puerta. Casi de inmediato
escuchó un “¡adelante!”, y entonces abrió la puerta y asomó la
cabeza. Era la primera vez que veía la habitación de Lauren y al
instante le gustó.

—Hey —la saludó en cuanto asomó la cabeza.

Lauren la miró sorprendida durante unos segundos, pero después


le sonrió ampliamente.

—Hey. Adelante —la invitó mientras apuntaba al TV para pausar la


reproducción de lo que veía.

A Camila le resultó encantador verla en pijama; estaba sentada


sobre la cama en posición india.

—Gracias —le sonrió y se adentró sin saber muy bien qué hacer a
continuación, así que hundió las manos en los bolsillos del short que
vestía—. Espero no molestarte. Quería saber… qué haces.

Las cejas de Lauren se alzaron mostrando su sorpresa, sin embargo,


sonrió.

—Miraba tus partidos.

Ahora la sorpresa se dibujó en el rostro de la tenista.

—¿Qué?

Lauren señaló la TV con el mando.

—Que miro tus juegos.

—¿Por qué?

—Porque quiero saber qué cambió desde que no te ha ido tan


bien.

Camila se quedó pasmada. Miró la TV y en ella vio su imagen


paralizada en un momento que la pelota estaba en el aire y ella se
disponía a golpearla para sacar. Recordó el partido, se trataba del
séptimo juego en fila que perdía tras ganar el abierto de los Estados
Unidos. Sin darse cuenta, se acercó a la cama y se sentó sin dejar de
mirar la TV.
Lauren sonrió. Le gustaba la confianza que Camila ya sentía con
ella. Pero más le encantó tenerla cerca.

—¿Y has encontrado algo? —preguntó e, inesperadamente para


Lauren, volteó a verla.

Sus miradas se toparon y la revolución estalló en sus cuerpos. Sus


ojos brillaron con la misma intensidad; era la primera vez que estaban
tan a solas, con cierta intimidad. Y ambas, sin saberlo, eran muy
conscientes de ello.

Lauren fue la primera en sonreír y como a Camila le fascinaba su


sonrisa, le fue imposible que sus ojos marrones no bajaran a sus labios.
Es que era hipnotizante ese gesto que derrochaba sensualidad y
ternura en la misma medida. Entonces cuando sus miradas volvieron a
tropezar, en la boca de la tenista se fue dibujando una sonrisa que
hablaba de deleite y Lauren fue consciente de ello, por eso su corazón
comenzó a galopar cual potro salvaje. Rogó al cielo que Camila no
pudiera oírlo.

—Creo que sí —respondió al final.

Una vez más las cejas de la tenista se alzaron. Ellas no estaban tan
cerca; Lauren se encontraba sentada en medio de la cama y ella, en
la orilla. Sin embargo, sería tan sencillo inclinarse un poco y… “¿Y qué,
Camila?”, se preguntó, sin atreverse a permitir que sus pensamientos
siguieran el rumbo que llevaban. Aun así, se traicionó. “… besarla”.

—¿Qué encontraste?

De pronto vio a Lauren arrimarse un poco hacia el lado izquierdo


de la cama y palmear con la mano el derecho.

—Ponte cómoda.

Camila lo dudó, no porque se sintiera incómoda con la cercanía


entre las dos. Dudó porque en ese instante percibió el aroma de los
cabellos de Lauren y solo deseó hundir la nariz en ellos y guardarlo para
sí como un secreto sobre las nubes. Pero su duda no la detuvo, ella se
movió un poco hasta quedar más dentro de la cama.

—¿Qué debo ver?


Lauren la miró.

—¿Recuerdas ese gesto que te dije que haces después de golpear


la pelota?

—Lo de fruncir el entrecejo.

—Exacto. Comenzó dos partidos después de ganar el abierto de


los Estados Unidos.

Camila parpadeó y frunció el entrecejo.

—¿Cómo lo sabes?

—He visto tus juegos.

Y con esa respuesta la tenista tuvo una pista de lo que hacía Lauren
cuando se iba temprano a su habitación.

—¿Es lo que has hecho estos últimos días? —preguntó realmente


intrigada.

—Sí.

—¡Wow!

—¿Por qué te asombras?

—Porque puedes hacer muchas otras cosas y, en cambio, te


encierras a ver mis juegos. Eso me suena un poco descabellado.

Lauren rio.

—No lo es en lo absoluto. Es algo que papá hacía. Él detectaba las


fallas viendo los juegos anteriores. Incluso le permitía mejorar las
estrategias que debía usar con cada rival.

—¿Con cada rival? ¿Quieres decir que él estudiaba a tus


oponentes?

—Las estudiábamos —le aclaró—. Juntos veíamos los juegos


previos de mi rival de turno. Eso nos ayudaba a identificar sus
debilidades. Te sorprenderías lo que te puede ayudar en la cancha.
Camila flipó.

—Eso es algo que nunca hemos hecho.

—Pues deberías comenzar a hacerlo.

—Con papá pensamos en una estrategia para entrar a la cancha,


pero nunca basado en los juegos previos de mi rival.

—Ponte cómoda, te mostraré de lo que hablo —le dijo.

Para sorpresa de Camila, la ex tenista acomodó una almohada


detrás ella y se tendió; apuntó el mando hacia el TV y la imagen volvió
a reproducirse a una alta velocidad, la retrocedía. Sin embargo, ella
fue consciente de que lo único que deseaba era cubrir con su cuerpo
el de Lauren. Estaba casi segura que su figura estilizada se amoldaría
perfecta a ella. Desde su posición, la miró; apenas prestó atención a la
marca de su mejilla porque los ojos esmeralda estaban fijos en ella y
tuvo que recordarse respirar.

—¿Estás bien? —le preguntó Lauren.

“Sí”, le respondió mentalmente; se dio cuenta de ello cuando el


entrecejo de la mujer a su lado se frunció con un gesto interrogante.

—Sss… sí. Estoy bien —“deseando besarte más que nunca, pero
bien”, pensó.
CAPÍTULO 26

Esa noche, en especial cerrada, el silencio era acallado por el


cúmulo de pensamientos que enturbiaban su mente. No podía dormir,
en su cabeza rondaba una imagen; la de Camila, tal vez un par de
horas atrás, frunciendo el entrecejo en algún momento de esos cuando
sus miradas se tropezaron y el tiempo pareció esfumarse de la faz de la
tierra. Estaba sentada a su lado, viendo en la TV sus partidos mientras
ella le explicaba algo sobre el cambio en sus gestos en los partidos que
perdió. Y de pronto, como si se hubiese roto el hechizo de ese tiempo
congelado en que sus miradas se encontraban, Camila se levantó de
la cama y salió de su habitación apenas pronunciando un “es tarde,
hasta mañana”.

Dos horas después, Lauren aún no entendía lo que había sucedido.


Y eso, precisamente, era lo que le quitaba el sueño. O tal vez era su
temor a que Camila hubiese escuchado lo fuerte que latía su corazón
por estar tan cerca de ella, allí, en su propia cama. O tal vez fueron sus
ojos los que le hablaron a la tenista de los colores que veía cuando ella
le sonreía.

La noche se cernía sobre ella alargando las horas entre dudas y


emociones que la llenaban de inquietud. ¿Y por qué hacía tanto calor?
Al final apartó las sábanas y se sentó en la cama necesitando liberar su
piel de la camisa del pijama. Y así lo hizo, encendió la lámpara de la
mesa de noche, y luego se quitó la camisa. A continuación, se levantó
y buscó en una gaveta del clóset algo más fresco, se hizo con una
camiseta de algodón. Sintiéndose mejor, pensó que le vendría bien un
poco de leche caliente, así que salió de su habitación y se dirigió a la
cocina.

El silencio era sobrecogedor, pero en su casa siempre se sintió


segura. Una luz del pasillo que daba a la sala de estar guio sus pasos.
Encendió la luz de la cocina y abrió el refrigerador, sacó un envase con
leche líquida. Un enorme bostezo la hizo gemir cuando buscó una olla
pequeña y vertió en ella un poco de leche. La puso en la estufa y se
dispuso a esperar, mientras devolvía el envase de leche al refrigerador.
Otro largo bostezo la hizo cerrar los ojos en el momento que se
recostó de la encimera. Cuando los abrió, el corazón le dio un vuelco
tan fuerte, que contuvo la respiración. En la entrada de la cocina se
encontraba Camila mirándola como quien mira un fantasma. Sus ojos
se toparon como siempre, hipnotizándolas a ambas, como esperando
adivinar lo que la otra pensaba o sentía.

Lauren no supo cuánto tiempo pasó, pero sabía que era bastante
porque de pronto necesitó respirar. Los ojos marrones tenían una
mirada tan intensa como turbia; ella sospechó en ese instante que a
Camila le pasaba algo similar que a ella y su corazón volvió a agitarse.
Una sonrisa fue dibujándose en su boca, pero tan lento como se asomó,
fue desapareciendo cuando vio los ojos de la tenista desviarse hacia
su brazo derecho. Y esta vez lo que sintió no fue agradable. Recordó
que llevaba una camiseta y maldijo para sus adentros. Cerró los ojos
tan solo un par de segundos para tomar aire y tragar la bilis que sentía
de pronto en la boca.

Y si antes la mirada de Camila se mostró un tanto turbia, ahora


destilaba incredulidad. Ella vio sus labios separarse para tomar aire y
entonces, inesperadamente, dio un paso. Lauren se tensó, con las dos
manos se aferró al borde de la encimera a su espalda, sintiéndose de
pronto acorralada. Su corazón latía fuerte y su mente la sintió caer en
un torbellino. No le agradó la idea de que Camila viera su brazo, sus
marcas, pero sus ojos continuaban allí cuando se acercó a ella.

Lauren abrigó su calor, incluso el aroma natural de su piel, que ya


conocía demasiado bien. Sin embargo, no hizo nada, simplemente se
quedó allí, deseando hallar espacio para retroceder.

—¡Dios! —musitó Camila sin apartar la vista de su brazo.

Ella la miraba atenta, tratando de descifrar lo que sus gestos, sus


ojos, decían ante lo que veían. Solo halló desconcierto. Y de pronto,
Camila levantó una mano, como si fuera a tocarla.

—¡No! —le pidió, aunque lo hizo en voz baja.

Y eso hizo que los ojos marrones regresaran a los de color


esmeralda, y el tiempo volvió a congelarse. Lauren encontró en ellos
angustia, incertidumbre…, dolor. Y en los últimos segundos, rabia.
—Déjame tocarte —susurró con un tono suplicante.

El entrecejo de la ex tenista se frunció. ¿Cómo ella podía pedirle


eso?

—No —musitó.

La incertidumbre navegó libre por los ojos marrones.

—¿Por qué no?

Lauren tragó saliva.

¿Por qué?

¿Por qué Camila estaba allí?

¿Por qué se quitó la camisa del pijama?

Odiaba que viera su brazo, donde el químico le hizo más daño;


tanto, que ni siquiera las cirugías mejoraron su aspecto. Su corazón latió
desbocado y quiso irse de allí. Y lo intentó, pero las manos de Camila
en su cintura la detuvieron. Sus cuerpos se encontraron por unos
segundos y lo que sintió fue tan aturdidor para su razón, que retrocedió
en el instante y volvió a aferrarse a la encimera como si de un salvavidas
se tratara.

Camila no retrocedió ni un poco. Se quedó allí, frente a ella,


buscando su mirada como si la necesitara para seguir respirando.

—¿Por qué no puedo tocarte? —insistió hablándole aún en


susurros. Lauren cerró los ojos. Tuvo que respirar para apaciguar el ardor
que sentía.

Cuando el color esmeralda volvió a aparecer, reflejaban angustia


y dolor.

—Porque no siento nada…

Camila retrocedió un paso como si la hubiesen empujado. Lauren


vio sus labios separarse de nuevo con un gesto de sorpresa, mientras
negaba con la cabeza. Y también apretó la mandíbula cuando volvió
a mirar su brazo.
Camila sentía tanta impotencia, tanta rabia, que estaba
paralizada. No podía imaginar cómo alguien pudo ser capaz de
hacerle daño a Lauren.

¿Cómo? En su cabeza no cabía ninguna razón porque


simplemente no la había. Entonces su impotencia estalló en cada
átomo de su cuerpo, de su mente y quiso abrazarla, poder retroceder
el tiempo y cambiar aquel fatídico momento. Tomó aire sintiendo algo
poderoso embargarla; era esa necesidad que durante días fue
naciendo en ella. Solo que, en ese instante, era un volcán en erupción
y toda su fuerza la empujó a acercarse de nuevo a ella.

El corazón de Lauren se paralizó cuando vio a Camila acercarse


con los ojos fijos en sus labios. Sus manos, que se mantuvieron aferrada
al borde de la encimera, detuvieron su avance cuando se posaron en
su abdomen justo antes de que sus cuerpos se encontraran.

—No —susurró.

Los ojos de color esmeralda estaban turbios, destilaban súplica y,


al mismo tiempo, unas ansias escondidas de sentir, de dejarse llevar;
pero era tantas las sensaciones que abrumaban a la tenista, que no lo
vio. Lauren no entendía lo que sucedía porque el acercamiento de
Camila la envolvió en una nube que borró todo lo demás a su
alrededor. Solo la veía a ella, a sus ojos, a sus labios entreabiertos
porque su respiración estaba tan agitada como la de ella. ¿Qué
sucedía?

Camila retrocedió, pero sus ojos, llenos de incertidumbres, estaban


fijos en los de Lauren. El volcán dentro de su ser expulsaba lava tan
caliente que la quemaba. No, no quería retroceder. No iba a
retroceder.

Camila se acercó y cuando las manos de Lauren se posaron de


nuevo en su abdomen, las de ella envolvieron su rostro con tanta
delicadeza que se sintió como una lluvia de seda. Entonces los alientos
se encontraron, rozando sus bocas antes de que los labios se unieran.
Los latidos de sus corazones retumbaron en sus pechos cuando ambas
contuvieron el aliento; cerraron los ojos como si el delicado contacto
les doliera. Y fue fugaz y eterno el beso.
Las manos de Lauren empujaron y Camila se alejó con la mirada
más turbia aún y la respiración tan agitada que el aire a su alrededor
no le era suficiente.

Lauren sentía las piernas tan débiles, que volvió a aferrarse a la


encimera, esta vez con más fuerza porque los ojos de la mujer frente a
ella taladraban los suyos, y los colores dejaron de ser colores para
convertirse en un marrón rojizo como pocos. Camila frunció el entrecejo
y ella supo que ya no habría lugar para nada más.

La tenista se acercó y le envolvió el rostro, pero las manos de


Lauren esta vez no se posaron en su abdomen deteniéndola, sino en
sus caderas. Los alientos volvieron a encontrarse. Los ojos marrones
interrogaron a los de color esmeralda y bastó un suspiro para que
Camila rozara sus labios temblorosos. Un temblor que se extendió por
todo su cuerpo cuando sus miradas volvieron a tropezar.

La razón de Lauren, tambaleante, la hizo subir las manos y apresar


las muñecas de Camila, pero no fue suficiente para detenerla, porque
su boca reclamó la suya y con un gemido ahogado, ella… se la
entregó.
CAPÍTULO 27

Lauren gimió. Gimió sin poder evitarlo porque sentir los labios de
Camila sobre los suyos fue algo explosivo; fue como una tonelada de
dinamita estallando en su pecho, enviando millones de deliciosas
sensaciones por su pecho hasta esparcirlas en su sangre. Y luego fue
casi una locura sentir el calor de su aliento en su boca. Todo
desapareció a su alrededor y se perdió en los labios que se movían
contra los suyos, cada vez más exigentes, hambrientos.

Las manos de Lauren ahora se aferraron fuerte a la cintura de


Camila, mientras que ella la rodeó con los brazos para pegarla a su
cuerpo, sin dejar un resquicio entre ellas. Sus corazones latían enérgico,
rápido, con toda la fuerza de la atracción que sentían, galopando
salvajemente.

El deseo de Camila por besarla se había ido acumulando con los


días, al verla sonreír, al descubrir la magia de ese gesto que ya le
agitaba, no sabía qué, en su interior. Sentir su boca recibirla fue
enloquecedor, aunque por un momento pensó que la marejada de
sensaciones que la arropó cuando le rozó los labios antes, era
insuperable. Pero no, se equivocó como nunca antes en su vida,
porque la suavidad de los labios de Lauren, la forma en que se movían
contra los suyos, entregándole un beso lleno de necesidad, era como
ganar un game con cuatro aces. No existía nada igual y era en extremo
delicioso. Y cuando ella se atrevió a ir más allá, apretándola contra su
cuerpo en el mismo instante en que su lengua buscó la suya, le fue
imposible no dejar escapar un gemido.

Un resquicio de la razón le decía a Lauren que eso estaba mal, pero


no tenía fuerzas para detenerlo. Al contrario, quería más. Un
estremecimiento la recorrió cuando las manos de la tenista se abrieron
en su espalda y bajaron explorando; sus dedos acariciaron su piel sobre
la tela para hacerse sentir y ella se retorció bajo ellos.

El aire estaba caliente, los pulmones de ambas quemaban, sin


embargo, se negaron a darse tregua para respirar. Camila tenía miedo
de que todo acabara si sus labios se separaban y Lauren no quería
dejar de entregarse a algo tan maravilloso. Ambas gimieron una
protesta cuando se separaron, pero la tenista volvió a besarlos una vez
y otra y otra, mientras hallaba un poco de oxígeno para apagar el
fuego de sus pulmones. Los ojos se encontraron en medio de besos
fugaces y húmedos.

Esos escasos segundos hicieron volver a la realidad a Lauren, pero


no halló fuerzas para alejarse; en su lugar, subió las manos recorriendo
la figura de Camila, hasta que las posó en sus hombros.

—Camz… —susurró.

—No —dijo y le mordió la barbilla antes de volver a besarla.

Y los gemidos volvieron a llenar la cocina y los cuerpos a no dejar


espacios entre ellos porque encajaban a la perfección. Danzaban a un
ritmo lento, sensual, que encendía cada poro de sus pieles y apagaban
las razones que sus mentes pudieran tener para negarse a algo tan
ardiente.

Las manos de Camila subieron hasta envolverle el cuello,


derramando mucha ternura en el beso. Su lengua se asomó para
rozarle el labio inferior y luego se lo atrapó con los dientes. Lauren gimió
y se estremeció cuando sintió la succión. Sus ojos se abrieron y volvieron
a encontrarse con ese marrón rojizo que la miraba con intensidad.

—Mila…, esto no está bien —susurró cuando su labio fue liberado.


Camila gimió en protesta y volvió a rozarla sin llegar a besarla.

—Lo, no me detengas —le pidió con la voz muy ronca.

Las manos de Lauren empujaron sus hombros en un nuevo intento


por detenerla.

—No está bien, debemos parar —dijo con un tono suplicante.

Camila besó sus labios, pero en lugar de alejarse, juntó su frente


con la de ella. Así se quedaron durante unos segundos, tomando aire,
absorbiendo sus alientos cálidos.

—¿Por qué?
—Porque cada una tiene una vida. Ninguna de las dos está para
complicaciones ahora.

—No me gusta ese argumento —susurró aún con la respiración


agitada. Con un poco más de firmeza, Lauren la separó de ella. Con
resistencia, Camila dio un paso atrás y se llevó las manos a la boca
como si rezara, pero sus ojos continuaron fijos en los de ella, llenos de
ansias, de deseo.

—Te irás en unos días.

La tenista cerró los ojos y bajó los brazos, poniéndolos en jarra. Pero
antes brillaron de impotencia, Lauren pudo verlo.

—Lo sé. Aun así, no voy a disculparme por besarte.

—No debes hacerlo.

El silencio se cernió sobre ellas como un fantasma. Ambas aspiraron


aire profundamente, lo necesitaban para apaciguar las sensaciones de
sus cuerpos. Los ojos de Camila volvieron a fijarse en el brazo marcado
de Lauren.

—No quise incomodarte cuando te pedí que me dejaras tocarte.

La ex tenista bajó la mirada al suelo y se mordió el labio inferior.

—No es cómodo para mí que lo miren.

—Por eso siempre usas ropa de mangas largas.

Lauren volvió a mirarla y asintió.

—Así es.

—Me he comportado como una idiota.

Ella sonrió.

—Sí, un poco.

Camila sonrió por tanta sinceridad. Lauren se tensó cuando ella se


movió, pero simplemente se recostó también de la encimera a su lado
y se cruzó de brazos.
—Aquella primera vez, no miré tu mejilla por la cicatriz —le dijo sin
mirarla—. Yo estaba sorprendida porque apenas se notaba. No lo sé,
cuando leía sobre ti, que desapareciste tras el ataque, en algún
momento imaginé que estabas desfigurada.

Lauren respiró profundo.

—Las marcas en la mejilla eran más grotescas. Tuve que pasar por
muchas cirugías para que quedara así. El brazo no tuvo tanta suerte.

Camila la miró.

—¿Sabes por qué él lo hizo?

Lauren bufó.

—Él apostó mucho dinero. Estaba a punto de perder su casa por


no pagar a tiempo la hipoteca. Necesitaba que yo perdiera para
ganar y pagar. Eso fue lo que dijo.

—Maldito loco —masculló—. Pero tú estabas mejor posicionada en


el ranking. ¿Por qué apostó por tu rival?

—La rusa había eliminado a dos jugadoras top 5 en su camino a las


semifinales.

Camila negó con la cabeza.

—Maldito loco —repitió con la misma rabia.

En ese momento Lauren percibió un olor extraño. Se sobresaltó


cuando recordó la leche que puso en la estufa. En cuanto se acercó,
la apagó y vio el fondo de la olla completamente negro. La leche se
había evaporado y solo quedaron restos quemados.

—¡Oh, mierda! —masculló.

—¿Qué hacías? —le preguntó y se le acercó por detrás para mirar


por encima de su hombro.

Lauren se tensó, sintió la proximidad de la tenista en su espalda y


un estremecimiento la recorrió; rogó para que ella no se diera cuenta.
Con nerviosismo, se dio la vuelta y se movió hacia un lado para llevar
la olla al fregadero y alejarse de ella.
—Calentaba leche.

—¿No podías dormir?

—No —respondió sin mirarla—. Pero ya está arruinado —dijo


señalando la olla.

Sus ojos se encontraron, aunque la mirada de Lauren fue un poco


esquiva.

—Puedes poner a calentar más.

—Es tarde, tal vez ya no sea necesario.

—Es mejor que regrese a mi habitación y te deje descansar —


comprendió que lo mejor era dejar lo que sucedió atrás.

—Sí, es tarde.

—Hasta mañana —dijo ya dispuesta a salir de la cocina.

—¿A qué viniste a la cocina? —quiso saber Lauren. Ella se detuvo y


la miró interrogante—. Antes, cuando viniste —le aclaró.

Camila sonrió.

—Venía por leche. Tampoco podía dormir.

Lauren asintió.

—Entonces es mejor que caliente más leche.

—Igual no creo que logre dormir.

El corazón de la ex tenista le dio un vuelco. “Déjala ir. Solo déjala


ir”, se dijo. Sin embargo, a veces ella era masoquista y no hacía caso a
lo que su lado razonable le decía.

—¿Por qué me besaste?

La pregunta pareció sorprender un poco a Camila, pero luego, en


medio de la cocina, ella sonrió de medio lado.

—No tienes idea de lo hermosa que eres, ¿cierto?

Las cejas de Lauren se alzaron y tras ellas, llegó el rubor que pintó
de carmesí su rostro.
—Camila…

La tenista sonrió.

—Maldita sea, no tienes ni idea —dijo y volvió sobre sus pasos para
acercarse a ella—. Te besé porque cada día que he pasado aquí, he
descubierto un nuevo matiz de tu belleza. Pero no hablo únicamente
de lo físico, porque esa cintura es un peligro para cualquier mortal. Me
refiero a la belleza de tu alma. Y porque si no te besaba, iba a volverme
loca.

Camila se acercó tanto que, con cada palabra, su aliento le


acarició los labios despertando en ella de nuevo las sensaciones que
recorrieron su cuerpo cuando sus bocas se unieron. Lauren tuvo que
tragar saliva luego que la tenista le sonrió tras darle su respuesta;
entonces se dio la vuelta y la dejó sola en la cocina, con la respiración
agitada y el corazón tratando de escapar de su pecho.

—Ahora sí que no voy a dormir —murmuró con pesar.


CAPÍTULO 28

Lauren no pudo dormir; pero, ¿cómo iba a dormir si todas esas


sensaciones que sentía al estar cerca de Camila se multiplicaron por mil
tras unir sus labios? Se multiplicaron hasta hacerse parte del color
blanco de las paredes que la rodeaban, de sus sábanas e, incluso, del
bonsái que tenía junto a la ventana. Ella sabía que poco a poco la
tenista se fue metiendo en sus pensamientos; primero, buscando una
manera de encontrar eso que afectaba su juego y después,
deteniéndose a dibujar cada matiz de su sonrisa, de su mirada, de sus
gestos. De la mujer que día a día se revelaba ante ella como quien
descubre que cada gota de lluvia no es igual a la anterior y queda
fascinado por tanta belleza y perfección.

Lauren rememoró una y otra vez el primer roce de los labios de


Camila sobre los suyos y luego cómo tomó su boca como si fuera suya;
como si toda la vida hubiesen estado unidas. Cerró los ojos en medio
de la penumbra de su habitación. En su estómago sintió ese hormigueo
que todos llaman mariposas; esas que aletean cuando alguien se
atreve a rondar ese jardín que es el corazón. Respiró hondo negando
con la cabeza; no, ella no podía tener sentimientos por Camila. No
había manera. Era solo atracción, trató de convencerse.

Y sin embargo, allí estaba, sintiendo los aleteos de esas mariposas


como un terremoto azotando la más firme de las tierras. Pero ella debía
hacer que parara. Enamorarse no estaba en sus planes, ella necesitaba
luchar contra sus ataques de ansiedad, volver al mundo sin sentir miedo
a cada paso, no podía perder ese norte. Ni siquiera por Camila, que
llevaba la vida que ella vivió años atrás, cuando era una de las mejores
tenistas del mundo. Ahora solo era una mujer tratando de seguir
adelante; sí, de vez en cuando extrañaba no tener a alguien a su lado,
pero ya no se hacía ilusiones. No ahora que su rostro y parte de su
cuerpo estaba marcado.

Debía olvidarse de ese beso y de lo que sintió. Debía olvidarse de


cómo se estremeció cuando Camila la estrechó contra su cuerpo.
Debía no pensar más en su calor, en la pasión mezclada con ternura
que halló en su boca. Debía olvidarse de sus ojos incendiados de
deseo. Debía olvidarse de todo eso y seguir siendo la persona que
intentaba ayudarla con su tenis, no la mujer que ahora la deseaba.

Lauren estaba tendida en su cama, bocarriba, mirando el techo


oscuro. Ya era de madrugada, su cuerpo lo sabía porque lo sentía
ligeramente pesado, como si Morfeo la rodeara con sus brazos, pero sin
terminar de arrullarla para permitirle descansar. Con un fuerte suspiro se
movió hasta ponerse de lado, metió un brazo debajo de la almohada
y cerró los ojos decidida a encontrar el sueño que le era esquivo.
Cuando se dio cuenta, sus ojos estaban abiertos, miraba el bonsái y
rememoró los besos que ahora no le daban sosiego.

—Maldición, fue solo un par de besos. No eres una chiquilla, así que
ya duérmete —se exigió y volvió a cerrar los ojos.

Esta vez, por pura terquedad, permaneció con los ojos cerrados
por más tiempo, hasta que el mundo de los sueños la acogió. Y aunque
intentó escapar de lo que le hacía sentir Camila, la descubrió en sus
sueños, en una cancha de tenis. El sueño iba en cámara lenta y ella
contenía la respiración, como si no quisiera que la tenista se diera
cuenta de que se encontraba allí, observándola. Ella la veía jugar,
como cada día. Camila devolvió una pelota con mucha fuerza, Lauren
lo supo por el gesto en su rostro, pero luego, en lugar de tomar una
posición de ofensiva, simplemente se quedó parada, con el entrecejo
fruncido, como si no comprendiera lo que sucedía al otro lado de la
cancha. Incluso vio picar la pelota en la esquina derecha. En el sueño
Lauren pensó que pudo llegar a esa pelota y devolverla sin ningún
problema.

¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué no se movió?

En la misma casa, a unos metros, en otra habitación, era Camila


quien daba vueltas en la cama. Pero no era el arrepentimiento por
besar a Lauren lo que la mantenía despierta, no. Ella se dejó llevar por
sus impulsos solo para deshacerse de esa inquietud, esas ganas, ese
intenso deseo que, con el paso de los días y muchos instantes
compartidos, fue germinando en su interior hasta convertirse en una
obsesión. Durante días deseó besar a Lauren y unas pocas horas antes,
lo hizo. La besó. Pero en lugar de acabar con su obsesión, en ese
momento sentía que esa inquietud, esas ganas, ese intenso deseo, se
multiplicaba dentro de ella a la velocidad de la luz.

Cerró los ojos al recordar a Lauren respondiendo a su beso, la forma


en que separó los labios para acoplarlos a los suyos. Su boca recibiendo
su lengua y la calidez de la suya. Sus suaves gemidos. ¡Dios, sus gemidos!
Esos sensuales sonidos que brotaron de su garganta la hicieron sentir
que millones de fuegos artificiales explotaban en su sangre.

“Tú buscabas apagar una llama y ahora resulta que incendiaste


cada resquicio de tu ser”, se reprochó. Y es que el cuerpo de Lauren le
quemó el suyo cuando la estrechó entre sus brazos, haciéndola vibrar,
y ahora la atormentaba porque quería volver a sentirlo y eso era un
problema. Uno enorme.

Un fuerte suspiro se oyó en la habitación. El problema era que el


hecho de haberla besado, podría provocar algo de tensión entre ellas
y eso no era bueno para el trabajo que estaban haciendo. El problema
era que no podía permitir que Lauren se adueñara más de sus
pensamientos, de sus deseos. El problema era que no sabía cómo
hacerlo y mucho menos si tenía ganas, porque después de besarla, su
sangre bullía como nunca antes en su vida. Y ese calor que sentía en
su cuerpo la atormentó hasta bien entrada la madrugada, cuando
finalmente se quedó dormida.

Su despertador sonó a las 6:30 am. Le costó un mundo levantarse,


pero tenía una rutina que cumplir si quería mantener su buen estado
físico. En unos pocos días asistiría a un torneo y no podía permitirse
perder su ritmo. Camila se duchó y salió lista para comenzar el día en el
gimnasio. Para su sorpresa, fue con Taylor con quien se encontró en la
cocina.

—Buenos días —saludó a la joven.


Taylor ya estaba sentada comiendo una buena porción de
ensalada de frutas, acompañado con zumo de naranja.

—Buenos días. Lo, está rendida, supongo que se nos unirá más
tarde.

Camila admiraba el entusiasmo de la joven por acompañarlas en


el entrenamiento a pesar de su buena forma y que no estaba obligada
a seguir una rutina, en especial tan temprano en la mañana.

—Es probable que no haya dormido bien. Anoche estuvo


calentando leche—comentó mientras buscaba un plato en el que
servirse ensalada. Cuando lo halló, se sentó en unos de los bancos que
rodeaba la encimera central de la cocina. Cuando miró a Taylor, la
encontró con una ceja arqueada—. ¿Qué? —le preguntó mientras se
servía.

—Tú pareces que no dormiste mucho tampoco. Tienes unas leves


ojeras.

Camila se encogió de hombros.

—No dormí bien, en efecto. También vine por leche.

Taylor notó cómo la tenista evitó su mirada, sin embargo, no dijo


nada al respecto. Comieron casi en silencio y al terminar, se dirigieron
al gimnasio.

Lauren se les unió cuando ya se encontraban en la cancha.


Camila la vio salir de la casa vistiendo su habitual conjunto deportivo
de color blanco; sin poder evitarlo, recordó la suavidad de sus labios,
pero también su brazo marcado, ese que ocultaba bajo el suéter de
manga larga. Taylor llamó su atención para continuar con el juego, y
ella fue muy consciente de que ahora Lauren la observaba, como
siempre. Ellas permanecieron peloteando hasta que la ex tenista
intervino.

—¡Paren! —les pidió.

No solo Taylor la miró sorprendida, también Camila. En especial


cuando se acercó a ella.
—Anoche me dijiste que dudabas muchas veces cuando ibas a
golpear la pelota. ¿Realmente dudas o más bien cuestionas lo que
hace tu rival? —su corazón latía fuerte. Tenía la sensación de que, en
su sueño con la tenista, tuvo una especie de revelación, así que
necesitaba comprobarlo.

Las cejas de Camila se alzaron.

—¿Por qué preguntas eso?

—Responde, Camila. ¿Dudas de tu juego o cuestionas lo que hace


tu rival cuando te devuelve la pelota?

Camila la miró a los ojos durante unos segundos; no entendía por


qué le hacía esa pregunta, pero algo dentro de ella se removió.
Entonces bajó los ojos a la superficie de la cancha. Su corazón también
latía fuerte, cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra y se
mordió el labio inferior. De pronto a Lauren le pareció ver a una niña
muy tímida delante de ella.

—Yo… me preguntó cómo es que pueden devolverme la pelota —


confesó en voz baja.

Lauren soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo y sonrió.

—Tu juego comenzó a ir mal tras alcanzar el Nº 1 y ganar los cuatro


Grand Slam del año pasado; justo después. ¿Y sabes por qué, Camila?
—su sonrisa se acentuó un poco.

La tenista la miró con absoluta incertidumbre.

—¿Por qué?

—Porque tu mente te dice que eres la mejor de mundo, que nadie


puede alcanzar tus tiros. Cuando estás jugando y te devuelven la
pelota, te preguntas cómo es posible, entonces frunces el entrecejo. Tu
juego está mal porque, a un profundo nivel de tu inconciencia tal vez,
crees que eres la mejor. Tu mente lo cree también y eso no te deja
soltarte en la cancha —aseveró.
CAPÍTULO 29

Camila se quedó mirando a Lauren como si le acabara de decir la


cosa más absurda del mundo.

—¿De qué estás hablando?

La ex tenista soltó un soplido con un gesto de impaciencia y puso


los brazos en jarra.

—Dime que no lo piensas —le pidió.

Camila parpadeó, pero no dijo nada, solo se quedó mirando la


superficie de la cancha. En ese momento Taylor se acercó a ellas y
entonces esta se dio la vuelta y se alejó. Lauren supo que pensaba en
su teoría.

—¿Qué pasa? —preguntó la joven parándose al lado de su


hermana sin quitar la vista de la tenista.

—Estoy segura de que lo que la bloquea, es que su mente cree que


ella es la mejor jugadora. Por eso se llena de dudas cuando la rival que
enfrenta, le devuelve sus golpes.

Taylor bufó.

—Y supongo que acabas de pincharle el globo que la tiene


flotando en el aire.

Lauren sonrió, a veces su hermana tenía una manera de decir las


cosas que, aunque quisiera reprenderla, le era imposible.

—Algo así, sí.

Ella vio a Camila de espaldas mientras jugueteaba con las cuerdas


de su raqueta como si comprobara su tensión.

—De seguro va a romper la raqueta —susurró Taylor.

—No me preocupa que la rompa, pero sí que se cierre.

—¡Puf! Como si se hubiese abierto mucho. ¿Cuándo volverá a


competir?
—Tiene un torneo en cinco días. Se irá dentro de tres.

—¿Cómo te sientes con eso?

La pregunta hizo que Lauren mirara a su hermana con el entrecejo


fruncido, mientras recordaba el beso que compartió con Camila unas
horas antes.

—No tengo nada que sentir —respondió y no supo por qué, pero
sintió que mentía—. ¿Por qué preguntas eso?

Taylor se encogió de hombros y volvió a mirar a la tenista que


continuaba detallando las cuerdas de la raqueta.

—Porque, a pesar de todo, ustedes han tenido cierto…


acercamiento. Y, además, se miran mucho.

Lauren quiso desafiar las palabras de su hermana, pero no lo hizo


de inmediato porque en ese instante se preguntó qué tan cierta era
esa afirmación. Si lo pensaba un poco, eran muchas las ocasiones en
que se encontraba con los ojos marrones de Camila mirándola
fijamente y entonces ella se perdía en ese color de matiz hipnotizante.
Sintió el calor subir por su cuello y rogó porque no alcanzara su rostro.

—Deja de imaginar cosas, Taylor —le dijo mientras volvía su


atención a la tenista.

Si la joven iba a decir algo más, no lo hizo porque en la cancha se


oyó el rumor del portón del estacionamiento abriéndose. Cuando ellas
miraron, vieron el auto alquilado que Alejandro conducía. Él no tardó
mucho en descender y dirigirse hacia la cancha.

—Bien, él será mi reemplazo —dijo Taylor entregándole su raqueta


a su hermana—. Nos vemos.

—Adiós.

La joven se encaminó hacia la casa, en la distancia saludó a


Alejandro con la mano. Él le devolvió el gesto y le sonrió, pero ya se
había percatado de que su hija estaba apartada y eso le preocupó un
poco.

—Buenos días —saludó a Lauren sin dejar de mirar a Camila.


—Buenos días.

Se saludaron con un beso en la mejilla.

—¿Qué le pasa? —preguntó con evidente inquietud. Lauren la


miró también.

—Creo que está pensado en mi teoría.

Alejandro giró la cabeza, sorprendido.

—¿Tienes una teoría?

—Sí —respondió y se cruzó de brazos—. He estado viendo los juegos


de Camila antes y después del inicio de los problemas con su juego.

—¿Descubriste algo?

Lauren notó la ansiedad de Alejandro por saber qué era lo que le


pasaba a su hija en la cancha.

—Bien, creo que tras la exitosa temporada que tuvo el año pasado,
su mente se reprogramó. Ganar tantos partidos le hizo creer que era la
mejor de las jugadoras. Tal vez que nadie puede ganarle, por mucho
que luche. Su mente se programó con ese supuesto, entonces, en la
cancha, cuando su rival le regresa la pelota, una parte inconsciente
de ella le dice que no debe esforzarse por ir a buscarla o devolverla
bien.

Alejandro se quedó un tanto absorto tras escuchar la hipótesis,


luego miró a su hija, que continuaba de espalda a ellos. Él precisaba
que ella encontrara la respuesta que necesitaba para volver a ganar,
pero lo que planteaba Lauren, sonaba algo… alocado. ¿La mente de
Camila se reprogramó? ¿Podía suceder?

—Yo no creo que Mila piense eso.

—Eso es lo que tú crees, Alejandro. Ella es la que está en la cancha,


si no tengo razón, podrá patearme el trasero cuando la presione. Pero
si, en efecto, estoy en el camino correcto, tendremos que trabajar
fuerte con su mente. Ya el torneo está a días de iniciar.

—Lo sé. ¿Cómo comprobamos tu teoría?


—Jugaré con ella —respondió y lo miró a los ojos—, necesito que
me apoyes en esto.

—Tendrás todo mi apoyo —le aseguró.

Unos minutos después, Camila se dio la vuelta y se acercó a ellos.

—Papá, hola —ella lo abrazó.

—Hola cariño. ¿Cómo estás?

—Bien —respondió y miró a Lauren por un instante—. ¿Ya te dijo?

Alejandro asintió.

—¿Qué piensas sobre eso? —quiso saber él. Conocía a su hija, no


debía estar muy contenta.

Ella volvió a mirarla, y esta vez dejó sus ojos enlazados al color
esmeralda.

—Creo que puede tener razón —admitió.

Lo dijo con un tono suave, pero ambos la vieron tensar la


mandíbula.

—Eso es un avance —dijo Alejandro .

—Lo es —volvió a admitir ella—. Lo que quiero saber es, ¿cómo lo


comprobamos? ¿Cómo vuelvo a mi juego? ¿Cómo vuelvo a ganar?

Alejandro miró a Lauren también.

—Jugando… conmigo —le respondió.

Las cejas de Camila se alzaron y no supo por qué, pero recordó el


beso. El beso en el que apenas había pensado porque estaba
concentrada en su práctica. Sin embargo, en ese instante, al ver los
ojos de Lauren brillar, tal vez por el reto que tenía delante, provocó que
su cuerpo recordara todo lo que sintió cuando la besó. En su boca se
dibujó una sonrisa de medio lado tan sexy, que la ex tenista adivinó sus
pensamientos. La garganta se le secó, así que tuvo que tragar, lo que
amplió la sonrisa de la mujer frente a ella.

—Juguemos entonces —aceptó Camila con un tono seductor.


Lauren no se atrevió ni siquiera a mirar a Alejandro, pero carraspeó
para encontrar un poco de voz.

—Si tu mente se programó con esa idea —le explicó—, debemos


reprogramarla. Vamos a comenzar con algo básico.

—De acuerdo.

—Vamos a jugar. Debes buscar la pelota —le dijo—. Siempre busca


la pelota y trata de que yo no la alcance cuando me la devuelvas.

—Es lo que hago —alegó Camila.

—No —la cortó la ex tenista—. Si vamos a reprogramarte, debes


borrar tu forma de jugar. Se trata de jugar con una estrategia, pero para
llegar a eso, hay que comenzar por lo básico, distribuir las pelotas.
Tienes que mover a tu rival que en este caso soy yo. Debes moverme
de un lado a otro porque puedes estar segura que llegaré a todas. No
te confíes, siempre voy a llegar aunque seas la Nº 1 del mundo, la mejor
de la historia, a la que nadie le puede ganar. Muéveme, recurre a todos
tus golpes, eso te permitirá cambiar el ritmo y acomodarte en el fondo.

Camila afirmó a cada indicación.

—Entiendo.

—Bien, comencemos con eso —dijo Lauren mirando a la tenista y


luego a Alejandro, que asintió con énfasis—. De acuerdo, vamos a ello.

Ella se dirigió entonces al otro lado de la cancha.

—Haz lo que te diga —le pidió Alejandro a su hija.

Camila asintió y se movió hacia el centro de la cancha y se


preparó para recibir el saque.

—Busca la pelota y devuélvela, Camila. Muéveme —le indicó


Lauren una vez más y lanzó la pelota al aire y la puso en juego.

La pelota picó en la T y Camila la alcanzó, la devolvió por la misma


dirección y Lauren la esperó.

—¡Muéveme! —exigió cuando volvió a golpear la pelota—.


¡Muéveme! ¡Muéveme! —continuó para presionarla.
Alejandro, que seguía el juego atento, murmuró varios “vamos”. Le
gustó la manera en que Lauren presionó a su hija.

La pelota que Camila recibió llevaba mucha fuerza, aun así, trató
de dirigirla por la lateral derecha, pero no lo logró, solo escuchaba a
Lauren pedirle que la moviera. La pelota que devolvió fue ancha y su
rival detuvo su carrera.

—Vamos, ¡muéveme! —le exigió y sacó rápidamente.

De nuevo la pelota picó en la T y Camila la alcanzó. El “muéveme”


que Lauren gritaba a cada segundo, no la dejaba pensar demasiado.
Además, la pelota regresaba muy rápido, ¿cómo era posible? Otra vez
su devolución fue ancha y Lauren apenas le dio tiempo a tomar aire
cuando sacó.

—¡¿Sabes por qué mis pelotas llevan tanta fuerza?!

“Maldita sea”, gruñó Camila para sí. Lauren no paraba de hablarle


a cada segundo, no importaba que estuviera golpeando la pelota
para devolvérsela, seguía hablándole.

—¡Te lo diré! —golpe por el centro—. Porque… —golpe— estoy…


— golpe— muy cómoda… —golpe— aquí… —la pelota que Camila
devolvió fue ancha y ella paró— devolviéndote la pelota ¡porque no
me mueves! — gritó.

Los ojos de Camila brillaron cuando la miró desde el otro lado de


la cancha; respiraba agitada. Se había esforzado bastante por
devolver cada pelota.

—Maldita sea —gruñó por lo bajo. En ese momento solo quería


hacerla callar.

—No eres la mejor del mundo, Camila. La mejor del mundo pelea
cada punto, juega con una estrategia. No se conforma con golpear la
pelota sabiendo que hay alguien que se la devolverá porque que
quiere derrotarla. ¡Todas quieren derrotarte y tú se lo permites! ¡No eres
la mejor del mundo! ¡No eres invencible! ¿O es que tus derrotas no te lo
han enseñado aún?
Alejandro cerró los ojos en cuanto vio a su hija apretar los dientes y
tensar la mandíbula. Unos segundos después, oyó los golpes y supo que
en el mundo había una raqueta menos.
CAPÍTULO 30

La mirada de Camila estaba crispada, sus labios eran casi una línea
y la mandíbula la mantenía muy apretada, pero a Lauren no le importó
ni una pizca, se acercó a la red tras presenciar su arrebato.

—¡¿Crees que romper la raqueta te va a ayudar a ganar partidos?!

Camila también se acercó a la red con ímpetu.

—¡No puedes pretender que me concentre si me estás gritando!

—¡Te estoy exigiendo que me muevas y no lo haces! ¿Acaso


quieres que te acaricie la cabeza y te lo pida con delicadeza? Ni
Selena Wilson, ni ninguna otra jugadora te va a dar tregua en la
cancha, ¿o acaso no lo has aprendido?

Camila apretó más la mandíbula como si fuera posible.

—¡Por supuesto que lo he aprendido! ¡No soy una novata!

Ambas se miraron a los ojos, que brillaban en igual medida, unos


de rabia, y los otros, por puro desafío. Lauren necesitaba retar ese
carácter arrollador de la tenista en la cancha para devolverla a su
juego que la llevó a ganar torneos de Grand Slam y alcanzar lo más
alto del ranking mundial.

—¡Pues es lo que pareces! Te estoy hablando de jugar con


estrategia. Te pido que me muevas, que distribuyas la pelota y todos
tus tiros fueron por el centro. ¡¿No sabes seguir una indicación?! —ella
apartó su atención de Camila para mirar a Alejandro, que presenciaba
la escena, pero se mantenía al margen dándole su lugar a Lauren,
sabía que su hija necesitaba de una nueva visión—. ¡Alejandro, ¿nunca
le enseñaste a seguir una indicación?! —le preguntó con un tono
salpicado de sarcasmo.

