Cuadernillo Lengua y Literatura 5to
Cuadernillo Lengua y Literatura 5to
Cuadernillo Lengua y Literatura 5to
Lengua y
Literatura
Escuelas técnicas Raggio
La imagen del paraíso natural descubierto por Colón incluye también a los
indígenas, a quien describe como seres sencillos y virtuosos. Lo primero que
llama la atención de los españoles es que, a diferencia de los hombres y
mujeres europeos, los indígenas andan desnudos. Los taínos son tribus
pacíficas y temerosas de los hombres que han llegado desde el mar en
enormes embarcaciones con armas desconocidas. Ellos no tienen armas y
creen – así lo consigna Colón en su Diario- “muy firme que yo con estos navíos
y gente venía del cielo y en tal acatamiento me reciben en todo cabo después
de haber perdido el miedo”, además agrega “ellos de cosas que tengan
pidiéndoselas jamás dicen que no; antes convidan a la persona con ello y
muestran tanto amor que darían los corazones…”
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir
a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le
permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos
diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos
edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía
nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre
sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con
brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable
del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con
poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras,
apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la
derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación
de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió
prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba
a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones
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fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito
de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban
sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla
y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo
derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él,
lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación
de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer,
tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban
boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no
tenía más que rasguños en las piernas. “Usté la agarró apenas, pero el golpe le
hizo saltar la máquina de costado…”; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo
de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago
que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla
blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que
estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo
acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba
sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se
sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más.
El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. “Natural”, dijo
él. “Como que me la ligué encima…” Los dos rieron y el vigilante le dio la mano
al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco;
mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo,
pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o
cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital,
llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y
dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras
bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del
estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía
húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de
operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar
la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban
de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo,
con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una
seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba
olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada
empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el
olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche
en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir
de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la
de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la
estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
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Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del
sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no
había participado del juego. “Huele a guerra”, pensó, tocando instintivamente el
puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado
lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en
sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y
la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago,
debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del
cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un
animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio,
venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso
dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva
evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el
suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a
correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas,
buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó
desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque
tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga
sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la
última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con
pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero
no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un
buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez,
pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos,
escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en
cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de
su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y
le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco
lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero
que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre
lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve
como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente
repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin
embargo en la calle es peor; y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un
trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco
a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían
suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los
ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba
a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la
lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de
felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un
instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena
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oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro
que el resto. “La calzada”, pensó. “Me salí de la calzada.” Sus pies se hundían
en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de
los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado
a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la
calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada
podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el
mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello,
donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la
plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la
dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los
tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la
oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida
había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía
refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la
región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en
la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba,
sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la
señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo
sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se
incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy
cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al
cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo
rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos
veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me
operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció
deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un
ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo
era grato y seguro, sin acoso, sin… Pero no quería seguir pensando en la
pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del
brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían
puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete,
golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los
armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La
ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel,
sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así?
Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí
como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el
momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no
le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco,
esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como
si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias
inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al
salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo
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alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la
contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse
sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la
oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La
almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua
mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz
violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a
reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de
filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y
mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso
enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba
estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba
la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto
con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido,
ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre
las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al
teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en
un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo
su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable.
Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que
ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi
no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si
fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El
chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose,
luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo
derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que
ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que
la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los
sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en
los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en
su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado,
siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el
pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente
el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían
agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un
metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de
antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la
escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa
nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas,
pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo
brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el
amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra
blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos
dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de
10
1
Entre 1915 y 1930 un grupo de jóvenes lingüistas y poetas rusos, ligado a los movimientos
artísticos de vanguardia, revolucionó el campo de los estudios literarios. Los formalistas rusos
se interesaban en establecer un método científico (formal) que pudiera estudiar seriamente la
literatura.Sin embargo, esta postura fue modificada sustancialmente en épocas posteriores
cuando los formalistas se interesaron en el desarrollo de modelos e hipótesis que "permitieran
explicar cómo los mecanismos literarios producen efectos estéticos y cómo lo literario se
distingue y se relaciona con lo extraliterario".
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Taller de escritura
Imaginen alguna situación de la vida cotidiana en la materia Taller (es decir, en
su taller) e inventen un cuento utilizando este recurso de extrañamiento.
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Romanticismo
portador de una voluntad capaz de transgredir las reglas clásicas. Entre los
temas predilectos de este movimiento se destacaban el culto del “yo” y de los
sentimientos amorosos, el sueño y el redescubrimiento de una naturaleza
poderosa, salvaje y la exacerbación de los sentimientos nacionales. El
Romanticismo en el Río de la Plata es heredero del francés surgido como
movimiento contrario a las formas abigarradas del Clasicismo. Con su llegada a
América, por primera vez se produjo en la historia intelectual argentina el
ingreso de una corriente estética no hispánica. Adquirió matices particulares al
afirmar la preferencia por lo americano y su rechazo de los españoles. También
se distinguió por su tinte político, dado que sus seguidores simpatizaban con la
impronta independista y el ideario de la revolución de mayo.
La revolución cultural del Romanticismo que vivió Europa en las primeras
décadas del siglo XIX llegó rápidamente a las orillas del Río de la Plata.
Nuestra región, liberada del poder monárquico español en mayo de 1810,
había asumido, seis años después, en Tucumán, una nueva identidad bajo el
nombre de provincias unidas del Río de la Plata. Una joven nación
independiente en busca de una organización democrática era un territorio
privilegiado para pensar, debatir y poner en práctica los postulados románticos
europeos. Los libros que difundían los nuevos ideales de liberalismo
económico, nacionalismo democrático y libertad estética llegaron al puerto de
Buenos Aires de la mano de los universitarios criollos, quienes habían pasado
algunos años completando su formación en Europa. Para ellos, el ideario
romántico debía concretarse políticamente en nuestras tierras en un país
republicano y en un Estado nacional liberal y progresista. Esta visión los acercó
al partido político “unitario”, que proponía un modelo de poder centralizado,
cuya cabeza debía ser la ciudad de Buenos Aires. A este modelo de
organización nacional basado en el centralismo porteño, se oponían otras
fuerzas políticas – los federales-, que reivindicaban el derecho de las
provincias a autogobernarse.
A los ideales de este grupo también adhirió Domingo Faustino y José Mármol.
El salón literario fue disuelto, ya que su postura opositora a la gestión de Juan
Manuel de Rosas hizo difícil su funcionamiento. En 1938, los mismos jóvenes
fundaron la clandestina Asociación de mayo, pero el gobierno los persiguió, y
debieron exiliarse.
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Facundo de Sarmiento
El texto de Sarmiento se propone develar un enigma: ¿Por qué el proceso
revolucionario iniciado en 1810 con la gesta de Mayo termina en una tiranía,
como la de Juan Manuel de Rosas?
Para responder a esta pregunta, Sarmiento construye un escenario y un
protagonista que funcionan como modelo para entender la realidad nacional y
su avatares. De esta manera, en la figura del caudillo Juan Facundo Quiroga,
se hallarían las respuestas a ese interrogante.
Y en la misma forma como lo hacían los poetas griegos al cantar sobre un
hecho trascendente para su comunidad, que pedían ayuda a la musa o a la
diosa para que los iluminara, Sarmiento invoca al espectro de Facundo, quien
conoce el misterio de la disolución nacional.
Crítica:
2
Del francés, “conversación”.
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Junto a este tipo de obras aparecen los libros de viajes. El viaje representa la
posibilidad de evasión de una realidad considerada inferior a la de Europa.
Los viajes a Europa de los escritores de la Generación del ´80
Realismo
A mediados del siglo XIX, el Romanticismo deja paso a un nuevo movimiento
filosófico, cultural y artístico que ocupará lo que pueda de siglo: el realismo.
Este movimiento literario aparece como consecuencia de las circunstancias
sociales de la época: la consolidación de la burguesía como clase dominante,
la industrialización, el crecimiento urbano y la aparición del proletariado. A su
vez, Europa atraviesa una época caracterizada por adelantos científicos y los
escritores intentarán describir esa realidad; de ahí el nombre que recibe esta
corriente literaria.
