MONGO
MONGO
MONGO
NARRATIVA
Tenía que contárselo a alguien. No lo pude evitar. La veo alejarse. Lo hará otra
vez. La casa de mensajes. La sigo un trecho después de despedirnos. No tiene
caso. Masajes. No mira atrás. Tengo que dar toda la vuelta al palacio. Quién
iba a decir. Es tu novela. Negra. Camina bastante. No me ve. No le hará mal la
comida. Al volver me detengo en una parada. Yo también tengo que trabajar.
Alguien me pregunta si estoy bien. Sí. Hay polvo de oro en el aire para mí. Si
lo ves de afuera es así. Muchas personas mirando en una dirección. Al borde
de la calle. Se inclinan como para oír mientras no viene nada. Money...
Suspendidos en esa espera...flows... Como colgando... to you. Como a punto
de dejarse caer. Polvo. Mientras una de esas figuras es sacudida. Como un
trapo en la cuerda. Una prenda olvidada. No me di cuenta. Temblaba. Afuera.
Sólo se detuvo para llamar a esa puerta. Los mensajes subliminales funcionan.
Me quedé junto a los obreros que también miraban. Claro que no lo esperaba
así. Money comes monos. Ya ves que no hay virtud en la pobreza. Y
murmuraban algo que no quise oír.
La carantoña, por si no sabes, es una planta de tallo y hojas robustas. No. Así
no.
Tenía que contárselo a alguien. No lo pude evitar. Podríamos ver esta historia
a modo de guiñol, con un par de monigotes escenificando éste drama. Un
retablo, o una casa de muñecas. Una miniatura. Una cose fallaci, si, con juegos
de sombras, breves escarceos, claro, como un truco de magia, para decirlo por
lo bajo, un pathos al ras, sin mucho vuelo, pero conteniendo, sin achicar, pero
reduciendo el efecto, el cachetazo. Para distraer. ¡Allez hop! ¡Titiritero, allez
hop! de feria en feria.
Ya puedes poner la otra mejilla. Sin besos, dice ella, van señores de galera,
dice, para distraer; claro que los besos son para vos. Si vieras su boca
entenderías de qué te estoy hablando. Si lo ves de afuera es así. El fantoche
niño quiere llorar, pero es de trapo. No sostiene un pañuelo, sino que es
sostenido por un enorme pañuelo que lo embolsa y lo tira por los aires, goya no
tiene goyete, de la mano de varias damas siempre risueñas, que cantan sus
sueños y sus miserias y lo recogen y lo vuelven a alzar por los aires de polvo
de oro otoñal. El público aplaude, claquea. Es un mecanismo sangriento, pero
da sus divisas. Hace del cuerpo una púa, una manecilla implacable. Algo que
simplemente encaja, sin añadir nada, perfora una superficie regada, grasienta,
con un nombre de fantasía, por tedio y porque la piel de hada es así y así es la
pesca con caña con puppets y paseantes que hacen de ella su lonja por un rato
por un puñado de parné. Y la que comía el pan conmigo alzó contra mí su
calcañar.
Yo pedía por estar en el ojo de la tormenta y que viniera el diluvio y sonaran las
trompetas y que se frustrara tu gestión laboral y que nos diera tiempo de llegar
a viejos para venir al bar y apiadarnos de la gente joven, los que sueñan o
rezan en la bañera. Se confunden las noticias. Estamos acá o en tu casa, O
mundo e um moinho cantaba en el campo haciendo girar la manivela, juntando
calabazas, las hormigas no van a un noque vacío, vos decías ya cerré esa
puerta y te creí, ocultando el vino que no podías tomar. No jures por la luna te
decía, no gilés por un lunar, decías vos, siempre igual que yo que vos que vos
que yo, dos aullidos en una carta, la mandíbula como caja registradora, el iris
lleno, algo huele mal decías siempre olisqueando el pasto las gotas de semen
sobre la tierra húmeda.
Yo corría a comprar la gotita para tus botas de cuero. Era el capítulo dos. Se
despegaban por la lluvia y el agua que se juntaba allá en Canelón chico.
Esperabas recostada al muro del jardín. Justo cuando íbamos a buscar la niña.
Vos levantabas con gracia la pierna y yo vaciaba el pomo con aplicación,
arrodillado, sosteniendo tu pie, como en la Cenicienta, rogando que no se
despegara. Como te gustan tanto las botas, yo las asociaba con las zapatillas
rojas. La gente miraba. ¿Qué asociaban ellos? ¿O vos?
El loto crece en el barro, eso es lo que siempre pienso en estos casos. Escribo
buscando dar voz a tu silencio y doy con más preguntas, es lógico. O no. Quizá
me quedé sólo con la zapatilla en la mano y vos pasaste al otro lado del muro.
Quizá el fetiche que tanto temía podía convertirse en un talismán. Dabas
vueltas y vueltas y yo, pegamento en mano, te quería fijar al suelo, como una
estatua de sal. Te decía no mires atrás y era yo quien miraba. Me endurecí,
como quien mira a la medusa.
Es tarde cuando te das cuenta. Estas adentro. Hay tres sillas giratorias
ocupadas frente al espejo, se terminó, te abandonaron. ¿Sonríen porque es un
número para la gente que pasa? Tu papel es secundario, bolo entre bolas de
pelo, minutos en el banco de las revistas, desentonas, hace rato que no sos la
novedad, como una borla de Fraile en la peluquería, desentonas y te acordás
de su pregunta, ¿no es bola? Como azúcar en las manos, las palabras,
perdido en otra cultura, enfrentado a las promociones, siluetas en los
secadores, también vos podrías ser un auto desguazado, la guasa, el olor a
pelo chamuscado es como el olor de la culpa, aunque recortada, la máquina de
la timidez, quisieras evitar el lavado. ¿Qué me habrá querido decir? Es tarde.
Nunca le regalaste ropa interior. No es seguro que te atiendan. Hay tres sillas
giratorias. Un espejo. Ya pasó algún tiempo. No podrías con ninguno de esos
peinados nuevos. Además, tenía que contárselo a alguien. No lo pude evitar.
La veo alejarse. Lo hará otra vez. Son sólo recuerdos. Que tienes que olvidar.
