Curso de Cristología para Laicos
Curso de Cristología para Laicos
Curso de Cristología para Laicos
El ingreso a la comunidad a partir de la profesión de fe aceptada y la recepción del bautismo “en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo fueron distintivo concreto de los cristianos ante judíos y no judíos. La fe
bautismal tiene sus raíces en la experiencia pascual de la comunidad primitiva, fundada en la experiencia
profética de Jesús que sintiéndose íntimamente unido al Padre, habla en su nombre y muere obedeciendo su
voluntad por la salvación de la humanidad; tal experiencia fue preparada por la fe de Israel en un Dios único,
creador y salvador y por la esperanza de la venida del Mesías y la efusión del Espíritu Santo. La fe bautismal
confirmada por el mismo Dios en la resurrección de Jesús como Cristo y Señor, continuamente interpretada en
la era patrística fue el principal criterio de valoración de la ortodoxia; consecuentemente los primeros intentos
de comprensión racional de la doctrina mediante la reflexión teológica vienen marcados por el acercamiento y
la reflexión sobre la doctrina de la Trinidad y la encarnación de Cristo; en otros términos podríamos decir que la
teología nace con la reflexión en torno al misterio de Trinidad y la Cristología.
Antes del Bautismo, era requisito indispensable hacer profesión de fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y
en la Iglesia; naciendo así, en un contexto litúrgico-bautismal, los primeros “símbolos de fe”. Las primeras
profesiones de fe, fueron generalmente de carácter cristocéntrico. El símbolo de los apóstoles, es hasta hoy en
día un breve resumen de las principales doctrinas del cristianismo, su forma actual consta de doce artículos, tal
como ahora lo conocemos aparece en Arles, en el siglo VI; aunque todos sus elementos doctrinales ya se
encuentran en los escritos apostólicos de finales del siglo I. Con todo, las profesiones de fe cristocéntricas más
antiguas no implican ausencia de la convicción de fe trinitaria en la vida del cristiano. En suma, la profesión de
fe o Regula Fidei, surge del comportamiento mismo del creyente y sus convicciones más profundas que le lleva
a creer en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.
Proclamada en la región de Cesarea de Filipo, como respuesta a la doble pregunta ¿Quién dice la gente que Soy
Yo? Y ¿Y ustedes quién dicen que Soy Yo?: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). En diversos
momentos Pedro profesó su fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo: “Nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios” (Jn 6, 6-69). En labios de Martha: “Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que
debía de venir al mundo” (Jn 11, 27). Y en Jn 16, 30 “creemos que tú has venido de Dios”. Otra forma primitiva
se conserva en Hech 8,26-37 “Yo creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”. No había pues, necesidad de exigir más
a los candidatos al bautismo; sin embargo hay implícita una fe trinitaria. Profesar la fe en Jesús Señor y
“Salvador” o (Sotér) condujo al acróstico (IXTHYS “pez”) símbolo favorito del cristianismo
helenístico: cuyas iniciales significan “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”
(Iesous Xristós Theós Üiós Sotér). Tertuliano y algunas inscripciones del siglo II, testifican la popularidad
de esta fórmula.
Sugerida por el precepto del Señor de bautizar a todas las naciones “en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”, la fórmula trinitaria explícita llegó a prevalecer sobre la primera. Hacia el año 150, san Justino
mártir dice en su Apología I,61 que los candidatos del bautismo “reciben el lavado del agua en el nombre de
Dios Padre y Señor del universo y en el de nuestro Salvador Jesucristo y en el del Espíritu Santo”.
La Epístola Apostolorum, compuesta hacia la misma época, aumenta el número de artículos de tres a cinco, la
profesión de fe va pasando por un proceso de explicitación gradual:
Hacia el año 200, surge en Roma, una fórmula de Credo con 8 o 9 artículos en la Traditio Apostolica (21)
de Hipólito, símbolo romano conocido por Tertuliano. Probablemente compuesto hacia la mitad del siglo II:
Este sería el arquetipo de todos los credos occidentales, el cual da importancia al nacimiento de Jesús de la
Virgen María. Eran dos los principales signos de oriente antes del niceno-constantinopolitano: el de Jerusalén,
testimoniado por Cirilo de Jerusalén y el de Cesarea.
