A Orillas Del Pantano

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 24

«¡Sorpresa!

Cuando introducen el nombre de Jordi


Magentí Gamell en el sistema, les aparece que tiene TURA SOLER
antecedentes por homicidio. En 1997 mató a su

TURA SOLER
mujer a tiros en la calle, no muy lejos de donde tiene
Dos jóvenes asesinados. Varios sospechosos. Y ninguna pista.
aparcado el Land Rover, ese que tanto buscaban
y que Google Maps también muestra delante del
El 26 de septiembre de 2017 encuentran en el pantano de Susqueda, cerca
número 1 de la calle Nueva de Anglès,
de Girona, los cadáveres de Marc y Paula, una pareja de veinteañeros
a veinte kilómetros del pantano.
El asedio a Magentí da comienzo. Los Mossos que llevaban un mes desaparecidos. No hay pistas. Su coche y su kayak
buscan la sentencia, los expedientes de la causa aparecen también hundidos en el pantano. Nadie ha visto nada. Solo
se han oído disparos y ni tan siquiera es posible determinar con certeza TURA SOLER (Santa Pau, 1963) es licenciada en Ciencias
del homicidio, sus informes periciales y forenses…
de la Información por la UAB. Periodista de sucesos e
Magentí se convierte en el sospechoso del doble de dónde provenían.
investigación de El Punt Avui, ha relatado en las páginas
crimen de Susqueda.»

A ORILLAS DEL PANTANO


del diario muchos de los grandes casos de la crónica negra
La periodista Tura Soler se sumerge de lleno en una historia por la que de Cataluña. Destaca su trabajo en el caso del secuestro de
transita un elenco de sospechosos a cuál más peculiar: pescadores furtivos, Maria Àngels Feliu y es coautora de Estampas del secuestro
organizadores de raves, traficantes de marihuana, anacoretas… Un de Olot, editado por el diario El Punt, en 1995. Asimismo,
universo que sobrevive a orillas del pantano y del que forma parte el que recibió el premio Carles Rahola de periodismo por Frente

A
acabará siendo el principal imputado, Jordi Magentí, un asesino exconvicto a frente con el asesino en serie, una entrevista a Joan
Vila, el autor confeso de los crímenes del geriátrico La
del que la policía no tiene dudas. Ni tampoco pruebas.
Caridad, de Olot. La compilación de artículos El misterio
de Susqueda sobre el doble crimen del pantano ha sido
galardonado con los premios Carles Rahola y Josep Maria
Planes de periodismo de investigación. Colabora con

ORILLAS
el programa Crims, en radio y televisión.

DEL
PANTANO
PVP 19,90 € 10285884
Los crímenes de Susqueda Diseño de la cubierta: Planeta Arte & Diseño, basado en la idea
original de Penguin Random House Grupo Editorial / Anna Puig
Fotografía de la cubierta: © Sebastian Condrea / Getty Images
9 788411 000307 Fotografía de la autora: © Aniol Resclosa
A orillas del pantano
Los crímenes de Susqueda

Tura Soler

Traducción de Ana Camallonga

T-A orillas del pantano.indd 5 30/9/21 15:15


Título original: La maledicció del pantà

© Maria del Tura Soler Pagés, 2021

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito


del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública
o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley.
Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)
si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;
91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Todos los derechos reservados.

Primera edición: noviembre de 2021

© de la traducción del catalán, Ana Camallonga Claveria, 2021

© de esta edición: Edicions 62, S.A., 2021


Ediciones Península,
Diagonal 662-664
08034 Barcelona
edicionespeninsula@planeta.es
www.edicionespeninsula.com

realización planeta - fotocomposición


Depósito legal: B.16.495-2021
ISBN: 978-84-1100-030-7

T-A orillas del pantano.indd 6 4/10/21 15:31


Índice

La maldición 11

Preludio 15
Desaparición 57
Doble crimen e investigación 111
Detención y cárcel 179
Las sombras 295

Epílogo 375

T-A orillas del pantano.indd 9 30/9/21 15:15


La maldición

Maleficio

Eufrasina
Junio de 1619

El cielo encendido del crepúsculo anuncia lluvia o viento.


Eufrasina avanza un poco encorvada, pero con paso ligero,
cuesta arriba, hacia la casa. Lleva un manojo amarillo de
hierba de San Juan para elaborar remedios, aceites y pocio-
nes de los que curan todos los males. Ya antes de llegar al
final de la subida que lleva a la fuente, ve a cuatro hombres
grandes junto a la puerta de la masía de Puig de Rajols.
«¡¡¡Rediós!!! ¿Quiénes serán esos grandullones? ¡Ay,
que no sean esos bandoleros de la banda de Serrallonga!
Pero ¿qué querrían de mí? En casa no hay dinero.»
—¡Eufrasina Puig de Rajols! ¡En nombre de la Santa
Inquisición quedas arrestada por los representantes de la
autoridad de la alcaldía!
La agarran por los brazos, sin que le dé tiempo a darse
la vuelta, le arrancan el manojo de hierbas y la arrastran
camino abajo hacia la alcaldía del pueblo de Susqueda, a la
orilla del río Ter, para ser sometida a los tormentos de un
proceso por brujería.

