Articulo de Juan Cristobal Castro

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Herencias nocivas:

políticas espectrales
de la figura de Rómulo
Gallegos en la Venezuela
revolucionaria
Harmful Legacies: Spectral Policies Regarding the Figure
of Rómulo Gallegos in Revolutionary Venezuela

Heranças nocivas: políticas espectrais da figura de


Rómulo Gallegos na Venezuela revolucionária

Juan Cristóbal Castro


P o n t i f i c i a U n i v e r s i d a d J a v e r i a n a , B o g o tá

Profesor del Departamento de Literatura de la Pontificia Universidad


Javeriana, Bogotá. PhD en Literatura Latinoamericana por la
Universidad de California, Santa Bárbara. Ha publicado artículos sobre
literatura y cultura latinoamericana en diversas revistas académicas,
como la Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, Conciencia
Activa, Estudios y Actual. Es autor del libro Alfabeto del caos: crítica
y ficción en Paul Valéry y Jorge Luis Borges (Universidad Central de
Venezuela, 2007). Correo electrónico: jcastrok@javeriana.edu.co

Artículo de reflexión

SICI: 0122-8102(201301)17:33<52:HNRGVR>2.0.TX;2-9

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Resumen Abstract Resumo
En el siguiente trabajo se intenta The present paper offers an No seguinte trabalho pretende-
brindar un acercamiento a la approach to the different ways se brindar um acercamento
manera como se ha venido in which the figure of writer and à maneira como vem se
usando la figura del escritor politician Rómulo Gallegos has usando a figura do escritor e
y político Rómulo Gallegos been used in Venezuela. It looks político Rómulo Gallegos na
en Venezuela. El artículo at political rivalries regarding Venezuela. O artigo considera
considera las pugnas políticas national legacies within the as pugnas políticas por heranças
por herencias nacionales context of the Bolivarian nacionais dentro do contexto
dentro del contexto de la Revolution, and the positions da Revolução bolivariana e os
Revolución Bolivariana, y los taken by the political and posicionamentos dos campos
posicionamientos de los campos academic fields. The purpose of políticos e intelectuais. Procura-
políticos e intelectuales. Se which, as the paper will show, is se mostrar que o seu propósito
busca mostrar que su propósito the appropriation of some of his tem a ver com a necessidade de
tiene que ver con la necesidad legacies, especially in relation to se apropriar de alguns dos seus
de apropiarse de algunos de sus nationalistic and identity-related legados, sobretudo, os vínculos
legados, sobre todo sus vínculos narratives in the beginning of the com as narrativas identitárias e
con las narrativas identitarias twentieth century. nacionalistas que se deram nos
y nacionalistas que se dieron a começos do século XX.
Palabras clave: Rómulo
comienzos del siglo XX.
Gallegos, Spectrum, Revolution, Palabras clave: Rómulo
Palabras clave: Rómulo Nation, Politics, Venezuela. Gallegos, espectro, revolução,
Gallegos, espectro, revolución, Keywords plus: Gallegos Romulo, nação, política, Venezuela.
nación, política, Venezuela. 1884-1969 - Criticism and Palavras-chave descritores:
Palabras descriptor: interpretation, Politics and Romulo Gallegos, 1884-1969
Conservatismo, Gallegos, government, Nationalism, - Criticism and interpretation,
Rómulo, 1884-1969 - Crítica Revolution, Venezuela. Política e governo, Nacionalismo,
e interpretación, Política Revolução, Venezuela.
y gobierno, Nacionalismo,
Revolución, Venezuela.

Recibido: 1º de agosto de 2012. Evaluado: 13 de septiembre de 2012. Aceptado: 17 de septiembre de 2012.

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“Esta vuelta a Gallegos, sin embargo, merece un examen más detenido, pues Doña
Bárbara es entendida de nuevo como un texto clave para la compresión de Venezuela, razón
por la cual vale la pena preguntarse cómo es leída la novela en la actualidad, esto es, indagar
en las lecturas que subyacen a estos espejismos, a esos ‘fantasmas de ayer y de hoy’.”
Paulette S ilva B eauregard

¿Qué tienen en común Juan Carlos Zapata, Federico Vegas y Elisa Lerner?
En principio nada: uno es un periodista de origen humilde; el otro, un narrador
de importancia, proveniente de una familia de renombre; y la última, una gran
cronista de ingenio, inmigrante judía.
Sin embargo, hay algunas semejanzas. Primero, todos han expresado inco-
modidad con el gobierno neoautoritario de Hugo Chávez. Segundo, en la primera
década del siglo XXI se dieron a la tarea de explorar nuevos géneros: el primero con
el reportaje autobiográfico titulado Doña Bárbara con Kalashnikov (2008), el
segundo con la novela histórica Falke (2004), y la última con la novela intimista
De muerte lenta (2006). Tercero, y acaso lo más importante, todos han revelado
una particular obsesión: revivir la figura de Rómulo Gallegos.
Esta incursión espectral no se reduce, sin embargo, solo a las obras de estos
autores. También ha hecho acto de presencia en otros trabajos. En Historia de un
encargo (2008) de Gustavo Guerrero reaparece de forma indirecta en el proyecto
fallido del novelista español Camilo José Cela que buscaba emular la ficción del
famoso escritor venezolano con el trabajo La catira, cuyo telón de fondo era le-
gitimar la dictadura de Pérez Jiménez1. En la obra Mundo, demonio y carne (2005)
de Michaelle Ascencio vemos su presencia en sor Fernanda de la Asunción, tía
de Reinaldo Solar, protagonista de la primera novela de Gallegos, quien le cuenta
a su sobrino las peripecias de María Manuela, personaje principal de la obra; en
Bye, bye, Doña Bárbara (2002) de Teófilo Oropeza lo notamos en la recreación
de los llanos, siguiendo algunos de los temas que tanto atrajeron de la obra
galleguiana; y, en una telenovela transmitida en el 2008 por RCTV, canal que
fuera clausurado por el Gobierno, lo advertimos revivido en la adaptación libre
que hiciera Ricardo Hernández Anzola de La trepadora (1925).

1 Allí, para destacar las operaciones ideológicas de la creación del novelista español, que lo
hacen quedar muy mal por cierto, no deja de borrar las que se dieron en Gallegos, que si bien
muestran un talante más democrático, civil, nacional y ético, resultan tan discursivas como las
del escritor español, cosa que interpreto como un secreto homenaje a la “autenticidad” del
autor venezolano.

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Paralelamente, y aunque pareciera contradictorio, en las numerosas alocu-


ciones presidenciales que se dieran en radio y televisión por esas fechas (entre
2004 y 2008), espacios capitalizados por el Gobierno en su hegemonía comunica-
cional2, se hizo referencia a algunos de sus personajes. Así, era común oír hablar en
muchas intervenciones del míster Danger, figura que aparece en Doña Bárbara,
para hablar del expresidente norteamericano George Bush; o sobre el poema de
Torrealba, Florentino y el diablo, que fue recreado en la novela Cantaclaro (1934).
De igual modo, el presidente ha ido rescatando al Gallegos de 1948, porque
era “de izquierda” y sus ideas eran por ese motivo realmente “progresistas”3; por
no hablar también de los usos políticos del premio Rómulo Gallegos, famoso en
América Latina, que el Gobierno sutilmente tomó, para privilegiar en la selección
de sus jurados a sectores cercanos ideológicamente al chavismo4.
La evidencia, pese a los matices, es clara hasta ahora. Bien sea desde la
“oposición” o desde el Gobierno; desde la cultura letrada, mediática u oficial,
nuestro escritor aparece, como buen fantasma burlón, de inesperadas formas,
cosa que debería obligarnos a repensar el lugar de una obra canónica dentro de
una cultura, no como monumento de un muerto olvidado, sino como sombra
incansable de un vampiro en acecho, sediento de sangre nacional.
¿Pero qué significa entonces Gallegos como fantasma en estos trabajos e in-
tervenciones, a la luz de la hegemonía comunicacional de la Revolución chavista,
teniendo en cuenta la lógica y el estilo de cada una de estas reapariciones? O, dicho
en otras palabras: ¿cuál es la economía espectral que esta criatura etérea busca pro-
veer con sus continuas e imprevistas reapariciones sobre el imaginario venezolano,
sobre sus maneras de pensar el país y la política? La respuesta es difícil, sin duda.
Nada más revelador para una cultura que la aparición de un fantasma: su presencia

