Psicoanálisis, Psicopatología y Práctica Clínica-1
Psicoanálisis, Psicopatología y Práctica Clínica-1
Psicoanálisis, Psicopatología y Práctica Clínica-1
Y PRÁCTICA CLÍNICA
Hacia Un Modelo Relacional e Intersubjetivo
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Selección Bibliográfica
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SANDOR FERENCZI
Sin simpatía no hay curación: retornos de un pionero
3. “Esta renuncia a la ‘hipocresía profesional’, considerada hasta ahora como inevitable, en lugar de
herir al paciente le aporta un notable consuelo. (…) La capacidad de admitir nuestros errores y de
renunciar a ellos, así como la autorización de las críticas, nos hacen ganar la confianza del paciente.
Esta confianza es algo que establece el contraste entre el presente y un pasado insoportable y
traumático. Tal contraste es indispensable para reavivar el pasado, no tanto como reproducción
alucinatoria sino más bien en cuanto recuerdo objetivo. Estoy también reconocido a los pacientes que
me han enseñado que tenemos excesiva tendencia a mantener determinadas construcciones teóricas y
a dejar de lado hechos que quebrantarían nuestra seguridad y nuestra autoridad. (…) Hablamos
mucho en el análisis de regresión a la infancia, pero evidentemente no sabemos hasta qué punto
tenemos razón. Hablamos mucho de división de la personalidad, pero parece que no conocemos en
su justa medida la profundidad de este fenómeno. Si guardamos una actitud fría y pedagógica en
presencia de un paciente (…), rompemos el último vínculo que nos une a él. El paciente sin
conocimiento es como un niño que ya no es sensible al razonamiento, sino a lo más a la benevolencia
materna” (op. cit., p. 142-143).
4. “Si falta esta benevolencia se halla solo y abandonado en la más profunda desesperación, es decir
justamente en la misma situación insoportable, que, en determinado momento, le condujo a la
ruptura psíquica, y luego a la enfermedad. No es sorprendente que el paciente solo pueda repetir de
modo exacto, como cuando se instaló en él la enfermedad, la formación de los síntomas desatados
por la conmoción psíquica. Los pacientes no se sienten afectados por una muestra teatral de piedad,
sino tan sólo por una auténtica simpatía. No sé si la reconocen en el tono de nuestra voz, en los
términos que utilizamos, o de otra forma; de cualquier modo, adivinan, de forma casi extralúcida, los
pensamientos y las emociones del analista. Me parece casi imposible engañar al enfermo en este
punto, y las consecuencias de cualquier tentativa de engaño serían nefastas. Permítanme que les
1
Retitulado como “Confusión de lengua entre los adultos y el niño. El lenguaje de la ternura y de la pasión”.
3
insista en que esta relación íntima con el paciente me ha dado importantes niveles de comprensión”
(op. cit., p. 143).
5. “Nunca se insistirá bastante sobre la importancia del traumatismo y en particular del traumatismo
sexual como factor patógeno. Incluso los niños de familias honorables de tradición puritana son
víctimas de violencias y de violaciones mucho más a menudo de lo que se cree. Bien son los padres
que buscan un sustituto a sus insatisfacciones de forma patológica, o bien son personas de confianza
de la familia (tíos, abuelos), o bien los preceptores y el personal doméstico quienes abusan de la
ignorancia y de la inocencia de los niños. La objeción de que se trata de fantasías de los niños, es
decir de mentiras histéricas, pierde toda su fuerza al saber la cantidad de pacientes que confiesan en
el análisis sus propias culpas sobre los niños. Las seducciones incestuosas se producen habitualmente
de este modo: un adulto y un niño se aman; el niño tiene fantasías lúdicas, como por ejemplo
desempeñar un papel maternal respecto al adulto. Este juego puede tomar una forma erótica, pero
permanece siempre en el ámbito de la ternura. No ocurre lo mismo en los adultos que tienen
predisposiciones psicopatológicas, sobre todo si su equilibrio y su control personal están perturbados
por alguna desgracia, por el uso de estupefacientes o de sustancias tóxicas. Confunden los juegos de
los niños con los deseos de una persona madura sexualmente, y se dejan arrastrar a actos sexuales sin
pensar en las consecuencias. De esta manera son frecuentes verdaderas violaciones de muchachitas
apenas salidas de la infancia, lo mismo que relaciones sexuales entre mujeres maduras y muchachos
jóvenes, o actos sexuales impuestos de carácter homosexual” (op. cit.).
6. “Es difícil adivinar el comportamiento y los sentimientos de los niños tras esos sucesos. Su primera
reacción será de rechazo, de odio, de desagrado, y opondrán una violenta resistencia: “¡No, no
quiero, me haces mal, déjame!”. Ésta, o alguna similar, sería la reacción inmediata si no estuviera
inhibida por un temor intenso. Los niños se sienten física y moralmente indefensos, su personalidad
es aún débil para protestar, incluso mentalmente, la fuerza y la autoridad aplastante de los adultos los
dejan mudos, e incluso pueden hacerles perder la conciencia. Pero cuando este temor alcanza su
punto culminante, les obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su
menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí e identificándose por completo con el
agresor” (op. cit., p. 144-145).
7. “Casi siempre el agresor se comporta como si nada ocurriera y se consuela con la idea: “Va, no es
más que un niño, aún no sabe nada, lo olvidará todo pronto”. Tras un hecho de esta naturaleza no es
raro ver al seductor adherirse a una moral rígida o a principios religiosos, esforzándose con su
severidad por salvar el alma del niño. (…) En general, las relaciones con una segunda persona de
confianza, por ejemplo la madre, no son lo suficientemente íntimas para que el niño pueda hallar
ayuda en ella; algunas débiles tentativas en este sentido son rechazadas por la madre calificándolas
de tonterías. [La] vida sexual [del niño] no se desarrolla, o adquiere formas perversas; no hablaré de
las neurosis y de las psicosis que pueden resultar en estos casos. (…) Si en el momento de esta fase
de ternura se impone a los niños más amor o un amor diferente al que desean, pueden ocasionárseles
las mismas consecuencias patógenas que la privación de amor” (op. cit., p. 145-146).
8. “Los [analistas] debieran aprender a reconocer (…) tras el amor de transferencia [o] la sumisión (…)
de nuestros (…) pacientes (…), un deseo nostálgico de liberarse de este amor opresivo. Si se ayuda
al (…) paciente (…) a abandonar esta identificación y a defenderse de esta transferencia fuerte,
puede decirse que se ha conseguido elevar a la personalidad a un nivel superior. (…) El amor
forzado [tiene] un efecto de fijación. (…) No existe choque ni temor sin un anuncio de la división de
la personalidad. (…) El niño que ha sufrido una agresión sexual puede desplegar repentinamente,
bajo la presión de la urgencia traumática, todas las emociones de un adulto maduro (…). Puede
entonces hablarse simplemente, oponiéndola a la regresión (…), de progresión traumática,
(patológica) o de premaduración (patológica)” (op. cit., p. 146-147).
9. “En el plano no sólo emocional sino también intelectual, el choque puede permitir a una parte de la
persona madurar súbitamente. (…) El miedo ante los adultos exaltados, locos en cierto modo,
transforma por así decir al niño en psiquiatra; para protegerse del peligro que representan los adultos
sin control, tiene que identificarse completamente con ellos. Es increíble lo que podemos aprender de
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nuestros “niños sabios”, los neuróticos. Si los choques se suceden durante el desarrollo, el número y
la variedad de los fragmentos divididos aumenta, y se nos hace difícil mantener el contacto con ellos,
sin caer en la confusión, ya que se comportan como personalidades distintas que no se conocen entre
sí. (…) Es necesario mucho optimismo para no arredrarse frente a tal estado [y hallar] caminos para
unir entre sí los diversos fragmentos resultantes” (op. cit., p. 147-148).
10. “Los niños se ven obligados a soportar todo tipo de conflictos familiares y llevan sobre sus débiles
espaldas el pesado fardo de los restantes miembros de la familia. (…) Una madre que se lamenta
continuamente de sus sufrimientos puede transformar a su hijo en una ayuda cuidadosa, es decir
convertirlo en un verdadero sustituto maternal, sin tener en cuenta los intereses del niño. (…) Si todo
esto se confirmara, nos veríamos obligados a revisar algunos capítulos de la teoría sexual y genital.
Por ejemplo, las perversiones no son infantiles más que si permanecen en el ámbito de la ternura;
cuando se cargan de pasión y de culpabilidad conscientes, testimonian posiblemente una
estimulación exógena, y una exageración neurótica secundaria. En mi propia teoría de la genitalidad
yo no había tenido en cuenta hasta ahora la diferencia entre la fase de la ternura y la fase de la
pasión” (op. cit., p. 148).
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3. DEFINICIÓN DE LA ENTREVISTA PSIQUIÁTRICA. “La entrevista psiquiátrica (…) es (…) una situación de
comunicación vocal, en un grupo de dos, más o menos voluntariamente integrado, sobre una base
progresivamente desarrollada de experto-cliente, con el propósito de elucidar pautas características
de vivir del sujeto entrevistado, el paciente o el cliente, y qué pautas o normas experimenta como
particularmente productoras de dificultades o especialmente valiosas, y en la revelación de las cuales
espera obtener algún beneficio” (op. cit., p. 26-27).
4. LAS RELACIONES ENTRE EL PROFESIONAL Y EL CLIENTE . “El experto en psiquiatría debe poseer la
capacidad de comprender el campo de las relaciones interpersonales, y puesto que esta área de
problemas es peculiarmente el campo de la observación participante, se espera del psiquiatra que
manifieste una extraordinaria habilidad en las relaciones con su sujeto o paciente. [Ya que] todos
aquellos que llegan hasta él tienen que ser, por definición, relativamente inseguros, el psiquiatra está
particularmente inhibido de buscar satisfacciones personales o prestigio, a costa de ellos. Busca
únicamente los datos que necesita para beneficiar al paciente, y espera que éste le pague sus
servicios. [Su] papel del experto (…) concierne particular y principalmente a la información, la
información correcta, inusitadamente adecuada (…). Sólo si se da cuenta de esto, puede el experto
consolidar rápidamente y con razonable facilidad las relaciones entre él y el cliente” (op. cit., p. 33-
35).
está revelando algún autoengaño convencional que él ha estado practicando durante años contra sí
mismo!” (op. cit., p. 40; 43).
