Entrega Final - AURA

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JOHAN SEBASTIÁN AGUDELO MONSALVE

INTRODUCCIÓN A LOS GÉNEROS LITERARIOS

LITERATURA

2020
“La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido”.

Jorge Luis Borges

El impacto que tiene un libro en nosotros es lo que define, a nuestro parecer, si


este es bueno y valió la pena o si por el contrario fue una pérdida de tiempo. Hay
libros que nos marcan, unos que enseñan, otros que dictan conductas y muchos
que permiten ver la vida de otra manera. Están también aquellos que hacen que
los lectores se transporten en el tiempo para mostrar cómo vivían sus
antepasados, pero hay pocos libros que hagan todo eso en uno solo. ¿Cómo es
posible? Gracias al lenguaje y a la literatura, cualquier cosa es posible.

Porque la literatura no es única ni es inmutable: podemos crear historias tan


disparatadas y alejadas de la realidad que gracias al lenguaje se nos permite creer
que son ciertas y pasaron realmente. No existen los vampiros ni los hombres
lobo; no existen las brujas ni los demonios que las acompañan; no existen los
dragones, ni los unicornios ni los animales fantásticos; no existen los poderes ni
existe la magia. No existe nada, más que la existencia soporífera que nos tocó
vivir y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo.

Pero la literatura nos permitió recrear todo eso gracias a la imaginación que ya
nos ha regalado casi desde el nacimiento mismo del ser humano; que nos ha
permitido abstraernos de la aburrida pero muy nociva realidad que habitamos
con seres fantásticos y mitológicos y hasta llenos de maldad que nos regalan y
que nos siguen y seguramente nos seguirán regalando los libros.

¿Por qué entonces limitarla? ¿Por qué esa pretensión de establecer unas líneas
divisorias entre un género y otro? Hay obras que no se inscriben en tales patrones
y que son tan ambiciosas y disruptivas que no necesitan de una definición que las
enmarque para convertirse en las obras tan grandes que ya son.
Aura, de Carlos Fuentes, es un vivo ejemplo de ello: es una novela corta que
empero está tan bien desarrollada que sus sesenta páginas logran más que otras
novelas de seiscientas, tan llenas de palabras vacías que no terminan haciendo
más que llenar y llenar páginas en blanco. Es un manual de escritura en sí mismo
que nos permite no sólo aprender a construir una historia sino cómo contar esa
historia que nos envuelve de principio a fin.

Eso deben hacer las obras, más que preocuparse por el género en que se
clasifican: hacernos vibrar, llorar, huir. No es más que la simple consecución de
las emociones humanas es lo que debemos buscar en los procesos de lectura y de
creación de literatura. Y eso, ese resultado creativo que nos entregó Carlos
Fuentes hace ya tantas décadas es lo que voy a tratar de dilucidar a lo largo de
este texto.

Lo que no existe, lo hacemos existir por medio del lenguaje

Como lo decía líneas atrás, lo que no existe es posible hacerlo existir con la
palabras, que están vivas aunque a veces las veamos tan inmóviles e
insignificantes. Si somos capaces de conocer cómo se veía una casa del México de
los años sesenta, no es más que por ellas y por la maestría con la que un autor,
Fuentes en este caso, narra su historia.

Aura, pues, se vale de una narración en segunda persona, contada en presente —


poco usada tanto entonces como ahora, valga decirlo— cuya función no es otra
que propiciar una especie de reencarnación del lector en el protagonista para
involucrarnos con él psicológicamente y hacernos sentir cada paso que damos
por esa casa oscura y cada miedo y cada sonido y cada lamento y cada emoción
que él mismo vive. Nos convertimos en su persona y adoptamos cada una de las
posiciones que toma.

¿Pero por qué uso y por qué usar la segunda persona? Porque de este modo se
implica mucho más al lector en el relato, tal como se hace en las obras de “Elige
tu propia aventura”, y facilita la empatía e intimidad con el personaje principal,
de modo que somos cómplices de cada acción que toma. Además, el uso de la
segunda persona posibilita de una manera más sencilla que la realidad pueda ser
suspendida, pues, como si de un amigo íntimo se tratara, creemos en todo lo que
nos va narrando sin posibilidad de disentir de lo que dice aunque sepamos
realmente que la historia se hila entre lo real y lo onírico.

El sueño como narración

Aura es una novela poco convencional, incluso para los tiempos que nos ocupan.
Es una lectura sensorial, como dije ya en líneas anteriores, pues como pocas tiene
la habilidad de adentrarnos a esos cuartos oscuros y sinuosos sacados de alguna
pesadilla de la que queremos despertar pero no podemos. ¿Estuve soñando o lo
estuve viviendo? ¿Estuve en esa casa viviendo realmente? ¿Estuve realmente
obsesionado con esa muchacha de ojos verdes? Sí.