2 Axel Capriles en su texto “Revolución ciudadana: revolución castrada” hace un buen resumen:
“con 8 canales de televisión, un inmenso circuito radial, YVKE Mundial, y 6 canales de Radio
Nacional, una agencia de noticias con corresponsalía internacional, unas 400 estaciones de
radio comunitarias, 36 televisoras comunitarias, más de 100 medios impresos” (123). También
estaría el uso indiscriminado de las cadenas presidenciales, y los medios privados “amordaza-
dos por la autocensura” (123).
3 Véase <www.chavez.org.ve>.
4 También tiene otras razones y creo que la siguiente cita las explica: “Ahora, yo tengo mis hipó-
tesis así como Rómulo Gallegos. Y él mismo lo dijo desembarcando en el avión que lo llevó al
exilio a La Habana: ‘Me derrocaron los yanquis. Me derrocó el petróleo’. Dicho por Rómulo
Gallegos, porque él pretendía recuperar el control del petróleo, la economía del país para el
desarrollo del país, los recursos de nuestro país que se los estaba llevando Drácula, el impe-
rialismo” (<www.chavez.org.ve>). Por otro lado, sobre el uso del premio Rómulo Gallegos,
recomiendo el texto de Gustavo Guerrero “Réquiem por un ganador” (2004), publicado en El
País de España (<http://elpais.com/diario/2005/07/15/cultura/1121378402_850215.html>).

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dice algo más allá de sí mismo, algo que nos de-manda una tarea –reparar una injus-
tica, redimir una culpa, recordar un tiempo perdido, saciar una pérdida, evocar un
olvido– y nos recuerda una herencia que tenemos del pasado.
Poco antes de las fechas en que se dan la gran mayoría de estos trabajos, se
había vivido en el país un proceso de escisión de la sociedad nunca antes visto, que
llegó hasta su máximo nivel con los sucesos del 11 al 13 de abril de 2002 y el infructuo-
so y errado paro petrolero; estos hechos radicalizaron la vena militante y militarista
del chavismo y llevaron a gran parte del ingente espectro crítico del Gobierno, así
como a los actores más moderados que acompañaron al presidente, a replegarse. La
Revolución había logrado una victoria importante en sus planes de consolidación,
no solo gracias a sus avances provocadores, sino a la torpeza de cierto liderazgo opo-
sitor –incluida la sociedad civil–, que desdeñó el papel de sus políticos5.
El célebre autor venezolano surge en las páginas de cada una de las obras
antes mencionadas con especial obsesión. En Zapata aparece como el gran
escritor de Doña Bárbara; en Vegas, como el maestro y confidente del reco-
nocido educador Martín Vegas, familiar del autor; y en Lerner, como el insigne
presidente de la República que fuera derrocado por Carlos Delgado Chalbaud.
Todas estas apariciones se dan desde las páginas de un libro, desde la esfera de
lo que muchos han llamado la “República de las letras”, lo que pone en eviden-
cia otro fantasma: el de las ficciones literarias en la era de la Internet, la radio y
la televisión comercial (paulatinamente capitalizadas por el Gobierno); el de la
autonomía letrada nacional (en la que entran también su pedagogía y su ideario
nacionalista), eso que Bourdieu dio en llamar el campo intelectual, en una era
tecnológica, globalizada y posletrada.
Hay, sin embargo, una doble paradoja en estos resurgimientos de ultratum-
ba. Es en el campo cultural de quienes se oponen a Chávez en donde aparece este
espectro, y no en el campo político, mientras que en el lado de los seguidores del
Gobierno sucede al revés: quienes han reencarnado el espectro galleguiano de
manera positiva han sido las figuras políticas, mientras que en el campo literario
y cultural, claramente intervenido por la tradición sesentista venezolana, todavía
se conservan los antiguos prejuicios ideológicos que se esgrimieron contra su
figura y su obra6. A su vez, esta dicotomía paradójica está cruzada de manera

5 Sobre los sucesos de abril del 2002, recomiendo el trabajo de Alfredo Meza y Sandra Lafuente,
El acertijo de abril, publicado en el 2004 y reeditado con nueva información en el 2012, y El
silencio y el escorpión de Brian Nelson, publicado en inglés en 2009 y ahora traducido y editado
en español.
6 Se sabe que las críticas a la figura de Gallegos en Venezuela comenzaron en los años sesenta,
producto de las nuevas generaciones narrativas del momento. Pero no hay que olvidar que

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figura de Rómulo Gallegos en la Venezuela revolucionaria

horizontal por otras líneas que tienen que ver con las distintas vías de mirar la
figura autorial; en ellas aparecen de diversas formas el Gallegos político, civil o
ideólogo, el Gallegos narrador, y el Gallegos nacionalista, víctima del imperialis-
mo norteamericano en su presidencia.
En todo caso, y antes de arrojar una precipitada conclusión, se hace nece-
sario entender esta presencia con más cuidado. Para ello creo que es importante
hacer visibles las condiciones culturales y simbólicas en las cuales se dieron estas
reencarnaciones, sin desestimar las líneas que prodigan el Gobierno y algunos de
sus partidarios desde el sector intelectual.

La era del olvido


Rafael Rojas, en Tumbas sin sosiego: revolución, disidencia y exilio del in-
telectual cubano (2006), habló de las guerras de la memoria (13) como una de las
formas de lucha ideológica en la era poscomunista en Cuba, una era marcada
por la Realpolitik, la caída del muro de Berlín y la preeminencia de los medios
de comunicación. Su expresión no es ajena al contexto de finales del siglo XX y
principios del XXI cuando la recuperación del pasado ha sido una de las políticas
más importantes de los gobiernos democráticos españoles, argentinos y chilenos,
así como sus usos y abusos en eso que Tzvetan Todorov llamó en un célebre
trabajo la apropiación del pasado (12). Por eso creo que ese concepto se puede
aplicar a una tendencia general, que va más allá de la realidad cubana.
Uno de los síntomas de la era neoliberal de los años noventa en Venezuela
fue precisamente el olvido: se borraron hechos del pasado, conflictos, legados y,
por supuesto, muchas injusticias, con la idea de edificar un presente hedonista
y cosmopolita. Los relatos nacionales sufrieron una profunda crisis; se creó una
ansiedad identitaria sin igual y se abrió un vacío que sería llenado por más de un
predicador. Pero esto no fue un fenómeno nacional, propio de ese momento. Ya
Agnes Heller a comienzos del siglo XXI, en su conferencia “Memoria cultural,
identidad y sociedad civil”, veía con preocupación cómo la sociedad civil, que
había adquirido un papel predominante en el mundo moderno, carecía de una
memoria cultural que pudiera crear relatos identitarios para fundar y legitimar
una tradición. Zigmunt Bauman lo percibía como signo de la globalización y de
cierta crisis de la idea de Estado-nación: “Lo que aún queda del poder y de la
política del pasado en manos del Estado ha ido menguando gradualmente”, dice
en Tiempos líquidos (41).

también ha sido un lugar común la crítica ideológica.