Con respecto a los procedimientos literarios del Realismo, son características:
el abuso de la descripción detallada y prolija, enumeraciones y sustantivos
concretos; el uso del párrafo largo y complejo provisto de abundante
subordinación, la reproducción casi magnetofónica del habla popular, tal cual
se pronunciaba y sin corrección alguna que pretenda idealizarla, y el uso de un
estilo poco caracterizado, un lenguaje “invisible” que expresa personajes,
hechos y situaciones objetivamente sin llamar la atención sobre el escritor.
Naturalismo
3
Jitrik, Noé en El 80 y su mundo. Buenos Aires, ed. Jorge Álvarez, 1968.
28
Actividad:
Realizar un resumen comparando los dos movimientos literarios (realismo y
naturalismo)
4
Miguel de Unamuno (Bilbao, 29 de septiembre de 1864-Salamanca, 31 de diciembre de
1936) fue un escritor y filósofo español perteneciente a la generación del 98. En su obra cultivó
gran variedad de géneros literarios como novela, ensayo, teatro y poesía. Fue, asimismo,
diputado en Cortes de 1931 a 1933 por Salamanca.
5
Salvador Rueda (aldea de Benaque, 3 de diciembre de 1857-Málaga, 1 de abril de 1933) fue
periodista y poeta español. Se le considera precursor español del modernismo.
6
Francisco Villaespesa Martín (Laujar de Andarax, 15 de octubre de 1877-Madrid, 9 de
abril de 1936) fue un poeta, dramaturgo y narrador español del modernismo.
7
Manuel Machado Ruiz (Sevilla, 29 de agosto de 1874-Madrid, 19 de enero de 1947) fue
un poeta y dramaturgo español, enmarcado en el modernismo, y hermano de Antonio
Machado.
8
Amado Nervo (Tepic, en ese entonces en Jalisco, Nayarit; 27 de
agosto de 1870-Montevideo, Uruguay; 24 de mayo de 1919), fue un poeta y prosista mexicano,
perteneciente al movimiento modernista.
9
Eduardo Marquina (Barcelona, 21 de enero de 1879-Nueva York, 21 de noviembre de 1946)
fue un periodista, poeta, novelista y dramaturgo español
31
MilongaOliverio Girondo
BLASÓN.Nicolás Olivari
mi alma cansada,
te da un escudo oval;
¡mi bostezo!
Actividades:
1)Lean las poesías y elaboren una lista con los términos que pertenecen al
lenguaje coloquial, como hablamos todos los días.
2)¿Qué efecto produce el uso de estas palabras en los poemas?
Entre los procedimientos que usa en los textos, Macedonio Fernández, inventa
términos. Busquen algunos, neologismos, palabras o frases nuevas, e intenten
definirlas teniendo en cuenta el contexto en el que aparecen.
Por otro lado, la ciudad se vio también sorprendida por la aparición de los
primeros medios masivos de comunicación, como de la radiofonía, el cine, la
publicidad, diarios y revistas. También apareció un público lector, producto de la
educación pública, ya que un gran sector de la sociedad había sido
alfabetizado. Se crearon nuevas instituciones como bibliotecas, clubes,
sociedades de fomento, editoriales.
Como ya dijimos, el público lector había crecido en número y, por otro lado, la
figura del escritor también era distinta de la de años anteriores. Escritores como
Leopoldo Lugones y Ricardo Güiraldes ya habían impuesto su presencia en la
literatura nacional, pero no eran profesionales, provenían de clases sociales
altas y escribían libres de toda presión económica. En cambio, en estos
tiempos, aparecen escritores de clases sociales más modestas, quienes
profesionalizaron la profesión del escritor, entre ellos Roberto Arlt.
Fue así como el Ultraísmo, movimiento español introducido por Borges, influyó
en la producción literaria de nuestro país. El Ultraísmo pretendía comunicar
estados y sensaciones, privilegiaba la metáfora y las formas libres y asonantes.
La poesía fue su forma natural de expresión.
Por otra parte, se desarrolló también una poesía de mayor contenido social,
que reflejaba las voces de la gente común. Así, ambas corrientes, la que
recibió la influencia del Ultraísmo y la que se inclinó por expresar las
problemáticas sociales, estuvieron representadas por los grupos Florida y
Boedo.
GRUPO FLORIDA
GRUPO BOEDO
FLORIDA vs BOEDO
Actividades:
Florida y su manifiesto.
Movimiento Martinfierrista
Boedo y su manifiesto.
Invitación a la lucha
"Hombre o mujer de sangre joven, quiero invitarte a la lucha. Porque lo pasas
bien, no has de negarte. Tu juventud es también generosidad, y no puedes
olvidar a los que se encuentran en el infortunio. ¿Cómo podrías gozar de tu
bienestar con el clamor que levantan los que sufren? Si tienes oídos para oír,
escucha: ¿oyes el clamor de los que viven hacinados en espantosas guaridas,
de los que se aturden en las tabernas, de los que rugen su impotencia en las
cárceles y de los que gozan con las bocas torcidas sobre la carne inmunda de
las rameras? Si tienes ojos para ver, mira: ¿ves cómo la miseria, la
enfermedad, el vicio, la indigencia moral, flotan sobre la ciudad brillante, que es
en el país como una mujer de rostro fascinante que tuviera las entrañas
podridas? Prepárate, pues para la lucha. Tu juventud florecerá en la lucha,
porque la mansedumbre envejece y envilece. Y lo primero que has de hacer es
renegar de todo lo que pacientemente te han inculcado y abrir tamaños ojos
para el mundo que se extiende ante tu imaginación de adolescente. Desconfía
de la experiencia de los que han vivido antes que tú. Casi siempre tratarán de
que sigas sus mismas huellas y en todos los casos te inducirán a error. Y lo
primero que has de hacer es vomitar todo lo que te han inculcado en la escuela
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y volver los ojos hacia la escuela que te dio las armas para luchar, aunque sin
decirte cómo lograrías tu propósito. Y lucha primero por libertar a tu espíritu de
los lazos que lo aprisionan; y cuando te sientas libre de los prejuicios
burgueses, vuelve primero los ojos hacia tu escuela y libértala de tanta falacia y
límpiala de mentiras. Porque no vale crear escuelas si ellas han de ser las
preparatorias de una amarga esclavitud. Demuestra que nuestra historia es
inflada; que se ha carecido de documentación y se ha inventado una historia
con héroes que no son tales, porque ni siquiera sabemos claramente quiénes
eran, porque el prejuicio burgués tiende como un señuelo la historia de nuestro
pasado glorioso en previsión de que aquellos hechos pudieran repetirse,
siempre en beneficio exclusivo de una casta privilegiada. (…) Lucha contra la
iglesia, que es represión y barbarie; lucha contra el Estado, que es el
entronizamiento de unos pocos aprovechados; contra el ejército que es refugio
de criminales más repugnantes que los que por mil circunstancias adversas se
ceban en el primero que pasa. Lucha contra la moral cristiana, porque veinte
siglos de cristianismo no han hecho otra cosa que abatir el espíritu del
hombre….Lucha, hermano. ¡Si supieras cómo te enaltece la lucha! El bien y el
mal te rodean como exóticas flores de enormes corolas negras y blancas, y
entre todos, tú que luchas, eres como un tallo enhiesto, viril, recto y tajante
como una espada en dirección del cielo. Que no de otra manera me figuro yo a
los que han luchado, desde Cristo hasta Lenin".
Revista Sur
Contorno
Revista contorno
Actividades:
44
a) ¿Cuál son los “proyectos” de Sur y Contorno? ¿En qué aspectos se parecen
y en qué aspectos se diferencian? Hacer un resumen con la información sobre
en qué momento surgen, sus representantes, ideologías, las distintas miradas
sobre la cultura argentina y su relación con el peronismo y los movimientos de
masas, así como las posiciones con respecto a la Segunda Guerra Mundial y a
la llamada “Revolución libertadora”. Un debate que gira en torno a la función
que la literatura puede y debe tener en la formación de la cultura crítica
nacional.
¿Qué importancia tuvo la figura del escritor francés Jean-Paul Sartre para los
intelectuales de Contorno? ¿Qué ideas incorporaron a su programa cultural a
partir de su influencia? c) ¿Cuáles son las polémicas que plantea la revista
Contorno? ¿Con quiénes las establecen? ¿Sobre qué temas? d) ¿Qué revistas
propulsó el escritor Abelardo Castillo? ¿Qué escritores, argentinos y
extranjeros, colaboraron en ellas?
Investiguen las características de las revistas de vanguardia de los años veinte:
Prisma, Proa, Inicial y Martín Fierro.