El inicio de la polémica cristológica lo encontramos ya en el NT. Juan en sus cartas afirma contra los docetas la
verdadera humanidad de Cristo, ellos sostenían una humanidad aparente. A lado del docetismo que alcanzará
su máximo punto en el s. III, en el s. II los padres apostólicos afrontaron la fe ebionita, la cual con base en el
mesianismo judío veía en Cristo un hombre excepcional, dotado de carismas divinos.
En el NT Jesucristo es presentado ya en varios pasajes como un ser divino (Hijo de Dios, pre existente) que por
voluntad del Padre crea el mundo y sucesivamente se encarna en María para realizar la redención de los
hombres; es Dios (Rom 5,9), no un segundo Dios respecto al Padre. Definido por los autores
neotestamentarios Sabiduría, y poder de Dios, identificándolo así con la Sabiduría del AT, es decir la dynamis
de Yahvé que en los libros sapienciales es su colaboradora en la creación del mundo. Pablo lo define también
(Col 1,15), por un lado imagen de Dios invisible, primogénito de la creación, por otro mediador entre Dios y la
creación. Conceptos que retoma Juan y lo presenta bajo la categoría filosófica y veterotestamentaria de Logos,
que en la filosofía representó una especie de principio ordenador en el mundo. La figura de Cristo era vinculada
con las figuras divinas del AT introducidas para describir la creación (sabiduría, espíritu, Palabra de Dios), lo cual
permitía referir a Cristo una cantidad enorme de pasajes del AT.
Los gnósticos, pensadores eclécticos de la antigüedad, considerados herejes por la tradición católica, mediante
complejos esquemas teológicos de origen platónico, sostenían la existencia de un dios menor (nous) que
mediaba la relación entre Dios (absolutamente trascendente) y el mundo de la materia. Los gnósticos
multiplicaron sucesivamente las entidades intermedias (eones) haciendo derivar unas de otras en modo escalar
de emanaciones, que en definitiva asumían los atributos del Logos. La fuerza enorme del gnosticismo en los ss.
II y III generó varias REACCIONES agrupables en dos ramas:
LOS APOLOGISTAS (Justino, Taciano, Atenágoras), acogían la filosofía griega; valoraron a Cristo Logos,
sabiduría, imagen de Dios e intermediario entre Dios Padre y el mundo, manifestado en las teofanías del AT
anticipando la más grande teofanía: la encarnación, evento de redención para el mundo en pecado. La teología
del Logos se basa en Pablo y Juan, y en la literatura sapiencial especialmente Prov. 8,22-25, punto clave de
polémicas posteriores al identificar los verbos mencionados en el pasaje donde afirma que la Sabiduría ha sido
creada y engendrada1 por Dios para crear el mundo; ésta rama constituye lo que hoy nosotros llamamos
TEOLOGÍA DEL LOGOS, desarrollada especialmente en ambiente alejandrino. El Logos derivado de Dios por
generación, subsiste en cualidad de Hijo para la creación y la salvación del mundo; de este modo, esta
tendencia es el embrión de la teología de la “economía divina”.
En reacción sea al gnosticismo que a esta rama de argumentación surgen los TEÓLOGOS DEFENSORES DE LA
UNIDAD DIVINA, para este grupo la teología del Logos separaban terriblemente el Verbo de Dios al punto de
atentar contra el monoteísmo, entendido desde el presupuesto judeocristiano. De esta manera surgen varias
corrientes que buscaban resolver la cuestión: Cristo un mero hombre que recibía ciertos poderes en el
bautismo (adopcionismo), esta corriente, ignorando la ya aceptada divinidad de Cristo, duró poco. Por otro
lado el monarquianismo, o modalismo, que afirman que el Logos es carente de subsistencia personal, es solo
una expresión de la voluntad creadora de Dios, o un modo con el cual el único Dios se ha manifestado a la
creación (modalismo propio), de tal manera que en la cruz estaba el Padre verdaderamente (p El debate entre
teólogos del Logos (después teología de la economía divina) y monarquianos en sus diferentes expresiones,
fue largo y duro. Colocaba sobre el “tapete” los varios modos de afrontar la cuestión, y abría los horizontes a lo
que serían las grandes controversias de los ss. IV y V. En las polémicas dogmáticas a fines del siglo III, se
encuentra ya usada por el papa Dionisio (260-268) la fórmula de la consubstancialidad (consubstantialis, en
griego homoousios) del Padre con el Hijo, gracias a la cual encontraría más tarde la solución a la cuestión
trinitaria (patripasianismo). El debate entre teólogos del Logos (después teología de la economía divina) y
monarquianos en sus diferentes expresiones, fue largo y duro. Colocaba sobre el “tapete” los varios modos de
afrontar la cuestión, y abría los horizontes a lo que serían las grandes controversias de los ss. IV y V. En las
polémicas dogmáticas a fines del siglo III, se encuentra ya usada por el papa Dionisio (260-268) la fórmula de la
consubstancialidad (consubstantialis, en griego homoousios [ ) del Padre con el Hijo, gracias a la
cual encontraría más tarde la solución a la cuestión trinitaria.