11

T-A orillas del pantano.indd 11 30/9/21 15:15


—¿Por qué os lleváis a esta pobre viuda? —pregunta la
mujer.
—¡¡¡Bien lo sabes, mala pécora, bruja, discípula del de-
monio!!! —le replican.
Y le leen el mismo pliego de acusaciones que le han
leído también a Pere Torrent, alias Cufí, brujo y lobero del
pueblecito de Les Encies, el cual, sometido al tormento de
mancuerda, ha confesado una retahíla de maldades que los
inquisidores ya traían preparadas. Y ha dado, entre otros,
el nombre de Eufrasina Puig de Rajols.
A la mujer se la acusa de las granizadas en Sant Iscle, en
Malvolenya, en Fontpobra, en Campderric, en la sierra de
Finestres, en Sant Aniol, en Morral d’en Taiedes, en la pa-
rroquia de la Cot, en la parroquia de Sant Martí de Canta-
llops, en la parroquia de Carós, en la de Susqueda, en la de
Osor, en la de Anglès, en la de Amer, en la de la Barroca...
Todas las tormentas de granizo que se sabe que han caído
en los alrededores y las que se han podido inventar.
Y le preguntan si las hierbas que le han arrancado de las
manos son para hacer ungüentos y pociones que endemo-
nien a niños o provoquen bocios.
Y sobre todo tienen que conseguir que diga, sí o sí, que
estuvo entre los que se reunieron por Santa Magdalena,
hace un par de años, en Casserres. Adonde también invi-
taron al brujo Cufí para hacer música dirigida por «el
demonio, que no quería sardanas, sino música arrebatada»
para que pudieran bailar brujas y brujos y demonios, y aca-
bar copulando entre ellos. Los inquisidores le dan una
vuelta de mancuerda más a la infortunada Eufrasina mien-
tras le recitan la lista de los asistentes al aquelarre: además
de Cufí, que tocaba el caramillo, estaba el llamado Monje
Viejo del monasterio de Casserres, que hacía sonar el tam-
boril; Marianna Trias, de Susqueda; Sagimona Quer; Al-

12

T-A orillas del pantano.indd 12 30/9/21 15:15


dona; Corbera; Anna Rovira, a la que llaman la Limosa;
Vilara; la Mujer Vieja de la Barroca; Margarida Oliveras,
llamada la Reina de Granollers de Rocacorba, y muchas
brujas y brujos más como ella, Eufrasina Puig de Rajols.
¡Está claro! Los cazadores de brujas ya van bien documen-
tados. Solo tienen que conseguir un sí de la torturada y ya
tienen firmada la larga confesión que traen escrita.
La condena para Eufrasina, la mujer que recolecta hier-
bas para elaborar remedios para los golpes, los pellizcos y
las quemaduras, es, como no podía ser de otra manera, la
pena de muerte.
El texto de la sentencia en latín recogido en los perga-
minos de la historia dice así: «Suspendetur laqueo per collum
in alta forca, ita quod eius anima separetur a corpore». Es de-
cir, colgada en una horca muy alta para que se la vea de
lejos y sirva de escarmiento general.
Antes de que la soga le apriete el cuello y le siegue la
vida, la condenada lanza una maldición a sus verdugos y a
la tierra que ya no pisará nunca más.
—¡Mal rayo os mate, y que el agua os inunde campos y
cultivos, y el miedo os persiga siempre y no os deje vivir!
¡Malnacidos!

13

T-A orillas del pantano.indd 13 30/9/21 15:15


Preludio

El milagro del cuerpo incorrupto

Àngel
1966

Subido al tejado, va arrancando las tejas y las va apilando


para bajarlas y cargarlas en el remolque del pequeño ca-
mión que tienen preparado. No se pueden desaprovechar
las tejas y tampoco las viguetas buenas, las de roble. Menu-
do desperdicio sería que quedaran bajo el agua.
Àngel, a sus dieciséis años, joven y ágil, trabaja sin la pena
que arrastran algunos de los hombres que trajinan tejas y he-
rramientas hacia los remolques. Él no es del pueblo de Sus-
queda ni ha tenido que dejar la casa en la que nació y vivió,
como sí les pasa a otros. Muchos de los que están allí tienen
que abandonar su casa y sus campos para que unos hombres
venidos de fuera acaben las obras de la presa. La pared cor-
tará el curso del río Ter a un centenar de kilómetros de su
desembocadura en el Mediterráneo para hacer un gran em-
balse que, según dicen, será muy beneficioso para todos. Aun-
que eso se verá con el tiempo. De momento, la obra ya se ha
cobrado la vida de treinta y tres obreros, cuyos nombres es-
tarán un día grabados eternamente en un monolito.

