Emma Darcy Un Amor Sin Precio
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Emma Darcy
Argumento:
—Soy capaz de cualquier cosa —le dijo Liam Shannon a Gina el día que él
irrumpió de nuevo en su vida.
Hacía seis años que no veía a Liam, desde que Gina se casó con su mejor
amigo. Ahora ese hombre se encontraba en Sydney, con el propósito de que
ella perdiera su trabajo, y exigiendo una compensación por el dolor que le
había causado en el pasado. Por desgracia, Jim, el marido de Gina, estaba
muerto y nadie podía ayudarla.
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Capítulo 1
—Gina…
Alguien la golpeó suavemente en el hombro pero no consiguió despertarla.
Otro día más que soportar y más trabajo que realizar. Y apenas tenía tiempo. Gina
emitió un gemido de protesta y hundió el rostro en la almohada. Estaba demasiado
cansada.
—¡Gina!
La insistencia de la voz le hizo abrir los ojos. Se dio la vuelta y vio a Esme. Poco
a poco su mirada se clavó en aquel rostro, que no era ninguna maravilla, pero sí un
reflejo de todas las cosas positivas de la vida. Le sonrió, comprensiva.
—Es hora de ponerse en movimiento. Te he traído una taza de café.
—Gracias —Gina respiró hondo y se obligó a levantarse.
—¿Te acostaste tarde anoche? —en la pregunta había una nota de
preocupación, a la cual Gina le restó importancia al encogerse de hombros.
—No demasiado —respondió, ante lo cual Esme movió la cabeza.
—Tendrás que renunciar a esto. Tres empleos es demasiado, incluso para ti. Y
empezar el día sin desayunar… ¡te ha convertido en un esqueleto!
Una sonrisa irónica apareció en la boca de Gina. Con su estatura de poco más
de uno ochenta, Esme tenía el aspecto de una autoritaria amazona, pero poseía un
gran corazón. Desde que tomó a Gina y a Debbie bajo su protección, siempre
protestaba por su precaria alimentación.
—Anoche cené muy bien —la consoló Gina—. Y no voy a renunciar, Esme.
Haré lo que sea necesario para salvarle la vista a Debbie.
—El hecho de que tú enfermes, no le ayudará en lo más mínimo —gruñó Esme,
al tiempo que se dirigía hacia el guardarropa para sacar lo que Gina se pondría ese
día.
Ésta bebió un sorbo de café e hizo caso omiso del comentario.
—¿Tuviste algún problema?
—¿Con qué? —inquirió Gina, sorprendida.
—Con los italianos que acompañaste anoche.
Gina negó con la cabeza.
—Por supuesto que no. Esme, deja de preocuparte. El señor Vincente habla un
inglés muy bueno, a pesar de que aquí en Australia se habla con demasiada rapidez
y a veces tiene dificultades para comprender. Yo ni siquiera tuve necesidad de usar el
italiano.
—Hmmm —expresó Esme—. Debes ser muy cuidadosa con los latinos,
recuerda que ya hubo uno que se atrevió a proponerte matrimonio.
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Se trataba de una antigua broma entre ellas. Esme nunca perdía las esperanzas
de vender un cuadro. Gina reconocía que eran horribles, pero no estaba dispuesta a
admitirlo en público y menos ante su generosa amiga.
—¿Por qué será que sólo cuando un artista ha muerto se reconoce su talento?
—Quizá debido a que así los comerciantes obtienen una ganancia mayor. No te
preocupes, Esme, tú tienes un gran talento —Gina dejó la taza sobre la mesita de
noche y se puso de pie para darle un cariñoso abrazo a su amiga.
—Mejor apresúrate, o perderás el autobús.
Gina se dirigió al cuarto de baño y, mientras se lavaba la cara y se peinaba, se
preguntó qué habrían hecho durante ese año sin Esme. Era excéntrica, de una
franqueza exagerada y carente por completo de inhibiciones, mas poseía una
generosidad tan grande que sofocaba cualquier crítica que surgiese en su contra.
Conocerla había sido lo mejor que pudo haberle sucedido, pensó Gina al aplicarse
algo de colorete en su pálido rostro.
Se conocieron en el hospital donde Esme acudía a entretener a los niños con sus
historias. En una ocasión acorraló a Gina y, preocupada, le preguntó qué pensaba
hacer respecto a la enfermedad de Debbie. Gina, que se sentía muy triste y sola desde
la muerte de Jim, se desahogó con aquella comprensiva mujer y le habló acerca de la
tragedia en que se había convertido su vida después del fallecimiento de su esposo.
Eso había sucedido dos años atrás, de manera inesperada. Al principio superó
fácilmente la situación, pues contaba con la presencia de Debbie, quien era una buena
niña. Sin embargo, la pequeña enfermó y nadie quiso ayudarlas. Excepto Esme.
Aquella buena mujer no se limitó a unas cuantas palabras de consuelo, sino que
les ofreció tanto su enorme corazón como su casa.
A Gina le hacían falta cincuenta mil dólares para llevar a Debbie a los Estados
Unidos de América para que le practicasen la operación que necesitaba. Gina apeló a
todos los recursos posibles, incluso la beneficencia pública, pero no había logrado
nada. Gracias a la invaluable ayuda de Esme, ahora podía ahorrarse lo
correspondiente a la renta de una vivienda.
Ni siquiera contaba con la opción de encontrar ayuda familiar. Jim había sido
huérfano; ella misma fue hija única de padres divorciados, educada por su abuela
italiana mientras su madre trabajaba. Tanto su progenitora como su abuela
fallecieron en el accidente ferroviario de Granville, el cual había costado muchas
vidas. De su padre no sabía nada, ni siquiera dónde vivía. Fue la persona más sola
del mundo, hasta que Jim apareció con sus promesas de amor eterno.
Y él sí la había amado con sinceridad. Gina nunca lo puso en duda, a pesar de
que en algunos aspectos de su relación conyugal se sentía frustrada e insatisfecha…
De cualquier manera ambos se sintieron muy felices cuando nació Debbie…
Jim siempre se negó a hacerse un seguro, y durante su matrimonio, cualquier
cantidad extra de dinero, la invertía en la persecución de su sueño… el cual terminó
por costarle la vida.
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Para su propia paz mental tenía que deshacerse de ese hombre, con tanta
rapidez como fuese posible. Si el señor Jepherson aparecía y se daba cuenta de que
ella perdía el tiempo con ese individuo, podría llegar a unas conclusiones erróneas.
—Liam, estoy muy ocupada y… —empezó a decir, deseosa de dejar de mirarlo,
pero incapaz de interrumpir la batalla de voluntades que le impedía apartar la vista.
La sonrisa se borró del rostro de Liam, quien se inclinó sobre el escritorio y
cogió las manos de ella entre las suyas. El impulso de retirarse fue demasiado fuerte
e inmediato para que Gina lo contuviera. Intentó liberar sus manos, para lo cual tuvo
que levantarse de su asiento. Sin embargo, él la obligó a sentarse de nuevo.
—Ha pasado demasiado tiempo, Gina. ¡Demasiado!
Ella volvió a sentir las oleadas de violencia que había percibido en Liam
Shannon en cada uno de sus encuentros.
—Haz el favor de soltarme, si llegara un cliente…
Gina hizo un nuevo esfuerzo por liberarse y él la sostuvo con más fuerza,
aunque con una exasperante calma que a Gina le pareció semejante a la quietud que
sobreviene a la mitad de un destructivo huracán. Dejó de luchar, pues su orgullo
innato la obligó a aceptar la derrota con dignidad.
La libera sonrisa en el rostro de Liam carecía por completo de autenticidad.
—¿Y cómo está Jim? —preguntó con burlona cortesía.
—Mi esposo murió hace dos años —Gina hizo una significativa pausa—.
Mientras realizaba lo que tú le enseñaste.
La sonrisa de él se desvaneció en la nada… y Gina sintió que un escalofrío la
recorría. Al observarle, se dio cuenta de que algo estaba pasando.
En los ojos de Liam relució una indescriptible emoción.
—Háblame de ello —no había escape posible hacia aquella austera orden.
Ella no quería hablar acerca de Jim, y menos con Liam Shannon; aunque tenía
que deshacerse de él y no le quedaba otra opción que ceder a su mandato. Por lo
tanto, hizo un resumen, lo más breve posible, de los hechos.
—Jim trataba de alcanzar una marca de distancia. Pero en el diseño había un
error. Los cables de las alas tenían demasiada tensión y… Jim se estrelló contra una
colina.
Aquellas palabras estaban impregnadas de un amargo dolor. Todos sus
problemas empezaron después de la muerte de Jim. Liam Shannon era el culpable y
ella esperaba haber traspasado esta vez su duro caparazón de autosuficiencia.
—Y ahora, haz el favor de retirarte —silbó Gina entre sus apretados dientes.
Él no se movió. Ella le desafió con su furiosa mirada, no obstante, Liam ni
siquiera abrió los labios, sólo la estudió en silencio, por un largo instante.
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Gina quiso gritarle que no la hiciera, mas sus cuerdas vocales parecían
paralizadas. Ni siquiera podía respirar. Sus oídos con vaguedad percibían el sonido
del tránsito, pues el ensordecedor ruido de los latidos de su corazón era más potente.
La mirada de Liam viajó con lentitud primero para abajo y luego hacia arriba,
hasta detenerse en las curvas de los labios femeninos. Ella los apretó por sentirse
vejada. Cuando él por fin le soltó las manos, Gina se sintió agradecida.
—¿Acaso no tienes sentimientos? —exclamó, airada, y cuando notó que se
curvaba una de las comisuras de la boca de Liam, no pudo contenerse—. No creo que
haya nadie que me desagrade más que tú, Liam.
La expresión de él se endureció y entonces apretó los puños, como si fuera a
explotar en cualquier momento.
—Tengo sentimientos —aseguró él con un evidente énfasis en cada palabra—, y
son tan intensos como los tuyos. ¿No te parece curioso, Gina?
Ella perdió su último vestigio de control.
—¡Sal de aquí, Liam! Vete y déjame en paz. No quiero volver a verte.
—Cuánto lo lamento —se burló él—. Porque yo sí quiero verte; y ahora,
desaparecido Jim, no hay nada que me detenga —su cara era parecida a la de un
tiburón cuando huele la sangre. Se acercó a la puerta y leyó la inscripción en voz
alta—. Jepherson y Potts, Corredores de Bolsa. Bien, unas cuantas acciones y valores
no me vendrán mal. Compraré algunas, sólo para verte a ti, Gina.
Ella sintió que el estómago le daba un vuelco. ¡Él no podía hacerle eso! Su
garganta emitió una risa forzada. Su mejor defensa sería fingir que no le importaba
su amenaza.
—Esto no es para ti, Liam. Tú no puedes costear lo que nosotros vendemos.
Liam Shannon nunca había tenido dinero. Lo gastaba en una locura tras otra. Y
era de extrañar que hubiese podido pagar el traje que llevaba.
—Puedo pagar lo que me dé la gana —declaró al inclinarse hacia ella.
«Le daré cuerda para que él solo se ahorque», pensó Gina, con el deseo de
hacerlo pagar por su arrogancia.
—Entonces solicitaré que te reciban de inmediato —manifestó con tono agrio,
decidida a deshacerse de él de uno u otro modo.
Fijó la mirada en la de ella, con expresión desafiante.
—Por favor que sea con el señor Jepherson, el mayor. Quizá decida comprar
este negocio. Me gustaría ser tu jefe, Gina.
Tan fanfarrón como siempre, aun cuando no tenía un centavo.
—Veré si está desocupado —en los ojos de Gina brilló una chispa de malicia al
descolgar el auricular del intercomunicador.
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El mayor de los señores Jepherson tenía más de sesenta años y era, quizá, el
más conservador de los corredores de bolsa en Australia. Le daría a Liam Shannon
una merecida lección.
Era tan extraño que en esos días de escasez hubiese nuevos clientes, que la voz
del señor Jepherson reflejaba satisfacción al comunicar que él saldría a recibir a Liam.
Gina se volvió hacia éste.
—Te verá de inmediato.
Liam extrajo de su billetera una tarjeta de presentación.
—Ésta es la dirección de mi oficina —le informó a Gina con una mirada de
malicia—. Para asuntos de placer, mi domicilio es otro.
Gina suponía cuál sería el placer, pues la mala fama de ese hombre era del
dominio público.
Al salir el señor Jepherson, un hombre obeso, de corta estatura y enorme
papada, de su oficina privada, Gina hizo de mala gana las presentaciones necesarias.
Liam le dirigió una mirada de satisfacción antes de entrar en el santuario del gran
jefe.
—Señorita Gina —dijo fingiendo que era la primera vez que la veía—, ¿tiene
usted alguna recomendación para mí sobre valores hipotecarios que adquirir?
Pensando sólo en que debía intentar destruir a ese hombre y sin considerar lo
que hacía, se apresuró a responder.
—NECSEC, señor Shannon.
La venganza era dulce. Él compraría y perdería su dinero, si es que de verdad
tenía algo.
—Señor Shannon —expresó el señor Jepherson con una belicosa mirada hacia
Gina—, de ninguna manera puedo recomendarle NECSEC. Mi secretaria no sabe de
lo que habla.
Después que ambos estuvieron dentro de la oficina del señor Jepherson, y que
éste cerró la puerta, Gina se reprochó su absurdo comportamiento. Invertir en esa
compañía de exploración sería lo peor. Su jefe se había disgustado, y ella había
quedado mal ante sus ojos. Además, pendía sobre sus hombros la amenaza de las
visitas diarias del odioso Liam Shannon.
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Capítulo 2
En un esfuerzo por tranquilizarse, Gina se frotó las sienes. Una sucia jugada del
destino había llevado a Liam Shannon a esa oficina y ella había empeorado las cosas
al perder el control de la situación.
Desperdiciar tanta energía en un hombre como él era el colmo de la estupidez,
se dijo al recordar que Liam Shannon carecía de honor y decencia.
Había provocado en ella emociones explosivas desde el primer momento en
que la vio. Aun cuando Jim le había advertido que Liam era un demonio con las
mujeres, ella no esperó que se comportara con… con tal falta de respeto. Ese hombre
no se había contenido ni siquiera porque ella era la prometida de su mejor amigo,
quien le quería como si se tratara de un hermano favorito.
La avergonzó y la hizo enfurecer al desnudarla con la mirada, sin siquiera
disimular su lujurioso interés. Después se interpuso entre Jim y ella y exigió que
bailara con él; y cuando lo hizo, movió el cuerpo contra el suyo de una forma que…
expresaba una inexistente intimidad.
Jim jamás se dio cuenta de quién era Liam Shannon en realidad. Fue tan
indecente, que se atrevió a hacerle una proposición indecorosa cuando faltaba una
semana para que su prometido y ella se casaran. ¡Y luego se presentó borracho a la
ceremonia nupcial en la que él era el padrino! Durante ese tiempo y en el transcurso
del banquete de bodas, Gina temió que dijera o hiciera algo que los avergonzara.
¡Y así fue! Cuando llegó el momento de besar a la novia, movió su boca con
sensualidad sobre la de ella, forzando sus labios a abrirse y… aun ahora, al
recordarlo, sentía asco y repulsión. Fue como una violación a sus sentidos, un penoso
ataque a todo lo que ella era y respetaba. Sin importarle la reacción de los invitados,
ella le dio una sonora bofetada.
