Culturas Juveniles 1
Culturas Juveniles 1
Culturas Juveniles 1
IMAGINARIOS Y RASGOS
DE LAS CULTURAS JUVENILES
EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
Presidente
Mons. Miguel Cabrejos
Secretario General
Mons. Jorge Eduardo Lozano
Autor/es
Jorge Blake
1. Introducción........................................................................................................................................8
2. Desarrollo......................................................................................................................................... 14
3. Reflexiones finales.......................................................................................................................40
5. Referencias bibliográficas......................................................................................................... 54
Prólogo
Uno de los más grandes desafíos hoy, para una Iglesia en salida al encuentro con
los jóvenes, es reconocer la enorme diversidad de las actuales culturas juveniles y
entrar en un diálogo profundo con sus realidades, a veces distantes de lo que la
misma Iglesia propone.
Por ello, el trabajo realizado por Jorge Blake nos hace tanto bien. Su objetivo es
sensibilizar respecto del tema en cuestión. Habrá mucho camino por recorrer. Es-
peramos continuar profundizando, con un interés tal que nos permita establecer
una comunicación respetuosa, entender las diferentes inquietudes que afligen a los
jóvenes a quienes deseamos acercarnos para acompañar.
En este mismo sentido, el comentario de Ariel Fresia, agrega una dimensión que
nos ayuda, desde la reflexión y la experiencia, a comprender el fenómeno juvenil
en clave pastoral. Tenemos la certeza del amor de Jesús por ellos; la Iglesia quiere
renovar la opción preferencial por ellos.
Esperamos que este camino abierto, nos permita una mejor comunicación, com-
prensión y acogida a los asuntos que son prioritarios para los jóvenes y en especial
los más vulnerables.
Al volver a poner la mirada sobre las diversas juventudes de nuestra región, resul-
ta iluminador tener a la vista las orientaciones pastorales de Christus Vivit. Esta
exhortación apostólica se dio a conocer en marzo de 2019. La carta se basa en
el “Documento Final” del XVIII Sínodo de los Obispos celebrado en Roma en
octubre de 2018. Este encuentro fue convocado por el Papa para tratar el tema
‘Juventud, Fe y Discernimiento Vocacional’. El proceso participativo previo al Sí-
nodo incluyó una inédita consulta masiva a jóvenes creyentes y no creyentes a lo
largo del mundo y la celebración de una reunión presinodal en Roma a la que tam-
Documento de trabajo
bién fueron convocados jóvenes de todas las naciones. Este enfoque participativo se
adoptó bajo la convicción de que era necesario celebrar un Sínodo no solo “sobre
los jóvenes”, sino que “con los jóvenes”.
Al revisitar Christus Vivit tres años después, no deja de sorprender la lucidez, pro-
fundidad y radicalidad de las conclusiones resultantes del discernimiento. En ese
sentido, cabe preguntarse cómo avanzar como Iglesia de América Latina y el Ca-
ribe para asumir los desafíos planteados en la carta, lo cual supone una conversión
eclesial profunda respecto del modo relacionarnos con los jóvenes en la Iglesia.
Como contrapartida, muchas veces la concepción eclesial de los jóvenes como re-
ceptores pasivos de acciones pastorales ha primado en la Iglesia y se ha convertido
en un ingrediente propicio para la proliferación del abuso, en la medida en que
favorece un ejercicio desordenado de la autoridad pastoral sobre los propios jóve-
nes. Por eso, el cambio de mirada del Sínodo no solo afecta la comprensión de la
Existe una conexión profunda entre la mirada del Sínodo acerca de la juventud y
el actual contexto de crisis eclesial. Esa conexión se evidencia en el tono autocrítico
que cruza el discernimiento: “Hay pocas regiones donde los jóvenes perciben a la
Iglesia como una presencia viva y comprometida” (15); “Muchos han abandona-
do porque no han encontrado la santidad, sino la mediocridad, la presunción, la
división y la corrupción” (166); “El Sínodo es consciente de que un número con-
siderable de jóvenes, por diferentes motivos, no le piden nada a la Iglesia porque
no la consideran significativa para su existencia. Algunos, por el contrario, piden
expresamente que los dejen solos, ya que sienten su presencia como algo molesto
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e incluso irritante. Esta solicitud a menudo (…) tiene sus raíces en razones serias y
respetables: escándalos sexuales y económicos; la falta de preparación de los mi-
nistros ordenados (…); la falta de cuidado en la preparación de la homilía y en la
presentación de la Palabra de Dios; el papel pasivo asignado a los jóvenes dentro
de la comunidad cristiana” (53).
Documento de trabajo
¿Cómo avanzar como Iglesia de América Latina y el Caribe en los desafíos plan-
teados por el Sínodo? ¿Cómo transitar desde las orientaciones pastorales hacia
cambios concretos? Una condición fundamental para lograrlo es sostener per-
manentemente una reflexión sistemática, multidisciplinaria y bien documentada
acerca de las identidades, tensiones y búsquedas que caracterizan la vida de las
y los jóvenes de nuestra región. Sin esta base de conocimientos amplia acerca de
los fenómenos culturales, políticos, económicos, afectivo-sexuales y religiosos que
inciden sobre la realidad juvenil, no será posible “leer más proféticamente nuestra
época y reconocer los signos de los tiempos” o reconocer que los jóvenes son por-
tadores de una verdad valiosa y necesaria para la Iglesia; y que a través de ellas y
ellos el “Señor nos permite conocer algunas de sus expectativas y desafíos para la
construcción del mañana”.