15

T-A orillas del pantano.indd 15 30/9/21 15:15


La localidad de Susqueda, enclavada bajo los riscos prepi-
renaicos de Collsacabra, El Far y Rupit, junto al río Ter, con
tierras fértiles y bosques productivos, ya popular entre los
excursionistas barceloneses, va convirtiéndose en un pueblo
fantasma. Todos lo han abandonado. Solo una mujer, la Ga-
llussa, sigue resistiéndose, como si esperara un milagro. Pero
el milagro no se producirá. Y ella también tendrá que mar-
charse, porque pronto todos los edificios, y su casa también,
quedarán bajo el agua... Todo quedará inundado. Ya no hay
campanas que toquen las horas, ni que toquen a muerto o a
misa. Las campanas, se dice, las han vendido, y los volunta-
rios han ido a llevar los papeles de la parroquia y los santos de
la iglesia al Hostal de la Codina, que se salva de las aguas
porque queda por debajo de donde está la pared de la presa.
De hecho, han transportado hasta allí la imagen de san Isidro
con un brazo asomando por la ventana de un coche, porque
no cabía entero dentro. Ha sido digno de verse.
De repente, se oyen exclamaciones de todo tipo en me-
dio de un guirigay ensordecedor.
—¡¡¡Hostia!!!
—¡Mal rayo me parta!
—¡No me lo puedo creer! ¡No puede ser!
—¡Que no la vea el chico!
—¡Esto es como un milagro! ¡O algo del demonio!
—¡Parece cosa de brujería!
El joven Àngel deja las tejas y se acerca al cementerio,
que es de donde viene el griterío. Allí, un grupo de personas
se ocupa de rescatar de las aguas, que ya empiezan a entrar
en el valle, a los difuntos del cementerio de Susqueda y de
trasladarlos a Amer. Desde allí irán llevándolos a su nueva
sepultura, que estará donde lo decidan sus familiares vivos.
Las exclamaciones, que están entre la sorpresa, el espan-
to y la fascinación, las ha provocado la visión de una difunta

16

T-A orillas del pantano.indd 16 30/9/21 15:15


que parece que ha conjurado a la muerte y se ha librado de
la corrupción del cuerpo. Lo que tienen delante no es un
esqueleto ni un cadáver putrefacto: es el cuerpo de una mu-
jer joven y bonita, a la que, aunque cueste creerlo, hace
veinte años que enterraron. Todos los que la conocían la
identifican: es Eulàlia, la muchacha que, un día de fiesta, a
la salida del baile, cayó muerta de repente mientras estaba
junto a su novio, el chico que no quieren que vea el cadáver.
El cuerpo de Eulàlia se ha conservado intacto, por un
proceso de momificación que a algunos les parece un mila-
gro. La escena no se les olvidará por más años que pasen.
Àngel piensa que ha sido testigo de un hecho excepcio-
nal. Una historia que podrá explicar que ha visto con sus
propios ojos. No como esas que la gente cuenta pero que
no sabes qué parte hay de verdad y cuál de leyenda.
Desde pequeño ha oído decir que, hace mucho tiempo,
en Lloret Salvatge —que también forma parte del munici-
pio de Susqueda—, coincidió que se celebraba un baile en
la plaza Mayor cuando tenía que pasar la procesión que
llevaba un ataúd con un difunto de camino al cementerio.
El cura pidió a los músicos y a los bailarines que interrum-
pieran el baile mientras pasaba el féretro. Pero ellos no le
hicieron caso y siguieron con la fiesta, la música y la danza.
De repente, se abrió un socavón en el suelo y se tragó a los
músicos y a los bailarines, que quedaron condenados a bai-
lar y a tocar durante toda la eternidad. Dice la leyenda que,
si vas a Lloret Salvatge y pegas la oreja al suelo, puedes
escuchar el rumor de la macabra fiesta.
La caída de los músicos y los bailarines insurrectos en
la garganta del averno es una leyenda.
La belleza del cuerpo incorrupto de la muchacha inclu-
so después de muerta es real; inexplicable, pero real. Àngel
no lo olvidará nunca, por más años que viva.

17

T-A orillas del pantano.indd 17 30/9/21 15:15


Flores, oraciones y muertos

Montse, Carmen y Pitu


Primavera de 1987

—Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu


nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo, el pan nuestro de cada día
dánosle hoy...
—¡Pitu! ¿Por qué tenemos que rezar? Ya lo hacemos en
catequesis... —se queja Montse.
La chica, que está junto a su hermana mayor, Carmen,
quiere irse ya. Empieza a oscurecer junto a la orilla del
pantano y las sombras del crepúsculo no le hacen ninguna
gracia. Ir al mercado a Vic en el R-8 y que Pitu les compre
ropa y otras cosillas no es lo mismo que ir al pantano, que
da un poco de miedo.
—¡Va, chicas, acabemos el padrenuestro y dejemos
aquí el ramo de flores bajo estos bojes!
Pitu, Josep Talleda, el tornero de Sant Hilari Sacalm
que ha llevado a las dos niñas con su furgoneta Citroën
hasta la orilla del pantano, no tiene prisa. No es la primera
vez que van hasta allí. Las niñas, las hermanas Ávila, que
algunas tardes van al taller de Talleda a ayudarlo, se lo to-
man con paciencia porque Pitu les da algún dinerito de vez
en cuando. Pero también saben, o intuyen, que algo de lo
que les hace en el taller no está bien.
¿Quizá por eso tienen que rezar y pedir perdón?
¿Y por qué dejan flores en el sitio al que van a rezar?
Eso, lo de rezar y dejar flores, los mayores suelen hacerlo
en el cementerio, donde están las personas enterradas.
¿Es que hay alguien enterrado en la orilla del pantano?
Las dos hermanas suben deprisa el sendero en dirección