Jim trató de restarle importancia al incidente e intentó llevar a Liam hacia otro
lado, mas éste escapó bruscamente y, sin disculparse ante nadie, salió de sus vidas
para siempre.
Jim nunca perdió la fe en él, aunque sí llegó a desilusionarle su ausencia.
—Algún día él será alguien importante, Gina —solía decir Jim con gran
admiración.
Jim no deseaba enfrentarse a las cosas desagradables de la vida y confiaba en
que todo saliese bien. Si en ocasiones ella se sentía ignorada o insatisfecha con su
relación, a Jim le bastaba dirigirle una tierna mirada para que perdonase todas sus
carencias.
Su marido había sido siempre una persona de una gran generosidad, siempre
contento de prestar su ayuda en cualquier cosa, sin tener nunca la intención de
causar daño. Era completamente diferente a Liam Shannon.
Gina apretó los labios al decidir que Liam no iba a interponerse en su vida. Lo
que ahora importaba era acabar a tiempo su trabajo para no provocar la ira del señor
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Jepherson. El problema consistía en que se sentía muy cansada. Tal vez Esme tenía
razón.
En ese momento salió Liam de la oficina del señor Jepherson, mas se detuvo en
el umbral de la puerta y se volvió hacia el jefe de Gina.
—Señor Jepherson, ¿me permite unas palabras con su secretaria? —preguntó,
sabiendo por supuesto que el permiso no sería negado.
—También yo tengo que hablar con ella —comentó muy serio el señor
Jepherson.
Gina levantó la vista muy preocupada, y Liam le sonrió.
—He seguido su consejo, señora York, y he comprado acciones de NECSEC.
Ella sintió que se le hundía el corazón.
—Yo… bueno… espero que no se arrepienta, señor Shannon. Esas acciones
pueden darle una agradable sorpresa.
—He comprado veinticinco mil, y estoy seguro de que no me arrepentiré —
comentó él, con voz tan alegre, que ella sospechó que tras aquella compra se ocultaba
una trampa de la peor clase.
Gina efectuó un cálculo rápido. A dos centavos la acción, el total ascendía a
quinientos dólares. En realidad no era demasiado, y con seguridad el señor
Jepherson así lo consideraría y la perdonaría por su pequeña indiscreción.
—Muy bien, señor Shannon. Veinticinco mil acciones es una pequeña inversión.
—Dólares, señora York —intervino el señor Jepherson con énfasis—. Dólares.
No acciones.
El hombre parecía al borde de la histeria.
—Haga el favor de presentarse en mi oficina en cuanto el señor Shannon se
vaya —añadió con sequedad.
Gina se sintió enferma al oír que su jefe cerraba la puerta de golpe. Perdería su
empleo, eso era obvio. Liam Shannon había actuado pensando en lo que hacía. ¿Y si
era sólo un alarde y no contaba con esa suma? Sería peor para ella, pues el señor
Jepherson sentiría que le habían engañado.
Gina le había dado suficiente cuerda a Liam… ¡pero la ahorcada había sido ella!
¡Maldición!
¿Cómo había tenido el descaro de presentarse de ese modo ante ella? ¿Qué era
lo que en realidad se proponía?
—¿Qué tal si sales conmigo esta noche para celebrar nuestra pequeña
inversión?
Aquella bestial audacia dejó a Gina sin habla a causa de la furia que la invadió.
—¿A qué hora quieres que pase a recogerte?
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¡Y todavía se atrevía a dar por hecho su aceptación! Gina sintió ganas de sacarle
los ojos, pero de algún modo logró cierto control.
—Estaré ocupada, Liam.
—¿En qué?
Debbie necesitaba todo su tiempo libre. Por supuesto que no iba a decirle eso a
Liam, así que hizo un esfuerzo por encontrar algún motivo que él no pudiese
rebatirle, algo que aplastara su enorme egolatría.
—Saldré a cenar con mi… amante —fue difícil pronunciar esa palabra, y aún
más difícil forzar en su rostro una provocativa sonrisa de satisfacción… para dar la
impresión de que esperaba con ansia el momento de reunirse con ese hombre.
Liam ni siquiera parpadeó.
—¿Entonces después? —preguntó, dando a entender que sabía perfectamente
que ella estaba mintiendo.
Gina se sintió derrotada, pero respondió al desafío.
—Después de cenar, pasaremos juntos toda la noche. En mi vida no hay lugar
para ti. Ni hoy ni…
—¿Nos vemos mañana por la noche?
—Ni la noche de mañana, ni la siguiente, ni ninguna. Mi compromiso es total.
¿Comprendes, Liam? ¡Nunca tendré tiempo para ti! ¡Nunca!
La chispa en los ojos de Liam se esfumó, mas el fugaz triunfo de Gina también
desapareció.
—Gina, uno de estos días tu mente dejará de mandar en tu corazón —expresó él
con voz impregnada de peligro—. Y tu hermoso cuerpo será mío.
Levantó la mano para tocarle el rostro, pero Gina se retiró de inmediato.
—Pregúntate con franqueza, Gina, qué es lo que tanto temes —sugirió Liam,
riendo.
—Te odio, Liam Shannon —declaró ella, con voz temblorosa a causa de la
intensidad de su emoción.
Él frunció el ceño en un gesto irónico y con lentitud se alejó del escritorio.
—Mis sentimientos hacia ti también son muy fuertes —aseguró con una sonrisa
burlona antes de salir de la oficina.
¿Por qué provocaría en ella reacciones tan violentas?, se preguntó Gina
mientras le observaba retirarse. No era correcto, no estaba bien que su ecuanimidad
desapareciera en presencia de Liam Shannon. Ojalá nunca le volviera a ver.
Entonces él se volvió hacia ella, notó que le miraba y una amplia sonrisa de
triunfo apareció en su rostro.
—Regresaré mañana, si no es antes. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan
animado.
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Gina se quedó tan anonadada, que durante varios segundos no pudo moverse y
cuando reaccionó, él ya se había ido.
Con un suspiro, se puso de pie para enfrentarse a la ira del señor Jepherson.
¿Qué explicación podía darle?
Era extraño, pero Liam la había dejado tan extenuada, que ni siquiera su
empleo le importaba.
El señor Jepherson no le dio oportunidad de explicaciones, sino que con
evidente autoritarismo le dijo que no permitiría que su secretaria usurpase sus
funciones al recomendar acciones a los clientes y que era mejor que buscase trabajo
en otro lado, pues desde ese momento prescindía de sus servicios, entregándole un
cheque de indemnización que cubría con creces cualquier cantidad que se le
adeudara.
Mientras Gina retiraba de su escritorio todos sus artículos personales, pensó
que, en lugar de perder, saldría ganando, ya que así desaparecería de la vida de Liam
Shannon, quien no podría localizarla nunca. Además, si conseguía pronto otro
empleo, también en el aspecto económico obtendría beneficios. Lo único malo era
que el señor Jepherson no le extendió una carta de recomendación, ni ella se atrevió a
pedírsela.
Todo su optimismo se evaporó al salir al vestíbulo y ver que Liam Shannon la
esperaba.
Con tanta rapidez como un resorte, Liam se apresuró a ponerse de pie y
acercarse a Gina para impedirle el paso.
—No has tardado mucho —aseguró al cogerla del brazo y sonreír, satisfecho—.
Me gusta que la gente actúe como yo digo. Para mí fue más barato comprar esas
acciones que el negocio del señor Jepherson. Y ahora que me he asegurado de que
cuentes con suficiente tiempo libre, te llevaré a comer.
—¡Suéltame, maldito! —exclamó Gina, a la vez que hacía infructuosos esfuerzos
por liberarse. Ante su incapacidad, levantó el otro brazo en dirección al rostro de
Liam, mas él la detuvo.
—Tú empezaste esta guerra, Gina. ¡Ahora vas a verme ganarla!
—Liam, me sueltas en este preciso instante o voy a armar un escándalo del cual
te…
Para que no prosiguiera, él bajó su boca hacia la de ella, mientras con fuerza la
atraía hacia su musculoso cuerpo.
Sorprendida y avergonzada, Gina notó que su propio cuerpo despertaba a una
oleada de necesidades sexuales casi olvidadas. Y, después del primer impacto de
aquella boca masculina, empezó a sentir cierto placer. Tuvo que hacer un gran
esfuerzo para mantener los dientes apretados y no permitir que la lengua de él
explorara el interior de su boca. Por desgracia, esa acción no impidió que él se
posesionara de sus labios y removiese sentimientos que abrían un tenebroso pozo de
vulnerabilidad.
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—Bien, Gina, la última vez tú me violaste a mí; ahora es mi turno —dijo Liam,
en voz alta, para que cualquiera pudiera oírlo, y el hombre que sostenía la puerta, rió.
—¡Ayúdeme!
—Calma, calma, querida. Te gustará. Te lo aseguro.
—¡Te odio, te odio, te odio! —vociferó con toda la fuerza que pudo.
—¿Cómo es posible que digas eso si te quiero tanto? —le reprochó Liam.
A Gina se le llenaron los ojos de lágrimas de frustración. Nadie la ayudaría, y
ella no podía hacer nada sola. Al salir del edificio, fue conducida al asiento posterior
de un vehículo grande del que salió un chófer uniformado, y en seguida, Liam se
acomodó a su lado. Llena de pánico, Gina trató de abrir la otra puerta, pero no pudo.
Entonces empezó a golpear contra el cristal que los separaba de la parte delantera. El
conductor los ignoró y puso el automóvil en marcha.
—Relájate, querida —le aconsejó Liam con una voz de exagerada indulgencia—
. No tengo intención de violarte. Vamos a comer.
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Capítulo 3
Al considerar que ésa sería la mejor estrategia, Gina mantuvo un obstinado
silencio. De ahora en adelante ya no pelearía, sino que su arma sería una resistencia
pasiva. Liam no podría obtener mucha satisfacción de una estatua.
El automóvil se detuvo al llegar al muelle. Gina no pudo ver ningún
restaurante. El chófer abrió la puerta del lado de Liam, no la de ella. Gina no se
movió.
—Si tengo que llevarte en brazos hasta mi embarcación, lo haré —la amenazó
Liam con calma—. Tú dirás, Gina.
Liam descendió del coche y esperó a que ella le siguiese. Gina miró a su
alrededor. Había varias lanchas y algunas personas, por lo que ella se tranquilizó, ya
que podría llamar la atención de alguien, si era necesario. Manteniendo un pétreo
silencio y una obstinada dignidad, descendió del coche.
Liam la asió con firmeza por el codo. Gina lo soportó sin ningún comentario, y
caminó por el muelle con un aire de suprema indiferencia. Al llegar al final del
muelle, Liam tiró de la cuerda de un pequeño bote con motor.
—¿A dónde iremos? —preguntó sin poder contenerse, y él sonrió.
—Tengo mi yate anclado en la bahía. Allí encontraremos la intimidad que deseo
tener contigo.
Había sólo un yate anclado: un enorme crucero de elegantes líneas que parecía
una maravilla en diseño y tecnología modernos, muy propio de un millonario
acostumbrado a los lujos.
—¿Es el tuyo? —preguntó Gina con incredulidad.
—Es mío, y tuyo también si quieres compartirlo conmigo.
—¿Y si me niego a ir?
—El placer será mío.
Gina no supo qué había querido decir con eso, mas prefirió no investigar. El
orgullo la impulsó a no dejarse impresionar por algo que él dijese o hiciera. Así,
abordó la lancha y con rapidez tomó asiento. Liam también subió, largó las amarras
y, sin pronunciar palabra, puso a funcionar el motor.
Liam maniobró para alejarse del muelle y dirigirse hacia el yate. Mientras
navegaban a toda velocidad, Gina se sintió muy contenta por un momento y hasta
logró no pensar en el hombre que estaba a su lado.
Era un hermoso día. Las nubes blancas suavizaban el intenso azul del cielo, y el
calor que se sentía era muy agradable.
Hacía ya tanto tiempo que Gina no se fijaba en la belleza del paisaje, que respiró
a sus anchas aquel fragante aire que le hacía recordar los días en los cuales la única
misión de su existencia era vivir.
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—¡No! —jadeó ella. En efecto, sintió una terrible inquietud al estar con él, pero
sólo por el modo en que la había mirado… Como si quisiera desnudarla.
—¡Sí! —insistía Liam, al tiempo que extendía las manos y las colocaba en el
cuello de ella para después deslizarías hasta sus hombros—. Al tenerte entre mis
brazos para bailar, tu cuerpo se estremeció al sentir el contacto del mío. Deseabas
sentirme, mas presionaste para que me alejara. ¿Por qué, Gina?
Porque… él la había excitado. Pero ella era leal a Jim, quien nunca le sería infiel.
¿Cómo podía sentirse atraída por otro hombre, que además era amigo de su novio?
—¡No estaba bien! —exclamó a la defensiva.
—Claro que sí —la abrazó con mayor fuerza—. ¡Era algo perfecto!
—¡Yo estaba con Jim! —gritó Gina—. ¡Con tu amigo! ¿No significaba eso nada
para ti?
—Lo que vi completamente claro, era que habías cometido un error —respiró
hondo, para contener el dolor—. Y sentí ganas de matarle, lo que me ocasionó un
gran conflicto. Jim era mi mejor amigo… desde nuestra niñez. Pero por ti, deseé
asesinarle.
Para gran alivio de ella, la soltó y se alejó. Entonces Gina, demasiado agitada
para permanecer de pie, se dejó caer sobre el sillón más cercano. Si Liam la había
amado, muchas cosas tenían explicación. Sobre todo, el hecho de no volver a buscar a
Jim después de la boda. Para él debió haber sido un terrible infierno el verla casarse
con otro… y tener que participar en la ceremonia. Parecía que ella había estado muy
equivocada.
—Gina —le dijo Liam con gran ansiedad al volverse de nuevo hacia ella—. ¿Por
qué no tuviste el valor de irte conmigo cuando te lo pedí?
Ella se sintió culpable y llena de compasión por todo el dolor que sin querer le
había causado.
—Sólo demostraste sentirte atraído por mí y el amor es algo más que sexo.
Liam movió la cabeza.
—Yo habría hecho cualquier cosa por ti.
—Lo lamento, pero no me di cuenta… —con la mirada rogó comprensión—.
Creí que… tú no eras la clase de hombre a quien podría confiarle mi vida.
—¿Y Jim sí lo era? —preguntó él con amargura.
—Al menos eso creí —respondió Gina con un suspiro.
Su matrimonio no había funcionado del modo que esperaba o deseaba, pues la
mayor parte del tiempo se había sentido más una madre que una esposa para Jim:
calmándolo, apoyándolo y organizando las cosas para él.
—¿Y cómo fue tu noche de bodas?
La crudeza de la pregunta la hizo ruborizar.
—No sé qué quieres decir.
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—Oh, sí, Gina, lo sabes —aseguró Liam acercándose a ella—. Esta mañana me
has dicho que recordabas lo que hice el día de tu boda, que era algo imposible de
olvidar. Y yo he estado de acuerdo contigo. Me ha sido imposible olvidar tu reacción
cuando te besé.
Se sentó sobre el amplio brazo del diván y le dirigió a Gina una mirada tan
amarga, que la obligó a permanecer quieta aun cuando él empezó a acariciarle con
lentitud el pelo. Ella sentía la garganta seca, y el pulso le latía con tanta fuerza, que
temió que Liam se diera cuenta.