Camila ni siquiera se giró a mirar a su padre, simplemente tuvo


ganas de saltar la red y enseñarle a Lauren las cosas que sabía.

—¿Quieres que te mueva? —dijo con los dientes apretados—. Te


enseñaré cómo puedo moverte.
Y, aunque hablaban de tenis, para las dos, esas palabras
provocaron imágenes en sus mentes que nada tenían que ver con el
deporte blanco. Pero incluso cuando Camila se sorprendió por sus
pensamientos, se dio la vuelta y fue a buscar una raqueta en el bolso
que solía tener cerca de la cancha cuando entrenaba. Con rabia
lanzó la destrozada raqueta a un lado y le dedicó una mirada
furibunda a su padre, antes de agacharse para hacerse con la nueva
raqueta.

—Debes calmarte —le dijo Alejandro. Él permanecía parado con


los brazos cruzados, observando lo que sucedía.

Ella no dijo nada, solo aferró la raqueta con fuerza y caminó


bordeando la línea de fondo hasta llegar al centro de la cancha.

—¡¿Qué esperas para sacar?!

Lauren, que retrocedió cuando ella fue a buscar la raqueta, se


divertía bastante con su evidente enojo; le mostró la pelota y la lanzó
al aire. La pelota picó del lado derecho a una gran velocidad y con
tanto efecto, que luego comenzó a curvearse; Camila la alcanzó y
logró devolverla. Y, aunque su intención era colocarla en el ángulo del
lado derecho, el tiro salió por el centro, justo por donde se encontraba
Lauren, que ya la esperaba para golpearla con fuerza. Su potente
devolución hizo correr a la tenista hacia el otro extremo de la cancha.

—¡Pensé que ibas a moverme! —gritó Lauren cuando ya la pelota


volvía a ella y apenas tuvo que dar un par de pasos cortos para ajustar
su posición y golpear con fuerza la pelota que salió ahora hacia el
extremo izquierdo.

Por más que Camila corrió, no alcanzó a llegar. Ella cerró los ojos
con frustración; cuando los abrió, se encontró con el impertérrito rostro
de su padre que ya le lanzaba otra pelota a Lauren. Sintió la rabia bullir
dentro de ella con más fuerza, se dio la vuelta y volvió a acomodarse
para recibir el saque de su rival.

—¡Pensé que ibas a enseñarme cómo puedes moverme, Cabello!


—continuó presionándola—. Si fueras la mejor lo harías.

—¡Saca ya! —le exigió con un tono impaciente.


Lauren estuvo a punto de reír, pero se contuvo. Lanzó la pelota al
aire y la puso en juego. Camila fue por ella y la devolvió por la derecha.
Desde un costado de la cancha, Alejandro movía la cabeza de un lado
a otro; por primera vez veía que el peloteo entre ambas se extendía. En
efecto, Lauren comenzó a correr de un lado a otro, pero llegaba con
comodidad, lo que no solo le permitía defenderse, sino también
planear su ofensiva. Ya la pelota había pasado sobre la red veintidós
veces cuando, con un revés, la ex tenista colocó la pelota en todo el
ángulo izquierdo. Camila la alcanzó, pero la pelota se quedó en la red.

Por primera vez Alejandro vio a Lauren respirar agitada, sin


embargo, no perdió tiempo, tomó posición y puso la pelota en juego.
Camila recibió el saque y la devolvió con un revés. Y de nuevo el
peloteo inició.

La pelota iba de un lado a otro a gran velocidad. Desde que


Lauren jugó con Selena Wilson en Paris, no había sentido esa emoción
de estar en una cancha compitiendo. Era algo poderoso lo que sentía;
algo que la llenaba como nada en el mundo, y que la llevaba a exigir
cada gota de energía de su cuerpo. Por fin Camila estaba jugando a
un alto nivel, pero necesitaba presionarla, por eso atacó con un revés
con slice, aprovechando el rebote bajo de su tiro. La profundidad que
logró puso en desventaja a Camila, que tuvo que dar marcha atrás, su
devolución fue tan plana que su tiro quedó de nuevo en la red.

Camila sentía la frustración apoderarse de su ser. Por más que lo


intentaba, perdía el punto. Si estuviera compitiendo en un torneo, el
marcador lo tendría en contra.

—¡Maldita sea! —masculló y respiró hondo.

Del otro lado de la cancha, Lauren se preparó para un nuevo


saque.

—¡Distribuye, Cabello! ¡Muéveme! ¡Si fueras la mejor del mundo,


como crees, me estarías dando una paliza! —ella lanzó la pelota—.
¡¿No lo crees?! —gritó cuando la golpeó.

Con los dientes apretados, Camila devolvió el tiró con todas sus
fuerzas.
La pelota picó en el ángulo derecho. Lauren ni siquiera se movió.

—¡Saca ya! —le exigió su rival sintiendo una pizca de satisfacción.

La ex tenista sonrió y se dispuso a sacar. Alejandro sonrió también


cuando vio los siguientes tiros de Camila. Hacía mucho tiempo que no
la veía jugar así.

Después de la práctica, Camila se duchó y se fue con su padre; se


reunirían con todo el equipo de trabajo para almorzar y acordar todo
lo relacionado con su participación en el próximo torneo. Cuando
regresó a la casa de Lauren, la tarde caía sobre Montecarlo
oscureciendo el azul del cielo. Lo primero que notó fue que el auto de
Taylor no estaba; el silencio reinaba en la casa cuando se adentró en
ella. Ya creía que no había nadie cuando se asomó a la puerta trasera
y vio a Lauren en la piscina.

Ella sonrió sin darse cuenta, se quedó parada mirando a través de


la puerta de cristal a la ex tenista nadar de un extremo a otro de la
piscina. Desde allí admiró su cuerpo curvilíneo y estilizado; llevaba un
traje de baño de dos piezas de color blanco.

Sabía que no estaba bien mirarla, pero no podía moverse, ni


alejarse. La contemplaba en su más pura esencia. Lauren siempre
parecía tener un aura de paz rodeándola y eso le gustaba, así que no
pudo dejar de espiarla. Su cuerpo se deslizaba grácil en el agua,
parecía ser parte de ella. Finalmente, se detuvo tras hacer tres piscinas
y alcanzar el extremo más cercano a la casa. Ella la vio aspirar varias
veces tomando aire, mientras se quitaba el agua de la cara con una
mano. A continuación, se movió hacia la esquina donde se hallaba la
escalera.

Lauren salió de la piscina dejando un reguero de agua a su paso.


Se acercó a una tumbona y tomó la toalla que dejó ahí con antelación.
Los ojos marrones recorrieron su cuerpo a placer, creyendo que su
presencia en la casa era ignorada, pero se sobresaltó cuando al llegar
a su rostro, se encontró con que ella la miraba. Camila contuvo la
respiración unos segundos, tratando de controlar el rubor que sintió
subir por su cuello con dirección a su rostro.

Lauren comenzó a secarse el cabello sin apartar los ojos de ella. Sin
saber qué más hacer, Camila deslizó la puerta y dio un paso afuera.

—Hola —susurró.

—Hola —los ojos esmeralda la observaron, inquisitivos—. ¿Estás


tranquila?

Al parecer a ella no le molestó haberla sorprendido mirándola


mientras nadaba. Le importaba más saber cómo se sentía respecto a
lo que había sucedido en la cancha horas antes. Sin embargo, notó
cómo dejó la pequeña toalla sobre su brazo derecho aunque ella ya
había visto sus marcas.

—Sí.

—Parecías muy enojada.

—Frustrada es la palabra —aclaró moviéndose un poco hacia el


jardín, trató que sus ojos no se desviaran a la cintura de la ex tenista.
Esa, que provocaba rodear con las manos para acariciar.

—En realidad creo que era una mezcla de frustración y rabia.

Camila rio, pero no la miró.

—Sí, tienes razón.

—¿Ya tienen todo listo para el torneo?

Ella levantó la cabeza y miró hacia la cancha.

—Sí —respondió con un tono de melancolía.

—Creo que te irá bien. Esta mañana lo hiciste bien.

—Esta mañana me estabas volviendo loca.

Lauren soltó una carcajada y comenzó a peinarse los cabellos con


los dedos. Camila no pudo evitar mirarla.

—Funcionó, ¿no?
La tenista no respondió. Simplemente se quedó mirándola a los
ojos, llenándose de su belleza. Así como se encontraba, en traje de
baño, con gotas de agua bajando por su piel rosácea por el sol, con el
cabello húmedo, que peinaba con movimientos delicados y muy
femeninos, era imposible no quedarse mirando. Era imposible que el
brillo del deseo no resplandeciera en sus ojos marrones.

Lauren se sorprendió tanto cuando se topó con esa mirada, que


fue incapaz de moverse. Ella se perdió en ese color rojizo que de vez en
cuando la hipnotizaba como una cobra a su presa.
CAPÍTULO 31

En un par de días, Camila se presentaría en el torneo Premier de


Indian Wells; al día siguiente viajaría a Estados Unidos, por lo que esa
era la última práctica que hacía con Lauren. Ambas, sin saberlo, se
sentían extrañas, después de ese día, pasaría al menos un mes antes
de que volvieran a verse. El plan era que ella regresaría a Montecarlo
para continuar practicando con la ex tenista en caso de que no le
fuera bien en los torneos que tenía en su calendario.

Ahora se encontraban en la cancha tras pasar cuarenta minutos


en el gimnasio. Camila vestía un top deportivo de color rosado,
combinado con una falda corta y, por supuesto, unas zapatillas
deportivas. Lauren, por su parte, vestía su habitual suéter de mangas
largas de color blanco y un short que ofrecía una maravillosa vista de
sus muslos, según la apreciación de la tenista.

—Nunca debes confiarte —le dijo Lauren—. Un marcador de 40 – 0


a tu favor, te puede dar la sensación de que tienes margen. Pero
siempre toma en cuenta que, con una mínima recuperación de tu rival,
ya la tendrás de nuevo con vida y buscando que falles para igualarte
y ganarte el game. ¿Lo entiendes?

—Por supuesto.

—Debes pelear cada punto con ideas claras. Tus ideas deben ser
claras en su concepción. Si vas a atacar con un revés, debes mover a
tu rival, eso es tener una idea clara de los golpes que vas a ejecutar.

Cada una sujetaba la raqueta con los brazos contra su cuerpo,


mientras se hidrataban a un costado de la cancha tras jugar durante
veinte minutos. Camila escuchó con atención y asintió, pero le costó un
poco concentrarse. Los labios de Lauren quedaban humedecidos
después de dar un sorbo a su agua y ella solo podía recordar lo suave
y cálidos que eran. A punto estuvo de morderse el labio inferior, pero
logró contenerse cada vez temiendo que ella pudiera darse cuenta de
lo que pensaba.
—¿Estás bien? Pareces algo distraída —le preguntó la ex tenista de
pronto. Ella tomó más de agua para darse tiempo de apartar el
recuerdo del beso.

—Sí. Es que estoy pensando en el torneo.

Lauren asintió comprensiva.

—Debes estar muy nerviosa.

—Solo espero no ser un desastre como la última vez. Mis


patrocinadores están por quitarme su apoyo.

—Lo harás bien, estoy segura.

Los ojos de Camila brillaron.

—¿De verdad lo crees?

Lauren sonrió.

—Por supuesto. Ya tienes una idea de qué es lo que pasa, eso te


permitirá atacar el problema en la cancha. Creo que este torneo será
tu mayor prueba y también que lo harás bien.

Camila respiró profundo. Saber que Lauren confiaba en que ella


haría un buen juego en el torneo, la hizo sentirse optimista, aunque no
entendía muy bien porqué. Sin embargo, le gustó que fuera así.

—Es hora de volver a la cancha —dijo Camila.

—De acuerdo.

Fue ella la que puso la pelota en juego. Lauren le devolvió los


golpes siempre retándola, atacándola. Ella confiaba en que Camila
saldría airosa porque ahora no perdía de vista la pelota y, tal como le
pidió, luchaba cada punto sin dudar. Definitivamente se encontraba
de nuevo con su juego, lo supo cuando le ganó siete puntos en fila.

Camila terminó la práctica sonriendo. Ya comenzaba a sentir una


diferencia y eso incrementaba su confianza.

—Bien, ahora a descansar —le dijo Lauren cuando terminaron y se


encaminaron hacia la casa.
—Voy a extrañar este lugar —comentó Camila sin apartar la vista
del horizonte. Montecarlo se mostraba majestuoso desde allí.

Lauren la miró durante unos segundos sintiendo una fuerte opresión


en el pecho y eso la llenó de desasosiego.

—Lo siento, debo hacer una llamada —dijo en cuanto entraron a


la casa.

Camila, con el entrecejo fruncido, la vio desaparecer por el pasillo


que daba a los dormitorios. Sin comprender lo que había sucedido,
también se dirigió a su habitación; tenía que hacer su equipaje, dentro
de unas horas partiría. Dejó la raqueta cerca de la puerta después de
cerrarla. Era la primera vez en su vida que pensar en alistarse para un
torneo no le causaba ningún tipo de emoción. Mientras sacaba la
pequeña maleta del clóset pensaba que se debía a su preocupación
por su actuación en el torneo. Sin embargo, era en Lauren en quien
pensaba. Y de pronto, poner cada prenda de ropa en la maleta, le
resultó la tarea más difícil del mundo.

Horas después, Lauren se encontraba parada junto a la ventana


de su habitación, contemplando su bonsái cuando le pareció oír que
tocaban a la puerta; se quedó prestando atención sin estar del todo
segura hasta que al final confirmó que alguien llamaba a la puerta tras
escuchar un par de toques. La opresión en su pecho se hizo más
intensa, aspiró aire y lo soltó lento, tenía una idea de quién la buscaba.

—¡Adelante!

El picaporte se giró y la puerta se entreabrió, luego vio asomarse a


Camila.

—Hola.

Ella le sonrió.

—Hola.
—Ya… me voy —le anunció entrando de lleno en la habitación.

Los corazones de ambas comenzaron a latir fuerte sin que ninguna


tuviera idea de ello. Lauren volvió a tomar aire, solo que esta vez más
suavemente; sonrió y se alejó de la ventana.

—No voy a desearte suerte porque el tenis no es un juego de azar.

Camila sonrió.

—Lucharé cada pelota —le aseguró.

—Tienes la tarea bien aprendida.

La tenista soltó una leve carcajada.

—Así es —dijo sonriendo; luego se puso seria y se acercó a Lauren.


No lo suficiente como para que sus cuerpos se tocaran, pero sí para ver
cada detalle de su rostro. Sus ojos marrones bajaron a los labios de la
ex tenista unos segundos y después se posaron en el color esmeralda
que la observaba sin perder detalles de cada uno de sus gestos—.
Antes de venir pensé en decirte tantas cosas. Ahora solo puedo
pronunciar un… gracias. Gracias por hacer esto. Por recibirme en tu
casa y por ayudarme con mi tenis.

Lauren sonrió.

—No tienes que agradecerlo —dijo y hundió las manos en los


bolsillos de su jean porque estuvo a punto de estirar el brazo para
tocarla—. Ha sido todo un placer. Y estoy segura que ganarás Indian
Wells y los torneos que siguen.

Camila se quedó sonriendo medio embelesada porque la


sinceridad con que ella habló, salpicó todo a su alrededor.

—Lo intentaré.

—Solo maneja un poco tu ego y estarás bien.

La tenista rio.

—Mi ego me precede.

—Así es.
Ambas sonrieron, pero de inmediato volvieron a ponerse serias.
Ninguna de las dos apartó la mirada. De pronto Camila dio un paso
adelante, la rodeó por la cintura y, lento, fue estrechando sus cuerpos,
como si pidiera permiso para hacerlo.

—Gracias —le susurró en la oreja.

Lauren se estremeció sin poder evitarlo y automáticamente posó


las manos en sus caderas.

—Por nada —respondió de la misma manera.

El abrazó duró más de lo que era correcto para un


agradecimiento. Cuando Camila se alejó, sus ojos volvieron a
encontrarse. Ella suspiró fuerte cuando su mirada se posó otra vez en
los labios de la mujer entre sus brazos.

—Esto sería demasiado complicado, ¿cierto?

Las palabras sorprendieron a Lauren, aun así, el paso que dio atrás
fue lento.

—Sí —respondió después de tragar saliva. Ella vio cómo el brillo de


los ojos marrones disminuyó.

Camila asintió con pesar.

—La verdad es que vine aquí porque mi padre me obligó —


comentó sonriendo.

—Lo sé —ella rio.

—Ahora me gustas y…

—Camz… —trató de interrumpirla.

—… y tengo muchas ganas de que esto se complique —ella vio a


la ex tenista removerse, pero no dejó de mirarla a los ojos y eso le
encantó— porque sé que yo también te gusto.

Lauren bajó la mirada, y no pudo evitar sonreír. El gesto le resultó


adorable a Camila.

—Tú y yo somos muy diferentes —arguyó mirándola de nuevo—. Tú


tienes que ir de un lugar a otro, en cambio, yo estoy aquí.
—Sé que debo parecerte inmadura por mis arrebatos, pero sé
perfectamente que las diferencias que hay entre las dos puede ser
bueno…

—¿Qué quieres, Camz? —la cuestionó con delicadeza—. Tú tienes


que irte y sabes que yo me quedaré. Estoy trabajando en mí. Estoy
luchando por superar mi ansiedad. Son muchas cosas las que tengo
que superar antes de pensar en que alguien me gusta. En que tú me
gustas.

La tenista ladeó la cabeza y sonrió complacida.

—Me encanta cuando te pones nerviosa, como en este momento.

Lauren puso los brazos en jarra.

—Si esa es tu forma de coquetear, debo decirte que eres pésima.

Camila rio.

—Es extraño que lo digas porque siempre me ha funcionado.

Lauren bufó.

—Con razón tu ego está por las nubes.

—Ya deja mi ego en paz y ven… —le pidió riendo, luego la tomó
por una mano y la arrastró fuera de la habitación —mi padre quiere
despedirse de ti. Y sobre lo que yo quiero, ya hablaremos de ello
cuando me extrañes —le dijo y le guiñó un ojo.
CAPÍTULO 32

El avión llevaba una hora en el aire y Camila apenas intercambió


algunas palabras con su padre. Por eso Alejandro, que ocupaba el
asiento de al lado, de vez en cuando le daba un vistazo. No parecía
que su hija estuviese molesta; además, no había pasado nada desde
que salieron de casa de Lauren hasta ese momento para que se
mostrara enojada.

Camila miraba a través de la ventanilla; veía las nubes muy cerca,


estáticas, como si el avión no se estuviese desplazando en el aire. Pero
sí, lo hacía. A cada segundo se alejaba de Montecarlo, del lugar donde
residía Lauren y pensar eso provocaba que el nudo que sentía en el
estómago se oprimiera un poco más.

—Mila, ¿pasa algo?

Los ojos marrones se posaron en su padre. Ella notó su


preocupación no solo en el tono con que hizo la pregunta, también en
sus ojos que destilaban amor. Ella le sonrió y posó su mano sobre la de
él.

—No. Todo está bien.

—¿Segura?

Alejandro alzó las cejas con un gesto que la llenó de ternura. Ella
apartó la vista unos segundos hacia la ventana, pensado bien si
sincerarse con su padre. Cuando volvió a mirarlo, le sonrió de nuevo.

—Sí —hizo una breve pausa—. Papá, me gusta Lauren —le soltó y
vio las cejas de su padre subir.

—¿Qué?

Camila sonrió.

—Lo que escuchaste —le apretó un poco la mano—. No sé cómo


pasó, pero me gusta.

—¿Y eso es lo que te tiene tan pensativa? Creí que te preocupaba


el torneo.
—Me preocupa mi actuación en el torneo, pero sí, que Lauren me
guste es lo que me tiene pensativa. La verdad es que no logro
sacármela de la cabeza. Pienso en ella todo el tiempo.

—¿Desde cuándo es así? ¿Por qué no me lo habías dicho?

—No te lo dije porque creía que solo me atraía. Ya sabes, es


hermosa, es inteligente y tiene una sonrisa capaz de derretir témpanos
de hielo, pero… desde que hablamos del torneo, de que tendría que
irme de su casa, de alejarme de ella, siento que me falta algo.

Alejandro estaba más que sorprendido.

—¿Te enamoraste de ella?

El corazón de Camila le dio un vuelco; Lauren le gustaba, pero,


¿estaba enamorada? Guardó silencio unos instantes.

—Ella… me gusta muchísimo, papá. Es lo que puedo decirte en


este momento.

Alejandro asintió.

—Entiendo. Lo único que te pido es que no hagas nada hasta que


no estés segura de lo que sientes. Es probable que regresemos a
Montecarlo y… —él se detuvo al notar un gesto extraño en su hija—
¿Qué? —le preguntó.

Camila le soltó la mano y se mordió la uña del pulgar mientras lo


miraba con un gesto travieso.

—La besé.

Alejandro se dio una palmada en la frente y terminó cubriéndose


el rostro.

—¡Karlaaaa! —exclamó quejumbroso.

—Papá, no me regañes. ¿La has visto?

Ella recibió una mirada de reojo de su padre.

—Es la hija de quien era un gran amigo, Karla Camila.


—Es hermosa, papá —le dijo aferrándose a su antebrazo—. Y las
ganas de besarla me ganaron.

—A ti siempre te pueden las ganas —se quejó él.

Camila rio.

—No seas exagerado. Además, ella me correspondió, así que no


fui yo únicamente. No me regañes más.

—Yo solo pienso en que ella te acogió en su casa, te está


ayudando y tú vienes y la besas. ¿Es que no respetas nada?

Camila bufó.

—Alejandro, ya no me regañes.

—Claro, cuando te conviene me llamas Alejandro.

—¿Te he dicho que te amo?

Él frunció los labios y le dedicó una mirada de desconfianza.

—Sí, muchas veces. Solo espero que lo que haya pasado entre
ustedes, se quede allí. Aún tengo la esperanza de que se convierta en
el cerebro técnico del equipo, así que no lo eches a perder.

—Sería bueno que nos acompañe en nuestros viajes —dijo Camila


con el marrón de sus ojos brillando.

—Oh, no, no, no. Nada de eso. La quiero en el equipo para que te
ayude, no para que la acoses.

—Papá, no la voy a acosar.

—Ah, ¿no? ¿Me vas a decir que te gusta muchísimo como dices, y
no vas a hacer nada?

Como respuesta, Camila esbozó una enorme sonrisa de suficiencia


que no hizo más que preocupar a su padre.
Después que Lauren se despidió de Camila y de Alejandro, se fue
a su habitación y allí permaneció durante casi dos horas. Luego tuvo
ganas de estar afuera, así que salió al área de la piscina y se sentó en
una mesa que se encontraba cerca del jardín de su madre.

Ella se quedó contemplando la cancha; imágenes de Camila


moviéndose por la superficie durante sus prácticas se dibujaron ante
ella como si fuera un espejismo. Sonrió sin darse cuenta tras recordarla
también golpeando la raqueta contra la superficie dura hasta hacerla
añicos. Negó con la cabeza sin dejar de sonreír, parecía imposible que
Camila dominara sus arrebatos. Es que su carácter era explosivo y, en
especial, no se guardaba nada. Eso lo supo cuando la besó.

Lauren se estremeció. Ese beso navegaba en sus pensamientos,


agitando su corazón, incitando a que las mariposas en su estómago
aletearan con fuerza, lanzando diminutos corrientazos por su cuerpo
que provocaban sensaciones que harían adicto a cualquier mortal. Al
menos ella lo creía así.

Y es que los labios de la tenista eran tan suaves. Sin darse cuenta
se llevó los dedos a la boca y se acarició. El suave roce no se
comparaba en lo absoluto al contacto de sus labios, pero era delicioso
recordarlos.

—¿Esa sonrisa tiene nombre?

Lauren se sobresaltó al escuchar la voz cerca de ella. Se sorprendió


cuando se topó con la mirada inquisitiva de su madre que se
encontraba sentada en medio del jardín.

—¡Mamá! Me asustaste —se quejó, su corazón se agitó por la


sorpresa—.¿Desde cuando estás ahí? —le preguntó levantándose y
acercándose al jardín.

—Desde antes que llegaras.

—¿Y no dijiste nada? —de pronto se sintió ruborizar al pensar que


su madre la hubiese observado durante tanto tiempo.
—No quería que dejaras de sonreír. Hace mucho que no miraba
esa sonrisa en ti.

Lauren notó la mirada suspicaz de su madre, sus ojos se entornaron.


Ella hundió las manos en los bolsillos del pantalón de chándal que
vestía.

—No he sonreído de ninguna manera.

—Oh, sí que lo hiciste. Estoy quitando las hojas secas de mis plantas.
Limpié al menos tres plantas y no dejaste de sonreír en ese tiempo.

—Estoy segura de que exageras.

—Como quieras —dijo Clara sonriendo enigmáticamente.

Era evidente que no le creía ni una pizca. La mujer mayor reinició


su tarea de quitar las hojas secas de las plantas.

—Yo… solo recordaba a Camila jugando —confesó.

Clara sonrió. Ella lo sabía, conocía demasiado bien a su hija como


para no saber o sospechar lo que sucedía.

—¿Y recordarla te provoca esa sonrisa tan tierna y traviesa?

Lauren sintió el rubor subir por el cuello. Respiró profundo y hundió


las manos dentro de los bolsillos.

—Sí.

Los ojos de Clara se estrecharon cuando sonrió.

—¿Por alguna razón en especial?

—Ella… —no estaba segura de lo que iba a decir, así que cambió
las palabras—. Me gustó mucho tenerla en casa.

—¿Solo eso?

—Y también… nos besamos.

Si Clara se sorprendió, no lo demostró; ella simplemente dejó a un


lado las tijeras de jardín y se quitó los guantes.
—¿Cómo te sentiste o sientes con eso? —le preguntó con un tono
casual.

Lauren bajó la vista al césped.

—Fue como volver a lo… normal. A lo que era normal antes del
ataque.

—Y eso te gustó —afirmó Clara.

—En realidad me gustó que fuera ella quien me besara. Quiero


decir, después de esto… —se señaló la mejilla—, no esperaba que
alguien se interesara de esa manera en mí.

—¿Ella te gusta?

—Sí. Pero es como un huracán. Si lo quisiera, ahora mismo no podría


lidiar con que pasara algo más. Sé que debo estar por completo
concentrada en superar los ataques de ansiedad.

—Y tal vez Camila sea una vía para que lo hagas. Siempre te miro,
y hoy es la primera vez en mucho tiempo que no parece que estás
pensando en lo que te sucedió.

—Ella ahora llena mis pensamientos.

Clara, que había permanecido sentada en medio del jardín, se


levantó y salió de entre las plantas hasta pararse frente a su hija.

—¿Eso es bueno o malo para ti?

Lauren se encogió de hombros.

—Un poco de ambos. Es bueno porque me he concentrado en


ella, en encontrar las fallas en sus juegos. Eso me ha hecho no pensar
tanto en lo que pasó.

—¿Y es malo por?

—Porque me gusta hasta el punto de que me hace sentir cosas


aquí —se tocó el abdomen, justo debajo del pecho—. Y como te dije,
debo concentrarme en mi ansiedad.
—Hija, es bueno que quieras concentrarte en eso. Sin embargo,
también debes pensar en ti. Si ella te gusta y te besó, deberías
intentarlo, ¿no crees?

—Eso me encantaría, mamá. Pero Camila es todo un reto. Rompe


raquetas, no duda en pegar cuatro gritos, es explosiva.

Clara rio.

—¿No has pensado que es un reto lo que necesitas en tu vida?

Lauren frunció el entrecejo y lo pensó.

—Tal vez tengas razón, pero no uno como Camila “Dinamita”


Cabello.
CAPÍTULO 33

Dos días después, Camila se encontraba en el Indian Wells Tennis


Garden, en California. Estaba en la salida de una de las 22 canchas del
recinto. Era el día 1 del primer Master 1000 del año; el público afuera se
escuchaba animado y su rival, que se encontraba frente a ella, parecía
estar impaciente por salir por la forma que se movía.

Camila llevaba unos audífonos puestos porque solía escuchar


música desde que salía del vestidor hasta que llegaba a su puesto en
la cancha. Para esa ocasión eligió una canción en particular; tuvo que
descargarla porque, por su gusto personal, no era una opción para ella,
pero… le recordaba a Lauren. Y no sabía por qué, y por más que lo
intentaba, no podía quitársela de la mente. Pensó que lo lograría en los
momentos previos al partido, pero no fue así. En el vestidor buscó la
canción, Umbrella, la descargó y la puso a sonar en su teléfono. Desde
ese instante hasta que estuvo a punto de salir a la cancha, la canción
había sonado al menos diez veces y tarde se dio cuenta de que lo
único que logró al escucharla fue llenarse de más ansiedad, así que
apagó el reproductor. Al menos el murmullo del público la hizo sentir
como en casa.

A través del sonido interno anunciaron a las jugadoras. Una suiza


sería su rival y fue la primera en salir a la cancha; el público la aplaudió
y segundos después anunciaron su nombre y ella salió también. No supo
si era por los nervios, pero le pareció que los aplausos fueron más fuertes
para ella. Alzó una mano y saludó al público al tiempo que caminaba
hacia su puesto. Mientras avanzaba, miró a los jueces de línea; se
estremeció al recordar lo que uno de ellos le hizo a Lauren. Como le
gustaría tenerlo en frente para hacerlo pagar. De pronto sintió una
oleada de enojo extenderse por su ser, pero respiró para contenerlo.
Tenía que concentrarse en el juego, no había cabida para nada más
en ese momento.

“Bien, ya sabes qué hacer. Vamos a jugar”, se dijo al tiempo que


sacó una raqueta de su bolso ya dispuesta a iniciar el calentamiento.
Luego echó un vistazo hacia su palco; ahí vio a su padre, a Paul y al
doctor Green. Le sonrió a Alejandro y, para su sorpresa, extrañó a
Lauren. Sacudió la cabeza para apartar no solo la emoción, también
para buscar concentración.

La cancha estaba al tope de su capacidad. Entre el público vio


algunas banderas de su país y unas pocas de Suiza, eso la hizo sentirse
optimista. A pesar de sus derrotas, había algunos que la apoyaban.

Lo demás fue como un suspiro, hicieron el sorteo, que ganó Camila,


y eligió sacar. Ambas jugadoras se movieron hacia la línea de fondo y
comenzaron a pelotear. Tan solo unos minutos después ya estaba tras
la línea de saque para poner la pelota en juego. Vio a la suiza tomar
posición, se inclinó y se balanceaba de un lado a otro mientras hacía
girar la raqueta entre sus manos. Podía ver en su rival la concentración,
así que ella debía enfocarse también.

“No eres la mejor del mundo, así que debes luchar cada pelota”,
pensó mientras botaba la pelota contra la superficie. En su interior bufó,
“vaya pensamiento para iniciar un partido”. Negó con la cabeza para
concentrarse, entonces lanzó la pelota al aire y, sin dejar de mirarla, la
golpeó. La pelota salió rápida y profunda.

El juez de silla anunció el ace. Camila tuvo ganas de reír y saltar


como una niña para celebrarlo, pero seguramente hacerlo no se vería
bien, así que respiró profundo y pidió otra pelota. “Bien, ahora debes
hacer eso mismo al menos 47 veces más, y ganas el partido. Súper fácil,
Cabello”. De nuevo sacó y el segundo ace fue anunciado. Y eso la
puso nerviosa. “Esto es demasiado sencillo para ser cierto. ¿De verdad
solo debo pensar que no soy la mejor del mundo?”

Su siguiente saque salió también con efecto al centro de la cancha


y se abrió hacia la izquierda, pero esta vez la suiza llegó cómoda y la
devolvió por la lateral derecha. Camila la vio pasar; el tiro fue un rayo.
“Aquí vamos”, se dijo con pesar. Se giró para pedir una pelota y darse
un poco de tiempo; después que el recogepelotas le lanzó la pequeña
esférica, ella se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano y se
preparó para sacar. Un segundo después que golpeó la pelota, esta
regresó muy potente a su lado de la cancha. “Debes buscar cada
pelota”, recordó las palabras de Lauren. Así lo hizo y se inició un peloteo
constante y desafiante entre ella y la suiza. El público vitoreó algunos
tiros, así como la defensa y ofensiva de ambas, pero se puso de pie
ovacionando el slice de Camila que sorprendió a la suiza y le dio el
punto. Lo celebró con un fuerte grito y elevó el puño hacia su palco.

Alejandro le sonrió y aplaudió. Ella le devolvió el gesto, y le dio las


gracias internamente. Aún faltaba mucho partido por delante, pero
ganar ese punto subió un grado su confianza. La sangre le hervía,
estaba lista para pelear cada punto. Lo haría en honor a Lauren
Jauregui.

En Montecarlo, la cama de Lauren se estremeció cuando saltó al


ver que Camila ganó el punto.

—¡Síííí! —gritó.

Taylor, que la acompañaba a ver el partido, se quedó mirándola


con la boca torcida y una ceja arqueada. Cuando la celebración de
su hermana terminó, no pudo evitar hablar.

—Vaya, estás muy emocionadita, ¿no?


—¿Cómo no estarlo? ¿Viste cómo jugó? Se está reencontrando
con su juego, es lo que ella buscaba. Lo que todos buscábamos. Tú
también deberías alegrarte, practicaste muchas veces con ella.

Ambas estaban sentadas sobre la cama, con las espaldas


recostadas de la cabecera. En la TV el juego continuaba, pero pasó a
un segundo plano.

—Y me alegro, solo me parece que tu emoción no tiene nada que


ver con que su juego esté mejorando.

Ahora fue la ceja de Lauren la que se alzó.

—Perdón, ¿pero no viste ese punto? No sé cuántas veces la pelota


pasó por encima de la red. Debió de ser casi 30, fue muy emocionante.

—¿Estás segura que no es porque ella te gusta?

—¿Q… qué? —medio balbuceó—. ¡No!

—Oh, vamos. Ya mamá me lo dijo. Hasta se besaron.

—¡Oh, por Dios! Ustedes son incorregibles —se quejó al tiempo que
cambió a la posición india y apoyó el codo en su pierna y la quijada, a
su vez en su puño.

—Desaparezco unos días para estudiar y cuando regreso, resulta


que te besaste con la mujer cuyo ego, y te cito, “andaba orbitando por
la estratosfera por lo que nunca tendrías algo con ella”.

Lauren cerró los ojos y respiró profundo para llenarse de paciencia.

—No es lo que crees —arguyó.

—Ah, ¿no?

—No. Sí, nos besamos, pero así como sucedió, dejamos las cosas
claras.

—¿A qué te refieres?

—A que ella anda viajando por el mundo y yo estoy aquí.

Taylor ladeó la cabeza mientras pensaba en la situación.

—¿Entonces por qué se besaron?


Lauren alzó las manos mostrado los dedos índices.

—Un momento. No nos besamos. Ella me besó —le aclaró.

—¿La rechazaste?

Lauren alzó las cejas.

—No —respondió sin comprender lo que pretendía señalar su


hermana.

—Entonces “se besaron” —recalcó—. ¿Te gustó? ¿Besa bien? Tiene


pinta de que sí —le guiñó un ojo con complicidad.

Lauren flipó, pero rio sin poder evitarlo.

—¿Acaso tienes algún súper poder que te permite saber si una


persona besa bien o no?

—Claro que no, por eso te lo pregunto. Y tú tienes pinta de que lo


haces bien, así que ese beso debió de ser de película —dijo con una
sonrisa plagada de picardía.

La ex tenista tuvo que reír.

—¡Por Dios!, cállate. Déjame ver el juego —le pidió y trató de


prestar atención a la TV. Camila había ganado el primer game y estaba
por romperle el servicio a la suiza—. Oh, mira eso.

—Sí, sí, ella ganará el partido, estoy segura. Pero no me cambies el


tema —insistió Taylor—. Besa bien, ¿no es cierto?

Su hermana la miró negando con la cabeza. Se recostó de nuevo


de la cabecera de la cama y estiró las piernas.

—Sí, besa muy bien —admitió.

—¡Oh, yeah! Y de seguro es caliente en la cama.

—¡Tay!

—Ya, ya, no me regañes porque estoy segura de que ya lo has


pensado.

—No. No lo he hecho.
—Da igual. Yo quiero que vuelvas a ser la de antes. Quiero que sea
feliz y si ella te gusta, deberías intentarlo.

—Taylor…

—Ya lo sé. Solo te pido que no te cierres a esa posibilidad. Además,


si te enredas con ella, es probable que vea a Paul seguido.

Los ojos de Lauren se entornaron.

—Siempre tienes que sacarle provecho a todo, ¿cierto?

La joven asintió con suficiencia.

—Exacto.

La ex tenista, con un rápido movimiento, sacó una almohada de


detrás y la golpeó un par de veces. Taylor solo pudo reír, pero le quitó
la almohada para acabar con el sorpresivo ataque.
CAPÍTULO 34

Camila ganó el partido en set corridos, 6 – 4, 6 – 3. Ella se sintió


eufórica, la suiza le dio batalla y logró mantenerse dentro del juego.
Peleó cada punto, tal como le dijo Lauren, aunque ese era un mantra
en el tenis; lo que marcó la diferencia fue que vio a su rival como si fuera
superior a ella. En su mente la suiza tenía mejores recursos y habilidades
que ella; pensar eso, realmente creerlo, la ayudó a que cada pelota
fuera como la última y por eso las peleó todas. Sus ideas fueron claras
para atacar y defender. Y gracias a eso, ahora estaba en la segunda
ronda, aunque se sentía como si hubiese ganado el torneo.

Tras ganar el partido y cumplir con el protocolo en la cancha, y


luego dando una muestra de orina para el control antidopaje, al final
se encontró con Paul y su padre en el vestidor. Ambos se fundieron en
un fuerte abrazo.

—Lo hice, papá —le susurró sin dejar de abrazarlo—. Gané —era
un verdadero alivio romper la cadena de derrotas que arrastraba
como la más pesada del mundo.

—Lo hiciste. Sabía que lo harías.

Al final se separaron y Alejandro le dio un beso en la frente con


evidente orgullo.

—Bien hecho —le dijo Paul que se acercó también y la abrazó.

—Gracias.

—Ahora sube a la camilla, tenemos poco tiempo para tus masajes


antes de dar la rueda de prensa.

Camila obedeció. Minutos después, el protocolo del torneo debía


continuar, así que del vestidor se dirigieron a la sala donde daría la
rueda de prensa. Para tranquilidad de Alejandro, no hubo preguntas
que rompiera la paz de su hija, solo se habló de cómo se sintió en la
cancha y de los torneos a los que no asistió para concentrarse en
recuperar su juego.
Tras terminar con la rueda de prensa, fueron directo a su auto,
todos querían celebrar, así que pasarían por el hotel a cambiarse antes
de ir al restaurante favorito de Camila en California. Al llegar al hotel, la
prensa los acosó un poco y también cuando volvieron a salir.

El restaurante era exclusivo, por eso Alejandro hizo una reservación


con varios días de anticipación.

—Sabía que ibas a ganar —presumió cuando vio la cara de


sorpresa de su hija.

Se encontraban ya en la entrada del restaurante.

—Eres el mejor —le dijo con una enorme sonrisa—. Tal vez en el
próximo partido pierda, pero ahora mismo estoy feliz y eso en parte es
gracias a ti.

—No fui yo quien jugó.

—Es un trabajo de equipo, ¿no es lo que siempre dices?

Alejandro sonrió, le guiñó un ojo y le anunció al maître que tenía


una reservación. Mientras los dirigían hacia la mesa, Camila sacó el
teléfono del bolsillo del pantalón; entró en la aplicación de WhatsApp,
frunció los labios al no encontrar el mensaje que esperaba desde que
el juez de silla anunció que había ganado el partido.

—¿Por qué no la llamas?

Camila miró a su padre. Supo de inmediato que él estaba al tanto


de que esperaba un mensaje de Lauren.

—¿No te parece que es algo tarde allá?

Alejandro se encogió de hombros.

—Tendrás que arriesgarte a despertarla si es así.

Camila levantó la vista y se dio cuenta de que en la mesa ya se


encontraba su equipo de trabajo, Paul, Ian, Dan, Santiago y Joe. Ella
les sonrió y todos se levantaron para saludarla con un abrazo. Era más
que evidente que todos estaban contentos por su victoria.

—Gracias a todos por estar aquí —dijo cuando tomaba ya asiento.


El restaurante era elegante, casi todas las mesas estaban
ocupadas y los mesoneros se movían entre ellas con absoluta destreza
y delicadeza en sus movimientos. En ese instante se acercó uno con
una botella de vino que descorchó frente a ellos, que no dejaban de
sonreír, y rellenó una a una las copas.

—Quería brindar antes de pensar en comer —aclaró Alejandro.

Camila se lo agradeció con una sonrisa e iba a decir algo cuando


su teléfono sonó. Era una notificación de WhatsApp. El corazón de la
tenista se saltó un latido. Alejandro no pudo evitar sonreír por la
ansiedad que vio en su hija. Ella abrió la aplicación y sonrió
automáticamente. “¡Es ella!”, gritó para sus adentros. Sus manos
temblaron cuando entró en el mensaje.

—“Sabía que ganarías. No lo dudé ni un poco. Estoy segura de que


tú sí — a esas palabras le siguió un emoji que le sacaba la lengua.
Camila rio—. Felicitaciones. Si estás celebrando, toma una copa de
vino por mí. Aunque a esta hora lo que necesito es un poco de leche
caliente.”

Y ella volvió a reír. Vio que Lauren estaba en línea y su ansiedad


estalló en su interior.

—Llámala —insistió su padre que se mantenía atento a sus gestos—


. Ahora sabes que no duerme.

Ella lo miró con algo de inseguridad, pero luego sonrió.

—Lo haré —dijo y se levantó de la mesa—. Con permiso, chicos.

Alejandro sonrió cuando la vio alejarse hacia una de las terrazas


del restaurante. Camila salió y se acercó a los jardines que rodeaban
la parte trasera del restaurante. La mano le tembló cuando pulsó el
botón de llamar en la aplicación. Cerró los ojos y negó con la cabeza
pensando en lo increíble que era lo rápido y fuerte que latía su corazón;
en poco tiempo Lauren provocó que afloraran muchos sentimientos
dentro de ella. Emociones que no sabía cómo manejar, así que se
dejaba llevar.

De pronto en la pantalla leyó “conectando” y unos segundos


después, pudo ver a la ex tenista.
—Hola —la saludó sonriendo ampliamente. Hacía solo tres días que
se despidió de ella en persona y en ese momento sintió que llevaba
siglos sin verla.

Lauren sonrió también. A Camila le resultó adorable la forma en


que con nerviosismo se acomodó un mechón de cabello detrás de la
oreja. Ella se encontraba en su dormitorio, reconoció la cabecera de
su cama y ya estaba lista para dormir porque vestía un pijama.

—Hola —respondió Lauren—. Felicitaciones por ese triunfo.

Ella rio y miró al cielo antes de mirar directo a la cámara del


teléfono. En Montecarlo el corazón de Lauren se agitó cuando vio sus
ojos mirarla como si lo hicieran directamente.

—Gracias. Aunque ese triunfo te lo debo a ti.

—En lo absoluto, eras tú quien estaba en esa cancha.

De nuevo Lauren se acomodó el mechón de cabello.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó y vio como frunció el entrecejo y


rio nerviosa.

—No. ¿Por qué habría de estarlo?

Camila sonrió caminó un poco más y se recostó del tronco de un


árbol sin dejar de mirar la pantalla.

—No lo sé. Tal vez porque te pongo nerviosa.

—Vaya, pensé que solo eras presumida en la cancha.

Ella rio.

—La presunción no es una prenda de ropa que puedas quitarte o


ponerte, simplemente la llevas a todos lados.

A Lauren le encantó como la boca de la tenista se torció con una


sonrisa en extremo sexy. ¿De verdad le estaba coqueteando?

—Bien, si tú lo dices. Eres la experta.

Camila rio y le sacó la lengua. Pero luego se puso seria.


—Me hubiese gustado que estuvieras en el palco hoy —le dijo
mirando de nuevo directo a la cámara.

Esa mirada intensa provocó que las mariposas en el estómago de


Lauren aletearan con fuerza. Se removió y respiró profundo.

—Emmm… no estaba en el palco, pero vi el partido en directo. De


cierto modo… estuve… contigo —no supo si decir eso fue lo correcto o
lo ideal, así que se dejó llevar.

—Es bueno saberlo.

Lauren vio cómo la mirada de la tenista se hizo más intensa; si


estuvieran frente a frente, sus ojos estarían taladrando los suyos. Camila
se humedeció los labios con la lengua. A ella le pareció que quería
decirle algo y no se equivocó.

—Lauren, no importa lo que pase en este torneo y en los que


siguen, me gustaría seguir entrenando contigo.

Ella contuvo la respiración y su corazón latió más fuerte como si


fuera posible. En silencio agradeció su buena forma física, de lo
contrario estaba segura que sufriría un ataque cardiaco. Eso no era
nada sano.

—Yo… estaré encantada de recibirte —respondió mirando


también a la cámara.

—Y también… me gustaría invitarte a salir.

Durante unos segundos Camila creyó que se había perdido la


conexión, “justo en este momento”, se quejó; pero de pronto vio a
Lauren parpadear y supo que solo la tomó por sorpresa.

—¿A salir?

La tenista sonrió y decidió ser más directa para hacerse entender.

—Quiero tener una cita contigo.

Lauren sonrió con nerviosismo.

—Camila…
—No me digas que no. Al menos piénsalo, ¿sí? No quiero pasar las
noches en la cocina de tu casa esperando a que necesites calentar
leche para tener otra oportunidad de besarte.

Lauren rio y negó con la cabeza.