Busquen la definición de vanguardia literaria y expliquen por qué estas revistas
funcionaron como ruptura en las letras argentinas. ¿Se puede afirmar que Sur y
Contorno fueron las revistas que continuaron con esta serie? ¿Qué es una
vanguardia?
Lean otros manifiestos de las revistas de vanguardia de los años veinte y que
elaboren un afiche con frases significativas de cada uno, sintetizando las ideas
estéticas de esas revistas. Manifiestos. Revista Claridad (1926-1941);
Manifiesto de la Revista Martín Fierro (1924-1927); Prisma, revista mural
(1921-1922), Manifiesto de la Revista Proa (1924-1926).
Tango
El origen del tango rioplatense, tuvo lugar en ambas márgenes del Río de la
Plata. Mientras el tango era rechazado por la elite porteña. Nace en los barrios
más alejados del centro de la ciudad porteña en esos lugares marginales
donde se mezclan culturas, idiomas y costumbres. En sus letras, el café y la
calle, la esquina y el bulín son lugares centrales de sociabilidad donde los
hombres conversan unos con otros: lamentan amores perdidos, se quejan de la
traición y del mundo indiferente, brindan por valores olvidados. Sus temas
resultan universales y clásicos. El amor, la muerte, la amistad, el paso del
tiempo, la relación con la madre, la pérdida de valores son algunos de los
tópicos que cubre la poética tanguera.
El lunfardo se trata de un vocabulario creado a mediados del siglo XIX, cuyos
términos provienen del ambiente carcelario, las masas inmigratorias y las
45
Sur,
Paredón y después
Sur,
Una luz de almacén
Ya nunca me verás como me vieras,
Recostado en la vidriera
Y esperándote
46
La cumparsita
Crítica:
Actividades:
1. Sintetiza cuál es, según Piglia, la rama básica de todos los tangos.
2. ¿Qué quiere decir el autor con la frase: “el hombre engañado,
escéptico, amargado, moralista sin fe, apostrofa al mundo”?
3. Inventar una canción de tango para compartir con tus compañero/as y
profesoras.
48
Investiguen un poco más acerca del Tango en los barrios de nuestro país.
Pueden consultarle a vecino/s, tío/as, abuelo/as, padres sobre el camino del
Tango. ¿Qué ocurre en este siglo XXI?
49
La literatura y la ciudad.
10
Beatriz Sarlo (n. Buenos Aires1942) es una periodista, Lic. en Letras de la UBA escritora y
ensayista argentina en el ámbito de la crítica literaria y cultural. Ganadora del Premio Konex de
Platino, del Premio Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo de la Argentinay
del Premio Internacional "Pedro Henríquez Ureña" 2015 otorgado por el Gobierno de
la República Dominicana.
11
Ricardo Güiraldes (Buenos Aires1886-París, 1927) fue un novelista y poeta argentino.
12
Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari, más conocido como Xul Solar (San
Fernando, Buenos Aires, 1887 - Tigre, Buenos Aires, 1963), fue
un pintor, escultor, escritor, músico, astrólogo, esoterista, inventor y lingüista argentino.Fue
amigo de escritores pertenecientes tanto a la generación martínfierrista como del Grupo
Sur (Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Macedonio Fernandez, Oliverio
Girondo, Leopoldo Marechal, entre otros).
51
Borges y su Narrativa
Las orillas
Borges dibujó uno de los paradigmas de la literatura argentina: una literatura
construida (como la nación misma) en el cruce de la cultura europea con la
inflexión rioplatense del castellano en el escenario de un país marginal. Sobre
el modelo de “las orillas”, que Borges inventa en sus primeros libros de poesía,
hay que pensar también el lugar que él ocupa. Desde el comienzo, Borges
desconfía del utopismo rural que Ricardo Güiraldes celebra en Don Segundo
Sombra, novela clásica donde el mal destino del gaucho se tuerce para
componer una alegoría luminosa en el escenario sublime de la pampa. El
revival criollista de Güiraldes tiene como protagonista a un gaucho demasiado
recto: un gaucho bienpensante. Para Borges, en cambio, si esta literatura iba a
encontrar héroes, ellos no serían síntesis intachables de virtudes tradicionales,
sino personajes marcados por un doblez, capturados en destinos no
transparentes. Y el paisaje de la literatura rioplatense debía ser la región
ambigua donde se borronea el límite entre la llanura y las primeras casas.
Borges trabajó con todos los sentidos de la palabra “orillas” (margen, filo, límite,
costa, playa) para construís un ideograma que definió en la década del veinte y
reapareció, hasta el final, en muchos de sus relatos. “Las orillas” son un
espacio imaginario que se contrapone como espejo fiel a la ciudad moderna
despojada de cualidad estéticas y metafísicas. Con el énfasis de su primer
criollismo, provocador hasta en la ortografía, Borges escribe:
“Nuestra realidá vital es grandiosa y nuestra realidá pensada es mendiga. Aquí
no se ha engendrado ninguna idea que se parezca a mi Buenos Aires, a este
mi Buenos Aires innumerable que es cariño de árboles en Belgrano y dulzura
larga en Almagro y desganada sorna orillera en Palermo y mucho cielo en Villa
Ortúzar y procedirá taciturna en las Cinco Esquinas y querencia de ponientes
en Villa Urquiza y redondel de pampa en Saavedra. (…) Ya Buenos Aires, más
que un ciudad es un país y hay que encontrarle la poesía y la música y la
pintura y la religión y la metafísica que con su grandeza se avienen13.”
13
El tamaño de mi esperanza, Buenos Aires, Seix Barral, 1993.
52
14
Jorge Luis Borges, conferencia en el Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1973, publicada
en Cuadernos Hispanoamericanos, números 505-07, julio-septiembre 1992, pp.68-9.
15
“La pampa y el suburbio son dioses”, El tamaño de mi esperanza, cit., p.25.
53
sus colores son también los que se usan allí donde "las orillas" terminan
francamente en el campo. En "las orillas", imperceptiblemente, la pulpería se
transforma en almacén, la esquina rural en el cruce de dos calles. En "las
orillas", la ciudad está todavía por hacerse. Borges escribe un mito para
Buenos Aires que, en su opinión, andaba necesitándolos. Desde un recuerdo
que casi no es suyo, opone a la ciudad moderna, esta ciudad estética sin
centro, construida totalmente sobre la matriz de un margen. Lo que, en los
años veinte, era evidente para sus contemporáneos, se vuelve invisible en la
poesía de Borges: Arlt o González Tuñón o Girondo no podían sino descubrir el
movimiento de lo nuevo. Borges reconstruye aquello que está desapareciendo,
que pertenece con mayor justicia a la memoria de otros, y que, por eso mismo,
sostiene la nostalgia. Las orillas amenazadas de la literatura están en cualquier
parte de la ciudad, precisamente porque el margen que son no tiene centro.
Una de sus formas, además del suburbio, es el barrio cuyo “tono” estético
también remite al pasado:
Alguna vez era una amistad este barrio,
un argumento de aversiones y afectos, como
las otras cosas de amor;
apenas si persiste esa fe
en unos hechos distanciados que morirán:
en la antigua milonga que de las Cinco
Esquinas se acuerda,
en el patio como una firme rosa bajo las
paredes crecientes,
en el despintado letrero que dice todavía La
Flor del Norte,
en los varones de guitarra y envido del
almacén,
en el recuerdo estacionario del ciego.
Este disperso amor es nuestro desanimado
secreto.
Una cosa invisible está pereciendo del
mundo,
un amor no más ancho que una música.
54
Actividades:
1) Debatan con sus compañero/as el concepto de “orillero” y de “las orillas” que
propone Borges en este análisis que realiza Beatríz Sarlo.
2) Elijan un cuento o poema de Obras completas de J.L. Borges para analizar
personajes y el uso del tiempo.
3) Leer el cuento El Aleph de Borges. ¿Qué sensación tienen al leerlo? ¿Qué
es “El Aleph” para ustedes?
16
“Barrio Norte”, Cuadernos de San Martín, en J.L Borges., Poemas (1922-1943), Buenos Aires,
Losada, 1943.
17
Jorge Luis Borges, Prólogos con un prólogo de prólogos, Buenos Aires, Torres Agüero Editor,
1975, p.94.
18
Inquisiciones, Buenos Aires, Seix Barral, 1993 (1925), p.64.