CONCLUSIÓN: La fe bautismal confirmada por el mismo Dios en la resurrección de Jesús como Cristo y Señor,
continuamente interpretada en la era patrística fue el principal criterio de valoración de la ortodoxia; por eso
los primeros intentos de comprensión racional de la doctrina mediante la reflexión teológica vienen marcados
por el acercamiento y la reflexión sobre la doctrina de la Trinidad y el misterio de la encarnación de Cristo.
1
Hasta antes de Nicea ambos términos tendieron a entenderse como sinónimos, razón por la cual Arrio llegó a la confusión terminológica
y a su tesis desviada; Nicea clarifica y distingue ambos términos: (gennethéis), designa la procesión eterna del Hijo de la
ousía del Padre (no de la voluntad); mientras (genethéis), designa únicamente la condición de criatura (poietheis).
CURSO DE CRISTOLOGÍA PARA LAICOS
La Reflexión cristológica de los Padres y los primeros concilios ecuménicos
Por: Pbro. Lic. Limberg Gómez Coutiño
En torno al 320, Arrio sacerdote influyente de la iglesia de Baukalis empezó a difundir ideas personales
sobre la Trinidad, su tesis principal era: Si el Hijo fue engendrado por el Padre, necesariamente tuvo que
haber un tiempo en que Hijo aún no existía; por consiguiente, no existe desde la eternidad, luego no es Dios.
Alejandro y un centenar de obispos egipcios y libios reunidos en sínodo, excomulgaron a Arrio y sus partidarios.
Constantino, quizá sin comprender del todo el alcance de las doctrinas, pero interesado por mantener la paz en
la iglesia, decidió convocar una asamblea general de obispos en Nicea.
Fue inaugurado el 20 de Mayo del 325, con la asistencia de 318 obispos. Eusebio obispo de Cesarea, en
Palestina, propuso como esquema de la definición de fe el símbolo bautismal de su iglesia, el cual fue aceptado
agregando la fórmula homousios ( )“consubstancial” al Padre, en el artículo referente a la
procedencia del Hijo respecto el Padre, condenando así la postura de Arrio. Fue solemnemente proclamado
que el Hijo es «Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado,
consubstancial al Padre». (VER EL SÍMBOLO NICENO)
Grupo defensor del credo niceno y la fórmula del homoousios). “consubstancial”, niegan
en el Hijo el carácter de criatura idea sostenida por los arrianos. Los principales defensores: Atanasio, Osio de
Córdoba, Apolinar de Laodicea y los padres capadocios, estos últimos, después del 362, delimitaron los
conceptos de (ousía) (como “esencia común”) e (hypóstasis) (como “substancia
individual”), pues frecuentemente se usaban de manera indistinta. Los padres capadocios optaron por la
fórmula “tres hipóstasis y una ousía” que habría de convertirse en la expresión común de la ortodoxia.
Se agrupan los tres Eusebios (de Cesarea, de Emesa y de Nicomedia), buscaban una vía intermedia
entre los nicenos y el arrianismo, pero sin usar el homoousios, sino (homoiousios). Basilio de
Ancira impuso en el sínodo de Ancira (358) la fórmula (homoios kat’ousían) entendiendo
como ousía la substancia individual, y sin embargo afirmando en la divinidad tres hipóstasis y tres ousías. La
ousía del Hijo es semejante a la del Padre, en cuanto que también ella es divina.