La interpretación de las culturas juveniles -la lectura de sus símbolos, sentidos y ex-
periencias-, antes de ser la tarea exclusiva de una disciplina científica, es un aporte
que se hace desde la cultura misma. En otras palabras, interpretar la cultura juvenil
no es una tarea reductible al quehacer científico o técnico. Las propias personas
-por cierto, también los jóvenes-, habitando su cultura, contribuyen a vivificarla,
dotarla de sentido, renovarla, extenderla, transmitirla. Vivimos constantemente en
una interpretación colectiva de la cultura en la que todos participamos. El arte, la 15
religión y la política participan de esa interpretación de la vida juvenil, ofreciendo
propuestas de sentido en base a las tradiciones cultivadas intergeneracionalmente
(Morandé, 2019).
En coherencia con este marco, no debemos entender las culturas juveniles como
un objeto externo o estático, que pueda ser reducido estadísticamente y/o contro-
lado desde el punto de vista moral. Tampoco se trata primariamente de un objeto
de estudio sociológico, sino de una experiencia humana colectiva de la que somos
partícipes en tanto miembros de la sociedad, seamos o no jóvenes. Así, un primer
desafío para la Iglesia y la sociedad en el análisis de la cultura juvenil es abrirse a
la complejidad del universo de significados y experiencias en que están inmersos
los jóvenes, sin construir una imagen simplista o idealizada de su cultura. Sin im-
portar cuan distantes puedan resultarle a la Iglesia ciertas experiencias o discursos
juveniles, para cultivar una comprensión profunda de sus culturas es preciso salir
de los marcos doctrinarios e ideales normativos. En este sentido, la interpretación
de las culturas juveniles debe abarcar, sin prejuicios, todos los tipos de discursos y
prácticas materiales y/o inmateriales socialmente adquiridas y transmitidas, que
Documento de trabajo
permiten diferenciar a las juventudes de otros grupos etarios dentro de la sociedad.
Por tanto, el análisis debe comprender elementos como el uso del lenguaje, los
símbolos comunes, los intereses compartidos a nivel generacional, las modas, las
trayectorias vitales, etc. Se trata de elementos dinámicos y variables entre distintos
subgrupos de jóvenes.
Autores como Reguillo (2003) sostienen que la juventud es una categoría construi-
da culturalmente y no una esencia estática. Por tanto, la mutabilidad de los crite-
rios que fijan los límites y los comportamientos de lo juvenil está necesariamente
vinculada a los contextos sociohistóricos, producto de las relaciones de fuerza en
una determinada sociedad. Molina y Álvarez (2016) sostienen que lo propiamente
juvenil es un proceso de construcción social compleja que, junto con estar articu-
lado en torno a un eje temporal biográfico agenciado por los propios sujetos juve-
niles, implica simultáneamente la construcción de un imaginario social de dicha
temporalidad, de sus vivencias claves y de sus principales desafíos existenciales.
Todo lo anterior va “instituyendo” social e imaginariamente una determinada re-
solución de las identidades juveniles.
Documento de trabajo
prender qué pasa con los jóvenes de hoy, más que pedirles o juzgarlos por aquello
que hacen o no hacen respecto de los jóvenes de generaciones anteriores, la tarea
es comprenderlos en su relación con la situación histórica y social que les toca vivir.
Para comprender mejor cómo distintas generaciones procesan los desafíos propios
de su época, resulta conveniente también situar el cambio generacional y epocal
dentro del proceso de conformación de la identidad juvenil. En efecto, desde el
punto de vista sociocultural, toda juventud lucha por la conformación de su iden-
tidad, usualmente confrontando la cultura adulta-hegemónica. En distintas épocas
esa crítica juvenil a la cultura dominante se expresa con símbolos propios. En ese
sentido, la crítica juvenil es un rasgo cultural que cambia de forma, pero cuyas
raíces son estructurales porque se asocian al proceso de desarrollo psicosocial del
individuo. En el marco de su caracterización psicosocial de la juventud, Erikson
(1966) describe justamente esta etapa como un momento de lucha por la identidad.
Según su teoría, la identidad surge de un proceso de afirmación y repudio selectivo
de roles. Llegar a ser quien se es, no es un proceso puramente afirmativo o de iden-
tificación, sino que implica también diferenciación, reconocimiento y crítica hacia
identidades contrapuestas.
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Sin un grado de cuestionamiento a la cultura actual y sus ofertas de sentido, las
nuevas generaciones serían una mera extensión -o reproducción- de la identidad
de sus padres o, más ampliamente, de los agentes socializadores primarios y secun-
darios; de la cultura dominante. En definitiva, las juventudes buscan y luchan1 por
1 El reconocimiento y validación de la lucha por la identidad como un rasgo sobresaliente en las cultu-
ras juveniles no debe confundirse con lo que Brunner (2017) denomina el ‘mito de la cultura rebelde’.