Cierra los ojos. Descansa. Apunta. No olvidarás esta noche. No has pegado un
ojo. Nada has pasado por alto. Nada escapa a tu atención. Cada detalle. Cada
recurso. Cada digresión, es historia, un dato más, sujeto a confirmación, ha
sido tu presa, otro apunte. Y luego otra hojeada rápida a tu papel. A tu papel en
blanco. Quisieras evitarlo. Descansar. Dejar enfriar ese asunto. ¿Importa
acaso? Pero la única pregunta de la noche, ya sabes.
Hay algo, sin embargo. Poca cosa, pero cuenta. Y es que hay algo que te falta.
Apunta bien. Presta atención. La tensión es lo que cuenta. Sólo que no has
pegado un ojo. Y necesitas dar en el blanco. Apunta. Que no se te escape.
Debes ir acotando el espacio. La noche toca a su fin. Asegúrate de no dejar
espacio. Marca tu territorio. Y la tendrás cara a cara. No vas a creerlo. Su
aliento y el tuyo se fundirán. Y cambiarán miradas de tal modo que ya no
sabrán... Asegúrate de no dejar espacio. Cuida tus redes. Si cedes sólo un
poco de terreno estarás perdido. Usa tu olfato. Concéntrate en el espacio.
Debes confundirte con lo que te rodea para ser uno con el espacio. Debes
escudriñarlo hasta copiar su movimiento a la perfección. Y confundirte con sus
pasos. Pero no lo dejes hacer. Piénsalo. Luego toma el espacio. Hazlo
pequeño. Si lo ves de afuera, podría ser un retablo, o una casa de muñecas.
Cacería de muñecas. El hada de las muñecas se baña dos veces en el mismo
río. No quiere ser vista. Una obra de arte en el piso. Cierra los ojos, no mires.
Si vacilas, ya sabes. Estarás de nuevo hasta el cuello y no olvidarás esta noche
de perros. Será otra noche en blanco.
Blanco, blanco, blanco, así perderá intensidad. La noche toca a su fin. Por
bueno, blando. La noche acaricia la misma pregunta. No hay color. No hay
elección. Sólo un blanco errátil. En el que nadie da. Por el que nadie da nada.
¿Cuál es el papel del sueño? Otro papel en blanco. Asistimos a la
decoloración... de todos tus pasos... hasta aquí. Estaba sofocado. Buscaba un
remanso. Apartaba de mí los arbustos y el cansancio me hacía pisar las
flores... No iba armado, hada, hado. Ella estaba sofocada. Tenía una pesadilla.
Estaba frente a su camilla de trabajo. Su nombre de fantasía era Mortaja, no,
Morgana, ninfa de las nieves y las morgues. Estaba encargada de maquillar el
duro rostro de la muerte. Una vez más, disimular un poco la gravedad del
asunto, hacerlo más liviano, feérico.
Escupe en la boca del muerto, el hada de los dientes, fecunda el más allá del
flagrante goce de los cuerpos que agotaron la sombra, el telar del antimundo,
ese espacio flotante multiplicado con excesiva aplicación actoral y coro de
gallos degollados, yo no estoy ahí, decís, es sólo mi cuerpo, y una banda
sonora también a destiempo colabora con la escena y el desánimo general.
Cerrás los ojos. Para vos suena la claqueta, pero hay demasiado olor a
desodorante y regusto a chicle. Todo tan blanco, con su blanca palidez, así que
le das color y es otra carantoña, caricia inválida en el tallo estallada en ojos en
hojas y trozos de carne volatizada. Pero vos le sacas dramatismo, decías Yo
asistía a una función que estaba tan mal escrita que me eché a reír. Afuera los
perros ladraban a la luna. Los amigos llamaban a coro. Los amigos y los perros
confundían sus voces. Yo le tapaba la boca con las manos. Como el hada de
mi historia. Ella se cubre el rostro con sus propias manos.
Luego viene el tercer capítulo, más de lo mismo, pero contando con que nos
hemos dejado llevar por las últimas novedades, los consejos familiares, en fin,
la atención en los acontecimientos mundiales, estableciendo vínculos
insospechados, tomando distancia por las dudas, por prevención, remontando
los recuerdos, arrojándolos como haría un ave carroñera con su presa, damos
vueltas al tunal, dijera aquél, a ojo de pájaro, cae la sombra, sobre la misma
escena vista de arriba, hecha trizas, como uno de esos espejos que has roto.
Wait please...
Telón rojo, vudú blanco. Aparentar, mirar a través del agujero viril, fingir interés,
como por una ranura, el otro lado del sexo. Pretendo estar solamente allí, en mi
sensación, Mefisto, deslizando. A veces se ensaya demasiado. Uno ya ha dado
muchas zancadas, de un lado a otro, escupiéndole en el rostro sin querer a
algún compañero durante una réplica a destiempo. En fin, los nervios son los
que balbucean, los que dan coces... Ahora estoy solo en la escena. Ahora es
ayer, hoy y siempre. En el escenario. Veo el sillón. Usado en viejas comedias.
Cargado de sensaciones inútiles. Ya se sabe cómo es esto. Deambular por los
fenómenos, corroborar el aliento en el espejo, evitar argumentos, revisar
apenas un apunte, visitar sólo la instancia mental erótica, el núcleo
desmaterializador. La peor de las tramas, la trama social.
2
Dos elefantes… se balanceaban…
Estoy al revés. Doy vuelta las cosas apenas noto que conspiran contra mí,
guiándome en la luz de un orden que no es el mío. Soy un agente del mal si mi
pasión desordenada me marca un ritmo, si mi tortura es una enfermedad que
me eleva a la esencia de las preguntas. Soy yo quien establece el pacto. Yo
quien le doy al diablo el nombre que quiero.
A nuestro asunto. Noto que no dejo de restregarme las manos. Las siento
grasosas. Y cierta comezón en los cantos. Un hongo. Los nervios. Y éstas
vendas. En fin, que me instalé aquí. Tengo todo lo que necesito. Prefiero que
no me vean sin las vendas. El hombre que presta su identidad por debajo es
insignificante. El actor con el rostro vendado no es un hombre. Es un acto de
sacrificio humano, una medida de valor y de superación.
3
Compraron el sillón viejo para la obra. De paso lo adornaron con no sé qué
tragedia que se cernía sobre él. Eran dos varoncitos que se había agenciado el
director, recién salidos de la escuela oficial de teatro. Vivían juntos en
Montevideo. Eran del interior. Lo compartieron todo como buenos colegas y
amigos hasta que surgió el clásico asunto de polleras. Luego ya no se hablaron
más. En los ensayos y reuniones que compartían, necesitaban una especie de
intérprete, testigo de aquél duelo de mimos. La muchacha de en medio se
cotizaba en alza, había entrado en La Comedida Oficial, así que las diferencias
eran más bien regodeo entorno a la figura, un andar de pajaritos tras las migas.
