VERBITSKY - Manos y Puños

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(Ling. Interdisciplinaria) 1

EL PAIS › CFK ENTRE OBAMA, CASTRO Y CHAVEZ

Manos y puños
Aunque Obama sólo se ocupará en forma esporádica de América latina, su presencia no dejará de
incidir en la región. Gracias a la lipotimia, CFK estuvo en el lugar justo en el momento oportuno. La
política de derechos humanos, entre Chávez, que podría denunciar la Convención Americana, y
Obama, que debería ratificarla. Las primeras críticas de la prensa estadounidense a Obama, que
desconfía de los medios.

Por Horacio Verbitsky


La presidente CFK estaba en Cuba cuando Obama dijo que si sus enemigos abrían el puño estaba
dispuesto a estrecharles la mano y que era falsa la opción “entre nuestra seguridad y nuestros
ideales”. Y había llegado a Caracas cuando el nuevo mandatario estadounidense dejó sin efecto
todas las decisiones que desde 2001 permitieron poner en suspenso la humanidad de cierta
categoría de personas, confinarlas en prisiones secretas o especiales y someterlas a torturas, lejos
del alcance de los tribunales nacionales y de los instrumentos internacionales de protección a los
derechos humanos. Lo hizo en presencia de 16 militares retirados que en los últimos años se
pronunciaron en contra de la tortura y las detenciones sin plazo. Obama anuló además la vigilancia
telefónica o electrónica secreta sobre los ciudadanos de su país.

Anacronismos

Más atenta a la ideología que a la realidad, la derecha argentina fustigó como un anacronismo a
contramano de un mundo en cambio las visitas a Cuba y Venezuela. El inspirador ideológico de La
Nación Claudio Escribano opinó que la presencia de CFK en La Habana alejaba a la Argentina “de
la civilización política y del mundo”, de los que él se considera representante natural. Ni siquiera se
privó de hacer votos por “la derrota del Gobierno en las próximas justas electorales” y la “reversión
de políticas y de estilos”. Tal encono militante no le impidió proyectar sobre el Gobierno su propia
“desmesura, ausencia de calma interior y tendencia a desunir”.

En 1978 Escribano fue uno de los editores que dijeron a una misión de la SIP que la seguridad
nacional tenía primacía sobre la libertad de expresión y el 9 de julio de 1981 contestó las
denuncias internacionales sobre los campos de concentración con un editorial antisemita, donde
mencionó a los judíos como una raza. Es una paradoja que desde las páginas de ese diario
Marcos Aguinis demonice como antisemita cualquier crítica política o humanitaria a los
bombardeos israelíes sobre población civil palestina. Después de reivindicar tanto el terrorismo de
Estado en la Argentina como la denominada “guerra contra el terrorismo” de Bush y la línea
económica neoliberal, Escribano opone al nuevo presidente con el Gobierno argentino que
cuestionó todas y cada una de aquellas políticas y que estuvo entre los primeros en saludar la
victoria de Obama, lo que fue retribuido con un llamado telefónico. Dos días antes de asumir la

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presidencia, Obama mencionó a la Argentina junto con Brasil, México y Chile como los países de
Latinoamérica que “tienen contribuciones importantes que aportar”.

Palabras

Escribano también suspiró por las formales palabras de despedida de Obama a Bush en contraste
con las hostiles de Kirchner en 2003 hacia la política de Menem. Pura expresión de deseos: el
ministro de Justicia de Obama, Eric Holder, dijo sin vacilar durante su audiencia de confirmación
ante el Senado que la técnica del submarino seco admitida por Bush constituía tortura y violaba la
Constitución y los tratados internacionales. También rechazó el argumento del gobierno anterior de
que en una emergencia nacional no había límites constitucionales a las facultades del presidente.
“No. Nadie está por encima del derecho”, respondió Holder en forma seca. Las inequívocas
afirmaciones de Holder abrieron la posibilidad de realizar juicios por esas torturas y lo único que se
discute en los círculos próximos a Obama es su conveniencia. El embajador argentino Héctor
Timerman recibió una invitación a comer en la casa de Stuart E. Eizenstat, alto funcionario de los
gobiernos de Carter y Clinton y socio de Holder en el estudio jurídico Covington & Burling. Durante
una conversación informal, en la que había otras cuatro personas, Eizenstat le pidió detalles sobre
los juicios en este anacrónico y aislado país del sur. Durante la campaña electoral Obama dijo que
deseaba mejorar las relaciones de su país con la región para lo cual hablaría “con quien sea”, es
decir con los hermanos Castro y con Chávez. La primera respuesta desde el Caribe llegó a través
de la presidente argentina, portadora del mensaje de expectativa favorable sobre Obama del
anciano líder Fidel Castro. Con ayuda de la lipotimia, CFK estuvo en el lugar justo en el momento
oportuno.