En esta línea, el autor problematiza este mito a partir de la distinción entre las categorías ‘masas’ y
‘minorías’ aplicados a las culturas juveniles. De acuerdo con el sociólogo, mientras que ciertamente
existe rebeldía o malestar entre algunos jóvenes, la mayoría de ellos presenta “niveles mezclados de crítica y
resignación, de pesimismo y optimismo.” El joven promedio se encontraría inmerso en esta mixtura que sería
propia de la cultura de masas, mientras que el malestar y la rebeldía que imaginamos como transversal
a la juventud, estaría en realidad circunscrita a lo que el autor denomina “minorías activas”. La expo-
sición mediática de estos grupos disidentes contribuiría hacernos creer que resultan representativos de
un fenómeno “masivo” o, más precisamente, “mayoritario”. En realidad, estas minorías activas, como
su nombre lo indica, constituyen una excepción dentro de su propia generación, rompiendo la pasivi-
dad de las masas para buscar cambios en diversos temas de relevancia social (educación, identidad de
género, medio ambiente, etc.). Brunner reconoce en estos grupos un rol histórico de renovación del
cuadro político, mediante el aporte de nuevas ideas y organizaciones. Es decir, la distinción entre las
categorías ‘cultura juvenil de masas’ y ‘minorías activas’ no comporta en ningún caso un escepticismo
fatalista y/o conservador sobre el poder de cambio de los jóvenes: al contrario, el autor otorga “efica-
cia histórica” a las minorías activas, pero recordándonos que al final del día la mayoría de los jóvenes
quedan sociológicamente mejor descritos como parte de los patrones culturales dominantes, como “la
masa” contra la cuál de hecho las minorías activas reaccionan.
Documento de trabajo
estado altamente condicionado por las condiciones institucionales y económicas
presentes en los diversos países (Benedit, 2004). Así, por ejemplo, en sociedades de
mayor fragilidad institucional y desigualdad económica como Honduras, Nicara-
guas, Haití y El Salvador, los resultados en términos de visibilización y progreso
de las juventudes son más incipientes. Así todo, la mayor parte de las juventudes
latinoamericanas, impulsadas por un imaginario social de rebeldía y cambio, reco-
rrerán prácticamente todos los escenarios de lucha social y política del convulsio-
nado Siglo XX obteniendo, como se ha dicho, resultados variados en términos de
justicia social y bienestar (Molina y Álvarez, 2016).
Hacia el Siglo XXI comienzan a emerger otros imaginarios sociales sobre lo ju-
venil que destacan más la dimensión individual, por sobre los aspectos colectivos
y/o comentarios de la juventud. Uno de los hitos más relevantes en este proceso
es el surgimiento y estructuración de sistemas educativos estandarizados y con un
enfoque técnico-utilitario, a partir de lo cual se comienza a instituir un imaginario
hegemónico asociado con los desafíos de la formación profesional de los jóvenes
y su ingreso en el mercado laboral como agentes económicos competentes y com-
petitivos (antes, quizás, que como ciudadanos comprometidos). Junto a este fenó-
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meno, el aumento en la esperanza de vida ha potenciado que la inserción laboral
de nuevas generaciones para relevar a las mayores se haya retrasado. En conse-
cuencia, hoy en día los jóvenes son retenidos durante un periodo más largo en las
instituciones educativas, acrecentando aún más la incidencia de estas instituciones
en la formación de las identidades juveniles, en ocasiones en desmedro del rol de
la familia. Con ello, los procesos de escolarización obligatoria comienzan a consti-
tuirse cada vez más en una de las características sociológicas centrales de nuestras
sociedades latinoamericanas y sus juventudes (Molina y Álvarez, 2016).
Documento de trabajo
la masificación del concepto parece comportar cierta inconciencia de los alcances
y límites de su aplicación en una sociedad como la nuestra, que no solo presenta
altos niveles de desigualdad socioeconómica, sino también de género, orientación
sexual, etc. Estas diferencias restringen la aplicabilidad de una noción unitaria de
grupo generacional.
En el campo de los estudios socioculturales, se entiende por ‘rasgo’ una unidad fun-
cional más simple en que se divide una cultura cuando se trata de analizarla. Como
ejemplo de lo anterior, es posible analizar una sociedad desde el punto de vista de su
cultura política o religiosa, identificando los rasgos políticos y/o religiosos específicos
según corresponda. Es posible también dividir el análisis de una cultura según los
grupos humanos que la conforman, diferenciados de acuerdo con algún criterio de
Documento de trabajo
2.5.1 Panorama general y rasgos sociodemográficos
La evidencia empírica internacional indica que los jóvenes de América Latina ac-
ceden hoy a una mayor cobertura educativa y, a la vez, enfrentan un mercado
laboral cambiante, no solo por la irrupción de nuevos adelantos tecnológicos que
transforman la producción, sino también por el voluble y a ratos frágil escenario
político institucional que enfrentan diversos países de la región. Es indudable que
el clima de malestar social, la falta de legitimidad política y la inestabilidad demo-
crática afectan fuertemente variables estructurales como el empleo y el crecimien-
to, así como variables subjetivas como los intereses y motivaciones, transformando
así las trayectorias y culturas juveniles (BID, 2018).
Ser joven en América Latina y el Caribe conlleva una serie de paradojas. Supone
formular constantes demandas respecto de su participación en el proceso de de-
sarrollo de los países y, en muchos casos, movilizarse para que sean atendidas. Por
otra parte, las y los jóvenes deben enfrentar múltiples exclusiones que, en la prác-
tica, restringen su capacidad de acción y limitan la gestión de sus proyectos. De
Ser joven supone también una permanente interacción con otras generaciones.
Por una parte, los jóvenes son receptores de una herencia estratificada en lo que
se refiere al acceso a activos esenciales para el desarrollo de sus capacidades. La
región muestra una gran dificultad para romper las cadenas de transmisión inter-
generacional de la pobreza y la desigualdad que inciden, a nivel familiar, en las
oportunidades reales a las que tiene acceso la juventud para forjar su propio desti-
no (CEPAL, 2011, p. 9).
a. Pobreza y desigualdad
Documento de trabajo
mayor inversión social ha permitido la expansión de los servicios sociales, la juven-
tud aún enfrenta muchas barreras para influir en la agenda de políticas públicas.