7. “La gran complejidad que caracteriza a la entrevista psiquiátrica es el producto de la sustitución del
psiquiatra por (…) una persona o personas que son notablemente distintas (…) del psiquiatra. El
entrevistado dirige su comportamiento hacia esa persona ficticia que temporalmente tiene un
ascendiente sobre la realidad del psiquiatra, e interpreta las observaciones que formula éste, así como
su comportamiento, sobre la base de esa misma persona ficticia. A menudo hay pistas que anuncian
el acaecimiento de estos fenómenos, los cuales constituyen la base de las realmente asombrosas
incomprensiones o malos entendidos y errores que caracterizan a todas las relaciones humanas, y es
necesario, entonces, adoptar ciertas precauciones especiales contra eso, en la entrevista psiquiátrica,
una vez que ésta se encuentra ya bien encaminada. La distorsión paratáctica es, asimismo, una forma
en la que la personalidad despliega ante otra algunos de sus más graves problemas. En otras palabras,
la distorsión paratáctica puede ser, en realidad, un oscuro intento de comunicar algo que
verdaderamente necesita ser comprendido por el terapeuta, y tal vez finalmente comprendido por el
paciente también. Innecesario es decir que si tales distorsiones pasan inadvertidas, si no son
esperadas, si se ignora la posibilidad de su existencia, pueden fracasar la mayor parte de los
elementos que componen la entrevista psiquiátrica” (op. cit., p. 48).
8. CONCLUSIÓN. “La [entrevista psiquiátrica] ha sido definida como el tipo de relación entre el
psiquiatra y el entrevistado que habrá de producir datos en los cuales sea posible confiar, sobre
alguna cosa de importancia respecto al segundo, y a la vez producirle algún beneficio. (…) Hasta que
un entrevistador ha conseguido abrir su mente a la bastante intimidante complejidad de las relaciones
interpersonales, y de esas cosas tan hipotéticas, las «personalidades», que figuran en esas relaciones,
y hasta que haya organizado una manera bastante sistemática de retener todos esos datos en su
mente, invariablemente pasará por alto un gran número de hechos. Esto es tanto más verdad, puesto
que toda la conversación entre dos personas está dirigida por intentos de evitar la inseguridad por
parte de ambas partes empeñadas en dicho intercambio verbal” (op. cit., p. 264-265).
paciente piensa que la hipótesis es buena, el psiquiatra debe estar advertido” (Sullivan, 1946-1947, p.
210-211).
RONALD FAIRBAIRN
Relación y búsqueda de objeto: entre paradigmas
2. “Los datos en los que se fundaba esta observación me llevaron también a la cuestión de la validez de
la teoría de la libido de Freud, con respecto a 1) su tesis de que la libido es esencialmente buscadora
de placer, y 2) la significación que atribuía a las zonas erógenas en la determinación del desarrollo
del yo. Se seguía inevitablemente que yo tenía que cuestionar la validez de la teoría de las ‘fases’ de
Abraham del desarrollo del yo, y la teoría etiológica basada en ella. Por eso intenté reformular estos
conceptos psicoanalíticos básicos (la teoría de la libido, la teoría del desarrollo del yo, y la teoría
etiológica) en forma de que concordaran más con los datos clínicos observados, para acrecentar su
valor explicativo” (op. cit.).
4. “4) Lo que Abraham describe como ‘fases’ son, con excepción de sus fases orales, en realidad
técnicas empleadas por el yo para regular las relaciones con objetos, y en particular con objetos
internalizados. 5) Los estados psicopatológicos atribuidos por Abraham a fijaciones a fases
específicas son, con excepción de la esquizofrenia y la depresión, en realidad, estados asociados con
el empleo de técnicas específicas” (op. cit., p. 163-164).
5. “A la luz de estas consideraciones proseguí a esbozar una teoría del desarrollo del yo concebida en
función de relaciones objetales, y que abarca los siguientes aspectos: 1) El desarrollo del yo está
caracterizado por un proceso en el que un estado original de dependencia infantil basado en la
identificación primaria con el objeto, es abandonado en pro de un estado de dependencia adulta
madura basada en la diferenciación entre el objeto y uno mismo. 2) El proceso de desarrollo del yo
debe considerarse entonces como un proceso de tres estadios, o sea: a) un estadio de dependencia
infantil (que corresponde a las ‘fases orales’ de Abraham); b) un estadio de transición; y c) un
estadio de dependencia adulta o madura (correspondiente a la ‘fase genital’ de Abraham)” (op. cit.,
p. 164).
7. “5) Las cuatro técnicas transicionales actúan funcionalmente como defensas contra la emergencia de
tendencias esquizoides y depresivas, originadas durante el primer estadio del desarrollo del yo. 6) En
tanto que el afecto característico de los estados depresivos, es, por supuesto, la depresión, el afecto
característico de los estados esquizoides es una sensación de futilidad. 7) La persistencia de una
tendencia preponderante esquizoide o depresiva, que surge durante el estadio de dependencia infantil
se refleja en la emergencia de dos tipos contrastantes de individuos: a) el esquizoide (c. f.
‘introvertido’), y b) el depresivo (c. f. ‘extrovertido)” (op. cit.).
8. “En 1944 (Estructura endopsíquica considerada en función de relaciones objetales) (…) llamé
también la atención sobre las limitaciones prácticas inherentes a una psicología de impulsos por su
incapacidad para esclarecer realmente el problema de la utilización de los hipotéticos ‘impulsos’
liberados en la terapia analítica. Señalé entonces que la utilización de los ‘impulsos’ es
esencialmente un problema de relaciones objetales, y que, en tanto que es también un problema de la
personalidad, los problemas de la personalidad están ellos mismos enlazados con las relaciones de
las estructuras yoicas con los objetos internalizados” (op. cit., p. 167-168).
9. “Proseguí expresando la idea de que, en tanto que los ‘impulsos’ involucran necesariamente
relaciones objetales, no pueden considerárselos aparte de las estructuras yoicas, ya que son sólo las
estructuras yoicas las que pueden buscar relaciones con objetos. Los ‘impulsos’ deben entonces ser
considerados como representando simplemente el aspecto dinámico de las estructuras yoicas; y en
consecuencia surge la necesidad de reemplazar la vieja psicología de impulsos por una nueva
psicología de estructura dinámica, un paso que implica obviamente el examen crítico de la
descripción de Freud del aparato mental en términos de ello, yo y superyó” (op. cit., p. 168).
10. “El esquema general que yo he esbozado representa una considerable separación de las ideas de
Freud (…). Esta (…) divergencia sólo puede explicarse en función de una diferencia en principios
teóricos básicos; y no es difícil localizar dos puntos centrales de diferencia. En primer lugar, (…) yo
me adhiero al principio de que la libido es primariamente búsqueda de objeto, es decir, que tiene
dirección. (…) Considero la agresión como teniendo también dirección (…). En segundo lugar,
Freud consideraba al impulso (energía psíquica) como teóricamente distinto de la estructura, en tanto
que yo no acepto esta distinción como válida y me adhiero al principio de la estructura dinámica”
(op. cit., p. 175).
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DONALD WINNICOTT
Dependencia, facilitación y creatividad
2. “En la base de todo esto se encuentra la idea de la independencia individual, siendo la dependencia
casi absoluta al principio; luego cambia, poco a poco y en forma ordenada, para convertirse en
dependencia relativa y orientarse hacia la independencia. Esta no llega a ser absoluta, y el individuo
a quien se ve como una unidad autónoma, en la práctica nunca es independiente del medio, si bien
existen formas gracias a las cuales, en su madurez, puede sentirse libre e independiente, tanto como
haga falta para la felicidad y para el sentimiento de posesión de una identidad personal. Mediante las
identificaciones cruzadas se esfuma la tajante línea divisoria del yo y el no-yo” (op. cit.).
3. ¿Enfermedad o salud? “Yo he decidido (…) mirar a la sociedad (…) en términos de salud, es decir,
en su salud o perpetuo rejuvenecimiento naturales, gracias a sus miembros psiquiátricamente sanos.
(…) Adviértase que no he usado el término «normal». Esta palabra tiene una excesiva vinculación
con un modo de pensar fácil. Creo, sin embargo, que existe algo que se llama salud psiquiátrica, lo
cual significa (…) crecimiento individual orientado hacia la realización personal. (…) No hay
realización personal sin sociedad, ni sociedad fuera de los procesos de crecimiento colectivos de los
individuos que la componen. (…) Tenemos que aceptar el hecho de que las personas
psiquiátricamente sanas dependen, para su salud y su realización personal, de su lealtad a una zona
delimitada de la sociedad, quizás al club de bolos local. ¿Por qué no?” (op. cit., p. 182).
4. La tesis principal. “[Mi tesis principal se refiere a] la importancia de una crianza materna lo bastante
buena. Esta incluye también a los padres, quienes deberán permitirme que use el término «materna»
para describir la actitud total respecto de los bebés y su cuidado. El término «paterno» aparece por
fuerza un poco más tarde que «materno». El padre, como varón, se convierte poco a poco en un
factor importante. Y luego viene la familia, cuya base es la unión del padre y la madre, y la
responsabilidad compartida por lo que crearon juntos y que nosotros llamamos un nuevo ser
humano: un bebé. (…) En nuestra teoría del cuidado del niño, la continuidad de dicho cuidado ha
llegado a ser un rasgo central del concepto del ambiente facilitador, y entendemos que gracias a esa
continuidad, y sólo con ella, puede el nuevo bebé, en situación de dependencia, gozar de continuidad
en la línea de su vida, y no pasar por una pauta de reacción ante lo impredecible (…). No nos
preocupa sólo la salud. (…) Nos interesa la riqueza de la felicidad que se construye en la salud y que
no crece en mala salud psiquiátrica, aunque los genes puedan empujar al bebé hacia su realización
personal” (op. cit., p. 183-184).
También se sabe que al cabo de unos meses los bebés encuentran placer en jugar con muñecas, y que
la mayoría de las madres les ofrecen algún objeto especial y esperan, por decirlo así, que se aficionen
a ellos. Existe una relación entre estos dos grupos de fenómenos, separados por un intervalo de
tiempo, y el estudio del paso del primero al segundo puede resultar de provecho y utilizar
importantes materiales clínicos que en cierta medida han sido dejados a un lado” (1953 [1971], p.
17).
8. “Es habitual la referencia a la ‘prueba de la realidad’, y se establece una clara distinción entre la
apercepción y la percepción. Yo afirmo que existe un estado intermedio entre la incapacidad del
bebé para reconocer y aceptar la realidad, y de su creciente capacidad para ello. Estudio, pues, la
sustancia de la ilusión, lo que se permite al niño y lo que en la vida adulta es inherente del arte y la
religión, pero que se convierte en el sello de la locura cuando un adulto exige demasiado de la
credulidad de los demás cuando los obliga a aceptar una ilusión que no les es propia. Podemos
compartir un respeto por una experiencia ilusoria, y si queremos nos es posible reunirlas y formar un
grupo sobre la base de la semejanza de nuestras experiencias ilusorias. Esta es una raíz natural del
agrupamiento entre los seres humanos” (op. cit.).
