La Congregacio Granada - PP
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La Congregación de
la Granada
Profecía y milenarismo en
la Sevilla del Renacimiento
y Barroco
Sevilla 2022
Comité editorial
ISBN 978-84-472-2266-7
Depósito Legal: SE 213-2022
Abreviaturas................................................................................................... 13
Prefacio ............................................................................................................ 15
1. Escatología, apocalipticismo, milenarismo .............................................. 15
2. Milenaristas en la Sevilla del Barroco ....................................................... 18
3. La Congregación de la Granada: historiografía y objetivos
del presente estudio ..................................................................................... 21
Desde que Norman Cohn escribiera su famoso En pos del milenio1, hasta en-
tonces el único libro publicado sobre la tradición de lo que él denominaba
milenarismo revolucionario y anarquismo místico, desarrollado en la Europa
occidental entre los siglos XI y XVI, se ha sucedido un buen número de estu-
dios sobre la tradición de la profecía apocalíptica y sus conceptos axiales, tales
como, por ejemplo, mesianismo, milenarismo y profetismo. Sin olvidar los im-
portantes trabajos de John J. Collins2, y la obra monumental de Marjorie Re-
eves relativa a la influencia del apocalipticismo-profético del abad Joaquín de
Fiore, The influence of prophecy3, un punto de inflexión lo marca sin duda la
gran obra de Bernard McGinn, Visions of the end4, en la que el famoso profe-
sor de Chicago recopila, estudia y edita una ingente cantidad de textos mile-
naristas y, en general, referidos al fenómeno del apocalipticismo adscritos al
medievo; esta obra ha provocado desde su publicación una amplitud de miras
y un ensanchamiento de horizontes por parte de la historiografía en relación
con el fenómeno milenarista y, en general, con el del profetismo apocalíptico.
Aunque apocalipsis suele hacer referencia a un género literario que tiene
que ver con la revelación de un secreto divino, encontrándose esta mediada por
un ser sobrenatural a un destinatario humano, en la que lo que se revela deter-
mina la salvación escatológica y cuyo paradigma crucial es el libro con el que
se cierra la Biblia, el Apocalipsis, escrito por Juan de Patmos en el siglo I d. C.5,
con apocalipticismo se suele definir la creencia de que Dios ha revelado los
1. Cohn (1989).
2. Collins (1979); Ibidem (1998).
3. Reeves (1993).
4. McGinn (1998).
5. Véase la definición ampliamente aceptada en Collins (1979: 9).
acontecimientos del fin de los tiempos a los profetas, determinando así que la
vida humana está teleológicamente dirigida a este telos inexcusable y, de alguna
manera, inminente, lo que daba un sentido a la historia del ser humano en so-
ciedad. El apocalipticismo ha tenido un largo recorrido en la diacronía histó-
rica, de manera que a lo largo de la historia humana ha ido adaptándose a los
condicionamientos históricos y a los principios teológicos relativos a la recep-
ción de la literatura apocalíptica de cada momento. Por ello, en cada sincronía
histórica han ido surgiendo movimientos apocalípticos fascinados por el drama
final de la historia, en el que siempre interactúan el pesimismo –miedo– de los
últimos momentos y la obstinada esperanza –felicidad global– de su acto final,
creando así una ideología que alcanza al conjunto de la sociedad6.
Muy cercanos por parentesco al concepto apocalipticismo se hayan otros
que, en algunas ocasiones, han inducido a oscurecer el verdadero significado de
la mentalidad apocalíptica. Uno de ellos sería la percepción de escatología, con-
cepto que engloba al de apocalipticismo, puesto que la visión de la historia desde
el cristianismo otorga un sentido a la misma debido a su final. En consecuencia,
siempre ha sido una historia escatológica, es decir, con un principio, desarrollo
y fin, es, por tanto, teleológica. Sin embargo, la visión cristiana de la historia que
es escatológica porque necesariamente tiene un fin, se diferencia del apocalípti-
cismo en que este incluye en su mentalidad, y esto es importante, la inminencia
de ese fin, en lo que sería una pervivencia, a pesar del evidente retraso, de la for-
tísima creencia de los cristianos primitivos en una inminente parusía. Agustín
de Hipona es un escritor cristiano escatológico; pero, a pesar de creer que está
en la última edad del mundo, sexta aetatis mundi, no cree, y es más rechaza, que
sea inminente su final. Tal como afirma McGinn, en un intento de aclarar el sig-
nificado de inminencia, crucial en la verificación de una mentalidad apocalíp-
tica, para vivir a la sombra de la parusía hay que llevar a cabo una praxis vital en
la convicción de que los acontecimientos finales han comenzado y que toda ac-
ción en el obrar del apocalíptico debe surgir de esa creencia7.
Relacionado con el apocalipticismo encontramos el término milenarismo.
Este procede de Ap 20:1-6:
Luego vi un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del Abismo
y una gran cadena. Dominó al Dragón, la Serpiente antigua –que es el Diablo y
Satanás– y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al Abismo, lo encerró y puso en-
cima los sellos, para que no seduzca más a las naciones hasta que se cumplan los
mil años. Después tiene que ser soltado por poco tiempo.
Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar;
vi también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la
8. El énfasis es mío. Considero importante que el lector tenga muy en cuenta lo que aquí
se enfatiza.
9. McGinn (1998: 3), establece la labor del historiador relativa a la temática apocalíptica:
«El Apocalipticismo a lo largo de su larga y rica historia fusiona una variedad de intereses y se
invoca para diversos fines; la tarea del historiador consiste en capturar, en la medida de sus po-
sibilidades, la gama completa del fenómeno que se investiga».
apoyar a las instituciones cristianas. Algo que, tal vez, obvió Cohn al constituir
un apocalipticismo que quizás no fuera milenarista –a pesar de que apocalip-
ticismo sea un hiperónimo de milenarismo–, que era el objeto de su estudio.
Otra crítica de McGinn hacia el paradigma sociológico del movimiento mi-
lenarista que observa a este como un agente de cambio social, pre-político y
a veces proto-revolucionario, tal como lo ha mostrado Cohn pero también
Hobsbawm y otros, es que, en efecto, en esta visión generalista entrarían mu-
chos movimientos apocalípticos pero no todos, de ahí su insistencia en hablar
y utilizar el hiperónimo apocalipticismo para describirlos10.
Como consecuencia de que el fin es inminente, el apocalipticismo o el
milenarismo percibe y entiende fenómenos históricos como anuncios de ese
final. De ahí que la mentalidad apocalíptica haya creado, desarrollado y enri-
quecido a lo largo de la historia el guion del drama final en el que se han incor-
porado dramatis personae que han tenido una potencia sin igual en el relato
mítico de los últimos días: el Anticristo, el último emperador del mundo, el
papa angélico y, desde luego, el reino milenario. Aquí estudio, además de estos,
un elemento absolutamente novedoso que despeja las incognitas que señala
Hobsbawn acerca de la vaguedad en la forma de advenimiento de la nueva so-
ciedad y que es de creación propia sevillana: el inmaculismo como fenómeno
crucial de la inflexión crítica en la historia.
10. McGinn (1998: 29-30). Hobsbawn señala tres características del milenarismo en Eu-
ropa: «Primero, un rechazo profundo y completo de este mundo de maldad, y un anhelo apasio-
nado de otro mejor, en una palabra, espíritu revolucionario. Segundo, una “ideología” bastante
típica, de índole quiliástica como la tiene analizada y descrita el profesor Cohn… En tercer lu-
gar, es común a los movimientos milenarios una fundamental vaguedad acerca de la forma en
que se traerá la nueva sociedad». Hobsbawn (1983: 94).
11. Don Andrés Pacheco, … Obispo, Inquisidor General … informados … que en la ciu-
dad de Sevilla y lugares del distrito … de la mala doctrina que an enseñado, y enseñan los dichos
Congregados, o Alumbrados… Aunque pudiéramos proceder y condenar en graves penas … antes
concederos termino, y este Edito de gracias… [Madrid]: s.n., 1623. Para el protagonismo de los
dominicos en este proceso puede verse Larios Ramos (2016: 27, art. 5), en el que sigue al ma-
nuscrito coetáneo a los hechos de fray Francisco Ramírez de Solórzano (1625): Historia de San
Pablo de Sevilla, en el que se afirma «El haberse descubierto esta secta infernal se debe a nuestra
sagrada religión originalmente». Sobre la intervención de los dominicos en los procesos alum-
bradistas sevillanos ver Llorca (1980: 170).
12. Bethencourt (1995: 207).
13. Las veleidades alumbradistas de Francisco Castillo, clérigo secular de cincuenta y ocho
años, que llevó a desvelar los secretos de la Congregación de la Granada, fue un auténtico regalo
para los dominicos sabedores que la Congregación fue artífice del movimiento inmaculista se-
villano que terminó con el breve del Papa Paulo V por el que se silenciaba la boca a los maculis-
tas, es decir, a los dominicos. Ahora tras el descubrimiento de estas doctrinas por Castillo había
llegado el momento de la «venganza dominica». ACS, Secc. Justicia, lib. 109, fol. 204. «Relación
de las personas que salieron en el auto de fe que se celebró por el Sto. Oficio de la Ynquisicion
de Sevilla en la plaça de St. Francisco el dia del glorioso apostol St. Andres deste año de 1624».
14. AHN. Inq. Leg. 2963. «El maestro fray Domingo Farfán. Historia de la fundación de
la Congregación de la Granada».
15. Los tres manejaron conceptos profético-apocalípticos que de alguna manera también
utilizaron los miembros de la Congregación de la Granada: Edad del Espíritu; viri spirituales; in-
telligentia spiritual; papa angélico; último emperador del mundo, etc.
16. AHN. Inq. Leg. 2957/2. Memorial de Bernardo de Toro y Mateo Vázquez de Leca. So-
bre este memorial y su contenido vid. González Polvillo (enero-junio 2012: 141-186).
17. Menéndez Pelayo (1987: II, 167-174).
18. Llorca (1980).
19. Huerga (1988: VIII, «La Congregación de la Granada»).
20. Domínguez Ortiz (1983: 161-177): bajo el epígrafe: «La Congregación de la Granada y
la Inquisición de Sevilla. Un episodio de la lucha contra los “alumbrados”». Se publicó por pri-
mera vez en Pérez Villanueva, Joaquín (coord.) (1980: 637-646).
21. Ibidem (162).
22. Ibidem (176-177).
23. Ibidem (166).
24. Ibidem (161).
subsanado con el estudio que aquí presento. Aunque, de alguna manera, y ante
la seguridad de que no sería muy novedoso lo que aportara el dominico Álvaro
Huerga, Domínguez Ortiz dejaba una puerta abierta cuando concluía:
Norman Cohn, en uno de los libros más clásicos sobre el milenarismo y los mo-
vimientos mesiánicos europeos, afirmaba que Joaquín de Fiore «fue el inventor
del nuevo sistema profético, el cual iba a ser el que mayor influencia ejerciera
en Europa hasta la aparición del marxismo»26. También Ernst Bloch afirmaba
26. Cohn (1989: 107). No cabe duda de que la riquísima personalidad de Joaquín de
Fiore fue cuando menos paradójica; así lo sintetizaban en su obra West y Zimdars-Swartz:
«Un monje de la Italia meridional, que conoció reyes, emperadores y papas; un cisterciense
que rompió con su Orden y estableció otra de reglas más estrictas; un exegeta visionario de
las Escrituras apocalípticas que cuestionó las interpretaciones de los padres de la Iglesia; un
abad cuyos escritos causaron sospechas frecuentes en la Santa Sede, sin que esta los conde-
nara nunca; un hombre pío a quien jamás se santificó, pero a quien Dante puso en el círculo
del Sol, al lado de San Buenaventura y de San Francisco, en el Paraíso. Se lo ha saludado
como una figura protorrenacentista, y sin embargo algunos de sus partidarios más abiertos
fueron, en los siglos XIII y XIV, elementos extremistas y reaccionarios». West y Zimdars-
Swartz (1986: 22). Hobsbawm (1983: 24), también se muestra de acuerdo con esta afirma-
ción de Cohn.
