Aimé Césaire - Poemas

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Aimé Césaire

Poemas

Aimé Césaire

Philippe Ollé-Laprunne

31 diciembre 2003

El alcance de un texto literario trasciende su propia época, y a veces,

en el mejor de los casos, al autor mismo; el juicio más acertado de su

valor proviene justamente de la sanción que le infligen los años. Los

textos polémicos, aquellos cuya violencia determinan los debates de una


época, están todavía mucho más expuestos y son más vulnerables a esa

prueba. En ese sentido la obra de Aimé Césaire es un modelo. Este

escritor francés del Caribe denunció la condición inaceptable del hombre

negro explotado y humillado durante siglos. Pero también, a través de

esos ataques virulentos, desarrolló un discurso que es un llamado a la

dignidad y la justicia para todos, con una sorprendente actualidad. Como

si precisamente el tiempo tuviera la virtud de recuperar el vigor del

grito para darle mayor resonancia a las palabras del poeta.

Al momento de su publicación, los textos de Aimé Césaire suscitaron tanto

entusiasmo como rechazo. A menudo marginado, el escritor no participó en

polémicas inútiles ni en discusiones mundanas. Confiado en lo justo de su

causa y en el alcance de su palabra, no eludió los debates más intensos

del momento. Hoy es necesario reconocer que sus textos no han perdido

vitalidad y que muchos de los problemas del siglo que se inicia ya están

presentes en su obra, lograda, como lo confesó él mismo, a fuerza de

observar el mañana.

La célebre anécdota que marcó el comienzo de Aimé Césaire como personaje

público fue la siguiente. André Breton llegó a la Martinica en abril de

1941, huyendo de la Francia ocupada por los alemanes (vía Marsella, como

muchos otros) con destino a Nueva York, donde permaneció refugiado hasta

el final de la guerra. Su barco, El Capitán Paul Lemerle, acogió a otros

prestigiosos refugiados: Victor Serge, Wilfredo Lam, Claude Levi-Strauss.


Un día, con el fin de encontrar un moño para su hija Aube, Breton entró

en una tienda en la que encontró junto a la caja una revista

literaria: Tropiques. De esta manera descubrió las reflexiones de los

intelectuales antillanos y, sobre todo, los textos poéticos del director

de la publicación: Aimé Césaire. No dudó en calificar su obra literaria

como "el mayor monumento lírico de la época". Para ambos hombres el

encuentro resultó trascendental, pero además fue el primer reconocimiento

a una obra hasta entonces confidencial. Breton escribió su famoso texto

"Un gran poeta negro", que luego retomó en su libro Martinique charmeuse

de serpent. En él hace un elogio al poeta y a su poema largo Cahier d'un

retour au pays natal. Tal como escribió Breton acerca del profesor

antillano: "la palabra de Aimé Césaire, hermosa como el oxígeno

naciente". Ese poema largo, agitado, torturado, violento y gracioso,

cínico y agresivo, tierno y amenazador, se publicó en Francia en 1939

pero sin lograr mayor resonancia; por una parte, la revista que lo

publicó, Volontés, tenía una circulación restringida y, por otra, el

inicio de la Segunda Guerra Mundial naturalmente acaparó la atención de

las personas. Sin embargo, ese texto fundamental es la manifestación

poética de las angustias y de las reflexiones del joven intelectual

martiniqués, quien muestra con orgullo al lector su revuelta y una nueva

forma de ser al mundo: la negritud.

Aimé Césaire nació en Basse-Pointe, Martinica, el 26 de junio de 1913. Es

el segundo de una familia de siete hijos. Su padre, un pequeño


funcionario, los mantiene en un ambiente en el que las lecturas de

Voltaire, Hugo o Bossuet se alternan con los relatos y las leyendas de

África contadas por la abuela, Mamá Nini.

En efecto, esa isla fue uno de los numerosos lugares de destino de los

esclavos negros llevados a las colonias de los países occidentales por

medio del comercio triangular. Ese sistema consistía en paliar la falta

de mano de obra local con la importación de los esclavos de África. Junto

con los seres humanos llegaron los cantos y las maneras de cocinar, la

ropa y los imaginarios, las culturas que sobreviven y se adaptan hasta el

día de hoy. Cristóbal Colón descubrió la Martinica en 1502. La isla

abarca un territorio de apenas 85 por treinta kilómetros cuadrados y,

aunque no representa una enorme apuesta económica, constituye un

importante centro de desarrollo del cultivo de la caña de azúcar y juega

un papel estratégico evidente, en el corazón de ese Mare

Nostrum creciente. En nombre de la corona francesa, el francés Belin

d'Esmanbuc tomó posesión de la isla en 1635. Siguieron dos siglos de

explotación por parte del poder colonial. Para tener una idea de la

amplitud de los movimientos de población, podemos señalar por ejemplo

que, en el transcurso del siglo XVIII, un millón trescientos mil esclavos

negros fueron llevados por la fuerza a las Antillas y Luisiana. De ello

se desprende una estructura social que proviene de una división racial:

una ínfima minoría de blancos dirigía el destino de una gran mayoría de

negros, con muy pocos mestizos entre los dos grupos. Actualmente, esa
estructura prevalece. Hasta la abolición de la esclavitud en 1848,

gracias sobre todo a los esfuerzos de Schoelcher, las revueltas fueron

numerosas y violentamente reprimidas. De ahí proviene la figura del

negro, del mulato que ha escapado y vive como hombre libre: imagen de la

libertad conquistada, tan querida por Aimé Césaire.