La cuestión del terrorismo

En su declaración sobre Latinoamérica días antes de asumir, Obama también cuestionó al teniente
coronel Hugo Chávez. Dijo que impedía el progreso de la región, exportaba actividades terroristas
y respaldaba a las FARC. Ese estereotipo trivial no coincide con la evaluación positiva que hacen
del gobierno bolivariano la mayoría de los países de la región e ignora el llamamiento al desarme
de la más antigua guerrilla del continente que Chávez hizo público el año pasado. En respuesta a
la crítica abstracta de Obama, Caracas reclamó la concreta extradición de Luis Posada Carriles, un
exiliado cubano con nacionalidad venezolana que de-sempeñó altos cargos en la Inteligencia de
Caracas y que huyó luego de nueve años de prisión por la voladura de un avión cubano que
transportaba a una delegación de atletas, en lo que The New York Times llamó “el primer acto de
terrorismo en pleno vuelo en el Hemisferio Occidental”.

Sumar o restar

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En la agenda del diálogo entre los presidentes de la Argentina y Venezuela no figuraron esta vez
los derechos humanos. Los países del Mercosur y luego también los de la Unasur han establecido
algunos mecanismos propios en la materia, como la Reunión de Altas Autoridades en el área de
Derechos Humanos. En marzo de 2006, cuando los Altos Representantes sesionaron en Buenos
Aires, el Observatorio de Políticas Públicas de Derechos Humanos en el Mercosur integrado por
nueve organizaciones de la sociedad civil de la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay sostuvo que
las normas del Mercado Común no debían estar disociadas de los estándares internacionales
exigidos por los instrumentos de derechos humanos suscriptos por los Estados de la región ni
debilitar el Sistema Interamericano de protección. Por el contrario, exhortó a que todos los Estados
“cumplan las decisiones que emanan de sus órganos de vigilancia”. En setiembre de 2008 durante
la reunión presidencial de la Unasur promovida de urgencia por la Argentina ante la ofensiva
desestabilizadora contra el gobierno boliviano de Evo Morales, los presidentes advirtieron desde
Santiago que no reconocerían un golpe, ni la ruptura del orden institucional, ni el
desmembramiento territorial. También condenaron la masacre de Pando y dispusieron que la
investigara una Comisión de Unasur. Esa fulminante respuesta contribuyó a aislar a los cívicos de
la Media Luna boliviana y a sostener al amenazado gobierno de Morales. La misión, encabezada
por el experto argentino Rodolfo Matarollo, hizo un buen trabajo pero sentó un precedente
peligroso, según cómo, cuándo, quién y para qué lo use. El mapa de gobiernos populistas y
autónomos de la región tiene apenas un lustro y puede variar según los humores sociales,
mientras el soslayado Sistema Interamericano mantiene desde hace tres décadas un historial
consistente de protección de los derechos de los pueblos frente a los atropellos de los gobiernos.
Este año se cumplen precisamente los 30 de la histórica visita de la Comisión a la Argentina, que
estableció la magnitud y la gravedad del problema de los detenidos-desaparecidos y fue el
principio del fin de la dictadura. Su utilidad no ha menguado en democracia. En la Argentina sirvió
para derogar el desacato. Chile acaba de crear un mecanismo de acceso a la información pública
como consecuencia de un caso ante el Sistema y designó como director del órgano de aplicación
al abogado que hizo la denuncia.