—¿Es lo que quieres hacer? ¿Besarme? —“Sí, Camila le


coqueteaba y ella le respondía. Laur, Laur, ¿en qué lío te estás
metiendo?”. Ella no tenía ni idea, pero le encantaba lo que estaba
sucediendo.

—Besarte y un poco más —respondió intensificando su mirada.

Lauren estuvo segura que las mariposas en su estómago se


quedarían sin alas por lo fuerte que aleteaban.

—En una cancha, eso hubiese sido decretado un ace —fue todo
lo que se le ocurrió decir rogando al cielo que Camila no notara su
rubor.

—Siempre juego a ganar —respondió y le guiñó un ojo.


CAPÍTULO 35

Y desde ese día, Lauren y Camila hablaban a través de WhatsApp;


cada vez que disponían de un poco de tiempo, se dedicaban a
conversar no solo de tenis y cómo le había ido en los partidos, también
de sus vidas personales. La tenista en especial se mostraba bastante
coqueta, y Lauren intentaba mantener al margen esos comentarios
que buscaban seducirla. Pero la realidad era que no tenía mucho éxito.
Camila se había metido en sus pensamientos y ahora cada día
esperaba anhelante a que le escribiera; ella solía esperar a que fuera
ella la que le escribiera para no interrumpir sus rutinas o cualquier otro
compromiso que tuviera. Y el problema era que contaba los días que
faltaban para el regreso de la tenista a Montecarlo.

Y algunos de esos días fueron duros para Camila; en Indian Wells


avanzó hasta la final del torneo, al igual que lo hizo Selena Wilson.

—Oh, mierda —masculló cuando supo que la Nº 1 del mundo ganó


su partido.

Alejandro le puso la mano en el hombro.

—Puedes ganarle. Ya lo hiciste una vez.

Ella bufó.

—Porque tenía una lesión en la rodilla.

—No pienses así. Has hecho un excelente torneo, estás en la final.


Ganarás —le aseguró.

Pero la predicción de Alejandro Cabello esta vez no se cumplió.


Selena venció a Camila en la final en 3 sets; obviamente le hubiese
gustado ganar, sin embargo, se sintió satisfecha con ganarle al menos
un set. El marcador quedó en 6 – 4, 6 – 7, 6 – 4. En definitiva, no se la
puso fácil a la gran campeona y eso le imprimió más confianza a su
juego.

—Vas a tener que darme la clave para ganarle a Selena —le dijo
Camila a Lauren cuando la llamó tras recuperarse del partido.
Ella rio.

—No hay una formula exacta, pero ayuda mucho moverla por la
cancha. Te lo dije en cuanto supe que sería tu rival en la final.

Camila frunció los labios

—Suena fácil, pero no lo es.

Lauren soltó una carcajada por el tono que usó.

—Créeme, lo sé.

El siguiente torneo en el calendario de la tenista era el Abierto de


Miami, en el cual defendía el título, por lo que era muy importante
igualar su actuación del año anterior para mantener los puntos y subir
un poco su posición en el ranking mundial. Alcanzar la final de Indian
Wells la hizo llegar a Miami con el optimismo al tope. Todo el equipo
confiaba en que ganaría, aunque una vez más Selena Wilson estaba
en el cuadro principal. Si ambas ganaban sus partidos, se verían de
nuevo en la final.

El torneo comenzó y con el mismo nerviosismo, Camila entró a la


cancha. Ganó su primer partido y los siguientes, pero la Nº 2 del mundo
detuvo su avance a las semifinales. A pesar de la derrota, ella no se
sintió tan abatida porque siempre se mantuvo cerca en el marcador y
también le ganó un set. Eso para ella era toda una hazaña tras las
terribles derrotas que sufrió antes. Incluso la prensa lo reseñó también
como un avance para llegar al nivel que la puso en el puesto 1 del
ranking meses atrás.

Tras participar en esos dos torneos y tener una semana antes de


participar en el Volvo Car Open en Charleston, Estados Unidos, el
equipo decidió regresar a Montecarlo. A Camila no solo le iba bien un
poco de descanso, también ver a Lauren.
La primera vez que Camila y su equipo fueron a Montecarlo, Lauren
se sentía ansiosa. No sabía cómo iban a ser las cosas o si lograría eso
que Alejandro Cabello esperaba. Pero en esta segunda vez, su
ansiedad se multiplicó por mil… o tal vez por un uno seguido de un
número infinito de ceros, ella no estaba segura. Lo que sí sabía era que
su corazón no dejaba de latir fuerte, que las palmas de las manos se le
humedecían rápidamente y que tanto su madre como Taylor, la
miraban con una sonrisa salpicada de burla.

—Ni siquiera cuando tuviste tu primer enamoramiento en el colegio


te vi tan nerviosa.

Lauren miró de reojo a su madre.

—Mamá, eso no es cierto.

Clara no dijo nada, solo rio con complicidad con Taylor.

—Me iré a mi habitación. Cuando lleguen, por favor, avísenme.

Las mujeres rieron cuando la vieron alejarse con dirección a las


habitaciones. Lauren cerró la puerta tras de sí después de entrar a su
dormitorio y se recostó de la madera.

—Tu madre tiene razón, así que cálmate —se dijo—. Cálmate.

Cerró los ojos y se concentró en controlar el ritmo de su respiración


para apaciguar la agitación en su estómago, en su pecho y su mente.
Rendida, se acercó a la cama y se sentó. Se sentía muy contenta por
tener de nuevo a Camila en su casa y, al mismo tiempo, los nervios la
consumían. Ella sabía bien que la tenista se dejaba llevar por sus
impulsos y cada vez que hablaban por WhatsApp, no perdía ocasión
de coquetearle. En persona no estaba segura de poder controlar los
avances de Camila. Y no lo sabía porque tenía que admitir que quería
volver a sentirla cerca. A ella y a sus labios suaves y tentadores que ya
había probado una vez.

¿Lograría contenerse si Camila la besaba de nuevo? Si era sincera,


la respuesta era no. Con los pensamientos a mil, se dejó caer de
espalda sobre la cama. Mentalmente estaba exhausta y ese cansancio
alcanzó también su cuerpo porque se durmió sin planearlo, ni
percatarse.

Lauren estaba dormida, pero un aroma que conocía la fue


arrancando de los brazos de Morfeo. Camila sonrió cuando removió la
cabeza y frunció el entrecejo. Hacía ya como diez minutos que había
llegado y su ansiedad por verla le hizo pedirle a Clara que la dejara
darle una sorpresa.

Camila se encontraba sentada en la cama junto a Lauren, cuyas


piernas colgaban; se notaba que se durmió sin querer. Desde que entró
a la habitación y la vio dormida, no dejó de sonreír. Verla así, dormida,
con un gesto de paz en su rostro, le resultó en exceso encantador. Con
sigilo, se acercó a la cama. Lauren era hermosa, no cabía duda. Sin
dejar de sonreír y cuidando no despertarla, se sentó a su lado, tuvo que
apoyar una mano en el colchón para estar más cómoda mientras la
contemplaba.

Lauren volvió a removerse y el entrecejo se le frunció hasta que el


color esmeralda de sus ojos apareció. La sonrisa de Camila se agrandó
cuando vio sus ojos ampliarse, sorprendidos.

—Hola —susurró.

Lauren contuvo la respiración. En su sueño, percibió el aroma de


los cabellos de Camila y creyó que era eso, un sueño, hasta que abrió
los ojos. Ni siquiera quiso moverse. Ni parpadear. ¿Estaba dormida o
despierta? La falta de aire le hizo pensar que no soñaba, que Camila
realmente se encontraba ahí, aun así, podía ser su imaginación. Soltó
el aire; ya el oxígeno le llegaba con normalidad a los pulmones, pero el
espejismo de Camila continuaba sonriéndole.

—¿Quieres seguir durmiendo? —insistió la tenista y bufó—. Y yo que


vine directo porque quería verte.

“¡Oh, mierda!” Lauren tuvo ganas de tocarla, pero no se atrevió.

—¿Estás aquí? —susurró.

—Le pedí a Clara que me dejara darte una sorpresa ya que no


estabas para darme la bienvenida.
Finalmente, Lauren se incorporó y se movió alejándose un poco de
Camila, que sonrió cuando lo notó, pero no dijo nada.

—Yo… te esperaba. Solo que… me quedé dormida.

La sonrisa de Camila se amplió y sus ojos bajaron unos segundos a


sus labios.

—¿Me esperabas? —le preguntó con un tono seductor.

Lauren tragó saliva. Despertar con Camila a su lado la hizo sentirse


en desventaja, aunque no tenía muy claro con respecto a qué.

—Sí.

La sonrisa de la tenista se torció un poco y con lentitud se fue


acercando a ella, pero Lauren retrocedió, no obstante, lo hizo también
con discreción. Camila arqueó una ceja.

—Es una convención social saludar con un beso —le dijo sin
retroceder—. De hecho, hay lugares donde es obligatorio dar un par
de besos.

Lauren no dijo nada ante ese argumento, sus pensamientos no


eran claros. Y menos aun cuando vio a Camila acercarse de nuevo.
Ella se estremeció al sentir los labios en la comisura de su boca; tuvo
que tragar saliva.

—Y también es una convención social abofetear a quien te roba


un beso — le dijo por lo cerca que estuvo de besarla de lleno en los
labios.

Camila rio, pero no se alejó mucho. Sus ojos estaban fijos en los de
color esmeralda.

—Entonces esperaré a tener nuestra cita para besarte.

Lauren arqueó una ceja.

—No beso en la primera cita. Y te recuerdo que todavía no he


aceptado.

Camila frunció los labios.


—Haré todo lo posible para cambiar eso de no besos en la primera
cita. Y sé que aún no has aceptado, pero tengo unos días para
convencerte.

—Es probable que no sean suficientes —le rebatió sonriendo.

Camila le devolvió el gesto con un matiz seductor.

—Lo serán.

La ex tenista volvió a sonreír, pero no comentó nada al respecto.

—Me alegra que estés de vuelta —le dijo con un susurro sin mirarla,
sus ojos estaban clavados en la superficie de la cama.

Camila le acarició los nudillos de la mano derecha, provocando


en ambas un fuerte estremecimiento. Las miradas volvieron a
encontrarse.

—Y a mí regresar.
CAPÍTULO 36

Como los Cabello anunciaron su regreso a Montecarlo días antes,


Clara pensó de inmediato en preparar un almuerzo súper especial; se
decidió por una Paella marinera. El día antes sus hijas la acompañaron
a comprar los ingredientes. Para acompañar el almuerzo, Lauren
compró dos botellas de vino blanco; también se hizo con una buena
provisión de barras de cereal.

—Son para mí —arguyó cuando notó la mirada inquisitiva de


Taylor.

La joven bufó.

—Sí, claro —murmuró y continuó empujando el carrito.

Lauren sonrió y negó con la cabeza. No había nada que pudiera


ocultarle a su hermana o a su madre.

Ahora, todos sentados a la mesa, incluyendo a Paul que se les unió


luego, se quedaron admirados cuando Taylor, que ayudó a su madre
llevando una de las dos cazuelas, la puso en medio de la mesa. El olor
que despedía la comida era exquisito.

—Por Dios, Clara, eso se ve delicioso —alabó Alejandro.

—Espero lo disfruten —dijo la anfitriona.

—Eso es seguro —intervino Paul—. Permítanme servir el vino —se


ofreció cuando vio que Lauren tuvo intención de ponerse a ello.

Clara y Taylor tomaron asiento, mientras el fisioterapeuta se


encargó de rellenar las copas. Lauren, que estaba sentada a un
costado de la mesa, echó un vistazo al rededor. Miró a Alejandro y le
sonrió, luego se encontró con los ojos marrones de Camila que estaba
sentada junto a ella.

—Mañana voy a tener que dar un extra en el gimnasio para bajar


este almuerzo —le susurró la tenista.

Lauren sonrió echando un vistazo a su madre, que le decía algo a


Alejandro.
—Las dos tendremos que hacerlo.

Camila rio por lo bajo. Ambas prestaron atención a lo que sucedía


en la mesa porque ya Paul había rellenado las copas, así que todos las
tomaron y las alzaron para brindar.

—¡Porque haya más momentos como este! —ofreció Clara.

—¡Salud! —corearon los demás.

Lauren bebió del vino y se preparó a esperar su turno para servirse


un poco de paella.

—Clara se ve contenta —le susurró de nuevo Camila. Ella miró a su


madre que sonreía mientras se servía.

—Lo está —respondió girando la cabeza para mirarla y se


sorprendió cuando la encontró tan cerca. Sus ojos irremediablemente
bajaron a sus labios, pero solo fueron un par de segundos.

Camila torció la boca en una sonrisa sexy. Ella sabía que no le era
indiferente. En ese momento Clara le pasó la cazuela y comenzó a
servirse, pero manteniéndose atenta a lo que la mujer a su lado le
decía.

—Estaba pensando en que también mañana podríamos cenar


ligero para compensar.

Lauren tuvo que hacer un esfuerzo para conservar la


concentración y poner en su plato la cantidad de paella que
consideraba la dejaría satisfecha. También se percató de que Camila
esperaba una respuesta.

—Me encanta tu sutileza para insistir en esa cita —dijo para darse
tiempo, mientras pasó a servirle en el plato a su invitada procurando
agregarle buenas porciones de mariscos—. Dime cuando sea
suficiente.

Camila sonrió porque Lauren no respondió a su invitación, insistía


en ser esquiva; sin embargo, su gesto se hizo más notable porque le
encantó que ella tuviera el detalle de servirle la comida.

—Así está bien. Gracias.


—Por nada —respondió mirándola a los ojos. Luego dejó la cazuela
en la mesa.

La tenista volvió a sonreír cuando la vio ya dispuesta a comer


dejando todo en el aire. Pero no iba a ceder. Ellas tendrían una cita o
dejaba de llamarse Karla Camila Cabello.

El almuerzo pasó entre risas y anécdotas. En especial hablaron de


la recuperación en el tenis de Camila. Después de disfrutar de la paella,
salieron al jardín a disfrutar de una última copa de vino. Alejandro
regresaría al hotel para descansar y su hija también necesitaba
hacerlo, notó Lauren por la manera en que sus ojos estaban apagados.
En uno de esos momentos, sus miradas se tropezaron y sus corazones
como siempre, se agitaron, solo que esta vez con más fuerza, con las
emociones a flor de piel.

En cuanto Alejandro se fue al hotel, Camila se retiró a su habitación


para descansar. Lauren volvió al jardín y allí se quedó pensando en lo
conveniente o no que era para ella salir con la tenista. Tomó aire para
aclarar sus pensamientos.

Sí, le gustaba Camila, eso no podía negarlo, pero su carácter


explosivo contrastaba y difería mucho del suyo.

Sí, ella se había metido en su cabeza incluso antes de que la


besara.

Sí, quería volver a besarla, eso tampoco podía negárselo. Camila


despertaba en ella sensaciones olvidadas y otras tantas le eran nuevas.
Como sentir fogoso su cuerpo con solo tenerla cerca. Por lo general su
sangre hervía cuando estaba con alguien en esos momentos previos al
encuentro sexual. En cambio con ella, no. Al pensar en ello llegó a la
conclusión de que se debía a que, no sabía por qué, imaginaba que
Camila era ardiente en la cama. Tal como le dijo Taylor, tenía pinta de
hacerlo bien.

Aunque se encontraba sola, Lauren rio por las ocurrencias de su


hermana. Sin embargo, a todo eso, lo contrarrestaban dos detalles. Dos
únicos y gigantescos detalles. Camila Cabello se sentía atraída por ella,
eso lo podía ver en sus ojos, y tal vez solo buscaba una especie de
aventura. Satisfacer su deseo por una mujer que le gustaba, así de
simple. El problema era que para ella ya no era una simple cuestión de
atracción; lo que sentía al mirar y al pensar en la tenista, era un
sentimiento que ya conocía de años atrás, cuando inició su relación
con Hanna. Y eso era algo que ya no le era posible controlar; el
problema era, ¿podría ella involucrarse de la manera que Camila
quería sin terminar con el corazón roto? Todo su ser le gritaba que
aceptara esa invitación, pero su lado racional le decía que debía ir con
cuidado.

Una vez más, respiró hondo. No dejaba de mirar el verdor del


césped y de los árboles que se alzaban imponentes en lo alto de la
colina que bordeaba la casa. El segundo detalle era que, si Camila no
buscara una aventura, ella estaba activa en el circuito de tenis, por lo
que tenía que viajar de un país a otro. Y, aunque ella luchaba para
superar su ansiedad al estar entre multitudes, sabía que le costaría algo
de tiempo lograrlo. Entonces, hipotéticamente, si iniciaban una
relación, ¿podrían manejar el tiempo que estuvieran separadas?

Pensar en todo eso le provocó que le doliera un poco la cabeza,


así que terminó yéndose a su habitación a tomar una siesta. Horas
después, en medio del sueño, percibió una presencia a su lado que la
hizo despertar. Antes de abrir los ojos sintió algo pegado a su cadera. Y
ese algo era Camila que de nuevo estaba sentada en su cama,
mirándola. Su corazón se saltó un latido y emprendió el galope. “Al
menos podrías disimular, ¿no?”, le reprochó.

Camila le sonrió como una niña traviesa.

—En serio necesito cenar ligero mañana.

Pero esta vez ella se incorporó y, procurando no rozarla mucho, se


levantó dejándola sentada. Ya parada frente a ella, se frotó la cara
para terminar de espantar el sueño y también se peinó los cabellos con
los dedos.

—Vas a lograr que muera de un susto si sigues despertándome así.


—Me senté con cuidado. No es mi culpa que tengas el sueño tan
ligero.

—Ese tono engañará a Alejandro, pero a mí no, Cabello.

Camila rio y se levantó. Lauren retrocedió cuando ella avanzó unos


pasos.

—¿Por qué huyes?

—No lo hago.

Los ojos de la tenista se entornaron y torció la boca con


sensualidad. A Lauren no pudo parecerle más hermosa. “Oh, mierda”.

—Laur, ya no somos unas niñas. Me gustas, ya te lo dije. Y sé que


también te gusto. ¿Por qué negarnos?

—No me niego.

Camila avanzó de nuevo hacia ella; esta vez no hubo huida.

—Cenemos mañana —le pidió con un susurro.

No se tocaban, pero estaban muy cerca una de la otra. La tenista


la vio morderse el labio inferior internamente y no deseó otra cosa que
lanzarse a su boca para besarla.

—Deberás tener paciencia conmigo —le advirtió.

Camila sonrió.

—La tendré.

—Entonces, sí, cenaré contigo mañana.

La sonrisa de Camila se amplió y ella no pudo evitar que el gesto


se reflejara en ella.

—Te compré algo en Miami.

Las cejas de Lauren se alzaron por la sorpresa.

—¿A mí?

—Mhum.
Camila metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y luego
le tendió algo brillante. Lauren tomó una diminuta raqueta de tenis con
una pelota pegada en medio. Era un llavero.

—Es hermoso —dijo sonriendo sin dejar de mirar el inesperado


obsequio.

—Lo vi y me recordó a ti.

Lauren la miró sonriendo.

—¿Porque era tenista?

—Aún lo eres, Laur. Nunca dejamos de serlo.

—Gracias, me encanta.

—Le mandé a grabar tus iniciales aquí —le dijo mostrándole el


lugar.

En efecto, Lauren vio sus iniciales en la parte baja del mango de la


raqueta. Sin embargo, más atenta estuvo a la suavidad del brazo de
Camila que rozó el suyo cuando se acercó.

—¡Es genial! Fue un detalle muy lindo. Gracias.

Y una vez más, como tantas otras veces, sus miradas se


encontraron.

Camila le sonrió con su habitual matiz seductor.

—Ha sido un placer —susurró posando la vista en sus labios.


CAPÍTULO 37

Al día siguiente, la mañana la pasaron entre el gimnasio y la


cancha, fueron tres horas de intensa práctica. Sin embargo, y aunque
Camila se comportó bastante bien, solo manteniendo una mirada
intensa, Lauren sentía sus nervios aflorar con cada hora que pasaba.
Era incapaz de dejar de pensar en la cita que tendrían. Era la primera
vez en muchos años que saldría a solas con alguien; y también sin que
Taylor o su madre la acompañaran. Eso provocaba que su ansiedad se
sumara a su nerviosismo. Esperaba poder mantener su agitación bajo
control.

Y así, las horas del día se le fueron como el agua entre los dedos y
de pronto ya se encontraba en su habitación decidiendo qué ponerse
para ir a cenar con Camila Cabello. Con una sonrisa, ella le respondió
que usara algo elegante cuando le preguntó a dónde irían. En ese
momento se encontraba frente a su clóset eligiendo la ropa apropiada.
Después de un par de minutos de consideración, se decidió por un
conjunto de chaqueta y pantalón de color rosa empolvado,
combinado con una camisa negra y unas sandalias altas del mismo
color. Decidió dejarse el cabello suelto; se sombreó los ojos usando un
tono más claro que el del traje, al igual que el labial. Le gustó la imagen
que vio en el espejo. Cuando consideró que estaba lista, tomó una
cartera negra y se la colgó al hombro.

Lauren encontró a Camila junto a Taylor y a Clara en la sala.

—¡Vaya! Estás hermosa —le dijo su madre en cuanto la vio.

Ella solo tuvo ojos para la tenista, que estaba enfundada en un


vestido negro de tiros, largo hasta los tobillos con algunos diminutos
brillantes que simulaban caer en cascadas cruzándole la cadera.
Llevaba el cabello recogido, pero de igual modo se apreciaba sus tres
tonalidades.

—Gracias —contestó, aún sin apartar la mirada de Camila.

—Si estás lista, será mejor que nos vayamos. La reservación es para
dentro de media hora —le anunció.
Ella asintió.

—Buenas noches —dijo para despedirse de Taylor y Clara que no


dejaban de sonreír sin disimular sus emociones.

—Diviértanse. Por favor, tengan cuidado —le pidió Taylor mirando


a su hermana y luego a Camila.

—Lo tendremos —respondió la tenista.

Entonces se pusieron en marcha. Camila conduciría el auto de


Taylor, que le programó en el GPS la dirección del restaurante.

Ambas caminaron en silencio hasta el auto; fue la tenista la que se


adelantó a abrir la puerta.

—Gracias —susurró Lauren cuando pasó a su lado.

Sus miradas se cruzaron fugazmente y Camila le guiñó un ojo antes


de cerrar la puerta. Sin prisa rodeó el auto y pronto ya ocupaba el lugar
de piloto. Antes de pensar en poner la llave en el contacto, miró a la
mujer a su lado.

—Esto va a sonar a cliché, pero debo decir que estás hermosa —le
dijo con un tono salpicado de seducción.

El corazón de Lauren le dio un vuelco.

—Gracias —apenas pudo decir porque de pronto la garganta la


tenía seca—. Tú también lo estás.

La boca de Camila se curvó en una sonrisa capaz de infartar a


cualquiera, luego le guiñó un ojo y, sin dejar de mirarla, puso la llave en
el contacto.

—Toma mi mano si te sientes ansiosa. Sé que Taylor o Clara siempre


te acompañan —puso en marcha el auto y avanzó lento mientras
esperaba a que el portón del estacionamiento se abriera por
completo.

—Ellas no siempre estarán, así que es una buena oportunidad para


dar un paso más para superar mi ansiedad. Aun así, te lo agradezco.
Finalmente salieron a la carretera y Camila siguió la indicación del
GPS.

—¿Eso quiere decir que me estás utilizando como prueba para


regresar al mundo?

Lauren rio.

—Por si no lo recuerdas, fuiste tú quien insistió en que te


acompañara a “comer ligero” —dibujó comillas con los dedos.

La tenista rio.

—Y te agradezco que hayas aceptado.

—¿Me quedaba otra opción?

De nuevo ella rio.

—Ni una sola —respondió y le sacó la lengua.

Camila se relajó detrás del volante. Ya era de noche; el camino era


oscuro y serpenteante porque cuando Lauren buscó tranquilidad y
privacidad, las altas colinas que rodeaban el principado de Mónaco,
le resultaron perfectas. El silencio las envolvió unos instantes, sin
embargo, ninguna de las dos se sintió incómoda.

Lauren tenía una duda rondándole la cabeza desde hacía días y


tomaba fuerza cada vez que Camila le coqueteaba de algún modo.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —se arriesgó.

La tenista la miró.

—Por supuesto —respondió mirando de nuevo al frente.

—¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien? Quiero decir,
en una cita.

Camila se removió.

—En una cita, hace mucho tiempo que no sucede. Sin embargo…

Lauren se quedó esperando a que continuara; pasaron los


segundos y la tenista no pronunció palabra alguna, solo miraba al
frente y ella notó que aferró el volante con algo de fuerza.
—¿Sin embargo? —no quería presionarla ni ser indiscreta, pero la
curiosidad pudo más.

Camila no respondió de inmediato.

—He visto a Milka.

Las cejas de Lauren se alzaron. Esa respuesta no era del todo clara,
aun así, involucraba a otra mujer y eso le causó cierta incomodidad.

—¿A Milka Jones? —le preguntó para aclarar.

—Sí.

—Y cuando dices que la has visto, ¿te refieres a…?

La mano derecha de Camila aferró más el volante.

—A que de vez en cuando ella y yo… —carraspeó, pero continuó


mirando al frente— lo hacemos.

Golpe bajo. Lauren se quedó sin aire y el estómago se le contrajo.


Una sensación de vacío se alojó en su pecho.

—Entiendo —murmuró.

—No es que tengamos una relación o algo así.

—Pero ninguna de las dos sale con alguien y de vez en cuando


tienen relaciones.

—Nunca ha habido compromisos entre nosotras.

Lauren no dijo nada y de nuevo el silencio se hizo presente, solo


que esta vez era denso y sí, incomodaba. Cuando el auto salió a una
de las avenidas de la ciudad, el silencio murió.

—No es necesario que me des explicaciones, Camila. Esto es una


cena. No voy a negarte que me gustas, pero eso no implica que vaya
a suceder nada entre las dos.

Ahora el golpe bajo fue para la tenista. La idea de que no


sucedería nada entre las dos no le gustó ni una pizca. Ya la había
besado y quería volver a hacerlo. Una y mil veces más porque, después
de todo, ella y Milka solo se utilizaban para sus desahogos sexuales.
Ambas lo tenían claro. Sin embargo, Lauren era otra cosa, ella lo sabía
muy bien porque no se la sacaba de la cabeza. Porque no podía dejar
de mirarla. Porque adoraba ya su sonrisa. Y, aunque le costara
reconocerlo porque no estuvo dentro de sus planes, no quería dejar de
verla. Y sobre todo eso, sentía una necesidad imperiosa de cuidarla, de
hacerle el amor y de llevarla de la mano a donde ella quisiera.

De pronto la voz automática del GPS le indicó que girara a la


izquierda y unos metros después, llegaron al restaurante. Un parquero
se adelantó a abrirles las puertas del auto en cuanto se detuvieron.
Camila se apresuró a ir junto a Lauren al ver que había algunas
personas en la entrada del lugar. Sus ojos se buscaron y antes de que
alguna de las dos dijera o hiciera algo, sus manos se entrelazaron.

—Estoy contigo —le dijo Camila mirándola a los ojos y apretando


su mano para tranquilizarla.

Lauren respiró hondo y asintió. La tenista le guiñó un ojo y juntas se


encaminaron hacia la entrada pasando entre las personas reunidas
cerca de la puerta.

En minutos ya estaban sentadas en una mesa cerca de una


enorme ventana. Lauren notó que la mesa estaba un tanto apartada
en consideración con las demás; se preguntó si era una casualidad o si
Camila tuvo algo que ver con eso. Su duda quedó en el aire cuando
un mesonero se acercó diligente; él les dio la bienvenida y le
recomendó el vino de la casa. Camila ordenó dos copas y le anunció
que luego ordenarían la cena. El hombre se alejó para cumplir con la
orden.

—¿Estás cómoda? —le preguntó la tenista con verdadero interés.

—Sí, lo estoy. Gracias.

—Solo espero que puedas relajarte y disfrutar un poco de la


velada.

—Justo ahora estoy bastante tranquila.

—Me alegra. Y sobre que no es necesario que te dé explicaciones,


debo decir que te equivocas...
—En lo absoluto —la interrumpió.

Camila ladeó la cabeza y frunció los labios. Lauren sonrió, se


notaba que no estaba acostumbrada a que le llevaran la contraria.

—Te equivocas, Lauren Jauregui —insistió—. Porque, como te dije,


me gustas y mucho —recalcó—. Así que no solo quiero una cita
contigo.

—Ah, ¿no?

—No. Te repito, no tengo ningún tipo de compromisos con Milka. Y


si lo mencioné, es porque me gustan las cosas claras. Tendré mis
arrebatos y todo ese lío con mi ego del que tanto hablan, pero no suelo
mentir. Así que te lo digo, no solo quiero esta cita contigo.

—¿Entonces qué quieres?

Los corazones de ambas latían fuerte en sus pechos.

—Para ser sincera, quisiera comenzar por no regresar esta noche a


tu casa.

Lauren estuvo segura que su silla se estremeció. Camila era directa,


lo acababa de aprender en ese instante.
CAPÍTULO 38

—Eso no va a pasar —respondió Lauren con un tono relajado.

Camila sonrió.

—Lo supuse —frunció la nariz con un gesto travieso.

En ese instante llegó el mesonero.

—Con permiso —dijo y dejó las copas sobre la mesa frente a ellas
y procedió a descorchar la botella de vino, que luego sirvió—. Que lo
disfruten.

—Gracias —agradecieron al unísono.

El mesonero hizo una leve reverencia y se alejó de la mesa. Camila


fue la primera en tomar la copa y alzarla. Lauren la imitó.

—Por esta primera cita —propuso mirando con intensidad los ojos
de color esmeralda.

La mujer frente a ella sonrió con mesura.

—Salud.

Las copas tintinearon un segundo después. Ambas se llevaron la


copa a los labios, sus miradas estaban enlazadas; era como un embrujo
que les impedía dejar de mirarse. Camila volvió a sonreír cuando dejó
la copa frente a ella, luego juntó sus manos como si rezara y apoyó la
quijada en ellas.

—¿En qué piensas cuando me miras así?

La garganta de Lauren se humedeció con el vino, pero tras la


pregunta, se resecó en un instante. Carraspeó con disimulo para poder
hablar.

—No te miro de ningún modo.

—Sí lo haces. Tus ojos se llenan de una cierta… perspicacia.


Cuando lo haces, le agregas una intensidad que me hipnotiza.

—Yo… no me he percatado de ello —dijo girando la copa.


Camila bajó la mirada a sus manos; notó que sus dedos temblaban
y eso le gustó.

—No te lo creo, pero está bien. Creo que te hice una pregunta
demasiado personal.

—No es tan personal, es que no te miro de ningún modo.

Esta vez Camila rio y se llevó la copa de nuevo a los labios.

—De acuerdo. Cambiemos de tema, es mejor relajarnos.

Lauren frunció el entrecejo.

—¿Estás nerviosa?

La tenista se recostó de la silla.

—¿La verdad? Un poco.

—¿Por qué?

—Porque quiero que me conozcas. Que no solo veas a la jugadora


que hay en mí, esa que rompe raquetas y quiere irse de la cancha
cuando algo no va como quiere.

—Eso va a ser difícil —dijo casi riendo.

Camila soltó una leve carcajada.

—Me lo merezco. Pero soy una persona diferente fuera de la


cancha.

—Eso no es cierto, y no tienes que tratar de convencerme. Quiero


decir, yo también tenía mi temperamento cuando jugaba. Estás en
pleno juego, las cosas no salen como quieres, obviamente te frustras.

—Solo que mientras muchos lo manejan de otra manera, yo rompo


raquetas.

—Exacto.

—Eres una persona sin piedad, ¿lo sabías?

Lauren rio.

—¿Por qué dices eso?


—Porque estoy aquí tratando de que me mires de otra manera, y
tú me rebates todo sin piedad.

—No voy a consentir tus arrebatos.

La tenista rio.

—Haces bien, así tal vez logres que me porte mejor.

El tono con que lo dijo provocó que la garganta de Lauren volviera


a secarse. “¿Toda la noche iba a ser así?”, se preguntó.

—Eso quiere decir que sabes que no está bien lo que haces.

Camila respiró hondo.

—¿Hablas de romper la raqueta?

—Sí.

Se encogió de hombros.

—Cuando rompo la raqueta no es solo un arrebato o malcriadez.


Hacerlo me ayuda a disminuir la frustración que siento en ese momento.

—Lo entiendo, pero…

De pronto Lauren se interrumpió y Camila la vio tensarse en la silla


y mirar por encima de su hombro con un profundo temor. En un
segundo sus manos se aferraron al borde de la mesa como si fueran
garras.

—Tranquila —de inmediato le cubrió su mano derecha que tenía


más cercana a ella—, es el mesonero. Tranquila.

Y, en efecto, el hombre apareció junto a ellas. Lauren percibió su


cercanía mucho antes de que se acercara a la mesa.

—¿Todo está bien? —les preguntó él mirando con curiosidad a la


ex tenista.

—Sí, gracias —respondió Camila—. Denos un momento, por favor.

—Con permiso.
El mesonero se alejó y Camila buscó su mirada que reflejaba
miedo.

—Tranquila —susurró envolviéndole con las dos manos la suya—.


Todo está bien. Te miro, Lo. Nadie se acercará a hacerte daño.

La ex tenista cerró los ojos procurando tranquilizarse. No le


resultaba nada agradable que Camila la viera así. Hizo varias
inspiraciones y poco a poco aflojó el agarre al borde de la mesa,
entonces la tenista pudo meter la mano bajo la suya, palma con
palma, y la apretó para hacerse sentir. Casi de inmediato Lauren sintió
el roce en la parte baja de la mejilla, y abrió los ojos. Se encontró con
la mirada preocupada de Camila. Ella le deslizó los dedos por detrás
de la oreja y con el pulgar continuó acariciándola justo por debajo de
la marca de la quemadura.

—Tranquila —susurró de nuevo.

Lauren le sonrió porque ya de su temor apenas quedaban rastros.


Mirarse en los ojos de Camila espantó sus miedos.

—Gracias —musitó también.

La tenista le sonrió y con pesar, bajó la mano para envolverle la


suya por completo. Sin dejar de mirarla a los ojos, acercó su mano a los
labios y le besó los nudillos.

—No tienes nada que agradecer. Solo quiero que estés bien.

Lauren sonrió y, sin poder evitarlo, miró un poco a su alrededor.


Algunas personas de las mesas cercanas las miraban.

—Camz, nos miran.

Ella sonrió.

—Alguien siempre mira —dijo y le besó de nuevo la mano antes de


bajarla, pero no se la soltó.

—Eso es cierto —admitió sonriendo.

—¿Ya te sientes mejor?

—Sí. Gracias.
—Toma un poco de vino, ayudará a que te relajes.

Ella asintió y tomó la copa con la otra mano, no quería perder el


calor que le proporcionaba Camila. Bebió el vino que quedaba en la
copa.

—No es fácil para mí que alguien más presencie mis episodios de


ansiedad.

—No te preocupes por eso. Solo quiero que sepas que, mientras yo
esté a tu lado, nadie se acercará a ti.

—Pediste que la mesa estuviera alejada de las demás.

Camila bajó la cabeza y sonrió.

—No se te escapa nada, ¿cierto? —volvió a mirarla a los ojos.

—Difícilmente —dijo, pero no sonrió.

La mirada de la tenista se intensificó y ella lo notó. De inmediato un


delicado calor bajó por su pecho con dirección a su vientre.

—Me encanta el color de tus ojos —confesó Camila en un susurro—


. No he podido dejar de pensar en ellos desde que nos vimos la primera
vez.

Ahora fue Lauren la que bajó la cabeza, se sintió nerviosa, pero no


tenía nada que ver con su ansiedad, sino con lo que le provocaba
Camila cuando la miraba así.

—Tenía una relación cuando sucedió lo del ataque.

La tenista arqueó una ceja.

—Y me dices eso… ¿por?

Lauren sonrió y levantó la cabeza para mirarla.

—Porque quiero ser tan sincera como tú cuando me dijiste lo de


Milka. Y necesito que sepas que hace mucho tiempo que no estoy en
una cita. No sé si se hacen las mismas cosas que años atrás.

Camila soltó una leve carcajada. Le encantaba esa pizca de


inseguridad que a veces Lauren mostraba. Era una mujer fuerte, ella lo
sabía. Era segura, pero a veces se mostraba tan frágil que le provocaba
tomarla entre sus brazos, besarla y no soltarla nunca. ¿Eso era nuevo
para ella? Sí, nuevísimo. Por eso sabía que la atracción que sentía por
la ex tenista no era una aventura como la que tenía con Milka. Era algo
más y, aunque parecía complicado, tenía unas ganas dantescas de
complicarse.

—¿Qué hacías en las citas años atrás? —quiso saber. Pasó el pulgar
por los nudillos acariciándolos; sus manos continuaban unidas.

Lauren se encogió de hombros.

—Iba al cine con Hanna, hablábamos mucho. Reíamos.

—¿En ese tiempo no había besos? —la chinchó. La ex tenista sonrió


con mesura.

—Sí, había algunos —admitió y un ligero rubor alcanzó sus mejillas.

Su corazón le dio un vuelco cuando vio los ojos de Camila posarse


en sus labios.

—¿Entonces es posible que haya un beso en nuestra cita?

—Nunca beso en la primera cita.

—Si de aquí te llevo al cine, ¿cuenta como segunda cita?

Lauren rio.

—¿Tan desesperada estás?

—No tienes idea —susurró y sus ojos volvieron a pasearse por sus
labios, mientras ella se mordía el inferior.

—Deja de hacer eso —le pidió con un tono de súplica y bajó de


nuevo la cabeza.

Pero Camila no tenía fuerzas para resistirse, así que se acercó hasta
rozarle la oreja.

—No voy a dejar de hacerlo hasta que me beses —le susurró al


oído.
El calor de su aliento, su cercanía, el aroma de sus cabellos, todo
eso la hipnotizó por completo. Y una vez más su corazón se agitó.
Levantó la cabeza y se encontró con los ojos marrones brillando de
puro deseo, ella lo supo. Tragó saliva. El solo imaginarse besar a Camila
apasionadamente como lo anhelaba, la hizo sentir que todo su ser era
chispas capaz de incendiar las arenas del desierto. Sin poder evitarlo,
ahora fue ella la que miró los labios de la tenista.

—No voy a besarte aquí —murmuró.

La boca de Camila se torció con una sonrisa sensual.

—Entonces salgamos de aquí cuanto antes. Es hora de ordenar —


dijo y le hizo señas al mesonero para que se acercara.
CAPÍTULO 39

Camila caminó al lado de Lauren mientras se dirigían hacia la


salida del restaurante. En el lugar había más comensales que cuando
llegaron y ambas notaron que eran el centro de atención de algunas
mesas.

—Están decidiendo si pedir un autógrafo o no —le susurró la tenista


sonriendo—, así que apresúrate.

Lauren rio por lo bajo.

—¿No te gusta dar autógrafos? —le preguntó cuando ya


alcanzaban la puerta.

—No es eso. Es que tengo un interés muy grande por salir de aquí y
si piden uno —el portero del restaurante les abrió la puerta y salieron—
vendrán más.

Se detuvieron a esperar a que el parquero les trajera el auto.


Permanecieron juntas, por lo que podían mantener su conversación
confidencial.

—¿Y cuál es ese interés? —le preguntó Lauren con una sonrisa.

Camila sonrió. Nunca se imaginó que la ex tenista pudiera


juguetear de esa manera. Le encantó, así que le devolvió el gesto y se
acercó a ella. Con absoluta intención, bajó la mirada a su brillante
boca.

—Tus deliciosos labios —respondió con un ronco susurro.

Y Lauren fue testigo de cómo la tenista le devolvió la pelota. De


pronto sintió la garganta seca y un estremecimiento recorrió su cuerpo
entero. Su piel se erizó y un leve rubor les dio color a sus mejillas.

—Ya el auto está aquí —le anunció en lugar de responderle.

Camila sonrió traviesa y de inmediato se acercó al auto que justo


se detuvo en ese instante y le abrió la puerta. Le guiñó un ojo cuando
pasó junto a ella para acomodarse en el asiento del copiloto. Sin dejar
de sonreír, rodeó el auto y el parquero le cerró la puerta en cuanto ella
estuvo cómoda en su asiento.

—Entonces, ¿a casa? —preguntó Camila cuando se alejó del


restaurante.

—Si imaginas otro destino, estás equivocada.

Lauren la vio sonreír entre las sombras; las luces artificiales de afuera
pasaban fugaces.

—No cuesta nada una ilusión —ambas sonrieron. El silencio las


acompañó durante unos breves instantes—. ¿Disfrutaste la velada?

—Sí, la disfruté. Debo decir que eres una estupenda compañía.

—Gracias —sonrió—. ¿Eso me da los puntos suficientes para una


segunda cita?

Lauren rio y se giró un poco en el asiento para mirarla más de


frente.

—Lo tuyo es ir rápido, ¿cierto?

La tenista también rio.

—En algunas cosas —la miró y le guiñó un ojo.

—¡Por Dios!, ¿sueles ser así siempre?

—No. Solo cuando algo o alguien me interesa.

En ese momento ella tomó rumbo hacia la subida de la colina en


la que se encontraba asentada la casa de Lauren y el camino,
rodeado de árboles, se oscureció.

—Y vaya que sabes hacerlo —murmuró la ex tenista


enderezándose de nuevo en el asiento.

Camila se encogió de hombros.

—¿Para qué darle largas? Además, sé que te gusto.

Lauren solo pudo negar con la cabeza mientras sonreía. Y, una vez
más, el silencio las acompañó durante un tramo del camino.
—A unos doscientos metros, hay un mirador —comentó ella de
pronto.

—¿Quieres parar?

—Me gustaría… que vieras Mónaco desde acá.

Camila asintió y puso atención al camino hasta que divisó más


adelante el mirador.

—No lo vi al pasar —dijo ya adentrándose en el lugar. Había una


zona para estacionar cerca de un acantilado.

—Ibas distraída.

—Supongo —murmuró ya apagando el auto. Dio un vistazo


alrededor. Vio otro auto y un poco más allá, a una pareja que,
abrazada, disfrutaba de la vista.

—Vamos —la invitó Lauren abriendo ya la puerta y descendiendo.

Ella la siguió de inmediato. La brisa a esa altura era fría. El mirador


era amplio; se trataba de una zona que mezclaba concreto con áreas
verdes. Había también algunos bancos y hasta telescopios. Lauren
caminó hasta alcanzar la baranda de metal que bordeaba el risco.
Cuando ella la alcanzó, sintió que se quedó sin respiración ante la vista.

—¡Por Dios! —musitó.

—Llevo años aquí y aún no me decido si la vista me gusta más de


día o de noche —comentó Lauren sin apartar la vista del horizonte.

Las luces artificiales parecían tener vida propia. Titilaban en la


distancia, conjugándose con las autopistas por las que se desplazaban
las luces de los autos, convirtiendo la vista en una especie de universo
terrenal.

—Me encanta.

Lauren sonrió y la miró. Camila estaba realmente embriagada por


la belleza del lugar. El gesto que adornaba su hermoso rostro era el de
una niña. En ese momento su corazón latía fuerte y rápido. Después que
ellas se besaron en la cocina de su casa, por mucho que le gustó y lo
rememoró, nunca pensó que pudiera volver a pasar. Pero la tenista no
disimulaba ni una pizca su interés y mucho menos ocultaba sus ganas
de que se repitiera. Y ella… ella solo era consciente de las sensaciones
que sentía cuando pensaba en Camila o al imaginar que sus labios
volvieran a encontrarse.

—A mí también —dijo.

El tono de voz que usó llamó la atención de la tenista, que también


la miró; ambas, sin darse cuenta, se movieron hasta mirarse de frente.
Los ojos de Camila se posaron en los labios de Lauren unos segundos y
luego su boca se torció con una sonrisa.

—Este lugar es muy bonito y… —hizo una breve pausa y miró


alrededor, se fijó de nuevo en la pareja que en ese momento se
besaba. Ella también los miró. Sus ojos volvieron a encontrarse—
romántico.

Los ojos marrones se entornaron. Lauren tuvo que humedecerse los


labios.

—Sí, lo es.

Camila sonrió y, con absoluta delicadeza, estiró un brazo hacia ella


pidiéndole la mano.

—Hace mucho que no hago esto —le dijo y entrelazó los dedos
con los de ella. Y su corazón latió más rápido aún. Y sí, en el estómago
había mariposa, ella lo comprobó en ese instante.

Camila rio y comenzó a retroceder hacia un árbol llevándola con


ella.

—Por mi experiencia con el beso en la cocina, te puedo decir que,


para no haberlo hecho en mucho tiempo, recuerdas muy bien lo
básico.

Lauren rio y le palmeó la mano con que la sujetaba. Riendo


también, la tenista se recostó del tronco del árbol y la acercó un poco
a ella, entonces le soltó la mano. Dejaron de sonreír, pero no de mirarse.
Los ojos de color esmeralda brillaban tanto como los marrones. El
corazón de la ex tenista bombeaba poderoso en su pecho,
obligándola a controlar su respiración, a entreabrir los labios para
encontrar un poco de aire.

Fue Lauren la que, temblando, posó las manos en las caderas de


Camila, pero bajó la cabeza. Los labios de la tenista se posaron en su
frente al tiempo que le envolvió las mejillas, luego las bajó por su cuello
hasta llegar a sus hombros.

—¿Tienes frío?

—No —susurró.

Las manos de Camila bajaron por sus brazos. Fue cuando Lauren
levantó la cabeza y sus cuerpos se acercaron hasta rozarse. Sus ojos
volvieron a toparse. Ella contuvo la respiración cuando se acercó a los
labios de la tenista, los rozó con suavidad y los encontró entreabiertos,
como si buscaran encajarse a los suyos.

