Retorno A La Luz (Jacobo Grinberg-Zylberbaum)
Retorno A La Luz (Jacobo Grinberg-Zylberbaum)
Retorno A La Luz (Jacobo Grinberg-Zylberbaum)
Retorno a la luz
ePub r1.0
XcUiDi 27-04-2021
Título original: Retorno a la luz
Jacobo Grinberg-Zylberbaum, 1985
Editor digital: XcUiDi
ePub base r2.1
A Jerry
La lectura del diario del profeta siempre tenía el mismo efecto en los
delegados. Un silencio absoluto reinó en el gran auditorio, hasta que el
presidente, tocando una pequeña campanilla, dio comienzo a la sesión de
finanzas.
EL COMPOSITOR
Lo único que sabía de él era que hacía dos semanas había aparecido en el
pueblo cargando aquel reloj de pared y que desde esa fecha se había
instalado en un extremo de la plaza principal.
Ahí comía, dormía y vivía. En una ocasión, los guardias lo interrogaron
y le pidieron sus papeles de identificación. Al encontrarlos en regla y no
habiendo ninguna disposición legal que prohibiera vivir en la plaza, lo
dejaron en paz.
Todos hablaban de su aspecto sucio y enfermizo y sobre todo del gran
reloj de pared. Los niños del pueblo iban en las mañanas a la plaza y
sentándose en el pasto observaban la extraña forma en que aquel viejo
seguía con la mirada el movimiento de las manecillas del reloj.
A la hora de la cena en las casas del pueblo los niños relataban a sus
padres lo que habían visto, y éstos, alarmados, les hacían preguntas: ¿estás
seguro de que siempre lo mira de diferente forma?, ¿es cierto que se
arrodilla?… y ¿lo besa?…
En los cafés y en las fiestas se discutía el significado de aquel reloj y su
dueño. Algunos decían que se trataba de un viejo profesor de escuela
obsesionado con la idea de la muerte y del tiempo. Otros afirmaban que era
un emisario del cielo tratando de transmitirles un mensaje. La mayoría, sin
embargo, opinaba que simplemente era un loco que creía que su reloj tenía
vida.
Una noche, después de una reunión en la que se había discutido la
probable procedencia de aquel extraño ser, se eligió una comisión de
ciudadanos encargada de ir a preguntarle directamente. La comisión quedó
de acuerdo en cumplir aquella tarea esa misma noche.
Me acuerdo las veces que me lo mostrabas, eran maravillosas, entendía
todo, el mundo se explicaba a sí mismo y los sonidos de sus lugares
aparecían claros y ligados unos con otros. Se sentía el viento y la música se
volvía compañera y amiga. Los pájaros contestaban y al hacerlo respondían
preguntas. Nadie era como uno y uno no era como nadie. Se ¡era!, y eso es
lo importante.
Todo ello te agradezco, querido amigo, pero deseo decirte algo muy
serio, cada paso en mi despertar fue el probar distintos caminos hasta que
exploraba sus últimas consecuencias, lo entendía y después lo destruía
como deseo; eso me hizo crecer y conocer de lo que era capaz.
Era bellísimo, pero cada uno de estos nacimientos y de estas muertes
fue doloroso y angustiante. Ahora aquí estoy, hablando contigo y pidiéndote
razones de tu conducta. Pero aunque tú no lo creas, necesito de tu ayuda,
siempre he creído que se requiere dar el último paso, pues eso es lo que
completará la búsqueda y traerá la respuesta.
—¿El último paso? —preguntó el reloj…
—Si —afirmó el viejo—, …el último.
Or era un jefe muy maduro y jamás había permitido que el pánico cundiera
entre su gente, y no iba a empezar a hacerlo ahora. Era cierto que aquel
resplandor, el ruido terrible y el calor, habían logrado alterar su
característico estado de serenidad y la tranquilidad que por más de veinte
años había logrado mantener en sus dominios. Pero todo eso había pasado
ya, y ahora lo único importante era reconstruir las chozas destruidas y
apagar los incendios.