Por tanto, la sensación de estar en una ensoñación la sentimos porque a través de


ese onirismo es que se nos introduce en la historia. Como los sueños, que no
siguen lógica alguna, se cuenta el relato, y lo acabamos como si acabásemos de
despertar de un sueño largo y confuso. Sin embargo, aun tratándose de un sueño,
Carlos Fuentes tuvo la habilidad de describir su novela tan detalladamente que
fue capaz de configurar un mundo real sin posibilidad alguna de no ver el
interior de esa casa, de no sentir la humedad, de no escuchar el sonido de la
madera rechinando con cada paso que damos y de no sentir la desesperación que
Aura nos hace sentir. Un sueño lúcido, en todo caso.

Pero todo sueño no está exento de la interpretación de cada uno de sus detalles, y
de detalles particulares está colmada la novela: que significan cada uno de los
animales que hacen presencia; qué significa esa oscuridad casi autoimpuesta y
qué significan las luces que débilmente alumbran cada habitación; qué significan
las palabras que se nos dicen: qué significa, incluso, lo que no se ve.

La interpretación del sueño


No hay historia sin tiempo, y, sobre todo, no hay historia sin espacio. En este
caso, la casa que habitamos como Felipe Montero, en pro de una vida más
holgada, se constituye como todo el universo al que tenemos acceso. Pero una
casa no es sólo una casa; no es sólo un espacio que habitamos sino una extensión
misma de nuestra psique y de nuestra identidad. ¿Dónde está ubicada? ¿Cómo
está decorada? Todo esto define lo que somos y lo que queremos mostrar.

Aquella morada en la calle de Donceles está situada en el centro de la Ciudad de


México, como si fuera aquello el centro de un mundo del que nos alejamos e
incluso despedimos cuando intentamos “inútilmente retener una sola imagen de
ese mundo exterior indiferenciado”. La casa, pues, representa otro mundo
completamente distinto; un mundo que no parece real, que se muestra entonces
como el sueño al que nos adentramos, lleno de magia, de mujeres de oscuridad,
en contraposición del mundo concreto que quedó afuera.

Pero el interior de la casa tiene sus propios detalles, como los animales que la
habitan: la cabeza de un perro que sirve como custodio en la entrada de la puerta
a la que vamos a entrar; unos gatos que abundan en los techos y que representan
la dicotomía del amor que les sentía el difunto esposo de la mujer y el odio que
ella misma siente por ellos; los ratones, que representan una especie de abandono
en la que se encuentra la casa; el macho cabrío sacrificado que sirve para
despertar levemente de esa ensoñación y con el que se pierde por vez primera la
belleza de Aura para entregarnos a una mujer desquiciada y desprovista de
gracia; una coneja llamada Saga —que puede ser la misma mujer y la misma
Aura— que sólo aparece cuando la anciana se encuentra en cama, y cuyo nombre
en sí simboliza el paso de las generaciones de una familia.

Y las personas que habitan cargan consigo un peso simbólico importante: las
mujeres representan el pasado y el presente; la oscuridad y la luz; el sueño y la
pesadilla; la vejez, encarnada en Consuelo, y la juventud, encarnada en Aura. Dos
personajes que se repelen pero se complementan, tal como si fueran la muerte y
la vida mismas.
¿Y quiénes somos nosotros? ¿Quién es Felipe Montero? Es tal vez la
representación de la inocencia. Es un hombre que, tal como Alicia en su país de
las maravillas, se adentra a un mundo que desconoce y termina siendo la víctima
de los deseos y caprichos de una mujer que quiere recuperar a toda costa al
hombre y a la vida que tuvo antaño y que recupera gracias a él mismo,
convirtiéndolo en eso que ella esperaba que fuera. Felipe es el inicio y Felipe es el
fin.

Todo acaba donde todo comienza

El relato, nuevamente como si un fuese un sueño, cuenta con una estructura que
parece más un círculo en que los personajes terminan su historia realmente
donde la comienzan. Nos convertimos en un hombre que murió hace cuarenta
años, cuyo amor por su esposa es incontrolable, y esa joven de la que nos
enamoramos es sólo una mujer anciana ansiosa por volver el tiempo atrás.

¿Y si en realidad las memorias que leemos las estamos escribiendo? Pareciese,


pues, como si los dos tiempos se fusionaran en uno; como viviéramos todo lo que
vive el general Llorente con todos los sucesos que ocurren en la casa y realmente
fueran uno solo. ¿Cómo es posible aquello? Fuentes, aunque de manera muy
sutil, fue capaz de contar dos historias como si fuera una sola; logró, gracias a su
maestría, hacernos vivir en dos épocas distintas como dos personajes
completamente diferentes.

Logró que fuéramos sacrificados para que el tiempo regresara a lo que fue; para
que la mujer pudiera reiniciar el bucle, regresar a su vida pasada y esperar
nuevamente cuarenta años para terminarlo y volver a su inicio. Fuimos y seremos
sacrificados por ella, una y otra vez, quizá más allá del infinito, hasta que algo
haga romper la rueda, el curso del tiempo sea reestablecido y pueda seguir
adelante.

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