Un día le tiré un libro por la cabeza, a la fifí, que no es mala, en un asunto de
borrachos que ya todos disculpamos, aunque es código que el amigo olvida,
pero el colega no. Así hace uno su currículum vitae.
Estoy a favor de tensar los nervios. Como ejercicio. Para estar en forma. Éstos
papeles son como unos diarios que un vago se tira por arriba con la ilusión de
no morir de frío. Yo me tapo con ellos para darle forma a éste hombre invisible.
En fin, decía, nuestro Carlos, se hizo el tesorero, o algo así, de nuestro grupo.
No sé. La parte contable. Soy un viejo de otros tiempos, disculpen mis
expresiones. Carlos, mientras tanto, es joven y emprendedor. Lo rige la
naturaleza del cálculo, sin duda. Pongamos un ejemplo. Una vez, cuando no,
programaron una serie de fiestas para recaudar fondos. En la casa de Carlos.
Los menos simpáticos metimos unas horitas de porteros o fregaderos. Al fin de
una de éstas noches, entre el vaho mesmerizado que dejaron aquellas hordas
de sacudidores, atraca barras y estudiantes de bellas artes, pude ver a Carlos,
en su labor contable. Después de todo no le caían tan mal, las gentes que
dejaban su dinerillo, al mozo. Sólo le faltaba la balanza. Quién sabe si no se
tragaría sus ducados, por el placer de cagarlos. No es fantasía mía, ¿eh?
Soñaba con su elefante blanco. Yo sólo lo vi muy ocupado entre la montaña de
billetes y monedas. Dejé un poco el lampazo y quise ayudarlo a contar, pues yo
también tenía oficio en la tesorería de una lúgubre industria que no quiero ni
mencionar. Bastó con la intención. El croupier cerró sus brazos sobre la
recaudación como un bebé hacia su madre y corrió a echarse llave en su
cuarto que por cierto era el más majo de la casa… El director le había dado
aquella responsabilidad, parece, así que nadie tuvo objeciones.
A fin de cuentas, el dinero que surgió aquí o allá se vio repartido en forma de
más fiestas y más tintineos de botellas y perras y tragaperras, ducados y
cagaducados, entre tanto le dábamos que hablar a la gente, con tanto ingenio.
Lo mismo todo el año es carnaval.
Salvo que te dio la pataleta. Estrés, angustia, falta de ejercicio, hernia de disco,
dijo el doctor. No hay lesión en el cerebro. El cuartel está a salvo. Y la
gobernanta aun es sexy y viste de gris. Camina. Sigue caminando. Deja el
cigarro. ¿No fumas? Empieza a fumar y luego déjalo. Que sepa quién manda.
Los mandatos, claro. Lo de siempre. El hombre de blanco, bajo juramento
hipocrático, es la puerta a los laboratorios. Nunca estás solo. Están las grandes
compañías. Le recordé, el arte es largo, la vida corta, la ocasión fugaz… Él
apenas me vio, los ojos en las recetas, la mano dirigida por otro, a
enloquecidos trazos, garabateando mi porvenir, en la lengua de los médicos.
Yo aproveché y le dije, Doctor, se trata de un sueño recurrente, este dolor de
columna, del cuerpo todo y acaso del alma, con perdón. Le explicaré. Algunas
veces me despierto, luego de una pesadilla, algo muy vívido, sintiendo que me
falta algo. Más allá de la experiencia onírica interrumpida.
Algo rengo, entonces. Sí. Cojeo un poco. Lo advirtieron rápido. Tuve que fingir.
Decir que era parte del personaje. Cada vez me dolía más, de tanto arrastrar la
pata. Con el traje gris, descocido por todos lados. Repleto de alfileres invisibles
que siempre están molestando, insistiendo con una vieja historia. Un viejo
rencor de la carne. Responsabilidad de un sastre enamorado de un famoso
actor. Cada uno a su arte, le dedicó un acto de magia negra. Dicen que el traje
apretaba tanto el cuerpo del actor, una vez puesto con total comodidad, que
acabó despellejándole en parte, o medida por medida, mientras intentaba
sacarse, con ayuda, aquél abrazo descomedido. Creer o reventar, a mí me
sienta bien, para el personaje, digo.
Algo incómodo, sí. Algo traidor. Me obliga a trabajar la atención. A meterme en
una historia que no es mía, fibra por fibra, hasta que es mía en cuerpo y alma,
con ese amor desmelenado.
Cuando conté esto, era de esperar, se preocuparon un poco. A ellos les iba
más la guasada, las anécdotas, coloreadas o no, pero sin efectos colaterales.
Así que hacían sonar el hielo en el vaso maquinalmente, el whisky de los
ensayos pues hace frío y el teatro es divertimento, que cante Luisa. Su número,
Natural Boy, pasado de agudos y burbujas blue eyes, bien a tono y sin
embargo, ay, el peligro otra vez, las burbujas explotan, y todos como en un
juego de niños, soplando para alejarlas, que estallen lejos, que no jodan el día,
el final del día, el término de la obra. No patinar, piso con lágrimas. A very
strange, enchanted boy…
“9. No llorarás en el set.” Un caso, Luisa. Nada de particular, al fin, pero algo
que pasa a través de ella. Cambiamos por coche nuevo, dijo el director cuando
llegó Luisa en lugar de una actriz que tuvo que bajarse, como se dice, del
proyecto. Los compromisos, claro. Una pena, porque era buena llevándose la
barra de chocolate a la boca, mordiendo en el momento justo, juguetona,
ensayos de invierno, decíamos. Hoy es madre.
Estuve ahí. Mi memoria falla. Estoy citando los nombres de los personajes.
Deslizando, acariciándome la barba, los pelos del diablo, y llamándolos por sus
sombras, sus dobles, a los actores, con el suave sortilegio de un Próspero
comediante, desterrado, apartado de su elemento, abandonado a las oscuras
aguas… Un actor inteligente trae ya su capa, y aún sin espada representa un
peligro…
Bellaco, tímido y cobarde como era, sólo podía soñar contando árboles
cortados. Así arma uno sus escenas. Padre hizo las muletas que me llevaban a
mi primer año de liceo. Yo era tan delicado y minúsculo que no tardaron en
romperme una pierna, aquellos golfos. No podía trabajar. Sólo ir a estudiar.