Tierra Santa en el que por medio de una revelación inició los primeros pa-
sos para establecer una concordia entre los hechos narrados en el Antiguo y
Nuevo Testamento. En 1150-51 entró en la abadía de Sambucina, regida por
monjes cistercienses, en la que se dedicó al estudio de las Escrituras. Entre
1188 y 1190 Joaquín vivió una crisis espiritual tras la que llegó a cuestionar la
regla cisterciense; por ello, en 1192 se separó de la orden para dar el salto al
yermo y al eremitismo para lo que fundó un nuevo cenobio y orden en Pietra-
lata, cerca de Cosenza, en Calabria, a la que denominó san Juan de Fiore, or-
den que, finalmente, sería aprobada por Celestino III en 119634. La muerte le
cogió por sorpresa en el eremitorio de san Martino di Giove –Canale– el 30
de marzo de 1202, mientras redactaba la última y más radical de sus obras, el
Tractatus super quatuor evangelia que dejó sin terminar35.
Se han conservado tres episodios de experiencias místicas en su juventud,
todos tres relacionados con la comprensión de las Sagradas Escrituras. El pri-
mero tuvo lugar durante su viaje a Tierra Santa, en el que, tras un episodio de sed
en el desierto, se le reveló el verdadero significado de las Escrituras; el segundo,
en el Monte Tabor en el que con una claridad meridiana entendió las Escritu-
ras, así como el plan que debía seguir para exponerlas. En el tercero surgió la le-
yenda, que luego alcanzó un gran eco, de cómo Joaquín, al tiempo que paseaba
por un jardín durante los primeros días de su vida monástica en Sambucina, re-
cibió de manos angelicales la milagrosa iluminación, una intelligentia spiritualis,
es decir, el verdadero y más elevado sentido de las Escrituras, lo que podríamos
llamar una comprensión anagógica de estas. Los tres relatos ponen el acento en
la iluminación espiritual recibida por Joaquín de Fiore en el sentido de las Es-
crituras, de manera que tras estas experiencias hay un antes –de incomprensión
y falta de entendimiento– y un después –de iluminación y discernimiento– res-
pecto del conocimiento de la verdad revelada, en la vida del célebre abad36.
Entre los diferentes textos que se atribuyen a Joaquín debemos destacar sobre
todo cuatro, Liber concordie novi ac veteris testamenti; Expositio in Apocalypsim;
37. Abbatis Joachim (1519); Ibidem (1527); Ibidem (1527a); Ibidem (1930). Para una bi-
bliografía razonada de la obra de Joaquín es imprescindible el Apéndice A titulado «The genuine
and spurious works of Joachim» de Reeves (1993: 511-524).
38. Reeves y Hirsch-Reich (1972); Riedl (57-80).
Joaquín de Fiore era, ante todo, un apocalíptico, el más grande autor apoca-
líptico medieval. Una mentalidad apocalíptica que nos acompañará inserta en
un gran número de personajes, en gran medida por inspiración del propio
Joaquín, durante toda esta obra. Joaquín presenta una concepción espiritual
de la historia. Entiende el plan salvífico divino explanado en varias etapas de
Podríamos denominar «cadena áurea» a un anhelo que está presente, casi on-
tológicamente, en el ser humano pero que solo ha sido pensado y presentado
bajo forma literaria, filosófica e ideológica por unos pocos a lo largo de la his-
toria. El cristianismo oficial condenó al ser humano a contemplar su propia
miseria objetivada en su cuerpo y en los efectos que en este producía el paso
del tiempo, en un camino lleno de trabajo, dolor y enfermedad, así como el
del mundo o la sociedad en que vivía. Desarrollaba un método cosmovisio-
nal cuyo telos era el fin de la historia terrena y su prolongación metahistórica;
es decir, el juicio final realizado por la divinidad cuyo veredicto, siempre esca-
tológico, condenaba o premiaba a una vida eterna, la primera con dolor y ex-
tremos sufrimientos, la segunda en una supuesta felicidad perpetua, siempre
en un lugar ignoto y trascendente, o sea, sin tiempo; aunque, paradójicamente,
en el citado juicio el código penal que se utilizaba siempre tenía que ver con la
práctica del vivir y del cómo vivir en la tierra, o sea, con el acomodo al, como
diría Pierre Bordieu, «orden de las cosas», al conjunto de normas conductuales
y gestuales basadas en una «razón trascendente» que, aquellos que podían, los
señores del poder, del saber y del mandar habían establecido, desarrollado e
impuesto durante siglos42.
Aquellos que formaron parte de los eslabones de esa larga cadena, y aque-
llos a los que llegó su destellante fulgor áureo, sobre todo a partir de la baja Edad
Media –aunque herederos y engarzados con la sociedad clásica griega y en ge-
neral el mundo antiguo y, a su vez, proyectados hasta nuestro presente– aun
inmersos, muchos de ellos, en el dominio de la «razón trascendente», crearon
poco a poco una «ideología revolucionaria»43 que, basada en los presupuestos
ontológicos del ser humano, y expresada con argumentos de su propia encultu-
ración dogmática, fijó el comienzo de un mundo mejor al mismo tiempo que
decretaba el final de la historia, sí, pero de la que escribían los dueños del sis-
tema dominante. A esa nueva historia la llamaron muchos de ellos Edad de Oro
y otros, a pesar de hallarse instalados en un oscuro horizonte impuesto por un
discurso dogmático, Reino del Milenio o también, como lo hará el gran profeta
del advenimiento espiritual, Joaquín de Fiore, Edad del Espíritu.
La concepción espiritual o neumatológica de la historia humana de Joa-
quín se hallaba inserta en una vieja tradición. Desde la Antigüedad Tardía44
muchos autores, en un intento de buscar el plan divino en la exégesis bíblica,
fueron conscientes de la importancia del cuarto evangelio, del Evangelio de
Juan, cargado de características neumatológicas –Paráclito–, escatológicas
y apocalípticas y que, en cierta manera –así también lo pensará Joaquín–, y
junto con otros libros del Antiguo Testamento, ejercía una función propedéu-
tica para la comprensión del último libro de la Biblia: el Apocalipsis, tradicio-
nalmente atribuido al apóstol Juan. En este se utiliza un lenguaje hermético y
simbólico que alude al Juicio Final, si bien previamente se producirán en la tie-
rra grandes tribulaciones, tormentos y amarguras para dar paso a la aparición
y descenso de la Nueva Jerusalén, la Jerusalén Celestial apocalíptica –Ap 3, 12–
y con ella el Reino milenario de Cristo en la tierra conocido como el Milenio
–transcurridas las seis edades, será en la séptima, el séptimo milenio del año
6000 al 7000–: mil años de paz, de justicia, de felicidad en la tierra, una doc-
trina extraordinariamente extendida y que será conocida como milenarismo
o quiliasmo. De forma general el milenarismo se traduce principalmente por
la creencia de que «antes del juicio final y del fin del mundo, tendrá lugar una
primera resurrección solo de los justos que, por espacio de mil años, gozarán
junto con Cristo de felicidad y de gran abundancia de todos los bienes en la
Luego vi a un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del
Abismo y una gran cadena. Dominó al Dragón, la Serpiente antigua –que es el
Diablo y Satanás– y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al Abismo, lo encerró
y puso encima los sellos, para que no se seduzca más a las naciones hasta que se
cumplan los mil años. Después tiene que ser soltado por poco tiempo.
Cuando se terminen los mil años, será Satanás soltado de su prisión y saldrá
a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog, y a
reunirlos para la guerra, numerosos como la arena del mar. Subieron por toda la
anchura de la tierra y cercaron el campamento de los santos y de la Ciudad amada.
Pero bajó fuego del cielo y los devoró. Y el Diablo, su seductor, fue arrojado al
lago de fuego y azufre, donde están también la Bestia y el falso profeta, y serán
atormentados día y noche por los siglos de los siglos47.
Tras esta batalla cósmica con la derrota de las fuerzas del Anticristo y el
triunfo de esos «santos y de la Ciudad amada» –viri spiritales y Nueva Jerusa-
lén–, tal como se expresa en Ap. 20, 11-15, tendría lugar la resurrección uni-
versal de los muertos y el juicio final:
Luego vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él. El cielo y la
tierra huyeron de su presencia sin dejar rastro. Y vi a los muertos, grandes y pe-
queños, de pie delante del trono, fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro
libro, que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los li-
bros, conforme a sus obras.
Y el mar devolvió los muertos que guardaba, la Muerte y el Hades devol-
vieron los muertos que guardaban, y cada uno fue juzgado según sus obras. La
Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego –este lago de fuego es la
muerte segunda– y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado
al lago de fuego48.
Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva […] Y vi la Ciudad Santa, la nueva
Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ata-
viada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es la mo-
rada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo
y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá
ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado».
Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo
nuevo». Y añadió: «Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas». Me dijo
también: «Hecho está; yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga
sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis. Esta será la herencia del
vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mí. Pero los cobardes, los incré-
dulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y
todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre: que
es la muerte segunda» (Ap. 21, 1-8).
47. Es de suponer, como de hecho así lo supondrán nuestros protagonistas, que los justos
que habían vivido los mil años en el Reino del Milenio tomarían parte a favor del cielo en esta
batalla contra las huestes del Anticristo de la que saldrían vencedores.
48. Obsérvese que Juan afirma que el «lago de fuego» es la muerte segunda, muerte de la
que, como se afirmó más arriba con relación a Ap. 20, 4-6, estaban exentos los elegidos.
No todo el mundo aceptó la visión quiliástica de los últimos días. Unos la acep-
taron, otros la rechazaron y otros la asumieron, aunque modificando algunos
de sus aspectos, en ocasiones para adaptarlos a los nuevos tiempos, que es lo
que ocurrirá con los protagonistas de este estudio cuando estas ideas cobren
un nuevo sentido en la Sevilla de los siglos XVI y XVII. En efecto, desde fechas
muy tempranas se instaló en la conciencia de los cristianos primitivos un an-
helo profundo de destrucción de la nueva Babilonia y, por el contrario, el deseo
esperanzado del descenso de la Jerusalén Celestial marcado por la parusía. Ya
en el siglo II Ireneo había adoptado una modificación al programa expuesto,
pues creyó que los mil años del reinado de Cristo y los justos en la tierra ten-
drían lugar tras el juicio final, al comienzo de la séptima edad del mundo. Sin
embargo, tal vez fuera Montano, un pagano convertido, el máximo represen-
tante de esta idea en el siglo II, alcanzando sus doctrinas un gran influjo en la
Europa oriental y en el Asia Menor49. Montano, que se presentaba como en-
carnación del Espíritu Santo, y sus seguidores consideraron, además de los dos
episodios de manifestación divina marcados por los dos Testamentos, un ter-
cer episodio –un tercer Testamento– en la revelación de incidencia neuma-
tológica y cuyo protagonista sería el Espíritu Santo, periodo en el que creían
hallarse instalados admitiendo la creencia de que la Jerusalén celestial estaba a
punto de descender a Frigia, lugar de residencia de los montanistas, conside-
rados como el pueblo de los santos.