Diversos organismos han recalcado que no siempre se consideran las necesidades
específicas de la juventud, la cual además no recibe la debida atención en los pre-
supuestos nacionales. Las Naciones Unidas han destacado también la mayor vul-
nerabilidad de grupos específicos dentro del conjunto de jóvenes: las mujeres, y las
y los jóvenes que viven en áreas rurales o que pertenecen a pueblos indígenas o a
comunidades afrodescendientes (CEPAL, 2011, p. 11)
Con respecto a las áreas de residencia, salvo en los casos de Chile, Costa Rica y
Uruguay, la incidencia de la pobreza es superior entre las y los jóvenes que viven
en zonas rurales y, en todos los casos la indigencia afecta en menor medida a los
habitantes de áreas urbanas. Debido a la estrecha relación existente en América
En los hogares encabezados por jóvenes hay una estrecha relación entre la mater-
nidad o paternidad y la pobreza. Mientras que la incidencia de la pobreza en los
hogares encabezados por jóvenes sin hijos asciende al 10%, este porcentaje se ele-
va al 46% (promedios ponderados) en los hogares donde hay hijos menores de 15
años. Estos datos muestran que el 15% de los hogares encabezados por jóvenes y
con hijos menores de 15 años viven en situación de extrema pobreza. El porcentaje
asciende al 41,4% en Honduras y al 30,5% en el Estado Plurinacional de Bolivia
(CEPAL, 2011, p. 44).
Documento de trabajo
b. Ámbito educativo
En relación con el vínculo entre educación y tecnología, de acuerdo con los resul-
tados de la encuesta Latinobarómetro, la gran mayoría de las y los jóvenes de entre
16 y 29 años que cuentan con conexión utilizan Internet para buscar información
(36%), lo que coincide con la afirmación de que estas tecnologías amplían los ho-
rizontes de conocimiento y acceso a oportunidades de la población y, particular-
mente, de las y los jóvenes. El 21% de quienes se encuentran en este grupo de edad
declaran usar Internet para estudiar y el 13% para trabajar, mientras que el 25%
menciona que utiliza este medio para entretenerse (CEPAL, 2011, p. 58).
Así, los datos indican la prevalencia de notorias desigualdades en cuanto a los ac-
tivos educativos y de alfabetización digital de las y los jóvenes. Estas desigualdades
se expresan en las distintas tasas de asistencia y de conclusión de los diversos ni-
veles educativos, y están fuertemente vinculadas a la pertenencia a determinados
quintiles de ingreso, a la etnicidad (ser indígena o afrodescendiente) y la ruralidad
(CEPAL, 2011, p. 60).
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Respecto de la persistencia de las brechas de género, estas se observan con claridad
en todo el proceso educativo en cuanto al acceso a la educación en el área de la
ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, y en lo que atañe a la pro-
gresión, la retención y el reingreso en ese ámbito (UNESCO, 2018). Además, los
factores que moldean las trayectorias educativas e inciden en las posibilidades de
concluir los estudios difieren para los hombres y las mujeres jóvenes. Una razón
potente de abandono de la trayectoria escolar entre la población joven masculina
es la necesidad temprana de ingresar al mundo laboral, mientras que en el caso de
las mujeres jóvenes cobran centralidad el embarazo, el matrimonio y las uniones
tempranas, así como las tareas de cuidado. (CEPAL, 2021, p. 34)
Documento de trabajo
recen de algunas habilidades técnicas esenciales para el nuevo mercado laboral
(por ejemplo, menos de un cuarto declara hablar fluidamente inglés), pero que a
la vez poseen otras capacidades igualmente relevantes. Por ejemplo, indican ma-
nejar dispositivos tecnológicos con facilidad (BID, 2018, p. 23). Las mediciones de
habilidades socioemocionales arrojan, por su parte, resultados más prometedores,
por lo que permiten ser optimistas respecto de las posibilidades de los jóvenes de
insertarse en el nuevo mercado laboral. En efecto, los jóvenes de la región mues-
tran altos niveles de autoestima, autoeficacia, pasión y perseverancia. De hecho,
un resultado llamativo es que estos resultados positivos se encuentran en todos los
jóvenes, independiente de su situación educativa y ocupacional (BID, 2018, p. 23).
c. Ámbito laboral
Entre los 15 y los 19 años, la proporción de las mujeres que se incorporan al mer-
cado laboral es inferior en 19 puntos porcentuales a la proporción de varones. Esto
podría explicar, en parte, el que sean las mujeres quienes en mayor proporción
finalizan la educación primaria y secundaria. Detrás de estos indicadores también
puede haber opciones familiares y personales, así como patrones culturales, asocia-
dos a una más temprana incorporación masculina al mercado laboral. Sin embar-
go, se aprecia que a medida que se avanza en los grupos de edad la brecha de gé-
nero en la participación laboral se perpetúa y se profundiza. En el caso de quienes
tienen entre 20 y 24 años, la participación laboral de las mujeres es menor en 25,5
puntos porcentuales a la de los hombres; y en el tramo que comprende entre los
30 y los 64 años, la distancia entre la participación laboral de mujeres y hombres
llega a 30 puntos porcentuales, en desmedro de las primeras (CEPAL, 2011, p. 62).