55
La narrativa contemporánea
La narrativa contemporánea ha evolucionado rápidamente sobre los demás
géneros literarios en la medida en que refleja de una manera crítica la realidad
americana. Dentro de esa evolución cabe citar dos momentos del proceso
dentro del siglo XX: la narrativa regionalista, cuya temática hombre-naturaleza
une la novela con los procesos sociales y políticos; y la narrativa vanguardista
que, a partir de 1930, incorpora técnicas de la novela moderna y una visión
universalista de la realidad. En una tercera etapa, la nueva novela
latinoamericana une el valor testimonial de la “intrahistoria19” regionalista con
un lenguaje abierto a todas las corrientes de la narrativa de imaginación.
19
Según la RAE, es un término introducido por Miguel de Unamuno para referirse a la vida
tradicional, es decir todo aquello que ocurría y no era publicado en la prensa; como historias
dentro de la “historia oficial”.
56
A Raúl Kruschovsky
El señor Lanari no podía dormir. Eran las tres y media de la mañana y fumaba
enfurecido, muerto de frío, acodado en ese balcón del tercer piso, sobre la calle
vacía, temblando, encogido dentro del sobretodo de solapas levantadas.
Después de dar vueltas y vueltas en la cama, de tomar pastillas y de ir y venir
por la casa frenético y rabioso como un león enjaulado, se había vestido como
para salir y hasta se había lustrado los zapatos. Y ahí estaba ahora, con los
ojos resecos, los nervios ten ra joder a los demás y pasarla bien a costillas
ajenas había que tener mucho cuidado para conservar la dignidad. Si uno se
descuidaba lo llevaban por delante, lo aplastaban como a una cucaracha.
Estornudó. Si estuviera su mujer ya le habría hecho uno de esos tés de yuyos
que ella tenía y santo remedio. Pero suspiró desconsolado. Su mujer y su hijo
60
se habían ido a pasar el fin de semana a la quinta de Paso del Rey llevándose
a la sirvienta así que estaba solo en la casa. Sin embargo, pensó, no le iban
tan mal las cosas. No podía quejarse de la vida. Su padre había sido un
cobrador de la luz, un inmigrante que se había muerto de hambre sin haber
llegado a nada. El señor Lanari había trabajado como un animal y ahora tenía
esa casa del tercer piso cerca del Congreso, en propiedad horizontal, y hacía
pocos meses había comprado el pequeño Renault que estaba abajo, y había
gastado una fortuna en los hermosos apliques cromados de las portezuelas. La
ferretería de la avenida de Mayo iba muy bien y ahora tenía también la quinta
de fin de semana donde pasaba las vacaciones. No podía quejarse. Se daba
todos los gustos. Pronto su hijo se recibiría de abogado y seguramente se
casaría con alguna chica distinguida. Claro que había tenido que hacer muchos
sacrificios. En tiempos como estos, donde los desórdenes políticos eran la
rutina, había estado al borde de la quiebra. Palabra fatal que significaba el
escándalo, la ruina, la pérdida de todo. Había tenido que aplastar muchas
cabezas para sobrevivir porque si no, hubieran hecho lo mismo con él. Así era
la vida. Pero había salido adelante. Además cuando era joven tocaba el violín y
no había cosa que le gustase más en el mundo. Pero vio por delante un
porvenir dudoso y sombrío lleno de humillaciones y miseria y tuvo miedo.
Pensó que se debía a sus semejantes, a su familia, que en la vida uno no
podía hacer todo lo que quería, que tenía que seguir el camino recto, el camino
debido y que no debía fracasar. Y entonces todo lo que había hecho en la vida
había sido para que lo llamaran “señor”. Y entonces juntó dinero y puso una
ferretería. Se vivía una sola vez y no le había ido tan mal. No señor. Ahí afuera,
en la calle, podían estar matándose. Pero él tenía esa casa, su refugio, donde
era el dueño, donde se podía vivir en paz, donde todo estaba en su lugar,
donde lo respetaban. Lo único que lo desesperaba era ese insomnio. Dieron
las cuatro de la mañana. La niebla era espesa. Un silencio pesado había caído
sobre Buenos Aires. Ni un ruido. Todo en calma. Hasta el señor Lanari tratando
de no despertar a nadie, fumaba, adormeciéndose. De pronto una mujer gritó
en la noche. De golpe. Una mujer aullaba a todo lo que daba como una perra
salvaje y pedía socorro sin palabras, gritaba en la neblina, llamaba a alguien,
gritaba en la neblina, llamaba a alguien, a cualquiera. El señor Lanari dio un
respingo y se estremeció, asustado. La mujer aullaba de dolor en la neblina y
parecía golpearlo con sus gritos como un puñetazo. El señor Lanari quiso
hacerla callar, era de noche, podía despertar a alguien, había que hablar más
bajo. Se hizo un silencio. Y de pronto gritó de nuevo, reventando el silencio y la
calma y el orden, haciendo escándalo y pidiendo socorro con su aullido visceral
de carne y sangre, anterior a las palabras, casi un vagido de niña, desesperado
y solo. El viento siguió soplando. Nadie despertó. Nadie se dio por enterado.
Entonces el señor Lanari bajó a la calle y fue en la niebla, a tientas, hasta la
esquina. Y allí la vio. Nada más que una cabecita negra sentada en el umbral
del hotel que tenía el letrero luminoso “Para Damas” en la puerta, despatarrada
y borracha, casi una niña, con las manos caídas sobre la falda, vencida y sola y
61
perdida, y las piernas abiertas bajo la pollera sucia de grandes flores chillonas y
rojas y la cabeza sobre el pecho y una botella de cerveza bajo el brazo.
—Quiero ir a casa, mamá —lloraba—. Quiero cien pesos para el tren para irme
a casa. Era una china que podía ser su sirvienta sentada en el último escalón
de la estrecha escalera de madera en un chorro de luz amarilla. El señor Lanari
sintió una vaga ternura, una vaga piedad, se dijo que así eran estos negros,
qué se iba a hacer, la vida era dura, sonrió, sacó cien pesos y se los puso
arrollados en el gollete de la botella pensando vagamente en la caridad. Se
sintió satisfecho. Se quedó mirándola, con las manos en los bolsillos,
despreciándola despacio. —¿Qué están haciendo ahí ustedes dos? —la voz
era dura y malévola. Antes de que se diera vuelta ya sintió una mano sobre su
hombro. —A ver, ustedes dos, vamos a la comisaría. Por alterar el orden en la
vía pública. El señor Lanari, perplejo, asustado, le sonrió con un gesto de
complicidad al vigilante. —Mire estos negros, agente, se pasan la vida en curda
y después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a Entonces se dio
cuenta de que el vigilante también era bastante morochito pero ya era tarde.
Quiso empezar a contar su historia. —Viejo baboso —dijo el vigilante mirando
con odio al hombrecito despectivo, seguro y sobrador que tenía adelante—.
Hacete el gil ahora. El voseo golpeó al señor Lanari como un puñetazo.
—Vamos. En cana. El señor Lanari parpadeaba sin comprender. De pronto
reaccionó violentamente y le gritó al policía. —Cuidado, señor, mucho cuidado.
Esta arbitrariedad le puede costar muy cara. ¿Usted sabe con quién está
hablado? —Había dicho eso como quien pega un tiro en el vacío. El señor
Lanari no tenía ningún comisario amigo. —Andá, viejito verde andá, ¿te creés
que no me di cuenta que la largaste dura y ahora te querés lavar las manos? —
dijo el vigilante y lo agarró por la solapa levantando a la negra que ya había
dejado de llorar y que dejaba hacer, cansada, ausente y callada mirando
simplemente todo. El señor Lanari temblaba. Estaban todos locos. ¿Qué tenía
que ver él con todo eso? Y además ¿qué pasaría si fuera a la comisaría y
aclarara todo y entonces no le creyeran y se complicaran más las cosas?
Nunca había pisado una comisaría. Toda su vida había hecho lo posible para
no pisar una comisaría. Era un hombre decente. Ese insomnio había tenido la
culpa. Y no había ninguna garantía de que la policía aclarase todo. Pasaban
cosas muy extrañas en los últimos tiempos. Ni siquiera en la policía se podía
confiar. No. A la comisaría no. Sería una vergüenza inútil. —Vea agente. Yo no
tengo nada que ver con esta mujer — dijo señalándola. Sintió que el vigilante
dudaba. Quiso decirle que ahí estaban ellos dos, del lado de la ley, y esa negra
estúpida que se quedaba callada, para peor, era la única culpable. De pronto
se acercó al agente que era una cabeza más alto que él y que lo miraba de
costado, con desprecio, con duros ojos salvajes, inyectados y malignos,
bestiales, con grandes bigotes de morsa. Un animal. Otro cabecita negra.