Según Norman Cohn, al que seguimos, era un movimiento ascético «que
ansiaba el sufrimiento y el martirio», algo que no parecía importarles, pues,
«¿acaso no iban a resucitar los mártires en cuerpo y alma para ser los felices
habitantes del Milenio?». El movimiento tuvo un gran auge y extensión –Asia
Menor, África, Roma, Galia– y, aunque se fue olvidando la centralidad de Fri-
gia, la confianza en la inminente aparición de la Nueva Jerusalén se mantuvo
en ellos inalterable. Fue desde luego una propuesta que aludía al progreso de la
historia humana que consideraba culminada precisamente en esa tercera edad
en la que debía producirse la parusía y, con ella, la instauración del reino de
Cristo en la tierra durante mil años.
A partir de la conversión de Roma en el siglo IV con una fuerte institucio-
nalización de la Iglesia, esta dirigió una campaña de desprestigio de estas es-
peranzas escatológicas y de las doctrinas apocalípticas. La Iglesia oficial actuó
49. Carozzi (2000: 26-27). El movimiento montanista es entendido por Henri de Lubac
como un antecedente de las innovaciones de Joaquín de Fiore. Lubac (1989: I, 38). También lo
piensa Reeves para quien uno de los tres conceptos que podrían ser utilizados para apoyar la
idea de una futura época de felicidad, junto con el del Milenio y el Sabbatum, sería la esperanza
en una mayor iluminación por parte del Espíritu Santo de Montano. Reeves (1993: 295).
contra toda creencia que significara una mejora de las condiciones de vida del
ser humano y la sociedad por él compuesta en la tierra y encontró su máxima
codificación en Agustín de Hipona50. El quiliasmo de los primeros cristianos
quedaría erradicado de los presupuestos ortodoxos de la Iglesia por el famoso
obispo antiapocalíptico. Ya antes Jerónimo había lanzado sus diatribas contra
el apocalipticismo al establecer su carencia de verosimilitud mediante una exé-
gesis plausible cesset ergo mille annorum fabula51. Algo parecido ocurrió con
Ticonio, autor de un comentario sobre el Apocalipsis de gran trascendencia.
Aunque estaba convencido de la cercanía del Anticristo, en su exégesis apoca-
líptica dos grandes fuerzas, las del bien y las del mal, se debatían por el con-
trol de la tierra, representadas a su vez por Cristo y el diablo. Para Ticonio, la
Nueva Jerusalén apocalíptica era la Iglesia tal como surgió con Cristo en Pe-
dro, una ecclesia Petri-Nueva Jerusalén que deberá desarrollarse hasta el final
de los tiempos. Para Ticonio, duro antiapocalíptico, no cabía la espera de un
reino de felicidad en la tierra52.
Sin embargo, el mayor enemigo del quiliasmo, el que introdujo e impuso
en las mores maiorum de la Iglesia cristiana el abandono por parte de los fie-
les de las legítimas y humanas esperanzas de mejoras de las condiciones vi-
tales en la tierra, incorporándose así a la ortodoxia, al «orden de las cosas»
marcado por la «razón trascendente» del cristianismo oficialista y jerárquico
que se mantendrán impertérritas durante siglos, la renuncia a cualquier tipo
de expectativas quiliásticas, a la consecución de la felicidad del alma pero
también del cuerpo en la tierra, fue Agustín de Hipona, el más determinante
de los padres latinos de la Iglesia quien, tras unos inicios cercanos al milena-
rismo, se asustó ante el auge y las dimensiones del mismo53. No cabe duda del
miedo que debió instalarse en el poder establecido ante la potencial carga re-
volucionaria que conllevaba una idea como esta reflejada nada menos que en
la verdad revelada de las Escrituras. Agustín terminó por asumir el antiapo-
calipticismo de Ticonio.
Para el obispo de Hipona la exégesis apocalíptica no debía ir encaminada a
la búsqueda de situaciones intermedias en la civitas terrena, las referencias del
Apocalipsis aludían en exclusividad a la consumación de la historia que ten-
dría lugar en un momento que ningún ser humano puede comprender y saber.
Sobre todo, hizo hincapié en esto último: el desconocimiento e incomprensi-
bilidad de los tiempos últimos. Agustín consideró cierta la última persecución
del Anticristo, que quedaría aplastada por Cristo, pero prohibió cualquier in-
tento de cálculo acerca de su llegada o la especulación de los signos que de-
mostrarían el fin de los tiempos:
Es inútil, por tanto, que nosotros intentemos calcular o limitar los años
que le quedan a este mundo, ya que escuchamos de la boca de la Verdad que
no nos importa a nosotros. Y, sin embargo, algunos dijeron que se cumplirían
cuatrocientos años, otros que quinientos, otros incluso que mil, desde la ascen-
sión del Señor hasta su última venida. Muy largo sería, e innecesario, exponer
el motivo en que cada uno fundamenta su opinión. Se apoyan en conjeturas
humanas, sin expresar garantía alguna cierta de la Escritura canónica. Antes
descompone los dedos de los calculadores sobre esta cuestión y les ordena no
moverse el que dice: «No os toca a vosotros conocer los tiempos que el Padre ha
reservado a su autoridad»54.
[…] vi también con vida a los decapitados por dar testimonio de Jesús y proclamar
el mensaje de Dios, los que no habían rendido homenaje a la fiera ni a su estatua,
y no habían llevado su marca en la frente ni en la mano. Estos reinaron con Cristo
mil años. El resto de los muertos no volvió a la vida hasta pasados los mil años.
Esta es la primera resurrección. Dichoso y santo aquel a quien le toca en suerte la
primera resurrección: sobre ellos la segunda muerte no tiene poder: serán sacer-
dotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él los mil años (Ap. 4-6).
Ante estas palabras ha habido quien ha sospechado que la primera resurrec-
ción será corporal. Pero, sobre todo, han quedado impresionados por el número
de los mil años, como si los santos debieran tener, según eso, una especie de des-
canso sabático de tamaña duración…58
desarrollo del estatuto ontológico humano que vendría marcado por mara-
villosos y esenciales conceptos abstractos con el que el logos humano había
labrado desde hacía siglos dicho estatuto tales como Solidaridad, Justicia, Bon-
dad, Libertad, Igualdad, Amistad, Amor y Felicidad. Por el contrario, el de Hi-
pona y con él la Iglesia oficial se instalaba, e instaba e imponía al conjunto de
administrados a instalarse, en un horizonte marcado por el gran miedo que
arrastraba al ser humano a concebir una esperanza escatológica trascendente
en un no lugar incierto e ignoto que nada tenía que ver con la a veces árida,
sí, pero también amable, contingente y connatural Tierra-sociedad de los se-
res humanos59.
60. Los seguidores de Joaquín son infinitos, muchos de ellos vieron en la educación
la clave de la «salvación» del mundo. Ahí está por ejemplo Lessing cuando afirmaba con rela-
ción a «algunos fanáticos de los siglos XIII y XIV»: «Quizá no fuera una ocurrencia vana su ter-
cera edad del mundo, y ciertamente no tenían ningún mal propósito cuando enseñaban que la
Nueva Alianza quedaría anticuada igual que lo quedó el Antiguo Testamento. Ellos mantenían
una misma economía de un mismo Dios: siempre –para decirlo con mi lenguaje– el mismo plan
de la educación general del género humano.
Solo que lo aceleraron, solo que creyeron poder convertir de golpe a sus contemporáneos,
salidos apenas de la niñez, sin ilustración ni preparación, en varones dignos de esa su tercera
edad». Lessing (1982: 592-593).
61. Así la llamó Ernst Bloch, tal como lo cita Bernhard Töpfer, para quien es posible que
Joaquín tuviese esta opinión al estar convencido de que el tercer status, como introducción al
juicio universal, tendría una brevísima duración. Vid. Töpfer (1992: 85).
Por otro lado, según Joaquín en la edad del Padre prevaleció el orden de
los casados, en la edad del Hijo predominaron los escribientes y la tercera
edad, la del Espíritu, será la de la orden de los monjes.
Junto al patrón ternario, Joaquín utiliza otro patrón, el modelo binario que
combina bipolaridades tales como Antiguo Testamento-Nuevo Testamento,
64. Ibidem.
65. Ibidem (1986: 30). Aclaremos que Joaquín establece en el Liber concordie a los viejos
como símbolo de la tercera edad. Pero esto no será siempre así. De ahí que subraye aquí la im-
portancia de los niños como símbolo anagógico de la Edad del Espíritu joaquinita –especial-
mente con Jesús Niño– porque así lo expresará el abad en múltiples lugares, sobre todo en su
Tractatus, vid. Mottu (1983: 104), cuando al comentar el pasaje de Lc 2, 25-30 Joaquin alude al
Nunc Dimittis de Simeón. También hemos señalado como símbolo de la tercera edad el aceite,
tal como establece el Liber concordie, aunque igualmente hemos subrayado el vino –que supe-
rará al agua tal como se vió en Caná– como símbolo de la intelligentia spiritualis que advendrá
en la Edad del Espíritu, tal como se establece en el Tractatus, vid. Mottu (1983: 187-188).
persona trinitaria, será la Edad del Espíritu una época representada tipológi-
camente por los monjes eremitas, ordo monachorum, en la que se establecerá
el Evangelio Eterno señalado en Ap 14, 6: «Luego vi a otro Ángel que volaba
por lo alto del cielo que tenía un evangelio eterno para anunciar a los que mo-
ran en la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo». Pero ¿qué contenía este
Evangelio Eterno cuyo anuncio debía llegar a todos los habitantes de la tierra?
Lo que aportaba la exégesis de Joaquín es la predicción de una tercera edad en
la que se generalizaría el conocimiento espiritual de las Escrituras de tal forma
que, como él mismo afirmaba en el Liber Concordie, «el spiritualis intellectus
devorará como un fuego la letra del Evangelio»69. Esto, unido a su concepción
progresiva y finalista de la historia, llevó a muchos a interpretar que Joaquín
postulaba un tercer Testamento. Se ha defendido por otros muchos historia-
dores que este no fue el pensamiento de Joaquín, sin embargo, en el supuesto
de que el calabrés no viniera a decir esto lo que decía no dejaba de ser revolu-
cionario y, más aún, las lecturas que de ello harán sus seguidores en el discu-
rrir del tiempo.