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La Revolución bolivariana supo aprovecharse de esta situación de


vacío, reviviendo por supuesto algunas herencias que habían permanecido
marginadas del espectro público y satisfaciendo una demanda nacionalista
que fue incubándose por las contradicciones del mundo posfordista. En otras
palabras, hizo usufructo de la amnesia posmoderna que trajo, entre otras
consecuencias, el resquebrajamiento de los partidos políticos y de la memoria
nacional que los sustentaba, gracias al descrédito vivido por estos que, entre-
gados a una asepsia ideológica y a un pragmatismo apolítico, fueron dejando
un vacío que el actual presidente de la República supo aprovechar muy bien.
El proceso estuvo acompañado de una operación discursiva y simbólica que
buscó crear una suerte de “prótesis mnemónica”, que fue creando el terreno de
la legitimación revolucionaria7.
El elemento más criticado desde sus inicios por los diferentes –y también
divergentes– círculos “opositores” venezolanos fue la imposición de una nueva
visión del pasado. El historiador Manuel Caballero lo definió como “la reescri-
tura de toda la historia venezolana para asimilarla a un dogma totalitario”, con el
fin de “presentarla como un continuo de luchas y frustraciones que anunciaban
al correr de los tiempos la llegada del salvador de Venezuela” (218).
Es verdad que la Revolución llegó al poder reviviendo el espíritu no solo
de Bolívar, figura medular en su proyecto de dominio, sino el del mismo caudillo
Ezequiel Zamora, jefe precursor de la cruenta guerra federal de la segunda mitad
del siglo XIX. También –y en un segundo rango– ha intentado revivir los diversos
sujetos marginados por la historia, indígenas o afroamericanos, por no mencio-
nar otras comunidades y subjetividades relegadas que se han ido conformando
mucho después.
Pero se trata de un discurso, más que reivindicador, vengador. Su ruta
genealógica recorre el mapa que Bolívar dibujara en su Carta de Jamaica (1815)
y el imaginario de la enemistad absoluta de su famoso Decreto de Guerra a
Muerte (1813); sigue después con el culto guerrero de las novelas Venezuela
heroica (1881) y Zárate (1882) de Eduardo Blanco, y se renueva con la literatura
militante de los sesenta: en ella está lo que podríamos llamar, para usar una

7 Asimismo, el atentado del 11 de septiembre y la crisis del sistema financiero, que sucedió años
después, sirvieron para darles más fuerzas a las demandas nacionales. Sin duda el panorama
mundial se complejizó con economías emergentes (Brasil, la India, Rusia, entre otros) y dis-
positivos de control (visas, aduanas, sistemas de seguridad) que privilegiaban la figura estatal
con bríos insospechados; pero también auparon todavía más en Venezuela y América Latina la
legitimidad de esta nueva memoria revolucionaria populista, con la idea de favorecer un polo
estratégico que se opusiera al unilateralismo del “imperio”.

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denominación conocida, la representación del subalterno heroico, propia de


la tradición latinoamericanista más radical. Esta tradición hoy en día se ins-
cribe como una renovación del legado cubano y del imaginario revolucionario
internacionalista, con su crítica al capitalismo, al imperio, a la burguesía y a las
potencias mundiales.
Si bien esta empresa de rescate sirvió para mostrar ciertas injusticias sociales
y económicas, y en algunas ocasiones para promover e incentivar las demandas
de cambio en los sectores más excluidos de la sociedad, también se dio bajo un
imaginario masculino, épico, militarista y sectario que, al negar sistemáticamente
importantes momentos de la historia moderna de la república civil y democrá-
tica de Venezuela, terminó por imponer una visión unilateral y tergiversada del
reciente pasado democrático venezolano, reviviendo un mesianismo acrítico y
vengador que sirvió para legitimar actos violentos y sectarios.
Lo paradójico es que ese pasado, que la maquinaria estatal del Gobier-
no bolivariano ha intentado omitir y reducir hasta la caricatura, constituye el
momento de nacimiento de la nación moderna venezolana. Me refiero al largo
período iniciado con la república de Páez, fundador del país tal como lo enten-
demos hoy, que termina con la llegada de Chávez al poder. Allí se “meten en
un solo saco”, para decirlo en términos coloquiales, los regímenes autoritarios
de Guzmán Blanco, los Monagas, Castro y Gómez, y los de la era democrática
de la república, desde la misma presidencia de Gallegos (1948), escogido en las
primeras elecciones por sufragio universal, directo y secreto que tuvo Venezuela,
pasando por los gobiernos surgidos al abrigo del Pacto de Puntofijo.
Pero hay otro elemento importante que se da en este período y que está fuer-
temente relacionado con estas políticas del olvido que he venido comentando.

La retórica del odio


El olvido no fue, como he dicho, una política espontánea. Tenía el pro-
pósito de fundar un nuevo periodo histórico, con la violencia de la exclusión.
Además de conformar una reescritura del pasado, era importante fomentar una
discursividad fuertemente sectaria, cuyo principal objetivo era segregar de forma
simbólica a ciertos actores nacionales, entre ellos, a la élite empresarial, intelec-
tual y profesional creada por los cuarenta años de institucionalidad democrática.
La razón era evidente: ella era la encarnación de esas épocas que querían
negar, omitir y marginar residuos tóxicos de la maliciosa temporalidad que el
mesianismo revolucionario buscaba erradicar con su tiempo absoluto y utópico
fuera de la historia. “Que termine de nacer el nuevo Estado y que termine de
morir el viejo Estado; que termine de morir la vieja sociedad y termine de nacer

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la nueva; que el hombre viejo, la mujer vieja, termine de convertirse en el hombre


nuevo”, señala el presidente en una de sus alocuciones públicas8.
Esta dinámica de muerte y nacimiento es la que busca el absoluto revo-
lucionario: “hemos roto las cadenas que subordinaban a esa sociedad política
a la sociedad civil oligárquica burguesa del pasado, y eso ya solo genera un
cisma”, sostiene el líder revolucionario9. Todo tiempo pasado fue peor, pare-
ciera advertirnos la ética de convicción que, según Max Weber, existe en estos
procesos10. El pretérito es nocivo y peligroso, porque representa a las viejas
oligarquías, los antiguos privilegios; por eso el proceso de cambio debe ser
continuo, debe seguir “rompiendo las cadenas, transformando la sociedad ci-
vil, oligárquica, alienada, en una nueva sociedad”11. No en balde los apelativos
en tono despreciativo de oligarquía, burguesía, ricos, mantuanos, dichos de
manera arbitraria e irracional, fueron recurrentes por parte del presidente y
sus seguidores.
Junto con ello, también se fue configurando un discurso hegemónico que
reunía a todos los factores disidentes del país en un mismo espacio dominante,
y que seguía no solo secretos móviles foráneos, sino también prejuicios raciales
y de clase. Es aquí donde se revive el espectro galleguiano, ahora en su fase pe-
ligrosa y negativa. Luis Britto García, intelectual orgánico de la Revolución, al
mismo tiempo que tacha a Gallegos de “monaguillo de la liturgia positivista de la
dictadura de Juan Vicente Gómez” (País de petróleo 173)12, afirma “que el pueblo
supera a sus dirigencias” (160), denunciando lo que sucedió con el paro petrolero
y los días posteriores al 11 de abril13.

8 Véase <www.chavez.org.ve>.
9 Véase <Aporrea.org>.
10 Hablo de los textos de Max Weber Ensayos sobre sociología de la religión (1921), y sobre todo
de su trabajo El político como vocación (1919).
11 Véase <Aporrea.org>. En un discurso del propio presidente que considero muy represen-
tativo, por el juego político que está llevando a cabo, ya que se trata de una maniobra que
hizo ‒no muy democrática, por cierto‒ para imponer una serie de medidas que ya habían sido
rechazadas en una elección. Se trata del discurso de orden que diera en ocasión de entregar la
propuesta de reforma constitucional en la Asamblea Nacional.
12 Más adelante indica: “El proyecto de Gallegos de integrar las regiones venezolanas en un vasto
mural narrativo es el equivalente narrativo del plan de unidad nacional gomecista” (174).
13 También habla del “pueblo”, descontextualizando varios momentos que respondieron a si-
tuaciones diversas: “Sin visible orientación de vanguardias, en 1987 protagoniza el Meridazo
y en 1989 el Caracazo, en 1993 desecha el bipartidismo, desde 1998 derrota a la coalición en
siete elecciones constitutivas; en 2002 repone al gobierno electo depuesto y en el 2003 vence un
complot de desestabilización política y económica” (160).

