3 - Desenfreno
3 - Desenfreno
3 - Desenfreno
Desenfreno
A mi hermana Allison,
agradecida por su amor y amistad.
ÍNDICE
Capítulo 1 ............................................................................ 4
Capítulo 2 .......................................................................... 12
Capítulo 3 .......................................................................... 23
Capítulo 4 .......................................................................... 35
Capítulo 5 .......................................................................... 46
Capítulo 6 .......................................................................... 51
Capítulo 7 .......................................................................... 64
Capítulo 8 .......................................................................... 74
Capítulo 9 .......................................................................... 82
Capítulo 10 ........................................................................ 93
Capítulo 11 ...................................................................... 105
Capítulo 12 ...................................................................... 111
Capítulo 13 ...................................................................... 121
Capítulo 14 ...................................................................... 128
Capítulo 15 ...................................................................... 134
Capítulo 16 ...................................................................... 144
Capítulo 17 ...................................................................... 152
Capítulo 18 ...................................................................... 161
Capítulo 19 ...................................................................... 173
Capítulo 20 ...................................................................... 179
Capítulo 21 ...................................................................... 187
Capítulo 22 ...................................................................... 196
Capítulo 23 ...................................................................... 203
Capítulo 24 ...................................................................... 212
Capítulo 25 ...................................................................... 220
Agradecimientos ............................................................ 228
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA .................................................. 229
-3-
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 1
—Necesito tu ayuda.
Gemma Dante alzó la vista y sonrió al ver a su primo Michael, que se acercaba a
saltos hacia el mostrador del Golden Bough.
Como era habitual, la agradable y acogedora librería estaba llena de clientes,
unos curioseando entre las estanterías, otros relajándose en las mullidas butacas que
Gemma ponía a su disposición. Sonaba una suave música celta, mientras en el aire
había un ligero aroma de incienso de lavanda. Sin embargo, aquel ambiente de
serenidad no producía ningún efecto en Michael Dante. Ala derecho de los New
York Blades, era un hombre que siempre iba acelerado, tanto en la pista de hielo
como fuera.
Gemma salió de detrás del mostrador para abrazar cariñosamente a su primo.
—«Necesito tu ayuda» —repitió ella—, creo que haré que graben esa frase en
mi lápida.
La gente la buscaba instintivamente pera pedirle ayuda y consejo, y ella no
ponía ningún reparo. Disfrutaba haciendo el papel de una Ann Landers rebelde para
sus amigos y su familia.
—¿Lápida? —Michael fingió sorpresa—. Siempre había creído que cuando te
fueras tendrías una ceremonia a la luz de la luna, te transformarías en polvo de hadas
y regresarías al cosmos.
—¿Te acuerdas de aquella vieja canción de Squeeze que empieza «Si no te
amase, te odiaría»? Pienso en ti cada vez que la escucho, Mikey.
—Y yo pienso en ti cada vez que oigo «Season of the Witch»* de Donovan. —
Lanzó una ojeada por la tienda—. Hoy no hay demasiada gente rara.
Gemma ignoró la indirecta y regresó a su sitio tras el mostrador.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—Tenemos un jugador nuevo en el equipo, Ron Crabnutt. Lo han traído de
Rochester y no conoce a nadie en la ciudad aparte de nosotros. Se muere de ganas de
salir a dar una vuelta con una «neoyorquina de verdad» y he pensado que quizá, si
tienes un rato, podrías cenar con él esta semana.
—¿Me estás proponiendo una cita? —Gemma se mostraba recelosa.
—No, no, no —aseguró Michael—. Bueno, sí, pero sólo como un acto de
compañerismo, ¿entiendes? Es alguien nuevo en la ciudad.
—Creía que yo era demasiado «rara» para tus compañeros de equipo.
* «Temporada de la bruja.»
-4-
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Michael resopló.
—¡Tú eres demasiado buena para ellos! Si vieras algunas de las trepas horteras
con las que salen… —dijo con un escalofrío.
—Es bueno saber que estoy un nivel por encima de una trepa hortera, Mikey.
Él rodeó el mostrador y la estrujó hasta casi romperle las costillas.
—¿Lo harás? Es un buen muchacho, palabra de honor. Y además, ¿quién sabe?
Quizá congeniéis —dijo guiñándole un ojo.
—No estoy buscando novio —sonrió Gemma.
—Te iría bien tener una relación.
Gemma cambió de asunto.
—Hablando de relaciones, ¿cómo están Theresa y el bebé?
Michael sonrió enseguida.
—Los dos están perfectos. Acabamos de enviar las invitaciones para el bautizo.
¿Vendrás, verdad?
—¿Bromeas? No me lo perdería por nada del mundo.
—Bien. ¿Y Crabnutt? ¿Cenarás con él?
Gemma se encogió de hombros.
—Vale, no tengo nada que perder. Puede que sea divertido.
—Sabía que podía contar contigo.
—Esa será la segunda línea en mi lápida.
«Dios, ¿cómo he dejado que Michael me metiera en esto?» Era lo que pensaba
Gemma mientras se esforzaba por mantener los ojos abiertos. Había aceptado hacerle
ese favor porque creía que podría ser divertido. Poco imaginaba que tendría que
soportar a alguien que únicamente se animaba hablando de su colección de
destornilladores.
—Así, los extremos que sujetas tienen cuatro puntos de contacto…
—Perdona, —Gemma interrumpió a Ron Crabnutt educadamente—.
¿Podríamos hablar de alguna otra cosa que no fuera sobre destornilladores?
—Claro. —Ron pareció dolido—. ¿De qué te gustaría hablar?
—¿Qué tal de política?
—Mira, tengo que ser sincero contigo… —su labio superior dibujó una leve
mueca—, la política me importa el culo de un mono.
Gemma parpadeó. «¿El culo de un mono?»
—¿Qué tal de música, pues?
La cara de Ron se iluminó.
—¿Te gusta Skid Row?
—¿Skid Row?
—¡No me digas que nunca has oído hablar de Skid Row! —exclamó Ron,
golpeando la mesa sin podérselo creer—. Es el mejor grupo de todos los tiempos.
Tal vez hablar sobre destornilladores no estaba tan mal después de todo.
—A mí me va más la música celta. Solas, Loreena McKennitt…
-5-
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
-6-
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
-7-
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—¿Por qué?
—Nada especial. —Y procedió a explicarle a Frankie todo sobre la fascinante
velada con Big Red, su cita a ciegas. Su amiga se mantuvo serena mientras pudo. Pero
cuando Gemma llegó al momento en que Crabnutt había expuesto las ventajas de
mascar chicle frente a coleccionarlo, perdió la compostura. Estalló en risas y lo
mismo hizo Gemma. Había lágrimas deslizándose por sus caras cuando Gemma
acabó.
—Oh, Dios —dijo Frankie, secándose los ojos—, necesitaba esto.
—Yo también lo necesitaba.
—¿Y a qué viene el insomnio? —insistía en saber Frankie.
—No lo sé. —Gemma parecía genuinamente desconcertada—. Creo que la cita
me ha hecho pensar. Imagina que nunca encuentro a nadie.
—Me insulta el solo hecho de que puedas pensar eso.
Gemma se rio. Cuando Frankie y ella eran adolescentes, se prometieron que
vivirían juntas si ambas estaban solas cuando llegaran a viejas. Alquilarían
«strippers» masculinos, tomarían el sol desnudas y conducirían motocicletas.
—Ya sabes lo que quiero decir.
—Tú no vas a estar sola para siempre —la consoló Frankie.
El tono compasivo tuvo el efecto de un tónico. Siempre lo tenía. Las dos eran
como hermanas. Entonces Frankie respiró profundamente.
—Muy bien, déjame preguntarte una cosa.
Gemma se puso tensa. «Muy bien, déjame preguntarte un cosa» era la fórmula
habitual de su amiga para tomarle el pelo y abofetearla con la más cruda de las
verdades.
—¿Qué?
—¿Puedes realizar un sortilegio de amor que te sirva a ti misma?
Gemma se revolvió incómoda en su asiento. Por supuesto que podía. Pero
desde que era niña sentía en su interior que la brujería era una senda encaminada a
reverenciar la naturaleza. No tenía nada que ver con someterla a tu voluntad.
—¿Y bien? —pinchó Frankie.
—Supongo que podría.
—¿De qué sirve ser una bruja si no lo usas para ayudarte a ti misma?
—Puede que haga un hechizo esta noche.
—¿Podría verlo?
—Claro, siempre y cuando no interrumpas.
—¡No lo haré, te lo juro! —La excitación en los ojos de Frankie se desvaneció, y
se convirtió en distracción.
—¿Qué pasa?
—Nada —murmuró Frankie evasiva.
—Dime.
—Últimamente me he sentido algo confusa. Y además me ha salido esto. —Se
levantó la manga de la camisa mostrando una ampolla en su antebrazo izquierdo.
—¿Y?
-8-
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
-9-
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Sígueme.
Guió a Frankie hasta la habitación de invitados, tres de cuyas paredes estaban
cubiertas de estanterías que Gemma ya había llenado hasta rebosar de libros. Unas
puertas correderas daban acceso a la pequeña terraza donde cultivaba hierbas. En el
centro de la habitación se erguían tres candelabros, cada uno con cuatro cirios, y una
mesa baja redonda cubierta con un terciopelo morado, en la que había un pequeño
jarrón con flores y un viejo y agrietado pentáculo. A la izquierda del jarrón Frankie
pudo ver una vela dorada, una daga de ritual, un incensario y un cuenco con sal; a la
derecha había una vela blanca, un cáliz de plata y un cuenco con agua. Una pequeña
bandeja de plata contenía unos pocos alfileres, cerillas y varios conos de incienso.
—¿Y ahora qué? —preguntó Frankie de nuevo con los ojos clavados en el altar
de Gemma.
—Voy a encender las velas. Siéntate ahí. —Señaló uno de los dos cojines de
meditación que había en el suelo. De haber estado sola, probablemente habría
preparado un hechizo más elaborado y potente. Pero ya que Frankie podía mantener
la concentración durante tanto tiempo como una criatura de tres años en la mañana
del día de Navidad, decidió que una simple magia con velas sería suficiente.
Frankie hizo lo que le había dicho, se sacó los zapatos antes de doblar sus
larguiruchas piernas en una versión modificada de un pretzel. Gemma encendió los
cirios de los candelabros. La habitación resplandeció a su alrededor.
—¿Y ahora qué? —susurró.
—Ahora para ya de preguntar «¿Y ahora qué?» —susurró Gemma divertida. Se
sentó en su cojín de meditación frente a Frankie, con una vela roja en la mano. La
encendió y la situó en el suelo, delante de ella. El sonido de un atasco de tráfico
ascendió hasta sus oídos, pero lo bloqueó; esperó a encontrarse totalmente
concentrada antes de abrir sus ojos y hablar con voz queda.
—Muy bien, esto es lo que vamos a hacer. Las dos miraremos fijamente la llama
de la vela, en mi mente voy a pensar en el hombre con el que quiero estar. Tú puedes
hacer lo mismo si quieres.
Frankie arrugó la nariz.
—¿He de pensar en el hombre con el que yo quiero estar, o en el hombre con el
que tú quieres estar?
—El que prefieras.
—¿Puede ser alguien famoso, como Russell Crowe?
—Puede ser quien quieras. Russell Crowe. Russell Stover. Sólo concéntrate.
—De acuerdo. —Frankie frunció el ceño y miró fijamente a la vela mientras
Gemma hacía lo mismo.
«Describe al hombre con el que quieres estar, Gemma.»
Necesitó unos segundos, pero al final acudieron las ideas: «Quiero a alguien
que sea seguro, inteligente, honesto, trabajador y fuerte. Alguien que ame la
naturaleza tanto como yo. Alguien leal y sensible, que respete lo que hago y que me
ame tal como soy.»
Se vació en aquellos pensamientos hasta que agotó las palabras para describir a
- 10 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 11 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 2
- 12 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—¿Cómo se llama?
—Uther.
Gemma se mordió el labio. En su opinión, decir a un desconocido que tu
nombre es Uther o Gwyddion o Raven, sólo da al público más munición para no
tomar en serio la brujería. Sabía que una persona tiene derecho a usar en público su
nombre del oficio, pero aun así.
—¿Uther qué? —preguntó con rapidez.
—Abramowitz.
«Uther Abramowitz», repitió Gemma pensativamente. ¿Era posible que el
universo le enviara a alguien llamado Uther Abramowitz para amarlo? Si era así, se
iba directamente a casa para desmontar su altar. Educadamente extendió su mano
por encima del mostrador.
—Soy Gemma Dante.
El apretón de Uther fue tan flácido como un calcetín húmedo. Sintió un deseo
irresistible de atarlo y empujarlo hasta un restaurante para darle una sopa minestrone.
—¿De qué trabaja?
—Escribo códigos para ordenador.
Gemma sonrió. No sabía por qué, pero muchos paganos tenían trabajos
relacionados con tecnología punta.
—Bien —dijo bajándose del taburete—, déjeme que le explique cómo trabajo.
Doy clases particulares y también enseño a un grupo los jueves por la noche.
—Preferiría las primeras. —Uther la cortó de inmediato.
—Muy bien. —Gemma sacó su Palm Pilot de debajo el mostrador—. Tengo un
hueco los martes por la noche. ¿Le va bien?
Uther sacudió su cabeza.
—En realidad no. ¿Podría ser durante el día? Cuando cae el telón de la noche
estoy bastante ocupado.
«¿Haciendo qué? —se preguntó Gemma—. ¿Viendo El señor de los anillos por
enésima vez?» De hecho, tampoco le interesaba.
—Bien, si está dispuesto a venir durante la hora de comer, digamos entre las
doce y la una, podría hacerle un hueco los martes.
—¿En su humilde morada? —preguntó impaciente.
—No, aquí en el local. —Se esforzó por ignorar aquella intención descarada de
entrometerse en su vida. ¿De verdad quería estar a solas con aquel tío raro durante
una hora cada semana? Tan discretamente como pudo, le leyó el aura, un don que
tenía desde niña. Era gris. Estaba confundido, pero no era malvado. Podría
manejarlo.
—Cobro sesenta dólares la hora.
—Es un precio justo —contesto Uther.
—Debería haberle dicho setenta y cinco —bromeó Gemma, intentando vencer
su actitud solemne. Pero Uther sólo parpadeó—. Era una broma —le aclaró.
—Oh —dijo Uther.
—Necesitará su propia baraja Rider-Waite —continuó—, si todavía no tiene
- 13 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 14 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 15 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 16 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
dejado la habitación patas arriba. Ojos Azules encendió el interruptor de la luz del
interior de la habitación. La cama estaba hecha, pero uno de sus bodys negros de
seda yacía sobre los almohadones cuidadosamente arreglados. Parecía provocador,
una invitación sin palabras. Intentó ignorarlo, mientras los ojos de cada uno de los
bomberos se clavaban en la prenda. Azteca rio con disimulo y Ojos Azules soltó un
«bonito pijama» por lo bajo pensando que ella no lo oiría.
—Gracias —dijo con toda la intención, y él pareció sentirse claramente
incómodo. «Bien, es lo que hay», pensó Gemma.
Bigotes desenroscó la tapa del detector de humos. Ella se puso tensa, sabiendo
con lo que iba a encontrarse.
—¿Señora? —preguntó educadamente, sacándose el casco para rascarse la
cabeza. Bigotes era calvo como un recién nacido. Con su bigote daliniano, la calva
reluciente y vestido de bombero, podía pluriemplearse como miembro de Village
People—. No hay pilas en el detector.
—¡Oh! —Gemma aparentó sorpresa.
—Además es más viejo que Dios —prosiguió Bigotes—, podría comprarse uno
nuevo.
—Es lo primero que haré mañana por la mañana.
Mientras tanto, la atención de Ojos Azules se dirigía hacia las paredes
decoradas con fotos de animales: ballenas, elefantes, delfines y monos. Gemma pudo
ver que sus ojos se fijaban en la foto de Michael y Theresa que tenía sobre la cómoda
junto a otras fotos de familia. Su vista pareció detenerse indecisa antes de volver a las
paredes. Estudiaba las imágenes en silencio pero con respeto, con tanto respeto que
Azteca lo imitó.
—¿Las recortó de National Geographic? —preguntó Azteca.
—No, las hice yo misma.
Ojos Azules concentró su mirada en ella.
—¿De verdad?
—Sí, me encantan los animales. Me gusta ir de vacaciones donde hay vida
salvaje.
—Interesante —murmuró Ojos Azules.
Bigotes entornó los ojos.
—¿Hemos acabado, Rodríguez de la Fuente?
Ojos Azules miró a Bigotes con el ceño fruncido y Gemma estuvo contenta de
no tener que ser testigo del desenlace del episodio. Mantenía la expresión adusta
cuando se dirigió a ella.
—¿Se da cuenta, señora, de que si hubiese habido un fuego real la situación
podría haber sido muy seria?
—Por favor, mi nombre es Gemma. —«¿Cuándo he pasado de ser señorita a
señora?»
—Gemma —repitió Ojos Azules como si probara—. Un nombre interesante.
—Gracias. —La sonrisa de Gemma era genuina.
—Por favor, compre pilas y un detector nuevo —siguió—. Si no lo hace por su
- 17 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 18 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Seguro que parará —predijo Leary, sacándose las botas—. Has sido muy
profesional.
Sean sonrió. Durante más de un mes, el olor que venía del piso que antes tenía
Theresa Falconetti lo había vuelto loco. Cuando volvía a casa de una guardia, muerto
de sueño, no le dejaba dormir. El tufo que se introducía en su apartamento era tan
fuerte que le sofocaba. Abrir las ventanas no servía de ayuda. El hedor perduraba en
el aire, atormentándolo. Una mañana, sin poder dormir y hasta las narices, deslizó
una nota por debajo de la puerta del piso, esperando que fuera suficiente.
Dos noches después volvió la fetidez.
Aquello le irritó.
Hacía algunos años, alguien se había quejado en recepción de que Pete y Roger
siempre graznaban desesperadamente cuando él no estaba en casa. Al final encontró
un veterinario que les recetó una medicina contra la ansiedad. ¡Listo! Problema
solucionado. Si él había podido responder a la petición del vecino, ¿por qué no lo
podía hacer el quemador de incienso? ¿Que la nota había sido desagradable? Cierto,
la había garabateado sin pensar. ¿Quizá habría debido llamar a la puerta y pedir al
Apestoso que parase de una vez? Pero no tenía ningunas ganas de vérselas con
alguien que podía ser un chalado. ¿Qué tipo de persona quiere que su apartamento
huela de esa manera?
En su lugar, Sean pidió a dos de sus colegas del cuartel de bomberos que le
ayudaran a solucionar el problema de una vez por todas. Esperaron a acabar el
turno, se encontraron y fueron hasta su edificio en la Cincuenta y nueve esquina con
la Primera, sintiéndose como tres colegiales traviesos. Al ver dónde vivía, Leary y
Ojeda lo trataron en broma de pijo y yuppie, pero no se sintió culpable. Años atrás,
había trabajado muy duro en Wall Street para poder comprarse aquel apartamento, y
ahora que lo había pagado del todo se sentía orgulloso.
—¿Te has quedado con el body encima de la cama? —dijo Leary arrastrando las
palabras—. Apuesto a que estaba esperando que apareciera su gurú y que la elevara
a un plano más elevado, ¿sabes lo que quiero decir?
—Directo al nirvana, cariño —rio Ojeda.
Sean rio también. Había esperado que el Apestoso fuera una especie de asceta
urbano, adusto e incapaz de sonreír. Sin embargo les había abierto la puerta una
mujer menuda y curvilínea, con una desordenada melena rojiza y los ojos más
cariñosos que nunca había visto. Su porte le había impresionado, y también las fotos
en las paredes de su habitación. La broma de Leary sobre Rodríguez de la Fuente le
había molestado porque le había impedido averiguar más sobre Gemma Dante, que
sin duda estaba emparentada con Michael Dante, el marido de Theresa. La fotografía
sobre la cómoda era una pista concluyente. ¿Sería su hermana?
Por otro lado, el comentario de Leary tenía un aspecto positivo. Sus compañeros
lo habían machacado con el tema de «Birdman», pero tomarse el pelo entre
camaradas era el pasatiempo preferido en el cuartel. Debido a su pasado en Wall
Street, les había costado mucho tiempo aceptarlo. Las bromas demostraban que era
uno de ellos.
- 19 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Lo primero que Gemma hizo cuando vio a su primo en la sala de visitas del Met
Gar la noche después fue darle un puñetazo en el brazo en plan de broma.
—¡Ay! —Michael retrocedió frotándose el lugar donde el puño le había
alcanzado—. ¿A qué viene esto?
—¡La cita a ciegas en la que me metiste! ¡Sólo habló de destornilladores y chicle!
—Es un buen chaval —replicó Michael.
—Hay diferencia entre bueno y aburrido.
Michael se encogió de hombros con filosofía.
—Así que no fue bien. Lo que importa es que hiciste una buena obra, ¿verdad?
—Cierto.
—Venga, dale al primo Mikey un abrazo, alma caritativa.
Gemma se acercó para abrazar a su primo. Siempre le sorprendía lo fuerte que
era. De pequeño, había sido un niño patoso y escuálido, de hombros puntiagudos y
rodillas prominentes. Y ahora, se maravillaba al verlo, la gran estrella de la NHL*.
Y también felizmente casado con la mujer de sus sueños, y con un bebé. Un
sentimiento de orgullo inundó a Gemma al recordar el papel angular que había
tenido en la relación entre Michael y Theresa. No había sido fácil; ambos eran
tozudos como mulas, por no hablar de lo melodramáticos que podían llegar a
ponerse. Pero con una pequeña ayuda de las cartas del tarot y una gran dosis de
intromisión al estilo de la familia Dante, había conseguido que se comieran su
estúpido orgullo y se arrojasen uno en brazos del otro.
—¿Contra quién jugáis esta noche? —preguntó mientras deshacían suavemente
- 20 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
su abrazo.
La cara de Michael mostró una incredulidad total.
—¿Alguna vez te preocupas por abrir un periódico? ¿O es que estás demasiado
ocupada removiendo tu caldero?
—¡Qué gracioso eres!
—Lo intento.
—En serio, Michael, ¿contra quién jugáis? —repitió Gemma, apartándose el
pelo de la frente. A veces deseaba cortárselo de tan ondulado y difícil de peinar como
era—. He estado muy, muy ocupada, no he tenido tiempo…
—Sssh. —Puso su índice en los labios de su prima—. Relájate. Está bien. —
Apartó la mano—. Jugamos un partido de exhibición contra el equipo de hockey del
FDNY. La recaudación irá en beneficio de la beca de la Fundación de Bomberos
Asociados. Es para los hijos de los bomberos que han resultado con quemaduras
graves, o, ya sabes…
«Muertos —acabó Gemma mentalmente—. Niños que han perdido a sus
padres.» Aunque ya habían pasado cuatro años desde el 11-S, aún resultaba difícil
para los neoyorquinos hablar sobre el asunto. Gemma mostró su comprensión
afirmando con la cabeza.
—Yo también tuve una pequeña aventura con los bomberos —dijo, tratando de
animarse, y le explicó a Michael el episodio del incienso y la falsa alarma.
Su respuesta resultaba previsible.
—Si es lo mismo que quemas en tu tienda, no me sorprende que alguien
llamara a los bomberos. Podrías vaciar el edificio con esa porquería.
Gemma chasqueó la lengua.
—¿Sabes que eres un idiota?
—Sí, pero tú me quieres igualmente. —Sus ojos se fijaron en el reloj de la
pared—. He de vestirme. ¿Sabes dónde debes sentarte, verdad?
—Por supuesto. —Gemma echó un vistazo alrededor de la sala de visitas.
Reconoció a alguno de los jugadores. Supuso que el resto debían de ser familiares
como ella. ¿Pero por qué ella era la única presente de la familia Dante?—. ¿Theresa
vendrá, no?
—Sí, sólo se está retrasando un poco. Vendrá.
—¿Y Anthony?
Anthony era el hermano mayor de Michael, además del chef y propietario de la
mitad del restaurante Dante's que la familia poseía en Brooklyn. Michael se rio al oír
la pregunta.
—Sí, seguro, como si yo pudiera conseguir que abandonara su campo de batalla
en un sábado por la noche. —Y empezó a imitar a su hermano—. «Dirijo un negocio,
Michael. No puedo dejar mi cochambroso cucharón y salir corriendo cada vez que tu
lanzas un disco por el jodido hielo para alguna tontería de caridad.»
La imitación fue tan real que Gemma estalló en una carcajada de aprobación.
—Supongo que eso responde a la pregunta. —Se alzó sobre los talones y besó a
Michael en la mejilla—. Estoy hecha polvo, así que no sé si nos veremos después del
- 21 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 22 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 3
El Met Gar estaba abarrotado. Mientras tomaba asiento tras el banquillo de los
Blades, Gemma observaba el mar de caras exultantes y comprobó que en su mayoría
estaba formado por familias, de las que muchas vestían camisetas y gorras de béisbol
con el logotipo del FDNY. Sintió envidia al ver cómo un padre despeinaba el cabello
de su hija antes de pedir un par de hot dogs para cada uno. A pesar de que adoraba a
su familia, la veían como a una especie de oveja negra. Sus ojos siguieron estudiando
la ruidosa multitud y prestó atención a la gran cantidad de niños que había.
¿Cuántos de ellos habrían perdido a su padre? ¿Cuántos habrían perdido a primos,
tíos, hijos o hermanos? Como la mayoría de los neoyorquinos, daba por garantizado
el comportamiento que los bomberos habían tenido. Alrededor de trescientos de ellos
habían muerto una brillante y clara mañana de setiembre tratando de salvar a otras
personas. Desde entonces habían sido tratados como héroes y denominados sex
simbols. Gemma no los había considerado sexys hasta que Ojos Azules y su cohorte
habían llamado a su puerta.
Ojos Azules. Notaba cómo se le alteraba el cuerpo sólo con recordar su atractiva
y enérgica cara. Se preguntaba si estaría por allí para animar a sus colegas y, en caso
de ser así, si sus caminos llegarían a cruzarse.
—¡Estás aquí!
Se volvió al oír la voz de Theresa. Aunque pudiese parecer estúpido, empezaba
a creer que llamaba un poco la atención, sentada sola, pensando que las familias que
la rodeaban podrían creer que era una puck bunny*. Desde luego sabía que no vestía
como una aficionada al hockey, a menos que las bunnies hubieran empezado a vestir
gruesas argollas de plata, vaporosos pañuelos floreados y pantalones de terciopelo
marrón.
—Hola. —Sonrió cariñosamente Theresa mientras maniobraba para instalarse
en un asiento—. Adivina cómo he sabido que estabas aquí.
—¿Cómo?
Theresa elevó su nariz hacia el aire y olfateó.
—Tu perfume; es muy característico. —Gemma sonrió.
—¿Es bueno o malo?
—Bueno. Recuerda a las mandarinas.
Theresa se fijó en la multitud.
—Madonna, esto está abarrotado.
* Espectadora de hockey sobre hielo más atraída por los jugadores que por el juego.
- 23 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
* Especie de béisbol para escolares que se juega con una pelota más grande y blanda.
- 24 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Si la acogida a los Blades había sido estruendosa, el nivel de los decibelios subió
hasta el infinito cuando el equipo de hockey del FDNY hizo su aparición con
camisetas de un rojo brillante, deslumbrantes sobre el hielo blanco. A diferencia de
los Blades, los jugadores del cuerpo de bomberos eran de todas las formas y tamaños.
Los había bajitos sin cuello que serían pulverizados a la primera carga suave de un
defensor de los Blades, todos ellos brutos del tamaño de un armario, y los había altos,
pulcros y estirados, a los que Gemma intuía que iba a ver salir volando por efecto de
la brisa generada por un compañero al pasar patinando veloz a su lado.
Y estaba Ojos Azules.
Se volvió hacia Theresa.
—¿Tienes un programa?
—Claro.
Ansiosa, Gemma pasó las páginas hasta llegar a las que incluían a los jugadores
del FDNY. Allí estaba, número 45, Sean Kennealy de la compañía escalera 29.
Kennealy. Por supuesto. Ojos azules, pelo oscuro… era el «Irlandés Negro». Sean
Kennealy. Jugaba de defensa, quizá por su tamaño. Era enorme. Y fornido. Un
fornido irlandés.
El disco cayó y ambos bandos se pusieron en movimiento, con un jugador de
los Blades conduciendo el disco, por supuesto.
Debido a que era un partido de carácter benéfico, los Blades no jugaban tan
duro o rápido como era usual. De hecho ninguno de sus jugadores acosaba a los
bomberos y habían rebajado un grado el ritmo de su patinaje. Hasta que el equipo
del FDNY marcó un gol a los siete minutos. Los Blades decidieron ser un poco menos
amables.
A Gemma todo aquello no le interesaba. Sus ojos estaban fijos en Sean
Kennealy, tanto si estaba en el hielo como fuera. Es cierto que no era ninguna experta
en hockey, pero le parecía que él no jugaba con miedo, tenía una expresión tan
amenazante como la de cualquier defensa de la NHL. Tampoco parecía temer el
contacto físico; a menos que Gemma se equivocara, era uno de los pocos de su
equipo que realmente se atrevía a enfrentarse de verdad con la delantera de los
Blades. El partido acabó en empate —«amañado» murmuró Theresa a Gemma— y la
gente empezó a salir lentamente del Met Gar.
—¿Te veré el fin de semana en el bautizo de la señorita X?
—Por supuesto. —Los ojos de Gemma aún miraban hacia el hielo, observando a
Sean mientras éste se paraba amigablemente junto a su primo.
Theresa se inclinó hacia ella y le susurró al oído.
—A Gemma desde la tierra. El partido se ha acabado.
Gemma se volvió hacia Theresa con una sonrisa de disculpa.
—Perdona.
Mientras abandonaba el pabellón, introdujo discretamente el programa en su
bolso.
- 25 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 26 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 27 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 28 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 29 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
incendios. La sincronización con Michael no pudo haber sido mejor: se alejó para
hablar con otro grupo de invitados, y en el preciso instante en el que Sean observaba
el gentío la divisó. Al ver la sonrisa en su cara cuando se encontraron sus miradas,
Gemma sintió que un voluptuoso calor, fuerte y radiante, le recorría el cuerpo.
—Hola —dijo ella tímidamente mientras se ponía a su lado.
—Hola. —Él parecía genuinamente complacido de verla—. Gemma Dante,
¿verdad?
—Tienes buena memoria —asintió.
—No es un nombre fácil de olvidar. —La observó estudiando su cara—. ¿Eres la
hermana de Michael?
—No, somos primos por duplicado. —Al ver su expresión de perplejidad,
añadió—: Nuestros padres eran hermanos y nuestras madres hermanas. —Entonces
cambió de tema—. ¿De qué conoces a Michael?
—A través del equipo de hockey del FDNY.
—Estuve en el partido la otra noche. El amistoso de caridad.
Sean parecía interesado.
—¿Y qué te pareció?
—Creo que estaba amañado.
Sean rio reconociéndolo.
—Quizá los Blades podrían haber jugado un poco más fuerte, tienes razón. —
Dio un rápido sorbo a la cerveza. Gemma se fijó en su nuez mientras tragaba y pensó
que era lo más sexy que había visto en su vida—. Pero todo sea por una buena causa.
—Estoy de acuerdo.
—¿Quieres que te vaya a buscar una copa?
—Estaría muy bien.
—¿Qué te apetece?
«Mejor que no conteste a eso», pensó.
—Un gin-tonic me iría bien.
Él sonrió y la desarmó.
—Vuelvo en un minuto.
Lo miró mientras se dirigía hacia el bar. Dios, era un tipazo. Vaya cuerpo. La
musculatura de sus muslos se hacía evidente bajo los téjanos gastados, los fuertes
hombros envueltos en una camisa tipo Oxford a rayas azules y blancas, con las
mangas informalmente arremangadas. «Sin anillo de casado.»
Cogiéndole la bebida, tomó un pequeño sorbo, agradecida de tener algo que
hacer con sus manos.
—¿Cuándo me vas a decir tu nombre, Birdman? —Por supuesto que ya lo sabía,
pero quería oírselo decir acariciando las sílabas con su propia voz, profunda y sexy.