Lauren se alejó apenas lo mínimo y ambas soltaron el aire que no


sabían que contenían. Entonces Camila deslizó los brazos por su cintura
y la rodeó, pegándola por completo a su cuerpo.

—Te quiero así —susurró roncamente.

Y eso bastó para que sus labios volvieran a unirse, solo que esta vez
de una manera hambrienta. Sus bocas se unieron húmedas, calientes.
Se devoraron como si llevaran una vida infinita esperando por volver a
sentirse. Camila la apretó más contra su cuerpo y las manos de Lauren
aferraron la tela del vestido que cubría su piel. Ambas gimieron en sus
bocas cuando sus lenguas se encontraron como dos serpientes en
pleno apareo.

Y la brisa fresca desapareció de su alrededor para trasladarlas al


pie de un volcán, donde del aire era caliente, hasta el punto de hacer
arder su sangre, cada fibra de sus pieles y de provocar latidos en los
lugares más sensibles de sus cuerpos.

Hambre… hambre era lo que había en ese encuentro de labios y


lengua que comenzó siendo un roce. El deseo las envolvió dejando solo
el instinto primario de buscar satisfacción. Las manos de Camila
recorrían la espalda de la mujer entre sus brazos, mientras su piel ardía
por sentir las caricias de esos dedos hábiles y traviesos que se movían
ansiosos por encima de la tela de su vestido.

Y el aire, que ya se hacía demasiado caliente, las obligó a darse


un respiro. Camila gimió cuando los labios de Lauren se separaron de
los suyos, pero el calor de su aliento la quemó, evaporando cualquier
pensamiento razonable.

—¿Ves? No lo olvidas —jadeó roncamente.

Lauren la besó y rio contra su boca.

—Me haces recordarlo muy bien.

—Es bueno saberlo. ¿De verdad quieres ir a tu casa? —le preguntó


con un tono quejumbroso.

La ex tenista asintió. Ella no podía ocultarle a Camila que la


deseaba, estaba segura de que ella se daba cuenta por el calor que
desprendía su piel y lo agitada de su respiración. Además, sus ojos de
seguro también se lo gritaban, pero una cosa era besarse y otra,
dejarse llevar por el deseo; aunque si Camila continuaba cerca de ella
y coqueteándole con tal descaro, no podía jurar que no terminara
dejándose llevar. Su entrepierna ardía y eso no era algo fácil de ignorar.
De ninguna manera.

—Sí —respondió aunque todo su ser gritaba por lo contrario.

Camila la besó y gruñó una protesta contra su boca. El beso se


alargó un poco, pero esta vez fue más sosegado, sensual. Las lenguas
se encontraban, se enredaban y luego dejaban que los labios
danzaran un vals melodioso y dulce.

Lauren fue quien rompió el beso y juntó su frente con la de ella.

—Ahora estamos solas.

Camila miró a su alrededor. La pareja ya no estaba y el auto


tampoco.

—Solo las luces de la monarquía nos acompaña.

La ex tenista rio.
—Es mejor que nos pongamos en marcha —le dijo tomando su
mano e instándola a moverse.

Camila se alejó del tronco del árbol con un gruñido que hizo reír de
nuevo a Lauren.

—De acuerdo.

En pocos instantes, ya se encontraban dentro del auto y la tenista


lo puso en marcha. Cuando ya estaban en camino, en medio de la
oscuridad que reinaba en el interior del auto, Camila buscó la mano de
Lauren. Sus dedos se entrelazaron y así permanecieron hasta que
minutos después, llegaron. No bajaron de inmediato, ambas se
quedaron mirando en silencio hacia la casa.

—Esto ha sido… muy lindo —dijo Lauren. Camila la miró sonriendo.

—Se repetirá, ¿cierto?

—Sí —respondió imitando su gesto.

—Quiero volver a besarte, pero si lo hago, estoy segura que no


dormiré.

Lauren rio.

—¿Por qué lo crees?

—Porque pasaré la noche tratando de no ir a tu habitación.

El auto se llenó de la risa de la ex tenista.

—Eres terrible —fue todo lo que pudo decir.


CAPÍTULO 40

El día apenas comenzaba a despuntar cuando Lauren despertó.


Fue abrir los ojos y recordó los labios de Camila. El beso que
compartieron la noche anterior había sido apasionado; su cuerpo se
llenó de deseo al rememorar su lengua enredada con la de la tenista.
Y sus manos recorriendo su espalda y caderas, fue como despertar de
un largo sueño. ¿Fue necesario que Camila apareciera en su vida para
recordar que era mujer? Al parecer la respuesta era sí, porque su piel
últimamente estaba muy sensible. Como en ese instante. Recordar su
cuerpo pegado al de la tenista la hizo necesitar una larga ducha con
agua fría.

Cuando Lauren llegó a la cocina, se encontró con su hermana,


que pelaba y cortaba algunas frutas para desayunar. En ese momento
la cocina olía a melón.

—Buenos días —la saludó mientras iba directo a la cafetera.

Taylor no le contestó de inmediato, solo la observó con una ceja


arqueada.

—Buenos días —respondió luego—. Te ves muy… húmeda.

Lauren casi escupe el café y la ceja de su hermana se alzó un poco


más.

—¿Húmeda? ¿De qué hablas?

—Tu cabello casi gotea, parece que acabas de salir de la ducha.


Nunca te vi así de fresca tan temprano.

Ella no supo qué decir, así que para no tener que responder, volvió
a beber de su café. Taylor la observó unos segundos, luego se encogió
de hombros y prestó atención a la fruta que cortaba. Pero antes de que
alguna de las dos pudiera volver a decir algo, se oyeron unos pasos.

De prontos los ojos de color esmeralda se encontraron con los


marrones. Lauren supo que era imposible, pero los latidos de su corazón
parecieron tener música. ¿Era sano que latiera así de fuerte y rápido?
Definitivamente la próxima vez que viera al doctor Green, le
preguntaría.

—Buenos días —saludó Camila sin dejar de mirar a Lauren


compartiendo ambas una sonrisa cómplice.

Taylor se quedó contemplando la escena. Estaba segura de que,


si fueran parte de una película, en ese instante estaría sonando la
canción más dulce de toda la historia; tal vez algo así como “That you
can do”. O quizás la que interpreta Jennifer Love Hewitt, “My only love”.
Algo así de empalagoso. Ella era una romántica empedernida, pero al
menos asumía cuando alguien le gustaba. En cambio su hermana era
otra cosa; allí estaba, con los ojos brillando y con una sonrisa
embelesada dibujada en el rostro solo por tener en frente a Camila
Cabello.

Taylor bufó para sus adentros. Si la tenista andaba volando por la


estratósfera de tan inflado que tenía el ego, su hermana andaba
planeando junto a ella por lo enamorada que estaba. Y era capaz de
negárselo si la enfrentaba. Negó con la cabeza y volvió a las frutas que
tenía sobre la encimera.

—Buenos días —apenas pudo murmurar Lauren.

—¿Cómo estás?

—Bien.

Ahora Taylor rodó los ojos. ¿Acaso eran niñas?

—Estoy preparando una ensalada de frutas, ¿se apuntan? —les


preguntó para acabar con la empalagosa escena.

Lauren y Camila intercambiaron miradas.

—Sí —respondieron al unísono.

Entonces la tenista terminó de adentrarse en la cocina y se dirigió


al refrigerador. Fue cuando Lauren notó el pantalón que esta llevaba
puesto. Era de color blanco y le llegaba a mitad de los muslos, pero se
ajustaba tan perfectamente a su silueta, que estuvo a punto de escupir
el café por segunda vez en tan solo minutos.
Taylor, que las observaba atenta, se percató de cómo los ojos de
su hermana se fueron tras el trasero de Camila; le lanzó la uva que
estaba a punto de cortar. Atinó a pegársela en el cuello. Lauren se
sobresaltó y soltó un gritito que llamó la atención de la tenista, que ya
se había hecho con una botella con agua.

—¿Qué pasó? —le preguntó con sincera preocupación.

Lauren reaccionó rápido y se quitó la uva del cuello antes de que


Camila se diera cuenta.

—¡Nada!

La tenista la miró con curiosidad, pero luego se encogió de


hombros. Taylor recibió una mirada asesina de parte de su hermana; sin
embargo, eso no evitó que desayunaran tranquilamente y poco
después fue hora de ir al gimnasio. El verdadero suplicio para Lauren
comenzó cuando fueron a la cancha. No podía apartar la vista del
trasero de Camila.

—Al menos disimula, ¿no? —murmuró Taylor.

Lauren gruñó en respuesta y también le dedicó una mirada


significativa a Camila. Desde que llegaron a la cancha, ella sospechó
que la tenista se puso ese pantalón sabiendo lo perfecto y ajustado que
le quedaba. Su sonrisa ladina y su mirada salpicada de deseo,
comenzaba a delatarla. Pero sobre todo eso, quedaba en evidencia
cuando le daba la espalda y movía con lenta cadencia las caderas.
Lauren se mordía el labio inferior sin poder contenerse. Y a esa
maravillosa vista, se sumaba el recuerdo de sus bocas unidas y al calor
de sus cuerpos contra un árbol en el mirador. La ducha fría no le sirvió
de nada; no después de ver ese pantalón blanco moldeando la figura
de Camila Cabello.

Bien, en el tenis su padre le decía que usara todas sus armas. Y ella,
como buena aprendiz, solía trasladar ese consejo a su vida personal.
Esa mañana, mientras se alistaba para su rutina de entrenamiento, se
topó entre su ropa con su short blanco preferido. Le encantaba la
forma en que se ajustaba a sus caderas y muslos, pero sobre todo, a su
trasero. Lo realzaba de una manera que le encantaba. Y lo mejor era
que atraía miradas. Y justo eso era lo que buscaba cuando, sonriendo,
decidió ponérselo. Atraer a Lauren, tentarla. Y vaya que lo logró.

Ella la deseaba, ambas lo sabían y la verdad es que la paciencia


no era una de sus cualidades; todo lo contrario. Así que no quería
esperar a una segunda cita para tener oportunidad de volver a besarla,
de acariciarla, de sentirla contra su cuerpo.

Lauren tal vez se había ocultado del mundo en una especie de


burbuja, pero era una mujer en toda la extensión de la palabra. Ella lo
sabía, se daba cuenta por la forma en que brillaban sus ojos; por la
manera en que se contenía ante determinadas situaciones. Detrás de
su imagen serena, estaba segura que había una mujer apasionada y
ella quería descubrirla. Sacarla de esa burbuja. Quería mostrarle que no
debía temer al ardor de la piel, al deseo, a los besos húmedos. A la
entrega.

Tras terminar las prácticas, Camila se quedó pululando por la casa,


charlando con Taylor, con Clara, buscando la mirada de Lauren que
de pronto encontró esquiva. Pero también detectaba en el color
esmeralda deseo. No habría segunda cita, ella lo sabía ahora. O tal vez
sí la habría, después que ella se deleitara con los besos de Lauren
Jauregui, con su piel, con su cuerpo. ¡Dios!, ahora no podía pensar en
otra cosa que no fuera en hacerle el amor.

Y así, la tarde llegó y la noche fue tras ella como si necesitara ser
testigo de cómo los mortales se entregan a la pasión. Hacía ya casi dos
horas que Camila se había despedido de sus anfitrionas, en ese
momento se encontraba acostada revisando en su teléfono sus redes
sociales cuando algo llamó su atención. Afuera de su habitación el
pasillo estaba iluminado, por eso captó el movimiento de la sombra de
alguien cuando se acercó a su puerta.

Camila contuvo la respiración cuando vio el picaporte girarse y la


puerta abrirse apenas un resquicio. Ella se incorporó y se sentó en la
cama; su corazón latía fuerte cuando dejó el teléfono sobre la mesa de
noche.
—¿Duermes? —Lauren abrió más la puerta.

Camila sonrió y se levantó.

—No.

La ex tenista terminó de abrir la puerta lo necesario para entrar y


luego la cerró detrás de ella. Camila oyó el clic de la cerradura al pasar
el seguro. Solo una lámpara de una de las mesas de noche estaba
encendida, por lo que la iluminación de la habitación era tenue. Lauren
se recostó de la puerta con los brazos a su espalda. Estaba nerviosa,
Camila lo notó y la llenó de una ternura infinita. Por eso fue hacia ella
como si acercara a un cervatillo herido. Lauren le sostuvo la mirada
hasta que estuvo a escasos centímetros de ella; al punto de que sus
respiraciones rozaban la piel de la otra. Sus miradas brillaban con una
mezcla de ansiedad, deseo, ternura… de anticipación.

Camila sonrió y con la mano algo temblorosa, le acarició con el


dorso de los dedos la mejilla marcada.

—Me encanta que estés aquí —susurró.

Lauren temblaba, pero no deseaba estar en otro lugar. Ella cerró


los ojos al sentir el leve cosquilleó que le provocó la caricia de Camila
en la mejilla. Con una sonrisa, ladeó la cabeza para que su mano la
acunara. Cuando Lauren abrió los ojos, la tenista quedó hipnotizada
con su brillo.
CAPÍTULO 41

Camila volvió a acariciar su mejilla y luego deslizó la mano hasta


envolver su nuca. Lauren cerró los ojos cuando ella se acercó para
juntar sus frentes. Su corazón latía de una manera insana, y su cuerpo…
su cuerpo era una llamarada. Cuando decidió ir a la habitación de la
tenista tenía miedo, y continuaba embargada de temor, pero su piel
anhelaba sentir a Camila en ella. En su mente solo sabía eso, así que
como una autómata, fue en su búsqueda.

Camila acarició su nuca con el pulgar al tiempo que la rodeó por


la cintura con el brazo derecho para juntar sus cuerpos. Ambas se
estremecieron y el calor las envolvió; jadearon ya sintiendo la agitación
que les provocaba el irrefrenable deseo.

—Lo hiciste a propósito —murmuró Lauren.

Camila rio y la besó fugazmente en los labios.

—¿Qué cosa?

—Provocarme —respondió con la voz ronca.

De nuevo Camila la besó, pero esta vez no fue fugaz; esta vez se
quedó pegada a su boca como si necesitara de ella para respirar.
Lauren gimió cuando la apretó más contra su cuerpo y la hizo moverse.
Comenzaron a retroceder. La lengua de Camila invadió su boca y ella
le dio la bienvenida enredando la suya con esa sensual serpiente que
la tentaba.

Camila bajó la mano que permanecía en la nuca, recorrió su


espalda en su descenso y sintió no solo su temblor, también su calor.
Lauren vestía una clásica pijama de camisa de manga larga y pantalón
ancho. Quemarse en su piel sería fácil cuando la despojara de ella.

La tenista detuvo su avance al sentir que chocó contra la cama,


fue entonces cuando acabó el beso, pero no se alejó de su boca; la
dejó a su alcance para rozar sus labios.
—Soy culpable, te he tentado —admitió jadeando—, y no quiero
parar, Laur. Te deseo como una loca —su voz ronca no dejó dudas de
que así era, y su mirada brillante, tampoco.

—No pares —murmuró antes de buscar su boca.

Y el calor de sus cuerpos les habló; se deseaban. Sus manos


recorriendo curvas y senderos las llenaban de sensaciones que las
estremecía, que agitaba sus respiraciones evaporando el aire que las
envolvía. Las manos de Lauren descendieron siguiendo un
serpenteante camino hacia la estrecha cintura de la tenista, pasó por
sus caderas y se deslizaron por detrás hasta apresar las nalgas que, bajo
la tela del short, durante toda la mañana se convirtió en el blanco de
su deseo. Camila jadeó en su boca y luego sonrió apenas separando
sus labios.

—Ya veo que algo te interesa de mí.

Lauren extendió los dedos y apretó la carne de las nalgas.

—Puedes jurarlo.

Pero ya ninguna de las dos quería más juegos, lo entendieron


cuando sus bocas volvieron a unirse. La forma en que se movían sus
labios contra los otros, con la necesidad imperante de sentirse, de
saciar la sed de la una por la otra, hablaba por ellas. Mientras Lauren
tenía entre sus manos el objeto de sus deseos, Camila buscó el suyo.
Aunque entre sus cuerpos había apenas espacios, subió las manos
hasta apresar los turgentes senos de la ex tenista por encima de la tela.
Lauren rompió el beso al jadear y echó la cabeza hacia atrás, lo que
aprovechó ella para morderle la mandíbula y descender por el centro
de su garganta, dejando besos y leves mordiscos hasta llegar a la base
del cuello.

—Dios, hueles tan bien —susurró roncamente antes de lamer un


poco la piel.

Lauren se estremeció. Era delicioso la manera en que la tenista


masajeaba sus senos y frotaba con los pulgares sus pezones. Dios, y eso
era solo el inicio. No quería imaginar cuando la tocara en ese lugar que
ardía hasta enloquecerla. Pero ella sabía que Camila no se conformaría
con tan poco, la tenista siempre quería más. Por eso, mientras besaba
su cuello largo y delicado, buscó los botones de la camisa del pijama;
en escasos segundos fueron historia.

Lauren tomó aire y Camila volvió a unir sus frentes cuando, con
delicadeza, deslizó la tela desde el centro de su pecho hacia los
hombros. Se maravilló al ver los senos coronados con aréolas rosadas y
los duros pezones.

—¡Dios! —jadeó y terminó de deslizar la tela hasta que cayó a los


pies de la mujer entre sus brazos. Ella la miró a los ojos—. Eres tan
hermosa — susurró y acunó sus mejillas.

En ese momento Camila se debatía entre la imperiosa necesidad


de tomarla, de saciar su deseo y la ternura que le provocaba su mirada
y sus labios entreabiertos y temblorosos. Quería llenarla de caricias que
nunca antes hubiese sentido, de besos que le supieran a rocío, a miel;
a la luz de la luna cuando la noche es demasiado oscura para develar
secretos.

—No tienes idea de cuánto lo eres tú —le rebatió Lauren en un


susurro.

Y fue ella la que llenó todo de urgencia cuando buscó el borde de


la camiseta de Camila y en una milésima de segundos, se la sacó por
arriba, obligándola a levantar los brazos. La prenda fue a dar a
cualquier lugar en el mismo instante en que sus cuerpos chocaron.

Ambas gimieron cuando sus senos se rozaron. Camila la rodeó de


nuevo por la cintura, haciéndola girar y, con algo de impaciencia,
apoyó una rodilla sobre el colchón y la llevó con ella. Lauren rebotó
sobre la cama, pero de inmediato su cuerpo fue cubierto por el de la
tenista y no hubo lugar para nada. Sus pieles calientes las quemaron y
se estremecieron. Eso era química pura.

Camila buscó su boca con absoluta necesidad y sus lenguas se


encontraron una vez más. Era maravillosa esa danza en que
derrochaban deseo, haciéndolas conocer los límites de la excitación.
Sí, porque la excitación humedecía sus lugares íntimos, derramando
fuego cual volcán en erupción. El muslo entre las piernas de Lauren
presionó su centro y ella arqueó la espalda en respuesta, retrocediendo
la pelvis, para luego elevarla en busca de más contacto, de alivio.

Fue Lauren también la que gimió en protesta cuando la boca de


Camila abandonó la suya, de pronto no sabía cómo respirar sin ella;
pero el río de besos y lamidas que dejó de camino hacia su pecho
compensó la ausencia. Ella levantó la cabeza para mirar; ver a la
tenista abrir la boca y engullir su seno con hambre fue lo más erótico
del mundo. Cerró los ojos y arqueó la espalda; sus dedos volaron a la
cabeza de Camila. Ella no tuvo delicadeza, solo necesitaba calmar sus
ansias, así que succionó ese duro pezón que la esperó en lo que
pareció una vida entera. Sentir los dedos de Lauren entre sus cabellos,
moviéndose, instándola a que continuara, la elevaron a niveles
insospechados. Solo deseaba que la sintiera, hacerla disfrutar de cada
instante que la tuviera entre sus brazos.

Lauren se mordió los labios y arqueó la cabeza con cada lamida y


mordisco; y casi gritó cuando Camila se deslizó para prestarle la misma
atención al otro seno. Estaba segura que terminaría con los labios
sangrando.

—Oh, Camila, no pares. No pares —jadeó suplicante.

Escucharla pedir eso casi hizo volar la cabeza de Camila. Ya de


por sí se contenía para no devorarla en segundos, porque ella también
quería deleitarse, conocer cada centímetro de su cuerpo, saborearla,
hacerla estremecer como el viento a una hoja. Jadeó cuando su boca
abandonó el seno para subir de nuevo a ella.

—Vas a volverme loca, Lo —le confesó pegada a su boca y luego


le mordió el labio inferior.

Le dio un beso fugaz también y le sonrió, pero se alejó un poco.


Arrodillada entre sus piernas, sin dejar de mirarla a los ojos, dibujó su
figura con las manos mientras descendían una vez más. Lauren contuvo
la respiración cuando sintió los dedos perderse debajo de las costuras
del pantalón. Entonces la tenista se alejó llevando la prenda con ella.
En segundos le sacó el pantalón del pijama. Sus ojos marrones
recorrieron su cuerpo tembloroso sobre la cama; solo una hermosa
prenda de encaje de color negro cubría su intimidad. Ese hermoso
paisaje la excitó aún más, así que para darse un poco de tiempo y
calmarse, ella terminó de quitarse la ropa. Vibró cuando los ojos
esmeralda la recorrieron sin pudor alguno, pero con el deseo
destellando en ellos.

Sonrió y volvió a tenderse sobre ella.

—No tienes ni la más remota idea de cómo he imaginado este


momento — le susurró.

Las manos de Lauren recorrieron los hombros de Camila antes de


que volviera a descender por su cuerpo dejando mordidas y lamidas a
su paso, deteniéndose para delinear su ombligo y hundir la lengua
dentro de él.

—Camz, no hagas eso —le pidió con una risita.

Pero su petición fue ignorada. Camila volvió a dibujar el contorno


de su ombligo, entonces fue que continuó su camino para besar
ardientemente su vientre. Se deleitó yendo de un extremo a otro de sus
caderas, bordeando el encaje del pantys. La piel de Lauren era tan
suave y caliente que resultaba adictivo. Mientras sus manos la recorrían
desde los tobillos hasta los muslos, ella la derretía con sus sensuales y
carnosos labios.

Lo que Lauren no se imaginó, es que en el instante que Camila vio


el encaje del pantys cuando le quitó el pantalón, lo único que deseó
fue quitárselo con los dientes… y vaya que lo haría.
CAPÍTULO 42

Lauren se sintió delirar; diminutas pero deliciosas corrientes


eléctricas recorrieron todo su ser. ¿Cómo se describe esas deliciosas
sensaciones que surcan el cuerpo de una mujer en los momentos de
pasión? No existen palabras, no hay poeta que le ponga nombre. Esas
sensaciones son el maravilloso privilegio del ser más perfecto hecho por
Dios.

Lauren tenías ganas de llorar y de reír; su cuerpo se retorcía bajo


las manos, bajo los labios de Camila. Se llevó las manos a la boca
cuando sintió los dientes rozarle la piel y luego el pantys bajó un poco.
Jadeó en respuesta, cerró los ojos y se mordió los dedos por lo erótico
del momento. No pudo resistirlo, levantó la cabeza y vio como la
prenda se deslizaba por sus muslos. Camila utilizaba los dientes para
despojarla de la prenda; cuando movió un poco las piernas, esta
levantó la cabeza sin soltar la tela. Sus ojos brillaron y un intenso
corrientazo la hizo bajar la cabeza de nuevo y volvió a morderse los
dedos.

La prenda cayó al suelo. Ahora estaba desnuda ante ella, ante


Camila. Su cuerpo vibró; ardía, se retorcía sobre la cama de puro
placer.

—Mírame —le pidió Camila.

Lauren le obedeció. El color esmeralda se encontró con el marrón


de sus ojos y ella supo que nunca, jamás, olvidaría ese instante. Contuvo
la respiración cuando la tenista le rozó el tobillo del pie izquierdo y fue
subiendo por su pierna a medida que volvía a ella. Apoyó una rodilla
entre sus muslos y segundos después volvieron a unirse. Sus pieles ardían
más, como si fuera posible.

Camila buscó su boca y comenzó entonces una danza erótica. Sus


cuerpos suaves se frotaban incrementando el calor; ambas podían
sentir lo duro de sus pezones contra sus pieles, sus senos se encontraban
acompañando la cadencia. Las manos de Lauren la recorrían libres y
ávidas hasta que alcanzaron esas nalgas firmes y redondas que la
enloquecieron. Las aferró empujándole contra su pelvis que se elevaba
para ir a su encuentro.

Los gemidos que brotaron de sus gargantas las obligaron a romper


el beso húmedo que unía sus labios.

—Oh, Laur… —jadeó roncamente Camila sin dejar de besar su


rostro.

Sus manos que estaban enredadas entre sus cabellos,


descendieron ya impaciente recorriéndola; sus cuerpos mantenían esa
danza sensual que friccionaba sus pieles. Camila levantó la cabeza
para mirarla cuando le separó los muslos y se acomodó entre sus
piernas.

—Si no te das prisa… acabaré antes de que me toques —susurró


Lauren instándola a apurarse. Su vientre pulsaba por liberar la fuerza
acumulada de su excitación.

Camila sonrió contra su boca.

—Qué impaciente —murmuró cuando sus dedos rozaron ya el


triángulo que palpitaba por sentirla.

La espalda de Lauren se arqueó ante la anticipación. La tenista


movió los dedos acariciando la sensible piel, sentía el calor que brotaba
de sus pliegues. Su cuerpo estaba tenso, la anticipación también
hundía las garras en su ser. Muchas veces imaginó tener a Lauren así,
entre sus brazos, llenándose de su calor, pero la realidad deshacía
como pétalos de una flor cada una de sus fantasías.

Volvió a rozar sus labios, consumiendo su aliento cálido; abajo, sus


dedos delinearon sus pliegues y cuando venía de regreso, se fue
sumergiendo en ellos. Lauren cerró los ojos, gimió y se abrazó a ella.
Pero Camila supo dejar espacio entre ellas para que sus dedos fueran
en busca de más. Y la humedad que encontró la golpeó dejándola
casi inconsciente. ¿Cómo era posible? Gimió intensamente sin poder
evitarlo y entonces su control pendió de un hilo.

Debajo de ella, Lauren se retorció, sintió que estaba al borde. Su


cuerpo lo sabía también, por eso su pelvis se elevó en busca de
contacto, y lo encontró. Los dedos de Camila resbalaron por ella
explorando, haciéndola temblar cuando dibujó su clítoris y juntas
gimieron. El travieso dedo se quedó sobre el sensible botón de carne,
frotándolo a un ritmo agobiante. Sus cuerpos ya húmedos continuaron
moviéndose en su danza carnal que llenó la habitación con la música
de sus gemidos, jadeos y respiraciones agitadas.

Camila hundió el rostro en el hueco del cuello de Lauren. Lo que


sentía la elevaba más allá de lo que conocían los mortales. Gimió.
Gimió una y otra vez porque la mujer debajo de ella no dejaba de
retorcerse, no dejaba de exigir de su cuerpo más calor, más placer.

—Tómame —jadeó Lauren en su oreja.

—Oh, Dios —susurró—. Sí. Sí.

Y Camila no fue capaz de ser paciente cuando ella separó aún


más los muslos. Sus dedos resbalaron en su sexo hacia un único destino.
Lauren arqueó de nuevo la espalda cuando se sintió llena de ella.
Camila empujó los dos dedos con que la tomó hasta lo más profundo
de su vientre. Todo dentro de ella era calor. En ese instante las dos eran
un solo ser. Durante unos segundos se quedó absorbiendo lo
maravilloso, lo embriagante que era.

¿Había otra manera de vivir que no fuera dentro de ella?

Lauren sentía su vientre arder, pero la locura se hizo tangible


cuando Camila comenzó a entrar y salir. Empujando una y otra vez
dentro de ella, lanzando poderosas ráfagas de placer por todo su ser.
Los gemidos de ambas se confundieron; la tenista mantenía su cuerpo
pegado al suyo, empujando también la pelvis contra ella para llevarla
a lo más profundo a medida que la cadencia se incrementaba.

Camila sintió a la mujer debajo de ella tensarse, los gemidos de


placer ya eran entrecortados, el clímax se acercaba y su vientre
también bullía por la excitación. Solo bastaron unos pocos y fuertes
empujes más y sintió las pulsaciones en sus dedos. Se deleitó, sonrió y
tuvo ganas de llorar. Lauren hundió las uñas en la piel de su espalda y
su pelvis se quedó en el aire. Su rostro se contrajo también con un gesto
de absoluto placer. Su respiración se paralizó varios segundos… los
segundos que duró el poderoso orgasmo que hizo temblar su vientre. Y
después el aire desapareció de su alrededor. Su cuerpo se relajó y los
jadeos en busca de aire llenaron el lugar.

Camila se movió sobre ella para alcanzar sus labios entreabiertos y


los rozó respirando también su aliento cálido. Sonrió complacida.
Lauren mantenía los ojos cerrados, pero tenía una leve sonrisa
curvando su boca. No se resistió, movió un poco los dedos que aún
permanecían dentro de ella.

Lauren gimió y abrió los ojos con un gesto de sorpresa.

—¿Quieres matarme?

Camila rio traviesa y la besó fugazmente.

—No. Quiero sentirte.

—¿Y no te basta con lo que acabas de hacer?

—La verdad, no —los ojos marrones estaban muy oscuros—. La


verdad es que necesito de ti…, ya —susurró. Con delicadeza, salió de
ella y se movió, arrastrándola hasta que intercambiaron posiciones.
Lauren se sorprendió cuando, sin dejar de mirarla a los ojos, ella le tomó
la mano y la acercó a su sexo. Luego separó sus dedos medio y anular,
y lo deslizó dentro de su intimidad.

Todo el mundo de Lauren quedó eclipsado por esa declaración.


Lo cierto es que se imaginó llenándola de besos, caricias que la
conducirían al orgasmo como lo hizo Camila con ella, pero la urgencia
de su vientre aceleró su plan.

Lauren enderezó los dedos y los hundió dentro de ella.

Estaba húmeda.

Estaba caliente.

Era delirante tener a Camila Cabello así. Sin perder un segundo,


alcanzó su boca y la besó en el mismo instante en que comenzó a
friccionar los recovecos de su sexo. Sintió su humedad desbordarse y los
gestos de placer de la tenista le decían que su excitación estaba al
borde. El calor las envolvía, los gemidos volvieron a ser música y la piel
torturada por los arañazos del placer.
Camila tenía los ojos cerrados, sintiendo, absorbiendo cada
exquisita sensación que le provocaban las embestidas de Lauren. Ya
estaba al borde y su cuerpo se movía por puro instinto, por completo
entregado. Con desesperación ya, la rodeó por las caderas con las
piernas, dándole libertad para llegar a lo más profundo de su vientre en
cada embestida de sus dedos. Se sintió flotar cuando el orgasmo
explotó. Las pulsaciones fueron intensas, prolongadas, exquisitas.
Lauren acalló su grito con un beso que le arrancó un poco de sí misma.

Tras la tormenta, llega la calma. Con lentitud Camila bajó las


piernas, liberando a Lauren y entonces ella retiró los dedos de su
intimidad. La tenista gimió pesadamente, se retorció, y lanzó al aire un
profundo suspiro. Y ahora sobre la cama se encontraban dos cuerpos
sudorosos, que poco a poco comenzaron a respirar con calma.

Lauren se quedó sobre ella, besando la base de su cuello,


disfrutando de su calor, grabando en su memoria el aroma de su piel.

—¿Sabes qué hago en este momento? —le preguntó Camila sin


abrir los ojos.

Lauren la miró.

—No. ¿Qué haces?

La tenista sonrió, pero continuó sin dejar ver el marrón de sus ojos.

—Me doy palmaditas en la espalda, felicitándome por elegir ese


short blanco —finalmente abrió los ojos y sonrió con absoluto deleite—.
Creo que ha sido mi mejor adquisición.

Lauren no pudo hacer otra cosa que reír. Su carcajada llenó la


habitación.

—Eres una maldita descarada, ¿lo sabías?

Camila rio también, y la sorprendió moviéndose y cambiando de


nuevo sus posiciones. Ya sobre su cuerpo, la besó buscando su lengua
con ansiedad. Lauren hundió los dedos en sus cabellos, atrayéndola
para profundizar el beso. Las pieles aún estaban sensibles, por eso el
aire les faltó casi de inmediato, así que separaron sus bocas en busca
de aire.
La tenista rio contra sus labios.

—Lo sé —respondió y se movió un poco a su lado apoyando la


cabeza en su mano derecha—. Esto ha sido hermoso —susurró.

Lauren se mordió el labio. Le encantaba la forma en que los


cabellos se le alborotaron, aun así, le acomodó un mechón detrás de
la oreja.

—Lo ha sido.

Estaban desnudas. Una frente a la otra. Sin poder evitarlo, Camila


se fijó en el brazo marcado por las quemaduras. Lauren tragó saliva,
aunque ella ya había visto las cicatrices en su brazo, no se sintió
cómoda; se preguntó qué pensaba ella cuando miraba sus marcas.

Como si la tenista hubiese adivinado sus pensamientos, levantó la


mano y le acarició la barbilla; pasó la yema del pulgar por la curva de
su labio inferior y se acercó. Rozó su boca con delicadeza.

—Me gusta todo de ti —susurró.

Con los dedos le acarició la marca de la mejilla. Sus miradas


estaban conectadas, los corazones volvieron a latir fuerte.

—Tú me gustas también. Más de lo que debo admitir.

Los dedos continuaron su recorrido por su piel, llegaron al hombro


y le dibujaron la clavícula. Lauren cerró los ojos porque supo su destino.

—Mírame —le pidió Camila.

Como antes, cuando eran presas del deseo, ella le obedeció. La


mirada de la tenista era intensa, pero llena de incertidumbre. Los dedos
se deslizaron por la piel de su hombro y continuaron bajando por su
brazo. Camila sintió las protuberancias de las cicatrices; sus ojos y dedos
recorrieron casi todo el brazo hasta donde llegaban las marcas.

—No puedo sentirte —le dijo Lauren.

Camila frunció el entrecejo con un gesto de dolor.


—Daría cualquier cosa porque no fuera así —declaró con un tono
salpicado de rabia. Sus dedos subieron con la misma lentitud de su
descenso por el brazo.

—No digas eso —le pidió y ahora fue ella la que se movió. La
empujó hasta tenderla y se abrazó a ella.

Camila la rodeó pegándola a su cuerpo.

—Estaré de gira más de un mes.

—Lo sé.

—Viene Wimbledon. Me gustaría verte ahí.

Lauren levantó la cabeza para mirarla.

—¿Hablas en serio?

—Sí. ¿No quieres?

—Yo… es que… —no supo cómo plantear sus dudas. ¿Quería


verla? Por supuesto, de eso no tenía dudas. El problema era que estaba
sintiendo cosas muy intensas y no sabía si para ella era igual o solo era
una aventura; aun así, simplemente se dejó llevar—. Sí, quiero —
respondió con una sonrisa.

Camila respiró aliviada.

—Podemos aprovechar el torneo para pasear un poco y…

—Hey, no… es un Grand Slam. Debes concentrarte, así que nada


de paseos ni romances.

La tenista frunció los labios, pero luego sonrió.

—En ese caso, aprovecharé esta noche todo lo que pueda.

Las cejas de la ex tenista se alzaron.

—¿De qué hablas?

Camila rio antes de besarla. En segundos los latidos de sus


corazones se aceleraron y el deseo se hizo dueño de la noche otra vez.
CAPÍTULO 43

—En unas horas debes entrenar —dijo Lauren apenas hallando aire
para hablar—. No vas a tener energías.

Camila rio; se encontraba al igual que ella, mirando al techo, con


la respiración agitada y ligeramente sudorosa. Cuatro horas de la
noche llevaban consumando el intenso deseo que las atraía como
imanes. La necesidad de besarse, de tenerse, en lugar de disminuir, se
incrementaba cada vez que la pasión las apresaba entre sus garras.

—Créeme, entrenar es lo último en lo que pienso en este momento.

—Ah, ¿no? —cuestionó Lauren y se movió para subir sobre la


tenista. Se besaron todavía con los alientos agitados.

—No —respondió cuando su boca fue liberada.

Lauren sonrió y le besó la quijada, luego bajó rozando con los labios
el centro de su garganta. Se desvió a un lado para besarla un poco
más y subió hasta alcanzar el lóbulo de la oreja, que succionó antes de
atraparlo con los dientes. Sintió a Camila estremecerse debajo de ella
y tragar fuerte, sonrió complacida.

—¿Tienes frío? —le susurró.

La tenista negó con la cabeza.

—Tengo sed, estás deshidratándome.

—Pensé que tenías más resistencia —le dijo y le mordisqueó el


lóbulo.

—Puedo continuar toda la noche, pero necesito hidratarme. Y


estoy segura de que tú también.

Lauren rio y se incorporó hasta quedar sentada a horcajadas sobre


ella. A Camila le fascinó la vista.

—En eso tienes razón. Iré por agua —ofreció y se apartó de ella.

—Te acompañaré.
Ya Lauren buscaba una bata de baño en una de las gavetas del
clóset.

—No es necesario.

—Igual iré. También quiero una barra de cereal.

Camila buscó su ropa y fue poniéndosela a medida que


encontraba las prendas. Cuando Lauren la miró, se quedó maravillada,
le encantó la forma en que sus cabellos estaban alborotados. También
tenía los labios algo hinchados. Vaya que se habían besado. “Uf, que
preciosa es”.

—¿Lista?

La tenista se peinó los cabellos con los dedos.

—Sí.

—Vayamos en silencio, ¿de acuerdo?

Ella sonrió traviesa.

—¿Rompiendo las reglas de la casa?

Lauren le sacó la lengua.

—Aquí no hay reglas —dijo y abrió la puerta.

Cuando salieron al pasillo, Camila la abrazó desde atrás y la pegó


a su cuerpo.

—Podríamos hacerlo aquí en el pasillo —le susurró en la oreja.

Lauren se deshizo de su abrazo y la manoteó para alejarla. Camila


se tapó la boca para contener la risa. Caminaron de puntillas.

La anfitriona encendió la luz de la cocina en cuanto entró y fue


directo al refrigerador, mientras la tenista fue a la alacena donde
guardaba las barras de cereal; tomó un par y las dejó en la encimera
para recibir la pequeña botella con agua que Lauren le tendió. Ambas
destaparon las botellas y bebieron. Camila estaba realmente sedienta,
casi se acabó el agua.

Jadeó de satisfacción cuando apartó la botella de los labios.


—En serio me estás acabando.

Lauren entornó los ojos.

—Claro —casi bufó—, soy yo la que enciende las cosas.

Camila sonrió traviesa y, alzando las cejas, bebió el resto del agua
que quedó en la botella.

—Yo las enciendo, pero fuiste tú la que fue a mi habitación.

—¡Shhh! Baja la voz.

—¡Ah!, ahora no quieres que nadie lo sepa —la cuestionó dejando


la botella vacía sobre la encimera. Se acercó a ella y la rodeó por la
cintura.

—No es eso. Es que mamá tiene el sueño ligero, luego le cuesta


dormirse.

—Sí, claro —murmuró hundiendo el rostro en el hueco de su


cuello—. Me encanta tu olor.

Lauren cerró los ojos al sentir los labios besar su sensible piel;
también hizo a un lado la botella para rodearla con los brazos por los
hombros. Le fascinaba la delicadeza de la tenista. Esa suavidad de su
piel contrastaba de una forma deliciosa con la firmeza de su cuerpo.

Camila se deleitó besando y lamiendo la piel salada.

—Camz… ¿qué haces? —susurró casi jadeando. Los besos y


lamidas eran tan deliciosos que no podía abrir los ojos.

Como respuesta, la tenista la abrazó con más fuerza, la levantó, se


giró e inesperadamente Lauren quedó sentada en unos de los bancos
que rodeaban la barra. Entonces ella sacó la cara del hueco de su
cuello para mirarla.

—Te beso —respondió pegada a sus labios.

Lauren sonrió con ternura y la rodeó por las caderas para acercarle
más a ella. La tenista buscó su boca, no se cansaba de besarla y eso la
maravillaba. Su corazón emprendía el galope cuando sentía sus labios
moverse contra los suyos, era una danza tan sensual, erótica, excitante,
que era casi imposible no volverse adicta a su boca. Cada beso las
consumía con la misma intensidad, ella se daba cuenta por la forma en
que Lauren gemía, por la manera en que sus dedos apretaban su piel
para acercarla, aunque no hubiera más espacios entre ellas. Era
maravilloso besarla. Maravilloso y mágico.

Las manos de Camila buscaron el lazo de la bata que cubría la


desnudez de la ex tenista.

—Oh, nada de eso —le dijo tras romper el beso y dejó de abrazarla
para detener lo que hacían sus manos—. Aquí no vamos a hacer nada.

Camila gruñó en protesta.

—Será divertido.

—No habrá diversión aquí —reiteró y la tenista sonrió—. Querías


agua, ya la tuviste, así que volvamos a la habitación.

—De acuerdo —aceptó torciendo la boca—, pero llevemos más


agua. No quiero volver a la cocina.

Lauren se levantó y buscó en el refrigerador otra botella con agua,


mientras ella se hizo de nuevo con las barras de cereal. Salieron de la
cocina y entraron al pasillo de las habitaciones cuando
inesperadamente una puerta se abrió; Lauren, que iba delante se
detuvo haciendo que Camila chocara con ella. Ambas se quedaron
paralizadas cuando vieron a Paul salir de puntillas de la habitación de
Taylor.

—Oh, por Dios —jadeó él.

El gesto de sorpresa del fisioterapeuta hizo que Camila tuviera


ganas de reír, aunque le molestó encontrarlo en tal situación. Taylor,
que venía detrás de él, se asomó.

—Puedo explicarlo —dijo ella saliendo de la habitación y


parándose delante de él.

Lauren alzó las cejas.

—Créeme, la situación se explica por sí misma.


—La verdad es que… no nos dimos cuenta de… —Paul trató de
dar una explicación, pero estaba tan nervioso que apenas pudo
pronunciar las palabras.

—Él ya se iba —lo interrumpió Taylor y lo tomó de la mano.

Lauren se hizo a un lado.

—Lo siento —dijo Paul cuando pasó al lado de las mujeres. De


Camila recibió una mirada desaprobadora.

Ambos desaparecieron en segundos.

—¡Dios!, ¿puedes creerlo? —cuestionó Lauren.

—Hablaré con él.

La ex tenista negó con la cabeza.

—Le dije a Taylor que tuviera cuidado —dijo continuando adelante


hacia la habitación—, que no se involucrara con él.

Entraron a la habitación y Camila cerró la puerta tras ella.

—¿Por qué le dijiste eso?

Lauren dejó la botella con agua sobre una de las mesas de noche
y la miró.

—Porque él está en tu equipo, pasan mucho tiempo viajando. No


quiero que se enamore y luego… sufra por la ausencia.

La tenista asintió.

—¿Es por eso que te resistías a que hubiese un acercamiento entre


nosotras?

—En parte.

Camila se acercó a ella. Admirando su rostro, acomodó un


mechón de cabello detrás de la oreja.

—¿Cuál otra razón tenías? —le preguntó mirándola a los ojos.


Lauren sonrió y la rodeó por la cintura.

—Que me resultabas demasiada diva.


Ella soltó una carcajada y echó la cabeza un poco hacia atrás, lo
que aprovechó Lauren para besar su cuello.

—Lo sigo siendo.

—En estos últimos meses ya no tanto.

Camila sonrió con mesura y bajó la mirada unos segundos, luego


la tomó de la mano.

—Ven —la hizo subir a la cama.

Lauren la miró extrañada, pero se acomodó a su lado; cada una


apoyó el codo en el colchón y las cabezas en las manos para mirarse
de frente.

—¿Qué? —le preguntó la ex tenista.

—Mientras estaba en la gira, papá y yo comenzamos a hacer eso


de estudiar a mis rivales. Pasamos muchas horas frente a la TV,
intercambiando opiniones y todo eso. Pero cuando él se iba, yo…
buscaba los partidos que jugaste.

—¿Qué? ¿Por qué lo hiciste?

Ella se encogió de hombros.

—Quería conocerte un poco más. Tú eres tan… humilde en la


cancha. Quiero decir, tu juego era excepcional, daría cualquier cosa
por jugar como tú…

—Camila… —la interrumpió.

—No, déjame terminar —le pidió—. Tú aplastabas a tu rival y luego,


le dabas la mano mostrando tanto respeto que te juro que cada vez
que te vi hacerlo en esos videos, me sentí muy pequeña. He sido tan
idiota. Tienes razón, me he comportado como una diva, pero tú me has
enseñado que, en la cancha, todos somos iguales.

Los ojos de Lauren se humedecieron. En poco tiempo, Camila


había cambiado. En efecto, estaba aprendiendo la lección. Ella no
supo hacer otra cosa que acercarse y besarla. La tenista cerró los ojos
para sentir la fuerza del tierno beso que unió sus labios una vez más.
—No te he enseñado nada, Camz —susurró cerca de su boca—.
Tú simplemente estás aprendiendo de tus errores. Y eso te hará ser
grande en la cancha.

Camila sonrió hipnotizada por el color esmeralda de sus ojos.

—Quiero ser grande… y espero que estés a mi lado cuando eso


suceda.

Esas palabras dejaron sin habla a Lauren por unos instantes; por
todo su pecho se expandió una deliciosa emoción. Sus ojos se
humedecieron un poco, pero sonrió con ternura.

—Quieres que este de tu lado de la cancha.

Camila sonrió.

—Sí —afirmó y la besó con la pasión asomándose. Aún quedaba


noche por descubrir.
CAPÍTULO 44

Un movimiento cerca de ella en la cama la despertó. Lauren no


estaba habituada a dormir acompañada; al menos hacía años que no
compartía la cama. Cuando despertó del todo, lo primero que notó
fue su pierna entre los muslos de Camila, que yacía bocarriba y ella
estaba de lado, muy pegada a su cuerpo. Aunque la habitación se
encontraba en penumbras, pudo apreciar su silueta. La tenista tenía la
cabeza ladeada hacia el otro lado; su torso estaba descubierto, la
sábana apenas la cubría hasta las caderas.

