Quien Anda Ahí - Web
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Quien Anda Ahí - Web
Marcela Salgado
María Julieta Sánchez
Mariano Skliar
(Coordinadorxs)
Coordinación general
Marcela Salgado, María Julieta Sánchez, y Mariano Skliar.
Autorxs
Alejandra Ulloa, Fernanda Ramírez Llamazarez, Antonella Scola, Karen G. González,
María del Carmen Vargas, Luisa Iral, Florencia Gonzalez, Cecilia Almonacid, Gisel
Curruhuinca, María Julieta Sánchez, Mariano Skliar, Daniela Albertolli, Victoria
Guerra, Ema Azul Domínguez, Liliana Yañez, Azul Nigro, Sofia Carrillo y M. Marcela
Salgado.
Ilustración y diseño
Alejandra Andreone @chealejandra_da
¿Quién anda ahí? : voces docentes sobre interculturalidad, infancias y escuela / Marcela
Salgado ... [et al.] ; ilustrado por Alejandra Andreone. - 1a edición especial - Neuquén
: Asociación Trabajadores de la Educación de Neuquén - ATEN, 2022.
ISBN 978-987-23122-8-2
La segunda y tercera parte traen las voces de las estudiantes del profesora-
do. Finalizando la cursada, ellas revisitaron y analizaron narrativas sobre su
propia experiencia educativa que habían escrito al comenzar el cuatrimestre.
Ensayo, cartas y poesía. Junto a ello, en la tercera parte, encontraremos una
serie de propuestas y planificaciones surgidas a partir de un cancionero inter-
cultural construido colectivamente durante la cursada 2020.
Ojalá leer estas páginas sea como caminar senderos, hornear pan o pronun-
ciar preguntas.
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Interculturalidad, infancias, escuela:
¿desde dónde nos preguntamos quién anda ahí?
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articuladora escalofriante de verdaderas pedagogías de la humillación. Lo
sabemos cuando abrimos la palabra y los recuerdos del dolor y la vergüenza
afloran.
Enunciamos la pregunta con una textura y con una ternura que son las de
estas inquietudes y posicionamientos.
Que este sea un libro de voces múltiples dice algo sobre la pluralidad y las
tramas colectivas desde las cuales necesitamos construir y por las que apos-
tamos.
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Parte 1:
Cartas a las infancias
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En plena pandemia de Covid-19, el cuidado era también encierro. 2020 decía
un calendario. Ya se veía imposible que los niños y niñas de uno o dos años
fueran siquiera a los Centros de Desarrollo Infantil (CDI) del municipio. Con
buen tino, la coordinación del espacio organizó tramos de capacitación virtual.
Quizás porque aún no estábamos saturadxs de tanta pantalla o tal vez por-
que al nombrar las infancias las acercaba, el espacio se fue tornando cálido y
deseado. Los cuadraditos en la computadora se encendían a horario y había
mates, cuadernos y miradas atentas.
De alguna manera desafiábamos esa idea tan poco discutida según la cual la
distancia del Covid-19 tenía que ser “distanciamiento social”. Nos #quedaba-
mosencasa, sí, pero estábamos con otrxs. La capacitación des-aislaba.
Nos fuimos dando cuenta de que interpretando y debatiendo los cruces entre
infancias y cultura, pensando en esos niños y niñas de los CDI, volvíamos
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indefectiblemente a nuestra propia infancia. A propósito ¿cuándo había
terminado?, ¿había terminado?
Escribimos cartas a las infancias. No había más consigna que esa: la intimidad
al momento de hacer una carta, el tiempo del papel viajando imaginariamen-
te en el bolso de un cartero, ambas riman con el aroma matinal del mate coci-
do y el pan casero; con el aroma de la infancia.
Mariano Skliar
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A la niña que fui
Alejandra Ulloa
Hola, Ale:
Vos tenías más o menos la edad de Umi cuando te viniste a vivir con tu abuela
materna. En 1980 y con tan solo 6 años cumplidos, sin preguntarte si querías
y qué sentías, tus papás te trajeron del campo donde trabajaba tu padre al
pueblo para que vivieras con la abuela. Sin dudas, tu amor hacia ella era enor-
me pero sería totalmente distinto quedarte a vivir y compartir la casa con un
primo y una prima. No se sabía exactamente cada cuánto tus papás vendrían a
visitarte. A veces, era un mes pero otras, pasaban hasta cuatro meses sin verse.
El clima de invierno no ayudaba.
Sé muy bien que no te desagradó vivir en su casa. Tu abuela fue un pilar muy
importante para vos, pero en lo que duró la primaria, que fueron 7 años, tam-
bién te tocó vivir con una tía, quien marcó mucho tu infancia. Un recuerdo
que quedó muy grabado en tu mente fue un momento crudo para una peque-
ña que estaba siendo atravesada por situaciones ajenas y se encontraba fuera
del grupo familiar íntimo (mamá, papá, hermanxs).
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¿Te acordás cuando estabas en 2° grado y después de 2 meses de vivir con
esta “tía ogro” (por lo que sucedió después), vinieron de visita papá, mamá
y hermanxs? ¡Qué felicidad había en tu rostro! Tu corazón chiquito y frágil
latía muy, muy fuerte. Le pediste a mamá, entre llantos y sollozos, quedarte
nuevamente con la abuela porque extrañabas mucho, pero ella no escuchó
tu pedido. El día que fue a la escuela y la seño le comentó que estabas yendo
muy desarreglada, que tu aspecto no era bueno y que no estabas cumpliendo
con las tareas, agregando además que habías bajado bastante de peso, ahí fue
cuando pudieron un poquito mirarte y pensar en lo que era mejor para vos.
¡Qué loco, ¿no?! No existía mirar a lxs niñxs como SUJETOS DE DERE-
CHOS. La LEY SUPERIOR no se nombraba. Eran los adultos y los maestros
quienes tomaban las decisiones.
El día era gris, caía una suave llovizna y los adultos habían decidido que volve-
rías a vivir con la abuela. ¡Qué felicidad! Te abrazaste muy fuerte sus polleras
y pudiste sentir otra vez ese amor y la calidez que daban sus manos, únicas e
irremplazables. Fuiste a la casa de la tía a buscar tus cosas, ropa, cama y alguna
que otra pertenencia. La sorpresa fue enorme y desagradable al encontrar tus
cosas en el patio. ¡Qué fea sensación! Tus cosas en un patio, sin explicaciones
y como si de verdad alguien quisiera decirte en actos muy claros y fuertes “acá
no sos bienvenida”. Igual, te hizo un favor, ¿no?
Experiencias así pasaron varias por tu vida, como sentir la ausencia de unos
papás que por circunstancias de la vida no pudieron estar ahí acompañándote
en cada etapa así como vos lo hiciste con tus hijos e hijas .
Hubo personas maravillosas como la mamá de tu mejor amiga que vos adop-
taste como “tía”. Ella las acompañó en una etapa de la adolescencia que fue
muy linda por cierto. Vos decías que querías ser así con tus hijxs y en parte
lo sos.
¿Te acordás que todos los años en el mes de abril asistías con tu abuela
al NGUILLATUN? Era un pacto que no se podía romper. La abuela dijo
–“hija, usted empieza a asistir ahora y no puede faltar hasta que no termine
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7° grado, o le traerá mala suerte-” Cumpliste a raja tabla con el pedido. ¡Era
tan rico el muday! Esperabas ese momento con ansias para que ella te com-
partiera. ¡Cuánta sabiduría había en esas canas y en sus manos! Después,
cuando ya creciste, era tu decisión asistir o no pero ella te guardaba siempre
tu porción.
Te abrazo muy fuerte, Ale, vas a ser una gran mujer y vas a lograr lo que te
propongas. ¡Te quiero mucho!
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Al niño que fue mi padre (y a la infancia que se perdió)
Luisa Iral
Hola, Papito, cómo estás. Tantos años han pasado y hoy me decidí a comuni-
carme con vos y reencontrarme con tu historia.