Él hundió su cabeza con timidez.
—Me llamo Sean, Sean Kennealy.
—¿Irlandés?
—Un poco. —Tomó un largo trago de su cerveza, mientras sus ojos parecían
danzar con malicia—. ¿Tienes ya un nuevo detector de humos, Gemma?
- 30 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 31 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 32 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 33 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—¿Me perdonas un momento? Acabo de recordar algo que tenía que decirle a
Anthony.
—Claro.
Al salir de la oficina, la mente de Gemma se centró en Sean Kennealy. «Ese
demonio» pensó, no sin cierto afecto. Mientras empezaba a encajar todas las piezas,
volvió a la fiesta para buscarlo. Sean Kennealy aún no lo sabía, pero estaba a punto
de caer en las brasas. Sólo que esta vez no iba a ser en cumplimiento del deber.
- 34 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 4
- 35 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 36 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 37 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
mesa.
—No empieces aún; aquí viene Stavros con el azúcar y la leche.
Su actitud ahora era servicial, como si Gemma fuese una reina cuyas órdenes
esperara. Le preparó el café y, ante su atenta mirada y la de Frankie, se lo llevó a los
labios.
—¿Qué tal?
—El mejor café que he probado jamás.
—¡Ja! —Le sonrió radiante con complicidad—. Sabía que esa iba a ser tu
respuesta. ¿No hace años que Stavros te lo venía diciendo?
—Me lo habías dicho —admitió Gemma. El camarero se marchó
contoneándose, feliz como si le hubiese tocado la lotería.
—¿Qué está pasando? —preguntó Frankie.
Primero le explicó a su amiga la visita de los bomberos a su apartamento,
después le contó el partido de hockey y acabó con los detalles de la fiesta de bautizo
de Domenica. Frankie prácticamente la embistió a través de la mesa.
—¿Tres veces se te ha cruzado en tu vida ese individuo? —dijo excitada—. ¿Y
tiene los ojos azules?
—Sí.
—¿Como en tu visión?
—Ajá.
—¿Crees…?
—No lo sé. —Por primera vez, Gemma se sentía insegura—. Quiero que lo sea.
Creo. —Tomó un poco de café—. Me invitó a cenar —añadió tímidamente.
Frankie abrió tanto los ojos que parecía una caricatura.
—¿Y tú le has dicho que no?
—Le he dicho que tal vez.
—¿Tal vez? ¿Por qué? ¿Porque Venus no está en la tercera casa de Lexus o
alguna tontería parecida? —Frankie la miraba inquisidora—. Tiene que haber algo
más. ¿Por qué no quieres salir con ese tío?
Gemma la observó por encima de la taza de café.
—¿Prometes no reírte si te lo explico?
—No. Ahora dímelo.
—Me parece que me pone un poco nerviosa que sea bombero.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Son como una tribu.
—Perdona. ¿Tú vienes de una familia en la que dos hermanos se casaron con
dos hermanas y temes a una tribu?
—Eso es diferente —insistía Gemma—. Mira, sé que son héroes. Sé que lo que
hacen es peligroso y lo respeto. —Deslizó un pulgar por la servilleta—. Pero, ¿te
acuerdas de aquel incendio en Brooklyn? ¿Te acuerdas de cómo aquellos tíos se
sentaban fuera y se dedicaban a decirnos obscenidades cuando volvíamos de la
escuela hacia casa?
Frankie sintió vergüenza.
- 38 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 39 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 40 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Sean sonrió cuando oyó el timbre, pues sabía perfectamente quién era. El
sonido electrónico hizo saltar de excitación a Pete y Roger, que empezaron a graznar
en sus perchas. No era la música más relajante del mundo, pero ya estaba
acostumbrado.
—Calma, muchachos —los tranquilizó mientras abría para dejar entrar a
Gemma.
—Hola —dijo ella tímidamente.
—Hola —respondió haciéndola pasar y cerrando la puerta.
La mirada de Gemma recorrió cada rincón de la sala de estar: sus polvorientas
estanterías abarrotadas con libros de historia y novelas de espías; su mesita de café,
con el último ejemplar de la revista Firehouse.
Mientras tanto él no le quitaba la vista de encima. El cabello rojizo parecía
despeinado por el viento, llevaba el mismo perfume que el día del bautizo, un poco
floral, pero con un ligero toque picante que le alteraba la sangre. Su pensamiento
retrocedía al body que tenía encima de su cama y después avanzaba hasta
imaginársela con él puesto. Nadie lo había cautivado nunca tan profundamente ni
tan rápido. Se sentía hechizado.
—¿Te importaría presentarme a tus compañeros de piso? —preguntó,
dirigiendo su mirada hacia los pájaros.
Cruzaron la habitación, acercándose a las jaulas idénticas.
—Éste es Pete y éste es Roger. Pete es un loro y Roger es una cacatúa.
Como si supieran que estaban hablando de ellos los dos pájaros graznaron
todavía más fuerte. Gemma se inclinó para verlos más de cerca, en especial a Roger,
que lucía una mancha de plumas de color naranja en su pecho.
—¿Los rescataste tú?
—Sí, de un fuego en una tintorería de limpieza en seco. Después del incendio, el
dueño regresó a Corea y yo me los quedé.
—Él se los pierde. —Ladeó la cabeza a un lado y a otro para observarlos desde
ángulos distintos—. Son preciosos.
—Bastante neuróticos. A veces la única manera que tengo de calmar a Rog es
acunarlo como a un niño.
—Interesante. —Se volvió hacia Sean sonriendo con timidez—. Gracias.
—¿Por…? —preguntó, aparentando no entender.
Juguetona, le empujó el brazo.
—Ya sabes por qué. Me encantan.
—Estoy contento. No sabes lo difícil que fue encontrar un ñu de color rosa. —
Aparentaba bromear, pero en su interior se sentía aliviado. Había sido una apuesta: o
le volvían loca o podía pensar que el loco era él. Por suerte había sido lo primero—.
Significa que estoy perdonado por mi engaño.
—No lo sé —se burló Gemma—, una de mis vecinas se ha enfadado mucho.
—¿Croppy, verdad? —dijo Sean frunciendo el ceño.
—¿Cómo lo has sabido?
- 41 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 42 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Sin embargo, otra parte deseaba abandonarse, ser guiada por ese hombre hacia un
lugar donde pudiera elevarse libre de los confines de su cuerpo, experimentando el
pasado, el presente y el futuro en la sencillez de un solo beso.
Una vez encendidas las velas se volvió hacia Sean, pensando que lo encontraría
donde lo había dejado, de pie junto a la puerta de entrada. Pero no estaba allí. En
cambio, la estaba esperando en la entrada de su habitación, con la mano derecha
extendida hacia ella en una inequívoca invitación.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Gemma candorosamente mientras andaba
hacia él, al tiempo que se dejaba los zapatos por el camino. Sean la imitó.
—Compruebo si tienes ese detector de humos nuevo.
—Creía que me lo tenías que regalar tú.
—Sólo si eres una buena chica.
—Prefiero mucho más ser mala, señor Kennealy.
—Pruébamelo. Ponte aquel body negro.
—Eso se puede arreglar. —Lo empujó suavemente en dirección a la puerta de la
habitación—. Dame un minuto.
—Seguro.
Una vez a solas, Gemma se tomo una pausa para recuperar el aliento. Su
solicitud la había excitado más de lo que creía posible; un desenfreno total por
anticiparse, delicioso y a la vez exasperante, distorsionaba su camino hacia ella.
Temblorosa, se deshizo rápidamente de la ropa que llevaba y cogió el body del
tocador. Se lo puso, deleitándose con la suave sensación de la seda sobre su piel
desnuda. Revolviéndose el cabello lo justo, tiró los hombros hacia atrás, avanzó el
escote y abrió la puerta de la habitación.
Allí estaba Sean, impaciente, esperando con los ojos brillantes de deseo por ella.
Él sonrió, admirándola. La luz de las velas le favorecía: los sugestivos ángulos de su
cara resaltaban con el tenue y cálido resplandor de la habitación. Entrelazando con
suavidad sus dedos con los de él, Gemma lo arrastró hacia un mar de grandes
almohadones sedosos arreglados en el suelo.
—¿No vamos a la habitación?
Gemma sonrió felina y sacudió la cabeza. Hacer el amor en la habitación era
previsible, y lo último que deseaba de aquella experiencia es que fuera previsible.
Quería dejarlo sin habla, marcarle con hierro candente el recuerdo de su unión en la
memoria. Quería que él anhelara más.
—Ven —le susurró, ofreciéndole hundirse junto a ella en las almohadas.
—Esto se pone interesante. —Sean obedeció. La respuesta de Gemma fue una
sonrisa ardiente y un rápido y lujurioso mordisco en su labio inferior. Sean sacudió
su cabeza hacia atrás y la miró con ojos sorprendidos. Fuera lo fuese lo que esperaba,
no era aquello, pero ella podía ver que le gustaba. La sorpresa dio paso al impulso
animal y la apretó contra su pecho.
—¿Estás segura de que es así como lo quieres? —gruñó, su aliento cálido,
mientras jugueteaba con la punta de la lengua en el lóbulo de la oreja de ella.
—No. —Le era difícil pensar con claridad—. Quiero decir sí. Quiero decir…
- 43 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
La hizo callar besándola, con tal ardor, tal necesidad, que Gemma notó como su
cuerpo desprendía chispas que le arrebataban los últimos atisbos de raciocinio. Tan
sólo quedaba una cosa: completa y total rendición a lo sensual, espoleada por la sed
del deseo. Oyó una voz que tarareaba «¡Sí, sí!», sólo unos segundos antes de darse
cuenta de que era la suya. Sean recompensó su súplica atormentándola con sus
dientes, mordisqueando y combatiendo con tanta destreza que Gemma empezó a
jadear mientras un fuego dorado hacía añicos sus entrañas. Se habría vuelto loca si
no hubiese percibido cada centímetro de su cuerpo, sintiendo las suaves almohadillas
de las yemas de sus dedos en contacto con la piel ardiente de Sean. Un instante se
abrazaba a él con todas sus fuerzas y al siguiente le acariciaba el cabello; sus sedosos
y negros rizos eran un regalo entre los dedos. No soportaba estar simplemente con él;
quería convertirse en él, ser incapaz de sentir dónde acababa uno y dónde empezaba
el otro.
Los feroces ruegos de su boca habían dejado los labios de Gemma hinchados y
magullados. Tras los párpados cerrados de sus ojos, había soles en explosión, el
placer se desbordaba por su cuerpo como un río. Le daría todo lo que él pidiera sin
resistirse, y aún más. Cuanto más fuerte la besaba, con mayor fervor exploraban sus
dedos, más enterraba sus uñas en el musculoso territorio de su espalda. Era una
fiera, una fiera en cuya sangre, en sus huesos y en su sexo palpitaba una sola idea:
Más. Más. Más.
Con la respiración alterada, Sean alzó la cabeza y sus ojos salvajes encontraron
los de ella. No eran necesarias las palabras, cada necesidad se transmitía con la
mirada. Tiró de los delicados tirantes del body, ansioso por alcanzar la suavidad que
escondía. Gemma lo ayudó y aguantó la respiración, arqueando la espalda mientras
Sean descendía la boca hasta su carne más ardiente.
La lengua de Sean percutía y la provocaba. Sus manos exploraban su cuerpo sin
compasión, estrujando, probando, manoseando. Cada sensación le provocaba una
nueva oleada de ciega excitación. Lo quería pronto. Lo quería ahora. Necesitaba
luchar por retomar el control.
Haciéndole alzar la cabeza, empezó a desabrocharle los botones de la camisa
con frenesí. Él la hundió entre las almohadas y le arrancó el body, el sonido de la
seda rasgada le pareció la música más seductora del mundo. Gemma sintió su propia
cálida humedad entre las piernas.
—¿Quién de los dos tiene la iniciativa? —preguntó Sean con voz ronca.
—Tú —gimió Gemma mareada, cediendo el control—. Tú.
Sean asintió y se apresuró a liberarse, respirando con dificultad y mirándola a
los ojos. Desnudo, se puso encima de ella, agarró con fuerza sus caderas con los
dedos, mientras Gemma se arqueaba hacia arriba, abriéndose para él. Él hizo una
pausa y entonces penetró fuerte y profundo, catapultando a Gemma hacia el abismo,
al tiempo que sus cuerpos se movían acompasados, su sueño de convertirse en uno
hecho realidad.
Su arremetida era fuerte y segura. Gemma se abrazaba a él mientras una y otra
vez se introducía en su interior, cada encuentro entre las carnes empujándola más
- 44 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 45 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 5
- 46 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
ahora dejarse llevar a su cama. Cogidos de la mano, pasaron a través del desfile de
animales de peluche, y Sean acarició la cabeza del ñu como si se tratara de una
mascota verdadera.
—¿Puedo pasar la noche aquí? —preguntó mientras ambos se acurrucaban bajo
la colcha.
Gemma asintió, antes de hundir su cabeza en el cuello de él. Si por ella fuera,
podía quedarse para siempre.
- 47 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
lleno de cenizas. También había flores frescas, dos velas y una vieja estrella de cinco
puntas agrietada. Había visto antes estrellas como aquella. Estaban relacionadas con
música heavy o satanismo, pensó sombrío. Un tanto turbado, lanzó la estrella de
nuevo sobre la mesita. ¿Que tenía que ver con el puñal de empuñadura blanca? La
tetera silbó y le sobresaltó.
—¿Sean?
La había despertado.
—Sólo me estaba preparando un té —dijo alzando la voz. Desconectó la tetera y
vertió el agua en la taza. Ahora sentía que la ansiedad le oprimía el pecho. Entre el
naturismo, las hierbas y ahora aquello, se le hacía difícil imaginar a Gemma
relacionándose con sus amigos. Simplemente no se adaptaría. No sólo eso, era dueña
de su propio negocio. Si aún fuese corredor de bolsa, no sería un problema. Pero
algunos de sus compañeros del cuartel podían comportarse como auténticos
gilipollas con temas así. Ya podía oírlos: «Tú, Kennealy, mamón, ¿te pasa una
pensión?, ¿es tu dulce mamaíta o qué?»
—¿Me puedes traer uno? —le gritó Gemma.
—Claro —respondió, esforzándose por parecer tranquilo.
—Bengalí picante, por favor.
—De acuerdo.
Sacó otra taza del armario y también el té que le había pedido. Cuando los tuvo
preparados, cogió ambos tazones humeantes y volvió a la habitación, muy consciente
de su desnudez. Se sentía como el mayordomo de una película pornográfica.
Erguida en la cama, Gemma sonrió cuando lo vio aparecer desnudo por la
puerta de la habitación con los dos tés.
—Deberías haberme despertado —dijo, siguiéndolo con los ojos mientras se
sentaba a su lado sobre la colcha—. Podría haberte preparado algo.
—¿Qué? ¿Un pastel de yogur? Lo único que tienes es yogur y galletas
crujientes.
—Lo siento. No esperaba compañía. Podríamos haber pedido algo, el indio de
la esquina no cierra hasta la una.
—Si como cocina india a estas horas estaré toda la noche despierto con ardor de
estómago. —Sacudió la cabeza y mordió una de las galletas que había traído—. Esto
me calmará.
Gemma sorbió su té, el sabor de la canela y cardamomo hormigueaba en su
boca. Se giró para darle las gracias; fue entonces cuando observó que tenía una
mirada pensativa.
—¿Sean? ¿Estás bien?
La miró como si necesitara aclarar con quién estaba hablando.
—Sí. Yo sólo…
—¿Qué?
Sean lanzó un profundo suspiro.
—Mientras el agua hervía he echado un vistazo por el apartamento y he
encontrado…
- 48 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Mi altar —acabó Gemma por él, recostándose contra la pared de almohadas.
—Sí. —Tenía una expresión preocupada—. No vistes gatos para luego
sacrificarlos, ¿verdad?
—¿Qué? —Gemma se puso a reír—. Yo practico Wicca, Sean. No estoy metida
en vudú o satanismo.
—Wicca —repitió él.
—Es una religión pagana, basada en la madre Tierra —empezó a explicar.
—Ya sé lo que es —la cortó impaciente—. Significa que eres una bruja. ¿Debo
llamarte Sabrina o Samantha?
—Ni lo uno ni lo otro. Yo no arrugo la nariz y ni convierto a la gente en
conejitos. No tengo un gato o un gran gorro negros, ni una escoba.
Sean se frotó la frente.
—¿Y tu tienda?
—¿Qué pasa con mi tienda?
—¿Qué vendes?
—Libros y artículos de ocultismo.
Sean gruñó.
—¿Qué? ¿Algo va mal?
—Nada. Olvídalo.
Gemma saltó de la cama y se puso su kimono.
—Estás totalmente alucinado, ¿no? —Suspiró, acomodándose a su lado.
—Supongo. —Sean la observó intranquilo—. ¿Perteneces a alguna secta?
—No. Me gusta adorar en solitario. —Parecía un tanto perpleja—. ¿Algo más
que quieras saber?
—¿Alguna cosa más que me quieras decir?
—Umm, déjame pensar. —Apoyó la cabeza en su hombro—. Bien, mi mejor
amiga es disc-jockey y doy clases de tarot.
—Perfecto —murmuró Sean.
Gemma alzó la cabeza lentamente y lo miró.
—Soy la misma persona que hace una hora, Sean. Nada ha cambiado.
—Salvo que me puedes convertir en un sapo.
Ella le golpeó levemente con el codo en las costillas.
—No seas burro. —Le cogió la taza de té de las manos y la dejó en la mesita de
noche junto a la suya. Después lo rodeó con sus brazos—. Pregúntame lo que sea —le
susurró con ternura—. No me siento avergonzada o cohibida sobre nada de lo que
hago. De hecho estoy bastante orgullosa de la vida que llevo.
Un poco más animado, Sean la besó en la frente.
—Al menos tenemos eso en común.
Tratando de recuperar la magia que había sentido al principio de la noche, se
tumbó junto a ella y la acosó a preguntas. Ella le habló del Golden Bough y de lo feliz
que le hacía ser capaz de tener un negocio que reflejaba sus creencias. También le
explicó cómo había conocido a Frankie cuando eran niñas. Por último le habló de su
familia y cuánto los quería. El tiempo pasó y el té se enfrió. Finalmente, para alivio de
- 49 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
La miró un buen rato, entonces arrugó la nota y la dejó caer al suelo. Cogiendo
el ñu volvió a su habitación. Las dos tazas aún estaban en la mesita de noche.
Abrazada al animal se estiró sobre la colcha y se enroscó como una pelota. Había
muchas maneras de alejar el dolor: sujetar con fuerza algo estaba entre ellas, aunque
no era lo que se había imaginado abrazar aquella noche. Pero Sean no le había dejado
otra opción.
- 50 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 6
—¿Birdman, vas a sacar esa lasaña del horno o qué? Empieza a oler como el
incendio del almacén de la 43.
Le tocaba cocinar a Sean y estaba haciendo lasaña, ensalada mixta y pan de ajo.
Pero Leary tenía razón: se había olvidado de la lasaña y ahora olía a que estaba más
que hecha. Cogió un par de guantes, corrió hacia al horno y abrió la puerta. Una
bocanada de calor le golpeó la cara, y se le unió un humo acre. La superficie de la
lasaña estaba carbonizada.
—Bien hecho, chef Boyardee. ¿Tienes la cabeza en el culo o qué?
—Nos va a costar tragarnos eso, tío.
—Como queráis —dijo afable Sean por encima de su hombro. Era verdad que
estaba pensando con en el culo. Pero en aquel momento su primera preocupación era
rescatar la cena. Recortó la parte superior de la lasaña y llevó el resto a la mesa.
—¿Esperas que nos comamos esto? —preguntó el teniente Peter Carrey. Carrey
llevaba en el FDNY veinte años y era muy respetado.
—Ya, desde luego —respaldó Leary—. Está más seco que una reunión de
Alcohólicos Anónimos.
—Tú sabes mucho de eso, Mikey, ¿no es así? —prosiguió Sal Ojeda.
—Maldita sea. Hace años que me he liberado de los grilletes irlandeses.
Bill Donnelly lo miró inquisitivo.
—¿Grilletes irlandeses?
—Una cerveza en cada mano.
Todos rieron.
Sean se sentó junto a Leary, quien comía como un hombre que acabara de
romper un ayuno.
—No está mal, considerando que la has quemado hasta dejarla hecha una
mierda —comentó.
—Gracias —dijo Sean, tomando un bocado. Carrey tenía razón, estaba seca,
pero era comestible.
—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó Leary curioso—. Pareces un zombi desde que
has llegado.
—No es nada.
—Vamos, Sean. —Leary le paso un brazo por el hombro—. Explícale al tío
Mickey todos tus problemas.
Sean dudaba. Si largaba, no lo iba a saber sólo el «tío Mickey», lo iban a saber
todos lo del turno. Pero quizá cuantas más opiniones tuviera, mejor.
- 51 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—He conocido a una chica, ¿vale? —Los silbidos empezaron de inmediato, Sean
entornó los ojos. Tal vez no necesitara más opiniones.
—Continúa, hijo mío —dijo Leary con solemnidad, plegando la manos contra
su pecho imitando a un sacerdote escuchando una confesión.
—Es un poco inusual.
—¿Inusual? —resopló Bill Donnelly—. ¿Qué diablos significa? ¿Tiene tres tetas?
La mesa estalló en risas.
—No, toma hierbas y esas cosas. Es vegetariana. —De ninguna manera les iba a
explicar que era una bruja. O al menos no por ahora.
—Hay mucha gente vegetariana hoy en día —dijo intencionadamente el novato
Ted Delaney—. Eso no es tan extraño.
—Medita. —Lanzó una mirada hacia Leary—. Quema incienso.
—Dulce madre de Dios. —Leary aulló de incredulidad—. Es la Apestosa,
¿verdad?
—¡La Apestosa! —Joe Johnson, conductor de un camión escalera estaba
asombrado—. ¿Quieres decir la loca que vive debajo de tu piso y que quema basura?
—No quema basura —aclaró Sean, hablando, y sintiéndose, como un
desgraciado—. Es incienso.
—Incienso que apesta como la ciudad de Elizabeth, New Jersey, en un mal día
—añadió Leary.
—¡Has estado despotricando sin parar de la Apestosa los últimos meses, tío! —
señaló Ojeda.
Ted Delaney estaba confuso.
—¿Y ahora te gusta?
—Sí. Quiero decir, es agradable. Y dulce. Pero es, bueno ya sabes, diferente.
—Lo diferente puede estar bien —opinó Joe Johnson—. Mi mujer se cambió el
color del pelo la semana pasada. Parece diez años más joven.
—Aquí estamos hablando de una mujer, idiota, no de las ventajas o
inconvenientes de Clairol. —Leary le lanzó una mirada penetrante a Sean—. ¿Has
hablado con ella desde…?
Sean afirmó con un gesto rápido de cabeza.
—Sí. Y congeniamos muy bien. Pero es estrafalaria. No sé, le expliqué lo de los
dolores de cabeza por tragar humo y me recomendó masticar algún tipo de raíz.
—Apuesto que lo que quieres es que te mastique a ti la raíz —bromeó Ojeda.
Sean lo carbonizó con una mirada y Ojeda se hundió en su asiento. La indirecta
sólo le sirvió a Sean para recordar la forma poco galante en que se había comportado.
Pero al despertarse en una habitación que no era la suya, con un infernal dolor de
espalda, junto a una mujer que tenía un altar y un puñal ritual, su instinto fue huir. Y
se fue. Hasta que no estuvo estirado en su cama, no se le ocurrió pensar en cómo se
sentiría Gemma, despertándose en una cama vacía y con una nota garabateada
deprisa.
—Aquí tienes un poco de alimento para meditar, Kennealy.
Sean se volvió hacia el extremo más alejado de la mesa, donde se sentaba Chris
- 52 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 53 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Sean se sentía avergonzado, pero para encontrar la tienda de Gemma tuvo que
buscar la calle Thompson en el plano. Al igual que el área que rodea Wall Street,
donde él había trabajado, el Village está lleno de calles estrechas y serpenteantes,
muy diferentes a la regular cuadrícula donde el resto de Manhattan está ubicado.
Bleecker, Houston, Broome, Canal, los nombres le sonaban pero nunca había paseado
por allí. Salió del metro en la calle Cuarta Oeste, con el plano en la mano, como un
turista. Le costó un poco, pero al final dio con el Golden Bough, justo en la esquina
de Thompson con Grand. En parte esperaba encontrar un lugar oscuro, a lo Dickens,
con un gato negro sentado sobre una pila de libros polvorientos junto a la ventana de
la tienda. En su lugar, se halló ante una tienda pequeña pero luminosa, con un
reluciente símbolo dorado y violeta. El escaparate estaba lleno de libros bien
dispuestos, barajas del tarot, cristales y velas. Cuando asió el pomo de la puerta le
asaltaron las dudas: «¿De verdad quiero hacer esto?»
Hizo una pausa, recordando las sabias palabras de Sócrates Campbell. ¿Y qué si
Gemma era diferente? ¿No era eso lo que le había atraído en primer lugar? Suponer
- 54 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 55 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 56 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Mientras se preparaba para su cita con Sean, todo tipo de visiones bailaban por
la imaginación de Gemma. Fantaseaba con uno de los pequeños bistros de moda de la
ciudad, sentados en una mesa para dos y hablando íntimamente. Después,
caminarían cogidos de la mano hacia O'Toole's, sintiendo el vigor del aire en una
noche llena de promesas. Ambos se emocionarían hasta llorar por el enternecedor
sonido de un flautín irlandés, trinando tristemente tras una solista de ondulante
cabello que cantaba cómo iba a lanzarse ella misma a la sepultura abierta de su
amado. La velada los dejaría sintiéndose tiernos y afectuosos. Regresarían a casa de
Gemma y harían el amor de forma premeditada y pausada.
En su lugar Gemma se vio llevada de la mano por una estrecha escalera hacia el
interior de un pub situado en un sótano. Sean abrió la puerta y Gemma se enfrentó a
una sólida muralla de cuerpos humanos. Charlando a gritos, muchos parecían ir en
- 57 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
buena dirección hacia la embriaguez a pesar de que sólo eran las nueve. Miró de
reojo a Sean tratando de ver si él encontraba la situación tan desconcertante como
ella.
—La comida aquí es fantástica —le gritó al oído. No lo parecía.
Haciendo lo que podía para no empujar a los clientes mientras se escurría entre
ellos, dejó que Sean la guiara hasta la parte delantera de la sala. La combinación de
cuerpos apretujados y la falta de ventilación hacía que el sudor chorreara por los
negros muros de hormigón. Gemma se alegró de no llevar una blusa de manga larga
como había planeado. Diez minutos en aquella sauna y habría acabado empapada.
—Espera a que escuches la música —dijo Sean mientras le acercaba una silla de
la pequeña mesa para dos en la que había un cartel de «reservada». Ya podía oír
música, la que salía de la máquina de discos de la esquina, cuya melodía resultaba
inaudible a causa del incesante estruendo de las voces. Aguzó el oído para intentar
reconocer la canción. ¿Algo de U2? Su mesa estaba situada justo delante del pequeño
escenario. Si Gemma empujaba demasiado la silla hacia atrás, su espalda golpearía el
amplificador. Le tocó el brazo a Sean.
—¿Crees que podríamos encontrar otra mesa? —preguntó a gritos.
Sean inspeccionó el local.
—Me parece que es todo lo que hay.
Gemma echó un vistazo a su alrededor. Tenía razón: era lo que había.
Saliendo de entre el revuelo apareció una camarera que le tendió un menú a
cada uno.
—¿Qué les traigo para empezar? —preguntó con un acento irlandés tan
marcado que Gemma pensó que debía estar fingiéndolo.
—Una Guinness —respondió Sean sin dudar. La camarera se giró hacia Gemma
esperando.
—Un gin-tonic por favor.
—De Tanqueray —añadió Sean. La camarera asintió y desapareció entre la
multitud.
—¿De qué conoces este sitio? —preguntó Gemma.
—Es un lugar frecuentado por la gente del FDNY. —Observó la sala—. Me
sorprende que no haya nadie.
Gemma también lo encontró sospechoso. Se sentía como un pez fuera del agua.
La última ocasión en que había estado en un lugar como aquél… un momento:
¿había estado alguna vez en lugar como aquél?
Sean sonreía y ella abrió el menú, ojeando la oferta: carne de lata con col;
salchichas con puré de patatas; pescado con patatas fritas; pasteles de carne;
hamburguesas. Gemma cerró el menú.
—¿Ya sabes lo que quieres?
—Hay un pequeño problema.
Sean arrastró su silla para acercarse. Desde luego le estaba costando enterarse
de cómo era ella.
—¿Cuál?
- 58 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 59 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
perdido. ¿Qué más daba si O'Toole's no era el tipo de lugar que ella escogería para ir
ni en un millón de años? Se suponía que la música iba a ser buena. Y allí estaba Sean.
—¿Cómo está tu copa? —le preguntó mientras tomaba un sorbo de su
Guinness.
—Fantástica —mintió Gemma—. ¿Y la tuya?
—Perfecta —dijo Sean imitando el acento irlandés.
—Nunca he comprendido que pueda gustar la cerveza —reconoció Gemma—.
Parece —hizo una pausa buscando la analogía apropiada— gaseosa de patata.
Sean rio.
—Hablas como una auténtica conocedora de cerveza.
—Entonces —empezó Gemma dándose el gusto de mirar fijamente durante un
momento sus increíbles ojos—, ¿has empezado ya a leer el libro sobre la Wicca?
Sean hundió la cabeza, ahuecando la mano sobre la oreja.
—¿Qué?
—El libro. De Wicca —repitió alto y lento—. ¿Lo has empezado?
Gemma se lo tomó como una buena señal.
—¿Y?
—Es interesante.
Esperó a que se explicara, pero no lo hizo. Gemma podía enumerar un montón
de preguntas que se moría por hacerle sobre el tema, pero no quiso que se sintiera
presionado, o peor aún, examinado. Por supuesto, cabía la posibilidad de que él
creyera que se trataba de un extraño galimatías y no quisiera herir sus sentimientos.
No quería centrarse en ello, por el momento.
—¿Cómo va el trabajo? —preguntó animada.
—Bien.
—¿Sólo bien? ¿Algún incendio interesante?
—Todos son interesantes. Ése es el problema. —Hizo una pausa para pensar,
entonces se encogió de hombros—. Todo está bien. Nada apasionante.
—Ya veo.
—Me es difícil hablar de mi trabajo, Gemma. Si te explico la mitad de lo que
hago, no querrías que saliera de mi apartamento, y la otra mitad, el rollo técnico, te
podría hacer llorar de aburrimiento.
—Pruébalo —le pidió alegremente—. ¿De qué habláis? ¿Qué hacéis para
divertiros?
—Meternos los unos con los otros. —Tomó un sorbo de cerveza—. Espera, éste
es bueno: un adolescente borracho en Long Island se queda atascado en la chimenea
de la casa de su comunidad estudiantil. Desgraciadamente, para cuando llegan los
bomberos ya ha muerto. ¿Sabes de qué?
Gemma se cogió la garganta con su mano.
—¿De qué?
—Del tiro —rio Sean.
—¡Sean! ¡Eso no es divertido! ¡Es horrible!
—Humor de cuartel de bomberos. Muchas veces es la única manera de
- 60 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
sobrellevarlo.
—Supongo que puedo comprenderlo —dijo Gemma. Pero en lo más profundo
de su corazón lo dudaba.
La camarera regresó con aire de superioridad reflejado en su cara y sólo un
plato en la mano. Dejó las salchichas con puré delante de Sean.
—El chef me ha dicho que le dijera, y cito textualmente, que le importa un
carajo con alas si usted es Jesucristo en persona, sólo servimos lo que hay en el menú.
—Pues tráiganos una ración de salchichas con patatas fritas —dijo Sean
hundiéndose derrotado en su asiento. Se volvió hacia Gemma—. Quitaré las
salchichas del plato. Demasiado para un bombero tener que pasar por esto en nuestra
ciudad —añadió enfadado.
—Podríamos irnos —sugirió indecisa.
—Pero aún no hemos escuchado la música.
