La Celestina - Adap1
La Celestina - Adap1
La Celestina - Adap1
Fernando de Rojas
Adaptación
Félix Álvarez Sáenz
PERSONAJES
CALISTO, mozo enamorado.
MELIBEA, tontuela que se deja envolver en la telaraña de Celes>na.
SEMPRONIO, criado avisado que espera obtener provecho de los amores de su amo.
PÁRMENO, otro que tal, aunque comience con remilgos.
CELESTINA, incomparable en todo, campeona de maldades, vieja, bruja y puta de toda la vida.
LUCRECIA, criada de Melibea.
ALISA, madre de Melibea.
AREÚSA, niña del pecado.
ELICIA, otra que peca por la misma parte.
CENTURIO, rufián y maniferro.
TRISTÁN, criado de Calisto.
SOSIA, otro criado del mismo amo.
PLEBERIO, padre infeliz de la infeliz Melibea.
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Acto I CALISTO.- Iré como aquel a quien la adversa
fortuna atormenta con odio cruel.
Escena I
Escena II
CALISTO, que ha conocido a MELIBEA en su
jardín, donde su halcón se refugió un día antes Ambas figuras desaparecen y, echado en su
al escaparse, se imagina en sueños que está cama, se despierta CALISTO. Se levanta y llama
frente a su amada, enamorándola. Ambos a SEMPRONIO, su criado.
jóvenes se hallan en el mismo jardín en el que
se conocieron. MELIBEA está de pie; CALISTO, CALISTO.- (Yendo de un lado para otro del
rendido a sus plantas. escenario.) ¡Sempronio, Sempronio! ¿Dónde
está este maldito?
CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza
de Dios. SEMPRONIO.- Aquí, señor, cuidando los
caballos.
MELIBEA.- ¿En qué Calisto?
CALISTO.- ¿Dónde te habías me>do?
CALISTO.- En dar poder a natura que de tan
perfecta hermosura te dotase y en hacerme el SEMPRONIO.- Se cayó el gerifalte y vine a
favor de verte en un lugar tan conveniente enderezarle la alcándara.
para descubrirte mi secreto dolor. No creo que CALISTO.- ¡Abre las ventanas y arregla la
exista mayor recompensa al servicio, sacrificio, cama! (Arrepin>éndose de pronto.) Mejor,
devoción y obras pías que, por alcanzarla, vuelve a cerrar las ventanas y deja que la
tengo yo a Dios ofrecidos. ¿Quién ha visto en >niebla acompañe al triste y, al desdichado, la
esta vida cuerpo tan feliz como está ahora el ceguedad. ¡Oh bienaventurada muerte que, al
mío? Los benditos santos, que se deleitan en la ser deseada, llega a los afligidos!
visión divina, no gozan lo que yo gozo en tu
acatamiento. Mas en esto diferimos, por SEMPRONIO.- ¿Qué cosa?
desgracia, que ellos no temen perder su
bienaventuranza y yo me alegro con recelo del CALISTO.- ¡Vete de aquí! No me hables, pues,
esquivo tormento que tu ausencia ha de si no, quizá, antes de morir, te mate.
causarme.
SEMPRONIO.- Me iré, ya que quieres sufrir
MELIBEA.- Pues un galardón aún mayor te he solo.
de dar, si perseveras.
CALISTO.- ¡Vete con el diablo!
CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías,
que indignamente tan gran palabra habéis SEMPRONIO.- No creo que venga conmigo el
oído! que con>go se queda. (Comienza a alejarse y,
mientras lo hace, reflexiona y duda.) ¿Qué le
MELIBEA.- Desventuradas serán cuando ha pasado a este hombre? ¿Qué hago ahora?
acabes de oírme, porque la paga será tan fiera Si me voy y le dejo solo, se mata. Si vuelvo a
cual merece tu loco atrevimiento. El intento de entrar, me mata a mí. Mejor que muera aquel
tus palabras, Calisto, ha sido de hombre que al que le enoja la vida, que no yo, que me
pretende salir para perderse en la virtud de complazco en ella. Debo cuidarme por mi
una mujer como yo. ¡Vete, vete de ahí, torpe, Elicia, pero, si se mata sin otro tes>go, tendré
que no puede mi paciencia tolerar que haya yo que dar cuenta de su vida. Mejor, entro. No,
subido a un corazón humano el intento de mejor que se desfogue un poco, que, si entro
alcanzar en mí el deleite del amor ilícito! ahora, puede ser peligroso. Dejémosle llorar. Si
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se mata, que se mate. Quizá pueda quedarme CALISTO.- ¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro
con algo con que pueda mudar el pelo malo, y en Melibea creo y a Melibea amo.
aunque malo es esperar salud en muerte
ajena. Por otra parte, dicen los sabios que es SEMPRONIO.- Bien sé de qué pie cojeas. Yo te
bueno que quien sufre halle a alguien en quien sanaré.
descargar sus cuitas. No sé qué hacer. Estoy
perplejo. Entraré, lo sufriré y lo consolaré, CALISTO.- Cosas imposibles prometes.
porque, si es posible sanar sin arte ni aparejo,
más fácil ha de ser curar por arte. SEMPRONIO.- Más bien, fáciles, que el
comienzo de la salud es conocer la dolencia.
CALISTO.- ¡Sempronio!
CALISTO.- ¿Qué consejo puede regir lo que en
SEMPRONIO.- (Volviendo a entrar.) ¿Señor? sí no >ene orden ni consejo?
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herradores, caldereros y arcadores no hay Escena V
instrumento que no forme en el aire su
nombre, que, si una piedra tropieza con otra, Están CELESTINA y PÁRMENO solos en la
enseguida se escucha: «¡Puta vieja!» ¡Oh qué habitación de CALISTO.
gran comedor de huevos asados era su
marido! PÁRMENO.- (Refunfuñando.) ¡Flaca puta
vieja!
CALISTO.- ¿Y tú cómo lo sabes? ¿La conoces?
CELESTINA.- (Enfrentándolo.) ¡Putos días
PÁRMENO.- Entregome a ella mi madre por vivas, bellaquillo! ¿Cómo te atreves?
sirviente, aunque no me conoce por el poco
>empo que la serví y por lo que he cambiado PÁRMENO.- Porque te conozco.
con la edad.
CELESTINA.- ¿Quién eres tú?
CALISTO.- ¿De qué la servías?
PÁRMENO.- El hijo de Alberto, tu compadre.
PÁRMENO.- De todo. Ayudábala en aquellos Estuve con>go cuando morabas en la cuesta
menesteres a los que mi >erna edad bastaba. del río, junto a las tenerías.