Me acuerdo de que me contaste que con sólo seis años, ya salías a “trabajar”,
a sacar rollizos del lago Lácar literalmente para ganarte el pan, ese que le lle-
vabas a tu hermanito pequeño que se quedaba solo en casa al cuidado de tu
otro hermano, Rubén, de cuatro años. A esa edad, deberías haber estado en
el jardín y tus hermanitos, cuidados por un adulto, no por ustedes mismos.
Entiendo que tu mamá, mi abuela, salía a trabajar para poder darles un plato
de comida porque tu padrastro se gastaba lo que ganaba en alcohol, dejándo-
los desprotegidos y golpeando a tu mamá si ella no lo esperaba con la comida
lista. ¡Cuántas veces me contaste que salías corriendo a cualquier hora de la
madrugada buscando ayuda de los vecinos para que defendieran a tu mamá
de las golpizas de tu padrastro!
Hoy, siendo una adulta, entiendo que a pesar de tu difícil infancia, aun cuan-
do todos tus derechos fueron vulnerados, nos criaste como sujetos de dere-
cho; nos diste la identidad que no tuviste; te nos fuiste sin saber quién fue tu
papá. Veo a mis hijos crecer con una historia muy diferente a la que te tocó
a vos. Fui madre soltera, como tu mamá, de dos hijos. Pero tuve la suerte de
encontrar a un hombre que los eligió y los adoptó dándoles una identidad y
criándolos, preservando cada etapa de sus vidas sin vulnerar sus derechos.
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no sólo por mi proyección hacia tus nietos sino también porque gracias a mi
trabajo pude adquirir herramientas y criarlos como niños con claridad sobre
sus derechos, con libertad de pensamiento y elección aun cuando no siempre
esté de acuerdo con sus decisiones.
Siento, como adulta, que tu infancia no fue tal. Te tocó ser un adulto en un
cuerpo de niño. Salir a trabajar para vos era natural o “lo que te tocaba” por
ser un poco más grande que tus hermanitos. Por suerte, esa realidad cambió.
¡Tengo tantas cosas más para contar! pero no será ni la primera ni la última
vez que te escriba una carta para compartirte cómo va todo. Me queda seguir
aprendiendo y, de esa manera, aportar un granito de arena a la sociedad traba-
jando para las infancias. Eso es algo que elegí y elijo cada día.
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Carta a Rosario. Las miradas que fueron y las que no
Karen Gonzalez
Esta carta es para ella y también para mí. Recuerdo aquel momento en quin-
to grado cuando tenía tan solo 10 años de edad. Ese mes de abril, poquitos
días después de mi cumpleaños, la seño nos contó que tendríamos una nue-
va compañera. No pasó mucho tiempo, apenas algunos minutos cuando se
abrió la puerta y entró la directora con una niña que la seguía detrás con su
rostro tímido. Ella no decidía si mirar al piso, a un punto medio o si mirarnos
a todos nosotros que observábamos su llegada.
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como si ya lo hubieras pensado o, peor aún, como si ya te hubiese pasado.
¡Habías callado al burlón de la clase!
Y así te fuiste soltando. De aquella niña callada y sumisa de esos primeros días
no fue quedando ni la sombra.
¡Sabías tantas cosas! ¡Como si hubieses vivido 3 vidas más que nosotros! Sa-
bías de lugares, de personas y de cómo hacer un montón de travesuras en
las que nosotras te seguíamos. De repente, te habías convertido en alguien
especial, en alguien que por su contextura y su cara medio angelical pasaba
desapercibida pero por detrás, ¡cuántas que nos mandábamos! ¡Cómo nos
habremos cobrado todas las que nos hacían a nosotras, “las olvidadas del fon-
do”! En uno de los recreos, nos quedamos hablando de algo que había pasa-
do en la clase y, medio tímida, nos contaste algo de tu familia: que se mudaba
de lugar en lugar y que a veces pasabas un año en una escuela y a veces tenías
que irte antes. Ahí te dije: “¡Claro, por eso hablás así, con esa tonada!” Y
vos solo te limitaste a decir: “así hablamos los zíngaros”. En ese momento, no
sabía qué eran los zíngaros. La verdad que si me hubieses dicho que eras de
una comunidad gitana, capaz que hubiera entendido más, quién sabe. Porque
en aquel momento, lo único que había escuchado de los gitanos era que ro-
baban niños, que estafaban con la venta de vehículos y tantas otras cosas más
que las personas repetíamos sin saber o sin conocer.
Creo que ese fue el año en el que más útil me sentí en las clases porque me
propuse ayudarte en todo lo que el maestro nos hacía hacer.
Yo lo padecía casi igual que vos. Cuando decían “a ver, Rosario, continuás
vos”, el resto de la clase empezaba a cruzar miradas con risas cómplices. Entre
tu tonada y que te costaba leer de corrido… Todo, en ese momento, servía
para burlarse. Alguna que otra vez, viendo tu cara de padecer la situación, me
ofrecía a seguir yo. Odiaba llamar la atención. Me sentía más cómoda siendo
de las olvidadas del fondo. Pero lo hacía por vos.
Así pasamos seis hermosos meses en los que aprendimos a conocerte y nos
conociste a nosotros. Compartimos tantas cosas...
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como nos despedíamos todos los días, esperando el lunes para volver a ver-
nos porque sólo nos veíamos en la escuela. Creo que nunca supe donde vi-
vías, quizás no pregunté. Es que, con diez años, había preguntas que no nos
hacíamos. Por ahí se nos pasaba hacerlas, vaya a saber. En aquel momento,
solo me importaba lo del momento. ¡Cuántas cosas hubo que quizás no te
pregunté! Recuerdo bien el último viernes y el último lunes. Me encantaba ir
a la escuela, amaba los recreos y estar con ustedes. Ese lunes formamos, sa-
ludamos a la bandera, entramos a la clase y no llegabas. Era raro porque esas
señoras de vestidos largos y cuerpos grandotes siempre te traían muy tempra-
no. No llegaste. Pasó el recreo y no llegaste. Se fue el día y no llegaste. Pasó el
otro día, pasaron los días y no llegaste. Y parecía que nadie había notado tu
ausencia y aún hoy, cuando lo recuerdo, me pregunto ¿por qué con diez años
no me atrevía a decir o preguntar como hoy los niños y las niñas preguntan
todo? Pero lo real es que no pregunté por qué no estabas o por qué te habías
ido. Creo que lo fui asumiendo, entre mi tristeza y el no saber ese porqué.
Supongo que creí que así eran las relaciones, que en un momento estabas y
en otro momento, no. Lo terminé asumiendo con el transcurrir de los días
aunque siempre te recordaba. Me acuerdo que pasó algún tiempo cuando les
pregunté a mis compañeros si se acordaban de vos, si te habían visto, si sabían
por qué te habías ido. Nadie sabía nada.
Una compañera de otro curso nos contó que ella vivía cerca de donde vos
habías vivido y que tu familia de la noche a la mañana se había ido. Era como
nos habías contado, tu familia viajaba, estabas un tiempo acá y un tiempo
allá. Eso fue todo lo que supe y todo lo que me marcó.
Pasaron los años, precisamente once años. Recuerdo bien que yo estaba via-
jando porque mi mamá estaba internada en la ciudad de Neuquén. Yo iba
a acompañarla y ese día llegué antes. El horario de visita era a partir de las
14:00 horas. Para ese entonces, eran las 12:00 del medio día, así que me fui a
caminar, a mirar vidrieras y entré a algunos locales a consultar. Cuando esta-
ba girando un perchero redondo, del otro lado, vi a una niña, o yo creí que era
una niña. Su cara me quedó marcada y entre mi dije “esa nena… esa nena, ¿de
dónde conozco a esa nena? ¿Cómo o de dónde podía conocerla? Yo llegaba
recién a la ciudad y ella era gitana, pero su rostro era tan familiar… Cuando
se alejó, recordé. “¡Es ella, Rosario!”, pensé por un minuto pero sin certezas.
