MONGO

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MONGOLIA

NARRATIVA

SEUDÓNIMO: Lee Morgan


Pan mojado

Tenía que contárselo a alguien. No lo pude evitar. La veo alejarse. Lo hará otra
vez. La casa de mensajes. La sigo un trecho después de despedirnos. No tiene
caso. Masajes. No mira atrás. Tengo que dar toda la vuelta al palacio. Quién
iba a decir. Es tu novela. Negra. Camina bastante. No me ve. No le hará mal la
comida. Al volver me detengo en una parada. Yo también tengo que trabajar.
Alguien me pregunta si estoy bien. Sí. Hay polvo de oro en el aire para mí. Si
lo ves de afuera es así. Muchas personas mirando en una dirección. Al borde
de la calle. Se inclinan como para oír mientras no viene nada. Money...
Suspendidos en esa espera...flows... Como colgando... to you. Como a punto
de dejarse caer. Polvo. Mientras una de esas figuras es sacudida. Como un
trapo en la cuerda. Una prenda olvidada. No me di cuenta. Temblaba. Afuera.
Sólo se detuvo para llamar a esa puerta. Los mensajes subliminales funcionan.
Me quedé junto a los obreros que también miraban. Claro que no lo esperaba
así. Money comes monos. Ya ves que no hay virtud en la pobreza. Y
murmuraban algo que no quise oír.

Voy a repetirlo hasta que lo entiendas, no sé para qué. Estamos en el bar,


obviamente. Con los ojos perdidos en la fuente con la ensalada, las milanesas
completas que nunca terminamos. Sólo me quebré como un plato, dijera aquél,
qué crá, craquelado, crack up.

Pedís más mayonesa y aprovechas para decirme que no me preocupe, a fin de


cuentas, estás preparada. Aquí va la pausa que hiciste. Mirabas una parejita de
viejos en otra mesa. No tenías que decirme que pensabas en nosotros.
Cuando sonreís cualquier otra idea es desplazada. No tiene cabida en esa
apabullante belleza. No quiero llorar y vos ya me lo tenés prohibido. Uso los
ojos de limpiaparabrisas en modo rem sobre el plato, ralentí porque no quiero
que te vayas. Será éste el capítulo uno. Es difícil escribir en un celular. Hacer
de esto un cuento de hadas, fairy flesh. Atardecer de oro en un bar que nunca
nos gustó, pero está junto al hotel colonia. Necesitamos la plata, decís. Las
mesas con gente que va al bodrio teatral de al lado. De afuera es así. Una
pareja que parece que se está separando, pero no. Alguien te oye decir No es
un velorio che. El almuerzo es caro. Todavía no saben que él se quedará sin
trabajo. Pasar las hojas del diario. Leve Autumn leaves. Algo se hace pedazos.
Hay que juntarlo a paladas. Sin perder la elegancia. Silenciosamente. Les
feuilles mortes. Una canción que se nos parezca. Chanson triste. Triste Maison.
La casa de citas. No podés llegar tarde. A ella no le gusta cómo canta, pero le
da gracia. Inventa historias sobre el personal del hotel. Ella sí tiene gracia.
Siempre es el centro de las miradas. Apura la cerveza y se va con un tipo que
la sigue. Quisiera silbar algo tras ella, cortejarla. No te vayas. Pero es tarde.

La carantoña, por si no sabes, es una planta de tallo y hojas robustas. No. Así
no.

Tenía que contárselo a alguien. No lo pude evitar. Podríamos ver esta historia
a modo de guiñol, con un par de monigotes escenificando éste drama. Un
retablo, o una casa de muñecas. Una miniatura. Una cose fallaci, si, con juegos
de sombras, breves escarceos, claro, como un truco de magia, para decirlo por
lo bajo, un pathos al ras, sin mucho vuelo, pero conteniendo, sin achicar, pero
reduciendo el efecto, el cachetazo. Para distraer. ¡Allez hop! ¡Titiritero, allez
hop! de feria en feria.
Ya puedes poner la otra mejilla. Sin besos, dice ella, van señores de galera,
dice, para distraer; claro que los besos son para vos. Si vieras su boca
entenderías de qué te estoy hablando. Si lo ves de afuera es así. El fantoche
niño quiere llorar, pero es de trapo. No sostiene un pañuelo, sino que es
sostenido por un enorme pañuelo que lo embolsa y lo tira por los aires, goya no
tiene goyete, de la mano de varias damas siempre risueñas, que cantan sus
sueños y sus miserias y lo recogen y lo vuelven a alzar por los aires de polvo
de oro otoñal. El público aplaude, claquea. Es un mecanismo sangriento, pero
da sus divisas. Hace del cuerpo una púa, una manecilla implacable. Algo que
simplemente encaja, sin añadir nada, perfora una superficie regada, grasienta,
con un nombre de fantasía, por tedio y porque la piel de hada es así y así es la
pesca con caña con puppets y paseantes que hacen de ella su lonja por un rato
por un puñado de parné. Y la que comía el pan conmigo alzó contra mí su
calcañar.

Es la misma escena de siempre. Estamos en el bar, tomados de la mano, te


miro, no te vayas. Sé que es una chorrada, pero es así. Como un niño
asustado en un carrusel, mientras lloro, ¡Mientras lloro! El oro en granos o en
lágrimas, lo mejor y lo peor de la vida es el mismo instante de intermitencia, de
nacimiento y muerte; tan fuerte es la falta que te empuja al sinsentido de la
existencia sin el otro, su nombre es un eco, un sueño dentro de un sueño.
Tenés que entender por qué elijo permanecer ahí, estar presente ahí, no bajo
la forma del tiempo sino donde yo soy ésa mano que te aferra que tiene fe que
no necesita tener más nada porque está dentro del hecho inmutable de estar y
ser contigo para siempre el instante amoroso irreductible que no es antes ni
después porque es con nosotros al mismo tiempo que ocurre todo no poseo
nada más que ésta libertad donde aquí y ahora es una cualidad del afecto que
no se desprende ni cae en desuso en el eterno sentir y estar contigo en la
mesa del bar.
Hay una leve bruma broma infinita brahma gelada dijera aquél, nube nube
nube, o espuma en la playa dorada. ¿Y si no son nubes? El tiempo se ha
encrespado. No, curvado. Las nubes toman la forma de tu miedo, te han
aconsejado mal y el sol se ha ocultado por desquite en el requinto de la
tristeza. No esperes más señales. About: blank. Siendo un títere, ya puedes
creer en la teoría de cuerdas. Mira la otra mesa, la de los viejos. ¿Y si somos
nosotros? Quiero ver el registro de las cámaras de seguridad. Cuando
entramos. Cuando salimos. Dónde doblamos.

Yo pedía por estar en el ojo de la tormenta y que viniera el diluvio y sonaran las
trompetas y que se frustrara tu gestión laboral y que nos diera tiempo de llegar
a viejos para venir al bar y apiadarnos de la gente joven, los que sueñan o
rezan en la bañera. Se confunden las noticias. Estamos acá o en tu casa, O
mundo e um moinho cantaba en el campo haciendo girar la manivela, juntando
calabazas, las hormigas no van a un noque vacío, vos decías ya cerré esa
puerta y te creí, ocultando el vino que no podías tomar. No jures por la luna te
decía, no gilés por un lunar, decías vos, siempre igual que yo que vos que vos
que yo, dos aullidos en una carta, la mandíbula como caja registradora, el iris
lleno, algo huele mal decías siempre olisqueando el pasto las gotas de semen
sobre la tierra húmeda.

Yo corría a comprar la gotita para tus botas de cuero. Era el capítulo dos. Se
despegaban por la lluvia y el agua que se juntaba allá en Canelón chico.
Esperabas recostada al muro del jardín. Justo cuando íbamos a buscar la niña.
Vos levantabas con gracia la pierna y yo vaciaba el pomo con aplicación,
arrodillado, sosteniendo tu pie, como en la Cenicienta, rogando que no se
despegara. Como te gustan tanto las botas, yo las asociaba con las zapatillas
rojas. La gente miraba. ¿Qué asociaban ellos? ¿O vos?
El loto crece en el barro, eso es lo que siempre pienso en estos casos. Escribo
buscando dar voz a tu silencio y doy con más preguntas, es lógico. O no. Quizá
me quedé sólo con la zapatilla en la mano y vos pasaste al otro lado del muro.
Quizá el fetiche que tanto temía podía convertirse en un talismán. Dabas
vueltas y vueltas y yo, pegamento en mano, te quería fijar al suelo, como una
estatua de sal. Te decía no mires atrás y era yo quien miraba. Me endurecí,
como quien mira a la medusa.

Es tarde cuando te das cuenta. Estas adentro. Hay tres sillas giratorias
ocupadas frente al espejo, se terminó, te abandonaron. ¿Sonríen porque es un
número para la gente que pasa? Tu papel es secundario, bolo entre bolas de
pelo, minutos en el banco de las revistas, desentonas, hace rato que no sos la
novedad, como una borla de Fraile en la peluquería, desentonas y te acordás
de su pregunta, ¿no es bola? Como azúcar en las manos, las palabras,
perdido en otra cultura, enfrentado a las promociones, siluetas en los
secadores, también vos podrías ser un auto desguazado, la guasa, el olor a
pelo chamuscado es como el olor de la culpa, aunque recortada, la máquina de
la timidez, quisieras evitar el lavado. ¿Qué me habrá querido decir? Es tarde.
Nunca le regalaste ropa interior. No es seguro que te atiendan. Hay tres sillas
giratorias. Un espejo. Ya pasó algún tiempo. No podrías con ninguno de esos
peinados nuevos. Además, tenía que contárselo a alguien. No lo pude evitar.
La veo alejarse. Lo hará otra vez. Son sólo recuerdos. Que tienes que olvidar.
Cierra los ojos. Descansa. Apunta. No olvidarás esta noche. No has pegado un
ojo. Nada has pasado por alto. Nada escapa a tu atención. Cada detalle. Cada
recurso. Cada digresión, es historia, un dato más, sujeto a confirmación, ha
sido tu presa, otro apunte. Y luego otra hojeada rápida a tu papel. A tu papel en
blanco. Quisieras evitarlo. Descansar. Dejar enfriar ese asunto. ¿Importa
acaso? Pero la única pregunta de la noche, ya sabes.
Hay algo, sin embargo. Poca cosa, pero cuenta. Y es que hay algo que te falta.
Apunta bien. Presta atención. La tensión es lo que cuenta. Sólo que no has
pegado un ojo. Y necesitas dar en el blanco. Apunta. Que no se te escape.
Debes ir acotando el espacio. La noche toca a su fin. Asegúrate de no dejar
espacio. Marca tu territorio. Y la tendrás cara a cara. No vas a creerlo. Su
aliento y el tuyo se fundirán. Y cambiarán miradas de tal modo que ya no
sabrán... Asegúrate de no dejar espacio. Cuida tus redes. Si cedes sólo un
poco de terreno estarás perdido. Usa tu olfato. Concéntrate en el espacio.
Debes confundirte con lo que te rodea para ser uno con el espacio. Debes
escudriñarlo hasta copiar su movimiento a la perfección. Y confundirte con sus
pasos. Pero no lo dejes hacer. Piénsalo. Luego toma el espacio. Hazlo
pequeño. Si lo ves de afuera, podría ser un retablo, o una casa de muñecas.
Cacería de muñecas. El hada de las muñecas se baña dos veces en el mismo
río. No quiere ser vista. Una obra de arte en el piso. Cierra los ojos, no mires.
Si vacilas, ya sabes. Estarás de nuevo hasta el cuello y no olvidarás esta noche
de perros. Será otra noche en blanco.

Blanco, blanco, blanco, así perderá intensidad. La noche toca a su fin. Por
bueno, blando. La noche acaricia la misma pregunta. No hay color. No hay
elección. Sólo un blanco errátil. En el que nadie da. Por el que nadie da nada.
¿Cuál es el papel del sueño? Otro papel en blanco. Asistimos a la
decoloración... de todos tus pasos... hasta aquí. Estaba sofocado. Buscaba un
remanso. Apartaba de mí los arbustos y el cansancio me hacía pisar las
flores... No iba armado, hada, hado. Ella estaba sofocada. Tenía una pesadilla.
Estaba frente a su camilla de trabajo. Su nombre de fantasía era Mortaja, no,
Morgana, ninfa de las nieves y las morgues. Estaba encargada de maquillar el
duro rostro de la muerte. Una vez más, disimular un poco la gravedad del
asunto, hacerlo más liviano, feérico.
Escupe en la boca del muerto, el hada de los dientes, fecunda el más allá del
flagrante goce de los cuerpos que agotaron la sombra, el telar del antimundo,
ese espacio flotante multiplicado con excesiva aplicación actoral y coro de
gallos degollados, yo no estoy ahí, decís, es sólo mi cuerpo, y una banda
sonora también a destiempo colabora con la escena y el desánimo general.
Cerrás los ojos. Para vos suena la claqueta, pero hay demasiado olor a
desodorante y regusto a chicle. Todo tan blanco, con su blanca palidez, así que
le das color y es otra carantoña, caricia inválida en el tallo estallada en ojos en
hojas y trozos de carne volatizada. Pero vos le sacas dramatismo, decías Yo
asistía a una función que estaba tan mal escrita que me eché a reír. Afuera los
perros ladraban a la luna. Los amigos llamaban a coro. Los amigos y los perros
confundían sus voces. Yo le tapaba la boca con las manos. Como el hada de
mi historia. Ella se cubre el rostro con sus propias manos.

Luego viene el tercer capítulo, más de lo mismo, pero contando con que nos
hemos dejado llevar por las últimas novedades, los consejos familiares, en fin,
la atención en los acontecimientos mundiales, estableciendo vínculos
insospechados, tomando distancia por las dudas, por prevención, remontando
los recuerdos, arrojándolos como haría un ave carroñera con su presa, damos
vueltas al tunal, dijera aquél, a ojo de pájaro, cae la sombra, sobre la misma
escena vista de arriba, hecha trizas, como uno de esos espejos que has roto.
Wait please...

De arriba se ve como un tablero. Las damas o un crucigrama de esos que


hacíamos. Cuadrados, celdas, grillas, o nichos o camas, y sujetos como fichas
o naipes o dados, o hados y hadas. Click the red dot, doll. Juegos de mesa o
de rol, rodando, like a rolling stone. Endurecidos, los fiolos rockeros, aves de
mercado, concretando un pase, de fan a funambulista. Dándoles cuerda a las
jóvenes promesas como a un juguete. Como buenos hinchas, buscándoles
partido y a dormir a la red. Hasta que algún nene las haga pelota.