—Señor agente —le dijo en tono confidencial y bajo como para que la otra no
escuchara, parada ahí, con la botella vacía como una muñeca, acunándola
entre los brazos, cabeceando, ausente como si estuviera tan aplastada que ya
62
negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza
Congreso. Ahora sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia. Hubiera
querido que estuviera ahí su hijo. No tanto para defenderse de aquellos negros
que ahora se le habían despatarrado en su propia casa, sino para enfrentar
todo eso que no tenía ni pies ni cabeza y sentirse junto a un ser humano, una
persona civilizada. Era como si de pronto esos salvajes hubieran invadido su
casa. Sintió que deliraba y divagaba y sudaba y que la cabeza le estaba por
estallar. Todo estaba al revés. Esa china que podía ser su sirvienta en su cama
y ese hombre del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era un policía, ahí,
tomando su coñac. La casa estaba tomada. —Qué le hiciste —dijo al fin el
negro. —Señor, mida sus palabras. Yo lo trato con la mayor consideración. Así
que haga el favor de... —el policía o lo que fuera lo agarró de las solapas y le
dio un puñetazo en la nariz. Anonadado, el señor Lanari sintió cómo le corría la
sangre por el labio. Bajó los ojos. Lloraba. ¿Por qué le estaba haciendo eso?
¿Qué cuentas le pedían? Dos desconocidos en la noche entraban en su casa y
le pedían cuentas por algo que no entendía y todo era un manicomio. —Es mi
hermana. Y vos la arruinaste. Por tu culpa, ella se vino a trabajar como
muchacha, una chica, una chiquilina, y entonces todos creen que pueden
llevársela por delante. Cualquiera se cree vivo ¿eh? Pero hoy apareciste,
porquería, apareciste justo y me las vas a pagar todas juntas. Quién iba a
decirlo, todo un señor... El señor Lanari no dijo nada y corrió al dormitorio y
empezó a sacudir a la chica desesperadamente. La chica abrió los ojos, se
encogió de hombros, se dio vuelta y siguió durmiendo. El otro empezó a
golpearlo, a patearlo en la boca del estómago, mientras el señor Lanari decía
no, con la cabeza y dejaba hacer, anonadado, y entonces fue cuando la chica
despertó y lo miró y le dijo al hermano: —Este no es, José —lo dijo con una voz
seca, inexpresiva, cansada, pero definitiva. Vagamente, el señor Lanari vio la
cara atontada, despavorida, humillada del otro, y vio que se detenía
bruscamente y vio que la mujer se levantaba con pesadez, y por fin, sintió que
algo tontamente le decía adentro “Por fin se me va este maldito insomnio” y se
quedó bien dormido. Cuando despertó, el sol estaba tan alto y le dio en los
ojos, encegueciéndolo. Todo en la pieza estaba patas arriba, todo revuelto y le
dolía terriblemente la boca del estómago. Sintió un vértigo, sintió que estaba a
punto de volverse loco y cerró los ojos para no girar en un torbellino. De pronto
se precipitó a revisar los cajones, todos los bolsillos, bajó al garaje a ver si el
auto estaba todavía, y jadeaba, desesperado a ver si no le faltaba nada. ¿Qué
hacer? ¿A quién recurrir? Podría ir a la comisaría, denunciar todo, pero
¿denunciar qué? ¿Todo había pasado de veras? “Tranquilo, tranquilo, aquí no
ha pasado nada”, trataba de decirse pero era inútil: le dolía la boca del
estómago y todo estaba patas para arriba y la puerta de calle abierta. Tragaba
saliva. Algo había sido violado. “La chusma”, dijo para tranquilizarse, “hay que
aplastarlos, aplastarlos”, dijo para tranquilizarse. “La fuerza pública”, dijo,
“tenemos toda la fuerza pública y el ejército”, dijo para tranquilizarse. Sintió que
64
odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría
seguro de nada. De nada.
Actividades:
Busquen en el cuento, sustantivos y adjetivos que caractericen hechos o
personas, asociándolos a los conceptos de civilización o barbarie.
¿De qué modo se alude a Lanari como un representante de la clase culta a la
que el policía no pertenece?
Analizar los procedimientos con los que Lanari intenta“salvarse” frente al
policía. Si éste no hubiera sido el hermano de la muchacha, ¿hubieran sido
efectivos? ¿Por qué?
Busquen en el texto palabras o frases que “animalicen” alos cabecitas negras.
Identifiquen en el cuento los datos que permiten fecharaproximadamente la
época en que se desarrolla la acción.
¿Cómo pueden relacionar la pintura de Berni con los textos leídos Casa
tomada20 y Cabecita negra?
20
Ver carátula de Lecturas en el cuadernillo.
66
¿Qué entienden, según lo leído, por literatura comprometida? Debatir con tus
compañeros.
Indultados. Kapanga
Actividades.
----------------------------------
Actividades:
El coronel se ríe.
—La fantasía popular —dice—. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan
nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
—Cuénteme cualquier chiste —dice.
Pienso. No se me ocurre.
—Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que
estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la
derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
—¿Y esto?
—La tumba de Tutankamón —dice el coronel—. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
—Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
—¿Qué más? —dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
—Le pegó un tiro una madrugada.
—La confundió con un ladrón —sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
—Pero el capitán N...
—Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un
caballo ensillado cuando se pone en pedo.
—¿Y usted, coronel?
—Lo mío es distinto —dice—. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
—Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos.
Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
—Me gustaría.
—Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe
quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
—Ojalá dependa de mí, coronel.
—Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier
y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una
pastora con un cesto de flores.
—Mire.
A la pastora le falta un bracito.
—Derby —dice—. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene
una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
—¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
—Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está
ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos
roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con
método.
—Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva
histórica. Yo he leído a Hegel.
—¿Qué querían hacer?
—Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el
inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está
75
cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos
todos hasta el cogote.
—Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la
hora de destruir. Habría que romper todo.
—Y orinarle encima.
—Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la
picana. ¡Salud! —digo levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan
azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles,
arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la
mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
—Esa mujer —le oigo murmurar—. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una
virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del
cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
—Desnuda —dice—. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba
ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién
más. Y cuando la sacamos del ataúd —el coronel se pasa la mano por la
frente—, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso...
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible.
Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la
puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos.
La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más
cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus
incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora
el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna
parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira
el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera,
donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la
metralleta.
—Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez
pasada.
Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el
coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
—...se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver,
la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire
—el coronel se mira los nudillos—, que lo tiré contra la pared. Está todo
podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
—No.
—Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la
oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
—Pero esa mujer estaba desnuda —dice, argumenta contra un invisible
contradictor—. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el
cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
—Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le
demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
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Repite varias veces "Eso le demuestra", como un juguete mecánico, sin decir
qué es lo que eso me demuestra.
—Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que
había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo
las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
—¿Pobre gente?
—Sí, pobre gente —el coronel lucha contra una escurridiza cólera interior—. Yo
también soy argentino.
—Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
—Ah, bueno —dice.
—¿La vieron así?
—Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta.
Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo...
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada
vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz
manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
—Para mí no es nada —dice el coronel—. Yo estoy acostumbrado a ver
mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en
Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el
resultado no me da, no me da, no me da... Con un solo movimiento muscular
me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
—A mí no me podía sorprender. Pero ellos...
—¿Se impresionaron?
—Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: "Maricón, ¿esto es lo que
hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se
durmió cuando lo mataban a Cristo." Después me agradeció.
Miró la calle. "Coca" dice el letrero, plata sobre rojo. "Cola" dice el letrero, plata
sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo,
invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. "Beba".
—Beba —dice el coronel.
Bebo.
—¿Me escucha?
—Lo escucho.
Le cortamos un dedo.
—¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la
uña del pulgar y la alza.
—Tantito así. Para identificarla.
—¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. "Beba".
—Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico,
¿comprende?
—Comprendo.
—La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo.
Más tarde se lo pegamos.
—¿Y?
—Era ella. Esa mujer era ella.
—¿Muy cambiada?
77
—No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a...
Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le
sacó radiografías.
—¿El profesor R.?
—Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad
científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo
entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga,
inconquistable.
—¿Enciendo?
—No.
—Teléfono.