«¿Y qué importa? Para cuando empiecen a tocar estaremos sordos», pensó
Gemma. El nivel de decibelios del gentío hacía temblar el suelo. Pero Sean tenía
razón. Aún les faltaba escuchar la actuación en directo. Unas cuantas baladas celtas
inolvidables, algunos ceilis* que hiciesen mover los pies acompañándolos, y la noche
podía volver al buen camino.
—Ten, algunas patatas mientras esperamos —dijo Sean colocando su plato
entre ambos.
Con toda la delicadeza de la que era capaz, Gemma se secó el sudor que podía
notar humedeciendo su labio superior. Hacía tanto calor en O'Toole's que creyó que
se podría desmayar. Intentó ver el local con los ojos de Sean. ¿Por qué la había
llevado allí? Debía de ser por la música. La camarera realizó una breve y arisca
reaparición para dejar caer el plato de salchichas con patatas. Gemma y Sean trataban
de hacerse oír por encima del estruendoso jaleo; y entonces, justo cuando estaban
acabando la cena, las luces menguaron y la multitud estalló en espontáneos aullidos
cuando la banda apareció en el escenario.
Gemma esperaba un cuarteto: violín, flautín, guitarra y tambor irlandés. En su
lugar ocho músicos abarrotaron el minúsculo escenario. Dos violines y un flautín,
pero también había un batería, un órgano y, para gran consternación de Gemma, un
bajo y dos guitarras eléctricas, una de los cuales se conectó al amplificador que había
tras ella.
—Buenas noches —rugió ante el micro el líder cantante, un tipo gilipollas, con
el pelo casi rapado y gafas oscuras que le cubrían media cara—. Nos llamamos
deValera's Playground y nos gustaría empezar con una canción que todos conocéis:
«Floggin Day».
El guitarrista más próximo inició unos acordes que taladraban el cerebro y la
banda arrancó. Era música irlandesa tocada de un modo que Gemma nunca había
oído: guitarras aullando compitiendo con alocados violines y un cantante que se
sacudía y contorsionaba como si fuera Ichabod Crane perseguido por una manada de
- 61 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—¿Puedo entrar?
La seductora entonación en la voz de Sean, mientras la besaba suavemente en
los labios en la puerta de su apartamento, casi provocó que Gemma se rindiera. Pero
se acordó de todo. Ése era el hombre al que había dado una segunda oportunidad y
la había aprovechado para llevarla a un ruidoso bar irlandés a escuchar a un grupo
que tocaba una música celta que destrozaba la cabeza. Y ahora, por si fuera poco,
parecía lanzarle una indirecta para acostarse de nuevo con ella.
Gemma había estado convencida de que mostrándose de acuerdo en tener una
cita de verdad, le enviaba una señal clara de que estaba interesada en una relación
que se extendiera más allá de los límites de la habitación. Pero ahora dudaba. ¿Quién
se creía que era ella para poder pensar que habría disfrutado en una noche como la
que acababan de compartir? La sorpresa de los animales de peluche había sido
maravillosa, e ir al Golden Bough para disculparse en persona demostraba que era
un hombre de carácter. Si ésa era la idea de un bombero de una cita agradable,
entonces había dado en el clavo con lo que le había dicho a Frankie en el Happy Fork:
esa no era la tribu a la que quería pertenecer.
Tal vez fuera también culpa suya. Sólo un poco. Cuando él le había preguntado
si pensaba que el conjunto era bueno, debía haber sido sincera y pedirle que la
acompañara a casa. Pero se había quedado muda.
Se separó suavemente pero con firmeza.
—Estoy muy cansada, Sean. ¿Qué tal si damos la noche por acabada?
—Vale. —Vio frustración cuando buscó su cara con la mirada—. ¿Estás bien?
—Sólo cansada —repitió, girando la llave en la cerradura.
—Lo entiendo. ¿Qué tal si te llamo más avanzada la semana y probamos una
película?
—Podría estar bien —murmuró Gemma, abriendo la puerta de su apartamento.
- 62 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 63 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 7
- 64 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Una sombra de preocupación cruzó la cara de Michael tan rápidamente que por
poco Sean no la capta. ¿Era posible que Michael estuviera enterado de la noche que
habían pasado juntos? ¿Le había ido Gemma llorando sobre lo desagradable que
había sido? Si era así, estaba realmente perdido. No habría forma de que Michael
quisiera ayudarle.
—¿Qué pasa con Gemma? —preguntó Michael.
—Me gusta de verdad. La invité el sábado y no fue del todo bien. Esperaba que
me pudieras aconsejar.
—Lo puedo intentar. —Michael parecía claramente incómodo y empezó a
acariciarse la nuca—. Mira, antes que nada, hay cosas que deberías saber sobre
Gemma.
—¿Como qué? —Sean intuía a qué se refería, pero prefirió hacerse el loco. Iba a
ser divertido ver a Michael tratando de describir a su prima.
—Bueno, es un poco hippy, ya sabes.
—¿Hippy?
—Hippy, muy hippy. Enganchada a las hierbas, infusiones y toda esa
porquería.
—No tengo ningún problema con eso.
—También es muy espiritual, si entiendes lo que te quiero decir. —Michael
apartó los ojos evasivamente—. Intuitiva. Muy relacionada con la naturaleza.
—Ecologista.
—Nada que ver con eso. Es…
—¿Una bruja? —sugirió Sean.
Los ojos de Michael se clavaron en los suyos.
—Madonna, ¿te lo ha dicho?
Sean asintió.
—¿Y no alucinas?
—No lo acabo de entender, pero si la hace feliz… —dijo Sean moviendo los pies
de manera evasiva.
—Mi opinión de verdad —dijo Michael aliviado— es que si no te preocupa todo
ese rollo estás realmente a años luz de la mayoría de tíos. Mis respetos.
—No me respetes aún —dijo Sean de mal humor—, la llevé a O'Toole's la
semana pasada.
Michael se quedó boquiabierto.
—¿O'Toole's? ¿Aquí en la esquina?
Sean asintió de nuevo, aún más desolado esta vez.
—Pero ¿qué te pasa, has perdido tu maldita cabeza?
—Lo sé, lo sé —murmuró Sean.
—Llevar a Gemma a O'Toole's es como llevarme a mí a Kristie Yamaguchi. ¿En
qué demonios estabas pensando?
—Quería llevarla a escuchar música irlandesa.
—¿Y quién tocaba?
—DeValera's Playground —suspiró Sean.
- 65 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 66 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—¡Dios mío! Es uno de los nuevos grupos más prometedores. Están a punto de
dar el pelotazo.
—Está buena —dijo Gemma llenándose el plato de ensalada.
—¿Estuvieron bien?
—Frankie, fue penoso. Cuando Sean me dijo que íbamos a escuchar música
irlandesa, esperaba escuchar música irlandesa. No guitarras eléctricas aullando, ni
bongos.
—Son muy eclécticos. Grandes en el panorama del afrocelta. ¿Tocaron aquel rap
«Homey's Tipperary Crib»?
Gemma bebió un poco de vino.
—Creo que sí, no estoy segura.
—La cena está buenísima —dijo Frankie entusiasmada—. Gracias por
invitarme. —Cogió un poco de pan de ajo sin dejar de mirar a su amiga con
incredulidad—. No puedo creer que no te gustaran deValera's Playground. Necesitas
expandir tus horizontes musicales, señorita.
—Mis horizontes son lo suficientemente amplios, muchas gracias. —
Rememorar la velada la ponía melancólica—. De verdad, la noche sólo fue de mal en
peor. Lo que me preocupa es que Sean pensase que fue divertida.
—El mundo sería bastante aburrido si a todos nos gustaran las mismas cosas
¿no crees?
Gemma hizo una pausa para considerarlo.
—Tienes razón, pero —se revolvió incomoda en su silla para sentarse sobre su
pierna derecha— ¿qué ocurre si su idea de diversión y la mía no congenian? Quiero
decir, empiezo a pensar que si nos movemos en…
Gemma se detuvo. Un sonido penetrante venía de la calle.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Frankie.
—Ni idea.
Ambas esperaron, escuchando. El sonido fue tomando forma gradualmente.
Gaitas.
Intrigadas salieron disparadas hacia el alféizar de las ventanas de la sala de
estar de Gemma que daban a la calle Cincuenta y nueve. Allí en la acera, estaba Sean.
Y con él cuatro gaiteros. Gemma reconoció sus brillantes capas rojas y sus faldas
escocesas azules y verdes por las fotos que había visto de funerales de bomberos en
Nueva York. Tenían que ser miembros de la banda de gaitas y tambores del FDNY.
—Dios mío —murmuró Gemma para sí misma, mientras proseguían con la
armoniosa melodía que estaban tocando. Al verla, Sean empezó a saludar con la
mano como un poseso.
—¿Conoces a ese tipo? —Frankie se volvió alarmada hacia Gemma.
—Ése es Sean.
Frankie apretó su nariz contra el cristal para poder ver mejor, apartando el
sombrero de su frente.
—Está muy bueno, cariño.
—Y por lo que se ve también está loco.
- 67 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 68 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
alguien que te conoce bien, para averiguar tus gustos y tus manías.
—Aja, ¿y que más te ha dicho Michael? —Temía lo sabelotodo que era su
primo. Probablemente le habría dicho a Sean que aullaba a la luz de la luna o que le
gustaba cultivar especies de moho los sábados por la noche.
—Ha dicho que eres hogareña. Tranquila. Que posiblemente te gustaría
quedarte en casa y que te cocinara algo para cenar.
—Cierto. —Gemma se sonrojó de placer.
—Bien. Porque eso es lo que he pensado. —Se le acercó y a Gemma casi se le
sale el corazón del pecho. Dios, si tan solo pudiera pasear las manos por todo su
cuerpo allí mismo, en la acera—: ¿Recuerdas que te dije que tenía un amigo en Long
Beach que en ocasiones me deja usar su apartamento? —Gemma asintió—. Pues el
fin de semana que viene se va fuera. Y he pensado que, si te apetece, sin presiones,
podríamos instalarnos allí. Podríamos pasear por la playa, cocinaría para ti y
haríamos otras cosas…
—¿Otras cosas? —repitió Gemma con dulzura, tocándole su brazo.
—Bueno, sí. —Sean parecía animado—. ¿Suena bien?
—Suena de maravilla. —La simple idea de salir de la ciudad durante unos días
le hacía sentirse feliz—. Tendré que asegurarme de que mi ayudante puede cubrirme
en la tienda. —Se frotó las manos—. Nunca he estado en la playa fuera de
temporada.
—Te encantará. Especialmente ahora que el gentío del verano se ha ido.
—Me muero de ganas. Podemos coger mi coche, si quieres.
—No, no hay problema —se apresuró a decir Sean—. Yo conduciré.
Respondió tan deprisa que Gemma sospechó algo, pero lo pasó por alto.
—Por mí de acuerdo.
El sonido de las gaitas se desvanecía. El cuñado de Sean bajó el instrumento de
sus labios.
—¿Necesitas que toquemos algo más?
La mirada de Sean estaba fija en Gemma y ahí se quedó.
—No, gracias Tommy. Me parece que tu magia ha funcionado.
- 69 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
ritmo tranquilo. Pocos metros por delante, una joven madre llevaba en un cochecito a
un niño rubio que entrecerraba los ojos a causa del sol. Gemma volvió a mirar hacia
el océano. Alzó los prismáticos hasta sus ojos y enfocó un pájaro marrón que flotaba
tranquilo sobre las olas con su pico ligeramente levantado hacia arriba.
—¿Sabes qué clase de pájaro es?
Sean tomó los prismáticos y observó.
—Es un colimbo grande.
Gemma lo miró a la cara, tan atractivo de perfil mientras seguía estudiando el
cielo.
—No sabía que supieras tanto sobre pájaros.
—Es una consecuencia de perder el tiempo en la escuela —confesó—, me
pasaba el rato mirando por la ventana en lugar de prestar atención. Al final mi
profesor se dio cuenta y me hizo escribir un trabajo sobre los distintos tipos de
pájaros que veía. Supongo que retengo la información.
—Resulta divertido lo que guarda la memoria y lo que no —meditó Gemma—.
Pregúntame sobre los asistentes al primer congreso continental, y no te digo ni uno.
Pero pregúntame sobre George Clooney y te disparo los datos más rápido que una
ametralladora.
Los dos rieron. Gemma sintió un filtro de dulzura a través de su interior.
Siguieron caminando por la orilla en un perfecto silencio satisfactorio. Gemma
se fijó en el triste grito de las gaviotas mientras dibujaban círculos sobre sus cabezas,
moviéndose casi como en una coreografía. Inspiró profundamente; el sabor de la sal
en el aire otoñal tenía un efecto vivificante.
—¿Creciste cerca de aquí?
—A unos diez minutos —asintió Sean.
—Ha de ser fantástico poder ir a la playa cuando quieras.
—Estaba muy bien, no te voy a mentir. —Deslizó el brazo por sus hombros—.
¿Dijiste que tenías familiares aquí en Long Island?
—Mi primo Paul en Commack. El resto está todavía en Brooklyn.
—Quería hablarte de eso. —Su expresión era de curiosidad—. ¿Cómo es que no
hablaste con tu madre durante la fiesta del bautizo?
Gemma sintió una pequeña palpitación en su pecho.
—Me sorprende que lo notaras.
—Lo noté todo de ti aquel día.
—Me halagas. —Se sentía segura con su brazo rodeándola, lo suficientemente
segura como para hablar de un tema que a ella le resultaba muy doloroso—. Mi
madre y yo no nos llevamos bien. Soy su única hija y supongo que no he cumplido
sus expectativas.
—¿En qué aspecto? Eres inteligente, tienes tu propio negocio…
—A ojos de mi madre soy un bicho raro.
—¿Qué esperaba de ti? —Parecía indignado.
—Una casa de madre e hija en Bensonhurst y al menos tres nietos. Y hasta
ahora no se los he dado.
- 70 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 71 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 72 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 73 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 8
- 74 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 75 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Sean querrá agradecerte que hayas compartido tu punto de vista con su nueva novia,
punto de vista inmaduro, debo añadir. —Miró a Gemma disculpándose mientras
limpiaba un plato—. Megan se siente orgullosa de decir cosas provocadoras tan sólo
para molestar. No le des más importancia.
—No pasa nada —la tranquilizó. Le hizo un guiño disimulado a Megan, dando
a entender que no estaba de acuerdo con la opinión de su madre. Pero en su interior,
sus palabras le habían inquietado—. Hay algo de lo que Megan ha dicho que me
interesa —admitió con timidez.
—¿Y qué es?
—¿Cómo llevas el tema del peligro?
—Simplemente convives con ello. —La señora Kennealy pestañeó.
—Pero ¿cómo? —Esperaba que no pensara que insistía demasiado, pero aquello
la desasosegaba profundamente. Si de verdad iba a formar una pareja con Sean, tenía
que saber cómo sobrellevar las realidades más duras de su trabajo.
—El padre de Sean y yo tenemos una regla: nunca nos vamos a la cama
enfadados con el otro. El consejo sirve tanto si estás casada con un bombero como si
no. Aparte de eso, lo único que puedo decirte es que si él tiene ganas de hablar,
escúchalo, y si no tiene ganas, déjalo tranquilo. Lo cierto es que muchas mujeres no
pueden soportarlo. La incertidumbre las vuelve locas.
—Lo mismo que la porquería machista —añadió Megan murmurando—. Y el
estrés. Y…
La señora Kennealy se giró enfadada para encararse con su hija.
—Una palabra más y ya te puedes buscar a otra que te pague la universidad,
¿captas el mensaje?
—Está bien —accedió Megan de mal humor.
La relación entre ambas hacía sentirse incómoda a Gemma, recordándole a la
que tenía con su madre a esa edad: un enfrentamiento constante. Por otro lado lo
veía como algo normal. Dantesco. Se preguntaba si se enzarzarían de esa manera
delante de cualquiera. Si no era así, significaba que estaban confiadas en su
presencia. Se sentía aceptada.
Desde la sala de estar se oían estallidos de risa. Megan entrecerró los ojos.
—Alguna estúpida historia de bomberos, estoy segura. Tienen un millón.
—Por una vez no exagera —añadió la señora Kennealy con un movimiento
abnegado de cabeza—. Deberían escribir un libro. —Sus ojos se dirigieron hacia el
reloj que había encima del fregadero—. Espero que tío Jack y tía Bridie lleguen
pronto. Me muero por probar ese pastel de chocolate.
—Pues coge un trozo —la animó Megan—. Tú lo has hecho. Te has ganado el
derecho a picar un poco.
La señora Kennealy hizo un gesto de desaprobación.
—No sería de buena educación. Y no queremos que nuestros invitados piensen
que somos Shanty*.
* Chabola.
- 76 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Has estado muy silenciosa durante los postres —le dijo Sean de vuelta en el
apartamento de Long Beach.
—Estaba pensando en algunas cosas que tu hermana me ha dicho en la cocina
—respondió Gemma mientras se desabrochaba la blusa.
Sean no respondió de inmediato y optó por sentarse en el borde de la cama para
quitarse los calcetines.
—Déjame adivinar: te largó su rollo de «por qué los bomberos son unos
pringados». —Había un cierto nerviosismo en su voz.
—Ajá. —Gemma se dirigió al armario para colgar la ropa—. ¿Por qué es tan
vehemente? —preguntó por encima de su hombro.
Los ojos de Sean la siguieron.
—Bueno, en primer lugar, sabe que va a mosquear a mi madre. Y si hay una
cosa con la que Megan disfruta es haciendo que a mamá le suba la presión arterial.
—Sí, picar a los padres —reflexionó Gemma mientras se ponía sus pantalones
de yoga—, uno de los placeres de tener veinte años.
Sean se rio mostrando su acuerdo.
—El otro motivo por el que está tan amargada es que el año pasado estuvo
saliendo con un novato. Se conocieron en el baile del día de San Patricio, creo que fue
en el Knights of Columbus Hall en Mineola. —Sean parecía cansado—. No importa,
iban muy en serio y de pronto… Un día él corta, sin una explicación, nada. Aún no lo
ha superado. Su manera de afrontarlo es denigrarnos a todos nosotros.
—Pobre Megan.
—Sí, fue un mal trago. —Sean se levantó para desabrocharse los tejanos—. Creo
que también está cabreada porque mi padre no estuvo mucho por ella. Cuando fue a
verlos, él estaba haciendo trabajo de carpintería en la orilla para mantener nuestras
cabezas por encima del agua.
—Ya veo. —Así que Megan no exageraba. Volvió a embargarla la inquietud que
había sentido en la cocina de los Kennealy.
—Parece que tú y mamá os entendéis bien —comentó Sean mientras se sacaba
los pantalones, quedándose en calzoncillos.
- 77 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 78 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
codicioso presionaba con la boca hacia su interior. Gemma gimió, percibiendo que
dos tormentos gemelos, la excitación y el deseo, formaban una espiral que los
rodeaba hasta fundirlos. Gemma era incapaz de distinguir dónde acababa Sean y
dónde empezaba ella. Sólo existía aquel momento, aquella avalancha de deseo que
parecía imparable.
Sean alzó su cabeza lo suficiente para mirarla a los ojos.
—Bésame —le pidió.
Jadeante, Gemma hizo lo que él le pedía, incapaz de resistirse. Elevó su cabeza
ligeramente y tomó la de Sean entre las manos, le atrajo la cara y la sostuvo, con los
labios a punto de tocarse pero sin llegar a hacerlo, un segundo, dos segundos, tres.
Sean no podía resistirlo más, lanzó un gemido gutural y apretó su boca contra la de
ella. Aturdida, Gemma notó que tenía sabor a vino, como si fuese un ser divino. Lo
abrazó más fuerte, temerosa de que si lo liberaba, se convertiría en una aparición y se
desvanecería en la noche sin dejar rastro. Quería que cada nervio de su cuerpo
registrase que aquel hombre que la apretaba con todo su poder era real, fuerte, de
carne y hueso. Un hombre real y fuerte que la deseaba.
Ahora dos palpitaciones revoloteaban salvajemente en su interior: una en el
fondo de su garganta, vibrando como un tembloroso pájaro aprisionado y la otra
latiendo entre sus piernas. Revolviéndose ansiosa debajo de él, ancló cada uno de sus
pulgares en las tiras laterales de sus braguitas y tiró de ellas. El movimiento pareció
inflamar a Sean: sin un sonido se alzó y desgarró los slips de sus caderas y se dejó
caer de nuevo, su miembro erecto ardiente contra ella. Gemma dudaba de que él
pudiera imaginarse cuánto lo deseaba y lo abrazó con ímpetu. No estaría completa
hasta que no la llenase. No podría descansar hasta que no hablasen el mismo
resplandeciente lenguaje del alma.
Voracidad. Fue la palabra que brotó de la mente Gemma mientras la boca de
Sean le recorría la parte superior del torso, la lengua haciendo una pausa para
enardecer sus pezones a través del algodón de la camiseta. Los pensamientos
desparecieron, dando paso a sensaciones puras. «Caliente, húmedo, ardiente, sí», la
atiborrada mente de Gemma apenas podía construir las palabras. «Rudo, fuerte,
impresionante, por favor.» Debía tener paciencia, sabía cuál sería el desenlace y que
iba a acabar bien, sumamente bien, pero no podía esperar. La batalla que incendiaba
su interior estaba fuera de control. Necesitaba que la apaciguara ya.
Sean lo sabía. Gemma percibió que Sean estaba esperando que le diera la señal.
Para evitar hablar, le arañó la espalda con sus uñas y lo lamió como una gata. Sean
retrocedió y en un movimiento sorprendente y estremecedor, le separó las piernas
bruscamente e introdujo los dedos en su interior. La habitación reverberó con el
sonido de los escandalosos gritos de Gemma, tan fuertes que apagaron el sonido de
fondo del oleaje. Llevaba el ritmo a la perfección, con el pulgar de su mano libre le
acariciaba el clítoris, confundiéndola hasta el delirio, mientras que con dedos
habilidosos profundizaba y jugaba. Temblorosa, impaciente, se dejó hundir en el
abismo estremecedor, sabiendo que allí estaría Sean para acogerla cuando se liberara
de las ataduras terrenales. Se revolcaba, volaba, eterna. Era perfecta, absolutamente
- 79 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
suya.
Sin fuerzas, abrió los ojos y le susurró las gracias. Sonriente, Sean le besó la
sudorosa frente antes de retirar suavemente la mano. Gemma ya sabía lo que venía
ahora; lo ansiaba, con el cuerpo ya en tensión, anticipándose. Se sentía desvanecida
mientras los dedos de él la cogían firmemente por las caderas preparándola. Y ya
estaba en su interior, ardoroso, moviéndose, pidiendo, cada golpe de caderas contra
la suyas una invitación. «Ven… conmigo…» El corazón de Gemma brincaba alocado
en su pecho. «¿Que vaya contigo?» Con mucho gusto. Ceñirse más fuerte a él, fue la
respuesta a su invitación.
Él deseaba aquello. Le encantaba. Gemma lo podía asegurar por el frenesí de su
cuerpo, su apasionado empuje los hacía ascender a ambos por la cama. Cuando
alcanzaron el límite, ella agarró el travesaño de madera del cabezal. Y entonces llegó:
la rotura del dique mientras él se vaciaba en su interior, suspirando su nombre.
—Gemma, Gemma, Gemma.
¿Es posible embriagarse al escuchar el sonido de tu propio nombre? Si era así,
entonces ella estaba borracha, destrozada, nunca jamás volvería a moverse. Encima
suyo, el cuerpo de Sean aún temblaba a causa de los efectos de su feroz unión.
Pausadamente, Gemma dejó ir sus manos del cabezal y le abrazó la espalda. Los dos
estaban extenuados, derrotados.
Y más satisfechos de lo que las palabras podían expresar.
Pasado un rato, mientras Gemma aún yacía entre los brazos de Sean, se dio
cuenta de que donde mejor se compenetraban era en la cama. No existía nada más
que ellos, leyéndose a la perfección. Sin cortocircuitos, sin temores por su parte sobre
en qué se estaba metiendo, sin temores por parte de Sean sobre lo que ella creía.
Simplemente eran.
Alzó su cabeza del pecho de Sean y lo miró.
—¿Estás despierto? —murmuró.
—Ajá. —El brazo con el que la rodeaba le acarició el hombro—. ¿Qué pasa? —
preguntó adormilado.
—Nada. —Bajó de nuevo la cabeza para descansar sobre su pecho. «Salvo que
me estoy enamorando de ti.»
Asumirlo la atemorizó porque no tenía ni idea de si él pensaba lo mismo. Era
evidente que algo sentía por ella, la había llevado a conocer a su familia y le había
hecho el amor con ardor. ¿Pero era amor? ¿Se refieren hombres y mujeres al mismo
sentimiento cuando utilizan esa palabra? Un brillante rayo de luna atravesaba la
cama en diagonal.
En el exterior soplaba un viento del océano que golpeaba las puertas correderas
de cristal, haciendo que temblaran ligeramente en sus raíles.
—Creo que habrá tormenta —murmuró ella.
—Mmm. —Sean la atrajo—. Ahora duérmete.
Gemma se acurrucó junto a él, disfrutando de cada segundo mientras sus
- 80 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 81 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 9
—¿Dónde has estado este fin de semana? —preguntó Michael al entrar por la
puerta del Golden Bough.
—Fuera —respondió Gemma con una sonrisa inescrutable, y se apartó para
hacerle sitio detrás del mostrador.
—¿Con Sean?
—¿Sean qué? —preguntó Gemma poniendo un CD de Clannad.
—Lo sé todo sobre y ti el bombero.
—¿Fuiste tú quien le dijo que me gustan las gaitas?
A Michael se le iluminó la cara.
—¿Hice bien?
—Muy bien.
—Claro. Le podría haber dicho la verdad.
—¿Qué verdad?
—Que tu idea de diversión es repasar viejos episodios de Embrujada, pero me
contuve.
—Te lo agradezco, Mike. De verdad.
—Lo que haga falta por mi prima favorita. ¿Os lo pasasteis bien?
—Sí. —Gemma se inclinó en su taburete—. Fuimos a Long Beach. Un amigo de
Sean tiene allí un apartamento y a veces se lo deja.
—Encantador.
—Lo fue.
—¿Te gusta de verdad ese tío?
—Sí, pero…
—Pero ¿qué? —Michael se puso serio.
Gemma se miró la falda.
—No sé. Todo el tema de los bomberos me pone nerviosa.
—¿Qué, el hecho de que algún día se pueda freír?
Gemma sacudió la cabeza, sorprendida.
—Eso es lo que te asusta, ¿verdad?
—Algo así —murmuró—. Además de otras cosas. No estoy segura de que
congeniemos.
—Caray. ¿Por qué? —replicó sarcástico—. ¿Sólo porque tú eres una bruja
italiana que tiene una tienda de ocultismo y él es un bombero que piensa que un
antro como O'Toole's es un lugar apropiado para una primera cita? A mí me parece
que tenéis mucho en común.
- 82 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 83 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
positiva.
Michael la miraba inquisitivo.
—¿Parecía desmemoriada cuando estuvo contigo, diferente, despistada?
—Algo olvidadiza, pero puede que sólo a causa de la edad.
—Puede —dijo Michael sin sonar convencido. Una sensación premonitoria
pareció envolver la tienda, opresora y pesada. Gemma apenas podía mirar a Michael
sin sentir que se le encogía el corazón.
—¿Crees que es más serio? —le preguntó.
—Sí. —Michel la miró con ojos brumosos.
—Pueden ser mil cosas, Mikey. —Gemma se asía a la esperanza—. Interacción
de algunos medicamentos; hay mucha gente que se visita con diferentes médicos y
no explica lo que ya les han recetado.
—No son las medicinas. Le llevé al médico la lista de todo lo que toma. No hay
interacción entre ellas.
—Quizá deberíamos llevarla a un especialista.
—En eso estamos. —Parecía desalentado—. Theresa está buscando nombres y
teléfonos de los mejores geriatras de la ciudad. Cuando los tenga concertaremos las
visitas.
—Puede tardar meses.
—No cuando tu marido juega con los Blades y le consigue al doctor asientos
junto a la pista para algún partido en casa —explicó Michael dándolo por hecho.
Gemma alzó la mano y le apretó el hombro.
—Lo solucionaremos. Sabes que lo solucionaremos. —Su mente seguía
buscando explicaciones a los lapsos de memoria de su abuela. Endurecimiento de las
arterias. Falta de sueño. Mucha gente tiene problemas de sueño. Quizá Nonna no
podía dormir bien y por eso se le olvidaban las cosas.
—Según lo que digan los médicos, haremos una reunión familiar y decidiremos
qué hacer.
—¿Quién la acompañará a la cita?
—Tu madre y tía Millie —dijo Michael apartando la mirada.
—¿Qué? —graznó Gemma.
—Es su madre.
—Tiene que ir alguno de nosotros también. Tú o yo, o Ant o Angie o Theresa.
¿No crees?
Michael parecía preocupado.
—Pensarán que creemos que son ineptas si se lo sugerimos.
—Lo son —gritó Gemma.
Podía verlo: su madre impaciente, golpeando el suelo con el pie, sin escuchar
las explicaciones del especialista porque se moría de ganas de llegar a casa a tiempo
de ver Ophra, mientras a su lado, Millie, la chimenea siciliana, estaría con un ataque
de ansiedad causado por el mono de nicotina.
—Gem —la voz de Michael era amable—, uno de nosotros siempre puede
llamar después para hablar con el médico.
- 84 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Desde que era pequeña a Gemma le encantaba el olor de la casa de Nonna. Olía
a fresco, como si su abuela siempre hubiera acabado de limpiar cuando la visitaba.
No fue hasta que se hizo mayor que se dio cuenta de que el aroma que impregnaba la
casa era de romero. Nonna lo cultivaba en macetas tanto dentro como fuera, en el
jardín tamaño sello de correos que tenía. Gemma disfrutaba sentada en la galería los
atardeceres de verano, esperando que la brisa ayudara a envolverla con su fragancia.
Incluso ahora, estuviera donde estuviese, el aroma a romero siempre la devolvía a su
infancia y a los tiempos felices que había pasado en Bensonhurst con la mujer que le
hacía sentirse especial.
Gemma la había telefoneado para avisarle con tiempo de que la visitaría el día
siguiente por la tarde. Aun así, la cara de Nonna mostró sorpresa cuando le abrió la
puerta.
—Bella! ¡Podrías haberme dicho que venías y habría comprado biscotti!
Gemma se descorazonó.
—Te lo dije por teléfono, ayer por la noche. ¿Te acuerdas, Nonna?
—Claro, claro —dijo la anciana apresuradamente, haciéndole entrar. Gemma
intuyó que se daba cuenta de que empezaba a olvidar cosas, pero que trataba de
disimular.
—Y no te preocupes —dijo Gemma mostrando una bolsa de papel—, yo he
traído biscotti.
—Perfetto! —Nona frotó sus nudosas manos en señal de satisfacción—. Pasa, te
haré un espresso.
—Vale. —Gemma no estaba segura de que su sistema nervioso, recién
introducido al mundo de la cafeína, pudiera soportar el espresso de Nonna. La familia
bromeaba diciendo que se podía usar como alquitrán para reparar los tejados en caso
de emergencia. Mejor ignorarlo. Una taza de café no la iba a matar.
La siguió a la cocina y se alarmó al ver el techo abombado y manchado de
humedad.
—¿Todavía no has llamado al señor Rosetti? —Se refería al yesero que su padre
- 85 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 86 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 87 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
siempre se sorprendió de lo fría que la tenía. Fría pero suave. Gemma podía oler el
dulce aroma de la loción Jergen. Adoraba aquella fragancia. Almendra. Era el
perfume de Nonna.
—Esto es lo que voy a hacer —le dijo mientras apretaba su mano—. El domingo
voy a encender un cirio en San Finbar por ti, y rezaré a la SMMD para que todos tus
sueños se hagan realidad.
Gemma se emocionó.
—Gracias.
—Y luego —murmuró mientras se giraba para levantarse y rellenar su taza de
café— voy a rezar una oración especial a la querciola por ti.
Gemma se inclinó hacia delante esforzándose por oír.
—¿Qué es lo que acabas de decir?
—¿Qué? —Nonna parecía confusa.
