Guiìa Nº1 I Unidad
Guiìa Nº1 I Unidad
Asalto en Lomitón
Estaba comiendo un churrasco cuando entró un hombrecito sucio y harapiento al local.
Nervioso, sacó una pistola y apuntó a la cajera. No le exigió dinero, solo le gritó tembloroso:
“¡Deme un churrasco con papas fritas, ahora!”. Enseguida tenía su pedido listo. El hombrecillo
contempló la comida con ojos brillantes. Dio las gracias y salió del local rompiendo en llanto y
tirando el arma al suelo. Un caballero se acercó a ver la pistola. Era de juguete. Nadie llamó a
los carabineros. El otro día lo vi en Pedro de Valdivia pidiendo monedas y lo saludé.
Pino, C. (2011). En Santiago en 100 palabras: Los mejores 100 cuentos IV. Santiago de Chile: Metro de
Santiago, Minera Escondida y Plagio.
Asalto en Lomitón
1. Inicio
2. Nudo o conflicto
3. Desarrollo
4. Cierre
3.- Por qué creen que el autor eligió ese tipo de narrador? ¿Qué efecto creen que quería
producir en sus lectores?
2. “...Una damisela sale todas las noches, suponiendo que más de algún señor se le
acercará. Finalmente, sueña con amarlo y quedarse con él, mas no por ello deja
de pensar en el qué dirán. Las noches frías, oscuras y desiertas, la ven pasar, con
su lento andar.”
3. Hace muchos años tuve un amigo que se llamaba Jim, y desde entonces nunca
he vuelto a ver a un norteamericano más triste. Desesperados he visto muchos.
Tristes como Jim, ninguno. Una vez se marchó a Perú, en un viaje que debía
durar más de seis meses, pero al cabo de poco tiempo volví a verlo.
5. “Fue hasta la puerta y se quedó un rato indeciso con el picaporte en la mano. Era
una mano larga, flaca y llena de manchas. Giró a medias el picaporte y vacilando
lo soltó. Se llevó la mano derecha a la boca para atusarse el bigote inexistente”
Departamento de Lengua y Literatura
Profesora Jenny Poblete Ormeño
e-Mail: Jenny_jvd@hotmail.com
Lee el texto “La Tía Chila” de ángeles Mastretta y responde en el cuaderno las
preguntas que se encuentran a continuación
La tía Chila
La tía Chila estuvo casada con un señor al que abandonó, para escándalo de toda la
ciudad, tras siete años de vida en común. Sin darle explicaciones a nadie. Un día
como cualquier otro, la tía Chila levantó a sus cuatro hijos y se los llevó a vivir en la
casa que con tan buen tino le había heredado la abuela.
Era una mujer trabajadora que llevaba suficientes años zurciendo calcetines y
guisando fabada, de modo que poner una fábrica de ropa y venderla en grandes
cantidades, no le costó más esfuerzo que el que había hecho siempre. Llegó a ser
proveedora de las dos tiendas más importantes del país. No se dejaba regatear, y
viajaba una vez al año a Roma y París para buscar ideas y librarse de la rutina.
La gente no estaba muy de acuerdo con su comportamiento. Nadie entendía como
había sido capaz de abandonar a un hombre que en los puros ojos tenía la bondad
reflejada. ¿En qué pudo haberla molestado aquel señor tan amable que besaba la
mano de las mujeres y se inclinaba afectuoso ante cualquier hombre de bien?
– Lo que pasa es que es una cuzca – decían algunos.
– Irresponsable – decían otros.
– Lagartija – cerraban un ojo.
– Mira que dejar a un hombre que no te ha dado un solo motivo de queja.
Pero la tía Chila vivía de prisa y sin alegar, como si no supiera, como si no se diera
cuenta de que hasta en la intimidad del salón de belleza había quienes no se ponían
de acuerdo con su extraño comportamiento.
Justo estaba en el salón de belleza, rodeada de mujeres que extendían las manos para
que les pintaran las uñas, las cabezas para que les enredaran los chinos, los ojos para
que les cepillaran las pestañas, cuando entró con una pistola en la mano el marido de
Consuelito Salazar. Dando de gritos se fue sobre su mujer y la pescó de la melena
para zagolotearla como al badajo de una campana, echando insultos y contando sus
celos, reprochando la fodonguez y maldiciendo a su familia política, todo con tal
ferocidad, que las tranquilas mujeres corrieron a esconderse tras los secadores y
dejaron sola a Consuelito, que lloraba suave y aterradoramente, presa de la tormenta
de su marido.
Fue entonces cuando, agitando sus uñas recién pintadas, salió de un rincón la tía
Chila.
– Usted se larga de aquí – le dijo al hombre, acercándose a él como si toda su vida se
la hubiera pasado desarmando vaqueros en las cantinas –. Usted no asusta a nadie
con sus gritos. Cobarde, hijo de la chingada. Ya estamos hartas. Ya no tenemos
miedo. Déme la pistola si es tan hombre. Valiente hombre valiente. Si tiene algo que
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Profesora Jenny Poblete Ormeño
e-Mail: Jenny_jvd@hotmail.com
arreglar con su señora diríjase a mí, que soy su representante. ¿Está usted celoso?
¿De quién está celoso? ¿De los tres niños que Consuelo se pasa contemplando? ¿De
las veinte cazuelas entre las que vive? ¿De sus agujas de tejer, de su bata de casa?
Esta pobre Consuelito que no ve más allá de sus narices, que se dedica a
consecuentar sus necesidades, a ésta le viene usted a hacer un escándalo aquí, donde
todas vamos a chillar como ratones asustados. Ni lo sueñe, berrinches a otra parte.
Hilo de aquí: hilo, hilo, hilo – dijo la tía Chila tronando los dedos y arrimándose al
hombre aquel, que se había puesto morado de rabia y que ya sin pistola estuvo a
punto de provocar en el salón un ataque de risa –. Hasta nunca, señor – remató la tía
Chila –. Y si necesita comprensión vaya a buscar a mi marido. Con suerte y hasta
logra que también de usted se compadezca toda la ciudad.
Lo llevó hacia la puerta dándole empujones y cuando lo puso en la banqueta cerró
con triple llave.
– Cabrones éstos – oyeron decir, casi para sí, a la tía Chila.
Un aplauso la recibió de regreso y ella hizo una larga caravana.
– Por fin lo dije – murmuró después.
– Así que a ti también – dijo Consuelito.
– Una vez – contestó Chila, con un gesto de vergüenza.
Del salón de Inesita salió la noticia rápida y generosa como el olor a pan. Y nadie
volvió a hablar mal de la tía Chila Huerta porque hubo siempre alguien, o una amiga
de la amiga de alguien que estuvo en el salón de belleza aquella mañana, dispuesta a
impedirlo