La asamblea de ancianos, reunida en la cueva ceremonial, le pedía
explicaciones: ¿Qué había causado la aparición de la luz, el maremoto, el
calor? ¿Por qué el mar había cambiado de color? ¿Por qué si Or había dicho
que todo había concluido, seguían apareciendo los peces muertos y caía
aquella ceniza del cielo?
Or no lo sabía, así se los hizo saber a los ancianos, pero también les hizo
ver su decepción al notar que no habían aprendido que el mundo era mucho
más misterioso y maravilloso que cualquier estructura que pretendiera
explicarlo. Los ancianos comprendieron y dentro de cada uno de ellos
surgió la certeza de que Or seguía siendo el maestro y dirigente, puesto que
los hacía aprender.
A la mañana siguiente, la noticia era comentada por todo el pueblo,
habían encontrado dos cuerpos humanos cerca del arrecife. Uno de ellos
tenía graves quemaduras en todo el cuerpo y parecía haber muerto. El otro
todavía respiraba aunque muy débilmente. Or dio órdenes de llevar al
sobreviviente a la choza mayor del poblado, en donde recibiría los cuidados
adecuados…
El mayor orgullo de Or eran sus reuniones con los niños. En la
madrugada de todos los días venían todos los niños del poblado a la casa de
Or y durante cuatro horas discutían acerca de sus sueños, hacían ejercicios
de imaginación y platicaban de lo que habían aprendido el día anterior. Or
les contó que había soñado con su difunto padre, el cual, en su sueño, le
había señalado el fruto de un árbol y, tomándolo con la mano, lo había
examinado detenidamente mientras lo comía.
Esto —les decía Or— significa que el conocimiento real se basa en dos
procesos. Uno de ellos es el saber y el otro el sentir. Les reveló que en el
sueño su padre así se lo había indicado al tomar el fruto, observarlo y
comérselo. Alguien que sabe —decía— es capaz de conocer lo que le rodea
al observar las relaciones de lo observable, sin que al mismo tiempo deje de
sentirlas. Los niños asentían encantados. Uno de ellos mencionó que el día
anterior había experimentado algo semejante al sueño de Or. Cuando estaba
haciendo el amor con su amiguita había entendido que alguien que sabe las
cosas sin ser capaz de sentirlas, realmente no las sabe. De la misma forma,
alguien que siente las cosas pero no las entiende, no las conoce. Es por ello
que la verdadera sabiduría sólo existe cuando se entiende y se siente.
Una niña contaba que había comprendido que sentir no tenía límites,
que éstos aparecían cuando se caía en un esquema rutinario y cuando se era
espectador de sí mismo. Había visto una flor… era bellísima, y al
observarla había sentido que la amaba. Esta sensación había llegado a ser
tan intensa que le empezó a dar miedo. En ese momento dejó de amarla, lo
cual demostraba que la sensación de amar existió hasta el momento en que
empezó a pensar en la intensidad de su sentimiento. Por tanto, hubiera
seguido si el miedo no hubiera aparecido. Or pensó que era maravilloso
aprender de los niños, lo que decían era lo más profundo y real.
Para Or, el día era altamente estimulante, después de la reunión con los
niños, analizaba con los ancianos cuestiones filosóficas, el día de hoy
hablarían acerca de la certeza y su relación con el conocimiento. Al acabar
la discusión, Or tenía planeado ir a visitar al sobreviviente… ¿Qué es lo que
había sucedido?, en verdad los ancianos tenían razón al sentirse
preocupados; nunca había pasado algo semejante. Or pensaba que aunque
fuera lo peor, no debía afectarlo; si bien no podía evitar sentir curiosidad y
preocupación… probablemente el sobreviviente sabría…
Cómo dolía el cuerpo… todo movimiento representaba un esfuerzo
gigantesco, probablemente tenía algunas fracturas y seguramente
quemaduras de primero y segundo grado. Janios trató de abrir los ojos, la
luz era quemante y además… ese olor extraño, mezcla de sudor, humo, paja
mojada y orines. Empezó a recordar… la vista desde el globo astronómico
era espectacular, el mar mostraba un color intensísimo, la atmósfera era
límpida y no se veía nube alguna. Su compañero estaba ocupado con el
barómetro cuando les llegó la transmisión radiofónica. Sólo alcanzaron a oír
el jadeo y la desesperación del operador, y ahora esos dolores y el olor
desagradable.