Cuando nació Aimé Césaire, la Martinica era un territorio miserable y sus

pobladores, sumidos en la ignorancia, tenían un acceso limitado a la

cultura y a la enseñanza. Aimé pronto destacó por sus cualidades de buen

alumno. Taciturno y curioso, era un lector excelente. Todas estas

virtudes hicieron de él un candidato ideal para obtener una beca y seguir

sus estudios: resulta electo para ir a Francia. El 24 de septiembre de

1931, con apenas 18 años, Aimé Césaire se embarcó en El Perú con destino

a un mundo que apenas adivinaba: el París de los treinta. Entró al liceo

Louis le Grand para preparar el difícil examen de admisión a la Escuela

Normal Superior. Según la costumbre, un alumno mayor se encargaba de

apadrinarlo, y uno de los pocos estudiantes negros aceptó el papel: el

senegalés Léopold Sedar Senghor. Césaire, una vez más, fue un estudiante

ejemplar y logró pasar el examen de admisión. En esos años adquirió una

cultura muy sólida, y su estancia en París también fue significativa por

sus descubrimientos intelectuales y literarios. Ese París de los treinta

era esplendoroso, cosmopolita, lleno de furor y de vida, de angustia

frente a una guerra inminente y de luchas ideológicas inevitables. Para

Césaire, significó el tiempo de aprendizaje de la cultura negra, del


África que cuenta Senghor, de los poetas negros americanos (Langston

Hugues o Claude Mac Kay, a quienes dedicó un estudio) y de los

movimientos estéticos atraídos por nuevas formas. Esta cultura ya no se

encuentra a sí misma en el desprecio sufrido: ha llegado el momento de

reconocer una cultura negra que rebasa las fronteras. Los primeros en

reconocerla con respeto y pasión fueron poetas como Cendrars y

Apollinaire, o pintores como Picasso y Braque. Más tarde llegó el jazz,

con los soldados americanos en 1917, y Francia festejó los años veinte

bajo el sonido nuevo de las trompetas. Gracias al premio Goncourt

otorgado a René Maran por su novela Batouala en 1921, la denuncia de los

abusos del colonialismo por Gide en 1927 en su Viaje al Congo, la

literatura se acerca a un mundo olvidado hasta entonces. La ciencia

también lo ve bajo un nuevo aspecto. Las expediciones a África (como la

famosa misión Dakar-Djibouti de 1933, en la que participan Marcel Griaule

y Michel Leiris) y los textos fundadores de la etnología moderna brindan

al mundo occidental las nuevas herramientas para apreciar culturas

desconocidas. La Historia de la civilización africana de Frobenius es

traducida en 1936, y marca profundamente a esta generación. Tres jóvenes

intelectuales y poetas negros de diferentes horizontes están por formular

sus sentimientos y sus reflexiones acerca de este patrimonio común, pero

sobre todo van a dar forma a su revuelta contra este estado de las cosas:

el martiniqués Aimé Césaire, el senegalés Léopold Sedar Senghor y el

guyanés Léon Damas reconocen como causa común la negritud. Obviamente, se

trata de celebrar y de valorar unas raíces culturales comunes y de


reconocer su vitalidad. No intentan elaborar una doctrina o un

manifiesto, sino que pretenden abarcar lo que significa ser del Caribe,

de África del Sur, de Estados Unidos, de cualquier lugar en donde un

hombre sufre. Para Césaire esto motiva la redacción de su largo texto

poético Cuaderno de un regreso al país natal. El autor, armado de un

espléndido lenguaje lírico, denuncia la escandalosa situación de las

poblaciones sometidas al sistema colonialista y canta la dignidad de un

mundo africano oculto en la memoria colectiva. Su postura es radical:

"Confórmense conmigo. No me conformo con ustedes." Habla de su relación

con su tierra, del furor de las revueltas pasadas, del sueño que guarda y

que lo representa de regreso a su isla, lejos de París. La riqueza de la

lengua acompaña la descripción suntuosa de una naturaleza que adivinamos

exuberante. Al publicar su primera obra, el poeta apenas tiene 26 años y

seguramente no se da cuenta de que ha escrito un texto que dejará una

profunda huella.

Césaire se casó en París y regresó a la Martinica en 1939. A pesar de la

guerra, publicó junto con su esposa Suzanne y algunos amigos, como René

Ménil y Georges Gratiant, la revista Tropiques. Gracias a la vasta

cultura adquirida durante sus años en París, edita textos de autores

desconocidos para los lectores de la isla. Después de su encuentro con

Breton, Tropiques adquiere un tono más surrealista. Se publicaron catorce

números y la revista dejó de circular en 1945. La lucha de Césaire pronto

tomó otra forma. Además, durante estos años de guerra, dio clases de
Literatura a una generación de jóvenes martiniqueses como Edouard

Glissant y Frantz Fanon.

En 1945, la palabra de Césaire adquiere una nueva dimensión. Ingresa en

política, representa el Partido Comunista y es electo alcalde de Fort de

France y diputado de la Martinica. Lo reeligen una y otra vez, hasta su

renuncia voluntaria. La relación de Césaire con la política es la de un

intelectual de su época. Al momento de la liberación, el Partido

Comunista es el más importante de Francia, y goza de un gran prestigio en

las elites intelectuales. Por otra parte, es el único partido que

cuestiona la legitimidad del poder colonial francés; sin embargo, las

independencias africanas aún no se vislumbran. La huella de Césaire se

manifiesta en estas dos actividades, mientras en sus textos poéticos

grita la revuelta del mundo negro en una lengua que toma las formas del

francés más clásico y más lírico; en política, se afilia a un partido

para tener una tribuna desde la cual interrogar y reflexionar acerca de

la relación entre la metrópoli y sus colonias, en particular la

Martinica. No cree en la independencia inmediata, ni en la capacidad de

la población para manejar una situación tan radicalmente diferente, pero

nunca cesará de buscar un estatuto particular para estos territorios con

un pasado tan turbulento, siempre dentro del marco legal de la república.

Ésta es la manera de evolucionar de Césaire, una capacidad para tomar lo

mejor del Otro y utilizarlo a su favor. Ante los diputados conservadores

que lo atacan con violencia debido a "lo que Francia le permitió


aprender" y la deuda que tiene un hombre como él (es decir, negro) hacia

su patria, Césaire explica sin rabia que en nombre de los valores mismos

de ese país no puede aceptar esos ataques. Conoce las contradicciones del

humanismo francés, esos postulados bien intencionados en los que no se

cuestionó la peor humillación de una población: la esclavitud.