Tiene la vieja seis oficios: costurera,
perfumera, maestra de hacer afeites y CELESTINA.- ¿Tú eres Pármeno, el hijo de
recomponer virgos, alcahueta y un poquito de Claudina?
hechicera. Bajo el primer oficio se ocultan los
d e m á s . E s a m i g a d e e s t u d i a n t e s y PÁRMENO.- ¡Sí!
despenseros, de mozos y de abades. A muchas
encubiertas he visto entrar en su casa y, tras CELESTINA.- ¡Pues mal fuego te queme, que
ellas, a hombres contritos con los calzones tan puta vieja era tu madre como yo! Acércate
desabrochados que iban a llorar sus pecados. a mí, ven acá, que mil azotes te di en este
mundo y otros tantos besos. Dígote, hijo
CALISTO.- No me cuentes más, que lo que Pármeno, que tu amo me parece que de todos
ahora importa es mi salud. ¡Ábrele! espera mercedes sin nada a cambio. Ahora se
(PÁRMENO abre la puerta y entran CELESTINA p res enta el ca s o d e q u e to d o s n o s
y SEMPRONIO.) ¡Ya la veo! ¡Sano soy! ¡Vivo beneficiemos y que tú te remedies. Mucho te
s oy ! ¡ Q u é reve re n d a p e rs o n a ! ¡ Q u é aprovecharás siendo amigo de Sempronio.
acatamiento! ¡Oh vejez virtuosa! ¡Oh virtud
envejecida! Quiero besar esas manos llenas de PÁRMENO.- Tiemblo al escucharte. Téngote
remedio. (Levántase de la cama, se pone de por madre, pero, por otra parte, Calisto es mi
rodillas ante CELESTINA y toma sus manos amo. Deseo riquezas, pero no querría bienes
para besarlas.) mal ganados.
CELESTINA.- Dios os guarde, magnífico señor. CELESTINA.- Pues yo sí. «A tuerto o a
Traigo conmigo la medicina para vuestros derecho, nuestra casa hasta el techo».
males.
PÁRMENO.- Pues yo así no viviría contento, y
PÁRMENO.- Ha caído Calisto. En >erra está tengo por cosa honesta la pobreza alegre.
adorando a la más an>gua de las putas, la que
fregó sus espaldas en todos los burdeles. CELESTINA.- Bien dicen que no puede haber
Deshecho es. Vencido es. Caído es. prudencia sino en los viejos, y tú eres todavía
un mozo. Mira a Sempronio. Si estáis
conformes, ambos podréis sacar mucho
provecho y placer, que estáis en la edad de
jugar, ves>r, burlar, comer, beber y hacer
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negocios de amores. Sempronio ama a Elicia, PÁRMENO.- Calla, que sí.
prima de Areúsa.
SEMPRONIO.- ¿Y cómo estamos?
PÁRMENO.- ¿De Areúsa, la hija de Eliso?
PÁRMENO.- Como tú quieras, aunque
CELESTINA.- La misma Areúsa. confieso que estoy espantado
PÁRMENO.- (EnfáUco y embelesado.) SEMPRONIO.- Pues yo haré que te espantes el
Maravillosa cosa es. doble.
CELESTINA.- Pues, si quieres la dicha, aquí CALISTO.- Ve ahora, madre, y consuela tu
está quien puede dártela. casa. Y, después, ven y consuela la mía. Hazlo
pronto.
PÁRMENO.- Te creo, pero no me atrevo.
Perdóname, madre. La paz no se debe negar, CELESTINA.- Quede Dios con>go.
que bienaventurados son los pacíficos. El amor
no se debe rehuir. Perdóname. Háblame. CALISTO.- Y que él te guarde.
Dame tu consejo. Manda, que a tu mandato
mi consen>miento se humilla.
CELESTINA.- De los hombres es errar y de las Escena VI
bes>as, porfiar. Alégrome, Pármeno, que al fin
hayas limpiado las turbias telas de tus ojos. Te CELESTINA sola en su casa.
pareces a tu padre. A veces, como tú, defendía
duros propósitos, pero luego tornaba a lo CELESTINA.- Conjúrote, triste Plutón, señor de
cierto. ¡Oh qué persona! ¡Qué cara tan la profundidad infernal, emperador de la corte
venerable! Paréceme estar viéndolo. Pero dañada, capitán soberbio de los condenados
callemos, que se acercan Calisto y tu nuevo ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los
amigo Sempronio. hirvientes, étnicos montes manan, gobernador
y v e e d o r d e l o s t o r m e n t o s y l o s
(Entran CALISTO y SEMPRONIO.) atormentadores de las pecadoras ánimas,
regidor de las tres furias, Tesífone, Megera y
CALISTO.- Dudas traía, madre, de hallarte con Aleto, administrador de todas las cosas negras
vida, pues tan grandes son mis infortunios. del reino, de Es>gie y Dite, con todas sus
Aún más maravilla es que llegue, como llego, lagunas y sombras infernales y li>gioso caos,
vivo. Recibe la pobre dádiva de aquel que con mantenedor de las volantes arpías, con toda la
ella la vida te ofrece. (Entrégale una bolsa de otra compañía de espantables y pavorosas
cuero con monedas.) hidras. Yo, Celes>na, tu más conocida
cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza de
CELESTINA.- Como en el oro fino, labrado por estas bermejas letras, por la sangre de aquella
la su>l mano del argfice, la obra supera a la nocturna ave con que están escritas, por la
materia de la que está hecha, así, señor, a tu gravedad de aquestos nombres y signos que
magnífica recompensa aventajan la gracia y la en este papel se con>enen, por la áspera
forma de tu dulce liberalidad. ponzoña de las víboras de que este aceite fue
hecho, con el cual unto este hilado; vengas sin
PÁRMENO.- (A SEMPRONIO, en confidencia.) tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te
¿Qué le ha dado, Sempronio? envuelvas y con ello estés sin separarte un
momento hasta que Melibea, con aparejada
SEMPRONIO.- Cien monedas de oro. oportunidad que haya, lo compre y con ello de
tal manera quede enredada, que cuanto más
PÁRMENO.- (Conteniendo la risa.) ¡Ji, ji, ji! lo mirare, tanto más su corazón se ablande a
SEMPRONIO.- ¿Habló con>go la madre?
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conceder mi pe>ción, y se abra y las>me del ALISA.- Dime su nombre, si lo sabes.
crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que,
perdida toda hones>dad, se descubra a mí y LUCRECIA.- Me da vergüenza.
premie mis pasos y mensaje; y esto hecho,
pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo ALISA.- Anda, boba, dilo.
haces con presto movimiento, me tendrás por
capital enemiga; heriré con luz tus cárceles LU C R E C I A .- C e l e s > n a , h a b l a n d o c o n
tristes y oscuras; acusaré cruelmente tus reverencia, es su nombre.
con>nuas men>ras; apremiaré con mis ásperas
palabras tu horrible nombre. Y otra vez y otra ALISA.- Ya me acuerdo de ella. ¡Buena pieza!
vez te conjuro; y así, confiando en mi mucho Algo me vendrá a pedir. Dile que entre.
poder, me voy con mi hilado, donde ya te llevo
envuelto. CELESTINA.- (Entrando.) Señora buena, la
gracia de Dios sea con>go y con tu noble hija.