—Ahora mismo. ¿A quién has dicho que le rezarías?
Nonna se quedó pensativa. Después, cambió su expresión y pareció que se
había quedado en blanco. Sacudió la cabeza lentamente.
—No me acuerdo.
Gemma lo dejó estar. Pero la palabra, querciola, le quedó grabada en su
memoria. Le resultaba familiar, pero no podía acabar de ubicarla. Tendría que
investigar, lo consultaría al llegar a casa.
—Ha sido Peter Gabriel con «Shock The Monkey». Precedida por Elvis Costelo
que nos dijo «Pump It Up», ¡sí señor!, y la serie se ha iniciado con un clásico de
AC/DC, «You Shook Me All Night Long». Seguid en antena, el tiempo a
continuación, en sólo unos minutos.
Después de dar paso a publicidad, Frankie se quitó los auriculares y miró
incrédula a Gemma.
—Perdona. ¿Qué acabas de decir?
—Creo que mi abuela podría ser una bruja.
Frankie no parecía creérselo. Saltó de su silla y guardó un montón de CD en sus
fundas. Era sábado por la tarde y estaba sustituyendo a otro disc-jockey. A Gemma le
resultaba extraño verla trabajar a la luz del día.
—Le expliqué lo de Sean, ¿vale? Y además de decirme que iba a rezar a la
SMMD…
—¿A quién?
—Son las siglas de Santa María Madre de Dios.
—A mí me suena como un grupo terrorista, pero sigue.
—Mencionó algo sobre una oración especial a la querciola. Y he buscado el
significado. Según uno de mis libros de brujería en italiano, querciola son los espíritus
que guardan a los amantes en particular.
—Tu abuela no es una bruja. De ninguna manera. Si la mujer vive
prácticamente en San Finbar…
- 88 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 89 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 90 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 91 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
tienes miedo…
—¿Quieres conocer a algunos de ellos? —la cortó Sean levantándose del sofá—.
Dalo por hecho.
- 92 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 10
- 93 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 94 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Es un placer —dijo Mike Leary, previamente conocido como Bigotes. Su cara
de póquer anunciaba que no iba a mencionar que ya se habían conocido. A Gemma
le pareció bien—. Soy Mike Leary. —Se volvió hacia una pequeña morena pecosa que
tenía a su lado—. Y ésta es mi esposa Ronnie.
—Hola —saludó Ronnie, repasando con la mirada a Gemma de pies a cabeza.
El otro hombre en la mesa, rubio, rechoncho y más joven que sus compañeros,
le tendió la mano.
—Hola, soy Ted Delaney.
—Es un novato —explicó Sean.
—Esta noche nos servirá la cena y después fregará la cocina. —Los tres hombres
rieron la broma de Leary.
Gemma sonrió por cortesía.
La mujer junto a Delaney, también regordeta y rubia, le dio la mano.
—Soy Danielle, la novia de Ted. Encantada de conocerte.
—Yo también.
Leary se acercó a Sean.
—¿Sabes quién está en la puerta saludando a la gente? Michael Dante. —Su voz
sonó tan reverente que a Gemma le entraron ganas de reír.
—¿Se lo digo yo o quieres hacer tú los honores? —le preguntó Sean a Gemma.
—Yo lo haré. Michael es mi primo.
—¡Y una mierda! —Leary estaba impresionado.
—Está muy bueno —dijo Danielle fantaseando.
—Sí que lo está —coincidió Ronnie Leary. Se volvió a su marido—. ¿Quién es?
—Juega con los New York Blades —explicó Leary con resignación—, es uno de
los H de P más duros de la NHL.
—Es un gatito —dijo Gemma confidencialmente. Todos se giraron hacia
Michael. Estaba claro que les interesaba saber de su vida privada.
—Está muy bueno —afirmó de nuevo Danielle.
—Mucho —confirmó Ronnie.
Gemma se relajó un poco; los amigos de Sean parecían buena gente. La noche
iría bien. Estaba convencida. Entonces Anthony salió de la cocina a grandes pasos
hacia su mesa.
—Willkomen, Bienvenue, Welcome!
—Mikey ya ha dicho lo mismo.
—¿Lo mismo? —preguntó indignado.
Gemma asintió.
—¡El capullo me ha robado mis líneas!
—¿Os conocéis? —preguntó Ronnie Leary.
—También es primo mío. De hecho es el hermano de Michael. Anthony, saluda
a esta simpática gente.
Anthony hizo una reverencia.
—Buenas noches a todos y cada uno. Me llamo Anthony Dante y voy a ser
vuestro chef esta noche. Permitidme que os diga las dos especialidades: chuletón
- 95 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
asado al estilo de Florencia y cordero asado con bayas de enebro. Enseguida vendrá
Aldo a tomaros nota. —Miró a Gemma—. ¿Y a ti qué te preparo? ¿Bocata de tofu?
—Muy divertido.
Anthony se inclinó otra vez y regresó a la cocina.
—¿Bocata de tofu? —preguntó Danielle.
—Soy vegetariana —explicó Gemma—, y a Anthony le gusta burlarse de mí por
eso. —Pudo ver como Ronnie Leary entornaba sus ojos en un gesto a su marido.
—¿Por qué decidiste no comer carne? —preguntó Danielle.
Gemma notó cómo Sean le pellizcaba la rodilla por debajo de la mesa.
—Motivos de salud. —Le devolvió el pellizco. Apareció el camarero con los
menús y durante unos minutos la conversación se centró en la comida. Pero una vez
servidas las bebidas y pedida la cena, Gemma pudo notar una cierta sensación
embarazosa.
—¿Y a qué te dedicas? —preguntó Ronnie Leary.
—Tengo una tienda en Greenwich Village.
—Oohh la di da —cantó Mike Leary.
Gemma lanzó a Sean una rápida e inquisidora mirada. ¿Estaba bromeando
aquel tío? ¿Se burlaba de ella? ¿La quería poner en evidencia? ¿Qué?
Sean pareció ignorarla.
—¿Qué tipo de tienda? —quiso saber Danielle.
Otro pellizco de Sean. Gemma desplegó su servilleta y aprovechó para
apartarle la mano.
—Vendo libros, velas, cristales, ese tipo de cosas.
Mike Leary se carcajeó.
—¿Y la gente compra suficiente mierda de ésa para que puedas ganarte la vida?
—Sí —respondió ella ruborizándose un poco.
Mike le dio un codazo a Sean en las costillas.
—Cada minuto nace uno, ¿no?
Para sorpresa de Gemma, Sean se rio mostrándose de acuerdo.
—¿Y tú a qué te dedicas? —le preguntó Gemma a Ronnie Leary.
—Soy enfermera.
—Ése sí que debe de ser un trabajo duro.
—Es duro para los pies, eso seguro.
Gemma se ilusionó pues intuyó una vía de conexión.
—¿Sabes lo que va bien para eso? Aceite mentolado. Pon unas gotas en agua
caliente y los pones en remojo. Va tan bien que parece magia.
—Umm… vale. —Ronnie no parecía muy segura.
—No sé si quiero que los pies de mi esposa huelan como un caramelo —bromeó
Mike Leary.
—Como si alguna vez te acercaras a la mitad inferior de mi cuerpo —respondió
Ronnie arrastrando las palabras. Leary se puso rojo y abrió la servilleta de una
sacudida.
Gemma se sentía incómoda. Odiaba las parejas que aireaban sus trapos sucios
- 96 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
en público. Por suerte los Leary no eran los únicos allí. Se volvió hacia Danielle.
—¿Y tú qué haces?
—Soy peluquera. —Miró las trenzas de Gemma con interés.
—De éstas —dijo Mike Leary golpeándose la calva— no has visto muchas
últimamente.
Todos rieron.
—¿Sabes que se puede arreglar? —prosiguió Danielle.
—¿Arreglar qué? —Gemma estaba confundida.
—Tu pelo. Si me dejas que te lo alise y le dé forma…
—No, gracias —dijo Gemma educadamente. Con sus ojos buscó otra vez a Sean
para ver si se había dado cuenta de que Danielle acababa de insultarla, aunque sin
duda ella ni se había enterado. De nuevo Sean parecía despreocupado, atento a la
conversación.
—Oye —dijo Mike Leary—, ¿visteis King of Queens la otra noche? Fue
tronchante.
Enseguida se inició una animada discusión y Gemma no tenía ni idea de lo que
hablaban. Ted Delaney se dio cuenta.
—¿No te gusta Kevin James? —preguntó.
—No sé quién es —se disculpó sonriendo—, no veo demasiada televisión.
La conversación se cortó en seco, aunque sólo por un momento. Gemma se
hundió. «Me odian —pensó desmoralizada—. Piensan que soy una esnob
extravagante obsesionada con el aceite mentolado.» Sean la sacó del mal trance.
—Gemma no ve demasiada televisión porque está muy ocupada haciendo
fotografías. —Le estaba brindando una entrada—. Es una gran fotógrafa.
—Para eso inventó Dios el autofocus —dijo Gemma, feliz de poder integrarse
en el círculo.
Entonces se pusieron a hablar del cuartel y de un jugador de béisbol llamado
John Franco y se perdió de nuevo; se tuvo que conformar con la sonrisa de Sean
como compañera silenciosa. Tampoco ayudó que Michael apareciera cada cuarto de
hora como un reloj y a Anthony se le pudiera ver a cada momento espiándolos por
una rendija entre las puertas basculantes.
—¿Cómo va todo? —preguntó Michael en la que debía de ser su quinta visita a
la mesa.
Gemma lo miró implorante.
—Va todo bien. Si no fuera por cierto chef que insiste en sacar su cabeza por la
puerta de la cocina para controlarnos. ¿Tal vez tú podrías solucionarlo?
—Veré que se puede hacer —la tranquilizó Michael y se dirigió a grandes
zancadas hacia la cocina. Entró apartando las puertas y se pudo oír como gritaba a
todo pulmón.
—¡Para de mirar a Gemma y a su novio, idiota sobredimensionado!
Por supuesto que Anthony devolvió la andanada.
—Vaya con el gatito —recalcó Ronnie Leary por encima del estrépito de
cacerolas estrellándose contra el suelo.
- 97 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Los italianos son así —dijo Danielle con complicidad—. Gente muy
emocional.
—¿Eres italiana? —preguntó Gemma. Quizá sentiría misericordia de las
familias chaladas.
—No, soy irlandesa, pero he oído historias. Y veo Los Soprano. —Miró a Gemma
con renovada curiosidad—. ¿Conoces a alguien de la Mafia?
—No estoy muy convencida de haberles caído bien a tus amigos —dijo Gemma
insegura mientras volvía con Sean conduciendo hacia Manhattan.
—Les has caído bien.
—Entonces ¿por qué Danielle se ha metido con mi pelo? ¿Y qué ha querido
decir Mike Leary con «la di da» cuando he explicado que tenía mi propio negocio?
—¡Venga! Ninguno de los dos presuponía nada —dijo Sean con calma y
alargando la mano para pellizcarle la rodilla.
Lo que le recordó a Gemma…
—¿Por qué no has parado de pellizcarme la rodilla? ¿Qué te creías que iba a
decir?
Sean se encogió de hombros.
—No lo sé. Sólo pensaba que sería una buena idea que no subieras el tono,
¿entiendes?
—Supongo —dijo Gemma mirando por la ventanilla.
—¿A ti te han gustado?
—Son buena gente —respondió Gemma precavida.
—No suena como una aprobación exactamente —opinó Sean, serio.
—No veo la televisión, Sean. No me importa el béisbol. No conozco a nadie del
cuartel. Y no conozco a nadie de la Mafia.
—Cálmate —dijo Sean—. Todo llegará.
—Y si no, ¿qué?
Sean giró la cabeza para mirarla.
—¿Qué quieres decir?
—Nada. Estoy cansada. Olvídalo.
- 98 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Ooh, novia. Y además tiene su propio negocio. Seanny se ha buscado una que
lo mantenga.
—Dejando aparte que tú y tu diminuta polla os sentís amenazados por una
mujer independiente, ¿qué opinas de ella?
Leary se mordió un labio pensativo.
—Guapa. Pero tiene que cortarse el pelo. Podrían encontrar al hijo de Lindberg
allí en medio.
—Eres un gilipollas.
Leary le palmeó la espalda con afecto.
—Sólo te estoy vacilando, ya sabes. A veces…
Le cortó el sonido taladrante de la alarma ululando en el cuartel.
- 99 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 100 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 101 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Mierda.
El fuego estaba sofocado y la casa limpia de humo. Sean y el resto de la
dotación se dedicaban ahora a recuperar objetos, tapar los muebles que habían
quedado intactos con lonas para protegerlos del agua y los escombros, y arrastrar los
restos quemados hacia la calle para empaparlos. Sean estaba cubriendo un tocador
cuando oyó que Sal Ojeda lanzaba la exclamación. Se le acercó y vio que estaba junto
a un arcón con la tapa abierta.
—¿Qué? —preguntó, con el corazón en un puño.
Ojeda sacudió la cabeza y dio un paso atrás. Sean llegó hasta el arcón y miró en
su interior.
Allí, acurrucado sobre una colcha parcheada de brillantes colores, había un niño
pequeño. Una fina capa de hollín cubría su cuerpecito. El hollín que tenía alrededor
de la nariz y de la boca le recordó a Sean las manchas que podría haberle dejado un
helado que hubiera comido sin cuidado. Mechones de pelo rubio le cubrían la frente
y sus manos estaban unidas como si estuviera rezando. Parecía que estuviera
durmiendo.
—Dios mío —murmuró Sean. Una arcada de asco hacia sí mismo borboteó en
su garganta.
—Sean.
- 102 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 103 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Carrey asintió.
—Quizá me pase por allí mañana. Para ver si está bien.
—Buena idea. Te hará sentirte mejor. Intenta no obcecarte con ello o te volverás
loco. Puedes hablar conmigo cuando quieras.
—Vale.
—Ya sabes que hay una unidad de ayuda psicológica, y…
—Estoy bien —le cortó Sean—, no te lo tomes a mal, pero estoy perfectamente.
—De acuerdo. —Sean sabía que Carrey no le creía, pero que no iba a insistir
más. Le palmeó en el hombro—. Vete a casa y descansa. Ha sido una larga y jodida
noche.
—Tienes toda la razón —murmuró Sean.
- 104 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 11
—¿De verdad su amigo dijo «La di da» cuando le explicaste que tenías una
tienda?
—Ajá.
—Es de imbéciles.
Gemma no se mostró en desacuerdo y siguió a Frankie hacia el siguiente
tenderete callejero en el que vendían jerséis de vivos colores tejidos a mano en
Guatemala. Estaban en Park Avenue South, en la feria de otoño, esperando que Sean
apareciera. Gemma quería presentarle primero a Frankie a solas, antes de la cena que
habían planeado la semana siguiente para que él conociera a sus amigos. Era
importante para ella que su mejor amiga y su novio se llevaran bien.
—¿Os divertisteis por lo menos?
—No sé si «divertirse» es la palabra que yo usaría. —Gemma alzó su mano para
tocar un jersey, acariciándolo con sus dedos—. Fue… esclarecedor. —La manga
rascaba al tacto y lo dejó ir.
—Esclarecedor. Hacía tiempo que no escuchaba esa palabra. —Frankie siguió
paseando hasta el siguiente puesto, donde una pareja, ambos rechonchos, con caras
serias y vestidos del mismo color azul poliéster, vendía pinturas realizadas sobre
terciopelo negro. Señaló un gran retrato de John Wayne descendiendo radiante del
cielo en un vagón de tren que describía círculos—. ¿Qué te parece?
Gemma observó a Frankie pagar cuarenta dólares con indiferencia y ponerse la
pintura bajo el brazo.
—Son buena gente, si dejo a un lado que se metieron con mi pelo y con la
tienda. —Cuando pensaba en lo ocurrido se desmoralizaba—. Van a ser causa de
problemas. De hecho ya están causando problemas. Se pusieron a hablar sobre
programas de la tele y de alguien llamado John Franco y yo me perdí del todo. Es
decir, no pude intervenir para nada. Me parece que creyeron que era una especie de
tía rara.
—Y lo eres. En el buen sentido.
A Gemma no le gustó.
—No me parece que ayude. No creo que las rarezas estén bien valoradas en la
lista de cualidades que Sean busca en una novia.
Estaban a punto de reiniciar el paseo cuando Gemma oyó que la llamaban. Se
dio la vuelta. Era Uther, que se dirigía hacia ella con una gran sonrisa en su pálida
cara. «Perfecto», pensó.
—Hola. —Gemma fue hacia él—. Uther, quiero que conozcas a mi mejor amiga,
- 105 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 106 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
atasco. O tal vez se había olvidado de poner el despertador. No había hablado con él
desde que había entrado de guardia la noche anterior.
Pasaban por delante de un tenderete que vendía gruesos brazaletes y anillos
hechos de turquesas, cuando los ojos de Gemma se fijaron en un periódico que había
sobre una silla vacía: EL FUEGO ARRASA UNA CASA AL ESTE DE LA ZONA
ALTA, anunciaba el titular. UN HERIDO.
—Oh, Dios.
Gemma se acercó al vendedor que estaba enseñando un collar a un potencial
comprador.
—¿Me permite ver su diario? ¿Por favor?
El hombre asintió y Gemma corrió a cogerlo. Con manos temblorosas buscó la
noticia. La golpeó ver una foto en blanco y negro de los restos calcinados y su
estómago le dio un vuelco. «Sean.» Con la boca seca hizo una lectura transversal del
texto. Paró en seco al ver escalera 29.
—Tengo que irme.
—¿Qué? —Frankie no entendía nada, Gemma le pasó el periódico y empezó a
moverse como un animal enjaulado. Su amiga leyó deprisa.
—¿Estás segura de que fue la dotación de Sean la que intervino en el incendio?
Gemma asintió tragándose las lágrimas.
—¿Y si le ha pasado algo?
—Cálmate. Te estás alterando sin motivo. El texto dice que el hospitalizado es
un niño, no un bombero.
—¿Y qué? ¡Eso no aclara nada!
—Quizá sólo se está retrasando. —Frankie también estaba preocupada de
verdad—. Gemma, has de calmarte. Estás actuando como una loca.
—Me estoy volviendo loca. —Gemma paró de moverse y cruzó los brazos con
fuerza alrededor del pecho—. Cada vez que sale por la puerta me invade esta
sensación enfermiza de miedo: ¿y qué pasaría si, y qué pasaría si? No puedo
soportarlo.
—Ya lo veo. —Frankie la alejó hasta un lugar en el que no entorpecían el paso—
. ¿Qué quieres hacer? —le preguntó rodeándole los hombros con un brazo.
—Llamarlo. No sé.
—Vamos a ver: ¿por qué no le damos media hora más y si no aparece lo llamas
o te vas a casa? Lo que sea. ¿Te parece bien?
—Bien.
—No puedo creer que me dé plantón en nuestra primera cita —bromeó Frankie
con una sonrisa, en un intento de animar a su amiga.
Gemma intento devolverle el gesto, pero la sonrisa no apareció.
«Despierta. Despierta y así podré verte con los ojos abiertos y sabré que estás
realmente vivo. Despierta.»
Sean estaba sentado junto a la cama del hospital en la que estaba el niño que se
- 107 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 108 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Gemma saltó del sofá cuando oyó el sonido de la cerradura al abrirse. Se habían
intercambiado las llaves del apartamento de cada uno, y ella aprovechó para esperar
a Sean en su apartamento. Un grito de angustia escapó de sus labios cuando lo vio
entrar, cansado, pero sin duda sano y salvo. Corrió hacia él y lo estrujó, abrazándolo,
besándolo, desesperada y agradecida.
—Hey. —Preocupado, Sean se deshizo suavemente de su abrazo y la miró a los
ojos—. ¿Qué te pasa?
Gemma empezó a llorar.
—El incendio de la casa, tú estuviste allí, ¿no es cierto? Y cuando no has
aparecido por la feria…
—Sssh, ven aquí. —La tomó en sus brazos—. Me sabe mal no haber podido ir.
He tenido que visitar a alguien en el hospital.
—¿A quién? —preguntó Gemma secándose los ojos.
—Un niño pequeño. —Sean tragó saliva.
—¿El del incendio?
—Sí. —Se separó de su abrazo y se dejó caer en el sofá—. Estoy exhausto.
—¿Cómo se encuentra?
—Está bien.
—Y tú ¿cómo estás? —preguntó Gemma mientras se acercaba al sofá.
—Yo también estoy bien.
Gemma se retorció las manos desesperada.
—Estaba muy preocupada.
—Siempre lo estás. —En sus ojos inyectados en sangre era perceptible el
enfado—. Mira, si te vas a poner histérica cada vez que tengo que apagar un
incendio…
—No puedo evitarlo —lo interrumpió con voz pausada—. Me importas mucho.
Sean se frotó los ojos vigorosamente con las palmas de las manos.
—Lo sé, Gem, pero me siento presionado. Ya tengo suficiente mierda por la que
preocuparme para que tú te angusties cada vez que voy a trabajar.
—Lo siento.
Sabía que Sean tenía razón, pero su enfado le dolía.
—Yo también lo siento. —Le alargó la mano y Gemma se sentó junto a él—.
¿Me odia tu amiga?
—Por supuesto que no. La conocerás el sábado de la semana que viene por la
noche. Eso es todo.
Sean puso cara de no entender.
—¿Cena? ¿En mi apartamento? ¿Con mis amigos? —apuntó Gemma.
—Claro, claro. —Dejó caer la cabeza y miró hacia el techo—. ¿La semana que
viene?
—Sí. —Gemma se puso un poco tensa—. ¿No hay problema, verdad? Creía que
nos habíamos puesto de acuerdo.
- 109 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 110 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 12
- 111 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 112 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—¿Perdona? —A Sean casi le duelen las cejas de tanto como las arqueó.
—Le gustaría tener un agujerito —rio con malicia Miguel.
Sean no estaba seguro de que hubiera respuesta para aquello, pero Gemma lo
salvó al entrar en la sala con el margarita para él.
—Aquí tienes.
—Gracias. —Alzó la copa de cóctel—. Por los amigos.
—Por los amigos —repitieron todos.
—¿Qué me he perdido? —preguntó Gemma animada acercándose cariñosa a
Sean.
—Estaba investigando cómo te habían conocido —explicó—. Le toca a Miguel.
Miguel miró a Gemma interrogándola.
—¿Te acuerdas de cómo nos conocimos, hermana mujer?
—Sí. Los dos queríamos la misma boa azul real en Screaming Mimi. Casi nos
peleamos.
—Exaaacto. Yo gané, si no recuerdo mal.
—Sólo porque yo te dejé.
—Tan generosa. —Le lanzó un beso a Gemma.
«Imbécil presumido», pensó Sean.
—Dejad las boas, quiero saber cosas de los bomberos —exclamó Frankie.
—¿Qué pasa con los bomberos? —Sean se puso en guardia.
—Debe de ser interesante.
—Lo es. —«Pero por favor no me preguntes si alguna vez le he salvado la vida
a alguien.»
Miguel arrancó un hilo de sus pantalones con un gesto rápido.
—Debéis de ensuciaros mucho.
—Pues sí.
—No creo que eso me guste mucho —dijo Miguel frunciendo los labios.
—Oh, pooor favor —resopló Theo—. Podría darte un paro cardíaco si te
acercaras a dos metros de una mancha.
—Por eso detesto el campo —dijo Miguel con un estremecimiento.
Sean se concentró en su bebida. ¿Qué coño contestas a algo así? Puedes meterte
con él, soltarle algún comentario ocurrente y malicioso que le haga sentirse como un
gilipollas. Pero no lleva a ninguna parte, no vale la pena.
Gemma dejó su bebida y se inclinó sobre la mesita de café para alcanzar una
bandeja con crudités y hummus, y la pasó para que se sirvieran.
—¿Os he explicado que Sean trabajaba en Wall Street antes de ser bombero?
—Como un centenar de veces —dijo Theo en tono de aburrimiento.
Sean lanzó a Gemma una mirada interrogativa. «¿Qué pasa, que ser bombero es
poca cosa?» Tomó un trozo de zanahoria y, después de hundirlo en el hummus, se lo
llevó a la boca.
—Un hummus muy bueno, cariño.
—Me encanta oír a los hombres llamar cariño a las mujeres —suspiró Miguel—.
Es tan Neil Diamond.
- 113 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Neil Diamond lleva tanta colonia que podría provocar una congestión en la
autopista —bromeó Frankie.
Por fin un tema de conversación que interesaba a Sean.
—¿Conoces a Neil Diamond?
—Los conoce a todos, encanto —sonrió afectadamente Miguel.
—¿De verdad? —Se dirigió a Frankie—. ¿Mike Jagger?
—Es más malhablado que un camionero.
—¿Steven Tyler?
—Me pidió prestada mi bufanda favorita y no me la ha devuelto.
—¿Bruce?
—¿Qué ocurre con los bomberos y Bruce? —se quejó Frankie—. Todos se
vuelven locos por Bruce.
—Canta su dolor —se burló Theo.
Sean sintió un impulso colérico pero se contuvo.
—Cuéntame algo de Bruce —le pidió a Frankie, ignorando abiertamente a Theo.
—Bruce es un gran tipo, tiene los pies en el suelo.
—Necesita una puesta al día —opinó Miguel—. Quiero decir, ¿adónde va un
hombre de más de cincuenta años con téjanos ceñidos? Pa-té-ti-co. ¿Y esa cruz que a
veces lleva colgando del cuello? Es tan del 2003.
«Es el momento de desconectar», se dijo Sean a sí mismo prácticamente
acabándose de un trago su margarita. Se quedó ausente el resto de la noche, incluida
la cena, vegetariana por supuesto. Fue la única forma que tuvo de soportar
conversaciones sobre diseñadores de los que jamás había oído hablar o
tergiversaciones de anuncios de tampones y que a eso lo llamaran arte. De vez en
cuando prestaba atención, cuando Frankie hacía comentarios sobre la radio y el
negocio musical. Era la única de los tres amigos de Gemma que mostraba un genuino
interés por él. Un poco rara —¿a qué venía el parche en el ojo?—, pero amistosa y
claramente devota de Gemma. ¿Los otros dos? Unos gilipollas engreídos y pagados
de sí mismos. Sus entrañas se le revolvían al ver cómo Gemma charlaba y se reía con
ellos durante toda la noche. «¿Quién es? ¿Qué hace congeniando con ellos? ¿Cómo
puede estar conmigo?»
—Has estado callado esta noche —le comentó Gemma mientras ponía las
últimas sobras en la nevera.
—Supongo que sí —dijo Sean encogiéndose de hombros. Le pasó el vaso que
estaba secando, agradecido de que la limpieza hubiera durado poco. Estaba
exhausto. La poca energía con la había empezado la velada se había agotado tratando
aparentar cordialidad con Tay-oh y Miguel.
—¿Estás bien? —le preguntó Gemma tocándole un brazo.
—¿Por qué siempre me preguntas lo mismo?
—No es verdad.
Gemma parecía disgustada.
- 114 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Sí lo es. Lo haces constantemente. ¿Hay algo de lo que digo o hago que te
haga pensar que no estoy bien?
Gemma hizo una pausa.
—Esta semana has estado un poco ausente.
—¿Ausente? ¿Qué quieres decir?
—Malhumorado. Callado. Poco comunicativo.
—Tal vez soy un tío malhumorado, callado y poco comunicativo.
—Tal vez. —Gemma parecía insegura y siguió ordenando los vasos—. Parece
que Frankie y tú os lleváis bien.
—Sí, Frankie me gusta —dijo Sean, ayudándola para que Gemma no tuviera
que subirse a un taburete.
—Y parece que a ella le caes bien. Estoy segura de que mañana me hará un
informe completo por teléfono.
Sean sonrió.
—Creo que a Theo y a Miguel también les has caído bien —probó suerte
Gemma.
—Es difícil decirlo, sólo hablan de ellos mismos. —Sean notaba que estaba
agotando sus últimas gotas de paciencia.
—Lo sé —suspiró Gemma—. Esta noche se han pasado un poco.
—¿Quieres decir que no son siempre así?
—Dios, no. Debes estar agradecido, al menos te han evitado tener que soportar
su imitación de Liza Minnelli.
Sean parecía desconcertado.
—Es una broma, cariño. Relájate. Me parece que trataban de asustarte
deliberadamente.
—¿Y por qué?
—No les gusta compartirme. Los llamaré mañana y les diré que se portaron
como dos niños muy malos.
—Bien hecho. Porque mi primera impresión es que Miguel es una reina
desagradable y Tay-oh un imbécil pretencioso. Me cuesta comprender cómo puedes
ser su amiga.
—No han sido tan malos. —Pareció que a Gemma la cogía por sorpresa.
—Eso es discutible —resopló Sean.
—Al menos son interesantes —se defendió Gemma.
—¿Y mis amigos no lo son? —Sean notó cómo le subía la presión por las venas
cuando Gemma miró hacia otro lado admitiendo su culpa—. Al menos tienen los
pies en el suelo.
—¿Y qué? Eso no quiere decir que sean interesantes —respondió Gemma
cerrando de un portazo el armario de la cocina.
—Perdóname. Supongo que ser un bombero y salvarle la vida a la gente es
aburrido. Ser enfermera también debe de ser aburrido. Y peluquera. ¡Al menos mis
amigos hacen con sus vidas algo que tiene un significado! ¡Al menos contribuyen!
—¿Por qué te muestras tan crítico?
- 115 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—No estoy siendo crítico, estoy siendo sincero. Son unos memos, Gemma.
—¡Vale, y tus amigos miran estúpidos programas alienantes en la televisión y
béisbol y se creen que es divertido insultar a alguien que tiene su propio negocio! —
replicó Gemma acalorada.
—Eso lo aclara todo —rio Sean por lo bajo.
—Creo que tus amigos son buenas personas —intentó arreglarlo Gemma sin
convicción—. Es sólo…
Sean alzó la mano.
—No importa. Vamos a dejarlo, ¿vale? Estoy demasiado cansado. —Cogió un
plato que Gemma le pasaba y lo dejó en el armario—. Sólo una cosa: ¿por qué es tan
importante para ti que antes de bombero fuera corredor de bolsa?
—Para mí no es importante. Sólo creo que es interesante.
—¿Sí?
—¿Adónde quieres llegar? —preguntó Gemma cautelosa.
—¿Estás segura de que no les dijiste que trabajaba en Wall Street para que no
pensaran que soy un simple y aburrido bombero al que le gusta Bruce y beber
cerveza?
Gemma parecía a punto de llorar.
—¿Te parece el tipo de cosa que yo haría?
El tono dolido de su voz lo detuvo. Sabía que se estaba portando como un
gilipollas.
—No lo sé.
—Pues no lo haría. Y si crees que lo podría hacer, es que no me conoces en
absoluto —dijo colocando el último plato en su sitio.
Sean deseó poder hacer que la tensión se evaporara simplemente abriendo una
ventana. O, aún mejor, retrasar el reloj unos minutos y sentarse tranquilamente junto
a ella para decirle que la velada había ido bien. Pero no era posible. Su mirada captó
la de Gemma; ella también sentía lo mismo: el distanciamiento, la sensación de
desencuentro.
—¿Y ahora qué? —preguntó él sombrío.
Gemma se cubrió un bostezo con la mano.
—Estoy derrotada. Vamos a la cama.
—En realidad —dijo Sean—, si no te importa creo que me voy a dormir a mi
casa esta noche.
—Oh.
Sean se preguntó cómo aquella mínima expresión podía contener tanta sorpresa
y tanto dolor.
—No te preocupes, no pasa nada —le aseguró, abrazándola—. Es sólo que no
estoy durmiendo bien y concilio mejor el sueño en mi cama, ya lo sabes.
—Ningún problema. —Gemma le cubrió la cara cariñosamente con su mano—.
¿Por qué te cuesta dormir?
—Historias, ya sabes —evitó responder.
—Sean…
- 116 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Espera un momento.
La voz de Sean a través la puerta cerrada sonaba fatigada. Gemma se puso
tensa, sin saber lo que podía esperar. Notaba los nudillos de su mano derecha
palpitando. Dos minutos más y habría llamado a los bomberos para que derribaran
la puerta. Ironías de la vida.
- 117 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 118 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
para darte cuenta después de que casi dejas morir quemado a un niño.