18

T-A orillas del pantano.indd 18 4/10/21 15:32


a la furgoneta Citroën con matrícula GE 3483 U de Pitu,
aparcada junto al camino. Se meten dentro, las dos en el
asiento de delante, porque detrás está lleno de herramien-
tas y troncos de boj.
—¡Esperadme! —les grita el hombre, medio en tono de
amenaza, medio pidiendo compasión.
Talleda, al que en el pueblo precisamente llaman «l’Es-
pereu-me» (el Esperadme), sin que nadie sepa muy bien el
origen del mote, se pone al volante de la furgoneta y em-
prende la marcha hacia Sant Hilari. Cada vez que toman
una curva, el vehículo, con problemas de suspensión, se
ladea, y Montse, que va en medio, se inclina hacia el regazo
del conductor. Por el camino sueña con que algún día irá
por esa carretera con su moto. Pronto cumplirá catorce
años y podrá conseguir el permiso para una mobylette o una
Vespino. Le preguntará a Pitu si la ayudará... Aunque solo
sea de segunda mano...
Cuando llegan al pueblo está casi oscuro del todo. Pero
en casa no las reñirán. Sus padres saben que están con el
vecino, con Talleda, que siempre es muy amable. Las niñas
van contentas a echarle una mano en el taller. Hay con-
fianza.
Todo eso cambia el 12 de julio de 1987. En torno a las
seis y media de la mañana aparece el cadáver de Montse
junto al camino que va a la Petja del Diable, a la salida del
pueblo. Las ilusiones de una chica de catorce años quedan
truncadas. Pitu le había dicho que ya tenía encargada la
moto en un taller del mismo pueblo.
Las miradas de recelo se vuelven hacia Josep Talleda.
Él dice que no sabe nada de Montse, que la tarde anterior
no fue a ayudarlo al taller.
Un empleado del Ayuntamiento recibe una llamada
anónima de un hombre que asegura que a Montse, que pre-

19

T-A orillas del pantano.indd 19 30/9/21 15:15


sentaba un golpe en la cabeza, la mató un camionero. Al-
guien se da cuenta de que, a la hora en la que se hizo la
llamada, Pitu Talleda, que estaba en el bar, salió un mo-
mento y entró en la cabina. La persona que contestó a la
llamada dice que no puede asegurarlo ni testificarlo delan-
te de un juez, pero que a él le parece que la voz era la de
Talleda.
Tras el asesinato de su hermana, y con la investigación
sobre Talleda en marcha, Carmen Ávila no puede ocultar-
lo más y acaba explicando los secretos de la tornería y los
peculiares trabajos que les encargaba Pitu, y que consistían
en engrasar y secar destornilladores. La muchacha refiere
que, una vez engrasados, Talleda les pedía que los secaran
de una forma estrambótica. Él se colocaba detrás de una
sábana que tenía en el marco de una puerta y se ponía los
destornilladores entre las piernas, y ellas tenían que secar-
los. Solo le veían la cabeza, que sobresalía por encima de la
sábana.
—No era un destornillador, estaba blando —le dijo la
chica al juez.
Así se descubre que el tornero hacía que las niñas lo
masturbaran. ¡He ahí algo por lo que pedir perdón rezan-
do! Y la declaración de Carmen también pone al descu-
bierto las visitas, hasta entonces secretas, de las hermanas y
de Talleda a la orilla del pantano de Susqueda. Y la pre-
gunta que se hacen los guardias civiles del pueblo solo pue-
de ser una: ¿iba a ponerle flores a la tumba de Francesca
Boix?
Francesca, o Llúcia, como la llamaban en el pueblo,
una mujer que —menuda casualidad— también trabajaba
en el taller de Talleda, desapareció de un día para otro sin
dejar rastro. La imagen de Llúcia yendo a comprar con el
capazo es la última que se guarda en la memoria del pue-