Una vergüenza. Tuvieron que cambiar de aula porque yo no podía subir las
escaleras. Era un salón improvisado en el altillo de una casa vieja. De todas
formas, había una invasión de murciélagos. Sacaba las mejores notas, aunque
jamás estudiaba. Tenía mis lecturas. Los compañeros cargaban, con once
años, sus mochilas de revistas pornográficas y sus caramañolas de grappa. Yo
trataba de evitarlos, pero llegaba a casa con aquella nota arrogante. Ni que
decir con las chicas. Una vez que me dejaban oler sus cabelleras recién
perfumadas, sus pieles tan tersas y rosadas, caían en la cuenta de aquél olor.
Hay que agregar que también encontraban sospechoso aquél tambaleo mío tan
particular. No estaba borracho. Temblaba en parte por la proximidad de ellas y
sus efusividades y más que nada porque todavía mi cuerpo no podía con el
frenesí de las máquinas del taller. Llevaba a todas partes, contra mi voluntad
aquél retumbar en mi figura de muñeco animado. Durante el almuerzo se
debatían los temas candentes, que eran todos y el único tema. Mi padre decía,
“¡¡No haber criado chanchos!!” “Dios colorado!!” Y se dirigía a su siesta. Para
entrar en sueño, para su única licencia de fantasía, leía la única revista que a
veces me compraba, porque era de su agrado, Conan El bárbaro. Y entonces
sí, cada uno a su arte, roncaba de lo lindo.
Laura le da de comer a los peces de la pecera que hay en la obra. Dos peces
chinos, de verdad, comunes. Decir dos peces chinos y decir que son de verdad
parece broma. Un poco de naranja, rojo y amarillo, como pajaritos en el aire
espeso, como una quinceañera multicolor, el pez japonés, le dicen. En fin, el
Goldfish tradicional, de casa de familia. Los actores se creen una familia. Les
gusta llamarlo Goldfish. Les gusta pronunciarlo, como sintiéndose parte del
cine de culto…
Para mí es lo mismo que un cuadro de paisajes de ésos que hay en las casas,
accesorio, insulso, viral. Como los cuadros de los hoteles. Ahora recordé un bar
donde hay una pecera repleta de éstos pobres bichos. Una vez estando allí nos
prohibieron cantar. No era un escándalo. Pero es uno de ésos bares que
parecen peceras… De afuera, la gente boquea de lo lindo, tú puedes ver
viñetas, espacios recortados, ángulos con mucha luz y sombras de gente sin
aire, pidiendo más agua… Laura Palmer y Bobby Perú son los peces de la
obra. Bobby, como nuestro director. Laura tiene los mismos ojos del
director. Siempre hay bromas de que son hermanos… Los peces dan una
vuelta y olvidan. Eso dicen. Laura es rubia y como el pez lleva los ojos como
bolas y los bordes redondeados. Su mirada de muñeca detrás de un vidrio,
¡occhi di cristallo!, ¡ay ay eyes!, como su carácter colorido, estridente, quiere
pasar al otro lado. Te grita desde su envoltorio, su presencia avasallante de
mujerona lúcida, sórdida y algo sorda, pues los gritos retumban en su caja, su
cage, busca su Sailor. Es lo que el director quiere, la enorme muñeca parlante
que sigue el camino amarillo, en el imaginario popular… de los hombres. El
bollo no vale el coscorrón, pero la voluntad de vivir y de contarlo nos hace amar
la tragedia, poner otra vez la mano en el fuego, estar en el horno, esperar otro
tortazo... Fraseo, recogimientos, más allá del lenguaje, espiral, esto sí,
¡paralelas! Algunas dulces violencias, robarse un cuadro de un hotel con una
escena de caza. Fantasías, representaciones mentales... Uno va de turista por
emociones o sentimientos que al rato tendrá que abandonar y ya tendrán un
dejo de artificio... Imágenes, imágenes de figuras que quieren contar, como en
la caverna de Platón. Todos terminan allí. Alfiler y máscara africana. Un silbido
y la conjuración se cristaliza. Ellas, suena familiar, no están ahí. Lo que hay es
afectación, copia, estallido sin objeto ni lucidez, gesto ciego, infantil, combativo,
jamás cerebral, ni celebratorio.
Idea Fleitas
Hola querida hija mía. Te escribo para contarte algo que ya sabes. Tu mamá y
yo estamos separados en este momento. En este tiempo, en éste lugar del
tiempo de los dos. Es historia para vos y está ocurriendo para nosotros. Ahora
estoy recordando cuando decidimos llamarte Idea. Yo quise hablar de Platón a
tu madre pero ella me llenaba de besos y tuve que postergarlo. Hace días que
no dejo de llorar. Tu madre querida no está conmigo. Qué voy a hacer? El
llanto no me deja ver con claridad. No sé si fue un sueño, pero te vi chiquita,
jugando en el jardín, y de pronto intuías algo, te detenías a observar cualquier
cosa en la lejanía, y en realidad estabas leyéndome, escuchándome, siguiendo
éste llamado, éste llano, éste calor remoto. Ahora sólo cuento contigo. Puede
que seas grande y de pronto tengas éste recuerdo de mi sueño o de mi visión y
te estremezcas como yo, sabiendo que en éste momento necesito tu auxilio.
Hija mía tu mamá está lejos y no quiere oírme, comprendes? Hace poco
hicimos la lista de invitados a nuestra boda. Entonces ella me abrazó y me dijo
que quería un niño, una niña, una idea amorosa como un puente que uniera
para siempre todas las realidades, pasadas, presentes y futuras y las colmara
de amor, porque ésa idea eras vos, fruto de nuestra más tierna experiencia en
la vida. Mamá se fue, mi vida, entiendes? Ahora estoy solo.
Por eso te escribo. Me siento tan culpable. Y a la vez un tonto por sentirme así.
Te extiendo mi mano. Idea, hija mía, yo te siento. Ya sabes lo que te pido.
Habla con tu mamá. Cuéntale lo que ves. Háblale de vos y de lo que estás
haciendo. Dile cuánto la amamos. Dios mío hazle saber que la extraño. Que no
puedo vivir sin ella. Sin ustedes. Sin mi razón de ser, sin mi familia.
Pataliebre
A pesar de todo les gustaba como paseo la ida al almacén más cercano, que
estaba a varios kilómetros.
