Conjeturas Psicopatológicas. Cap 4
Conjeturas Psicopatológicas. Cap 4
Conjeturas Psicopatológicas. Cap 4
CAPÍTULO 4
EXIGENCIAS DE TRABAJO Y FUENTES DE SUFRIMIENTO VINCULAR
Para constituir una pareja y/o una familia se ponen en juego dos exigencias básicas de trabajo
vincular: una proveniente de la cultura y otra de los sujetos del vínculo. La primera se relaciona
con el hacer recomenzar (Legendre, 1985) en cada generación los requisitos imprescindibles
para la continuidad de la organización social, y la segunda con el velamiento de la ajenidad del
otro, es decir, de la imposibilidad vincular. Estas exigencias de trabajo suponen diferentes
operatorias: en cuanto a la primera, requiere de la transmisión generacional de las legalidades
básicas de la cultura y de los imaginarios necesarios para la pertenencia social y cultural.
Vamos a desarrollar a continuación las dos primeras exigencias de trabajo psíquico para lo
vincular: transmisión generacional y velamiento de la imposibilidad vincular. En relación con la
tercera exigencia relacionada con la transferencia, el lector puede remitirse al capítulo 2.
Desplegaremos asimismo las dos fuentes básicas en la eclosión del sufrimiento: vicisitudes de
la presencia, procesamiento de las diferencias.
TRANSMISIÓN GENERACIONAL
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En el año 1912 Freud escribió: "Habremos pues de admitir que ninguna generación posee la
capacidad de ocultar a la que le sigue hechos psíquicos de alguna sustantividad", introduciendo
así en el corpus teórico del psicoanálisis la idea de lo transgeneracional. Al finalizar la Segunda
Guerra se multiplicaron los trabajos tanto
sobre hijos de sobrevivientes del Holocausto como de criminales de guerra, con el objeto de
evaluar los efectos de lo traumático transgeneracional en la constitución psíquica. El campo del
estudio de la transmisión obtuvo un nuevo impulso con los
estudios sobre el esquizofrénico y su familia: Lidz, Bateson y Stierlin -entre otros- se ocuparon
de mostrar los modos comunicacionales de transmisión de sentidos que crean un campo apto
para la eclosión de la esquizofrenia en un individuo.
Ya en los setenta, fueron psicoanalistas franceses los que, a partir de impasses en los
procesos de análisis de pacientes bajo dispositivo individual, acuñaron conceptos tales como
cripta, fantasma, telescopaje generacional o transmisión de la vida psíquica entre
generaciones: Abraham, Torok, Kaes, Faimberg. En Argentina, Isidoro Berenstein (1981)
escribió sobre la transmisión de los significados a través de la estructura familiar inconciente,
apoyándose en ese momento en la teoría estructuralista.
A pesar de las diferentes fundamentaciones teóricas, estas corrientes de pensamiento
concuerda n en un punto: el sujeto humano no se constituye sólo a partir de las experiencias
acaecidas a lo largo de su propia vida, y por tal motivo la subjetividad muestra límites
imprecisos entre pasado, presente y futuro.
Proceso realizado a dos vías: a través de la historia familiar tal como es contada de padres a
hijos, y como fragmentos de la vida psíquica de generaciones anteriores que se convierten en
parte del bagaje inconciente de generaciones posteriores. Pero existe también otra dimensión
de la transmisión que tiene como cualidad primordial no haber podido ingresar al mundo de lo
representable, de lo pensable. Situaciones donde lo que no pudo ser procesado psíquicamente
en una generación se transmite en su cualidad de vacío a las siguientes, promoviendo
ambigüedad y confusión. (Gomel, 1997). Circulan trazas imposibilitadas de reescrituras
psíquicas, que van trasladándose de una generación a otra en su cualidad de irrepresentadas
y, desde ese estatuto, se arborizan en diferentes psiques. En este punto se hace necesario
introducir el concepto de trauma, como agujero de sentido que rompe las concatenaciones
lógico-causales y espacio-temporales.
Vacío de pensamiento, se descarga por vía de la acción impulsiva.
Atravesar una vivencia traumática puede llevar a un trabajo de ligadura en el propio psiquismo
o a una desligadura tanática: las generaciones subsiguientes tendrán una muy distinta
exigencia de trabajo psíquico según una u otra de estas alternativas.
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Lo no ligado ancestral, las pérdidas no dueladas, lo traumático insemantizado, lo desmentido y
repudiado en una generación - verdaderas precipitaciones del hacer- se transmiten como
blanco a las siguientes y retornan bajo el sesgo de la compulsión a la repetición, perforando la
capacidad representativa de la psique.