HEINZ KOHUT
Introspección, empatía y salud mental
2. “Me referiré al significado que tiene para el desarrollo del self el cambio que va desde el efecto
sustentador del contacto físico temprano, generado por la empatía entre la madre y el niño (esto es,
contacto que ocurre sin ‘respuestas’ directas y específicas por parte de la madre) al efecto en sí
mismo sustentador de la respuesta empática de la madre (como cuando el niño comienza a andar y,
volviéndose, ve en la cara de la madre la expresión de orgullo por el logro alcanzado). (…)
Mencionaré que el cambio que se produce desde la sustentación suministrada por la ‘comprensión’
del analista hasta la sustentación que aporta la ‘explicación’ de esta comprensión, puede ser
entendido como la evolución desde una forma menor a una superior de empatía, análogo al cambio
antes mencionado que se da en el desarrollo temprano” (op. cit., p. 159-160).
3. “El psicoanálisis no puede hacer otra cosa que emplear la posición introspectiva-empática, y (…)
tiene, por tanto, que ser una psicología. (…) La tarea predominante del analista [es] el análisis
terapéutico. (…) [Es necesario] reconocer (…) el significado del programa central del self, y la
importancia de que la realización o no realización de su potencial tiene para el individuo a la hora de
decidir si se siente psicológicamente enfermo o sano” (op. cit., p. 160-166).
4. “[Esto supone] un nuevo tipo de objetividad, una objetividad científica que incluye lo subjetivo. (…)
Una realidad objetiva es en principio inalcanzable (…). El conocimiento de la realidad per se, sea
extrospectiva o introspectiva, es inaccesible (…). Podemos sólo describir lo que vemos dentro de la
estructura de lo que hemos hecho para verlo. (…) Las ciencias que exploran aquellos campos que
son accesibles a través de la extrospección [son] las ciencias físicas y biológicas. Y las ciencias que
exploran los campos que son accesibles a través de la introspección: el psicoanálisis por excelencia”
(op. cit., p. 166-168; 182-183).
5. “Hemos denominado a la naturaleza psicológica del hombre expuesta por el análisis tradicional con
el término ‘Hombre Culpable’, mientras que nosotros hemos designado la visión correspondiente de
la psicología del self con el término ‘Hombre Trágico’. (…) La psicología del self se ha librado de la
visión distorsionada de la psicología del hombre sostenida por el análisis tradicional porque,
habiendo aceptado el hecho de que lo que define el método de observación en psicoanálisis es de
forma axiomática y absoluta la introspección y la empatía, no se posiciona como biología o
psicobiología sino que se ve a sí misma como una psicología profunda” (op. cit., p. 171-173).
6. “La lucha intergeneracional, los deseos mutuos de matarse, el ‘complejo de Edipo patológico’
(distinto del estadio edípico normal) no se corresponden a la esencia del hombre sino que son
desviaciones de lo normal, aunque puedan ocurrir con frecuencia. (…) La normalidad, aunque rara
en su forma pura, es un movimiento hacia delante en el desarrollo, alegremente experimentado en la
niñez (…). Incluso durante el paso por la fase edípica, si hay por parte de los padres una respuesta de
orgullo y empatía, el self del hijo se expande; y si ellos reconocen así, de forma jubilosa, a la
próxima generación, entonces se reafirma el derecho de la generación más joven a desplegarse y ser
diferente. (…) Nosotros creemos que no estamos hablando de instintos contrarios básicos (Tánatos
que batalla contra Eros) que chocan de forma inevitable, sino de interferencias, potencialmente
remediables, que dificultan el desarrollo normal” (op. cit., p. 175).
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7. “Me voy a centrar ahora en el ‘semicírculo’ de la salud mental. (…) Se deriva de una historia
contada por Homero. (…) Es una historia trágica (…) en un sentido humano (…): el hombre
esforzado y con recursos, intentando desplegar su más profundo self, que batalla contra los
obstáculos externos e interiores que se oponen a su desarrollo; el hombre afectuosamente
comprometido con la próxima generación, con el jijo en cuyo desarrollo y crecimiento él
alegremente participa. Ésta es la experiencia más gozosa, la más profunda y la más central que el
hombre pueda sentir, la de ser un eslabón en la cadena de generaciones. (…) Es (…) la historia de
Ulises. (…) Ulises hizo un giro y trazó un semicírculo con su arado para evitar así dañar a su hijo,
movimiento que demostró su salud mental y le hizo acabar confesando que había fingido la locura
para evitar ir a Troya. (…) El semicírculo de Ulises (…), como una expresión de la salud mental, lo
opongo al parricidio de Edipo” (op. cit., p. 178-179).
8. “La primacía del apoyo a la siguiente generación es aquello que es normal y humano, y no la lucha
intergeneracional ni los deseos mutuos de matar y destruir. (…) Es sólo cuando el self de los padres
no es normal, ni sano, ni cohesivo, ni vigoroso, ni armónico, que éstos reaccionarán con
competitividad o seducción más que con satisfacción y afecto (…). Este self asertivo y afectuoso,
recién constituido en el niño, puede desintegrarse y dar lugar a la aparición de la hostilidad y lujuria
del complejo de Edipo, y ello es en respuesta a un self parental defectuoso que no ha podido resonar
con una identificación empática. (…) Que Edipo fuera un niño rechazado, ¿no tendría que ser la
característica dinámico-genética más importante de la historia edípica?” (op. cit., p. 180-181).
9. “Reinterpreté el enfoque y el sentido de (…) la teoría del complejo de Edipo, a la luz del cambio que
yo propongo: de la psicobiología a la psicología, del ‘hombre natural’ al ‘hombre psicológico’. Y
sostuve que la fuerza que nos impulsa a trazar el semicírculo del arado de Ulises reside en el núcleo
más central de nuestro self, mientras que las fuerzas que nos impulsan a seguir los pasos del rey
Edipo constituyen sólo la capa superficial del self que recubre al núcleo. (…) Detrás de un trastorno
edípico suelen haber respuestas defectuosas de los objetos del self. Y (…) detrás de éstas suele estar
todavía viva la esperanza normal de encontrar un entorno que pueda promover el crecimiento del
self” (op. cit., p. 183).
10. “[Al] restablecer la salud psicológica a través de la interpretación y de la respuesta empática (…)
puede el análisis volver a su self nuclear y así, a través de la realización de su programa esencial de
acción, avanzar hacia su destino (…). Solamente lo puede hacer si alcanza a dar el paso evolutivo de
conseguir una completa internalización transmutadota del gran objeto del self parental de su pasado.
Si se tiene éxito en esta tarea, conseguirá hacer lo que necesita para poder seguir vivo: debe pasar de
estudiar a Freud a estudiar el ser humano” (op. cit., p. 184).
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DARLENE EHRENBERG
Interacción e intimidad en la acción terapéutica
2. “Mi premisa es que el reconocimiento de que analista y paciente simplemente no pueden evitar tener
un impacto el uno sobre el otro, incluso cuando ambos están totalmente en silencio, requiere de
nosotros darnos cuenta de que incluso si un tratamiento es productivo o exitoso, no podemos tener
claridad respecto de si esto está relacionado con nuestras deliberadas intervenciones técnicas o con
aspectos de la interacción que han sido eludidos por la conciencia. Por esta razón sugeriré que es útil
y necesario distinguir entre ‘teoría de la técnica’, que se relaciona con lo que hacemos con
conciencia e intención, y ‘teoría de la acción terapéutica’, que tiene que ver con aquello que es
curativo en la interacción psicoanalítica, involucre o no a nuestra ‘técnica” (op. cit., p. viii-ix).
3. “Creo que reconocer esto puede permitirnos expandir nuestro conocimiento de los factores
complejos y sutiles que cuentan para la acción terapéutica. Esto puede por último llegar a ser la base
más efectiva para refinar y desarrollar nuestra comprensión acerca de cómo usarnos mejor a nosotros
mismos para avanzar en el trabajo analítico y para facilitar formas de compromiso psicoanalítico más
profundas e incisivas, no importa cuál sea nuestra orientación teórica” (op. cit., p. ix).
4. “Una apreciación del poder de las fuerzas interactivas en el campo analítico no sólo desafía muchas
de nuestras creencias sostenidas tradicionalmente acerca de la naturaleza de la acción terapéutica,
sino que también requiere de nosotros reconocer el carácter indefendible de la mirada tradicional que
señala que el analista puede ser un participante objetivo en el trabajo. Nos ayuda a comprender el
punto hasta donde presumiblemente las interpretaciones terapéuticas, por ejemplo, pueden ser formas
de persecución, rebajamiento, condescendencia, afectación, penetración o violentación del paciente,
o modos de gratificación, apoyo, cumplimiento, entre una multitud de otras posibilidades. Allí donde
paciente y analista asumen que el analista está en posición de ser un intérprete objetivo de la
experiencia del paciente, esto puede en realidad reflejar una forma de escenificación {enactment}
colusiva y una convergencia entre las necesidades de ambos de ver al analista como una autoridad. Si
tanto paciente como analista tienen necesidad de creer que el analista es el otro omnipotente o la
autoridad benevolente a la cual uno puede confiarse, la estructura de la relación puede servir para
oscurecer el reconocimiento del hecho de que un drama así está siendo escenificado {enacted}. En
cuanto a esto, Winnicott (1969) ha hecho notar que hay veces en que los ‘análisis’ pueden servir
como operaciones sostenedoras y llegar a ser interminables, sin que ocurra crecimiento real alguno”
(op. cit.).
5. “Una perspectiva interactiva ayuda también a clarificar por qué en algunas instancias la ‘abstinencia’
del analista entraña tanto riesgo de consecuencias iatrogénicas negativas como la intervención activa.
Aunque el silencio en oportunidades puede obviamente ser respetuoso y facilitador, en otras
oportunidades puede ser cruel y sádico, o puede estar basado en el miedo al compromiso, entre una
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7. “El poderoso impacto de la comunicación inconsciente entre paciente y analista es, por su puesto,
una de las razones por las cuales la experiencia contratransferencial del analista puede ser una fuente
de datos vitales acerca del paciente y puede convertirse en la ‘llave’ para comprender aspectos de la
interacción que quizás de otro modo permanecerían impenetrables (ver Heimann, 1950). Una
apreciación de los factores interactivos también requiere que podamos reconsiderar aquello que
constituye un ‘error’ analítico. A este respecto, Winnicott [1956] ha expresado la opinión de que hay
oportunidades en las cuales nuestros pacientes necesitan que nosotros fallemos. (…) Fromm-
Reichmann [1939], ha enfatizado que a veces los errores del analista pueden convertirse en la base
para una ‘oportunidad (analítica) dorada’. Desde este panorama podemos considerar que el cómo un
analista maneje su inevitable falibilidad puede de hecho ser uno de los aspectos definitorios de su
técnica” (op. cit., p. x-xi).