El juguete en la cuerda floja. De arriba parece un cuerpo que flota, es sólo el


cuerpo, decías, despojado, pluma de un ala de un hada de club nocturno. Yo
no estoy ahí, decís. Es un juego. Una representación en la cual nosotras
apenas colaboramos, como un apuntador, trabajando en segundo plano,
espectro de respuesta, la sombra que cae, que proyecta otro en la suite
espectral. Yo estudié, decís apretando el puño. Sólo que acá te pagan en el
día. Juventud divino tesoro en el fondo del mar. Las aguas oscuras guardan los
secretos a las hijas de Poseidón. Tuyo es el reino del subconsciente que al fin
te pedirá cuentas. El cuerpo se entrega, flota como carnaza. La identidad se
pierde en la descompresión. La mente viaja en una burbuja. Los recuerdos
podrían filtrarse en la superficie. Ser los de otro. La vida de cualquiera. Tu
papel aquí tiene tanta letra, ríos de tinta y tantos bytes y mordidas y el
cardumen de información es tan denso que se ha independizado ha tomado
forma para sí como una inteligencia artificial que va desarrollándose hasta
alcanzar una voz propia, una intencionalidad no siempre amigable. Un androide
puede brindar todo el día sin rastro de resaca mientras espera órdenes, dice un
espectro de suite. Sin rastro de nada. Encuentros ocasionales. Zonas privadas,
sensores, dispositivos discretos, ensamblaje perfecto. El sistema funciona. El
cuerpo ejecuta, opera de memoria, la traviata digital, las camelias virtuales del
chat. El cerebro bien, salvo algunas lagunas, deshuesadero de ninfas. Ninfas
botadas como botes viejos. Ya nadie a la mesa, desmanteladas. ¿El espíritu?
Lighting fast payment. También online. Todo monitoreado. Llegas a abrazarme.
Te apuras a preguntar ¿Qué hiciste hoy?
1

Telón rojo, vudú blanco. Aparentar, mirar a través del agujero viril, fingir interés,
como por una ranura, el otro lado del sexo. Pretendo estar solamente allí, en mi
sensación, Mefisto, deslizando. A veces se ensaya demasiado. Uno ya ha dado
muchas zancadas, de un lado a otro, escupiéndole en el rostro sin querer a
algún compañero durante una réplica a destiempo. En fin, los nervios son los
que balbucean, los que dan coces... Ahora estoy solo en la escena. Ahora es
ayer, hoy y siempre. En el escenario. Veo el sillón. Usado en viejas comedias.
Cargado de sensaciones inútiles. Ya se sabe cómo es esto. Deambular por los
fenómenos, corroborar el aliento en el espejo, evitar argumentos, revisar
apenas un apunte, visitar sólo la instancia mental erótica, el núcleo
desmaterializador. La peor de las tramas, la trama social.

Atribuyen todo a mis manías. Es cierto que no se me da el gesto caritativo,


doliente, oloroso, la filantropía culera de los que todos los días quieren más
amigos. Acepto mi parcialidad, mi desdén por seguir la corriente. Me arrincono
para no oír, me atrinchero para defender mi posición, mi objetivo es, sí, sólo
aquella pequeña parcela, no quiero nada más que esa partícula que se pierde
del resto del polvo, que se aleja para siempre del haz de monótona luz. Un
retiro, en fin… No voy a pensar en jubilarme de ésta mierda.

Me zumban los oídos. No quiero escuchar más patrañas en honor a no sé qué


compromiso, qué orden, qué correspondencia. Existe sólo un orden de cosas y
se corresponde únicamente con el aburrimiento manifiesto de todo lo que nos
rodea. Con el bostezo del universo frente a ésta alimaña pretensiosa cuya obra
es una estafa y cuya podredumbre ya ha tomado todo el mundo imaginado.
Nada puede hacer el médico ni la terapia excepto currar con el miedo. ¿Que no
estoy bien? ¿Y quién lo está? ¡Pero si es una carrera de rengos! ¡Y si no
ganaste nada con tus desgracias, si no conseguiste que nadie se apiade de
vos, porque al fin el que no llora no mama, tranquilo, aún nos queda el arte!
¡Fingir! ¡Saltar en una pata por cualquier tontería! ¡Optimismo! ¡Actualización
constante, movimiento, a qué esperar? Adelante. No importa de qué se trata,
sólo haz tu parte y corre. El efecto. La bomba. Mientras los otros exponen sus
miserias hasta sangrar las encías.

Escupe y corre. Te corres, viejo, te corres rápidamente, sin riesgo y sin


vergüenza. Sólo tiras la cuerda como el vaquero que tira la cuerda de su
caballo y siempre encaja en el poste. Siempre hay poste y siempre encaja.
Sólo que vos no tenés tiempo y te llevas el poste de tiro.

No estoy pasando letra. Sólo recordando. Mientras manoseo las cosas de la


escena. Aquí construí con esfuerzo mi personaje. Le di una voz. Descuidé mis
asuntos personales a favor de su crecimiento. Descarté las tendencias vulgares
de la vida de cualquier adulto normal para permitirme jugar un rato más con él.
Jugarse todo. Darse por entero. El peligro del actor jugado en la escena. Sí.
Ésta máscara me estaba esperando. Miro a través de sus ojos. El miedo se va.
Tuve que vendarme la cara para contraer un único gesto. Éste es mi rostro.
Ésta mi verdadera historia.

2
Dos elefantes… se balanceaban…

Estoy al revés. Doy vuelta las cosas apenas noto que conspiran contra mí,
guiándome en la luz de un orden que no es el mío. Soy un agente del mal si mi
pasión desordenada me marca un ritmo, si mi tortura es una enfermedad que
me eleva a la esencia de las preguntas. Soy yo quien establece el pacto. Yo
quien le doy al diablo el nombre que quiero.

A nuestro asunto. Noto que no dejo de restregarme las manos. Las siento
grasosas. Y cierta comezón en los cantos. Un hongo. Los nervios. Y éstas
vendas. En fin, que me instalé aquí. Tengo todo lo que necesito. Prefiero que
no me vean sin las vendas. El hombre que presta su identidad por debajo es
insignificante. El actor con el rostro vendado no es un hombre. Es un acto de
sacrificio humano, una medida de valor y de superación.

Trato de explicarme y es un error. Intentaré reproducir el drama incorporando,


según las escucho, las voces de la compañía de actores. El grupo, quiero decir.
Mis expresiones también están obsoletas, lo sé.

No vengo a hablar de la obra que el público ya conoció sino de algunos


acontecimientos que la hicieron posible en el acierto y en el error. Las ideas de
traer a escena las figuras de El hombre elefante, el síndrome de down y otros
alias destinados a la periferia de la vida social han acabado, como suele
suceder, por atraer la miseria al centro mismo del espectáculo. El hedor de los
culos de los actores más ambiciosos trepando para alcanzar su coco, su
pepita, sabe Dios qué goyete quieren tirar para sí, insistiendo, sacudiendo los
muslos como aquella bailarina de ballet perdida en el cabaret, luchando con su
resfrío y con su luego nos vemos.

Son los primeros ensayos y se perdonan, como todo. Aquél catafalco


perfumado con el sudor de las más jóvenes y todos alborotados, doblados
sobre la premisa del director, dando estertores de cerveza y traqueteando en el
montaje de una escena de cine mudo, a falta de letra, fondo y forma, runrún de
los cuerpos, hozando el piso sucio y frío, corriendo un ropero, un colchón
comunitario, la maquinaria trasnochada, la mirada legañosa, viral, hasta que no
salga no nos vamos, las llamadas inútiles de los novios, y mañana ni parecido,
pero ya volverá, porque uno se cansa de todo menos de lo rebatible. La gracia
es que no todo el monte es orégano, algunos saltearán el madrugón, por la
resaca creativa, persuadidos como están, es decir, atraídos como vienen por el
olor a muerte de algunos escenarios.

Iba a llamar éste rejunte de apuntes El desierto de Gobi. Me gusta el nombre,


además de todo lo que sugiere el desierto. Los espejismos. Por asociación
llegué a Mongolia y me quedé con ese porque se impuso. Además, estaba en
la obra la pregunta de cómo se llamaba a la persona con síndrome de down.
Es curioso ver cómo cualquier bruto se escandaliza o se pone serio frente a un
tema políticamente incorrecto mientras que cualquier estupidez o grosería de
uno de éstos idiotas que se cree normal es social y culturalmente aceptada y
aplaudida por todos. Mongolia, entonces. Más que nada refiere a un sitio. Un
lugar difícil de explicar en dos líneas. Por eso me tomo éste trabajo. Se trata de
un estado. Cuando uno es el extranjero siempre. Entre tanta gente. Tanta vida
ensimismada. Sin hallar la lengua materna. El lazo nunca es demasiado fuerte.
La extranjería. Y traducís, como yo, otros códigos, allá, lejos. Los de la
verdadera vida de la carne y el espíritu. Es así. Y quizá lo explicaría mejor con
marionetas. Sonreí cuando me dijeron que yo tenía una voz de ultratumba.

3
Compraron el sillón viejo para la obra. De paso lo adornaron con no sé qué
tragedia que se cernía sobre él. Eran dos varoncitos que se había agenciado el
director, recién salidos de la escuela oficial de teatro. Vivían juntos en
Montevideo. Eran del interior. Lo compartieron todo como buenos colegas y
amigos hasta que surgió el clásico asunto de polleras. Luego ya no se hablaron
más. En los ensayos y reuniones que compartían, necesitaban una especie de
intérprete, testigo de aquél duelo de mimos. La muchacha de en medio se
cotizaba en alza, había entrado en La Comedida Oficial, así que las diferencias
eran más bien regodeo entorno a la figura, un andar de pajaritos tras las migas.
Un día le tiré un libro por la cabeza, a la fifí, que no es mala, en un asunto de
borrachos que ya todos disculpamos, aunque es código que el amigo olvida,
pero el colega no. Así hace uno su currículum vitae.

Estoy a favor de tensar los nervios. Como ejercicio. Para estar en forma. Éstos
papeles son como unos diarios que un vago se tira por arriba con la ilusión de
no morir de frío. Yo me tapo con ellos para darle forma a éste hombre invisible.

A éste espantapájaros que te mira. Sabés cómo es la mirada de un


espantapájaros? Sustraído de cualquier poder. Opero por omisión. No
represento para vos. Nada sustancial. Nada físico. Sustraído de cualquier
poder. Irreductible. No te haré ninguna escena. Envuelto en otra materia, sin
previsión. Apenas algo que te mira y no se pronuncia en el entendimiento. Sólo
vive cuando una ráfaga. La mirada de un espantapájaros… Sobre nada quería
reflexionar yo. Es mi cuerpo. Aquí o allá. Mi pobre cuerpo buscando. Mi cuerpo
expresado aquí como error, como nota disonante entre lo uno y lo otro, entre lo
más natural y lo más artificial. Y de tal relación surge la voz que busca encarnar
en algo que no es natural ni es artificio. Un espantapájaros es algo vivo. No
grita, pero espanta.
Había mucho que hacer, en la obra. Para la obra, por la obra. Comienzan a
surgir las necesidades de producción. Que esto, que aquello. Y las cifras
empiezan a superar en número a las ideas. Ya ves que el arte no está exento
de ésta regla. Son personas. Actores. Gente que tiene su currelo para
dedicarse al teatro. Carlos, por ejemplo, se gana sus aquí tienes contratando
actores para eventos. Ya se sabe, disfraces y serpentina. Ruido de perras y
tragaperras. Royendo la alfombra. ¿Quién está de particular en una sala de
juegos? Las chicas lindas del casino también van de paisanas, siguiendo al
hombre que sigue la suerte… Una de Mario Puzo.

En fin, decía, nuestro Carlos, se hizo el tesorero, o algo así, de nuestro grupo.
No sé. La parte contable. Soy un viejo de otros tiempos, disculpen mis
expresiones. Carlos, mientras tanto, es joven y emprendedor. Lo rige la
naturaleza del cálculo, sin duda. Pongamos un ejemplo. Una vez, cuando no,
programaron una serie de fiestas para recaudar fondos. En la casa de Carlos.
Los menos simpáticos metimos unas horitas de porteros o fregaderos. Al fin de
una de éstas noches, entre el vaho mesmerizado que dejaron aquellas hordas
de sacudidores, atraca barras y estudiantes de bellas artes, pude ver a Carlos,
en su labor contable. Después de todo no le caían tan mal, las gentes que
dejaban su dinerillo, al mozo. Sólo le faltaba la balanza. Quién sabe si no se
tragaría sus ducados, por el placer de cagarlos. No es fantasía mía, ¿eh?
Soñaba con su elefante blanco. Yo sólo lo vi muy ocupado entre la montaña de
billetes y monedas. Dejé un poco el lampazo y quise ayudarlo a contar, pues yo
también tenía oficio en la tesorería de una lúgubre industria que no quiero ni
mencionar. Bastó con la intención. El croupier cerró sus brazos sobre la
recaudación como un bebé hacia su madre y corrió a echarse llave en su
cuarto que por cierto era el más majo de la casa… El director le había dado
aquella responsabilidad, parece, así que nadie tuvo objeciones.

A fin de cuentas, el dinero que surgió aquí o allá se vio repartido en forma de
más fiestas y más tintineos de botellas y perras y tragaperras, ducados y
cagaducados, entre tanto le dábamos que hablar a la gente, con tanto ingenio.
Lo mismo todo el año es carnaval.

“Esto es obra de mi padre”, decía Carlos.

- Tu hermana dirá lo mismo, decía yo.

- “No tengo hermana”, decía.

- Tu hermana eres tú.

Un detrás del decorado, algo tenebroso, fenómenos residuales, David Lynch


diciendo “Me gusta ver salir gente de la oscuridad”. Pero no el efecto, el
material psíquico que depositamos en nuestros intentos creativos, los cambios
de estado, las breves transiciones hacia una nueva forma, exorcismos, rituales,
desplazamientos y giros en el sentido para terminar siempre en lo que uno es a
pesar de todo, algo arcaico, más bien duro, el entramado de la ficción está
hecho con tus palpitaciones, tus infantiles temblores.

Hablando de temblores. Un episodio nervioso, hace poco. Apenas. Un breve


ataque epiléptico, creo. Eso. Uno cree en las enfermedades. Las ve. Como
antes veían a los dioses mitológicos. Escucha sus mensajes en clave. Hace
semanas que nadie te escribe o te llama. Escuchas la voz del desierto,
corolario de tus correrías. Surge entre el polvo, las ruinas, la arena de los
idilios. Allí se recorta una figura, entre las dunas, el sol bien alto, ovillo ardiente
arrugando el aire, la visión difusa, luego de algunos malos augurios, la
garganta seca, justo ahora, qué decirle al dios que llega.