20

T-A orillas del pantano.indd 20 30/9/21 15:15


blo. Era 1978 y el marido de Llúcia un día recibió una car-
ta con la que alguien intentaba hacerle creer que su mujer
se había ido con un camionero y que no quería que la bus-
caran. De nuevo un camionero desconocido que se lleva a
una mujer relacionada con Talleda: curiosas y sospechosas
coincidencias.
Nunca se sabrá adónde ha ido a parar Llúcia, pero la
sospecha de que fue víctima de Talleda y de que acabó en-
terrada en Susqueda planeará por toda la eternidad por los
pueblos de los alrededores del pantano.
De las tres personas que, en la primavera de 1987, ponían
flores en la tumba invisible de la mujer desaparecida, Talle-
da, el más mayor, fue quien vivió más años. Una enfermedad
se llevó prematuramente a Carmen Ávila, la testigo que po-
día señalar el lugar exacto en el que Talleda rezaba y ponía
flores. Al tornero lo condenaron a veinte años, catorce por la
muerte de Montse Ávila y seis más por los abusos sexuales a
ella y a su hermana. La aplicación del Código Penal anti-
guo, que preveía importantes redenciones de la pena por
buena conducta y por el trabajo realizado entre rejas, pro-
pició que Talleda saliese de la cárcel en tercer grado en
1998, y que en 2000 acabase de cumplir su condena.
En abril de 2003 apareció en el río, en Girona, el cadá-
ver de Vjollca Papa, una prostituta albanesa que trabajaba
en las mismas carreteras del Vallès por las que, coinciden-
cias de la vida, circulaba Talleda a diario para dirigirse a su
trabajo en una harinera. Pronto se descubrió que Talleda y
la joven habían coincidido y se acabó estableciendo que el
crimen se había perpetrado en el piso de Talleda en Giro-
na, y que había tenido su cuerpo durante unos días en el
congelador.
En 2001 se encontró, también en el arcén de una ca-
rretera por la que circulaba Talleda, el cadáver de otra chi-

21

T-A orillas del pantano.indd 21 30/9/21 15:15


ca. Seis años después, el ADN confirmó que se trataba de
María Teresa Rubio, una vecina de Girona casada con
Mustapha Kemal Dogan, compañero de celda de Talleda.
Se la había visto por última vez con vida junto al tornero de
Sant Hilari. No llegaron a imputarle jamás aquella muerte
y tampoco la de Llúcia. De haberlo hecho, a Talleda se le
otorgaría, sin ninguna duda, la acreditación de asesino en
serie, título que se concede a los criminales de los que se ha
certificado que han perpetrado un mínimo de tres homici-
dios en intervalos de tiempo separados y siguiendo un pa-
trón en cuanto al método y la elección de las víctimas.
Los especialistas en criminología y los forenses se incli-
nan por creer que lo era. Se trataría de un asesino en serie
surgido del macizo de Les Guilleries, con aire de payés
pero con mucha sangre fría, que nunca confesó ningún cri-
men ni se inmutó ante la policía o los tribunales. Al contra-
rio: buscaba los errores de la investigación para reprochár-
selo y dejarles en ridículo. Como cuando en 1988 se hizo
una especie de reconstrucción del crimen de Montse Ávila,
de noche, y con el viejo Citroën —que en aquellos mo-
mentos ya no era suyo— con el que llevaba a las niñas al
pantano, para comprobar si algún vecino podría haber oído
el ruido de la persiana del garaje.
—Yo cuando bajo la persiana no doy esos trompazos;
así claro que se oye —les comentaba en un rincón Talleda
con ironía y una sonrisa pilla en los labios a la periodista
Tura Soler y a un policía local que seguían la evolución de
la diligencia judicial junto al principal sospechoso.
O cuando demostraron que el cadáver de Vjollca Papa
había estado unos días en el congelador, lo que explicaba
que, cuando lo encontraron en el río, su estado de descom-
posición no encajara con el que le correspondería según el
día de su desaparición y, por lo tanto, de su muerte.

22

T-A orillas del pantano.indd 22 30/9/21 15:15


—¿A quién le entra eso en la cabeza? ¿En el congela-
dor? ¿Cómo queréis que la metiera en el congelador? ¡No
me habrían cabido los guisantes! —replicó Talleda.
Siempre tenía salidas de lo más ocurrentes ante cual-
quier situación que lo comprometiera. Los que lo interro-
garon pudieron comprobarlo: «¿Que si me gustan las muje-
res jóvenes? Me da igual. Pero siempre vale más una joven
que una vieja», «¿Me pregunta si yo soy introvertido? No
sé qué quiere decir con eso. ¿Qué quiere decir introverti-
do?», «Claro que tiendo a salirme por la tangente cuando
hago algo mal...».
Talleda, el asesino en serie de Les Guilleries, murió en la
cárcel el 22 de noviembre de 2012, a los setenta y un años.

Naufragio mortal

Josep, Marçal y Antoni


26 de septiembre de 1993

Los tres cazadores, Josep Cassà, Marçal Rocasalva y Antoni


de Planell, suben con sus tres perros a la barca de fibra de
vidrio con la que cruzarán el pantano para reunirse con el
resto del grupo al otro lado, en Querós. Es el punto en el que
sobresalen del agua las ruinas de la ermita donde, en los pri-
meros años del siglo xvii, Joan Sala se casó con la heredera
de casa Serrallonga, se convirtió en Joan de Serrallonga y,
después, en bandolero de leyenda. Los hombres de la barca
se dirigen a una batida de jabalíes. Saben que la navegación
en el pantano está prohibida, pero cruzan a menudo las aguas
en barca para ir más rápido y ahorrarse los muchos kilóme-
tros de pista forestal que atravesarían con un todoterreno
para ir de una orilla a la otra.