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Pasaron unos días y llegó la hora de retomar el regreso. Ese día llegué antes a
la terminal. Recuerdo que entré al baño a delinearme los ojos y entró una de
ellas, hermosa; con un vestido hermoso, largo y colorido y con ese carácter
que parece no tenerle miedo al mundo. No tendría más de once años (antes
había visto muchas niñas de la comunidad gitana que estaban en las esquinas
vendiendo estampitas, ofreciendo leer la suerte, pidiendo. Yo solo las miraba,
la verdad que sólo las miraba). Se acercó y así, sin más, me habló como si
me hubiese conocido de toda la vida y me pidió prestado el lápiz delinea-
dor. Cada vez que miraba a esas niñas, me llamaban la atención. Jamás tuve
miedo, pero siempre me quedaba pensando en su forma de vida, en si eran
felices, si estaban tan vulnerables como parecía y por otro lado, me llamaban
muchísimo la atención sus vestidos coloridos, esa libertad y el reconocimien-
to que expresaban en esos atuendo. Recuerdo que, con las palabras justas,
solo le dije: “tomá, te lo regalo”. En aquel momento, se asomó su compañera
que la estaba esperando afuera junto a un par más, seguro a pedirle que se
apurara. Cuando levanté la mirada y asomada al marco de la puerta ¡eras vos!
¡Eras vos, Rosario! Solo me miraste y me dijiste “hola” con esa sonrisa media
nerviosa que yo recordaba. Me paralizó la situación. Solo pude responderte
un “hola” a media voz. Volviste a mirarme y dijiste “hola” nuevamente pero
éste fue diferente, fue un “hola” que decía tanto, un “hola” que decía “soy
yo”, un “hola” que decía “perdón por irme sin avisar”, un hola que decía “te
recuerdo”. Era tanto lo que quería decirte pero me ganaron el asombro y la
nostalgia. Cuando reaccioné, ya te habías ido. Y recordé que al ver tus ojos,
sentí algo parecido a vergüenza o no sé muy bien qué. A pesar de lo bueno
que fue vernos, te sentí incómoda. Quizás, no querías que te viera así, o capaz
fue solo mi sentir para explicarme una vez más tu partida tan repentina. Salí
a buscarte, recorrí toda la terminal. Había varios grupos de niñas, mujeres
gitanas pidiendo y vendiendo pero ninguna eras vos. Se acercaba la hora de
tomar el micro. Recuerdo que ese día me fui sintiendo que otra vez te habías
ido sin despedirte.
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En una de las clases que teníamos de interculturalidad, quien nos brindaba
estas capacitaciones me hizo pensar en alguna situación que, desde mi mi-
rada de hoy, pudiera cambiar. Y elegí esta historia, esta situación; que con
tan solo 10 años me marcó tanto y supongo que a vos también. Creo que
siempre estuvieron esos adultos que nos podrían haber (no sé si facilitado,
pero sí) mejorado las experiencias.
Hoy me pongo a pensar en que si tan solo esa escuela y esos maestros te hu-
bieran mirado con la misma mirada con la que yo hoy miro a cada niño, a
cada niña que pasa por mi sala, cuánto hubiera cambiado para vos. Si nos hu-
bieran hablado de las muchas y diferentes culturas, de las muchas y diferen-
tes formas de vida; si sólo nos hubiesen reunido y contado que vendría otra
compañera, de otro lugar, con otras costumbres, todo habría sido diferente.
Si en aquel primer momento en el que vieron que no te integraban, que se
burlaban de tu vestimenta, de tu forma de hablar, que te costaba un poco más
entender lo que los profesores explicaban, nos hubiesen hablado, tu experien-
cia habría sido más enriquecedora. Si nos hubiesen dicho que las personas
son personas, que con nuestras diferencias podemos convivir igual, que res-
petarnos hace la diferencia, cuánto más habríamos aprendido. Si tan solo tu
partida hubiera significado algo para ellos y nos la hubiesen adelantado, o
quizás mencionado, habríamos podido despedirte como te merecías. Siento
que desde que llegaste a nuestras vidas, tuve la dicha y el honor de conocerte.
Para mí no fuiste una más, como nadie lo es. Fuiste mi compañera, mi amiga,
de quien tanto aprendí y quien tanto me marcó.
Por eso, hoy desde el lugar que me toca, siempre tengo presente que: LAS
PERSONAS SOMOS PERSONAS. Y que una persona sola puede pero mu-
chas personas juntas pueden más.
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Desenredar y tejer el ovillo de mi infancia
Martina Claudia Castillo
Querida Martina:
Nos manejaban con miradas que daban cuenta de lo que debíamos hacer. Tu
autoestima era cada vez más baja. Y seguías creciendo. Recibías pocas pala-
bras y pocas palabras decías. Todo te lo “tragabas” hasta convertirte en una
gordita simpática que sufrió muchos años la obesidad y la exclusión.
Tranquila, nadie quería hacerte daño. Solo estaban atrapados en sus historias.
Tranquila, que todo habría de pasar y esa maraña la podríamos desenredar
y hacer un lindo ovillo con el que podríamos tejer una linda historia con un
final feliz. Con tiempos de todos los colores, en tu historia no faltarán las
alegrías, el disfrute y la felicidad pero también habrá luchas y batallas porque
de eso se trata la vida.
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Carta para perder el miedo
Scola Antonella
Te hablo a vos, “gringuita”, así como nos decía el abuelo. ¿Te acordás? ¡Guardo
tantos recuerdos en la memoria, tantas conceptualizaciones creídas y modifica-
das, pensamientos oportunos y desafortunados a veces, pero nada que con el co-
rrer de los años no se haya podido modificar o hasta incluso erradicar de nuestra
mente!
Te invito a hacer un poco de memoria y a que juntas logremos visualizar ese por-
venir descontracturado, interceptado e interpelado por nosotras mismas y así,
perder el miedo para lograr una aceptación por aquello que es diverso, diferente.
No te culpo por pensar que en ese entonces esa era la realidad y la “única” verdad.
Pero si pudiera decirte algo volviendo en el tiempo, sería que investigaras, leyeras
y siguieras en una búsqueda histórica, visualizando y haciendo hincapié en lo que
significaba y significa la cultura, lo cultural, lo diverso. Te diría que miraras dentro
de nuestro territorio, de nuestras comunidades; que observaras a tus compañeros
de aula invitándote a repensar tu postura hacia lo diferente.
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No te cargo con ningún peso por no haber aceptado lo distinto. Crecimos creyen-
do en indios, en la homogeneización del pueblo, en que la identidad propia era
mala. Crecimos creyendo que todo aquel que viviera en el campo era analfabe-
to, que eran “tábulas rasas”, que su cultura no existía, y tantos otros preconceptos
desafortunados. Repito, no te culpo. Porque gracias a que crecimos, hoy te pue-
do decir que todo aquello que pasábamos, vivíamos, opinábamos y creíamos fue
modificado y mirado con otros ojos. Obviamente, no ocurrió de un día para el
otro sino que llevó su proceso.
Por último, niña mía, te quiero proponer que leamos mucho, que preguntemos
si no sabemos, que escuchemos a aquellos callados durante años. Te invito a que
dejemos la crítica de lado, a que sumemos a la construcción de un pensamiento
múltiple y a que nos liberemos de las creencias antiguas y dejemos de juzgar al
otro. Cuesta. No es fácil pero se puede y, sobre todo, te animo a perder el miedo a
conocernos y a respetarnos.
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Esta carta va para vos, que te me fuiste aquel día y me quedó todo por
decirte, por enseñarte, por aprender.
Esto va para vos, hija mía, donde quiera que estes, ángel mío.
Te escribo para contarte tantas cosas que han pasado desde aquel 27 de fe-
brero del 2004, que fue la última vez que nos vimos, mi bebé. El amor que
siento por vos es inmenso como el universo.