Los ojos de color esmeralda recorrieron su silueta. Durante las horas


previas en que se amaron, no hubo un recoveco de ese cuerpo que
Lauren no acariciara o que sus ojos no descubrieran. Se mordió el labio
inferior sin darse cuenta. Hacerle el amor a Camila Cabello fue una de
las mejores experiencias de su vida; recorrerla, recibir sus caricias,
besarla, mirarse en sus ojos en el mismo instante en que alcanzaban el
clímax. A pesar de la forma poco amable en que se dieron las cosas
cuando se conocieron, meses después compartieron la mayor
intimidad que dos personas pueden vivir. Y eso la hizo sonreír.

Ni al besarla, ni ahora, quería pensar en lo que sucedería luego,


cuando salieran de esa habitación. O cuando Camila tuviera que irse.
“Quiero ser grande en la cancha… y espero que estés a mi lado
cuando eso suceda”. Recordó las palabras de la tenista y su corazón
se aceleró. No hablaron del significado de esas palabras, pero sabía
que Camila fue sincera cuando las pronunció. Sus ojos se lo dijeron.

Lauren respiró profundo sin dejar de mirar a la mujer que dormía a


su lado. Camila le provocaba sentimientos encontrados. Por un lado, su
carácter algo impetuoso chocaba un poco con el suyo; y por el otro,
le gustaba. Tenía que admitir que le gustaba demasiado y más aún
después de la noche que compartieron.

Ya el amanecer se acercaba, lo supo por la pizca de claridad que


vio a través de las cortinas. Su cuerpo lo sentía algo adolorido, y sabía
que Camila estaría más o menos igual, así que seguramente esa
mañana no habría entrenamiento. Sonrió y deseó abrazarse a ella,
hundir la cara en su cuello para sentir su calor y pasar el día así, a su
lado. Pero si hacía eso, la despertaría y en definitivo ella necesitaba
descansar, por lo que decidió salir de la cama. Después de todo, sabía
que ya no dormiría.

Con mucho cuidado, Lauren se deslizó hacia el lado contrario y


salió de la cama. Esta vez buscó el pijama que usaba la noche anterior
y se vistió. Salió de la habitación con absoluto sigilo. Mientras caminaba
por el pasillo, sonreía; su cuerpo le dolía, pero le encantaba. En
definitivo hacer el amor era energizante. Abrió la puerta de su
habitación y entró; en pocos minutos se lavó los dientes y se duchó.
Ahora necesitaba una buena taza de café y un gran desayuno, nada
de barras de cereal.

Lauren se encontró con que ya el café estaba hecho y lo


agradeció. De inmediato buscó una taza en una de las alacenas.

—Clara, no sabes cuánto te amo —murmuró mientras rellenaba la


taza.

Tras dejar la cafetera en su lugar, aspiró el aroma inconfundible de


la oscura bebida, luego le dio un sorbo. Frunció el rostro porque se
quemó la lengua, pero bebió otro poco. Ya sintiendo cómo el calor se
extendía por su cuerpo, fue en busca de su madre. Sabía dónde la
hallaría.

Cuando Camila despertó, casi era mediodía. En cuanto se movió,


sintió los músculos adoloridos y recordó la razón. Al mirar el otro lado de
la cama, lo halló vacío.

—Lo, Lo, Lo…

Se frotó la cara con las manos y se desperezó. Bostezó luego de


sentarse en la cama, fue entonces cuando miró el reloj de pulsera que
tenía sobre la mesa de noche. “¡Oh, mierda!” Con razón no encontró a
Lauren a su lado. Incluso se saltó el entrenamiento matutino. Si su padre
vino a la casa, de seguro estaría enojado. Se levantó y fue al baño.
Con diminutos chorros de agua cayéndole en la cara, fue
despertando del todo. Pero no pensaba en el entrenamiento que se
perdió ni en su padre enojado, no. Ella pensaba en Lauren; más bien
recordaba la apasionada noche que pasó con ella. “¡Uff!” Y es que
cada momento entre sus brazos fue erótico. Sonrió al darse cuenta de
que Lauren engañaba con esa aura apacible que siempre la
acompañaba. La realidad era que en la cama era apasionada y muy
sensual. “¡Uf!”

—Lo, Lo, Lo…

Incluso pronunciar a medias su nombre la hizo estremecer. La


atracción que sintió por ella al principio y que se negó a ver, se convirtió
poco a poco, con el convivir, en admiración. En ganas de descubrirla.
Y luego en deseo. Y es que Lauren era hermosa más allá de lo físico y
ahora no ansiaba otra cosa que estar a su lado. ¿El problema? El mismo
que hizo que Lauren se reusara a acercarse a ella. Que
constantemente estaba de viaje con el tour de la WTA.

Que ella viaja alrededor del mundo, mientras Lauren está


asentada en Montecarlo, luchando por superar sus ataques de
ansiedad. Luchando por volver al mundo.

Con algo de rabia, Camila sacudió la cabeza para sacar un poco


de agua de sus cabellos después que cerró la llave. Luego buscó la
toalla y comenzó a secarse. En ese momento no le gustaba la idea de
irse, pero su carrera era importante y, finalmente, parecía que salía del
hoyo en el que cayó meses atrás.

¿Qué hacer? Tenía un equipo que la respaldaba, que le era leal y


que luchó junto a ella por estar en la cima. No podía dejar el tenis
porque le gustaba una mujer. Bueno, no era una mujer cualquiera, era
Lauren. Y Lauren era otra cosa. Además, ese deporte era su vida, de
eso no existía dudas. Salió del baño pensando en ello. Fue al clóset y
buscó un conjunto deportivo, no podía dejar de entrenar, así que se
alistó para ello como cada día.

Minutos después, Camila salió de la habitación. Se sentía un poco


nerviosa. Y también ansiosa, de pronto no sabía cómo comportarse
con Lauren. “¿Desde cuándo eres tan idiota?” Llegó a la cocina y no
halló a nadie, pero buscó una barra de cereal, necesitaba comer. Unas
risas llamaron su atención. Se dirigió a la salida trasera de la casa; en
cuanto se asomó, vio a las tres mujeres Jauregui sentadas alrededor de
una mesa cerca de la piscina. Lauren estaba de espaldas a ella; fue
Taylor la que la vio primero. Le sonrió y ella respondió a su gesto. Salió
entonces de la casa y caminó hacia ellas.

—Buenos días —saludó.

—Buenos días —respondieron Clara y Taylor en coro.

Ella rodeó la mesa hasta que se encontró con la mirada de Lauren,


que tenía las piernas subidas a la silla y se las abrazaba.

—Buenos días —respondió Lauren y le sonrió.

Camila contuvo el aliento. Su corazón le dio un vuelco tan grande,


que creyó que se desmayaría en ese instante. Y fue entonces cuando
lo supo. Se derretía con esa sonrisa, con esa mirada de color esmeralda.
Estaba por completo enamorada de Lauren Jauregui. “¡Demonios, la
amo!”

—Buenos días —susurró sin dejar de mirarla.

Fue cuando la tenista se dio cuenta que el rostro soñoliento de


Lauren era evidencia de que apenas durmió. Arriesgó un vistazo a Clara
y a Taylor, y por la forma en que sonrieron y le devolvieron la mirada, se
notaba que sabían lo que sucedió entre ellas. Camila sintió el rubor subir
por su cuello. Decidió tomar asiento, aunque no la invitaron, porque no
supo qué otra cosa hacer.

—¿Te apetece un poco de zumo de naranja? —le ofreció Clara.

Fue cuando ella notó que en medio de la mesa había una jarra
con zumo y unos vasos con algunos restos. El día estaba algo caluroso,
de seguro buscaban refrescarse cerca de la piscina.

—Sí, gracias.

Clara de inmediato tomó un vaso para servir el zumo.

—Alejandro vino temprano —le anunció Lauren.


Camila detuvo el movimiento de agarrar el vaso por unos
segundos.

—Emm… se suponía que hoy planearíamos el viaje y todo eso —


comentó.

Lauren asintió, pero no dijo nada al respecto. La tenista bebió del


zumo de naranja y luego abrió el empaque de la barra de cereal.

De pronto Clara se levantó.

—Bien, disculpen. Taylor y yo tenemos que ver el almuerzo.

La joven miró a su madre con un gesto de confusión, y tras unos


segundos, también se levantó.

—Por supuesto —contestó siguiéndole la corriente. Ambas le


sonrieron a Camila y luego se alejaron.

—Ellas lo saben, ¿no es cierto? —preguntó en cuanto las vio entrar


a la casa.

Lauren rio.

—Por supuesto. ¿No te has dado cuenta de lo indiscretas que son?

—No.

—Pues lo son. Y mucho.

Camila rio, pero luego se puso seria cuando vio cómo la mirada de
Lauren se intensificó.

—¿Por qué me miras así? —le preguntó.

Lauren no le respondió de inmediato; antes, le sonrió. Luego se


levantó y rodeó la mesa hasta acercarse a ella, que la siguió con la
mirada hasta que la tuvo a centímetros.

—Porque quería darte los buenos días así… —le respondió y la besó.
CAPÍTULO 45

—¿Qué vas a hacer con el tema de Taylor y Paul?

Lauren y Camila caminaban hacia la cancha; aunque no fue a


primera hora de la mañana, la tenista no podía dejar de entrenar.

—Nada —respondió.

La tenista se detuvo justo al borde de la superficie.

—¿Nada? Creí que le darías una reprimenda.

Lauren rio.

—En lo absoluto. Taylor es bastante madura para su edad. Como


te dije anoche, hablé con ella sobre la situación de Paul. Si decidió
pasar por alto ese detalle, pues tendrá que enfrentar las consecuencias
luego.

—¿Hablas en serio?

—Por supuesto.

Camila alzó las cejas, algo sorprendida.

—Bien, pero Paul sí recibirá una reprimenda.

—Eso ya es asunto de ustedes dos —dijo echando a andar hacia


el lado izquierdo de la cancha, ya dispuesta a comenzar.

—Si Taylor fuera mi hermana, estaría castigada hasta su


graduación.

Lauren rio de nuevo.

—Seguramente por eso no tuviste hermanos.

La tenista hizo pucheros.

—Quería hermanos, así que me hieres con eso —le dijo señalándola
con la raqueta.

La expresión que se dibujó en el rostro de Lauren fue un poema.


—¡Oh, Dios mío!, Camz, lo siento. Yo no sabía…

Una carcajada la interrumpió.

—¡Estoy bromeando! No sabes lo maravilloso que ha sido para mí


ser hija única.

Lauren la miró con los ojos entornados.

—Sí, ya puedo imaginarlo. Creciendo con todas las atenciones


para ti. Pobre Alejandro.

—Papá solo quería darme lo que él no tuvo.

—Y mira cómo resultó.

Ahora fueron los ojos marrones los que se entornaron.

—Soy una mujer súper buena onda.

Lauren bufó.

—Sí, claro.

Camila ladeó la cabeza y sonrió. Lauren le devolvió el gesto, lo que


la hizo reír.

—Te diré algo —le dijo. Se acercó a la red y dejó la raqueta


recostada de sus cuerdas—. ¿Puedes acercarte? No quiero que nadie
más lo escuche — alegó mirando hacia la casa.

La ex tenista frunció el entrecejo un tanto suspicaz, pero al final se


acercó; bajó la raqueta también y apoyó las manos sobre la banda
superior de la red. Camila bajó la vista a su boca, que estaba torcida
por una sonrisa en extremo sensual. Cuando la miró a los ojos, batió las
pestañas con coquetería. Ella solo pudo sonreír.

—A ver, ¿qué es eso que nadie más puede escuchar?

Camila se acercó, sus bocas apenas las separaban unos


centímetros.

—Soy una mujer tan buena onda, que no pudiste resistirte a mis
encantos.

Lauren soltó una carcajada, sin embargo, no se alejó demasiado.


—Sabía que eras presumida, pero no hasta qué nivel.

De nuevo ella bajó la mirada a los labios de la ex tenista, que


sonreía. Le encantaba su sonrisa.

—Puedo ser muy, muy presumida —dijo con la voz ronca—. Pero
también puedo subirte al cielo —aún miraba su boca sin ocultar su
deseo.

De pronto Lauren se estremeció y decenas de mini corrientazos


recorrieron su columna hasta alojarse en el punto más sensible de su ser.
Tuvo que carraspear para hallar su voz.

—Créeme, eso lo sé —susurró y también miró sus labios.

Ambas se olvidaron de lo que la rodeaba, se dejaron llevar por los


latidos de sus corazones y los deseos de sus cuerpos. Los labios se
unieron ignorando la red que las separaba. Lauren recibió el beso que
ya ansiaba. Camila besaba con una mezcla de posesividad y pasión
que le hacía temblar cada fibra de su ser. Las respiraciones se agitaron
en segundos; a ambas les sorprendió que tras la noche que
compartieron, sus cuerpos reaccionaran tan rápidamente y con el
mismo deseo.

Fue Lauren la que rompió el beso, alejándose apenas lo necesario


para echar un vistazo hacia la casa.

—Camz, nos pueden ver —susurró.

La tenista siguió la dirección de su mirada. Al menos no parecía


haber alguien que las espiara. Volvió a besarla, pero por menos tiempo
esta vez.

—Como si no lo supieran ya —se quejó casi pegada a sus labios.

Lauren rio y, finalmente dio un paso atrás. Una de las dos debía ser
quien mantuviera el orden y, conociendo a Camila, dudaba mucho
que fuera ella.

—Lo saben, pero no me resulta atractiva la idea de que mi madre


me vea besándome con alguien —alegó mientras retrocedía sin dejar
de mirarla.
—No sabía que fueras tímida.

Lauren alzó las cejas y su frente se frunció.

—¿Te parece que lo soy?

Camila rio y sus ojos brillaron.

—No. En lo absoluto —respondió con una sonrisa traviesa.

Lauren fue quien detuvo el coqueteo y puso orden. Se


concentraron entonces en la práctica diaria que debía llevar a cabo
Camila para mantener su ritmo de juego. Permanecieron en la cancha
dos horas; le correspondió a la ex tenista corregirle un par de posturas
ya que Paul no apareció. También dedicaron algo de tiempo a
practicar los movimientos hacia adelante para buscar los drop shot;
según la opinión de Lauren, su avance era lento.

Camila prestó atención a cada una de las observaciones de la ex


tenista, mientras la escuchaba, recordó las primeras veces que
entrenaron juntas. En especial rememoró su primer encuentro en las
canchas del estadio Roland Garros. En ese instante le pareció
demasiado lejano el recuerdo, pero apenas ocurrió unos pocos meses
atrás. Y en ese tiempo su imagen de Lauren cambió por completo. Y
esa primera imagen de la ex tenista no se debió a algo que ella hiciera,
al contrario, su rechazo a recibir ayuda no era más que inseguridad de
su parte. Su tenis estaba en un hoyo, recibir ayuda fue en aquel
momento como aceptar un golpe en… no supo determinar dónde en
específico, pero el punto es que le resultó duro aceptar que Lauren la
ayudaba.

Pero ahora… ahora se daba cuenta que fue la mejor decisión. Y


no solo porque, en efecto, su cadena de derrotas se rompió, sino
porque conoció un poco más a Lauren. Una mujer que le hacía sentir
muchas cosas. Una mujer de la que se enamoró sin percatarse. Sin
buscarlo, realmente. Ellas solo compartían momentos en la cancha y
un poco de sus vidas en el tiempo cotidiano que pasaba en
Montecarlo. Y ahora no era capaz de imaginarse sin Lauren a su
alrededor.

Después de terminar la práctica, ambas mujeres no tenían el mejor


ánimo. Ya Camila debía empacar, el siguiente torneo estaba por
comenzar y ella debía tomar un avión que la llevaría lejos de
Montecarlo; lejos de Lauren.

Aunque sentía en el pecho una fuerte presión, Lauren se quedó en


la sala con Taylor, la ayudaría con un tema de la universidad. Camila,
por su parte, se fue a su habitación a darse una ducha y a empacar. Al
día siguiente Alejandro iría a buscarla para ir al aeropuerto. Una hora
después, cuando ya tenía casi todo listo, decidió darse un descanso, su
mente iba a mil con un remolino de pensamientos en el que se
mezclaba Lauren con los torneos de su calendario. Pensar que pasaría
casi un mes sin verla, le descalabraba el ánimo.

Halló a Lauren en la sala, con un par de libros sobre las piernas.

—Hey.

Recibió esa sonrisa que tanto le gustaba.

—Hey —respondió y palmeó el lugar a su lado.

—¿Y las demás? —preguntó sentándose sobre una pierna junto a


ella para mirarla un poco de frente.

—Fueron de compras. Aunque creo que fue una excusa.

Camila alzó las cejas.

—¿Para?

—Dejarnos solas.

—¿En serio?

—Mhum. Mamá está encantada con que pase algo entre


nosotras.

—¿Lo ves? Soy una mujer súper buena onda. Hasta Clara puede
verlo.
Lauren rio.

—Mamá estaría encantada con cualquiera con tal de que yo no


esté sola.

La tenista frunció los labios.

—¡Auch! Vaya golpe para mi ego.

—Necesitas que alguien te lo desinfle —le dijo haciendo a un lado


los libros. Se acercó y juntó sus frentes—. Aunque debo confesar que
comienzas a gustarme así.

—Ah, ¿sí?

—Mhum.

Camila sonrió y la besó fugazmente en los labios.

—¿Debemos hablar de esto? —Lauren asintió y le tomó una mano.


Terminaron entrelazando los dedos—. Bien —ella tomó aire—. Yo no
suelo ser tan abierta en cuanto a lo que siento, pero… quiero que sepas
que me gustas. Mucho —le aclaró—. Más de lo que he querido
admitirme.

—Es bueno saberlo porque tú también me gustas. Demasiado.

Camila sonrió; su corazón latía acelerado.

—¿Quieres… una relación?

Lauren se mordió el labio inferior en cuanto escuchó la pregunta.


Bajó la mirada a sus dedos entrelazados, su corazón iba a mil. Sus
emociones parecían burbujear como el champán. Sin embargo, ella
no olvidaba que todavía tenía una batalla que ganar. Una batalla
contra su ansiedad.

Finalmente volvió a mirar los ojos marrones.

—Yo… aún no me siento lista para una relación.

Camila sintió que se quedó sin aire, pero una sonrisa de Lauren
llegó para calmar el maremoto en su interior. Entonces ella también
sonrió, aunque con un poco de inseguridad.
—Sé que tienes tu propia batalla.

—Así es. Lo que pasó anoche fue hermoso. Lo deseaba. Y deseo


que se repita. Una y mil veces más.

La sonrisa de Camila ganó confianza.

—Es bueno saberlo.

—Voy a estar aquí, Camila. Siempre voy a estar aquí por si quieres
regresar y dejaremos fluir las cosas.
CAPÍTULO 46

Al día siguiente, fue Camila la que despertó primero. Esa mañana


amaneció en la cama de Lauren. La abrazaba; no podía mirar su rostro
porque lo tenía hundido en su cuello, pero le gustaba esa leve
cosquilleó que le provocaba su suave respiración. Sentir el calor de su
cuerpo también era embriagante. Solía leer en las novelas que los
protagonistas anhelaban permanecer de tal o cual modo al lado de la
otra persona por el resto de la eternidad; a ella siempre le resultó
demasiado rebuscado ese deseo. ¿Cómo se puede desear
permanecer de determinada manera junto a alguien?

En medio de la penumbra sonrió porque allí estaba ella,


imaginándose viviendo el resto de sus días justo así, con el cuerpo de
Lauren pegado al suyo; respirando tanta paz. Sintiéndose tan…
¿plena? Dudó en que esa fuera la palabra correcta para definir cómo
se sentía en ese instante. Movió un poco la cabeza y hundió la nariz en
los cabellos de la ex tenista, aspiró su aroma que le fascinaba. Su
corazón dio un vuelco y comenzó a latir fuerte en su pecho. Sí, esa era
la palabra correcta; se sentía plena.

Cuando se dio cuenta que Lauren le gustaba, lo último que


imaginó fue que terminarían así, con sus cuerpos enredados después
de otra noche dejando que el deseo y la pasión que sentían marcaran
el ritmo de los besos y el sendero de las caricias. Camila cerró los ojos al
recordar la forma en que se sintió entre los brazos de esa mujer que
poco a poco le mostraba el mundo en el que vivía, regalándole una
nueva manera de mirar lo que la rodeaba. Y eso era algo que le
agradecía tanto, que no tenía palabras para expresárselo.

Sin darse cuenta, la estrechó entre sus brazos, provocando que


Lauren se removiera, restregando su cuerpo contra el suyo. Ella se
mordió el labio inferior para contener el gemido. Es que solo sentirla era
excitante.

Lauren se movió hacia el lado izquierdo alejándose. Gimió un poco


soñolienta y se pasó una mano por el rostro. Camila no se perdió ni uno
de sus movimientos, en especial porque ellos provocaron que la
sábana se deslizara por su cuerpo y terminó con el torso desnudo.
Admiró sus senos llenos y redondos, le encantaban porque cabían en
sus manos; eran perfectos. Y deliciosos. Uf.

—Buenos días —le dijo dedicándole una tímida sonrisa.

Lauren se pasó las manos por la cara antes de mirarla; le sonrió


también y se puso de lado para mirarla.

—Buenos días —respondió y le dio un beso en los labios—. ¿Estás


tan adolorida como yo?

Camila rio.

—Lo estoy. No eres buena para mi condición física.

—Créeme, lo que hicimos anoche es más efectivo que 30 minutos


en la corredora —alegó besándola otra vez.

—Te creeré y alegaré eso cuando Paul me pregunte qué estuve


haciendo estos días para perder ritmo.

Los ojos de Lauren se abrieron como platos.

—¡No se te ocurra! —le advirtió señalándola con el dedo índice. La


tenista rio.

—¿Por qué no? Hablaste como toda una experta.

Con un rápido movimiento, Lauren se incorporó y terminó sentada


a horcajadas sobre ella.

—Porque —bajó para acercarse a su boca y le rozó los labios— eso


es algo entre tú y yo —murmuró con la voz ronca.

Las cejas de la tenista se alzaron.

—Eso no lo sabía, y yo que acabo de publicarlo en mis redes


sociales — bromeó.

Ambas rieron y volvieron a besarse, solo que esta vez se perdieron


en la suavidad de sus labios. Sus lenguas se encontraron provocando
que sus cuerpos se estremecieran. Fue Camila la que rompió el beso;
Lauren mantuvo su frente unida a la de ella.
—Si te digo que no quiero que te vayas, ¿estoy cruzando alguna
línea?

La tenista negó con la cabeza, sus manos estaban en sus caderas;


sus dedos acariciaron su piel.

—No —respondió mirándola a los ojos.

Lauren separó sus frentes y se incorporó hasta terminar sentada de


nuevo.

—Entonces debo decirte que no quiero que te vayas.

—Debo hacerlo, lo sabes —estiró el brazo y le acomodó un


mechón de cabello detrás de la oreja.

—Lo sé —suspiró fuerte—. Y hablando de eso, ya es hora de que te


levantes. Tu padre no tardará en venir a buscarte.

Camila frunció los labios.

—¿Podemos quedarnos cinco minutos más así?

Lauren sonrió embelesada.

—Por supuesto —respondió y volvió a tenderse a su lado.

Casi tres horas después, Camila abordó el avión que la llevaría esta
vez al abierto internacional de Nottingham, en Gran Bretaña; uno de
los torneos preparatorios para Wimbledon. El torneo le serviría para
probar su tenis, en el cuadro aparecían algunas de las jugadoras que
lideraban el ranking mundial de la WTA. Ganar el torneo le daría
confianza para jugar en el césped sagrado de Wimbledon.

En cuanto Camila entró a su habitación del hotel, se fue directo a


la cama. Todo el cansancio de pasar la noche entre los brazos de
Lauren y las horas de vuelo, le pasaban factura. Necesitaba descansar,
y mucho, y lo hizo. No fue hasta el día siguiente, cuando el teléfono de
la habitación sonó, que despertó. Aún medio dormida y por completo
aturdida, se incorporó hasta sentarse en la cama y tomó el teléfono.

—Buenos días —gruñó.

—Buenos días, señorita Cabello. Servicio de despertador.

“Oh, papá, si pudiera tirar un poco de tu oreja por despertarme de


esta manera”.

—Gracias —medio murmuró y devolvió el teléfono a su lugar.

Camila se sintió como una especie de zombi. Los ojos los sentía aún
pesados y el cuerpo, débil. Sabía que darse una ducha y bajar a
desayunar la haría recuperar las fuerzas, pero en ese instante se
negaba incluso a parpadear. Gruñó sabiendo que debía ponerse en
movimiento.

Veinte minutos después Camila se encontró con todo su equipo en


el restaurante del hotel para desayunar. Tras pasar unos días en
Montecarlo, volver a su rutina de competición le hizo centrarse de
nuevo en su tenis, quería ir ya a la cancha a practicar. Al día siguiente
sería la inauguración del torneo y se sentía lista, aunque trataba de
alejar los pensamientos de dudas. Porque lo cierto era que muy en el
fondo, le aterraba volver a perder en la primera ronda.

Después de desayunar, Camila, junto a su padre y Paul, se


dirigieron al Nottingham Tennis Centre para su entrenamiento. A esa
hora algunos tenistas ya entraban en calor para iniciar sus prácticas;
ella saludó a algunas jugadoras a su paso hacia la cancha que le
asignaron. La energía que bullía alrededor era increíble. Al inicio de
cualquier torneo, los jugadores, tanto en la categoría masculina como
femenina, entrenaban a su máximo nivel con la esperanza de alcanzar
la final y el trofeo; luego, una a una esas esperanzas se iban truncando
hasta que únicamente la de los campeones prevalecía. Así de injusto
era el tenis, solo había una oportunidad para seguir adelante. Solo una.

Camila sonrió cuando vio a Milka en una de las canchas.

—Papá, saludaré a Milka.

—No tardes.
—De acuerdo.

Alejandro y Paul siguieron adelante.

Milka estaba distraída mirando su raqueta junto a su entrenador.


Sin dudarlo, ella se acercó.

—Hey, chica ruda —la saludó.

La morena se giró de inmediato. En su rostro se dibujó una amplia


sonrisa.

—¡Hey! Ya me preguntaba dónde te habías metido —le dijo yendo


a su encuentro.

Ambas se abrazaron y complementaron el saludo con un beso en


las mejillas.

—Se me hizo algo tarde. ¿Cómo estás? ¿Alguna lesión de la que


pueda aprovecharme? —ella ya había analizado el cuadro, si ambas
avanzaban, se enfrentarían en las semifinales del torneo.

Milka rio.

—Estoy al 100%, así que no hay nada de lo que puedas


aprovecharte. Al menos no en la cancha —respondió con un tono
sugerente.

Camila vio cómo los ojos de la morena brillaron. Sonrió con mesura
y se removió, pensó en Lauren de inmediato. La ex tenista le había
dejado claro que no estaba lista para tener una relación, por lo que
era libre de responder a los coqueteos de Milka, pero de pronto pensar
en ella de esa manera, no le resultó tan atractivo como antes.

—Estoy tratando de concentrarme en el tenis, en mi juego. Ya


sabes que caí en picada.

Milka entornó los ojos, conocía bastante a Camila y se dio cuenta


de que no estaba siendo del todo sincera. Algo la incomodó.

—Oh, lo entiendo. Estuviste bien en Indian Wells, así que haces un


buen trabajo.
—Lo intento —como no quiso seguir esquivando balas, miró hacia
su cancha—. Bien, ya debo irme. Nos vemos luego.

—Por supuesto, estaré por aquí.

Camila le sonrió y se alejó tratando de no parecer que huía. Esta


vez logró esquivar la insinuación de Milka, pero la conocía lo suficiente
para saber que lo intentaría de nuevo. Y una vez más Lauren volvió a
sus pensamientos.
CAPÍTULO 47

El día de Camila se fue bastante rápido entre entrenar, elegir la


vestimenta que usaría en el torneo, dar algunas entrevistas para los
canales locales y, finalmente, cenar con su equipo de trabajo. Cuando
llegó a la habitación del hotel, se sintió algo cansada, así que se dispuso
a descansar. Al día siguiente iniciaría el torneo y debía mantener la
concentración si quería lograr el resultado que esperaba.

Tras ducharse y ponerse un pijama corto de algodón, se dejó caer


sobre la cama. Desde el almuerzo no tuvo tiempo de revisar su teléfono,
así que lo buscó en su bolso pensando inevitablemente en Lauren;
esperaba encontrar un mensaje suyo. Sonrió cuándo vio, entre otros,
uno de la ex tenista; se lo había enviado hacía cuatro horas. Leyó:

“¿Te deseé suerte en el torneo? Creo que no, así que corrijo mi
error. Pero les desearé suerte a las demás porque estoy segura de que
le patearás el trasero a todas”. Al final añadió un emoji que le guiñaba
un ojo. Camila rio y se dispuso a responder.

—No sé si podré patearles el trasero a todas —sonrió cuando vio


que Lauren entró en línea—, pero lo intentaré con todas mis fuerzas.

El mensaje fue visto. La aplicación le indicó que la ex tenista estaba


escribiendo un mensaje.

—Estoy segura de que lo harás —respondió y lo acompañó con


emoji de un brazo que mostraba el bíceps y continuó escribiendo—.
¿Cuánta ropa te probaste hoy?

Camila frunció el entrecejo, se preguntó cómo supo que estuvo


viendo y, en efecto, probándose ropa, pero luego recordó a los
periodistas afuera de la tienda de la marca que la patrocinaba.
Aunque en la aplicación podía ver una foto de perfil de la ex tenista,
quiso verla en movimiento, así que, sin dudarlo, pulsó el ícono de vídeo
llamada.
En Montecarlo, Lauren se sobresaltó al ver que el teléfono sonó
cuando en su lugar esperaba leer un mensaje.

—¡Oh, mierda! —masculló.

Se encontraba ya en la cama dispuesta a dormir; estaba en


pijama, pero lo que más le inquietó fue su cabello alborotado. Casi de
un salto, se incorporó, dejó el teléfono a un lado y se peinó con los
dedos. Apresurada, volvió a tomar el teléfono y se dispuso a responder.

Camila estaba a punto de colgar cuando vio la imagen de Lauren


aparecer en la pantalla.

—¿No quieres hablar conmigo? —le preguntó posicionándose de


lado para estar más cómoda; apoyó el codo sobre la cama y la
cabeza en la mano.

Lauren sonrió.

—No es eso, es que… de pronto me encontré enredada entre las


sábanas.

—Oh, ya estás por dormir…

—¡No! —exclamó interrumpiéndola—. No, me quedé sola en casa,


así que vine a mi cama a ver televisión.

—¿En pijama?

Lauren rodó los ojos.

—¿Vas a cuestionar todo? Porque también te veo en pijama.

—En realidad me vestí para hablar contigo. Suelo dormir desnuda.

En Montecarlo alguien tragó saliva. La tenista sonrió traviesa.

—Deberías reconsiderar eso.

—¿Por qué? La última mujer con la que dormí no se quejó.

Lauren soltó una carcajada.

—Sus razones tendría —dijo entre risas.


—También lo creo —le guiñó un ojo y su boca se curvó con una
sonrisa tan sexy, que la hizo estremecer.

—Será mejor que cambiemos el tema. ¿Te gustó la nueva


indumentaria de la marca?

—Oh, sí. Los colores están geniales. Y el diseño de los polos es muy
moderno.

—¿Combina con los colores de tus cabellos?

Camila rio.

—¡Por supuesto!

Estuvieron hablando cerca de una hora; intercambiando también


miradas y sonrisas sensuales que despertaron emociones y deseos, pero
Camila estaba por iniciar el torneo, así que debía concentrarse. Ambas
disfrutaron el tiempo compartido, aun en la distancia. Se despidieron
con una sonrisa y, sin que lo supieran, se dispusieron a dejarse envolver
por la noche con un profundo suspiro que hablaba de anhelos, de
ganas de saltar distancias y sentirse.

Camila llegó con su equipo en pleno al Nottingham Tennis Centre


unas horas antes de su juego para el precalentamiento; jugaría en el
cuarto turno de la tercera cancha más importante del complejo.
Cuando estaba por entrar en el vestuario, Milka la detuvo.

—¡Mila! —se acercó y la saludó con un beso en la comisura de la


boca—. Buenos días.

Camila le sonrió, pero retrocedió un poco. Lo que no pasó


desapercibido para la morena.

—Buenos días. ¿Estás por entrar a la cancha?

—Sí, tal vez en menos de una hora. ¿Y tú?

—Estoy en el cuarto turno.


—Oh, perfecto —ella sonrió y volvió a acercarse. Comenzó a
juguetear con el botón inferior del polo que Camila vestía—. ¿Nos
vemos esta noche? —le preguntó con un tono seductor.

La tenista tuvo la tentación de retroceder de nuevo, pero se


contuvo en el último momento.

—Mil, te dije que procuro concentrarme en mi juego.

Milka se acercó hasta el punto que sus senos se rozaron. La morena


era hermosa y desde el principio le resultó irresistible, y su cuerpo estaba
reaccionando a su acercamiento. Siempre la pasaron bien en la cama
y eso no era fácil de olvidar.

—Antes nos hemos divertido y no creo que ahora tu tenis se vea


afectado. Además… —se acercó para hablarle al oído— sabes cómo
me pongo cuando paso mucho tiempo sin verte en privado.

El suave aliento le rozó la oreja provocando que su cuerpo se


estremeciera. Y las imágenes de ellas en la cama tampoco ayudaron
mucho a sus intentos de mantenerse lejos de los brazos de Milka. ¿Por
qué se resistía? Porque pensaba en Lauren. Y no solo pensaba en ella,
los sentimientos que tenía por ella la empujaban a alejarse de Milka.
¿Eso era ser fiel? No lo sabía, nunca antes estuvo en una relación como
para considerar o, al menos, proponerse ser fiel. En su interior se encogió
de hombros; tampoco nunca antes cayó en los brazos de alguna mujer
simplemente porque esta tuviera ganas, así que no iba a comenzar con
Milka. Ella tendría que calmar esas ganas en otros brazos.

Camila rio bajo y le tomó la mano que jugueteaba con el botón.


La miró a los ojos.

—Mil, no olvido nada de que le hemos hecho. Pero esta vez


necesito en serio concentrarme —recalcó la palabra— en mi tenis.

Milka le mostró una sonrisa forzada.

—Está bien —retrocedió y levantó las manos—, lo entiendo. Solo


quería que estuviéramos juntas.

—¿Estás haciéndome una escena? —le preguntó con un tono


divertido para restarle importancia a la situación.
—Claro que no. Somos amigas y las amigas no se hacen escenas.
¿Entrenamos juntas mañana? —pareció regresar a su habitual actitud.

—Si gano mi juego, por supuesto.

—Claro que ganarás. Y yo también; quiero patearte el trasero en


las semifinales y desquitarme al menos de una de las veces que me has
ganado.

Camila rio.

—Puedes intentarlo.

Milka soltó una carcajada, y luego le sacó la lengua. Después se


despidieron y Camila entró al vestuario.

Milka siguió adelante. Para quien pasara a su lado y apenas la


mirara, podría decir que era una tenista más de las que deambulaban
por el recinto. Pero si alguien se detenía a detallarla, podría darse
cuenta de que sus ojos brillaban por la furia contenida que albergaba
su pecho. Los rechazos no le gustaban, no le sentaban bien. Ese día en
particular despertó con buen pie, se sentía llena de energías y lista para
comenzar el torneo ganando. Pero ahora, tras ofrecerse a Camila y
recibir como respuesta un contundente rechazo, sentía… No, no sentía.
Más bien podía ver sobre sí una enorme y espesa nube negra.

El rechazo de Camila desató una tormenta en su interior. ¿Cómo


se le ocurrió negarse a estar entre sus brazos? ¿Quién se creía que era?
Cruzó en un pasillo negando con la cabeza. La rabia rugía en su pecho
como un león reclamando su territorio. Aquello no iba a quedarse así,
Camila no podría rechazarla; no de esa manera.

Se detuvo en medio de las personas que caminaban por el largo


pasillo. Era la primera vez desde que se hicieron amantes que Camila
la rechazaba. ¿Por qué? ¿Habría otra mujer? Era posible, pero ella no
era tonta; sabía perfectamente que otras jugadoras le coqueteaban y
se le insinuaban a la tenista. Y era muy probable que alguna vez se
enredara con otra. El problema radicaba en que nunca antes se negó
a estar con ella. ¿Por qué ahora se negó? Retomó la marcha pensando
en ello. ¿Y si de verdad quería concentrarse en su tenis? Después de
todo era cierto que había caído en un hoyo del que parecía no poder
salir, hasta los últimos dos torneos. Tal vez era cierto y no existía ninguna
otra mujer. Pero, ¿y si no era así? Tendría que averiguarlo, lo decidió
justo en el momento en que se encontró con su entrenador de frente.

—El juego acaba de terminar —le informó, pero la miró con el


entrecejo fruncido—. ¿Te pasa algo? Pareces molesta.

Milka negó con la cabeza.

—Estoy bien. Solo quiero entrar ya a la cancha.

El hombre la observó un poco más, luego se encogió de hombros.

—Perfecto. Entonces ya debemos prepararnos.

—De acuerdo.

Milka caminó junto a su entrenador por el pasillo mezclándose


entre la gente, pero ella no dejó de pensar en Camila. En definitiva
necesitaba averiguar qué sucedía, porque nadie la alejaría de la mujer
que amaba.
CAPÍTULO 48

Camila ganó su partido con un categórico marcador de 6 - 1 y 6 -


2, y no solo ella quería celebrar, también su equipo, aunque se trataba
de la primera ronda del torneo. Todos notaron que la tenista volvió a
mostrarse contundente en la cancha; sus golpes, sus desplazamientos,
su decisión a la hora de definir los puntos, mostraron su carácter
aguerrido.

—¿Qué pensabas durante el juego? —le preguntó Paul que


caminaba pegado a ella porque le tenía un brazo por los hombros—.
Creo que jugaste como nunca.

—Que soy la peor jugadora del mundo —respondió levantando la


cabeza para mirarlo.

Él frunció el entrecejo.

—¿En serio?

—Sí. Fue lo que me dijo Lauren que hiciera —alegó encogiéndose


de hombros.

Paul bufó.

—Vaya “cerebro técnico” —murmuró. Ambos rieron—. Vamos a


masajear esos músculos —le dijo y le besó la cabeza.

Y el equipo celebró con un brindis en el restaurante del hotel,


aunque Camila tomó solo una copa de vino; en pleno torneo no podía
permitirse mucho más que eso. Luego tuvo que dar una entrevista
telefónica a una revista digital y, finalmente, se dedicó a entrenar un
par de horas. La vida de un tenista requería demasiadas horas de
preparación para mantener el timing y su forma física.

De esa manera, llegó la noche; la tenista se encontraba en su


habitación, descansando un poco y poniéndose al día con las
publicaciones que hacía Joe en sus redes sociales. Después del partido,
chateó por WhatsApp con Lauren; en ese momento entró en línea y vio
que la ex tenista tenía dos horas sin conectarse, le resultó un poco
extraño, pero luego recordó que durante su estadía en Montecarlo
apenas la vio con su teléfono. Quería hablar con ella, sin embargo,
decidió esperar para llamarla. Escucharla le gustaba, incluso se
conformaría con que se escribieran. Cuando se dio cuenta de su
pensamiento, bufó.

—Estás tan prendada —se reprochó.

Sus disertaciones se interrumpieron cuando tocaron a la puerta.


Frunció el entrecejo, se había despedido de su padre y Paul por esa
noche, pero debía ser uno de ellos dos. Se levantó de la cama y fue a
abrir. El ceño se le frunció.

—Milka —murmuró sorprendida. La morena le dedicó una amplia


sonrisa—. ¿Qué haces aquí?

—Estamos en el mismo hotel, por si no te has enterado —respondió


y antes de que Camila pudiera hacer algo, se adentró en la habitación
sin dejar de sonreír—. ¿Qué hacías?

El gesto de sorpresa no se borró de su rostro; permaneció con la


puerta abierta.

—Estaba por irme a dormir —respondió señalándose para que


notara el pijama.

Pero ese gesto fue como una invitación para la morena, que se
acercó a ella hasta que sus senos se rozaron.

—¿Y te puedo acompañar? Prometo no… —se acercó a su boca—


interrumpir tu sueño —susurró.

Camila no retrocedió, le mantuvo la mirada con un gesto serio, ni


siquiera tuvo ganas de disimular una sonrisa.

—Mil, ya te dije que quiero concentrarme en mi juego. No necesito


este tipo de distracciones —le dijo aún manteniendo la puerta de la
habitación abierta. Esperaba que se marchara de inmediato.

Milka, sin embargo, pareció no aceptar su argumento. Sonrió y esta


vez la rodeó con los brazos por el cuello y le besó la barbilla. Camila
sintió su aliento rozarle los labios y su cuerpo respondió
estremeciéndose. Milka sonrió; se alzó un poco y la besó fugazmente.
—No sé por qué te niegas —volvió a besarla—. Siempre nos la
hemos pasado bien juntas y… —bajó una mano que fue recorriendo la
silueta de Camila hasta perderse entre sus piernas, aunque por encima
de la tela del pantalón del pijama— encontramos fuerza en la cancha.

La respiración de Camila se agitó y la mano de Milka frotándola


por encima de la ropa tampoco la ayudaba a encontrar ánimos para
alejarse de ella.

—Mil…, detente —le pidió y trató de atraparle la mano que


buscaba ya colarse entre su ropa.

Milka rio, pero se pegó a ella disminuyendo su intento de detenerla.

—¿Por qué te niegas, cariño? —le preguntó casi pegada a su


boca—. ¿Acaso hay alguien más? ¿Dime quién es?

Una fuerte tos las hizo sobresaltarse y separarse como si de pronto


una quemara a la otra. Camila cerró los ojos agradeciendo la
inesperada presencia de su padre, que las miraba desde el pasillo con
evidente desaprobación.

—Buenas noches —saludó él.

—Hola papá —apenas pudo responderle.

—Buenas noches, señor Cabello —saludó Milka también perdiendo


todo su ímpetu.

—Supongo —Alejandro recalcó la palabra— que estás por irte a


dormir, ¿cierto? —le preguntó a su hija.

—Por supuesto.

Milka de inmediato se movió hacia la puerta.

—Bien, ya me voy. Hasta mañana, Mila. Hasta luego, señor Cabello


—se despidió y salió de la habitación sin esperar respuesta.

—Adiós —le respondió Alejandro. La vio alejarse por el pasillo hasta


que se detuvo frente al ascensor.

—Ya papá —le pidió Camila sabiendo que su padre siempre tuvo
cierta aversión por Milka.
Él esperó a que la morena subiera al ascensor y, al final, miró a su
hija.

—¿En serio, Karla Camila? ¿Con la puerta abierta? ¿Qué pasa si en


lugar de ser yo quien las ve enredadas es un periodista? ¿De verdad tu
imagen no te importa?

La tenista rodó los ojos.

—Estaba por irse.

—A mí me pareció que estaban por irse a la cama. Y no


precisamente a dormir.

—Papá, no es lo que piensas.

—No, es lo que vi.

—Está bien, pero nada pasó. ¿Por qué viniste?

—Guardé mi teléfono en tu bolso.

Camila frunció los labios.

—Ya te lo busco.

Alejandro esperó en la puerta a que su hija le buscara el teléfono.


En cuanto lo obtuvo, le dedicó una mirada desaprobadora, le gruñó
algo parecido a “buenas noches” y se fue. Camila cerró la puerta de
su habitación agradeciendo que su padre hubiese llegado. Estuvo a
punto de caer una vez más en las redes de Milka.

Milka entró a su habitación dando un portazo. Maldijo a Alejandro


por interrumpir su avance con Camila cuando estaba a punto de
llevársela a la cama. Con rabia comenzó a desvestirse. Mientras lo
hacía se concentró en respirar para bajar un poco la excitación. Es que
estar cerca de Camila la ponía a mil y no tenerla ya empezaba a
volverla loca. Desde que eran amantes no había pasado tanto tiempo
sin que estuvieran juntas. Sí, ella podía pasar su calentón con alguna
otra tenista del circuito, eso era fácil, pero ella no necesitaba a Camila
solo para calmar las ansias de su cuerpo. Ella la necesitaba porque la
amaba; le faltaba el aire si pasaba mucho tiempo sin que se amaran.

En ese momento no tenía paciencia para ponerse un pijama, así


que se metió bajo las sábanas desnuda. Fue cuando rememoró la
cercanía del cuerpo de Camila minutos atrás; ella no le era indiferente,
entonces, ¿por qué se negaba a que estuvieran juntas? Cuando le
preguntó si había alguien, vio un brillo extraño en sus ojos marrones.
Existía alguien más, ahora estaba segura. Se preguntó si, de alguna
manera, Camila le era fiel a ese alguien. De ser así, tendría que hacer
algo. Definitivamente tenía que hacerlo, pero para eso, debía
averiguar antes quién era ese nuevo alguien en la vida de la tenista.
Debía prestar atención.

Camila ganó sus siguientes partidos y llegó a los octavos de final.


Lauren vio el final del juego y lo celebró con los brazos alzados como si
fuera ella la que estuviera en la cancha. Se encontraba en la sala de
su casa, acompañada por Clara, que sonrió por la reacción de su hija.

En la pantalla vio a Camila ya sentada en su puesto, refrescándose,


a la espera de que la llamaran para entrevistarla como era el protocolo
del torneo tras ganar el juego. Clara notó el brillo en los ojos de su hija
en cuanto enfocaron a la tenista que ya se levantaba para ir al centro
de la cancha.

—¿Por qué no vas con ella?

A Lauren le costó un poco darse cuenta de que su madre le habló,


pero más tardó en entender sus palabras. Dejó de sonreír y miró a su
madre.