—Durante la ceremonia eclesiástica permanecí detrás de Jim, con la esperanza
de que cuando llegara el momento de intercambiar votos, tu respuesta fuese
negativa. No puede hacerlo, me decía sin cesar. Ella debe darse cuenta de su error.
Pero tú lo aceptaste con voz clara y firme. Y yo te odié entonces, Gina —su voz se
volvió un murmullo, más un vibrante eco de pasión impregnada cada palabra—. No
obstante, no pude marcharme. No dejabas de mirarme, Gina, de dirigirme fugaces y
agitadas miradas, reflejo del torbellino en que se debatía su mente.
—Liam, tú estabas ebrio y a mí me aterrorizaba la posibilidad de que echases a
perder las cosas —explicó ella con voz ronca, y él negó con la cabeza.
—Yo estaba más allá de la embriaguez. Nada podía atenuar mi dolor.
—Ésa fue la razón por la que no dejaba de verte —insistió Gina—. No había
otra.
Él la contempló con fijeza, mientras sus dedos bajaban hacia las mejillas de ella
y luego trazaron el contorno de sus labios con torturante delicadeza.
—No te creo, Gina —musitó con suavidad—. Lo supe cuando te besé. Ella
vendrá conmigo ahora, pensé. No puede negar esto.
—¡Basta, Liam! —exclamó Gina, incapaz de soportar su versión de lo sucedido.
Recordaba muy bien las sensaciones que despertó ese beso. La consternación al
darse cuenta de que él la excitaba. En aquel momento se había sentido invadida de
pánico y lo odió por hacerla sentir cosas que debía provocar sólo su esposo.
—No debiste hacerlo —musitó, confusa—. ¡Yo ya era la esposa de Jim!
—¡Aún no era demasiado tarde! Como sabrás, los matrimonios no consumados
pueden anularse. Tú pudiste…
—¡No! ¡Nunca lo habría hecho! —gritó ella, horrorizada ante tal posibilidad—.
Hubiese significado un terrible sufrimiento para Jim… una agonía. ¡Las dos personas
a quienes él más quería!
—¿Crees qué yo no pensaba en eso? ¿Qué no sufría? —inquirió con voz ronca y
una mueca de reconocimiento—. Sé que te sentías atraída hacia mí, por lo menos en
el aspecto físico. ¡Espero que te hayas sentido tan frustrada como yo en tu noche de
bodas! —se puso de pie y se sentó en otro sillón. La violencia de sus emociones le
oscurecía el semblante—. Espero que cuando Jim te besara anhelaras la intensidad
que mi boca provocó en ti. Y espero que en el momento de la unión de sus cuerpos,
hayas recordado el mío. Espero que…
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—¡Basta! ¡Basta! —gritó Gina y se puso de pie para tratar de calmar la fuerza de
los latidos de su corazón—. ¿Cómo te atreves?
—Sí, Gina, me atrevo —en su boca se formó una sonrisa amenazadora—. ¡Me
atrevo a cualquier cosa! —dirigió una descuidada mirada a su alrededor—. Es el
motivo por el cual ahora tengo todo esto. Después que te convertiste en la esposa de
Jim, nada me importó y desafié miles de veces a la muerte, pues sin ti no tenía
ningún deseo de vivir —volvió a levantarse y empezó a caminar de un lado a otro
del salón.
Mientras tanto, Gina evocó turbadoras imágenes que le hicieron mirar a ese
hombre de otro modo.
—He realizado muchas cosas de las que me siento orgulloso, pero con otras no
sucede así. Desde aquellos días, me gané la reputación de atreverme a cualquier cosa,
de verdad a cualquier cosa. Por mis «comisiones» obtuve grandes recompensas, pero
siempre conservé la esperanza de alcanzar la muerte. Parecía que, a pesar de los
grandes riesgos que corría, algún ser superior me protegía, pues siempre salí bien
librado —rió con amargura y movió la cabeza—. En una ocasión en que un pequeño
barco llevaba a varias personas acaudaladas, que querían huir de Kampuchea en una
oscura noche en que soplaba un fuerte viento, la vela principal se zafó del mástil;
alguien tenía que subir a arreglar el desperfecto. Yo ascendí esos veinte metros, pues
en lo alto veía tu rostro —su mirada se perdió en la niebla del recuerdo—. Todos me
consideraron un héroe y me pagaron muy bien por haberlos salvado. De esa forma
empecé a acumular dinero —se detuvo durante un momento—. Con el tiempo
aprendí a eliminar tu recuerdo y entonces se apaciguó mi locura. Ya tenía un buen
capital, así que me dediqué a las finanzas. Con eso obtuve mejores resultados y
gracias a Dios he vuelto a encontrarte.
Ese relato la conmovió hasta el fondo de su alma y estuvo a punto de hacerla
llorar. Deseó acercarse a él, pero si ya nada sentía por ella…
—Liam, si ya no pensabas en mí, ¿entonces por qué no me has ignorado al
verme en esa oficina?
Él dejó de deambular de un lado a otro y la contempló con una sonrisa irónica,
mientras en sus ojos surgía algo parecido al odio y rencor.
—No he podido —sus palabras estaban llenas de desprecio hacia sí mismo—.
No he podido hacerlo, ni siquiera después de ese lapso.
Ella deseó dejar de mirarle, más fue incapaz de volverse hacia otro lado, a la vez
que se preguntaba qué habría sucedido si ella no hubiera sido la prometida de Jim
cuando conoció a Liam.
A pesar de que Jim y Liam se habían criado juntos en el mismo orfanato, los dos
eran muy diferentes. Jim siempre necesitó la seguridad emocional transmitida a
través de la dedicación de Gina. Por el contrario, Liam no requería de ninguna clase
de apoyo, por parte de nadie.
Al mirar el orgullo reflejo en el rostro de Liam, Gina suspiró. Había estado
equivocada en muchas cosas; sin embargo, eso no podía cambiar el pasado.
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—¿Qué truco del destino fue el que dictaminó que caminaras por ese pasillo y
me vieras sentada ante mi escritorio?
—¿Destino? —preguntó él con desdén, y Gina no supo si se burlaba de ella o de
sí mismo, y si de verdad su encuentro se habría debido a una casualidad. Entonces
Liam movió la cabeza y sonrió con sarcasmo—. Yo tenía una cita con un contable
cuya oficina está en el piso siguiente. Al darme cuenta de mi error, decidí subir por la
escalera. Cuando vi abierta la puerta de una oficina, la curiosidad me hizo volver la
mirada en esa dirección. Y allí estabas tú. El antiguo fantasma de mis sueños. ¡Pero
en vivo!
Liam no le dio tiempo a Gina para pensar en lo sorprendente de esa
coincidencia, y se acercó a ella.
—Después de convencerme de que no perdería nada si entraba a saludarte, he
decidido hacerlo —de súbito su brazo rodeó la cintura de ella y la atrajo con fuerza
hacia sí—. ¡Maldita sea tu fascinación!
Gina se sorprendió tanto, que no intentó oponerse. Dirigió hacia él una mirada
de asombro y por un momento se sintió víctima de una indescriptible emoción. Bajó
la vista; no obstante, la urgencia… la necesidad de quedarse donde estaba y
deleitarse con las sensaciones que él le provocaba fue muy tentadora para rechazarla.
La fuerza de tales sentimientos la atontaba, pues durante los dos años
transcurridos desde la muerte de Jim, había permanecido sorda a cualquier atracción
sexual y rechazaba de manera automática cualquier avance y los ocasionales intentos
de flirteo. Los encuentros casuales no le habían interesado, y su matrimonio no había
sido tan perfecto como para desear un próximo enlace. Además, su dedicación
absoluta se enfocaba al bienestar de Debbie y no tenía tiempo para frivolidades.
Sin embargo, no pudo librarse del impulso de saber más acerca de Liam… y de
lo que él sentía. Con cierta timidez, deslizó las manos hacia los hombros de ese
hombre, convencida de poder separarse de él antes de que fuera demasiado tarde.
—Liam, has dicho que eso ya había terminado —le recordó, mirándole
fijamente a la cara.
—Ya no te amo, Gina —aseguró él, sin dejar de mirarla—. Fui un tonto al
pensarlo alguna vez… Puedo vivir sin ti…
Su voz era ronca, fría, discordante… ¿estaría diciendo la verdad?
—Pero el asunto no ha acabado —apretó los dientes—. Todavía te deseo, más
de lo que he deseado a otra mujer. Y tengo que hacer algo para borrarte de mis
pensamientos; de otra manera, acabarás conmigo y me destruirás del mismo modo
que el mar desgasta las rocas. Es como un dolor que nunca se ha calmado y yo no
tengo la intención de seguir viviendo con ese dolor. Tienes que ser mía. Y lo serás —
la rodeó también con el otro brazo, para que el cuerpo femenino quedara contra el de
él—. Tú sientes lo mismo, Gina. No mientas. Ahora ya no puedes esgrimir tu lealtad
hacía Jim como argumento para separarnos, y yo voy a besarte hasta que pierdas el
sentido… hasta poseerte por completo.
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—Liam, por favor… —rogó ella, asustada por la intensidad de lo expresado por
él. El fuego amenazaba con convertirse en una conflagración imposible de controlar.
Bajó las manos hasta el tórax masculino y presionó para alejarlo—. No de ese
modo…
—Puedo sentir la forma en que tus muslos se estremecen contra los míos.
Tienes los nervios a punto de romperse por la excitación, porque en tu vida nunca ha
habido algo como esto. Dime que es así, Gina. ¡Habla con la verdad! —empezó a
besarla con pasión, mientras ella se retorcía para liberarse—. ¡Admítelo, maldita sea!
¡Admítelo! —pidió entre torturados jadeos.
—¡No! —gritó ella, aun reconociendo que él tenía razón.
—Me deseas tanto como yo a ti.
—¡No!
—Entonces demuéstramelo. Abre la boca y prueba que no despierto en ti un
deseo igual al mío.
—Yo…
No pudo continuar porque los labios de Liam lo impidieron, y entonces ella
cedió a la lucha, le rodeó el cuello con los brazos y correspondió a su beso,
desprovista de todas las inhibiciones en una salvaje búsqueda de la verdad. El juego
erótico de sus bocas se convirtió rápidamente en una íntima caricia que eliminó por
completo la idea anterior que Gina tenía acerca de lo excitante que puede ser el amor.
Su único amante había sido Jim, y él siempre había deseado darle placer a ella;
un hombre tierno y tranquilo que nunca había demostrado inclinación hacia la
pasión sin límite.
Jim rodeaba su alma. Liam la atacaba y exigía que le permitiese penetrar en ella.
Sí, ella deseaba a Liam Shannon, deseaba sentirle muy dentro de sí… Le
deseaba como nunca le sucedió con Jim, a pesar del amor compartido entre los dos.
Esto no era amor, sino un deseo incontrolable.
Su cuerpo se estremecía de placer al sentir la dureza de Liam contra ella, y su
necesidad de aceptarle era muy grande. La sumisión nada tuvo que ver con ello, sino
que se sintió presa de una agresividad tan violenta como la de él. Con los labios,
Liam le recorrió los hombros, el cuello y el rostro, en un preámbulo de la unión que
ambos anhelaban. Y aun cuando sus bocas se separaron para respirar, la excitó el
movimiento del pecho masculino contra sus senos.
—Gina, dime que me deseas.
—Sí —la palabra fue emitida en un violento suspiro y fue una admisión, a la
vez que expresaba rendición. Ella ni siquiera pensaba, no se daba cuenta de la
innegable verdad.
—Así que por fin lo has reconocido —murmuró Liam.
Él aflojó el abrazo con lentitud y luego sus labios subieron hasta el rostro de
ella. Al contemplarla, sonrió triunfante.
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—He esperado demasiado para que me miraras así —declaró sin poder evitar el
júbilo—. Durante noches enteras he soñado con esto. Y ahora, por fin… Voy a hacerte
el amor toda la tarde… y la noche… hasta que se cumplan veinticuatro horas. Y
después durante toda mi vida.
La estrechó entre sus brazos y rió con una intensidad, que hizo que Gina
recuperara la cordura y volviera a la realidad.
No podía quedarse con Liam. Necesitaba volver a casa, con Debbie. Su hija era
lo más importante para ella. De cualquier manera, la situación con Liam ni siquiera le
gustaba, y ella no era libre para hacer lo que le placiera.
Ser tomada como paliativo le parecía un abuso. A pesar de que su propio
cuerpo deseaba que le hiciera el amor, Gina logró controlarse, pues recordó que ese
momento de locura sería la capitulación de todos los principios que habían
gobernado su vida.
—Ven, querida —le dijo Liam en ese momento—. Iremos a donde estemos más
cómodos —la cogió de la mano para conducirla.
Gina se sintió débil ante aquella poderosa atracción. ¿Por qué no? No podría
quedarse toda la noche, aunque la perspectiva fuese muy tentadora, pero unas
cuantas horas… o aun toda la tarde, no tendrían importancia ni perjudicarían a
Debbie. Si hacía el amor con Liam, quizá se esfumaría la terrible tensión que siempre
había existido entre ellos.
¿Y si con esta sola vez no fuese suficiente para que él se librara de su obsesivo
deseo? Liam quería que todo se hiciera a su modo, y ella no podía aceptarlo. Sería
una locura sucumbir ante un hombre a quien hacía pocas horas creía odiar. Tenía que
impedir que ocurriese algo de lo que después se arrepentiría.
La imposibilidad de que Liam aceptase su cambio de idea, casi le paralizó la
mente. Otro rechazo sería demasiado para él, sobre todo después de haber
demostrado ella lo vulnerable que era a su sensualidad. ¡La guerra!, había dicho él, y
ella iba a necesitar de todo su valor para ganar esa batalla de voluntades.
Liam abrió la puerta y le indicó a ella que le procediera en la entrada al lujoso
dormitorio: las paredes estaban cubiertas de paneles de roble, y el lecho era muy
grande, cubierto con una colcha tejida y esponjosas almohadas que prometían un
descanso absoluto.
Al sentirse invadida por una confusión de sentimientos, Gina se detuvo en el
umbral.
—Liam, por favor espera un momento —trató de humedecerse los labios—.
Tengo… tengo… que ir al tocador. ¿En dónde puedo encontrarlo?
Él le dirigió una mirada interrogante. Lo que vio en los ojos de ella pareció
satisfacerle y señaló una puerta situada en uno de los extremos del salón.
—Al lado de la escalinata.
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—Gracias —ella emitió una sonrisa forzada—. ¿Por qué no pides mientras tanto
una botella de champán y unos vasos? Estoy… estoy nerviosa y necesito algo que me
relaje…
Él la contempló un instante y luego sonrió con regocijo.
—Si así lo quieres. Y tienes razón, es una ocasión que debemos celebrar.
Gina sintió un violento pesar por lo que estaba a punto de hacer, mas quedarse
no serviría de nada. Liam no la amaba, ni ella a él. La revelación de sus anteriores
sentimientos la había asombrado y conmovido hasta lo más profundo, pero ella no
estaba en deuda con ese hombre. Nunca lo había estado.
Liam la vio alejarse hacia la puerta que él le había indicado y Gina se volvió a
mirarle mientras sacaba una botella de champán y dos copas, las cuales levantó hacia
ella para después dirigirse de nuevo hacia el salón.
Abrumada por la culpabilidad, a pesar de todos sus razonamientos, Gina subió
por la escalera a toda prisa y cruzó la cubierta hacia el sitio donde estaba amarrada la
lancha; con dedos temblorosos la desanudó, sin que nadie tratara de detenerla.