La espina del golpe

Chávez tiende a descalificar al Sistema en bloque, como si fuera un apéndice de la voluntad del
gobierno estadounidense. Se basa en lo sucedido durante el golpe de Estado en abril de 2002, que
frustró la reacción popular y la de algunas unidades militares. Según Chávez, la Comisión
Interamericana reconoció al gobierno usurpador sostenido por Bush. La CIDH sostiene que el
reconocimiento es una función de los órganos políticos y que lo único que hizo fue requerir
informes por la situación de Chávez, ante una denuncia presentada por la ONG colombiana

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MINGA, que defiende los derechos de comunidades indígenas y afrodescendientes. Para ello se
dirigió al canciller de los golpistas, del mismo modo que lo había hecho en las décadas anteriores
con las dictaduras de Pinochet y Videla en defensa de los perseguidos. Es cierto que el
comunicado 14/02 de la Comisión Interamericana se refirió en forma ambigua a “la destitución o
renuncia de Chávez”, pero también que mencionó en forma inequívoca a “las autoridades que
detentan el poder”, es decir ilegítimas. Además deploró los actos de los golpistas, que “podrían
configurar los supuestos de interrupción del orden constitucional contemplados en la Carta
Democrática”. No tanto como hubiera sido necesario ante un hecho gravísimo, pero tampoco
menos que los gobiernos y los órganos políticos de la OEA, donde estuvo el principal déficit.

Los supremos

Un nuevo conflicto entre el Sistema Interamericano y la institucionalidad bolivariana se de- sarrolla


desde diciembre, cuando la sala constitucional del Supremo Tribunal de Justicia decidió no
ejecutar una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos a favor de tres jueces
venezolanos destituidos sin las garantías del debido proceso. El tribunal interamericano había
ordenado reponerlos en sus cargos o indemnizarlos, pero la justicia venezolana se arrogó el
derecho de revisión de constitucionalidad del fallo y además pidió al Poder Ejecutivo que
denunciara la Convención Americana de Derechos Humanos, “ante la evidente usurpación de
funciones en que ha incurrido la Corte Interamericana”. No es así. La Constitución bolivariana de
1999 y la Argentina de 1994 establecieron la jerarquía constitucional de la Convención Americana
y otros tratados y convenciones sobre derechos humanos. Según el texto venezolano esos
tratados “prevalecen en el orden interno, en la medida en que contengan normas sobre su goce y
ejercicio más favorables” que las internas y “son de aplicación inmediata y directa por los tribunales
y demás órganos del Poder Público”. El argentino especificó que se aplicarán “en las condiciones
de su vigencia”. A partir del fallo Giroldi, de 1995, la Corte Suprema de Justicia argentina interpretó
que las condiciones de su vigencia eran según “la aplicación jurisprudencial por los tribunales
internacionales competentes para su interpretación y aplicación”. En 1998, en el caso Acosta, el
mismo tribunal agregó que las decisiones de la Comisión Interamericana deben ser tomadas como
orientación pero que las de la Corte Interamericana “son obligatorias”. Según los artículos 67 y 68
de la Convención los Estados parte se comprometen a cumplir los fallos de la Corte
Interamericana, definitivos e inapelables. Ese fue uno de los argumentos centrales con que la
Corte Suprema de Justicia declaró la nulidad de las leyes de punto final y obediencia debida en el
caso Simón de 2005. En cambio en Venezuela, el Tribunal Supremo sostiene que a él le
corresponde la última palabra y rechaza “las teorías que pretenden limitar, so pretexto de valideces
universales, la soberanía y la autodeterminación nacional”. El Tribunal Supremo invocó nada

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menos que el desconocimiento de la competencia de la Corte Interamericana por el gobierno


peruano de Alberto Fujimori en el caso de los jueces sin rostro. Pero su posición es aún más
radical que la de Fujmori, quien no denunció la Convención. Depuesto Fujimori, Valentín Paniagua
anuló aquella decisión, los juicios se repitieron con respeto por el debido proceso y los senderistas
fueron condenados por segunda vez. “El Tribunal Supremo de Venezuela queda como uno de los
más atrasados y conservadores del continente, pues mientras en Argentina, Chile o Colombia los
fallos de la Corte Interamericana orientan a sus tribunales, aquí se los desconoce”, opinó la
organización defensora de los derechos humanos Provea, que estudia presentar el caso ante el
Mercosur. Hasta ahora, Chávez ha tenido el tino de no acceder al pedido del Tribunal Supremo y
ya anunció que los representantes de su gobierno participarán esta semana en una audiencia ante
la Corte Interamericana en el caso de otro juez separado de su cargo y en dos denuncias de
periodistas de Radio Caracas Televisión (RCTV) y de Globovisión que fueron agredidos y no
contaron con protección estatal. Al remitir el caso a la Corte, la Comisión Interamericana fue muy
crítica con esos medios por su rol en el golpe de 2002. Cualquiera sea el resultado, el sólo nombre
de RCTV acelera todos los corazones en la polarizada Venezuela. La CIDH tiene pendiente el
tratamiento de la denuncia de la emisora por la no renovación de su licencia y nada sugiere que
pueda considerar admisible el reclamo: los instrumentos legales que dieron por extinguida la
licencia son impecables y plantean el ejercicio de un derecho indiscutible. Tampoco tendría
viabilidad ante la Comisión el reclamo del ex juez supremo argentino Eduardo Moliné O’Connor,
quien gozó de las garantías del debido proceso que no tuvieron sus colegas venezolanos.