Salvo que te dio la pataleta. Estrés, angustia, falta de ejercicio, hernia de disco,
dijo el doctor. No hay lesión en el cerebro. El cuartel está a salvo. Y la
gobernanta aun es sexy y viste de gris. Camina. Sigue caminando. Deja el
cigarro. ¿No fumas? Empieza a fumar y luego déjalo. Que sepa quién manda.
Los mandatos, claro. Lo de siempre. El hombre de blanco, bajo juramento
hipocrático, es la puerta a los laboratorios. Nunca estás solo. Están las grandes
compañías. Le recordé, el arte es largo, la vida corta, la ocasión fugaz… Él
apenas me vio, los ojos en las recetas, la mano dirigida por otro, a
enloquecidos trazos, garabateando mi porvenir, en la lengua de los médicos.
Yo aproveché y le dije, Doctor, se trata de un sueño recurrente, este dolor de
columna, del cuerpo todo y acaso del alma, con perdón. Le explicaré. Algunas
veces me despierto, luego de una pesadilla, algo muy vívido, sintiendo que me
falta algo. Más allá de la experiencia onírica interrumpida.

Escuche y no me juzgue, pues está relacionado a la hernia de disco. El dolor


en el rabo, los ataques eléctricos, casi en el cóccix. Es algo serio. Excitación
nerviosa y algo más. Me levanto con una erección, regularmente, por la
intensidad de mis sueños. Una gran actividad, créame. Algo sobrehumano,
doctor. Sin rodeos. Se trata de algo que pierdo en el sueño y siento en la vigilia.
Un miembro. El rabo, precisamente, preste atención. El apéndice. El
suplemento que me falta. ¡La cola! ¡Sí! La extremidad animal y diabólica.
Terminada en una punta, un aguijón. Me duele. Me toco y siento que me falta.
Y me corre una electricidad por todo el cuerpo. Y me canso y espero la hora del
sueño para recuperarme. Y aquello se regenera. Se corrige. El mismo sueño.
La vida sensual retorna a la escena del crimen.

Algo rengo, entonces. Sí. Cojeo un poco. Lo advirtieron rápido. Tuve que fingir.
Decir que era parte del personaje. Cada vez me dolía más, de tanto arrastrar la
pata. Con el traje gris, descocido por todos lados. Repleto de alfileres invisibles
que siempre están molestando, insistiendo con una vieja historia. Un viejo
rencor de la carne. Responsabilidad de un sastre enamorado de un famoso
actor. Cada uno a su arte, le dedicó un acto de magia negra. Dicen que el traje
apretaba tanto el cuerpo del actor, una vez puesto con total comodidad, que
acabó despellejándole en parte, o medida por medida, mientras intentaba
sacarse, con ayuda, aquél abrazo descomedido. Creer o reventar, a mí me
sienta bien, para el personaje, digo.
Algo incómodo, sí. Algo traidor. Me obliga a trabajar la atención. A meterme en
una historia que no es mía, fibra por fibra, hasta que es mía en cuerpo y alma,
con ese amor desmelenado.

Cuando conté esto, era de esperar, se preocuparon un poco. A ellos les iba
más la guasada, las anécdotas, coloreadas o no, pero sin efectos colaterales.
Así que hacían sonar el hielo en el vaso maquinalmente, el whisky de los
ensayos pues hace frío y el teatro es divertimento, que cante Luisa. Su número,
Natural Boy, pasado de agudos y burbujas blue eyes, bien a tono y sin
embargo, ay, el peligro otra vez, las burbujas explotan, y todos como en un
juego de niños, soplando para alejarlas, que estallen lejos, que no jodan el día,
el final del día, el término de la obra. No patinar, piso con lágrimas. A very
strange, enchanted boy…

“9. No llorarás en el set.” Un caso, Luisa. Nada de particular, al fin, pero algo
que pasa a través de ella. Cambiamos por coche nuevo, dijo el director cuando
llegó Luisa en lugar de una actriz que tuvo que bajarse, como se dice, del
proyecto. Los compromisos, claro. Una pena, porque era buena llevándose la
barra de chocolate a la boca, mordiendo en el momento justo, juguetona,
ensayos de invierno, decíamos. Hoy es madre.

Estuve ahí. Mi memoria falla. Estoy citando los nombres de los personajes.
Deslizando, acariciándome la barba, los pelos del diablo, y llamándolos por sus
sombras, sus dobles, a los actores, con el suave sortilegio de un Próspero
comediante, desterrado, apartado de su elemento, abandonado a las oscuras
aguas… Un actor inteligente trae ya su capa, y aún sin espada representa un
peligro…

La fábula es imitación, proyecta una cosa hecha, una acción concluida,


acabada, quiero decir muerta; es un acto de magia negra. Algunos actores
podrían, leyendo esto, temer más por lo que represente su sombra que por sí
mismos.

Esto de Mongolia, esto de los dobles. Ya verás el parecido. De muy chico


trabajé con mi padre carpintero. Hay que decirlo, los niños no le iban. Prefería
su propio muñeco de madera. Mi horóscopo lo dice, conejo de madera. De
paso, como un golem, me bautizó con su nombre en la frente. Y al taller, pues,
que hay que ganarse los frijoles y lo demás es cuento. El galpón parecía un
aserradero. En el fondo, tapados de viruta, estábamos los prematuros
empleados. Yo, siendo el hijo, debía dar el ejemplo y meter horas hasta por
simpatía en el torno, la garlopa, la sierra. Había que estar atentos o la máquina
te engullía. Agradecer que hubiera trabajo en serie y dele hacer sillas en las
que soñábamos sentarnos. Así comienza mi historia con el guiñol. Cuando
salíamos los pibes parecíamos hechos de serrín.

Era nuestra entrada al mundo de Oz. Papá estaba en su elemento.

Bellaco, tímido y cobarde como era, sólo podía soñar contando árboles
cortados. Así arma uno sus escenas. Padre hizo las muletas que me llevaban a
mi primer año de liceo. Yo era tan delicado y minúsculo que no tardaron en
romperme una pierna, aquellos golfos. No podía trabajar. Sólo ir a estudiar.
Una vergüenza. Tuvieron que cambiar de aula porque yo no podía subir las
escaleras. Era un salón improvisado en el altillo de una casa vieja. De todas
formas, había una invasión de murciélagos. Sacaba las mejores notas, aunque
jamás estudiaba. Tenía mis lecturas. Los compañeros cargaban, con once
años, sus mochilas de revistas pornográficas y sus caramañolas de grappa. Yo
trataba de evitarlos, pero llegaba a casa con aquella nota arrogante. Ni que
decir con las chicas. Una vez que me dejaban oler sus cabelleras recién
perfumadas, sus pieles tan tersas y rosadas, caían en la cuenta de aquél olor.
Hay que agregar que también encontraban sospechoso aquél tambaleo mío tan
particular. No estaba borracho. Temblaba en parte por la proximidad de ellas y
sus efusividades y más que nada porque todavía mi cuerpo no podía con el
frenesí de las máquinas del taller. Llevaba a todas partes, contra mi voluntad
aquél retumbar en mi figura de muñeco animado. Durante el almuerzo se
debatían los temas candentes, que eran todos y el único tema. Mi padre decía,
“¡¡No haber criado chanchos!!” “Dios colorado!!” Y se dirigía a su siesta. Para
entrar en sueño, para su única licencia de fantasía, leía la única revista que a
veces me compraba, porque era de su agrado, Conan El bárbaro. Y entonces
sí, cada uno a su arte, roncaba de lo lindo.

Hablaba de Luisa. ¿No? Trazos discontinuos, dijera el maestro. Descentrar el


sentido. Evitar el discurso… Tenés como 300 años, me decía la gurisa. A mí
me caía bien. Le hablaba del espíritu. Le preguntaba, con discreción, por sus
lapsus. Parecía influenciada por un mando a distancia. Como si escuchara una
voz que le daba órdenes. Podías verlo en sus ojos claros, permeables. Luego
volvía en sí. Retomaba. Desde el lado suave del asunto. Liviano. Risueño. Se
distraía con algo un segundo. Su blanca y brillante dentadura jamás se
replegaba. Un comercial sobre el entusiasmo. Un anuncio, pensaba yo, sobre
otra cosa. Sonreía demasiado… Sus amigos, la familia de actores, la traían a
tiro. Les gustaba el efecto que ella causaba con ese aire perdido. Le sonreían,
también, con menos brillo. Ponían sus canciones de Los Beatles. Hacían que
bailaban con ella, cruzando las rodillas. Quedándose un poco en los sesenta.
Chasqueaban los dedos y aullaban en ronda, pasando la botella y abrazándose
unos a otros, buscando el compás, con empeño, como quien busca una
identidad. Con disimulo.

Le hablaban de alguna actriz de cine. Alguna excentricidad. De los festivales de


teatro. Y vuelta a los abrazos. Siempre la acompañaban a casa.
Yo quedaba a mi suerte, liberado a la madrugada. Tenía que zapatear un rato.
Había que levantarse a trabajar, además. Me rascaba un poco, de los nervios,
y paraba a descansar. Siempre elegía la fuente de la peatonal. Hacía boca de
pez junto al chorro de agua. Me ensimismaba. Los zombies estaban al acecho.
Trataban de montar su número, también ellos. Su show de miedo. Si al menos
conseguían asustar a alguien se daban por pagados. Esos intentos los
tenemos todos. Yo sólo me rascaba, me preocupaba en vano. Ya casi sentía
escamas en el cuerpo. Pensaba en qué iba a transformarme. Buscaba mi
coraje, en aquél punto de la ciudad, en aquella hora. No dejaba de ejercitarme.
Me sentía como en un casting. Veía desfilar los rostros de la desesperación. No
escuchaba lo que me escupían en la cara, fascinado con la expresión que
alcanzaban aquellas máscaras. Las palabras sobraban, en el intercambio de
gestos. No les gustaba que yo permaneciera sentado allí, viéndolos hacer, en
su territorio. Pero al fin se encontraban con mis ojos y algo leían. Ya había
absorbido yo bastante material. Mostraba una resistencia extraña. Me dejaban.
Escuchaba el susurro del agua confundir su voz con el ajetreo nocturno.
Corridas, llantos, exabruptos de toda clase. Era su cuarto de hora. La policía
estaba a unas cuadras, velando por los turistas y las discotecas que atraían a
las faldas cortas. Esperando por su numerito, también. Yo tan sólo quería
aprender algo de todo aquello y los números se mezclaban en mi cabeza. Las
monadas al son de los Beatles, las efusividades y los tópicos teatrales, los
delirios alcohólicos y los atracos y los agentes del orden alzados, todos
haciendo el payaso, todos pidiendo algo. Algo.

El chorro de agua se erguía con cierta luz y el viento lo ayudaba a salpicar a


distancia, como si probara hasta donde podía salivar. Se sentía la única cosa
estable allí. La fuente, sin ninguna promesa, seguía ahí. Quizá también pedía
alguna moneda. Yo no quería cegarme con las candilejas. Quería ver los hilos.
Comprender el mecanismo interno del drama de la calle, el boliche y el ensayo.
No dejarme arrastrar. Considerar el borde.

Más allá de las reglas y la psicología. Ver el movimiento de las cosas.


Detenerme a escuchar al final de la escena. No correr en busca de otra cosa.
Esperar paciente a que la escena me regale su secreto.
Un éléphant, ça trompe énormément.

Porque me atrae, me repugna. Soy el flautista, las ratas. Y me conmueve lo


abyecto. Pintaré en cada repulsiva pelambre mi apasionado sino carmesí… Del
tiempo en que hacía performances… La de las ratas no la pude hacer.
Necesitaba ayuda, alguien más que me acompañara a buscarlas, matarlas y
pintarlas. Siempre actué solo. Pero ésta vez no me animé.

La palabra rata. Nadie quiere oírla, ni imaginarse… Apenas sugerida, es


rechazada. Se rompe la imagen. La cabeza de un lado y la cola del otro. La
rata rota. ¡Aun moviéndose! Una realidad exorbitante. ¡Irrepresentable! Le pedí
a una muchacha si me ayudaba con mi performance. Era nuestra primera cita
en un bar ruidoso. Tenía que gritarle para que me entendiera algo. En eso
cortan la música. Todos se dieron vuelta a ver lo que yo decía sobre pintar
ratas muertas… No vi más a la chica… ¡De nuevo un abuso tan grande como
un elefante! Una rata. ¡Aún muerta! Es una rata muerta. Hedionda. Una imagen
destripada, incesante. Arrojada a las llamas. A las tripas de la tierra. Jala
profundo. Y aún a nuestros pies. ¡Bajo las tablas! ¡Chillando, bajo nuestros
recitados! Ratas, ratitas, arañando allá al fondo del escenario. ¡Allez! ¡Música
de flauta! Pero no… El director pide corrección. Jugar, sí, hacerse el malo. Pero
nada serio, nada grave. No se puede agredir así a la gente que ha pagado.
Que viene a pasar un buen rata. ¡Perdón! Un buen rato. A pasar el tiempo,
vamos. ¡Olvidar! ¡Oublié! ¡Olvidar las ratas bajo nuestros zapatos lustrados! El
crítico que se duerme allí, en su cómoda butaca. Como si fuera cine. La
oscuridad nos abraza a todos. La sala, nuestro último refugio. Andamos suave,
con la alfombra.

Nadie escucha nuestras pisadas. Luego el crítico escribirá su nota recalcitrante,


mezclada con la farándula y otras páginas amarillas. Y sus lectores de manos
sucias de tinta y ojos amarillentos. Un triste espectáculo, al fin, las noticias, el
teatro. Pero ya ves. Tuviste tu dosis. Ya estás al tanto, y no te ha tocado.
Bastaba marcar tu asistencia. Estás a salvo de esa asquerosa realidad. De eso
que no se pudo mostrar en el teatro.