Obviamente Césaire fue miembro del Partido Comunista porque era un hombre

de izquierda, pero sobre todo por la oposición aparente del pc hacia el

sistema colonial; de la misma manera que Camus perteneció al partido en

Argelia, antes de la guerra, por motivos similares. Pero también fue uno

de los primeros en renunciar, el 24 de octubre de 1956, cuando se reveló

el carácter dictatorial y represivo del poder estalinista en la Unión

Soviética. En su famosa "Carta a Maurice Thorez", el diputado de la

Martinica y el poeta fueron uno solo; más allá de las circunstancias que

afectaban la imagen del comunismo, Césaire establece las cuestiones

fundamentales acerca de las relaciones entre los países del Tercer Mundo

y la doctrina marxista. Escribe con fervor y justeza que no habrá nunca

un comunismo africano o antillano "porque el comunismo francés se

encuentra más cómodo imponiéndonos el suyo". Pronuncia dos frases

fundamentales para entenderlo: "Ya llegó nuestra hora. Y lo que acabo de

decir de los negros no sólo es válido para los negros." En otras

palabras, Aimé Césaire reclama el derecho de todos los pueblos humillados

al respeto y a la dignidad, es decir, a la autodeterminación. Esa famosa

carta completa el otro gran texto de reflexión política del


poeta: Discurso sobre el colonialismo. Escrito en 1955, ese texto es el

ataque más feroz de Césaire en contra del repugnante estado de cosas

instalado por el poder colonial y, en consecuencia, sobre las nuevas

relaciones norte-sur; así comienza: "Una civilización incapaz de resolver

los problemas que suscita su funcionamiento es una civilización decadente

[...] Una civilización que engaña con sus principios es una civilización

moribunda." En varias páginas inspiradas, coloca al mundo occidental

frente a sus contradicciones, utilizando sus propias armas y palabras.

En 1958 Césaire funda su propio partido político, el Partido Progresista

de Martinica. De esta manera, sigue representando a los habitantes de la

isla sin estar sometido a ninguna maquinaria exterior. Muchas veces sus

dones de orador le permiten prestar sus palabras a los "condenados de la

tierra", encarnados en los lectores de la Martinica. La palabra se

encuentra en el eje de las preocupaciones de Aimé el poeta y de Césaire

el político. Para retomar su manera de decirlo, él es, ante todo, un

"manipulador de palabras".

Luego de Cuaderno de un regreso al país natal, de los elogios de Breton y

de la publicación del texto como libro (y de la traducción al español de

Lidia Cabrera a Cuba, con un prefacio de Benjamin Péret), Césaire se

convierte en un escritor reconocido cuya obra acompaña el crecimiento de

la joven literatura negra. Jean-Paul Sartre fue el segundo padrino de su

obra gracias a "Orfeo negro", prefacio a la Antología de la nueva poesía


negra y malgache de lengua francesa (1948) organizada por Senghor. En esa

época, Sartre es el escritor más escuchado y más influyente de Francia, y

pone su inmenso talento al servicio de otras plumas; así, celebra a

autores como Genet, Fanon y Césaire. En 1945, durante un viaje a Estados

Unidos, Sartre tomó conciencia del problema negro; más tarde, en su

ensayo introductorio, coloca a Césaire en el centro de la poesía negra de

lengua francesa.

En ese momento de su vida, el escritor de la Martinica gozaba de una gran

productividad: publicó los libros Las armas milagrosas (1946) y Sol

cortado (1948). La influencia surrealista siguió presente, pero el poeta

era más conciso y preciso.

Siguieron Ferrements (1960), Catastro (1961) y Yo, Laminaria (1982), obra

por la cual recibió el Gran Premio Internacional de Poesía. Gracias a la

publicación de su poesía completa en 1994, se descubrió un libro

inédito: Como un saludo mal entendido. Lo declaró varias veces: su

poesía, ante todo, está cerca de Rimbaud y de Lautréamont, de Mallarmé y

de los negros americanos. Son referencias finalmente previsibles para un

autor que mezcla modernidad y revuelta, el trabajo de la forma y los

sonidos. Césaire pensaba, al igual que Tzara, que la poesía se hace en la

boca. Los escritos de Tropiques revelan sus gustos y sus referencias. Por

otra parte, sorprenden las pasiones que le despiertan Claudel y Péguy,

autores poco valorados por los escritores cercanos a él. He aquí una
afición exacerbada por la lengua francesa más clásica y no una comunión

de pensamiento con esos poetas. De la misma manera, la crítica literaria

cercana al Partido Comunista hará siempre notar, antes y después de su

retiro, que su estética se opone totalmente al realismo socialista.

Si Césaire ha estado tan marginado como poeta, ha sido ante todo porque

la originalidad de su tono y el lirismo exuberante de su pluma no

permiten colocarlo en ninguna corriente de la poesía francesa de su

época. Sorprenden la popularidad y el respeto que inspira en otros

países. Si su reconocimiento es reciente en Francia, las tesis sobre su

obra literaria abundan en África y Estados Unidos. La otra característica

notable de su obra poética es el predominio de la imagen sobre la idea.

Este fundamento de su poesía pesa indudablemente sobre la marginalización

de su obra en el universo poético francés, más preocupado entonces por

las teorías y la escritura intimista. Lo afirma René Ménil de manera más

general: históricamente, la poesía negra surge antes de la filosofía

llamada comúnmente negritud. Césaire ve en la naturaleza cercana los

símbolos de un pensamiento; prefiere enseñar una imagen impactante (como

el volcán o la isla, por ejemplo) a desarrollar una temática abstracta y

sin impulso. Su universo es del orden de lo visual, sabe que una imagen

conmueve más que una idea y que un discurso nos atrapa sólo si está

suficientemente ilustrado.
Asimismo, el deseo de producir palabras condujo a Césaire al teatro, como

un dramaturgo inspirado que exploró y utilizó este género por una

exigencia de claridad, porque el teatro es hablar claro. Césaire expuso

sus ideas y sus interrogaciones en cuatro obras: acerca de las Antillas,

en Y los perros se callaban; sobre los conflictos que lleva la

descolonización, en Una temporada en el Congo; sobre la instalación del

poder negro, en La tragedia del rey Christophe, y finalmente sobre el

problema de los negros en Estados Unidos en Una tempestad, obra

directamente inspirada en Shakespeare. Puestas en escena por prestigiosos

directores como Jean-Marie Serreau, fueron montadas en diversos

festivales teatrales, como el de Aviñon, e incluso en la Comédie-

Française.