El espejismo y la realidad

La idea de un Sistema Interamericano conducido por el gobierno estadounidense y encaminado a


desgastar a los gobiernos populistas de la región no resiste el análisis. El país que más
observaciones, medidas cautelares y condenas ha recibido no es Venezuela ni Cuba, sino
Colombia, el principal protegido de Washington. Por eso, siempre figura en el capítulo IV del
informe anual, donde se enumeran las violaciones más graves. Las organizaciones colombianas
defensoras de los derechos humanos valoran el sistema, al que recurren en forma habitual y donde
han encontrado permanente apoyo. Muchas de sus decisiones han permitido la reapertura en la
justicia civil de causas contra militares y paramilitares absueltos por tribunales militares.

Nadie conoce mejor que Evo Morales la disposición de la CIDH a velar por los derechos de las
minorías, en contra de los abusos de los poderes tradicionales respaldados por Estados Unidos.
En los departamentos de la Media Luna que forman el Chaco boliviano (Santa Cruz, Chuquisaca y
Tarija), subsisten formas de explotación laboral propias de la colonia. Los trabajadores acumulan
deudas, por su alimentación y vestido, que el patrón cancela como única forma de pago. Familias

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enteras viven así en situación de esclavitud, aferradas a las fincas de las que no se les permite
marcharse porque siempre están endeudados con el patrón. Cuando el gobierno de Evo Morales
reformó la ley agraria, en 2006, muchas de estas comunidades de “familias indígenas guaraníes
cautivas” denunciaron su situación y reclamaron la propiedad de las tierras. El Ministerio de Tierras
dispuso la verificación de cada caso, pero en la Media Luna lo denunciaron como una invasión. Los
funcionarios del gobierno fueron recibidos a tiros, lo cual causó la muerte de un periodista, y el
ministro de Tierras permaneció secuestrado por una semana. A raíz del apoyo del presidente de la
Conferencia Episcopal Católica, cardenal Julio Terrazas, a los terratenientes, Adolfo Pérez
Esquivel le escribió: “Nos preocupa que niegues el estado de esclavitud a que son sometidas
comunidades guaraníes. Sabes que hay evidencias y que el gobierno nacional ha denunciado. No
puedes ignorar que funcionarios enviados por el gobierno son amenazados por bandas armadas y
les impiden el ingreso a las haciendas”.

Misión a la Media Luna

Evo Morales dijo que se sentía engañado y traicionado por el cardenal y pidió a la Comisión
Interamericana que enviara un grupo de verificadores. En junio de 2008 los comisionados Víctor
Abramovich, argentino, y Luz Patricia Mejía, de Venezuela, alcanzaron la zona más caliente, el Alto
Parapetí. Para llegar debieron eludir un bloqueo del camino de montaña previsto. Dados los altos
niveles de violencia, no viajaron solos sino en una caravana de tres camionetas, que incluía
periodistas y dirigentes indígenas. También tuvieron dificultades para que se abrieran las
tranqueras cerradas con candado que cerraban el paso a través de varias fincas. Recién después
de superar todos esos obstáculos pudieron reunirse con los indígenas. También mantuvieron
encuentros con el gobierno nacional, con los prefectos y con los cívicos. La Comisión ratificó que
las familias guaraníes vivían en condiciones de esclavitud y que eran agredidas cuando
reclamaban. Ese documento deslegitimó la ofensiva de las cámaras patronales de la Media Luna
en los días previos al plebiscito revocatorio en el que Evo Morales se impuso con dos tercios de los
votos. Por eso, la tarea principal para un gobierno que como el argentino ha puesto en la agenda
regional la defensa de los derechos humanos no es seguir los tironeos de Chávez con el Sistema
Interamericano sino propiciar que Obama envíe al Congreso el Pacto de San José, que Carter
firmó en 1979 pero que nunca fue ratificado. De este modo, las decisiones de la Corte
Interamericana serían obligatorias también en el país más poderoso del mundo.

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