Hija, tu nombre es largo. Hoy me pongo a pensar por qué… ¿por qué
tantos nombres? ¡Muchas preguntas se me cruzan hoy por la cabeza! Pero
bueno, te cuento que a papá le gustaba mucho que tu nombre en mapudun-
gun significara braza; a mí me gustaba que tu segundo nombre se tradujera
como claridad, brillo. Y el tercero, nos gustaba a ambos: mujer fuerte y sa-
bia. Así que la hora que naciste, te pusimos todos. Tu apellido, querida hija,
significa tres pumas. ¿Esto por qué sucedió? Porque desde antes de nacer,
hija, todos nosotros somos intervenidos por los adultos de alguna manera
y por eso elegimos tu nombre, la ropa que usaste de pequeña, te dimos el
lenguaje, etc.
Esto no quiere decir, hija, que no ibas a poder decidir luego, no. Esto fue para
poder nombrarte y nosotros, como tus padres, la complicamos con tantos
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nombres tomando decisiones y poniendo nuestra mirada adulta sobre la tuya
que apenas habías llegado a este mundo.
Si estuvieses acá, te diría que nunca reniegues de tus raíces, que no te dé ver-
güenza decir que sos mapuche, que tu papá es mapuche y que tu abuelo fue
lonco de una comunidad. Más allá de que tu papá no hable la lengua y de que
vivamos en la ciudad, vos sos mapuche igual y eso no tiene que producirte
ninguna vergüenza. ¿Por qué te diría esto? Porque la sociedad desprecia a los
indígenas, los rebaja, los discrimina como le sucedió a tu papá, a tus tíos y
tías, a tus abuelos. Creo que ese fue el motivo por el que tu papá nunca quiso
hablar la lengua y se dedicó a hacer una vida “normal”, como él dice. Simple-
mente se alejó de a poco de su cultura.
Hija ¿qué más te diría yo que nunca antes te pude decir? Creo que te pediría
perdón, porque te tuve joven y tal vez si siguieras a mi lado, mis intervenciones
adultas como madre te podrían haber marcado desde niña; me podría haber
equivocado mucho criándote ya que muchas veces una, como madre, va ha-
ciendo lo que la sociedad la va impulsando a hacer sin medir consecuencias.
Agradezco haber crecido tanto en este campo como mamá, como educadora
y como futura profesora de educación física. Te tengo que contar que me tuve
que deconstruir y volver a construirme para luego, reivindicar mi forma de
ver las cosas.
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Esto sucede, hija, porque la sociedad está en constante cambio. Y esos cam-
bios tocaron a mi puerta y me dejaron miles de preguntas. Ahí me empecé a
cuestionar las diferencias, las desigualdades, el racismo que existía entre las
diferentes culturas, entres las diferentes niñeces e infancias. Fue ahí cuando
me di cuenta de que existen muchas formas de ver y de vivir la vida, no solo
las que yo creía.
Hija, si hoy estuvieras aquí, te diría que respetes las diversidades que son mu-
chas. Te diría que todas y todos hablamos y nos expresamos diferente; que no
discrimines; que no juzgues y que aprendas a observar y mirar a tu alrededor.
Vivimos en una sociedad de diversidad cultural y por eso, todxs somos im-
portantes y merecemos sentirnos especiales por lo que somos. Te diría ade-
más que no todo es negro o blanco sino que existe una diversidad de tantos
colores como realidades hay en el mundo.
Si hoy estuvieras acá, sin dudas aprendería mucho de vos porque el creci-
miento se expande cuando se comparte.
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Parte 2:
Narrativas escolares, ensayo
y algunas cartas más
Aunque estamos lejísimos de un sistema educativo en el que la interculturali-
dad sea proyecto, la existencia de la materia Derechos Humanos y Educación
Intercultural en las carreras de formación docente de Primaria e Inicial en la
Provincia de Neuquén es un logro. Su creación fue parte del debate que insta-
ló el Pueblo Mapuce junto a nuestro sindicato docente ATEN (Asociación de
Trabajadorxs de la Educación de Neuquén). Se trata de un debate amplio que
trasciende la esfera educativa. Una discusión cosmovisional entre lógicas esta-
tales liberales y sentidos del buen vivir o küme felen de los pueblos indígenas.
Como bien plantean las referentas mapuce y kimeltucefe María Cristina Val-
dez, Ailin Piren Huenaihuen y Pety Piciñam, la materia Derechos Humanos
y Educación Intercultural presenta en el Diseño Curricular orientaciones de
extrema generalidad, a la vez que cuenta con apenas ochenta minutos sema-
nales durante un solo cuatrimestre. Así, los abordajes “difieren de institución
a institución y quedan en manos de las voluntades individuales, de la postura
institucional”.
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Actos escolares estereotipados e incomprensibles, láminas en que los pueblos
indígenas americanos son fijados al pasado, excursiones a museos donde los
huesos de nuestrxs ancestros reposan en vitrinas como trofeos, promesas a
una única bandera. Maestrxs y directivxs que miran pero no ven: “Sacate la
gorrita para hablarme; una fila para los que van al comedor y otra para los que
comen en su casa.”
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oscila y se desliza. Dudamos un poco de quiénes somos, nos desconocemos
levemente, percibimos una transición. “El otro soy yo”, como supo escribir
Rimbaud. “Nostredad”, dice Marlene Wayar.
De ahí el aire fresco o cálido que nuestro cuerpo también atesoró junto al
dolor que estamos conjurando.
Mariano Skliar
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¿Quién vive acá?
Sofía Carrillo
Para ese entonces, tenía nueve años. Iba a cuarto grado y desde primero, siem-
pre fui a la escuela nº89, cerca del Cerro Curruhinca. Todxs aquellxs que vi-
víamos en ese radio asistíamos ahí.
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en casas”. Este breve relato terminó con la seño explicándoles que ahí también
vivían personas como ella, como nosotrxs, que iban a la escuela, etc.
Lo cierto es que tendemos a naturalizar todo aquello que nos rodea: el espa-
cio, las relaciones, las instituciones, entre otras cosas. Las mismas pasan a ser
parte de una suerte de burbuja atemporal, carente y despojada de conflictos e
intereses. Pero ¿qué sucede cuando una pregunta como la de Josefina irrumpe
la estabilidad de esa burbuja?
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Estado que, con el afán de su consolidación, oprimió a lo diferente apelando
a un orden monocultural.
Por mucho tiempo, se asumió que para concretar con éxito el binomio inclu-
sión/interculturalidad, solo bastaba con propiciar espacios en los que se cons-
truyera una tolerancia hacia el otro diferente. Sin embargo, esto no es un he-
cho suficiente ya que el cambio debe estar dado por una transformación aún
más profunda que permita sacudir desde sus cimientos aquellas estructuras y
mecanismos encargados de perpetuar tanto fronteras como jerarquías étnicas
con horizontes coloniales. En definitiva, se trata de reflexionar sobre las pala-
bras de Paulo Freire quien señala, que “la educación puede ocultar la realidad
de la dominación y la alienación o puede, por el contrario, denunciarla, anun-
ciar otros caminos, convirtiéndose así en una herramienta emancipatoria”.
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El color piel
María Fernanda Ramírez Llamzares
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de que le respondí que no me molestaba. Le habré contado lo sucedido y ella
me habrá dado una respuesta llena de amor y aprendizaje. Porque para ella,
prácticamente nadie dice o hace las cosas con maldad.
Hace tres décadas, el color piel no era cuestionable ¿Se puede decir que en la
actualidad, sí? Creo que no. Y digo esto porque considero que hay patrones
del poder colonial que perduran de forma casi inamovible. En el día a día,
cuando estas actitudes, palabras o significaciones que se otorgan son cues-
tionadas, inmediatamente se minimizan o justifican de alguna forma. ¿Quién
no escuchó “negro de m$%, pero de cabeza”; “no me refiero a los negros en
sí, es una forma de decir”? Incluso - lastimosamente - debo decir que en el
pasado yo también lo he dicho porque, claramente, soy producto de este sis-
tema colonial.