—¿Qué?

—Es evidente que la extrañas —dijo señalando con un movimiento


de cabeza a Camila—. Ve con ella.
Lauren se recostó del respaldo del sofá.

—Mamá, está en un torneo. No debe distraerse. Además, está en


otro país, ¿lo olvidas?

—Puedes tomar un avión, ¿lo olvidas tú?

La ex tenista suspiró fuerte. Cuando su madre se encerraba con un


tema, costaba desentenderse de ella.

—No debe distraerse.

Clara bufó.

—Excusas, Laur. Deja de darle tantas vueltas y ve con ella. Le hizo


bien venir aquí, contigo. Le hará bien tenerte allá, a su lado. Ella confía
en ti.

—Mamá…

—Sabes que tengo razón.

Ella guardó silencio por unos minutos mientras prestaba atención a


lo que decía Camila en la entrevista. Por unos segundos, la tenista miró
a la cámara y a Lauren el corazón le dio un vuelco, fue como si le
dirigiera esa mirada a ella. Sonrió sin darse cuenta; Camila sabía que
ella miraba todos sus partidos, tal vez esa mirada… “¿Fue para mí?”
Pensarlo le agitó el corazón y el deseo de estar a su lado se multiplicó
por mil.

—Lauren Jauregui, deja de pensarlo tanto y ve —insistió Clara con


un tono más severo.

Ella miró a su madre con un poco de incertidumbre, pero tras unos


segundos, sonrió.
CAPÍTULO 49

Al día siguiente, Camila se preparó temprano para su rutina de


entrenamiento, aunque ese día era de descanso porque se jugaría los
cuartos de final del cuadro superior del torneo. Haber ganado la
llenaba de nuevas energías y la hacía pensar que llegaría a la final. Sin
embargo, no dejó de prestar atención a que en el otro cuadro estaba
Selena Wilson, la gran favorita. Esa era la jugadora a vencer, pensó
mientras peloteaba en una de las canchas con unos de los asistentes
de su padre.

Si bien estaba concentrada en lo que hacía, no le pasó


desapercibido que Milka se acercó a Paul, que observaba atento la
práctica. La morena la saludó cuando paró en un momento del
peloteo; ella le devolvió el saludo con una sonrisa amistosa que al
parecer no le agradó del todo porque esta rodó los ojos. Para su suerte,
el entrenador de Milka se acercó y se la llevó con él. Camila no sabía
qué hacer con ella; era cierto que quería concentrarse en su juego, en
eso no le mentía, pero también era consciente de que la noche
anterior, cuando la morena intentó seducirla, pensó en Lauren. Ella
sabía que tenía sentimientos por la ex tenista, lo que nunca le pasó por
la cabeza fue que eso le infundiría deseos de serle fiel. ¿Realmente le
estaba pasando? Nunca antes se detuvo cuando le apeteció a una
mujer; y a Milka la deseaba, aunque no como antes. No como a Lauren.
¿O sería la novedad? No lo sabía en realidad.

En Montecarlo, en cambio, Lauren tenía algo muy claro. Ansiaba


estar cerca de Camila. Por eso ya tenía un boleto de avión comprado,
aunque no para cuando lo quería. Si hubiese sido por ella, ese mismo
día estaría de camino a Nottingham, pero para su mala suerte, no
había disponibilidad, así que tuvo que conformarse con un boleto para
el día siguiente.
—Es importante para mí hacer esto sola, cariño. Como te he dicho
antes, no siempre vas a estar y yo necesito dar este paso.

Taylor la miró suplicante. Lauren había decidido ir a Gran Bretaña


sola, sería la primera vez desde el ataque que iría sin compañía a
cualquier lugar. La ex tenista se movía de la cama al clóset y viceversa,
mientras preparaba su pequeño equipaje.

—Lo entiendo, pero no por eso dejo de preocuparme. Mamá


también está intranquila. Solo déjame acompañarte, tú podrás ver a
Camila con absoluta libertad. Ni siquiera sabrás de mí.

Lauren la miró desde el clóset.

—Sé lo que quieres hacer. Quieres ir por Paul. ¿Qué pasa con la
universidad?

La joven se encogió de hombros.

—Sabes que voy adelantada en mis clases. Mi rendimiento no se


verá afectado.

Ella se acercó a la cama y se sentó junto a su hermana, tomó sus


manos y la miró a los ojos.

—Taylor, sé que tú y mamá están preocupadas, pero debo hacerlo


sola —le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y le
sonrió—. Quiero hacerlo sola.

Taylor vio sus ojos brillar y no pudo más que devolverla la tierna
sonrisa. Se soltó de sus manos y la abrazó fuerte. Lauren sonrió y la
apretó contra ella.

—Está bien —le dijo y luego se soltó un poco para mirarla a los
ojos—. Quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti. Sé que viajar
sola va a ser todo un desafío para tu ansiedad, pero eres la mujer más
fuerte que conozco. Por eso sé que llegarás al fin del mundo si te lo
propones.

Lauren rio.

—No quiero llegar al fin del mundo.

—Lo sé, solo hasta los brazos de Camila.


—¡Taylor!

—¡Es cierto! Y pensar que me cayó tan mal cuando la conocí. Para
su suerte ahora su ego no está tan en la estratósfera, y eso hace que
pueda aceptar que haya enamorado a mi hermana.

—¡Taylor! —esta vez la golpeó juguetonamente en el muslo.

—¿Qué? Es cierto. Y es bueno también —dijo encogiéndose de


hombros

—. Solo espero que las cosas vayan bien entre ustedes.

Lauren sonrió.

—Eso lo dirá el tiempo.

—Espero que ninguna de las dos pierda tiempo en tonterías.

—No lo haremos —le aseguró riendo.

Y después de alistar su equipaje, para Lauren las horas se


ralentizaron. El nivel de su ansiedad solo disminuyó cuando en la noche
hablaron por WhatsApp. Ella no le dijo a Camila que iría, quería darle
una sorpresa; por eso habló con Alejandro para averiguar en cuál hotel
se hospedaban. Él se puso muy contento no solo por la sorpresa,
también porque confiaba por completo en su criterio, en especial
ahora que Camila se encontraba cerca de pasar a los cuartos de final.

Al día siguiente, en el aeropuerto, las manos de Lauren sudaban.


Caminaba entre la gente concentrada en mantener un ritmo de
respiración bajo. Taylor caminaba a su lado, de que no la acompañara
al aeropuerto no hubo manera de convencerla. Por eso luchaba
contra todo el instinto de su cuerpo que le gritaba que se fuera de allí,
que corriera; quería demostrarle y demostrarse que podía hacerlo. Con
una sonrisa nerviosa, ella se despidió de su hermana cuando pasó a la
zona de embarque. Caminó con los dientes apretados por el largo
pasillo; miraba al frente, si se fijaba demasiado en las personas que
pasaban a su lado o que encontraba de frente, era muy probable que
terminara en un rincón completamente paralizada. Se resistió también
decenas de veces a mirar por encima de su hombro. “Él no está aquí.
No te hará daño”, se decía mientras caminaba.
Lauren contuvo las lágrimas y el llanto cuando llegó a la sala de
espera de la zona de embarque. Se sentó y aferró con fuerza su
pequeño bolso de mano. Allí se quedó hasta que tuvo que abordar. Le
pareció una eternidad cuando finalmente se dejó caer en su asiento.
Entonces cerró los ojos y los abrió cuando el avión estaba en el aire.
Poco después se durmió y despertó durante el aterrizaje.

Alejandro le aseguró que enviaría por ella al aeropuerto y así fue;


cuando se acomodó en el asiento trasero del auto que la llevaría al
Nottingham Tennis Centre, se sentía cansada, pero las ganas de ver a
Camila eran mayores que cualquier agotamiento. Cerca de 25 minutos
después, vio a Alejandro esperándola. Ambos se sonrieron.

Lauren bajó del auto y de pronto se encontró rodeada por los


fuertes brazos del viejo amigo de su padre.

—¿Llegué a tiempo? —preguntó sin poder contener ya sus ganas


de ver a Camila.

Alejandro arrugó la boca.

—Ya inició. Cuando bajé a buscarte, comenzaba el tercer juego


del primer set —respondió tomándola por el brazo—. Lleva su equipaje
al hotel, por favor —le indicó al chofer y sin tardar más, la condujo hacia
la entrada del centro tenístico.

Ambos pasaron los protocolos de seguridad de acceso y pronto ya


se encontraron cerca de la superficie donde jugaba Camila. Mientras
caminaba entre la gente que también se dirigía hacia la cancha,
Lauren se dio cuenta que por algunos minutos se olvidó del todo de su
temor a estar rodeada de tanta multitud. Eso la hizo respirar con algo
de tranquilidad. Su corazón palpitaba fuerte, pero ella sabía muy bien
que era porque vería a Camila.

Lauren oyó los aplausos del público antes de tener una vista
completa de la cancha. Sonrió en cuanto la vio; Camila estaba al
saque. Su rostro se notaba tenso, aunque ella supo de inmediato que
era pura concentración. La tenista sostuvo su saque con un ace y tres
tiros ganadores; esa pausa la aprovechó Alejandro para dirigirla al
palco donde se encontraban Paul, el doctor Green y Joe.
En la cancha, cuando Camila ganó el punto, levantó el puño
hacia su equipo; le extrañó que su padre no estuviera ahí, pero no por
eso dejó de mostrarse firme para el resto de su equipo. Ella se dirigió a
su puesto; no se sentó hasta que el recogepelotas le entregó su toalla.
Ya sentada, bebió un poco de agua y se dispuso a esperar para volver
a la cancha.

El juez de silla llamó a las jugadoras y estas regresaron a la


superficie. Camila caminó hacia la línea de fondo comprobando la
tensión de las cuerdas de su raqueta. Ella no solía alistarse para sacar o
recibir sin antes darle un vistazo a su equipo. Y de pronto su corazón se
detuvo. Casi suelta la raqueta ¿Estaba viendo un espejismo? Sí, lo era.
Tenía que ser un espejismo, pero era bastante real porque le sonreía.
¿Realmente Lauren estaba ahí? Sonrió sin darse cuenta, sin apartar la
vista de ella.

Y como ambas se encontraban en la cancha, no se enteraron que


las cámaras de la TV enfocaron a una y a otra. Los tenistas no
escapaban de ser el blanco para crear historias románticas o del
corazón, por eso la prensa siempre estaba atenta y el intercambio de
miradas entre Camila y la mujer en su palco, no pasó desapercibido
para la cámara.

Milka miraba el juego en su habitación. Ese día perdió su juego, por


lo tanto, su historia en el torneo terminó por ese año. Se sentó en la
cama cuando la cámara enfocó a Camila y luego a Lauren. En la
mirada de la mujer que fue su amante por mucho tiempo encontró la
respuesta que buscaba. Supo de inmediato por qué Camila estaba tan
esquiva.

—Maldita sea —murmuró.

Dicen que los celos hacen perder la cabeza y lleva a las personas
a cometer locuras. Muy pronto Camila sabría de lo que es capaz de
hacer una mujer enamorada… y celosa.
CAPÍTULO 50

Camila tuvo que correr mucho en la cancha para ganar su partido,


después de todo se enfrentó a la Nº 4 del mundo; ganó en tres set, 6 -
4, 6 - 7 y 6 - 4, pasando así a las semifinales. Ella se sentía flotar, su tenis
en definitivo había vuelto, pero lo que más la tenía en el aire era que
Lauren se encontraba ahí, muy cerca de ella. Con impaciencia
cumplió con el protocolo de la entrevista en la cancha y luego con dar
una muestra para las pruebas antidopaje. Incluso cuando se encontró
con Paul para el habitual masaje tras los partidos, esperó ver a Lauren,
pero no fue así.

—¿Dónde está? —le preguntó a Paul ya subiendo a la mesa de


masaje.

—Alejandro prefirió esperar con ella a que parte del público saliera,
ya sabes, por su ansiedad —la tenista respiró profundo. A veces
olvidaba la lucha que llevaba Lauren con sus ataques de ansiedad—.
Después que abandoné el palco, los perdí. Ahora, ¿puedes relajarte?
Estás vibrando.

Paul recibió como respuesta un gruñido.

—¿Por qué no me dijiste que Lauren vendría?

—No tenía idea.

—Seguramente papá lo sabía.

—Eso me parece. Ahora relájate, mis manos no harán mucho en ti


si sigues así.

—Es que no entiendo por qué papá no vino directo aquí. Siempre
lo hace.

Paul se alejó de la camilla, su paciencia estaba llegando al límite.

—Mila, re… la… ja… te —le pidió una vez más. Camila se incorporó
y se sentó en la cama.

—No lo haré hasta que…


Sus palabras quedaron a medias porque tocaron a la puerta. Un
segundo después esta se abrió y Alejandro asomó la cabeza.

—¿Se puede?

Camila bajó de la cama casi de un salto y se acercó a la puerta,


la abrió por completo. Detrás de su padre, se encontraba Lauren.
Ambas sonrieron, aunque la ex tenista pareció algo nerviosa.

—Lauren tuvo que tomarse unos minutos —explicó Alejandro


haciéndose a un lado—. Adelante, por favor.

La ex tenista lo miró un segundo y le sonrió, luego su atención


recayó por completo en Camila, que se acercó y la abrazó con un
poco de torpeza. En realidad, sentía que quería abrazarla muy fuerte
hasta fundirla en su piel, pero dudó. Sin embargo, luego de alejarse y
ver la sonrisa de Lauren, su ímpetu salió a flote y volvió a abrazarla como
se lo exigía su ser.

—No puedo creer que estés aquí —le dijo aún sin soltarla.

Lauren correspondió a su abrazo. En ese instante se sintió feliz de


tomar la decisión de ir. De hecho, no entendió por qué tardó tanto en
decidirse, porque no existía otro lugar en el que deseara estar que no
fuera en los brazos de Camila Cabello.

—Quise darte una sorpresa.

La tenista se separó lo suficiente para mirarla directo a los ojos. Su


sonrisa no disminuyó ni una pizca.

—Pues vaya que me sorprendiste —dijo y volvió a abrazarla. Pero


esta vez el abrazo no duró tanto.

—Estás en la semifinal, felicitaciones.

—Gracias. Esto no lo hubiese logrado sin ti.

—No fui yo quien devolvió todas esas pelotas.

Camila rio.

—No, pero mientras iba tras la pelota, pensaba que era la peor
jugadora del mundo y eso me lo enseñaste tú.
Lauren soltó una leve carcajada.

—Esa es tu fórmula para ganar —dijo y le guiñó un ojo.

—Bien, ¿qué tal si te cambias y nos vemos en unos minutos afuera?


— intervino Alejandro —. Estás en la semifinal, así que hay mucho
trabajo que hacer.

Camila le sonrió.

—Está bien. Solo me tomará unos minutos.

—Paul y yo las esperaremos en el estacionamiento.

El fisioterapeuta miró a Alejandro sorprendido; sin embargo,


entendió la indirecta, por lo que de inmediato recogió las cosas y
ambos salieron dejándolas solas.

Camila buscó la mirada de Lauren y volvieron a sonreírse. Tal vez si


estuvieran en una película, en ese instante el fondo se escucharía una
de esas canciones románticas que hablan de amores inesperados o
eternos. Fue la tenista quien dio el primer paso para acortar la distancia
entre ellas; su corazón latía fuerte y el de Lauren también.

Camila levantó la mano derecha y le acarició con el dorso de los


dedos la barbilla, luego fue subiendo, dejando a su paso un delicioso
cosquilleó en la parte no marcada de su mejilla.

—No puedo creer que estés aquí —susurró y se acercó más en el


instante que le acunó la mejilla por completo.

Lauren cerró los ojos dejándose envolver por su calor. Se


estremeció cuando sintió la mano izquierda acunándole la otra mejilla.
Frunció el entrecejo y entreabrió los labios para poder encontrar el aire
que de pronto se extinguió de su alrededor. Sintió el aliento de Camila
rozarle la boca.

—No podía estar un día más sin… tocarte —susurró también sin abrir
los ojos.

Entonces llegó la chispa que amenazó con encenderlo todo;


Camila tomó entre sus labios su labio inferior, besándolo con una
ternura infinita que la hizo soltar el aliento contenido y estremecerse.
Pero, así como la besó, se alejó.

—¿Qué es esto, Lo? —continuó hablando entre susurros—. ¿Qué es


esto que me tiene pensándote? ¿Extrañándote? ¿Cumpliendo mis
deseos? Porque no deseaba otra cosa que no fuera tenerte cerca.

Lauren abrió los ojos y se encontró con su mirada tan llena de


incertidumbres como de emociones que no logró descifrar porque todo
su mundo en ese instante era las manos de Camila envolviéndola y su
cuerpo quemándola.

—No lo sé —respondió con la voz en extremo ronca.

Y ese matiz grave de su voz provocó que la chispa que surgió con
su cercanía, se convirtiera en una llamarada cuando Camila se lanzó
contra su boca, uniéndolas en un beso hambriento que amenazó con
paralizarles el corazón. Lauren gimió contra sus labios y la rodeó por el
cuello entregándose por entero a sus deseos de sentirla.

Camila bajó las manos y la rodeó por la cintura, entre jadeos y


lucha de labios y lenguas, la movió hasta pegarla a una pared cercana
a ellas. En segundos Lauren se encontró atrapada por el cuerpo de la
tenista que le resultó no solo ardiente por el calor que desprendía y que
recordaba muy bien, también le era en extremo sensual la manera en
que se movía, se retorcía contra ella lanzando llamaradas de deseo por
todo su ser a su punto más sensible. Los segundos se hicieron eternos
mientras los labios jugaban con la humedad de sus bocas, con su calor,
con la textura de sus lenguas.

Lauren jadeó, necesitaba aire y aunque deseaba morir besándola,


sintiéndola, tuvo que separar sus labios. Camila gruñó una protesta, y
siguió besando los contornos de su boca hasta que llegó a la barbilla y
la mordió suavemente.

—Esto es delirante —susurró entre jadeos Lauren—, pero debemos


parar.

—¿Por qué?

Lauren sintió los labios de Camila dibujar el borde de su mandíbula.


Por puro instinto levantó la cabeza para darle acceso a su cuello y
arqueó la pelvis en busca de un poco de roce contra su cuerpo
caliente.

La ex tenista cerró los ojos, no le resultó fácil articular pensamientos


claros sintiendo cómo Camila exploró su cuello sensible con besos y
lamidas. Mordiendo un poco también. Gimió sin poder contenerse.

—Porque debes concentrar todas tus energías en el… ¡oh, Dios mío!
— jadeó. Camila acababa de succionar su piel en la base de su
cuello—… siguiente partido.

—Me sobran energías —arguyó y volvió a succionar.

Y ese argumento le valió a Lauren para buscar de nuevo su boca


y perderse en ella. Entre besos y gemidos, encontraron fuerzas para
acabar la candente sesión para que Camila se cambiara. Sus cuerpos
ardían, pero Lauren debía ser firme, así que tuvo que resistirse también
a los deseos que la azotaban. Desde que decidió ir a Nottingham, no
pudo pensar en otra cosa que no fuera en hacer el amor con Camila,
pero ahora debía ser consciente de que ella tenía por delante un
enorme desafío; ganar su siguiente partido y disputar la final. Ganar el
torneo le imprimiría más seguridad a su juego y con constancia, en
poco tiempo, estaría de nuevo en la cima del tenis, de donde cayó por
dejarse llevar por su ego.

Y tal como lo dijo Alejandro, había mucho trabajo por hacer, por
eso el equipo en pleno se reunió para planificar las rutinas de
entrenamiento que Camila debía llevar a cabo al día siguiente como
preparativo para su partido de la semifinal. Se enfrentaría a la Nº 2 del
mundo, sería todo un desafío. Terminada la reunión, todos se
dispusieron a descansar; si bien había confianza en el tenis de Camila,
los nervios no dejaban de aflorar.

Camila ni siquiera quiso hablarlo con Lauren, ella la tomó de la


mano y la condujo a su habitación. Y aunque la ex tenista insistió en
que ella debía concentrar todas sus energías en lo que restaba de
torneo, terminó cediendo a sus deseos. No obstante, la pasión las
arropó cuando sus cuerpos estuvieron desnudos, fue la ternura la que
llevó el ritmo de los besos, de las caricias. Fue la ternura la que hizo brillar
sus ojos cuando fueron un solo ser. El aire caliente las embriagó,
conduciéndolas por cada curva de sus cuerpos; estremeciéndolas
cuando llegaron a esos lugares sensibles que hacen que el clímax de
una mujer sea pleno.
CAPÍTULO 51

Camila podría acostumbrarse a despertar así y deseó quedarse


entre las sábanas junto al cálido cuerpo de Lauren Jauregui. Sin
embargo, tenía una carrera que atender y la hora de iniciar su
entrenamiento matutino se acercaba. Y aun sabiéndolo, decidió
quedarse unos minutos en la cama. Es que le resultaba tan atrayente
ver a Lauren a su lado. Aún dormía con la cabeza ladeada hacia ella.
Era tan hermosa que dolía. Contempló sus labios finos y se mordió el de
ella, le encantaba besarla. En su boca encontraba una mezcla de
pasión, deseo y ternura, que la transportaban a otro mundo. Su barbilla
fina invitaba a morderla, y su cuello… uf, su cuello era un sendero tan
suave y delicado que parecía hecho de nubes. Y lo mejor era no pensar
en el aroma de su piel. Una vez más se mordió un labio, es que era
irresistible. Con una tierna sonrisa curvando su boca, se acercó y le rozó
el hombro con la nariz. ¿Habría alguna manera de envasar su olor? Ella
amplió la sonrisa y negó con la cabeza. No. Y si era posible, ella prefería
olerlo directo de su piel.

La tenista, dejándose llevar, posó los labios en el hombro de Lauren.


Esta se removió y gimió una especie de protesta. Ese sonido provocó un
maremoto en los sentidos de Camila. Se estremeció sin pudor, en su
lugar más íntimo sintió desbordarse un poco de humedad. Gruñó bajo
y apretó las piernas, ansió acercarse a Lauren y saciar el deseo que
explotó en su cuerpo. Pero… miró el reloj en la mesa de noche, debía
entrenar. De pronto sintió cierta aversión por el tenis.

—¿Qué te pasa?

La voz soñolienta de Lauren la sobresaltó. Su atención se quedó en


el reloj, por eso no se dio cuenta cuando despertó.

Camila la miró y le sonrió. En lugar de responderle, se acercó y


hundió la cara en su cuello. Subió sobre ella llenándose no solo de su
calidez, también de su olor, de su piel, de toda ella. Lauren no pudo
evitar gemir.

Como un resorte, la cabeza de Camila salió de su escondite.


—¡Maldición! —masculló.

Lauren frunció el entrecejo.

—¿Qué?

—Que gimes de una manera tan endemoniadamente sexy, tan


caliente, que me vuelas la cabeza.

La ex tenista rio y la besó.

—Exagerada.

Camila alzó las cejas.

—¿Exagerada? Deberías escucharte. Te aseguro que vas a querer


hacértelo si te escuchas.

Ahora Lauren soltó una carcajada.

—¿No tienes que entrenar?

El rostro de la tenista se torció con un gesto de pesar.

—Sí. Pero no quiero —respondió hundiendo la cara de nuevo en el


cálido cuello.

Lauren se estremeció y quiso dejarse llevar, sin embargo, sabía que


Camila no podía retrasarse.

—No quiero problemas con Alejandro, así que será mejor que dejes
de hacer eso. Después del torneo, tendremos un poco de tiempo para
lo que quieras.

La cara de Camila apareció con una radiante sonrisa.

—¿Hablas en serio?

—Hablo en serio.

Lo que nunca se imaginó Lauren cuando dijo eso, es que


ciertamente, Camila tendría bastante tiempo para estar junto a ella
después de terminar el torneo.
Lauren, asumiendo su papel como cerebro técnico del equipo de
trabajo de Camila, la acompañó a la práctica. No faltaron Alejandro
ni Paul, por supuesto. La jornada fue intensa, pero teniendo cuidado de
no exceder las energías de la tenista.

Después de la práctica, Lauren preparó, tal como se lo enseñó su


padre, una buena cantidad de vídeos de los últimos partidos de la
jugadora que sería la rival de Camila en la semifinal. Se trataba de una
rusa que ocupaba el puesto Nº 2 del ranking mundial. El objetivo era
estudiar su tenis, sus fortalezas y debilidades. Esa era una tarea que
Lauren quería que la tenista añadiera a su estrategia de juego porque
a ella le ayudó mucho en la cancha. Conocer al rival es elegir las armas
con que se enfrentará.

Lauren, Camila y Alejandro, pasaron cerca de dos horas


estudiando el juego de la rusa. Comentaron entre ellos lo que veían y
cómo hacer frente al revés de la jugadora, que era su arma más
potente; solía dejar a sus rivales sin defensa. A Alejandro le gustaba la
forma en que Lauren le hablaba a Camila, era objetiva e iba directo al
punto que quería resaltar. Su hija la miraba atenta, expresaba su
opinión y también pedía las suyas. Él pensó que, si Lauren logró que el
juego de su hija mejorara en tan poco tiempo, si se unía al equipo, sería
difícil que Camila fuera derrotada. El problema era que la ex tenista
aún parecía resistirse a la propuesta. Aunque ahora estaba allí, y eso
parecía ser un punto a su favor.

El resto del día para Camila pasó vertiginoso y cuando se dio


cuenta, ya se encontraba en el vestidor lista para salir a la cancha y
jugar la semifinal del torneo. Alejandro y Paul la acompañaban,
mientras que Lauren ya se encontraba en el palco a la espera de que
comenzara el partido. Hablaban entre ellos cuando tocaron a la
puerta. Fue Paul el que se levantó a abrir. Camila escuchó la voz e
intercambió miradas con su padre. Unos segundos después, Milka entró
en el vestidor.

—Hola —saludó a Camila y le sonrió—. Vine a desearte suerte.


Alejandro frunció los labios, aun así, se levantó y tomó uno de los
bolsos que Camila solía llevar a la cancha.

—No tardes, Mila, ya están por llamarte.

—Gracias, papá.

—Suerte para todo el equipo, señor Cabello —le dijo Milka.

—Gracias.

Paul tomó el bolso con las raquetas y siguió a Alejandro. Ya a solas,


Camila se levantó y la encaró. Sin embargo, fue la morena la primera
en hablar.

—De verdad vine a desearte suerte.

—Gracias —respondió con un tono neutro.

La morena la observó unos instantes como si intentara descifrar en


qué pensaba ella.

—No me has buscado.

Cuatro palabras que sonaron a reproche. Camila hizo un esfuerzo


para no rodar los ojos, así que respiró y trató de llenarse de paciencia.

—Milka, te dije que quería concentrarme en mi juego.

La morena asintió sin dejar de mirarla a los ojos.

—Sí, sé lo que dijiste —sonrió un poco, aunque fue un gesto


forzado—. Después del torneo, ¿volveremos a vernos?

Bien, Milka puso las cartas sobre la mesa y quería que ella mostrara
las suyas. Lo haría, decidió.

—Milka, será mejor que tú y yo seamos solo amigas —dijo con un


tono conciliador.

Milka volvió a asentir y su sonrisa se hizo más forzada. Al igual que


ella, Camila la conocía. Así que supo que su ex amante no tomaba
nada bien la situación, aunque no estuviera gritando y fuera toda
calma en ese momento. Era en sus ojos donde podía ver la tempestad.
—Una vez te dije que, si dejábamos de ser amantes, quería que
nuestra amistad prevaleciera. Aún deseo eso.

—Me alegra saberlo.

Milka suspiró.

—Bien, vine a desearte suerte y es lo que haré, aunque me alegra


dejar las cosas claras entre nosotras también. No me queda más que…
—sonrió— desearte suerte.

Camila sonrió genuinamente.

—Gracias.

—Estoy segura de que ganarás no solo este partido, también el


torneo.

—Lo intentaré —dijo alzando las cejas.

Milka rio.

—Bien, me iré. Nos vemos.

—Nos vemos —respondió Camila y la vio salir del vestidor.

El rostro de la tenista se tiñó con un gesto de pesar. Si unos meses


atrás le hubiesen dicho que pronto terminaría su aventura con Milka, no
lo creía. Pero allí estaba, viendo cerrarse esa puerta, aunque le dolía un
poco. Sin embargo, lo que le importaba ahora es que vislumbraba los
colores de otra manera gracias a Lauren. Así que ya era hora de que
hablaran porque en definitivo no quería estar mucho tiempo alejada
de ella. Eso ya lo tenía muy claro.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando la puerta se abrió y


Alejandro asomó la cabeza.

—¿Todo bien?

Camila respiró hondo y apartó lo que acababa de pasar a un lado,


era hora de concentrarse en el partido que tenía por delante.

—Sí.

—Bien, es hora.
Minutos después, Camila Cabello salió a la cancha y fue recibida
con un caluroso aplauso del público. Ella levantó la mano para saludar
y sonrió. Mientras caminaba a su puesto, miró hacia su palco. Ahí
estaba, justo al lado de su padre, Lauren, que le guiñó un ojo en la
distancia y le sonrió; sin embargo, percibió su nerviosismo. Ella daba
pasos gigantescos para superar su ansiedad, pero aún quedaba
mucho camino por recorrer.

En poco tiempo el juez de silla anunció el calentamiento y después,


el inicio del partido. Camila se enfrentaba a la Nº 2 del mundo, pero por
muchas semanas ella encabezó el ranking de la WTA y lo demostró
ganando en set corridos, 6 - 4, 6 - 2. La rusa nunca tuvo oportunidad en
la cancha.

El equipo de trabajo de Camila se levantó para aplaudir su triunfo.


Todos se abrazaron sabiendo ya que el juego de la tenista estaba al
100% de nuevo. Ahora solo faltaba saber quién sería su rival en la final.

Casi tres horas después lo supieron. Camila enfrentaría en la final


del torneo a Selena Wilson, la mejor tenista del mundo.
CAPÍTULO 52

La celebración por el pase a la final de Camila no se hizo esperar.


El equipo en pleno se reunió en el restaurante del hotel y disfrutaron de
una agradable cena. Aun cuando estaban muy contentos porque el
juego de la tenista ya casi alcanzaba el nivel que la llevó a ser Nº 1 del
ranking, sabían también que quedaba trabajo por hacer. En especial
por a quien enfrentaría en la final.

Al igual que la noche anterior, Lauren se quedó con Camila en su


habitación.

—¿Estás segura de que no podemos hacerlo ni un poquito?

Ambas estaban en la cama, con sus respectivos pijamas para


disminuir la tentación. Camila tenía la cabeza apoyada en un par de
almohadas que la elevaban un poco por encima de ella, que estaba
por completo tendida sobre la cama. Sus piernas las mantenían
enredadas.

Lauren rio al escuchar la pregunta.

—¿Cómo se puede hacer solo un poquito?

Camila rio traviesa y se encogió de hombros.

—No lo sé. Tal vez sin desnudarnos —respondió y su mano que


posaba sobre la cadera de Lauren, se deslizó hacia abajo—, puedo
deslizarme entre la ropa y…

Lauren la detuvo cuando estaba a punto de deslizarse por debajo


de la tela del pantalón.

—No. No podemos hacerlo ni un poquito.

Camila le sacó la lengua y le tomó la mano. Miró entonces su brazo


marcado; deslizó los dedos por las marcas, sintiendo la piel dura y
rugosa.
—¿Por qué lo hizo? —susurró—. Quiero decir, sé que me dijiste que
debía dinero por apuestas e iba a perder su casa, pero… —negó con
la cabeza con impotencia—. Pudo resolverlo de tantas otras maneras.

—Por mucho tiempo me torturé pensando en ello. Luego me di


cuenta, gracias a mi terapeuta, que no valía la pena perder energías
pensando en el pasado. En el daño que me hizo ese hombre. Por
mucho que pensara en ello, no iba cambiar lo que él hizo.

—Esa fue una buena decisión —hubo una corta pausa entre las dos
en la que se miraron a los ojos—. ¿Lo odias?

Lauren respiró hondo y apartó la mirada.

—He tratado de que no sea así, pero no puedo evitarlo. No me


gusta sentir odio. Sin embargo, no he podido abandonar ese
sentimiento. Por él mi vida cambió. Y no me refiero a las marcas que
dejó en mi cuerpo, hablo de papá. Si él no me hubiese visto así, es
probable que aún estuviera en nuestras vidas.

Camila sonrió y le envolvió la mejilla marcada, acariciándola con


el pulgar. Lauren cerró los ojos.

—Creo que lo que más te duele de perder a tu padre así, es que


no pudiste despedirte.

Ella afirmó.

—Ninguna de nosotras pudo. Mamá estaba junto a él.


Simplemente se desplomó y no despertó.

Camila se acercó a ella y la rodeó como pudo con los brazos.

—Ya, es mejor que no hablemos de eso —dijo y la besó en la


frente—. Debemos descansar.

—Es cierto —aceptó sonriéndole—. Mañana hay que trabajar duro.


La tenista frunció lo labios y Lauren rio por el gesto.

—Lo sé.
Al igual que con el partido de semifinales, Camila dedicó un par
de horas para su entrenamiento de rutina. Tanto Lauren, como cerebro
técnico, como Alejandro y Paul, se mantuvieron atentos a cada uno de
sus movimientos. Tras regresar al hotel y descansar un poco, de nuevo
los tres se sentaron a analizar el juego de Selena Wilson, aunque la ex
tenista conocía algunas de sus debilidades.

Camila la escuchó con atención y, por primera vez, saldría a la


cancha a enfrentar a su oponente con una estrategia que cambiaría
conforme a cómo fuera la acción en el juego. Lauren le explicó que no
debía tener solo un plan en su estrategia; que debía adaptar su juego
de acuerdo a lo que propusiera su rival. Ella lo entendió y dedicó
bastante tiempo a repasar todo el plan que Lauren le diseñó. Si bien no
se olvidaban que Selena era una dura rival y que también sabía resolver
los problemas en la cancha, Camila ahora contaba con más armas
para contrarrestar sus ataques y para ser ofensiva también.

Alejandro miró a su hija con los ojos brillantes. Estaba orgulloso y


sabía que ella ahora se daba cuenta que pedir ayuda no era mostrarse
débil, sino ser inteligente. El resto de las horas de ese día se fueron entre
besos castos y caricias que despertaban emociones, pero Lauren
mantuvo controlada a la tenista.

El abierto de Nottingham era la antesala para Wimbledon, ya los


jugadores estaban ansiosos por pisar el pasto de la catedral del tenis. El
día de la final femenina llegó y muy temprano Camila ya se dirigía
hacia el área de las canchas para su entrenamiento matutino; Lauren
y Alejandro se adelantaron para asegurar una superficie con sombra
para la práctica. Camila caminaba junto a Paul cuando se encontró
con Milka.

—¡Mila! —se acercó y le dio un beso en la mejilla como saludo—.


¿Estás lista para ganar?

Camila le sonrió amistosamente, después de todo, además de


amantes, fueron buenas amigas por mucho tiempo y la morena no
parecía guardarle rencor tras dejarle claro que su larga aventura había
llegado a su fin.
—Intentaré ganar —respondió y le hizo una seña con la mano para
que continuaran caminado—. Y tú, ¿qué haces aquí? ¿Por qué te
quedaste?

Milka llevaba en cada mano una botella con agua. Se encogió de


hombros al tiempo que metió debajo de su brazo una de las botellas y
comenzó a destapar la otra.

—Cuando supe que estarías en la final, quise quedarme a verlo en


directo. Sería perfecto si me invitaras a tu palco.

Camila, que miraba al frente para no tropezar con las personas


que iba y venían por el complejo, evitó rodar los ojos. ¿Realmente Milka
no entendía?

—Lo siento, Mil, pero no hay lugar. Estará todo mi equipo, además
de Lauren.

La morena torció la boca con un gesto juguetón y sonrió, luego le


dio un sorbo a su bebida.

—Me lo imaginé. ¿Puedo ver la práctica?

—Claro —respondió mirándola con una sonrisa amistosa.

Milka le devolvió el gesto y caminó junto a ella mientras hablaban


de las sorpresas que hubo en el torneo y del favoritismo de Selena para
ganar el torneo. Al final llegaron a la cancha y Paul, que se relegó un
poco caminando detrás de ellas, dejó los bolsos con las raquetas y las
bebidas y agua bajo una sombra. Milka dejó que Camila iniciara su
rutina, no sin antes dedicarle una mirada de enfado a Lauren, que no
lo notó porque hablaba con Alejandro. La morena se acercó a donde
Paul dejó los bolsos para resguardarse también del sol.

Cuando Lauren levantó la cabeza, sus ojos se posaron


inevitablemente en Camila que ya se acercaba a donde se
encontraba ella junto a Alejandro; le dedicó una sonrisa radiante, que
poco a poco se fue borrando cuando más atrás notó la presencia de
Milka. Tragó saliva para pasar el trago amargo, aunque de inmediato
pensó que no tenía razón para que la presencia de la morena le
produjera malestar.
—Tranquila, solo vino a ver la práctica —le susurró Camila al oído.
Lauren se sobresaltó porque no se dio cuenta cuando ella la alcanzó y
mucho menos que Alejandro se alejó para hablar con Paul—. Ya le dejé
claro que lo que teníamos, aunque no existía ningún compromiso, se
acabó.

El corazón de Lauren no solo se estremeció por saber que Camila


había roto con Milka, también tembló por la mirada intensa que le
dedicó. Fue como si tratara de que leyera en sus ojos marrones la
veracidad de sus palabras. Ella no pudo hacer otra cosa que asentir y
sonreír. La tenista le devolvió el gesto.

—Es hora de iniciar con esto —le dijo Camila.

De esa manera, la práctica comenzó. Lauren miraba atenta los


golpes de la tenista, definidamente la que ahora era su amante, se
mostraba más firme y confiada al momento de golpear la pelota.
Minutos después Camila se detuvo para hidratarse, así que se acercó
a los bolsos, pero ya Milka, adivinando su intención, se había agachado
y extrajo una botella que abrió para ella y se la tendió.

—Gracias —susurró y le dio un largo sorbo a la bebida.

—Creo que has vuelto a ser tú. Quiero decir, tus golpes y
desplazamientos están quemando la cancha.

Camila rio y bebió un poco más de agua.

—Gracias. Solo trato de mantenerme enfocada.

—Lo haces bien —le aseguró Milka viéndola terminar de beber


toda el agua de la botella—. Estoy segura de que acabarás a Wilson.

—No sé si la acabaré —dijo devolviéndole la botella vacía—, pero


le daré pelea —le guiñó un ojo y se alejó para volver a la práctica.

Milka se quedó viéndola alejarse.

—Sí, seguro que le darás pelea —murmuró con un tono salpicado


de furia.
CAPÍTULO 53

Por el sonido interno de la cancha se anunció a la Nº 1 del mundo,


Selena Wilson y el público se puso de pie. Los aplausos y vitoreos fueron
atronadores. Camila vio a su rival salir, en unos segundos la llamarían a
ella. No era la primera final que disputaba, pero era la prueba máxima
a su tenis después de su caída en una cadena, que parecía
interminable, de derrotas. Su corazón latía fuerte y el nerviosismo la
hacía cambiar el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Su uniforme
de color azul marino, con los detalles de la marca que la patrocinaba
en blanco, resaltaba su tez blanca.

Respiró hondo cuando su nombre se hizo eco en el recinto.


Entonces dio el primer paso. Cuando se adentró en la cancha levantó
la mano y saludó al público que la aplaudía y sonrió. Sin poder evitarlo,
echó un vistazo a su palco. Aunque todo su equipo se encontraba ahí,
a la única que vio fue a Lauren, que le sonrió y le mostró el puño
instándola a luchar. Ella sonrió y luego puso atención a su puesto; dejó
los bolsos con las raquetas y ropas adicionales junto a la silla que
ocuparía. Tomó las toallas que les proporcionaba el torneo y se sentó.

Camila no solía mirar directamente a sus rivales, pero sí se mantenía


atenta a sus movimientos con la vista periférica. Selena, como siempre,
parecía imponente y se encontraba sentada, quitándole el envoltorio
a una raqueta. En breve el juez de silla llamaría para hacer el sorteo y
luego iniciaría el calentamiento. Todo estaba listo para el inicio de la
final femenina del abierto de Nottingham.

Los primeros juegos fueron una prueba para la concentración de


Camila. Selena ganó el sorteo y eligió sacar. Sus saques eran potentes,
pero ella se movía muy bien en la cancha, así que supo devolverlos. Los
primeros seis juegos del set fueron como un calentamiento para
Camila, cada una sostuvo su saque por lo que en el marcador estaban
igualadas.

Era el turno de Selena de sacar, Camila trató de adivinar el lugar


donde la pondría. Y lo hizo. El poderoso saque de su rival lo devolvió por
la lateral dejando a Wilson en una mala posición. Ella lo celebró
mostrándole el puño a su equipo. Tanto Lauren como Alejandro
asintieron en apoyo.

Selena se preparó para otro saque. Esta vez a Camila le costó


llegar, pero en el último instante tocó la pelota con la punta de la
raqueta lanzándola al otro lado apenas por un milagro. Su rival se
acomodó y la devolvió por el centro. Camila se armó y volvió a
atacarla por la lateral. La pelota picó y las dos jugadoras se detuvieron
cuando un juez gritó que estaba dentro. Selena, sin dudar pidió que
revisaran la jugada. En la pantalla de la cancha el ojo del halcón repitió
la jugada. La pelota apenas mordió la línea. El público aplaudió
atronadoramente; en el poco tiempo de partido, las jugadoras lo
deleitaban con un tenis de máximo nivel.

Disputaron otro punto y el juego se puso 40-0, a favor de Camila.


Mientras se preparaba para recibir una vez más, pensó que era su
oportunidad para quebrar el saque de Selena. La pelota fue puesta en
juego y pasó de una cancha a otra al menos 23 veces, Selena fue
sorprendida con un drop shot cuando todos los tiros de Camila fueron
profundos y potentes. En la pizarra apareció el 40-0. “Vamos, Mila.
Vamos”, se animó.

Desde el palco Lauren pudo ver el rostro de concentración de


Selena Wilson, por primera vez en el set se encontraba contra las
cuerdas, pero ella sabía muy bien cómo resolver las adversidades en la
cancha. Por algo era la mejor del circuito. Y la Nº 1 lo demostró con dos
potentes aces; con el primero, Camila apenas se movió. Con el
segundo, estiró el brazo; ni siquiera pudo rozar la pelota. 40-30. Lauren
temió que esa pequeña recuperación derrumbara la confianza de
Camila. Pero no sucedió. Selena sacó y aunque lo hizo con potencia,
su rival le devolvió la pelota y hubo entonces un intercambio de tiros
que extasió al público, que jadeaba conteniendo las ganas de
ovacionar cada tiro. Fue Camila la que contratacó a su rival con un
revés con el que le quebró el saque para tomar ventaja en el set de 4 -
3. No solo el público se puso de pie, también el equipo de Camila. Ella
terminó ganando el primer set, 6 - 4.

Tras casi una hora de intenso tenis, Camila tenía triple match point.
Selena estaba al saque y en su rostro se evidenciaba su impotencia. Al
otro lado de la cancha, ella se balanceaba ya lista para ir en busca de
la pelota. La Nº 1 del mundo puso la pequeña esférica en juego
colocándola en medio de la T. Camila la devolvió con potencia y tan
profundo como pudo, Selena tuvo que desplazarte de un extremo a
otro para alcanzarla, le salió un globo que su rival fue a buscar.

En ningún momento Camila le quitó la vista a la pelota, cuando la


golpeó le salió recto al lado contrario al que se encontraba Selena. “Si
su debilidad es moverse, entonces hay que hacer que corra”, pensó
Camila ya preparada por si la pelota regresaba. Y lo hizo tan profundo,
que ella misma tuvo que correr. En cada paso que daba, le parecía
que la pelota se alejaba más de ella, pero luchó por alcanzarla. Pensó
en segundos, si se giraba, perdería la oportunidad de devolverla, así
que no le quedó otra opción que quedarse de espalda, se alineó con
la pelota, separó las piernas permitiendo que la pelota picara entre
ellas y la golpeó.

Los ojos se Selena se ampliaron cuando vio que Camila alcanzó la


pelota y la devolvió. Corrió hacia el otro extremo, pero no pudo llegar.

El público rugió. Camila gritó y alzó los brazos, y se dejó caer en la


dura superficie. En el palco, Alejandro y Lauren se abrazaron.

La campeona se levantó, tomó su raqueta y corrió hacia la red,


donde ya la esperaba Selena.

—Eres una gran rival. Bien hecho —le dijo Selena y le dio un corto
abrazo.

—Gracias.
No era el primer torneo que ganaba, pero para Camila lo parecía.
Aún sentía la euforia recorrer su cuerpo. Le pareció interminable todo
el protocolo del torneo, luego la toma de muestra antidopaje de rigor
y finalmente, la rueda de prensa.

En lo único que ella pensaba era en abrazar a su padre y a Lauren.


A todo su equipo, pero en especial a ellos. Cuando pudo hacerlo, los
abrazos fueron interminables y entonces todo fue risas y celebración.
Con Lauren pudo intercambiar algunos ardientes besos cuando se
cambió de ropa para la pequeña celebración que Alejandro preparó.

—¿Ahora sí podemos hacerlo? —le preguntó apenas separando


sus bocas.

Ella tenía a Lauren a su merced.

—Sí, pero ahora no. Debemos esperar un poco.

Camila gruñó en su cuello; como pudo, se deshizo de su acecho y


la sacó de la habitación. Si permanecían un minuto más allí, la
celebración se retrasaría o se cancelaría por completo. Eran ya muchos
días juntas, compartiendo besos y caricias, sin poder saciar el deseo
que sentían la una por la otra. Lauren ardía y apenas podía pensar.

Ellas fueron las últimas en llegar al restaurante. Todo su equipo se


encontraba en la mesa y se levantaron aplaudiendo para recibirla.
Paul fue el primero en envolverla con sus fuertes brazos.