23

T-A orillas del pantano.indd 23 30/9/21 15:15


¡Vaya, no se pone en marcha! Cada vez que tiran del
cable, el motor resuella un poco y la barca da una pequeña
sacudida. Ya se han alejado de la orilla, pero el motor no se
enciende.
Puede que no entre suficiente gasolina. ¡A ver...!
Desenroscan la tapa del depósito y vuelven a probarlo.
Esta vez sí. El motor se enciende de golpe y la barca se le-
vanta por delante. La parte posterior se hunde de tal forma
que entra agua en el compartimento estanco; no tarda en
empezar a hundirse. Los perros, atados a sus respectivos
amos, son un estorbo ahora. Están nerviosos y hacen que la
barca se desequilibre. Está claro que no hay remedio. Van
a volcar. Acaban en el agua.
Josep, que es de Brunyola y hoy, excepcionalmente, se
ha unido al grupo de cazadores, no sabe nadar. Se había
apuntado a cruzar en barca porque llegaba tarde al punto
de encuentro. Se agarra un rato a la barca volcada hasta
que esta se hunde. Marçal y Antoni no pueden ayudarlo.
Saben nadar, pero bastante tienen con mantener ellos
mismos la cabeza fuera del agua. Las cananas con la mu-
nición, los chalecos y las botas les pesan una barbaridad.
Se deshacen de todo como pueden y empiezan a nadar
hacia la orilla.
Observan impotentes como Josep no consigue soste-
nerse sobre el agua. Y se despide. Sabe que no saldrá de
esta. Se hunde.
Un grupo de cazadores que está al otro lado y ha visto
el naufragio hincha a toda prisa una barca neumática y se
adentra en el agua para ayudar a los náufragos. A través de
los walkie talkies que llevan para comunicarse entre las dis-
tintas paradas, avisan a la Agrupació de Defensa Forestal
Guilleries-Montseny, que hace llegar el grito de auxilio a
los bomberos. Entretanto, los de la barca hinchable consi-

24

T-A orillas del pantano.indd 24 30/9/21 15:15


guen sacar del pantano a Marçal y a Antoni. Josep ha desa-
parecido bajo las aguas de Susqueda.
Cuando llegan los bomberos, evalúan la situación. Es
difícil, la zona en la que el cazador y la barca se han hundido
mide al menos 25 metros. Y el fondo del pantano está oscu-
ro y lleno de lodo. Durante todo el fin de semana, 17 bu-
zos, entre bomberos y guardias civiles, se van sumergiendo
para intentar encontrar el cuerpo. Lo localizan el lunes, a
una profundidad de 20 metros. El domingo, mientras aún
buscan al hombre ahogado en el agua, una pareja que reco-
rre en coche la pista que va del pantano de Susqueda al de
Sau sufre un accidente. El vehículo vuelca; sus ocupantes
no se hacen daño, pero se pierden en el bosque durante
ocho horas, hasta que ven a una figura al otro lado del agua,
le hacen señas y esa persona alerta a la Guardia Civil y a los
bomberos, que los rescatan.
Ellos han tenido suerte. Han sobrevivido al pantano.

Una muerta en la maleta

Miquel
1 de septiembre de 2001

Ya ha dejado atrás el edificio de Can Salero, que en otros


tiempos había albergado un mítico prostíbulo, junto a la
carretera de Anglès. La noche es oscura; la luna apenas
emite luz. Es una suerte. Los latidos del corazón le resue-
nan en los oídos. Un relámpago de luz. Baja un coche. Se
cruzan. No tiene tiempo de ver ni el modelo ni la matrícu-
la. Deben de ser pescadores furtivos que van al pantano.
Confía en que ellos tampoco habrán retenido los datos de
su vehículo. El corazón se le acelera aún más.

25

T-A orillas del pantano.indd 25 30/9/21 15:15


Miquel continúa. Tampoco quiere correr. Tiene mie-
do de coger mal una curva y de caerse al río. Ha de llegar a
la presa. Lo consigue. Acerca el coche tanto como puede
a la entrada del paso que atraviesa, de un lado a otro, la
imponente pared de más de 130 metros. Sale del vehículo.
Mira a un lado y a otro. No parece que haya nadie. Abre el
maletero y saca una maleta grande. Pesa mucho. La arras-
tra por el camino de hormigón. Se detiene. Descansa.
Unos metros más. Casi 150. Vuelve a detenerse. Con un
gran esfuerzo, consigue subir la maleta a la barandilla de
hormigón y lanzarla al agua. El nivel es bastante bajo y,
cuando impacta con la superficie, se oye un sonoro chof
que rompe el silencio del espacio fantasmagórico. La presa
no tiene vigilantes, ni cámaras que puedan enfocarlo donde
se encuentra...
¡Ya está hecho!
Regresa deprisa, volviendo la vista atrás, hacia el coche.
Se le ha disparado el corazón. Entra en el vehículo. Lo
pone en marcha y emprende el camino de vuelta a Pala-
folls. Debe seguir con el plan. Primero coge las maletas de
Paquita, con toda la ropa que tenía en su piso de Palafolls,
y mete los bultos y el gato de la mujer en su coche. Deja al
gato en Blanes y la ropa en el piso de ella, en Pineda. Apar-
ca el coche también cerca de la casa de la mujer. Que todo
parezca normal. De Pineda a Palafolls vuelve pedaleando
en bicicleta. Siempre ha hecho mucho deporte y está en
forma.
Luego, Miquel se va a la casa que su familia tiene en
Tordera, donde él ha vivido muchos años, y se pone a es-
cribir cartas, aunque sabe que al menos una, la destinada a
Paquita, ella no la leerá nunca. Ya hace varios días que fue
a La Caixa y anunció que retiraría todo su dinero. Tiene
unos treinta millones de pesetas. El fin de semana lo dedica