Gemma se asustó. «Así que eso fue lo que ocurrió.»
—No tengo ni idea. —Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas—. Pero estoy
aquí por ti. Por favor, déjame ayudarte.
—No hay nada que puedas hacer —dijo inexpresivo.
—Puedo abrazarte, puedo escucharte.
—Estoy bien —insistía Sean con los dientes apretados.
—Alejarte de la gente no es estar «bien». —Dobló las manos en un gesto de
impotencia—. ¿Has llamado al trabajo para decir que estás enfermo?
—¿Qué? —respondió adusto—. No. Estuve de guardia veinticuatro horas y
ahora tengo una semana libre.
—¿Cuando has de volver?
—El domingo.
—¿Y qué piensas hacer hasta entonces? ¿Esconderte aquí y revivirlo una y otra
vez?
—Puede —musitó Sean amargado, apartando la vista. Cuando volvió a mirarla,
Gemma tuvo la impresión de que, en aquel momento, le costaba un tremendo
esfuerzo emocional mantener la más mínima relación humana—. Mira, no estoy
seguro de que esto me vaya bien ahora mismo.
—¿Esto? —Gemma se sintió alarmada.
—Nosotros. Ni me gustan tus amigos ni a ti te gustan los míos. No sabes
sobrellevar las exigencias de mi trabajo y, siendo sincero, que seas una bruja me
resulta un poco extraño. Afróntalo, Gemma. En el único sitio en el que funcionamos
es en la cama.
Las lágrimas estuvieron a punto de traicionar a Gemma, pero se contuvo.
—Eso no es cierto —dijo tranquila.
—Sí, cariño, lo es.
—¿Adónde quieres ir a parar? —Luchó por mantener una voz natural y
calmada—. ¿Quieres que nos separemos?
—Por ahora sí, tal vez —dijo Sean apesadumbrado.
—¿Por ahora? —Gemma no podía creer lo que estaba oyendo—. ¿Y yo qué, voy
a tener que estar a tu disposición esperando a ver si cambias de opinión?
—No.
—Entonces ¿qué?
—No lo sé —gruñó Sean, agarrándose la cabeza—. En estos momentos ni
siquiera puedo pensar con claridad.
—Pues piensa sobre esto: o estamos juntos o estamos separados. Es tu elección.
—Creo que es mejor que te vayas —dijo Sean bajando la cabeza.
Temblorosa, Gemma se levantó lentamente.
—¿Estás seguro?
—¡Acabo de decirte que ahora no puedo pensar con claridad! —explotó Sean.
Su cara era el vivo reflejo del sufrimiento—. Mira, haz lo que te dé la gana, ¿vale?
Gemma se dirigió hacia la puerta y cogió la llave de su apartamento que estaba
- 119 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
sobre una mesita. Estaba decidida a aguantarse las lágrimas hasta llegar a su casa.
Pensó en dar un portazo o irse sin decir nada, pero no era su forma de ser y no tenía
ganas de que las cosas quedaran de aquella manera. En cambio se obligó a darse la
vuelta para mirarlo.
—Cuídate, Sean. Por favor. —Le devolvió su llave.
Sean inclinó su cabeza como si asintiera, negándose a mirarla.
Gemma se deslizó por la puerta sin una palabra más.
- 120 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 13
- 121 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
del FDNY y había entrado en la academia al mismo tiempo que Sean, pero aún no
había sido totalmente aceptada por sus compañeros de cuartel. Sean había oído más
de un comentario de alivio por parte de otros bomberos por no tener una mujer en su
compañía, ya que, en su opinión, habría representado un cambio en la dinámica.
Otros señalaban que tendrían que deshacerse de las revistas pomo del lavabo.
Algunos incluso dudaban de que las mujeres pudieran sobrellevar el trabajo, a pesar
de las evidencias en contra. Sean suponía que los muchachos se sentían amenazados
por la presencia de J.J. Era fuerte como una mula y del todo competente, pero
además era una mujer de bandera, con unas piernas largas y una melena rubia que
normalmente se recogía en una trenza. Si llegase a oír la mitad de los comentarios
sexistas que provocaba, el departamento tendría que hacer frente a un litigio por
acoso. Se sintió apenado al verla sola, con su condición de intrusa aún intacta.
Decidió sentarse con ella.
—Hola.
—Hola —sonrió J.J. agradecida mientras Sean se sentaba a su lado—. No
esperaba verte por aquí.
—¿Te estás burlando? No me habría perdido la jubilación de la señorita Nabby
por nada del mundo.
J.J. miró al fondo de la sala donde estaba el hombre en cuestión.
—¿Qué va hacer ahora?
—Su hermano es contratista. Nabby ha estado trabajando con él desde hace
años, pluriempleado. Creo que ahora va a dedicarle todo su tiempo.
—¿Y qué pensará la señora Nabby del tema?
—El señor y la señora Nabby se separaron hará unos siete meses, me parece.
—¿De verdad? Un bombero divorciado, es difícil creerlo. —Se rio a carcajadas
mientras acababa su copa.
Su acritud llamó la atención de Sean. «¿Problemas domésticos?» Echó un
vistazo por el salón.
—¿Dónde está Chris?
Chris era el marido de J.J. Además de ser un idiota redomado, era policía.
Muchos policías deseaban ser bomberos y la animosidad entre las dos profesiones
era muy fuerte. El partido anual de hockey entre los departamentos acababa siempre
en un baño de sangre. No era extraño que cuando J.J. iba acompañada de Chris a los
actos organizados por los bomberos la cosa acabara a puñetazos.
—Está de servicio, haciendo un mundo más seguro para la democracia.
—¿Puede ser que note un poco de sarcasmo?
—Un poco.
—¿Qué pasa?
J.J. alzó su mano como queriendo decir, «espera un minuto» y se apresuró a
rellenar su vaso.
—¿Estás seguro de que quieres oírlo? —preguntó a Sean cuando regresó.
—Seguro, siempre y cuando no tenga calificación X.
—No la tiene. —Dio un sorbo de su vaso de plástico—. Quiero un hijo y Chris
- 122 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 123 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 124 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 125 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
íntimamente que cada uno conocía los asuntos del otro. Se preguntaba si existían
otros medios de entenderse.
Michael reapareció en la sala de estar.
—Diez minutos y al chino, lo que en realidad quiere decir veinte. —Se sentó en
el sofá entre su mujer y su prima y cogió a la niña para ponérsela en su regazo—.
¿Qué me he perdido?
—Nada —dijo Theresa.
Miró a su prima afectuosamente.
—Si quieres puedo presentarte a alguno del equipo —ofreció.
—Lo pensaré. —Alargó los brazos—. Dame a esta preciosidad. Vosotros podéis
tenerla siempre y yo tengo que aprovechar el tiempo mientras pueda.
Michael aceptó de buen grado, pasándole a Domenica. Era un bebé calmado,
que le sonreía a todo el mundo mostrando sus encías. Sostenerla le parecía a Gemma
como enfocar con la lente de la cámara, la realidad se volvía nítida, incluyendo su
proceder: tenía que haber dado algo más de cuerda a Sean, esperar a que la llamara.
Al final lo habría hecho, lo sabía. Detestaba la forma en que se habían separado, él
confuso y colérico, ella huyendo. Había sido un error. Lo amaba, lo deseaba y
pensaba luchar por él. Si necesitaba aire, se lo daría, pero de ninguna manera
pensaba rendirse. O dejar que él se rindiera.
- 126 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
abriera la puerta antes de que los vecinos de la planta se pusieran histéricos. Las diez
y media de un domingo por la mañana es demasiado pronto para algunos.
Unos pasos sonaron sobre el suelo del interior del apartamento y en Gemma
brotó la esperanza. En sólo unos segundos se abriría la puerta y se encontrarían cara
a cara. Ya habría olido el aroma del café y las magdalenas, y aparecería con aquella
sonrisa torcida que ella adoraba invitándola a entrar. A media mañana, todo se
habría aclarado y estarían de nuevo uno en brazos del otro.
Se descorrió una cerradura. A Gemma se le encogió el estómago. Se
descorrieron dos más. Contuvo el aliento.
Se abrió la puerta y todo se vino abajo.
Allí delante, envuelta en la ropa de Sean, había una espectacular mujer cuya
húmeda melena rubia relucía acabada de salir de la ducha. Llevaba un teléfono móvil
en su mano y estaba muy enfadada.
—¿Sí? —preguntó impaciente la mujer. Tras ella, los graznidos de los pájaros
eran ensordecedores—. ¡Callad de una puta vez! —gritó antes de que su cara se
congestionara, sin que Gemma pudiera adivinar si era a causa del estrés o de la
irritación.
—Ummm…
—Sean no está —dijo la mujer bruscamente. De su mano cerrada salía el sonido
amortiguado de una vocecilla que gritaba por el teléfono—. Lo siento, ahora no
puedo hablar.
Asombrada, Gemma se quedó inmóvil. ¿Quién era aquélla? ¿Eran…?
Se alejó de la puerta. «Sean y otra mujer.» Se sintió como si una invisible mano
gigante le hubiera abierto el pecho para arrancarle el corazón y dejarlo suspendido
en el aire, herido y sangrando. Qué boba había sido. Abrumada, regresó al ascensor.
Afloraron las lágrimas cuando llegó a su rellano y lo recordó repletó de muñecos de
peluche, su soledad ahora era una burla para ella. Qué ingenua había sido aceptando
asumir el riesgo. ¿Por qué le había fallado su intuición?
Ya en su apartamento fue directamente a la cocina y tiró el café y las
magdalenas a la basura con toda su rabia. Podía oír las pisadas de la rubia, bum,
bum, mientras seguía discutiendo con quienquiera que fuera el que estaba al
teléfono. Puede que fuera Sean y que tuvieran un pelea de enamorados. «Mejor.» Se
menospreció por su mezquindad, pero no podía evitarla; ni quería odiarle, pero le
odiaba. Los odiaba a los dos. Se sentó en una de las sillas de la cocina, con la cabeza
entre las manos. ¿Y ahora qué? La necesidad de lamentarse, de sentirse desgarrada,
era muy intensa, pero se prometió que no sucumbiría. Nunca. Y nunca más
entregaría su corazón tan fácilmente. Si su fe le había enseñado algo, era que siempre
existe un motivo por el que las cosas suceden, aunque puede que el motivo no quede
claro durante un tiempo. Sabía que tras todo aquello se escondía una lección. Tan
sólo deseaba averiguar cuál era.
- 127 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 14
Dos días en el Blackfriar Inn habían sido suficientes para Sean. Paseando por los
bosques, mientras gozaba del aroma de los pinos y los huidizos rayos de sol que
teñían de colores las desnudas ramas de los árboles, había revivido una y otra vez la
secuencia del incendio. Le resultaba imposible huir del niño en el arcón. Cuando
salió para dar su último paseo antes de volver a casa, pensó en J.J. La había llamado
una vez para agradecerle que hubiera accedido a cuidar de sus pájaros. Había sido el
intercambio perfecto: J.J. había tenido un fin de semana sola, sin coste alguno, y él
había podido irse sin descuidar a Roger y Pete.
Inspiró profundamente dejando que el aire fresco le llenara los pulmones. Al
menos había tenido tiempo durante el fin de semana de pensar en Gemma. El ritmo
de su relación había sido inadecuado, también estaba lo de sus amigos y lo de la
brujería. Por una parte la envidiaba por mantener la libertad de ser quien era,
pasando de convencionalismos, abierta al mundo. Pero él no era así. Se le ocurrió una
fantasía, en la que él se disculpaba por la forma en que habían acabado las cosas y se
escuchó decir «espero que sigamos siendo amigos». Lanzó una amarga carcajada,
que resonó en el silencio del bosque ahuyentando una bandada de estorninos.
Recordaba que cuando una mujer se lo dijo a él pensó: «¡Que te jodan! ¿Acabas de
amargarme la vida y tienes las narices de pensar que quiero conservar tu amistad?
Piérdete.»
Pero quería que Gemma siguiera siendo su amiga.
Estar con ella era como abrir un libro nuevo de tu escritor preferido; no estabas
del todo seguro de lo que contenía, pero sabías que te iba a gustar. Estaba llena de
misterio y sorpresas, dulce e iconoclasta. Pero él era tóxico. Sabía que, por mucho que
deseara mantener algún tipo de contacto, no debía arrastrarla a su agujero negro.
Gemma merecía algo mejor. Siguió caminando haciendo crujir la hojarasca bajo sus
pies. Las últimas palabras que ella había pronunciado habían sido desinteresadas,
pidiéndole que se cuidara. Cerró sus ojos y le envió un mensaje. «Lo intento, Gemma,
de la única manera que sé. Por favor, perdóname.»
No la podría culpar si no lo hacía, no la podría culpar por nada.
- 128 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 129 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
«¿No es mejor esto que estar sentada en casa llorando?» Se preguntaba Gemma
mientras regresaba pedaleando a su casa después de dar una vuelta en bicicleta por
Central Park. Habían pasado menos de veinticuatro horas desde que había llamado a
la puerta de Sean y la realidad la había golpeado, aún se sentía bastante baja de
moral. Pero los increíbles poderes regeneradores de la madre naturaleza le ayudaban
y se sentía agradecida.
A diferencia de muchos neoyorquinos, Gemma no dejaba la bicicleta cuando
empezaba el frío. Hay algo revitalizante en envolverse de ropa en una fría mañana y
notar cómo el viento te golpea despertándote. Al entrar en su calle algo la frenó en
seco: allí, bajo el toldo de su edificio, estaba Sean con la esbelta rubia que había visto
vestida con su bata de baño. Clavó los frenos, que chirriaron hasta detenerla por
completo. Allí estaban, charlando animadamente, Sean luciendo una sonrisa
mientras se volvía para decirle algo a Tommy, el portero. Siguió mirando incapaz de
evitarlo. Sean paró un taxi y antes de que la mujer se introdujera en su interior, la
abrazó.
Gemma se quedó helada y todos sus sentimientos de mejoría se desvanecieron.
Había tenido una mañana agradable, había hecho algo saludable para sí misma
y ¿cómo la premiaba la diosa? ¡Golpeándola en la cara con la visión de su infierno
más íntimo! Sintió náuseas, le dio la vuelta a la bicicleta y pedaleó a toda velocidad
en otra dirección. Iría a ver a Frankie.
—¿Me tomas el pelo? ¿Se está tirando a una que se parece a Barbie Malibú?
Gemma asintió.
—Si quieres saber mi opinión, me parece ir muy deprisa. Debía de estar
rondándola antes.
Gemma hizo una mueca, odiando la predilección de Frankie por decir la cruda
verdad. Dicho de aquella manera, su relación con Sean parecía algo insignificante, un
simple blip en el radar de su vida. Miró a Frankie aparentando preparar dos
sándwiches de queso a la parrilla. La mayoría de las labores del día a día parecían
escapar a las habilidades de Frankie, entre ellas cocinar. No le cabía duda de que, si
pudiera, su amiga subsistiría con Coca-Cola light, cigarrillos y barritas dietéticas.
- 130 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 131 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 132 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 133 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 15
—Estoy tratando de decidir por qué motivo te odio más —le decía Gemma a
Michael mientras se dirigían desde el parking del Dante's hacia el restaurante—. Por
concertarme una cita con otro jugador sonado de hockey o por no llamarme para la
cita con el geriatra de Nonna.
—No te llamé porque no habrías podido ir de ninguna de las maneras —dijo
Michael, mientras le sostenía la puerta para dejarla pasar—. Era entre semana y en
horario de trabajo.
—Y además mi madre no quería que fuera, ¿verdad?
Michael se quedó callado.
—Lo sabía.
—Y en cuanto a Boris —prosiguió Michael cambiando de asunto—, te pregunté
si querías que te preparara una cita con uno del equipo y me dijiste que sí.
—Se sacó la dentadura a lo hora del postre, Michael. Me dijo que se sentía
cómodo conmigo.
—Pero está bien, ¿no?
—¡No lo sé! Puede, pero estaba concentrada en no mirarle las encías.
Michael aparentó sorpresa.
—¿Qué ha pasado con mi dulce prima abierta de miras que sentía amor y
compasión por todas las criaturas de Dios?
—La quemó un bombero. Pasemos a la siguiente pregunta, por favor.
Gemma pudo sentir una oleada de tensión al entrar en el salón del banquete en
el que ya estaba reunida el resto de la familia. Hacía años que era una bruja y se
podría esperar que lo tuvieran asumido, pero no: sólo tenía que aparecer y algunos
de sus familiares reaccionaban como si Satán se hubiera materializado. Era
descorazonador y por descontado molesto.
Como preparación para afrontarlo, Gemma se había dedicado toda la mañana a
cambiarle la letra a una canción de Sonrisas y lágrimas, transformándola en «¿Cómo
resolvemos un problema como el de Nonna Maria?». Nonna era el motivo por el que
todos ellos estaban allí: le habían diagnosticado la enfermedad de Alzheimer en un
estadio medio. Ya no podía seguir viviendo sola.
—Espero que esto no sea demasiado horrible —le confió Michael, mientras se
sentaban en la larga mesa con el resto de la familia.
Gemma se fijó en el mar de caras familiares que la rodeaba. Estaban todos los
que esperaba ver: su madre, su tía Millie, Theresa, Anthony y su mujer Angie, varios
primos con sus esposas. Su mirada se encontró con la de su madre y, por una
- 134 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 135 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Anthony soltó un bufido, clara señal de que su mujer había metido la pata.
Gemma cerró los ojos y se apresuró a visualizar un halo azul protector alrededor de
Angie. Lo iba a necesitar. Cuando los volvió a abrir vio a su madre lanzando una
feroz mirada a Angie desde el otro lado de la mesa.
—¿Has dicho lo que he creído oír que decías? —preguntó Connie Dante.
—Ma —la previno Gemma.
—Tú quédate al margen —le ordenó su madre, tajante. Dirigió una mirada llena
de desprecio de nuevo hacia Angie—. ¿Tú, que ni siquiera has nacido en esta familia,
sugieres aparcar a mi madre como si fuera un mueble que se deja en un almacén?
El corazón de Gemma apoyaba a Angie, mientras intentaba remediar las cosas.
—Yo no he querido sugerir…
—¿De dónde eres, guapa? —preguntó tía Millie interrumpiéndola.
Angie parpadeó confusa y avergonzada.
—Yo no…
—Quiere decir de dónde viene tu familia —le aclaró la madre de Gemma
repiqueteando sobre la mesa con sus afiladas uñas moradas.
—Oh. Como.
La tía y la madre de Gemma intercambiaron miradas de reconocimiento, como
si la geografía determinara la conducta. La voz de su madre sonaba maternal al
dirigirse de nuevo a Angie.
—Nosotras somos sicilianas, guapa. Quizá en el norte la gente se deshace de los
ancianos como si fueran un par de botas, pero eso no pasa en el sur. Los sicilianos
cuidamos de nuestros mayores.
—Norte, sur, ¿qué es esto, la maldita guerra civil? —preguntó Anthony
lastimosamente—. Concentrémonos en lo que vamos a hacer. —Gemma vio con
agrado cómo rodeaba el hombro de Angie con su brazo.
—Si de una cosa estamos jodidamente seguros es de que no la vamos a meter en
un asilo —afirmó la prima Paulie, mirando nerviosa alrededor de la sala para
asegurarse de que dar su opinión no era ser demasiado radical.
—Entonces ¿qué vamos a hacer? —preguntó Theresa—. La sugerencia de Angie
no era tan desacertada.
Disgustada, la tía Millie sacudió su cabeza mientras apagaba un cigarrillo.
—Otra con el asilo.
—No estoy diciendo que debamos meterla en un asilo —dijo Theresa firme—.
Sólo pregunto qué alternativa hay.
—Cuidarla en casa —respondió Michael como si fuera la cosa más evidente del
mundo.
—¿Quién? ¿Mikey? —prosiguió Gemma con calma—. ¿Vamos a alquilar el
mobiliario clínico que se necesita? ¿Qué?
—No puedo permitirme pagar una enfermera. —La prima Paulie parecía
horrorizada—. Me cuesta llegar a fin de mes.
—Quizá si probaras a no comprarte un maldito coche cada año, podrías ahorrar
—comentó Anthony.
- 136 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 137 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 138 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Y yo —añadió Theresa.
—Pues queda todo cubierto —dijo Michael claramente aliviado—. La reunión
se ha acabado; todo el mundo mangia.
—Déjame que te diga sólo una cosa: estás como una puta cabra.
Frankie chilló tanto que Gemma se hundió en su asiento mientras los otros
clientes del café se giraban para mirarlas. No había tenido suficiente con presentarse
con un collarín para atraer la atención, sino que encima ahora se ponía a vociferar.
—¿Quieres bajar la voz, por favor?
—¿Cómo demonios vas a llevar la tienda y ayudar a cuidar de tu abuela?
—Puedo hacerlo.
—¿De qué manera? No, espera, déjame adivinar. Tus poderes mágicos te
otorgarán el don de la ubicuidad.
—Ojalá.
—En serio, Gemma, no sé cómo vas a hacerlo. Estarás tan agotada que no
tendrás tiempo de vivir tu vida.
—¿Qué vida tengo de momento?
—No estamos hablando de eso —insistió Frankie—. Las dos sabemos por qué te
has ofrecido a hacerlo.
—¿Ah sí? ¿Por qué? —Gemma se sentía incómoda y cambió de posición.
- 139 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 140 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
sea.»
—Hablando de Lady Midnight, ¿has tenido noticias de Uther? —preguntó
Gemma.
No podía creer que alguien que seguramente había pasado la noche con más
estrellas del rock que Pamela des Barres se mostrara casi tímida.
—Sí.
—¿Y?
—Hemos quedado para ir a tomar una jarra de aguamiel el sábado por la noche.
—¡Es fantástico! —Estaba feliz por Frankie. Y también por Uther. Podría
ayudarla a superar al desgraciado de su ex marido—. Tu cuello estará bien para
entonces, ¿verdad?
—Eso espero. —Incapaz de girar el cuello debido al collarín, Frankie tuvo que
mover todo el torso para buscar a Stavros—. ¿Dónde está el hombre de la cafetera
cuando lo necesitas?
—Estoy segura de que aparecerá en un minuto.
—Hablando de hombres —dijo Frankie girando su cuerpo rígido hacia
Gemma—, ¿has visto a Sean?
—No, gracias a Dios. Estoy seguro que ha estado refugiado en su apartamento
pasándoselo bien con Barbie.
—¿Torturándonos otra vez?
—No es tortura —respondió Gemma sin afectarse—. Sólo son hechos.
Agradeció que Stavros las interrumpiera haciendo de la lesión de Frankie el
gran acontecimiento y contándoles un pormenorizado relato de su reciente operación
de hernia. No tenía ganas de extenderse en el asunto de Sean Kennealy.
- 141 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—¿Sean?
Sean miró desde el sillón de masaje de su padre y vio entrar a su madre en la
sala de estar. Se había quejado de que no se dejaba ver a menudo y decidió ir a pasar
el fin de semana en su casa de Oceanside.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí. Vuelve la cama, es de noche.
—Te podría decir lo mismo —señaló—. ¿Qué pasa? Antes te he oído hurgando
en la cocina.
—Sólo buscaba un poco de leche. Me sabe mal, no quería despertarte.
—Ya estaba despierta. —Su madre bostezó y recogió la falda de su batín para
sentarse en el sofá.
—¿Ah sí? —Sean encontró insólito que él y su madre estuvieran en danza,
despiertos a las tres de la madrugada, pero había olvidado que su madre padecía de
insomnio. Tenía muy presente el recuerdo de su infancia, cuando se levantaba para ir
al baño y se la encontraba en el salón frente a la parpadeante luz azulada de la
pantalla de la tele.
—¿Qué te carcome?
—La vida —respondió su madre.
—A ti y a mí. —Sean rio.
—¿Va todo bien con Gemma?
—Perfecto —mintió Sean. No quería tener una discusión con su madre a las tres
de la mañana.
—Me gusta —dijo ella pensativa—. Es auténtica, realista. Y guapa también.
—Se lo diré. —Sean se esforzó por sonreír.
—¿Estás seguro de que todo va bien? —insistió su madre incorporándose y
apoyando una mano en su rodilla—. Te olvidas de que soy una madre y eso quiere
decir que llevo incorporado una mierda de detector. ¿Qué está pasando?
Sean se encogió de hombros.
—Es sólo que, ya sabes —tosió nerviosamente y de repente le embargó la
sensación de que se le cerraba la garganta y que podía ponerse a llorar—, rollos del
trabajo. Pesadillas sobre el trabajo.
—Habla conmigo, cariño, venga. —Su madre se acercó y le acarició la mejilla.
—Eh, no, no puedo, de verdad.
—Sean…
—Casi dejo morir a una criatura. —Le salió de dentro, incapaz de callarlo
durante más tiempo—. Hubo un incendio y la cagué y casi muere un niño. —Se
sentía cautivado mirando los ojos de su madre—. Desde entonces no paro de pensar
en él, lo veo en todas partes.
—Oh, Seanny. —Su madre lo abrazó como si aún fuera su niño pequeño—. No
pasa nada.
- 142 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—¡Sí que pasa! —respondió Sean con voz ronca—. Parte de mi trabajo es ser
minucioso y fallé, le fallé al pequeño. —Rompió a llorar. Los sollozos le hacían
sacudir los hombros y se cubrió la cara con sus manos—. Dios.
Llorar le hacía sentirse mejor. ¿Cuál era la palabra? Catarsis. Y sin embargo un
pensamiento se entrometía mientras su madre lo abrazaba para calmarlo: «Me
gustaría estar diciéndoselo a Gemma, que fuera ella la que me abrazara. Joder, cómo
la echo de menos.»
Finalmente consiguió recuperar la serenidad y se separó.
—Me sabe mal —dijo bruscamente, avergonzado por haber perdido el control.
—No seas ridículo. Lo que te pasa es habitual. Tu padre solía reaccionar de la
misma manera.
—¿Sí? —Se sintió un poco mejor al oír aquello.
—Igual.
Se presionó la cuenca de los ojos con las yemas de los dedos.
—Estoy muy cansado, pero tengo miedo de que si me duermo…
—Creo que deberías hablar con alguien de todo esto —sugirió su madre,
sabiendo que se movía por un territorio delicado.
—Sí, lo sé —admitió sintiéndose desgraciado—. Pero ya sabes que no es mi
estilo hablar de las cosas en profundidad.
—Pero está afectando tu vida, Sean.
—Lo sé. —Un sentimiento de culpabilidad se apoderó de él cuando recordó la
última vez que había visto a Gemma. Le había dicho lo mismo, y la había cortado.
Ahora se daba cuenta de que ella no se había entrometido, ni había suplicado, que no
intentaba transformarlo en lo que no era. Al igual que su madre, había visto sufrir a
alguien que amaba y quiso hacer lo que fuera por aliviarle el dolor. Qué estúpido y
qué necio había sido.
—En el departamento hay terapeutas —prosiguió su madre con tacto—. Quizá
deberías probar.
—Puede que lo haga, Ma. Gracias.
Para su disgusto, se sentía embargado por la vergüenza. En el cuartel, los
muchachos mantenían la boca cerrada si necesitaban ayuda; ¿era una muestra de
debilidad no ser capaz de tragárselo y asumirlo «como un hombre»? Se preguntó si a
su padre le había dominado la misma actitud. Al recordar la sensación horrible de
volver a casa de la escuela y no saber de qué humor lo encontraría, supo que debía
hablarlo con alguien sin importar lo incómodo que pudiera hacerle sentir. De pronto,
lo invadió una sensación de agotamiento que le hizo sentirse confuso. No había
exagerado cuando le había dicho a su madre que tenía miedo de irse a dormir. Pero
ahora que había vaciado sus miserias, quizá vendría el sueño y podría descansar. Era
una buena madre, estaba agradecido de que le hubiera escuchado sin juzgarlo y se lo
dijo y pudo ver en sus ojos que la hacía feliz.
Pero deseaba haber sido confortado por Gemma.
- 143 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 16
Gemma tenía sólo veinte años la última vez que había dormido en casa de su
abuela, cuando buscó un lugar tranquilo después de una pelea con su madre. Habían
hablado hasta altas horas de la madrugada y deseó que Nonna fuera su madre.
Cuando era pequeña solía dormir allí a menudo, sintiéndose confortada por los
ronquidos de Nonna en la sala. Gemma sonrió al recordar lo feliz que era, sentada en
la cocina, con las piernas colgando, mientras su abuela preparaba tortitas de arroz.
Después iban a la iglesia y se sentía fascinada por los destellos multicolores de la luz
filtrándose a través de las cristaleras. Su abuela le decía que los rayos de sol eran los
dedos de Dios que bajaban para tocar la tierra. Eso también la reconfortaba.
Ahora estaba aparcando delante de casa de Nonna un domingo por la mañana
y le sorprendía encontrarse nerviosa por el día y la noche que le esperaban. Sabía que
debía estar pendiente de no comportarse de una forma diferente con su abuela, a
menos que la propia seguridad de Nonna lo hiciera indispensable. Aunque el
diagnóstico de Alzheimer era definitivo, todavía era la misma persona y merecía que
se la tratase con el mismo amor y respeto, no como si fuera una niña pequeña o una
vieja chocha. Rezaba para que todos en la familia actuaran de la misma manera.
Anthony, que insistía en seguir con la tradición de llevar a Nonna a la primera
misa en San Finbar, le abrió la puerta.
—¿Cómo va todo? —le preguntó su primo inclinándose para darle un beso en
la mejilla—. ¿Estaba bien el tráfico?
—Fluido a estas horas. —Se quitó la capa y le entró un temblor—. Esto parece
una cubitera.
—Nonna dice que hace calor.
—¿Dónde está?
—En la cocina tomando su clásico aperitivo de después de misa: espresso y
sfogliatelle. —Anthony fue a buscar su abrigo, que colgaba del respaldo del sillón—.
Ha estado bien en la iglesia, sabía dónde se hallaba y no se ha levantado
desorientada. —Se rio—. Pero al no reconocer al padre Clementine, se me ha
acercado y me ha preguntado en voz bastante alta «¿quién es ese gordo cabrón?».
—Lamento habérmelo perdido —dijo Gemma riendo de buena gana.
—Bella?
—Estoy aquí, Nonna, hablando con Anthony —gritó Gemma en dirección a la
cocina—. Voy en un minuto.
—¿Necesitas algo? —le preguntó Anthony, alzándose el cuello.
—Estoy bien.
- 144 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 145 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
rincones del tocador y en la cruz hecha de ramas de palma erecta sobre el otro. De
pequeña le asustaba toda la parafernalia religiosa de la habitación de su abuela,
convencida de que los ojos de las pinturas la seguían. Pero ahora su inmutabilidad la
tranquilizaba y apreciaba su valor como símbolos de una existencia profundamente
vivida en la fe.
Hundiéndose en la cama, Nonna se quitó los zapatos y las medias, antes de
dirigirse hacia el tocador para dejar sus joyas.
—¿Los quieres? —preguntó a Gemma sosteniendo los pendientes.
—¿Qué? —le preguntó Gemma arrugando la nariz.
—Quédatelos —insistió Nonna—. Prefiero vértelos lucir mientras aún estoy
viva.
—Gracias. —Gemma cogió las lágrimas de marcasita y se las puso en el bolsillo.
No tenía intención de quedárselas, segura de que algunos miembros de la familia la
acusarían de limpiar la casa de Nonna mientras todavía estaba viva. Además, podía
no ser plenamente consciente de lo que hacía y al día siguiente igual querría ponerse
aquellos mismos pendientes. ¿Y entonces qué?
Suspirando con fuerza, Nonna asió los bajos de su falda para sacarse el vestido
por la cabeza. Al ver las piernas desnudas de su abuela, Gemma se impresionó al
observar tantos bultos en la carne fofa cruzada por un entramado de varices y
venitas. «Algún día yo estaré así —pensó y se le llenó el corazón de ternura—. Todos
estaremos así.»
Nonna se había subido el vestido hasta el cuello hasta cubrirse la cara.
—Socorro —gritó con la voz amortiguada por la ropa—. Algo me tiene
aprisionada.