Para el abad de Fiore lo que devora cada ser humano dotado de la inte-
ligencia espiritual, intelligentia spiritualis, es la lectura carnal, la letra que en-
cierra y encarcela el espíritu, la comprensión literal que, quemada por el fuego
espiritual, como lengua de fuego que habla y que quema, que enseña o educa
y destruye la oscuridad de la ignorancia dejando clara e iluminada la verdad,
posibilitará dejar al descubierto el verdadero significado. Por consiguiente, el
discernimiento de esta época vendría dado por el spiritualis intellectus o lo que
es lo mismo, frente a una lectura literal de la Escritura la comprensión per-
fecta, la anagógica, de la verdad encerrada por la letra en los dos Testamentos.
En este punto es significativo lo que Potestà afirma acerca de la radicalidad de
los Tractatus, cuando asegura que Joaquín consideraba el «Evangelio de Jesús
como una especie de protoevangelio del Espíritu»70.
Fue el franciscano Gerardo da Borgo san Donino el primero, pero no el
último, que pensó que se trataba de una interpretación nueva del Antiguo y
Nuevo Testamento, novedosa comprensión espiritual obtenida mediante una
especialísima hermenéutica simbólica a la que se llamó intelligentia spiritua-
lis que daba como resultado el Evangelio Eterno citado en Ap 14, 6 y que, y
esta es la novedad de Gerardo, se hacía presente y visible objetivándose en
las tres obras básicas de Joaquín: Concordia, Psalterium y Expositio, quedando
así devorado, clausurado con el fuego y la iluminación de la obra joaquinita,
el Antiguo y el Nuevo Testamento. A partir de ahí, una nueva doble orden
de tal manera que solo se conoce en parte por el Protocolo de Anagni, las ac-
tas de la comisión citada. Se condenó, pues, cualquier conclusión que llevara
aparejada que tanto los dos Testamentos como la iglesia institucional de Pedro,
ecclesia Petri, pudieran quedar consumados, clausurados, cumplidos y releva-
dos por el Evangelio Eterno y la iglesia de Juan, la ecclesia spiritualis, ecclesia
2.4. Clerus consumabitur: las dos últimas órdenes del mundo y los viri
spirituales
caracterizan por tres órdenes de hombres: los casados, los clérigos y los mon-
jes. Todos tres reflejan a las tres personas de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu,
con las que se asocian. Cada uno de estos órdenes nace, se desarrolla y fructi-
fica en una aeta de la historia, de tal manera que los órdenes segundo y tercero
se solapan con el anterior en su fase inicial. Así, el orden de los casados se ini-
cia en Adán pero fructifica con Abrahán; el de los clérigos se inicia con Ozías
pero fructifica con Cristo; el de los monjes nace con Benito de Nursia «cuius
fructificatio in temporibus finis»77.
Joaquín utiliza la descripción del patrón ternario en casi todas sus obras,
sobre todo aludiendo al Padre, Hijo y Espíritu Santo, tal como ocurre en el
Psalterium, de manera que las obras principales de los ordines a ellos pertene-
cientes son: operatio, doctrina y jubilatio78. Reeves también observa que en los
Tractatus asimila a los tres status el abeto, el pino y el boj quienes en su con-
junto son la gloria del Líbano; al mismo tiempo son también el gorrión, la pa-
loma y la tórtola que se ofrece en la Purificación del Templo, expresan en el
primer status la madurez de la edad, en el segundo la paciencia de los jóvenes y
en el tercero la sinceridad de los niños, el gorrión designa a los casados, la pa-
loma a los clérigos y la tórtola a los monjes79.
Según Reeves una de las ideas fundamentales de Joaquín fue la espera de
nuevas órdenes de hombres espirituales que serían enviados en el ocaso del
mundo, ad vesperum huius seculi, es decir, a fines de la sexta edad, fine huius
sextae aetatis. A partir de la muerte del abad, al inicio del siglo XIII y, como ve-
remos, hasta el siglo XVII, hubo muchas personas, tanto de forma individual
como grupal, que se sintieron atraídos por esta concepción de las futuras ór-
denes espirituales profetizadas hasta el punto de sentirse identificados con las
mismas y, por ende, con la alta misión a ellas encomendadas80.
La orden que debía caracterizar el tercer status de la historia, en su des-
cripción general, aparece en muchas ocasiones en la obra del abad bajo dis-
tintas denominaciones: ordo monachorum, ordo o ecclesia contemplantium,
ecclesia spiritualis y populis ille spiritualis. El símbolo típico de la última de las
ordines es José en el Antiguo Testamento y Juan evangelista en el Nuevo, al re-
presentar al Espíritu Santo es una orden septenaria con relación a los siete do-
nes del Espíritu81.
De acuerdo con la concepción trinitaria de la historia, la tercera orden,
al igual que el Espíritu procede del Padre y del Hijo, debe proceder de dos
82. Ibidem.
83. Ibidem (138).
84. Ibidem (139), cita Expositio, fols. 141v-143r.
85. Expositio, fols. 141v-143r, citada en latín por Reeves (1993: 139). Según esta autora en
el margen del ejemplar en el que trabaja, un lector posterior, «excitado por la emocionante idea»,
escribe con rotundidad: «Clerus consumabitur».
romanos tipificados en José y Salomón aun gobernarán «de costa a costa». Se-
gún se desprende de los escritos de Joaquín, así como de la «Dispositio Novi
Ordinis pertinens ad tertium statum ad instar supernae Ierusalem», inserta
en el Liber figurarum, el ordo contemplantium no estaría compuesto exclusiva-
mente de eremitas ermitaños practicantes de lo que para él era la forma de vida
suprema, sino que será una orden con varias divisiones que incluirá «el sol, la
luna y las estrellas», es decir, anacoretas, cenobitas y monjes que viven en cel-
das separadas.
Reeves, en relación al Liber concordiae, se detiene en un problema plan-
teado por Joaquín que para los propósitos aquí buscados será fundamental,
pues tiene que ver con la sevillana Congregación de la Granada –objeto prin-
cipal de este trabajo–, que se piensa y se entiende a sí misma como una especie
de ordo binario final, de última religión del mundo, en cuyo ambiente espiritual
e ideológico-apocalíptico, claramente joaquinita, se educarán personajes claves
para nuestros propósitos como Francisco Pacheco, Diego Velázquez y Gaspar
de Guzmán, Conde Duque de Olivares; pero también los escultores Juan Bau-
tista Vázquez, el Viejo y Juan Martínez Montañés; el pintor Vasco Pereira; los
poetas Miguel Cid; Francisco Rioja y Francisco de Calatayud; los clérigos Ro-
drigo Álvarez, S.I., Hernando de Mata, Bernardo de Toro, Mateo Vázquez de
Leca, Juan de Fonseca y Figueroa y, como veremos, muchos otros más.
Joaquín, al decir de Reeves, se preocupa por el destino del cuerpo general
del pueblo cristiano, la sociedad en su conjunto. Como se verá, entre las condi-
ciones previas al advenimiento de la Edad del Espíritu se hallaba la conversión
de gentiles y judíos, una conversión no a la Iglesia institucional romana sino
a una nueva forma de entender la verdad revelada, a una intelligentia spiritua-
lis de las Escrituras que proporcionaría a la sociedad humana el conocimiento
pleno de la verdad de todas las cosas86.
Para que esta universalización del conocimiento tenga lugar se tiene que
dar un tiempo de transición, un Interim inserto en el sexto tiempo de la Iglesia,
al final de la segunda edad joaquinita y ante la inminente llegada del tiempo
del Espíritu, en la que se verificará una gran predicación al tiempo que una
enorme tribulación procurada por el Anticristo. Dios enviará unos interme-
diarios, unos actores, praedicatores veritatis sub tempore sexto, que conducirán
a los seres humanos por el camino de la salvación, es decir, lograrán transmi-
tir la inteligencia espiritual, alternando una vida activa y contemplativa, o sea,
por el camino de la Paideia, de la educación, la verdad a toda la humanidad,
ellos serán los viri spirituales87.
Aunque Joaquín utiliza este término de viri spirituales para designar a los
miembros de la ecclesia spiritualis del tercer status, lo emplea en muchas más
ocasiones para referirse a esos intermediarios divinos utilizados para condu-
cir a la humanidad a través del desierto constituido en el Interim, esa etapa de
transición del segundo al tercer status, es decir, cuando se está consumando el
segundo e incoando el tercero. A pesar de que para Joaquín la vida suprema es
aquella que viven los contemplativos, los viri spirituales, aquellos que tienen ya
el conocimiento de la verdad en el Interim previo a la inminente Edad del Espí-
ritu, no podían obviar la necesidad que tenía la humanidad del conocimiento
de la inteligencia espiritual –intelligentia spiritualis– que, a su vez, pudiera ser-
vir para llevarlos a esa perfección identificable con la eudaimonía, la felicidad,
de ahí que el ermitaño deba sufrir por los pecados de los hombres88.
Se hacía necesario un grupo de personas que mediasen entre los más con-
templativos y los que no sabían nada, había, pues, que enseñarles por medio
de una orden dedicada a la vida activa, una actio que no debía estar reñida
con la contemplatio, puesto que si es propio del monje vivir en silencio y con-
templación también está obligado a llevar al pueblo la verdad divina89. Por
consiguiente, los viri spirituales, los seres humanos espirituales están compro-
metidos con la mediación entre la verdad y el conjunto de la masa social, una
mediación que se hace bajando y subiendo desde la vida contemplativa a la
vida activa y viceversa, De celo descendet qui de vita contemplativa descendet
ad activam90, hasta la llegada del día de la luz, la Edad del Espíritu, de la con-
templación nítida y verdadera de todas las cosas y, con ella, del descanso, sa-
bbatum, y la felicidad, eudaimonía, en todo el conjunto de la sociedad que
interactúa en el espacio vital reservado al ser humano: la tierra.
Joaquín en realidad, y esto es importante, percibe a estas dos últimas ór-
denes, duos novissimos ordines, como dos grupos de hombres, ambos viri spiri-
tuales, pero con distintas funciones. Por un lado, unos debían llevar una vida de
eremita, es decir, una vida contemplativa, contemplatio, en contacto espiritual
con la divinidad, mientras que los miembros del otro grupo de esos hombres
espirituales debían vincularse con la vida activa, actio, y dedicarse a la predica-
ción-educación, de manera que se trasladara al suelo terrícola de la masa social
la verdad ya conocida por ellos en su alto vuelo contemplativo, por lo que, en
realidad y tal como afirma Reeves, seguirían una vía intermedia de vida: con-
templativos en relación al mundo y activos si se comparaban con los eremitas91.
Estas dos órdenes finales se representan a través de elementos simbóli-
cos de la Escritura: los dos ángeles enviados a Sodoma para salvar a Lot y su
familia, dos profetas en el tiempo de Zacarías: Juan Bautista y Cristo; los dos
olivos de Zacarías y el cuervo y la paloma enviados por Noé. También son re-
presentados por figuras bíblicas: Moisés y Elías, así como Elías y Eliseo cuya
función típica se ejercerá, como veremos, en los líderes apocalípticos sevilla-
nos relacionados con la Congregación de la Granada. En el Liber concordiae
son descritas como dos órdenes, una de laicos y otra de clérigos que Joaquín
distingue de los monjes: «dos últimas órdenes, una de laicos y otra de clérigos
que viven bajo una regla, no según la perfección de los monjes, sino según la
institución cristiana, en conformidad con los hechos de los Apóstoles»92.