Laura le da de comer a los peces de la pecera que hay en la obra. Dos peces
chinos, de verdad, comunes. Decir dos peces chinos y decir que son de verdad
parece broma. Un poco de naranja, rojo y amarillo, como pajaritos en el aire
espeso, como una quinceañera multicolor, el pez japonés, le dicen. En fin, el
Goldfish tradicional, de casa de familia. Los actores se creen una familia. Les
gusta llamarlo Goldfish. Les gusta pronunciarlo, como sintiéndose parte del
cine de culto…

Para mí es lo mismo que un cuadro de paisajes de ésos que hay en las casas,
accesorio, insulso, viral. Como los cuadros de los hoteles. Ahora recordé un bar
donde hay una pecera repleta de éstos pobres bichos. Una vez estando allí nos
prohibieron cantar. No era un escándalo. Pero es uno de ésos bares que
parecen peceras… De afuera, la gente boquea de lo lindo, tú puedes ver
viñetas, espacios recortados, ángulos con mucha luz y sombras de gente sin
aire, pidiendo más agua… Laura Palmer y Bobby Perú son los peces de la
obra. Bobby, como nuestro director. Laura tiene los mismos ojos del

director. Siempre hay bromas de que son hermanos… Los peces dan una
vuelta y olvidan. Eso dicen. Laura es rubia y como el pez lleva los ojos como
bolas y los bordes redondeados. Su mirada de muñeca detrás de un vidrio,
¡occhi di cristallo!, ¡ay ay eyes!, como su carácter colorido, estridente, quiere
pasar al otro lado. Te grita desde su envoltorio, su presencia avasallante de
mujerona lúcida, sórdida y algo sorda, pues los gritos retumban en su caja, su
cage, busca su Sailor. Es lo que el director quiere, la enorme muñeca parlante
que sigue el camino amarillo, en el imaginario popular… de los hombres. El
bollo no vale el coscorrón, pero la voluntad de vivir y de contarlo nos hace amar
la tragedia, poner otra vez la mano en el fuego, estar en el horno, esperar otro
tortazo... Fraseo, recogimientos, más allá del lenguaje, espiral, esto sí,
¡paralelas! Algunas dulces violencias, robarse un cuadro de un hotel con una
escena de caza. Fantasías, representaciones mentales... Uno va de turista por
emociones o sentimientos que al rato tendrá que abandonar y ya tendrán un
dejo de artificio... Imágenes, imágenes de figuras que quieren contar, como en
la caverna de Platón. Todos terminan allí. Alfiler y máscara africana. Un silbido
y la conjuración se cristaliza. Ellas, suena familiar, no están ahí. Lo que hay es
afectación, copia, estallido sin objeto ni lucidez, gesto ciego, infantil, combativo,
jamás cerebral, ni celebratorio.

Idea Fleitas

Hola querida hija mía. Te escribo para contarte algo que ya sabes. Tu mamá y
yo estamos separados en este momento. En este tiempo, en éste lugar del
tiempo de los dos. Es historia para vos y está ocurriendo para nosotros. Ahora
estoy recordando cuando decidimos llamarte Idea. Yo quise hablar de Platón a
tu madre pero ella me llenaba de besos y tuve que postergarlo. Hace días que
no dejo de llorar. Tu madre querida no está conmigo. Qué voy a hacer? El
llanto no me deja ver con claridad. No sé si fue un sueño, pero te vi chiquita,
jugando en el jardín, y de pronto intuías algo, te detenías a observar cualquier
cosa en la lejanía, y en realidad estabas leyéndome, escuchándome, siguiendo
éste llamado, éste llano, éste calor remoto. Ahora sólo cuento contigo. Puede
que seas grande y de pronto tengas éste recuerdo de mi sueño o de mi visión y
te estremezcas como yo, sabiendo que en éste momento necesito tu auxilio.

Hija mía tu mamá está lejos y no quiere oírme, comprendes? Hace poco
hicimos la lista de invitados a nuestra boda. Entonces ella me abrazó y me dijo
que quería un niño, una niña, una idea amorosa como un puente que uniera
para siempre todas las realidades, pasadas, presentes y futuras y las colmara
de amor, porque ésa idea eras vos, fruto de nuestra más tierna experiencia en
la vida. Mamá se fue, mi vida, entiendes? Ahora estoy solo.

Por eso te escribo. Me siento tan culpable. Y a la vez un tonto por sentirme así.
Te extiendo mi mano. Idea, hija mía, yo te siento. Ya sabes lo que te pido.
Habla con tu mamá. Cuéntale lo que ves. Háblale de vos y de lo que estás
haciendo. Dile cuánto la amamos. Dios mío hazle saber que la extraño. Que no
puedo vivir sin ella. Sin ustedes. Sin mi razón de ser, sin mi familia.

Pataliebre

Cómo explicar imágenes a una liebre muerta. ( Joseph Beuys)


Melinda se llevó al campo a su novio. Estuvieron juntos un mes y se separaron
tras grandes quilombos que sabe Dios cómo entraron en tan breve tiempo. Los
últimos días de intenso calor habían auspiciado un verdadero asedio de toda
clase de alimañas en torno a la modesta vivienda rural. Ella fumaba
incansablemente sentada en el marco de la ventana abierta, encantada con el
principio de la tormenta y levantando apenas los pies descalzos para no pisar
los alacranes. Él la miraba a ella, distraído en la inútil tarea de barrer los
enormes sapos con la escoba.

A pesar de todo les gustaba como paseo la ida al almacén más cercano, que
estaba a varios kilómetros.

Siempre hacían alguna parada no tanto para descansar como para hacer
alguna observación oportuna del paisaje que contemplaban con admiración.
Entonces eran sorprendidos por las liebres que se cruzaban en el camino de
carquejas y chircas. No se sabía de mandrágoras por allí, pero a ella no le
gustó que la llamara Circe en algún momento, bromeando y gritando
Aquiiileeess al animal en fuga; Melinda estaba preocupada por su sobrepeso y
de pronto sentía aquel tramo como una carrera sin fin.

-La tortuga es quien alcanza la meta-dijo él. La constancia siempre vencerá la


arrogancia del más veloz.

Melinda odiaba esperar. Odiaba que la creyeran en un retiro y odiaba el paso


del tiempo y no estar en forma.

Su novio hablaba de detenerse en la sustancia plástica del pensamiento, en


buscar la verticalidad por donde el animal saltaba arriba y abajo al mismo
tiempo sin efecto, donde se perdía en un verdor que devoraba todo y devolvía
un recuerdo infantil, un amuleto, una paradoja. Donde la liebre estaba a la vez
atrapada en un lazo, en el alambrado, en una jaula, en un pozo oculto, con un
balazo, y libre y brillante y alzando las orejas… Y de aquella transición Melinda
sólo veía a su novio convertido en cerdo, a veces con plumas, cantando,
llorando, listo para asar.

Mantis

Dónde está Dios?- preguntó ella al insecto camuflado en la hoja del sauce. De
pronto, una hoja voló hasta posarse con delicadeza en su pecho descubierto.
Ella cerró los ojos para dejarse bañar por la cálida luz del sol entre los árboles
del fondo de la casa y escuchó su propia, verdadera voz: el niño está en el
sótano, donde sus padres han intentado dejar lo que no les sirve, lo que no
quieren ver. No hay luz, pero el niño no está solo. Todo está inmóvil pero el
pecho del niño o niña se agita sin control y la oscuridad se espesa, como si la
respiración del niño inflara una enorme bolsa negra que a cada instante gana
densidad y toma forma entre la borra de la maternidad, por entre el ripio del
rincón olvidado paternal. La humedad dibuja paisajes tan antiguos que aunque
el chico o chica no los vea lo llevarán a un sueño de alguien que no conoce el
tiempo y le muestra viñas y caballos en llamas, ollas podridas que emiten
oscuros cantos o frases rimbombantes imposibles de acabar, como una lección
escolar que no termina de aprenderse nunca. Siente la agitación del monte
como si los árboles rodearan y ocultaran también por vergüenza alguna riña,
algún combate donde un borracho arroja puñetazos al aire mientras suda, se
agita igual que el niño y vocifera y llora como un crío. La espeluznante criatura
del sótano ha cobrado vida otra vez y su proximidad es amenazante.

El niño o niña repite entre dientes el niño o la niña un niño o una niña tan sólo
un niño o niña ya no soy un niño ni niña que Dios me ayude. Pero tenía que
bajar, para ver qué había allí. Tenía que descender y enfrentarse a aquella
forma inhumana que no es niño ni niña. Tocar al monstruo antes de ser
devorado.

Acariciar la sucia y hedionda greña surgida de un cascajo, unas palabras mal


usadas por un niño o niña que no acierta a expresar su sentir y sufre y llora
desolado sin poder ver a nadie más, talvez otro niño o niña en la misma
situación, junto a él o ella, y junto al monstruo, la monta, el montaje, el mono, el
monólogo sibilante, la tara, tarasca, las difíciles palabras que no comprende un
niño, una niña, un alma susurrante que busca su voz en lo oscuro, su réplica
amorosa en la voz de otro niño o niña que también arde y llama y siente y sufre
y aprende y pregunta dónde está Dios.

En el bar

Estaba en el bar de siempre. Tenía la costumbre de ir allí luego del trabajo, a


tomar un whisky. Uno o dos, no más, y desaparecer. Pensaba en un montón de
excusas, como que me quedaba de paso o que un par de copas me facilitarían
el sueño después, aun cuando no tenía que darle explicaciones a nadie más
que a mí. Me quedaba entonces un rato en el sitio más apartado posible,
pasando las hojas de un diario y de cuando en cuando levantando los ojos
hacia el ruido de la gente. Afuera hacía mucho frío. Yo pensaba en

lo contradictoria que era aquella sensación de seguridad y bienestar que me


mantenía arrinconado por un montón de personas que ni siquiera se fijaban en
mí.

Ésta vez me llevó un buen tiempo salir del ensimismamiento. Quién sabe
cuánto hacía que tenía los ojos pegados al vaso vacío. Cuando aflojé la vista
salió todo el ruido del vaso otra vez. Me acordé de los perros, en casa. Un tipo
hacía un repiqueteo en la botella. Para él, sería música. Casi nadie vio a un
hombre con la ropa raída y orinada. No lo dejaron ir al baño y se fue,
murmurando algo para sí. En el centro del bar había muchas mesas juntas.
Finalmente los hombres conseguían estar cada uno junto a una mujer.

Se intuía un acuerdo tácito entre casi todos. Una dama miraba a la que tenía
enfrente en señal de desaprobación. La otra, enterada, señalaba a los tipos los
vasos a medio llenar. El mío ya tenía otra columna de hielo con algo
amarillento alrededor. Como no me di cuenta, la hora de los borrachos me
agarró mordiendo una pizza. Ni siquiera reaccioné cuando alguien pidió
permiso y sin esperar se sentó a mi lado. Las primeras palabras de una
persona se adivinan antes que diga nada. Es inútil atribuir cualquier influencia
del alcohol a un carácter proclive a la estupidez. Yo miraba para afuera a la
gente que pasaba y miraba para adentro. De a ratos me llegaba alguna palabra
a la que el tipo daba un énfasis innecesario. En cualquier caso eran frases
anodinas que seguramente venían repitiendo ésta y otras noches.

En ocasiones me obligaba a asentir con un movimiento de cabeza casi


imperceptible. Cuesta mirar a los ojos a un borracho. Porque el juicio ha
desertado y porque es insostenible mirar a alguien que no importa lo que diga
está literalmente a punto de caer. Es el lugar de la impostura. Probablemente
éste hombre, como otros, estaría quejándose de algo o alguien, lo que sería ya
un hábito, con el fin de ocultar la imagen que tenía de

sí mismo producto de una falsificación. Me levanté con cuidado, pagué con


culpa y salí sin saludar. Afuera también estás rodeado, pensé. El frío es lo
único que te abraza. En frente había un supermercado abierto y al lado del bar
una moderna iglesia de no sé qué cristo.

Una sombra

Era una mancha. No conocía la gravidez. Su naturaleza sólo le decía que iba a
morir para dar la vida a una cosa sin forma que tendría conciencia. Era una
lógica subterránea. La mancha se perpetuaría.

Él sólo trataba de recordar. Qué le había dicho ella. “Un día tendríamos que
hacer el amor de nuevo.” Un día… de nuevo. Cómo es que había pasado?
Cómo es que volvería? No conseguía ordenar el tiempo. El placer lo
atenazaba. La humedad. Afuera las nubes estaban cargadas. Como tiznes
llenos. Amoratadas. Como luego de una pelea. Parecían estirar un dedo
magullado que tocaba débilmente la ventana. Devil, pensó. No. Débil, dijo
sonriendo para sí. Un pensamiento rugoso, una imagen porfiada que emanaba
una corriente, una chispa, algo virulento que estalló en la mano y se pegó en la
pared. En la humedad.
Él llegaba de trabajar o de ensayar y se acostaba. Si escuchas bien el principio
de la lluvia es confuso, no sabes de qué se trata. Los días lluviosos dormía. La
mancha guardaba su sueño, desde la pared untada de semen. En la humedad.

Soñaba con manos de personas, que juntaban cosas en envolturas plásticas


podridas. Las arrojaban en el campo, y el campo las engullía.

El campo y el verde y toda la podredumbre de la vegetación eran venas


hambrientas que esperaban su dosis. La naturaleza era una voz alucinada que
se iba descascarando en su concupiscencia. Los recursos que ofrecía eran
parte de una representación, la emboscada. El único árbol es el árbol del
conocimiento y es sólo una representación. Sí. En el sueño algunas
expresiones se repetían y se fijaban como clavos. La tierra devolvía las
envolturas plásticas y los desechos y la vida secreta de las personas en forma
de máscaras aullantes. La gente las tomaba de las cabelleras cuando las
escuchaba gritar y las arrancaba de la tierra observando el gesto rígido de los
sucios rostros postizos. Querían imitar los cabellos perfumados de las actrices.
Todas aquellas actrices que él conocía a veces con las manos. Todas iguales
manos de personas actrices y papeles que se confundían. El sueño parecía
dotarlas de una forma acabada. Una expresión en crudo que mostraba la
verdadera calaña. El sueño desentrañaba la razón dormida de la naturaleza y
ésta paría los verdaderos rostros del ser. Las últimas noches el campo se
cubría de rocío. Luego copos de nieve. Luego una capa de hielo con una
espesura lechosa boqueando debajo, como un extraño cardumen. La mancha
se había roto. Luego ya no estaba. La pared era más fría y blanca, salvo en
una zona cerca del techo, oscurecida por la falta de luz. Cuando él se dormía,
una sombra bajaba hasta la cama y succionaba un extremo de la colcha hasta
alcanzar el mismo sueño. Él sólo trataba de recordar.