Siempre hacían alguna parada no tanto para descansar como para hacer
alguna observación oportuna del paisaje que contemplaban con admiración.
Entonces eran sorprendidos por las liebres que se cruzaban en el camino de
carquejas y chircas. No se sabía de mandrágoras por allí, pero a ella no le
gustó que la llamara Circe en algún momento, bromeando y gritando
Aquiiileeess al animal en fuga; Melinda estaba preocupada por su sobrepeso y
de pronto sentía aquel tramo como una carrera sin fin.
Mantis
Dónde está Dios?- preguntó ella al insecto camuflado en la hoja del sauce. De
pronto, una hoja voló hasta posarse con delicadeza en su pecho descubierto.
Ella cerró los ojos para dejarse bañar por la cálida luz del sol entre los árboles
del fondo de la casa y escuchó su propia, verdadera voz: el niño está en el
sótano, donde sus padres han intentado dejar lo que no les sirve, lo que no
quieren ver. No hay luz, pero el niño no está solo. Todo está inmóvil pero el
pecho del niño o niña se agita sin control y la oscuridad se espesa, como si la
respiración del niño inflara una enorme bolsa negra que a cada instante gana
densidad y toma forma entre la borra de la maternidad, por entre el ripio del
rincón olvidado paternal. La humedad dibuja paisajes tan antiguos que aunque
el chico o chica no los vea lo llevarán a un sueño de alguien que no conoce el
tiempo y le muestra viñas y caballos en llamas, ollas podridas que emiten
oscuros cantos o frases rimbombantes imposibles de acabar, como una lección
escolar que no termina de aprenderse nunca. Siente la agitación del monte
como si los árboles rodearan y ocultaran también por vergüenza alguna riña,
algún combate donde un borracho arroja puñetazos al aire mientras suda, se
agita igual que el niño y vocifera y llora como un crío. La espeluznante criatura
del sótano ha cobrado vida otra vez y su proximidad es amenazante.
El niño o niña repite entre dientes el niño o la niña un niño o una niña tan sólo
un niño o niña ya no soy un niño ni niña que Dios me ayude. Pero tenía que
bajar, para ver qué había allí. Tenía que descender y enfrentarse a aquella
forma inhumana que no es niño ni niña. Tocar al monstruo antes de ser
devorado.
En el bar
Ésta vez me llevó un buen tiempo salir del ensimismamiento. Quién sabe
cuánto hacía que tenía los ojos pegados al vaso vacío. Cuando aflojé la vista
salió todo el ruido del vaso otra vez. Me acordé de los perros, en casa. Un tipo
hacía un repiqueteo en la botella. Para él, sería música. Casi nadie vio a un
hombre con la ropa raída y orinada. No lo dejaron ir al baño y se fue,
murmurando algo para sí. En el centro del bar había muchas mesas juntas.
Finalmente los hombres conseguían estar cada uno junto a una mujer.
Se intuía un acuerdo tácito entre casi todos. Una dama miraba a la que tenía
enfrente en señal de desaprobación. La otra, enterada, señalaba a los tipos los
vasos a medio llenar. El mío ya tenía otra columna de hielo con algo
amarillento alrededor. Como no me di cuenta, la hora de los borrachos me
agarró mordiendo una pizza. Ni siquiera reaccioné cuando alguien pidió
permiso y sin esperar se sentó a mi lado. Las primeras palabras de una
persona se adivinan antes que diga nada. Es inútil atribuir cualquier influencia
del alcohol a un carácter proclive a la estupidez. Yo miraba para afuera a la
gente que pasaba y miraba para adentro. De a ratos me llegaba alguna palabra
a la que el tipo daba un énfasis innecesario. En cualquier caso eran frases
anodinas que seguramente venían repitiendo ésta y otras noches.
Una sombra
Era una mancha. No conocía la gravidez. Su naturaleza sólo le decía que iba a
morir para dar la vida a una cosa sin forma que tendría conciencia. Era una
lógica subterránea. La mancha se perpetuaría.
Él sólo trataba de recordar. Qué le había dicho ella. “Un día tendríamos que
hacer el amor de nuevo.” Un día… de nuevo. Cómo es que había pasado?
Cómo es que volvería? No conseguía ordenar el tiempo. El placer lo
atenazaba. La humedad. Afuera las nubes estaban cargadas. Como tiznes
llenos. Amoratadas. Como luego de una pelea. Parecían estirar un dedo
magullado que tocaba débilmente la ventana. Devil, pensó. No. Débil, dijo
sonriendo para sí. Un pensamiento rugoso, una imagen porfiada que emanaba
una corriente, una chispa, algo virulento que estalló en la mano y se pegó en la
pared. En la humedad.
Él llegaba de trabajar o de ensayar y se acostaba. Si escuchas bien el principio
de la lluvia es confuso, no sabes de qué se trata. Los días lluviosos dormía. La
mancha guardaba su sueño, desde la pared untada de semen. En la humedad.
Abrió la boca. Recordó que una vez le dijo a él que su semen era el de sabor
más fuerte que había probado en su vida y comenzó a dejar salir una burbuja.
Como si inflara un globo. El glóbulo fue creciendo. Tenía gotitas de su sangre
que iban estirándose como pequeñas venas dentro de una ampolla. La sentía
latir sin despegarse de su boca. La esfera enrojecida vibraba y se estremecía.
Ella pensó en un sonajero. Tuvo una arcada y la bola le salpicó la cara.
Mientras se lavaba, el espejo le devolvió la visión de una niña pequeña con la
cara sucia de un algodón de azúcar. Siguió restregándose hasta volver a su
palidez adulta. La música de la cañería retrocedió.
La sirena
El video. Con ella. En el hotel. Había conseguido dejar de verlo por un tiempo.
Otra chica que había surgido, en fin. Ahora lo que estaba en la cama seguro
era la computadora. Otra vez. Buscaba alguna cosa en internet. Hacía algún
apunte. Trataba de distraerse y no volver a aquello. Pero ella volvía. Su forma
de hacer el amor. No cesaba de reproducirse.