Or observaba a Janios, adivinó los sufrimientos y sintió su esfuerzo
desesperado por abrir los ojos. Su cuerpo era musculoso, las arrugas en la
cara indicaban una persona de carácter fuerte y con capacidad de decisión.
Or no podía asegurarlo, pero sintió que aprendería muchas cosas del herido.
Janios se asombró de la estatura de Or, era un verdadero gigante. La mirada
de aquel Goliat era extraña, había un brillo fosforescente en sus ojos, y su
expresión era filosófica; aunque por su vestimenta se adivinaba que era un
hombre primitivo, quizá algún miembro de una tribu que no se había puesto
en contacto con la civilización.
Or le preguntó cómo se llamaba, la contestación de Janios fue una
mezcla de sonidos guturales y tonos agudos. Tendrían que enseñarle su
idioma, de otra forma no iban a poder comunicarse. Or pidió a dos de sus
niños que le enseñaran a hablar a aquel hombre.
La reunión con los ancianos se realizó seis meses después. Janios se
encontraba perfectamente recuperado y su conocimiento del idioma nativo
era ya suficiente para poder comunicarse fácilmente con ellos.
La reunión había sido idea del propio Janios. Los últimos dos meses se
le había visto desesperado y molesto, todo lo que veía parecía ponerlo en un
estado de ánimo muy parecido al mal humor. Las pocas ocasiones en que
hablaba, mencionaba su desacuerdo con lo que lo rodeaba y explicaba que
se estaban cometiendo muchos errores en la forma de educar a los hijos, en
la manera de comunicarse y aun en lo de hacer el amor, así, a la vista de
todos. Cuando Janios hablaba, todos lo escuchaban y le sonreían pero nadie
parecía tomarlo muy en serio…
Los ancianos se dispusieron a oír a Janios, Or les había pedido que
fueran considerados y que no olvidaran que Janios tenía una historia y
experiencias internas muy diferentes de las que ellos compartían.
Janios empezó agradeciendo todas las atenciones y amabilidades que le
habían dispensado. Or notó el desconcierto entre su gente, era absurdo que
alguien agradeciera, era verdad que Janios venía de un lugar muy alejado
pero era exagerado su primitivismo.
Janios empezó a explicar que en su lugar de origen se le consideraba
toda una autoridad por su conocimiento y manejo de la ciencia.
Era inconcebible, el mismo Or empezó a inquietarse, sus niños
entendían desde los cuatro años que vanagloriarse por tener conocimientos
sólo significaba que éstos no existen sino como datos, y he aquí una
persona aparentemente adulta que no había pasado de los cuatro años.
Un anciano empezó a hablar, Janios le pidió que lo dejaran terminar,
esta observación provocó tal risa entre los miembros del consejo que Or se
vio obligado a intervenir. Hizo una señal que significaba «tened paciencia»
y los ancianos —sonrientes— comprendieron.
Janios no entendía lo que estaba sucediendo, nunca se hubiera
imaginado que una petición tan normal fuera capaz de provocar tal
escándalo, realmente la tribu era muy primitiva. Tomó aliento, se alisó el
pelo y siguió hablando… «Las academias de ciencia de siete países me
nombraron miembro honorario en reconocimiento a mi labor. Todo esto se
los digo para que comprendan y no malinterpreten lo que deseo
comunicarles».
Or se sentía mareado, pedirle al consejo de ancianos comprensión sólo
significaba que se le ponía en duda a priori, era la máxima inseguridad y
desconfianza. Mencionar la posibilidad de malinterpretación sólo
significaba que se encontraban frente a un ser que no había aprendido nada
en su vida y que había nacido y crecido en una sociedad en plena
decadencia.