Se propuso como fórmula conciliadora, sin embargo solo política y sin una solución teológica
satisfactoria. El emperador Constancio la aceptó y presionó que se aceptara con un doble sínodo en Rímini y
Seleucia y se las arregló para que se aceptara en el sínodo de Constantinopla del 360. Hacia el 360-362 surge
una nueva fase de controversias con el surgimiento del neoarrianismo en torno a Eunomio y el apolinarismo,
cuya lucha fue encabezada por Basilio el Grande (de Cesarea), Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa.
El anomeismo, surge aproximadamente 30 años después del Concilio de Nicea (325-355). Cuando Aecio
y Eunomio retoman y desarrollan las proposiciones más radicales que muchos arrianos habían dejado caer ante
formulaciones moderadas. El nombre viene de (anómoios) (desemejante o disímil) asignado sobre
todo a Eunomio y sus seguidores, por sus adversarios, pues consideraban al Hijo disímil del Padre.
Atanasio fue un pastor preocupado por salvaguardar la pureza de la tradición, doctrina y fe de la Iglesia
católica que el Señor dio, los apóstoles predicaron y los Padres conservaron (A Serapión I,28) ante la amenaza
del arrianismo. Defiende la unidad y la distinción de Personas en la Trinidad; el Padre crea por el Hijo en el
Espíritu Santo; el Verbo en cambio no fue creado sino engendrado de la misma esencia que el Padre; en
consecuencia, el Logos es Dios, no criatura como afirman los arrianos; es (homoousios) con el
Padre, no solo de naturaleza semejante ( homoiousios]). Con Pablo (Col 2,9) el Hijo tiene la
plenitud de la divinidad y por tanto es completamente Dios. Padre e Hijo tienen la misma naturaleza y son
eternos.
San Atanasio es uno de los principales postuladores de la “teología del intercambio” Dios se hizo
hombre para que el hombre se hiciera Dios. María es verdadera Theotokos (Discurso a los arrianos III,29). El
Hijo de Dios se encarna porque al ser imagen del Padre puede restaurar la imagen de Dios en el hombre, y
muriendo, es capaz de comunicarles su inmortalidad e incorrupción.
SU DOCTRINA TRINITARIA
Militante del grupo niceno, contemporáneo de Atanasio. Para Hilario, la generación del Hijo no es de la
nada, ni de una materia preexistente como si su origen se debiera a un acto creador; ni de naturaleza diversa,
sino precisamente del Padre; se trata de una generación inefable, sin analogía posible con la generación de los
seres vivos, sin pasión ni división; el Padre ha dado de sí todo al Hijo sin perder nada de su ser, pues no
interviene protensio (extensión) ni transfusio (transfusión). Aclara que la generación no comporta en el Hijo
posterioridad cronológica respecto al Padre: el Hijo es eterno, siempre Hijo, pues ha nacido de una generación
intemporal e incomprensible para nosotros que sumergidos en el tiempo, no somos capaces de concebir y
definir lo intemporal y eterno sin recurrir a categorías necesariamente temporales. La inferioridad y pasibilidad
de Cristo en diversos pasajes evangélicos son propias de la humanidad; vg. La sujeción (1Cor 15,28) obedece al
anonadarse del Hijo tras asumir la forma servi (Flp 2,7) en estrecha relación con su glorificación y su reino
eterno qua homo y como representante de la humanidad. El concepto genérico homoousios, adquiere en
Hilario como en Atanasio su significado pleno a la luz de la relación de total compenetración que une entre sí,
manteniendo la distinción personal, al Padre y al Hijo, según testimonio de Jn 10,30 y 14,9-10.
Con las formulaciones de Eunomio y los macedonianos, entra en escena un nuevo elemento de
controversia: el Espíritu Santo. La profesión de fe eunomiana, dice en efecto, sobre el Espíritu Santo:
CREADO POR EL ÚNICO DIOS A TRAVÉS DEL UNIGÉNITO Y A ESTE COMPLETAMENTE SUMISO, QUE NO
ES CONNUMERADO (…) AL PADRE… NI ES IGUALADO EL HIJO pues el Hijo es unigénito y no tiene a
ningún hermano del mismo género - pero tampoco es puesto a la par de otra criatura, pues es superior
por nacimiento, naturaleza, gloria, conocimiento a todas las criaturas hechas a través del Hijo, en
cuánto ella es… la más importante, grande y más bonita obra del unigénito.