Los hijos que no tuvimos

“Los hijos que no tuvimos, se esconden en las cloacas…”. Le había escrito él a


ella, como parte de una carta de amor. Naturalmente, se trataba de unos
versos agregados que no eran suyos, pero ella no lo sabía al principio y fueron
a propósito los que más le llamaron la atención. Ya estaba acostumbrada a
recibir esos embates con pretensiones literarias pero éste particularmente le
parecía que se había salido del carril. Había en toda la extensión del texto que
él le había enviado una sustancia para nada artística pero que implicaba, aun
desde los espacios donde no había palabras, un diálogo inusual entre ellos y
que nunca se hubiera imaginado con nadie. Lo interpretó como un diálogo
porque no terminaba de entender lo que él refería con su testaruda declaración
de amor y sin embargo se sorprendía a si misma haciendo un enorme esfuerzo
por descifrar aquél intrincado discurso que iba más allá de las palabras y
tomaba la fuerza de un gesto compulsivo que ella no podía obviar. Con todo,
no dio respuesta. Pasó algún tiempo. Ella iba en el ómnibus, quien sabe a
dónde. Hacía viajes tan largos que por momentos olvidaba su destino. De
pronto interceptó una música. No el sonido, sino unas palabras cantadas que
habían migrado hasta su oído.

“Los hijos que no tuvimos, se esconden en las cloacas…”. Algo se abismó en


su ser. Miró por la ventana. No había afuera. Sólo un alejarse de las cosas y un
sentido oculto que se propagaba. No sabía que recordaba tan bien la carta. A
excepción de aquellos versos de la canción. Los había olvidado. Aquellas no
eran las palabras de él, pero él se las había apropiado.

Sintió un mareo. Ya llegaba.

Pasó algún tiempo más. Cuando reaccionó, estaba parada en medio de la


calle. Se había detenido a observar un enorme cactus que estaba junto a un
muro en la vereda. La planta se extendía en un grupo de varios tamaños, por lo
que ella se imaginó una familia. Todos de la mano. La pareja al centro y los
niños pequeños a cada lado. Alguna que otra flor blanca que se abría entre las
púas le ayudaba a completar una imagen tierna. Sintió un ligero dolor de
cabeza. Como un pinchazo. Luego el mareo. Salió de la calle. De cerca creyó
escuchar una corriente líquida en el interior de la planta. Pasó algún tiempo
todavía. Ella no recordaba nada del asunto. Había soñado con una mancha en
la cara. Estaba en el baño mirándose el rostro. Luego se lavó los dientes y
sintió un pinchazo. Escupió un hilo de sangre. Se mareó. Se mojó la cabeza.
Dejó correr el agua caliente. El vapor subió junto con un sonido que venía del
caño de la pileta. Como una música. Como una letra con música que por fin
comprendió.

Abrió la boca. Recordó que una vez le dijo a él que su semen era el de sabor
más fuerte que había probado en su vida y comenzó a dejar salir una burbuja.
Como si inflara un globo. El glóbulo fue creciendo. Tenía gotitas de su sangre
que iban estirándose como pequeñas venas dentro de una ampolla. La sentía
latir sin despegarse de su boca. La esfera enrojecida vibraba y se estremecía.
Ella pensó en un sonajero. Tuvo una arcada y la bola le salpicó la cara.
Mientras se lavaba, el espejo le devolvió la visión de una niña pequeña con la
cara sucia de un algodón de azúcar. Siguió restregándose hasta volver a su
palidez adulta. La música de la cañería retrocedió.

La sirena
El video. Con ella. En el hotel. Había conseguido dejar de verlo por un tiempo.
Otra chica que había surgido, en fin. Ahora lo que estaba en la cama seguro
era la computadora. Otra vez. Buscaba alguna cosa en internet. Hacía algún
apunte. Trataba de distraerse y no volver a aquello. Pero ella volvía. Su forma
de hacer el amor. No cesaba de reproducirse.

Era cuando se acababa. Se retorcía. Una mezcla extraña de sonidos. Agudos y


graves. Se confundían con el ruido que venía del baño. Como si alguien
hubiera tirado la cisterna. Algo se revolvía en el wáter. Hundiéndose o
emergiendo. Por unos segundos. Los que duraba el trance de la joven. El
trance del observador. Una imagen porfiada que emanaba una corriente, una
chispa, algo virulento que estalló en la mano. Otra vez. Recordó los cuadros del
hotel. Imaginó niños pequeños entreverados en la jauría. Imposible saber qué
rastro seguían. No había matorrales. La idea de espesura estaba en la confusa
naturaleza del grupo, que se atacaba entre sí, sin un móvil claro, fuera de la
ferocidad, en el vértigo de la carrera. La pieza de caza se había omitido. El
motivo era pura cinética. No era imposible imaginar el ladrido de los niños en la
camada.

Ella se acababa. En el video. Y él se veía a sí mismo levantar la cabeza en


atención al ruido del baño. Un chapoteo que tenía como un eco. En la boca del
retrete. Un cuerpo extraño entrando o saliendo de su madriguera. Escapando.
Imaginó un pez. No. Era la sustancia de los sueños frustrados. Repasada hasta
ganar volumen. Materia viva. Había estado allí. Y estaba. Y seguiría estando.
En su estanque sensual. En el hambre del agua. En su centelleo. Una pieza en
alza que huye y canta.

Muerte de un hombre sin hijos


Estaba construyendo, de a poco, un miniteatro. Lo hacía en los ratos libres, en
el trabajo, una biblioteca de educación inicial. No tenía mucha idea ni
manualidad alguna, pero el amor por el teatro le parecía suficiente como para
hacer una maqueta de su espacio favorito. Cubrió de negro una caja grande de
cartón y la opinión unánime no tardó en decir que se trataba de un ataúd. Él
argumentaba hablando sobre la necesidad del negro para los efectos de
teatralidad, neutralidad y discreción. Entonces las personas reparaban en toda
su persona, vestida de riguroso negro. Ya contaba con el telón corredizo y la
tela blanca para proyectar sombras, y estaba pensando en cómo sería el
dispositivo de luces según los decorados que iría añadiendo. No tenía historia
ni personajes. Le gustaba pensar que eso surgía naturalmente con los
pequeños objetos que fueran ofreciéndose. Lo más difícil, creía, estaba en
poder articular los efectos deseados, en este caso la magia de un escenario
muy pequeño, sencillo y rústico, apenas sostenido por cuerdas y alambres
escondidos, para dar tránsito a algunas siluetas de papel que, defendiendo su
identidad de una faz, le recordaban las pasiones humanas.

Qué clase de sórdidos dramas continuarían su obstinado repertorio una vez


cerrada la caja, más allá de los infantiles remates? Había creado unas cuantas
personitas de papel y al ver los bordes tan mal recortados y los pequeños
cuerpos tan mal acabados, con flecos y puntas, pensó que aquella grosería los
hacía más humildes y aquella precariedad más humanos. Pero pasó que una
compañera de trabajo volcó sin querer un bollón de agua sobre los personajes
y aquello no tuvo remedio. Pegados entre sí y arrugados, su temprana muerte
sugirió al hombre otra visión del carácter que intentaba imprimirles, el de la
melancolía.

Una de las figuras era una chica de pelo negro, a quien despegó del grupo con
cuidado pero sin evitar romperla. Uno de los bracitos, que antes era un
simpático saludo de bienvenida, ya separado del cuerpo, parecía una mano
abierta, suplicante en una posición, y un duro gesto de advertencia, como quien
quiere parar alguna cosa que se cae, se derrumba, choca o se vuelca. Había
conseguido la expresión de lo irreparable. Por añadidura pensó en el efecto de
lluvia. Puso entonces la figura rota de la muchacha detrás de una pequeña
mampara de vidrio y, como no tenía luces, arrimó la llama del encendedor al
centro del pequeño escenario. El efecto disimuló el defecto, tras el cristal la
mujer estaba viva. La sombra de su larga cabellera se sacudía y recorría las
paredes al mirar a un lado y otro, a través de la ventana. Una de sus manos
parecía repiquetear los dedos contra el vidrio, para llamar la atención.

Era un gesto que la llama sacudía sin cesar y se tornaba violento. La


insistencia recordaba el gesto de alguien que saluda al partir sin querer irse.
Era por cierto una mujer partida. Él también tendría que agregar

algún detalle infantil para disimular su tristeza. No alejarse del objetivo, montar
el breve show. No sabía cómo agregar la lluvia. Ver la lluvia caer es disolverse,
y ver caer una lluvia amañada se parece mucho a morir.

Niña roja
Estaba meando contra un árbol en plena calle. No había visto a la niña
pequeña que lo observaba de cerca. Arrancó el cartel que prometía la magia
negra, para limpiarse las manos. Creyó que la niña había sonreído y se fue.

Le pareció que andaba en círculos. Pensó en el árbol. Imaginó sus anillos. Se


le ocurrió que los árboles eran seres atrapados en duras argollas. Más tarde
encontró un lugar abierto y se tomó un refresco. Tuvo que mear otra vez. Al
darse vuelta, encontró a la niña. Vio en sus ojos lo suficiente como para no
preguntar. Se alejó.

De camino el flujo y reflujo de la gente era como el ruido ciego de un agua


estancada, violenta, específica en su necedad, como un perfume barato, un ir y
venir sin objeto, un modo de empantanamiento. Pensó que aquella ciudad con
tanta agua no tenía algunos cuantos puentes como el Sena para recibir a
aquellas flores de plomo. Lo más natural era que aquella corriente tan triste
desembocara por fin en el río, la fuente, la madre. Mareado por la resaca, se
detuvo donde pudo. Se miró la mano. Tenía un leve corte y sangraba hace
rato. No lo había notado. Ardía. Recordó el filo de la hoja de papel. El cartel del
árbol. Recordó el gesto de la niña. No lo había saludado. Le había mostrado la
palma de la mano. El mismo corte.

No jures por la luna


Hoy también desperté con algunos arañazos. Ya tengo el brazo y el pecho
cruzados por las delgadas líneas paralelas formadas por el inconsciente paso
de mis dedos y uñas, empecinados con quién sabe qué pesadilla… Aunque, a
decir verdad, claro que recuerdo, es decir, conservo imágenes muy vívidas de
cierto sueño recurrente.

A menudo despierto en la cama con una mano sobre el pecho, cubriendo el


corazón, como si intentara protegerlo de algún golpe inesperado. Luego caigo
en la cuenta de que los golpes seguramente vendrán desde adentro, sin
posibilidad de evitarlos, y la mano sólo da señales de tal agitación y acaso
dolor. Un ataque cardíaco no sería algo tan extraño.

Estoy con ella en la cama, eso es todo. Nos retorcemos sobre nuestros
cuerpos, envolviéndonos como víboras, presionando, gimiendo, sudando y…
mordiendo. De pronto recordé cuando me clavó los dientes sin miramientos…
lo había olvidado.

No dijo nada y yo no hice comentarios, pero aquella noche, mientras salíamos


a tomar aire, noté que ella se había sobresaltado al observar la luna llena.
Fingió desinterés, pero no resultó. Se tocaba el vientre y destacó nuestra
actividad sexual.

Al verme sorprendido me recordó que no había nada que temer. Seguimos en


silencio, muy juntos. Estábamos extenuados. No hacíamos más que coger así
que, pese al cansancio, nuestros pasos nos llevaron al lecho otra vez. Es
injusto decir que no hacíamos más que coger, pero sigo pensando en la
mordedura y en la significativa herida que dejó, pese a que nos llamamos a
silencio. Luego hay un blanco, me confundo y ya no puedo ordenar las
imágenes del sueño como yo quisiera. Me avergüenzo como si alguien más
estuviera al tanto. Más allá de algún rasguño, ni una marca de dientes. Fue
hace tiempo, el sueño me trae algo que no pude retener. Eso es todo. El
mordiscón tuvo lugar pero ya ni rastro. Sólo que estos roces nocturnos me
aceleran el corazón.

Cuando leo esto me siento un tonto. Me hago daño, sin querer, por las noches,
buscando ese otro cuerpo que ya no está. Parece que inconscientemente
quisiera doblarme en otro ser más fuerte que yo, para poseerme por completo y
quizá para olvidar el terror que puede suscitar a largo plazo la idea del
abandono y la soledad. Entonces vuelvo del sueño con un punzante dolor, un
espacio en blanco…

Estaba sentado en la cama, junto a mí. Yo quería creer que aquella materia
meditada pendía de un hilo sostenido en otro extremo que yo no veía pero cuyo
anhelo me resultaba familiar. Tenía figura humana, pero sin rasgos, como un
esbozo en leves trazos blancos, líquidos, casi transparentes, temblando como
el reflejo de una luz en el agua.

Me observaba, aquel proyecto, inclinado como quien vigila a un enfermo. Yo no


podía moverme, sólo entornaba los ojos. No me vencía el sueño sino la pena.
Pensaba con cierta ironía que ahora era una cosa sin sexo. Yo no sabía
nombrar aquella aspiración, ya no podía, pero mis manos la conocían de
memoria. Entonces adivinó mi intención o sólo volvió a sobresaltarse, a
desaparecer, al ver el inestable nexo lunar asomarse en la ventana.

El basilisco
Está tirado en la calle, todo roto, viejo, olvidado. Ve pasar talones, talones,
talones. Su mirada se clava en delicados talones que levantan a su paso las
baldosas rotas donde él se recuesta. Nadie cerca, a lo sumo un perro. Le
huyen como de la peste. Tiene mala pinta, huele a mil demonios, le queda poca
tirada. Lo último que tragó fue un resto de huevo podrido. A duras penas pasó
el invierno. Ahora el bochorno lo dejará frito… Tuvo un recuerdo de los juegos
de la infancia, la escondida. Hizo un esfuerzo por traer un rostro querido que
acariciar en la memoria. Ya no lo conseguía. Se tocó la cara para saber que
aún estaba ahí. La piel estaba escamosa y a punto de rajarse. Lo que hubiera
debajo, detrás o en el fondo, al fin se revelaría. Ya no había más tiempo.

Unos talones se detuvieron cerca. Alguien aprovechaba el reflejo de los


cristales de un comercio para arreglarse. Una muchacha. Unos segundos. Era
un rostro conocido para él. Había pasado mucho tiempo pero era la misma
juventud de entonces. Pensó que debía ser la hija de alguien que una vez
conoció. Entonces la joven lo vio. Tornar sus ojos hacia el viejo fue lo último
que hizo. Ya no había más tiempo. No pudo medir el momento en que estuvo
detenida observando su propio rostro frente a la vidriera. Hacía mucho calor.

El sol agrietaba el tiempo y las cosas. No obstante aquél estremecimiento suyo


fue tan frío, tan duro e inflexible como un antiguo rencor. No podía moverse.