Los ancianos se miraron entre sí, todos sentían una gran lástima. Janios
estaba seguro de que la reacción que veía era señal de que lo habían
empezado a respetar, se sintió más tranquilo y continuó: «He notado una
serie de errores en la forma como están organizados y sobre todo en cómo
educan a los niños. Créanme que el único motivo que me lleva a
comunicarles todas estas observaciones es el deseo de ayudarlos».
Or, con un tono irónico que asombró profundamente a los ancianos, le
pidió a Janios que fuera un poco más concreto.
«Precisamente pensando en ello —le contestó Janios— me voy a
permitir mencionar algunos ejemplos que espero no les incomoden».
Or empezó a entender. Que Janios pensara que se podían incomodar
sólo significaba que le habían enseñado a no respetarse a sí mismo.
Indicaba una mentalidad dicotómica que podía llegar al extremo de
avergonzarse de sus propias acciones. Era obvio, solamente una persona
que ha sentido vergüenza de lo que hace puede llegar a pensar que otros
también la pueden sentir.
Or dejó de oír a Janios, pensaba cómo hacer la transformación, debían
enseñarle a no invalidarse y eso sólo se lograría poniéndolo en contacto con
su esencia…
—El primer ejemplo se refiere a una escena que observé hace tres
meses…
El plan era simple pero difícil de llevar a cabo, dejaría que Janios le
enseñara su ciencia y poco a poco lo llevaría a comprender…
—Deben ustedes cambiar, lo que está sucediendo en su cultura sólo los
llevará al caos, bastará con que surja de entre ustedes algún dictador, para
que los convierta en esclavos…
Crearía un seminario, invitaría a Janios a enseñar, y los alumnos serían
él y los niños…
—Una sociedad sin leyes y reglamentos deja de ser sociedad por
definición, las leyes evitan el desorden e impiden que los unos se
aprovechen de los otros…
Tendría que hablar con los niños, les explicaría y ellos entenderían…
—La civilización de donde provengo tiene mucho que enseñarles, si al
menos permitieran, les mostraría cómo lograr conocimientos absolutamente
objetivos…
A pesar de todo lo que está diciendo, debe ser capaz de lograrlo, será
muy difícil y tedioso, pero con ayuda de los niños se podrá hacer…
Janios había terminado, miró al consejo como esperando una respuesta,
los ancianos veían a Or con una expresión de asombro y como
preguntándole si no sería mejor pedirle a Janios que regresara a su
«maravillosa» civilización.
Or se levantó, se acercó a Janios y colocando sus brazos en los hombros
de éste, volteó a ver a los ancianos. Su mirada era chispeante y la expresión
sonriente. Los ancianos comprendieron que Or había tenido una cognición.
Or miró a los ojos de Janios y le dijo en el tono de voz más serio de que era
capaz:
—Mañana empezarás a enseñarnos.
El consejo estaba regocijado, Janios se había ido a descansar y Or les
explicaba lo que trataría de hacer. Un anciano empezó a hablar:
—Hoy he comprendido que las luces, el maremoto y los peces muertos
fueron obra de gente parecida a Janios; entendemos y aprobamos tu idea Or,
sólo te pedimos que tengas cuidado, de fallar tu intento todos seremos
responsables y así lo aceptamos.
Or miró al anciano, pensó que el final de la vida se conectaba siempre
con su comienzo; le dijo:
—Han, me sorprendes, un niño de dos años se hubiera dado cuenta y
hubiera entendido mejor que tú, no dejes que algo tan simple te impresione,
recuerda lo que has aprendido y jamás dudarás.
Los niños esperaban en la choza. Hoy recibirían su primera lección
acerca de la ciencia. Mientras esperaban a Janios, meditaban sobre el
significado de aquella rara palabra. Or les había dicho que se pondrían en
contacto con un mundo muy diferente del que siempre habían conocido, y
que tenía una confianza absoluta en que podrían comprenderlo y manejarlo.
Janios se presentó exactamente a las 8 de la mañana.
—Hoy hablaremos acerca de la necesidad e importancia del
conocimiento científico. La ciencia se inició en el instante en que el hombre
se planteó una interrogante y pudo resolverla en forma objetiva…
—¿Tú quieres decir —preguntó Cir— que la ciencia consiste en
plantear preguntas y contestarlas?