Una de las figuras era una chica de pelo negro, a quien despegó del grupo con
cuidado pero sin evitar romperla. Uno de los bracitos, que antes era un
simpático saludo de bienvenida, ya separado del cuerpo, parecía una mano
abierta, suplicante en una posición, y un duro gesto de advertencia, como quien
quiere parar alguna cosa que se cae, se derrumba, choca o se vuelca. Había
conseguido la expresión de lo irreparable. Por añadidura pensó en el efecto de
lluvia. Puso entonces la figura rota de la muchacha detrás de una pequeña
mampara de vidrio y, como no tenía luces, arrimó la llama del encendedor al
centro del pequeño escenario. El efecto disimuló el defecto, tras el cristal la
mujer estaba viva. La sombra de su larga cabellera se sacudía y recorría las
paredes al mirar a un lado y otro, a través de la ventana. Una de sus manos
parecía repiquetear los dedos contra el vidrio, para llamar la atención.
algún detalle infantil para disimular su tristeza. No alejarse del objetivo, montar
el breve show. No sabía cómo agregar la lluvia. Ver la lluvia caer es disolverse,
y ver caer una lluvia amañada se parece mucho a morir.
Niña roja
Estaba meando contra un árbol en plena calle. No había visto a la niña
pequeña que lo observaba de cerca. Arrancó el cartel que prometía la magia
negra, para limpiarse las manos. Creyó que la niña había sonreído y se fue.
Estoy con ella en la cama, eso es todo. Nos retorcemos sobre nuestros
cuerpos, envolviéndonos como víboras, presionando, gimiendo, sudando y…
mordiendo. De pronto recordé cuando me clavó los dientes sin miramientos…
lo había olvidado.
Cuando leo esto me siento un tonto. Me hago daño, sin querer, por las noches,
buscando ese otro cuerpo que ya no está. Parece que inconscientemente
quisiera doblarme en otro ser más fuerte que yo, para poseerme por completo y
quizá para olvidar el terror que puede suscitar a largo plazo la idea del
abandono y la soledad. Entonces vuelvo del sueño con un punzante dolor, un
espacio en blanco…
Estaba sentado en la cama, junto a mí. Yo quería creer que aquella materia
meditada pendía de un hilo sostenido en otro extremo que yo no veía pero cuyo
anhelo me resultaba familiar. Tenía figura humana, pero sin rasgos, como un
esbozo en leves trazos blancos, líquidos, casi transparentes, temblando como
el reflejo de una luz en el agua.
El basilisco
Está tirado en la calle, todo roto, viejo, olvidado. Ve pasar talones, talones,
talones. Su mirada se clava en delicados talones que levantan a su paso las
baldosas rotas donde él se recuesta. Nadie cerca, a lo sumo un perro. Le
huyen como de la peste. Tiene mala pinta, huele a mil demonios, le queda poca
tirada. Lo último que tragó fue un resto de huevo podrido. A duras penas pasó
el invierno. Ahora el bochorno lo dejará frito… Tuvo un recuerdo de los juegos
de la infancia, la escondida. Hizo un esfuerzo por traer un rostro querido que
acariciar en la memoria. Ya no lo conseguía. Se tocó la cara para saber que
aún estaba ahí. La piel estaba escamosa y a punto de rajarse. Lo que hubiera
debajo, detrás o en el fondo, al fin se revelaría. Ya no había más tiempo.
Bombed
Claro que es un desastre. Ella me dio un cabezazo, haciendo volar un diente
que cayó justo en su boca abierta en medio de sus aullidos orgásmicos. Yo
pensé: esto es demasiado, no podría contarlo, dirían que exagero. Lo pensé
justo en ese momento, sí, mientras se sacudía y me clavaba las uñas en la
espalda y me taloneaba como a un animal. Me quedé mirando el hilo rojo que
comunicaba mi boca con su pecho como si fuera una vena escapada que cada
cual reclamaba para sí, hasta que la sentí vibrar como una vara
y producir un sonido que se clavó en mis oídos. Luego abrí los ojos y me
encontré con los de la chica, hermosos y muy abiertos, mientras retiraba con
cuidado el golpe de mi cara. Aquél hilo era lo que nos quedaba de tantas
sacudidas. Tras el aturdimiento, me pareció escuchar algunas palabras sueltas,
con un sentido difuso, entre la queja y la disculpa. Los cuerpos continuaron
debatiendo, buscando, preguntándose, en su idioma, sin descanso, fuera de
nosotros. Lo que nos llegaba de aquella oleada no era rencor, sino algo que
simplemente nos superaba y nos obligaba a compartir al menos eso, quizás el
asco.
Yo no podía resentirme con ella porque apenas habíamos tenido tiempo para
tomar una ginebra y algo más. El mismo tiempo inútil que uno pierde tratando
de disimular. Ella es mucho más joven, y me dijo, evitando el bostezo: Si
querés coger, espero que no me invites al cine… No, el resentimiento no iba en
esa dirección. Me odié cuando escuché aquél ruido por dentro, que salió por
las orejas. Cuando sólo pude pensar en la gastada imagen de un reloj, un
despertador, una alarma. Yo estaba quebrado hacía tanto que daba igual
conquistar una idea más o menos poética, porque no competía con nadie y
porque siempre terminaba revolcándome en ese barro que era mi materia. Era
allí donde se me juzgaba. Nadie jamás me había reclamado un juicio inteligente
ni mucho menos una mirada que arrojara nueva luz sobre cualquier asunto.
Más bien fui moldeado sobre el dejémoslo así como mandato. Y las cosas no
tardan en venirse abajo, “El proceso de demolición”, personal y colectivo a la
vez. Eso era lo que nos había reunido.
Ocurre que nos reconocemos al primer instante, con algunas personas,
algunos extraños. Fue por eso que me sobresalté como una niña cuando ella
me pidió evitar el cine. Supe inmediatamente que no se trataba sólo de eso.
Evitar el cine, y la televisión y el teatro y el concierto y el futuro en común y
todos los tópicos.
El perro
Sólo salí a buscar cigarros. No es que lo mío sea fumar, pero estaba tan
ansioso que no podía seguir la película así que sumando un portazo y una
tímida carrerita, gané la calle como si se tratara de ganar algo. La noche está
brava, además. No sé por qué éste miedo irracional a estirar la pata en la calle.
Pero ya me había mostrado dando algunas zancadas y volver sobre una
decisión por vulgar que fuera me parecía un despropósito. Me había alejado
bastante, hacía frío, había una oscuridad bárbara. A un paso maldecía y al otro
decía no estiro la pata, aprovecho a estirar las piernas. Hasta que de pronto
frené, escuché voces. Estaba en una esquina desierta. Era una casa con una
cantina en el piso de arriba. La describo del modo en que puedo recordarla. No
es que quisiera entrar, pero ya era muy tarde y yo estaba al pie de la escalera a
punto de conseguir esos cigarrillos.