En la parte cristológica del Símbolo niceno, el término homoousios, se convirtió en la expresión central,
constituyendo el núcleo antiarriano, reconociendo de manera irrevocable la divinidad del Hijo, haciendo a su
vez, distinción explícita de los términos que hasta entonces para muchos como los arrianos eran sinónimos:
(gennethéis), con doble , designa la procesión eterna del Hijo de la ousía del Padre (no de la
voluntad); mientras (genethéis), designa únicamente la condición de criatura (poietheis).
De este modo, Cristo no solo es Dios en sentido transferido, sino “Dios verdadero de Dios verdadero”. Al
solucionar en el plano filosófico la cuestión de la divinidad del Hijo desde la ousía (naturaleza) del Padre, el
concilio suscita dos problemas en torno a los cuales girará el debate sobre la recepción de este Credo:
a. La posible identificación de ousía con hypóstasis, pues aún no se aclaraba la delimitación de ambos
términos, con riesgo de una interpretación sabeliana (modalista) al no distinguir suficientemente las
“personas” divinas. Gracias a la reflexión teológica de los Padres Capadocios cuya fórmula “tres
hypóstasis y una ousía” (“tres personas y una naturaleza”), el Concilio de Constantinopla (381)
consiguió dar una clara diferenciación terminológica iniciada por san Basilio y que se convertiría en
la expresión común de la ortodoxia y marcaría el fin del arrianismo.
b. La pregunta lógica sobre la relación entre divinidad y humanidad en el Hijo de Dios encarnado, descrita en
consonancia con la tradición bíblica (Jn 1,14), llevó a Apolinar de Laodicea a negar expresamente el alma de
2
Jesús y Nestorio el título de Theotokos en la virgen María. El Concilio de Calcedonia (451) daría una solución
definitiva reinterpretando el esquema Logos-sarx, en sentido de Logos-Anthropos, con su fórmula “Una
persona (prósopon) en dos naturalezas (fýseis)”.
2
Buscando asegurar la unidad del Logos con la carne y partiendo de la tricotomía platónica del hombre formado de cuerpo (sarx), alma
(psique), e intelecto racional (nous); según Apolinar el Logos tomó la parte espiritual del alma de Jesús, Cristo no tuvo por tanto un alma
como los otros hombres, pues falta el intelecto racional o nous, cuyas funciones son realizadas por el Logos. Puesto que el hombre es
mortal y la carne humana profundamente corrompida, Jesús tuvo una carne no corrupta e inmune a toda corrupción, pues falta la parte de
la voluntad e intelecto humano capaz de conducir al pecado y la corrupción. Con tal concepción la encarnación del Verbo no había sido
integral, sin la entera humanidad de Cristo no pudo redimir completamente al género humano. El concilio de Calcedonia del 451,
aclararía cómo debe considerarse la persona de Cristo y sus dos naturalezas; en substancia la definición se basó en la carta de san León
Magno con el que el dogma cristológico fue expresado y definido: Nosotros enseñamos unánimemente todos, un único y mismo Hijo,
Nuestro Señor, perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, compuesto de un
alma racional y de un cuerpo, consubstancial al Padre según la divinidad y consubstancial a nosotros según la humanidad, semejante en
todo a nosotros menos en el pecado.
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La Reflexión cristológica de los Padres y los primeros concilios ecuménicos
Por: Pbro. Lic. Limberg Gómez Coutiño
El símbolo constantinopolitano repite la fórmula del 325 añadiendo la especificación sobre el Espíritu Santo:
Con las divisiones al interior del mismo arrianismo, la teología de los padres capadocios y las
intervenciones directas de Teodosio el Grande (379-395), el Concilio I de Constantinopla (381) confirmaría la
victoria definitiva de la ortodoxia y el arrianismo sería ya cosa del pasado.