Mis achaques me han impedido visitar tu casa,
mas Dios conoce mis limpias entrañas y el
afecto que te tengo. Con la fortuna adversa me
Acto II ha sobrevenido una mengua de dinero y, como
no conozco mejor remedio que vender un
Escena I poco de hilado, me he acercado a tu casa
porque he sabido por tu criada que >enes
Llega CELESTINA a casa de MELIBEA y toca la alguna necesidad de ello.
puerta. Ábrele LUCRECIA, una criada.
ALISA.- Vecina honrada, te agradezco lo dicho.
CELESTINA.- (Saludando.) La paz sea en esta Si el hilado es bueno, se te pagará bien.
casa.
CELESTINA.- (Elogiando su hilado, lo muestra.)
LUCRECIA.- Madre Celes>na, seas bienvenida. Blanco como el copo de la nieve, hilado todo
¿Qué te trae por estos barrios? por estos pulgares. Aquí lo ves en madejitas.
Tres monedas me daban ayer por la onza.
CELESTINA.- Hija, mi amor, el deseo de todos
vosotros, traerte encomiendas de Elicia y ver a ALISA.- (Dirigiéndose a MELIBEA, que está a
tus señoras, la vieja y la moza. su lado.) Hija Melibea, quédese esta honrada
mujer con>go, que se me hace tarde para
LUCRECIA.- ¿Por eso saliste de tu casa? Me visitar a mi hermana y está viniendo su paje a
maravillo, que no es ésa tu costumbre, ni llamarme, porque se le ha complicado hace un
sueles dar un paso que no te traiga provecho. rato su enfermedad. (A CELESTINA.) Y tú,
madre, perdóname, que otro día tendremos
CELESTINA.- ¿Más provecho quieres, boba, ocasión de vernos más. (Sale ALISA.)
que el que cumpla mis deseos? A las viejas
nunca nos faltan necesidades y, como tengo CELESTINA.- De Dios seas perdonada, que
que mantener hijas ajenas, vengo a vender un buena compañía me queda. Dios la deje gozar
poco de hilado. su noble juventud y florida mocedad, que es el
>empo en el que mayores placeres y más
ALISA.- (Desde el interior de la casa.) ¿Con agradables deleites se alcanzan. (Quejándose.)
quién hablas, Lucrecia? La vejez es mesón de enfermedades, posada
de pensamientos, amiga de rencillas, congoja
LUCRECIA.- Con la vieja de la cuchillada que con>nua, llaga incurable, vecina de la muerte,
vivía junto a las tenerías, la que perfuma tocas choza sin ramas que por todas partes gotea,
y hace solimanes y >ene como treinta oficios cayado de mimbre que con poca carga se
más. Conoce mucho de hierbas, cura niños y doblega.
algunos le llaman la vieja lapidaria.
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MELIBEA.- Pues, si es así, gran pena tendrás CELESTINA.- ¿Mías, señora? Antes, ajenas,
por la edad que perdiste. ¿Querrías volver a la que las mías de mi puerta adentro me las
primera? paso, sin que las sienta la >erra, comiendo
cuando puedo y bebiendo cuando tengo.
CELESTINA.- Loco es, señora, el caminante
que, enojado del trabajo del día, quiere volver MELIBEA.- Pide lo que quieras, sea para quien
a iniciar la jornada para tornar de nuevo a fuere.
aquel lugar.
CELESTINA.- ¡Doncella graciosa y de alto
MELIBEA.- Siquiera por vivir más es bueno linaje! Tu habla suave, tu gesto alegre y la
desear lo que digo. liberalidad que muestras con esta vieja me dan
la osadía suficiente para decírtelo. Dejo un
CELESTINA.- Nadie es tan viejo que no pueda enfermo a las puertas de la muerte que con
vivir un año, ni tan mozo que no pueda morir una sola palabra de tu boca >ene fe en que
hoy mismo. Así que en esto poca ventaja nos sanará.
lleváis.
MELIBEA.- Vieja honrada, no te en>endo, si
MELIBEA.- Espantada me >enes con lo que no declaras tu demanda. Por una parte, me
dices. Dime, madre, ¿eres tú Celes>na, la que alteras y causas enojo; por otra, me mueves a
vivía en las tenerías, cabe el río? compasión. Dichosa soy, si de mi palabra hay
necesidad para la salud de algún cris>ano. Así
CELESTINA.- Señora, hasta que Dios quiera. que no ceses tu pe>ción por empacho o por
temor.
MELIBEA.- No te habría conocido sino por la
señal de la cara. Recuerdo que eras hermosa. CELESTINA.- El temor lo perdí mirando,
Otra pareces. Estás muy cambiada. señora, tu beldad. Bien tendrás no>cia,
s e ñ o r a , d e u n c a b a l l e r o m a n c e b o ,
LUCRECIA.- (Para sí.) ¡Ji, ji, ji! ¡Hermosa era gen>lhombre de clara sangre, que llaman
con esa cicatriz que le atraviesa la cara! Calisto.
CELESTINA.- Encanecí temprano y parezco MELIBEA.- (Alterada.) ¡Ya, ya, ya! Buena
más vieja de lo que soy. vieja, no me digas más, no pases adelante. ¿Es
éste el doliente para quien has venido a buscar
MELIBEA.- Celes>na, amiga, mucho he salud, desvergonzada barbuda? De locura será
disfrutado tu visita. Toma tu dinero y vete con su mal. ¡Quemada seas, alcahueta, falsa,
Dios, que me parece que no debes haber hechicera, enemiga de la hones>dad! ¡Jesús!
comido. ¡Quítamela, Lucrecia, de mi vista, que me
muero! ¿Piensas que no en>endo tu mensaje?
CELESTINA.- ¡Oh angélica imagen! ¡Oh perla Respóndeme, traidora, ¿cómo te has atrevido
preciosa! Gozo viéndote hablar. ¿No sabes que a tanto?
por la divina boca fue dicho «no sólo de pan
viviremos»? No sólo comer man>ene, sobre CELESTINA.- (Para sí.) A otras más bravas he
todo a quienes, como yo, solemos estar amansado. Ninguna tempestad dura mucho.
negociando encomiendas ajenas. Si tú me das
licencia, te diré la causa de mi venida, que MELIBEA.- ¿Qué murmuras, enemiga? ¿Tienes
todos perderíamos si me fuese sin que la alguna disculpa para sa>sfacer mi enojo y
supieras. excusar tu yerro y tu osadía? ¿Qué palabra
podías tú querer para ese tal hombre que no
MELIBEA.- Di, madre, tus necesidades, que, si desdijera de mi honra?
las puedo remediar, de buen grado lo haré.
