Stern. Cap.2. Ascencion y Caida de Las Alianzas Postincaicas

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i 2. Ascension y caida de las alianzas postincaicas Las _conquistas féciles crean_misticas falsas. Por ejemplo, muchos de nuestros contempordneos recordaran Ia Blitzkrieg nazi en Europa; aquellos ataques relémpago dieron al mundo una visién aterradora de Ja inyencibilidad del fascismo. Pero, por lo general, la realidad acaba por imponerse y la mistica empieza a derrumbarse. Cuando los nazis se quedaron empantanados en el frente ruso perdieron sus dimen- siones sobrehumanas, Hacé cuatro siglos y medio, en 1552, los 168 con-| quistadores que con tanta rapidez derrotaron y capiuraron a Atahual- | pa, el emperador de los incas, impresionaron sin’ duda a Jos pueblos | andinos con su poderfo y su buena suerte. No hace falta asumir inor | pretaciones ingenuas de los extranjeros como dioses para comprender el halo de invencibilidad que rodeaba a una banda de forasteros que | habian derrotado al jefe de un imperio que se extendia a Jo largo de miles de kilémetros, ni para comprender también 1a disposicién de las poblaciones locales a adaptarse a ellos, Pero el halo podia irse desvane: | ciendo, especialmente si los espafioles -trataban de hacer la transicién del mero saqueo a la ocupacién territorial y, por tltimo, a la domina- cién imperial. Tras capturar ef Imperio Inca, los eurepeos tendrfan que aprender a gobernarlo. Los curopeos, montados en Ja cresta de la ola de la explosiva_btis- queda espafiola de oro, territorio y sal itélica, querfan_riquezas y sefiorfos. Tras la distribuciém de los metales preciosos Mevados a Caj marca como rescate del Inca Atahualpa, Francisco Pizarro y sus compe-| fieros de conquista se lanzaron al sur, a someter, saquear y regentar una) 59 MF Y i { | cy Steve J. Stern colonia andina. EI saqueo de santuarios prestigiosos y Ja sed entopea de metales preciosos crearo: encargaba de atender a las nece: en la colonia; y de atender al bi paganos «encomendadoss a su ‘de Ge los espaiioles se + Pizarro distribuyé en- ados en fa conquista. El encomendero se ‘sidades militares y politicas de la Corona enestar material y espiritual de los indios cuidado,. A cambio, podia exigir a sus tutelados tributos y trabajo. Como representante personal de Ia Corona sobre el terreno, el encomendero podia utilizar su sefiorlo sobre «sus | genle para enriquecerse, pero también habla de soportar le catga de \forjee relaciones coloniales con La seguridad militar se convirtié en seguida en cuestiOn de la max siones Jos nuevos stibditos indios 2, » Manco I aa las soe indias aliadas con los europeos. La resistencia del «Estado neoinca> Hed a plantear tantos problemas que Pizarro decidié conso. lidar el control y la expansién de los ewropeos, en los caminos de mon. fafa entre Lima y el Cuzco, Los pocos europeos que habian establecide ima poblacién fronteriza en la zona de Huamanga, en Quinta (véace ol napa 2) resistieron precariamente contra Manco Inca y los grispos loca: tes que apoyaban Ia causa inca. En 1559 Pizarro envi6 a la resin a Vasco de Gueyara, veterand de Nicaragua y de Chile, con 25 espafioles, con la esperanza de establecer a los espaiioles de manera més firme en la regién de Huamanga °, 'Poma de Ayala (1615), Nueva 2 Véanse las condiciones de las cordnica, 369 y 370, primeras cncomiendas concedidas por Pizarro fn Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Coleccién Harkness), Documents ftom Berly Peru. The Pizarros and the Almagros, 15311578, ed. de Stella R. Cle mence (Washington, D.C., 1936), 154, 170. Véanse comentarios sobre Ia encomienda a Joba H. Rowe, (Tesis de licenciatura, Universidad de Columbia, 1967). 