Este año Aimé Césaire cumplió los noventa. Su pensamiento y sus escritos

siguen siendo guías tanto para la reflexión del hombre occidental como

para el habitante de un país del sur. Los países llamados desarrollados,

colonizadores ayer o dominantes hoy, seguros de sí mismos, a veces hasta

la arrogancia, establecen esquemas que los coronan siempre vencedores.

Los pueblos dominados, también por amos locales, vacilan entre la

tentación de imitarlos y el deseo de no renunciar a su identidad. Como

dijo Senghor: "Lo importante no es ser asimilado sino asimilar." El grito

de Césaire se eleva contra este estado de las cosas y contra la peor de

las causas: la indiferencia. Ya lo escribía en el Cuaderno de un regreso

al país natal:
      

Ustedes

Oh Ustedes que se tapan los oídos

Les hablo a ustedes, hablo para Ustedes, para Ustedes

quienes

Descuartizarán mañana, hasta las lágrimas, la paz

apacentada de sus sonrisas

Para Ustedes quienes una mañana amontonarán mis

palabras en su bolsa y tomarán a la hora en la que los

hijos del miedo sueñan,

El camino oblicuo de las huidas y de los monstruos.

A todos, cómplices o enemigos, él repite sin fin el último gesto del

poeta: ofrecer sus palabras para invocar la lucidez y oponerse sin

descanso a un mundo inaceptable.

     — Traducción de Agnès Merat

Partir.
Así como hay hombres-hiena y hombres-pantera, yo
seré un hombre-judío,
un hombre cafre
un hombre-hindú-de-Calcuta
un-hombre-Harlem-sin-derecho-a-voto
El hombre-hambre, el hombre-insulto, el hombre-tortura
se le podría
prender en cualquier momento, molerlo a golpes-matarlo
por completo
sin tener que rendirle cuentas a nadie.

Un hombre judío
un hombre-pogromo
un perro de caza
un pordiosero.
Pero, ¿es que puede uno matar el remordimiento, bello
como la cara de sorpresa de una dama inglesa al encontrar
en su sopa un cráneo de hotentote?
Yo reencontraría el secreto de las grandes comunicaciones
y de las grandes combustiones. Diría tempestad, diría río.
Diría ciclón. .Diría hoja. Diría árbol, mejorarían todas las
lluvias, me humedecerían todos los rocíos.
Me revolcaría como sangre frenética sobre la lenta corriente
del ojo de las palabras,
en caballos locos, en niños tiernos, en toques de queda en vestigios
de templo, en piedras preciosas, lo bastante lejos como para
descorazonar a los menores.
Quien no me comprenda no comprenderá el rugido del tigre

Es mío
un hombre solo preso de blancura
un hombre solo que desafía los gritos de la muerte
blanca
(TOUSSAINT,TOUSSAINT L'OUVERTURE)
un hombre solo que fascina al gavilán blanco de la muerte
blanca
un hombre solo en la mar infecunda de la arena blanca
es un viejecito que se eleva contra las aguas
del cielo.
La muerte describe un círculo brillante encima de este hombre
la muerte brilla dulcemente sobre su cabeza
la muerte sopla en la caña madura de sus brazos
la muerte galopa en la prisión como un caballo blanco
la muerte luce en la sombra como los ojos de los gatos
la muerte hipa como el agua bajo las rocas
la muerte es un pájaro herido
la muerte decrece
la muerte vacila
la muerte es un paytura sombrío
la muerte expira en una blanca balsa de silencio.

----

“… Y he aquí que de pronto fuerza y vida me acometen como un toro y la


onda de vida rodea la papila del morro, y aquí están todas las venas y
vénulas atareadas en la sangre nueva y el enorme pulmón de los ciclones
que respira y el fuego atesorado de los volcanes y el gigantesco pulso
sísmico que lleva el compás de un cuerpo vivo en mi firme incendio.

Y ahora que estamos de pie, mi país y yo, con los cabellos al viento y mi
pequeña mano ahora en su puño enorme y la fuerza no está en nosotros sino
por encima de nosotros, en una voz que barrena a la noche y a la
audiencia como la penetración de una avispa apocalíptica. Y la voz dice
que Europa durante siglos nos ha cebado de mentiras e hinchado de
pestilencias,
porque no es verdad que la obra del hombre haya terminado
que no tengamos nada que hacer en el mundo
que seamos unos parásitos en el mundo
que basta que nos pongamos al paso del mundo
pero la obra del hombre ha empezado ahora
y falta al hombre conquistar toda prohibición
inmovilizada en los rincones de su fervor
y ninguna raza tiene el monopolio de la belleza, de la inteligencia,
de la fuerza
y hay sitio para todos en la cita de la conquista y ahora sabemos que el
sol gira alrededor de nuestra tierra iluminando la parcela que ha fijado
nuestra sola voluntad y que toda estrella que cae del cielo a la tierra a
nuestra voz de mando sin límite.

Ahora poseo el sentido de las ordalías; mi país es “la lanza de noche”


de mis antepasados bámbaras que se arruga y su punta huye
desesperadamente hacia el astil si se la rocía con sangre de pollo y dice
que es sangre de hombre lo que necesita su temperamento, grasa, hígado,
corazón de hombre, no sangre de pollo.

Y yo busco para mi país no corazones de dátil, sino corazones de hombre


que, para entrar en las ciudades de plata por la gran puerta trapezoidal,
golpeen la sangre viril, y mis ojos barren mis kilómetros cuadrados de
tierra paternal y enumero las llagas con una especie de júbilo y las
hacino una sobre otra como raras especies, y mi cuenta se alarga siempre
con imprevistas acuñaciones de la bajeza.
Y aquí están aquellos que no se consuelan de no ser hechos a semejanza de
Dios sino del diablo, aquellos que consideran que se es negro como se es
dependiente de segunda clase: esperando mejorar y con la posibilidad de
subir más alto; aquellos que capitulan ante sí mismos, aquellos que viven
en el fondo de la mazmorra de sí mismos; aquellos que se envuelven con
seudomorfosis orgullosa; aquellos que dicen a Europa: “Mire, yo sé cómo
hacerle reverencias, cómo prestarle mis respetos, en suma, no soy
diferente de usted; no haga caso de mi piel negra: me ha tostado el
sol”.