Pero Joaquín es aun más elocuente en su descripción de la profecía de las
nuevas órdenes en la Expositio in Apocalypsim93. Cuando comenta Ap 14, 14-
20, el monje calabrés adjudica una función típica de sus dos órdenes tanto al
«uno como Hijo de hombre» que se presenta sentado en una nube blanca con
una corona de oro y en la mano una hoz afilada, como al Ángel que sale del
Santuario del cielo, quien también portaba una hoz afilada. El abad de Fiore
asimila al semejante al hijo del Hombre a la orden de los justos que son perfec-
tos, desprecian el egoísmo mundano, imitan la vida del hijo del Hombre, pre-
dican el evangelio del reino y recogen la última cosecha del Señor: «el que era
como el hijo del hombre ha de entenderse como la orden futura de hombres
perfectos que guardan la forma de vida de Cristo y de los Apóstoles». Por otro
lado, el Ángel que sale del templo del cielo está fuera de él porque, a pesar de su
vida contemplativa, tal como demuestra el hecho de salir del templo del cielo,
sigue adelante en la enseñanza de los que están implicados en los negocios te-
rrenales quienes «reciben de ellos advertencias y pías conversaciones y ejem-
plos de perfección». Para Joaquín el ángel que ha salido del templo del cielo
«representa aquellos ermitaños que imitan la vida de los ángeles». Joaquín in-
siste en su profecía acerca de la misión educadora de la última orden de todos
los tiempos ofreciendo, a su vez, nuevos elementos descriptivos:
Porque se levantará una nueva orden que parece nueva y no lo es. Vestidos
de negro y ceñidos con correa crecerán en fama y reputación. Proclamarán y de-
fenderán la fe en el espíritu de Elías hasta el fin del mundo. Será la orden de los er-
mitaños que emulan la vida de los ángeles. Su vida será un fuego ardiente en amor
y celo de Dios para consumir cardos y espinas, es decir, para consumir y extinguir
la perniciosa vida de los malvados94.
Para Joaquín la vida de estos eremitas de las últimas órdenes será «como
la lluvia que riega la superficie de la tierra en toda perfección, justicia y amor
95. Reeves (1993: 143, n. 7), cita Expositio in Apocalypsim, fols. 175v-176r.
96. Abbatis Joachim (1527: 83r-v).
97. Ibidem (83r).
98. Idem.
Por tanto, la ecclesia spiritualis que debe entrar en vigor con el adveni-
miento de la Edad del Espíritu es tipificada por Sara y María que contrastan
con Agar e Isabel. Es la ecclesia virginalis o, tal como la denomina Reeves, «la
Iglesia de la Virgen»99 de la que Joaquín reconoce «que nescit virum, que re-
quescit in silentio heremi», que no conoce varón y descansa en el silencio del
yermo100. Así lo afirma también Mottu para quien el ideal del ordo conventa-
lium de Joaquín comprende «a aquellos qui in solitudine simpliciter vivum y la
verdadera Iglesia, simbolizada por la Virgen, es aquella quae requiescit in silen-
tio heremi»101.
fue un gran definidor del estatuto ontológico humano y observó que todos los
hombres por naturaleza tienden a ver103, a saber en cuanto que ven, un saber
que les proporciona el conocimiento de la verdad, aletheía; y, además, todos
los hombres tienden a la felicidad, eudaimonía, esta salvación que, alejada de
la dogmática e ignota trascendentalidad oficial, no puede ser en otro sitio que
en la tierra, proporcionará al ser humano, siempre en la tierra y en sociedad,
esa verdad y esa felicidad, aunque para llegar a ella se necesita ese progreso
histórico que Joaquín desarrolla, ejemplifica y somete, aunque con una lectura
revolucionaria, al «orden de las cosas» en las que está inmerso, es decir, a la eli-
tista cultura eclesiástica en el poder.
Esta doctrina de los tres status y tres edades, tria aetates, se formula va-
rias veces en la obra de Joaquín, pero quizás, tal como piensa también Anto-
nio Crocco, quede expresada de una forma más completa en el capítulo 84 de
la Concordia novi ac veteris testamenti:
y yo pediré al Padre
y os dará otro Paráclito,
para que esté con vosotros para siempre.
(Jn 14, 16)
105. Crocco (1980: 206), quien cita Abbatis Joachim (1527: Lib. intr. cap. 16, 16r) «de dis-
tinctione octo partium libro Apocalypsis».
106. Ibidem. Abbatis Joachim (1527: III, 134v).
en estos días tenebrosos del sexto tiempo Dios enviará unos praedicatores veri-
tatis, que enseñarán a la humanidad el camino de la salvación, pues animados
por una profunda fe, inspirados proféticamente de las Escrituras, iluminados
por los dones del Espíritu y alternando la actio y la contemplatio, extenderán el
mensaje de paz, verdad y salvación entre los hombres. Tal como piensa Crocco
no es difícil identificar a Joaquín y, como veremos, a muchos de sus seguidores
en el tiempo –como los cabezas de la Congregación de la Granada– con el ex-
traordinario líder de estos predicadores de la verdad, los miembros de las dos
últimas órdenes del mundo, es decir, los viri spirituales.
La hermenéutica de Joaquín, su continua exégesis bíblica aplicando la
fórmula de la concordia entre los dos Testamentos, y mediante el ciclo de las
generaciones, todas de treinta años, en las que dividió la segunda edad, le per-
mitió establecer que la nova aetas tendría lugar en la cuadragésima segunda
generación, o sea en 1260, aunque en no pocas ocasiones se mostró dudoso en
fijar un momento concreto. Lo que sí estableció Joaquín, en lo que sin duda
resulta más interesante, son las condiciones previas para que se diera el adve-
nimiento de su Edad del Espíritu, condiciones que se traducen en cuatro gran-
des acontecimientos históricos: el solemne retorno de los griegos ortodoxos a
la unidad de la Iglesia de Cristo107; la conversión del pueblo judío108; la conver-
sión de los gentiles109; y, por último, una gran persecución contra la «nueva Je-
rusalén» por parte de la «nova Babylon»110.
A finales del segundo status, en el Interim entre la edad del Hijo y del Espíritu,
en la que se ubicaba Joaquín y todo apocalíptico seguidor suyo que se precie,
ante la inminencia del advenimiento de la Edad del Espíritu, se produciría un
hecho fundamental en la historia: la aparición de un «nouus dux de babylone
vniversalis scilicet pontifex noue hierusalem, hoc est sancte matris ecclesie»111.
Por lo tanto, se elevará un nuevo caudillo, novus dux, que será un pontífice uni-
versal de la Nueva Jerusalén, la Santa Madre Iglesia, que deberá ser entendida,
107. Ibidem, 210, cita el Tractatus super quatuor evangelia, ed. Buonaiuti, pág. 140: «…Co-
llecto prius populo Grecorum ad unitatem Ecclesiae… prope faciet Dominus visionem pacis, et
erumpentibus tam apertis signis, vicina ese credetur manifestatio regni Dei».
108. Ibidem, 211, cita el Liber concordiae, lib. V, cap. 84, fol. 112v.: «… in tempore isto,
in quo agitur quadragesima generatio, oportet auferri velamen litterae a cordibus multorum,
quatenus et rebellis hactenus Judaeorum populus, ablato velamine cordis sui, convertatur ad
Deum». Véase también el Liber concordiae, lib. IV, cap. 40, fol. 60v.
109. Ibidem. Cita Abbatis Joachim (1930: 18): «… populi gentilis conversio»; Ibidem
(19 y 302).
110. Ibidem (211).
111. Abbatis Joachim (1519: 56r).
como hemos visto, como la ecclesia virginalis, la que no conoce varón y duerme
en el silencio del yermo. Este novus dux, según Joaquín, está tipificado en el
ángel de Ap 7, 2 «vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios
vivo». El abad afirma de este personaje que «ascendet autem non gressu pedum
aut immutatione locorum, sed quia dabitur ei plena libertas ad innovandam
christianam religionem»; es decir, deberá entenderse que la elevación de ese no-
vus dux al tiempo que pontifex novae Jerusalem, no es material ni topológica,
sino que significará el uso y goce de plena libertad para la renovatio mundi, es
decir, la sociedad humana112.
La innovación expresada se corresponde con el sentido finalista y progre-
sivo de la historia de Joaquín y, por tanto, con el diseño divino de la misma, ha-
bía que consumar lo que era viejo y estatuir lo nuevo, tal como Joaquín afirma
en los Tractatus: «Cum Deus omnipotens vult consummare vetera, ut statuan-
tur nova»113, Dios todopoderoso quiere terminar lo viejo y establecer lo nuevo.
No se trata de una reformatio evangelicae vitae, en todo caso, tal como afirma
Potestà al introducir el trabajo de Mottu en su traducción italiana, se alude a
una restitutio como revolutio, una restitución de los ideales cristianos como
una revolución, aunque esta signifique un nuevo despliegue de la iniciativa di-
vina por medio del Espíritu114.
En términos de revolución se han expresado fundamentalmente los histo-
riadores y teólogos alemanes, como Benz o Grundmann junto con el italiano
Buonaiuti. Para ellos la mutatio status ecclesiae a la que se refiere Joaquín en
la Expositio in Apocalypsim, significa la clausura de la institución eclesiástica
correspondiente al segundo status. En consecuencia, la ecclesia Petrina debe
comprender que su tiempo se ha cumplido a favor de la ecclesia spiritualis,
ecclesia virginalis o ecclesia Johannis, por lo que debe verificarse la mutación
radical de las estructuras institucionales de la Iglesia en el sentido que lo afir-
maba Ernst Benz: «la disolución de la Iglesia católica papal, sustituida por la
Iglesia espiritual, sin papa, sin posesiones y sin sacramentos»115. Una idea que,
en buena medida, sería transmitida en el tiempo por los seguidores joaquini-
tas, especialmente los franciscanos espirituales.
112. Crocco (1980: 212), cita el Liber concordiae, IV, cap. 31, fol. 56r.
113. Abbatis Joachim (1930: 49).
114. Mottu (1983: 5).
115. Citado por Crocco (1980: 213).
116. Cohn (1989: 21). Para un resumen acerca de la leyenda del último emperador del
mundo, basado en gran medida en la edición de 1979 de Visions of the End de McGinn, vid. Tan-
ner (1993: 120-124).
117. Ibidem (22).
En efecto, algunos de nuestros doctores dicen que un rey de los francos será
soberano de todo el imperio, y esto será al fin de los tiempos, y él será el más
grande y el último de todos los reyes. Este, después de gobernar su reino feliz-
mente, finalmente irá a Jerusalén y en el Monte de los Olivos pondrá el cetro y la
corona. Allí será el fin y la consumación del imperio cristiano y de los romanos122.
118. 1 Jn 2, 18: «Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues
bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es ya la última hora».
119. Mt 24, 23-24: «Entonces, si alguno os dice: “Mirad, el Cristo está aquí o allí”, no lo
creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, ca-
paces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos».
120. Adso (1976).
121. Para los orígenes y la historia de la profecía del último emperador del mundo vid.
Alexander (1985).