En el seno de lo familiar, las pérdidas no dueladas, al no poder ser enhebradas a una historia,
impregnan el presente familiar de sentimientos de culpabilidad, que muchas veces aparecen
conectados con una cruel necesidad de castigo: pérdidas en la generación de los hijos como
indemnización imaginaria de aquello que se perdió en la generación de los padres. Los
fragmentos del pasado vincular obstaculizados de transformarse en hechos
históricos emergen por la vía del hacer, en generaciones con frecuencia alejadas de aquellas
que protagonizaron los hechos.19
Sin embargo, en este punto se abren las posibilidades a una repetición que en el cada vez de
nuevo vaya produciendo ligaduras, en contraste con la compulsión a la repetición, ciega
búsqueda de una identidad imposible con lo pretérito. La repetición puede abrir paso a la
novedad, lo que nunca fue y se hace posible a través de la producción vincular
intrageneracional; la compulsión a la repetición, en cambio, marca el derrotero de
lo endogámico, de un goce que obstaculiza la formación de nuevos vínculos (Gomel, 2003).
El pacto, motor de las tramas deseantes, está a su vez articulado con el contrato narcisista
(Aulagnicr, 1975). El interjuego entre pacto denegativo y contrato narcisista, que consideramos
una de las maneras de velamiento de la ajenidad, nos habilita a pensar la relación entre los
sujetos del vínculo simultáneamente desde tres dimensiones: como semejante, diíerente y
ajeno, dimensiones anudadas, necesarias y no excluyentes, que al desanudarse abren el
camino a la psicopatología vincular. Tradicionalmente se utilizaron los conceptos de ajenidad,
alteridad y semejanza para pensar el lugar del otro del vínculo. Sin embargo, se trata de lógicas
posicionantes no sólo del otro, sino también del sujeto en el vínculo con ese otro.
Queda así planteada la hipótesis de una imposibilidad vincular constitutiva del sujeto y sus
vínculos, que surge predominantemente según dos vertientes: como motor del vínculo o como
un vacío conducente a la desligadura y la fragmentación (Matus, 1997). Cuando la dimensión
de ajenidad puede ser velada, funciona como productor vincular. En cambio, cuando aparece al
desnudo, sin velamiento, promueve la desligadura vincular.
SUFRIMIENTO VINCULAR
Freud (1929) sostiene la existencia de tres fuentes de sufrimiento psíquico para el sujeto:
desde el cuerpo propio, desde el vínculo con el otro y desde la naturaleza. A su vez, Waisbrot
propone un cuarto origen del sufrimiento psíquico: las normas que regulan los vínculos entre
los sujetos.
"Entonces, donde (Freud) había dicho ' vínculos pasó a decir ' las normas que los regulan', y
lo denominó ética. No es lo mismo. Lo que atañe a los vínculos pareciera ser más del orden
del amor y el odio. En cambio 'las normas que los regulan, atañen a lo permitido y lo
prohibido en esas relaciones de amor y odio. En ese sentido entiendo que son cuatro y no tres
las fuentes de sufrimiento a ¡as que Freud hace referencia: la naturaleza, el cuerpo propio, los
vínculos con los otros y las normas que los regulan". (Waisbrot, D: "Duelo terminable e
interminable", Revista Topía No. 50, Bs. As., 2007)
Definimos el sufrimiento vincular como el producido en los sujetos por su pertenencia al mismo.
Si sujeto-vínculo-cultura constituyen una trama, sólo es posible pensar predominancias en
relación con el sufrimiento en sus tres dimensiones: subjetivo,
vincular o social (Gomel y Matus, 2006). Dicho de otro modo, cada vez será un determinado
tipo de sufrimiento el que sale a escena, pero sin olvidar que los anudamientos vinculares
suponen otras zonas de sufrimiento en la sombra, llevando muchas veces a fronteras inciertas
y difusas.
Nos encontramos a veces frente al dolor ante una pérdida significativa: muertes,
enfermedades, migraciones forzosas, colapsos económicos; otras, frente a un sufrimiento que
transforma el dolor en goce, clásicamente los duelos patológicos, a los cuales
1
"El contrato narcisista tiene como signatarios al niño y al grupo. La catectización del niño
por parte ¿leí grupo anticipa ia del grupo por parte del niño, hn efecto, hemos visto que,
desde su IL'gadit ai mundo, el grupo catectiza al infans como voz futura a la que solicitará
que repita los enunciados de una voz muerta y que garantice así la permanencia cualitativa
y cuantitativa de un cuerpo qite se autorregenerará en forma continua. En cuanto al niño,
y como contrapartida de su catectización del grupo y de sus modelos, demandará que se le
asegure el. derecho a ocupar un lugar independiente del exclusivo veredicto parental, que se
le ofrezca un modelo ideal que los otros no pueden rechazar sin rechazar al mismo tiempo
las leyes del conjunto, que se le permita conservar la ilusión de una persistencia atemporal
proyectada sobre el conjunto y, en primer lugar, en un proyecto del conjunto que, según se
supone, sus sucesores retomarán y preservarán". (Aulagnier, P.: La violencia de la
interpretación, delpictograrna al enunciado, Amorrortu, Bs. As., 1975)
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hemos preferido denominar imposibilidad en el trabajo de duelar y toda otra cuestión referida a
rasgos masoquistas; y otras aun en que el sufrimiento no está relacionado con la pérdida sino
con el exceso, situaciones siempre complejas y hasta paradojales:
vincularidades violentas, estados de irritación, proliferación del malentendido y/o de los
mensajes paradojales, locura vincular.