Y hay el rufián negro, el áscari negro, y todos cebras se zarandean a su


manera para hacer que el listado de sus pieles caiga en un rocío de leche
fresca. Y en medio de todo esto yo digo ¡hurra! mi gran padre se muere,
yo digo ¡hurra! la vieja negritud se cadaveriza progresivamente.

No hay que decir: era un buen negro. Los blancos dicen que era un negro,
un verdadero buen negro, el buen negro de su amo.

Yo digo ¡hurra!
Era un muy buen negro,
la miseria le había herido pecho y espalda y habían metido en su pobre
mollera que una fatalidad pesaba sobre él y que no la puede manejar a su
antojo que no tenía poder sobre su propio destino; que un señor avieso
había desde tiempo inmemorial escrito leyes de prohibición en su
naturaleza pelviana; y ser el buen negro; creer honradamente en su
indignidad, sin la curiosidad perversa de verificar nunca los
jeroglíficos fatídicos.
Era un muy buen negro.

Y no se le ocurría la idea de que podría azadonar, ahondar, cortarlo


todo, cualquier otra cosa verdaderamente que no fuese la caña insípida.

Era un muy buen negro.

Y le lanzaban piedras, trozos de chatarra, cascos de botella, pero ni


esas piedras, ni esa chatarra, ni esas botellas…
Oh quietos años de dios sobre este mogote terráqueo!

Y el látigo disputó el chupeteo de las moscas el rocío azucarado de


nuestras llagas.

Yo digo hurra! la vieja negritud


se cadaveriza progresivamente
el horizonte se deshace, retrocede y se ensancha
y entre desgarrones de nubes aparece el fulgor de un signo.
El negrero cruje por todas partes… Su vientre se convulsiona y resuena…
La horrible tenía de su cargamento roe los intestinos fétidos del extraño
niño de pecho de los mares.

Y ni el júbilo de las velas hinchadas como un abultado bolso de doblones,


ni las jugarretas hechas a la tontería peligrosa de las fragatas
policíacas le impiden oír la amenaza de sus gruñidos intestinos.

En vano para olvidarse de ello el capitán cuelga en su palo mayor el


negro más gritón, o lo echa al mar, o lo entrega al apetito de sus
molosos.

La negrería que huele a cebolla frita vuelve a encontrar en su sangre


derramada el sabor amargo de la libertad

Y está de pie la negrería

La negrería sentada
inesperadamente de pie
de pie en la cala
de pie en los camarotes
de pie en el puente
de pie en el viento
de pie al sol
de pie en la sangre
de pie
y
libre
de pie y no como una pobre loca en su libertad y su indigencia marítimas
girando en la deriva perfecta y aquí está:
más inesperadamente de pie
de pie en los cordajes

de pie ante el timón


de pie ante la brújula
de pie ante el mapa
de pie bajo las estrellas
de pie
y
libre

Y el navío lustral hiende impávido las aguas


Desplomadas
Y ahora se pudren nuestras borlas de ignominia!
por el sol abrotoñado de medianoche
escucha gavilán que tienes las llaves de oriente
por el día desarmado
por el tiro de piedra de la lluvia

Escucha perro blanco del norte, serpiente negra del


Mediodía
que rematáis el cinturón del cielo
todavía hay un mar por cruzar
para que yo invente mis pulmones
para que el príncipe se calle
para que la reina me bese
todavía un viejo mar por asesinar
un loco por entregar
para que mi alma brille ladre brille
ladre ladre ladre
y que chille la lechuza mi bello ángel curioso.
El maestro de las risas?
El maestro del silencio formidable?
El maestro de la esperanza y la desesperación?
El maestro de la pereza? El maestro de las danzas?
Soy yo!
y por eso, señor
los hombre de cuello frágil
recibe y percibe fatal calmoso triangular
y para mí mis danzas
mis danzas de mal negro
para mí mis danzas
la danza rompe-argolla
la danza salta-prisión
la danza es-hermoso-y-legítimo-ser-negro
para mí mis danzas y salta el sol en la raqueta de mis manos
pero no el sol desigual ya no me basta
enróscate, viento, alrededor de mi nuevo crecimiento
pósate en mis dedos medidos
te entrego mi conciencia y su ritmo de carne
te entrego los fuegos donde se asa mi debilidad
te entrego la cadena múltiple
te entrego el pantano
te entrego el intourist del círculo triangular
devora desea
te entrego mis palabras abruptas
devora enróscate

y enroscándote abrázame con un más vasto


estremecimiento
abrázame hasta el nosotros furioso
abraza, abrázanos
pero habiéndonos igualmente mordido
hasta la sangre de nuestra sangre mordido,
abraza, abraza mi pureza sólo se enlaza con tu pureza
pero entonces abraza
como un campo de apretados filaos
en la noche
nuestras multicolores purezas
y enlaza, enlázame sin remordimientos
enlázame con tus inmensos brazos de arcilla luminosa
enlaza mi negra vibración al ombligo mismo del mundo
enlaza, enlázame, áspera fraternidad,
y luego, estrangulándome con tu lazo de estrellas, sube,
paloma
sube
sube
sube

Yo te sigo, impresa en mi atávica córnea blanca,


sube lamedor de cielo
y el gran agujero negro donde yo quería ahogarme
en la otra luna
es allí donde quiero pescar ahora la lengua maléfica
de la noche en su inmóvil vibración”.