—¿Qué quieres decir con «en forma objetiva»? —interrogó Ciar.
—Lo que les quiero mostrar —contestó Janios— es que plantear
preguntas y contestarlas es sólo un medio para lograr entender y explicar
los fenómenos naturales. «En forma objetiva» quiere decir que el
conocimiento científico es igual para todo el mundo.
Los niños empezaron a inquietarse; aunque recordaban las palabras de
Or sentían que Janios era muy extraño. Olef, el mayor de todos los niños, se
levantó de su asiento y, mirando a Janios, le dijo:
—Cuando alguien plantea preguntas y busca explicaciones significa que
de antemano las tiene; si esto lo hace con relación a la naturaleza, comete el
error de pensar que ella se ajustará a sus estructuras y olvidará que éstas son
siempre más estrechas y simples que el conocimiento que desea adquirir. Si
además piensa que ese conocimiento debe ser igual para todos, no tiene en
cuenta que cada uno de los que forman a «todos», se encuentra en diferente
etapa del camino. Desear enseñar el camino pensando que lo podrá
transmitir es caer en un error. Hace que quien quiere enseñar piense en la
enseñanza y deje de vivir. La única enseñanza posible es aquella que surge
de alguien que es y que por tanto no se interesa en enseñar.
Janios adoptó la postura más pacífica que pudo y en un tono de voz
amable, les dijo:
—Quien busca explicaciones no necesariamente las tiene de antemano,
simplemente se ha planteado una pregunta y no confía en su subjetivismo
para contestarla, por lo que prefiere interrogar directamente a la naturaleza.
El conocimiento que así adquiere puede no ser entendido por algunos, pero
eso no significa que no exista por sí mismo independientemente de quien lo
entienda…
Olef insistía:
—Es cierto que las cosas enseñan, pero el conocimiento no está en ellas
sino en nosotros. Desconfiar de lo que tú llamas subjetivismo equivale a
pensar que el conocimiento es externo y está alejado de nosotros mismos.
El único conocimiento válido es aquel que se basa y se sostiene en nuestro
interior siempre y cuando éste sea libre para conocer, quien busca
explicaciones sabe que existen, y además cree conocer el camino para
encontrarlas. Tanto la idea de que existen, como la utilización de un camino
preestablecido hace que lo que se encuentre se adapte al camino, lo cual
impide obtener conocimientos nuevos, puesto que siempre son distintos de
la idea que se tiene de ellos. Pretender conocer nuevas cosas con base a lo
ya conocido impide lograr tal conocimiento. El conocimiento no existe
fuera ni aparte de quien conoce. Por tanto, si alguien no entiende un
conocimiento, éste no existe para él. Puesto que él es quien le da el valor y
la realidad al conocimiento, el hecho de que no sea parte suya
necesariamente implica que no existe.
Janios se rascó la cabeza antes de contestar. Esto no gustó a los niños,
sabían que el único conocimiento que alguien puede comunicar es el que
resulta de una certeza. Jamás Or les había comunicado algo en lo que
dudara, prefería no hacerlo. Pero he aquí alguien que dudaba —por ello el
ademán de rascarse— y que a pesar de ello estaba interesado en hablar.
Janios sintió la actitud de desconfianza de los niños. Por primera vez,
desde que llegó a la isla, empezó a pensar que quizás esta gente no fuera tan
primitiva como se había imaginado. No entendía bien el porqué de esta
sensación pero tampoco dudaba de su realidad.
Decidió dar por terminada la reunión por ese día.
Janios no podia dormir, sentía un terrible vacío y no entendía por qué.