—Deciles que no estoy.
Desaparece.
—Es para putearme —explica el coronel—. Me llaman a cualquier hora. A las
tres de la madrugada, a las cinco.
—Ganas de joder —digo alegremente.
—Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
—¿Qué le dicen?
—Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
—Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer
hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que
ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas
ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo
dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
—La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo,
siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer
algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario,
muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de
Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal
vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a
sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos,
vida, muerte.
—Llueve —dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
—Llueve día por medio —dice el coronel—. Día por medio llueve en un jardín
donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
—¡Está parada! —grita el coronel—. ¡La enterré parada, como Facundo,
porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el
resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan
por la cara.
—No me haga caso —dice, se sienta—. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria.
Me paro, le toco el hombro.
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Actividades.
1) “Esa mujer” es el título del primer cuento publicado en el libro Los oficios
terrestres por Rodolfo Walsh en 1965. El título se presenta enigmático,
como la trama del relato, un diálogo entre un alto coronel del ejército y
un periodista que quiere saber qué pasó y dónde está el cadáver de “esa
mujer”.
Responder: ¿Quién es “esta mujer”? ¿Qué saben de ella? Realicen una lluvia
de ideas y formulen preguntas para investigar y saber más sobre “ella”,
“esa mujer” y sobre “este hombre”, su autor, Rodolfo Walsh.
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que para él, Rodolfo Walsh ha sido tan significativo para su tarea de
escritor.
2) Investiguen qué sucedió con el cadáver de Eva Duarte de Perón.
Te prevengo, Nelly, que fue una jornada cívica en forma. Yo, en mi condición de
pie plano, y de propenso a que se me ataje el resuello por el pescuezo corto y
la panza hipopótama, tuve un serio oponente en la fatiga, máxime calculando
que la noche antes yo pensaba acostarme con las gallinas, cosa de no quedar
como un crosta en la performance del feriado. Mi plan era sume y reste:
apersonarme a las veinte y treinta en el Comité; a las veintiuna caer como un
soponcio en la cama jaula, para dar curso, con el Colt como un bulto bajo la
almohada, al Gran Sueño del Siglo, y estar en pie al primer cacareo, cuando
pasaran a recolectarme los del camión. Pero decime una cosa ¿vos no creés
que la suerte es como la lotería, que se encarniza favoreciendo a los otros? En
el propio puentecito de tablas, frente a la caminera, casi aprendo a nadar en
agua abombada con la sorpresa de correr al encuentro del amigo Diente de
Leche, que es uno de esos puntos que uno se encuentra de vez en cuando. Ni
bien le vi su cara de presupuestívoro, palpité que él también iba al Comité y, ya
en tren de mandarnos un enfoque del panorama del día, entramos a hablar de
la distribución de bufosos para el magno desfile, y de un ruso que ni llovido del
cielo, que los abonaba como fierro viejo en Berazategui. Mientras formábamos
en la cola, pugnamos por decirnos al vesre que una vez en posesión del arma
de fuego nos daríamos traslado a Berazategui aunque a cada uno lo portara el
otro a babucha, y allí, luego de empastarnos el bajo vientre con escarola, en
base al producido de las armas, sacaríamos, ante el asombro general del
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empleado de turno ¡dos boletos de vuelta para Tolosa! Pero fue como si
habláramos en inglés, porque Diente no pescaba ni un chiquito, ni yo tampoco,
y los compañeros de fila prestaban su servicio de intérprete, que casi me
perforan el tímpano, y se pasaban el Faber cachuzo para anotar la dirección
del ruso. Felizmente, el señor Marforio, que es más flaco que la ranura de la
máquina de monedita, es un amigo de ésos que mientras usted lo confunde
con un montículo de caspa, está pulsando los más delicados resortes del alma
del popolino, y así no es gracia que nos frenara en seco la manganeta,
postergando la distribución para el día mismo del acto, con pretexto de una
demora del Departamento de Policía en la remesa de las armas. Antes de hora
y media de plantón, en una cola que ni para comprar kerosene, recibimos de
propios labios del señor Pizzurno, orden de despejar al trote, que la cumplimos
con cada viva entusiasta que no alcanzaron a cortar enteramente los
escobazos rabiosos de ese tullido que hace las veces de portero en el
Comité.A una distancia prudencial, la barra se rehizo. Loiácono e puso a hablar
que ni la radio de la vecina. La vaina de esos cabezones con labia es que a
uno le calientan el mate y después el tipo ?vulgo el abajo firmante- no sabe
para dónde agarrar y me lo tienen jugando al tresiete en el almacén de
Bernárdez, que vos a lo mejor te amargás con la ilusión que anduve de farra y
la triste verdad fue que me pelaron hasta el último votacén, si el consuelo de
cantar la nápola, tan siquiera una vuelta.
(Tranquila Nelly, que el guardaguja se cansó de morfarte con la visual y ahora
se retira, como un bacán en la zorra. Dejale a tu pato Donald que te dé otro
pellizco en el cogotito).
Cuando por fin me enrosqué en la cucha, yo registraba tal cansancio en los
pieses que al inmediato capté que el sueñito reparador ya era de los míos. No
contaba con ese contrincante que es el más sano patriotismo. No pensaba más
que en el Monstruo y al otro día lo vería sonreírse y hablar como el gran
laburante argentino que es. Te prometo que vine tan excitado que al rato me
estorbaba la cubija para respirar como un ballenato. Reciencito a la hora de la
perrera concilié el sueño, que resultó tan cansador como no dormir, aunque
soñé primero con una tarde, cuando era pibe, que la finada mi madre me llevó
a una quinta. Creeme, Nelly, que yo nunca había vuelto a pensar en esa tarde,
pero en el sueño comprendí que era la más feliz de mi vida, y eso que no
recuerdo nada sino un agua con hojas reflejadas y un perro muy blanco y muy
manso, que yo le acariciaba el Lomuto; por suerte salí de esas purretadas y
soñé con los modernos temarios que están en el marcador: el Monstruo me
había nombrado su mascota y, algo después, su Gran Perro Bonzo. Desperté y,
para haber soñado tanto destropósito, había dormido cinco minutos. Resolví
cortar por lo sano: me di una friega con el trapo de la cocina, guardé todos los
callordas en el calzado Fray Mocho, me enredé que ni un pulpo entre las
mangas y las piernas de la combinación mameluco-, vestí la corbatita de lana
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con dibujos animados que me regalaste el Día del Colectivero y salí sudando
grasa porque algún cascarudo habrá transitado por la vía pública y lo tomé por
el camión. A cada falsa alarma que pudiera, o no, tomarse por el camión, yo
salía como taponazo al trote gimnástico, salvando las sesenta varas que hay
desde el tercer patio a la puerta de calle. Con entusiasmo juvenil entonaba la
marcha que es nuestra bandera, pero a las doce menos diez, vine afónico y ya
no me tiraban con todo los magnates del primer patio. A las trece y veinte llegó
el camión, que se había adelantado a la hora y cuando los compañeros de
cruzada tuvieron el alegrón de verme, que ni me había desayunado con el pan
del loro de la señora encargada, todos votaban por dejarme, con el pretexto
que viajaban en un camión carnicero y no en una grúa. Me les enganché como
acoplado y me dijeron que si les prometía no dar a luz antes de llegar a
Espeleta, me portarían en mi condición de fardo, pero al fin se dejaron
convencer y medio me izaron. Tomó furia como una golondrina el camión de la
juventud y antes de media cuadra paró en seco frente del Comité. Salió un tape
canoso, que era un gusto cómo nos baqueteaba y, antes que nos pudieran
facilitar, con toda consideración, el libro de quejas, ya estábamos traspirando
en un brete, que ni si tuviéramos las nucas de queso Mascarpone. A bufoso por
barba fue la distribución alfabética; compenetrate, Nelly; a cada revólver le
tocaba uno de nosotros. Sin el mínimo margen prudencial para hacer cola
frente al Caballeros, o tan siquiera para someter a la subasta un arma en buen
uso, nos guardaba el tape en el camión del que ya no nos evadiríamos sin una
tarjetita de recomendación para el camionero.A la voz de ¡aura y se fue! Nos
tuvieron hora y media al rayo del sol, a la vista por suerte, de nuestra querida
Tolosa, que en cuanto el botón salía a correrlos, los pibes nos tenían a hondazo
limpio, como si en cada uno de nosotros apreciaran menos el compatriota
desinteresado que el pajarito para la polenta. Al promediar la primera hora,
reinaba en el camión esa tirantez que es la base de toda reunión social pero
después la merza me puso de buen humor con la pregunta si me había
anotado para el concurso de la Reina Victoria, una indirecta vos sabés, a esta
panza bombo, que siempre dicen que tendría que ser de vidrio para que yo me
divisara aunque sea un poquito, los basamentos horma 44. Yo estaba tan
afónico que parecía adornado con el bozal, pero a la hora y minutos de tragar
tierra, medio recuperé esta lengüita de Campana y, hombro a hombro con los
compañeros de brecha, no quise restar mi concurso a la masa coral que
despachaba a todo pulmón la marchita del Monstruo, y ensayé hasta medio
berrido que más bien salió francamente un hipo, que si no abro el paragüita
que dejé en casa, ando en canoa con cada salivazo que usted me confunde
con Vito Dumas, el Navegante Solitario. Por fin arrancamos y entonces sí que
corrió el aire, que era como tomarse el baño en la olla de la sopa, y uno
almorzaba un sangüiche de chorizo, otro su arrolladito de salame, otro su
panetún, otro su media botella de Vascolet y el de más allá la milanesa fría,
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pero más bien todo eso vino a suceder ora vuelta, cuando fuimos a la
Ensenada, pero como yo no concurrí, más gano si no hablo. No me cansaba de
pensar que toda esa muchachada moderna y sana pensaba en todo como yo,
porque hasta el más abúlico oye las emisiones en cadena, quieras que no.