—Sabía que lo harías —le susurró al oído.

Uno a uno la abrazó y felicitó. Al final, Alejandro puso una copa


con champán en sus manos.

—Por la gran triunfadora —propuso alzando su copa.

—¡Por la gran triunfadora! —corearon todos.

Una hora después estaban en plena celebración aún. Camila reía,


todos reían, mientras las botellas de champán se vaciaban. Lauren no
podía estar más feliz. Vio a Alejandro mirar a su hija narrar lo que
pensaba en algunos momentos específicos durante el juego; el orgullo
resplandecía en sus ojos. En un instante este la atrapó observándolo, le
sonrió y le guiñó un ojo.

—Gracias —le gesticuló él.

Ella le devolvió la sonrisa. Sí, ella trabajó un poco la mente de


Camila, pero en realidad fue ella la que se esforzó en la cancha. El tenis
es un deporte difícil, y solo el jugador sabe cuánto cuesta un triunfo.

Los pensamientos de Lauren fueron interrumpidos cuando el


repique de un teléfono se oyó en la mesa.

—Es el mío —anunció Alejandro —. Con permiso —se levantó y se


alejó de la mesa para contestar la llamada.

Lauren lo siguió con la mirada, mientras todos los demás


continuaron enfrascados en la conversación que tenían en la mesa. Ella
frunció el entrecejo cuando vio a Alejandro tensarse y luego mirar hacia
la mesa. En su pecho se anidó una desagradable sensación. Ella no fue
capaz de dejar de prestar atención al entrenador de Camila que tardó
varios minutos en regresar. Su cara le dijo a Lauren que algo muy malo
pasaba.

Poco a poco la mesa fue quedando en silencio cuando uno a uno


fue notando la tensión en el rostro de Alejandro . Camila se levantó sin
dejar de mirarlo con evidente curiosidad.

—Papá, ¿pasa algo?

Los ojos de Alejandro brillaron y su mandíbula se tensó aún más.

—Mila…, hay un problema.

La tenista frunció el entrecejo.

—¿Qué pasa?

—Tu prueba antidopaje… salió positiva.

Camila sonrió como si creyera que su padre bromeaba, pero al


notar la seriedad en su rostro y su frente perlada de sudor, la
incredulidad fue reemplazando su sonrisa.
Todos en la mesa se levantaron, como si esperaran también que
en cualquier momento Alejandro abandonara su actuación.

—¿Qué? —cuestionó Camila con incredulidad.

—Quieren tomar acciones contra ti —dijo Alejandro.

En ese instante la tenista sintió como si cayera de nuevo en el pozo


del que apenas acababa de salir.
CAPÍTULO 54

—Tu padre e Ian, seguramente aclararán este mal entendido.

Camila caminaba de un lado en la habitación del hotel. Después


que Alejandro le anunció el sorprendente resultado de la prueba
antidopaje, ella se sintió caer en un vacío mayor que con la cadena
de derrotas. Para su suerte, tenía a su lado a Lauren que la tranquilizó
un poco haciéndole ver que no tenía nada que temer, pues no había
manera de demostrar que ella hubiese utilizado alguna sustancia
prohibida. El resultado de la prueba antidopaje debía estar errado.

La tenista asintió y respiró con más tranquilidad. Lauren tenía razón,


ella no utilizó ningún tipo de elemento prohibido, así que las cosas se
aclararían de inmediato. La celebración había terminado de forma
abrupta; Alejandro y parte de su equipo se fueron del hotel dispuestos
a arreglar la situación, mientras Camila y Lauren subieron a la
habitación. Lo que sorprendió a todos, fue saber que frente al hotel ya
estaban apostados una buena cantidad de periodistas que esperaban
a que ella saliera a dar una declaración. Alguien debió filtrar el
resultado de la prueba porque cuando Alejandro recibió la llamada, le
informaron que se mantendría confidencial. El entrenador maldijo por
lo bajo cuando se encontró rodeado de micrófonos al salir del hotel.

—Lo sé —dijo Camila sin detener sus pasos—, pero me da miedo


que no sea así.

—¿Cómo es eso posible? Vamos, debes tranquilizarte —insistió


Lauren interponiéndose en su camino. La tomó por los brazos e hizo que
la mirara a los ojos—. ¿Acaso usaste algún tipo de droga?

Camila negó con la cabeza antes responder.

—No.

—¿Usaste algún corticoesteroide?

—No.

—¿Analgésico local?
—No.

—Entonces no hay manera de que te acusen de dopaje positivo


por sustancias prohibidas.

La tenista dio un paso atrás para liberarse de su agarre.

—¡Esos idiotas lo dijeron a la prensa! —exclamó con un tono de


frustración—. ¿Tienes idea de lo difícil que va a ser borrar la duda?

—La prensa sabrá también que fue un error. Ellos emiten una
notificación para enmendar sus errores.

—Eso no bastará. La prensa nunca ha estado a mi favor.

—Porque eres toda una irreverente.

Las cejas de Camila se alzaron.

—¿Irreverente?

—Sí. Y no te atrevas a negarlo —le dijo levantando un dedo y


sonriendo ligeramente.

La tenista terminó haciéndolo también.

—Es cierto.

Lauren volvió a acercársele, pero esta vez la abrazó. Le frotó la


espalda para consolarla.

—La prensa sabe que eres irreverente, esa es tu personalidad.


Muchos tenistas también lo son. Una cosa es ser tú y otra muy diferente
es romper las reglas del juego —la separó de ella para mirarla—. Y tú no
lo has hecho.

Las palabras tranquilizaron a Camila. Se abrazaron de nuevo y en


poco tiempo ya estaban bajo las sábanas dispuestas a que Morfeo les
concediera descanso, pero el sueño de la tenista fue intranquilo.

Temprano en la mañana ya estaban listas y ansiosas por saber qué


había sucedido. Para su suerte, Alejandro apareció también temprano.
La seriedad en su rostro les dijo a ambas mujeres que la situación estaba
lejos de solucionarse.
—Tomarán una segunda muestra para un contraanálisis —les
anunció.

En poco tiempo todo estaba listo para salir del hotel, pero la prensa
seguía al acecho. De hecho, la cantidad de periodistas se multiplicó,
así que tuvieron que abandonar el hotel por una de las salidas traseras.
Para Camila todo fue como en cámara rápida; en un momento subían
al auto y poco después, se encontraba en la sala de control del Centro
de Tenis de Nottingham donde le tomaron una segunda muestra de
sangre. La tenista no mostró su mejor cara, pero esperaba que con esa
segunda prueba todo quedara aclarado. Alejandro recibió la copia de
la constancia del procedimiento de los agentes del organismo
encargado de llevar a cabo los controles antidopaje. Ahora solo
quedaba esperar.

A Camila esperar no se le daba bien, en especial cuando la prensa


continuaba presionando para obtener una declaración. Todo su
equipo se mantuvo cerca como muestra de apoyo; Alejandro
agradeció que su hija estuviera relativamente tranquila y no
caminando por las paredes como seguro lo haría si Lauren no
permaneciera a su lado.

Las horas pasaron lentas, pero cuando la notificación del segundo


resultado llegó, Camila palideció. En su sangre se encontró restos de
Metilhexanamina, un estimulante del sistema nervioso central. Todos en
realidad quedaron estupefactos. ¿Cómo era posible? Junto a los
resultados llegó la notificación de la Federación Internacional de Tenis
donde se le informaba que sería suspendida por un lapso de 2 años de
la WTA. No solo a Camila le pareció que todo a su alrededor era
sacudido por un fuerte terremoto.

—¡¿Qué demonios es esto?! —gritó la tenista llevada por la


desesperación. Después de comenzar a recuperar su tenis, dio positivo
en las pruebas antidopaje y fue suspendida por dos años. Ella no podía
creerlo. Mientras Alejandro, Ian y Joe, hablaban sobre cómo apelar la
decisión de la ITF(International Tennis Federation), Camila se sentó en
uno de los sofás que había en la habitación de su padre. Ella apoyó los
codos sobre las piernas y se tapó el rostro con las manos. “No puede
ser. No puede ser”, se repitió una y otra vez. Una mano en su hombro le
dijo que Lauren estaba a su lado.

Paul y el doctor Green hablaban en un rincón de la habitación,


ambos incrédulos con la situación. El fisioterapeuta echó un vistazo a la
tenista. No podía imaginar cómo se estaba sintiendo; se preguntó
cómo era posible que en ambas pruebas se hubiesen encontrado
sustancias ilegales. ¿Cómo? Y él no se quedó con la duda, así que se
disculpó con el doctor y se acercó a Camila, se arrodilló frente a ella y
le apartó las manos del rostro. Ella no lloraba, pero tenía los ojos rojos
por el esfuerzo que hacía para que sus lágrimas no se derramaran.

—Mila, tratemos de aclarar qué pasó —le pidió envolviéndole las


manos—. Sé que eres incapaz de romper esa regla tan sagrada en el
tenis, así que pensemos un poco. ¿Cómo pudo llegar esa sustancia a
tu organismo?

—No lo sé —susurró—. Créeme que no lo sé. Tiene que haber un


error.

—Fui testigo de la toma de tu muestra y custodio hasta el


laboratorio — intervino el doctor Green—. Puede haber un error en una
prueba, pero no en la segunda.

La tenista lo miró. Comprendió sus palabras.

—Entiendo.

Paul le apretó las manos para captar de nuevo su atención.

—Piensa, Mila. En las últimas veinticuatro horas, ¿qué has comido?


¿Qué has bebido?

Camila se encogió de hombros.

—Ustedes me han acompañado en casi todos los momentos —


respondió mirando en primer lugar a Paul y luego a Lauren, que asintió
confirmando sus palabras—. No me he salido de mi rutina. He tomado
mis vitaminas, las bebidas energéticas. No se me ocurre nada más.
Paul se levantó.

—Bien. Esas cosas las manejamos nosotros —puntualizó


señalándose él y a Alejandro —. El acceso a nuestras habitaciones es
restringido. ¿Qué se nos escapa? —preguntó mirando uno a uno a los
que se encontraban en la habitación—. De algún modo, alguien hizo
algo indebido y tú terminaste con una sustancia ilegal en tu organismo.

—Estos días solo he estado con ustedes —dijo Camila—. ¿Es posible
que sea algo que comí en el restaurante?

—Un momento —habló Lauren y todos la miraron—. Milka también


estuvo contigo.

Camila sonrió.

—Sí. Pero eso no tiene nada que ver. Ella… —se interrumpió de
pronto.

Todos en la habitación fueron testigos de cómo sus ojos se fueron


ampliando.

—¿Qué? —quiso saber Paul.

Camila lo miró y se levantó como una autómata.

—Ayer… cuando entrenaba, Milka nos acompañó. ¿Recuerdas?


En una pausa, ella fue quien sacó el agua del bolso —dijo y luego su
mirada se perdió como en la nada, recordaba los momentos junto a la
morena desde que se la tropezó en los pasillos del recinto deportivo.
Para su suerte, tenía muy buena memoria—. Cuando la encontré,
llevaba dos botellas con agua. Eran de la misma marca que usamos.

Alejandro se acercó a ella.

—¿Crees que Milka haya tenido algo que ver?

—No lo sé, papá. Pero hace unos días hablamos. Le dije que ya…
— arriesgó una mirada a Lauren— no habría nada más entre las dos —
volvió su atención a su padre—. Quedamos como amigas.

—Una mujer no siempre acepta bien esas cosas —murmuró Paul


rascándose la cabeza.
En la mente de Camila poco a poco fue calando la posibilidad y
el desconcierto se apoderó de ella.

—Entonces tendré que averiguarlo —masculló entre dientes.

En un instante la tenista abrió la puerta y salió de la habitación,


Lauren y Alejandro la siguieron. Paul también.

Camila ni siquiera quiso esperar por el ascensor, se dirigió hacia las


escaleras y comenzó a bajar. Milka estaba alojada dos pisos más abajo
que ella.

—¡Camila!, espera —le pidió Lauren, pero rápido la perdió de vista.

Ella no iba a esperar. Con cada escalón que bajaba, la rabia


crecía dentro de ella. En poco tiempo ya estaba en el piso y se dirigió
a la puerta señalada como la 212. Camila solo esperaba que Milka
continuara ahí. Quiso tumbar la puerta, pero en el último instante
decidió ir con cuidado. Si su ex amante era la culpable de aquello y
sospechaba tan solo un poco por qué se encontraba allí, era muy
probable que no le abriera la puerta. Así que tocó con suavidad y
esperó. En unos segundos oyó pasos tras la puerta y luego se abrió.

Los ojos de Milka se abrieron por la sorpresa, pero luego se


entornaron con un toque sensual.

—Vaya sorpresa. ¿Quieres que celebremos juntas?

Camila ladeó la cabeza y sonrió.

—No. Solo quiero hacerte una pregunta. Esa botella que me diste
ayer contenía algo más que agua, ¿cierto?
CAPÍTULO 55

Milka, que mantenía una mano apoyada en la puerta y otra en el


marco, retrocedió y sonrió como si Camila le hubiese dicho un absurdo.

—¿Qué? —preguntó con la voz contraída y su sonrisa se amplió


nerviosamente.

Camila notó el esfuerzo que hizo por parecer tranquila por el modo
en que apretó los labios y se los humedeció con la lengua. Y lo supo.
Dentro de ella comenzó a formarse una poderosa tempestad. Apretó
la mandíbula y sus ojos se abrieron un tanto más, y entonces, dio un
paso dentro de la habitación. Movió la cabeza hacia un lado, pero
nunca dejó de mirar a los ojos a Milka.

—Recuerdo… —dijo manteniendo la mandíbula apretada, al igual


que los dientes, apenas movía los labios y daba lentos pasos mientras
Milka retrocedía— que muchas veces me dijiste que me conocías
como a la palma de tu mano y sé que es así. Lo que no te percataste,
es que tanto como me conoces tú a mí…, te conozco yo a ti —hizo una
pausa para tomar aire. Dentro de ella la tempestad ya dejaba ver rayos
y truenos—. No puedo creer que solo porque no quiero unos cuantos
polvos contigo quieras arruinar mi carrera… ¡¿Acaso te volviste loca?!
—gritó sin poder contenerse—. ¡Es mi carrera, maldita sea!

Milka apenas pudo reaccionar cuando Camila levantó la mano;


se tambaleó tras recibir la fuerte bofetada. Y después tuvo que cubrirse
la cabeza con los brazos cuando esta la acorraló contra la pared, pero
esta vez no para besos ni caricias, sino para golpearla.

—¡Camila! —gritó Alejandro en cuanto llegó a la puerta y vio la


escena—. ¡Camila, no! —se adentró en la habitación y rodeó a su hija
por la cintura, la levantó y la alejó de Milka—. ¡Camila, tranquila! —
masculló forcejeando por alejarla.

—¡Es mi carrera, maldita sea! ¡¿Cómo te atreviste?! ¡¿Cómo te


atreviste?!
Camila forcejeó por deshacerse del agarre de su padre, mientras
Milka finalmente pudo asomar la cara. Su mejilla estaba enrojecida, sus
cabellos alborotados y su rostro mostró un profundo temor. Sus mejillas
estaban humedecidas por las lágrimas.

—¡No sé de qué hablas! —exclamó—. ¡Estás loca! ¡No sé de qué


hablas!

Alejandro trató de arrastrar a Camila para sacarla de la


habitación, pero ella era bastante fuerte.

—¡¿Crees que no conozco tu sonrisa nerviosa?! ¡¿Crees que no te


conozco?!

—¡Camila, ya!

Alejandro fue el primero en dar con la habitación de Milka porque


se separó de Lauren y Paul para buscarla. Le bastó escuchar gritos para
saber que su hija estaba armando un lío.

—¡Suéltame, papá! ¡Suéltame!

—¡Debes calmarte!

Esas palabras hicieron que la tenista dejara de forcejear un poco,


se detuvo para mirarlo a los ojos con evidente incredulidad.

—¿Calmarme? ¿Cómo quieres que me calme si es posible que mi


carrera esté arruinada?

Durante la breve pausa, Alejandro aflojó el agarre, por eso se


sorprendió cuando Camila se giró y arremetió otra vez contra Milka,
que recibió una segunda bofetada y quedó de nuevo arrinconada
contra la pared, pero esta vez logró defenderse un poco rodeando a
Camila por el cuello. Entonces ambas formaron como un nudo de
brazos que luchaban por obtener una mínima ventaja.

—¡Camila! —Alejandro intentó separar a su hija de Milka, pero la


maraña estaba bien enredada.

—¡Vas a decir lo que hiciste! —gruñó Camila que pasó el brazo


derecho por detrás del cuello de Milka y el izquierdo por un costado
haciéndole una especie de llave—. Vas a decirle a la prensa lo que
hiciste.

—¡Camila, suéltala! —insistió Alejandro, pero sin lograr mucho.

—No hice nada. ¡Estás loca! ¡Suéltame!

—Le pusiste algo al agua. ¡Eres una zorra!

En ese instante Lauren llegó a la puerta tras seguir el eco de los


gritos que se oían en el piso. Sus ojos se abrieron por la sorprendente
escena. Alejandro percibió el movimiento en la puerta; apenas pudo
levantar un poco la cabeza. Lauren vio su rostro enrojecido y la mirada
suplicante.

—¡Ayúdame! —gruñó él.

Fue entonces que Lauren pudo reaccionar.

—¡Paul, aquí! —gritó hacia el pasillo y entró. Se acercó y trató de


meter las manos entre el cuerpo de las dos mujeres para separarlas,
pero ambas se agarraban bien—. ¡Camz! —la llamó para tratar de
captar la atención de la tenista—. Camz, no hagas esto.

Camila continuó forcejeando con Milka. Ambas se tambalearon


ya con las respiraciones agitadas; sus cabellos alborotados y rostros
enrojecidos eran evidencia de la lucha de poder que había entre las
dos.

—¡Voy a hacerte pagar! —gruñó Camila y logró incorporarse un


poco y después apoyó el peso de su cuerpo contra Milka que se
tambaleó aún más, ya apenas podía mantenerse en pie y el peso
terminó por hacer que sus rodillas cedieran.

Camila terminó sobre Milka y logró zafarse del agarre de esta, por
lo que, sin dudarlo, la agarró por los cabellos con fuerza y la hizo
levantar la cabeza para que la mirara.

—Vas a decirle a la prensa lo que hiciste. Se lo gritarás a todo el


mundo, ¿lo entiendes? —le habló con los dientes apretados. Sin
embargo, Milka no se amedrentó ni un poco.

—No sé de qué hablas —gruñó resistiendo el dolor.


Esos segundos los aprovechó Lauren para meter los brazos entre
ellas y luego su cuerpo. Alejandro pudo entonces separar un poco a
Camila de Milka, que gritó porque está la agarraba aún por los
cabellos. Lauren hizo que la soltara, aunque en los dedos de la tenista
quedó una maraña de cabellos y la morena terminó en el piso
jadeando y con las manos en la cabeza.

—¡Vas a arreglar esto! ¡Lo tienes que arreglar! —gritó Camila


mientras su padre la arrastraba hacia la puerta.

En ese instante llegó Paul y otros huéspedes que se asomaron al


pasillo al oír el alboroto. Lauren supo que todo eso sería un lío mayor
cuando vio a algunos grabando a Camila gritando y luchando con su
padre. Paul aferró también a la tenista y terminaron de sacarla de la
habitación.

Lauren se adelantó a cerrar la puerta para que los curiosos dejaran


de grabar el estado de Milka, pero se quedó con ella.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Milka, que no se percató de su presencia, levantó la cabeza y la


miró. Sus ojos mostraron sorpresa al encontrarse con Lauren.

—Ella se volvió loca —dijo en lugar de responder. Aún se frotaba la


cabeza.

—¿Realmente lo crees?

—Sí.

Lauren la miró a los ojos durante unos segundos. Milka se mostró


incómoda por el escrutinio.

—¿Sabes? —Lauren dio un par de pasos hacia adelante—, si de


verdad no hiciste nada, estoy segura de que Camila te pedirá perdón
por esto. Y lo hará de corazón. Pero… —dio uno más—, si, por lo
contrario, ella tiene razón… lo que hiciste no es menos peor que lo que
me hizo ese juez. Y todos creyeron que era un mounstro. Espero
entonces que puedas vivir con eso en tu conciencia.

Más lágrimas humedecieron el rostro de la morena, pero no dijo


nada.
Lauren tampoco, simplemente se dio la vuelta y salió de la
habitación.

Lauren fue en primer lugar a la habitación de Alejandro, pero allí


no los encontró, así que se dirigió luego a la de Camila. Paul le abrió la
puerta con una mirada circunspecta; amplió los ojos como señal de
que la fiera no estaba calmada. Y no lo estaba, Camila caminaba de
un lado a otro con las manos en la cintura.

—Es una maldita —murmuró—. ¡Una maldita!

Alejandro cruzó una mirada con Lauren que se adentró con cierto
sigilo en la habitación; Paul cerró la puerta y se quedó parado frente a
ella como si la custodiara.

—Camila, no estás segura de que ella lo hizo —le dijo su padre. La


tenista se detuvo y lo miró con los ojos chispeando furia.

—Estoy muy segura, papá. ¡Ella lo hizo!

—Necesitas pruebas para señalarla —intervino Lauren con un tono


suave. Camila la miró con un poco de sorpresa. Fue como si acabara
de darse cuenta de que se encontraba en la habitación—. Se
necesitan pruebas, lo sabes.

La mirada serena de Lauren aplacó un poco la tormenta que


había dentro de Camila. Cerró los ojos unos segundos y, finalmente,
respiró hondo. Sí, a pesar de toda la tempestad, ella sabía que su
arrebato no arreglaría nada. Pero al menos pudo desahogarse un
poco. Abrió los ojos y, relajando el cuerpo, se acercó a la cama y se
sentó.

Alejandro respiró con alivio. De nuevo intercambió una mirada con


Lauren y le gesticuló un “gracias”.

—Necesito que lo investiguen, papá —dijo Camila—. Me


suspendieron por dos años. ¡Dos años! ¡Hay que hacer algo! —exclamó
con impotencia.
Lauren se acercó, se sentó junto a ella y tomó su mano.

—Lo haremos, te lo prometo —le aseguró Alejandro —, pero


necesito que te calmes. Lo que acabas de hacer no puede volver a
suceder.

La tenista respiró hondo y luego afirmó.

—Está bien.

—Yo me quedaré con ella, Alejandro —se ofreció Lauren—. Puedes


ir tranquilo.

Él asintió, pero miró a su hija. Necesitaba también que ella le


asegurara que todo estaría bien. Con algo de resistencia, Camila
afirmó.

—De acuerdo, nos reuniremos para decidir qué hacer —dijo


Alejandro —. Hay que dar una declaración a la prensa cuanto antes.
Debo consultar con Joe cómo hacerlo.

—De acuerdo —dijo Camila.

De nuevo Alejandro asintió y salió de la habitación acompañado


de Paul. Debía arreglar todo aquello o la carrera de su hija quedaría
pendiendo de un hilo. Camila se había recuperado de su cadena de
derrotas, pero no sabía si superaría estar dos años lejos de las canchas
en caso de que la situación fuera irreversible.
CAPÍTULO 56

A primera hora de la mañana, a pesar de que en el Nottingham


Tenis Center todo se estaba preparando para la final masculina del
torneo, Camila, acompañada por todo su equipo de trabajo, llegó al
recinto deportivo. Durante parte de la noche el equipo estuvo reunido
considerando toda la situación de la suspensión de la tenista y las
acciones a tomar. Decidieron que ese día darían una rueda de prensa
donde Camila haría una declararía oficial de su posición sobre la
suspensión. La prensa lo esperaba desde el primer momento en que ITF
hizo público el resultado del test antidopaje y su decisión de suspender
a la tenista. Y luego de que dos videos en el que se veía a Alejandro
sacando a rastras a su hija de la habitación de Milka Jones se filtrara en
las redes sociales. Todo era un ir y venir de especulaciones sobre la
situación.

Alejandro habló largo y tendido con su hija; juntos decidieron qué


decir en la declaración. Ahora, por los pasillos del recinto todo el
equipo se dirigía a la sala de prensa principal donde los periodistas ya
los esperaba ávidos por obtener las primeras palabras. El corazón de
Camila golpeaba fuerte su pecho, pero debía afrontar la situación con
entereza. Vestía formal, con un traje de chaqueta y pantalón de color
beige; su cabello lo llevaba recogido en una cola alta. Junto a ella,
caminaba Alejandro y justo a un par de pasos, Lauren. Saberla a su lado
le daba tranquilidad y fortaleza.

En cuanto se acercaron a la sala pudieron ver a un gran número


de periodistas cerca de la puerta. Al notar su presencia, se abalanzaron
hacia ella, pero Alejandro logró apartar a los osados y entraron
rápidamente a la sala que no daba lugar para nadie más. Camila se
dirigió a la pequeña plataforma donde había una larga mesa ya
preparada para su declaración. El murmullo en la sala era
ensordecedor, pero todo el equipo de trabajo de la tenista se tomó su
tiempo para ocupar sus lugares, a cada lado de ella, a lo largo de la
mesa. Alejandro se sentó a su derecha y Lauren a su izquierda;
intercambiaron miradas y se sonrieron, luego miraron al frente; el
entrenador les pidió a todos mostrarse serenos. No tenían nada que
temer ni ocultar.

Camila se sentó y acercó el micrófono, eso hizo que poco a poco


el murmullo en la sala fuera disminuyendo hasta que se hizo un absoluto
silencio. Entonces la tenista habló.

—Buenos días. Lamento haberlos hecho venir aquí tan temprano,


pero tengo un par de cosas muy importantes que comunicarles —
miraba al frente y paseaba la vista por los periodistas—. Como ya
saben, la ITF ha decidido aplicarme una suspensión de dos años por dar
positivo en el test antidopaje de rutina tras disputar la final del torneo.
Debo dejar claro que el resultado del test me sorprendió. No me lo
esperé porque nunca he usado ningún tipo de sustancia prohibida por
la ITF. Por eso exigimos un contraanálisis. Si el resultado del primer test
me sorprendió, el segundo aún más…

Camila iba a continuar, pero el murmulló que se desató en la sala


hizo que se interrumpiera.

—Silencio, por favor —pidió Alejandro —. Silencio.

De nuevo el murmullo fue acallándose hasta que la tenista volvió a


hablar.

—Estoy aquí porque quiero decirle al público, a mis fanáticos, que


cada partido que he ganado… que cada partido que he perdido, ha
sido utilizando solo mi capacidad física. Como ya dije antes, no he
usado jamás alguna sustancia que de algún modo me ayude a tener
un mínimo de ventaja sobre mis oponentes. Mi padre —miró a Alejandro
y le sonrió— me enseñó que no hay mayor satisfacción que ganar un
partido dando lo mejor de mí en la cancha. Ni él, ni ninguno de mi
equipo estaría aquí ahora mismo si yo utilizara otro… elemento que no
fuera mi fuerza para ganar. O perder —dijo sonriendo.

—¿Quieres decir que el resultado del test está errado? —la


pregunta fue lanzada por un periodista tan rápido, que nadie pudo
detenerlo.

Camila miró primero a Lauren y luego a su padre.

—No —respondió.
La sala se llenó de tal algarabía, que ni siquiera porque Alejandro
pidió silencio en el micrófono, se pudo escuchar. Tomó algunos minutos
lograr que la calma volviera al lugar. Entonces Camila retomó la
palabra.

—El resultado del test es correcto. Y ese es el segundo tema por el


que los hice venir —ella respiró hondo, ahora debía exponer su
sospecha sobre Milka—. Quiero comunicarle al público y a la ITF que
hoy presentaré una demanda contra Milka Jones por haber puesto una
sustancia ilegal en un agua que ingerí durante una de mis prácticas a
las que ella me acompañó —una vez más el murmulló llenó la sala, pero
Camila elevó la voz, quería salir ya de allí—. Y solicito a la ITF abrir una
investigación formal contra Milka Jone por este hecho. Gracias.

Camila se levantó y tras ella, el resto de su equipo; esta vez salieron


por una puerta trasera de la sala porque los periodistas se lanzaron a
ellos como una horda de zombis en busca de algún cerebro fresco que
comer.

Lo que siguió a la declaración de la tenista fue una locura. Los


titulares de la prensa deportiva solo hablaban de la suspensión de
Camila, de la veracidad de su acusación contra Milka y le exigía a la
ITF tomar una postura sobre la declaración y acusación hecha por la
tenista. Fueron horas llenas de incertidumbres para todo el equipo hasta
que al día siguiente, un representante de la ITF señaló que se abriría una
investigación tras recibir la acusación formalmente.

Durante esas primeras horas la prensa se enfocó en buscar una


declaración de Milka Jones. La única vez que la morena se enfrentó a
la prensa cuando salió del hotel, se mantuvo hermética. Comenzaron
a aparecer declaraciones de algunas tenistas del circuito sobre la
relación que había entre ellas; era un secreto a voces la relación entre
Camila y Milka. Y las especulaciones de una venganza entre amantes
despechadas incendiaron las redes.

Lauren trató que Camila se mantuviera alejada de todo el


escándalo; sin embargo, no era fácil. Incluso la final masculina del
torneo se vio un tanto opacada por la situación. En ese momento se
encontraban en la habitación del hotel, fingiendo ver una película
porque lo cierto era que ninguna podía concentrarse en la trama.

—¿Por qué no vienes a Montecarlo mientras todo esto se aclara?


—le propuso Lauren.

Camila, que estaba tendida a su lado, la miró con un gesto


interrogante.

—¿Crees que sea buena idea?

Lauren se encogió de hombros.

—Ahora todo está en manos de la ITF. Tú no puedes hacer otra


cosa que esperar. Mientras tanto, debes huir del acoso de la prensa.
Allá estarás más tranquila.

—Me vendría bien un poco de tranquilidad —admitió.

—Después de mi ataque, la prensa no me dejaba en paz. Aún, hoy


en día, de vez en cuando aparecen rondando por la casa. Alejarme
me ayudó a tranquilizarme, a pensar un poco en mí.

Camila miró las imágenes que pasaban en la pantalla de la TV. En


realidad necesitaba un poco de tranquilidad, si se quedaba en
Nottingham difícilmente lo conseguiría. Y tal como le dijo Lauren, ahora
solo le quedaba esperar a que Milka declarara que ella puso la
sustancia en el agua, lo que parecía algo bastante improbable. O que
la ITF investigara la acusación que hizo. La cuestión era, ¿cuánto
tardaría eso? No tenía ni la más remota idea.

Ella volvió a mirar a Lauren y sonrió.

—De acuerdo. Regresemos a Montecarlo —su respuesta fue


recompensada con un beso.

Tras tomar la decisión, todo el equipo que la acompañó al torneo


hizo su equipaje y cada uno tomó un vuelo a sus respectivos hogares.
No sabían cuándo volverían a juntarse para asistir a un nuevo torneo.

A pesar de que todo fue muy rápido, a Camila le pareció una


eternidad cuando finalmente Lauren abrió la puerta de su casa y ella
pudo respirar el aire sereno que llenaba cada rincón del lugar.
—Bienvenida —le dijo Lauren.

La tenista sonrió.

—Gracias —dejó su equipaje cerca de la puerta como lo hizo su


anfitriona—. Clara y Taylor, ¿no están?

Ella negó con la cabeza.

—Pasaran unos días en un resort.

Las cejas de Camila se alzaron mostrando su sorpresa.

—¿Tomaron vacaciones?

Lauren rio.

—Algo así. A Taylor le gusta alejarse cuando ha tenido días fuertes


en la universidad. No las veremos por aquí en unos días.

—Estoy pasando por todo este lío, pero me gusta eso.

—¿Qué?

Camila sonrió con ternura y se acercó a ella. La rodeó por la cintura


y la besó.

—Que me gusta tenerte un poco solo para mí —respondió en voz


baja sin dejar de mirar sus labios.

El corazón de Lauren se desbocó. Subió los brazos y la rodeó por el


cuello.

—A mí también me gusta eso.

Camila sonrió y volvió a besarla, pero esta vez no tan fugazmente.


CAPÍTULO 57

Durante días la prensa no dejó de reseñar el resultado positivo en


el test de antidopaje de Camila, ni mucho menos la acusación que hizo
en contra de Milka Jones. La ITF se pronunció al respecto aclarando
que la investigación la haría en conjunto con las autoridades
competentes. Tampoco escapó al ojo público que Milka había
desaparecido; ni siquiera su representante hizo una declaración, lo que
llenaba todo de expectativas.

En esos días Lauren procuró que Camila se olvidara un poco de lo


que pasaba, aunque ambas hablaban a diario con Alejandro, que
manejaba junto a Ian y el abogado del equipo, la situación. La ex
tenista no dejó que las rutinas diarias de entrenamiento de Camila se
afectaran, juntas se levantaban muy temprano, pasaban una hora en
el gimnasio y otra en la cancha. Luego iban un buen rato en la piscina,
veían TV o preparaban algo en la cocina.

Camila sonreía y se dejaba llevar por las atenciones de Lauren,


pero de sus ojos no se alejaba ese halo de temor que sentía porque la
decisión de la ITF de suspenderla continuara su curso.

—¿Qué tal si salimos a cenar? Te hará bien salir.

Ambas se encontraban frente a la piscina, tendidas cada una en


una tumbona, con una piña colada en las manos. Camila volteó a
mirarla y se bajó las gafas de sol casi hasta la punta de la nariz.

—¿Estás segura?

Lauren se encogió de hombros.

—Por supuesto. Podríamos ir al restaurante que me llevaste en


nuestra primera cita.

La boca de la tenista se curvó con una sonrisa sexy.

—Me gustó esa primera cita —murmuró con un tono sugerente.

—A mí también. ¿Te animas entonces?

—Si estás segura de que puedes ir, sí.


—¿Por qué no habría de estar segura?

—Ya sabes, tu ansiedad.

Lauren sonrió.

—Estarás conmigo, ¿no? Me siento segura cuando estás cerca. De


hecho, haces que me olvide que tengo que luchar contra… esto.

De nuevo la sonrisa sexy de la tenista apareció. Ella se incorporó,


se levantó y se pasó a la tumbona de Lauren, se quitó las gafas y se
acercó para rozar sus narices. La besó en los labios disfrutando de su
suavidad y carnosidad.

—Es el efecto que causa mi ego —susurró cerca de su boca. Lauren


rio.

—¿El efecto de tu ego?

—Mhum —la besó otra vez.

—¿Sabes cuál es el efecto que causa tu ego? —Camila negó con


la cabeza sin dejar de sonreír—. Causa muchas ganas de patearte el
trasero —la tenista soltó una carcajada—. Te lo juro, cuando te conocí,
solo quería tomar una raqueta y bajarte el ego a golpes.

—Para mi suerte no tuviste que usar una raqueta —se acercó de


nuevo—, con tus labios me bastó.

—Gracias a Dios —susurró Lauren antes de que su boca quedara


por completo sellada con un beso.

Camila se quedó casi sin aliento cuando Lauren apareció frente a


ella con un vestido de cóctel estampado en azul oscuro y detalles de
hojas en blanco entrelazadas entre sí con un marcado estilo casual. De
falda ancha y por encima de la rodilla; un escote halter cerrado en el
pecho, resaltaba la sensualidad de la ex tenista. Su cabello suelto y
brillantes labios provocaron un estremecimiento en Camila, que deseó
que Lauren mostrara sus hombros, pero no le pasó desapercibida la
chaquetilla que ocultaría las marcas de su brazo derecho.

—Dios mío —se acercó a ella y la tomó por la cintura para juntar
sus cuerpos—, estás hermosa.

La mirada intensa de la tenista le dijo a Lauren que sus palabras


eran sinceras. Y esa intensidad gritaba deseo por todos lados.

—Gracias. Tú también lo estás.

Camila vestía unos jeans súper ajustados que marcaba


perfectamente sus piernas. Los ojos esmeralda de Lauren se pasearon
a placer por sus fuertes muslos que no se cansaba de acariciar. Una
camisa blanca y ancha, de mangas largas, le daba un estilo
descuidado que acentuaba sus cabellos ligeramente alborotados y sus
tres tonalidades.

—Será a mí a quien envidien —aseguró Camila—. ¿Estás lista?

—Sí.

—Permíteme.

Ella se acercó, tomó la chaquetilla y luego la rodeó hasta quedar


a su espalda. Lauren bajó los brazos y los echó un poco hacia atrás.
Camila deslizó la prenda hasta envolverla con ella.

—Gracias —susurró ajustándosela.

La tenista le tomó una mano y juntas salieron de la casa.

—Uf… la noche promete lluvia —comentó Camila mirando el cielo


oscuro.

—Eso parece.

En pocos minutos ya descendían la colina con dirección al


restaurante que quedaba en medio de la ciudad. En ese instante
pasaban por el mirador donde se besaron tras regresar de su primera
cita. A Camila le pareció que había pasado una eternidad.

—Quiero repetir lo que pasó ahí —dijo.


Dentro del auto reinaba la oscuridad, aun así, Lauren pudo
detectar el brillo en los ojos de la mujer que conducía cuando la miró
tan solo dos segundos.

—Yo también —susurró y deslizó una mano por el muslo derecho


de la conductora.

Camila se sobresaltó.

—¡Laur, estoy conduciendo!

La ex tenista rio.

—Lo sé. Es que extraño el calor de tu mano. Camila la miró de


nuevo.

—Necesito las dos manos en el volante, hay muchas pendientes


por aquí, pero en cuanto pueda, tendrás mi calor.

Esa era una de las cosas que a Lauren le sorprendían de la tenista,


solía ser atenta y cariñosa a pesar de que, a primera vista, parecía más
bien tosca e irreverente, tal como se mostraba en la cancha. Una de
las cosas que le gustaba de pasar tiempo juntas, es que cada vez iba
descubriendo detalles que le permitían conocer a la mujer que era
Camila, no solo a la tenista. Y la mujer que era la tenía por completo
enamorada. Sabía que ella también disfrutaba de su tiempo juntas;
además, se entendían muy bien en la intimidad. Sin embargo, era poco
lo que habían hablado de lo que sucedía entre ellas. Pero no era el
momento de tocar el tema, todo era muy complicado. La carrera de
Camila estaba en peligro, ya habría tiempo para lo personal.

La cena transcurrió entre risas y una amena conversación que


ambas disfrutaron y acompañaron con vino. Lauren podía detectar el
brillo del deseo en los ojos de la tenista; eso le encantaba. Y ese brillo
se lo transmitía a ella.

Ya su cuerpo vibraba de solo imaginar las manos de Camila sobre


su piel. A lo largo del día compartieron besos ardientes y caricias que
las dejaban temblando. Ella ya conocía a la tenista, le gustaba jugar a
seducir para luego envolverla en las llamas de su pasión.
—¿Por qué me miras así? —le preguntó Camila cuando el silencio
jugueteó un poco entre ellas, pero sin que sus ojos dejasen de
encontrarse.

Lauren dejó la copa que tenía cerca de sus labios sobre la mesa y
sonrió sin dejar de mirarla. Sentadas frente a frente, les parecía que no
había nadie más a su alrededor, aunque el lugar estaba lleno,

—Porque me gustan tus ojos —respondió con un tono suave y


ronco—. Porque me gusta mirarte. Porque me gustas toda tú.

Camila alzó las cejas, algo sorprendida por la respuesta. Una


sonrisa trémula se asomó a su rostro y su mirada se hizo más intensa.

—Vas a hacer que pida la cuenta ahora mismo.

Lauren se encogió de hombros.

—Ya cenamos, las copas están recién servidas. No me importaría,


la verdad.

Camila tragó saliva.

—A mí tampoco —dijo y le hizo señas al primer mesonero que hizo


contacto visual con ella para pedir la cuenta.

Lauren tuvo que ocultar su risa tras la copa. La cuenta llegó unos
minutos después y pronto ambas salieron del restaurante. La llovizna las
obligó a mantenerse bajo resguardo mientras esperaban a que les
acercaran el auto.

—¿Puedes imaginarte haciendo el amor en medio de la lluvia? —


le susurró Camila al oído tras asegurarse de que nadie les prestaba
atención.

Fue el turno de sobresaltarse de Lauren.

—¡Camz! Aquí no —la reprendió mirando a su alrededor.

Camila rio y se apuró a abrir la puerta del pasajero cuando el auto


se detuvo frente a ella.

—Era solo una idea —le dijo cuando pasó a su lado para sentarse.
Recibió una mirada iracunda de la que escapó cerrando la puerta.
Sin apuro, rodeó el auto y subió; aún reía cuando lo puso en marcha.
Para ese momento la llovizna había arreciado.

—Será mejor que te apures un poco antes de que la llovizna se


convierta en un torrencial —le señaló Lauren.

—Tienes razón.

Aunque Camila aceleró, la lluvia era fuerte cuando ya subían la


colina.

Entonces tuvo que reducir la marcha, sobre todo en las curvas. La


noche estaba cerrada y la lluvia no ayudaba mucho.

—Las lluvias suelen pasar rápido —comentó Lauren.

—Espero que disminuya pronto, apenas veo el camino.

—El mirador está cerca, podemos parar ahí.

Camila asintió.

—De todos modos, quería parar para disfrutar la vista.

—Con esta lluvia no se verá nada.

—Al menos saldremos del camino hasta que disminuya.


CAPÍTULO 58

—Tiene un toque romántico estar aquí, ¿no? —comentó Camila.

Se encontraba por completo recostada del asiento, mirando al


frente, aunque la fuerte lluvia hacía borrosas las luces de la ciudad
abajo. Y el cristal frontal del auto y de las ventanillas se empañaba.

Lauren rio. Adentro continuaba estando oscuro, pero su vista ya se


ajustada lo suficiente para ver a Camila.

—¿Qué exactamente encuentras romántico?

La tenista se encogió de hombros.

—La lluvia siempre me ha parecido romántica.

—¿Como para hacerlo en medio de la lluvia?

Camila rio.

—Sí. La verdad es que me gustaría hacerlo en medio de la lluvia.

—¿Quieres tener relaciones en medio de la lluvia? ¿Sabes lo fría


que es?

—Mhum. Y aun así, me gustaría.

—Estás loca —murmuró Lauren mientras negaba con la cabeza.

—Ni un poco, nena. Insisto, la lluvia es romántica. La vista —estiró


una mano y alcanzó la de ella—. Tu calor —bajó el tono de voz hasta
hacerlo un susurro—. Tenerte tan cerca.

Lauren tragó saliva. Podía ver ese brillo de deseo en los ojos
marrones lanzando fuego a su alrededor. Entonces Camila se acercó a
ella. Un maremoto amenazó su ser cuando sintió su aliento cálido
rozarle los labios.

—¿Y qué más? —murmuró con la voz ronca.

Estaba oscuro, pero ella vio los ojos marrones bajar a su boca.

—Y tus labios… Tener tan cerca tus labios.


Lauren cerró los ojos cuando sintió el primer roce. Las sensibles
carnes de sus labios se encontraron y lento se fueron amoldando unos
a los otros hasta que invadieron sus bocas. Un gemido llenó el espacio
cuando Camila rodeó el cuello de la ex tenista para aferrarla por la
nuca y acercarla, y profundizar el beso. Sus lenguas se encontraron
ávidas por iniciar esa danza que ya conocían bien. El calor de sus bocas
y el sonido de las gotas de lluvia golpeando el auto por doquier crearon
de la nada la magia que hizo aflorar la pasión.

Lauren hundió los dedos en los cabellos de Camila provocando un


estremecimiento en su cuerpo que lo recorrió por completo. Se movió
contra ella, pero no logró avanzar mucho. Un gruñido de protesta brotó
de su garganta.

—No hay mucho espacio aquí —murmuró.

—No lo hay —logró decir la tenista antes de volver a tomar su boca


con hambre.

Las manos buscaron piel y los cuerpos cercanía, calor, pero el


espacio era poco. Aun así, Camila deslizó una mano desde su rodilla
hacia su muslo. La suavidad de su piel la recibió. Y también el encaje
de su ropa interior. Ella gimió sin poder evitarlo. Conocía bien lo que
escondían esas prendas y nada la detendría para tenerlo una vez más.
La falda amplia del vestido le permitió subir y enganchar la prenda, sin
prisa la deslizó un poco aprovechando que Lauren se movió contra ella.

—¿Qué haces?

—Nada —respondió. La miró a los ojos antes de sonreír y morderle


la barbilla para luego bajar besando su cuello, mientras deslizaba la
prenda.

Lauren sintió mucho calor en su lugar más íntimo, ese al que


deseaba llegar Camila, por eso se deshacía de ese diminuto obstáculo.
La humedad se desbordó cuando el encaje se deslizó por sus muslos.
La tenista era hábil, tenía que reconocerlo. La prenda fue sacada por
completo, la sintió rozar sus tobillos.

—Muero por sentirte —su voz sonó tan ronca que a ella misma le
sorprendió.
Camila gimió y casi de inmediato la mano que se deshizo de la
prenda íntima, volvió a deslizarse por la pierna. Ella quiso acercarse,
cubrirla por completo, pero el espacio parecía haberse reducido más
aún.

—Maldición —gruñó. Su cuerpo se encendió y lo único que


deseaba era apagar el fuego que la quemaba—. Hagamos algo de
espacio.

Lauren la miró sorprendida.

—¿Qué?

—Haré espacio.

De la nada, Camila se alejó dejando a Lauren temblorosa para


deslizar su asiento hacia atrás y antes de que pudiera darse cuenta,
escaló por el asiento y pronto estaba ocupando el asiento de atrás.

—Estás loca —susurró Lauren.

—Ven aquí.

—Camz, no pudo moverme de aquí sin salir.

—Yo lo hice. Ven aquí.

—Camz… yo…

La tenista se acercó y la calló con un beso. Su lengua irrumpió en


su boca haciéndola gemir y retorcerse como una serpiente. Afuera
continuaba lloviendo, hacía un poco de frío, pero el fuego de su
cuerpo ignoraba todo eso. Solo deseaba una cosa, que Camila
apagara ese fuego con su pasión. Ella rompió el beso para incorporarse
y también saltear los obstáculos que la separaban de la tenista.