Resulta casi evidente decir que el color piel no tiene una connotación so-
cial negativa. Y esto se debe a que siempre se le atribuye sentido en relación
a la blanquedad, al color de piel que tiene el poder, la sabiduría, la historia,
siempre por sobre los subordinados; es decir, por “encima” de esos negros
de m. Este binarismo que se les atribuye a los colores como significante de
algo bueno o malo pareciera ser inamovible, casi como el que se le atribuye al
rosa-nenas y celeste-nenes.
43
Mi hermosa madre es un claro ejemplo del producto de una sociedad colonial
donde se establecen las jerarquías de todo tipo en relación explícita al color de
piel. En otras palabras, mi mamá es un perfecto producto de la colonialidad
del poder. Y no sólo por internalizar y hasta naturalizar que su color de piel
no es el “correcto”, sino también porque se puede cristalizar (como bien me
marcó el profesor Skliar) el adoctrinamiento de los cuerpos y la pulcritud; ese
adoctrinamiento que normaliza a los ciudadanos para que sean obedientes y
productivos, que instaura esas diferencias étnicas y raciales. Puedo decir que
la trayectoria escolar de mi madre colaboró bastante para que fuera un “per-
fecto” resultado de la colonialidad del poder, como la define Anibal Quijano.
44
Carta a mi madre
¡Hola, ma!
Estos meses, he pensado mucho en vos y eso se debe a la cursada de una cáte-
dra que se llama Derechos Humanos y Educación Intercultural. En cada texto,
ejemplo o concepto que se abordaba, ahí estabas vos, con todo tu valor cultural
siempre oculto.
Una de las ocasiones en que te viniste a mi mente fue cuando retomé esta expe-
riencia de hace 30 años atrás. ¿Alguna vez te preguntaste cuál es el color piel o
si existe? Yo lo hice hace un par de años nada más. Por eso te escribo esta carta,
porque creo que tenemos que empezar a cuestionar(nos) estas pequeñas-grandes
cosas y porque creo que podemos resignificar ese momento de mi primer grado
y seguir creciendo juntas como lo hacemos cuando surgen estas situaciones que
llevan a la reflexión.
Como sabrás, desde chica hice planteos “tan fuera de lugar” (teniendo en cuenta el
contexto de esas épocas), y creo que esos planteos te han llevado a pensar y generar
cambios en tu forma de ver algunas cuestiones de la vida. No puedo dejar pasar
esta oportunidad de decirte: ¡cuánto valor, humildad e inteligencia hay que tener
para hacer cambios tan radicales a tu edad! Me llena de orgullo verte y escucharte
en esos cambios. Hoy te propongo otro más: pensarnos, mirarnos de otra forma,
desde otro lugar. Eso te va a llevar a seguir empoderándote a tus escasos 63 años.
45
considero que es algo para cambiar. Con este inocente ejemplo (y digo inocente
porque era una niña, no porque la connotación del color sea inocente) podemos
empezar a pensar en generar un cambio, en nosotras y en otros.
Y en relación a esa connotación del color es que hay que cambiar; connotación
social que no hemos cuestionado e incluso, hemos naturalizado y que detrás de
ella, siempre hubo una justificación del tipo “digo negro, pero no de piel”. Creo que
si empezamos por pequeños cambios, se puede lograr mucho. Sacar ese sentido
negativo es un buen comienzo. Ni hablar de que en tu entorno puedas, con esa for-
ma tan particular y dulce de decir las cosas, ponerles un freno a tus seres queridos.
Quizás sea porque, en ese afán de parecerme a vos, he aprendido bien el silen-
ciar algunas cuestiones; silenciarlas de forma tan natural que asusta. Creo que
muy pocas veces escuché decir “de eso no se habla” pero, probablemente, fue-
ron demasiadas las veces que se comprendía implícitamente que había temas
que no se hablaban en casa.
46
Volviendo a tu descendencia, puertas adentro y desde siempre supe de dónde
venía. Siempre supe que irónicamente la mitad de nuestra familia es descen-
diente de colonizadores y la otra, de colonizados. Resulta interesante que tam-
bién nos preguntemos ¿por qué acallamos nuestra cultura, nuestra historia?;
¿por qué nunca aprendiste mapudungún?; ¿por qué la abuela es la última que
aprendió a tejer en telar? Siempre te escucho y te veo hablar con tanto amor
de tu abuela, de la familia del campo... ¿Por qué no potenciar ese amor en ese
valioso legado familiar?
Te amo.
Fer
47
Más allá de “el día de…”
Daniela Albertolli
Recuerdo una vez, en un acto por el “día de la raza” (corría el año 2004 y
todavía no teníamos la denominación “Día del Respeto a la Diversidad Cul-
tural”), que muchos de mis compañeros y compañeras salieron vestidos con
sus trajes típicos bailando una danza tradicional de esas latitudes, la Saya. Mi
sensación ante ese acto fue de gran alegría, no sólo porque el baile, los colores
y la música la contagiaban sino también porque muchas veces esos chicos y
chicas eran blanco de la discriminación de algunos compañeros debido a su
origen o descendencia. Eso llevaba a que algunos o algunas negaran sus raí-
ces, ocultaran sus costumbres familiares o se cerraran al resto.
Situaciones así, en las que el docente da lugar a que chicos y chicas compar-
tan cuestiones ligadas a su cultura, sus creencias, costumbres y tradiciones
48
invitan a reflexionar sobre el rol que tenemos para habilitar esos espacios en
donde se pone de manifiesto la interculturalidad.
Retomando el último párrafo del escrito, “Al habilitar el espacio para compartir
con el resto de la escuela un baile o la celebración de una festividad religiosa como
el año nuevo judío, se aporta a la construcción de nuestra identidad como comu-
nidad. Así, se promueven instancias de contacto entre las diferentes culturas que la
conforman...”, hoy descubro que mi escuela, con la mejor de las intenciones,
no hizo más que quedarse a medio camino. No pasaron de la contemplación
y enumeración de los aportes que estos pueblos hacen a la cultura de nuestro
continente, como plantea Lopes Louro.
49
Asistimos así a un acto de “tolerancia” y “apertura” hacia lo diferente que no
hace más que remarcar esas diferencias porque, terminado el número mu-
sical, la comunidad sigue manteniendo sus formas, “sigue manteniendo su
poder para ser quien nombra a otros”.
Hoy, espero que la mirada sea distinta. Espero que la lucha de todos esos
colectivos disidentes: pueblos originarios, feminismos o minorías sexua-
les (que en los últimos años han levantado su voz, se han hecho visibles
para ese centro que en algunos sectores todavía se resiste a mirar, a es-
cuchar y a ver) haya provocado un cambio profundo y liberador. Como
escribe Catherine Walsh, “la interculturalidad es un principio ideológico
que apunta a la transformación de las actuales estructuras, instituciones y
relaciones de la sociedad (...) Asumir esta tarea implica trabajar hacia la
descolonización de mentes, hacia la transformación de las estructuras socia-
les, políticas de la colonialidad hasta ahora permanentes, es decir, hacia la
decolonialidad”.
50
Carta a mis compañeros y compañeras de escuela
Hola, ¿cómo están? Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos por úl-
tima vez aquel diciembre de 2006 cuando por fin terminamos la secundaria.
Desde la perspectiva que dan los años, la madurez, el recorrido que hacemos
a lo largo de la vida, nos vamos dando cuenta de que algunas cosas que natu-
ralizamos no están bien. Yo en particular tuve el privilegio de ser “una más del
montón”, flaca, hegemónica, heteronormativa, clase media, media-baja igual
que la mayoría, digamos. Nunca tuve que esconder el número de documento
porque empezaba con 90 millones, ni tuve que mentir acerca del trabajo de
mi papá. No tenía que poner excusas para juntarnos en casa porque dentro de
todo estaba en un lugar “poco peligroso del barrio”.
Recién hoy me doy cuenta de que no todes en el curso la tenían tan fácil.