Hicieron como si nada, con su cerveza, esperando a que les diera la espalda
para observarme. El hombre que abrió la puerta se tomó su tiempo para dar la
vuelta al mostrador, apoyarse en él con los brazos estirados y al fin arquear las
cejas al encontrarse de nuevo conmigo. Señalé los cigarros. Él paseó los ojos
por el surtido del bar y luego me devolvió un mirar argentado. Pedí whisky y
cigarros. Entonces se dispuso a servirme. Sincronizando, yo aproveché para
echar una ojeada al lugar mientras los viejos volvían a su juego. Las paredes
estaban tan abarrotadas que era difícil detenerse en algo. Había repisas con
diversos objetos, reunidos allí por el paso del tiempo y algún interés particular o
testarudez. Se dejaban ver, lejos de resultar amigables, y reflejaban cierta
melancólica tensión, como animales de feria. Aunque sólo parecían juguetes
antiguos y demás piezas de colección, costaba imaginarles cualquier fin
didáctico o entretenido. Yo trataba de evitarlos, de no enfocarme en ninguno,
por no mostrar mi desagrado y porque los sentía como una presencia en
conjunto amenazante, por más que estaba claro que el extranjero era yo. El
viejo barquero estaba con los otros y de a ratos volvía a cargarme el vaso sin
que se lo pidiera. Aun no me daba los cigarros. Como dije, tenía sus tiempos, el
ajado, más añoso que todo el cachivache junto. La tele estaba apagada y
devolvía mi imagen oscurecida, trasnochada y doblada contra la barra. De
frente tenía un espejo que me reflejaba sin cabeza.
Humo
El violín
Otro de teatro. El que me conoce sabe lo que odio las muestras de las
escuelas pero, en fin, me engañaba tratando de creer que complacía a unos
amigos. La obra había empezado. Lo sabíamos porque unos viejitos que
estaban adelante relataban todo como en un partido de fútbol. No habían salido
de su casa, ellos. Reían y creían adivinar el trajín de la obra, por demás
monótono y predecible. Se despachaban codazos y ternura hasta el límite de lo
soportable. Junto a mí estaba una chica que seguía atentamente a su novio en
la escena. Estaba a punto de levantarme y evalué la situación. La cultura tiene
sus recursos. Afuera hacía demasiado frío para alguien que no tiene donde ir.
Olvidemos la muestra y vamos al asunto. En la escena hay algo llamativo. Sí,
una mujer voluptuosa. Montones de grasa en lugares precisos, bajo un foco y
con un violín. Suficiente? Nunca. Hace que toca el violín y su sensibilidad le
ayuda a tratar de seguir la melodía hamacando sus partes preciosas. A la
sombra se puede ver a quien ejecuta el instrumento, pero nadie se fija en él. La
muchacha a mi lado se pone muy nerviosa. Hacía rato que la había notado
incómoda y no era por mí. Ella era linda y tenía un novio actor. Yo me quería ir.
Entonces ocurrió lo que alguien podría haber previsto. La actriz del vestido rojo,
la voluptuosa, quién más, se había tomado tan en serio su cuarto de hora que
descuidó la fragilidad del instrumento. Hizo saltar sus cuerdas. Lo dejó caer al
piso. Y cuando quiso levantarlo, lo pisó. Era una mujer grande y llena de
orgullo. Hizo como si nada. Los viejos no relataron esto.
Yo ya me había puesto el saco. La chica del novio actor disparó sus dardos
hacia el escenario con estoico silencio y del mismo modo se dispuso a llorar en
la platea alta. El novio y la falsa violinista sintieron el aguijón aun entre las luces
pero la obra continuó. Yo me ofrecí a acompañar afuera a la llorona pero ella
se negó. Le pregunté si no se quedaba a ver el final. Ganó la calle en cuestión
de segundos. Perdió, por préstamo, novio y violín.
Bomba en Bombay
Por favor, señorita, apártese. El señor está cansado y tiene que irse. Estoy
embarazada! De Él, el detective!
Sí. Infantil.
Si te identificas, es tu asunto.
Blanco? De la India?
En un circo.
Por su marfil.
Yo me sé defender. Gracias.
Vos sos el elefante. Sobre la tela de una araña. Tela. Trampa. Au revoir.
El peligro de la forma
Ahora estoy tratando de escribir. Es para mí, claro. Un poco de ejercicio. Para
mí, digo. Un simple registro del proceso reflexivo. Pienso. Luego siento el
impulso irrefrenable de escribir, seguir con los dedos una línea de
pensamiento. Tocar ese flujo, tratar de atraparlo. Sentirlo mío, como mi propia
voz, sí, darle sentido. Una dirección, para que no se disperse, y se concentre y
no se vulgarice... Un cuidado especial. Aunque sólo yo lo vea. Sin necesidad
de divulgar algo tan simple… La reproducción masiva de la palabra escrita, qué
horror! Confieso que tengo problemas para escribir correctamente.
Trasmitimos lo que tenemos en la memoria, aun cuando esta resulte eng... ah,
xxx, otro error... Es con lo que contamos! Todo lo que conocemos es una
imagen recreada que comparamos con el mundo material. Todo lo que
tenemos para dar es eso, una suma de violencias actualizadas? El peligro de la
forma! Se nace con una inclinación hacia una ffforma. Lo que llamamos
vocación será la expresión que encontraremos para manifestar esa forma que
nos atrae?? Las ideas, los conceptos que se fijan en nuestra mente de manera
obsesiva, habitan esa forma caprichosa que nos dirige y nos sobrevive.
lugar, una y otra vez. Nos enseñan a leer y escribir, para que también nosotros
tengamos nuestra oportunidad, como quien da un palo o una piedra, para dar
por fin alguna novedad que cautive a alguien, que lo saque del tedio, de la
incubación.
Y después envejecemos sin conocer otra cosa que aquella primera lección, leer
y escribir, lo que en arte es una maldición y un tormento, una búsqueda y una
pregunta sin respuesta que nos deja alelados, presa de los otros, la mayoría,
los que nada se preguntan. Hurgar en el vocabulario es auto marginarse? Los
progresos con el lenguaje se traducen como el peor de los insultos para la
expresión popular, que con ser más cargan con la razón. Intenta persuadir una
colonia de hormigas gobernadas por una sola voluntad!!!