122. Rusconi (1999: 50).
difundidas por Europa en la Edad Media. En ella se recogen los sueños de Ti-
burtina, una de las profetisas paganas conocidas como sibilas123. La Sibila, por
medio de la interpretación de los sueños, predice el declive de la humanidad
y el final apocalíptico, ocurriendo todo ello en el transcurso de nueve genera-
ciones. Escrito originalmente en griego bajo el reinado de Teodosio, entre el
378-390, sus raíces se hallan en la parte oriental del Imperio Romano124. En
principio la Sibila Tiburtina recoge una lista de gobernantes que jugaron un
papel relevante en los acontecimientos que condujeron a ese declive y fin del
mundo. A medida que discurrían los siglos, se fueron incorporando nuevos
reyes y emperadores de cada tiempo presente, de manera que la Sibila terminó
por reflejar el papel que jugarían los gobernantes contemporáneos en el drama
final del Apocalipsis. La historiografía ha destacado que los aspectos políticos
de la Sibila Tiburtina explican la popularidad alcanzada125.
Ya Varrón –116-127 a. C.– describió a las Sibilas transmitiéndose su in-
formación por medio de Lactancio –c. 300–, Isidoro de Sevilla –c.556-636– y
Rábano Mauro –780-856–126. La Sibila Tiburtina fue llamada a Roma ante el
emperador Trajano para interpretar el sueño que cien senadores tuvieron en la
misma noche. En ese sueño aparecen nueve soles, cada uno más manchado de
sangre que el anterior. La Sibila, desde el Aventino, explica que los nueve soles
representan nueve generaciones o edades y que el aumento del sangrado obe-
dece a la constante degeneración de la humanidad. Aunque se pasa de soslayo
por las tres primeras generaciones, se detiene en la cuarta, en la que nacerá
Cristo con lo que reduce de forma temporal el deterioro de la humanidad. La
Sibila detalla abundantes datos cristológicos. Las generaciones siguientes son
tratadas muy suavemente, a la Sibila le interesa más la novena generación. En
este último tiempo la tierra será asolada por guerras entre los reyes de Siria y
Egipto y el mundo finalmente se acabará.
Tiburtina describe muy gráficamente el proceso de decadencia moral y
política que precede a la llegada del último emperador del mundo quien bajo
el título de Rex Romanorum et Grecorum, vencerá a los paganos, destruirá sus
123. Para la relación entre la Sibila Tiburtina y el último emperador vid. Shoemaker
(2015: 218-244).
124. El original griego está perdido, pero se conserva un texto griego del siglo VI es-
tudiado por Alexander (1967), citado por Holdenried (2006: XVII ss.). Según esta autora la
traducción del griego al latín, aunque incierta debió ocurrir, a más tardar, en el reinado del em-
perador Otón III (996-1002). Para ella la enorme popularidad alcanzada por esta profecía en la
Europa medieval occidental se demuestra por el gran número de manuscritos que han sobrevi-
vido que van de mediados del siglo XI al siglo XVI. Ver también Reeves (1993: 299-300).
125. Para Anke Holdenried esto no es estrictamente así, para esta autora la Sibila Ti-
burtina, que a menudo fue acompañada en los manuscritos conservados con el De Ortu et
Tempore Antichristi de Adso, tenía en muchas ocasiones fines didácticos. Su obra citada está
dedicada a demostrarlo.
126. Holdenried (2006: XIX ss.); Sackur (1898: 177-187).
131. «et sedebit terra in pace et erit pax et tranquilitas magna super terra qualis nondum
esset facta, sed neque fiet similis illa eo quod novissima est et in fine saeculorum». Sackur (1898:
90-91), citado por Reeves (1993: 300).
132. Cohn (1989: 31).
133. Reeves (1993: 302). A pesar de que a continuación Reeves adjudica a Joaquín un pe-
simismo ortodoxo, además de un reconocimiento del deterioro de la sociedad humana que solo
un «tercer acto de Dios» en la historia pudo contener y salvar, hay que recordar que este último
acto divino, por muy divino que sea, tiene como protagonista a los hombres, los viri spiritua-
les, que extenderían la Paideia, el conocimiento de la verdad –que se puede traducir en la ver-
dad ontológica de la esencialidad del ser humano– hasta lograr una sublime realización como
sería la cultura global.
134. Reeves (1993: 304).
a otra superior»137. La famosa frase del Liber concordiae (fol. 56r), es muy sig-
nificativa y en ella se apoyan muchos autores para establecer ese futuro de la
institución eclesiástica. Si en la cuadragésimo segunda generación a partir de
Jacob, Zorobabel regresó de Babilonia y reconstruyó el templo, en el nuevo
cómputo de las cuarenta y dos generaciones, en la siguiente de la tribulación
general, separado el trigo de la cizaña, ascendet quasi novus dux de Babylone
universalis scilicet pontifex nove Hierusalem.
Por tanto, un nuevo gobernante que es, además de novus dux, el pontífice
de la Nueva Jerusalén, es también un sacerdote. Tanto judíos como gentiles ter-
minarán por incorporarse a la nueva Iglesia espiritual de la que es figura tipoló-
gica José, quien triunfa sobre sus hermanos y sobre los egipcios. En ese pueblo
santo simbolizado por José sobresaldrá el romano pontífice que quedará tipifi-
cado por Mardoqueo, Judas Macabeo y por el arcángel Miguel, princeps mag-
nus. La reducción de todas las iglesias a la romana, en el final de los tiempos,
hace pensar que Joaquín la coloca a la cabeza de esa Iglesia de los santos138.
Pero independientemente de que el abad de Fiore pensara esto, no to-
dos sus seguidores lo creyeron así. Los autores de las obras pseudojoaquini-
tas atacan despiadadamente a la jerarquía eclesiástica y a la propia institución,
denuncian su corrupción y su apuesta por los valores mundanos139. Es aquí
donde empieza a desarrollarse la idea de la claudicación de la institución al fi-
nal de los tiempos, se pone el énfasis en las dos órdenes finales de viri spiri-
tuales y su papel como agentes de conversión de gentiles, griegos y judíos. Sin
embargo, según Reeves, ya en el siglo XIII, aunque con reminiscencias al pro-
pio tiempo de Joaquín, se alude por parte de Roger Bacon al papa angélico en
el sentido de protagonista del final de la historia en orden al programa ecumé-
nico dispuesto por Joaquín para los últimos tiempos140.
Existe la posibilidad, tal como afirma Reeves, de que el desarrollo concep-
tual de la figura del papa angélico se viese beneficiado de su contrafigura, el úl-
timo emperador del mundo, el propio Bacon termina su relato con una frase
que siempre se le ha adjudicado a ambas figuras, el et fiet unum ovile et unus
pastor de Jn 10, 16. Sin embargo, el programa ecuménico implícito pronto ins-
piró, sobre todo a los reacios italianos, la posibilidad de una alianza de ambas
figuras cuando no, como se ha visto, la unión en una de ellas de las dos propie-
dades de los dos históricos grandes poderes universales de manera que se con-
cretara en un rex et sacerdos. Ni que decir tiene que la Monarquía habsbúrgica
estará muy cerca de este pensamiento141.
142. Reeves (1993: 293-392; 404). Sobre este «joaquinismo francés» en orden a un último
emperador del mundo de Francia, ver la tercera parte de esta obra.
143. Ibidem (408).
Parece que el culto a los Siete Arcángeles tiene su origen en el consejo ce-
leste del sistema de la religión zoroástrica formado por siete miembros que
se presentan de pie delante del esplendor divino, entre los que destaca su lí-
der Ahura Mazda156. Se ha querido ver aquí el origen de los Siete Arcánge-
les de la tradición judeocristiana con su líder Miguel. La vía de influencia en
la angelología judaica debió ser Babilonia en el periodo del exilio del pueblo
hebreo. Entre los exilados se encontró Ezequiel quien se refiere a estos siete
personajes en Ez 9, 2-6 cuando se llevará a cabo el castigo de los idólatras de
la ciudad santa:
156. González Estévez (2014: 42). Se han conservado los nombres de estos siete persona-
jes, así como los epítetos y calificativos a ellos asignados. Agradecemos a la profesora González
Estévez la consulta de esta interesante tesis.
157. Así lo sugiere Dix (1927: 233-250), citado por González Estévez (2014: 43).
158. Díez Macho (1984: IV, 56-57), citado por González Estévez (2014: 44).
163. Weill (1987: 65-67), citado por González Estévez (2014: 66, n. 3). Vid. Marías (1987:
31-36), en el que se analiza la correspondencia de Fernando el Católico relativa a la construc-
ción del monasterio de los amadeitas.
164. Lucas Waddingus, Annales Minorum, ad a. 1482, nr. XXXIX, vol. XIV, Ad Claras
Aquas, 1933, págs. 371-372, citado por Morisi Guerra (1970: 10, n. 20).
165. Suárez Quevedo (2003: 307-335); Marías (1987: 7-67); Minnich (1992: 111-120);
Cantatori (2007: 29-38); Arciniega García (2014: 128-159).
166. Sobre la enrevesada historia del manuscrito hológrafo y de sus posteriores copias y
vicisitudes puede verse a Vasoli (1988: esp. 211-229). Para el ambiente escatológico y profético
de la Italia de la época pueden verse los trabajos de Rusconi (1999). Para el exclusivo ambiente
romano ver Reeves (1985). Asimismo, para la circulación del medio preferido, el manuscrito,
Rusconi (1988: 441-472).
167. Morisi Guerra (1970: 25 y passim).
Nuestro Dios quiere una vez más tener piedad con la raza humana, para pur-
gar el mundo de todos los errores, llevará a todos los hombres de nuevo al seno
de la verdad y nombrará sobre su Iglesia un pastor que Él mismo elegirá, para que
pueda alimentar a sus ovejas y alimentar a su pueblo en la justicia y la verdad. Y
Él quiere compartir estos sus secretos contigo: Él ordena que las cosas futuras que
no ves sino en la carne, ahora podrás verlas en el espíritu y encontrarás consuelo,
alegrando tu alma por sus muchos trabajos y aspiraciones. Y, para que puedas
asistir con diligencia, y guardar estas cosas en tu corazón; escribirlas, mantener-
las y custodiarlas. No [las] mostrarás a nadie hasta que Dios envíe al hombre que
abrirá el libro que has escrito en el tiempo que Dios quiera. Y porque Dios quiere
que muchas [materias] vanas y superfluas sean extirpadas de su fe y que las cosas
que deben ser creídas se crean pura y simplemente, me ha enviado a ti para ense-
ñarte los varios misterios de la fe, y hará que se escriban. Yo he preparado quien,
al oír todas las cosas como si fuera de la boca, va a escribirlas abajo: en cuyo
tiempo [todas las cosas] serán allanadas y el Pastor, quien solo Dios sabe, publi-
cará a todos. Pero, cuidado, no sea que digas o muestres estas cosas a nadie, por-
que es la voluntad de Dios que, en su tiempo, por lo que Él mismo quiere, estas
cosas os serán reveladas a los hombres171.
Tanto este prólogo del primer rapto, como la descripción del primer éx-
tasis de Amadeo:
Miré hacia arriba y vi una escalera cuya cima parecía tocar el cielo y Cristo el
Señor descansó en la escalera con una diadema brillante y había un escrito que de-
cía: Una vez más, vendré a ti y se alegrará vuestro corazón y nadie quitará vuestro
gozo. En otra parte de la escalera estaba escrito: Él aparecerá y no mentirá; si parece
que se queda, esperarlo, porque Él vendrá. Y vi a la Reina, su Madre, apoyada por
el rey, de cuya boca salía este escrito: Has tenido piedad de nuestra raza, acelera, no
tardará. Y otra escritura se dirige a la multitud de gente que dice: No se turbe vuestro
corazón, alzad vuestras cabezas, porque he aquí, vuestra redención está cerca.