Documento de trabajo
ni en el mercado de trabajo, lo que revela dinámicas de exclusión juvenil. Este por-
centaje no es significativamente menor en el caso de los jóvenes de 15 a 19 años en
comparación con quienes tienen entre 20 y 24 años o entre 25 y 29 años. Entre los
jóvenes de 15 a 19 años, Honduras es el país que muestra un porcentaje mayor en
esta situación (CEPAL, 2011, p. 73).
d. Bienestar y salud
Los jóvenes conforman el grupo de edad que potencialmente cuenta con mejores
condiciones de salud, aun cuando está expuesto a una serie de riesgos específicos,
como es el caso de su muerte por eventos violentos o del impacto que en este grupo
tienen las infecciones de transmisión sexual. Las defunciones de personas de 15 a
29 y de 15 a 24 años representan apenas el 6% y el 3%, respectivamente, del total
de defunciones que se registran en todo el mundo. En el caso de América Latina y
el Caribe, la tasa de mortalidad de las y los jóvenes es levemente inferior al prome-
dio mundial. Tanto en la región como en el mundo entero las tasas de mortalidad
Las enfermedades transmisibles son más comunes en el caso de las y los jóvenes
(3,23%) que en el total de población de la región (poco más del 1%), lo que se ex-
plica por la mayor prevalencia del VIH/SIDA. En cambio, los jóvenes presentan
una menor prevalencia de enfermedades degenerativas. Cabe señalar que cerca
del 2% de las muertes de las jóvenes de 15 a 29 años se debe a causas relacionadas
con el embarazo, parto o puerperio (CEPAL, 2011, p. 24).
Documento de trabajo
madres. Las diferencias entre países que muestran estos datos ilustran los desafíos
pendientes a los que deben responder las políticas de salud sexual y reproductiva
en la región, para que sea posible avanzar en el logro de una mayor consistencia y
reducción de las desigualdades. En este contexto hay dos fenómenos que resultan
especialmente preocupantes: la mayor proporción de madres adolescentes pobres y
la alta correlación entre embarazo adolescente y bajo nivel de escolaridad; ambos
dan cuenta de una estructura que presenta grandes desigualdades en estos campos
(CEPAL, 2011, p. 26).
Finalmente, hay pocos datos comparables a nivel regional sobre la salud mental
de las personas jóvenes. En el caso del suicidio, que es el exponente máximo de los
trastornos de salud mental, se observa que, en 12 países sobre los cuales se cuenta
con datos, las tasas de suicidio de las personas de 15 a 29 años son superiores a las
de la población de 30 a 49 años. La brecha entre las personas jóvenes y las adultas
es especialmente marcada en algunos países, como El Salvador, Nicaragua y el Pa-
raguay. También destacan los casos de Guyana y Suriname, donde se observan las
tasas de suicidio más altas de la región (CEPAL, 2021, p. 25).
Las juventudes de América Latina y el Caribe enfrentan grandes desafíos que limi-
tan su participación en la construcción de sociedades pacíficas, justas e inclusivas.
Dichos desafíos están estrechamente vinculados con la situación en que se encuen-
tran respecto al acceso a los derechos humanos y las libertades fundamentales, y
al pleno ejercicio de estos. Estas desigualdades se refuerzan a nivel discursivo, por
ejemplo, a través de la estigmatización, y en la interacción con otros actores, cada
vez que las juventudes no son consideradas, consultadas ni incluidas en los proce-
sos de toma de decisiones de sus comunidades. En este sentido, la participación
está estrechamente vinculada con las dimensiones del desarrollo institucional y
con la existencia de oportunidades para que sus voces puedan expresarse. En ese
escenario no debe extrañar el descontento que crece con respecto a la democracia
como régimen de gobierno, ni la desconfianza generalizada en las instituciones y
el sistema de partidos. Estos factores están catalizando procesos de crisis en la go-
bernabilidad y la estabilidad política y social —e incluso económica— de la región
(CEPAL, 2021, p. 11).
Cerca del 80% de los jóvenes de ALC visualizan en sus países tensiones impor-
tantes entre pobres y ricos. En segundo lugar, perciben con intensidad el conflicto
entre la gente joven y la sociedad, que es mencionado por el 63% de las y los jóve-
Documento de trabajo
nes de la región. Finalmente, más de la mitad de ellas y ellos perciben un entorno
marcado por los conflictos entre hombres y mujeres (CEPAL, 2021, p. 78).
El conflicto entre ricos y pobres es el percibido con mayor frecuencia en todos los
países, aunque con menor intensidad en Venezuela (República Bolivariana de),
Uruguay y Paraguay. A su vez, en estos países, junto con Argentina y Chile, las y
los jóvenes perciben con menor intensidad los conflictos de género. Por su parte,
el conflicto entre la gente joven y la sociedad en que viven es identificado con una
frecuencia mayor que el promedio de la región en países como Argentina, Chile,
Colombia, Costa Rica, Guatemala, Nicaragua y República Dominicana (CEPAL,
2021, p. 78).
Respecto de en qué medida están garantizados en sus países los derechos civiles y
políticos básicos, el 30% de las y los jóvenes de entre 16 y 29 años reconocen que
la participación política está garantizada, pero sólo el 27% afirma que existe plena
libertad de expresión (CEPAL, 2021, p. 80). Entre las y los jóvenes del grupo de 16
a 29 años, sólo el 8% percibe que el derecho a la seguridad social y a conseguir tra-
bajo esté efectivamente garantizado en su país, lo que permite inferir que la mayo-
36 ría de las juventudes no se percibe con titularidad plena de estos derechos sociales
y económicos fundamentales. En Costa Rica, República Dominicana y Uruguay
alrededor del 15% de las y los jóvenes tienen la percepción de contar con garantías
para conseguir trabajo, mientras que, en Uruguay, Costa Rica y Colombia, solo
cerca del 13% reconoce como una garantía el derecho a la seguridad social. Estos
porcentajes son extraordinariamente bajos si se considera que se trata de derechos
reconocidos como fundamentales para la construcción de la ciudadanía (CEPAL,
2021, p. 81).