Todos éramos argentinos, todos de corta edad, todos del Sur y nos
precipitábamos al encuentro de nuestros hermanos gemelos que, en camiones
idénticos procedían de Fiorito y Villa Domínico, de Ciudadela, de Villa Luro, de
La Paternal, aunque por Villa Crespo pulula el ruso y yo digo que más vale la
pena acusar su domicilio legal en Tolosa Norte.
¡Qué entusiasmo partidario te perdiste, Nelly! En cada foco de población
muerto de hambre se nos quería colar una verdadera avalancha que la tenía
emberretinada el más puro idealismo, pero el capo de nuestra carrada,
Garfunkel, sabía repeler como corresponde a ese fabarutaje sin abuela,
máxime si te metés en el coco que entre tanto mascalzone patentado bien se
podía emboscar un quintacolumna como luz, de esos que antes que usted dea
la vuelta del mundo en ochenta días me lo convencen que es un crosta y el
Monstruo un instrumento de la Compañía de Teléfono. No te digo niente de
más de un cagastume que se acogía a esas purgas para darse de baja en el
confusionismo y repatriarse a casita lo más liviano; pero embromate y confesá
que de dos chichipíos el uno nace descalzo y el otro con patín de munición,
porque vuelta que yo creía descolgarme del carro era patada del señor
Garfunkel que me restituía al seno de los valientes. En las primeras etapas los
locales nos recibían con entusiasmo francamente contagioso, pero el señor
Garfunkel, que no es de los que portan la piojosa puro adorno, le tenía
prohibido al camionero sujetar la velocidad, no fuera algún avivato a ensayar la
fuga relámpago. Otro gallo nos cantó en Quilmes, donde el crostaje tuvo
permiso para desentumecer los callos plantales, pero ¿quién, tan lejos del pago
iba a apartarse del grupo? Hasta ese momentazo, dijera el propio Zoppi o su
mamá, todo marchó como un dibujo, pero el nerviosismo cundió entre la merza
cuando el trompa, vulgo Garfunkel, nos puso blandos al tacto con la imposición
de deponer en cada paredón el nombre del Monstruo, para ganar de nuevo el
vehículo, a velocidad de purgante, no fuera algún cabreira a cabrearse y a venir
calveira pegándonos. Cuando sonó la hora de la prueba empuñé el bufoso y
bajé resuelto a todo, Nelly, anche a venderlo por menos de tres pessolanos.
Pero ni un solo cliente asomó el hocico y me di el gusto de garabatear en la
tapia unas letras frangollo, que si invierto un minuto más, el camión me da el
esquinazo y se lo traga el horizonte rumbo al civismo, a la aglomeración, a la
fratellanza, a la fiesta del Monstruo. Como para aglomeración estaba el camión
cuando volví hecho un queso con camiseta, con la lengua de afuera. Se había
sentado en la retranca y estaba tan quieto que sólo le faltaba el marco artístico
para ser una foto. A Dios gracias formaba entre los nuestros el gangoso
Tabacman, más conocido como Tornillo sin Fin, que es el empedernido de la
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dice ?vía libre? para volver, sin tanta mala sangre, a Tolosa. Te exagero, Nelly,
que íbamos como en onibus, que sudábamos propio como sardinas, que si vos
te mandás el vistazo, el señoras de Berazategui te viene chico. ¡Las historietas
de regular interés que se dieron curso! No te digo niente de la olorosa que
cantó por lo bajo el tano Potasman, a la misma vista de Sarandí y de aquí lo
aplaudo como un cuadrumano a Tornillo sin Fin que en buena ley vino a ganar
su medallón de Vero Desopilante, obligándome bajo amenaza de tincazo en los
quimbos, a abrir la boca y cerrar los ojos: broma que aprovechó sin un
desmayo para enllenarme las entremuelas con la pelusa y los demás
producidos de los fundillos. Pero hasta las perdices cansan y cuando ya no
sabíamos lo que hacer, un veterano me pasó la cortaplumita y la empuñamos
todos a uno para más bien dejar como colador el cuero de los asientos. Para
despistar, todos nos reíamos de mí; en después no faltó uno de esos vivancos
que saltan como pulgas y vienen incrustados en el asfáltico, cosa de evacuarse
del carromato antes que el guarda-conductor sorprendiera los desperfectos. El
primero que aterrizó fue Simón Tabacman que quedó propio ñato con el culazo;
muy luego Fideo Zoppi o su mamá; de último, aunque reviente de la rabia,
Rabasco; acto continuo, Spatola; doppo, el vasco Speciale. En el itnerinato,
Monpurgo se prestó por lo bajo al gran rejunte de papeles y bolsas de papel,
idea fija de acopiar elemento para una fogarata en forma que hiciera pasto de
las llamas al Broackway, propósito de escamotear a un severo examen la
marca que dejó el cortaplumita. Pirosanto, que es un gangoso sin abuela, de
esos que en el bolsillo portan menos pelusa que fósforos, se dispersó en el
primer viraje, para evitar el préstamo de Rancherita, no sin comprometer la
fuga, eso sí, con un cigarrillo Volcán que me sonsacó de la boca. Yo, sin ánimo
de ostentación y para darme un poco de corte, estaba ya frunciendo la jeta
para debatir la primera pitada cuando el Pirosanto, de un saque, capturó el
cigarrillo, y Morpurgo, como quien me dora la píldora, acogió el fósforo que ya
me doraba los sabañones y metió fuego al papelamen. Sin tan siquiera sacarse
el rancho, el funyi o la galera, Morpurgo se largó a la calle, pero yo panza y
todo, lo madrugué y me tiré un rato antes y así pude brindarle un colchón, que
amortiguó el impacto y cuasi me desfonda la busarda con los noventa kilos que
acusa. Sandié, cuando me descalcé de esta boca los tamanguses hasta la
rodilla de Manolo Morpurgo, l´ónibus ardía en el horizonte, mismo como el
spiedo de Perosio, y el guarda-conductor-propietario, lloraba dele que dele ese
capital que se le volvía humo negro. La barra, siendo más, se reía, pronta, lo
juro por el Monstruo, a darse a la fuga si se irritaba el ciervo. Tornillo, que es el
bufo tamaño mole, se le ocurrió un chiste que al escucharlo vos con la boca
abierta vendrás de gelatina con la risa. Atenti, Nelly. Desemporcate las orejas,
que ahí va. Uno, dos, tres y PUM. Dijo ?pero no te me vuelvas a distraer con el
spiantaja que le guiñás el ojo- que el ónibus ardía mismo como el spiedo de
Perosio. Ja, ja, ja.