8. “Una apreciación de consideraciones interactivas requiere así que repensemos asuntos importantes
de la técnica tanto como la cuestión de cómo definimos ‘análisis’. También requiere que
consideremos que la así llamada ‘analizabilidad’ del paciente puede ser más una función de la
naturaleza de la participación del analista de lo que ha sido previamente reconocido. El dilema es
cómo movernos hacia un nuevo modo de pensar acerca de la técnica clínica que no ha sido acosado
por las inherentes limitaciones del pensamiento tradicional o por aquellas de perspectivas nuevas
más radicales. Mi foco (…) estará puesto en los modos específicos en que una apreciación de la
naturaleza interactiva del campo analítico puede ayudarnos a expandir nuestra comprensión del
potencial para la acción terapéutica de la relación analítica y puede permitirnos refinar la teoría
psicoanalítica, y a nosotros mismos como sus instrumentos, así como expandir los límites de lo que
puede ser logrado con todos los pacientes a través del trabajo analítico” (op. cit., p. xi).
muchos otros que podrían haber sido considerados inanalizables, fueron usados para demostrar que,
incluso con pacientes que han sido violados y abusados, y para quienes el cinismo, el terror y la
desesperación pueden haber prevalecido por largo tiempo, trabajar de este modo puede facilitar el
compromiso psicoanalítico y permitir a los pacientes sentir suficiente esperanza en reinvestir su vida
y arriesgarse a experimentar la profunda vulnerabilidad que conlleva el despertar del deseo” (op. cit.,
p. 192-193).
IRWIN HOFFMAN
Constructivismo en psicoanálisis: un cambio de paradigma
3. “3.- Junto con la idea de que el analista está siempre involucrado y contribuyendo, se entiende que la
naturaleza de esa participación no es transparente, ciertamente no transparente para el analista por
una serie de razones. En primer lugar, la experiencia y el comportamiento del analista son
intrínsecamente ambiguos; hay más de una buena manera de formularlos, de verlos; de interpretarlos.
En segundo lugar, algunas de las dimensiones de la participación del analista son simplemente
desconocidas para el analista, porque él o ella no les ha prestado atención o porque simplemente las
ignora. (...) En tercer lugar, algunos aspectos son resistidos; el analista está motivado desde la
contratransferencia para no conocerlas, para no verlas y para ver alguna otra cosa en su lugar. (...).
4.- (...) El analista no puede considerarse a sí mismo como conocedor de la verdad objetiva del
asunto. Esto no significa que el analista no pueda tener una convicción que difiera de la del paciente.
De hecho, el paciente no es más el árbitro de la verdad sobre el tema de lo que lo es el analista” (op.
cit.).
4. “5.- El analista se vuelve más libre para (...) involucrarse más y para participar más libremente,
permitiéndose quedar en cierto modo atrapado en las escenificaciones {enactments} de la
transferencia y contratransferencia y en el esfuerzo de proporcionar algún tipo de nueva experiencia
terapéutica. [Pero] el analista no supone saber que lo que ha ofrecido es (...) bueno (...) o correctivo.
Cuando creemos que estamos siendo el ‘objeto bueno’, sin darnos cuenta podemos estar encarnando
aspectos del ‘objeto malo’ y viceversa. 6.- Junto con el desenmascaramiento del mito de la
neutralidad y la objetividad analítica, [se plantea un] cambio en la concepción de los deseos
paradigmáticos del paciente, de ilícitas añoranzas que era mejor dejar insatisfechas en la infancia y
en su reaparición en la transferencia, a por lo menos el agregado de las legítimas necesidades del
desarrollo, (...) que idealmente deberían haber sido satisfechas más completamente en la infancia y
18
que pueden ahora ser reactivadas en la transferencia. [Es] la revolución en la teoría psicoanalítica
relacionada con ‘lo que el paciente necesita’, a diferencia de (...) ‘lo que el analista sabe’” (op. cit.).
7. “11.- EL ANALISTA COMO AUTORIDAD ÍNTIMA E IRÓNICA . El analista hereda algunas de aquellas
funciones reflejadas en la ‘transferencia positiva inobjetable’. La construcción en asimetría del
arreglo analítico promueve ese aspecto de la transferencia. Deja al analista con un grado de poder y
autoridad que es irónico porque su base es también explorada y, a menudo expuesta a través del
análisis de la transferencia, como mayormente irracional. (…) La situación analítica es un tipo
especial de ritual, un dispositivo establecido para afectar aspectos profundamente arraigados del sí
mismo y de las representaciones objetales de un paciente. El analista tiene el poder especial dentro
de este ritual para influir en la vida de otra persona. (…) La conducta ritual del analista se encuentra
en una relación dialéctica con su participación personal espontánea. Ambos modos de ser con el
paciente, cada uno ejerciendo una influencia moderadora sobre el otro, son esenciales para la acción
terapéutica del proceso. (…) El interjuego dialéctico entre la emergencia de la subjetividad del
analista y su inmersión relativa en el contexto de la disciplina analítica genera una posición de
‘autoridad íntima e irónica’ para el analista” (op. cit.).
8. “12.- EL LADO OSCURO DEL MARCO ANALÍTICO. Los ritos que constituyen el marco del análisis son
(…) esenciales para el proceso, y sus desviaciones están (…) tan abiertas a la sospecha, si no más
abiertas, como la naturaleza egoísta de su observancia religiosa. El constructivismo dialéctico, sin
embargo, desafía la pulcritud de la dicotomía: la adhesión a la estructura crea seguridad, la
desviación de la estructura crea peligro. Incluso si el marco es mayormente beneficioso, no crea un
refugio perfecto, ya que no puede eliminar al analista como un co-constructor de realidad
personalmente involucrado en el proceso, y porque sus características definitorias son, de por sí,
sospechosas. (…) Las objeciones conscientes e inconscientes del paciente hacia las rutinas de
análisis, incluso su ira respecto de ellas, deben tomarse en serio. (…) [Asimismo, es necesario
considerar] las posibilidades benéficas generadas por momentáneas desviaciones de la rutina
estándar” (op. cit.).
19
9. “13.- LA DIALÉCTICA ENTRE LA PARTICIPACIÓN PERSONAL DEL ANALISTA Y LA TÉCNICA . Una actitud
constructivista se opone a la visión de la conducta del analista como ‘técnicamente racional’, que es
simplemente la aplicación sistemática de una técnica estandarizada para tratar condiciones
psicológicas (…). Cuando el analista deja de aspirar a una tal racionalidad técnica, deja de negar la
inevitabilidad de su propia participación subjetiva. (…) La expresión personal y la disciplina
psicoanalítica existen en una relación dialéctica. Cuando una es figura, la otra es fondo” (op. cit.).
14.- LA DIALÉCTICA ENTRE REPETICIÓN Y NUEVA EXPERIENCIA . (…) Las escenificaciones
{enactments} y la superación de las escenificaciones, o en términos más generales, la neurosis y la
salud, son difícilmente dicotómicas. De hecho, todas las formas de ser, todas las realidades
socialmente construidas, implican una constricción de la conciencia. Ninguna está libre de un
elemento de pasión fetichista, ya que están todas impulsadas, en parte, por el deseo de evitar
contemplar, si no por el deseo de negar, la última ‘falta’, la última ‘castración’, que es la muerte”
(op. cit.).
10. “15.- DESDE LA IDEALIZACIÓN, A TRAVÉS DE LA ENVIDIA MALIGNA, HASTA LA IDENTIFICACIÓN . (…)
La idealización que hace el paciente del analista está siempre amenazando con deteriorarse en la
medida que el paciente discierne que el analista es meramente una persona como el propio paciente.
Con ese darse cuenta [puede desarrollarse en el paciente un resentimiento y una envidia a ser
superada más tarde por el perdón. Así,] la idealización cede parcialmente su lugar a la identificación
empática, permitiendo al paciente ofrecer al analista su propio progreso como una especie de regalo
reparador. 16.- TEORÍA DE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA: EL ANALISTA COMO ‘OBJETO BUENO’. (…) Lo que
el paciente necesita es un analista que, voluntaria o involuntariamente, tenga el tipo de actitudes que
promueve el constructivismo dialéctico, [es decir, que pueda ofrecerse como] un objeto bueno,
nuevo [y balanceado] en la situación analítica. (…) Pensar dialécticamente puede ser una poderosa
expresión (…) de la lucha del analista por hacer frente a la complejidad y la ambigüedad de los
múltiples propósitos y potencialidades del paciente, en la medida en que se entrecruzan con los
propios del analista. Potenciada por la mística basada en el ritual y la autoridad del rol del analista,
esa lucha asume una posición que está en el corazón de la acción terapéutica en el proceso
psicoanalítico” (op. cit.).
20
NANCY CHODOROW
Psicoanálisis, género y cultura
2. “En ‘Estructura familiar y personalidad femenina’ (1974) reclamé que ‘la fortaleza del yo no es
completamente dependiente de la firmeza de los límites del yo’, y me dirigí aprobatoriamente a la
descripción (…) de Fairbairn acerca de la ‘dependencia madura’. (…) En ‘La reproducción de la
maternidad: psicoanálisis y la sociología de género’ (1978) (….) desarrollé conceptos de psicología
de género que se centraban (…) en diferencias observadas en construcciones relacionales del
psiquismo. (…) Argumenté que la mujer desarrollaba lo que llamé un ‘sí mismo-en-relación’, en
contraste con el típico sí mismo masculino que negaba la relación, y que hombres y mujeres creaban
mundos internos construidos de manera diferente. Subrayé conceptos psicoanalíticos que no
privilegiaban la separatividad por sobre la conexión. (…) [Retraté] el psiquismo en términos de un
mundo objetal interno compuesto por un yo en relación con otros internalizados, y el desarrollo (…)
como un proceso y producto de la comunicación inconsciente entre madre y niño. (…)’” (op. cit., p.
124-125).
reconocerle a la madre su propia individualidad. (…) A través de la vida, las percepciones sobre la
madre fluctúan entre percibir su particularidad e individualidad, y percibirla como una extensión
narcisista (…), como un otro no-separado cuya sola razón de existir es gratificar los propios deseos y
necesidades. (…) Estas conclusiones me llevaron a la defensa más general de los fundamentos
relacionales e intersubjetivos de la individualidad y del psicoanálisis, que se encuentra en ‘Hacia un
individualismo relacional’ [1984].” (Chodorow, 1999, p. 126-127).