Alarmada, su nieta acudió en su ayuda. Los corchetes que cerraban el cuello del
vestido se habían enganchado en una cadena que Nonna llevaba colgando y Gemma
los separó con mucho cuidado. Entonces vio que el amuleto que sostenía la cadena
era la cimaruta, un antiguo talismán pagano usado tradicionalmente para protegerse
del mal de ojo. Se fijó en él, en Italia era conocido como el símbolo de las brujas. Sus
tres ramas principales representaban los tres aspectos de la diosa Diana: como
doncella, madre y anciana. Cada rama sostenía otros símbolos: un pez, una mano,
una llave y una media luna, todos ellos con un significado específico.
—¿De dónde has sacado la cimaruta? —le preguntó mientras la ayudaba a
sacarse el vestido.
—Ah —dijo Nonna, señalando el hermoso colgante de plata—. ¿Te gusta?
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó de nuevo—. ¿Cuánto hace que lo
tienes?
—Ése es mi secreto —dijo dándose la vuelta y esbozando una sonrisa casi
imperceptible.
Gemma no podía dejar de mirarla mientras Nonna se dirigía al armario para
sacar unos pantalones y una blusa. «¡Es una bruja. Lo sé, puedo sentirlo!», pensó
emocionada, pues significaba que los ritos antiguos eran parte de su ancestros. Ella
no era un bicho raro. ¡Lo llevaba en la sangre! ¿Qué diría su madre de aquello?
- 146 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Mientras tanto Nonna se había puesto los pantalones, pero sus dedos dudaron
cuando tuvo que abotonarse el cuello de la blusa. Gemma observó y esperó,
pensando que quizá quisiera ponerse otra cosa. La anciana se miró la blusa abierta y
luego a Gemma con una mueca de perplejidad en la cara. «Dios mío, no se acuerda
de cómo se abrochan los botones.»
—Venga, déjame —le dijo con calma. Poco a poco, le abrochó la blusa con
cuidado—. ¿Mejor?
—Mejor —repitió Nonna claramente aliviada y mirando indecisa a su nieta—.
¿Te importaría cepillarme el pelo?
—Me encantaría.
Gemma observó a su abuela sentarse ante el tocador y soltarse la goma plateada
del pelo. Tomó el recio cepillo de crin de caballo que Nonna había tenido desde que
ella podía recordar y empezó a peinarla. Su abuela cerró los ojos y pareció dejarse
mimar por la agradable sensación. Cuando los volvió a abrir se encontró con la
mirada de Gemma reflejada en el espejo del tocador.
—Tú y yo nos parecemos mucho —le dijo su abuela.
Gemma se inclinó hacia ella y posó su mejilla contra la más vieja y
apergaminada de su abuela.
—Lo sé —le susurró Gemma.
Sean no sabía qué podía encontrarse. Fue una agradable sorpresa ver que la
unidad de asistencia era una oficina como cualquier otra, con revistas antiguas
cubriendo la mesita de la sala de espera y un mobiliario que había conocido tiempos
mejores. Tenía una cita para hablar con el teniente Dan Murray, que había
completado sus veinte años de servicio en el departamento y ahora dedicaba todo su
tiempo a trabajar como asesor. A Sean le cayó bien de inmediato: patizambo, barriga
de cerveza y un gran bigote blanco de estilo daliniano, le recordó a una amistosa
morsa parlante. Su tono era afable pero mostraba preocupación.
—¿Qué puedo hacer por ti?
Con la máxima brevedad que pudo, Sean le explicó todo lo que le había
sucedido desde el incendio de la casa de obra vista. Murray le escuchaba
atentamente y le animaba a seguir, asintiendo con la cabeza. La narración de Sean no
pareció sorprenderle o afectarle, ni incluso cuando le contó los detalles de cómo,
paseando por la calle, le había faltado la respiración al ver un arcón en el escaparate
de una tienda de muebles.
—Se llama un disparador —le explicó Murray— y es muy común después de
un incidente traumático. Algo visual, un olor particular, un sonido, cualquier cosa
puede devolverte a la escena del incendio y entonces aparecen esos sentimientos
relacionados: culpabilidad, dolor, miedo y todos los que te quieras imaginar.
—Muy bien, pero ¿qué puedo hacer?
—Lo que estás haciendo exactamente: hablar. —Murray se recostó en el
respaldo de la silla—. Cuando me llamaste ayer quise informarme sobre ti. Tienes un
- 147 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
historial intachable, Sean, y sé por lo que estás pasando: una metida de pata borra
todos los «buen trabajo, tío» de muchos años. ¿Verdad?
Sean asintió, aliviado de que Murray comprendiese exactamente cómo se sentía.
Él mismo no podría haberlo explicado mejor de haberlo intentado.
—Bien, voy a tratar de ayudarte con ello. Has tomado un primer paso muy
importante, que es plantar aquí tu culo y abrir la boca. Lo demás es pan comido,
relativamente.
—Tengo problemas para dormir —confesó Sean.
—También es habitual. No te preocupes, no te dejaré salir por esa puerta sin
enseñarte técnicas para superarlo. ¿Estás familiarizado con la respiración abdominal?
¿Visualización? ¿Meditación?
Sean rio.
—¿Qué te resulta tan divertido?
—Nada. Sólo que estuve saliendo con una chica que practicaba todo esto y me
burlaba de ella, eso es todo.
—Bueno, ella debía de saber algo, pero la clave es averiguar qué funciona para
ti. En un momento u otro todos los muchachos del departamento han pasado por lo
que tú estás pasando. Y el que diga lo contrario miente. Y ahora háblame del
incendio.
Al día siguiente Gemma tenía ganas de llegar al trabajo para investigar un poco
sobre la cimaruta. ¿Cuánto tiempo hacía que Nonna la llevaba escondida bajo su
ropa? Sabía que cada uno de los símbolos que colgaban de las ramas tenía un
significado, pero no los recordaba. Ahora, emocionada por la posibilidad de que su
amada matriarca de la familia pudiera ser conservadora de las «viejas tradiciones»,
Gemma deseaba saber todo lo posible sobre el medallón de dos caras. Se sentía como
un soldado abasteciéndose de munición: la próxima vez que su madre le echara en
cara ser una bruja podría responderle que su propia madre también lo era y
mostrarle las pruebas.
Estar veinticuatro horas con Nonna había sido mucho más cansado de lo
Gemma había previsto. A ratos se comportaba como la diablilla de siempre y habían
reído mucho juntas. Pero se volvía irascible en cuanto la tarea más simple, como por
ejemplo coger el tenedor, la superaba. Hacia las tres de la madrugada la oyó trastear
en la cocina, bajó las escaleras y llegó justo a tiempo de impedir que saliera por la
puerta trasera en la noche helada, vestida sólo con el camisón de dormir. Para
vigilarla mejor, pasó el resto de la noche junto a la anciana en la otra mitad de la
abollada y vieja cama. No pudo dormir demasiado porque su abuela parecía estar
más agitada por la noche. Por suerte, cuando su madre llegó para sustituirla, Nonna
había agotado sus reservas de energía y dormía profundamente.
Por lo tanto, Gemma estaba cansada pero animada cuando giró por la calle
Thompson. Su humor cambió al ver a Uther y tres hombres más, parados delante de
la tienda vestidos con ropajes medievales. Uther llevaba su cota de malla y un casco
- 148 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
de peltre que parecía un cuenco invertido y sostenía en su mano izquierda una larga
alabarda. Los otros vestían medias borgoña y justillos de piel, además uno llevaba un
bonete metálico en forma de calavera y los otros dos, bonetes de fieltro de los que
colgaban largas plumas. Todos los compinches de Uther portaban sendas aljabas de
flechas colgadas del hombro. Por un momento Gemma pensó en dar la vuelta y salir
corriendo, pero era demasiado tarde: Uther la había visto y la saludaba
ostensiblemente agitando el brazo. Además, ella tenía un negocio que llevar.
—¿A qué debo el placer? —dijo dulcemente, aunque inmediatamente se
arrepintió de la frase escogida. Debía que haber dicho «¿Qué hay?». Ahora Uther
tenía carta blanca para dirigirse a ella como si estuvieran en Camelot.
—Deseaba presentaros a algunos de mis compañeros de recreación, buena
señora. Están ansiosos por conoceros desde el momento en el que les narré grandes
relatos de vuestra destreza con el tarot. He pensado que si nos vierais vestidos con
nuestros ropajes de Agincourt, tal vez estaríais tentada a asistir a nuestro próximo
encuentro. Tenemos gran necesidad de damiselas a las que rescatar…
—O de compañeras de campamento —añadió el hombre con el bonete en forma
de calavera.
Gemma no tenía ni idea de lo que era una compañera de campamento, pero no
podía ser nada bueno si la mirada asesina que Uther le lanzó poseía algún
significado. Asintió tratando de parecer educada.
—¿Hay algo que pudiera leer? Puede que sirviera de ayuda.
—Está todo aquí —dijo Uther golpeándose con un dedo una de sus sienes.
«Perfecto», pensó Gemma y puso la llave en la cerradura.
—Me lo pensaré, gracias por venir. Y adiós. —Empujó la puerta para abrirla,
esperando que se fueran, pero la siguieron al interior.
—¿Qué estáis haciendo, Uther?
—Quiero que vean la tienda.
Gemma se frotó la nariz.
—Me parece bien, pero si vais a echar una ojeada os sugiero que dejéis vuestras
armas detrás del mostrador.
—¿Por qué?
—Porque podrían atemorizar a los clientes.
—Oh.
Uther y sus amigos la siguieron obedientes hacia el mostrador escondiendo el
armamento por seguridad. Gemma empezaba a preguntarse si a Uther le faltaba un
tornillo. Mientras, sus amigos revoloteaban por los pasillos hablando entre ellos de
una forma que la ponía los nervios flor de piel.
—«¡Paréceme ver un libro de tradiciones de hadas!» «Vive Dios, un asiento
blando para poder poner mi botín!» —Gemma cogió a Uther de la cota de malla y lo
retuvo.
—¿Cómo fue tu cita con Frankie? —Aún no había tenido ocasión de hablar con
su amiga.
—Un caballero que besa no lo explica.
- 149 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Puede explicar sólo un poco. ¿Os lo pasasteis bien? ¿Habéis quedado otra
vez?
—Ajá —aclaró Uther mostrándose satisfecho.
—Me alegro —le dijo. Se sentía liberada de un peso. Le pellizcó ligeramente en
un brazo antes de ir al encuentro de sus amigos.
No le importaba que estuvieran en la tienda, pero cuando un cliente potencial
entró y se fue, y luego otro y un tercero, supo que debía pedirles que se fueran.
Aparentemente, los compradores no apreciaban las cotas de malla, los bonetes de
calaveras ni los justillos. Se preguntó si su madre la veía tan extravagante a ella como
los clientes que huían del Golden Bough parecían encontrar a Uther y a sus amigos.
Había sentido el primer síntoma del peor dolor de cabeza de su vida minutos
antes de permitir que Uther y los suyos entraran en el Golden Bough y pensó que
desaparecería con ellos. Pero se equivocaba. Ahora sabía que cuando llegara Julie, la
dependienta a tiempo parcial, hacia las cinco, iría al Duane Reade más cercano a
comprar aspirinas. Odiaba meterse cosas así en el cuerpo, pero aquel dolor de cabeza
era malo. ¿Cómo se las había apañado Theresa con las migrañas? El despiadado
martilleo en sus sienes le hizo sentir un mayor respeto por la mujer de Michael.
Agotada por el dolor, abrió la pesada puerta de cristal de Duane Reade. La
iluminación artificial era excesiva y los estrechos corredores estaban repletos de
clientes. Guiada hacia las estanterías de analgésicos por una adolescente con los
pantalones tan caídos que parecía a punto de perderlos, se enfrentó con hileras e
hileras de cajas parecidas, todas prometiendo calmarle el dolor y acabar con el
espasmo. ¿Ya no quedaba nadie que se tomara una simple aspirina? Le llevó su
tiempo, pero al final las encontró en la estantería más próxima al suelo.
Agarrada a su preciado botín, se dirigió hacia la salida de la tienda y se sintió
consternada al ver una sola cajera atendiendo el mostrador. Se puso a la cola y cerró
los ojos. «Por favor, diosa, no dejes que esto dure demasiado. Sólo quiero tomarme
mi medicina y meterme en la cama.»
Abrió los ojos, resignada a pasar los quince minutos siguientes en una tienda
abarrotada, en la que hacía un calor excesivo. Desesperada por matar la espera
estudió su alrededor. Y entonces lo vio: era el calendario del FDNY del 2006. Con las
navidades a la vuelta de la esquina, todos los calendarios del año siguiente estaban
ya expuestos.
Diciéndose a sí misma que no era más que curiosidad, cogió el que le quedaba
más cercano en la estantería y lo empezó a hojear. El bombero escogido para el mes
de febrero estaba bastante bien, rubio y de piel reluciente, era el encargado de las
botellas de aire en un cuartel del Upper East Side. El de abril no era su tipo, estaba
demasiado musculoso, demasiado perfecto, un Ken hecho realidad. Pasó mayo,
junio, julio y llegó a agosto. Su corazón dio un brinco: el bombero fotografiado era
Sean.
Se le subieron los colores a la cara mientras estudiaba la imagen del hombre que
- 150 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
tan arrebatadoramente la había seducido, para rendirse luego ante el primer asomo
de dificultad. La foto no hacía justicia al penetrante azul de sus ojos, ni captaba
adecuadamente su infantil sonrisa torcida. Pero ése era su cuerpo, sin duda. El
mismo que la había abrazado tan fuerte y con tanta soltura se había movido en su
interior. Se tragó las lágrimas y cerró el calendario de golpe.
—¿Puedo verlo? —La mujer que la seguía en la cola elevó la voz—. Ese tío está
muy bueno.
Gemma le dio el calendario y se volvió encarando la salida de la tienda.
Hubo un tiempo en el que habría pensado que encontrar por casualidad la
imagen de Sean era un presagio. Pero ya no creía en presagios, ni en coincidencias, ni
siquiera en el destino. No es que no quisiera, es que no se lo podía permitir.
Resultaba demasiado doloroso.
- 151 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 17
La ironía en las palabras de J.J. le golpeó minutos más tarde, cuando salían del
ascensor en la portería de su casa y se encontraron cara a cara con Gemma. Notó
cómo se quedaba sin palabras y se sintió incómodo, además de preocupado: parecía
agotada, tenía ojeras alrededor de sus dulces ojos marrones y era patente que su
- 152 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 153 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 154 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
por ti, pero estaba peleándome por teléfono con Chris y sólo le respondí que no
estabas y cerré la puerta. Lo había olvidado hasta hoy, lo siento.
Sean lanzó un sonido como el de un alce moribundo y se cubrió la cara con las
manos.
—Oh, mierda.
Cuando las bajó, miró incrédulo a J.J., que se hundió en su asiento.
—Te habría agradecido que me lo hubieras dicho antes, la verdad.
—Lo sé. Y lo siento mucho, mucho.
—No es culpa tuya —suspiró Sean—. Bueno, lo es, pero ahora ya no hay nada
que se pueda hacer. —Golpeó la mesa con sus puños, sobresaltando a J.J.—. ¡Mierda!
—Hay algo que sí puedes hacer —propuso indecisa—. Ve a hablar con ella y
dile que la echas de menos. Ruégale que te perdone y pídele para salir otra vez.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Por que sin duda me odia. Casi no soportaba estar hablando conmigo y ahora
ya sé por qué.
—Me parece que has dicho que te había preguntado cómo te encontrabas.
—Lo ha hecho.
—Las mujeres no preguntamos cómo estás si deseamos verte muerto.
—No conoces a Gemma. Es agradable con todo el mundo. Si se encontrase con
Bin Laden a su lado en el ascensor hablaría con él sobre la yihad. Es su forma de ser.
—No sé qué decir. La dejaste ir y ahora quieres que vuelva y sólo hay una
forma de que eso ocurra: discúlpate.
—Sí, pero…
—¿Pero qué? —preguntó J.J. con calma—. No hay que ser ingeniero aeronáutico
para entenderlo, por amor de Dios.
—No, pero es complicado —dijo con una mueca—. No sé si te puedes haber
dado cuenta en esos pocos segundos, pero no es la típica mujer de un bombero.
—¿Se puede saber qué significa eso? —J.J. estaba consternada.
—Ya te he hablado de la noche que salimos con algunos de mis compañeros del
cuartel. Fue un desastre.
—Vale, déjame ver si lo entiendo bien. —J.J. dejó su tenedor—. ¿Echas de
menos a Gemma, pero estás dudando pedirle que vuelva porque unos cuantos
imbéciles con los que trabajas creen que es un poco excéntrica?
—Supongo —murmuró Sean.
—Entonces eres un imbécil.
—Vale, gracias.
—Querías saber lo que pensaba y aquí lo tienes. No quiero ofender a nadie,
pero ¿a quién caray le importa lo que esos tíos piensen de Gemma? Lo importante es
lo que pienses tú.
—Me van a putear, J.J. Ya lo han estado haciendo.
—¡Pues devuélveselo! Nos puteamos unos a otros por lo que sea. Si no es a
causa de Gemma será otro el motivo. Esto es ridículo, Sean. ¿Es Leary o esos otros
- 155 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
patanes a quienes vas a encontrarte cuando llegues a casa después de un largo día de
trabajo? ¿Te van a dar una familia? Crece de una vez, ¿quieres? Ya sé que te costó
mucho que te aceptaran, pero lo conseguiste. Cualquier cosa que te puedan decir
ahora son sólo bravatas. Y si no lo son, entonces creo que debes buscarte nuevas
amistades, la vida es demasiado corta para andar dándole vueltas a estos rollos —
concluyó con voz ahogada.
Sean pensó que le había pasado la comida por el lado contrario, pero enseguida
se dio cuenta de que empezaba a llorar.
—Hey. —Tomó su mano encima de la mesa—. ¿Estás bien?
—Déjalo —dijo sorbiendo las lágrimas y apartando la mano—. Es que tiene que
venirme la regla.
—Y una M.
—Vale, pues no. Es mi relación con Chris. Si Gemma te hace feliz ve a por ella.
—No sé si puedo darle lo que ella quiere, al menos de momento.
—Pues entonces ofrécele lo que puedas y espera a ver qué hace. Si te dice que te
pierdas, al menos sabes que lo has hecho lo mejor que podías. —Se secó las lágrimas
y echó una ojeada por el restaurante—. ¿Dónde está ahora Dodge? Necesito un vaso
de agua.
—Janucz, disculpe.
Sean trató de no parecer avergonzado ante el encargado del edificio por haberlo
despertado bruscamente. Estaba roncando tan profundamente que Sean había
podido oírlo cuando se acercaba por el pasillo. Por lo tanto, no le había sorprendido
encontrarlo dando cabezadas contra su pecho y con los pies encima de la mesa en su
pequeña oficina del sótano.
—Sean, Sean, ¿cómo está usted? —El corpulento polaco le indicó que entrara—.
¿En qué puedo ayudarle?
—Necesito un favor. Muy grande.
—Por usted lo que sea.
El cumplido le hizo sonreír. Los empleados y los demás vecinos del edificio
estaban encantados de compartir techo con un bombero. Pensaban que, de alguna
manera, estaban más seguros. Sean nunca había sacado partido de su posición, pero
para todo hay una primera vez.
—Necesito que entre en el 5° B cuando el inquilino no esté en casa y deje esto.
—Salió un momento y le mostró una gran caja envuelta.
—¿Qué es eso? —preguntó intrigado.
—Un regalo.
—¿Y usted quiere que Janucz lo ponga en el 5° B? ¿Falconetti?
—Ya no es Falconetti, pero sí.
—¿Por qué?
Sean se asombró de que le diera un poco de vergüenza el sólo hecho de
explicarlo.
- 156 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 157 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Gemma:
¿Podemos quedar en el Starbucks de la esquina mañana a las ocho de la noche?
Necesito hablar contigo, de verdad.
Sean.
Gemma apretó la nota contra su pecho con la respiración alterada. «Oh, Dios
mío. ¿Es posible que quiera pedirme perdón? ¿Puede que quiera que volvamos a
estar juntos?» Casi incapaz de pensar, se levantó de suelo y se apresuró hacia el
teléfono, marcando el número de Sean.
Y entonces se acordó.
Nonna.
Caray.
Colgó. Al día siguiente era miércoles, una de las noches que tenía que cuidar de
Nonna. No tenía manera de evitarlo a menos que la intercambiara con su madre o
una de sus tías. Ya podía escuchar a su madre: «Sólo la has cuidado una vez y ya
estás cambiándolo todo, tocándole las narices a todo el mundo», bla, bla, bla. Pero se
trataba de Sean. Sean. El hombre cuyos ojos se le habían aparecido en la primera
- 158 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
ocasión que había realizado un hechizo de amor para ella misma. El hombre que
amaba a su familia y al que le gustaba pasear por la playa en invierno.
El hombre al que amaba.
Acurrucada, marcó el número de su madre. Lo cogió al tercer tono con voz
cansada.
—¿Diga?
—Mamá, soy Gemma.
Hubo un silencio.
—¿Mamá?
—Estoy aquí.
—Yo… he de pedirte un favor.
Más silencio. Profundo, resentido.
—¿Cuál es?
—Necesito saber si podrías cuidar de Nonna mañana por la noche.
—¿Por qué?
Gemma dudó. ¿Debía decirle la verdad? ¿Y por qué no?
—Tengo una cita.
—¿Con quién? ¿Un brujo?
—Un bombero —respondió Gemma ignorando la indirecta—. Esperaba que
pudieras cuidarla mañana y yo la cuidaría el jueves. Sería un intercambio.
—Mañana por la noche tengo reunión con el grupo de viudas.
Gemma hundió las uñas en su brazo.
—Sólo será una noche, te lo prometo mamá.
A juzgar por el suspiro de su madre, Gemma pensó que parecía que le estuviera
pidiendo que pacificara el Oriente Medio. «¡Estamos hablando de cuidar a tu madre
una noche!», deseó gritarle Gemma. Se tomó su tiempo y esperó.
—Supongo que podría —respondió finalmente su madre—. O que fueran Millie
o Betty Anne.
—Te lo agradezco mucho, mamá.
Escuchó un gruñido de reconocimiento. Y lo que vino después.
—Espero que no hagas de esto una costumbre, Gemma, porque no está bien, y
menos avisando con tan poco tiempo. No eres la única que tienes una vida.
—Lo sé. —Gemma se tragó su enfado—. Y lo valoro, pero son circunstancias
excepcionales.
—¿Ah, sí? —Su madre sonaba cáustica—. ¿Y cuáles son?
—Pues que los bomberos tienen un horario muy complicado. Si no lo veo
mañana, pueden pasar semanas antes de que volvamos a estar libres los dos.
—Ah. —Parecía que lo tomaba en consideración—. ¿Estás segura de que
quieres salir con un bombero?
—¿Y por qué no?
—Porque pueden morir cumpliendo con su trabajo. Como tu padre.
Gemma se sobresaltó. Nunca había conectado la muerte de su padre mientras
trabajaba en un edificio en construcción y su desesperado miedo por Sean.
- 159 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Sé que ponen sus vidas en peligro, mamá, pero es un riesgo que estoy
dispuesta a asumir.
—Bueno, espero que sepas lo que haces.
—Sé lo que hago.
—Perfecto, entonces ya tienes sustituta.
Gemma separó las uñas de su brazo. «Pregúntame cómo estoy —pensó
anhelante—. Habla conmigo.» Pero su madre se quedó en silencio.
—Magnífico. —Gemma observó la media luna que se había infligido en la
piel—. Ya hablaremos, mamá. Y gracias otra vez.
—De nada —respondió su madre colgando el teléfono.
Gemma separó el auricular de su oído y lo observó, como si no pudiera creerse
que estuviera allí, sentada, escuchando la señal de tono. Pero lo estaba. La
conversación con su madre había acabado y había sido dolorosa pero había
conseguido lo que quería.
Sólo quedaba una cosa por hacer. Llamó a Sean.
- 160 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 18
«Sólo falta una hora para que hable con Gemma.» Ése era el único pensamiento
que ocupaba la cabeza de Sean mientras ayudaba a dos novatos a limpiar la cocina
del cuartel. Teóricamente no estaba obligado a ayudarles, pero tenía tantas energías a
causa de la ansiedad que se habría arrancado la piel a tiras si no se hubiera ocupado
en algo.
Había sido un gran alivio regresar a casa tras visitar a unos amigos y encontrar
parpadeando la luz roja de su contestador automático. Y además oír la voz de
Gemma en la cinta…
- 161 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
con una cursilada de postal. Casi me muero. He disimulado asegurándole que tenía
algo especial planeado para esta noche. Tengo que apresurarme para ir a la zona de
las joyerías y escoger algo y después llevarla a cenar a la luz de velas o mi culo va
arder, amigo mío. ¿Puedes cubrirme?
Sean respiró profundamente y resopló.
—Seguro. —No le quedaba alternativa. Era parte de las normas: cuando alguien
te pedía que le cubrieras por un buen motivo, te adaptabas, especialmente si eras
soltero y tenías más libertad. Bien sabía que Sal lo había suplido a él unas cuantas
veces y se lo había pedido a última hora. Tenía que cambiar su cita con Gemma.
—¿Gemma?
—No, soy Julie. —La voz de mujer joven al otro lado de la línea tenía un tono
de sospecha—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Julie, mi nombre es Sean Kennealy. Soy amigo de Gemma. Habíamos
quedado a tomar un café, pero he de quedarme a trabajar y no voy a poder ir.
Gemma no aparece en la guía de teléfonos y no llevo encima su número, ¿me lo
podría dar, por favor?
—No puedo dar el teléfono de mi jefa —se burló Julie.
La mano derecha de Sean se dobló lentamente hasta cerrarse en un puño.
—¿Le importaría entonces llamarla a su casa y dejarle un mensaje de mi parte?
—No hubo respuesta—. ¿Julie?
—Un momento, tengo un cliente.
Sean se retorció de indignación mientras Julie, que obviamente llevaba el
Golden Bough en sustitución de Gemma por las noches, dejaba violentamente el
auricular sobre el mostrador. Mala suerte no encontrar a Gemma y mala suerte que
no saliera en el listín, sólo le pasaba a él. Podía oír la lejana voz de Julie indicándole a
alguien dónde podía encontrar los libros sobre la magia con velas. Un segundo
después Julie estaba de nuevo al aparato y su voz a todo volumen interrumpió la
cantinela que Sean se repetía en su mente, que decía así aproximadamente: «Por
favor, por favor, por favor di que sí.»
—Perdone, ¿qué estaba diciendo?
—¿Puede dejar un mensaje en el contestador de Gemma de mi parte? —Julie
dudaba.
—Le puedo dejar un mensaje aquí de que ha llamado. Pero me resulta
incómodo dejarle un mensaje en su casa cuando no sé nada de usted.
Sean cerró los ojos y golpeó suavemente tres veces la pared de cemento con la
frente antes de volver a hablar.
—Es una emergencia, ¿vale?
—Lo siento pero no puedo ayudarle. —Julie fue lacónica—. Lo único que puedo
hacer es dejar un mensaje aquí y ella lo verá mañana.
—Muy bien —respondió Sean bruscamente—. Dígale que Sean ha llamado y
que necesito aplazar nuestra cita en el café porque tengo una guardia doble en el
- 162 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Gemma podía perdonar que alguien llegara tarde un cuarto de hora. Después
de todo no puedes saber si el metro va a ir con retraso o si el autobús va encontrar un
embotellamiento. Incluso media hora es excusable si las circunstancias son
excepcionales. Pero ¿tres cuartos de hora? Observando su chai latte, Gemma se
preguntaba si podía calificarse como totalmente patética por haber esperado tanto
rato a Sean.
El universo respondió con fuerza: sí.
Apuró la taza, la tiró a la basura y salió. ¿La habían plantado alguna vez antes?
Rastreó en su memoria. No… espera… sí. Segundo año de la universidad,
Nochevieja, aquí, en Manhattan. Zev Greenberg, estudiante de cine en la
Universidad de Nueva York que le hacía tilín, prometió llamarla cuando acabara
unos planos para quedar en Times Square y besarse apasionadamente mientras
descendía la bola. Nunca la llamó. Gemma celebró el año nuevo metiéndose en la
cama de Frankie y explicándole todas sus penas.
Hombres.
Por supuesto que era factible que algo hubiera ocurrido. Pero, en ese caso, ¿por
qué no había llamado? Quizá lo hubiera hecho y al llegar a casa encontraría un
mensaje suyo. Empezaba a aceptar que tal vez empezaba a ser el momento de entrar
en el siglo XXI y comprarse un teléfono móvil. Hasta aquel momento se había
resistido porque la idea de que cualquiera pudiera localizarla en todo momento le
- 163 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
horrorizaba. Pero empezaba a darse cuenta de que la telefonía móvil tenía algunas
ventajas. Por ejemplo, podía evitarte la humillación de esperar durante cuarenta y
cinco minutos en Starbucks mirando a la nada.
A pesar de no creer en los presagios, al menos en lo que a Sean se refería, sus
entrañas le decían que había sido una idiota por no considerar el hecho de que él no
se hubiera presentado como un signo divino de que aquello no debía suceder. Lo que
ella quería y lo que el universo consideraba ser lo mejor para ella eran claramente
dos cosas diferentes. ¿De qué otra manera podía explicarse aquel continuo
desencuentro entre las expectativas y la realidad?
Se acercaba a su edificio con miedo. Cualquier mujer a la que han plantado
tiene el lujo de dormir en su casa y pasar desapercibida mientras se lame las heridas
en privado. Pero ella no. Gemma siempre corría el riesgo de toparse con Sean.
Pesimista, se apresuró a entrar y se dirigió a su piso convencida de encontrar un
mensaje de Sean. Pero no había ninguno. Sin embargo había un mensaje de su tía
Millie, presa del pánico porque no podía encontrar la medicación de Nonna. Gemma
la llamó y al final se ofreció para ir a Brooklyn a pasar la noche. ¿Por qué no? De
todas maneras, lo suyo no era vida.
Sean se cubrió la cabeza con las manos tras colgar el teléfono después de llamar
a casa de Gemma y escuchar de nuevo el contestador. Estaba evitando sus llamadas
deliberadamente. ¿De qué otra manera se podía explicar que no hubiera podido
encontrarla durante la noche del jueves? ¿Ni durante todo el domingo? ¿Ni el
domingo por la noche? Ella misma se definía como una mujer hogareña. Seguro que
estaba en casa y no quería hablar con él.
Sabía que podía dejarle un largo y pesado mensaje, explicándole todo sobre Sal
y la guardia de veinticuatro horas, pero odiaba a la gente que verborreaba sin cesar a
- 164 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 165 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 166 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 167 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 168 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
ascensor.
Frankie se compadeció.
—Lamento que no funcionara, cielo. De verdad.
—Si hubiese tenido que ser, habría sido. —Sonrió tristemente—. Tal vez en mi
próxima vida.
Frankie apoyó la barbilla sobre la palma de la mano y suspiró.
—En mi próxima vida quiero sentirme atraída por un hombre maravilloso y
estable, que tenga mucho dinero y que siempre sea un portento en la cama.
—Buena suerte. —Gemma apuró su taza de café y se levantó.
Frankie la miró alarmada.
—¿Adónde vas?
—Si no me voy ahora, llegaré tarde a Brooklyn. —Se puso la chaqueta.
—Dios mío, Gemma. No estabas bromeando al decirme que podías estar
conmigo media hora como mucho.
—No, no lo estaba —dijo taciturna—. ¿Me llamarás, verdad?
—Claro. Te llamo mañana.
—Me parece bien. —Gemma se apresuró hacia la puerta.
Estaba a medio camino de Brooklyn cuando se dio cuenta de que había
olvidado pagar el café.
- 169 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 170 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
«No puedo seguir así durante mucho más tiempo. La quiero mucho, pero me
siento como si estuviera perdiendo la cabeza.»
Al entrar en su edificio, Gemma fantaseó con dejarse caer en uno de los sofás de
la entrada. Así de exhausta se sentía.