Debía analizarlo y averiguar su procedencia, de otra forma se agravaría y el
límite —lo sabía— sería la desesperación. De pronto, lo entendió… la
sensación de vacío había surgido en el momento en que habían puesto en
duda lo único que poseía. Debía mostrarles el valor de la lógica científica,
posiblemente la entenderían si lograba encontrar el ejemplo adecuado…
—Supongan —les dijo Janios a los niños al día siguiente— que quieren
saber cómo crece una flor. Lo primero que se debería hacer es conocer las
partes que la constituyen. Para conocerlas sería necesario utilizar un
método. Podríamos disecar una flor y así separar sus componentes. Después
tendríamos que tomar varios grupos de flores y a cada uno cortarle alguna
de sus partes con el objeto de averiguar cuál es la que produce el
crecimiento. Podríamos cambiar las condiciones del suelo, la temperatura o
la humedad y ver cómo crecen las flores en las distintas condiciones.
Cuando supiéramos qué partes de las flores son esenciales para su
crecimiento y averiguáramos las condiciones ambientales donde éste es
óptimo, podríamos conocer el crecimiento de una flor.
Clar preguntó:
—¿En qué momento, según la ciencia, deberíamos tener la vivencia de
la flor?
Janios contestó que no entendía la pregunta.
—Es muy fácil —dijo Olef—, si quisiéramos entender el crecimiento de
una flor, primero deberíamos vivir y amar a la flor.
—Ya entiendo —dijo Janios—, lo maravilloso del método científico es
que no es necesario tener ese tipo de vivencias para poder entender a la
naturaleza y así, contestar las preguntas que le planteamos.
Casi al unísono, los niños lanzaron una exclamación de perplejidad:
—¿Pero si no se ha vivido una flor, cómo se puede pensar que se le va a
entender? ¿Además, qué sentido tiene tal conocimiento?
Janios empezó a perder la paciencia.
—¿Cuál es —preguntó— el sentido de vivir una flor?
Luaf, el más pequeño de los niños, comenzó a hablar:
—Antes de que yo naciera no me habrías podido entender, fue necesario
que yo existiera para que hubiera algo qué entender en mí. La flor de que
hablas, sólo la puedes conocer si antes la dejas nacer en ti. Primero tienes
que vivir la belleza de la flor y después plantear preguntas acerca de ella. Si
la flor no existe en ti, no puedes entenderla por la sencilla razón de que el
entenderla también ocurre en ti mismo.
A Janios le empezó a doler la cabeza, sentía que en alguna parte había
un mal entendido, pero no podía aclarar sus características y procedencia.
Casi en tono de súplica, les dijo a los niños:
—Por favor déjenme continuar y más adelante entenderán lo que les
quiero decir. El sentido que le da la ciencia al conocimiento de la naturaleza
es independiente de las sensaciones y emociones estéticas que se viven al
percibir el objeto de conocimiento. No se deben confundir ambas cosas,
pues eso sólo trae como resultado una pérdida de objetividad.
—No te entendemos —dijo Olef—, para nosotros, el conocimiento es
una vivencia y ese es su sentido, en cambio para ti la vivencia no existe.
—Yo no estoy negando la vivencia —dijo Janios— sólo estoy diciendo
que la sensación estética que ocurre en mi interior al ver una flor, es
independiente del conocimiento que puedo adquirir de la misma. El sentido
de ese conocimiento es satisfacer mi curiosidad y darme medios para hacer
flores más grandes o más chicas, con colores o sin ellos, con olores o con
sabores, en fin, permitirme predecir y controlar a las flores o a cualquier
otro objeto a mi alrededor. La capacidad de predicción y control me faculta
para satisfacer las necesidades de aquellos que usan o gustan de los objetos
que yo conozco, ya sean flores o telas.
Olef volvió a hablar:
—¿Qué sentido tiene hacer flores más grandes o más chicas con más o
menos colores si con una de las ya existentes se puede tener la vivencia más
profunda? ¿Cuál es el objeto de darle más olor a una flor si al mismo
tiempo se niega la importancia de vivir el olor? En fin: ¿cuál es el sentido
de conocer sin vivir?
—Pero yo te pregunto a ti —casi gritó Janios— ¿cuál es el sentido de
vivir sin conocer?
Olef entendió lo que le sucedía a Janios; con la máxima delicadeza le
dijo:
—Lo que te sucede es que nunca has vivido, si lo hubieras hecho
sabrías que conocer sólo es posible cuando previamente se ha vivido.