CELESTINA.- Una oración, señora, que a él le
dijeron que sabías de Santa Apolonia para el
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dolor de muelas. Así mismo, tu cordón, que es Escena II
fama que ha tocado todas las reliquias que hay
en Roma y en Jerusalén. CALISTO y PÁRMENO en la habitación del
primero. PÁRMENO mira por la ventana.
MELIBEA.- ¿Eso querías? ¿Por qué no me lo
expresaste de inmediato? ¿Por qué no me lo PÁRMENO.- ¡Señor, señor!
dijiste con esas mismas palabras?
CALISTO.- ¿Qué quieres, loco?
CELESTINA.- Porque mi limpio mo>vo me hizo
creer, señora, que no habrías de sospechar PÁRMENO.- A Sempronio y Celes>na veo
mal. Si faltó el debido preámbulo, fue porque venir. Se de>enen de rato en rato y, cuando
la verdad no necesita abundar en muchos están parados, hacen rayas en el suelo con la
colores. espada. No sé qué signifique esto.
MELIBEA.- Tanto me han alabado tus falsas CALISTO.- Mira que eres negligente. ¿Los ves
mañas, que no sé si creer que me pides una venir? Pues baja y ábreles corriendo la puerta.
oración. Concurrieron dos cosas en tu habla (Sale PÁRMENO.) ¿Qué nuevas traerán?
suficientes para sacarme de seso: nombrar a Celes>na trae en su boca el remedio o la pena
ese caballero que conmigo se atrevió a hablar de mi corazón. ¡Oh, si en sueños se pasase
y pedirme palabra sin más causa. Pero, ya que este corto >empo hasta ver el principio y fin
todo viene de buena parte, de lo pasado haya de lo que >ene que decirme! Tengo por cierto
perdón. Es una obra pía y santa sanar a los que es más penoso al delincuente esperar la
apasionados y a los enfermos. cruda y capital sentencia, que el acto mismo
de la muerte. ¡Pármeno, manos de muerto,
CELESTINA.- ¡Y tan enfermo, señora! qué lento eres! ¡Quita ya la enojosa aldaba y
que entre esa honrada señora en cuya lengua
MELIBEA.- ¿Qué >empo hace que está está ahora mi vida!
enfermo?
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CALISTO.- (A PÁRMENO.) Abrevia tus llamó hechicera, alcahueta, vieja, falsa,
razones, madre, o toma esta espada y barbuda, malhechora y otros muchos nombres
mátame. ignominiosos con cuyos gtulos asombran a los
niños de cuna. Herida de aquella dorada
CELESTINA.- ¿Espada? ¡Mala espada mate a flecha, que del sonido de tu nombre le tocó, se
tus enemigos y a quien mal te quiere! Yo retorcía tanto que parecía que despedazaba
quiero darte la vida con la buena esperanza sus manos, miraba con sus ojos a todas partes
que traigo de aquella a la que tú más amas. y coceaba el duro suelo. Yo, a todo esto,
arrinconada, encogida y callando, pero gozosa
CALISTO.- Dime, por Dios, señora, ¿qué hacía? de su ferocidad, porque sabía que, mientras
¿Cómo entraste a su casa? ¿Qué ves>do tenía más basqueara, más cerca estaría de rendirse.
puesto? ¿Qué cara te mostró al principio? Díjele que tu pena era mal de muelas y que la
palabra que de ella quería era una oración que
CELESTINA.- La que suelen los toros bravos ella sabía, muy devota, para tu salud.
mostrar contra quienes les lanzan las agudas
flechas en la plaza, la que los jabalíes ponen CALISTO.- ¡Oh maravillosa astucia! ¡Oh
contra los sabuesos que los acosan. singular mujer en su oficio! (A sus criados.)
¿Qué os parece, mozos? ¿Hay una mujer igual
CALISTO.- ¿Y a éstas llamas tú señales de en todo el mundo? (A CELESTINA.) ¿Qué te
salud? Pues, ¿cuáles serán las mortales? Si no respondió a la demanda de la oración?
quieres, reina y señora mía, que mi alma se
condene, cer>kcame brevemente si tuvo o no CELESTINA.- Que la rezaría de buen grado.
tuvo buen fin tu gloriosa demanda.
CALISTO.- ¿De buen grado? ¡Oh Dios, qué alto
CELESTINA.- Todo el rigor de Melibea traigo don!
conver>do en miel, su ira en mansedumbre, su
aceleramiento en sosiego. Pues ¿a qué creías CELESTINA.- Pues más le pedí.
que iba allá la vieja Celes>na, a quien tú tan
magníficamente galardonaste, sino a ablandar CALISTO.- ¿Qué, mi vieja honrada?
su saña, a sufrir su accidente, a ser escudo de
tu ausencia, a recibir en mi manto los golpes, CELESTINA.- Un cordón que ella suele traer.
los desvíos, los menosprecios y los desdenes Díjele que sería provechoso para tu mal, pues
que muestran aquellas en los principios de sus ha tocado muchas reliquias.
requerimientos de amor para que después sea
más valorada su entrega? Debes saber que CALISTO.- ¿Y qué dijo?
todo fue muy bueno.
CELESTINA.- ¡Dame albricias! Te lo voy a decir.
CALISTO.- ¿Cómo entraste en su casa?
CALISTO.- ¡Oh, por Dios, toma toda esta casa
CELESTINA.- Vendiendo hilado. Así tengo y cuanto hay en ella y dímelo! ¡Pide lo que
cazadas a más de treinta de su condición. Al quieras!
comenzar la venta, hubo su madre de salir,
llamada por una hermana suya, y dejó en su CELESTINA.- Señor Calisto, harto generoso
lugar a Melibea para que atendiera el trato. has sido con una vieja flaca como yo y en pago
Comuniquele, entonces, mi embajada y cómo a tan alta liberalidad te res>tuyo la salud
penabas por una palabra suya que aliviara tan perdida, el corazón que te faltaba, el seso que
gran dolor. Quedose suspensa y pensando se te alteraba. Melibea pena por > más que tú
quién podría ser quien así penaba por una por ella. Melibea te ama y te desea ver.
palabra de su boca. Al escuchar tu nombre, Melibea piensa más horas en tu persona que
diose una gran palmada en la frente y me en la suya. Melibea se llama tuya y esto >ene
ordenó que callase, si no quería hacer de sus por gtulo de libertad y con esto amansa el
servidores verdugos de mis postrimerías. Me fuego, que más que a > la quema a ella. Ella
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concertó la cita en su casa en dando el reloj las CELESTINA.- Pármeno, que se queja de que
doce. La hallarás entre las puertas. aún no quieres verle. El amor nunca se paga
sino con puro amor y las obras, con obras. Ya
CALISTO.- Mozos, ¿estoy yo aquí? Mozos, conoces el parentesco que existe entre Elicia y
¿oigo yo esto? ¿Es de día o es de noche? ¡Oh tú y que a Elicia la >ene Sempronio en mi casa.
señor Dios, padre celes>al, ruégote que esto Pármeno y él son compañeros, sirven a ese
no sea un sueño! Dios vaya con>go, mi madre. señor que tú conoces y por quien tanto favor
Yo quiero dormir y reposar un rato para podrás tener. No niegues lo que te cuesta tan
sa>sfacer las pasadas noches y cumplir con la poco hacer. Vosotras, parientas; ellos,
por venir. compañeros. Mira cómo viene mejor medido
de lo que queremos. Aquí está conmigo. Tú
dirás si quieres que entre.