Argentina, Bolivia, Brasil, Guatemala, Paraguay y Perú son países donde las y los
jóvenes se perciben con mayor intensidad como parte de un grupo discriminado.
Los resultados arrojan también diferencias notorias con respecto a la discrimina-
ción que afecta a grupos de población determinados, proveniente de los propios
jóvenes. Por ejemplo, al consultar a los jóvenes por aquellos grupos de personas a
quienes no les gustaría tener como vecinos, el 30% de mencionan a los y las ho-
mosexuales. A continuación, se señala a los inmigrantes (15%), indígenas (13%) y
afrodescendientes (12%) (CEPAL, 2021, p. 83).
En la era digital, la violencia que afecta a las juventudes adquiere otras dimensio-
nes. De acuerdo con los últimos datos de la Unión Internacional de Telecomuni-
caciones (UIT), cerca del 70% de las personas jóvenes del mundo tiene conexión
a Internet, lo que representa un cuarto del número total de personas que utilizan
dicha red (UIT, 2018). En las Américas, el 65,9% de las personas son usuarias de
Internet, y el 88,4% de ellas son jóvenes de 15 a 24 años (OEA, 2018). Los entor-
nos digitales son sin duda espacios para la violencia (sexteo, captación de niños con
fines sexuales y ciberacoso, por ejemplo), pero, a su vez, son espacios de producción
e intercambio de conocimientos, así como también de participación y empodera-
miento juvenil (CEPAL, 2021, p. 55).
Documento de trabajo
de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la CEPAL, 4.551 mujeres
fueron asesinadas por su condición de tales en 15 países de América Latina y 3
del Caribe en 2018. El feminicidio es el asesinato de la mujer por su condición de
género y representa el final de una cadena o secuencia en que se conjugan diver-
sas formas de violencia, que van desde ofensas, intimidaciones y amenazas, hasta
llegar al acoso sexual, la violencia doméstica y la violación. La violencia no letal
contra mujeres jóvenes por parte de una pareja es igual de preocupante. Los datos
indican que en la mitad de los países respecto de los cuales hay información, las
adolescentes de entre 15 y 19 años son las que más sufren este tipo de violencia. En
este caso, una vez más, la intersección entre el género y otras dimensiones, como
la condición étnico-racial o la situación de discapacidad puede aumentar las pro-
babilidades de que una adolescente sea víctima de violencia (CEPAL, 2021, p. 40).
f. Juventudes en pandemia
Los efectos de la pandemia han puesto de relieve las debilidades de los sistemas
de protección social, salud, educación y empleo. Se prevé que en América Latina
y el Caribe habrá 45 millones de personas más en situación de pobreza, cifra que
representará un 37% de la población de la región. En el caso de las juventudes, ese
impacto se suma a los desafíos educacionales que han surgido debido al cierre de
las escuelas y universidades: a principios de mayo de 2020, dichos cierres afectaban
a más de 1 billón de estudiantes en todo el mundo, y a unos 165 millones en Amé-
rica Latina y el Caribe. Esto se suma además a las repercusiones sobre el empleo,
que se expresan en los 34 millones de trabajadores que han perdido sus puestos de
trabajo, gran parte de ellos mujeres y jóvenes (CEPAL, 2021, p. 9)
Según estimaciones del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, es posible
que en América Latina y el Caribe más de 3 millones de niños, niñas y adolescentes
nunca regresen a la escuela, y es probable que la matriculación en la educación
primaria disminuya más de un 1,8%. De acuerdo con datos de la Organización
Documento de trabajo
Reflexiones finales
3
La juventud es una etapa crítica en la vida de las personas, en la que se han de
tomar decisiones trascendentales en muchos ámbitos, especialmente en la educa-
ción y el trabajo. Por otro lado, como se ha visto en este artículo, es claro que el
proceso de desarrollo e inclusión social juvenil trasciende el eje básico de educación
y empleo, las dimensiones tradicionalmente más estudiadas. De acuerdo con Gar-
cía Canclini (2008), si antes los jóvenes se centraban en el trabajo, el estudio y el
matrimonio, hoy intervienen nuevos procesos donde la conectividad y el consumo
toman la posta. Así, hoy es fundamental tomar en cuenta diversas dimensiones
sociales de las juventudes para una caracterización adecuada de sus imaginarios y
rasgos, incorporando temas de afectividad, sexualidad y género, participación po-
lítica tradicional y no tradicional, actividades sociales, desarrollo socioemocional,
consumo cultural, uso de tecnología y redes sociales, violencia y discriminación,
etc. Así, desde la sociedad y desde la Iglesia ya no solo debe preguntarse cómo se
pueden acompañar de manera efectiva las trayectorias familiares, educativas y la-
borales de los jóvenes, sino también cómo incorporar los otros factores y dimensio-
nes analizados y ayudar a construir un futuro mejor para las nuevas generaciones.
Buscando contribuir a esa enorme tarea, en la sección anterior se ha ofrecido una
revisión amplia de múltiples rasgos sociales que describen parte de la complejidad 41
de las actuales culturas juveniles de la región. En este apartado final se ofrecen al-
gunas reflexiones sobre la importancia de sostener un diálogo profundo con cada
una de las realidades descritas, particularmente con aquellas que resultan más leja-
nas a la doctrina de la Iglesia, entrando en un diálogo intergeneracional profundo.