III. EL CENÍT DE LA ÉPOCA DE ORO DE LA PATRÍSTICA: CONTROVERSIAS CRISTOLÓGICAS ENTRE ÉFESO Y CALCEDONIA
1. El nestorianismo
Nestorio, Siro germanita, nació después del 381; el 10 abril 428 fue electo obispo de Constantinopla, se
distinguió como gran predicador; en Antioquía hizo una excelente labor como presbítero. Constantinopla ya se
había convertido en una sede importante de la cristiandad. El problema comienza cuando toca un asunto de
religiosidad popular: el título de María como “Madre de Dios” ( “Theotókos” usado incluso por
algunos padres de la Iglesia como Gregorio de Nacianzo, pero para Nestorio era teológicamente inaceptable,
con todo, sus motivos son de carácter cristológicos más que mariológicos. Sin embargo, reconociendo ambas
naturalezas en Cristo, tampoco admitía que fuera llamada solamente “Madre del hombre” o antropotokos; La
solución intermedia propuesta por Nestorio es el título de Cristotokos (Madre de Cristo) o bien Teodokos
(Receptora de Dios). Así, pretendía distinguir con claridad los atributos de las naturalezas e indicar que el
hombre Jesús nacido de María estaba unido con Dios; Sin embargo, el hecho de cambiar una sola letra
a , cambia tanto el sentido como el contenido de la palabra, pues el segundo indica solo
“acogida, recepción” mientras el primero refiere el nacimiento y la idea de maternidad.
A estas alturas, la reflexión teológica ya había clarificado los términos y (fysis y ousía)
como los más apropiados para referir el plano de la naturaleza; para la cuestión en debate se prestaban dos
términos diversos: e (prósopon e hypóstasis). En la teología trinitaria el término
ya se había convertido en distintivo de una “trinidad” de una naturaleza. La teología antioquena,
especialmente con Teodoro de Mopsuestia (maestro de Nestorio) tendía a referir el término a la
naturaleza, en el sentido de realidad concreta y como suma y sujeto de todas las manifestaciones
de la naturaleza. En este sentido, para Teodoro y Nestorio ambas naturalezas tienen su propio ,y
así Cristo tendría (duo prósopa); pero en virtud de la unión en un sujeto se convierten en un
, tal formulación puede significar “una persona” pero con inexactitud.
Para la parte occidental, llamada de intermediaria entre las partes, la cuestión era totalmente distinta,
la lengua y la teología latina no conocían una alternativa terminológica y se había decidido ya, sobre todo con
san Agustín por la traducción de = persona, pues la traducción por Substantia hacía imposible la
fórmula trinitaria; así, desde el punto de vista semántico el concepto latino persona podía significar ambas
cosas: tanto la manifestación externa ( ) como el sujeto actuante ( ). En la fórmula
cristológica agustiniana: “una persona in utraque natura” (“una persona con ambas naturalezas”),3 había
prevalecido el segundo significado; de este modo podemos entender como para Occidente que pensaba con
categorías exclusivamente latinas, la fórmula de Cirilo (mía hypóstasis) indicaría una persona,
es decir “un sujeto” actuante, sería expresión preferible a la nestoriana, pues si bien (en
prósopon) indicaría una persona pero en cuanto “exterior” o manifestación externa. Los teólogos romanos no
llegaron a percibir el matiz sutil del concepto usado por Nestorio, pues en contraposición con Cirilo
podía también indicar “sujeto”; sin embargo, la evolución de la historia del dogma debe afrontar la encrucijada
de “elegir una dirección” y “rechazar la otra” como desviada; y aunque con lo que hoy conocemos la postura de
Nestorio pudiera expresar igualmente lo que la Iglesia quería decir, tal formulación no fue aceptada, mientras
Nestorio por su parte no quiso someterse a la decisión de la Iglesia expresada en el concilio.
2. La Epístola Dogmática de San Cirilo de Alejandría a Nestorio: Definición dogmática del concilio de Éfeso
Fue la segunda carta que dirigió a Nestorio y la que aprobó el concilio de Éfeso en su primera sesión el
22 de junio del 431, al considerarla completamente acorde con el Símbolo Niceno y expresión auténtica de la
doctrina católica. El contenido central de la carta, sería en definitiva parte principal de la declaración conciliar:
No decimos que la naturaleza del Verbo se hizo carne sufriendo cambio,4 tampoco que se transformó
en un hombre completo y perfecto, compuesto de alma y cuerpo.5 Decimos más bien que el Verbo,
habiendo unido a Sí mismo personalmente una carne animada de un alma viviente, se hizo hombre de
manera inefable e inconcebible y se llamó Hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, ni
tampoco por la asunción de la persona sola (es decir, una persona humana a su divina persona); y
siendo distintas las naturalezas que se unieron en esta unidad verdadera, de ambas resultó un solo
Cristo e Hijo: no en el sentido de que la diversidad de las naturalezas quedara eliminada por esta unión,
sino que la divinidad y la humanidad constituyen para nosotros al único Señor Jesucristo e Hijo con su
inefable e inexpresable conjunción en la unidad. De esta manera, aunque Él subsistía y era engendrado
por el Padre antes de los siglos, se dice de Él que nació también de una mujer según la carne; no que su
3
En su Ep. 137,9 argumenta Agustín que Jesús actúa como mediador entre Dios y la humanidad “uniendo ambas naturalezas en la unidad
de su persona”.