4 Steve J. Stern sin con los eutopeos podia augurar el desastre. Y, naturalmente, legs Ia desilusién y Hegs ef desastre. Coniradiccién y crisis A fin de comprender por qué Ileg6 la desilusién, hemos de recordar que Jas alianzas entre los indfgenas y los blancos siempre habian sido dificiles y contradictorias. Los encomenderos cultivaban relaciones de cooperacién con los jefes y las sociedades locales a fin de gobernar en Jos Andes y de extraer el maximo posible de riqueza. Los autéctonos. andinos aceptaban una alianza con los extranjeros victoriosos como for. ma de fomentar los intereses locales y de limitar las exigencias y los abusos coloniales, Las contradicciones de las alianzas postincaicas, pues, portaban en su seno las semillas de una grave desilusién. La violencia y la arrogancia endémicas en las relaciones iniciales de los europeos con los indios advertfan de les limitaciones para ambos bandos de esas alianzas, En muchos sentidos, a Jas sociedades autéctonas de Huamanga les habja ido relativamente bien en sus alianzas con los europeos. Sus adap- | taciones las liberaban de vinculos onerasos con los incas, les aportaban aliados en sus combates con grupos autdctonos rivales y les brindaban Ja oportunidad de acumular riqueza en forma de metales preciosos. Los | efectos sumados de enfermedades epidémicas, guerras y emigtaciones de | yanaconas significaron un desgaste para los centenares de miles de inde ‘ genas de Huamanga, pero la decadencia posterior a la conquista no fue “tan isrevocablemente devastadora como en otras zonas andines. La pri mera epidemia del Nuevo Mundo, que quiz4 fue la mds devastadora, Tlegd a la zona andina a mediados del decenio de 1520, bastanié antes de la conquista europea de 1532, Pese a las epidemias de tifus o de peste, viruela y gripe que convulsionnron a los Andes en 1546 y 1558. 1559, los pueblos lucanas de Huamanga meridional afirmaban en el decenio de 1580 que de hecho su poblacién habia aumentado desde ef reinado turbulento del inca Huayna Capac (1493-1525) ®. Respecto dei Huamanga como un todo, una alta tasa de natalidad, Ja inmunidad re- Jativa de zonas remotas y muy altas a la enfermedad, una politica astuta y la buona suerte ayudaron a reducir las pérdidas demogréficas netas © Véase Henry F. Dobyns, «An Outline of Andean ¥pidemic History to 17202,” Bulletin oj she History of Medicine, 37 (1963), 494 a 497, 499 2 501; Monzén y © ‘otzos (1586), «Descripeidn ... de los Rucanas Antamercasy, 238; id. (1586), Bn segando lugar, las relaciones coloniales creaban humillaciones y Y eee aban la libertad étnica lograda gracias a la libe- a coe de Ja_hegemor Jos europeos para p: tra las incursiones de grupos éinicos Gel exterior, pero otra completamente distinta era depender de los eu- ropeos para resolver las controversias internas o para corregir los abu- sos coloniales. Por desgracia, esa dependencia fue haciéndose cada vez mds frecuente. Dados los enfrentamiéntos internos que afl a las familias» étnicas descer centralizadas, tab ‘ § sobre fa tierra, las «Macon de aportar mano de obra a fos derecho: a las jefate ras. En el decenio de 1550 los indios de Hua yu qnanga solian viajar nada menos que hasta Lima para obtener repara- cién conira agravios locales ®. - Por dltimo, las nuevas relaciones generuban una demanda de mano 78 o. los colonizadores. een oi Seance ibe en aumento a lo Largo dé Jos afios. Ademés, las exigencias de los diversos grupos de colonizadores no permanecieron necesariamente estéticas. Year mos, por ejemplo, Ias selaciones con los clérigos catslicos. Los doctti- ’ neros rurales vivian teéricamente entre los indios del ayllu a fin de adoc! irinarlos en nombre de los encomenderos. En Ia préctica, la fase utdpic de Ia «conquista espiritual» de Espafia se habia agotado en México, ¥ muchos de los doctrineros peruanos eran «curas-empresarios» que uti-. 