87
Yo estaba lo más campante, pero la procesión iba por dentro. Vos, que cada
parola que se me cae de los molares, la grabás en los sesos con el formón, tal
vez hagas memoria del camionero, que fue medio camello con el del ónibus. Si
me entendés, la fija que ese cachascán se mandaría cada alianza con el
lacrimógeno para punir nuestra fea conducta estaba en la cabeza de los más
linces. Pero no temás por tu conejito querido: el camionero se mandó un
enfoque sereno y adivinó que el otro, sin ónibus, ya no era un oligarca que vale
la pena romperse todo. Se sonrió como el gran bonachón que es; repartió, para
mantener la disciplina, algún rodillazo amistoso (aquí tenés el diente que me
saltó y se lo compré después para recuerdo) y ¡cierren filas y paso redoblado,
marrr!¡Lo que es la adhesión! La gallarda columna se infiltraba en las lagunas
anegadizas, cuando no en las montañas de basura, que acusan el acceso a la
Capital, sin más defección que una tercera parte, grosso modo, del aglutinado
inicial que zarpó de Tolosa. Algún inveterado se había propasado a medio
encender su cigarrillo Salutaris, claro está, Nelly, que con el visto bueno del
camionero. Qué cuadro para ponerlo en colores: portaba el estandarte,
Spátola, con la camiseta de toda confianza sobre la demás ropa de lana; lo
seguían de cuatro en fondo, Tornillo, etc.
Serían recién las diecinueve de la tarde cuando al fin llegamos a la Avenida
Mitre. Morpurgo se rió todo de pensar que ya estábamos en Avellaneda.
También se reían los bacanes, que a riesgo de caer de los balcones, vehículos
y demás bañaderas, se reían de vernos de a pie, sin el menor rodado.
Felizmente Babuglia en todo piensa y en la otra banda del Riachuelo se
estaban herrumbrando unos camiones e nacionalidad canadiense, que el
Instituto, siempre attenti, adquirió en calidad de rompecabezas de la Sección
Demoliciones del ejército americano. Trepamos con el mono a uno caki y
entonando el ?Adiós, que me voy llorando? esperamos que un loco del Ente
Autónomo, fiscalizado por Tornillo Sin Fin, activara la instalación del motor.
Suerte que Rabasco, a pesar de esa cara de fundillo, tenía cuña con un
guardia del Monopolio y, previo pago de boletos, completamos un bondi
eléctrico, que metía más ruido que un solo gaita. El bondi ?talán, talán- agarró
p?al Centro; iba superbo como una madre joven que, soto la mirada del babo,
porta en la panza las modernas generaciones que mañana reclamarán su lugar
en las grandes meriendas de la vida... En su seno, con un tobillo en el estribo y
otro sin domicilio legal, iba tu payaso querido, iba yo. Dijera un observador que
el bondi cantaba; hendía el aire impulsado por el canto; los cantores éramos
nosotros. Poco antes de la calle Belgrano la velocidad paró en seco desde
unos veinticuatro minutos; yo traspiraba para comprender, y anche la gran
turba como hormiga de más y más automotores, que no dejaba que nuestro
medio de locomoción diera materialmente un paso.
El camionero rechinó con la consigna ¡Abajo chichipíos! y ya nos bajamos en el
cruce de Tacuarí y Belgrano. A las dos otres cuadras de caminarla, se planteó
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saber, se irritaba. Tonelada, atento al peligro, reculó para atrás y todos nos
abrimos como abanico dejando al descubierto una cancha del tamaño de un
semicírculo, pero sin orificio de salida, porque de muro a muro estaba la merza.
Todos bramábamos como el pabellón de los osos y nos rechinaban los dientes,
pero el camionero, que no se le escapa un pelo en la sopa, palpitó que más o
menos de uno estaba por mandar in mente su plan de evasión. Chiflido va,
chiflido viene, nos puso sobre la pista de un montón aparente de cascote, que
se brindaba al observador. Te recordarás que esa tarde el termómetro marcaba
una temperatura de sopa y no me vas a discutir que un porcentaje nos
sacamos el saco. Lo pusimos de guardarropa al pibe Saulino, que así no pudo
participar en el apedreo. El primer cascotazo lo acertó, de puro tarro,
Tabacman, y le desparramó las encías, y la sangre era un chorro negro. Yo me
calenté con la sangre y le arrimé otro viaje con un cascote que le aplasté una
oreja y ya perdí la cuenta de los impactos, porque el bombardeo era masivo.
Fue desopilante; el jude se puso de rodillas y miró al cielo y rezó como ausente
en su media lengua. Cuando sonaron las campanas de Monserrat se cayó,
porque estaba muerto. Nosotros nos desfogamos un rato más, con pedradas
que ya no le dolían. Te lo juro, Nelly, pusimos el cadáver hecho una lástima.
Luego Morpurgo, para que los muchachos se rieran, me hizo clavar la
cortapluma en lo que hacía las veces de cara.
Después del ejercicio que acalora me puse el saco, maniobra de evitar un
resfrío, que por la parte baja te representa cero treinta en Genioles. El
pescuezo lo añudé en la bufanda que vos zurciste con tus dedos de hada y
acondicioné las orejas sotto el chambergolino, pero la gran sorpresa del día la
vino a detentar Pirosanto, con la ponenda de meterle fuego al rejunta piedras,
previa realización en remate de anteojos y vestuario. El remate no fue suceso.
Los anteojos andaban misturados con la viscosidad de los ojos y el ambo era
un engrudo con la sangre. También los libros resultaron un clavo, por
saturación de restos orgánicos. La suerte fue que el camionero (que resultó ser
Graffiacane), pudo rescatarse su reloj del sistema Roskopf sobre diecisiete
rubíes, y Bonfirraro se encargó de una cartera Fabricant, con hasta nueve
pesos con veinte y una instantánea de una señorita profesora de piano, y el
otario Rabasco se tuvo que contentar con un estuche Bausch para lentes y la
lapicera fuente Plumex, para no decir nada del anillo de la antigua casa
Poplavsky.Presto, fordeta, quedó relegado al olvido ese episodio callejero.
Banderas de Boitano que tremolan, toques de clarín que vigoran, doquier la
masa popular, formidavel. En la Plaza de Mayo nos arengó la gran descarga
eléctrica que se firma doctor Marcelo N. Frogman. Nos puso en forma para lo
que vino después: la palabra del Monstruo. Estas orejas la escucharon,
gordeta, mismo como todo el país, porque el discurso se transmite en cadena.
Actividades:
90
ANEXOS
92
Textos acádemicos
Ensayo
Un ensayo es un tipo de escritura que expone una serie de argumentos y
reflexiones sobre un tema concreto de gran interés para el autor.
Su finalidad es expresar su propia opinión basada en investigaciones y
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Esta parte abarcará el contenido principal del ensayo, los argumentos que
harán crecer la idea principal expuesta en la introducción.
Una vez has captado la atención del lector con una idea de interés, el siguiente
paso será argumentar y plantear determinadas cuestiones relacionadas,
basándote en otras fuentes que pueden ser: libros, revistas, entrevistas,
medios digitales, etc.
El desarrollo del cuerpo, será la parte más extensa del ensayo, representa un
80% del mismo, por lo que será necesario resumir toda la información relevante
que queramos exponer. No por ser extensa debe resultar pesada, tenemos que
intentar amenizarla todo lo posible.
También el desarrollo, es el momento de darle forma a nuestras opiniones y
valoraciones personales sobre el tema
Es importante que todas las ideas que expongas estén entrelazadas entre sí
para que exista una coherencia.
¿Y la conclusión?
La conclusión será la parte final de tu ensayo que servirá para reforzar la idea
expuesta anteriormente. En esta parte se resumirán por un lado los
argumentos expuestos más relevantes y por otra, dejemos totalmente clara
cuál es nuestra postura final.La conclusión debe de ser breve y concisa. Es la
parte en la que te reafirmarás de todo lo dicho.
Imaginemos que el ensayo ocupa una página. En este caso la conclusión será
de tres o cuatro líneas. Si fue más extenso llegando a 20 páginas, se
necesitará una conclusión de posiblemente dos o tres páginas.En un ensayo
científico, la conclusión reafirma de forma definitiva la teoría o hipótesis de la
introducción.En uno argumentativo, se resumirán las ideas principales que
queremos queden grabadas en la mente del lector.
Ejemplo:
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La reseña crítica
La reseña críticaes aquella narración breve que incluye una opinión sobre un
determinado evento o hecho. Es posible encuadrarla dentro de los textos
expositivos-argumentativos. El autor debe haber comprendido con precisión la
obra en cuestión para resumir lo esencial de su contenido y tiene que estar
capacitado para emitir un juicio de valor. De este modo, la reseña crítica incluye
un comentario sobre las ideas principales de la obra y una valoración del
crítico.
Reseña