7. “En el período actual, me parece que casi todos [los analistas] han llegado a convertirse en alguna
versión de un psicoanalista relacional. Pueden indicar esto mediante el foco en la subjetividad del
analista (…). [En] mi comprensión de las complejidades de la mente [y] de la relación analítica, (…)
el cambio analítico se da firmemente a la vez dentro del individuo (dentro de ambos individuos) y
como un proceso intersubjetivo entre nosotros y nuestros pacientes” (op. cit., p. 128).
8. “A veces temo que los enfoques psicoanalíticos relacionales, intersubjetivos o de dos-personas (…)
nos alejan de nuestras investigaciones y conceptualizaciones igualmente importantes acerca de las
increíbles complejidades del psiquismo individual, de la fantasía inconsciente y de las metas del
psicoanálisis. Estas son, finalmente, ayudar a un individuo a expandir su propia conciencia de sí
misma, a integrar su propio inconsciente y consciente (o transferencia, fantasía y realidad), a reparar
y perdonarse a sí misma, a reconocer y aceptar su propia vida como la vida que ella ha llevado -
apropiándose así de proyecciones-, a unir su propio pasado y presente, a alcanzar un sentimiento de
estar viva, de ser, un movimiento psíquico, y atravesar la mortandad, la no-existencia, el
estrechamiento y la rigidez. (…) [En] una revisión en términos de relaciones de objeto: ‘allí donde
objetos internos fragmentados eran, objetos relacionados armoniosamente deberán advenir’” (op.
cit., p. 127).
9. “La vida psicológica involucra continua proyección e introyección, continuos intentos por manejar
afectos y objetos amenazantes, de modo que partes del sí mismo pasan a ser colocadas en el otro, y
partes del otro pasan a ser colocadas dentro del sí mismo. Nuestro mundo interno es una creación
compleja y continuamente cambiante y, por consiguiente, las construcciones de adentro y afuera
varían… No sólo, como Freud sugería, sucede que el yo no es amo en su propia casa. Dónde
empieza y termina la casa, qué hay adentro y qué afuera, nunca es evidente” (op. cit.).
10. “Creo que nuestras críticas hacia las psicologías de una-persona pueden haber sido exageradas. (…)
Me encuentro (…) deseando un modelo ‘ambos/y’ (…). No me siento atraída por el (…) desafío
[postmoderno-relacional-intersubjetivo] a la totalidad individual y a la profundidad de la experiencia,
desde la perspectiva de que el sujeto (¿y el intersujeto?) es siempre dividido, desestabilizado y
cambiante. (…) [La posibilidad de que] la transferencia y la fantasía den vida a nuestra realidad y la
vuelvan significativa, [o] la integridad del yo [como] nuestro reconocimiento de que nuestra vida, no
obstante contingente, es la única vida que tenemos y que podríamos haber conducido [el análisis
requiere cosechar la intromisión en la omnipotencia]: estas no son, finalmente, metas relacionales:
son metas para la individuación. (…) Las metas intrapsíquicas, creo yo, deben complementar nuestro
creciente foco en (…) la centralidad del reconocimiento intersubjetivo, tanto evolutivamente como
en el encuentro analítico” (op. cit., p. 128-129).
22
JAY GREENBERG
Modelos teóricos y neutralidad del analista
2. EDIPO Y MÁS ALLÁ DE EDIPO. UNA TEORÍA CLÍNICA. PREFACIO. “En Relaciones
Objetales en la Teoría Psicoanalítica [1983] Stephen Mitchell y yo distinguimos dos grandes
modelos psicoanalíticos: un ‘modelo pulsional’, desarrollado por Freud y sus seguidores al interior
de la tradición clásica; y un ‘modelo relacional’, basado en el rechazo radical de la pulsión en favor
de una perspectiva según la cual toda motivación emerge desde nuestra experiencia personal de
intercambios con otros. Argumentamos que los dos modelos son incompatibles, que reflejan antiguas
e irreconciliables visiones alternativas de la condición humana. Sugerimos que la existencia de
diferencias entre los modelos (…) es saludable tanto para la práctica clínica como para el
psicoanálisis como disciplina. (…) La situación psicoanalítica es fundamental e inexorablemente
social (…). La influencia mutua entre analista y analizando es constante en cualquier tratamiento. Al
mismo tiempo, hacer análisis revela cuán profundamente personal y (…) cuán privada es nuestra
experiencia. Los dos pensamientos, tomados en conjunto, definen una paradoja en el centro mismo
de nuestro trabajo clínico” (Greenberg, 1991, p. vii).
3. “La paradoja ilumina tanto el poder como los límites de cada modelo psicoanalítico. La visión de
Freud acerca de las pasiones innatas, presociales e incluso inconfesables que nos mueven, captura el
mundo individual único dentro del cual cada uno de nosotros vive. Pero no da cuenta
suficientemente bien de los implacables efectos de la vida interpersonal. Los teóricos que operan al
interior del modelo relacional han retratado exquisitamente la manera en que la experiencia toma
forma a partir de la influencia social. Pero las premisas de su modelo hacen difícil observar los
modos decisivos mediante los cuales las personas modelan por sí mismos la experiencia
interpersonal; el modelo es débil conceptualizando lo que cada uno de nosotros ‘trae al banquete’.
Entonces yo empecé (….) a extraer de cada uno [de los modelos] lo que calza mejor con mi
comprensión (...). La teoría no es una solución; es una herramienta. (…) La apertura a nuevas ideas
(…) es un buen augurio para el futuro de nuestra disciplina” (op. cit., p. vii-ix).
analista y analizando, [asociada con] la postura del analista. [Apoyo] el muy demonizado pero (…)
igualmente útil concepto de neutralidad analítica” (op. cit., p. 209-210).
5. NEUTRALIDAD EN EL MODELO PULSIONAL . “La visión freudiana de la postura del analista está basada
en la posición del científico observador, tal como era comprendida en el siglo diecinueve. (…) Freud
aspiraba a (…) la claridad desapasionada. La ciencia, creía, puede elevarse sobre todas las otras
actividades mentales, proveyendo una pretensión única a la objetividad. (…) La postura de ‘atención
parejamente flotante’, las analogías de ‘pantalla en blanco’ o ‘espejo reflector’, y la sugerencia de
una actitud de ‘desapego quirúrgico’ (Freud, 1913), todo refleja el argumento freudiano de que el
analista no puede ser diferente de cualquier otro científico del día. El analista neutral tal como Freud
lo concebía es un extraño {outsider} observando imparcialmente las pasiones, prohibiciones, miedos
y compromisos de su paciente. (…) Cuando Freud primero introdujo el término [de ‘neutralidad’], él
estaba hablando acerca de la necesidad del analista de resistir las presiones de la contratransferencia”
(op. cit., p. 210-211; 213).
6. “¿Por qué deberían los psicoanalistas estar atascados con un concepto que amarra la aceptación
imparcial de todas las partes de la personalidad de un paciente a la inactividad e inexpresión del
analista? La razón está, según creo, en que la neutralidad hunde sus raíces en las premisas
epistemológicas del modelo pulsional. Hay una línea directa desde el acento cartesiano en la
objetividad del observador a la ecuación entre no-alineamiento y no-participación propia del modelo
pulsional. La inactividad al servicio del descubrimiento es al menos un paso siguiente aparentemente
lógico. Estas dificultades con definiciones prescriptivas me llevó a sugerir que la neutralidad no
debería ser pensada en absoluto como un concepto conductual. Interpretar, permanecer en silencio,
mantener el anonimato o aconsejar, hacen referencia a posibles conductas del analista. La
neutralidad, por su lado, es más útil como la manera de pensar acerca de la meta de la conducta del
analista. Es una palabra como «democracia»” (op. cit., p. 212-213).
7. LA CRÍTICA RELACIONAL DE LA NEUTRALIDAD . “La crítica más decidora del concepto [de neutralidad]
ha venido de analistas que han trabajado dentro del modelo relacional (…), basados no en un
racionalismo cartesiano sino en una filosofía de la ciencia informada por el principio de
incertidumbre de Heisenberg y la teoría de la relatividad de Einstein. (…) Los argumentos que
enfatizan la inevitabilidad de la participación del analista (…) -la crítica radical de la posición de
pantalla en blanco- reposan en terrenos muy firmes. (…) La influencia del analista es inevitable, pero
debería ser dirigida hacia ayudar al paciente a reconocer los variados aspectos de su personalidad
(…). La crítica relacional destaca un dilema serio inherente a la conceptualización de la postura del
analista. La neutralidad, tal como es desarrollada dentro del modelo pulsional, expresa respeto por la
autonomía del paciente y libertad para expresar todos los aspectos de la personalidad sin
preocupación por las preferencias del analista. Pero es débil al conceptualizar la influencia personal
del analista en el proceso del tratamiento. En agudo contraste, la visión relacional del analista como
participante inevitable nos sensibiliza respecto de su influencia, pero hace difícil justificar su
imparcialidad, especialmente de cara a las tendencias patológicas o regresivas del paciente” (op. cit.,
p. 213-214).
analíticos. Si el analista no puede ser experimentado como un objeto seguro, el análisis nunca
comienza; si no puede ser experimentado como uno peligroso, nunca termina” (op. cit., p. 215-218).
STEPHEN MITCHELL
Psicoanálisis relacional: la emergencia de una tradición
2. “La teoría de relaciones objetales había empezado a tener presencia en los Estados Unidos en los
años setenta, con la popularización de las contribuciones de Fairbairn realizada por Guntrip y el
impacto creciente del trabajo de Winnicott. La teoría de Klein era todavía estigmatizada en ese
tiempo, marcada como anatema [objeto maldito] por la americana psicología freudiana del yo; pero
algunos de los principales conceptos de Klein estaban empezando a encontrar aquí una audiencia
interesada. El trabajo de Bowlby había también comenzado a tener impacto, engendrando lo que
llegaría a ser una tradición investigativa destacable y altamente influyente., pero no dentro del propio
psicoanálisis. La teoría de relaciones objetales, en ese entonces, parecía ser un puñado de
innovaciones teóricas no relacionadas entre sí. Aunque salidas de la teorización intrapsíquica
freudiana, tenían implicaciones para enfatizar las relaciones actuales con otros significativos. Fue en
los tardíos setentas cuando el trabajo de Kohut sobre el narcisismo (1977, 1984) rompió con la
psicología del yo americana que había alojado sus inicios y se amplió hacia la propia psicología del
self. La psicología del self tuvo una poderosa presencia dentro del psicoanálisis americano” (op. cit.,
p. x-xi).