Su cuerpo ya no estaba. La rigidez empujaba hacia afuera, hacia la nada, hacia


el olvido el último instante de conciencia que le quedaba. Pensó que no era
justo no poder ofrecer lucha alguna. Hizo un esfuerzo por traer un rostro
querido que acariciar en la memoria. Ya no lo conseguía. Se tocó la cara para
saber que aún estaba ahí…

Abrió los ojos. Observó su reflejo en el cristal. Sonrió satisfecho, alejándose de


la muda en el suelo, algo odioso, desechable, la piel de un viejo indigente…
Ahora tendría que acostumbrarse a los tacos.

Bombed
Claro que es un desastre. Ella me dio un cabezazo, haciendo volar un diente
que cayó justo en su boca abierta en medio de sus aullidos orgásmicos. Yo
pensé: esto es demasiado, no podría contarlo, dirían que exagero. Lo pensé
justo en ese momento, sí, mientras se sacudía y me clavaba las uñas en la
espalda y me taloneaba como a un animal. Me quedé mirando el hilo rojo que
comunicaba mi boca con su pecho como si fuera una vena escapada que cada
cual reclamaba para sí, hasta que la sentí vibrar como una vara

y producir un sonido que se clavó en mis oídos. Luego abrí los ojos y me
encontré con los de la chica, hermosos y muy abiertos, mientras retiraba con
cuidado el golpe de mi cara. Aquél hilo era lo que nos quedaba de tantas
sacudidas. Tras el aturdimiento, me pareció escuchar algunas palabras sueltas,
con un sentido difuso, entre la queja y la disculpa. Los cuerpos continuaron
debatiendo, buscando, preguntándose, en su idioma, sin descanso, fuera de
nosotros. Lo que nos llegaba de aquella oleada no era rencor, sino algo que
simplemente nos superaba y nos obligaba a compartir al menos eso, quizás el
asco.

Yo no podía resentirme con ella porque apenas habíamos tenido tiempo para
tomar una ginebra y algo más. El mismo tiempo inútil que uno pierde tratando
de disimular. Ella es mucho más joven, y me dijo, evitando el bostezo: Si
querés coger, espero que no me invites al cine… No, el resentimiento no iba en
esa dirección. Me odié cuando escuché aquél ruido por dentro, que salió por
las orejas. Cuando sólo pude pensar en la gastada imagen de un reloj, un
despertador, una alarma. Yo estaba quebrado hacía tanto que daba igual
conquistar una idea más o menos poética, porque no competía con nadie y
porque siempre terminaba revolcándome en ese barro que era mi materia. Era
allí donde se me juzgaba. Nadie jamás me había reclamado un juicio inteligente
ni mucho menos una mirada que arrojara nueva luz sobre cualquier asunto.
Más bien fui moldeado sobre el dejémoslo así como mandato. Y las cosas no
tardan en venirse abajo, “El proceso de demolición”, personal y colectivo a la
vez. Eso era lo que nos había reunido.
Ocurre que nos reconocemos al primer instante, con algunas personas,
algunos extraños. Fue por eso que me sobresalté como una niña cuando ella
me pidió evitar el cine. Supe inmediatamente que no se trataba sólo de eso.
Evitar el cine, y la televisión y el teatro y el concierto y el futuro en común y
todos los tópicos.

Ir a la cama, ir contra la pared, la mesa y los árboles, la arena y el pasto y el


suelo duro, ir siempre en contra, cuerpo a cuerpo, vacíos y llenos de rabia,
cargando contra los años que no viviremos juntos y no engendraremos nada
que no sea más rabia, contra nosotros, contra el tedio y los supuestos, contra
el dejémoslo así, cuerpo a cuerpo, empujando, borde con borde, sin pausa, sin
guardar nada, hasta reunir todos esos polvos, en un rato, de la vida en común,
malgastándolos, de un tirón, sin economías, tirándolos por la ventana, con
todas esas buenas intenciones y todas esas cosas en común, machacando,
carne contra carne, con agotamiento y dolor, incitando a esa cosa que no está
allí mientras seguimos empujando, hundiendo hasta el fondo, buscando el
fondo, tratando de tocarlo y provocar aquello que no está allí de todas formas,
esa cosa sin límite, royendo en la fisura.

Cuando era un adolescente y me entrenaba en el asunto, explorando, fue que


di con aquello. Una mujer bastante mayor. Sólo tuve que verla a los ojos,
directamente, una vez. Luego, mientras me increpaba con su sexo, gritaba hijo
de puta, hijo de puta, me querés ver sacada? Eso es lo que querés! Y ya
entonces todo empezaba a desmoronarse. La lucha contra el tiempo, contra los
años y contra lo que nos evitaremos pero que tendremos que reunir en un
momento. Con la lucha de los cuerpos se estremecía todo alrededor.

Se desparramaban los jarrones con flores frescas o marchitas, las fotos,


cuidadosamente colgadas en la pared, se arrojaban al piso, al vacío, a la
oscuridad del cine, para no ver, para no pensar… Para algo están los hoteles,
idénticos, impersonales.
Yo no podía hablarle de alarmas, ni despertadores a la muchacha, sobretodo
porque ella no los conocía. Así como yo no sabía de las pastillas que ella
tomaba y mezclaba con el alcohol. Era bueno despedirse recordándonos… lo
bueno que es dormir y no mezclar algunas cosas. Mañana será otro día, el
mismo. Habrá otro alguien a quien mirar a los ojos, sólo una vez. Nos
preguntará, protocolarmente, a qué nos dedicamos… Para todo, antes o
después del derrumbe, basta un suspiro.

El perro

Sólo salí a buscar cigarros. No es que lo mío sea fumar, pero estaba tan
ansioso que no podía seguir la película así que sumando un portazo y una
tímida carrerita, gané la calle como si se tratara de ganar algo. La noche está
brava, además. No sé por qué éste miedo irracional a estirar la pata en la calle.
Pero ya me había mostrado dando algunas zancadas y volver sobre una
decisión por vulgar que fuera me parecía un despropósito. Me había alejado
bastante, hacía frío, había una oscuridad bárbara. A un paso maldecía y al otro
decía no estiro la pata, aprovecho a estirar las piernas. Hasta que de pronto
frené, escuché voces. Estaba en una esquina desierta. Era una casa con una
cantina en el piso de arriba. La describo del modo en que puedo recordarla. No
es que quisiera entrar, pero ya era muy tarde y yo estaba al pie de la escalera a
punto de conseguir esos cigarrillos.

Me abrió un veterano con la cara muy arrugada. Un marinero, pensé. Balbuceé


algo sobre una supuesta urgencia de fumar y me hizo pasar sin mediar palabra
a un escueto espacio con algunas mesas. Una de ellas estaba ocupada por
tres o cuatro viejos que jugaban a las cartas, en camisa, pese al frío, junto a la
ventana abierta al balcón que yo había visto.

Hicieron como si nada, con su cerveza, esperando a que les diera la espalda
para observarme. El hombre que abrió la puerta se tomó su tiempo para dar la
vuelta al mostrador, apoyarse en él con los brazos estirados y al fin arquear las
cejas al encontrarse de nuevo conmigo. Señalé los cigarros. Él paseó los ojos
por el surtido del bar y luego me devolvió un mirar argentado. Pedí whisky y
cigarros. Entonces se dispuso a servirme. Sincronizando, yo aproveché para
echar una ojeada al lugar mientras los viejos volvían a su juego. Las paredes
estaban tan abarrotadas que era difícil detenerse en algo. Había repisas con
diversos objetos, reunidos allí por el paso del tiempo y algún interés particular o
testarudez. Se dejaban ver, lejos de resultar amigables, y reflejaban cierta
melancólica tensión, como animales de feria. Aunque sólo parecían juguetes
antiguos y demás piezas de colección, costaba imaginarles cualquier fin
didáctico o entretenido. Yo trataba de evitarlos, de no enfocarme en ninguno,
por no mostrar mi desagrado y porque los sentía como una presencia en
conjunto amenazante, por más que estaba claro que el extranjero era yo. El
viejo barquero estaba con los otros y de a ratos volvía a cargarme el vaso sin
que se lo pidiera. Aun no me daba los cigarros. Como dije, tenía sus tiempos, el
ajado, más añoso que todo el cachivache junto. La tele estaba apagada y
devolvía mi imagen oscurecida, trasnochada y doblada contra la barra. De
frente tenía un espejo que me reflejaba sin cabeza.

El silencio proyectaba aquél concierto de suspiros, ruido de naipes, pitadas y


sorbos interminables que venía de la única mesa ocupada, aunque la presencia
de los estantes parecía interactuar de alguna forma. Yo quería ir al baño y
partir, así que seguí por un breve corredor que terminaba en una puerta. Aquí
también las paredes estaban repletas de cuadros con las clásicas escenas de
cacería, aunque, aun sin detenerme a verlas, sentía que no eran las que
conocía. Estaba algo mareado. A cada cuadro que pasaba daba la sensación
de que la misma jauría saltaba de un margen a otro tras de mí. De pronto me
detuve en seco. Junto a la puerta del baño había una especie de cabeza
disecada. No sé qué era porque estaba cubierta con un trapo húmedo que
hacía suponer un animal no de gran tamaño, sin cuernos. Entonces el viejo,
detrás de mí, dijo, como de paso, es un perro.

Humo

Vacaciones. No salgo a ningún lado, pero a las nueve me despiertan. La


propaganda callejera. En las últimas dos semanas se juntaron varios. El circo
Portugal, por un lado, con seis motos en el globo de la muerte y al final
pidiendo gente para ir a desarmar; un nuevo plan de una tarjeta de crédito y el
clásico horrendo sonido Clayderman de la compañía de gas, una mutación
virulenta en el aire que ya no es Para Elisa. Un día no pasaron, y entonces, a
eso de las nueve, vinieron a alertarme del humo.

Afuera insistían en chumbar los perros entrechocando las palmas y el barullo


entró en mi sueño traducido en imágenes variopintas pero igual de
amenazantes, y hay que ver que tiene mérito si comparamos el elemento real
con el producto onírico. Pero más allá de las variaciones y enriquecimientos
temáticos, de aquél lado siempre estoy tratando de matar a mi padre, con
alguna seductora mujer que quizá colabore en la dificultad de concretar el
crimen. Quizá yo sólo trato de defenderme. Cuesta tanto definir la violencia
como justificarla.

Abrí la puerta con los ojos casi pegados.


En el portón de calle había un viejo que agitaba un dedo hacia mí. Entre
nosotros había dos puertas enrejadas y no pensaba alterar ese orden. Los
surcos de la cara del hombre formaban paréntesis que no dejaban llegar con
claridad sus gritos. Podría estar soñando, pensé. Pero el marco se amplió y
aparecieron más rostros con signos de preocupación, de modo que entonces
entendí: Humo! Humo!! Humo en el fondo de tu casa!!! Ya estaba bien
despierto. Hice un gesto que pretendía ser amistoso en dirección de la calle y
cerré la puerta. Adentro todo estaba en calma. Sólo allá afuera, en el fondo, los
perros señalaban la cortina de humo negro que lindaba con la casa del vecino,
el que siempre discute con la mujer. El que siempre se queda un rato hablando
dentro del coche de un hombre que no se deja ver. Ése abogado del que todos
hablan. No me pareció que llamaran a su puerta.

El violín

Otro de teatro. El que me conoce sabe lo que odio las muestras de las
escuelas pero, en fin, me engañaba tratando de creer que complacía a unos
amigos. La obra había empezado. Lo sabíamos porque unos viejitos que
estaban adelante relataban todo como en un partido de fútbol. No habían salido
de su casa, ellos. Reían y creían adivinar el trajín de la obra, por demás
monótono y predecible. Se despachaban codazos y ternura hasta el límite de lo
soportable. Junto a mí estaba una chica que seguía atentamente a su novio en
la escena. Estaba a punto de levantarme y evalué la situación. La cultura tiene
sus recursos. Afuera hacía demasiado frío para alguien que no tiene donde ir.
Olvidemos la muestra y vamos al asunto. En la escena hay algo llamativo. Sí,
una mujer voluptuosa. Montones de grasa en lugares precisos, bajo un foco y
con un violín. Suficiente? Nunca. Hace que toca el violín y su sensibilidad le
ayuda a tratar de seguir la melodía hamacando sus partes preciosas. A la
sombra se puede ver a quien ejecuta el instrumento, pero nadie se fija en él. La
muchacha a mi lado se pone muy nerviosa. Hacía rato que la había notado
incómoda y no era por mí. Ella era linda y tenía un novio actor. Yo me quería ir.

Entonces ocurrió lo que alguien podría haber previsto. La actriz del vestido rojo,
la voluptuosa, quién más, se había tomado tan en serio su cuarto de hora que
descuidó la fragilidad del instrumento. Hizo saltar sus cuerdas. Lo dejó caer al
piso. Y cuando quiso levantarlo, lo pisó. Era una mujer grande y llena de
orgullo. Hizo como si nada. Los viejos no relataron esto.

Yo ya me había puesto el saco. La chica del novio actor disparó sus dardos
hacia el escenario con estoico silencio y del mismo modo se dispuso a llorar en
la platea alta. El novio y la falsa violinista sintieron el aguijón aun entre las luces
pero la obra continuó. Yo me ofrecí a acompañar afuera a la llorona pero ella
se negó. Le pregunté si no se quedaba a ver el final. Ganó la calle en cuestión
de segundos. Perdió, por préstamo, novio y violín.

La mano que menos trabaja


Para qué precisas una pala? Recuerdo que me preguntó el vecino. Yo, como
ahora, apenas esbocé una sonrisa. Tan cierto es que me falta práctica con las
herramientas como que no me gusta dar explicaciones a la gente con poco
tacto. (“La mano que menos trabaja, es la más sensible al tacto.”) Si, ya. Podría
haber comprado una y evitarme sutilezas, pero no quería quedarme con
aquello después de hecho el trabajo. Podría deshacerme de ella luego de
terminar, sí, pero no me gusta tirar algo que uno consigue con esfuerzo o algo
que lo hizo a uno sudar la gota gorda. Además siempre se necesita un
cómplice anónimo. Alguien a quien darle activa participación sin su
consentimiento. Esa es la gracia. Sé que no es excusa, pero estoy rodeado por
dos armerías. Una frente a la otra, en cada esquina, tal es la competencia. En
una de ellas vi una pala. La verdad es que imaginé un conjunto, al mirar de
paso, como si fuera un pack, conformado por una pala muy mona, un ligero
revólver y un agudo cuchillo. Sólo faltaba la moña, acaso dibujada con un poco
de sangre. Como digo, es una idea que yo me figuraba próspera para el
negocio. Vamos que el pack llamaba bastante la atención. No digo que aquello
me inspiró, no me daba vueltas en la cabeza, pero es que yo, inevitablemente,
daba vueltas en torno a esa pala, por cercanía geográfica. No me paraba a
mirar, sería muy obvio y no me gustan las obviedades.