73 Véase HC, Doc. 1012, 1556; Coleccién de documentos para Ia historia de la : jormacion social de Hispanoamérica, od. de Richard Koneizke (2 vols. en 3 par tes, Madrid, 1953, 1958), 1:452, Asconsi6n y caida de Jas alianzas postincaicas a7 lizeban sus puestos para promover sus intereses comerciales”, Al prin- cipio, es probable que muchas comunidades aceptaran la necesidad de una alianza con los clérigos. Et aliarse con los europeos sin coopera con los dioses de éstos carecfa de sentido desde el punto de vista andino. Las poderosas deidades cristianas habian derrotado a las grandes huacas andinas en Cajamarca y, al igual que los dioses autéctonos, podfan aumen- tar o reducir el bienestar material de los vivientes. Como los clérigos catélicos mediaban en las relaciones con el panieén de las divinidades cristianas {incluidos los santos) que afectaban al bienestar cotidiano, los indios no rechazaban a los cures ni a sus oxigencias sin ids ni mas, Para el decenio de 1550 Ja sociedad rural estaba salpicada de iglesias y de cruces —por modestas que fueran— y sus sacetdotes exigian unos servicios considerables de trabajo en los transportes, la construccién, la agricultura, el servicio doméstico, etc. Para 1564, la capacidad de los doctrineros para extraer un trabajo gratis de los indigenas inspiraba eelos enire los encomenderos urbanos®. Pero a medida que iban en aumento las exigencias de los clérigos, {cudndo juzgarfan las sociedades indigenas que eran francamente excesiyas a cambio de las supuestas ven- tajas que les brindaban unas relaciones fayorables con {os dioses cris- | tianos? Los kurakas, como tuiores y representantes de la comunidad, no po- dfan hacer caso omiso de esas evaluaciones de las ventajas y las desven- tajas relativas de la cooperaciéa con los colonizadores, Los kurakas que | movilizaban mano de obra para Ia empresa europea no gozaban, a largo | plazo, de una libertad absolute para imponer actividades a sus pucblos. ! Los jefes eumentaban sus privilegios y su «influencia» mediante el de- . Sempefio de sus obligaciones de custodiar la unidad y el bienestar’ de sus comunidades. Los intercambios tradicionales de teciprocidades que permitian a los jefes movilizar el trabajo de sus parientes creaban ex- Pectativas que podria resultar dificil conciliar con una corriente: unila- teral de mercancfas, trabajo y ventajas para la sociedad europea. Las ‘ reeiprocidades tradicionales también imponfan limites al tipo de peticio- mes que podia hacer un kuraka a sus ayllus y sus hogares. Una cosa era:la produccién de textiles para los europeos conforme a un sistema de trabajo a domicilio parecido a las prdcticas andinas aceptadas, y otra ‘Cosa, como Yeremos més adelante, era enviar a trabajadores a minas Aejanas. Los indigenas podrian sentir més renuencia a aceptarlo y, una % Véase Lockhart, Spanish Peru, 52 a 55, que acufG el témino de cure smpresario». Véase, asimismo, Rubén Vargas Ugarte, Historia de la iglesia on ef Perd G vols., Lima y Buenos Aires, 1953-1962), 1:126 a 128; 2:213 y 214, oe HC, Doc. 1009, 1557; Banderas (1557), «Relacin geaerals, 176; HC, Doc. 1008, 1564, 8 Steye J. Stern ver on las minas, quizd no yolverfan nunca al dominio de la sociedad local. Los datos demuestran que las exigencias de mano de obra se con- virtieron en ) entre Tos tidios in- cluso cuan ajo se pedia para a mente pd cides 2 las précticas andinas_tradicionales. Si tas gene de obra eran inicialmente el precio por las ventajas relativas de las re- laciones de cooperacién con la élite de los encomenderos, las ventajas pedian ir desapareciendo con el tiempo, y el precio podia alcanzar ni- veles inaceptables. Por ejemplo, en la sociedad local la limpieza de los caneles habia sido normalmente motivo de festejos en los calendarios lagricolas y rituales. En los rituales dirigidos por la élite autéctona, una munidad de «parientes» reafirmaba la importancia de esas tareas pata | bienestar colectiye del grupo. Pero esa misma actividad tenia un ma- |tiz oneroso si se contemplaba como trabajo no remunerado en beneficic ‘exclusivo de otros. Los indios huachos y chocorvos se quejaban en. 1557 de que estaban obligados a limpiar el gran canal «con que los yezos [de Huamanga] Riegan sus [chécaras] e acequias». Los indios no apro- , vechban el agua ni fa necesitaban. En esas circunstancias, los kurakas ‘no podian traspasar el aspecto