3. “Finalmente, fue en los tardíos setenta y en los tempranos ochenta cuando una distintiva rama
americana del feminismo psicoanalítico empezó a hacer sentir su presencia. Dado que el feminismo,
como el psicoanálisis, ha tratado centralmente con asuntos de sexo y género, y porque sexo y género
están relacionados tan estrechamente con fuerzas sociales de diversos tipos, la rama del feminismo
que se ha desarrollado en una localidad cualquiera tiende (…) a reflejar una casta fuertemente
nacional o cultural. (…) Este grupo [de Nancy Chodorow a Jessica Benjamin] ha liderado el camino
hacia un feminismo psicoanalítico y un psicoanálisis feminista distintivamente americanos, influidos
conjuntamente por las tradiciones relacionales y por un compromiso profundo con la crítica social”
(op. cit., p. xi).
4. “Fue a partir de esta rica mezcla de influencias [psicoanálisis interpersonal, teoría de las relaciones
objetales, psicología del self y feminismo psicoanalítico] que se desarrolló el psicoanálisis relacional.
Greenberg & Mitchell (1983) usaron intencionadamente el término ‘relacional’ para tender un
puente sobre las tradiciones de las relaciones interpersonales, tal como fueron desarrolladas dentro
del psicoanálisis interpersonal, y las relaciones objetales, tal como fueron desarrolladas al interior de
la teorización británica contemporánea. Pero el término creció y empezó a atraer hacia sí muchas
otras influencias y desarrollos: avances posteriores de la psicología del self, particularmente la teoría
intersubjetiva; el constructivismo social en sus variadas formas; ciertas corrientes dentro de las
hermenéuticas psicoanalíticas contemporáneas; desarrollos más recientes en teoría de género; las
importantes contribuciones de Merton Gill sobre la centralidad de la interacción transferencia-
26
7. “La poderosa afirmación de Winnicott (1960), ‘No hay tal cosa como un bebé –sólo la unidad
madre-bebé’ (…), fue una afirmación dramática de lo que podríamos denominar ‘relacionalidad’ en
términos evolutivos. Pero esta comprensión es también extensible a la relación analítica como tal, en
torno a la cual podríamos decir, ‘No hay tal cosa como paciente ni como analista –sólo la unidad
paciente-analista’. La experiencia del paciente sobre el analista y la experiencia del analista acerca
del paciente son construidas entre ambos. Así, la relacionalidad adquiere rápidamente la tonalidad
del constructivismo, una forma particularmente psicoanalítica de constructivismo. (…) Los analistas
relacionales, al hablar de una psicología de ‘dos personas’, nunca han intentado negar que hay dos
individuos distintos. (…) Las propiedades emergentes de la díada existen en relación dialéctica con
las subjetividades individuales del paciente y del analista” (op. cit., p. xv).
8. “La interfaz entre psicoanálisis relacional y las formas radicales de constructivismo (…) ha creado
gran fermento en los campos vecinos de la teoría política (ej.: Foucault) y estudios de género (ej.:
Butler) (…). En teoría política y estudios de género, el constructivismo ha estado estrechamente
ligado a la crítica social y las luchas emancipatorias. Así, el enemigo para el constructivismo en
teoría política y de género ha sido el ‘esencialismo’ en sus múltiples formas, disimulando el poder
bajo la bandera de la ‘naturaleza’. Existe claramente una estrecha afinidad entre la crítica relacional a
los clamores de lo ‘natural’ en psicoanálisis clásico y la crítica del esencialismo en estudios políticos
y de género” (op. cit., p. xv-xvi).
10. LA TRADICIÓN RELACIONAL Y EL DIÁLOGO. “El término ‘relacional’ fue [originalmente usado para]
distinguir un conjunto de teóricos que habían rechazado la teoría pulsional y que en su lugar habían
situado a las relaciones como centro de sus sistemas teóricos. En particular, (…) Sullivan y (…)
Fairbairn fueron vistos como los ejes teóricos centrales de este modelo fundamentalmente diferente.
(…) Uno de los temas que (…) nosotros vimos como central para el proyecto relacional, es la
‘deconstrucción’ de dicotomías engañosas y polarizaciones exageradas. En su lugar, [concordamos
en poner] énfasis en mantener la tensión entre los extremos, en la ambigüedad, el diálogo, la
dialéctica y la paradoja. (…) La vitalidad de cualquier tradición psicoanalítica deriva, en lo medular,
de su poder para generar nuevas ideas” (op. cit., p. xvii-xix).
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JESSICA BENJAMIN
Reconocimiento, destrucción e intersubjetividad
2. “La ‘solución’ de este conflicto -hasta donde podamos hablar de una solución- es que (…) lleguemos
a ser dialécticos que podamos sostener dichos opuestos en tensión. Pero (…) dichas tensiones son
primero manejadas mediante la escisión (…). Tal como Freud situó un conflicto entre eros y muerte
inherente a la vida intrapsíquica, así podemos nosotros situar un conflicto entre eros y narcisismo, o
entre reconocimiento y omnipotencia, inherente a la vida intersubjetiva. La tensión que idealmente
imaginamos entre estos opuestos se rompe continuamente y debe ser alcanzada una y otra vez” (op.
cit., p. 202).
4. “Lo que observamos en los momentos más sutiles y más extremos de negación es (…), por ejemplo,
[que] el paciente se pregunta por qué el analista no lo entiende cuando (…) ha tratado de mostrarle
algo cien veces. El analista se siente derrotado por el rechazo que el paciente muestra hacia su
comprensión, y el paciente está convencido de que el analista no entiende o no puede ayudarlo. Es
como si ninguno pudiera trascender este choque de voluntades y perspectivas, y sólo fuera posible
someterse o resistir. (…) Un solo punto de vista o sentimiento puede prevalecer. (…) La demanda
complementaria [es] ‘sométete o resiste’” (op. cit., p. 203-204).
5. “Es posible restaurar el proceso de identificación con la posición del otro sin perder la propia, en
lugar de someterse o negar al otro. (…) [Se trata de] de crear un punto de terceridad [un tercero
moral]. El tercero nos permite mediar entre dos puntos de vista diferentes; (…) transformar
diferencias del registro del poder (…) a una comprensión del significado de la lucha (...). El
compromiso principal del psicoanálisis es liberar el soporte psíquico de la lucha de poder y
establecer el compromiso hacia el reconocimiento, el proceso dialógico en sí mismo. Debe haber
(…) un movimiento hacia el nivel de la metacomunicación -que es una buena manera de pensar
acerca del tercero. (…) El tercero aparece sólo en la relación de reconocimiento, el espacio que
media entre los puntos de vista de ambos participantes, previniendo el colapso de la tensión” (op.
cit., p. 204).
investidura y moverse hacia una visión que pueda acompasar dos subjetividades separadas (…). La
diferencia debe ser negociada a nivel de discurso, de manera que tu significado no aniquile el mío, o
deben emprenderse acciones para recrear la externalidad y restablecer el espacio intersubjetivo.
Analizar cómo opera en la díada esta reapertura del espacio intersubjetivo parece ser el proyecto
central de la teoría relacional hoy en día. (…) Esto puede ocurrir a través del reconocimiento
controlado de la rabia, a través de un comentario humorístico de arrepentimiento, a través de la
admisión de no saber qué contestar y de sentirse incapaz de ayudar” (op. cit., p. 204-205).
7. “Si el paciente va meramente a tomar al analista como su ideal, entonces no hay un otro externo, ni
un espacio de intersubjetividad. (…) Tan importante como describir el proceso de crear el espacio de
terceridad a través del juego (…) es enfocarse en el quiebre que experimentamos en la
complementariedad reversible. La terceridad es otra manera de definir un aspecto esencial de la
relación de reconocimiento, de concebir el espacio intersubjetivo. (…) La capacidad simbólica y la
terceridad son efectos del trabajo mental de contener y comunicar afectos” (op. cit., p. 206).
8. “El juego simbólico, que permite a dos participantes construir un diálogo, me ha llevado a pensar en
el tercero en términos de música o de danza seguidas por dos compañeros. (…) [El tercero] encarna
las paradojas de la experiencia transicional (…). Esta historia co-construida de diálogo es, a final de
cuentas, el continente, aquello que sostiene la pareja analítica. (…) Pero esta relación mutua y co-
construida aún posee elementos importantes de asimetría. (…) Nuestro compromiso es ofrecer un
proceso, una exploración, una disposición para arriesgarnos a no saber y a fallar en nuestra
comprensión, una alianza entre dos subjetividades. (…) Somos capaces de ver el quiebre traumático
de un paciente, su ansiedad, sus defensas, su inhabilidad para sostener la tensión, no como
deliberados o resistenciales. Suele ser precisamente cuando nos sentimos reaccionando como si algo
se nos estuviera haciendo a nosotros, que sabemos que hemos perdido el tercer espacio, y cuando
estamos de vuelta en la díada reversible de resistencia y sumisión” (op. cit., p. 206-207).
9. “Nuestra sensibilidad hacia la calidad de la terceridad, hacia lo que podemos llamar la realización de
la intersubjetividad, ocupa ahora el lugar que fuera a ser ocupado en el esquema de Freud por un
contenido específico de interpretación. Una noción tal de la terceridad en diálogo es esencial para el
proyecto relacional (…) [y su] rechazo del objetivismo en favor de la co-construcción (…). Es el
compromiso continuamente renovado con la restauración de la terceridad intersubjetiva, lo que nos
permite ir más allá de la lucha entre tus significados y los míos, hacia un sentido de trabajo conjunto
que busca trascender la complementariedad en favor del reconocimiento mutuo” (op. cit., p. 207-
208).
10. “El género está profundamente hermanado con la forma paradigmática de complementariedad que
impide el espacio [de terceridad] y lleva a un quiebre de la mutualidad. (…) El desarrollo de la
intersubjetividad en nuestra vida mental depende de la superación de la escisión de género, de la
reconfiguración de la tensión entre pasividad y actividad, de modo que cada participante pueda ser
tanto autor como agente, dueño y expresador de tensión. (…) La madre debe ser vista no meramente
como el objeto del niño, sino también como otro sujeto. (…) Repensar el género encaja con la
comprensión intersubjetiva de cómo el reconocimiento entre sujetos colapsa y cae en la
complementariedad reversible de víctima y victimario {doer and done to}. Los paralelos entre
nuestra experiencia clínica y la experiencia cultural de género más amplia han recién empezado a ser
explorados” (op. cit., p. 208-209).