Aprovechó el momento en que el oleaje acercó la pequeña embarcación, bajó por la
escalinata y subió al bote.
Para alivio de Gina, Liam había dejado la llave puesta. Gina la accionó, movió la
palanca de velocidades, y cayó de golpe sobre el asiento al avanzar la lancha
rápidamente. Oyó que alguien la llamaba desde el yate, mas ella no miró en esa
dirección. Lucho con los controles hasta que descubrió cómo manejarlos y luego se
encaminó hacia el mar.
Liam iba a odiarla, pensó Gina, y ella se odió a sí misma por huir así. Pero
Debbie la esperaba en casa. Debbie, que estaba a punto de quedarse ciega. Gina no
podía comprometerse con Liam ni con nadie. Lo primero de todo era la salud de su
pequeña hija.
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Capítulo 4
Gina se sentía exhausta a causa de la frustración que la invadía, mientras
caminaba con lentitud hacia la pequeña casa que Esme tenía en Paddington. Con el
ajetreo de su huida había dejado el bolso en el yate de Liam. Mas de ninguna manera
iba a regresar por él, pues no podía enfrentarse de nuevo con él, aun a pesar de que
éste lo encontrase… dentro estaba su billetera… con su dirección.
Las lágrimas corrían por sus mejillas al acercarse a la puerta delantera. Su llave
también se encontraba dentro del bolso, por lo que tuvo que pulsar el timbre para
que Esme le abriera. Mientras esperaba a su amiga, se apoyó contra el porche, sin
dejar de llorar.
Esme abrió la puerta y lanzó una exclamación al ver a Gina tan acongojada.
—¿Qué te sucede? —preguntó con evidente preocupación.
Fue demasiado para Gina, cuyas lágrimas empezaron a fluir con mayor
facilidad.
—He perdido el trabajo y también el bolso, dentro del cual tenía el cheque que
me han dado como compensación. Me he quedado sin dinero para el autobús y he
tenido que venir a pie. Me he caído y se me han roto las medias. Tendré que buscar
otro empleo y… y…
Esme le pasó un brazo por los hombros y se apresuró a conducirla al interior de
la casa.
—No llores, cariño, no es el fin del mundo —la consoló la maternal Esme—.
Venderé el cuadro que estoy a punto de terminar y le curarán los ojos a Debbie. Así
que tranquilízate. Lo que ahora te hace falta es un largo sueño.
—Sí, Esme, tienes razón —sollozó Gina, mientras hacía un esfuerzo por
recuperarse, ya que no podía permitirse el lujo de darse por vencida, sobre todo
cuando el tiempo era un enemigo implacable. Enderezó la cabeza y se enjugó las
lágrimas con el dorso de la mano—. Lamento haberme desahogado contigo. ¿En
dónde está Debbie?
—Duerme su siesta vespertina. Gina, haz el favor de subir a tu habitación y
acostarte un rato a dormir. No te preocupes por tu empleo, ya encontrarás otro. Y
unos cuantos días de descanso te vendrán bien.
—De nuevo tienes razón —accedió Gina—. Gracias, Esme —se sintió débil al
empezar a subir por la escalera, y tuvo que aferrarse a la barandilla para no perder el
equilibrio.
—Cuando bajes te enseñaré mi pintura. He adoptado un estilo por completo
nuevo —sonrió muy complacida—. Lo hemos ideado Debbie y yo esta misma
mañana.
Gina logró que sus labios formaran una insípida sonrisa.
—Esperaré con ansia el momento de verlo.
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Después de entrar en su dormitorio, Gina cerró la puerta sin hacer ruido, pues
no quería despertar a Debbie, que se encontraba dormida, mas no pudo resistir el
impulso de acostarse al lado de su hija, estrecharla entre sus brazos y acercarla a su
corazón.
—¿Mami? —preguntó la chiquitina.
—Sí, cariño —musitó Gina, quien sintió que en la garganta se le formaba un
enorme nudo.
Debbie suspiró antes de volver a quedarse dormida, y Gina reflexionó que éste
era su lugar, no el lecho de Liam para satisfacer un instinto físico. No obstante, al
cerrar los ojos y empezar a dormitar, en su mente apareció el recuerdo de ese hombre
hablándole de su amor…
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Era indudable que el obsequio les había producido placer, pensó Gina con
pesar, más… ¿cuál habría sido la intención de Liam? Tenía que haber sido él quien lo
envió, pues ninguno de sus otros conocidos idearía tan extravagante gesto. Si es que
no se trataba de un error.
La duda permaneció en su mente mientras daba la merienda a Debbie, la
bañaba y le ponía un pijama. Las rosas rojas expresaban amor, pero Liam ya no la
amaba. Quizá pensaba que la seducción era un medio más seguro de conseguir lo
que deseaba. Si era él quien había enviado esas flores, el mensaje era claro… no iba a
dejarla en paz.
¿Y cómo se enfrentaría ella a eso? La pregunta era aún más espinosa que las
rosas. ¿Se conformaría Liam con un «no» como respuesta? ¿Y si el obsequio era una
manera irónica de decirle adiós a un amor que en realidad nunca llegó a cuajar y que
ahora estaba completamente muerto?
¿Y por qué esa idea la deprimía? ¿No había decidido ya que no podía
relacionarse con Liam Shannon? Totalmente confundida, Gina llevó a Debbie con
Esme y luego volvió al dormitorio a arreglarse para su trabajo de esa noche.
Como reacción contra el torbellino emocional del día, Gina seleccionó un
vestido rojo de crepé. De algún modo, el color era una declaración de agresividad. El
estilo resultaba tan conservador que podía considerarse respetable, de cuello alto y
muy ajustado al cuerpo antes que la falda partiese en un remolino de pliegues.
En un intento de probarse a sí misma que su apariencia era tan buena como
cuando se casó con Jim, Gina se aplicó un maquillaje más vivido de lo usual. Esa
noche necesitaba sentirse segura de sí misma. Se puso unas sandalias rojas de tacón
alto, y se marchó.
Un taxi la estaba esperando en la puerta. Era una ventaja de ese empleo, pensó
Gina con aprobación. La empresa era muy meticulosa con respecto al medio de
transporte. Bajó a toda prisa, le dio a Debbie un beso de buenas noches y se fue.
El trayecto de Paddington a la ciudad muy fue rápido y sin ningún problema de
tráfico, por lo que Gina llegó al hotel con diez minutos de adelanto.
El Regent Hotel era uno de los más prestigiados hoteles en Sydney; de hecho,
en todo el mundo. Edificado en lo alto de Circular Quay, tenía una vista magnífica de
la bahía. Las veces que Gina había acompañado allí a sus clientes o había acudido a
recoger a alguno, nunca dejó de asombrarse por las dimensiones del vestíbulo. Bajo
un centro de luces florecía un grupo de pequeños árboles y las macetas con plantas,
colocados alrededor de los balcones, suavizaban las líneas de la arquitectura. Una
enorme escalinata de caracol, hecha de granito australiano y con barandillas de
bronce, descendía hasta un lado de los árboles. Detrás de ellos se había instalado una
moderna cafetería; en el entrepiso había un bar y un lujoso restaurante.
Gina miró su reloj al entrar en el hotel. Llegaba a su cita con ocho minutos de
adelanto, por lo que decidió esperar un momento y sentarse en alguno de los
cómodos sillones.
—¡Gina!
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trataba de un sueño imposible. Sin embargo, Gina se sintió invadida por una
multitud de arrepentimientos.
—No se puede. Han sucedido demasiadas cosas que no pueden borrarse de
repente, Liam. Tanto cosas que te han sucedido a ti como las que me ha sucedido a
mí.
—Lo pasado, pasado —aseguró él con evidente convencimiento—. Mi intención
es tener un largo futuro. Por favor, piensa en la posibilidad de compartirlo conmigo.
Una oportunidad, Gina. Es todo lo que te pido.
Ella anheló con toda el alma aceptar, pero no era completamente libre. ¿Qué
opinaría Liam de Debbie? Después de todo, la niña era hija de Jim. Y así como Liam
la odió a ella por amar a Jim, podría aborrecer a la niña por ser un continuo recuerdo
de su matrimonio. Quizá ahora la odiara por poner a su hija en primer lugar, pues
eso era lo que se proponía hacer. Tenía que pensar primero en ella, por lo menos
hasta que pasara la operación. Y si Debbie no recuperaba la vista…
—Liam, existen algunos problemas —contestó Gina, dispuesta a sincerarse—.
No estoy segura… necesito algún tiempo para pensarlo. ¡Tiempo! —aquella palabra
hizo recordar al señor Vincente. Miró su reloj. Eran las ocho y cinco—. ¡Tengo que
irme!
—¡Espera! —Liam extendió su mano hacia ella.
—¡No! —Gina dio un paso atrás—. ¡De verdad, no puedo! Por favor, Liam…
Tengo que cumplir con un trabajo, y ya voy con retraso. Si quieres, podemos hablar
mañana —al volverse, se encontró con que el señor Vincente la esperaba a unos
cuantos pasos de distancia, con los brazos abiertos y una sonrisa de placer.
—Mi querida Gina —se estrecharon las manos—. Me he sentido muy contento
al enterarme de que podías acompañarme de nuevo esta noche.
—Señor Vincente, lamento haberle hecho esperar —se disculpó ella, muy
consciente de la presencia de Liam.
—No importa, no te preocupes —aseguró el italiano, quien enseguida se dirigió
hacia Liam—. Señor Shannon, me doy cuenta de que tiene usted muy buen gusto
para la belleza.
—Vincente, yo aprecio muchas cosas.
El comentario hizo reír al italiano, quien asió a Gina por el codo para hacerla
volver hacia Liam.
—Gina, el señor Shannon nos acompañará a cenar esta noche.
Ella sintió que el corazón le daba un vuelco. Entre tantos hombres de negocios
que se encontraban ese día en Sydney, ¿por qué tenía que ser el señor Vincente con
quien Liam iba a reunirse? No deseaba sentarse frente a Liam durante la cena y verse
obligada a charlar de nimiedades, cuando entre ellos había tantas cosas trascendentes
por resolver.
Remisa, miró a Liam a los ojos y supo que también a él le molestaba la
situación.
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—La señora y yo ya nos conocíamos —aclaró Liam con voz casi fría—. De
hecho, ahora hablábamos de los viejos tiempos, ¿no es cierto, Gina?
—Así es —estuvo de acuerdo ella con una falsa alegría con la que trató de
cubrir su torbellino interior.
El italiano le acarició la mano.
—Gina y yo llegamos a conocernos muy bien anoche. Y usted, señor Shannon,
parece que siempre trae del brazo a una bella mujer, pero esta noche ha llegado mi
turno. Imagino que se siente celoso, ¿o no?
—Sí, claro —estuvo de acuerdo Liam—. Me siento tan celoso que dudo que
pueda hablar esta noche de negocios con usted. O cualquier otra noche, Vincente.
Nunca, a menos que… —hizo una pausa, durante la cual notó el temor que apareció
en el rostro del señor Vincente—, a menos que me ceda a la dama por esta noche.
—Liam, por favor… —intervino Gina al oír esas implacables palabras, pero él
hizo caso omiso.
—¿Y bien, Vincente? ¿Ya ha tomado la decisión? ¿Qué es más importante para
usted?
Cuando el italiano volvió a hablar, agitó mucho las manos.
—¿Qué puedo decir? ¡Es imposible que ceda lo que no es mío! Gina es
empleada de una empresa que se encarga de proporcionar diversos tipos de ayuda
para extranjeros: transporte, intérpretes y auxilio en los tratos de negocios… Gina me
hace un favor al aceptar ayudarme. Eso es todo.
—Ordene que le envíen a otra persona. Gina no perderá, se lo aseguro. Yo
pagaré la cuenta. Pero Gina es mía.
El pobre y confuso señor Vincente se volvió suplicante hacia Gina.
—Entonces cancelaré la salida. Así, no tiene objeto.
—Lo siento, señor Vincente —expresó ella con genuino pesar.
—Ha sido un infortunado error —aseguró él al mirar a Liam—. ¿Se pondrá en
contacto conmigo mañana?
—Tiene mi palabra —replicó Liam con frialdad.
El señor Vincente se apresuró a retirarse. Una vez que él se fue, Gina le dirigió a
Liam una mirada de reproche.
—Lo que has hecho ha sido una grosería.
Él sonrió irónicamente y añadió:
—¿Deseabas estar con él?
—No demasiado —aseguró Gina con sinceridad—. Sin embargo, el dinero me
hace mucha falta. Hoy he perdido un empleo por tu culpa y…
—¿Es el dinero lo que te preocupa? —preguntó Liam con sumo desdén—. Yo te
pagaré bien, Gina. Más de lo que te daría él. Así que no perdamos más el tiempo.
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La cogió del brazo y la condujo hacia los ascensores, con una impaciencia que
hirió la sensibilidad de Gina. Aunque comprendía la frustración de Liam ante la
evidencia presentada por el señor Vincente, no estaba de acuerdo con el modo en que
había tratado al pobre hombre, ni con que le impidiera a ella opinar en el asunto.
La manipulaba, igual que lo había hecho esa mañana. Y ahora ella nunca
tendría la oportunidad de hablar con el señor Vincente acerca de la pintura de Esme.
¡Liam era un verdadero déspota!
Sin embargo, había que resolver algo más que sus diferencias personales. Gina
estaba convencida ahora de que Liam sí podía ayudarla en lo de Debbie, pero ella no
podría tocar el tema si no surgía una mejor comprensión entre ellos.
Quizá lo mejor sería quedar con él al día siguiente y pedirle entonces un
préstamo que pudiera pagar fácilmente. Si de verdad le importaba ella, se mostraría
comprensivo hacia el grave problema de Debbie.
Algunas personas salieron de uno de los ascensores justo al llegar ellos, y Gina
entró en compañía de Liam, con la determinación de ser cuidadosa, pero también
sintiendo que era necesario fijar algunas reglas.
—Liam, si es que vamos a tu suite, quiero poner en claro que será sólo para
hablar —declaró con firmeza, y él le dirigió una extraña sonrisa.
—Podemos hacer algo mejor, Gina. Yo te pagaré lo que pidas.
Gina sintió que se le ponía la carne de gallina ante el cínico comentario.
—Liam, es posible que el dinero haya dejado de tener importancia para ti,
pero…
—No te preocupes, Gina. Si trabajas bien, te pagaré el doble. Debo recordar
darle mañana las gracias al señor Vincente por hacerme ver cuál era el problema —
de súbito, los ojos de Liam se llenaron de odio—. Y pensar que he sido tan ciego para
proponerte matrimonio. ¡He sido un idiota!
Al oírle hablar de ese modo, Gina se quedó sin habla un momento. ¿Cómo era
posible que Liam pensara que ella?… ¿Qué el caballeroso señor Vincente la había
contratado para?… Él tenía un concepto muy erróneo de su trabajo, y para colmo, la
forma en que ella había hecho mención del dinero… Mas ahora se encontraba
demasiado anonadada para coordinar cualquier pensamiento o acción.
Mientras Gina trataba de idear la manera de aclarar ese terrible malentendido,
el ascensor se detuvo y Liam la hizo salir y la condujo ante la puerta de entrada de su
suite; sacó la llave de uno de sus bolsillos y la metió en la cerradura. Gina deseaba
gritarle y negar lo que él parecía sugerir, mas eso sería poner en palabras lo
inexpresable. Deseaba estar equivocada, no haber entendido bien y que la intención
de Liam fuese diferente.