(De Cuaderno de un regreso al país natal, 1939)

Supervivencia

Te evoco
bananero patético que agitas mi desnudo corazón
en el día salmodiante
te evoco
viejo hechicero de las montañas sordas por la noche
justamente la noche que precede a la última
y sus redobles de tedio golpeando en la poterna loca de las ciudades
enterradas
pero no es sino el preludio de las selvas en marcha sobre el cuello
sangrante del mundo
es mi odio singular
llevando a la deriva sus témpanos de hielo en el aliento de las
verdaderas llamas
dadme
ah dadme el ojo inmortal del ámbar
y sombras y tumbas de granito cuadriculado
pues la barrera ideal de los planos húmedos y de las hierbas
acuáticas
escucharán en las zonas verdes
los intérpretes del olvidos anudándose y desanudándose
y las raíces de la montaña
exaltando la estirpe real de los almendros de la esperanza
florecerán por los senderos de la carne
(la penuria de vivir pasando como una tempestad)
mientras que bajo el cartel del cielo
un fuego de oro sonreirá
al canto ardiente de las llamas de mi cuerpo

(Las armas milagrosas, 1946. Traducción de Lizandro Z.D.Galtier)

Sol serpiente

Sol serpiente ojo fascinador ojo mío


el mar piojera de islas crujiendo en los dedos de las rosas
lanza-llamas y mi cuerpo intacto de fulminado
el agua eleva las osamentas de luz perdidas en el corredor sin pompa
torbellinos de hielo aureolan el corazón humeante de los cuervos
nuestros corazones
es la voz de los rayos domesticados que giran sobre sus goznes de
lagartija
traslado de anolis al paisaje de vidrios rotos
son las flores vampiros que suben a relevar las orquídeas
elixir del fuego central
juego justo fuego mango nocturno cubierto de abejas
mi deseo un azar de tigres sorprendidos en los azufres
pero el despertar estañoso se dora con los yacimientos infantiles
y mi cuerpo de guijarro que come pescado que come
palomas y sueños
el azúcar de la palabra Brasil en el fondo de la ciénaga

(Las armas milagrosas, 1946. Traducción de Aldo Pellegrini)

Elegía

El hibisco no más que un ojo reventado


de donde pende el hilo de una larga mirada, las trompetas de esparavanes
el gran sable negro de los flamboyanes, el crepúsculo llavero siempre
tintineante
las arecas indolentes soles que jamás se pusieron por traspasadas por un
alfiler que las tierras que se saltan la tapa de los sesos
no dudan nunca en incrustarse
hasta el corazón, los fantasmas horrorosos, Orión
la extática mariposa que los pólenes mágicos
crucificaron sobre la puerta de las noches cimbreantes
los bellos tirabuzones negros de las cañafístulas mulatas
altaneras cuyo cuello tiembla levemente bajo la guillotina

y no te sorprendas si en la noche gimo más hondamente o si mis manos


estrangulan más sordamente es el tropel de viejas penas que hacia mi olor
negro y rojo en escolopendra
alarga la cabeza y con una insistencia en el hocico aún blanda y
desmañada busca más dentro mi corazón de nada me sirve entonces apretarle
contra el tuyo y perderme en la espesura de tus brazos que acaba por
encontrarlo y muy gravemente de manera siempre nueva
lo lame amorosamente
hasta que brota salvaje la primera sangre
bajo las bruscas garras desplegadas del
DESASTRE

................

Pero al hacerlo, oh corazón, preservadme de cualquier odio


no hagáis de mí este hombre de odio
para quién sólo tengo odio
pues aunque limitado en esta única raza
conocéis sin embargo mi amor tiránico
sabéis que no por odio de otras razas
me exijo labriego de esta única raza
cuanto deseo
es por el hambre universal
por la sed universal

(Cuaderno de un regreso al país natal, 1939)

Cuerpo perdido

Yo que Krakatoa
yo que todo mejor que monzón
yo que a pecho descubierto
yo que carraspeo como un árgano viejo
yo que balo mejor que una cloaca
yo que fuera de gama
yo que Zambeze frenético o rombo o
caníbal
quisiera ser cada vez más humilde y más manso
siempre más grave sin vestigio ni vértigo
caer hasta perderme
en la viviente sémola de una tierra bien abierta
Fuera una neblina en lugar de atmósfera no
sería nada sucia
cada gota de agua conteniendo un sol
cuyo nombre idéntico para todas las cosas
sería el ENCUENTRO MAS TOTAL
de tal suerte que no se sabría a ciencia cierta
si cruza una estrella o una esperanza acaso
o un pétalo de flamboyán
o una retirada submarina
que las antorchas de las medusas aurelias frecuentan
Imagino que entonces la vida me bañaría por completo
mejor la sentiría palpándome o mordiéndome
tendido sentiría llegarme los olores al fin liberados
cual manos caritativas
que me atravesarían
para mecer largos cabellos
más largos que ese pasado que no puedo alcanzar.
Cosas apartaros, haced sitio
a mi reposo que alza en oleaje
mi cresta terrible de raíces fondeadoras
buscando dónde asirse
oh cosas, yo sondeo y sondeo
yo, el cargador, soy portarraíces
yo peso, fuerzo y arcaneo
y ombligueo
Ah, quien hacia los arpones me lleva
estoy muy débil
silbo, sí, silbo cosas muy antiguas
de serpientes de cosas cavernosas
Soy oro viento paz aquí
y contra mi hocico inestable y fresco
poso contra mi rostro corroído
tu frío rostro de risa descompuesta.
El viento, ay, lo escucharé aún
negro, negro, negro desde el fondo
del cielo inmemorial
un poco menos fuerte que hoy en día
pero demasiado fuerte sin embargo
y ese loco aullido de perros y caballos
que envía a nuestra persecución siempre cimarrona
mas a mi vez en el aire
me alzaré en un grito tan violento
que voy a salpicar al cielo entero
por mis ramas destrozadas
y por el chorro insolente de mi barril herido y solemne
ordenaré a las islas existir.