Solo así se podrá avanzar en la dirección señalada por “Christus Vivit” esbozada al
inicio de este artículo: reconocer plenamente que los jóvenes son portadores de una
verdad valiosa y necesaria para la Iglesia, que en medio de ellos y ellas, insertos en
la particularidad de sus culturas, podemos leer más proféticamente nuestra época
y reconocer los signos de los tiempos; que ellos contribuyen a enriquecer lo que es
la Iglesia y no solo lo que hace, que son presente y no sólo su futuro.
Documento de trabajo
3.1 De la crisis de la transmisión cultural al
diálogo intergeneracional
Actualmente parece más difícil encontrar en nuestros días juventudes que sientan
y expresen orgullo o incluso gratitud hacia el legado del mundo adulto y/o de las
generaciones mayores. Muy por el contrario; las nuevas generaciones tienden a
responsabilizar a las más antiguas de heredarles un mundo en crisis. Lejos de sen-
tirse en deuda con los avances conquistados por las generaciones pasadas, muchos
jóvenes en América Latina y el Caribe experimentan que frente al legado político,
social, económico y cultural que han recibido como producto del desarrollo históri-
co de la región, su misión es realizar un sistemático proceso de deconstrucción. Na-
turalmente, este fenómeno impone una enorme presión sobre las relaciones inter-
generacionales en todos los países y conlleva el peligro de que estas relaciones se
tornen antagónicas. En efecto, la creciente desconexión o falta de sintonía entre
nuevas y antiguas generaciones puede sumirnos en una experiencia de disconti-
nuidad en la transmisión de sentidos, una verdadera ruptura generacional. Para
Brunner (2017), tal escenario se da cuando la generación adulta no tiene un legado
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que transmitir, no domina las nuevas tecnologías, sus ideologías parecen agotadas,
su autoridad está en cuestión, su testimonio ha perdido legitimidad.
De acuerdo con Barbero (2002), los jóvenes pueden llegar a constituir hoy el pun-
to de emergencia de una cultura “otra”, que rompe con el saber tradicional y la
memoria de los ancianos, como referentes que ligaban los patrones de comporta-
miento de los jóvenes a los de padres. Al interpretar el cambio que culturalmente
atraviesan los jóvenes como una potencial ruptura con la cultura previa, se pone
de relieve la crisis de transmisión cultural: más que buscar su nicho entre las cul-
turas ya legitimadas por los mayores, se radicaliza la experiencia de desanclaje de
las juventudes latinoamericanas y caribeñas respecto de sus sociedades y culturas
de origen.
Documento de trabajo
región y la crítica social de las generaciones actuales se expongan mutuamente y se
encuentren desde el respeto y la libertad.
44 De lado de las generaciones más jóvenes, es esencial que en el seno de las diversas
culturas juveniles pueda cultivarse una conciencia humilde de saber que la historia
no comienza con ellas, evitando caer en la absolutización del presente. En relación
con esto, el Papa nos recuerdan que la existencia misma de la cultura depende de la
construcción de una memoria en común y que ésta no puede existir sino a partir del
acto de cada generación de retomar las enseñanzas de sus antecesores. Hay una ne-
cesidad básica de saberse deudor del pasado que no podemos eludir. En palabras de
Morandé (2017), si los pueblos pierden esa referencia esencial a la tradición sapien-
cial que los ha constituido, debilitan la solidaridad intergeneracional que los sostiene.
45
Documento de trabajo
Reflexión
teológico pastoral
4
Entre la desigualdad y la exclusión,
una iglesia joven para los jóvenes.
Los rasgos de las culturas juveniles en América latina y el Caribe están marcados
por la pobreza y la desigualdad, las oportunidades educativas, acceso, terminali-
dad de la educación y alfabetización digital; la disparidad de acceso al mercado de
trabajo de jóvenes y mujeres, especialmente del trabajo remunerado, acentuando 47
la vulnerabilidad social y la pobreza; el acceso a la salud, maternidad temprana
(pobreza y baja escolarización) y la mortalidad juvenil por causas externas (violen-
cia, accidentes); acceso a derechos civiles, participación ciudadana y alteración del
orden político; los efectos devastadores de la pandemia en protección social, salud,
educación y empleo en las juventudes. Blake muestra el impacto en las juventudes:
“es indudable que el clima de malestar social, la falta de legitimidad política y la
inestabilidad democrática afectan fuertemente variables estructurales como el em-
pleo y el crecimiento, así como variables subjetivas como los intereses y motivacio-
nes, transformando así las trayectorias y culturas juveniles”.
Las juventudes en América Latina y el Caribe, además de tener que enfrentar las “es-
tructura de oportunidades profundamente desigual y excluyente” tienen que “lidiar,
asimismo, con ideas preconcebidas que confinan a la juventud a identidades estáti-
cas a las que deben responder, así como a espacios predefinidos en los que se les per-
mite participar” afirma Blake. Por esta razón, debemos construir una acción eclesial
capaz de comprometerse con toda la complejidad de la realidad y no solamente
con aquellos aspectos sobre los que todavía queda algo por defender. Con razón
Documento de trabajo
expresa el autor, “parece más difícil encontrar en nuestros días juventudes que sien-
tan y expresen orgullo o incluso gratitud hacia el legado del mundo adulto y/o de
las generaciones mayores. Muy por el contrario; las nuevas generaciones tienden a
responsabilizar a las más antiguas de heredarles un mundo en crisis”. Sobre todo,
porque la pluralidad del mundo juvenil es “catalogado” por la generación adulta
de manera negativa. Pero, esos rótulos son transformados en “emblema”, al decir
de Reguillo, “mediante complejas operaciones cognitivas y simbólicas, los estigmas
sociales que sobre ellos pesaban en emblemas identitarios” (Rossanna, 2000). Re-
beldías, insatisfacciones sociales, revueltas juveniles muestran ese desencanto con el
legado adulto y dificultan el diálogo y la transmisión intergeneracional.