Él abrió la puerta y ambos entraron en la amplia y lujosa suite que incluía el
comedor y una espaciosa sala adornados con palmeras naturales. La habitación
estaba situada en una esquina y era obvio que desde allí se disfrutaba de una
fabulosa vista, mas las cortinas se encontraban cerradas. Gina alcanzó a ver de reojo
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Capítulo 5
Una parte de la mente de Gina, aquélla que con obsesión se aferraba a la
necesidad de conseguir dinero para la operación de Debbie, llegó a albergar una
pequeña esperanza al oír las terribles palabras de Liam. Pero Gina no pudo hablar
del asunto.
—¿Cómo es posible que pienses eso de mí? —preguntó con voz temblorosa.
El dolor de él se convirtió en furia ante su negativa.
—¿De nuevo huyes de la verdad, Gina? —le dijo, y luego le dirigió una mirada
de desdén—. Te respetaría por lo menos un poco, si reconocieras lo que eres.
Ese golpe fue demasiado para Gina, quien entonces sintió que la ira ocultaba el
dolor producido por aquellas infundadas acusaciones. ¿Qué sabía ese hombre de su
frustración y angustia al no poder reunir con rapidez el dinero para Debbie?
Sin poder soportar más, y herida hasta el fondo de su ser, Gina se acercó a Liam
y empezó a atacarle con furia animal, golpeándole con los puños dondequiera que
podía, con el deseo de lastimarle tanto como su maligna lengua la había lastimado a
ella.
Él no intentó defenderse y soportó los golpes con tal indiferencia que terminó
por derrotarla. Gina dejó caer los brazos a los lados mientras jadeaba para recuperar
el aliento.
—Liam Shannon, te odio por hacerme esto. Te odio por pensarlo. ¡Te odio, te
odio, te odio!
—Eso no es cierto, Gina —aseguró él, con un cansancio que reflejaba el gran
vacío que sentía en su alma—. Y ésa es la causa del infierno en que vivimos ambos.
Ella movió la cabeza en una inútil negativa de lo que él pudiese querer decir.
—Yo no soy lo que tú crees. Nunca podría hacer algo así. Ni siquiera
contemplar esa idea. ¡Nunca! Ni soy…
—¡No! —el grito salió de su garganta y al siguiente instante sus brazos la
rodearon con aplastante fuerza—. No hablemos de ello. Fingiremos que… fingiremos
lo que tú quieras —una de sus manos le hizo una ruda caricia en el pelo y la obligó a
presionar la cabeza contra su hombro, mientras su voz de nuevo expresaba un
apasionado ruego—. Permíteme amarte como lo he soñado, Gina. Yo haré que
Vincente y los demás se esfumen de tu mente. Haré que…
—No… no… —un terrible dolor oprimió el pecho de Gina. ¿Cómo podría
lograr que la creyese?
—Te aseguro que… —anunció él en un torturado aliento—. ¡No me importa!
No me importa lo que has hecho, ni lo que eres… ¡nada! Te he deseado… te he
amado… desde hace tanto tiempo, que no puedo dejarte ir ahora, sin siquiera
demostrarte lo que pudo haber sido. Tú y yo, Gina… Nada parecido a lo que has
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tenido con los otros —su mano se deslizó a lo largo de la espalda de ella, obligándole
a estrecharle.
—¡No sigas, por favor! —imploró Gina al tratar de separarse de él—. Tú no me
amas, Liam. Si así fuera, sabrías que yo no podría ser… eso que dices. Lo sabrías…
—Lo único que sé es que estás en mis brazos, y que ése es el lugar al que
perteneces —declaró Liam con febril posesión—. Ámame, Gina. Ámame como
siempre has deseado hacerlo. Ámame como yo te amo a ti —empezó a cubrir el
húmedo rostro de ella con cálidos y urgentes besos.
Gina sintió que el corazón se le partía en dos.
—Liam… Liam, ¿es que no te das cuenta?…
—Lo único que veo es a ti. Sólo a ti. Igual que te he visto todas las noches a lo
largo de estos años. Sólo dame esta noche, Gina. Te daré lo que quieras… cualquier
cosa…
—¡No! ¡Oh, Dios! ¡No puedes hacerme esto! —gimió Gina.
—No puedes negarte. No cuando sé lo que ahora sé…
—¡No! ¡No! —gritó ella, mientras luchaba por librarse de ese insoportable
tormento.
Él la levantó en brazos, y de nada sirvió su pataleo. Al llegar ante la cama, Liam
se dejó caer junto con Gina, silenciando cualquier protesta con un lacerante beso.
—¡No! ¡No! ¡No! —volvió a gritar ella en cuanto pudo liberar su boca.
—Te lo daré todo —insistió él jadeante, a la vez que asía las manos de ella y las
sostenía con firmeza a los lados, mientras se acomodaba sobre ella, obligándola a
experimentar la intensidad de su pasión.
Hizo una pausa y luego añadió:
—Me deseas, Gina. Nunca has deseado así a otro hombre. Necesito saber eso.
—Por favor, Liam… no lo hagas —rogó ella al sentir que sus defensas
empezaban a derrumbarse contra la necesidad que él le transmitía con tanta fuerza.
—Gina… —musitó él en torturante jadeo, mientras apoyaba la frente contra la
de ella y su pecho oprimía los senos—. Necesito sentirte conmigo. Tengo que
estrecharte entre mis brazos y hacerte mía.
La intensidad de esa pasión la aterrorizó. Él parecía haber enloquecido; sin
embargo, Gina sabía que moriría si se entregaba a él en esas circunstancias.
—No saldrá bien, Liam. No funcionará —exclamó frenética—. No puede ser
como tú quieres.
Él la miraba, mas no entendía esa súplica.
—Eres mía, Gina. Te haré mía. ¡Para siempre!
Entonces le soltó las manos para estrecharle el cuerpo con los brazos y rodar
con ella por la cama una y otra vez en un salvaje anhelo de deseo. La besó, con tal
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pasión que esfumó de la mente de Gina cualquier pensamiento que no fuese el deseo
incontrolable que la hacía sucumbir.
Gina se aferró a él con miedo, locura, excitación y docilidad, imposibilitada
para luchar contra aquellos labios, contra aquel destino que la acosaba con
demasiada rapidez para escapar.
—Mi cariño… mi amor… mi corazón… mi vida…
Liam le hizo perder el sentido con aquellas ardientes palabras, al tiempo que la
despojaba de la ropa y depositaba febriles besos sobre su piel. Ella deseaba detenerse
pero fue completamente imposible.
Demasiado tarde… demasiado tarde… se decía aun cuando Liam la soltó
mientras se despojaba de su ropa. Aunque fuese una locura, Gina deseó aceptarle.
Él intentó poseerla con una urgencia que la hizo estremecerse. Gina nunca había
sentido algo semejante. Ese convulsivo deseo por provocar, excitar y estimular todas
las células de su compañero, de sentir su contacto, era nuevo para ella. Sus
inhibiciones desaparecieron cuando empezó a disfrutar de los juegos eróticos y a
alimentar una sensualidad que se volvió tan exigente, que al llegar a la cúspide se
convirtió en una exasperante e imperiosa necesidad.
—Gina… —musitó él con una voz apenas reconocible—. Dime que sí… di que
me deseas… Admite que me amas… sólo a mí…
—Sí, sí, sí —gritó ella, a la vez que le abrazaba con fuerza, pues ambos habían
llegado a la cumbre del éxtasis.
—Gina…
Estaba tan equivocada con respecto a Liam… Deseó dar marcha atrás en el
tiempo y gozar del placer que ese hombre le había hecho experimentar si hubiera
aceptado un compromiso con él.
Cerró los ojos y se odió por haber sido tan fiel a Jim. En realidad, ella nunca
perteneció a su esposo, no de esta manera tan absoluta. Liam había tenido razón
desde el principio. Él era su hombre… su pareja. Y sí, ella le deseaba.
Liam se deslizó a un lado de ella, sin dejar de rodearla con los brazos. Gina se
permitió entonces el tentador lujo de soñar que nada ni nadie podría separarlos. Si no
hablaran, si pudiesen permanecer abrazados, si el tiempo pudiese detenerse en ese
momento…
Él le acarició la espalda y el pelo con cariño, de una manera maravillosa. Gina
permaneció durante mucho tiempo con la cabeza apoyada en el pecho de él,
negándose a aceptar otra existencia que no fuese la suya. Ella le pertenecía y
viceversa. Quizá eso no fuese un final, sino el principio de un futuro que ambos
podrían compartir.
Gina no pudo contentarse con yacer a su lado. Si él no hablaba, ella tendría que
aclarar el terrible error en el que estaba acerca de ella. Y tendría que hablarle de la
enfermedad de Debbie.
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—Liam, antes Debbie tiene que aceptarte a ti. Ya no es un bebé, tiene cuatro
años y es mucho más sensible que la mayoría de los niños hacia los sentimientos de
la gente que la rodea —advirtió Gina.
—No habrá ningún problema —declaró Liam, con una inmensa confianza en sí
mismo.
Gina rogó por que la última carga que ella estaba a punto de imponerle no fuese
demasiado pesada. Aceptar como hija a una niña pequeña era una cosa, pero otra
muy diferente compartir la responsabilidad de una chiquilla que tenía posibilidades
de quedar inválida para toda la vida.
—Eso no es todo… Liam, mi hija está a punto de quedarse ciega.
Los músculos alrededor de la boca de él se endurecieron y una arruga se formó
entre sus cejas. Gina no estuvo segura de si ese mínimo cambio era una muestra de
comprensión o algo más, pero ella tenía que decirle ahora toda la verdad. Si la amaba
tanto como aseguraba, tendría que responder a la angustia de su corazón.
—Si no la operan pronto, se quedará ciega para siempre. En la ciudad de Los
Ángeles, en California, existe una clínica en la que ha tenido éxito la extirpación de
esa clase de quistes, aunque los de ella son tan profundos que se albergan casi en el
cerebro. Por eso necesita ser operada por especialistas muy profesionales. Los
médicos del Camperdown Children's Hospital dicen que es la única oportunidad que
tiene Debbie —Gina respiró hondo antes de formular la pregunta crítica—. He hecho
todo lo que he podido para conseguir el dinero necesario. La seguridad social no
proporciona fondos para casos como el de Debbie. No poseo nada de valor para
venderlo o empeñarlo y así poder reunir los cincuenta mil dólares que necesito para
que Debbie pueda ser operada. El dinero no es fácil de conseguir, y por eso… Liam,
debes darte cuenta… Tengo que pedirte…
—Sí, me doy cuenta —aseguró él con una extraña voz. Su rostro se puso tenso y
Gina presintió un súbito alejamiento.
—Liam, ella es mi hija. Tengo que hacer cualquier cosa para que recupere la
vista. Es preciosa y muy buena… no puedo quedarme cruzada de brazos mientras
ella va perdiendo vista cada día. Cuento con tres empleos y utilizo el mínimo de
dinero para vivir… casi nada…
¿Por qué en los ojos de él habría tanta dureza? ¿Por qué estaba tan tenso? Ella
no podía comprender lo que le parecía una injustificada falta de comprensión.
—Por lo tanto, debes comprender que, independientemente de lo que
compartimos tú y yo, Debbie está primero —prosiguió Gina, con una necesidad cada
vez mayor del apoyo de Liam—. No puede ser de otro modo. De lo que ahora
consiga, dependerá su futuro.
—Sí, claro —dijo él, mas su voz sonaba hueca—. Has pasado momentos
terribles y angustiosos —se apoyó de nuevo en las almohadas y se separó de ella—.
No te preocupes más. Yo haré todo lo necesario. Me encargaré de cualquier cosa que
haga falta —las palabras parecían salir sin esfuerzo, mas tenía el puño apretado con
tanta fuerza, que los nudillos se le habían puesto blancos.
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Gina sintió pánico de nuevo. ¿Estaría celoso de su hija? ¿La odiaría por ser de
Jim? Quizá Liam nunca pudiese perdonarla por haberse casado con él, y Debbie sería
un recuerdo en vivo de ese matrimonio…
Tal vez se hubiese excedido en sus ruegos, pero la salud de su hija era lo que
más le importaba en ese momento. Para Liam, tanto la existencia de esa niña como su
ceguera, serían un gran obstáculo para sus propósitos. Quizá ella debía haber
esperado un poco más, hasta ganarse su total confianza.
Desesperada por no saber qué decir, Gina recorrió con la punta de los dedos la
cálida y sensible piel del brazo de él hasta la cintura. El estremecimiento que siguió a
aquel ligero contacto le dio una sensación de poder que la hizo sonreír; sobre todo
cuando Liam le asió la mano y la sostuvo con fuerza.
—No he querido decir que no vayamos a disponer de tiempo para nosotros,
Liam —dijo con suavidad—. Podríamos estar juntos, si eso es lo que quieres.
Él apretó su mano con fuerza, hasta lastimarla. Entonces bajó las piernas de la
cama y se puso de pie, soltándole la mano como si su contacto fuese algo indeseable.
Tenía tensos los músculos de la espalda y su expresión carecía de emoción.
—La carrera ha terminado y tú has conseguido lo que querías. ¿Sabes? Creo que
en el fondo toda la gente es igual, el veneno es el mismo. Debes perdonarme por ser
tan cínico.
Gina sintió que se le enfriaba la sangre y, boquiabierta, le vio rodear la cama y
recoger del suelo la chaqueta.
Liam se volvió a mirarla y en sus labios se formó una ligera sonrisa.
—No te preocupes, querida. El dinero no es problema. He dicho que te daría
todo lo que quisieras, y lo cumpliré. Me has dado lo que deseaba, incluidas las
palabras que anhelaba escuchar. Ha sido una gran representación —la sonrisa se
convirtió en una mueca de desprecio por sí mismo—. Soy un estúpido, Gina, pero tú
siempre has sido mi punto débil. Haría cualquier cosa por ti.
—¡No, Liam, no debes pensar así! —exclamó ella mientras se ponía de pie para
negar aquellos sentimientos que hacían que él convirtiese en rechazo lo que acababan
de compartir—. ¡No ha sido una farsa! —Gina levantó las manos para dar mayor
fuerza a sus palabras—. Cualquier cosa que he hecho o he dicho ha sido sincera.
Nunca he fingido, ni siquiera con Jim. Lo que viví con él de ninguna manera puede
compararse con lo que nosotros acabamos de experimentar. ¡Debes creerme, Liam!
¡Nadie podría haberme dado lo que tú acabas de darme!
Extrajo un talonario de cheques del bolsillo interior de su chaqueta y se
encaminó hacia el escritorio con movimientos tan rígidos como los de un autómata.
—¡Liam, te lo pido por el amor de Dios! ¡Escúchame! —imploró Gina—. ¡Estás
muy equivocado! Por favor, dime qué ha sucedido, por qué has cambiado de ese
modo. ¡Te juro que estás equivocado!
Liam no levantó la mirada ni dejó de escribir.
