Barclay 090522
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Juan 21:20-24
Pedro se volvió, y vio que los estaba siguiendo el discípulo amado de Jesús, el que
había recostado su cabeza en el pecho de Jesús y Le había preguntado: «Señor,
¿quién es el que Te va a traicionar?» Cuando Pedro vio a ese discípulo, Le preguntó
a Jesús:
-Señor, ¿y qué va a pasar con ese?
Y Jesús le respondió:
-Si quiero que Me espere hasta que Yo vuelva, eso no es cosa tuya. Tu obligación es
seguirme.
Por eso se corrió la voz entre los cristianos de que este discípulo no se iba a morir.
Pero Jesús no dijo que no se moriría, sino: «Si quiero que ese Me espere hasta que
Yo vuelva, eso no es cosa tuya.» Y este es el discípulo que da testimonio de estas
cosas, y que las ha escrito, -y sabemos que su testimonio es da pura verdad.
Este pasaje deja bien claro que Juan tiene que haber llegado a una notable
ancianidad; tiene que haber vivido una vida tan larga que se corrió la voz entre los
cristianos de entonces que iba a seguir vivo hasta la Segunda Venida de Cristo. Ahora
bien: de la misma manera que el pasaje anterior asignaba a Pedro su lugar
correspondiente en el plan de Dios, este se lo asigna a Juan. Su misión especial sería
la de ser testigo de Cristo. También en su caso los cristianos de entonces harían sus
comparaciones. Mencionarían que Pablo había llegado al fin de la Tierra; que Pedro
iba por acá y por allá pastoreando a los creyentes; y entonces se preguntarían cuál
era la misión especial de Juan, que llegó a tal ancianidad en Éfeso que ya no podía
llevar a cabo ninguna actividad. Aquí está la respuesta: Puede que Pablo fuera el
pionero de Cristo; Pedro, el pastor de Cristo; pero Juan era el testigo de Cristo, el
que podía decir: «Yo he vivido estas cosas, y sé que son verdad.»
Así que, en su final, este evangelio toma dos de las grandes figuras de la Iglesia,
Pedro y Juan. A cada uno Jesús le asignó una misión. La de Pedro fue pastorear la
grey de Cristo hasta dar su vida por Él. La de Juan fue ser testigo de la historia de
Cristo, y alcanzar una bendita ancianidad para acabar muriendo en paz. Nada los
hizo rivales en el honor y el prestigio, ni al uno superior al otro. Los dos fueron
siervos de Cristo.
Que cada cual sirva a Cristo donde Cristo le ha puesto. Como le dijo Jesús a Pedro:
"La tarea que Yo le doy a otro no es cosa tuya. Lo tuyo es seguirme;» así nos lo dice a
cada uno de nosotros. Nuestra gloria no depende de nuestra comparación con los
demás, sino de servir a Cristo en la capacidad que Él nos ha asignado.