Así que no podía leerlo, sólo lo escribía. No sé si hay un rito iniciático para un
lector no iniciado en materia pornográfica. De qué raza puede ser el escritor de
primera? La búsqueda del placer, sabes, es un acto subversivo, más allá de las
convenciones. No se trata de ser amoral. La verdadera transgresión está en el
carácter asocial, en el gusto personal bien definido. Cuando este gusto es
elevado a un fin puede parasitar todo lo conocido. Luego el cuerpo deseado
cae en las tinieblas, se pierde siempre, reniega la forma que le imponen las
modas, las que nosotros le atribuimos. Peca contra el orden establecido.
Leemos y parasitamos esa lectura; la convertimos en nuestra obra. Nuestra
producción son larvas de nuestro deseo. Y siempre es con un fantasma. Hay
tantas
maneras de estar ausente que la presencia sólo trae dudas. Un par de tímidas
invocaciones, ese habrá sido todo nuestro arte.
Dos o tres frases bien intencionadas para los muertos, eso habrá sido la vida...
De pronto, surgen en el texto redundancias que uno no recuerda haber usado,
como esos recuerdos absolutamente vulgares, inservibles, de
Volví a ver a la rubia en la puerta de una biblioteca. Para ojear un libro hay que
poner cuál es tu ocupación. Yo estaba siempre buscando cualquier trabajo y
allí donde iba era raro porque se adivinaba que yo leía libros. Luego me
escapaba de aquel infierno para ir donde los que leen libros y allí también era
raro porque no hacía ninguna carrera ni estudiaba nada. Así que me volvía a mi
soledad y me preguntaba quién era y como no lo sabía me buscaba en los
libros. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, leía en la biblioteca mientras
pensaba que esta vez la mirada de la muchacha rubia se parecía en algo a la
mía, pero cómo saberlo; quizá sólo se trataba de la cercanía de los libros. En
los baños de las bibliotecas también hay leyendas. No sorprende que sean
anuncios aun más desesperados. Su estética no corresponde al género, y este
cuidado en ciertos datos del autor lo dejan fuera de juego, suponiendo que para
los responsables de estos mensajes el asunto no pasa de un entretenimiento
casual. Yo pensé que no perdía nada poniendo alguna cosa, pero al ver la
marca de unos dedos sucios de heces recorriendo la pared, desistí. No era una
escritura legible al menos a primera vista, pero aquellos signos me hicieron
recordar a Sade y a tanta porquería escrita acerca de un presunto diálogo entre
el escritor y la sociedad. Aquella señal viviría un momento a pesar de tantas
doctas opiniones, haría su trabajo en algunas miradas perdidas por ahí.
Entonces descubrí que yo simplemente era alguien tratando de hacerse de un
recuerdo.
Sólo que hasta nuestra propia historia en cuanto puede nos deja a la buena del
Omnipresente, en revancha de aquel instante al que mostramos total
indiferencia. Ya sin historia, solos entre el Señor de la Mies y las palabras,
literalmente solos, sólo nos queda la caza de episodios.
Crucé la plaza mirando a todos lados, como si buscara alguna cosa. Al ver la
iglesia me dirigí hacia allí con la ilusión de sacarme de encima algunas
lágrimas, ya que, al menos en aquél sitio, amerita, todavía, largar el rollo por lo
que sea y no está mal visto. Pero quiso el destino que una conocida me
cruzara justo cuando yo iba a entrar, así que, por vergüenza, la saludé y
cambié el rumbo, privándome de mi oportunidad de moquear un rato en paz.
Qué pensaría ella si descubriera mi intención? Es triste descubrirse en medio
de un alelamiento así. La muchacha, sin detenerse, permitió que la rozara
apenas como a una reliquia, y disparó los ojos otra vez en una dirección, como
un guardián implacable. Ya en casa, atragantado con un pedazo de pan, al
punto brotaron, solícitas, unas cuantas lágrimas entre humildes y
endomingadas.
Dos extraños
El de ella. Es terrible, sí. Qué puedo decir. Pensé que de esta manera se
acabarían los problemas y yo volvería con ella y ella conmigo. Todo sería más
o menos como antes. Sin necesidad de algo tan drástico. Pero ya ves, aquí lo
dice, doy muerte a mi cuerpo. Los detalles, no quiero leerlos. Están ahí, a la
vista. Ya pasó mucho tiempo, creo. No consigo dejar de masturbarme
pensando en ella. No es que piense en que sea un vicio o algo malo. Sólo es
como tratar de acercarme a ese cuerpo. El mío. El de ella.
El tiempo, tan licencioso, podría tener esta clase de descuido que permite la
entrada de otro tiempo, doblándose. Chasqueo los dedos. No pasa nadie en la
calle.
Con esta lluvia mis padres van a demorar enséñame tus discos el concerto
GROSSO de Lo cca tte li cómo dijiste de qué GÉNERO es degenero estoy con
eso GÉNERO La lluvia es inevitable pero la gente le DISPARA Tienes un arma
aquí de qué GÉNERO Tengo hambre de eso que tanto te gusta ya verás lo que
hago Tuve que decir la dirección equivocada así que me tomo un rato más es
inevitable Qué clase de tipo eres qué tipo de clase cuántos tipos hay en mi
clase no hay hombres La ESPACIOSIDAD cuenta cuéntame algo divertido
luego yo te contaré cuántos deditos Conocí a alguien que grababa los deditos
de GÉNEROS era confuso Todos estuvieron sin embargo me aburren Apenas
te escucho con la lluvia es inevitable tú me CA... Mamm... ésta sangre ya no
tenía fuerzas la lluvia hoy creo que DIOS cantó una bella canción
NIVEL DEL AGUA 4
Lo hace para atormentarme dice que se olvida así no me pasa a buscar puedo
esperar a tu madre un momento no te molesta interrumpo algo un CONCERTO
grosso no a mi no me molesta verte Werther? Tuve que decir que se trataba de
un asunto de mujeres QUÉ RISA Como sea a él no le importa La
ELECTRICIDAD de la tormenta espanta a la gente a mi me tiene electrizada de
modo que si surge un apagón yo tendré energía para los dos Este
acontecimiento la lluvia me tomó desprevenida el sonido del agua repercute
apenas se puede hablar es como una capa de lluvia a la que se superpone otra
y otra una capa de lluvia QUÉ RISA escapa a los nervios No NO no me
molesta la oscuridad la RESONANCIA de la lluvia no permite que nada quede
oculto