AREÚSA.- Dejemos eso, que es tarde, y dime CELESTINA.- ¿Qué es esto, Areúsa? ¿Qué son
a qué viniste. estas extrañezas, estas novedades?
CELESTINA.- Sentaos, mis hijos, que harto ELICIA.- (A SEMPRONIO.) ¡Mucho piensas
lugar hay para todos. ¡Muchachas, venid, que que me >enes ganada! Pues te hago saber que
hay aquí dos hombres que me quieren forzar! no has vuelto tú la cabeza cuando está en casa
otro que más quiero, más gracioso que tú, y
ELICIA.- (Enojada.) Hace tres horas que está que no anda buscando por ahí cómo
aquí mi prima. Este perezoso de Sempronio enojarme.
habrá sido la causa de la tardanza, que no
>ene ojos para verme. CELESTINA.- (A SEMPRONIO.) Hijo, déjala
decir, que delira. Mientras más de esto oyeres,
SEMPRONIO.- Calla, mi señora, mi vida, mi más se confirma en tu amor. Está celosa,
amor, que quien a otro sirve no es libre. porque habéis alabado a Melibea. Gozad
Sentémonos a comer. vuestras frescas mocedades. ¡Bendígaos Dios,
cómo lo reís y holgáis, pu>llos, loquillos,
ELICIA.- (Sigue enojada.) ¡Eso sí! Para traviesos!
sentarse a comer, muy diligente. A mesa
puesta con tus manos lavadas y poca ELICIA.- Madre, llaman a la puerta.
vergüenza.
SEMPRONIO.- Después reñiremos. Comamos CELESTINA.- Mira, hija, quién es.
ahora. Siéntate, madre Celes>na. Comamos y
hablemos, que después no habrá >empo para ELICIA.- O la voz me engaña o es mi prima
entender en los amores de nuestro amo y la Lucrecia.
graciosa y gen>l Melibea.
CELESTINA.- Ábrele y que entre.
ELICIA.- Mal provecho te haga lo que comes.
¡Qué asco de oírte llamar a aquélla gen>l! ¿A (Se levanta ELICIA y vuelve con LUCRECIA.
quién, gen>l? ¿Gen>l, gen>l es Melibea? Vuelve ELICIA a sentarse a la mesa.)
Aquella hermosura por una moneda se
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LUCRECIA.- Buena pro os haga, ga, y la PÁRMENO.- Mejor sería, señor, que se gastase
compañía. Dios bendiga a tanta gente y tan esta hora que queda en aderezar armas que en
honrada. buscar pleitos.
CELESTINA.- ¿Tanta, hija? ¿Por mucha >enes a CALISTO.- Descuelga, Pármeno, mis corazas y
ésta? Bien se ve que no me conociste en mi armaos vosotros y así iremos a buen recaudo.
prosperidad, hace ahora veinte años. Yo vi, mi
amor, a esta mesa, donde ahora están tus PÁRMENO.- Helas aquí, señor.
primas sentadas, nueve mozas de tus días, que
la mayor no pasaba de dieciocho años y CALISTO.- Ayúdame a ves>rlas. Mira tú,
ninguna había menor de catorce. Sempronio, si viene alguien por la calle.
LUCRECIA.- Trabajo tenías, madre, con tantas SEMPRONIO.- Nadie aparece, señor.
mozas, que es ganado muy penoso de guardar.
Escena VII
Escena V
Llegan a la puerta de la casa, donde los
CALISTO, SEMPRONIO y PÁRMENO en la esperan MELIBEA y LUCRECIA, su criada.
habitación del primero. Éste está echado en su
cama. Suenan las diez en el reloj de la torre de CALISTO.- ¡Señora mía!
una iglesia cercana.
LUCRECIA.- Ésta es la voz de Calisto. ¿Quién
CALISTO.- Mozos, ¿qué hora da el reloj? está fuera?
SEMPRONIO.- Las diez.
CALISTO.- Aquel que viene a cumplir tu
CALISTO.- ¡Oh cómo me descontenta el olvido mandato. (Recapacitando.) He sido
en los mozos! engañado. No era Melibea la que habló.
SEMPRONIO.- Mi amo >ene ganas de reñir y MELIBEA.- Vete, Lucrecia, y acuéstate. (A
no sabe cómo. CALISTO.) ¡Señor! ¿Cuál es tu nombre? ¿Quién
te mandó venir aquí?
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CALISTO.- La que >ene merecimiento para SEMPRONIO.- Calla, calla y escucha, que ella
mandar a todo el mundo, aquella a la que no no consiente que vayamos allá.
merezco servir. El dulce sonido de tu habla,
que jamás cae de mis oídos, me cer>fica que MELIBEA.- ¿Quieres, amor mío, perderme a
tú eres mi señora Melibea. Yo soy tu siervo mí y dañar mi fama? Conténtate con venir
Calisto. mañana a esta hora por las paredes de mi
huerto, que, si ahora quebrases las crueles
MELIBEA.- La sobrada osadía de tus mensajes puertas, aunque no fuésemos sen>dos,
me ha forzado a hablar, señor Calisto. Mi amanecería en casa de mi padre la terrible
venida sólo >ene el propósito de despedirte. sospecha de mi yerro.
No quieras poner mi fama en la balanza de las
lenguas maldicientes. PÁRMENO.- ¡Señor, sal presto, que viene
mucha gente con hachas y serás reconocido,
CALISTO.- ¡Oh malaventurado Calisto! ¡Cómo pues no hay donde puedas esconderte!
se burlan de > tus sirvientes! ¡Oh engañosa
mujer Celes>na! Me hubieras dejado morir CALISTO.- ¡Oh mezquino, y cómo me veo
antes que avivar mis esperanzas. ¿No me obligado, señora, a separarme de >! El miedo a
dijiste que mi señora me era favorable? ¿En la muerte no me fuerza tanto como tu honra.
quién hallaré yo fe? ¿Quién osó darme tan Que los ángeles queden con>go. Mi venida
cruda esperanza de perdición? será, como ordenaste, por el huerto.