Conquista del alba

Morimos nuestra muerte en bosques de eucaliptos gigantes


acariciando encalladuras de paquebotes absurdos
en el país para crecer
drosera irrespirable
paciendo en las desembocaduras de las claridades sonámbulas
ebria
muy ebria guirnalda arrancando demostrativamente* nuestros pétalos
sonoros
en la lluvia campanularia de sangre azul,

Morimos
con miradas creciendo en amores extáticos en salas carcomidas
sin palabras que se opongan en los bolsillos, como una isla
que se hunde en la explosión brumosa de sus pólipos
—la noche,

Morimos
entre sustancias vivientes hinchadas anecdóticamente
de premeditaciones
arborizadas que sólo regocijan, que sólo se insinúan en el corazón mismo
de nuestros gritos, que únicamente reverdecen con voces de niño,
que solamente
trepan a lo largo de los párpados en el peldaño
agujereado miriápodos sagrados lágrimas silenciosas,

Morimos de una muerte blanca floreciendo de mezquitas su dintel de


espléndida ausencia donde la araña de perlas saliva su ardiente
melancolía de mónada convulsiva

en la inenarrable conversión del Fin


Maravillosa muerte de nada Una esclusa alimentada en las fuentes más
secretas de la ravenala se ensancha en grupa de gacela desprevenida

Maravillosa muerte de nada.

Las sonrisas escapadas al lazo de las complacencias deshácense sin precio


de las joyas de su infancia en plena feria de sensitivas en delantal de
ángel en temporada liminar de mi voz sobre la suave pendiente de mi voz a
voz en grito para dormirse.

Maravillosa muerte de nada

¡Ah! El penacho depositado de los orgullos pueriles


las ternuras adivinadas
he aquí con puertas más pulidas que las rodillas de
la prostitución—
el castillo de los relentes— mi ensueño
donde adoro
con la aridez de los corazones inútiles

(salvo del triángulo orquial que sangra violento como el silencio de las
tierras bajas)
brotar
en una gloria de trompetas libres con cáscara escarlata
corazón no mantecoso, sustrayendo a la ancha voz de los precipicios
incendiarios y embriagadores tumultos de cabalgata

Cadáver de un frenesí

el recuerdo de un camino que sube mucho a la sombra de los bambúes di


guarapo que vuelve a inventarse siempre y el olor de los ciruelos de
España
se dejaron olvidadas
las enaguas del mar
los tiempos de la infancia
el parasol de los coccolobis

al llegar a la curva me vuelvo y miro por encima del hombro


de mi pasado lleno del ruido mágico en el momento preciso
siempre incomprensible y angustioso del fruto del árbol del pan
que cae rodando hasta el barranco en donde nadie lo encuentra
la catástrofe se ha hecho un trono instalándolo demasiado alto
del delirio de la ciudad destruida es mi vida incendiada
Dolor tú perderás
él hábito que se grita:
que he soñado con el rostro torcido
boca amarga he soñado con todos los vicios de mi
sangre
y los fantasmas rondaron cada uno de mis gestos
en el escote de la suerte
no importa es debilidad

vela corazón mío


único prisionero que inexplicablemente sobrevive
en su celda
a la evidencia del destino
feroz taciturno
muy al fondo lámpara encendida por su terrible
herida

Paciencia de signos

Sublimes excoriaciones de una carne fraterna y hasta las fogatas rebeldes


de mil aldeas azotadas
arenas
fuego
mástil profético de las carenas
fuego
vivero de murenas fuego
fuego faroles de situación de una isla en pesadumbre
fuegos huellas de hoscos rebaños que se
deletrean en los barros
pedazos de carne cruda
gargajos suspendidos
esponja rezumante de hiel
vals de fuego de los céspedes llenos de cucuruchos que caen del impulso
frustrado de grandes ta-bebuyas
fuegos de los tizones perdidos en un desierto de llantos y cisternas
huesos
fuegos desecados más nunca tan desecados que no palpite un gusano
pregonando su carne nueva

semillas azules del fuego


fuego de los fuegos
testigos de ojos que para las locas venganzas se exhuman y se agrandan
polen polen
y por los guijarros donde se redondean las bahías nocturnas de suaves
manzanillos
buenas naranjas siempre accesibles a la sinceridad de las sedes largas

Poema parta el alba

Arrebatos de carne viva


en los estíos explayados de la corteza cerebral
han flagelado los contornos de la tierra
los ranforinquios en el sarcasmo de sus colas
captan el viento
el viento que ya no tiene espada
el viento que ya no es sino una caña de pescar los frutos de
todas las estaciones del cielo
manos abiertas
manos verdes
para las bellas fiestas de las funciones anhídridas
nevarán adorables crepúsculos sobre las manos tronchadas de las
memorias respirantes
y de ahí
sobre las grietas de nuestros labios de Orinoco desesperado
la feliz ternura de las islas mecidas por el pecho adolescente
de las fuentes del mar
y en el aire y en el pan siempre renaciente de los esfuerzos
musculares
el alba irresistible abierta bajo la hoja
cual claror el impulso espinoso de las belladonas

Visitación

oh marejada anunciadora sin nombre sin polvo de toda palabra


vinosa
marejada y mi pecho salado en las ensenadas de los antiguos días
y el joven color
tierno en los senos del cielo y de las mujeres eléctricas
de qué diamantes

fuerzas eruptivas trazad vuestros orbes


comunicaciones telepáticas retomad a través de la materia
refractaria
los mensajes de amor extraviados en los cuatro rincones del mundo
volved a nosotros reanimados
por las palomas viajeras de la circulación sideral
en lo que a mí se refiere a nada temo soy de antes de Adán no
dependo siquiera del mismo león
ni del mismo árbol soy de otra caloría y de otro frío
oh mi infancia leche de luciérnaga y estremecimiento de reptil
pero ya la víspera se impacientaba hacia el astro y la poterna
y huíamos
sobre un combado mar increíblemente sembrado de popas de
naufragios
hacia una orilla donde me aguardaba un pueblo agreste y penetrador
de bosques con
ramas de hierro forjado en las manos -el sueño camarada sobre
la escollera- el perro azul de la metamorfosis
el oso blanco de los témpanos de hielo y Tu muy salvaje des-
aparición
tropical como una aparición de lobo nocturno en pleno mediodía.