Papa Francisco dijo claramente en una entrevista con uno de sus biógrafos, Austen
Ivereigh: “Mi preocupación como Papa ha sido promover este tipo de desbordes
dentro de la Iglesia, reavivando la antigua práctica de la sinodalidad. Mi deseo fue
dar vida a este antiquísimo proceso, no solo por el bien de la Iglesia, sino como un
servicio a la humanidad, a menudo trabada en desacuerdos paralizantes” (Papa
Francisco, 2020). Los jóvenes son los sujetos privilegiados para intentar experien-
cias donde los “desbordes” de sinodalidad puedan convertirse en nuevas figuras
históricas de una configuración eclesial policéntrica. Pero para ello es urgente que
49
la Iglesia salga al “encuentro de las juventudes, no desde la doctrina, sino a través
de un diálogo profundo que sea capaz de valorar sus propias vivencias y contex-
tos”, afirma Blake.
Los jóvenes marcan el ritmo de las transformaciones socioculturales, son los suje-
tos principales de las mutaciones que se están produciendo, aunque también sean
ellos mismos los que padecen los problemas de empleo, salud, educación, exclusión
social y desigualdad de oportunidades. “Ustedes son los que tienen el futuro. Por
ustedes entra el futuro en el mundo.” (Papa Francisco, 2013) ¿Entrará por medio
de las juventudes el futuro en la iglesia? Si no hay intentos decididos por sinodalizar
la participación juvenil en la estructura eclesial, las juventudes se encontraran con
más frecuencia en las calles y en las redes. Pero no en las comunidades eclesiales
donde el ciclo vital consagrado es la infancia (la edad de la inocencia y la docilidad)
y la ancianidad (el lugar de la sabiduría y de la experiencia autentica) en la que los
parámetros adultos y clericales ubican a los jóvenes en el lugar de la “rebeldía” y
como destinatarios de la acción pastoral.
Documento de trabajo
Además de una iglesia en salida y para los pobres, la iglesia del futuro también será
una iglesia “joven para los jóvenes”, parafraseando la expresión de Papa Francisco
dicha en relación a los pobres. La iglesia del futuro será la iglesia donde los jóvenes
ocupen un lugar destacado, pero el futuro no puede ser demorado indefinidamente
porque los jóvenes ya se habrán vuelto viejos. El futuro debe irse construyendo en
el presente eclesial actual.
Los y las jóvenes son creyentes, pero no al modo en que creen los adultos. Ellos y
ellas tienen pocas dificultades para integrar a sus explicaciones racionales la lógica
de los afectos y de los sentimientos. Asunto difícil para los adultos. Nos encontra-
mos ante una modalidad de la experiencia religiosa en la que lo sagrado apare-
ce inmediatamente (sin la mediación institucional) donde la experiencia subjetiva
combina, integra, retroalimenta y produce nuevos significados, rituales y espacios.
Documento de trabajo
hoy, más que pedirles o juzgarlos por aquello que hacen o no hacen respecto de
los jóvenes de generaciones anteriores, la tarea es comprenderlos en su relación
con la situación histórica y social que les toca vivir”. Los jóvenes como creyentes
errantes ponen de manifiesto una manera de creer, modos de la identidad religiosa,
una mística y maneras del compromiso que ofrece elementos para replantear las
formas de estar y pertenecer a una determinada comunidad donde compartir las
experiencias de fe.
Los jóvenes son un lugar teológico, Dios se manifiesta por su mediación, como
lo afirma el Documento final del Sínodo sobre “Juventud, fe y el discernimiento
vocacional” (nº 64). Una comunidad eclesial que asume la lógica de la encarna-
ción cree en los jóvenes. Porque ahí́ se refleja la figura histórica transfigurada de
Jesús. Así como Dios asumió la condición humana, la Iglesia tiene que asumir a
los jóvenes tal como se manifiestan en los procesos históricos (signos del tiempo y
de los tiempos). Al considerar la encarnación, la Iglesia asume que los jóvenes son
el presente -quizá́ incierto, pero valioso- y el futuro como una oportunidad para
soñar y madurar una “iglesia joven para los jóvenes”. Creer en lo jóvenes, aun con
las ambigüedades de su manifestación, abre a nuevas experiencias de aprendizaje
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social y eclesial, por la riqueza que representan, porque aportan un saber y una
expertise que los adultos no poseen y porque pueden suscitar acciones renovadas
en el empeño por dar rostro y palabra al Dios de Jesús para las juventudes de esta
ápoca.
Quizá, la Iglesia tenga que encontrar otras formas para ver a las juventudes, sus
modos de acción, sus creencias y espiritualidades, sus dificultades por conseguir
trabajo, ingresar a la escuela o acceder a los servicios de salud; sus logros y conquis-
tas, sus valores y las configuraciones que adquiere el compromiso social y religioso.
Salir de posturas pesimistas y estigmatizadoras de la cultura juvenil, sus códigos,
lenguajes y sus maneras de practicar la fe es un camino impostergable a empren-
der. Solo así podemos actuar en coherencia con la convicción de que -afirma Blake
citando las conclusiones del Sínodo de 2018- “el dinamismo juvenil es una energía
renovadora (…), porque ayuda a sacudir la pesadez y la lentitud para abrirse al Re-
sucitado” (Documento final y votos del Documento final del Sínodo de los Obispos
al Santo Padre Francisco, 2018).
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