Había pasado un día y una noche horribles en casa de su abuela. La lucidez de
Nonna se desvanecía y cada vez vivía más en su propio mundo. La tendencia a
repetir una y otra vez la misma pregunta provocaba que a Gemma le entraran ganas
de gritar, pero sabía que su abuela no podía evitarlo; al igual que ella no podía evitar
que la extenuación y la frustración se estuvieran adueñando de su vida. Frankie tenía
toda la razón. Estaba loca por cargar con todo aquello al mismo tiempo que llevaba
su negocio. Gracias a Dios, había tenido la lucidez de pedirle a Julie que abriera
aquella mañana. Ella iría después de comer, tras tomar una ducha, cambiarse y tal
vez cerrar los ojos por un instante.
Al pasar por delante de la puerta de la señora Croppy Gemma la oyó
murmurar.
—Zorra.
—Ya me gustaría —le respondió, riéndose por dentro. No había duda de que la
vieja entrometida creía que volvía temprano a casa después de una noche de
desenfreno. Si supiese la verdad.
La visión de luz roja intermitente de su contestador le dio la bienvenida al abrir
la puerta del apartamento. «Sean.» Y luego: «¿Por qué demonios supones eso de
inmediato?»
Se tomó su tiempo para colgar su chaqueta, lanzar sus zapatos y dejar los pocos
alimentos que había comprado. Entonces fue hacia el contestador.
—Gem, hola, soy yo. No sólo me salido un sospechoso lunar en la parte
- 171 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 172 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 19
Aunque iba al límite, Gemma supo que algo iba mal cuando Frankie no acudió
a su cita para cenar cuatro días más tarde. Los mensajes que le había dejado por
e-mail y en su casa no habían tenido respuesta. Se dio cuenta de que si quería llegar
al fondo de su súbita desaparición, debía irla a buscar en persona.
A mitad de la jornada dejó la tienda a cargo de Julie y se encaminó hacia casa de
Frankie. Sabía que su amiga estaba allí, pues había estado en antena por la noche y
tenía que dormir. Era cuestión de despertarla e incordiarla lo suficiente como para
sacarla de la cama y que la dejara entrar. Para conseguirlo llamó al timbre del
intercomunicador insistentemente. Después de lo que le pareció una eternidad, el
altavoz crepitó y pudo oír la excéntrica voz de Frankie alta y clara.
—Soy Gemma.
Empujó la puerta al suponer que la habría abierto inmediatamente, pero no
hubo ningún sonido. «¿Qué demonios está pasando?» Habló por el
intercomunicador.
—¿Frankie?
—Está bien, supongo que puedes subir.
¿Supones? «Nada bueno. Seguro que no es nada bueno.» Entró y fue hacia el
ascensor.
Al llegar encontró la puerta entreabierta, lo que era una clara indicación para
que entrara. El apartamento estaba envuelto en la oscuridad necesaria para quien
necesita dormir de día. Podía oír a Frankie ajetreada en su habitación y se quitó la
capa. Se tomó la libertad de encender la luz de la sala de estar, pero dejó las persianas
bajadas.
Finalmente apareció con aspecto de ser lo que era: alguien al que acaban de
despertar. Su pijama de franela estaba arrugado y su pelo caía en delgados y
despeinados mechones. No había posibilidad de error viendo su cara de disgusto,
mientras de pie en la puerta de su habitación miraba cautelosa a Gemma con los
brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Sí?
Gemma la miró como si estuviera loca.
—¿Qué quieres decir con «sí»? Hace días que te estoy llamando y no me has
contestado. Y también me diste plantón en la cena. ¿Qué está pasando?
—Ya me lo dirás tú —dijo Frankie lacónica.
—¿Qué? —dijo Gemma con brusquedad.
—¿No escuchaste mi mensaje?
- 173 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 174 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
doloroso.
—¿Estás segura de que estás bien?
—Sí. Quiero decir, ¿ha sido duro para mi ego? Puede ser. Pero tampoco me
había imaginado que aquella relación pudiera conducir a nada. Sólo quería que lo
supieras para que estés en guardia. Parece que Robin Hood quiere que tú seas su
doncella Marion.
—Es lo último que me faltaba —gimió Gemma.
—Supongo que tendré que volver con Russell Crowe —bromeó Frankie con
tristeza. Russell Crowe era el nombre con el que apodaba a su consolador.
Gemma se rio.
—¿Y quién necesita a los hombres? —Se relajó un poco, pero se dio cuenta de
que Frankie, que hacía un momento estaba riendo, la miraba ahora preocupada.
—No te lo tomes a mal, Gemma, pero ¿te has mirado en el espejo últimamente?
Cogiéndola por los hombros la guió hacia el baño y encendió la luz. Gemma
pudo ver su reflejo: estaba alicaída, ojeras oscuras rodeaban sus ojos y tenía el pelo
triste como un té aguado.
—Es la luz que hay aquí —le dijo a Frankie.
La mirada que su amiga le dirigió indicaba claramente que Gemma se
engañaba. Se observó otra vez. La luz no tenía nada que ver, era a causa de intentar
hacer tantas cosas a la vez. Se dio la vuelta.
—Aléjame, espíritu, ya he visto suficiente.
—Has de cuidarte, Gem.
—Mira quién habla. —Siguió a Frankie fuera del cuarto de baño—. Te dejaré
que vuelvas a dormir.
—Olvídalo. Ya estoy levantada, prepararé un poco de café y tú ve a sentarte.
Gemma hizo caso de lo que su amiga le decía y volvió a sentarse en el
deformado sofá. Le sabía mal haber borrado el mensaje de Frankie antes de haberlo
escuchado por completo. Era su mejor y más vieja amiga y el hecho de que no
hubiera tenido la paciencia de oírlo todo dejaba a las claras el tipo de vida que
llevaba, o que no llevaba, depende de cómo se miraran las cosas. Sabía que la
hipocondría de Frankie la hacía parcialmente culpable, pero aun así… «Por su tono
tendría que haber sido capaz de saber que algo pasaba. Debí haber tenido el aguante
y la consideración de reproducir el mensaje completo.»
Pero no lo había hecho. «¿Qué me está pasando?»
Era una locura estar allí, Sean lo sabía, mientras entraba por la puerta del
Golden Bough. Le había dejado claro que no tenía tiempo para él, que no comprendía
la cultura de los bomberos y que no le importaba. Le había dicho a la cara que
pensaba que estaba emocionalmente atrofiado.
¿Y entonces por qué era tan importante que Gemma no tuviera una falsa
impresión de su relación con J.J.?
El asunto lo había estado persiguiendo desde la última ocasión en que había
- 175 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 176 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
complicada del tarot, pero Gemma le dejó hacer, lo que fuera con tal de ayudar a
suavizar la tensión oculta que había entre ellos. Sabía por Julie que Uther había ido el
día anterior a verla, y que parecía muy agitado. Al llegar hoy para su lección, había
querido hablar de Frankie inmediatamente pero Gemma lo había cortado diciéndole
que lo harían durante los diez minutos de descanso. Lo miró, mientras observaba las
diez cartas extendidas ante sí. Parecía desconcertado.
—¿Qué es lo que no entiendes?
—No recuerdo lo que esto significa —dijo señalando la sexta carta.
—Influencias en el futuro —apuntó Gemma.
—Vale, vale. —Sus ojos recorrieron una vez más el circuito de las cartas y
pareció dolido.
—¿Qué?
—Necesito exponer lo mío ahora, de verdad —pretextó—. Hasta que no lo haga
mi cerebro no es más que cedazo.
—Por favor, ¿podrías hablar como un ser humano normal? —pidió Gemma
irritada.
—Necesito hablar contigo. —Uther parecía acobardado.
—Así está mejor. —Gemma agrupó las cartas de nuevo en un mazo—. Soy toda
oídos.
—Estoy seguro de que esa arpía te ha explicado lo que pasó.
—¿Qué arpía?
—Francis —escupió—. ¡Frankie, Lady Midnight! ¡La furcia! ¡La compañera de
campamento que debería enclaustrase en un convento!
—¡Hey! —Gemma le señaló con el dedo—. ¡Estás hablando de mi mejor amiga!
Vigila tu lenguaje.
—Sí, mi señora.
—Sigue.
—Estoy convencido de que te ha hablado de su vil seducción.
—¡Lenguaje!
—¿Te lo ha dicho?
—Sí —respondió Gemma, que cada vez se sentía más incómoda.
Uther la miró con ojos humedecidos.
—Sabrás, pues, que el motivo de mi abominable estado es que estoy enamorado
de ti.
«Mierda.»
—Uther, me siento muy halagada…
—No, no digáis halagada. —Cubrió con su huesuda mano la de ella—. Ya
sabéis que hemos nacido el uno para el otro, seguro que lo notáis.
Gemma sacó suavemente su mano de debajo de la de él.
—Mira, estoy halagada, de verdad, pero yo ya tengo novio.
—Mentirosa —dijo Uther con una sonrisa satisfecha.
Gemma parpadeó.
—Perdona, ¿qué acabas de llamarme?
- 177 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 178 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 20
- 179 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 180 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Enseguida supo que algo no iba bien cuando al día siguiente apareció su madre
para relevarla en lugar de tía Millie. En primer lugar, ella nunca se ocupaba de
Nonna si no era su turno. En segundo lugar, se mostraba cordial. Después de
cumplimentar con todos los prolegómenos —¿cómo ha dormido?, ¿cuánto ha
comido?, ¿te ha reconocido? —le preguntó cómo se encontraba Frankie y cómo
funcionaba la tienda. Gemma respondió y esperó a que su madre parase de dorarle la
píldora.
—Escucha, tus tías y yo tenemos que pedirte un favor.
—¿Cuál es? —preguntó Gemma, intentando apaciguar el creciente
resentimiento que se estaba apoderando de ella.
—Tu tía Millie estaba navegando por la red y ha encontrado una gran oferta de
dos noches en Atlantic City. Nos gustaría saber si te importaría llevarte a Nonna a la
ciudad unos pocos días.
Gemma se quedó perpleja mirando a su madre.
—Mamá, tengo un negocio del que ocuparme —respondió con voz tensa.
En los labios de su madre se dibujó un rictus severo.
—Ya lo sé, pero es una solicitud especial.
—¿No pueden hacerlo Angie o Theresa? ¿Mikey?
Para su sorpresa, la expresión de su madre se suavizó un poco.
—A ti es a quien más quiere, ya lo sabes. La última vez que Theresa estuvo
aquí, Nonna no dejó de llorar. Tenía miedo de ella.
—Dios mío. —Se le partía el corazón sólo de imaginarlo, debió ser horrible para
Theresa. Y para Nonna—. ¿Por qué no puedo cuidarla aquí?
—Porque si podemos sacarla unos días de casa, tendremos la oportunidad de
arreglar el techo como es debido. Te puedes imaginar cómo reaccionaría si los
operarios vinieran mientras ella está en casa. Se pondría histérica.
—Mamá, ya sabes que los enfermos de Alzheimer se pueden alterar mucho si se
los traslada a ambientes desconocidos.
—Pero estará contigo —insistió su madre.
—¿Por qué es tan importante?
—Es por Betty Anne. Va a cumplir los sesenta y cinco y no tiene dónde caerse
- 181 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
muerta. Todo lo que ha querido en su maldita vida ha sido ir a Atlantic City. Así que
Millie y yo queremos darle una sorpresa y llevarla allí.
Gemma se sintió conmovida.
—Es un bonito detalle.
—¿Nos puedes ayudar, Gattina?
Gattina. Su madre no la llamaba así desde que era pequeña. Era una de las
palabras del antes: antes de que muriera su padre y su madre se volviera una
amargada; antes de que le dijera que era una bruja y ella la rechazara. ¿Trataba de
manipularla o el apodo se le había escapado como una involuntaria muestra de
afecto?
—¿Cuándo sería? —preguntó con cautela.
—Durante el mes que viene. —Su madre estaba a la defensiva—. No te
preocupes, no estoy pidiéndote que lo hagas mañana.
—No, no, ya lo sé. —Se estrujó el cerebro tratando de adivinar cómo iba a poder
hacerlo. Supuso que podría librar dos días seguidos y dejar la tienda a cargo de Julie.
Iba a ser una tortura cargar con Nonna y llevársela a la ciudad, pero cualquier cosa es
soportable sólo dos días, ¿no? Y era por un buen motivo. Dos buenos motivos.
—Muy bien, lo haré.
La cara de su madre se iluminó con una extraña sonrisa.
—Sabíamos que podíamos contar contigo.
—Claro —resopló Gemma—, porque soy una boba.
—No. —Su madre evitó mirarla directamente y se fijó en sus manos. Por un
momento pareció reacia a continuar—. Porque tienes buen corazón.
—¿A pesar de ser una bruja? —preguntó sin poder evitarlo.
—Incluso el diablo fue uno de los ángeles del señor.
Instintivamente Gemma cogió con los dedos la cimaruta que le colgaba del
cuello, escondida debajo de su camiseta. ¿No debería decirle a su madre que la tenía?
Después de todo era una reliquia de familia. No quería provocar ninguna tirantez
ente su madre y sus hermanas, ni quería que la acusaran de que quizá se lo había
quitado a Nonna sin su permiso aprovechándose de que no estaba en sus cabales.
Segura de que era lo apropiado, se sacó el colgante de debajo de la camiseta.
—Mamá, esta mañana Nonna me ha dado esto.
Su madre, que estaba ojeando el Daily News sobre la mesa de la cocina, apenas
le echó una ojeada.
—Es bonito.
—¿Estás segura de que no te importa? —Gemma se acercó a la mesa—. Es una
antigüedad que perteneció a tu abuela.
—No lo quiero. —A su madre parecía repelerle la idea.
—¿Y tía Millie y tía Betty Anne?
—Créeme, tampoco lo van a querer.
—¿Estás segura? —preguntó indecisa.
Su madre la observó por encima del periódico.
—¿Por qué estás tan preocupada por mí y mis hermanas y ese medallón?
- 182 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 183 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 184 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 185 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Lo siento, pero es una emergencia —balbuceó Gemma—. ¡Uther tiene a Julie
como rehén en la tienda! Necesito que vengas aquí y vigiles a Nonna un rato. Por
favor, Frankie, por favor.
—Poco a poco, cariño. —Frankie hizo una pausa—. No creo haber oído bien.
¿Acabas de decir que Uther ha tomado a Julie como rehén en la tienda?
—¡Sí!
Frankie bostezó.
—¿Cómo es posible que todo lo divertido te pase a ti?
—¡Esto no es divertido! ¡Acaba de llamarme la policía y entrarán en acción los
SWAT si no voy a hablar con él! Necesito que vengas lo antes posible. No será mucho
rato, ¡te lo juro!
—Ningún problema. Déjame que me ponga algo encima y cojo un taxi.
—Le diré al portero que te deje entrar. Me has salvado la vida, Frankie, lo juro
por Dios.
—Lo intento.
Pasaron diez minutos, quince, y no había rastro de Frankie. Mientras tanto, ya
había llegado el coche de la policía y el capitán Eisen había llamado dos veces,
anunciando que la situación se estaba volviendo más acuciante. No hizo nada para
disimular su impaciencia por tener que esperar su llegada. Gemma se imaginaba su
cabeza explotando a causa de la presión y su materia gris esparciéndose como una
lluvia de confeti. Observó a su abuela, tranquilamente adormilada en el sofá, con su
suave barbilla reposando sobre el pecho. Vacilaba. Si se iba antes de que Frankie
llegara y Nonna se despertaba… pero si no se iba ahora…
Debía tomar una decisión de inmediato. Como era su costumbre, inspiró
profundamente y trató de calmar su mente, pero no hubo forma. Ya que su
subconsciente no le enviaba ninguna instrucción clara, se asió a la primera idea que
se le pasó por la cabeza.
«Ve a la tienda, ya.»
Se puso la chaqueta, dejó sola a su abuela dormida, con el apartamento abierto
y rezó porque no pasara nada.
- 186 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 21
- 187 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Diga lo que haga falta para hacer que salga de ahí. Lo que sea. Mienta si es
necesario. Hay en juego vidas humanas, incluyendo la de él. Si no atiende a sus
razones, tenemos preparado un negociador especializado en rehenes. —Le pasó el
auricular y le dio la señal de que podía empezar.
Cuando Gemma asintió notó que la invadía el pánico. ¿Habría llegado ya
Frankie al apartamento? Y si no, ¿qué podría haber pasado? ¿Estaría Nonna
chillando, llorando, asustada, fuera de control? ¿Atendería Uther a razones?
Sonó la línea y Uther respondió.
—¿Sí?
—Uther, soy Gemma. Estoy aquí, en el exterior de la tienda.
—Ponte donde pueda verte, Lady Love.
—Quiere que me ponga donde pueda verme —le susurró Gemma a Eisen
tapando el auricular.
Eisen le indico que se colocara frente al escaparate de la tienda y Gemma
obedeció.
—Estoy justo delante del escaparate, Uther.
Unos segundos después pudo ver a Uther dentro de la tienda. El maldito idiota
con su cota de malla, el cuenco de sopa y la alabarda en la mano. La miró y
desapareció de nuevo en el interior. Los policías tenían que pensar que era un
demente.
Escuchó como cogía otra vez el teléfono.
—¿Uther, me ves?
—Os veo corderita, os veo.
—Explícame qué está pasando.
—Me agraviasteis en lo más profundo de mi ser mortal, dulzura.
—Lo… lo siento. He estado pensando mucho sobre ello desde que te fuiste.
—¿Pensando en qué? —La voz de Uther sonaba envuelta por una profunda
herida.
—Sobre mi locura. Actué sin mesura, ¿no es cierto?
—Lo hiciste. —Uther rio satisfecho—. Seguid.
—Mis ánimos volaron tan alto que me conduje impulsivamente. Actué de
forma casquivana y fue un error no permitir que siguierais siendo mi alumno.
—También fue un error rechazar la declaración de mi corazón.
Gemma cerró los ojos. Eisen le había dicho que mintiera en caso de necesidad.
—Sí. Ahora me doy cuenta de que vos estabais en lo cierto, estaba escrito en las
estrellas que hemos de estar juntos. Mi ceguera fue una locura. Ahora lo veo.
Eisen le lanzó una mirada severa que parecía preguntarle: «¿Qué coño pasa?» Y
ella le frunció el ceño como diciéndole: «Confíe en mí. Sé lo que hago.»
Podía percibir que Uther estaba empezando a relajarse hablando con ella en un
lenguaje en el que se sentía cómodo.
—¿Podríais perdonarme? —le preguntó humildemente.
—Tendré que pensarlo. —Hubo un largo silencio—. ¿Cómo puedo saber que no
es una treta infernal para conseguir rendirme a mi rencoroso enemigo?
- 188 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 189 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 190 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 191 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 192 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 193 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 194 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 195 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 22
Con la adrenalina al máximo, Sean subió a toda velocidad las escaleras seguido
por Ojeda y abrió la puerta de la quinta planta cuidadosamente. Una tenue
humareda iba desde el suelo hasta el techo, mientras en ambas direcciones del
corredor el taladrante sonido de los detectores de humos individuales creaba una
cacofonía que machacaba el cerebro. Sean se dirigió hacia la puerta del apartamento
más cercano y la aporreó.
—¡Cuerpo de bomberos! ¡Evacúen el edificio!
Repitieron el procedimiento a lo largo de todo el pasillo. Por suerte, parecía no
haber nadie en los pisos, excepto la señora Croppy, quien, a pesar del ruido y el
humo, miraba desconfiada a Sean a través de su puerta ligeramente entreabierta.
—Señora, debo pedirle que evacúe el edificio inmediatamente. —La mujer se lo
quedó mirando con sus lechosos ojos maliciosos—. ¿Señora?
—Es esa puta de ahí enfrente, ¿verdad? Con su incienso y su…
—Señora, no lo sé, pero tiene que abandonar el edificio ahora mismo. —Asió el
pomo de la puerta y la abrió lo suficiente para cogerla del codo y sacarla al pasillo,
cerrando acto seguido—. ¿Podrá bajar los escalones usted sola o necesitará…?
La mujer se soltó el brazo de Sean y con el otro abrió la puerta que daba a las
escaleras.
—No necesito su maldita ayuda —gruñó asiendo el pasamanos con sus torcidos
dedos y encaminándose escaleras abajo.
—Usted misma, decrépita foca maleducada —murmuró por lo bajo. No se
explicaba cómo Gemma podía soportar vivir en la misma planta que esa vieja
cascarrabias. Gemma…
Se encontró con Ojeda en el exterior del apartamento. Un humo de aroma acre
salía constantemente por debajo de la puerta. Sean apoyó su mano. Caliente. Sin
pensárselo dos veces se puso su máscara.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Voy a entrar —dijo Sean apretando las correas a cada lado de su cuello.
—¿Quieres que te den una patada en el culo? El capitán dijo que no entráramos.
—El capitán no conoce a la mujer que vive aquí. —«Ni tampoco siente nada por
ella.» No quería decirle a Ojeda que tenía afecto por alguien que vivía allí, sonaría
poco racional y por supuesto poco profesional. Pero era la verdad. Una idea traidora
cuajó en su mente: Gemma estaría orgullosa de él por escuchar sus entrañas, su voz
interior. Rio en voz alta.
—¿Estás pirado o qué? —preguntó Ojeda preocupado.
- 196 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 197 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 198 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
A pesar de que Uther había demostrado que no estaba en sus cabales y de que
sin ninguna duda su casa había quedado reducida a cenizas, Gemma se sentía
agradecida. No sabía si era un indicio de fe o de su locura, pero Nonna se había
aferrado a la vida y aquello, allí y en aquel momento, era todo lo que le importaba.
Sentada junto a la cama de su abuela en la habitación del hospital, observaba subir y
bajar la respiración de la anciana mujer, a la que le habían insertado un tubo en la
tráquea para asegurar el paso de oxígeno suficiente a sus vías respiratorias.
«Afortunada» había sido la palabra que el médico había utilizado.
- 199 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 200 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Cara. —Tía Millie la convenció desde el pasillo—. Ven aquí, por favor. Te
prometo que no permitiré que esta loca te vuelva a poner la mano encima.
Aturdida, Gemma hizo lo que su tía le pedía, pero deliberadamente se mantuvo
a una distancia prudencial de su madre, cuyos ojos irradiaban una furia
incontrolable.
—¿Qué demonios ha pasado? —bramó su madre—. Te dejamos que la saques
de su casa un día ¡y acaba en el hospital!
—¡Connie, deja hablar a la muchacha, por amor de Dios! —aulló tía Millie—. ¡Y
trata de recordar dónde estás, por favor! Esto es un hospital y no el estadio de los
Giants. ¡Baja la voz!
Furibunda, la madre de Gemma hizo un esfuerzo por calmarse. Gemma cerró la
puerta de la habitación de Nonna, lo último que deseaba era que pudiera recobrar el
conocimiento y hallarse con su familia histérica gritándose unos a otros. Suponiendo
que los reconociera.
Los ojos de Gemma recorrieron a las tres mujeres.
—¿Dónde habéis estado?
—El tráfico estaba fatal —dijo Millie—. Y entonces esta chiflada —dijo
señalando la madre de Gemma— ha insistido en que pasáramos primero por
Brooklyn para dejar el equipaje. Créeme, si hubiese sido por mí, haría horas que
estaríamos aquí.
—Oigan todos a la señorita Eagle Scout —se burló su madre—. Que te den por
saco, Millie.
—¿Podemos parar, por favor? —suplicó Gemma—. No lleva a ningún sitio. —
Se acercó a Betty Anne, que había permanecido en silencio hasta entonces—. Me sabe
mal haberte arruinado el fin de semana, tía. Sé lo importante que era para ti.
—Siempre podemos volver a ir —asintió con lágrimas en los ojos.
—No si mamá es un vegetal —exclamó la madre de Gemma en tono dramático.
—No es un vegetal. —Gemma miró a su madre desafiante—. Ha sufrido una
inhalación aguda de humo. Puede que tarde, pero el doctor ha dicho que se pondrá
bien.
—¿Cuál ha sido la causa del incendio, encanto? —preguntó tía Millie afectuosa
mientras sacudía un cigarrillo del paquete que siempre guardaba en un bolsillo de su
abrigo. Se lo puso en la boca y cuando iba a encenderlo recordó dónde se hallaba.
Rápidamente lo guardó avergonzada.
—No lo sé —respondió Gemma afligida—. Puede que Nonna encendiera el
horno o intentara cocinar algo. No lo sé.
—¡No lo sabe! —Su madre elevó sus manos clamando al cielo—. ¡Su propia
abuela está a punto de morir quemada y ella no sabe!
—Mamá, quiero que me escuches. —La voz de Gemma era más calmada de lo
habitual—. Se suponía que Nonna no se iba a quedar a solas, Frankie debía estar con
ella, pero un accidente de tráfico la retrasó.
—¡No deberías haberla dejado sola ni un instante! —gritó su madre—. ¡Nunca!
—¿Piensas que no lo sé? —chilló Gemma respondiéndole—. ¿Crees que no me
- 201 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
siento como si fuera una puñetera mierda por lo que ha pasado? Pero un chalado
tenía a mi empleada como rehén, he tenido que ir a la tienda a ayudar.
—Ja. Un chalado, ja. —Su madre estaba confusa.
—Un estudiante de tarot estaba trastornado porque yo ya no quería darle más
clases y había retenido a mi dependienta. Era un tema muy serio, con la policía, los
SWAT y todo lo demás.
—No me sorprende lo más mínimo —gruñó su madre—. Tú también eres una
chalada. Es el motivo de que atraigas a otros chiflados.
—Lo siento, cara —dijo tía Millie ignorando a su hermana. Con su mirada buscó
la de Gemma—. ¿Cómo está tu dependienta?
—Está bien. Nadie ha salido herido.
—Excepto tu abuela —masculló su madre.
—¿Has escuchado una palabra de lo que he dicho, mamá? —dijo Gemma
indignada alzando la voz—. Se ha producido un secuestro en mi tienda. Y mi
apartamento se ha quemado. ¡Tus comentarios malintencionados no ayudan
demasiado!
—Amén —dijo tía Millie.
—Y si yo no llego a decirles que estaba dentro, Nonna podría haber muerto.
—Vaya, ¿ahora serás una heroína? —respondió su madre de inmediato.
Fue la gota que colmó el vaso.
—Me voy. —Abrió la puerta de la habitación de su abuela sin hacer ruido y
entró para recoger sus cosas—. El médico que la ha tratado se llama Kaiser —dijo
cuando salió de nuevo al pasillo sin dirigirse a nadie en particular—. La enfermera
jefe de guardia se llama Molly. Buenas noches.
—Gemma, no te vayas así —la llamó tía Millie cuando ya se alejaba por el
corredor.
Pero su sobrina rehusó mirar atrás.
- 202 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 23
—¡Gemma!
—¿Sean?
Estaban en la recepción del hospital. Gemma saliendo y Sean entrando.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —le preguntó mirándolo perpleja.
—Te he dicho que pasaría para ver cómo estaba tu abuela.
—Pero… —Gemma parpadeó—, ¿cómo has sabido que aún estaba aquí?
—Una suposición arriesgada. —Miró a su alrededor—. Estoy seguro de que la
cafetería estará cerrada, pero hay un Starbucks un poco más arriba en esta calle.
—Me parece bien.
Lo siguió al cruzar las puertas automáticas y se encontraron con una noche
primaveral. La temperatura había bajado considerablemente, pero en el aire todavía
había algo, un aroma, una sensación, la promesa de que días más cálidos estaban por
venir.
—¿Cómo está? —preguntó Sean.
—Inhalación aguda de humo, pero el médico dice que se recuperará. Mi abuela
es fuerte como un roble.
—Sin bromas. —Hizo una pausa—. Quiero que sepas que llegué a ella tan
rápido como pude.
—Lo sé Sean, por favor. —La había cogido por sorpresa—. Nunca te lo
podremos agradecer lo suficiente.
Con un gesto le quitó importancia al elogio.
—Es parte del trabajo. Gracias a Dios nadie más ha resultado herido.
Al llegar al Starbucks, Sean abrió la puerta dejándola pasar. Al fijarse en sus
tejanos gastados y en su camisa Oxford de color azul, cayó en la cuenta de lo
desaliñada que debía de parecer a su lado. Había llevado el mismo chándal todo el
día y aún iba con las zapatillas. Puede que Sean no se diera cuenta.
—¿Por qué no coges una mesa mientras yo voy a pedir? ¿Qué quieres tomar?
—Un chai, por favor. Grande. —Sean asintió y fue a la barra mientras Gemma se
sentaba en una pequeña mesa para dos cerca del ventanal. El lugar estaba lleno de
estudiantes, la mayoría tecleando en ordenadores portátiles. Gemma se sintió mayor.
—¿Galleta?
Levantó la mirada y vio a Sean delante de la caja sosteniendo una gigantesca
galleta de chocolate. Gemma asintió con la cabeza. Aparte de una taza de café de la
máquina del hospital no había tomado nada, en gran parte debido a que, durante
todo el día, sólo pensar en comida la había puesto enferma. Ahora tenía un hambre
- 203 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
feroz.
Apoyándose en el respaldo de la silla, sintió cómo la invadía una sensación de
agotamiento. Todo lo que deseaba era enroscarse como una bola y dormir. Eso y
volver atrás en el tiempo. Si pudiese empezar otra vez el día, y esperar a que Frankie
llegara antes de irse a la tienda… Inevitablemente su mirada se fijó en Sean. Parecía
tan cansado como ella, con una sombra de barba que empezaba a manchar su cara.
Muy seductor.
—Aquí tienes. —Le sirvió el chai y una galleta.
—¿No quieres compartir, eh? —dijo Gemma cuando se sentó delante de ella y
vio que había traído otra galleta para él.
—No.
—Gracias, Sean.
—No son necesarias. —Rasgó el envoltorio de plástico de la galleta con los
dientes—. Pareces cansada —observó afectuoso.
—Tú también.
—Ha sido un día muy largo. —Sorbió un poco de café, sin atreverse a mirarla a
los ojos—. Hemos rescatado objetos e inspeccionado tu apartamento.
—¿Qué es eso exactamente?
—Tratamos de recuperar los muebles que se puedan, tapamos las ventanas
rotas, abrimos los suelos y las paredes que aún están calientes y los empapamos con
agua. Es cuando intentamos analizar cómo se originó el incendio.
—¿Alguna idea? —preguntó en voz baja.
—Por lo que sabemos, parece que el viento pudo haber hecho volar las cortinas
de la sala de estar sobre alguna vela encendida en la repisa de la ventana y hacerlas
prender. Así ha empezado todo.
—¿Estáis seguros que una vela lo inició?
—Casi del todo —asintió Sean. Con el pulgar resiguió el borde de su taza de
café—. Recuerdo que tenías muchas velas allí.
—Pero no había ninguna encendida. —Se le agarrotó la garganta—. Lo debe
haber hecho mi abuela—. Cerró los ojos y se llevó una mano a la frente, «velas».
¿Cómo se le había ocurrido dejar a una enferma de Alzheimer en una habitación
llena de velas? «Vaya idiota, vaya una…»
Súbitamente algo cálido cubrió su mano libre. Abrió los ojos. Una de las
grandes manos de Sean cubría la suya y la estudiaba con preocupación con sus ojos
azules, ojos en los que una vez se sumergió y en los que aún podría volver
sumergirse si se dejara llevar.
—No te culpes, Gemma. Cosas así pasan constantemente.
—A mí no.
—¿Qué quieres decir?
—Yo soy la sensata —dijo Gemma cansada—. La siempre sensata Gemma. —Su
voz se estremeció—. Pues esta vez no. Dios, la he fastidiado.
—Está bien —dijo Sean estrechándole la mano.
—No lo está —susurró Gemma, tragándose las lágrimas. No lloraría. Ya había
- 204 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
llorado suficiente aquel día, tanto que había conseguido recuperar la calma y de
ninguna manera la iba a perder ahora. Apretó con tanta fuerza las mandíbulas que el
dolor le subió hasta los lóbulos de las orejas. Entonces, como un rayo de luz
surgiendo entre la niebla, fue consciente de sentir otra parte del cuerpo. Era Sean.
Estaba acariciando el reverso de su mano con su pulgar.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó.
—Es una larga historia.
Sean sonrió con aquella sonrisa torcida tan franca, tan suya.
—No tengo que ir a ningún lado.
—Te daré la versión resumida. Me llamaron de la policía. ¿Sabes Julie, la chica
que trabaja para mí?