Las armas milagrosas

El violento machetazo del placer rojo en plena frente había 


    sangre y ese árbol llamando flamboyán flamígero y al que 
    nunca le queda tan bien ese nombre como en vísperas de 
    ciclón y de ciudades saqueadas la nueva sangre la razón 
    roja todas las palabras que en todas las lenguas significan 
    morir de sed y sólo cuando el morir tenía el sabor del pan 
    y de la tierra y la mar un sabor de antepasado y ese pájaro 
    que me grita que no me rinda y la paciencia de los alaridos 
    en cada recodo de mi lengua

(la arcada más bella y que es un chorro de sangre


la arcada más bella y que es una ojera lila
la arcada más bella y que se llama noche
y la belleza anarquista de tus brazos en cruz
y la belleza eucarística que llamea de tu sexo en cuyo nombre 
    saludaba yo el embalse de mis labios violentos)

había la belleza de los minutos que son joyas con rebaja del 
    bazar de la crueldad el sol de los minutos y su lindo hocico 
    de lobo que el hambre saca del bosque la cruz roja de los 
    minutos que son las murenas camino de los viveros y las 
    estaciones y las fragilidades inmensas de la mar que es un 
    pájaro loco clavado muerto sobre el portón de las tierras 
    cocheras y había hasta el pavor tales como el relato de julio 
    de los sapos de la esperanza y de la desesperanza limpios de 
    astros por encima de las aguas allá donde la fusión de los 
    días que garantiza el bórax justifica las veladoras gestantes 
    las fornicaciones de la hierba que no hay que contemplar 
    sin cautela las cópulas del agua reflejadas por el espejo de 
    los magos los animales marinos para atrapar en la cuenca 
    del placer de los asaltos de vocablos con todas las cañoneras    
    humeantes para festejar el nacimiento del heredero 
    varón en instancia paralela con la aparición de las praderas 
    siderales en la vertiente de la bolsa de los volcanes 

escolopendra escolopendra
hasta el párpado de las dunas sobre las ciudades prohibidas 
    azotadas por la cólera de Dios
escolopendra escolopendra
hasta el desastre crepitante y grave que arroja las ciudades 
    enanas contra la cabeza de los caballos más fogosos cuando 
    en plena arena levantan
su tenebrario sobre las fuerzas desconocidas del diluvio
escolopendra escolopendra
cresta cresta cimacio revienta olas en sable en caleta 
    en aldea
dormido sobre sus piernas de pilotes y de safenas de agua 
    cansada
en un momento se producirá la derrota de los silos olfateados 
    de cerca
el azar rostro de pozo de condotiero ecuestre con charcos 
    artesianos y las cucharillas de los senderos libertinos a 
    modo de armadura
rostro de viento
rostro uterino y lémur con dedos ahuecados en las monedas 
    y la nomenclatura química
y la carne invertirá sus grandes hojas de plátano que el viento 
    de los tugurios fuera de las estrellas que señalan la marcha 
    hacia atrás de las heridas de la noche hacia los desiertos de 
    la infancia hará como si leyera
en un momento habrá sangre vertida donde las luciérnagas 
tiran de las cadenillas de las lámparas eléctricas para la 
    celebración de las compitales
y las chiquilladas del alfabeto de los espasmos que traza las 
    grandes cornamentas de la herejía o de la connivencia
habrá el desprendimiento de los trasatlánticos del silencio 
    que surcan 
día y noche las cataratas de la catástrofe en torno a las sienes 
    duchas en trashumaciones
y la mar retraerá sus minúsculos párpados de halcón y tú 
    tratarás de asir el instante el gran feudatario recorrerá su 
    feudo a la velocidad del oro fino del deseo por las rutas 
    de neuronas observa bien si el pajarillo no ha tragado la 
    estola de gran rey atónito en la sala pletórica de historias 
    adorará sus manos pulquérrimas sus manos levantadas 
    en el rincón del desastre entonces la mar calzará otra vez 
    sus zapatillas acuérdate de cantar para no apagar la moral 
    que es la moneda obsidional de las ciudades privadas de 
    agua y de sueño entonces la mar se sentará a la mesa muy 
    suavemente y los pájaros cantarán muy suavemente en las 
    básculas de la sal la canción de cuna congoleña que la 
    soldadesca me ha hecho olvidar pero que la mar muy piadosa 
    de las cajas craneanas conserva en sus folios rituales

escolopendra escolopendra

hasta que las correrías a caballo anden de juerga por los 


    prados salinos de abismos con el murmullo humano rico 
    de prehistoria en los oídos

escolopendra escolopendra

mientras no alcancemos la piedra sin dialecto la hoja sin 


    torreón el agua frágil sin fémur el peritoneo seroso de las 
    noches del manantial

Entre otras matanzas

Con todas sus fuerzas el sol y la luna se estrellan


los luceros caen como testigos demasiado maduros
y como una lechigada de ratones grises

no temas nada prevé tus crecidas aguas


que si bien se llevan la ribera de los espejos

han salpicado lodo en mis ojos


y veo veo terriblemente yo veo
que de todas las montañas de todas las islas
sólo restan los pocos dientes cariados
de la impenitente saliva de la mar

Blues de la lluvia
Aguacero
bello músico
al pie de un árbol desvestido
entre las armonías perdidas
cerca de nuestras desencuadernadas memorias
entre nuestras manos de derrota
y pueblos de extraña fuerza 
dejamos colgar nuestros ojos
y naciente
desenrollando el cordón de un dolor
sollozamos.

Traducción al castellano de José Luis Rivas

manera lingüística

piedra angular
                              jeroglíficos
poco importa la constelación abolida
nunca estrechada la infinita combinatoria
advertir desborda
el núcleo habla
            imposible el error
            difícil la errancia
el sonajero direccional pende de los árboles
al alcance de cualquier mano
el rombo vela los ojos cerrados
aquí comienza 
       retomándoselo a las fieras

el territorio sagrado mal concedido de las hojas

pasajes

(la necesidad de la especiación


no siendo aceptada más que en la medida
en que legitime las más audaciosas
transgresiones)
pasar dice él
     y que dure cada moretón
pasar
     pero no sobrepasar las memorias vivas
pasar
   (pensar es muy rápido)
de cada paisaje guardar intenso el trance
   del paso
pasar
anábasis diabasa
ya
se revela desde el revoltijo a lo lejos
tribulación de un volcán
el alto de un vivo termitero

(De Moi, Laminaire, 1982).

Traducción al castellano  de Christian Anwandter. 

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