26

T-A orillas del pantano.indd 26 4/10/21 15:32


a escribir su testamento hológrafo y nombra albacea a Glo-
ria, una buena amiga, antigua compañera de trabajo en Fi-
bracolor. Deja dicho que veinte millones de pesetas vayan
destinados a una ONG que opera en Perú y en la que tra-
baja la cuñada de una amiga de Gloria. Ya hace varios días
que le dijo a la amiga que tenía intención de hacerlo. Que-
daron que en octubre, cuando viniera la cuñada, lo arregla-
rían. Además, y aunque de entrada no quería hacerlo, aca-
ba dejándole una cantidad de dinero, mucho más pequeña
que la de la ONG, a su hija. Y reparte el resto del capital
entre sus hermanas y un amigo. El lunes va a La Caixa y
retira todo el dinero, repartido en cheques nominales.
Y ejecuta el último acto de su plan. Llama a sus herma-
nas y las cita en la casa de Tordera.
—¡Veníos, que tenemos que hablar!
Miquel se toma un cóctel (barbitúricos, herbicida y
whisky) para asegurarse de que cuando ellas lleguen ya solo
encuentren los cheques que ha preparado para cada una,
el testamento y sus últimas voluntades: que lo incineren y
que lancen sus cenizas desde el castillo de Palafolls, la mitad
en dirección a Tordera y la otra mitad en dirección a Pala-
folls.
Pero algo sale mal. Las hermanas responden muy rápi-
do a su llamada.
Entubado, tumbado en una cama, Miquel se despierta
bajo unas luces blancas delante de unos hombres que le
preguntan por Paquita Martínez. Está en el hospital pero
los hombres no son médicos. Son guardias civiles que ya
están avisados de la desaparición de Paquita. La familia de
la mujer ha repartido carteles por toda la comarca del Ma-
resme. Y Miquel les explica lo ocurrido: la ha matado y la
ha lanzado, metida dentro de una maleta, al pantano de
Susqueda.

27

T-A orillas del pantano.indd 27 30/9/21 15:15


—¿O quizá era el de Sau? —dice con una pizca de ma-
licia.
Con esos datos buscar a Paquita es como buscar una
aguja en un pajar. La Guardia Civil pide que Miquel vaya
con ellos al pantano y les enseñe in situ el lugar desde el
que ha lanzado a la mujer, pero el juzgado no lo permite
porque está demasiado débil. Aunque a pie de cama del
hospital consiguen arrancarle más detalles del crimen. Les
explica que la noche del 31 de agosto Paquita y él cenaron
juntos en el piso de Palafolls.
—Pero se ve que no estaba el horno para bollos.
Que es una forma de decir que Paquita se había hecho
la esquiva a la hora de irse a la cama con él y tener relacio-
nes sexuales. Ella se quedó en el sofá. Entonces él cogió
una almohada, la impregnó de disolvente —para que no
sufriera mucho— y, mientras estaba desprevenida en el
sofá, le aplastó la almohada en la cara hasta que ella dejó de
respirar. Cuando tuvo la seguridad de que estaba muerta,
dobló el cuerpo y lo metió dentro de una maleta vieja que
tenía en casa. La cargó en el coche y se dirigió a Susqueda.
Y les detalla con bastante exactitud el punto desde el
que la lanzó, lo que permite situar el cadáver de Paquita
Martínez en un lugar del pantano pegado a la pared.
Y empieza la odisea para encontrar un cuerpo a 85 me-
tros de profundidad en las fangosas aguas del embalse. En-
tran en escena los bomberos y quien tiene más experiencia
en este tipo de búsquedas: el Grupo Especial de Activida-
des Subacuáticas (GEAS) de la Guardia Civil, al frente del
cual se encuentra Fernando Aguirre. No será fácil. Necesi-
tan un robot de visión subacuática y no pueden disponer ni
del de la Guardia Civil ni del del Ejército, porque están
ocupados en otros menesteres. Tienen que alquilarle uno a
una empresa privada, y cuesta más de dos millones de pe-

28

T-A orillas del pantano.indd 28 4/10/21 15:32


setas. Los pagará el Ayuntamiento de Pineda, porque ni la
Generalitat ni el Estado están dispuestos a hacerse cargo
del coste.
Finalmente, el 26 de septiembre de 2001, el GEAS con-
sigue encontrar el cuerpo. El acto oficial de levantamiento
del cadáver pone en marcha un procedimiento judicial que
acabará archivado a los pocos días, porque el autor confeso,
Miquel Moreno, pese a los controles y la custodia perma-
nente, se suicidará en la celda de la cárcel Modelo a la que
ha ido a parar tras el alta hospitalaria que le dieron al recu-
perarse de su primer intento de suicidio. Se pondrá una bol-
sa de plástico en la cabeza y se atará las manos. Conseguirá
su objetivo: morirá asfixiado. No llegará a aclararse cómo lo
hizo. Igual que nunca se aclarará si Paquita Martínez murió
en el piso de Palafolls cuando él le aplastó la almohada en la
cara o si cuando la tiró al pantano estaba solo inconsciente.