—¿La reina de los tatuajes?
Para su propia sorpresa, Gemma rio.
—Sí, un ex estudiante mío de tarot la tenía retenida como rehén.
—Venga ya —dijo Sean incrédulo.
—No bromeo. Así que he llamado a Frankie para que fuese a casa a cuidar de
mi abuela. Ya sé que ha sido estúpido dejarla sola, pero he pensado que estaba
dormida y que aunque se despertara, Frankie sólo tardaría unos minutos en llegar.
Error. El taxi de Frankie se ha quedado embotellado a causa de un accidente en la
Tercera avenida. Cuando ella ha llegado, vosotros ya estabais allí.
—Dios, Gemma. —Estaba horrorizado.
—No ha sido mi mejor día —concedió Gemma. Abrió el envoltorio de su galleta
y se puso un pedazo gigantesco en la boca, y lo ayudó bajar con un trago de chai. Un
año antes no habría permitido entrar toxinas de ese tipo en su cuerpo. Ahora se
deleitaba con ellas. «¿Azúcar? ¿Grasas? Traédmelas, despertadme. La vida es muy
corta.» Mordió otro enorme pedazo. Mientras acababa con la galleta, Sean la miraba
con cara divertida. Avergonzada, paró de masticar.
—¿Qué?
—No has comido nada en todo el día, ¿verdad?
Gemma se sonrojó.
—¿Vale el café de máquina?
—De ninguna manera. —Empujó su galleta hacia ella—. Acábatela, yo he
cenado.
—¿Estás seguro? —Esperaba que no estuviera siendo simplemente agradable.
Le apetecía mucho aquella galleta.
—Del todo. Es para ti.
—Gracias. —Agachó la cabeza—. Me parece que te las estoy dando
constantemente.
—Mejor que pares —dijo Sean sorbiendo su café—. Se me va a hinchar la
cabeza.
«No me importaría.» Se quedó atónita de que se le pudiera ocurrir un juego de
palabras tan obsceno en su estado. Tan sólo confirmaba lo que había sabido en su
interior desde hacía meses: nunca había dejado de sentirse atraída por aquel hombre.
- 205 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Sería maravilloso que sintiera lo mismo por ella. ¿Quizá quedase un rescoldo en él?
Aún mantenía la mano encima de la suya, aunque ya no la acariciaba con el pulgar.
Lo más seguro es que sólo tratase de ser amable. Aun así, sólo el peso de la mano ya
le recordaba el roce de las yemas de sus dedos sobre sus nudillos hacía sólo unos
momentos… encantador.
—Explícame lo de la tienda.
—Bueno, como te he dicho, un antiguo alumno mío estaba molesto porque lo
eché y decidió declarárseme reteniendo a Julie.
—¿Molesto? Vaya una manera de decirlo, parece más que el tío está
desquiciado.
—No lo está —suspiró Gemma, limpiándose las migas de galleta de la boca con
un dedo—. Sólo ha perdido el control por un momento, es todo. En realidad está
triste.
Una expresión de extrañeza se dibujó en la cara de Sean.
—¿Qué?
—¿Es uno delgado con una barba larga?
—Sí —dijo Gemma cautelosa.
—Lo vi hace un par de semanas dirigiéndose a tu tienda. Parecía loco de atar.
Hacía un par de semanas… debió de ser la visita que Julie había olvidado
mencionarle. Por un momento Gemma miró la servilleta de papel que tenía en el
regazo.
—Me he enterado esta mañana de que habías ido a la tienda aquel día, Sean.
Julie se olvidó. De haberlo sabido antes me habría puesto en contacto contigo.
—Me preguntaba por qué no sabía nada de ti —dijo con una furtiva mirada
tímida.
—Porque no lo sabía. —Él también le estaba haciendo sentirse cohibida—. ¿A
qué fuiste?
—Quería dejar las cosas claras sobre J.J.
A Gemma se le cayó el alma a los pies.
—¿Tu novia?
—No es mi novia —corrigió Sean—. J.J. estuvo cuidando de mis pájaros un fin
de semana que me fui al norte del estado para aclarar mis ideas. Es bombera
también. Necesitaba una escapada y pareció un intercambio perfecto: ella tenía mi
apartamento gratis y yo conseguía una cuidadora para los pájaros con el trato. No
hay más historia. —Fijó sus ojos en los de ella—. Es una amiga, nada más.
Gemma notó cómo su corazón se recuperaba latiendo más rápido.
—Estoy contenta de que me lo hayas dicho, porque pensé…
—Sé lo que pensaste y por eso quería aclarar el tema.
—Otra vez —dijo Gemma humildemente—, gracias.
Sean parecía aliviado, se inclinó hacia ella y la besó castamente en la mejilla.
—De nada.
Antes de que tuviera tiempo a reaccionar, se dio cuenta de que el dependiente
que atendía la caja registradora los miraba implorante. Miró, a su alrededor y pudo
- 206 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 207 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 208 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
razón cuando le dijo que sus ropas apestaban. Al salir de Starbucks fueron a su
edificio para ver si había algo que ella pudiera ponerse. Imposible. Todo tenía un
olor acre a hollín, no había manera de que se la pudiera poner antes de pasar por la
tintorería primero. Sean se ofreció para llevarla a la que usaban los bomberos. Ahora,
sentada en la sala de estar de Michael y Theresa con unos pantalones de chándal de
ella y un jersey de él que tenía que arremangarse constantemente, se sentía como un
granujilla de la época victoriana. Tan pronto como se acabara la reunión familiar iría
a comprar. Para eso servían las tarjetas de crédito, después de todo.
Angie y Anthony llegaron los primeros, trayendo cannoli y café Miraglia
Brothers, la única marca aceptable para Anthony. Gemma pudo ver que Michael
estaba molesto, pero mantuvo la boca cerrada. Anthony y Michael: si pudiesen se
pelearían para dirimir si el sol saldría la mañana siguiente. A veces Gemma estaba
contenta de ser hija única.
—¿Cómo estás, pequeñita? —Las manos de tamaño de oso de Anthony
masajearon los hombros de Gemma. Su fuerza bruta constituía un contraste
interesante frente a la amabilidad de su voz.
—Estoy bien.
—Michael me explicó lo de la tienda. Déjame decirte una cosa, si en Dante's se
produjera un secuestro, dejaría que mi propia madre se friera, créeme. —Gemma
hizo una mueca—. Nadie te culpa de nada, bonita.
—Excepto mi madre.
—Ésa lo que necesita es una patada en el culo —respondió Anthony repitiendo
la frase predilecta de Nonna. Apretó los hombros de Gemma, antes de reunirse junto
a su mujer en el elegante sofá de piel negra de Theresa y Michael. Un pequeño
alboroto se organizó cuando Theresa entró en la habitación con Domenica, que no
tardó en pasar de pariente en pariente para dosis individualizadas de mimos. Sólo le
faltaba una pequeña corona.
El bebé era una diversión fascinante y evitó que a nadie le hirviera la sangre por
el hecho habitual de que la madre de Gemma y sus hermanas llegaran tarde. Cuando
aparecieron, Gemma se cambió de asiento para asegurarse de estar lo más alejada
posible de su madre.
—¿Ha llamado alguien al hospital esta mañana para preocuparse por mi
madre? —preguntó tomando un cannolo del plato sobre la mesita de café incluso
antes de quitarse el abrigo.
—¿Nadie? —insistió tía Millie sarcásticamente—. ¿Qué pasa, tenéis rotos los
dedos de la mano?
—Yo he llamado —aclaró Theresa—. No les está permitido dar información por
teléfono, todo lo que me han dicho es que estaba descansando plácidamente. Michael
y yo iremos esta tarde.
—¿Qué vamos a hacer con Nonna? —preguntó Michael yendo al grano.
Gemma conocía a Michael y sabía que no estaba de humor para discusiones,
murmuraciones o los politiqueos internos de los Dante.
La madre de Gemma estaba confusa.
- 209 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 210 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Todos se rieron.
- 211 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 24
- 212 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 213 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Han sido muy duros para mí todos estos años sin tu padre y he tenido que
aprender por mí misma. Pero tú —sus ojos se iluminaron con admiración—, tú lo has
hecho todo sola desde el principio, siempre tan inteligente, tan independiente. —
Afectuosamente tiró de un mechón del cabello de Gemma—. Mi pequeña.
—Te quiero mamá —dijo Gemma casi sin respiración.
—Yo también te quiero. —La rodeó con los brazos—. Quizá podríamos tratar
de entendernos mejor.
—Quizá —coincidió Gemma prudentemente—. No sé si funcionará.
—Tiene que funcionar. —Su madre la apretó con fuerza—. No podemos
permitirnos perder más tiempo.
—Michael te puso algo en el café y has alucinado todo eso. —Frankie sostuvo
en alto su taza esperando a que el siempre atareado Stavros se la rellenara—. O eso o
tu madre estaba poseída por un extraterrestre.
—Te lo juro y si no que me parta un rayo —dijo Gemma canturreando—. Es
verdad.
—Dios santo —clamó Frankie—. ¿Dónde demonios vamos a ir a parar?
¿Supongo que os cogisteis las manos y os pusisteis a cantar «We are the World» o
algo por el estilo?
—Te odio —gesticuló con la boca Gemma.
—No es verdad —respondió también sin sonido—. Adivina que hice ayer —
preguntó ya en voz alta.
—¿Te han colocado una extremidad artificial que no necesitas?
—Gemma Dante, estás como una cabra. No, fui a ver a Uther al hospital.
—¿Fuiste?
Frankie asintió.
—Y…
—Bueno, está muy medicado y es difícil decir cómo está. Pero me complace
decirte que nuestra conversación, aunque corta, se desarrolló por completo en inglés
moderno.
—Bravo —aplaudió Gemma.
—¿Sabías que su nombre verdadero era Wendell?
—No es extraño que usara su nombre del oficio. —Su estima por Frankie, que
siempre había sido alta, creció considerablemente—. Fue un bonito detalle por tu
parte.
—Estaba triste por el tío. —Se encogió de hombros—. Y además ha sido el
primer hombre en hacerme el amor vestido con un traje medieval de batalla. Se ha de
tener en cuenta ¿no?
—Supongo.
—Me voy de Nueva York —declaró de pronto.
Gemma se calmó.
—¿Huyendo de la ley?
- 214 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 215 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 216 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 217 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—Bueno, esto ha sido chocante. —Gemma estaba con Sean en el exterior del
cuartel. Puede que fueran imaginaciones suyas, pero le parecía que todas las mujeres
que pasaban se fijaban en él. Le sorprendió sentirse crispada.
—¿Qué ha sido chocante? —quiso saber Sean.
—La forma en que se ha hecho el silencio total en la sala cuando he entrado.
—¿Y qué esperabas? —dijo Sean girando las palmas de sus manos hacia
arriba—. No te conocían. Se animaron cuando supieron quién eras, ¿no es verdad?
—Cierto.
—Bueno, ¿y cómo estás? —preguntó Sean con las manos metidas hasta el fondo
de los bolsillos delanteros de sus pantalones. Gemma no se había dado cuenta antes
de lo atractivo que resultaba con sus pantalones azules de trabajo. Había estado tan
preocupada por él en el pasado que no se había percatado de todo lo apuesto que
podía ser, sólido, formidable, interesante.
—Estoy bien.
—¿Y el chiflado está a buen recaudo?
—No le llames así. No es correcto. Se está recuperando en Bellevue.
Sean se balanceó sobre sus talones.
—Eso está bien.
Era urgente para Gemma acabar aquella conversación. Resultaba tan duro estar
allí, de pie en la acera con él, charlando como buenos amigos, cuando en lo más
profundo de su ser cada vez que lo miraba aún sentía un cosquilleo seguido de
inmediato por el pesar que le causaba la abismal incapacidad para que se
encontrasen sus caminos. Ya era hora de afrontar la verdad: posiblemente nunca más
sentiría su boca conquistada por la de él, ni experimentaría la intensa paz de hallarse
entre sus brazos. Y eso dolía.
—De verdad que debo irme —murmuró.
—Supongo.
—Gracias otra vez por todo lo que has hecho.
—No hay problema. —Sean se encogió de hombros—. Supongo que nos
veremos.
—De hecho, me voy una semana.
—¿Sí? —Sean parecía interesado.
—Estaré una semana en la casa de verano de Michael en la costa de Jersey.
—Muy bien —asintió Sean dándose por enterado—. ¿Cuándo te vas?
- 218 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
—El viernes.
—Que te lo pases bien.
—Lo intentaré —dijo Gemma con una sonrisa.
—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Mike Leary cuando Sean regresó a la
cocina—, ¿te ha dado algunas hierbas especiales para espolvorear encima de los
cannoli?
—¿Es ésa la chiflada New Age? —preguntó Bill Donnelly abriendo los ojos
desmesuradamente.
—Ésa es —confirmó Sal Ojeda—. Es una lástima que no pudiera leer en algunas
hojas de té que su abuela estaba en peligro y se teletransportara para rescatar a la
vieja ella sola, ¿eh?
Los muchachos rieron.
—Puede que sepa qué cristales usar para que los jodidos trenes de Long Island
lleguen a su hora —completó Joe Jefferson.
Molesto, Sean recorrió la mesa con la mirada.
—¿Sabéis que sois unos bordes?
—¿Qué te pasa, tienes la regla? —lloriqueó Leary con sorna—. Sólo nos lo
estamos pasando bien.
—Viene aquí para agradecéroslo en persona, trae cannoli acabados de hacer y
¿qué hacéis un minuto después de que se vaya? La despedazáis. Muy bonito.
—Despedazamos a todo el mundo —apuntó Leary—, es el sistema americano.
—Si la gente supiera cómo hablamos cuando estamos solos, nos considerarían
unos gilipollas y no unos héroes.
Leary parecía divertirse.
—Acercaos todos, muchachos, el joven Kennealy está desarrollando una
conciencia. Veamos cómo crece.
—Que te jodan, Mike.
—No, que te jodan a ti, Sean. Así es como son las cosas aquí y tú lo sabes. Nadie
se salva. A menos, claro, que aún la quieras.
—¿Y qué pasaría si fuera así?
El semblante cambió inmediatamente de la beligerancia al apoyo.
—En ese caso paramos todos, sin condiciones ni peros. Porque nadie, pero
nadie, se cachondea de la mujer de un bombero. No es verdad ¿muchachos?
—Es verdad —entonó una variedad de voces alrededor de la mesa.
—Entonces está bien —declaró Sean alzando desafiante la barbilla—. Aún me
gusta.
Leary se aclaró la garganta como si fuera realizar un anuncio importante.
—En este caso, caballeros, la señorita Gemma Dante está excluida como objeto
de burla, ya que aquí el joven Sean aún se siente atraído por ella. —Se volvió hacia
Sean—. Lo que me lleva a preguntarte: ¿qué vas a hacer al respecto, hermano?
- 219 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Capítulo 25
«Si fuese rica —meditaba Gemma mientras paseaba por la playa a la luz de la
luna—, compraría una casita aquí en la costa, igual que Michael y Theresa. Pagaría
para que cuidasen de Nonna todo el día. Ampliaría la tienda. Y me compraría una
bonita bicicleta híbrida.»
Se paró y cerró los ojos para disfrutar mejor de la brisa nocturna que le
acariciaba la cara. «Eres rica», se recordó a sí misma respirando la fragancia salada
del mar. En los momentos difíciles resultaba difícil de recordar, pero era la verdad. Y
por eso había salido fuera aquella noche: para recordarse a sí misma lo afortunada
que era, sentarse tranquilamente bajo las estrellas, hacer balance de su vida y, lo más
importante, relajarse.
Con los ojos aún cerrados se recreó en la ausencia del ruido tan presente en la
vida de la ciudad. No oía nada más que el viento, el tranquilo rumor de las olas y su
propia respiración, lenta y regular. Abrió los ojos y le sorprendió que la playa
estuviera desierta. Era una noche hermosa y clara, ¿cómo era posible que la gente no
saliera a disfrutar del contacto de la arena entre los dedos de sus pies o a mirar las
estrellas? Entonces recordó que aún no era temporada, no resultaba extraño que la
única casa de la que salía luz fuera la de Michael.
Desde hacía semanas no se sentía tan relajada y paseó unos metros más
caminando hacia la orilla. El agua se precipitaba sobre sus pies desnudos, fría y
tonificante. La luna llena resplandecía sobre ella, con sus suaves rayos bañando la
superficie del mar. Henchido por todo aquello, el corazón de Gemma rebosó de
agradecimiento. «Gracias por este hermoso mundo natural.»
Retrocedió hasta salir del alcance de las olas para dirigirse hacia una zona llana
de arena. Se desabrochó la capa, la dejó caer y de una pequeña bolsa que llevaba
extrajo ocho velas introducidas en vasos de cristal para protegerlas del viento.
Encendió cuidadosamente cada una de ellas y las colocó formando una
circunferencia muy amplia. Las llamas oscilaban tenaces, con su fulgor bailando
hipnótico contra el cielo nocturno. Hizo una profunda inspiración purificante y se
sentó en el centro del círculo.
Pensó en su familia y lo afortunada que era por tenerla, a pesar de todas sus
tonterías. Una cálida sensación se extendió por su cuerpo mientras revivía la emoción
al recibir por fin el abrazo de su madre, la suave piel de bebé de Domenica y la
delgadez de papel de arroz de la mano de su abuela.
Pensó en lo mucho que habían enriquecido su vida sus mejores amigos:
Frankie, Theo, Miguel. Sobre todo Frankie. En su mente apareció la pecosa cara de su
- 220 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
amiga y Gemma sonrió. También acudió la imagen de Michael y Theresa. Sí, eran
familia, pero también sus amigos. Buenos amigos que la acogían y la cuidaban. Sólo
con pensar en todos ellos ya se tranquilizaba.
Alzó las rodillas y las rodeó con sus brazos, balanceándose un poco mientras
pensaba en el pobre Uther y lo agitado que estaba. Deseaba que tuviera la ayuda que
necesitaba y que finalmente encontrara la mujer apropiada. Todo el mundo tenía su
media naranja. Lo creía firmemente. En algún lugar en ese enorme y salvaje mundo
había una damisela deseosa de hallar un amante con casco de normando, una mujer
que soñaba con encontrar a su caballero de reluciente armadura en una recreación.
Gemma rezó para que Uther la encontrara.
Pensar en Uther la llevó inevitablemente a pensar en el Golden Bough. Ahora
que se había distanciado un poco, se percataba de lo realmente peligrosa que había
sido la situación del secuestro. Estaba contenta de que no le hubiera pasado nada a
Julie. Julie: un poco malhumorada, pero trabajadora. Gemma dudaba de que hubiera
sido capaz de hacer malabarismos entre Nonna y la tienda durante todos aquellos
meses sin su flexibilidad sin queja. Julie iba a tener un aumento.
Por último, con una dulce punzada de melancolía, pensó en Sean. Lo atractivo
que era. Simpático, sexy y romántico. Pensó en que si tuviese la oportunidad de
empezar de nuevo, se preocuparía menos por su trabajo y no le inquietaría tanto que
sus respectivos mundos no encajaran. Si amas a alguien haces que funcione. Te
arriesgas y expandes tus horizontes. Te comprometes y lo aceptas tal como es.
—¿Es una fiesta privada o puede apuntarse quien quiera?
Gemma se quedó helada. ¡Alguien la había estado observando! Trató de
mantener la serenidad mientras se esforzaba por distinguir en la oscuridad.
—¿Quién hay ahí?
Oyó que alguien pisaba la hierba de la playa. Y entonces, surgiendo de entre las
sombras, lo vio.
Sean.
Se detuvo ante el círculo de velas, que aún resplandecían con fuerza.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Gemma sin parecer antipática,
curvando y estirando los dedos de los pies en la arena.
—Quería hablar contigo. —A la trémula luz de las velas, la expresión de su cara
parecía insegura, casi de dolor—. ¿Puede ser?
—Claro que puede ser. —Intentó recuperar la sensación de calma, pero su
corazón empezaba a acelerarse—. Deja sólo que las apague y volvemos…
—No las apagues. —Sean se introdujo en el círculo—. Hablemos aquí, es muy
bonito.
—Vale. —Los latidos del corazón de Gemma subieron de frecuencia—.
Prepararé algo para sentarnos. —Salió deprisa del círculo y regresó con su capa. La
extendió en el suelo como si fuera una manta—. Aquí. —Se sentó y palmeó el suelo a
su lado, haciendo todo lo que podía por disimular sus nervios—. ¿Está bien así?
Él se sentó justo a su lado, tan cerca que sus hombros casi se tocaban.
—Es perfecto.
- 221 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 222 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 223 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
- 224 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
territorio de su cuello.
—Yo también te quiero —murmuró Gemma rendida. El cielo y la arena
parecían vibrar, todo los seres vivos palpitaban con vitalidad mientras Sean le
quitaba la cazadora de piel de sus hombros. Sus manos se movían sobre ella con la
energía de un hombre insaciable. Sus dedos podían estar acariciándole la espalda y
recorrer su cabello un momento después. A Gemma no le importaba ser la
destinataria de ese deseo azaroso, la excitaba, y padecía imaginando dónde
exactamente la tocaría a continuación. La única constante era su boca: insaciable,
posesiva, se mantenía apretada a la de ella sin interrupción. Olvidada ya la necesidad
de hablar, la rendición al frenesí era su única fuerza motriz.
—Sean.
¿Había dicho su nombre en voz alta o lo había suspirado en silencio? ¿A quién
le importaba? En aquel momento caían a cámara lenta, estirándose sobre la capa con
las extremidades entrelazadas, guiados por la luz de las estrellas y un apetito que no
podía, ni iba a ser reprimido. Sean hundió la cara en el cuello de Gemma y manoseó
salvajemente los botones de su blusa. Cuando los tres últimos se le resistieron, él
simplemente los arrancó y el corazón de ella se aceleró. Podía arrancarle la ropa a
tiras si quería. Se sometería a lo que fuera, con tal de que se mantuviera la promesa
de su cuerpo contra el de ella, en el de ella.
La naturaleza intervino en la ceremonia, aportando una provocativa brisa fresca
que navegó por su piel ardiente haciéndole estremecerse de placer. Sean alzó su
cabeza y con ojos ansiosos le subió el sujetador de encaje por encima de los pechos.
Su respiración, tan firme y profunda unos momentos antes, mientras hacía balance
de su vida, ahora brotaba excitada en ráfagas de cortos suspiros. Y entonces… nada.
Gemma alzó la cara y se encontró con una sonrisa perversa. Se sintió aliviada. Sólo
estaba jugando, y jugando bien, pues su boca aprisionó la rosada cresta de su pezón
derecho y empezó a chuparla. Gemma suspiró, tensándose bajo sus labios. Él
sorbió… y mordió, cambiando el ritmo, y con su juego la llevó al borde de la locura.
El fuego de la pasión se encendió entre sus piernas y las arqueó deseosa de abrirse a
él como una flor. Y Sean seguía torturándola, cambiando su labor estimulante a su
pecho izquierdo. Cerró los ojos mareada. Cuando los abrió, el cielo daba vueltas.
Jadeaba, puede que incluso gimiera suavemente, no estaba segura. Sólo sabía
que la luna, el mar y las estrellas eran testigos de aquello, del renacimiento de su
amor. Tomando su cabeza con las manos, le hizo subirse encima de su cuerpo y con
labios febriles devoró su boca. Sean gimió y apretó sus labios contra los de ella.
Gemma podía sentir su erección aprisionada por los tejanos, su latido, cálido y
persistente, palpitando contra la parte interior de su muslo.
—Hazme el amor —suspiró Gemma—. Ahora y ahora y ahora y ahora.
Sean rio con un matiz animal a causa de la lujuria y el deseo. Con una
seguridad que la encantó, dirigió las manos a sus téjanos y los desabrochó
rápidamente. Gemma se alzó un poco para permitirle bajárselos junto con sus
braguitas hasta los tobillos, mientras aumentaba su impaciencia. Pataleó para
deshacerse de las prendas, esperando que Sean se desnudara con rapidez y penetrara
- 225 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
en ella.
Pero él se deslizó por su estómago y con un destello de malicia en sus ojos se
apoyó sobre sus brazos para separarle los muslos con suavidad. Entonces lanzó un
gruñido de bestial y puso su boca sobe su sexo ardiente.
Gemma se arqueó mientras el fuego ascendía por su cuerpo, devorando toda
reserva. Chillaba con los lametones lentos de su lengua y cuando el movimiento se
volvía frenético se retorcía de puro delirio. El océano bramó su aprobación, pero las
olas rompiendo no eran rival para los gritos de placer que escapaban de su propia
garganta mientras ondas continuas de gozo aterciopelado la sorprendían, dejándola
momentáneamente sin sentido. Ahora y ahora y ahora y ahora. Oh, Sean…
Claramente satisfecho por el resultado de sus atenciones, se alzó apoyándose
sobre los talones. Gemma sintió de nuevo crecer el deseo cuando Sean se arrancó su
camiseta por la cabeza y la lanzó lejos de sus cuerpos, revelando su musculoso torso.
Miró más abajo, él se desabrochó el cinturón y bajó la cremallera. Entonces se levantó
y se deshizo de la última de sus prendas.
«Adonis a la luz de la luna» fue todo lo que Gemma pudo pensar mientras
observaba cada centímetro de su escultural y perfectamente proporcionada figura
erguida. Asombrada por su virilidad, fue como si lo viera por primera vez. Repasó
con mirada agradecida su cuerpo y le tendió la mano lánguidamente.
Sean la tomó, y se tumbó entre sus muslos. Sus ojos ardían con una fascinante
intensidad a causa de su vehemente necesidad. Gemma se tensó, expectante, lo tomó
de la mano y tiró de él atrayéndolo. Quería enroscar sus piernas alrededor de
aquellas costillas aterciopeladas. Quería sentir cómo calmaba su propia tensión en lo
más profundo de su ser.
—Ábrete más —susurró Sean con voz alterada, su impetuosidad necesitaba
precisión. Gemma obedeció guiándolo hacia el centro. Pero Sean Kennealy era un
hombre que no necesitaba que lo guiaran. Apenas deslizándose en su interior, la
penetró por etapas, desesperándola y embriagándola. Gemma se apretó contra él
dispuesta a cabalgar desbocada. Sean retrocedió lentamente, y luego penetró con
fuerza, hundiéndose en su interior tan profundamente como pudo. Lo repitió de
nuevo. Y otra vez. Y otra vez. Hasta que Gemma pensó que iba a partirse por la
mitad. Y entonces, justo cuando Gemma creía que no lo podría soportar más,
aumentó la cadencia y la llevó hasta el borde de la locura.
El ritmo le hizo perder los sentidos. Cada pensamiento, cada sueño, cada deseo
que tenía se reducía a eso. El cuerpo de Sean se unió al suyo, la pasión creciendo y
envolviéndola en tremendas oleadas, hasta que al final estalló abiertamente,
lanzando a Gemma al vacío con un grito de éxtasis que rasgó el velo de la noche. A él
no le quedó más remedio que responder de la misma manera: bombeó con las
caderas salvajemente hasta alcanzar un clímax vibrante, vaciándose en ella con tal
ferocidad y pureza que la dejó sin habla.
—Te amo —murmuró mientras se hundía encima de ella. La rodeó con sus
brazos protegiéndola de la brisa.
- 226 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Pasaron los segundos, los minutos, las horas. Gemma había perdido la noción
del tiempo. Sólo sabía que los dos estaban todo lo entrelazados que dos cuerpos
pueden estar, escuchando cómo el corazón del otro volvía a latir con normalidad. La
temperatura había descendido y el viento arreciaba, pero a Gemma no le importaba.
En los brazos de Sean no sentía el frío o el calor. Sólo felicidad.
—¿Gemma?
—¿Mmm?
—¿Lo habías hecho antes a la intemperie?
—¿Cuenta hacerlo en Poconos con Peregrine Phillips cuando estaba en
secundaria?
—No. —Sean levantó la cabeza—. ¿Peregrine? ¿Te morreaste con un tío que se
llamaba Peregrine?
Alegremente, Gemma le pellizcó en el brazo y él se tranquilizó y apoyó la
cabeza en la cuna de sus pechos.
—¿Gemma?
—¿Mmm?
—Hay arena en grietas y hendiduras que desconocía que tuviera.
Gemma soltó una carcajada.
—Yo también. Quizá deberíamos volver y ducharnos.
—Me parece una buena idea. —Se mostró de acuerdo Sean y la besó en la punta
de la nariz.
—Sean, tengo algo que decirte. —No sabía por qué pero el hechizo que había
realizado hacía tiempo le parecía un secreto entre ellos, secreto que había llegado el
momento de desvelar.
—¿Qué es? —preguntó mordisqueándole las yemas de los dedos.
—Justo antes de conocerte hice un sortilegio de amor.
Sean paró de mordisquear.
—En él vi los ojos de un hombre con toda claridad. Eran los tuyos, Sean. Lo
juro.
Sean se lo pensó.
—Te creo —dijo por fin—. Creo en el destino.
Le sonrió con aquella calmada sonrisa torcida que había hecho brincar su
corazón la primera vez que la vio.
—Lo sé.
Lentamente, casi sin querer, se alzaron y se vistieron de nuevo. Después de
cubrirse con su capa, Gemma caminó alrededor del círculo apagando las velas una a
una. La luna los acompañaría a casa.
—¿Vamos? —preguntó Sean ofreciéndole la mano.
Gemma asintió, tomándola. Juntos subieron por la playa caminando hacia su
futuro.
- 227 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
Agradecimientos
Gracias en especial a:
El teniente Dave Burbank y al teniente Gillian Sharp del cuartel de bomberos de
Ithaca, cuya disposición a introducirme en su mundo me ayudó a hacer posible este
libro. También al bombero Rob Covert, mi fuente sobre CISD (Critical Incident Stress
Debriefing).
El teniente John Miles del camión 35/40 de Manhattan por permitirme ver cómo
se actúa en las grandes ciudades y responder sin queja a mis innumerables
preguntas.
El asistente jefe de incendios Mike Schnurle, a Mark Spadolini, Wade Bardo,
Dan Zajak y a cualquier otro que pueda olvidarme del turno "D" del cuartel de
bomberos de Ithaca. Su hospitalidad y amabilidad han representado toda la
diferencia del mundo para mí.
A los bomberos del camión 35/40 de Manhattan.
También gracias a:
Mi marido, Mark Levine, por su increíble paciencia.
Roberta Caploe, por permitirme describir su fantástico apartamento en tres
libros.
Ken Dashow, por ponerme en contacto con el teniente John Miles.
Maggie Shayne.
Rachel Dickinson.
Dr. Brian Carpenter.
Elaine English y Allison McCabe.
Y por último, aunque no por ello menos importantes, a mamá, papá, Bill,
Allison, Beth, Jane, Dave y Tom, que junto con Mark y «los muchachos», hacen que
todo valga la pena.
- 228 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
Deirdre Martin
Gemma Dante es un espíritu libre, y podría ser la oveja negra de su gran familia
italiana, pero en lo que respecta a los negocios, su boutique New Age es la mejor de la
gran manzana. Deseando una vida amorosa tan exitosa con su vida laboral, Gemma
- 229 -
DEIRDRE MARTIN Desenfreno
lanza un hechizo para atraer a Don Perfecto. Pero cuando las ondas cósmicas se
cruzan, no uno, sino dos hombres, entran en su vida. Uno es demasiado inaceptable
incluso para sus gustos. El otro es un pulcro bombero que es cualquier cosa menos su
tipo…
Pero cuanto más conoce al bombero Sean Kennealy, más aceptable le resulta a
Gemma. Y, por su parte, Sean no sabe qué hacer con su guapa vecina que quema
incienso y, algunas veces, usa sandalias Birkenstocks. Sólo sabe que estar cerca de
ella inicia un fuego en él que ni siquiera los muchachos de la escalera 29, o el camión
31 pueden extinguir…
***
Título original inglés: Total Rush
© Deirdre Martin, 2005
Primera edición: octubre de 2007
© de la traducción: Joan Lluis Ivars Companys, 2007
© de esta edición: Grup Editorial 62, S.L.U., Talismán
Depósito legal: B-36.223-2007
ISBN: 978-84-96787-17-9
- 230 -