Janios no contestó, miraba al vacío, con voz gutural y muy quedamente
le dijo a Olef:
—Dile a Or que me enseñe a vivir…
Janios miró el techo de la choza, los travesaños que sostenían el tejado
parecían haber sido colocados por alguien para quien el orden de las cosas
no tenía importancia. «¿Cómo puede ocurrirme esto a mí? —pensaba—,
todo era tan claro y seguro, y he aquí que bastan dos sesiones con unos
¡niños! —Janios movió las manos como pintando unas comillas semánticas
en el aire—, para que todo se venga al suelo».
»Lo más terrible es que nadie parece estar interesado en enseñarme,
llevo muchos días esperando a Or y no viene. Yo hubiera reaccionado en
forma diferente, de hecho yo les quería enseñar, deseaba que fueran más
felices. Pero ellos no piensan en eso, sólo se interesan en ellos mismos».
Janios llevaba quince días sin salir de la choza, la comida se la llevaban
los niños o las mujeres; siempre llegaban a la puerta cantando o riéndose.
Esperaban que Janios se diera cuenta, pero éste parecía ser un tanto obtuso
de entendimiento. En el consejo de ancianos se discutía el caso, algunos
empezaron a dudar que Janios comprendiera. Or, en cambio, tenía la certeza
de que más tarde o más temprano Janios empezaría a aprender de si mismo.
Decía que alguien que tan rápidamente había percibido a los niños como
poseedores de algo diferente, tendría que llegar a verlo en sí mismo.
Janios estaba desesperado, sentía que todo a su alrededor era hostil, y
que él tenía la culpa de ello. Cerró los ojos como tratando de apartar el
pensamiento de huir. Sabía que si lo hacía, moriría, pero era imposible dejar
de pensar en salir corriendo, cortar unas ramas, construirse una balsa y
lanzarse al mar en ella.
De pronto, vio un lago, una luna llena anaranjada se reflejaba en su
superficie. La brisa nocturna acariciaba su humedad y en sus orillas los
pequeños arbustos y las pajillas color de leche se movían plácidamente
como gozando de la frescura del viento y el olor del agua. Las montañas
que rodeaban la superficie plateada parecían resguardarla de cualquier
accidente. El agua, el viento, la luna y las montañas eran una sola
construcción, todas eran parte de Janios y por primera vez en su vida él las
percibió así.
De pronto, un aletear… una garza blanquísima volaba por encima del
agua transparente, el movimiento de sus alas era una sinfonía. Janios
empezó a cantar una melodía, se dio cuenta de que ésta representaba el
vuelo y era bellísima, y también salía de él mismo. La garza se acercó a la
superficie del lago, un ala rozó el agua y creó una serie de ondulaciones
fantásticas que chocaban unas contra otras. Janios inventó la melodía de la
garza en contacto con el agua, también era bellísima y representaba su
visión como si fuera ella misma.
La garza flotaba en el agua, su cuerpo se movía con el oleaje, daba
vueltas o subía y bajaba con un movimiento suave; la melodía cambió y se
volvió plácida y alegre. El ave deseaba sumergirse en el líquido, tomó
aliento y desapareció bajo el agua, la música se convirtió en la frescura del
contacto. Janios podia cambiar la imagen y la música a voluntad, todo salía
con una perfección inigualable, todo coincidía y todo provenía de su
interior.
Janios abrió los ojos, entendió al poeta, al pintor y al músico, supo que
había vivido, que Olef tenía razón, era el vivir lo que hacía aprender.
Comprendió que sólo era cuestión de dejar que su interior se manifestara
libremente, sin pensar, sin analizar. «Esta —se dijo— es la única forma de
conocer algo: es necesario dejar que nazca primero para después entenderlo.
Si no nace y no es, no hay forma de entenderlo pues no hay modo posible
de comprender aquello que no existe. Sólo lo que existe se puede entender».
Or abrió la puerta, se acercó a Janios y lo miró directamente a los ojos.
Janios sostuvo la mirada y con una sonrisa le dijo a Or:
—… Gracias por no haber venido.
ACOPILCO-SUCEVITA