De hecho, también hay palas en las barracas, donde sí me gusta detenerme a


mirar, en ocasiones, buscando sopesar algún objeto amén su uso habitual, o
para comprar, esto sí, algún tipo de cuerda siguiendo cuestiones a la vez
estéticas y prácticas. Nada extraordinario, prefiero tomarme mi tiempo para
una buena elección. Sólo que el comerciante siempre está apurado por vender
y no entiende aun cuando pregunta para qué la necesitamos.

Yo no doy explicaciones. Es necesario explicar, por ejemplo, para qué vamos


en requerimiento de un poema, por qué echamos en falta una voz, una
canción? Por otra parte, cómo decirlo, cuando las palabras enredan aun más
las cosas. Eso es, enredos y ataduras por doquier. Cómo desligarse de algo
que nos afecta, porque alguna vez estuvo en el centro, enlace de todo lo que
consideramos grato y delicioso? Esto es todo lo que quería decir. Tomé las
cuerdas que tanto le gustaban… desvalidas sin la atención que las animaba…
hice un lío con ellas, sofocándolas, cavé un pozo y las enterré.

Bomba en Bombay

Sólo quería un autógrafo!

Por favor, señorita, apártese. El señor está cansado y tiene que irse. Estoy
embarazada! De Él, el detective!

El escritor, aun rodeado de un muro humano, alcanzó a escuchar los gritos de


la mujer e incluso a sonreírle a la distancia. En acuerdo con los allí presentes,
la tomó por chiflada y no volvió a verla.

Se trataba de un autor célebre casi exclusivamente por su serie de novela


negra donde el detective Lucien Champ, que en realidad no era detective,
resolvía de forma brillante aquellos casos imposibles para la policía en la lucha
contra el crimen y aun frente a fuerzas de origen desconocido y llenas de
malevolencia. Por único compañero contaba con su gato de Bombay, quien
solía advertirle de cualquier peligro.

Vuelta en París, el novelista agradeció estar en la soledad de su casa.


Encendió el televisor, costumbre que nunca tuvo hasta que empezó a ser nota
en los diversos medios internacionales. No tardó en dormirse y menos en morir.
La explosión, que tomó todo su apartamento en segundos, no dejó rastro
alguno, salvo de su cadáver y el de su gato negro.
Un elefante se equivoca (enormemente.)

El- Un éléphant, ça trompe, ça trompe…

Ella- Basta. Cortála con esa cancioncita. No es una canción.

Sí. Infantil.

No. Para nada.

Es. Para fastidiarme.

Si te identificas, es tu asunto.

Con un elefante? Ja!

Un elefante ocupa toda una habitación.

Blanco? De la India?

No. No trae suerte. No llama la fortuna.

Un elefante puede embestir a una madre.

Un elefante siempre es un exceso.

Un elefante siempre es una carga.

Un elefante aún puede ser visto.

En un circo.

Un elefante no juega a las escondidas.

No puede. Pero puede incluso escapar.

Aunque no va muy lejos. Carga con su andar.

Carga con su estaca.

Destruye obstáculos. Para sobrevivir.


Pero no ayuda a los demás. Es mentira. Y?

“E” de elefante y de Ego.

Uh. Con Uds. Trompita.

ça trompe, ça trompe… Una trampa.

Fálica. Gris. Y arrugada.

Un elefante siempre llama la atención.

Por su marfil.

Por sus colmillos. Yo no soy así.

Yo, yo, yo… Andá a cagar.

Si un elefante caga, se llena de moscas.

No doy funciones para nadie. Si llamo la atención, por algo será.

El problema no son las moscas. La exposición atrae todo tipo de energías.

Yo me sé defender. Gracias.

Los colmillos, sí. Cuidarse es otra cosa. O quererse un poco.

Trompa y equivocarse quieren decir lo mismo.

Vos sos el elefante. Sobre la tela de una araña. Tela. Trampa. Au revoir.
El peligro de la forma

Ahora estoy tratando de escribir. Es para mí, claro. Un poco de ejercicio. Para
mí, digo. Un simple registro del proceso reflexivo. Pienso. Luego siento el
impulso irrefrenable de escribir, seguir con los dedos una línea de
pensamiento. Tocar ese flujo, tratar de atraparlo. Sentirlo mío, como mi propia
voz, sí, darle sentido. Una dirección, para que no se disperse, y se concentre y
no se vulgarice... Un cuidado especial. Aunque sólo yo lo vea. Sin necesidad
de divulgar algo tan simple… La reproducción masiva de la palabra escrita, qué
horror! Confieso que tengo problemas para escribir correctamente.

Lo sé de antemano. La mano se me va o no sé qué pasa. No puedo escribir


con claridad, la letra no me sale bien, todo son ganchos y borrones! Y si lo
intento en el teclado, los dedos tiemblan, frenéticos, sin control, cayendo sobre
las letras y obligándome a cometer algunas faltas…Hay una formación
malévola en la repetición de este error? A veces noto que estoy balbuceando
textos de memoria, repitiéndolos sin darme cuenta.

Trasmitimos lo que tenemos en la memoria, aun cuando esta resulte


engañosa?

Trasmitimos lo que tenemos en la memoria, aun cuando esta resulte eng... ah,
xxx, otro error... Es con lo que contamos! Todo lo que conocemos es una
imagen recreada que comparamos con el mundo material. Todo lo que
tenemos para dar es eso, una suma de violencias actualizadas? El peligro de la
forma! Se nace con una inclinación hacia una ffforma. Lo que llamamos
vocación será la expresión que encontraremos para manifestar esa forma que
nos atrae?? Las ideas, los conceptos que se fijan en nuestra mente de manera
obsesiva, habitan esa forma caprichosa que nos dirige y nos sobrevive.

Algunas de nuestra maquinaciones permanecen en el mundo que


abandonamos? El lenguaje está más allá de lo real. Pregúntale a la Real
Academia, que administra nuestra lengua. La pereza intelectual no sólo
contamina el lenguaje y dificulta la comunicación sino que además permite el
acceso de cualquier mentira o superstición, ya que prefiere creer que
cuestionar. Así se ha escrito! Luego el instinto fuerza a la repetición, a volver al
mismo

lugar, una y otra vez. Nos enseñan a leer y escribir, para que también nosotros
tengamos nuestra oportunidad, como quien da un palo o una piedra, para dar
por fin alguna novedad que cautive a alguien, que lo saque del tedio, de la
incubación.

Y después envejecemos sin conocer otra cosa que aquella primera lección, leer
y escribir, lo que en arte es una maldición y un tormento, una búsqueda y una
pregunta sin respuesta que nos deja alelados, presa de los otros, la mayoría,
los que nada se preguntan. Hurgar en el vocabulario es auto marginarse? Los
progresos con el lenguaje se traducen como el peor de los insultos para la
expresión popular, que con ser más cargan con la razón. Intenta persuadir una
colonia de hormigas gobernadas por una sola voluntad!!!

Enriquecer el vocabulario es una mueca de desprecio y siempre será


interpretado como un interés elitista? No estoy seguro de poder comunicar lo
que digo. Si llegara a tener un epitafio cuando caiga de una vez, éste sería LO
DIJE EN SERIO. Pero a ti te dará menos trabajo seducir que enseñar algo
valioso. Instruirse da mucho trabajo y no da nada con qué persuadir. Yo creo
conocer la base de mi egoísmo tan bien como la filantropía incurable de
algunos. Soy tan reservado? Pues no. Tengo un libro popular. Jamás lo edité.
Las copias perderían el original, que es un libro vivo, pensado, no muerto en
ediciones. Mi silencio vale más… Digo, pienso que mi silencio vale más… Y me
lo estoy diciendo a mí… claro… Exxxx…

Existe una resistencia proverbial para el ejercicio de la escritura, aun en los


más dotados para esto, los que tienen que hacerlo incluso contra su voluntad,
porque les es dictado... Un susurro... Puedes llamarlo congénito, si quieres.
Pero son excepciones. El resto tiene que luchar contra la pereza o el miedo.
Uno puede tener todo listo, aislarse, si puede, sólo con su maldito libro en
ciernes. Y de pronto se paraliza, no puede continuar. Es como una pesadilla. El
cuerpo está detenido, rodeado de imágenes opresivas. El pensamiento está
suspendido y xxx… Es que la gente habla mal!! Las malas palabras, ciertos
sonidos son como criaturas. Crees conocer a fondo cada uno de los sonidos
que articulas? Sabes con que signo se representa cada uno y lo reproduces
fonéticamente y crees que eso es todo. Sabes algo acerca de las chinches? No
importa. Sabes que beben sangre, al menos. Los muertos y los insectos son
hordas que esperan en silencio. Escucha. El reino animal se está revelando, al
vernos titubear. Los más pequeños llevan la delantera, porque están unidos.
Los grandes no sirven, demasiado orgullosos para unirse por una causa
común.

La lengua, sí, es un problema. Gustar, deglutir y hablar. Ves el esfuerzo


mecánico que haces al hablar? La excoriaciones de la lengua se abren y dejan
ver hilos de saliva y de sangre que escapan através de los dientes y sus caries,
luego esos silbidos desagradables...

Con el rastro de la tinta sucede que se estira en ondulaciones que parecen


resistirse a la forma de la letra, como si buscara su propia expresión... Ya lo
dije… (El peligro de la forma.) Sé también que es peligroso dejar las frases con
puntos suspensivos... los puntos... los puntos negros!!! Ya hablé en otra parte
de ellos. Hace mucho condenaron mi estilo por mis relaciones con el lenguaje.
Traté de escribir literatura erótica por dinero. A dólar la página. Pág. $ Pág. $
Pág!!!! No podía leer mis propios textos, hablar de sexo de esa formaxxx!!!
Debía quitar todo lo poético, sin preámbulos, nada de rodeos. Sólo el sexo
dicho. No hay espacio para más en el negocio.

Así que no podía leerlo, sólo lo escribía. No sé si hay un rito iniciático para un
lector no iniciado en materia pornográfica. De qué raza puede ser el escritor de
primera? La búsqueda del placer, sabes, es un acto subversivo, más allá de las
convenciones. No se trata de ser amoral. La verdadera transgresión está en el
carácter asocial, en el gusto personal bien definido. Cuando este gusto es
elevado a un fin puede parasitar todo lo conocido. Luego el cuerpo deseado
cae en las tinieblas, se pierde siempre, reniega la forma que le imponen las
modas, las que nosotros le atribuimos. Peca contra el orden establecido.
Leemos y parasitamos esa lectura; la convertimos en nuestra obra. Nuestra
producción son larvas de nuestro deseo. Y siempre es con un fantasma. Hay
tantas

maneras de estar ausente que la presencia sólo trae dudas. Un par de tímidas
invocaciones, ese habrá sido todo nuestro arte.

Dos o tres frases bien intencionadas para los muertos, eso habrá sido la vida...
De pronto, surgen en el texto redundancias que uno no recuerda haber usado,
como esos recuerdos absolutamente vulgares, inservibles, de

cosas que rechazamos o que no nos llaman la atención... redundancias! Es


como esos insectos parásitos y su sistema de proliferación... Luego, hablar de
más... o hablar,

simplemente, no es una forma de parasitar a otro ser, otro cuerpo huésped de


nuestro discurso, nuestro voluntad caprichosa? Luego hacer hablar es aun más
terrible… El agente causal de ciertas enfermedades está siempre en perpetuo
desarrollo de su capacidad de contagio, de adaptación a los cambios, para su
reproducción. Ahí está toda la tragedia del hombre, en el sentido literal
multiplicado hasta el sinsentido. De la oralidad a la oración a la adoración. La
palabra es un accidente? A veces sueño con restos de la conversación de
personas que no me interesan. Cuándo entonces algo deja de ser tomado en
cuenta? La palabra sigue teniendo aun un resto de su poder mágico o
benéfico? Por qué lo insignificante logra imponerse? No nos hacemos eco de
las cosas importantes, eso es todo… Es como si el xxx… Es como si el
conocimiento adquirido hoy, sólo nos hubiera sido útil... ayer, y así siempre
llegamos tarde y no sabemos qué está ocurriendo. Nos faltan signos, como en
mitad del abecedario, obligados a volver mañana, para el conocimiento tardío,
obligados por el resto de los días a saltar de un bando a otro, el de los que
presumen o el de los que siente vergüenza. Libertad de elección, le dicen… Leí
de cierta clase de insectos que, agitando sus alas se convertían en una
pequeña llama, como dos pequeñas lenguas de color; y también había otros
que giraban en círculo hasta desaparecer, quizá con un propósito oculto? El
razonamiento confina, nos separa de los otros, nos atrapa como una red. Nadie
escapa al deseo de conocer, ni la imaginación más pobre escapa al aguijón del
deseo de conocer y su ponzoña erótica, su naturaleza creativa que es el peligro
que un ser más teme de otro … Todo son discusiones sobre la forma, pero la
figura humana es demasiado inquietante. Vale entonces desear hacerse lúcido,
o siendo un bruto se da sin rodeos con la luz, lo mismo que una polilla? Bueno,
y ahora mejor abandonar èste xxx… éste pensamiento mientras dure la
oscuridad, la ilusión. Nosotros en tanto oscuridad, ausencia de luxx, bah.
Más palabras para sumar al viejo título de la novia ausente

En el suelo, la esencia masculina, tenaz, se escabullía como de aceitadas


mudas de extraños anfibios. Eran los restos de aquello con que luchábamos los
dos, otra vez insatisfechos, ya por el afán de palabras y caricias en las que no
se creía sino muy débilmente, ya por más inútiles desquites de colección que,
sin confesarlos, nos dejaban más extenuados que el esfuerzo físico, patéticos a
las orillas de un amor o su mistificación... La voluptuosidad ya había tenido su
cuarto de hora. El honor estaba salvado. Por fin llegó el llanto. La televisión con
su control remoto, la lista de precios y el sillón me contemplaban distantes.
Pensaba en todo lo que en otras ocasiones pronuncié o escuché al respecto
llegado el caso, pero no dije nada, porque mis experiencias, no del todo
ejemplares, no podían acudir en mi ayuda, cuando uno se encuentra
inesperadamente frente a algo sincero. Seguía buscando con los ojos
disimuladamente algo en el desorden del piso. Cuando la encargada del lugar
me pidió mis documentos yo hice una broma que la mujer no aprobó... Luego
pensaba que, mientras estuviera desnudo, cualquier palabra correspondería al
asqueroso lenguaje de la persuasión y estuve a punto de calzarme hasta los
zapatos, dar la vuelta a la cama y sentarme de su lado para intentar consolarla,
pero mi cuerpo junto a ella formaba un ovillo que no quería romper ni por un
segundo con dolor o sin el. Ella pagó por la habitación con baño usando una
tarjeta. Yo apagué la música funcional.
Siempre habrá más paja que trigo

Luego de escribir también me llamó la atención ese pequeño apéndice sobre la


letra e. Pienso en la muchacha rubia como una palabra que se ofrece
dulcemente a la sílaba, abriéndose al pequeño apéndice mientras ensaya,
gustosa, algunas vocales. El apéndice queda, no obstante, suspendido en el
aire, sin contacto gráfico. Pero hay un lugar indicado donde la palabra dada
muestra excitación, donde el contacto se siente. La muchacha rubia favorece
cierta pronunciación al andar tanto en la calle como en éstas líneas. Andará en
uno u otro sentido mientras siga entonándose lejos de la definición. Supongo
que la rubia no vive lejos de mi casa. Una vez vino a sentarse muy cerca de
donde yo estaba leyendo La cartuja de Parma, en una plaza. Ella hablaba
animosamente a su amiga y yo trataba a mi vez de imaginar un diálogo entre
nosotros. No conseguí nada. Pero cuando se levantaron ella me miró. Pensé:
ésta noche estarás conmigo en el reino de Onán. Tendremos una breve y
humilde recreación literaria prologando el momento del éxtasis. Luego serás
podredumbre soñando con la edición y vas a descomponerte hasta que tu ser
en carne y hueso desfile otra vez junto a mí y todo vuelva a empezar. Así es la
cultura, no hay nada pero puedo deshacerte en halagos. Si pudiera, la próxima
vez, te besaría y te gritaría en la calle que ya no tengo nada que decirte.
Estaríamos entonces sólo frente al espectáculo de tu belleza. Lejos de la
literatura pero al fin, gracias a ella, estaríamos solos frente a una amenaza.