171. Morisi Guerra (1970: 30) quien sigue el Mss. Vat. Lat. 3825. La cita es del Rapto 1,
fols. Ir-v.
172. Navarro (1982: 42-46).
173. González Estévez (2014: 84). Las citas del Apocalypsis nova de esta autora correspon-
den al manuscrito H-III-1 de la Biblioteca del monasterio de El Escorial.
174. Ibidem (75, Rapto 2, fols. 7v-8r).
vinculación la necesidad de que la majestad terrena fuese atendida por los go-
bernadores planetarios de la divina.
Esta analogía entre las jerarquías celeste y terrena quedó expresada en la
carta que la Confraternidad envió a Carlos V el 13 de marzo de 1524 solici-
tando su aprobación. Al mismo tiempo se requería la protección del papa Cle-
mente VII, por lo que González Estévez ve aquí una voluntad de implicar en
la devoción a los Siete Arcángeles a los dos poderes universales, así como un
flujo recíproco entre el escatologismo papal marcado por el papa angelicus y el
imperial que impulsó a Carlos V a asumir el papel del emperador de los últi-
mos tiempos «siguiendo las revelaciones amadeitas»178. También observa esta
vinculación Carmen Salvo para quien la milagrosa pintura de los arcángeles
fue desde ese momento ligada a la figura del Habsburgo y a la defensa de su
imagen y su papel imperial179.
El virrey Pignatelli también entró en contacto con otro calabrés famoso,
del que algo más adelante me ocuparé, me refiero al apocalíptico-visionario
y eremita joaquinita calabrés Francisco de Paula. Este profetizó a Pignatelli
que llegaría a ser virrey durante dieciocho años en Sicilia; al mismo tiempo,
el santo le pidió al virrey la erección de un convento de su orden que, bajo
el título de Sette Angioli, acogería a siete religiosas mínimas de Francisco
de Paula180. En este convento Pignatelli encargó al artista Vicenzo da Pa-
vía un retablo con la iconografía de los Siete Arcángeles, relacionados con el
fresco del descubrimiento, al que se incorporaba una novedad, la presencia
de la Inmaculada Concepción, vinculando así los Siete Arcángeles a la Vir-
gen Inmaculada.
En 1535 el propio Carlos V, en su visita a Palermo, tendría la oportuni-
dad de contemplar el fresco con los Siete Arcángeles que, muerto ya Pignatelli,
sería presentado por el propio Bellorusso. Allí recibió el emperador insignias
relativas a los Arcángeles «llenas de misterio arcano», así como las oraciones
relativas a los mismos181. La devoción a los Siete Arcángeles calaría profunda-
mente en el emperador y su descendencia como se demuestra con las pintu-
ras de los Siete Arcángeles de Palermo que se encuentran en los monasterios
vinculados a la Monarquía en la corte madrileña, tales como las Descalzas
Reales o el de la Encarnación. En el primero todavía es más evidente esta rela-
ción cuando en la escalera se observa la pintura al fresco que representa a Fe-
lipe IV y su familia ante la serie de los Siete Arcángeles.
Con relación a esta introducción del culto arcangélico en la corte, Ma-
rio Ávila ha destacado el papel jugado por el carmelita Jerónimo Gracián de
178. Ibidem (139). La autora se apoya y sigue aquí a Anna Morisi y Marjorie Reeves.
179. Salvo (2004: 173), citado por González Estévez (2018: 139).
180. Ibidem (140).
181. Ibidem (143).
No cabe duda de uno de los temas que más coadyuvó a la fama del misterioso
libro de Amadeo será el de la devoción a María y, más concretamente, a la
Inmaculada Concepción que es el tema central de la Apocalypsis nova. En Es-
paña publicitará esta sección de la obra amadeita el franciscano Pedro de Alva
y Astorga quien da cuenta de hasta cinco manuscritos y publica todo lo rela-
tivo a la mariología amadeita desarrollada, casi en su totalidad, en los raptos
cuarto, quinto y octavo, en los que incluye una nota preliminar del franciscano
Pedro de Alcántara188.
En el Rapto cuarto Amadeo realiza una pregunta a Gabriel: «En cuanto a
la controversia que hoy genera mucho escándalo, le pido que resuelva si la Ma-
dre de nuestro Señor Jesucristo habrá tenido o contraído el pecado»189. María
sin estar exenta de las leyes de la naturaleza estuvo desde su concepción en un
especial estado de gracia. Fue concebida con la ayuda de los ángeles y posee to-
dos los dones que perdió Adán. Entre la lista de verdades que el Pastor Ange-
licus tendría que promulgar se encontraba la concepción admirable de María
la Madre de Dios así como su Asunción corporal a los cielos: «de conceptione
admirabilis matris Dei Mariae; de assumptione eiusdem virginis, et quod nu-
llus est ibi in corpore praeter Christum et matrem eius Mariam»190. Por tanto,
la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María se anto-
jaba, entre otros, como conditio sine qua non para la verificación del ansiado
187. Abbatis Joachim (1519: lib. V, fol. 70a), citado por Morisi Guerra (1970: 15, n. 31-32).
188. Alva Astorga (1648: I, 658-727).
189. Raptus 4, fol. 32r. Morisi Guerra (1970: 38).
190. Raptus 4, fols. 29v-31v. Ibidem (17).
pecado: «nunquam fuisse filiam irae, nunquam fuisse in aliquo peccato macu-
latam, nunquam, neque dum existeret, neque antequam existeret»194.
Pero Gabriel, y con él todo el Septenario Arcangélico, verificaba con firmeza
más creencias lanzando así, a los oídos del mundo, recordemos un mundo
nuevo que se iniciaría con el Pastor Angelicus, nuevas profesiones de fe ma-
riológica. La doctrina transmitida por Gabriel aseguraba que el alma de Ma-
ría fue creada con todas las ciencias semejante a los propios ángeles, «sicut &
nos Angelos». De todo ello tuvieron conocimiento desde el principio, aunque
el más famoso de estos conocimientos angélicos acerca de María fue que Dios
la amaba más que a los propios ángeles: «habuit, & eam eo clariorem, quo Deus
ipsam plusquam nos Angelos diligebat». Gabriel creía firmemente en el cono-
cimiento que María tenía de todas las lenguas de las naciones, letras, artes li-
berales y no liberales, así como de las ciencias especulativas y prácticas tanto
activas como pasivas.
María, por tanto, y esto es muy importante para comprender la actio de la
Congregación de la Granada, como figura tipológica de la humanidad, de toda
la sociedad global, sobre todo de la que quedaría conformada tras el adveni-
miento de la Edad del Espíritu, estaba dotada de la intelligentia spiritualis, es
decir, del conocimiento absoluto de la Aletheia universal. Gabriel igualmente
creía con firmeza que a María le fue concedida una mayor gracia, una gra-
cia tal como la que ningún hombre ni siquiera ángel estuvo jamás dotado; por
ende, estaba adornada de todas las virtudes, sobre todo tras la existencia de su
hijo. Más aún, tuvo muchas de las virtudes de su propio hijo, como la fe y la es-
peranza que se demostraba en el propio Cristo, y desde el principio codició la
beatitud. Gabriel creyó, y así lo transmitía al mundo por medio de Amadeo,
en la perfección armónica del cuerpo de María, cuerpo al que Dios quiso glo-
rificar de tal modo que su perfección no fuese obstáculo para vivir una vida
humana. Fue la más bella y la mejor dispuesta de todas las mujeres, «fuit pul-
cherrima mulierum, & in omnibus oprimem disposita».
El arcángel anunciador repasa la vida de María, su propio saludo con el fiat
y la encarnación divina. Ella ocupó todos los estados humanos: soltera, casada,
al mismo tiempo que virgen, madre y, finalmente, viuda. Gabriel alude a la ke-
nosis, Cristo descendió del cielo y asumió la carne «y se despojó a sí mismo, y
se humilló», luego ascendió, «subió en el cuerpo que asumió», en el cuadragé-
simo día de su resurrección. El arcángel, así lo expresa Amadeo, hace referen-
cia a José, esposo de María, del que revela datos desconocidos. Vivió hasta el
bautismo de Cristo, murió con setenta y seis años. José cuidó por tanto de Ma-
ría y se merece un lugar destacado entre los santos padres, como demuestra el
lugar central en el que se ubica en el lienzo citado del Pseudobramantino, no
solo entre Adán, Set, Abel y Noé, sino también de Abrahán, Moisés y David,
todos ellos le rinden homenaje.
La exaltación que en el Rapto octavo del Apocalypsis nova se hace de Ma-
ría llega a su punto más álgido cuando, tras su Asunción al cielo, su imagen
terrenal representada por el arte adquiere una dimensión sacramental equipa-
rándose al mismo sacramento católico. Si María es el tipo de la ecclesia spiri-
tualis del tercer status joaquinita, cuyo fruto es una sociedad humana dotada
de todas sus virtudes en la Edad del Espíritu, estamos, llegada esa hora de la
felicidad terrícola global, ante el momento cumbre de la deificación. María
advierte que su hijo Jesús se ha dejado a sí mismo, hasta la consumación del
mundo, en el sacramento. Tras ello, se despide de los discípulos y les anuncia
un hecho fundamental que en cierto modo justifica el culto católico a las imá-
genes de la Virgen:
Hago saber que, por la gracia de mi Señor Jesucristo, también yo estaré cor-
poralmente con vosotros hasta el fin del mundo, no de hecho en el Sacramento,
que esto no es lícito, sino en imágenes pintadas y esculpidas. Ahora sabréis que
ciertamente estoy presente en esa imagen195.
Para David Keck el siglo de Joaquín de Fiore, a caballo entre el XII y el XIII, fue
una época en que la sociedad en su conjunto, y la intelectualidad en particu-
lar, se dirigió hacia el Apocalipsis y las figuras que pululan por este enigmá-
tico último libro de la Biblia. Fue una época de grandes cambios, de reformas,
de nuevas prácticas económicas, de tensión entre los dos grandes poderes uni-
versales y, por supuesto, de expectativas, como las del último emperador del
mundo o la del papa angélico que, en definitiva, reflejaban anhelos de cambio
y esperanzas de transformación en el orden cósmico que se traducían en re-
ferencias al milenarismo, es decir, a cambios profundos en una dirección de
195. Alva y Astorga (1648: I, 721): «Dixit ergo: Notum Facio vobis, quod gratia Domini
mei Iesv Christi etiam ego corpore ero vobiscum vsque ad consummationem seculi, non qui-
dem in Sacramento, quia id nec licet, sed in imaginibus pictis, & sculptis. Et nunc scietis: quod
ego sum praesens illi imagini tunc certe, quoando ibi miracula fieri videbitis».
196. Sobre el octavo Rapto del Apocalipsis nova de Amadeo, el poder taumatúrgico de las
imágenes y la real presencia de la Virgen en las mismas, sobre todo de aquellas que destacan por
la realización de milagros, y en concreto de la Virgen de Guadalupe de México, véase Brading
(2003: 238-271) y Brading (2002).