MELIBEA.- Cesen, señor mío, tus querellas, MELIBEA.- Que así sea y que Dios vaya
que ni mi corazón puede sufrirlas ni mis ojos con>go.
disimularlas. Tú lloras de tristeza, juzgándome
cruel; yo lloro de placer, viéndote tan fiel. ¡Oh
mi señor y mi bien todo! Limpia, señor, tus
ojos. Ordena de mí a tu voluntad. Escena VIII
CALISTO.- ¡Oh señora mía, esperanza de mi Vanse CALISTO y sus criados y hacen el camino
gloria, descanso y alivio de mi pena, alegría de de regreso a casa. PÁRMENO y SEMPRONIO
mi corazón! conversan.
MELIBEA.- Señor Calisto, tu mucho merecer, PÁRMENO.- ¿A dónde iremos, Sempronio? ¿A
tus extremadas gracias y tu alto nacimiento la cama a dormir o a la cocina a destapar las
han hecho que, una vez que tuve no>cia ollas?
entera de >, no te apartases en ningún
momento de mi corazón. Las puertas impiden SEMPRONIO.- Ve tú a donde quisieres, que,
nuestro gozo y yo las maldigo y maldigo sus antes de que llegue el día, quiero yo ir a casa
fuertes cerrojos y mis pocas fuerzas, que, de de Celes>na a cobrar mi parte, que es una
no ser así, ni tú estarías quejoso, ni yo puta vieja. No le quiero dar >empo para que
descontenta. fabrique alguna ruindad con la que nos
excluya.
CALISTO.- ¿Cómo, señora mía, puede un palo
impedir nuestro gozo? Permite que llame a PÁRMENO.- Dices bien. Lo había olvidado.
mis criados para que lo quiebren. Vamos ambos y, si piensa engañarnos,
démosle un susto tal que le pese, que sobre el
PÁRMENO.- (A SEMPRONIO.) ¿Oyes, dinero no hay amistad.
Sempronio? En mal punto creo yo que se
empezaron estos amores. Yo no espero más
aquí.
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Acto III
CELESTINA.- ¿Pues qué os ha pasado?
Escena I SEMPRONIO.- Traigo, señora, todas las armas
despedazadas, el broquel sin aro, la espada
PÁRMENO y SEMPRONIO al pie de la ventana como sierra, el casquete abollado en la capilla.
de CELESTINA. Es de noche, como en la escena Acordaron verse esta noche en el huerto.
anterior. ¿Cómo me compraré uno nuevo? No tengo ni
un maravedí.
SEMPRONIO.- (A PÁRMENO.) ¡Calla, que
duerme junto a esta ventanilla! (Llamando CELESTINA.- Pídeselo, hijo, a tu amo, pues en
con los nudillos.) Señora Celes>na, ábrenos. su servicio se quebró.
CELESTINA.- ¿Quién llama? SEMPRONIO.- Trae también Pármeno perdidas
sus armas. A este paso, en armas se le irá su
SEMPRONIO.- Abre, que son tus hijos. hacienda. ¿Cómo quieres que sea tan
inoportuno de pedirle más de lo que él, de su
CELESTINA.- No tengo yo hijos que anden a propio grado, hace, que es ya mucho? Dionos
tal hora por la calle. las cien monedas y dionos, después, la cadena.
Contentémonos con lo razonable, no sea que
SEMPRONIO.- Ábrenos a Pármeno y a por querer más lo perdamos todo, que quien
Sempronio, que venimos a almorzar con>go. mucho abarca, poco aprieta.
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CELESTINA.- El enojo que traéis con vosotros SEMPRONIO.- Esperad, doña hechicera, que
o con vuestro amo o con vuestras armas no lo yo te haré ir al infierno con cartas.
descarguéis en mí. Bien sé de qué pie cojeáis.
Creéis que he de teneros toda la vida atados y CELESTINA.- (Con el pecho atravesado por
cau>vos a Elicia y Areúsa sin quereros una daga.) ¡Confesión, confesión!
buscaros otras. Callad, que quien éstas os supo
acarrear os dará otras diez. PÁRMENO.- ¡Dale, dale! ¡Acábala! ¡Muera,
muera! De los enemigos, los menos.
SEMPRONIO.- No mezcles tus burlas en
nuestra demanda. Danos las dos partes a CELESTINA.- ¡Confesión!
cuenta de cuanto de Calisto has recibido, no
quieras que descubramos quién eres. A otros
con esos halagos, vieja.
Escena III
CELESTINA.- ¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Me
vas a quitar de la putería? Calla tu lengua y no Entra ELICIA.
insultes mis canas, que soy vieja cual Dios me
hizo, no peor. Vivo de mi oficio, como cada ELICIA.- (Inclinándose sobre CELESTINA, ya
oficial del suyo, muy limpiamente. Y tú, muerta.) ¡Oh, crueles enemigos, en mal poder
Pármeno, no pienses que soy tu cau>va por os veáis! ¡Y para quién tuvisteis manos!
conocer mis secretos y mi vida pasada y los ¡Muerta es mi madre y mi bien todo!
casos que me acaecieron a mí y a la
desdichada de tu madre. SEMPRONIO.- ¡Huye, huye, Pármeno, que
viene mucha gente! ¡Guárdate, que viene el
PÁRMENO.- No me hinches las narices con alguacil!
esas memorias. Si no, te enviaré con ella para
que te puedas quejar más a tus anchas. PÁRMENO.- ¡Oh pecador de mí, que no sé por
dónde escapar, pues la puerta está tomada!
CELESTINA.- (Gritando.) ¡Elicia, Elicia!
Levántate. ¿Qué es esto? ¿Qué quieren decir SEMPRONIO.- Saltemos por las ventanas. No
tales amenazas en mi casa? ¿Con una oveja muramos en poder de la jus>cia.
mansa os atrevéis vosotros? ¿Con una gallina
atada? ¿Con una vieja de sesenta años? Señal PÁRMENO.- Salta, que yo te sigo.
es de gran cobardía acometer a los menores y
a los que poco pueden.
CENTURIO.- Si yo me ensaño, alguna llorará. ELICIA.- Por huir de la jus>cia, saltaron por las
Prefiero irme que sufrirte. No sé quién entra. ventanas. Allí mismo los prendieron y, sin más
No nos oigan. dilación, los degollaron.
ELICIA.- Quiero entrar, que no hacen buen AREÚSA.- ¡Oh mi Pármeno! ¡Cuánto dolor me
llanto las amenazas. (Éntrase.) produce su muerte!