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—Yo también tengo necesidades, Gina. Éste es el dinero que te corresponde por
los servicios prestados. Mañana temprano podrás llevar el cheque al banco —Liam
hablaba con absoluta frialdad—. No tendrás ningún problema en el cobro, te lo
aseguro. Jamás permitiría que la hija de Jim se quedara ciega. Él fue mi mejor
amigo…
—No aceptaré tu dinero —a Gina le temblaba la voz. ¿Acaso él quería vengarse
de lo que creía que ella le había hecho?—. Ni siquiera por mi hija. Nunca me he
entregado ni me entregaré a un hombre por dinero. Si quieres, puedes acudir a la
Australian Interpreters' Company para constatar la veracidad de lo que te digo.
Como te ha dicho el señor Vincente, a quien tú ni siquiera has escuchado, se trata de
un servicio legítimo de auxilio a los hombres de negocios extranjeros que necesitan
ayuda, y no es… no es una red encubierta de… de mujerzuelas.
Él la contempló durante un momento.
—De algún modo he encontrado mi salvación —su respiración era agitada, y el
labio inferior le tembló un poco al añadir con calma—: Tú has hecho tu parte y yo
hago la mía. Pero nosotros somos muy diferentes, y no hay futuro. En realidad,
nunca hubo un principio. Sin embargo, podemos terminar con cierta dignidad.
—Liam, yo… yo te amo.
Él se puso tan rígido como si ella le hubiese dado una bofetada.
—Por favor no sigas. Ya no hay necesidad de fingir más. Me has dado… algo
más que un servicio por mi dinero. La catarsis que yo necesitaba para solucionar mi
vida. Te agradezco que me hayas entregado tu hermoso cuerpo, y espero que hayas
encontrado algún placer en el mío. Pero seremos sinceros, Gina. Ya no se requieren
más palabras —le entregó el cheque.
Gina movió la cabeza de un lado a otro y retrocedió unos pasos; los ojos se le
llenaron de lágrimas y éstas empezaron a correr por sus mejillas, mientras sentía en
el pecho un dolor tan agudo, que tuvo que rodearse con los brazos.
—Liam, esto que haces es injusto para los dos —suplicó—. Ahora que acabamos
de estar juntos por primera vez…
Él dio un paso hacia ella. Sus ojos eran como puñaladas de frustración y el
rostro se le contorsionó. Se alejó de ella y arrojó el cheque en el escritorio.
—Por tu bien… y el mío… ¡vístete! Ya tienes lo que querías, ¿no? ¡Pues ahora
vete! ¡Aléjate antes de que me destruyas por completo!
Se dio la vuelta y salió con furia, mientras sus explosivas órdenes resonaban en
los oídos de Gina.
Temblorosa a causa de la impresión recibida, Gina se dejó caer sobre la cama,
demasiado aturdida para intentar algo. Aunque… ¿qué podía hacer?
Escuchó el tintineo de una botella y un vaso; un par de puertas que se abrían y
cerraban; el ruido de ganchos para colgar ropa. Seguramente Liam se estaba
vistiendo. Poco después, el ruido de otra puerta que se cerraba puntualizó su partida.
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Todo había terminado; así se lo había dicho Liam. Pero también le había
confesado que en realidad nunca hubo un principio. ¿Y cómo podría existir algo con
tantos malentendidos, fuesen de parte de él o de ella? Ambos estaban marcados por
la mala suerte.
«Terminemos con cierta dignidad», habían sido casi sus últimas palabras. Pero
la dignidad era un terrible vacío que Gina no sabía cómo llenar. En un corto lapso
había encontrado y había perdido el amor, y no sabía, si podía, salir al campo de
batalla de tantas y tan tumultuosas emociones.
Su mirada se detuvo en una de sus sandalias rojas, la cual se encontraba al pie
de una pared. «Vístete y vete», repetía su mente como un eco. Se levantó de la cama y
cuidadosamente recogió sus prendas, una por una. Más difícil le fue ponérselas, pues
las manos le temblaban. Se sentía muy débil.
Al volver la vista hacia el escritorio, vio el cheque que cubría los gastos
generados por la operación de Debbie. Gina se dejó caer sobre la silla colocada ante el
escritorio, mientras contemplaba aquel trozo de papel que podría lograr que su hija
volviera a ver. Cincuenta mil dólares. Permaneció con la vista clavada en la firma de
Liam.
Gina sabía, sin ninguna sombra de duda, que si ella aceptaba ese cheque, estaría
condenada para siempre a los ojos de Liam, quien confirmaría el hecho de que se
había entregado a él por dinero… aunque fuese por el bien de Debbie, y de ninguna
manera por amor.
Si no lo cogía, ¿la volvería a buscar él? ¿Se daría cuenta de lo equivocado que
había estado y le pediría perdón? Y, aun cuando lo hiciera así, ¿le perdonaría ella por
su despiadada falta de fe?
El amor y el odio estaban enlazados de manera tan estrecha, que era difícil
separar uno del otro. Ella y Liam con sus falsas ideas de uno sobre el otro
provocaban el odio. Esa noche habían tenido la oportunidad de superar esa barrera,
mas ya era demasiado tarde para derribarla. Siempre era demasiado tarde para ellos.
Una profunda tristeza hizo que los ojos se le llenaran otra vez de lágrimas. Se
quedó pensativa durante un momento y después recogió el cheque, pues
representaba lo único bueno que podría resultar de ese sórdido asunto. Liam podía
desprenderse de ese dinero y a Debbie le era muy necesario. Por lo menos alguien
saldría beneficiado de esa absurda situación.
Gina dobló el cheque y lo guardó en su bolso, odiando la necesidad que la
impulsaba a hacerlo. Levantó el bolígrafo que Liam había dejado caer, ya que sintió
que por dignidad debería escribir algo… unas palabras de agradecimiento. Y, sin
pensar más sobre si era o no correcto, cogió una hoja y escribió:
Desearía que hubiese sido diferente.
No incluyó la firma. ¡Qué objeto tenía! Lo único que importaba ahora era
Debbie. Colocó el bolígrafo a un lado, se puso de pie y se obligó a caminar para salir
de la suite de Liam, abandonar el hotel, escapar de lo que pudo haber sucedido… si
las circunstancias hubieran sido diferentes.
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Capítulo 6
El cajero deslizó la libreta de banco bajo la rejilla, con una inquisitiva sonrisa.
Gina le dio las gracias en un susurro y se alejó para dar paso a la siguiente persona
de la fila.
La mano le tembló al abrir su libreta para constatar la cantidad acreditada. Los
números se encontraban estampados y ratificados, como una prueba absoluta de que
ella poseía ahora ese dinero.
Salió del banco, muy aturdida. En el hecho de tener ese dinero no había triunfo
ni ninguna sensación de logro. Su mente insistió en que el fin era lo único que
importaba. Si la operación de Debbie resultaba positiva, el costo para sí misma y para
Liam quedaría justificado. Si fracasaba… Ni siquiera debía pensar en esa posibilidad.
Debbie recuperaría la vista. De otro modo, el precio pagado sería demasiado alto.
Gina anduvo con más rapidez. Había muchas cosas que hacer, arreglos que
tenían que llevarse a cabo con tanta rapidez como fuese posible. No podía perder
tiempo ni darse el lujo de pensar en Liam o permitir que el dolor le nublara la mente
y la despojara de la voluntad de seguir adelante y cumplir con su obligación. Toda su
energía tenía que concentrarse en llevar a Debbie a Los Ángeles.
Más tarde… pero tampoco podría pensar en ello después. Cuanto más tardara
en pensar en Liam, mejor. Ya llegaría el momento en que pudiese recordar lo
sucedido entre ellos sin sentir el insoportable dolor que la invadía en ese momento.
Lo que ahora tenía que hacer, era tranquilizarse para actuar como era debido.
Al volver a casa, Gina encontró a Esme con una fiebre de inspiración. Su triunfo
artístico del día anterior en definitiva iba a ser superado por la obra de hoy, siendo
Debbie su consejera sobre la nueva composición. La charla era tan animada entre
ellas y demostraba tanta imaginación, que Gina casi logró olvidar la preocupación
que el cheque de Liam le había causado. No le había hablado de ello a Esme, pues en
su interior albergaba el temor de que Liam lo hubiese cancelado. Ahora ya no podía
posponer el momento.
—Esme, ya tengo el dinero para la operación —anunció con calma.
Un violento manchón color púrpura se extendió a lo largo del lienzo de Esme al
sufrir ella un sobresalto.
—Creo que no he oído bien —dijo, después de unos instantes de permanecer
con la boca abierta a causa del asombro.
—Sí, Esme, lo que has oído es cierto, y ahora tengo que ver al doctor Halston. Él
nos concertará una cita en Los Ángeles y arreglará los detalles pertinentes y
después…
—¿Qué ha pasado, Gina? —la interrumpió Esme, al tiempo que el asombro
cedía paso a una aguda preocupación—. ¿Has asaltado un banco?
Una pequeña sonrisa de dolor apareció en los labios de Gina.
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—No te angusties, Esme. Nadie va a venir a quitármelo. Ese dinero me… lo…
han regalado.
Esme palideció y sus alegres ojos perdieron el brillo en tanto estudiaban el
semblante de Gina: la dureza alrededor de su boca, las sombras bajo los ojos, la
desolación de su mirada llena de obstinación, mas vacía de todo sentimiento.
—¿Qué has hecho, Gina? —preguntó con suavidad—. Si conocieras a alguien
que pudiese disponer de esa cantidad de dinero, hace mucho que habrías recurrido a
esa persona.
Gina se aferró al control que con tanta dificultad había obtenido.
—Por favor, Esme, no me hagas preguntas —pidió—. No quiero hablar de ello,
ni ahora ni nunca. Limítate a creer que ya tenemos lo que se necesita para la
operación de Debbie.
—Gina…
Preocupación, comprensión, compasión… todo ello palpitó en la forma en que
pronunció su nombre; después de lo cual, se produjo un tenso silencio entre ellas.
—Es mejor que esos médicos de Los Ángeles estén dispuestos y sean capaces —
manifestó con alegría—. Empieza a hacer los trámites. Mientras tanto, Debbie y yo
prepararemos una magnífica cena para celebrarlo. Hoy es un gran día.
—Sí, un gran día —repitió Gina como un eco, al participar agradecida en el
juego de Esme.
Durante los días siguientes, Esme se encargó de que el ánimo de Gina no
flaquease. El único instante en que el optimismo no se interponía como un escudo
entre ella y los negros pensamientos que la asediaban, era por las noches, cuando la
depresión se apoderaba de ella.
Debbie se encontraba tan emocionada por la perspectiva de ver todas las
maravillas que Esme le había descrito, que su rostro estaba radiante de felicidad.
Verla así, era una recompensa para Gina y su paliativo a su dolor.
Se programó la fecha para la operación y se hicieron las reservas para el vuelo
hacia los Estados Unidos de América, aunque para consternación de Gina, debido a
la inflación, necesitó aún más dinero del previsto, así que de cualquier manera tuvo
que recurrir a la totalidad de sus ahorros para cubrir el resto. De hecho, disponía de
una cantidad muy reducida para los gastos de su estancia en Los Ángeles, mientras
Debbie permanecía en el hospital. Pero de algún modo se las arreglaría.
Esme las acompañó al aeropuerto Mascot y las despidió emocionada cuando
tuvieron que pasar a la sala de abordaje. Durante el largo vuelo, Debbie requirió de la
mayor parte de la atención de Gina, pues quería que le describiera todo. El interior y
exterior del avión, el uniforme de las amables azafatas, el aspecto de las nubes y
muchos detalles más.
Cuando llegaron a su destino, Gina tuvo muchas cosas que atender. Dar a
Debbie de alta en la clínica, hablar con los médicos, encontrar un alojamiento barato,
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suficientes obras para integrar una exposición en una buena galería. Él se va a encargar de la
organización y me va a convertir en una pintora famosa. ¡¡¡Y acaudalada!!!
Así que, queridas mías, divertíos mucho en Disneylandia y gastaos hasta el último
centavo de la cantidad que os envío. Voy a trabajar más y nunca tendremos que preocuparnos
por el dinero. Bruno es un experto en arte y su opinión es muy apreciada en el medio, así que
sabe de lo que habla. ¿Verdad que lo sucedido es maravilloso? Claro que yo siempre he sido
consciente de mi genio, pero hasta que Bruno vio mi obra, pensé que nadie más lo reconocería.
Le comuniqué a Liam Shannon que volverías dentro de unas semanas. Es un hombre
muy misterioso y creo que alguien debería enseñarle a relajarse. Sabe apreciar la calidad de
mis pinturas, pero es obvio que no sabe gozar de la vida.
Dile a Debbie que todo mi éxito se lo debo a ella, y que cuando regrese a Sydney, tendré
listas para ella muchas pinturas para que las vea. Dale muchos besos y abrazos de mi parte.
Os quiere, Esme.
Gina leyó una y otra vez lo referente a Liam, e interpretó su comportamiento de
tantas maneras que la cabeza le dolió.
¿Para qué fue a ver a Esme? ¿De verdad habría apreciado la calidad de la
pintura del jardín o tendría un motivo oculto al ofrecer tanto dinero? A Gina le había
dicho que haría cualquier cosa por ella. ¿Sería éste un modo de asegurarse de que no
padeciera estrecheces? ¿Qué le habría contado Esme? ¿Habría hablado con el señor
Vincente para averiguar el tipo de trabajo que ella realizaba? ¿Por qué no se puso en
contacto con ella ni había contestado a su carta?
Se le ocurrían un sinfín de preguntas… y ninguna respuesta. Pero de la lectura
de la carta de Esme empezó a surgir una frágil esperanza que Gina alimentó de
continuo. ¿Qué otro motivo podía tener para ir a su casa? Al parecer, no todo había
terminado.
Ella hubiera querido regresar de inmediato, mas no podía privar a Debbie de la
oportunidad de conocer Disneylandia. Gina cogió una habitación en el Holiday Inn
de Anaheim, a sólo dos cuadras del parque de atracciones y que además contaba con
un servicio de transporte adecuado. Debbie y Gina pasaron allí cinco felices días.
Todas las mañanas acudían a Disneylandia y a pesar de las fabulosas
atracciones del lugar, a la hora de la comida se encontraban muy cansadas y
regresaban al hotel para dormir la siesta. Gina sentía un letargo casi constante, mas lo
atribuía a la tensión acumulada durante mucho tiempo. No obstante, era un alivio
pensar que en el futuro sólo necesitaría un empleo.
Debbie se emocionó y divirtió mucho durante el vuelo de regreso a Sydney,
donde fueron recibidas por Esme, lo cual constituyó la alegría final de ese viaje. Esme
estaba resplandeciente con un caftán estampado de loros y exóticas flores. Además,
se había adornado el pelo con peinetas y plumas de variados colores. Era una
maravillosa bienvenida… excepto que Liam no se encontraba allí.
Gina recorrió las instalaciones del aeropuerto con la mirada, esperanzada de
distinguir a Liam en algún lado. Su desilusión era irrazonable, se repetía. Si Liam
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deseaba verla de nuevo, no era probable que escogiera un atestado aeropuerto como
sitio de reunión.
Se preguntó si estaría bien ir a verle para darle las gracias, mas decidió que lo
mejor sería no hacerlo. Liam sabía dónde vivía ella y podría visitarla cuando quisiera,
si lo deseaba. Él sabía que sería bien recibido al menos por Esme.
Esme y Debbie charlaron como cotorras durante el trayecto en el taxi que las
llevó a casa. Gina notó que en los periódicos que se vendían en las calles, anunciaban
el descubrimiento de un nuevo yacimiento de petróleo.