Tal como ha afirmado Marjorie Reeves, el elemento esencial del programa joa-
quinita relativo al papel que agentes humanos debían desempeñar en la última
edad, inspiró a arrogarse el papel de los viri spirituales cuando no el de novus
dux que dirigiría a las huestes humanas contra las terribles del Anticristo en
una guerra escatológica que tendría como resultado final el advenimiento de
la Edad del Espíritu201. Reeves señala como ejemplos de depositarios de estas
ideas a los terciarios franciscanos, los beguinos, en la Provenza y Cataluña, así
como a los fraticelli de la Toscana y la Umbría que finalmente terminaron en
Sicilia202. Muy cerca de allí, en Calabria, patria de Joaquín de Fiore, un devoto
de Francisco de Asís, tras su vuelta de una peregrinación a los lugares relacio-
nados con el santo, tomó la decisión de vivir una vida eremita, que como sa-
bemos es el tipo ideal de vida joaquinita en la Edad del Espíritu, y, finalmente,
fundó una nueva orden religiosa, la Orden de los Mínimos.
El conocimiento de la inclusión del eremita calabrés Francisco de Paula
como eslabón genealógico fundamental, entre otros, para la penetración de
ciertas ideas más o menos joaquinitas en Sevilla se debe fundamentalmente
a un documento de los profético-apocalípticos sevillanos que así lo expresa.
El 21 de noviembre de 1615, el clérigo secular Bernardo de Toro, líder espi-
ritual de este grupo, entregaba en Madrid al inquisidor general, el arzobispo
de Toledo don Bernardo de Sandoval y Rojas, un memorial alusivo a las raí-
ces genealógicas de la especial espiritualidad instalada en la sevillana Con-
gregación de la Granada, mediante el cual se establecía, según el citado líder,
su: «espiritual genealogía, que trae su origen y principio desde S. Francisco
de Paula»203. Más adelante tendremos ocasión de abundar en el contenido de
este memorial.
[…] desseó Abraham y Sarra hijos, y en su vejez le fue concedido Isaac, desseó
Ioachim y Ana hijos, y fueles concedida María Virgen, causa de nuestra eterna
salud; dessearon Zacharias, y Isabel hijos y dioseles a Iuan Baptista, Plusquan
Profeta; Vos y vuestra consorte desseais también hijos, y serán concedidos, por-
que de razón os toca el tenerlos, y porque el gran Dios os ha concedido mucho
mayor gracia que se puede dar a los Santos […] vuestra Santa generación será
marauillosa sobre la tierra, entre la qual tendrá vno de vuestros descendientes
que será como el Sol entre las estrellas. El tal hombre será en su puericia y ado-
lescencia casi santo, mas en su juuentud será gran pecador, después se conuertirá
todo a Dios y hará gran penitencia, y seranle perdonados todos los pecados, y tor-
nará a ser Santo. Será gran Capitán y Príncipe de gente Santa, llamada los Santos
Crucifijos de IeSu Christo, con los quales deshará la Seta de Mahoma con todo
el resto de los infieles, aniquilará todas las heregías y tiranías del mundo: refor-
mará la Iglesia de Dios con sus sequaces, los quales serán los mejores hombres del
mundo, en Santidad, en armas, en letras, y en toda otra virtud, que tal es la volun-
tad del altissimo; tendrá el dominio de todo el mundo, temporal y espiritual, y re-
girán la Iglesia de Dios: In Sempiterna saecula saeculorum amen207.
Por lo que se puede entender, parece que se produce por parte de Fran-
cisco de Paula una lectura muy especial de la profecía de Joaquín de Fiore.
Como tuvimos ocasión de ver, para Fiore María la Virgen era el tipo o símbolo
anagógico de la nueva ecclesia spiritualis que surgiría al final del segundo sta-
tus joaquinita y cuyo fruto sería Jesús en forma de Niño que designaría tipo-
lógicamente a la Edad del Espíritu. Por consiguiente, se trataba del nacimiento
simbólico de un Niño que representaba al tercer status, a una nueva sociedad
dotada ya de la intelligentia spiritualis y constituida en el reino mesiánico en la
tierra. Sin embargo, ahora Paula podía interpretar este nacimiento como real
de manera que otorga a ese niño real, descendiente de un alto oficial de la casa
real de Aragón, un protagonismo excepcional en el desarrollo bélico-escato-
lógico de los últimos días y en el advenimiento de un nuevo tiempo de felici-
dad global en la tierra.
Al mismo tiempo, Paula establece prácticamente las características bási-
cas ya conocidas del novus dux o líder religioso profetizado por Joaquín de
Fiore, pero también las del último emperador del mundo que encabezaría la
gente santa, culta, virtuosa y de guerra que derrotarían, en la batalla cósmica
final, a las huestes del Anticristo. Paula constituye también un desarrollo bio-
gráfico del personaje que, como un topos clásico, se repetirá en todo aquel que
se postule como tal: una juventud licenciosa, la conversión en la madurez y lle-
gada a la santidad encabezando las huestes del bien.
Al mismo tiempo la predicción de Paula fija que un descendiente de un
alto representante de la casa real aragonesa, Simón de la Limena, señor de
Montalto, aparte de aniquilar las herejías del mundo, reformará la Iglesia como
príncipe con la ayuda de sus seguidores, «gente santa», a los que denomina
los «Santos Crucifijos de Jesucristo», de los que él será «gran Capitán y Prín-
cipe». Se trata de los milites Christi o milites Spiritus Sancti, los «Crucíferos» de
nuestro eremita, unos seguidores que destacarán en armas, en letras y, en ge-
neral, en todas las virtudes, «los mejores hombres del mundo, en Santidad, en
armas, en letras, y en toda otra virtud», que se confundirán con la anunciada
última religión del mundo que a su vez quedará estructurada en caballeros ar-
mados y anacoretas-hospitalarios. A partir de esa reforma y la victoria conse-
guida, este príncipe elegido dominaría el mundo tanto en lo temporal como
en lo espiritual.
Como se ha visto con anterioridad cuando, con la ayuda de los grandes es-
pecialistas, se establecían las características del último emperador del mundo y
del papa angélico, la profecía de Francisco de Paula alude a un capitán y prín-
cipe en el que se unen las funciones de las dos dramatis personae de los últi-
mos días del mundo. Es el novus dux, tal como Joaquín de Fiore caracterizaba
al dux Zorobabel conductor del pueblo hebreo desde el destierro babilónico
quien, al mismo tiempo, era pontifex novae Jerusalem, conductor y caudillo
de la nova religio sanctissima profetizada por Joaquín, a la que su compatriota
Paula llama «Santos Crucifijos de Jesucristo» dispuestos a llevar a cabo una re-
formatio y renovatio ecclesiae. Por tanto, el futuro descendiente de Simón de la
Limena aparece como un rex et sacerdos ungido según el orden de Melquise-
dec que, como tuvimos ocasión de ver, era el que se aplicaba el emperador ale-
mán, el Águila de dos cabezas de la casa Habsburgo.
En una carta de 21 de abril del mismo año, Paula vuelve sobre la profecía.
Ahora anuncia que el descendiente de Limena, que al mando de esos «Crucífe-
ros» luchará contra el mal, es descendiente a su vez de Santa Elena, la descubri-
dora de la verdadera cruz de Cristo, y de Constantino el Grande, el emperador
de la cruz y, a través de él, de Pipino y, por él, del español Simón de la Limena:
«O Señor Simón tal hombre será de vuestros descendientes porque vos venís
del linaje de Pipino». Por virtud divina este príncipe, «el qual traya en el pecho
la señal que vistes en el principio desta carta», es decir, una cruz, aparte de lle-
var a cabo el inexcusable programa previo a la Edad del Espíritu de aniquilar
a los tiranos, herejes e infieles, será el protagonista de la batalla apocalíptica fi-
nal: «hará grandíssimo exército, y los Ángeles combatirán con ellos, y matarán
todos los rebeldes del altíssimo»208.
En otra carta enviada a Simón de la Limena el 25 de marzo de 1460, justo
doscientos años más tarde de la fecha profetizada por Joaquín de Fiore para
la transición al tercer status y el advenimiento de la Edad del Espíritu, Paula
vuelve sobre su profecía. Exhorta a los príncipes temporales y espirituales del
mundo a que esperen «el grandíssimo açote que vendrá sobre ellos», en clara
alusión al anunciado Anticristo en forma de herejes e infieles, al que seguirá
la exitosa actuación de «los fielíssimos escogidos del altíssimo, Santos Crucí-
feros», quienes a la vista de que no podrían vencer a los herejes con las letras,
emprenderían su lucha con las armas «vencerán muchas Ciudades, Castillos,
fortalezas y villas».
En la batalla quedarían atrás un sin fin de muertos de ambos bandos, en-
tre ellos «los buenos serán martyres de IeSu Christo y los malos del Demonio».
Los infieles atacarían tanto a herejes como a católicos de manera que «mata-
rán, arruinarán y saquearán la mayor parte de la Christiandad». Sin embargo,
«del otro vando se mouerán los Santos Crucíferos», en un principio no con-
tra los cristianos sino contra los «infieles en el Paganismo» a los que arrebata-
rán sus conquistas «con muerte de infinitíssimo número de infieles». Tras ello,
habría llegado la hora de los herejes, los «Crucíferos» se volverían contra «los
malos Christianos y matarán a todos los rebeldes de IeSu Christo, y les quita-
rán todo lo temporal y espiritual … y regirán y gouernarán el mundo santa-
mente». Una vez más, Paula señalará al líder de ese ejército como descendiente
de Limena: «de vuestro linage será el fundador de tal gente santa»209. Paula no
quándo serán las Cruzes con las señales, y se verá sobre el Estandarte el Cruzifixo,
viua IeSu Christo bendito, gaudeamus omnes, nosotros que estamos en seruicio
del altíssimo porque se allega ya cerca la gran visita y reformación del mundo,
será vn ganado y vn pastor.
Sin embargo, nuestro profeta eremita aporta en esta carta dos nuevos
elementos a la profecía. En primer lugar, asegura que esta gente santa de los
«Crucíferos», constituían la última de todas las religiones, en clara alusión a la
profecía joaquinita; y, por otro lado, añade también un nuevo e interesantísimo
elemento genealógico puesto que el profetizado novus dux líder de esa nueva,
santa y última religión que es descendiente de Simón de la Limena, también
lo sería, espiritualmente, del propio Francisco de Paula. Este nuevo dato es
215. Pacheco (1983: 225-228). El papel de Elías de Rodrigo Álvarez queda fijado en el re-
trato de su discípulo, el tercer cabeza de la Congregación, Hernando de Mata, quien asume el
papel de Eliseo, vid. (229-232).
216. Potestà (2010: 376 y n. 50). Sobre el papel de Elías en los Tractatus vid. Mottu
(1983: 142-153).
217. Prunés Casterás (2006: 328, n. 95). Por otro lado, decir que la influencia en la Va-
lencia de comienzos del siglo XX de las cartas de san Francisco de Paula y sus «Crucíferos» es
bien conocida en la persona del sacerdote José Domingo Corbató Chillida (1862-1913), vid. por
ejemplo sus obras: (1903a); (1903b); (1903c).