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El mapa binario que establece el intelectual chavista en su análisis de los he-


chos es claro y monolítico, sin espacio para la duda o la interrogación. Se resume
en la confrontación de dos sujetos antagónicos. Por un lado, el pueblo que es una
figura ahistórica y esencial; y, por otro lado, las élites, siempre decadentes y ma-
nipuladoras. Asimismo lo podemos ver en el famoso portal chavista de Internet
Aporrea.org, en textos de José Sant Roz como “Elementos racistas y oligarcas en
la obra de Rómulo Gallegos”, “Un negro (mulato, mestizo o indio) antichavista
es un aberrado”, y en menor medida en “Los tres grandes mosqueteros del ra-
cismo nacional: Adriani, Gallegos, Betancourt”, en los que trata de probar desde
una mirada abiertamente tendenciosa la supuesta complicidad del escritor con
el régimen de Gómez y su ideología racista; rescata sin embargo al novelista del
llano, que en su literatura representa la esencia nacional.
El investigador Luis Duno no se queda atrás en esta instrumentalización
discursiva, que por lo menos goza de cierta densidad empírica, y a su vez le con-
cede en una breve nota a pie de página cierto beneficio de la duda14. En “Las
tropelías de la turba: reflexiones sobre la construcción mediática de las masas”,
trabajo publicado inicialmente en Journal of Latin American Cultural Studies
(2004), y luego traducido al español para el libro Nación y literatura: itinerarios
de la palabra escrita en la cultura venezolana (2006), Duno muestra la manera
como fueron representadas varias subjetividades subalternas de manera peyorati-
va, bajo el título de “turba”. Su estudio solo se concentra en analizar un contexto
bien específico: los medios de comunicación opositores al Gobierno, sin tomar
en cuenta el papel desempeñado por éste antes de tales sucesos, ni la manera
como reaccionó frente a la marcha del 11 de abril.
Si bien su lenguaje es respetuoso, su retórica de investigador “objetivo” con
la cual pretende borrar el esquema binario de su análisis (como si su trabajo fuese
ajeno a la polarización política del momento) termina privilegiando la visión de
un solo sector. Así, nos dice sobre el imaginario del consenso de la democracia
venezolana anterior a Chávez que “dejó de funcionar por algún tiempo, al poner-
se en práctica un curioso ejercicio de exclusión que pasaba por representaciones
estigmatizadas de un sector de la vida nacional que fue denominado turba” (867).
Duno sitúa la raíz de este problema en la ideología del mestizaje de Acción De-
mocrática. Cita a Andrés Eloy Blanco y, por supuesto, al mismo Gallegos, para

14 La cita es la siguiente: “Cabe destacar que también existe un discurso mediático chavista que
produce sujetos ilegítimos: ‘los apátridas’, ‘los oligarcas’, ‘los escuálidos’, etc. Este ensayo no
aborda tal problema, que escapa a nuestro propósito inicial: discutir el golpe de Estado de abril y
las estrategias mediáticas de (des)legitimación política de sectores populares” (Duno 870). Inte-
resante manera de “discutir” el golpe, mostrando conscientemente solo un lado de los hechos.

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mostrar sus intentos de “blanquear” la herencia afrovenezolana, una crítica co-


mún dentro de cierto multiculturalismo radical de la academia estadounidense y
que no deja de ser algo reductiva al cifrar el conflicto en un prejuicio racial del
pasado visto como un bloque monolítico y atemporal. “La dicotomía sarmentia-
na, por ejemplo, también anclada en la cultura venezolana a través de la narrativa de
Rómulo Gallegos, resurge cuando los medios registraron un periplo que iba de la
barbarie a la civilización y, luego, de vuelta a la barbarie”, afirma el estudioso (859)15.
Estos son solo unos pocos ejemplos. Acaso algunos de ellos son los más
moderados de una extensa maquinaria que ha venido apareciendo en diversas
alocuciones, intervenciones y publicaciones del oficialismo chavista: programas de
televisión y radio, pancartas, videos, revistas, diarios, una vez que fundaron su
hegemonía comunicacional después de los sucesos de abril16.
Visto así, no es difícil entonces pensar que la presencia espectral de Galle-
gos en las obras de Vegas, Zapata y Lerner puede entenderse como una reacción
frente a las políticas del olvido y su retórica del odio y la negación que ha promo-
vido el Gobierno. La figura del novelista, maestro y político venezolano podría
aparecer como una forma de repensar el lugar que tienen en el país los sujetos
que han sido desnacionalizados por este discurso; éste, después del fracaso del
paro petrolero y del golpe del 11 de abril, se volvió monolítico y oficial, y bajo
las nuevas condiciones sociales e incluso urbanas, promovidas por el abrupto
ascenso social de la renta petrolera y de las prácticas de exclusión del Gobierno,
ha ido desplazando con gran efectividad las viejas estructuras de poder.
El campo intelectual venezolano fue uno de los espacios que sintió con
mayor consternación este cambio. Bien se puede evidenciar en numerosas obras,
desde trabajos como País (2007) de Yolanda Pantin, pasando por el poemario
Silva de las desventuras de la zona sórdida (2012) de Harry Almela, siguiendo con
el libro El duelo (2010) de Igor Barreto. En todos ellos se muestra una angustia
intelectual sin igual, y se inscriben así, como dijera en una oportunidad Antonio
López Ortega, “en una línea de exploración de reciente data que señala la muerte
de las reflexiones nacionales” (1). Pero antes de seguir con esta idea, creo que es

15 Es verdad que hubo prejuicios tanto de clase como de raza en ciertos sectores opositores,
pero eso no quiere decir que todo el espectro opositor se haya dejado llevar por ese móvil,
tomando en cuenta que muchos de estos fueron críticos del racismo antes de que llegara
Chávez. Además, no hay que dejar de verlos sin la provocación deliberada y sistemática del
presidente, porque muchos en ese momento tenían diversos argumentos válidos para criticar
al presidente, sin ser movidos únicamente por el odio de raza o clase.
16 Sigo a este respecto al comunicólogo Marcelino Bisbal: “[…] después del golpe de Estado
y la huelga general el Estado venezolano comienza a dotarse de una plataforma mediática sin
precedentes en la vida republicana del país” (cit. en Capriles 123).

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Herencias nocivas: políticas espectrales de la
figura de Rómulo Gallegos en la Venezuela revolucionaria

importante acercarnos a este espectro de las obras de los autores mencionados al


inicio de este texto.