En poco más de un mes que ella había estado ausente del país, había carecido
de noticias sobre Australia, así que se preguntó dónde estaría ese nuevo manto,
alegrándose por el hecho de que ahora podría nivelarse la economía nacional. Tal vez
el dólar australiano aumentara su valor, aunque eso ya no le atañía de manera
personal, pues su grave problema ya estaba solucionado.
Al llegar a casa, Gina se encontraba demasiado cansada para hacer algo más
que acostarse. A la mañana siguiente se sintió mal, y Esme le ordenó que se quedara
en cama todo el día. Se debía al viaje tan largo en el avión, pensó Gina; su organismo
estaba descompensado, pero con unas cuantas horas de sueño se sentiría bien.
Durante las dos mañanas siguientes volvió a sentir náuseas.
—Es agotamiento nervioso —declaró Esme—. Tal vez también sea anemia, pues
durante mucho tiempo has comido mal. Te daré una adecuada dieta de recuperación
y, con suficiente descanso, pronto estarás como nueva. Ah, pero por supuesto que no
vas a salir a buscar trabajo sino hasta que yo te dé permiso.
Gina obedeció, ya que se sentía desganada y no deseaba discutir con Esme. Era
mucho más fácil permitirle que la cuidara. Debió pescar algún virus en alguna de sus
visitas a Disneylandia, pues siempre había mucha gente. Por suerte Debbie no
parecía haberse contagiado. Gina se decía una y otra vez que pronto se aliviaría y
podría poner en orden su vida. ¿Volvería a ver a Liam?
Bruno Vincente a diario visitaba a Esme, quien pintaba con frenesí, tanto para
deleite de él como de Debbie. Era obvio que el hombre gozaba de la compañía de
Esme, como ella de la de él. Bruno nunca hacía mención de Shannon y Gina no le
hizo ninguna pregunta. El recuerdo de la ruda manera en que Liam trató al italiano
aquella fatídica noche en el Regent, constituía una vergüenza para todos ellos.
No fue sino hasta que Gina se dio cuenta de una extraña sensación en sus senos,
que una terrible sospecha se albergó en su mente y la obligó a contar las semanas
transcurridas. Eran demasiadas. Sí, demasiadas.
Con la angustia de la operación de Debbie, la tensión de los preparativos y la
excitación del viaje, ni siquiera notó la irregularidad en su periodo menstrual. Quizá
se trataba de una alteración en las hormonas debida a su estado de ánimo; ¿pero las
náuseas y el cosquilleo en los senos? Todo eso tenía una causa… ¿qué iba a hacer si
estaba embarazada?
Aquella noche con Liam, ni siquiera pensó en esa posibilidad. Él no le dio
tiempo, recordó con amargura, pues casi la había violado y ahora ya no quería saber
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más de ella. ¡Lo más probable era que ni siquiera creyera que el niño era suyo! ¡Qué
cruel ironía!
Gina sintió una gran desesperación. Con un recién nacido no podría trabajar y
tendría que recurrir a la beneficencia pública… o vivir de la caridad de Esme. Y eso
no sería justo después de todo lo que esa generosa mujer ya había hecho por ellas.
¡Qué injusticia de la vida! Ahora que Debbie ya se encontraba bien y ella estaba
a punto de rehacer su vida… y Liam… Liam… ¿en dónde estaría? ¿Por qué no la
buscaba? ¿Habría sido sólo la preocupación por la hija de Jim lo que le había hecho
acudir aquel día a la casa de Esme?
Ésta la encontró llorando en el baño y la obligó a meterse de nuevo en la cama
mientras murmuraba palabras consoladoras.
—Con llorar nada solucionas, Gina. Nada en absoluto, y sólo lograrás sufrir un
colapso nervioso. Voy a llamar a un médico para que vayas a verle esta tarde.
Necesitas ayuda, pues es obvio que algo te sucede. No sé qué, pero algo te pasa.
La esperanza de que se tratase de anemia o de algún virus se esfumó después
del examen.
—Embarazada —declaró el doctor con una sonrisa de benevolencia—. Yo diría
que de siete semanas.
—Sí, doctor —estuvo de acuerdo ella. En realidad no esperaba otra respuesta,
mas la confirmación la dejó destrozada.
—Necesita tomar hierro… —siguió hablando, mientras Gina asentía como un
autómata.
—Y dentro de un mes debe venir a revisión. Pase a recepción para que le anoten
su cita.
—Gracias.
Hizo lo indicado: fue con la enfermera para que le anotase la cita, llevó la receta
a la farmacia para conseguir las vitaminas y al pasar frente a una tienda de ropa
infantil, contempló con ternura las diminutas prendas.
No obstante, Gina se sentía derrotada. Hasta ahora había podido enfrentarse a
la tragedia de su vida… la muerte de Jim… la ceguera de Debbie… pero en esta
ocasión se sentía sin fuerzas y sin la voluntad que siempre la había sostenido.
Al caminar hacia casa, parecía una zombie con la mirada nebulosa y
movimientos automáticos y lentos. Era como si la nueva vida que se empezaba a
desarrollar dentro de ella la hubiese reducido a un estuche, una cosa sin importancia.
Ante la reja de la casa de Esme titubeó, reacia a enfrentarse a su amiga, mas no
tenía otro lado a donde ir, y no le quedaba más recurso que decirle la verdad.
Hundió los hombros y, resignada, abrió la reja y se encaminó hacia el porche
delantero, insertó la llave en la cerradura y abrió la puerta.
La aguda y emocionada voz de Debbie llegaba procedente de la cocina,
mientras describía las maravillosas cosas vistas en Disneylandia. Gina cerró la puerta
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y caminó por el vestíbulo, mas al llegar ante la puerta de la cocina se detuvo en seco
al sentir una especie de golpe contra el corazón.
En el interior de la cocina se encontraba… ¡Liam! Liam con Debbie sentada
sobre una de sus rodillas, su pequeño rostro levantado hacia el de él y radiante de
placer por la atención que obtenía. Liam, vestido con un costoso traje gris, sostenía
con un brazo a Debbie y en la otra mano tenía abierto un libro ilustrado para niños.
Sobre la mesa de la cocina se encontraban apilados más libros, algunos juguetes
y varias muñecas de hermosos vestidos. En el suelo estaban las cajas vacías y los
trozos de papel para regalo. Esme había dejado de pintar y parecía muy entretenida
con un rompecabezas. Al lado de su caballete había un árbol de Navidad, lleno de
bonitos adornos y brillantes y coloridas esferas, así como con la iluminación
proporcionada por varias series de intermitentes luces de colores. ¡Navidad en junio
para una niña que nunca había visto el color de la Navidad!
El corazón de Gina dio un vuelco, pero su mente se encontraba aún aturdida
para entender lo que Liam pretendía con todo eso. ¿Sería sólo compasión hacia una
niña que… era hija de Jim? Primero el dinero de la operación, después la compra de
la pintura de Esme para hacer posible la visita a Disneylandia, y ahora esta
Navidad…
Como si de súbito hubiese presentido su presencia, Liam levantó la vista hacia
ella.
—¡Mami ya está en casa! —exclamó la pequeña y en un instante Liam arrojó el
libro sobre la mesa y se puso de pie, con Debbie entre los brazos.
La pequeña reía y contemplaba a Liam con adoración.
—¡Mami! —dijo emocionada la niña—. Mira todo lo que me ha traído Liam. Y
dice que me va a llevar a pasear en un barco y me va a llevar al zoológico y… ¿y qué
más, Liam? —balbuceó la chiquilla, con los brazos alrededor del cuello de él.
En los ojos de Liam apareció un brillo de triunfo al depositar un beso en la
frente de la niña.
—A cualquier lugar que quieras, cariño —le prometió—. Yo te puedo llevar a la
parte del mundo que más desees. Todo lo que tienes que hacer, es decir la palabra.
—¿Cuál palabra? —chilló Debbie.
—Mmm… pues veamos… ¿cuál es la palabra mágica? —bromeó al llevar a
Debbie hacia Gina.
—¡Dímelo! ¡Dímelo! —rogó la chiquitina, presta a decir lo que él le sugiriese.
Al mirar a Liam a los ojos, Gina se dio cuenta de que en él no había ningún
cambio hacia ella. Por alguna despiadada y diabólica razón, usaba la inocencia de la
niña como un arma contra la madre.
Él se volvió hacia Debbie y alzó una ceja en un gesto inquisitivo.
—¿Me quieres? —le preguntó.
—¡Sí! —declaró Debbie, casi estrangulándole.
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Capítulo 7
Liam aún la quería, pero esta vez no le ofrecía amor. Lo que le importaba era
tenerla, sin importarle el precio que debía pagar Debbie o cualquiera. El utilizar a la
niña en contra de ella para salirse con la suya demostraba la falta de escrúpulos de
ese hombre. Y Gina se vio forzada a olvidar sus estúpidos sueños. ¿No había ya
demostrado él, de manera clara y dolorosa, que para Liam Shannon sólo contaban
sus necesidades?
La mirada de Gina se enfrentó a la de él.
—Tú no me amas, Liam. Nunca lo has hecho ni lo harás. Lo que sientes hacia mí
es sólo deseo.
En la boca de Liam apareció una irónica sonrisa.
—Digamos que se trata de una obsesión.
—Lo que te impide tomar en cuenta cualquier otra cosa —le acusó ella.
—Eso no es cierto, Gina. Yo conozco los límites de lo que puede comprar el
dinero.
Era una pulla deliberada, y ella se sobresaltó tanto como si hubiese recibido un
golpe en el rostro.
—¡Basta! —gritó Esme—. Vosotros dos no debéis continuar con esto. Yo os
quiero a ambos y…
—¡No te entrometas, Esme! —replicó Liam con severidad y sin siquiera
parpadear—. Este asunto es demasiado complicado y tú no lo puedes comprender.
Esme cruzó furiosa la habitación y se enfrentó a Liam.
—¡No voy a soportar esta locura!
Liam no desvió la mirada de Gina ni un solo momento.
—¡Entonces déjanos, Esme! —le advirtió él, en tono amenazador.
Pero Esme no se asustó.
—Usas a Debbie como un señuelo para obtener lo que quieres, y yo…
—¡No es cierto! ¡Es Gina quien ha usado a Debbie! —declaró Liam con furia y
poniendo énfasis en cada una de sus palabras—. Dijo que si yo deseaba que nuestras
relaciones tuviesen futuro, antes tenía que ser aceptado por Debbie. Así que aquí me
encuentro, Esme. Con la niña que puede salvarnos o destruirnos —su boca se curvó
en una sonrisa maligna—. Ahora veremos si hay o no futuro para nosotros. Gina
podrá decidir que es para bien propio y de Debbie el fingir de por vida —su mirada
se volvió hacia Gina—. Querida, todos estamos pendientes de tu respuesta.
En un momento de cruda revelación, Gina se dio cuenta del modo tan profundo
en que le había lastimado. Primero, al escoger a Jim en lugar de él; después, cuando
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Liam pensaba que por fin era suya y creyó descubrir que el amor que habían
compartido era fingido por parte de ella… ¡para pagar la operación de Debbie!
No obstante, él se encontraba allí y aún luchaba por ella, atrapado en las garras
de una obsesiva necesidad que debía ser satisfecha.
Sin importar lo que dijera o hiciese ahora, Liam de ninguna manera creería que
le amaba. Era demasiado tarde. Siempre fue demasiado tarde para Liam. Sin
embargo, aun herido como estaba, no deseaba vivir sin ella. Y ella no quería vivir sin
él. Gina no se detuvo a pensar en las consecuencias. Sin temor alguno, levantó el
rostro hacia el hombre que había sido llevado hasta el borde de la locura por su
amor, y dijo con aparente sinceridad:
—Te amo, Liam. Ahora lo sé. Y sí, me casaré contigo.
El rostro masculino se endureció.
—Pensé que podrías decir algo semejante —sus tranquilas palabras destilaban
veneno, y sus ojos brillaban con intensidad—. Pero me preguntaré hasta morir si eres
sincera o no. Me casaré contigo, Gina. Mas existen unas condiciones que necesitas
cumplir.
La mente de Gina empezó a girar. ¿Se habría equivocado? ¿Había ido él allí sólo
para tratarla con el mismo desprecio de antes?
—¿Qué condiciones? —preguntó, incapaz de alejarse de él, sin importarle su
cruel comportamiento.
Liam se volvió hacia Esme y le entregó a Debbie.
—Lleva a la niña a la calle y cómprale un sorbete. Necesito hablar a solas con
Gina.
Esme estrechó a Debbie entre sus brazos como una leona a su cachorro,
mientras en sus ojos ardía una furiosa advertencia.
—¡Liam Shannon, eres un hombre terrible! ¡Y no me importan las razones que
puedas tener! Si lastimas a Gina, ¡yo misma te sacaré tu negro corazón!
Dicho ultimátum no causó mella alguna en Liam, cuyo semblante parecía
esculpido en piedra. Esme le dirigió una ansiosa mirada a Gina, quien con un
ademán la tranquilizó. Esme salió sin decir una palabra más, y Gina sintió un
profundo arrepentimiento por no haberle hablado a Liam y de lo que él había hecho
por Debbie.
Al cerrarse la puerta, Gina se sintió más sola y vulnerable que nunca. Sin
embargo, debía hacer algo. No sabía cómo, pero tenía que cambiar la opinión que él
tenía de ella.
De manera inesperada, Liam dio unos pasos hacia adelante y le pasó a Gina un
brazo por los hombros. Ella sintió que las piernas apenas la sostenían al ser
conducida por él hasta la mesa de la cocina. No podía hablarle de su embarazo en ese
momento, pues lo interpretaría como otro motivo calculado para aceptar su
proposición de matrimonio. O quizá hasta pensara que desde el principio ella había
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apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia Gina, mirándola con desafío—.
Ahora, Gina, lograrán mucho más. De uno u otro modo, ¡van a decidir el resto de tu
vida!
—Liam, no comprendo qué quieres de mí.
—Casi logras convencerme de que no estabas actuando —se burló él—. Pero
esto no es algo difícil de comprender, Gina —volvió a señalar la hoja que se
encontraba encima de la pila de papeles—. Firma la cesión de derechos. Es un
procedimiento muy sencillo. Toma la pluma y escribe tu nombre.
—¿Por qué lo haces? —insistió ella, pues sus argumentos carecían de sentido.
—Quiero que tengas una riqueza propia —le respondió Liam con aspereza.
—¿Para no verte de nuevo? ¿Se trata de eso, Liam? —preguntó Gina con
pesadez.
—Por el contrario. Dentro de sesenta días, empezados a contar desde hoy,
volveré y te preguntaré por última vez si aceptas casarte conmigo. La respuesta que
me des dependerá sólo de ti, ya que no tendrás ninguna presión económica. Después
de dos meses libres de preocupaciones, deberás ser capaz de contestar con sinceridad
y dejar que hable tu corazón. Entonces —dijo, y emitió una sonrisa irónica—, si
quieres, podrás tener el placer de mandarme al diablo. Eso no significará ningún
cambio para mí, pues el infierno es donde acostumbro vivir. O podrás aceptarme y
viviremos juntos el resto de nuestra vida, yo diría que muy felices. Tú tienes la
última palabra —su rostro parecía tenso—. La razón por la que hago esto es porque
así no viviré torturado con la idea de que sólo te casaste conmigo por el dinero que os
puedo dar a ti y a tu hija.