Nosotres que andábamos derrochando solidaridad y respeto por los demás
porque “éramos muy católicos, apostólicos y romanos” nunca nos detuvimos
a pensar en ese compañere que era blanco de burlas porque su apellido era de
otro país, porque sabíamos que su familia tenía un puesto en la feria; ese que
no invitábamos al cumpleaños porque venía de familia “chorra”, porque era un
“negro” que vivía en la parte peligrosa del barrio.
51
Con veintipico de años más, hoy quiero pedir disculpas a todos esos pibes
y pibas que no la pasaron tan bien en la escuela. Si bien no fui de las que
los señaló, burló y humilló directamente (saben que era bastante tímida y no
hablaba mucho), sí fui de las que naturalizaron esas situaciones y no hicieron
nada por cambiarlas.
Espero que los chicos y chicas que siguen viviendo en el barrio, que van a
nuestra escuela, que tienen la edad que teníamos en ese entonces no sigan
perpetuando estos atropellos de los cuales hemos formado parte. Creo que
las nuevas generaciones la tienen un poco más clara que nosotres, están un
poco más comprometidas con la realidad y está mucho más habilitado el de-
bate (hoy existe el matrimonio igualitario y se está empezando a hablar del
aborto legal, seguro y gratuito).
52
Lugares (des)conocidos
Victoria Guerra
¿Por qué Tomás no habla más? ¿Cómo habrá sido su trayectoria escolar? ¿Por qué
cree que lo que tiene para decir no es importante?
53
Con todo su peso y contundencia, la palabra VISIBILIZACIÓN cayó sobre
mí. Me pregunto aún hoy, casi un año más tarde, qué habrá pasado con Tomás
como para que estuviera en ese lugar. Un lugar, evidentemente, invisible. Tan
invisible como injusto.
Así y todo, con este peso sobre sus espaldas (¿sería este peso el que no le
permitía moverse con libertad o expresarse sin temor?), durante una clase de
Ciencias Sociales, logró vencer esta barrera impuesta por nosotros mismos.
Tomás mostró y me demostró uno de los que considero pilares de la tarea do-
cente: la visibilización. Pienso en mi propio recorrido como alumna y me vie-
nen a la mente miles de recuerdos en donde los chicos éramos invisibles a los
ojos de los “grandes”.
54
Laguna Verde. Lo hizo con claridad y manejando una gran cantidad de datos.
Lo sentí orgulloso de sí mismo. Nos dio una clase de volcanes y formaciones
rocosas”.
¿Cuál era el lugar que Tomás ocupaba en ese grupo? ¿Qué definía ese lugar?
¿Cómo se definen los lugares de todos nosotros? ¿Qué determina el lugar que
ocupamos para los otros, para nosotros mismos? Esto me lleva, inevitable-
mente, a pensar con Díaz y Valdez, en los estereotipos en los que una y otra
vez caemos sin darnos cuenta; estereotipos que articulan las trayectorias es-
colares, que dejan huellas que corren el peligro de convertirse en cicatrices
imposibles de borrar.
Primero, fueron los relatos los que configuraron esos lugares, relatos carga-
dos de intereses económicos, de clase, de poder, intereses de ocupar un lugar.
Fueron relatos tendenciosos, estigmatizantes, peor aún, relatos que intenta-
ron negar hasta la propia existencia. Relatos con palabras que designan y de-
terminan: palabras que enmudecen, que enmudecieron. “Tomi es re callado”.
Relatos que encierran ideología y formas de ver el mundo.
55
Las resistencias emergen desde lo más profundo, llenas de búsqueda de un lu-
gar. Un lugar en el espacio físico, un lugar en la memoria, un lugar en donde ser.
Ser con la necesidad de estar presente; de poner fin a la ausencia y al olvido. Un
lugar donde la palabra sane, evidencie. Un lugar en donde la palabra habilite y
posibilite. Un lugar para deconstruirnos, un lugar para crear nuevos vínculos
que produzcan y generen otra forma de vernos, como propone Tadeu Da Silva.
Mirarnos y aprender a ver en el otro aquello que es invisible a los ojos.
Con su voz tenue y sus ojos rasgados, al menos en ese momento, Tomás se
abrió lugar. Se encontró en el espacio con aquellos que no sospechaban que
faltaba lugar para alguien más. Sus palabras brotaron, tal como si hubieran
estado esperando mucho tiempo para poder ser dichas. El lugar fue suyo, mío,
nuestro. De todos juntos. Ese día, el aula de 7mo A fue un lugar diferente.
Carta a Tomás
Me pregunto también cómo habrás terminado tu 7mo grado, qué cosas te ha-
brás llevado de tu paso por la escuela primaria; qué sensaciones habrán anida-
do en tu ser. Seguramente, hoy no sea el tiempo de revisitarlas; seguramente
no sea el tiempo de preguntarte.
Sin embargo, yo te pienso. Tal vez sea un poco injusta la situación. Cargar
sobre tu espalda el peso de las preguntas existenciales de alguien que busca
repensar una identidad es bravo para alguien de tu edad. Por eso me disculpo.
Sí creo que algo de esto puede servirte. En más de una oportunidad, te es-
cuché decir: “yo no sé, seño”; “pregúntele a otro”. Sin embargo, también fui
testigo privilegiada de cuánto sabés.
Nos han hecho creer que eso que sabemos en realidad no significa nada. Pues
no. Por el contrario, aquello que sabemos es de alguna manera lo que somos.
Y todos somos alguien, ¿no te parece?
56
Seguí buscando tu lugar. No dejes de hacerlo. Es tu derecho. Es tu posibilidad.
No creas todo lo que dicen los otros de nosotros mismos. No creas que la po-
sibilidad de que nuestra voz se escuche depende del lugar en el que estamos
parados.
Te dejo esta canción (cuando la escuches, podés cambiar el “nena, nena” por
“nene, nene”). Buscá tu lugar. A veces toma tiempo. Tomate el tiempo que
necesites.
Bajan
57
Otros descubrimientos, 35 años después: la verdad se abraza con la ternura.
María Florencia Gonzalez
En los años 80´, se respiraban aires de democracia. Alfonsín llegaba para po-
ner “la casa Florencia en orden” y dar el punto final.
58
“descubrimiento” y las imágenes de Colón y los hombres que lo acompaña-
ban pisando la tierra con sus ropas coloridas, sombreros y espadas. La voz de
mi maestra no tenía ningún cuestionamiento; la historia oficial escrita por
hombres desde Europa era la que se transmitía y así, las docentes hacían so-
lícito caso a su formación y a la coyuntura social que se dirimía en esa época.
Hoy, con otra mirada y con el sustento de leyes que acompañan e intentan
ampliar los derechos, la lucha de los pueblos originarios por ocupar sus terri-
torios y ser visibilizados, el análisis es distinto.
Elijo quedarme con ese recuerdo y reflexionar sobre cuán importante es cada
palabra, cada acto, cada gesto que llevamos adelante como docentes, como
sujetos con una gran responsabilidad subjetivante. Me parece importante en-
tender que el aula es mucho más que un espacio de encuentro y aprendizaje;
es un movimiento revolucionario, una herramienta de lucha para enfrentar
una sociedad individualista, capitalista y patriarcal.
***
59
paradigma sobre las infancias era otro. Les niñes éramos vistos como meno-
res y no como sujetos de derecho.
Las formaciones, los encuentros, las alianzas políticas fueron tejiendo otras rea-
lidades y concretando una mirada decolonial en América del Sur como la que
nos convida Verónica Azpiroz Clenian. Los pueblos originarios comenzaron a
tener una mayor participación dentro de políticas públicas de los gobiernos de
turno. Con esta mirada, se fueron relacionando las instituciones educativas, la es-
cuela primaria fue replanteándose prácticas y formas distintas de ver la historia.