Camila sonrió y la ayudó a llegar hasta ella. La rodeó por la cintura


y la hizo sentarse a horcajadas sobre ella.

—Así está mejor, ¿no crees? —le dijo acunándole el rostro, la


acercó y la besó con delicadeza—. Te quiero ahora.
El corazón de Lauren dio un vuelco. Camila la tendría porque ella
no deseaba otra cosa que ser suya. Su cuerpo, su corazón, le gritaban
que se entregara por completo.

Sin decir más, Camila deslizó la mano izquierda desde su mejilla


hasta hundir los dedos en sus cabellos, mientras que la derecha se
deslizó por su cuello. Ella contempló absorta los gestos de placer de
Lauren por sus caricias, por el calor que le provocaba su cercanía.

—Eres tan hermosa —susurró al tiempo que su mano derecha


regresó por el camino de su cuello. Con el pulgar le delineó los labios.
Sus ojos brillaron cuando su dedo desapareció en la boca de Lauren,
que lo succionó con delicadeza—. Vas a matarme.

La ex tenista sacó el dedo de su boca y buscó sus labios. Ambas


gimieron por el ardiente encuentro, entonces sus cuerpos pudieron
sentirse. La temperatura aumentó cuando ella comenzó a moverse
contra Camila. Las fuertes manos de la tenista volaron a la parte baja
de sus muslos, apretando su carne, empujándola contra ella.
Necesitaba sentirla, vivirla. Todo su ser vibraba, su corazón latía fuerte y
el aire caliente era sofocante, pero la llenaba de ansias, de deseo, del
más puro deleite.

Lauren ardía y sentía que iba a perder la cordura en cualquier


momento, y la boca de Camila era tan deliciosa, húmeda, delirante.
Sus lenguas se enredaban, invadían y regresaban a su escondite en un
juego que las hacía gemir sin parar. El calor era asfixiante, pero ella no
estaba dispuesta a abandonar esa boca que ya amaba. Como pudo
se quitó la chaquetilla y de inmediato sintió un poco de frescor en su
piel, y las manos que se deslizaron desde sus muslos hacia su lugar más
sensible amenazaron con hacer arder a la lluvia misma.

Camila necesitaba mirarla, separó apenas sus bocas y en medio


de la oscuridad se encontró con el brillo del deseo en Lauren. Sonrió
cuando la vio cerrar los ojos en el momento en que su mano derecha
se acomodó entre sus piernas.

—Levántate un poco —le pidió.

Lauren la aferró fuerte por los hombros cuando se levantó y sintió


los dedos de Camila deslizarse por sus pliegues húmedos. Echó la
cabeza hacia atrás y gimió fuerte. La tenista se maravilló por su gesto y
deseó tomarla de una vez, pero se contuvo. La rodeó con el otro brazo
por la cintura para tener un poco más de control, luego deslizó la palma
de la mano por su sexo, presionó y frotó sobre su clítoris. Lauren arqueó
la espalda y un nuevo y gutural gemido llenó el interior del auto.

—Oh, Dios mío —susurró Camila hundiendo el rostro entre sus senos
para mantener la posición y continuar frotándola.

Lauren casi convulsionó, su pelvis tenía vida propia y solo podía


retorcerse y moverse contra la mano entre sus piernas. Camila sentía la
palma cada vez más humedad, el calor que desprendía la ex tenista
era enloquecedor. Por encima de la tela del vestido mordió sus
hinchados pezones. Pasó de uno a otro mientras Lauren se movía más
rápido sobre ella. Sus gemidos eran roncos y sus gestos hermosos.
Estaba cerca, ella lo sabía bien.

Cuando Camila movió la mano para que sus dedos fueran los que
tomaran el mando, Lauren gruñó una protesta, pero casi de inmediato
jadeó cuando ella se acercó a su hendidura. Dejó la punta de los
dedos justo allí, haciendo círculos, dibujando.

—Déjate caer —le pidió con un susurro ronco.

Lauren abrió los ojos. Estaban muy cerca, respiraban sus alientos.
Ella simplemente cumplió su petición.

Camila jadeó cuando se sintió deslizarse en su intimidad. No era la


primera vez que estaba dentro de ella, pero cada vez era más
alucinante, delirante… mágico. Era como vivir un momento mágico
que quería extender por siempre.

Lauren comenzó a moverse sobre sus dedos, subiendo y bajando


con cadencia. Sus bocas se unían o rozaban por lo cerca que estaban
sus cuerpos. Y la humedad, la humedad se desbordaba. El calor
quemaba. Ya la lluvia no importaba. Nada importaba, solo el placer, la
unión. Ser un solo ser.

Los dedos de Camila llegaron a lo más profundo, llenando todo no


solo de placer, también de locura. Era dolorosamente placentero. Y
entonces, el pulgar se unió a la danza. Lauren se arqueó cuando ella
comenzó también a frotar su clítoris y todo se aceleró. Ella se aferró a
los hombros de la mujer debajo de ella y fue su pelvis la que tomó el
control.

Camila creyó que iba a enloquecer cuando el ritmo de los


movimientos de Lauren aumentó, apenas podía sostenerla, pero
mantuvo los dedos en movimiento y ella se arqueó una vez más y gritó.
Y su gritó se confundió con el de Camila.

Casi asfixiada, Lauren hundió el rostro en el hueco del cuello de la


tenista que, con algo de resistencia, retiró los dedos de ella para
abrazarla y sostener mejor su peso. Dios mío, haberla escuchado gritar
de esa manera la lanzó a la estratósfera. Nunca antes se sintió así y en
ese instante, mientras la abrazaba y sentía su aliento contra su piel, el
temblor de su cuerpo, los restos de los gemidos apagarse en su
garganta, se dio cuenta de que no solo le gustaba Lauren Jauregui. En
ese instante ella supo que la amaba.

—Lo hiciste —jadeó Lauren.

—¿Qué cosa?

—Hacerlo en medio de la lluvia.

Ella rio.

—Lo hicimos dentro del auto. Eso no cuenta.

Aún débil, Lauren se separó un poco de ella y la miró.

—Dios, sí que cuenta. Eso fue… uf…

Camila sonrió y le apartó algunos mechones húmedos de la frente.

—Estás más hermosa aún —susurró.

—Debo estar hecha un desastre.

La tenista negó con la cabeza.

—No.

Lauren se acercó y le rozó los labios.


—Sé dónde sí hay un desastre —bajó las manos por su cuerpo hasta
rozarle los muslos.

Camila cerró los ojos. Estaba ardiendo.

—Lo sabes muy bien.

Sin mediar palabras, Lauren buscó el botón de sus jeans, luego bajó
el cierre.

—¿No pudiste ponerte algo más ajustado?

Camila sonrió con los ojos cerrados y el entrecejo fruncido como si


sintiera algún tipo de dolor que se acentuó cuando Lauren deslizó la
mano dentro del pantalón, pasando de sus pantys.

La tenista gimió y elevó un poco la pelvis.

—Oh, Dios —jadeó.

—Estás tan húmeda. Me quemas.

Ella abrió los ojos.

—Así me pones —su voz ronca la delató.

Lauren sonrió y sin esperar, deslizó dos dedos entre sus pliegues y
comenzó a hacer círculos al tiempo que presionaba. Lo ajustado del
jean no le dejaba mucho espacio, pero abarcaba todo alrededor del
clítoris donde la sensibilidad era deliciosa hasta llegar a él y lo frotó.
Camila estaba tan excitada que sabía que no duraría mucho; ahora
era ella la que se retorcía y Lauren se deleitaba por el placer que le
daba. Sentía el clítoris duro, mientras los pliegues que lo envolvían eran
tan suaves que le resultaba casi adictivo atenderlo, frotarlo.

Poco a poco el movimiento de la pelvis de Camila se fue haciendo


rítmico hasta que cerró los ojos y jadeó ronco con cada pulsación que
explotó en su vientre.
CAPÍTULO 59

Camila tenía la cabeza recostada del asiento, dejando su cuello


expuesto; Lauren continuaba sentada sobre ella, le recorría la línea de
la garganta dejando besos suaves hasta llegar a la quijada. La
contempló aún con los ojos cerrados, ya su respiración estaba más
calmada. Sonrió al mirarla así, plena, satisfecha.

—Comienza a dejar de llover —dijo Camila.

Lauren miró alrededor; los cristales estaban por completo


empañados, no podía ver nada hacia fuera, pero ya no se escuchaba
tan fuerte la lluvia.

—Eso parece —respondió acercándose a su boca para rozar sus


labios—. ¿Quieres irte?

Los ojos marrones, casi rojizos de la tenista, aparecieron ante ella.


Brillaban con una intensidad diferente a la que mostró mientras se
amaban. Ella negó con la cabeza y Lauren sonrió con ternura.

Camila levantó una mano y le acomodó un mechón de cabello


detrás de la oreja derecha. Con el dorso de los dedos le acarició la
mejilla marcada.

—Me gustas —susurró roncamente—. Me gusta mucho, Laur. Te


quiero conmigo.

El corazón de Lauren se desbocó.

—Estoy aquí contigo.

Camila le acarició los labios con el pulgar.

—Te quiero más conmigo. Te quiero en mi vida, junto a mí.

Lauren sonrió y sin saber qué otra cosa hacer, se acercó para juntar
sus frentes. Necesitaba respirar el mismo aire que Camila. Su corazón
latía fuerte de miedo y, al mismo tiempo, de felicidad. De puro amor.
En ese momento Camila parecía tan segura, pero la conocía un poco,
su carácter era un tanto volátil y eso era lo que la llenaba de miedo.
Sentía miedo de entregarse sin reservas tal como ya se lo pedía su
corazón, su ser entero, y que terminara con el corazón roto. ¿Estaba
Camila lista para una relación? Sintió sus manos deslizarse por su
espalda, como si quisiera que ella le expresara su sentir, sus
pensamientos.

Lauren se separó para mirarla. Bajó la mirada a sus labios y sonrió,


estaban hinchados; se besaron tanto.

—Sabes que… aún estoy luchando con mi ansiedad.

—Lo sé. Y te acompañaré en ese camino. Estoy orgullosa de lo que


has hecho en los últimos días. Fuiste a Nottingham sola, me has
acompañado en todo momento a pesar de que he tenido que
moverme entre mucha gente.

—Te lo dije, estar cerca de ti me da seguridad.

Camila sonrió de una manera tan embelesada, que a la ex tenista


le encantó.

—Me gusta saber eso. Y estaré todo cuanto pueda. Sé que, si


convertimos esto en una relación, será algo complicado porque estoy
mucho tiempo fuera, pero te prometo que regresaré a ti —acarició su
mejilla una vez más—. Siempre voy a regresar a ti —susurró.

Los ojos de Lauren se humedecieron. No podía creerlo. No podía


creer que en aquel momento en que Alejandro se acercó para pedirle
que ayudara a su hija con su tenis, todo terminaría así, mirándose en sus
ojos, enamorada de ella. Nunca imaginó que terminaría amándola. Ella
volvió a juntar sus frentes, lo que sentía la dejaba sin fuerzas, necesitaba
su calor, su aliento rozándole la piel para saber que eso no era un sueño.

—Te amo —susurró Lauren con los ojos cerrados y el corazón a


punto de escapársele del pecho. Sintió a Camila tensarse debajo de
ella y jadear. Abrió los ojos asustada por haberse precipitado. La tenista
la miraba con los ojos muy abiertos. Sin saber qué más hacer, le acunó
el rostro y la besó—. No, no, no. No te asustes. Yo solo… No pasa nada.
Es que me dejé llevar por lo que sentía. No tienes que…

Sus labios fueron sellados por un dedo.


—Shh… No me asusté —le aseguró sonriendo—. Es… —se miraban
a los ojos con intensidad—. Es la primera vez que alguien me dice que
me ama —confesó.

Las cejas de Lauren se alzaron.

—¿En serio? —la tenista asintió con la cabeza—. Pensé que tenías
a muchas mujeres detrás de ti gritando que te amaban.

Camila rio, pero luego se puso seria. Sus ojos recorrieron con deleite
su rostro en medio de las sombras. Era tan hermosa. Su corazón no
había dejado de latir fuerte desde su declaración y sabía muy bien por
qué. Su respuesta pugnaba por liberarse; esas dos palabras que unía
corazones recorrían su sangre, cada átomo de ella hasta convertirla en
la mujer más feliz del mundo.

—Yo también te amo, Lauren Jauregui —declaró con la voz


ronca—. Te amo.

Y como el amor correspondido une no solo los corazones, también


los cuerpos, volvieron a amarse en el reducido espacio, salteando las
limitaciones que les imponía también la ropa y al ritmo de las gotas de
lluvia que golpeaban el auto.

—No quiero volver a verte con un pantalón tan ajustado —se quejó
Lauren contra su boca mientras su mano intentaba colarse entre la
apretada tela y la piel de Camila.

—Como si no te hubiese visto mirando mis muslos —jadeó debajo


de ella—. ¡Oh, Dios mío! Pero tienes razón, esto está demasiado
ajustado. ¡Oh, sí! ¿Puedes llegar un poco más lejos? Sí, justo allí.

—Agradece que la tapicería de los asientos es de cuero, de lo


contrario, tendría que llevarlo a hacerle una limpieza profunda.

—¡Camila!
La tenista bajó del auto riendo. La lluvia había pasado ya por
completo, pero algunos relámpagos iluminaban la noche. Lauren
descendió también sintiendo su rostro encendido. Juntas caminaron
hacia la casa.

—Gracias por convencerme de salir, debo admitir que me hizo


bien. Y no lo digo solo por el sexo, ciertamente necesito distraerme.

Lauren abrió la puerta y entraron.

—Cuando mi terapeuta y todos los demás me decían que debía


distraerme y no solo pensar en lo que me pasó, quería que callaran,
que me dejaran en paz regodearme en mi dolor, en mi frustración. Con
el tiempo comprendí que ellos buscaban ayudarme. Hay que escuchar
a quienes nos quieren, aunque el dolor nos consuma y nos cueste ver
que procuran nuestro bien.

Camila se dejó caer en el sofá.

—Justo eso siento, mucha frustración. Al menos cuando mi tenis


estaba en el hoyo, yo podía hacer algo. Entrenaba, me esforzaba. En
cambio, con esta situación debo esperar. ¡Es frustrante!

Lauren se sentó a su lado.

—Lo sé.

—¿Sabes que es lo que más me frustra de todo esto? Que Milka


haya desaparecido. Quiero decir, ni siquiera su representante se ha
pronunciado. ¿Acaso piensan dejarlo así?

—No lo creo. Según leí, sus seguidores le están exigiendo aclarar la


situación. Muchos han dejado de seguirla. La prensa también está
haciendo lo suyo, no dejan de especular sobre su silencio y eso no la
deja bien parada.

—¿Y por qué lo hizo?

—Es obvio que está enamorada de ti.

Camila la miró sorprendida.

—¿Qué?
—¿No lo has pensado?

—No.

Lauren rio.

—¿De verdad eres tan ingenua? Milka actuó como una amante
celosa. Está celosa, le dolió que terminaras la relación que había entre
ustedes.

—No existía ninguna relación.

—Oh, vamos. Tenían sexo cada vez que podían, eso es tener una
relación, aunque supuestamente —recalcó la palabra— ambas
creyeran que era una aventura.

—Pues entonces se enamoró sola.

—Eso está claro —dijo la ex tenista sonriendo.

—¿Te estás divirtiendo?

—Sí, un poco. Pareces una niña haciendo una rabieta. Alejandro


te malcrió demasiado.

Camila abrió la boca sorprendida.

—¡Eso no es cierto!

—Es lo que diría una malcriada.

Los ojos de la tenista se entornaron.

—Eres muy mala, ¿lo sabías?

—No, solo que a ti te cuesta admitir que eres una malcriada —le
rebatió tocándole la punta de la nariz con el dedo índice.

Inesperadamente, Camila la abrazó y la movió hasta hacer que


terminara sentada sobre ella, tal como lo estuvo en el auto cuando la
lluvia las hizo detenerse en el mirador. Ella buscó su boca y terminaron
fundidas en un beso delicado, pero sensual. Se deleitaron sintiendo sus
labios, absorbiendo el aliento de la otra.

—Aquí sí podemos deshacernos por completo de la ropa —susurró


Camila contra su boca.
—No sabes cuánto deseo quitarte esos pantalones.

—Pues no hay nada que esperar —ella iba a profundizar el beso


cuando Lauren le puso la mano en el pecho y la detuvo.

—Ya es suficiente con tener que limpiar los asientos del auto, no lo
haré con el sofá, así que seamos normales y vayamos a la cama —le
dijo levantándose.

Camila soltó una carcajada y se dejó llevar de la mano por Lauren


que la condujo a su habitación. Cuando la puerta se cerró, la pasión
fue deshaciéndose las barreras de la ropa, mientras el deseo encendía
sus pieles y sus corazones buscaban acompasar sus latidos para
hacerlos uno.

Afuera un relámpago recorrió el cielo y una tenue llovizna


acompañó los besos, las caricias y la pasión de dos mujeres que el tenis
y el destino unió.
CAPÍTULO 60

En algún lugar de la casa había un insistente timbre sonando que


sacó a Lauren del mundo de los sueños. Se removió bajo las sábanas
despertando a Camila que la tenía abrazada. Ella gruñó y se alejó un
poco del movimiento que perturbaba su sueño.

Lauren abrió los ojos y pudo detectar qué era lo que sonaba; era
el teléfono de la casa. También gruñó una protesta, pero se obligó a
levantarse porque solo podría ser su madre o Taylor quien llamaba.
Desnuda como estaba salió de la cama y se dirigió arrastrando los pies
hacia la puerta. Camila abrió los ojos y alcanzó a ver sus nalgas
desaparecer por el pasillo. Sonrió.

—Olvidé morder ese trasero —murmuró—. Qué pecado.

Lauren fue hasta la sala y tomó el teléfono inalámbrico. Se


encaminó de nuevo hacia la habitación.

—Buenos días —contestó.

—¿Aún duermes? Es casi mediodía —le apuntó Taylor.

—No duermo.

—Tu voz dice lo contrario. O duermes o estabas haciéndolo.

—¡Tay!

—¡¿Qué?!

—Puedo estar congestionada.

—¿Lo estás?

—No. Aún dormía —le aclaró justo cuando entró en la habitación


y se acercó a la cama.

—Y te dormiste tarde porque estabas haciéndolo.

—¡Dios! ¿Qué quieres, Tay?

—Qué mal humor. ¿Acaso no te lo hicieron bien?


—Si no me dices qué quieres, voy a terminar esta llamada —le
advirtió y se sentó en la cama.

En la línea se oyó la risa de su hermana.

—¿Estás viendo la TV?

—No. ¿Por qué?

—Esa mujer hará un anuncio en vivo por sus redes sociales.

Lauren se levantó y se puso a buscar el mando a distancia del TV.

—¿Milka?

—Sí. Acaba de anunciarlo. No lo dijo claramente, pero creo que se


trata de lo que le hizo a Camila.

—No puede ser otra cosa —dijo ella encendiendo ya el TV—.


Gracias, Tay.

—De nada. Espero que todo se aclare.

Lauren sonrió. A pesar de que al inicio su hermana tuvo cierto


rechazo hacia la tenista por su carácter, ahora se llevaban bastante
bien.

—Gracias. Luego hablamos, ¿de acuerdo?

—Sí. Un beso.

Lauren terminó la llamada y accedió a la web desde el TV.

—Camz, despierta —recibió como respuesta un gruñido—. Camila,


es importante. Milka va a hablar —le anunció mientras buscaba el
Twitter, el Instagram y hasta el canal de YouTube de la morena—.
¡Camila! —la llamó una vez más.

—Ya estoy despierta —respondió sentándose en la cama—. ¿Estás


segura de eso? —preguntó al tiempo que se estrujaba los ojos.

En ese momento el teléfono de Camila comenzó a sonar. Al mirarlo


sobre la mesa de noche, leyó el nombre de su padre en la pantalla.
Tomó el teléfono y contestó.

—Papá, buenos días.


—Hija, Milka va a hablar.

—Lo sé. Lo estamos viendo —dijo, aunque todavía no había


ninguna transmisión en vivo para conectarse.

—Hablaremos cuando termine. Solo espero que aclare todo esto.

—Yo también, papá.

La llamada terminó y ella dejó de nuevo el aparato sobre la mesa.


Sintió un poco de temor, si Milka no admitía que ella puso esa sustancia
en el agua que le dio a beber, la investigación sería más larga. Las
autoridades tendrían que buscar pruebas y durante ese proceso ella
estaría suspendida. El camino corto era que Milka hablara, que
confesara lo que hizo.

Después de conectarse a todas las redes y mientras Camila


hablaba con su padre, Lauren buscó una bata de baño y cubrió su
desnudez. Se sentó al lado de la tenista en cuyo rostro se dibujaba una
profunda preocupación.

—Buenos días —susurró y la besó en los labios—. ¿Estás bien?

—Sí. Es solo que no sé qué esperar de Milka. Después de lo que hizo,


que confiese, me parece poco probable.

—Su carrera está siendo tan afectada como la tuya, mi amor. Ella
tiene que admitir lo que te hizo.

—Su carrera no ha sido afectada por esto.

—Ante su público, sí.

—Ella puede seguir compitiendo, no está suspendida como yo. Y si


confiesa, es casi seguro que la suspendan de por vida. No creo que
sacrifique su carrera de esa manera por limpiar su conciencia, si es que
la tiene.

Lauren tomó su mano y la envolvió entre las suyas.

—Si ella está tan enamorada como para hacerte daño, también
arreglará esto.
Las cejas de la tenista se alzaron, se quedó mirándola con
incredulidad.

—Creo que estás soñando, cariño.

Ella se encogió de hombros.

—Tal vez… o tal vez no.

En ese momento algo en la TV captó la atención de las dos. En las


tres ventanas apareció un cuadro para dar inicio a una transmisión en
vivo. Lauren cerró dos de las ventanas y se quedó en el canal de
YouTube. Mientras se iniciaba, se podían leer algunos comentarios en
el chat del sitio.

Camila tomó aire cuando Milka apareció en la pantalla. Por unos


instantes pensó que vería algo diferente en ella, tal vez un gesto
desencajado, un poco de tristeza, pero no. La morena estaba como
siempre, sus cabellos rizados con un peinado perfecto y sus ojos
mantenían una mirada intensa. Sin embargo, sí se mostraba seria.
Parecía estar en una sala y junto a ella se encontraba su representante,
que también estaba muy serio.

Milka comenzó a hablar.

—Hola a todos. Hago esta transmisión porque mi representante y


yo — señaló a hombre sentado a su lado—, consideramos que es
necesario aclarar una situación en la que hace unos días se me
involucró…

—Oh, mierda —masculló Camila. Esas primeras palabras no le


auguraban nada bueno.

—Tranquila —le pidió Lauren.

—…Como ya todos saben, Camila Cabello, a quien por mucho


tiempo consideré mi amiga y con quien compartí una bonita relación
de compañerismo en el circuito, dio positivo en una prueba antidopaje.
Para justificar ese resultado, me acusó de poner una sustancia ilegal en
una botella con agua y le pidió a la ITF abrir una investigación —hizo
una pausa, en ningún momento dejó de mirar a la cámara—. Yo quiero
pedirle disculpas — sus ojos se humedecieron— a mis seguidores que
siempre me han apoyado…

—Oh, Dios mío —jadeó Camila. Su corazón latía fuerte.

—… a mi familia, a mi equipo de trabajo y a la WTA —sus mejillas


ya estaban por completo humedecidas y su voz un poco afectada por
el llanto que contenía. La morena respiró hondo y continuó—. Yo puse
esa sustancia ilegal en el agua de Camila Cabello. Quiero que sepan
que cuando lo hice, no era yo. Mis pensamientos estaban por completo
nublados y solo me dejé llevar por emociones que me condujeron a
cometer este error que puso en peligro la carrera de Camila —la voz se
le quebró por completo. Era evidente que no podía continuar.

Su representante tomó entonces la palabra, y lo hizo para terminar


la declaración.

—Milka Jones está dispuesta a asumir todas las consecuencias de


su error. Es todo. Gracias —dijo y se movió hacia la cámara para
terminar la transmisión.

Camila respiró aliviada, sin embargo, en su pecho sentía una fuerte


opresión. No podía alegrarse por lo que tendría que enfrentar Milka, a
pesar de lo que le hizo. Ella sabía muy bien cuánto significaba también
su carrera para la morena. Los tenistas sacrifican mucho por su carrera,
aunque pudiera parecer solo un deporte donde los lujos y los triunfos
estaban a la orden del día. Sí, algunos tenían éxito, se convertían en
grandes triunfadores, lograban contratos millonarios, pero detrás de
todo eso había mucho sacrificio, como estar lejos de la familia, pasar
horas entrenando, disponer de poco tiempo para tener una vida
personal. Eso y mucho más. Y estaban otros, que se mantenían en el
circuito, luchando cada día para mejorar su juego, nunca alcanzaban
la cima, pero vivían de su pasión, el tenis. Porque el tenis más que un
deporte, es un estilo de vida.

—Esto no acaba con su declaración, de igual modo habrá una


investigación —le dijo Lauren.

—Lo sé. Deben comprobar que ella no admitió lo que hizo bajo
coacción.
—Exacto. En especial después de ver esos videos donde le
gritabas.

Ella sonrió.

—En especial después de eso —el repique del teléfono de la tenista


las interrumpió. Era Alejandro de nuevo.

—Iré a preparar algo para comer. Necesitamos recuperar un poco


de energía.

Camila sonrió con picardía.

—¿Harás café?

—Mhum.

Ella le guiñó un ojo y salió de la habitación. Fue directo a la cocina


y buscó el envase del café para preparar la cafetera. Se sentía feliz, la
situación de Camila se aclararía del todo y estaban juntas. Sonrió sin
darse cuenta. Aún no podía creer que eso estuviera sucediendo. A ella
le faltaba mucho para controlar su ansiedad cuando se encontraba
rodeada de gente, pero por permanecer cerca de la tenista, estaba
dispuesta a seguir trabajando en ella para hacer una vida
completamente normal. Ya soñaba con acompañarla a los torneos,
viajar con ella y ser parte de su vida.
CAPÍTULO 61

Lauren se encontraba en la cocina picando la última fresa para


completar la ensalada de fruta que preparaba para desayunar; los
colores de las fresas, las moras y los kiwis, resultaba una mezcla
divertida. Ella servía una buena porción en un plato hondo cuando
Camila entró a la cocina, ya se había duchado y vestía un conjunto
deportivo de color gris. La preocupación había desaparecido de sus
ojos.

—Buenos días —la saludó con un beso en la mejilla.

Lauren le sonrió.

—Por si lo olvidaste, ya nos dimos los buenos días.

—Para mí ahora es un nuevo día. ¿Huele a café?

—Sí, pero tomarás solo una taza —le advirtió.

—De acuerdo. ¿Te sirvo?

—No, ya tomé. Ya puedes sentarte.

—Necesito café antes.

Camila buscó una taza y se acercó a la cafetera.

—Papá dice que la investigación no durará mucho, así que debo


prepararme para Wimbledon —comentó ya acomodándose en uno
de los altos asientos.

—Está en lo correcto —dijo poniendo el plato con la ensalada


frente a ella.

—También dijo que me tomara dos días para recuperarme de todo


esto. El equipo también lo necesita. Todos estarán aquí en un par de
días.

—Me alegra que vuelvas a tu rutina de entrenamiento, te permitirá


olvidar todo rápido.
—No será fácil, pero eso espero —le dijo y le guiñó un ojo—. ¿Me
acompañarás a Wimbledon?

Lauren la miró algo sorprendida.

—Sí.

La tenista sonrió complacida.

—¿Puedo anunciar que somos pareja?

Lauren tuvo que toser porque algún trozo de fruta tomó otro
camino.

Camila estiró el brazo y le palmeó la espalda.

—¿Qué? —logró gruñir en medio de la tos.

Camila rio.

—Ya le dije a papá que estamos juntas.

Ella tosió para poder hablar de nuevo.

—¿Y qué dijo?

—Está encantado —respondió sonriendo, pero luego su entrecejo


se frunció y se puso seria—. Y me advirtió que, si te lastimaba, me
desheredaría. ¿Puedes creerlo?

Lauren tuvo que reír.

—De seguro bromeaba.

—No, lo dijo con ese tono severo que usa cuando habla de cosas
importante o hace una promesa. O sea, entiendo que lo hiciera tu
madre o Taylor, ¿pero papá?

El gesto de incredulidad en el rostro de Camila era un poema.

—Debe ser que te conoce bien.

Las cejas de la tenista se alzaron.

—Sí, él me conoce bien. Por eso debe saber que al anunciarle que
tú y yo estamos juntas, es porque es algo muy serio para mí. Es la primera
vez que le digo que estoy con alguien.
El bocado que Lauren se llevaba a la boca se quedó a medio
camino.

—¿En serio?

—¿Por qué te sorprendes cada vez que te digo algo así?

—Porque tú pareces una rompecorazones.

Camila frunció la boca.

—Es solo una imagen.

—¿Has escuchado que dicen, una imagen vale más que mil
palabras?

—Lo sé, pero toda esa imagen la cambiaste tú —le dijo con un tono
suave—. O al menos la cambiarás.

Lauren se sintió derretir. Camila a veces la sorprendía con su


ternura. Ella se levantó y la rodeó por el cuello, haciendo que la tenista
se girara para meterla entre sus piernas. Sus labios se unieron en un beso
que mezclaba ternura y deseo. Sus respiraciones se agitaron en
segundos.

—Te amo —susurró Lauren apenas separando sus bocas.

—Yo también te amo —murmuró mientras sus manos se deslizaban


por encima de la tela de la bata de Lauren—. ¿Estás desnuda?

—Sí.

—Mmm… eso me gusta.

—Ya conozco ese brillo en tus ojos, pero no va a pasar nada, así
que deja quieta esas manos —le dijo intentando alejarse, aun así,
Camila supo retenerla entre sus brazos.

—¿Por qué no? —se quejó tratando de besar su cuello.

—Porque apenas dormimos anoche. En un par de días debes


comenzar a entrenar fuerte y necesitas energías.

Camila frunció los labios sabiendo que la que ahora era el cerebro
técnico de su equipo, tenía razón.
—Esto apesta.

Lauren rio y logró zafarse de sus brazos, y regresó a su asiento.


Terminaron de desayunar y luego que la ex tenista se duchó y vistió,
salieron al jardín a darle un poco de cuidado a las plantas de Clara.
Camila robó una rosa blanca del jardín y se la acomodó detrás de la
oreja.

—Eres tan hermosa —susurró mirándola con intensidad.

—¿Incluso con estás marcas?

La tenista sonrió.

—¿Cuáles marcas?

Ella se acercó y la rodeó por la cintura esta vez.

—La de mi mejilla. Las del brazo.

Camila miró su brazo derecho, el suéter de manga larga cubría sus


marcas, pero ella se lo acarició desde el hombro hasta llegar a su mano
y entrelazó sus dedos.

—Lauren, no veo marcas en ti. En ti veo paz, amor, una paciencia


tan infinita, que me llenas de ella cada día que paso junto a ti. La única
marca que veo es la que dejaste en mí desde que te conocí.

Los ojos de Lauren se humedecieron tan rápido, que apenas pudo


darse cuenta de la lágrima que se le escapó cuando Camila la detuvo
con sus labios. A ella no le quedó más que abrazarla y sentirla.

Ninguna de las dos supo cuándo el destino comenzó a tejer los hilos
que las condujeron a encontrarse, pero sí sabían que el amor que
despertó la una en la otra, no era un juego. Era un amor que marcaría
sus vidas para siempre y que cuidarían como la flor más delicada para
contemplar su belleza hasta que la vida se los permitiera.

—No sabes cuánto odié a papá por obligarme a venir aquí —le
confesó Camila sin soltarla—. Ahora se lo agradezco porque aquí —la
separó de su cuerpo para mirarla a los ojos—, junto a ti, encontré lo que
no sabía que buscaba… A ti. Al amor. Debo admitir que tenía miedo
de amar.
—¿Ya no temes hacerlo?

Camila alzó las cejas con un gesto infantil.

—Estoy aterrada, Laur —la mujer entre sus brazos rio—. Pero con tu
mano en la mía, ese miedo se desvanece.

Los ojos esmeralda de Lauren la miraron con adoración.

—Si intento venderle a prensa las cosas que dices, no me lo


creerían.

—¿Quieres ganar dinero a costa de mi cursilería?

—No es cursilería. Es ternura infinita —le dijo y la besó en los labios—


. Y me encanta.

—La verdad es que mancha mi imagen.

—Para nada —susurró y volvió a besarla.

Esta vez fue un beso largo, derrochador de ternura, pero cuando


sus lenguas se encontraron, las chispas del deseo acrecentaron la
pasión.

—¿De verdad no lo haremos estos días? —le preguntó apenas


separando sus labios.

—De verdad.

—¿Y no lo podemos hacer un poquito?

Lauren rio contra su boca; las manos de Camila recorriendo su


cuerpo, llegando a esos lugares sensibles que no la dejaban pensar
claro, pero debía mantenerse firme.

—No —respondió ya jadeando al sentir cómo la tenista la


recostaba contra una columna de madera que sostenía una malla que
protegía el jardín.

—Vamos, solo un poco —le pidió dejando besos por su mejilla hasta
que alcanzó el lóbulo de su oreja.

—Camila, ya detente —susurró con la respiración agitada.

Y la respuesta a su petición fue una succión que la hizo estremecer.


—A mamá no le va a gustar lo que están haciendo en su jardín.

La voz de Taylor tan cerca las hizo sobresaltarse y alejarse la una


de la otra como si hubiera fuego entre ellas. La joven soltó una
carcajada por la cara de azoramiento de las mujeres y entró a la casa.
El eco de su risa llegó al jardín aun cuando ya no la veían.

—¿Me ayudarías a esconder su cadáver?

Camila asintió efusivamente. Tras acomodarse la ropa y peinar sus


cabellos, juntas entraron a la casa, pero antes Lauren se quitó la rosa
que llevaba detrás de la oreja. A su madre no le iba gustar nada ver
una de sus rosas arrancada de esa manera.

Encontraron a Clara y a Taylor en la cocina.

—Hey… no sabía que regresaban hoy —dijo Lauren dedicándole


una mirada asesina a su hermana que escondió su sonrisa traviesa.

Clara le dio un beso a su hija y luego se acercó a Camila para


saludarla también.

—Me alegra que todo se haya arreglado —le dijo sosteniéndola


por los brazos.

—Bueno, aún no termina del todo, pero que Milka haya confesado,
hace más corto el camino.

—Estoy segura de que todo se arreglará muy pronto.

Camila le sonrió con ternura. Clara le gustaba y la trataba siempre


bien. Pensó en que ahora era su suegra. Eso la hizo estremecer.

Clara se dirigió ahora a su hija mayor.

—Cuando Taylor me dijo lo que pasaba, me dije que había que


celebrarlo, así que le pedí que regresáramos para preparar una buena
cena para la ocasión.

—Hicimos las compras —anunció Taylor.

—Clara, no debiste molestarte —le dijo Camila.


—No es molestia. Y es una buena excusa para preparar la receta
de mami. — Esto lo dijo en español con su acento cubano bien
marcado.

Esa fue la primera vez que la tenista notó el acento cubano de


Clara. Buscó la mirada de Lauren, con complicidad se sonrieron. Sí,
ahora todo parecía una buena excusa para muchas cosas, incluso
para amarse. Y también para hacer un anuncio.

Lauren tomó aire.

—Mamá, Taylor, tengo algo que decirles —las mujeres la miraron


expectantes, aunque ya se hacían una idea. Ella se acercó a Camila,
la rodeó por la cintura y recostó la cabeza de su hombro—. Estamos
juntas —anunció con una tímida sonrisa.

Los ojos de Clara brillaron y Taylor sonrió. En la vida de la familia


Jauregui volvía a haber color y motivos para sonreír y celebrar.
CAPÍTULO 62

Una semana después…

Tal como Camila y su equipo lo esperaban, la ITF revocó la


suspensión. A través de una rueda de prensa, la institución anunció que
Milka Jones sería suspendida de por vida del tenis tras culminar la
investigación que determinó su activa participación en suministrar una
sustancia ilegal a otro jugador sin su consentimiento. La noticia fue
titular durante varios días; en casi todos los noticieros, periódicos y redes
sociales se hablaba de las razones que condujeron a la tenista a
cometer tal delito. En los extensos reportajes se habló del largo romance
que mantuvo Camila Cabello con Milka Jones, a pesar de que no eran
una pareja formal.

Para muchos la reaparición en público de Lauren Jauregui tuvo


que ver. Y es que la prensa no dejó de hablar de la ex tenista desde
que fue vista en el palco de Camila cuando esta participó en la primera
ronda del Roland Garros. Después de esa primera aparición, también
las vieron en algunas prácticas de la tenista. Incluso se hizo noticia que
Camila viajaba periódicamente a Montecarlo, lugar de residencia de
Jauregui.

—Deberíamos hacerlo oficial —le dijo Lauren una mañana cuando


desayunaban juntas mientras leían la prensa en sus teléfonos.

Camila la miró por encima de la taza de café. Bebió un sorbo y


bajó la taza.

—¿Estás segura?

Ella se encogió de hombros.

—Sí, ¿por qué no?

—Te confieso que ya lo había pensado, pero no sabía si preferías


seguir un poco fuera de la vista de la prensa.

—Después de todo este lío va a ser imposible mantenerse lejos del


foco de la prensa. Creo que es mejor hacerlo oficial.
Camila sonrió complacida. Se acercó a ella sin levantarse de la
alta silla y la besó en los labios.

—Le diré a Joe que haga un comunicado para las redes sociales.

—Hará falta una fotografía también.

—Igual podríamos olvidarnos del protocolo de mi representante y


anunciarlo ya mismo —dijo tomando su teléfono—. Con una selfie
bastará.

—¿Ya mismo?

—¿Por qué no?

Lauren se lo pensó y volvió a encogerse de hombros. Camila se


levantó esta vez y se paró detrás de ella y le dio el teléfono para que
tomara la foto. A continuación, la abrazó desde atrás y posó los labios
en su mejilla, besándola. Lauren tomó la foto y, minutos después, ya
estaba en las redes sociales de la tenista.

Tras el anuncio, ambas se convirtieron en la pareja romántica más


seguida del tenis. Muchos, que no conocían a Lauren, supieron de sus
grandes victorias en el tenis y del ataque que sufrió en la cancha.
Mientras tanto, ella continuaba trabajando para controlar sus episodios
de ansiedad y Camila la apoyaba acompañándola a asistir a lugares
públicos; habituarse a estar rodeada de gente acortaría el camino
para superar sus traumas.

Los siguientes días Camila los dedicó por completo a entrenar,


Wimbledon estaba cerca y ella ansiaba, además de proponérselo
como meta, ganar el Grand Slam para demostrarse a sí misma que
realmente su tenis era el mismo que la puso en la cima del ranking. Ella
confiaba en que podía hacerlo y Lauren también; de hecho, era ella
la que le inspiraba tanta confianza.

Pronto Camila pisó la catedral del tenis y su equipo en pleno la


acompañó. Incluso su nuevo miembro, el cerebro técnico, Lauren
Jauregui. Con algo de nerviosismo, la tenista entró a la cancha para
disputar el partido de la primera ronda. Se enfrentó a una wildcard; le
ganó con un contundente marcador de 6–0, 6-2. La segunda y tercera
ronda tampoco fueron mayor reto para ella, pero cuando llegó la
segunda semana del torneo, ya los cuadros estaban dominados por las
mejores o las que venían ganando posiciones en el ranking.

Sin embargo, llegó a los 4º de final tras superar a su rival en tres sets;
tuvo que recuperarse tras perder el primer set. En el otro cuadro, Selena
Wilson también avanzaba, aunque ella no había cedido un set en lo
que iba de torneo. Camila sabía que Selena llegaría a la final, a menos
que hubiese una enorme sorpresa, pero al perfilar a las jugadoras que
probablemente la enfrentarían, su superioridad era evidente.

—No debes pensar más allá de tu siguiente rival. Es una regla del
tenis por si no lo sabías —le dijo Lauren cuando descansaban en la
habitación del hotel.

—Vamos, es imposible no hacerlo —le rebatió.

—No es imposible.

—Claro que lo es.

—Entonces distráete con otra cosa. Podemos ver una película.

Lauren estaba recostada de la cabecera de la cama y Camila de


ella, quedando entre sus piernas. Le masajeaba los hombros para
ayudarla a que se relajara. La tenista se movió hacia un lado para
mirarla.

—Puedes ayudarme a distraerme de otra manera —le dijo


guiñándole un ojo.

—¿Solo piensas en sexo?

Camila sonrió con picardía.

—Ya me conoces. Además, solo me pasa cuando estoy contigo.

—No vas a convencerme con ese argumento.

—¿Qué tal con este? —le dijo y con un rápido movimiento, se giró
por completo y se acomodó sobre ella.

Sus bocas se unieron en un beso hambriento al que Lauren no pudo


resistirse y terminaron haciendo el amor con una desbordante pasión.
Y así, llegó el día de la final femenina de Wimbledon. ¿Las finalistas?
Camila Cabello y Selena Wilson. Se repetía la final de Nottingham, pero
la prensa se preguntaba si Cabello, la defensora del título, lograría
superar otra vez a la gran campeona. La cuestión era que, aunque
Camila no lo sabía, en Nottingham, jugó bajo los efectos de una
sustancia ilegal, eso pudo darle cierta ventaja. Para muchos expertos,
la ganadora del torneo hizo un juego perfecto; sin embargo, para otros,
Camila tenía que demostrar que solo con su tenis superaría a Wilson.

En el palco, Lauren estaba muy nerviosa no solo por estar rodeada


de gente, también por Camila, que se sentía presionada para ganar el
partido sin la sombra de una sustancia ilegal. Su equipo la apoyaba,
ella no necesitaba demostrar nada, todos se lo aseguraron; su tenis
estaba al cien por ciento y eso le daría el título. Y si no ganaba, llegar a
la final de Wimbledon era un enorme paso y entonces trabajarían más
fuerte aún para el abierto de los Estados Unidos.

Las finalistas fueron llamadas a la cancha. El público se puso de pie


para aplaudirlas, Lauren también. Ellas cruzaron miradas y la sonrisa que
creyeron discreta, en minutos ya era reseñada en las redes sociales
encabezando titulares: El amor está en la cancha.

El partido comenzó y Selena mostró su superioridad en los tres


primeros games quebrando el saque de Camila dos veces. El juego
rápidamente estaba 0 - 3. Lauren rogó porque su novia se relajara, se
veía muy nerviosa. La vio sentarse en el descanso, se recostó de la silla
por completo y cerró los ojos. “Eso es, Camz. Cálmate. Concéntrate, mi
amor, concéntrate”, le pidió en silencio.

—Vamos —susurró.

Alejandro la escuchó a pesar del ruido del público.

—En cuanto gane un punto, recuperará su confianza —aseguró él


y le sonrió.

Ambos volvieron su atención al partido. Camila no solo sostuvo su


saque, también quebró consecutivamente el saque de Selena y
terminó ganando el set 6 - 3.
El segundo set fue casi un record, terminó en cuarenta minutos.
Camila hizo gala de sus mejores golpes para los que Selena no encontró
defensa, ni mucho menos tuvo espacio para desplegar sus grandes
ataques. Camila ganó el partido y en las redes sociales, en la prensa,
en todas partes, hubo imágenes de ella subiendo hasta su palco y
besando en los labios a su novia. También las imágenes de ella
levantando el Plato Rosewater como campeona del torneo por
segundo año consecutivo, llenaron la web.

Horas después, Camila y Lauren bailaban en la terraza de un


exclusivo restaurante que la campeona hizo cerrar para celebrar con
ella. En ese momento solo había espacio para las risas y los besos que
hablaban del amor que latía en sus corazones.

Se movían lento, siguiendo el ritmo de la suave melodía de fondo.


Entre sus cuerpos no había espacios; Lauren la rodeaba por la cintura y
ella, por el cuello.
—Todo esto es gracias a ti —declaró la tenista muy cerca de la
boca de su mujer.

Lauren negó con la cabeza.

—No es así.

Camila miró sus labios brillantes, no se cansaba de besarlos. Nunca


se cansaría.

—Podemos hablar largo y tendido de ello, pero no vas a


convencerme. No habla mi ego cuando te digo que antes jugaba bien,
sin embargo, ahora… ahora tú lo has llevado a otro nivel.

—¿Y no es tu ego el que habla? —cuestionó ella arqueando una


ceja.

Camila rio.

—No es mi ego. Es mi verdad la que habla ahora.

Lauren rozó su nariz con la de ella.

—Mi verdad es que te amo —susurró.

El corazón de la tenista dio un vuelco. Y es que cada vez que


escuchaba esas dos palabras de los labios de Lauren, su corazón se
tambaleaba y entonces era salpicada por candentes chispas de
felicidad. Era la primera vez en su vida que era feliz. Sí, amaba el tenis y
luchar en la cancha la hacía sentir viva, pero así, como Lauren movía
los cimientos de su corazón, de su pasión, de su deseo, jamás.

—Yo también te amo, Lauren Michelle. Mirándote a los ojos puedo


decirte que agradezco que mi ego haya causado todo ese desastre
porque gracias a él, llegaste a mi vida. Y eso… eso no lo cambio por
nada.

Lauren la miró con los ojos humedecidos.

—Te advierto que si tu ego vuelve a aparecer por aquí, voy a


patearte el trasero.

Camila rio.

—También yo me patearé, te lo prometo.


Ambas rieron, pero luego callaron. Sus ojos se encontraron y la
adoración que se tenían brilló en ellos. El silencio llegó cuando sus labios
se unieron una vez más.

FIN

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