AREÚSA.- (Abandonando su enojo.) ¿Eres tú, ELICIA.- ¿Adónde iré, que pierdo madre,
Elicia? ¿Qué es esto? ¿Por qué estás triste? Me manto y abrigo, pierdo amigo y pierdo
espantas, hermana mía. ¿Qué pasa? marido? Celes>na, ¡cuántas faltas me
encubrías con tu buen saber! Tú trabajabas, yo
ELICIA.- Más es lo que siento y encubro que lo holgaba; tú salías fuera, yo estaba encerrada;
que muestro. Traigo más negro el corazón que tú rota, yo ves>da; tú entrabas como abeja por
el manto. ¡Ay hermana, hermana, que no casa, yo destruía. Calisto y Melibea, causantes
puedo hablar! No puedo sacar la voz del de tantas muertes, mal fin hayan vuestros
pecho. amores. Que las deleitosas hierbas se os
conviertan en culebras, que los umbrosos
AREÚSA.- Dímelo, no te rasguñes ni te árboles del huerto se sequen con vuestra vista
maltrates. ¿Es de ambas este mal? ¿Me toca a y que sus flores olorosas se tornen de negra
mí? color.
ELICIA.- ¡Ay, prima mía! Sempronio y AREÚSA.- Calla, hermana. Ataja tus lágrimas.
Pármeno ya no viven. Sus almas están Muchas cosas se pueden vengar, y ésta es de
purgando su yerro. ellas.
AREÚSA.- ¿Qué me cuentas? Calla, por Dios, ELICIA.- Lo que más siento es ver a Melibea
que me caeré muerta. ufana por la sangre ver>da a su servicio.
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AREÚSA.- Areúsa. Si eso es verdad, ¿de quién TRISTÁN.- Tristán. Ya voy, señor. (Sale
mejor se puede tomar venganza? TRISTÁN.)
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SOSIA.- Ya iban sin sen>do, pero uno, como MELIBEA.- Queda quedo, señor mío, que del
sin>ó que lo miraba con harta tristeza, alzó las buen pastor es propio trasquilar sus ovejas y
manos al cielo como si quisiera dar gracias a su ganado, pero no destruirlo y estragarlo.
Dios y, en señal de triste despedida, bajó la
cabeza, dando a entender que no había de
verme más hasta el día del gran juicio. C A L I STO.- Pe rd o n a , s e ñ o ra , a m i s
desvergonzadas manos, que jamás pensaron
TRISTÁN.- Pues tan claras señas traes de este en tocar tus ropas con su indignidad y poco
cruel dolor, vamos presto con las tristes mérito y ahora esperan llegar a tu cuerpo
nuevas a nuestro amo. gen>l y gozar tus lindas y delicadas carnes.
SOSIA.- Arrima la escalera, Tristán, que éste CALISTO.- (La desnuda con delicadeza.) ¡Oh
es el mejor lugar. mi amor! Hanse abierto para mí las puertas del
cielo y en mis manos siento palpitar la dicha
TRISTÁN.- Sube, señor. Yo iré con>go. eterna de los santos.
CALISTO.- Quedaos, locos, que yo entraré MELIBEA.- (Acariciándolo.) Si hubiera sabido
solo. lo que habrías de hacer, no me habría fiado de
tu cruel conversación.
MELIBEA.- ¡Oh mi señor, no saltes de tan alto,
queme moriré de verlo! CALISTO.- Los montes étnicos de tu pecho,
vida mía, revientan en lava hirviente y mis
CALISTO.- ¡Angélica imagen, preciosa perla labios no se cansan de beber el néctar que de
ante la que el mundo es feo, mi señora, mi ellos mana con la frescura del manan>al.
gloria! (La abraza.) En mis manos te tengo y
no lo creo. MELIBEA.- ¡Oh mi vida, oh mi señor! ¿Cómo
has querido que pierda mi nombre y corona de
MELIBEA.- Goza los deleites de los que gozo, virgen por tan breve deleite? ¡Mi pobre
que es verte y llegar a tu persona, y no pidas ni madre! ¡Oh mi padre honrado! ¡Cómo no miré
tomes aquello que, una vez tomado, no esté primero el gran yerro que se seguía de tu
en tu mano devolver. Guárdate, señor, de entrada, el gran peligro que me esperaba!
dañar lo que con todos los tesoros del mundo
no se restaura. CALISTO.- Quedémonos así, eternamente el
uno junto al otro, fundidos y confundidos en
CALISTO.- Señora, si por conseguir esta un solo ser.
merced toda mi vida he gastado, ¿cómo
puedo, cuando me la ofrecen, desecharla? No MELIBEA.- Mi señor, ¿es esto un sueño?
me pidas cobardía. Nadando por este fuego de ¿Puede la dicha confundirnos de tal manera?
tu deseo toda mi vida, ¿no quieres que me ¿Vivimos? ¿Hemos muerto? ¿No es, acaso,
arrime al dulce puerto a descansar de mis ésta la gloria prome>da?
pasados trabajos?
CALISTO.- (Vístese.) Ya quiere amanecer. No
me parece que haga una hora que estamos
aquí y ya son las tres.
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LUCRECIA.- (Muy agitada.) Señor,
MELIBEA.- Señor, ya que no puedes negar mi apresúrate, si quieres verla viva, que ya no la
amor, no me niegues tu vista de día y de conozco de lo desfigurada que está.
noche. Sea siempre tu venida por este secreto
lugar a la misma hora, que siempre te esperaré PLEBERIO.- Vamos presto.
apercibida del gozo con que quedo. Vete ahora
con Dios, que aún no amanece. (Encuentran a MELIBEA en la torre, en trance
de arrojarse al vacío.)
CALISTO.- Mozos, poned la escalera.
MELIBEA.- ¡Ay dolor!
MELIBEA.- (Vístese.) Señor, yo soy la que
gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me PLEBERIO.- ¿Qué dolor puede ser mayor que
haces con tu visita incomparable favor. el que tengo al verte así, hija mía? Tu madre
ha quedado sin seso al oír tu mal. Aviva tu
(Escúchase un estruendo de riña en la calle.) corazón y ven conmigo a visitarla. Dime, alma
mía, la causa de tu sen>miento.
SOSIA.- (Gritando.) ¿Así, bellacos, rufianes,
veníais a sorprender a los que no os temen? MELIBEA.- ¡Pereció sin remedio!
Juro que si me esperáis os haré ir como
merecéis. PLEBERIO.- Hija bienamada, no te desesperes.
Si me cuentas tu mal, hallaremos remedio, que
CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que grita. no faltan médicos ni medicinas ni sirvientes
Déjame ir a defenderlo, que no lo maten. para buscar tu salud.
Dame mi capa.
MELIBEA.- No es igual a los otros males. Es
MELIBEA.- Lucrecia, ven presto acá, que se ha una mortal llaga en medio del corazón que no
ido Calisto a un ruido. Echémosle sus corazas, me permite hablar. Menester es sacarla para
que se quedan acá. curarla, que está en lo más secreto de él.