Las huellas dentro de la literatura


En la novela de Elisa Lerner, De muerte lenta, Gallegos aparece encarnando
la figura presidencial cuando fue electo por medio del voto popular. La obra
está construida en trece capítulos, cada uno de los cuales sigue los pasos de la
investigación del protagonista, un tesista que está trabajando el período histórico
cuando Gallegos fue presidente. Allí retrata a la clase media acomodada y algunos
de sus rituales y obsesiones. En la obra se imponen tres espacios significativos:
el del estudiante (la hemeroteca, la universidad), el de la clase media acomodada
(un balneario, el de Puerto Cabello), y el de la historia real, justo la época de la
presidencia de Gallegos. Contrasta, por un lado, las divagaciones de los perso-
najes, llenos de referencias, rememoraciones, obsesiones y relatos; y, por otro, el
periodo de la presidencia de Gallegos: preciso, ideal, perfecto. Uno es un flujo
constante de temporalidades sin sentido; y el otro, un tiempo histórico concreto,
cuyo sentido estuvo bien claro.
Visto en la distancia, pareciera que el tesista buscara recuperar la
historia negada, representada en la presidencia de Gallegos, que se convierte
en lugar de la carencia, centro y obsesión de los personajes que perdieron ese
momento. Un momento utópico cuando el intelectual estaba dentro del poder
del Estado, cuando era parte de él, en una Venezuela acosada por caudillos y
populistas. Ese es el tiempo histórico durante el cual el país pudo realizarse
como nación y, lamentablemente, no pudo. Marca así un trauma y proyecta
constantemente la fantasía de que allí se iban a poder conjugar definitivamente
la ciudad letrada con el país nacional, y el oficio político recobraría la dignidad
en la figura de un dirigente moralmente intachable e intelectualmente superior,
como era Gallegos.
Elisa Lerner muestra una ansiedad letrada que ya hemos visto en algunas
de sus entrevistas, un denominador común de gran parte de la intelectualidad
venezolana. En numerosas intervenciones ha destacado el espacio marginal que
siempre ha ocupado en Venezuela el escritor en el siglo XX, y sin duda el elegante
tono sarcástico que destilan sus crónicas ante fenómenos de la cultura mediática
venezolana revela ese escepticismo y desengaño ante esa realidad. Por eso el
doctor Pedraza, un personaje de la novela, evidencia la fatalidad de una tradición
intelectual que ha funcionado desde una vocación sacrificial, fuera de la escena
pública (marginados, exiliados o desconocidos): “Aquí en Venezuela hemos te-
nido grandes bautistas: fraguadores de una conciencia histórico-poética: Andrés

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Bello, Cecilio Acosta, Arístides Rojas, Lisandro Alvarado, Fermín Toro, Enrique
Bernardo Núñez, Picón Salas, Lazo Martí, Antonio Arraiz, Rómulo Gallegos,
este, primer poeta de Venezuela, alzado con un mundo a cuestas entre las som-
bras de la barbarie que pretenden ocultarlo” (216).
La fascinación de Elisa Lerner por el político novelista tiene su explica-
ción. Con él hay cierta nostalgia por recobrar la posibilidad del valor del intelectual,
que una vez reencarnó en el novelista y que con su golpe murió en el país. En
numerosas intervenciones para la prensa, como dije, lo ha apuntado. En una
entrevista con Manuel Fuentes expresa:
Veníamos de la época más brillante de la democracia venezolana con Ga-
llegos en la Presidencia de la República, un intelectual que rompió con
todos los esquemas del militarismo anterior, sin recurrir a las armas. Tenía a
grandes pensadores en su equipo de Gobierno y creo que el país perdió una
gran posibilidad cuando don Rómulo fue derrocado. (54)

Por eso todos los personajes de su novela fijan sus reflexiones en torno a ese
momento medular que ha sido borrado de la historia, y por eso les cuesta lidiar
con ese evento traumático; no pueden explicarlo, articularlo ni darle sentido.
Sus palabras van y vienen rememorando cosas, eventos y situaciones, pero son
incapaces de darle algún valor.
Con Federico Vegas, en su obra Falke (2005), la sombra de Gallegos
ofrece otro matiz. También vemos en ella la figura del civil, pero en este caso
es la del maestro y confesor, amigo del médico Rafael Vegas, quien fuera uno
de sus más cercanos discípulos. Pero, leída con cuidado, en ella prevalece sobre
todo el novelista que a través de su escritura puede explicar la trama difusa de lo
venezolano. La mirada sobre esta figura es entonces más íntima; surge desde el
género epistolar, como si Teresa de la Parra se hubiera colado en el arte de narrar
de Vegas para hablar de Gallegos. En una de las cartas que abre la obra se da una
confesión personal de este, que exhibe a un Gallegos menos político que escritor.
“Se imaginará los deseos que tengo de participar en el destino de nuestra nación,
solo temo que regiones demasiado extensas de mi alma estarán copadas por una
ineludible tendencia a observar y relatar” (20). La confesión llega al punto de
admitir el proceso de sacrificio que va a tener el autor: “Soy, en definitiva, un
escritor a punto de abordar tiempos de grandes acciones en un país que está
pasando de la tiranía a una furibunda tiranía” (20).

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Herencias nocivas: políticas espectrales de la
figura de Rómulo Gallegos en la Venezuela revolucionaria

El lector para el cual está escrita gran parte de la obra es entonces Ga-
llegos, modelo de un arte de narrar17. El conjunto de libretas, fragmentos y cartas,
textos disímiles, cobra razón de ser y unidad para la mirada futura del novelista
venezolano, quien en teoría podría darle sentido y “exorcizar” la experiencia
fallida de Falke. También, como Lerner, la trama parte de un núcleo traumático,
esta vez representado por el fracaso de la toma de Cumaná, el derrocamiento de
la dictadura gomecista y la imposibilidad de darle sentido a esa aventura. Esta
experiencia quizá podría tener como correlato en la vida del autor de la novela la
crisis petrolera y el golpe de Estado del 2002, cuando una “élite” pretendió tomar
el poder pasando por alto los mecanismos democráticos y el trabajo político.
Quizás por eso se puede entender la necesidad del Vegas novelista de acercarse
al Vegas médico y político como una manera de recuperar el lugar que ocupa el
sujeto civil –y no necesariamente el civil común, sino el civil mantuano o patricio–
dentro de la nación; una manera de repolitizar este grupo social y cultural, tan
dañado por los acontecimientos de ese período.
Sin embargo, volviendo a la novela, Gallegos cede en este caso. Él no pue-
de contar esa historia. Solo podrá hacerlo el mismo Rafael Vegas (o uno de sus
descendientes, Federico Vegas, que escribe desde un lugar político tan confuso
como el que narra el protagonista). El espectro aparece entonces impotente. No
domina la escena. Solo muestra su fracaso, su afán de escuchar en otros la labor
que no puede hacer. Es un espectador silencioso, un Dios lector que sirve como
objeto sagrado de la narración, como el fin para darle sentido a lo vivido. Vegas
lo resucita para darle voz a Rafael, para rendirle tributo al maestro, que es sobre
todo un narrador. “Doña Bárbara es mi Biblia” (34), dice.
Invocar la figura espectral es aquí también invocar su estilo, su lenguaje,
algunas de sus obsesiones y giros. Pero es, además, resucitar su obra. El mismo
narrador, después de la aventura fracasada, se esconde en diferentes lugares y
completamente desamparado en los llanos comienza a contar la novela Doña
Bárbara. Esa escena de lectura es profundamente reveladora. En ella el espectro
reaparece en su más recóndita radicalidad, mostrando sus poderes clarividentes,
sus dones extrasensoriales, su metempsicosis. “Pareciera obra de un ser que flota
sobre la mente de los hombres adivinando sus pensamientos –explica el narra-
dor–, un mago que ha vivido varios siglos, un sabio que todo lo sabe y todo lo

17 Gallegos le da consejos en su carta sobre el arte de escribir literatura, aunque cuida de no


participar en sus decisiones. Lo previene sobre la demanda que pudiera tener la gente sobre
una obra. “El problema es que el propósito de la literatura no es satisfacer necesidades sino
abrir nuevos apetitos” (21).