festivo del trabajo andino a la limpieza } de los canales de los colonizadores, aunque hubieran querido hacerlo, Un kuraka que se sintiere obligado a satisfacer las demandes de mano de obra de los colonizadores no podfa presuponer que su posicién de trabejadores se viera aceptada y justificada por sus «parientes», Corria el peligro de que su confianza se fuera desgastendo, lo cual socavarfa Jos intercambios recfprocos que Ievaban a los ayllus a responder a sus peticiones, En el decenio de 1560 Jas contradicciones inherentes en las alianzas postincaicas se fueron imponiendo de forma més aguda_que nunca. La | dependencia cada vez. mayor de los indios respecto de los europeos para la solucién de controversias”, las escaseces o las dificultades econdmi- |cas impuestas por la extraccién colonial, por las emigraciones © por la | pobecn decreciente *, Ja tendencia de los encomenderos, los clérigos i © [locales y los funcionarios a exigir partes cada vez mayores de los pro- ‘ducios y de Ja mano de obra de los ayllus fueron todos factores que” jcon el tiempo habrian provocado una reevaluacién de las politicas indi #genas frente a los colonizadores. Pero lo que afiadié un cardcter urgen- ® AC, Doc. 1017, 1557. i T Véanse ejemplos del decenio de 1560 en AGN, DI, Leg. 2, C.17, 1873, 5 £.2081; Domingo de Santo Tomés (1562), en Vargas, Fray Domingo, «Escritosn: 59. % Montesinos (1642), Angles del Perd, 1:243; 2:218; AGN, DI, Leg. 2, C.l7, 1515, ff. 194 y, 209 r. 90 Steve J. Stern se sentian especialmente vejados por tener que trabajar para empresa rios codiciosos en minas lejanas y frias ®, Las reformas de Polo cambiaron pocas cosas. La oferta de trabaja- dores autéctonos levados a trabajar por la fuerza o mediante el enge- fio, individuaimente o por conducto de los kurakas, siguié siendo irre- gular y deficiente. El corregidor de Huamanga se quejaba en 1569 de que el trabajo en los fabulosos yacimientos de Ia regién era intermitente debido a ia escasez de mano de obra, Las minas ponfan de e para ambas partes las limitaciones de las relaciones anteriores. 8 europeos, impulsados por Ia expansion i | del capi cial, las alianzas con las soctedades att6c- tonas tenfan poco sentido sino podian aportar una fuersa de trabajo fable @ una economia minera nto, ndios —ta los kurakas como sus parientes— Ja colaborat con tos colonizadores sorber fos recur controlar, Los europeos ig P querien hacerles. Pero | Jos colonizadores carecian de instituciones estatales efectivas que pudie- _ran obligar a los jefes a enviar grandes contingentes de trabajadores a | las minas. En aquel mismo momento, Ias contradicciones entre la metrépoli y Ja colonia alentaron a los indios a replantearse Ia necesidad de cooperar con los encomenderos. En Espafia, la Corona Ievaba mucho tiempo de- batiendo si abolir o no el sistema de la encomienda y transformar a los indios en vasallos directos de la Corona, Famosos sacerdotes aducfan que ja eliminacidn gradual de las encomiendas a la muerte de sus titu- lares irfa en beneficio de los indios, Su. insistencia pesaba mucho en Espafia, donde los partidarios del poder real consideraban al encomen- dero un obstdculo al control de la metrépoli. Para 1560 la Corona ha: ‘bfa recibido ofrecimientos impresionantes de pagos de ambas partes —los encomenderos y los kurakas autéctonos—, pero no habia Megado a una decisién. Una comisién enviada a informar sobre los aspectos de fondo de Ia cuestién de 1a encomienda, envié a Polo de Ondegardo (partidario de la encomienda) y a Fray Domingo de Santo Tomés (adversario de ella) a realizar una investigacién. La pareja viajé en 1562 por las sierras andinas, En Huamanga y en otras partes organizaron reuniones de indf- ® AGI, V, Lima 313, Santo Tomas a don Alonso Manuel de Anaya, Huaman- ga, 23 de matzo de 1562; Santo Toms a Consejo Real de Hacienda en Lime, Andahuaylas, 6 de abril de 1562 (también disponible en Vargas, Fray Domingo,

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