TRISTÁN.- Tente, señor, no bajes, que ya se PLEBERIO.- Hija mía Melibea, ¿qué haces
han ido. sola? ¿Qué deseas decirme? ¿Quieres que
suba?
CALISTO.- (Se cae.) ¡Válgame Santa María!
¡Muerto soy! ¡Confesión! MELIBEA.- Padre mío, no te esfuerces en
subir, porque estorbarás lo que quiero decirte.
SOSIA.- ¡Señor, señor! ¡Tan muerto está como Las>mado serás brevemente con la muerte de
mi abuelo! ¡Oh gran desventura! tu única hija. Ha llegado mi fin. Llegado es mi
descanso y tu pasión, mi alivio y tu pena, mi
hora y el >empo de tu soledad. No necesitarás,
honrado padre, instrumentos para aplacar mi
Escena VIII dolor, sino campanas para enterrarme. Si me
escuchas sin lágrimas, conocerás la causa de
LUCRECIA llama a la puerta de la habitación de mi forzada y alegre par>da. No me
PLEBERIO. interrumpas con llantos ni palabras, pues, si lo
haces, quedarás más apenado por ignorar por
PLEBERIO.- (Asomándose a la puerta.) ¿Qué qué me mato, que doloroso por verme
quieres, Lucrecia? muerta. Ninguna cosa me preguntes ni
respondas, sino lo que yo quiera decirte. Oye,
padre, mis úl>mas palabras y, si las recibes
como espero, no me culpes. Bien ves y oyes el
triste y doloroso sen>miento que hace la
ciudad toda, el clamor de campanas, el alarido
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de las gentes, el aullido de los canes, el gran con>go y con ella. A él ofrezco mi alma. Pon tú
estrépito de armas. De todo ello yo he sido la en cobro este cuerpo que allá baja. (Se arroja
causa. Yo he cubierto de luto y jergas la mayor de la torre.)
parte de la ciudadana caballería. Yo he dejado
a muchos sirvientes sin señor y he quitado
raciones y limosnas a pobres y vergonzantes.
Yo he sido la ocasión de que los muertos Escena IX
tengan hoy la compañía del más acabado
hombre que en gracia nació. Yo he quitado a
los vivos el dechado de su gen>leza, sus PLEBERIO ingresa a su habitación llorando y
galanas invenciones, sus bordados y atavíos, su cargando en sus brazos el cuerpo sin vida de
habla, su andar, su cortesía y su virtud. Yo he MELIBEA.
sido la causa de que la >erra goce sin >empo
el más noble cuerpo y la más fresca juventud ALISA.- ¿Qué es esto, señor Pleberio? ¿Por
que había sido creada en nuestra era. Como qué das tan fuertes alaridos? Dime la causa de
estarás espantado de mis delitos, quiero tus quejas. ¿Por qué maldices tu honrada
aclararte los hechos. Hace un >empo que vejez? ¿Por qué te arrancas tus cabellos
penaba por mi amor un caballero que se canos? ¿Por qué te hieres la cara? ¿Qué le ha
llamaba Calisto, al que tú bien conociste. ocurrido a Melibea? Por Dios, dímelo, porque,
Conociste así mismo a sus padres y su claro si ella pena, yo no quiero seguir viviendo.
linaje, sus virtudes y su bondad, que a todos
eran manifiestas. Tanta era su pena de amor y (PLEBERIO deposita el cuerpo de MELIBEA en el
tan poco el lugar para hablarme, que suelo con sumo cuidado. ALISA se arroja sobre
descubrió su pasión a una astuta y sagaz mujer él llorando.)
a la que llamaban Celes>na. Ésta sacó mi
secreto amor del pecho. Descubríale a ella lo PLEBERIO.- Pleberio. ¡Ay, ay, noble mujer!
que a mi querida madre le ocultaba, y así Nuestro gozo en un pozo. Nuestro bien todo se
concertó nuestros amores. Vencida de su ha perdido. ¡No queramos vivir más! ¿Para
amor, dile entrada en tu casa. Quebrantó con qué? Mira aquí a la que tú pariste y yo
escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi engendré, hecha pedazos. ¡Oh mi hija y mi
propósito y perdí mi virginidad. Vino esta bien todo! Crueldad sería que viva yo sobre >.
pasada noche y, como las paredes eran altas, Más dignos eran de la sepultura mis sesenta
la noche oscura, la escala delgada, los años que tus veinte. ¡Oh mis canas, salidas
sirvientes poco diestros y él bajaba presuroso para conocer el dolor! Mejor gozara de ellas la
al escuchar un ruido, no vio bien los pasos, >erra que de tus rubios cabellos. ¡Mujer!
puso su pie en el vacío y se cayó. De la triste Levántate y, si alguna vida te queda, gástala
caída sus más escondidos sesos quedaron conmigo en tristes gemidos. Ahora perderé
repar>dos por las piedras y las paredes. con>go, mi desdichada hija, los miedos que
Cortaron las hadas sus hilos, cortáronle sin cada día me atemorizaban. Tu sola muerte me
confesión su vida, cortaron mi esperanza, hace a mí seguro de sospecha. ¿Qué haré
cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. cuando entre en tu cámara y la halle vacía?
¿Qué crueldad sería, padre mío, muriendo él ¿Qué haré cuando no me respondas, si te
despeñado, que viviese yo penada? Su muerte llamo? ¿Quién podrá cubrir la falta que tú me
convida a la mía. Convídame y es forzoso que haces, el vacío que me dejas? Nadie perdió lo
sea presto, sin dilación. Salúdame a mi cara y que yo he perdido el día de hoy. ¿Quién forzó
amada madre: sepa de > largamente la triste a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza del
razón por la que muero. ¡Gran placer tengo en amor? ¡Oh amor, amor, que no pensé que
no verla ahora! Toma, padre mío, los dones de tuvieras fuerza ni poder para matar a quienes
tu vejez, que en largos días largas se sufren las a > están sujetos! Herida fue por > mi
tristezas. Recibe las arras de tu senectud juventud y por medio de tus brasas pasé.
an>gua. Gran dolor llevo de mí, mayor de > y ¿Cómo me soltaste entonces, para cobrarme la
aún mayor de mi vieja madre. Dios quede
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paga de mi fuga en mi vejez? Pensé que me
había librado de tus brazos. No pensé que
tomaras en los hijos la venganza de los padres.
¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso un
nombre que no te conviene? Dulce nombre te
dieron, pero amargos hechos ejecutas.
Bienaventurados los que no conociste o por
los que no te interesaste. Enemigo de toda
razón, a los que menos te sirven das mayores
dones. Enemigo de amigos, amigo de
enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni
concierto? Del mundo me quejo. ¡Oh mi
compañera buena, oh mi hija despedazada!
¿Por qué no tuviste lás>ma de tu querida y
amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel
con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste,
cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me
dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y
solo in hac lachrymarum valle?
TELÓN
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