Volví a ver a la rubia en la puerta de una biblioteca. Para ojear un libro hay que
poner cuál es tu ocupación. Yo estaba siempre buscando cualquier trabajo y
allí donde iba era raro porque se adivinaba que yo leía libros. Luego me
escapaba de aquel infierno para ir donde los que leen libros y allí también era
raro porque no hacía ninguna carrera ni estudiaba nada. Así que me volvía a mi
soledad y me preguntaba quién era y como no lo sabía me buscaba en los
libros. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, leía en la biblioteca mientras
pensaba que esta vez la mirada de la muchacha rubia se parecía en algo a la
mía, pero cómo saberlo; quizá sólo se trataba de la cercanía de los libros. En
los baños de las bibliotecas también hay leyendas. No sorprende que sean
anuncios aun más desesperados. Su estética no corresponde al género, y este
cuidado en ciertos datos del autor lo dejan fuera de juego, suponiendo que para
los responsables de estos mensajes el asunto no pasa de un entretenimiento
casual. Yo pensé que no perdía nada poniendo alguna cosa, pero al ver la
marca de unos dedos sucios de heces recorriendo la pared, desistí. No era una
escritura legible al menos a primera vista, pero aquellos signos me hicieron
recordar a Sade y a tanta porquería escrita acerca de un presunto diálogo entre
el escritor y la sociedad. Aquella señal viviría un momento a pesar de tantas
doctas opiniones, haría su trabajo en algunas miradas perdidas por ahí.
Entonces descubrí que yo simplemente era alguien tratando de hacerse de un
recuerdo.

Sólo que hasta nuestra propia historia en cuanto puede nos deja a la buena del
Omnipresente, en revancha de aquel instante al que mostramos total
indiferencia. Ya sin historia, solos entre el Señor de la Mies y las palabras,
literalmente solos, sólo nos queda la caza de episodios.

Crucé la plaza mirando a todos lados, como si buscara alguna cosa. Al ver la
iglesia me dirigí hacia allí con la ilusión de sacarme de encima algunas
lágrimas, ya que, al menos en aquél sitio, amerita, todavía, largar el rollo por lo
que sea y no está mal visto. Pero quiso el destino que una conocida me
cruzara justo cuando yo iba a entrar, así que, por vergüenza, la saludé y
cambié el rumbo, privándome de mi oportunidad de moquear un rato en paz.
Qué pensaría ella si descubriera mi intención? Es triste descubrirse en medio
de un alelamiento así. La muchacha, sin detenerse, permitió que la rozara
apenas como a una reliquia, y disparó los ojos otra vez en una dirección, como
un guardián implacable. Ya en casa, atragantado con un pedazo de pan, al
punto brotaron, solícitas, unas cuantas lágrimas entre humildes y
endomingadas.
Dos extraños

Ocurre a menudo. Ella se mató poco después de que él la abandonara.


Desapareció, como se dice, a su modo, el joven, muy prometedor. Fue hace
unos cuantos años. Ahora otra vez el apartamento estará vacío. Hasta que
vuelvan a poblarlo los ruidos de quienes aun no conocen la historia o la
desacreditan por un tiempo. Pero esta clase de historias de amor justamente
son las de fiarse. En un rincón, donde no hay teléfono, se escucharán las voces
grabadas en un contestador. Hola! Te comunicaste con nosotros. Risas. En
este momento no estamos. Risas. Pero aquí están nuestras voces. Risas.
Hasta que la muerte nos separe! Risas. Y más! Puedes dejarnos tu impresión
después de la señal. Risas. Adiós!

Soy de los que se dice un tipo con mucha imaginación. Me masturbo


compulsivamente, sí, pero sólo pensando en ella. Es cierto, no puedo borrarla
de mi mente. De mi cuerpo. Y es que yo formé mi cuerpo amante junto a ella.
No puedo imaginar mi cuerpo de otro modo sin ella. De acuerdo, un soñador.
Qué otra cosa me queda. Sólo leer esto una y otra vez. Hasta que llego a la
parte donde doy muerte a ese cuerpo. El mío. Y sigo masturbándome sin
descanso. Buscando ese otro cuerpo.

El de ella. Es terrible, sí. Qué puedo decir. Pensé que de esta manera se
acabarían los problemas y yo volvería con ella y ella conmigo. Todo sería más
o menos como antes. Sin necesidad de algo tan drástico. Pero ya ves, aquí lo
dice, doy muerte a mi cuerpo. Los detalles, no quiero leerlos. Están ahí, a la
vista. Ya pasó mucho tiempo, creo. No consigo dejar de masturbarme
pensando en ella. No es que piense en que sea un vicio o algo malo. Sólo es
como tratar de acercarme a ese cuerpo. El mío. El de ella.

Chasquear los dedos

En la calle pasa una muchacha. Yo la veo desde la ventana del cuarto de mi


madre, por un descuido que permite la entrada de luz. Luego chasqueo los
dedos. Mi madre, en la cama, se pone otro almohadón tras la espalda y
continúa su eterna y lastimosa queja. Yo asiento sin agregar expresión alguna.
Es parte de mi dote artística. Ya casi no la escucho. Eso si, chasqueo los
dedos. Una vieja costumbre. Ella lo nota y lo suma a su rosario. Todo sirve.
Más allá de la ventana, en la calle, ahora pasa una mujer de la edad de mi
madre, pero más joven. Podrían llegar a parecerse. O a conocerse, incluso.
Podrían llegar a ser la misma persona. El mismo ser dándose una oportunidad.
Chasqueo, entonces, los dedos.

El tiempo, tan licencioso, podría tener esta clase de descuido que permite la
entrada de otro tiempo, doblándose. Chasqueo los dedos. No pasa nadie en la
calle.

En la casa de enfrente, junto a la ventana, la mamá increpa a su niño. Dejá de


chasquear los dedos! Lo hacemos en la clase, primero de a uno, y después
todos juntos a la vez! Y para qué chasquean los dedos todos a la vez? No
sabés? Por la maestra.
Variaciones en G ( She )

NIVEL DEL AGUA 1

Atorméntame enséñame tus clavos durante el CONCERTO grosso la lluvia se


dispara opus 1 N° 2 de Loccatteli acábame cuando me duela en la boca
CUANDO DUELA que brille como el pobre Werther tú también pide unas
pistolas prestadas tráeme al macho de ésa insulsa que tanto te gusta ya verás
lo que hago con tu rival Ella hará su duelo pero es que los pobres no pueden
batirse no les queda más que humillarse Qué pueden perder? No pierdas más
tiempo Tuve que decir que se trataba de un secuestro necesitaba excitarme
tomar un poco de valor La vez anterior dije que fue un accidente Tú tampoco
eres mi tipo qué importa eso ahora? La ESPECIFICIDAD es sólo mía tú no
entras ahí Tú sólo te limitas a cometer las faltas faltas faltas Quieres grabarme?
Conocí a alguien que grababa sus encuentros una colección de gemidos y
súplicas cuyo sentido en principio era confuso Quisiera oírte ahora tomar tu
registro PIDIENDO y dejarlo en el círculo de tus amistades Todos estuvieron
con todos sin embargo siempre hay algo de lo que no se puede hablar como un
último recurso para seguir pese a todo en qué rango vas a clasificarme en qué
nivel vas tú mi CAGADUCADOS mi Mammón tierno ésta sangre estancada en
el pecho es por ti y ésa mierda es mía ya no tenía fuerzas ésa mierda es mía
pero dime adónde va eso Luego con la lluvia te encoges te ENCOGES eres
cada vez más pequeño te reduces a un bulto arrugado es así como sufres
cuando te reduces a piel? Estírate entonces yo tiraré de ti para saber lo que
sientes no hagas trompas Una vez me golpearon como lo haría Moisés y yo
grité DIOS de tal manera que debe estar grabado en una piedra Atorméntame
No canté acaso aquella memorable canción?

NIVEL DEL AGUA 2


Con esta lluvia no tendré muchos clientes enséñame tus discos el CONCERTO
GROSSO de Loccatteli QUÉ RISA cómo dijiste Werther pide algo para comer
eso que tanto te gusta ya verás lo que hago con el estómago lleno Tuve que
decir que no me sentía bien así que me tomo el resto de la noche podrías ser
mi tipo La ESPECIALIDAD de la casa corre por mi cuenta cuenta cuéntame
algo divertido luego yo te contaré Quieres grabarme? Conocí a alguien que
grababa sus encuentros una colección de gemidos y súplicas cuyo sentido en
principio era confuso Quieres tomar un registro y dejarlo en el círculo de tus
amistades? Todos estuvieron con todos no me lo digas sin embargo se aburren
En qué rango vas a clasificarme en qué nivel vas tú mi CAGADUCADOS mi
Mammón tierno ésta sangre ésta mierda ya no tenía fuerzas se las llevó la
lluvia no te las voy a cobrar hoy creo en Dios de tal manera que te cantaré una
bella canción

NIVEL DEL AGUA 3

Con esta lluvia mis padres van a demorar enséñame tus discos el concerto
GROSSO de Lo cca tte li cómo dijiste de qué GÉNERO es degenero estoy con
eso GÉNERO La lluvia es inevitable pero la gente le DISPARA Tienes un arma
aquí de qué GÉNERO Tengo hambre de eso que tanto te gusta ya verás lo que
hago Tuve que decir la dirección equivocada así que me tomo un rato más es
inevitable Qué clase de tipo eres qué tipo de clase cuántos tipos hay en mi
clase no hay hombres La ESPACIOSIDAD cuenta cuéntame algo divertido
luego yo te contaré cuántos deditos Conocí a alguien que grababa los deditos
de GÉNEROS era confuso Todos estuvieron sin embargo me aburren Apenas
te escucho con la lluvia es inevitable tú me CA... Mamm... ésta sangre ya no
tenía fuerzas la lluvia hoy creo que DIOS cantó una bella canción
NIVEL DEL AGUA 4

Qué tormenta Loccatteli Sí lo tenía en LA PUNTA DE LA LENGUA brillante me


gustó verte con el Werther que tanto te gusta ya verás cómo se demora tu
amigo en RECOGERME Siempre se demora en RECOGERME Imagino que tú
no pierdes el tiempo en realidad tuve que decir que estaría en otro lugar un
secreto necesitaba tomar un poco de misterio La vez anterior dije que Tú no
eres mi tipo pero con ésta lluvia La FIDELIDAD un aparato doméstico la lluvia
cae cae cae a veces en este sentido a veces en éste Conocí a alguien que
grababa el sonido de la lluvia las tormentas los aguaceros Si escuchas bien el
principio de la lluvia es confuso no sabes de qué se trata Pulula simplemente
como un círculo de amistades donde todos estuvieron con todos En qué rango
vas a clasificarme ahora que juntos leímos la lluvia no necesita traducción el
leer se fue llenando y lloviéndose y desbordándose simplemente porque sí por
error por vicio por las ganas gracias a DIOS de tal manera que debe estar
escrito en alguna parte alguien se habrá encantado

NIVEL DEL AGUA 5

Lo hace para atormentarme dice que se olvida así no me pasa a buscar puedo
esperar a tu madre un momento no te molesta interrumpo algo un CONCERTO
grosso no a mi no me molesta verte Werther? Tuve que decir que se trataba de
un asunto de mujeres QUÉ RISA Como sea a él no le importa La
ELECTRICIDAD de la tormenta espanta a la gente a mi me tiene electrizada de
modo que si surge un apagón yo tendré energía para los dos Este
acontecimiento la lluvia me tomó desprevenida el sonido del agua repercute
apenas se puede hablar es como una capa de lluvia a la que se superpone otra
y otra una capa de lluvia QUÉ RISA escapa a los nervios No NO no me
molesta la oscuridad la RESONANCIA de la lluvia no permite que nada quede
oculto

Conocí a alguien que programaba sus encuentros en completa oscuridad


usando un lente infrarrojo en realidad no conocí a nadie lo leí Al menos no vas
a verme roja de enrojecer sonrojar qué palabras Tendrás en tus amistades tan
jóvenes muchas SONROJADAS No es un recurso fácil sin embargo hay que
tener buena circulación En qué categoría vas a clasificarme en qué nivel me
verás cuando esté tu Mammá ya no tenía fuerzas pero al fin creo que
sobrellevamos bien el temporal más que posturas imposturas adónde va tanta
agua DIOS aquél diluvio ahora no tendría pérdida Oíamos la lluvia como si
tocaran la canción del Juicio final.

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