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puede y nos regala una parte de sus encantamientos” (354). Y es que Chacaracual,
lugar situado en el oriente venezolano donde se hospeda el protagonista, es igual
a los llanos apureños de la novela galleguiana: “Hay amansador y quesero, es-
pejismos y polveros, barahúndas y bramidos” (354). También hay allí una María
Nieves y un Pajarote.
Esta idea de un regalo del más allá, un regalo del pasado, del espectro, que
es “parte de sus encantamientos”, obedece a una economía simbólica que está
relacionada con eso que Marcel Mauss ha dado en llamar maná en su Ensayo
sobre el don: forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas (2007). En
este trabajo, publicado en 1923 y recuperado tiempo después por Bataille y Lévi-
Strauss, se describe la naturaleza del intercambio contractual entre las sociedades
primitivas. Allí habla de este concepto como una fuerza mágica y de honor que se
le da a alguien, la cual crea una demanda tan fuerte en su receptor o depositario
que lo obliga a retribuirlo con otro regalo tan o más importante, porque “aceptar
algo de alguien es aceptar algo de su esencia espiritual, de su alma” (91)18; no en
balde, volviendo a la novela de Vegas, Doña Bárbara es como un faro en ese lugar
de confusión donde reside el protagonista.
El narrador, perdido en la “tierra” (lugar nacional por excelencia) y a com-
pleta merced del gran dictador Gómez, utiliza la obra como un pequeño mapa
espiritual para sobrevivir al descalabro de la hazaña épica de Falke. Su lugar es el
del civil mantuano, el del patricio, que busca en la ficción un principio de orden
para darle sentido a su vida en dicha nación. Como Santos Luzardo, Vegas viene
de Europa, es culto, proveniente de una familia importante, pero a diferencia de él
no es “capaz de capar un toro, domar un potro, tumbar una res y maniatarla” (351).
Su aventura es otra y su lugar también. “Solo soy un personaje del blancaje […],
un desubicado que los tiene bastante confundidos” (351), afirma. Su búsqueda
es personal e identitaria: ¿dónde y cómo ubicarse en una tierra autoritaria e
igualitarista si es parte del “mantanuaje” tan desacreditado por la historia, por el
positivismo y por el mismo discurso galleguiano?
Al final, Vegas retorna a Europa y a sus oficios de disciplinado estudio
con una nueva conciencia. Si bien regresa herido de muerte por el accidente
que le ha dado la aventura, ha ganado una conciencia del ejemplo del maestro

18 Sigo la lectura que hace de este concepto, para sus propios fines, Boris Groys: “Está claro que
para la teoría del maná, tal y como fue formulada por Mauss, tiene una importancia fundamen-
tal el hecho de que, con el tiempo, el carácter de los espíritus que habitan los regalos cambia
necesariamente. El maná en el regalo siempre es, de entrada, amable, pero más tarde comienza,
de un modo igualmente necesario, a tener efectos negativos, justamente cuando la relación
entre el regalo y quien lo regala cae en el olvido” (176).

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Herencias nocivas: políticas espectrales de la
figura de Rómulo Gallegos en la Venezuela revolucionaria

venezolano, de su afán y dedicación al país: “Usted –le escribe a Gallegos– ha


arado en nuestras tierras y en nuestras almas. ¿Existirá un manifiesto político
más esclarecedor, más penetrante e imperecedero que sus novelas?” (451). La
literatura es entonces el regalo del maestro, en el sentido de Mauss, y también
del espectro que Federico Vegas conjura en su escritura. La ficción es ese don
“encantatorio” que nos cura y conjura la confusión de la nación. Principio de
orden, espacio de autoridad: la ficción es parte de la nación, su mapa indistin-
guible, el cuerpo de su espíritu.
El caso de Juan Carlos Zapata es diferente. Gallegos es una referencia del
pasado ejemplar, y la evidencia del fracaso de un proyecto político y social. Como
una vez hiciera Salvador Garmendia en un reportaje para El Nacional, Zapata,
en su libro Doña Bárbara con Kalashnikov (2008), hace evidente la derrota del
ideario galleguiano al volver, como el mismo Vegas, sobre la geografía que tanto
trabajó el escritor y presidente venezolano en sus dos célebres novelas, Cantaclaro
y Doña Bárbara. Me refiero a los llanos, el espacio privilegiado por el positivis-
mo para entender la nación. Allí habitan la miseria, el abandono y la desolación,
en una situación mucho más complicada y deteriorada de la que narra en sus
obras el maestro venezolano, con guerrillas, narcotráfico y asesinatos a mansalva,
como si el género para contar esta realidad ya no fuera la novela regionalista sino
el policial negro, o incluso gore.
Zapata, a diferencia de Lerner y Vegas, es un periodista proveniente de los
mismos llanos, así que su mirada si bien pierde en “estilo literario” gana en espe-
sor vivencial. Su obra mezcla la denuncia con la confesión; por eso su confección
formal es más osada por cuanto mezcla varios registros: la narración personal,
el reportaje, la denuncia, la crónica y la historia. Gallegos aparece conjugando
la imagen de escritor y político, como si los dos proyectos fueran lo mismo. El
autor se concentra en el proceso de búsqueda que dio lugar a Doña Bárbara y
Cantaclaro; analiza el espacio arquetípico que representa en nuestra conciencia
nacional ese lugar desde el cual narra, los llanos, territorio esencial de la histo-
ria venezolana donde Gallegos “sucumbió”. Juan Carlos Zapata una y otra vez
vuelve sobre ese lugar, y sobre la relación que Gallegos como novelista y como
político tuvo con él, porque allí no solo creó dos de sus más importantes obras,
sino también fue donde dio inicio a su campaña presidencial.
En una narrativa contrapuntística, en la que se intercalan las confesiones de
Zapata de compañeros muertos, pasajes de la creación de las obras del autor y
presidente venezolano y el análisis de la realidad política, se hace una crítica con-
tundente a la realidad actual de esa zona del país, especialmente en Gusgualito
y la responsabilidad que tiene en ello el Gobierno revolucionario. Dicho de otro

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modo: el escritor destaca la desolación existencial del llano, marcado hoy en día
por la violencia y la anomia legal. La ley del más fuerte se ha impuesto, y el regre-
so de doña Bárbara es un recurso recurrente de su análisis; para él se trata de un
espíritu que ha regresado para vengarse y crear desorden y desolación a su paso.
Al igual que en el caso de los autores anteriores, la presencia de Gallegos se da a
partir de un núcleo traumático: la realidad del país, concretamente la violencia
que se desata en los llanos. Si bien es cierto que esta presencia espectral
del político venezolano, surgida para tratar de conjurar la otra presencia
espectral de doña Bárbara, muestra signos de nostalgia por la probidad, el
valor y el ejemplo de esta figura histórica, la intensidad del contraste entre
aquel proyecto político del maestro con la situación del presente manifiesta una
estremecedora reflexión con claros tintes de fatalidad. El pedagogo cuya fórmula
política y cívica pudo “domesticar” a la barbarie ya no está.
En este sentido, comparado con Vegas y Lerner, el Gallegos de Zapata no
aparece con el único deseo de cubrir ese vacío dejado por la realidad actual, en lo
que Lacan habría llamado l’objet petit a. El mal ya está hecho. Solo queda mirar
las ruinas del apocalipsis bárbaro, de la catástrofe. Es verdad que el fantasma ga-
lleguiano surge como referencia ineludible, como hombre probo y político audaz;
sin embargo, lo que pareciera interesar es la representación del lugar arquetípico
de los llanos y su antítesis con la realidad actual. Gallegos sirve de excusa para
mostrar la complejidad de la crisis del escenario reciente, donde el lugar origina-
rio de la nacionalidad moderna es ahora un caos de violencia y locura.
Lo interesante es que en los tres autores el espectro galleguiano aparece
cerrando un círculo en el que el escritor, el político y el ideólogo tienden a
confundirse. En Vegas y en Zapata se da con más intensidad, mientras que en
Lerner se profundiza el acento civilista y político. De hecho, en los dos prime-
ros la novela del escritor venezolano se lee casi como si fuera un documento
profético, hasta mesiánico, de la nacionalidad venezolana, cosa que se ha hecho
en más de una oportunidad.
Sin embargo, es bueno decir que en todos opera una lógica doble: al mis-
mo tiempo que se busca descifrar ese documento sagrado del país, ese mapa
simbólico del destino venezolano, también se manifiesta que es imposible usar-
lo en el presente del acto lector, en el sentido de que se evidencia la escisión
que hay entre su presencia y la realidad que viven los personajes, entre el ayer
del proyecto cívico y narrativo de Gallegos y el hoy de la crisis nacional. Si bien
los signa una utopía retrospectiva que veían en la figura galleguiana o en su
obra, una posibilidad para lidiar con lo venezolano de manera ideal y perfecta,
también los marca una hendidura que limita esta representación y la convierte

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Herencias nocivas: políticas espectrales de la
figura de Rómulo Gallegos en la Venezuela revolucionaria

más bien en una especie de distopía nostálgica y hasta conservadora, en un


infierno real y simbólico19.