4
No es pues como la opinión de Fotino, que sostenía un paso de Dios a carne y luego nuevamente cambiado a la divinidad.
5
Como la opinión de Marcelo de Ancira, que combina la opinión de Fotino y Apolinar.
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La Reflexión cristológica de los Padres y los primeros concilios ecuménicos
Por: Pbro. Lic. Limberg Gómez Coutiño
naturaleza divina empezara a existir en la Santa Virgen o que necesitara por fuerza por sí misma una
segunda generación después de su generación del Padre. Es necio y absurdo decir que el que subsistía
antes de los siglos y era coeterno con el Padre tenía necesidad de un nuevo comienzo de existencia.
Decimos que el Verbo ha nacido según la carne, porque asumió personalmente la naturaleza humana
“por nosotros y por nuestra salvación”. Porque no nació primero de la Santa Virgen un hombre
ordinario y luego descendió sobre Él el Verbo, sino que, habiéndose unido a la carne desde el seno
mismo, se dice de Él que se sometió a una generación según la carne, como apropiándose y haciendo
suyo el nacimiento de su propia carne… De esta manera *los Santos Padres+ no tuvieron inconveniente
en llamar madre de Dios a la santa Virgen.
Cirilo prefiere usar el término hypóstasis en vez de prosopon para referir el resultado de la unión de las
dos naturalezas; si bien las dos naturalezas son diversas uno solo es el Cristo que resulta. Son dos naturalezas
que se mueven hacia la unidad, es decir, hacia un punto de encuentro. Cristo, el Hijo, es el resultado de esa
unión. Naturaleza humana y naturaleza divina se encuentran en ese punto de unidad haciendo una sola
persona: Cristo el Señor; en consecuencia defiende un doble nacimiento del Hijo, el primero engendrado por el
Padre antes de todos los siglos y el segundo en su encarnación y nacimiento de una mujer; en virtud de este
nacimiento según la carne, nada impide llamar a María, la Virgen Madre, verdadera (Theotokos
“Madre de Dios”).
La controversia posterior al concilio de Éfeso encuentra su salida en una fórmula de unión en el año
433, probablemente de Teodoreto de Ciro: Tuvo lugar la unión de ambas naturalezas… y en virtud de una unión
de naturaleza, sin confusión, creemos que la santa virgen María es Madre de Dios, pues el Verbo divino se hizo
carne y hombre. Sin embargo, no dice nada de la naturaleza ni del modo en que se da esta unión; por tanto,
más que solución teológica, se trata de una salida política. La solución sería dada hasta el 451 con el concilio de
Calcedonia, mientras en occidente san Agustín 40 años antes de Calcedonia ya había dado una solución.
Fue uno de los más grandes teólogos antioquenos. En la confrontación entre Cirilo y Nestorio, Teodoreto de
Ciro se convirtió en el auténtico opositor teológico de Cirilo y en el teólogo que llevó adelante el desarrollo de
la cristología antioquena hasta Calcedonia; sin embargo, años más tarde sería condenado en el segundo
concilio ecuménico de Constantinopla el 553.
SU DOCTRINA CRISTOLÓGICA
4. El Concilio de Calcedonia
En Alejandría como era de esperarse, la fórmula de san Cirilo y la influencia del apolinarismo suscitó el
surgimiento del monofisismo del sacerdote Eutiques, el cual sostenía que Cristo constaba de “dos naturalezas
antes de la unión, pero sólo una después de la unión”. Eutiques fue condenado por el sínodo endémico (en
curso o asamblea ordinaria de obispos presentes ya en la ciudad) de Constantinopla del 448. Eutiques, el
emperador Teodosio II y Flaviano patriarca de Constantinopla se dirigieron al Papa León quien el 13 de junio
del 449 remitió su famoso Tomus Ad Flavianum (epístola 28).