Celos encendidos

Manuel
Domingo, 31 de marzo de 2002

El hombre está sentado encima de la barandilla de la presa


de Susqueda. Le cuelgan los pies hacia el lado seco. Se pone
en pie y amenaza una vez más con lanzarse. Son 137 metros
de caída libre: una muerte segura.
—¡No os acerquéis, que me tiro! ¡No tengo otra salida!
Los bomberos y los Mossos, escudados en la oscuridad
de la noche, hace ya rato que intentan persuadir a Manuel
de que no se lance. Guardan una prudente distancia con la
figura que se balancea peligrosamente sobre la pared sin
protección.

29

T-A orillas del pantano.indd 29 30/9/21 15:15


—Sònia está bien, saldrá de esta. Todo se arreglará, no
empeores las cosas —le dice una voz que habla con auto-
ridad.
Un psicólogo se ha sumado al grupo de Mossos de la
comisaría de Santa Coloma de Farners y a los bomberos.
Transcurren dos horas de nervios e incerteza, pero final-
mente Manuel se sienta en la barandilla, desplaza las pier-
nas hacia la parte firme y pone los pies en el hormigón. Sin
estridencias, dos mossos lo esposan con las manos detrás de
la espalda.
—Manuel Coelho, queda detenido por el intento de
asesinato de Sònia Serra.
Lo escoltan por encima de la peligrosa pasarela y hasta
la explanada, le ponen una mano en la nuca para que aga-
che la cabeza y lo introducen en el coche policial. En él lo
trasladan a los calabozos de Santa Coloma de Farners,
donde dan comienzo las diligencias por el horrible crimen
que Manuel ha perpetrado horas antes delante del bar Can
Collell —o Can Llens, como se lo conoce popularmente—
de Les Planes d’Hostoles, a 25 kilómetros del pantano.
Coelho, de treinta y cinco años, portugués y vecino de
Las Planes, le ha vaciado en el regazo a Sònia, una joven
de diecisiete años, una garrafa de gasolina y le ha prendido
fuego con un encendedor. La chica, con la que mantenía
una relación que ella quería dejar, salía del bar con un ami-
go que la acompañaba a casa porque Sònia tenía miedo de
Manuel. En el pueblo le habían escuchado decir eso tan
feo de que «si Sònia no era para él no sería para nadie». El
día anterior fue a comprar una lata de gasolina a la gasoli-
nera. Luego dirá que no sabe por qué lo hizo.
Un conductor de autocar de la empresa Teisa que aca-
baba de hacer una parada delante de Can Collell ha visto a
una chica en llamas cruzar la calle. Ante la espeluznante

30

T-A orillas del pantano.indd 30 30/9/21 15:15


escena, ha reaccionado con rapidez, ha cogido el extintor y
ha apagado el fuego. Entretanto, Coelho ha huido en su
coche hacia Susqueda. Desde allí ha llamado a un familiar
para avisarlo de dónde estaba y de sus intenciones suicidas.
Ha enviado también un mensaje al teléfono a su expareja:
«Adiós, Sònia».
Sònia ha sufrido quemaduras muy graves y la trasladan
al Hospital de la Vall d’Hebron de Barcelona, donde debe-
rá someterse a muchas operaciones y recibirá numerosas
transfusiones de sangre. Los vecinos de Les Planes organi-
zan una caravana solidaria para ir al hospital a donar sangre
para Sònia y para el resto de enfermos que puedan necesi-
tarla. Sònia sobrevive, y Coelho tiene muchos problemas
para encontrar un abogado que lo defienda. Hasta cinco
letrados asignados de oficio renuncian, con excusas diver-
sas, a ejercer la defensa de un hombre que le ha prendido
fuego a una chica de diecisiete años.
Coelho llega al juicio acusado del intento de asesinato de
Sònia pero también de agresión sexual y de detención ilegal
por unos hechos ocurridos el día anterior al ataque con ga-
solina, también junto al pantano de Susqueda, y que ella
explica tras el intento de asesinato. Sònia y Manuel estaban
dentro del coche, discutiendo sobre el fin de su relación,
cuando él, en contra de la voluntad de la chica, condujo has-
ta Susqueda y, una vez en la zona de la presa, detuvo el co-
che, la ató y la obligó a prestarle favores sexuales. Por todo
ello, las acusaciones piden para él veintiocho años de cárcel.
La Audiencia de Girona condena finalmente a Manuel Fer-
nando Coelho Alves a catorce años.

31

T-A orillas del pantano.indd 31 30/9/21 15:15

También podría gustarte