El valor de la herencia
¿Qué se puede decir entonces de estas presencias? Sin duda hay Gallegos para
todos los gustos. También, sin duda, hay cierta nostalgia por su proyecto político
y civil, y por su imaginario. Como bien advierte Carlos Pacheco, su figura autorial
se ha convertido en un “código simbólico de lo nacional, en constante movimiento
y redefinición”, un “significante político y estético en la cultura venezolana” (432).
Su fantasma puede entenderse entonces como una práctica de resistencia frente a
la política del olvido promovida por la nueva hegemonía chavista, que se inició –y
no hay que olvidarlo– ciertamente por la cultura mediática y neoliberal que creó las
condiciones para la llegada del teniente coronel a la Presidencia.
Gallegos ha sido una figura medular en la conciencia democrática y na-
cional venezolana. Fue, al mismo tiempo, un político de prestigio, activista del
partido democrático más importante del país, Acción Democrática, un maestro
de indudable rigor y desprendimiento, guía de la Generación del 28 –la creadora de
la Venezuela moderna–, y escritor de numerosas obras que han jugado un papel
dentro de la nación. De modo que releerlo es, además de una forma de reivindi-
car sus acciones, una manera de entender mejor su proyecto estético y político, y
la fórmula con que logró llevar a su país a la era democrática.
Si del lado del campo cultural e intelectual chavista se revive al Gallegos con
prejuicios raciales propios de la época, y se inscriben sus actos bajo la ideología
del mestizaje como única motivación, del lado de los críticos del Gobierno apa-
rece un Gallegos que encarna varios roles, sobre todo el de civil y pedagogo, aun
cuando el de novelista es claramente significativo. La paradoja está en pregun-
tarse por qué, al igual que ha sido redividido en sectores opuestos a las políticas
del presidente, también ha reaparecido de manera indirecta –a veces con ironía
y otras veces por error (como un slip of the tongue freudiando)– en sectores del
Gobierno, tal como fue señalado al principio de estas líneas, que han buscado
más bien negar parte de sus acciones y legados.
Esta interrogante amerita la mayor de nuestras atenciones, porque se trata
de algo bien complejo, que incita una lectura minuciosa, exenta de polarizacio-
nes. Propongo una respuesta tentativa para finalizar esta exploración.

19 En esta tesis coincido completamente con el interesante trabajo de Paulette Silva Beauregard
“Novela e imaginación pública en la Venezuela actual: el regreso de viejos fantasmas 1”, con la
salvedad de que a mi modo de ver algunas de las obras que estudio muestran la imposibilidad
de restituir ese imaginario.

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La razón por la cual su carácter espectral reaparece en uno y otro sector


podría estar relacionada con otro espectro que Gallegos busca conjurar en su obra
y en su vida política, y que persigue a todo venezolano, quiéralo o no, bajo el ar-
chivo folclórico y nacional que ha erigido su mitología y su imaginario político. Un
espectro que se ontologiza y se convierte en espíritu, en alma, y adquiere así una
fuerza superior, que capitaliza el más allá en una sola voz y en una sola presencia.
Para entender lo que digo, propongo acercarnos a esa otra trama de la nove-
lística galleguiana, más significativa, que va más allá del espacio físico del mundo
representado, la trama inanimada del submundo simbólico y fantasmal que mue-
ve a los personajes. El espectro reaparece así para marcar herencias distintas. En
Doña Bárbara, núcleo fundacional de su ideal de nación, lo vemos encarnar, por
un lado, en el Socio, una criatura del otro mundo que le aporta a la protagonista
información del futuro para poder tramar sus ardides, cosa que le ha dado fama
de hechicera; por otro lado, está el espectro de la Barquereña, que ha poseído
por completo a Lorenzo Baquero, dejándolo solo y entregado al alcohol; también
está el Familiar, criatura espectral que custodia las tierras de los Luzardo y se
convierte en augurio del porvenir; y, finalmente, está el mismo Centauro, imagen
que persigue a todo llanero y representa su espíritu bárbaro.
Frente a ese coro de espectros los personajes participan ya no en el espacio
físico de las tierras venezolanas sino en una región invisible donde los muertos
hablan –o fingen hablar–. Al final, sin embargo, prevalece la criatura fantasma-
górica más importante, porque está dentro y fuera de la obra, persiguiendo a
Gallegos de diferentes formas: se trata de eso que él bien llamó el alma de la raza,
núcleo esencialista de la nacionalidad. “Este pueblo no tiene vida interior”, dice
en la novela Reinaldo Solar (1920), y por eso tiene “el alma sepultada, totalmente
abolida”, porque les falta “la materia prima: el alma de la raza” (65). Un espíri-
tu que nace de una demanda nativa, que si por un lado significa vigor, fuerza,
pasión, por otro implica peligro, radicalidad, violencia, negación. Está en esa
“voz antigua, pero siempre oportuna” del “alma del llanero” (106), usada por el
profeta para tentar al llanero en Cantaclaro. Está en Canaima cuando el narrador
describe la selva y la lee como una escritura perdida con “simbólicas inscripcio-
nes de ignotas razas en el alma de una civilización frustrada” (208). Lugares del
secreto, fuentes irracionales y telúricas de la nacionalidad, donde Marcos Vargas
se hundirá completamente, donde doña Bárbara desaparecerá, o donde el mismo
Florentino se entregará al Diablo.
Está también en otras novelas de la época: en la Cubagua de Enrique Ber-
nardo Núñez y el secreto detrás de la india Cálice; o en el mismo Picón Salas,
cuando en su ensayo “Misterio americano”, del libro Estampas inconclusas de

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Herencias nocivas: políticas espectrales de la
figura de Rómulo Gallegos en la Venezuela revolucionaria

un viaje a Perú (1935), en el cual hace una crítica imperiosa de las minorías blan-
cas, explica ese material inconsciente acumulado en la cultura del continente
que son “las condiciones de las razas que no se han fundido bien” (203). Si en
su juventud Rómulo Gallegos la ve como el resultado de una evolución y de
un proceso de blanqueamiento, en el que es obvio que hay un cierto prejuicio
racial propio de la época, más tarde pareciera entenderlo como espacio esencial
que está en la tierra, un lugar peligroso que tiene tanto fuerzas revitalizadoras
como dañinas, al que debe no solo entender sino sobre todo narrar. La ficción
es conjuro, plan pedagógico y estrategia terapéutica para acercarse a ese espacio
insondable y misterioso. Sirve así como remedio contra la ceguera y la incom-
prensión, contra las zonas inexploradas de lo humano y la cultura. Solo desde
ella puede acercarse al núcleo duro de la nacionalidad para revelar su forma
y figura, e incluso para seguir sus pasos y ver si puede orientarlos hacia otro
destino más productivo.
Por eso a finales de los años veinte va a los llanos, va a Canaima, recorre
el país, tal como hizo Lisandro Alvarado, o el poeta Andrés Eloy Blanco. Hay que
ir a estas fuentes, entenderlas, escucharlas, y la mejor manera no es acudir a ellas
sino ficcionalizarlas, darles sentidos en la trama, y erigir así otro viaje, el viaje a
lo largo de la página escrita, oráculo a partir del cual puede contener y revelar la
magia misteriosa de lo telúrico, del “carácter nacional”.
Estas son precisamente las mismas fuentes que buscan tanto Vegas como
Zapata, y en menor medida Lerner, y que los unen paradójicamente al Gobierno
revolucionario: “Hay que leer nada más Cantaclaro, hay que leer Doña Bárbara
para percibir el espíritu de aquel hombre, las ideas de Rómulo Gallegos” (el énfa-
sis es añadido), expresa para sorpresa de los oposicionistas el mismo presidente
revolucionario en una de sus alocuciones20. Tales fuentes ya no están disponibles
para los escritores que estudio, porque pareciera esta vez que se las han robado.
Quien la tiene ahora, podríamos decir con algo de malicia, es el chavismo, que
bajo el árbol de las tres raíces se las ha usurpado, llevando el espíritu nacional,
ahora bolivariano y revolucionario, hacia otros senderos no previstos por nues-
tros escritores.