La teología latina, se impone por vez primera en un concilio ecuménico, con los 205 versículos del
Tomus ad flavianum. Que sería la base de las conclusiones dogmáticas de Calcedonia.
Idem veru sempiterni genitoris unigenitus sempiternus natus est de Spiritu Santo et Maria virgine. “El
mismo Hijo Primogénito eterno del Progenitor eterno, nació del Espíritu Santo y de María, la Virgen”.
(21)
Desde los dos nacimientos refiere la identidad del Hijo: nacido eternamente del Padre, y nacido del
Espíritu santo y de María Virgen. Los números 54-56 son decisivos en la referencia de la unión de las dos
naturalezas: para la unidad del Hombre-Dios en la encarnación del Hijo de Dios debía darse un doble
movimiento de aproximación, Dios se donó y el hombre fue elevado a una unidad personal: “Conservando la
peculiaridad de cada una de ambas naturalezas y confluyendo en una persona, la majestad asumió la bajeza, la
fuerza la debilidad, la eternidad la mortalidad”, Salva igitur proprietate utriusque naturae et in unam coeunte
personam, suscepta est a maiestate humilitas, a virtute infirmitas, ab aeternitate mortalitas.
“El mismo que es Dios verdadero es también hombre verdadero… [sin embargo] como la divinidad no
cambia por la condescendencia, tampoco la majestad engulle al hombre”. Qui enim verus est Deus,
idem verus est homo… sicut enim Deus non mutatur miseratione, ita homo non consumitur dignitate.
(91-93)
Sin embargo, actúa un solo sujeto (una persona) en Cristo en comunión de ambas naturalezas.6 Ésta es
la fórmula más cercana antes de la definición calcedonense. De aquí, sigue lógicamente la communicatio
idiomatum; cada una de las naturalezas siempre actúa en comunión perfecta con la otra:
Propter hanc ergo unitatem personae in utraque natura intelligendum, et filius hominis legitur
descendise de caelo (Io 3, 13),… et rursum filius Dei crucifixus dicitur ac sepultus. “A causa de esta
unidad de la persona en cada una de ambas naturalezas cabe decir: el Hijo del Hombre bajó del cielo…
y el Hijo de Dios fue crucificado y sepultado” (126-132).
6
la cristología de León Magno tiene su fuente directa en la reflexión cristológica de San Agustín cuya fórmula “una persona en ambas
naturalezas” (una persona in utraque natura) sería asumida en Calcedonia en el dogma de la unión hipostática “una persona en dos
naturalezas” (una persona in duabus naturis).
CURSO DE CRISTOLOGÍA PARA LAICOS
La Reflexión cristológica de los Padres y los primeros concilios ecuménicos
Por: Pbro. Lic. Limberg Gómez Coutiño
El concilio de Calcedonia, marca el cenit orientador de una etapa importante de la historia del
desarrollo teológico dogmático en materia cristológica, que partió de un momento determinante en que se
ponía en riesgo la unidad de las dos naturalezas en la única persona de Cristo; de ahí hasta hoy en día
confesamos la fórmula cristológica: una persona in duabus naturis de Cristo; es decir, el misterio de la unión
hipostática en Cristo: una persona en dos naturalezas. El Símbolo de Calcedonia está conformado por 27
versículos que ordenan en tres partes:
A. Un proemio extenso exponiendo las razones del Concilio, refiere los credos vigentes de Nicea y
Constantinopla, las cartas sinodales de Cirilo, así como los errores rechazables: De Nestorio, el rehusar
el título de Theotokos en virtud de una supuesta doctrina de “los dos hijos”; de Eutiques, el sostener la
mezcla de ambas naturalezas de Cristo.
B. La definición cristológica propiamente dicha, aludiendo la tradición de los padres. A modo de análisis
de las fuentes del símbolo refiere: la carta de Juan de Antioquía a Cirilo para la Unión del 433, el Tomus
Leonis, la carta de Cirilo a Nestorio y la de Flaviano a León y una carta de Teodoreto de Ciro
C. CONCLUSIÓN. La definición concluye con el habitual anatema contra cuantos no la aceptan.