30
LEWIS ARON
Mutualidad y encuentro en psicoanálisis
6. “El psicoanálisis (…) es mutual pero inevitablemente asimétrico –inevitablemente porque se trata del
paciente buscando ayuda del analista, quien es el profesional y está investido de un cierto tipo de
autoridad y responsabilidad. La mutualidad no debe ser confundida con una evasión de la diferencia
y del conflicto entre paciente y analista, ni debería implicar un énfasis exclusivo en la bondad y en la
gratificación. La mutualidad no excluye un foco en el lado oscuro de la experiencia humana. Puede
haber conflicto mutual, resistencias mutuales, agresión mutual u odio; y puede haber enemigos
mutuales. La mutualidad debe estar siempre en balance [o relación dialéctica] con la separatividad, la
diferencia y la autonomía, o de otro modo degenera en mezcla o fusión. (…) La exploración de la
experiencia que tiene el paciente acerca de la subjetividad del analista es sólo un aspecto del análisis
de la matriz transferencia-contratransferencia (…). Este foco necesita ser balanceado con el
reconocimiento de que por largos períodos de tiempo, el paciente necesita sentirse ‘dejado solo en la
presencia del analista’ sin que el analista traiga su propia subjetividad al centro del escenario
analítico” (op. cit.).
7. “La mutualidad [es] un concepto demasiado amplio (…). [Es] necesario hacer distinciones mucho
más finas (…), [tales como] distinguir entre ‘reconocimiento mutuo’, que Benjamin [incluye] en su
elaboración de la teoría intersubjetiva, y ‘regulación mutua’, que Stolorow y sus colegas [plantean]
como central en su versión de la teoría intersubjetiva. (…) [La] gran variedad de dimensiones de la
situación psicoanalítica en las cuales la mutualidad [juega] un rol [incluye:] transferencias mutuas,
resistencias mutuas, empatías mutuas, regresiones mutuas, involucramiento afectivo mutuo,
escenificaciones {enactments} mutuas, generación mutua de información y análisis mutuo. [Uso]
este esquema para explorar muchos asuntos (…): la interpretación como una expresión de la
subjetividad del analista; la escenificación, la interacción y la identificación proyectiva;
consideraciones técnicas concernientes al auto-develamiento; así como consideraciones éticas y
relacionadas con límites en el enfoque relacional” (op. cit., p. 267).
8. “La técnica psicoanalítica puede articularse sólo con la debida consideración de la individualidad del
analista y de la necesidad del analista de trabajar de una manera que sea compatible con y sensible a
su propia subjetividad. Las elecciones clínicas son siempre tomadas al interior de la matriz
relacional, uno de cuyos polos está constituido por la subjetividad del analista. He empezado a
investigar los estancamientos analíticos y he encontrado que los impasses suelen ser creados por
colusión mutua y resistencias mutuas. Cuando un análisis se atasca suele ser porque, de alguna
manera, el analista se ha identificado profundamente con el paciente de alguna manera que el
analista no quiere reconocer, y el paciente no puede ir más lejos con el proceso analítico hasta que el
analista encuentre alguna manera de apropiarse de esta identificación. (…) [Mi] teoría de la acción
terapéutica (…) enfatiza las proyecciones mutuas, las identificaciones mutuas, y los intercambios
afectivos mutuos como aspectos importantes del desarrollo del auto-funcionamiento reflexivo” (op.
cit.).
32
9. “Al haberme enfocado en el encuentro de mentes, me he dado cuenta que quizás he restado lugar,
inadvertidamente, al significado del cuerpo. Una psicología de dos personas es realmente una
psicología de dos cuerpos, no es sólo un encuentro de mentes, sino de personas incluyendo cuerpos.
(…) No es necesario para el psicoanálisis relacional restar énfasis a asuntos del cuerpo al enfocarse
en las personas en relación. (…) Nuestro impacto en nuestros pacientes no está limitado a la
interpretación neutral de significados (…). Ejercemos continuamente una influencia personal en
nuestros pacientes (…).He llamado a los analistas a reconocer la incontenible influencia de la
subjetividad del analista. Este reconocimiento está en notorio contraste con la tradición de la
corriente principal freudiana que consideraba la eliminación de la ‘sugestión’ como el sello del
psicoanálisis, con la razón fundamental de que esto era en el mejor interés de proteger la autonomía
del paciente. Reconocer la incontenible influencia de la subjetividad del analista hace más por realzar
el reconocimiento mutuo y la regulación mutua y paradójicamente, al definir mejor la contribución
del analista al análisis, preserva la autonomía y libertad del paciente” (op. cit., p. 267-268).
4. El inconsciente. “Para resumir, podemos distinguir tres formas interrelacionadas de inconsciente: (1)
el inconsciente pre-reflexivo –los principios organizadores que moldan y tematizan
inconscientemente las experiencias de una persona; (2) el inconsciente dinámico –experiencias a las
que les fue negada la articulación porque eran percibidas como amenazadoras para vínculos
necesitados; y (3) el inconsciente invalidado –experiencias que no pudieron ser articuladas porque
nunca evocaron la necesaria respuesta validatoria del medio circundante. Las tres formas de
inconsciente (…) derivan de contextos intersubjetivos formativos que son específicos. (…) Nuestra
concepción [alude a] la idea de un ‘inconsciente relacional’” (op. cit., p. 184; Stolorow, 2007, p. 28).
repetición con el analista de experiencias tempranas de falla evolutiva. Estas dos dimensiones oscilan
continuamente (…). [Estas] dimensiones de la transferencia se aplican no sólo a las transferencias
del paciente, sino también a las transferencias del analista, usualmente llamadas contratransferencia.
El sistema más amplio formado por el interjuego entre transferencia y contratransferencia es un
ejemplo de primer nivel de lo que podemos denominar un contexto o campo intersubjetivo.
Transferencia y contratransferencia juntas forman un sistema intersubjetivo de influencia mutua y
recíproca” (Stolorow & Atwood, 1979 [1993], p. 184-185).
8. EPÍLOGO. “La doctrina de la mente aislada en psicoanálisis ha sido asociada históricamente con la
epistemología objetivista. Esa posición describe una mente aislada, radicalmente separada de la
realidad externa, la cual o bien puede aprehender con precisión esta realidad externa, o bien puede
distorsionarla. Los analistas que adoptan un objetivismo epistemológico presumen de tener acceso
privilegiado a la esencia de la realidad psíquica de los pacientes y a las verdades objetivas que
oscurecen la realidad psíquica del paciente. Por el contrario, el punto de vista intersubjetivo, que
pone el énfasis en el interjuego constitutivo entre los mundos de la experiencia, conduce
inevitablemente a una postura epistemológica que está mejor definida como ‘perspectivista’” (op.
cit., p. 199).
inconsciente que propongo llamar inconsciente ontológico. (…) Uso la expresión inconsciente
ontológico para denotar una pérdida del propio sentido de ser. Cuando mis estados traumatizados no
pudieron encontrar un hogar relacional, me volví moribundo, y mi mundo se puso gris. Cuando
dicho hogar estuvo de nuevo presente, volví a sentirme vivo, y la vitalidad de mi mundo volvió. (…)
[Esto muestra] la contextualización fundamental de nuestro sentido de ser y de los contextos
intersubjetivos en los cuales dicho sentido puede perderse y volverse a ganar. (…) Siento, luego
existo” (op. cit., p. 2; 24-29).
OWEN RENIK
Autodevelamiento y subjetividad del analista
3. LOS AFECTOS DEL ANALISTA. “La actividad (…) del psicoanalista (…) consiste (…) en
comunicar al paciente sus opiniones personales: (…) lo que hace el analista (…) es dar su propia
visión personal. (…) Yo no fui afectivamente neutral en mi análisis de Diana. Las opiniones que me
formé y las intervenciones que derivaron de éstas estuvieron orientadas por la diversidad de
emociones que experimenté. Además de comunicar a Diana mis opiniones personales acerca de sus
conflictos decidí comunicarle también los sentimientos asociados a éstas. Por ejemplo, a Diana no le
pasó desapercibido que estaba indignado por ella debido a la forma en que, según sus referencias,
había sido tratada por sus padres, y se dio cuenta de que me agradaba la perspectiva de que obtuviera
satisfacción sexual. (…) El trabajo de un analista no consiste en tener la razón, sino en (…)
implicarnos [para] ser efectivos” (op. cit.).
participantes que no son neutrales. (…) Tememos que nuestra posición de no neutralidad nos
convierta esencialmente en consejeros, incluso en clérigos seglares. (…) [Pero] al defender sus
creencias personales, un analista no pretende (…) que se le considere una autoridad (…). [También
tememos] estar abriendo la puerta a un ‘todo vale’ en psicoanálisis clínico, facilitando la
explotación de los pacientes (…) [pero] la técnica no la previene” (op. cit.).
9. “Toqué dos asuntos que he llegado a considerar cruciales para el desarrollo de una teoría
verdaderamente útil de la técnica analítica: el requisito de que un analista juegue consistentemente
sus cartas cara arriba (una ética del auto-develamiento) y la necesidad de una actitud experimental
hacia la técnica que autorice más plenamente la colaboración del paciente. (…) Insistí en un punto de
vista categórico: que la subjetividad del analista es irreductible, que cuando el analista se da cuenta
de una motivación, esto está invariablemente precedido por una expresión de esta motivación, de
algún modo, en acción. Esta intransigente formulación del estado de cosas es todavía ahora
controversial entre analistas de varias orientaciones teóricas. Hay muchos que sienten que, al
plantear los asuntos epistemológicos fundamentales como yo hice (…) [así como al expresar sus
implicancias clínicas], exageré (…) y fui demasiados lejos en una nueva dirección al tratar de
corregir un problema antiguo” (op. cit., p. 423).
10. “Estos colegas (…) creen que, sí, el analista es siempre subjetivo, pero más subjetivo en algunas
ocasiones que en otras ocasiones, y que el analista puede a menudo decir cuándo; sí, los
motivaciones de un analista son a menudo expresadas en acción antes de llegar a la conciencia, pero
no siempre. Yo, por otro lado, sigo creyendo (…) que tal moderación es realmente una equivocación
y es una forma de preservar una medida de autoridad inmerecida por el analista. Bajo la apariencia
de tender un puente entre lo viejo y lo nuevo, de no construir quimeras, conceptos clínicos como
anonimato, neutralidad, escenificaciones {enactments} mayores y menores, son vistos en foco suave.
Así, estos son preservados por medio del ahorro de un escrutinio minucioso y de una completa
rendición de cuentas –con consecuencias destructivas para nuestros pacientes y para nosotros
mismos” (op. cit., p. 423-424).