20 Véase <chavez.org.ve>. Las implicaciones de ellos son terribles, tal como lúcidamente nos
asoma el trabajo de Paulette Silva Beauregard “Novela e imaginación pública en la Venezuela
actual: el regreso de viejos fantasmas 1”, ya que inducen a pensar que estamos todavía atrapa-
dos en un imaginario que tiene como telón de fondo la necesidad del “gendarme necesario”
positivista, y una visión de la historia pesimista que nos condena a estar presos en una lógica
circular.

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Sin embargo, hay una ironía en todo esto. El alma de la raza, más allá de ser
una realidad incuestionable y auténtica, es un concepto, y no tan real por cierto,
pues fue inventado por el francés Gustave le Bon, autor que Gallegos leyó con
cierta curiosidad. Aparece en dos obras: Las leyes psicológicas de la evolución de
los pueblos (1894) y Psicología de las masas (1895). Se trata de un término deter-
minante para el sistema de creencias que domina a la masa, fuertemente atado
con su tradición, a saber, con los elementos de la memoria social que muestran
su especificidad, ya que estos “representan las ideas, las necesidades y los sen-
timientos del pasado” (Psicología de las masas 67). No es, eso sí, un conjunto de
valores o prácticas concretas heredadas por los ancestros; el autor habla por el
contrario de otro tipo de herencia más instintiva, interna, trascendental, un subs-
trato inconsciente y fijo que se materializa como un “sentimiento colectivo” (81).
“Cada raza es portadora en su constitución mental de las leyes de sus destinos
y quizás obedezca a tales leyes a causa de un instinto ineludible, incluso en sus
impulsos más aparentemente irracionales” (87), afirma.
El sociólogo francés veía así el alma de la raza como el resultado de un
“ensamblaje de unidades disímiles” que comienzan “a amalgamarse en un todo”,
es decir, como “un conjunto que posee características y sentimientos comunes
a todo lo cual la heredabilidad dará mayor y mayor firmeza” (149). Además, Le
Bon, quien veía con cierto peligro la irracionalidad y la heterogeneidad de la
masa, pensaba que esta podía encauzarse si lograba que su “raza” siguiese algún
principio de desarrollo o superación. “En la persecución de su ideal, la raza
adquirirá sucesivamente las cualidades necesarias para darle esplendor, vigor y
grandeza” (149), dice, y después aclara:
A veces, sin duda, seguirá siendo una masa, pero de allí en más, bajo las ca-
racterísticas inestables y cambiantes de las masas, se encuentra un sustrato
sólido, el genio de la raza que confina dentro de límites estrechos las transfor-
maciones de una nación y sustituye el papel del azar. (149)

Lo peculiar es que Le Bon lo ve como un elemento atemporal, como un


“ser permanente, independiente del tiempo” (149); pero lo más interesante a los
fines de nuestro trabajo es precisamente su mismo componente espectral: “no
solo está compuesto por individuos vivos […], sino también por una larga serie
de muertos que fueron sus antepasados” (Bodei 359). En Destinos personales: la
era de la colonización de las conciencias (2006), Remo Bodei lo explica de la
siguiente manera: “La comunidad de los muertos está en la base del ‘alma
de la raza’, del conjunto de las características nacionales durables de un pueblo”
(359). Más clara aún fue la apropiación del positivista venezolano Gil Fortuol,

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figura de Rómulo Gallegos en la Venezuela revolucionaria

quien explica el concepto parafraseando en cierta medida al poeta Ruskin: “los


muertos gobiernan a los vivos” (35)21.
Pero la Francia moderna de finales del siglo XIX de Le Bon no tiene nada
que ver con las zonas agrarias o nativas del siglo XX en Venezuela, ni tampoco con
las regiones que estudió en sus experiencias como etnógrafo. Además, el concep-
to que propone el sociólogo se ha criticado numerosas veces por tener ciertos
elementos racistas y equívocos. En ese sentido, el mismo Laureano Vallenilla
Lanz, en una conferencia que dictara el 1º de agosto de 1914 en el Teatro Calcaño
en Caracas, titulada “El concepto de raza en la evolución venezolana”, sugería
que en lugar de hablar de raza era mejor usar el concepto de pueblo o nación
(cit. en Cardozo 58). Sin embargo, la palabra fue progresivamente apropiándose
de diferentes formas para identificar el “alma nacional”: está, como vimos antes,
en la novela Cubagua de Bernardo Núñez, en poemas de Andrés Eloy Blanco o en
Antonio Arraiz, por solo mencionar algunos.
Por lo visto, entonces, algunos “espectros” no tienen orígenes tan naciona-
les como parece, sino un carácter desterritorial, tránsfuga y apátrida. De hecho,
se importan y comercian de un lugar a otro, de un género a otro, de un idioma a
otro, al menos en este aspecto. Y es que hay algo engañoso en cierta espectrología,
en cierta ciencia de revivir muertos y hablar por ellos. ¿No lo hacía doña Bárbara
con el Socio, que era invento suyo además? ¿O vamos a olvidar cómo el zambo
astuto de Pajarote, que mata al mismo Brujeador, inventó el cuento del Familiar
para darle más poder a Luzardo? ¿No estaremos entonces hablando de una criatura
artificial que logra tener un poder movilizador sin igual? Dicho de otro modo, por
más fuerte y esencial que sea este “espíritu” del “alma de la raza”, que parece un
fantasma, no deja de necesitar de ficciones para revivirse: ficciones sociológicas,
legales, ideológicas, nacionales, identitarias.
Los espectros son tramposos, sin duda, y revivirlos puede causar daños y
alteraciones, pero también puede crear una necesidad de legitimidad y arraigo
con un pasado y con una tradición, más aún cuando son poseídos de manera de-
liberada e instrumental (“de que vuelan, vuelan”). Detrás de la obsesión de revivir
a Gallegos está la obsesión por conjurar el espectro nacional22. En la Venezuela

21 La referencia que cita de Ruskin es la siguiente: “Men cannot benefit those that are with them
as they can benefit those who come after them; and of alt the pulpits from which human voice
is ever sent forth, there is none from which human voice is ever sent forth, there is none from
which it reaches so far as from the grave” (cit. en Gil Fortoul 35).
22 Si bien al principio veía el alma de la raza como una utopía futura de mestizaje y blanqueamiento,
luego, a partir de Canaima, la ve como incógnita, misterio, vacío y negación que porta una lógica
muy parecida a lo real lacaniano: ese lugar traumático donde no hay sentido verbalizable.

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actual, sus distintas herencias son las que han abierto el conflicto que, luego del
paro petrolero y el 11 de abril del 2002, encarnaron el espíritu revolucionario y
oficial bolivariano. Chávez lo convoca para hacerlo suyo, para convertirlo en
parte de su épica personal que funde su gestión con la del cuerpo de la nación,
aun cuando sus seguidores intelectuales marquen y delimiten bien los legados
que les resultan perniciosos para la revolución; Vegas, Zapata y Lerner buscan
por el contrario dar con otra herencia que pueda conjurarlo desde la paradóji-
ca condición de ser sujetos nacionales, pero ahora sin comunidad imaginada.
Desterrados simbólicamente del nuevo proyecto “nacional” revolucionario, solo
les queda restituir los fantasmas de otro tiempo y repensar su relación con ellos
desde la pequeña, conservadora y menospreciada esfera letrada, en los tiempos
de la Internet y la televisión comercial.

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