Con cuánto poder lo pedagógico atraviesa la cultura de una sociedad, cuánta
responsabilidad tienen la educación y el posicionamiento político de les do-
centes en el aula, ya que lo que no se nombra no existe. Con Gordillo y Hirsch
nos damos cuenta de que con esas ausencias, damos lugar a la naturalización de
prácticas; a formas de hablar; a pensamientos coloniales, eurocentristas, adul-
tocentristas, hegemónicos, biologicistas, patriarcales.
60
cambios radicales. Sé que todavía falta mucho para que la interculturalidad
sea un proyecto político y epistémico como aquel que conceptualiza Cathe-
rine Walsh; para que tengamos nuevas miradas en relación a los pueblos ori-
ginarios; pero es posible comenzar a pensar en un currículo plurinacional en
pos de construir una sociedad distinta, amorosa y diversa.
61
Parte 3:
Propuestas para el aula
desde un cancionero intercultural
Como quien abre cuadernos llenos de notas, armo el texto para esta tercera parte.
Llegaron tantas canciones en los cuadernos… y cada una vino con más
palabras, contando el tiempo biográfico donde cada una de ellas había dado
con su canción. Las que cantaba la abuela, las que enseñó una maestra en la
escuela, las que se gritan en una marcha.
Mariano Skliar
66
Rapeando identidad: cuestionando estigmas y desigualdad
María Vargas y Azul Nigro
Fundamentación
67
o pueden estar alejados de la “realidad”. Y es ahí que interviene la escuela, para
guiarlos y brindarles experiencias que puedan dar cuenta de que no hay una
cultura homogénea y monolítica sino que “es, de hecho, compleja, múltiple,
desajustada y discontinua” (López Louro).
Para comenzar con la clase, vamos a indagar acerca de qué estilo de música les
gusta a los niños y las niñas.
68
• ¿Por qué creen que usó el rap para hacer esta canción?
• ¿Qué paisaje se visualiza en el video? ¿Qué vestimenta lograron observar?
• ¿Qué lenguas identifican?
69
• El discurso dominante: ¿Nos vestimos todos iguales? ¿Quiénes dicen
cómo nos tenemos que vestir? ¿Qué idioma tenemos que estudiar?
• De qué clase social somos: ¿Cómo somos representados o
imaginados por vivir en nuestro barrio? ¿Qué es ser diferentes? ¿Si
fuéramos todos idénticos, qué provocaría eso en la sociedad?
“Witrapaiñ”
Gonzalo Luanko
70
La obrera fue la partera de mi identidad.
¿Qué pasa aquí en mi canto, asfalto y pavimento?
Pero bajo el cemento está la mapu de mi ancestro
despertando el kimün que llevo dentro,
recuperando el feyentun, lo profundo desde mi pueblo,
sacándome esta cristiandad, comunicando en comunión como lo hace mi comunidad,
Mapuchegen mülepan waria mew.
Vuelvo con orgullo y en el beat fluyo como el Lleu lleu.
Quien toca a mi ñuke también me toca a mí,
en Wallmapu Pudahuel, Peñalolén y Conchalí.
Hoy vuelvo a mi ñuke, mis manos son pa ti.
Vientos desde el sur en mi piwke vuelven a rugir.
71
Me fundo yo con ella mirando a las estrellas.
Faw wiñolepan petu müley weichan,
Kom tañi pu che lelfün mungoimalan (aquí estoy, todavía pelea).
Tañi chaw txipaynawel,
Tañi ñuke Millanawel feymu newengen (toda mi gente de campo no olvido).
Witxapratuaiñ taiñ weichan,
eymu ta inche ta küymakefiñ feymu ta
Inchiñ ta mapuchegeyiñ, piki ta kizu (mi padre Tripainao, mi madre Millanao, por eso
tengo fuerza).
72
“Arauco tiene una pena”. Pasado y presente del dolor y las luchas indígenas
Sofía Carrilo y Liliana Yañez
Fundamentación
73
Desde el accionar educativo, a veces por costumbre y otras no, se contribuye a la
perpetuación de ciertos rituales en los que se trazan los límites de la patria argen-
tina. En los mismos se acallan las voces de los diferentes y se silencian conflictos
aún latentes impidiendo el paso a la reparación del genocidio cometido desde el
siglo XIX. Por ende, para no hacer caso omiso a esta situación, debemos asumir a
la interculturalidad como un proyecto que busca la revalorización de las diferentes
culturas en pos de la modificación de aquella estructura social que es desigual y
excluyente, transgrediendo los derechos humanos.
En conclusión, cabe aclarar que para dar inicio a la construcción de una pers-
pectiva intercultural, se requiere reconocer “la importancia capital de consi-
derar a la escuela de una forma relacional, de verla en conexión, fundamen-
talmente, con las relaciones de dominación y explotación de la sociedad en
un sentido amplio” (Apple). Esto no significa eliminar lo ya existente en ella
en cuanto a materiales bibliográficos y diferentes fuentes sino más bien, abor-
darlos desde nuevas miradas, desde otras maneras de comprender el mundo
que descolonicen el currículo y lo lleven hacia un cambio que favorezca una
educación cuya apertura habilite espacios de encuentro en los que se pueda
relacionar lo propio y lo diferente desde un posicionamiento crítico.
Primer encuentro:
Comenzaremos con la canción “Arauco tiene una pena”, de Violeta Parra (la
letra estará en un afiche, el cual pegaremos en el pizarrón). Elegimos la ver-
sión de Anahí Mariluan.
74
En un principio, la leeremos en conjunto. Cabe destacar que aclararemos que
la misma tiene más de 35 años de la primera vez que fue cantada por Violeta
Parra y ha sido grabada años después por Anahí Mariluan, quien es una can-
tautora de la ciudad de San Carlos de Bariloche.
Segundo encuentro:
¿En la actualidad existirán personas que tengan la misma pena o es cuestión del
pasado?
75
-Hay más de 200 conflictos con comunidades aborígenes en el país (año
2017). Diario La Nación.
-La deuda eterna con los pueblos originarios (año 2019). Página 12.
-Magdalena Odarda: “No vamos a tolerar más violencia contra los pueblos
indígenas” . Página 12.
- La comitiva del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas también se reunió
con el gobernador Jorge Capitanich. Racismo, pandemia y represión policial
fueron los temas abordados (año 2020). Página 12.
Una vez que la línea de tiempo esté finalizada, retomaremos la pregunta con
la que iniciamos el encuentro: ¿En la actualidad existirán personas que tengan
la misma pena o es cuestión del pasado?
76
Tercer Encuentro:
77
que el indio nunca buscó.
Al indio le basta el oro
que le relumbra del sol.
¡Levántate, Curimón!
78
Desde ese tiempo han pasado
las lunas en cantidad.
Ya no son los españoles
los que les hacen llorar:
hoy son los propios chilenos
los que les quitan su pan.
¡Levántate, Pailahuán!
Ya no florece el mañío,
ya no da fruto el piñón,
se va a secar la araucaria,
ya no perfuma el cedrón,
porque al mapuche le clavan
el centro del corazón.
¡Levántate, Curimón!
79
Música e instrumentos mapuche. Un diálogo sobre luchas, expresión y arte.
Giselle Curruhuinca
Fundamentación
La escuela en sus orígenes, dentro de su función normalizadora en el siglo
XIX surge con objetivos claros como el adoctrinamiento de las personas en
tanto a sus cuerpos, sus culturas, sus modos de vida, sus idiomas. El estado
moderno implementó aparatos ideológicos y las instituciones no se hicieron
ajenas a ello. Fueron las encargadas de transmitir prácticas excluyentes donde
el relato de la historia oficial hizo estragos. “El currículo corporifica funda-
mentalmente un ‘conocimiento oficial’ el cual expresa el punto de vista de
grupos socialmente dominantes en términos de clase, género, raza, nación”
(Tadeu da Silva).
80
de intercambio que permitan construir espacios de encuentro entre seres y
saberes, sentidos y prácticas distintas” (Walsh).
Para finalizar, propondré al grupo que realice un mural donde puedan dejar
plasmado lo trabajado focalizando en el y la artista que hemos abordado y en
el Kultrüm.