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THOMAS OGDEN
Tercero analítico y hechos clínicos intersubjetivos
1. EL TERCERO ANALÍTICO: TRABAJANDO CON HECHOS CLÍNICOS
INTERSUBJETIVOS. “Una dimensión mayor de la vida psíquica del analista en la sala de consulta
con el paciente toma la forma de ensueños {reveries} concernientes a los detalles ordinarios y
cotidianos de su propia vida (que suelen ser de gran importancia narcisito para él). (…) Estos
ensueños no son simplemente reflejos de inatención, repliegue narcisista o conflicto emocional no
resuelto; más bien, esta actividad psicológica representa formas simbólicas y proto-simbólicas
(sensoriales) dadas a la experiencia inarticulada (y con frecuencia ni siquiera sentida) del analizando
mientras están tomando forma en la intersubjetividad del par analítico (es decir, en el tercero
analítico). (…) Este estado [asemeja] un estado de sueño. (…) Si queremos ser analistas en un
sentido pleno, debemos intentar de manera consciente traer incluso estos aspectos de nosotros
mismos al proceso analítico. (…) No fue simplemente fortuito que mi mente ‘vagara’ y llegara a
enfocarse en una máquina (…). [Tampoco que] yo me sintiera físicamente mal (…) y experimentara
sentimientos de (…) náusea y vértigo” (Ogden, 1994, p. 475-479).
2. PALABRAS POSTERIORES. EL TERCERO ANALÍTICO: UNA VISIÓN GLOBAL. “Uso el término ‘tercero
analítico’ para referirme a un tercer sujeto, co-creado inconscientemente por analista y analizando,
que parece tomar vida propia en el campo interpersonal entre ellos. Este tercer sujeto se encuentra en
tensión dialéctica con las subjetividades individuales separadas de analista y analizando, de un modo
tal que las subjetividades individuales y el tercero, se niegan y preservan entre ambos. En una
relación analítica, la noción de subjetividad individual y la idea de un tercer sujeto co-creado están
desprovistas de significado, excepto en relación recíproca, tal como la idea de una mente consciente
no tiene significado excepto en relación con el inconsciente” (Ogden, 1999, p. 487).
3. “Si bien tanto analista como analizando participan en la creación y elaboración del tercero analítico
inconsciente, lo hacen asimétricamente. La relación de roles de analista y analizando en la relación
analítica privilegia fuertemente la exploración del mundo objetal interno e inconsciente del paciente,
así como de sus formas de relacionarse con objetos externos. (…) La empresa analítica es (…) una
relación terapéutica diseñada para facilitar los esfuerzos del paciente por llevar a cabo cambios
psicológicos que le permitirán vivir su vida de un modo más plenamente humano. Es por lo tanto la
experiencia consciente e inconsciente del analizando el foco primario (pero no exclusivo) del
análisis. El tercero analítico (…) también es asimétrico en la forma en que es vivenciado por analista
y analizando: (…) el tercero analítico no es un evento singular experienciado idénticamente por dos
personas; es una co-creación inconsciente y asimétrica de analista y analizando que tiene una
poderosa influencia en la estructuración de la relación analítica” (op. cit.).
4. “El término ‘tercero analítico’ (…) no debe ser equiparado con el de ‘el nombre del padre’ de Lacan
(…). Tampoco (…) con la noción de un ‘espacio potencial’ generativo de Winnicott (…). Más bien,
yo veo el ‘tercero analítico intersubjetivo’ como un tercer sujeto inconsciente siempre cambiante
(…). La experiencia (…) del tercero analítico [involucra] (…) el entero rango de la emoción humana
y sus concomitantes pensamientos, fantasías, sensaciones corporales, etc. La tarea del analista es
crear condiciones en las cuales el tercero analítico intersubjetivo e inconsciente (…) pueda ser
experimentado, ligado a palabras y eventualmente hablado con el analizando. (…) Sin embargo, (…)
la capacidad del analista para nombrar y hablarse a sí mismo acerca de su experiencia del tercero
analítico casi siempre toma lugar después del hecho, esto es, después de que el analista
involuntariamente (y con frecuencia por un período considerable de tiempo) ha jugado un rol en las
específicas ‘formas’ experienciales que reflejan la naturaleza del tercero analítico inconsciente” (op.
cit., p. 488).
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7. “Uno hace su propio camino desde formas experienciales (tales como sueños del paciente, ensueños
del analista, una escenificación en la cual tanto paciente como analista han participado) hacia un
sentido expandido de la naturaleza fundamental del tercero. (…) Con frecuencia, en mi experiencia,
el ‘tercer sujeto’ es de una clase subyugante, la cual crea el efecto de limitar tiránicamente el rango
de pensamientos, sentimientos y sensaciones corporales ‘permisibles’ tanto para analista como para
analizando. Bajo tales circunstancias, ni analista ni analizando es capaz de tener una experiencia de
sí mismo o del otro (…) fuera de una muy estrecha franja de pensamientos (predominantemente
irracionales) y sentimientos. En otras oportunidades, el tercero analítico es de una clase perversa, que
tiene el efecto de encerrar a analista y paciente en un escenario perverso específico y
compulsivamente repetido” (op. cit., p. 489-490).
8. “Aun en otras oportunidades, el tercero analítico puede ser de una clase poderosamente creativa y
enriquecedora. Dichas formas de tercero analítico son vivificantes, en el sentido de que las ‘formas’
son generadas en la relación analítica (por ejemplo, formas interesantes y a veces novedosas de tener
en cuenta, de soñar y de fantasear, así como cualidades del relacionarse con objetos más ricas y
plenamente humanas marcadas, por ejemplo, por el humor, la compasión, la capacidad de jugar, la
coquetería, la camaradería, el encanto, el amor, y el enojo, las cuales tienen ‘todo el sentido de lo
real’ [Winnicott, 1963])” (op. cit., p. 490).
9. “Algunas formas de jugar en el marco analítico involucran una experiencia del tercero analítico que
podría ser pensada como una experiencia del paciente y del analista comprometidos en jugar en la
presencia de la madre inconsciente (construida conjunta pero asimétricamente), que facilita la
capacidad del niño para estar solo en su (‘invisible’ e inobtrusiva) presencia (Winnicott, 1958). (…)
Otras formas de jugar en la relación analítica involucran una experiencia inconsciente del padre o del
‘padre-en-la-madre’ (…), cuyo ojo protectoramente vigilante hace sentir seguro, por ejemplo, el
coqueteo edípico entre analista y analizando. La creación de varias formas de tercero analítico que
crean y preservan condiciones en las cuales es posible jugar de modo seguro, evoluciona a lo largo
del curso de todo análisis” (op. cit.).
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10. “Muchas formas de tercero analítico coexisten en un momento cualquiera de un análisis, algunas de
las cuales son patológicas, en el sentido de limitar el rango de la emoción humana y la profundidad
de las relaciones objetales dentro de las cuales paciente y analista son capaces de entrar. En la
medida en que el análisis progresa, ninguna de estas formas patológicas de tercero analítico es
‘conquistada’ o eliminada en mayor medida en que son eliminadas las transferencias (…). Más bien,
como es el caso con las transferencias, en el curso del análisis de una determinada forma de tercero
analítico patológico, la capacidad del tercero para retener (…) al par analítico cautivo en una forma
inconsciente (…) e invariante de relacionarse (o de no relacionarse), es gradualmente transmudada
en formas de experiencia de sí mismo y del otro que pueden ser experienciadas preconsciente y
conscientemente, simbolizadas verbalmente, reflejadas, habladas e incorporadas en un más amplio
sentido del sí mismo” (op. cit., p. 490-491).
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CONFRONTACIÓN. “Nos ha resultado útil organizar las rupturas en dos subtipos: distanciamiento y
confrontación. (…) [En las rupturas por distanciamiento,] una vez que el terapeuta llegue a ser
consciente del ciclo que se produce, su tarea consiste en desenredarse de él (…). Es importante que
el terapeuta responda de un modo empático y no enjuiciador. (…) [En las rupturas por
confrontación], los terapeutas (…) deben estar dispuestos a reconocer sus continuas contribuciones a
la interacción. (…) [Cuando] los pacientes presentan una intensa agresión, el proceso de desenredo
del paciente y la supervivencia a su agresión durante un período prolongado de tiempo se convierten
en las claves más centrales” (op. cit., p. 196-212).
6. TERAPIA RELACIONAL BREVE. “Nuestro modelo Terapia Relacional Breve (TRB) (…): 1.
Contempla una psicología bipersonal y una epistemología constructivista (…). 2. Conlleva la
atención intensiva al aquí y ahora de la relación terapéutica. 3. Incluye una exploración colaboradora
continua de las contribuciones del paciente y del terapeuta a la interacción. 4. Subraya la exploración
profunda de los matices de la experiencia del paciente en el contexto del despliegue de las
interacciones terapéuticas y es prudente en la interpretación de las transferencias que especulan sobre
los patrones relacionales generalizados. 5. Hace un uso intensivo de la metacomunicación terapéutica
y de la revelación de la contratransferencia. 6. Subraya la subjetividad de las percepciones del
terapeuta. 7. Asume que el sentido relacional de las intervenciones es crítico” (op. cit., p. 237-238).
8. “Con este aspecto se relaciona también la capacidad para participar en un diálogo genuino con el
paciente, a través del cual los terapeutas muestran su voluntad para desafiar sus propias
preconcepciones. Un segundo aspecto básico de la destreza terapéutica (…) incluye una calidad
intuitiva o tácita. (…) A diferencia de los principiantes, los expertos no siguen reglas ni persiguen
objetivos aislados y explícitos. En lugar de esto, acogen la situación de una forma rápida, holística y
parcialmente automática. (…) De hecho, el seguimiento de reglas explícitas y aisladas o de objetivos
específicos puede interferir con la ejecución diestra” (op. cit., p. 272-273).
9. EPÍLOGO. “[Es] importante el principio (…) de tratar de comprender de forma continua qué es lo
que está sucediendo relacionalmente entre el terapeuta y el paciente. (…) Las rupturas en la alianza
terapéutica se producen con más frecuencia de la supuesta por muchos terapeutas. (…) Rara vez
transcurren una o dos sesiones sin alguna tensión, por pequeña que sea, en la alianza, y (…) los
terapeutas a menudo no reconocen las rupturas experimentadas por los pacientes. Aunque no es
imprescindible que los terapeutas contemplen explícitamente cada tensión que se produzca, su
apertura y atención a las fluctuaciones en la calidad de la relación, pueden abrir oportunidades muy
valiosas de exploración que de otro modo no aflorarían” (op. cit., p. 306).
10. “Aunque los principios que hemos descrito son particularmente útiles para manejar las rupturas de la
alianza terapéutica, también constituyen una orientación idónea hacia la psicoterapia en general.
Algunas de las ideas básicas, como la importancia de la comprensión e las cosas desde la perspectiva
de la psicología bipersonal, el reconocimiento de que nosotros, como terapeutas, estaremos
inevitablemente embebidos en la matriz interaccional, el constructivismo dialéctico, la plenitud
mental, la aceptación y el reconocimiento de que todas las intervenciones son actos relacionales, son,
a nuestro parecer, principios válidos a recordar tanto si existe tensión en la alianza como si no” (op.
cit., p. 305).
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