Berezin (2010) propone dos sentidos para el dolor psíquico; "El dolor ¿el duelo, presencia de
una ausencia irrecuperable, y el dolor que inflinge la crueldad del otro, presencia del otro capaz
de no conmoverse ni reconocer al otro como semejante. Ausencia en una presencia'.
Como vemos, no es tarea fácil diferenciar taxativamente dolor o sufrimiento en lo vincular.
Siguiendo la idea kaésiana de metapsicología transubjetiva, observamos con frecuencia que
estas diferentes alternativas se encuentran distribuidas entre las psiques de los sujetos del
vínculo. Esto no implica que cada uno de ellos sufra de la misma manera. Remarcamos que
cualquiera 2 sea el tipo de sufrimiento -subjetivo, vincular, social-, la sede del mismo es el
sujeto. Tomamos dos ejes fundamentales para pensar el sufimiento vincular: el procesamiento
de la diferencia en sus tres recorridos de semejanza, alteridad y ajenidad y las
vicisitudes de la presencia de los sujetos del vínculo.
También podríamos ubicar como expresión del predominio de la alteridad el lazo fraterno
logrado y los diferentes vínculos en paridad. Relaciones que suponen el reconocimiento del
otro y constituyen un espacio privilegiado para sostener la tensión producida por la
simultaneidad diferencia/lazo.
2
Isidoro Vegh propone el término sufrimiento para el dolor que se ha convertido en goce.
Por nuestra parte, siguiendo la perspectiva freudiana, preferimos hablar de diferentes
formas de sufrimiento, aun cuando debamos hacer algunas especificaciones. (Elabanico
de los goces. Letra Viva, Bs. As, 2010)
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La construcción vincular necesita el anudamiento de estas tres dimensiones de lo ajeno, lo
semejante y lo diferente, por lo cual sin ilusión y sin reconocimiento del otro como diferente,
no sería posible armar un vínculo. En este sentido, la clínica muestra que el reconocimiento de
las diferencias entre los sujetos facilita bordear el registro de la imposibilidad vincular,
de una manera menos descarnada, permitiendo construir un camino sublimatorio vincular y
acceder a un cierto registro de la ajenidad (Matus y Moscona, 1995).
VICISITUDES DE LA PRESENCIA
El tema de la presencia del otro en lo vincular es uno de los datos privilegiados para la clínica,
en oposición a lo que tradicional mente se denominó relación de objeto. Pero hablar de
presencia exige, a nuestro entender, una mayor sutileza clínica: recordemos que en todo
vínculo cada sujeto es otro y cada otro es un sujeto, es por eso que preferimos hablar de
presencia de los sujetos y no solamente de presencia del otro.
Para cada sujeto, la propia presencia y la del otro suponen una exigencia de trabajo psíquico
para procesar aquello que excede las representaciones. En un dispositivo vincular, la presencia
constituye un tope, en excedencia a los engramas psíquicos que cada uno uno tiene de sí
mismo, del otro y del vínculo. El concepto pone a trabajar el psiquismo a partir de lo que se
presenta y no sólo de lo que se representa; se relaciona con lo imprevisto,
ion el evento, e intenta delinear la eficacia del accionar sobre el yo de la situación de exceso
irreductible del prójimo a las escrituras psíquicas. Pero la presentación puede abrirse a tres
posibilidades: el golpe catastrófico, la repetición en diferencia o lo inédito acontecimental
(Lewcowicz, 1997). Ningún rasgo en sí mismo logrará darnos la pista de cuál será su efecto
ulterior y sólo a posteriori podremos enunciar algo acerca de los recorridos vinculares.
"La presentación se instituye con la inscripción de nuevas marcas,
por lo que no se pueden evocar como la representación, ni
simbolizar aún, y constituye una operación diferente del yo"
(Puget, 2007).
El sufrimiento vincular oscila así entre dos polos: un exceso de acercamiento del otro,
verdadero trauma por presentificación de la ajenidad y consiguiente borramiento de la
diferencia propio de las situaciones de abuso, sea éste sexual o psíquico; y un exceso de
alejamiento, que pone de manifiesto sentimientos de aislamiento, abandono y nadificación. La
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clínica nos trae en este punto las situaciones de falta de holding que llevan en muchas
circunstancias a la accidentofilia, la implosión de los cuerpos y las conductas impulsivas.