Objetivos:
Primer encuentro
Para iniciar, les comentaré que vamos a trabajar con cantantes que tienen
una forma particular de hacer música y que los iremos descubriendo en el
transcurso de los encuentros.
81
Algunas preguntas orientadoras para después de la lectura socializada:
Segundo encuentro
Una vez que hayamos leído la biografía, les haré las siguientes preguntas:
82
A medida que vayamos intercambiando ideas, iré anotando en el papel afiche.
Tercer encuentro
Para iniciar este encuentro, retomaremos la vida de los artistas con lo que
estamos trabajando mediante los registros.
83
Fuente: http://patrimoniotrevelin.blogspot.com/2018/11/instrumentos-
macpuches.htlm?m=1
Cuarto encuentro
84
Posible guía para este momento:
• Pensar en un título para nuestro mural, por ejemplo: “La música como
parte de nuestra identidad”; “La visibilización de los pueblos mapuches
a través de la música”.
• Que estén los dos artistas que hemos trabajado. Para ello, alentaré al
grupo a que consulte los afiches elaborados en clases anteriores, con el
fin de que escriban la información más relevante de cada uno/a.
• También, los y las invitaré a colocar partes de las canciones que den
cuenta de la lucha del Pueblo Mapuche. Para este momento estarán
disponibles las letras de las canciones en papel afiche.
• Realizar un Kultrüm con sus significados.
• Seleccionar una pared de la institución para colgar nuestro mural.
85
Noticias y canciones para pensar las migraciones rurales-urbanas:
visibilizando el racismo
María Cecilia Almonacid
Fundamentación
86
Es por ello que resulta relevante visibilizar y exponer, en marcos de libertad
de expresión y reflexión, estas relaciones sociales de desigualdad, de
poder, de discriminación, de sometimiento y de exclusión a las que han
sido y son expuestos los pueblos originarios como así también muchos
otros grupos sociales, por un sistema capitalista hegemónico, blanco y
patriarcal que los/as excluye y explota. Esta situación determina como
resultado desigualdades estructurales que limitan e impiden el pleno
desarrollo de estos grupos en tanto seres humanos dotados de derechos.
Abordar esta visibilización en las aulas desde una perspectiva crítica e
intercultural que reconozca la existencia y el derecho a la expresión de las
voces negadas y silenciadas, que evidencie las relaciones entre sujetos y grupos
sociales existentes detrás de lo “obvio y naturalizado” favorece el quiebre del
sentido común construido y recreado mediante discursos universalizantes
devenidos del capitalismo. Ese que legitima la dominación racial de género y
de clase, tal como lo explica Apple. Se trata del sentido común que según John
Fiske “(…) se inserta en la vida cultural y política, y que resulta central en las
relaciones sociales de poder”.
Es por ello que esta propuesta aborda y visibiliza las relaciones sociales
asimétricas de poder, de sometimiento y de subordinación hacia las
comunidades originarias y los grupos sociales más desfavorecidos de nuestro
país en relaciones de trabajo, derechos e identidad. Esto se llevará a cabo
a través de la utilización de un tema musical, en tanto expresión artística e
ideológica que transmite y permite rescatar un pensamiento social y político
representativo de una realidad presente en muchos y muchas integrantes de
87
pueblos originarios. Además, se utilizarán otras fuentes periodísticas que
plasman estas desigualdades en las relaciones económicas y de trabajo a las
cuales son sometidos/as.
Objetivos
Propuesta
Primer encuentro
88
Venderé la última tierrita de colores, cansado de ser la diversión para turistas…
Mudaré mi poncho por ropas ciudadanas y con tono porteño encontraré trabajo,
seré un albañil, seré un basurero, tal vez una sirvienta sin pucarás ni lanas...
Iré desde mi villa al bar de los domingos y soplaré mi sikus para saber que existo…
89
Para concluir la actividad, invitaré al grupo a escribir un breve relato
poniéndose en el lugar de un niño o niña integrante de una comunidad que
se muda junto a su familia a una ciudad. ¿Cómo te sentirías? ¿Qué contarías?
Los relatos serán socializados en el siguiente encuentro.
Segundo encuentro
90
91
Cada grupo tendrá una nota, con el fin de promover un análisis y una reflexión
grupal de las fuentes para seguir profundizando en el tema abordado.
Kolla en la ciudad
Gea, Castro
92
La ciudad me duele cuando entona el himno,
porque en sus estrofas no encuentro a mis hermanos,
los mártires caídos por la tierra y la simiente.
93
¿Quiénes somos?
¿Quiénes andamos por acá?
95
Mi nombre es María del Carmen Vargas. Soy profesora de enseñanza prima-
ria. Nací en Mendoza capital y, desde los 15 años, vivo en Neuquén. Hace 6
años, me mudé a San Martín de los Andes, ciudad de la cual me enamoré. Ac-
tualmente, trabajo en la escuela 142, Juan Galo de Lavalle, en primer grado.
Soy mamá de dos hermosas niñas y estoy con mi compañero de vida desde
hace 22 años.
Mi nombre es Luisa Iral. Soy nacida y criada en San Martín de los Andes.
Desde el año 2001, trabajo en los CDI barriales de mi localidad. Actualmen-
te, estoy en el CDI Pichi Rayen y coordino talleres en el Consejo de las infan-
cias - CDI Semillita. Estoy casada y soy madre de 3 hermosos hij@s. Hace 3
años, falleció mi único hijo varón y realmente, para mí trabajar y rodearme
de infancias ha sido mi gran terapia en este proceso tan difícil de la vida. Me
gusta caminar por las montañas, acampar y todo lo que tenga que ver con la
naturaleza.
Soy mamá de dos hermosxs niñxs que me llenan de amor y hacen que mi
camino siempre sea más ameno.
96
Soy María Julieta Sánchez. Desde el 2009, trabajo en el Profesorado de Ense-
ñanza Secundaria en Lengua y Literatura que ofrece el ISFD 3 de San Martín
de Los Andes. Allí estoy a cargo de Gramática II y de Didáctica de la Lengua
1. Soy profesora y licenciada en Letras. Elijo vivir en el sur neuquino junto a
mi familia desde hace 17 años.
Soy Victoria Guerra, bisnieta, nieta, hija y hermana de maestras. Maestra por
elección y vocación. También, por herencia.
Mi nombre es Azul Nigro, nacida y criada en San Martín de los Andes. Soy
docente de Educación Primaria desde hace 2 años y cocinera profesional des-
de hace 6. Actualmente me encuentro trabajando en el Hospital Dr. Ramón
Carrillo de nuestra ciudad pero mi corazón siempre está y estará en las escue-
las con los chicos y las chicas.
97
mirada del otro, esa que irrumpe aquel paisaje invisibilizado que casi siempre
es de calle conocida.
98
Bibliografía citada
99
de los Derechos Humanos). Río de Janeiro: Revista Iberoamericana de educación, pp.
49(1), 19-57.
Gordillo, G. y Hirsch, S. (2011) La presencia ausente: invisibilizaciones, políticas
estatales y emergencias indígenas en la Argentina. En Movilizaciones indígenas e
identidades en disputa en la Argentina: historias de invisibilización y re-emergencia.
Buenos Aires: La Crujía.
Herrera Flores, J. (2008). La reinvención de los derechos humanos. Andalucía:
Atrapasueños.
Lopes Louro, G. (2019). Currículo, género y sexualidad. Lo “normal”, lo “diferente” y lo
“excéntrico”. Río Grande Do Sul: Descentrada, p.3.
Ministerio de Educación y Deportes de la Nación (2016) El pueblo mapuce en
Neuquén: ancestralidad, vigencia y proyección. Ciudad Autónoma de Buenos Aires:
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Ogoró, L. (2009) La representación de la negritud. Revista el Monitor N°4. Buenos
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Índice
Presentación 5
Interculturalidad, infancias, escuela: ¿desde dónde nos
preguntamos quién anda ahí? 7