—¿Crees que acabo de aceptarte por eso? —al hablar la invadió la tristeza. Él
desconfiaba de ella, y sin embargo era generoso…
—El dinero suele cambiar a la gente —reflexionó Liam con amargura y una
mirada de reproche—. A menudo me he dado cuenta de ello. Incluso vi el caso de
una mujer que se entregó a un hombre para obtener el dinero necesario para evitar
que una niña quedara ciega…
—¡Yo no hice eso! —negó Gina con vehemencia, y entonces se asió a la
oportunidad de aclarar un malentendido—. Yo nunca me he ido a la cama con
alguien por dinero. Ya sé que no me crees, pero nunca lo he hecho. ¡Ni contigo ni con
otro!
Él le dio la espalda con lo que le pareció a Gina un gesto de desdén, y provocó
en ella el contraataque.
—Liam, sabes que me forzaste, y que yo… yo no pude detenerme. Lo sabes
muy bien.
Él se dirigió hacia el otro extremo de la mesa y, deliberadamente, cogió una de
las muñecas compradas para Debbie y la acomodó los brazos para que quedasen
extendidos hacia él.
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—Gina, cualquier cosa que he obtenido alguna vez de ti, ha sido forzada —
señaló.
Ella hizo un esfuerzo para recordar, mas no pudo encontrar ningún argumento
aceptable para rebatir tal afirmación. Exhaló un suspiro de derrota.
—Nunca por dinero —repitió sin esperanza de que sus palabras fueran creídas.
Liam colocó con cuidado la muñeca sobre la mesa y levantó su mirada
incrédula.
—Te has acostado con más de uno —sugirió con suavidad.
—Además de Jim, sólo contigo —aseguró ella con desesperación—. Y por amor,
no por dinero.
Durante un alentador momento Gina pensó que había logrado convencerle. La
necesidad de creer, hizo brillar los ojos de Liam, mas tan rápido como surgió, se
apagó.
—¡No! Esta vez tengo que estar seguro.
—¡Te lo probaré! —clamó Gina—. ¡Te demostraré cuáles son mis sentimientos
hacia ti! —cogió los papeles que tenía delante, los arrugó en una bola y los arrojó al
suelo—. Dices que valen una fortuna. Pues yo no los quiero. Ni un solo centavo.
Liam entrecerró los ojos.
—Sí, lo harás. No privarás a tu niña de las ventajas que pueden proporcionarle.
Jim hubiera deseado que su hija lo tuviese todo, y yo insisto en que por ella debes
aceptar el dinero. Aunque tú no lo quieras hacer.
—¡No seas hipócrita! —le gritó Gina poniéndose de pie y golpeando con las
manos la superficie de la mesa—. ¡Tú odiabas a Jim! ¡Tú me lo dijiste! ¡Deseabas
matarle!
Liam levantó la cabeza y en sus ojos se reflejó el desprecio.
—Gina, eso que te dije fue para demostrarte la intensidad de mi pasión por ti.
¿Crees que si se hubiera tratado de cualquier otro hombre le hubiera permitido que
se quedara contigo? Jim era para mí la persona más querida en el mundo, más que si
hubiese sido mi hermano, y su muerte no me produjo satisfacción alguna, aun
cuando así hayas quedado libre.
Debido a la agitación causada por sus emociones reprimidas durante tanto
tiempo, empezó a caminar de un lado a otro.
—Nunca podrías comprenderlo, a menos que hubieses padecido con nosotros
aquellos fríos hogares, o convivido con tantos niños abandonados por su madre, por
su padre, por su familia y que a nadie le importaban. A mí nunca me hizo falta una
familia verdadera, pero a Jim, sí. Él anhelaba la vida de hogar; tener a alguien que le
quisiera y a quien querer. Durante aquellos años lo compartimos todo: aventuras,
dinero, temores, esperanzas, sueños…
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—Lamento haberme comportado mal contigo en el yate. Pero es que ver todo
ese lujo, cuando yo necesitaba el dinero para Debbie, me provocó un sentimiento
muy grande de amargura, pues me di cuenta de que lo que yo necesitaba sería para ti
una minucia.
—Pudiste hablarme de Debbie aquel día que nos vimos en la oficina —declaró
Liam en tono de crítica—. Yo te hubiese dado el dinero necesario para la operación
en ese momento. Por la memoria de Jim, le hubiera proporcionado a su hija cualquier
cosa que estuviese dentro de mis posibilidades.
—¿Y cómo iba yo a saberlo? —Gina hizo un expresivo movimiento con las
manos.
A Liam se le endureció la mirada.
—Ahora sí lo sabes, Gina. Y todo lo que tienes que hacer, es firmar donde te he
indicado.
Se inclinó, levantó del suelo la arrugada hoja de papel y puso todo de nuevo
sobre la mesa, ante Gina, junto con el bolígrafo, listo para que ella firmase.
Gina se sintió en ese instante invadida por el pánico. Sospechaba que se trataba
de una trampa y que él pretendía ponerla a prueba. Si firmaba, le perdería para
siempre. Y eso no podía soportarlo.
—¡No! Nosotras saldremos adelante sin tu dinero, Liam. Debbie ya no está
inválida y yo puedo conseguir otro empleo y obtendré suficiente dinero para vivir —
manifestó con vehemencia.
Liam tenía el rostro tenso.
—¡No seas egoísta!
Aquella acusación enfureció a Gina, quien no creía que él tuviera razón.
—¡Nunca he sido egoísta con respecto a Debbie! ¡Nunca!
—Sólo tu orgullo impide que firmes ese papel —replicó él enfurecido—. Te doy
las acciones sin ninguna condición. Aunque te parezca imposible de creer, serán
tuyas sin importar lo que suceda después. Si no las aceptas, será un egoísmo de tu
parte hacia tu hija, pues a sabiendas, la privarás de muchas ventajas que podría
disfrutar. Y todavía dices que no eres egoísta. Piénsalo bien, Gina, y actúa con
sensatez. Olvídate de tu condenado orgullo y piensa en esa niña, quien no tiene la
culpa de nada.
Gina sintió que las lágrimas iban a traicionarla. Volvió a sentarse y se dispuso a
escribir.
—¡Maldito seas, Liam Shannon! ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! —gimió al
estampar su firma en el lugar indicado, después de lo cual arrojó la pluma hacia el
otro extremo de la habitación como una prueba de amarga derrota. Ahora él nunca le
creería que le amaba por sí mismo. Nunca la perdonaría. Nunca…
—Gracias —comentó Liam con una sonrisa al recoger los papeles—. ¡Anímate,
todos tus problemas están resueltos! Después de mañana podrás ponerte en contacto
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con el señor Jepherson. Todo lo que tendrás que hacer es informarle de cuántas
acciones te deseas desprender, para que se encargue de la venta.
Dobló los papeles, los metió con calma en un sobre y guardó éste en el bolsillo
de su chaqueta.
—Ahora me voy —dijo, con expresión divertida—. Después de haber sido
maldecido por ti, espero que en los siguientes sesenta días se produzca un cambio en
mi suerte.
—¿Sesenta días? —repitió ella, quien se sentía aturdida por el peso de la
desesperanza.
—¿Tan pronto lo has olvidado? —se burló él—. Al fin de ese lapso volveré aquí
por tu respuesta. Me dirás si te casarás conmigo. Mientras tanto goza de tu nueva
riqueza. Por favor despídeme de Debbie.
Ya se encontraba a punto de llegar ante la puerta del vestíbulo, cuando Gina
por fin pudo recuperarse lo suficiente para llamarle.
—¡Liam!
Él se volvió con una mirada de cinismo al preguntarle qué quería.
Gina se apresuró a tragarse su orgullo.
—¿Y… qué vas a hacer tú mientras tanto?
Él se encogió de hombros.
—Tal vez aproveche el reto que dejó Jim e intente obtener una marca en los
vuelos de larga distancia. Si me mato, por lo menos servirá para que tú quedes libre
de tomar una decisión.
—¡No! ¡Por favor, no! —rogó ella y se puso de pie.
Él hizo un mohín.
—¿Qué?
—Por favor no vueles en esos aparatos. Podrías… podrías morir. Igual que le
sucedió a Jim.
—¿Y tú lo deseas, Gina?
—¡No, no, no! —exclamó ella con impaciencia ante la burla de Liam.
El irónico gesto se convirtió en una sonrisa.
—Ése es el primer estímulo que he tenido de ti desde que te conozco. Así que
me dedicaré a otra cosa.
La contempló durante largo rato con intensidad, como si quisiera grabar sus
facciones en la memoria.
—¿Te has dado cuenta, Gina, de que en muchas cosas pensamos igual? —
preguntó con suavidad—. A mí me hace falta saber que no me abandonarás. Te
deseo lo mejor, Gina. Nos veremos dentro de sesenta días, querida.
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Capítulo 8
Gina reprimió el impulso de correr tras Liam, pues con seguridad él
consideraría sospechoso cualquier intento de detenerle. Ella hizo todo lo que pudo
para convencerle de que se encontraba en un error con respecto a ella. Y había
fallado. Él no le dejó otra opción y tuvo que permitir que se marchara. Por el
momento.
Gina apretó los puños al sentirse invadida por una fiera determinación. Ella
haría que Liam volviese. No sabía cómo, pero lo lograría. Así fuera lo último que
hiciera en la vida, conseguiría que la amara de nuevo. Los sesenta días estipulados
por él le parecían como una condena de cadena perpetua; sin embargo, el tiempo
transcurría. Y entonces…
Entonces ella estaría embarazada de cuatro meses… y Liam pensaría que si le
aceptaba era por el bebé.
Gina gimió angustiada y se dejó caer de nuevo en la silla, a la vez que sentía
que la desesperación la despojaba de la energía que necesitaba. Extendió una mano y
cogió la muñeca que Liam había sostenido entre sus manos; una hermosa muñeca de
largo y sedoso pelo negro, con los brazos levantados… esperando… pidiendo…
deseando…
Las lágrimas ya se habían secado en sus mejillas, pero Gina aún sostenía la
muñeca cuando la puerta delantera se abrió y Debbie se dirigió ansiosa hacia la
cocina. Al entrar, en su pequeño rostro apareció una expresión de tristeza.
—¿Ya se ha ido Liam? —preguntó con desaliento.
Gina hizo un gran esfuerzo y logró que en sus labios se formase una sonrisa.
—Sí, tenía que irse. Me ha dicho que no podía esperarte, pero que yo te diera un
beso en su nombre.
—¿Va a regresar pronto? —preguntó la niña con ansiedad.
Gina le pasó un brazo por los hombros para tranquilizarla, consciente de que la
tensa escena entre ella y Liam debió resultar muy perturbadora para la pequeña.
—Tardará un poco, Debbie. Tendremos que esperar sesenta días.
—Ya sé contar hasta sesenta —declaró la pequeña muy satisfecha y luego le
dirigió a Gina una sonrisa de felicidad—. Tienes la muñeca que Liam ha dicho que se
parece a ti, mami. Y él también ha dicho que yo soy tan bonita como tú, aun cuando
me hayan rapado.
Un enorme nudo de emoción dejó a Gina sin habla por el momento, mientras
con la mejilla frotaba la corta pelusilla negra que cubría la cabeza de su hija.
—El pelo te crecerá muy pronto, Debbie —le aseguró con voz ronca—. Cuando
Liam regrese, ya tendrás rizos.
Esme le puso a Gina una mano en el hombro y le dio un gentil apretón.
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Gina no podía hablar, y apenas fue consciente de que al fin era estrechada por
Liam, que eran su cariño y su fuerza los que la sostenían, pues se encontraba
demasiado enferma para experimentar algún consuelo en esas circunstancias.
—¡Gina! ¡Dime qué sucede! ¿Qué tienes?
—Liam… —deseosa de llegar a él, Gina trató de recuperarse, mas el esfuerzo
requerido produjo el efecto contrario y se quedó inconsciente.
—…El bebé —la angustiosa voz de Esme penetró en lo más profundo de la
mente de Gina.
—¡Dios mío! —gritó Liam dolido y desesperado—. Esme, por favor, encárgate
de Debbie.
—¿Y Gina?
—¡La verá un médico tan pronto como… tan pronto… como consiga uno! Si es
necesario… ¡lo compraré!
Gina sintió que la trasladaban con mucho cuidado, ternura y amor… y de algún
modo no le importó. Liam la salvaría.
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Capítulo 9
—Gina… Gina… —los labios de Liam presionaban contra su frente y
calentaban la fría tez con el apasionado murmullo de su nombre y sus urgentes y
suaves besos.
La mano masculina le retiró con gentileza el pelo que le caía por las sienes,
mientras la sostenía sobre su regazo.
Al recobrar Gina con lentitud el conocimiento, se dio cuenta de que tenía las
piernas extendidas sobre el asiento de atrás de un automóvil y que el vehículo se
movía. Luchó contra las náuseas e hizo un esfuerzo para abrir los ojos. Le dio débiles
tirones a la chaqueta de él.
—Liam… —su voz era como un ronco graznido.
Al instante, la mano de Liam se movió para acariciarle con ternura la mejilla, y
sus ojos la contemplaron con fijeza para transmitirle confianza.
—Todo está bien. Yo te cuidaré y nunca volverás a preocuparte por nada.
Descansa, amor mío.
El corazón de Gina dio un salto. ¿Creería por fin Liam en su amor? ¿De verdad
estaría todo arreglado? Se apresuró a humedecer sus labios.
—Te amo, Liam.
Él aún parecía incrédulo.
—Vamos a tener un niño —añadió ella con suaves y esperanzadas palabras,
mientras el rostro de Liam se contorsionaba debido a la mezcla de emociones.
—¿Por qué no me lo has dicho antes, Gina? Esme me ha asegurado que tú ya lo
sabías la tarde en que fui a ver si todavía existía alguna oportunidad para nosotros.
¡Lo sabías, y no me hiciste partícipe de la noticia!
Las esperanzas de ella se hundieron en el cieno de malentendidos que los
habían acosado desde el principio.
—Nada de lo que yo hago está bien —suspiró, demasiado enferma para
soportar más acusaciones.
—¡No! —Liam la estrechó más y pasó la mejilla por el pelo de ella al hablar con
obvio dolor—. Tú no, Gina, sino yo. Yo, que te forcé una y otra vez. Aún lo hago,
aunque no desee hacerlo. Ni siquiera sé lo que digo, y tampoco sé cómo pedirte que
me perdones —en sus ojos había un torturante ruego—. Nunca me hubiera ido si tú
me lo hubieses dicho. No te habría dejado sin decirte cómo podías comunicarte
conmigo —añadió, abrumado por la culpa—. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí —susurró ella—. Pero si te lo hubiera confesado, lo habrías considerado
como una forma de chantaje emocional… para atraparte en un matrimonio en que
nunca estarías seguro de nada, Liam. Sabiendo lo que pensabas de mí… no quise
forzarte, ni que el bebé se interpusiera entre nosotros.
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—Has sufrido sola, mientras yo… —movió la cabeza en una amarga condena
de sí mismo—. Esme me ha contado lo enferma que has estado. Yo quería que me
confiaras tu vida… tu futuro… y también el de Debbie… y del peor modo posible he
comprobado que no te merezco. Tal vez esperabas con ansia un aborto espontáneo…
Ella cerró los ojos con fuerza y volvió la cabeza hacia otro lado, horrorizada
ante el hecho de que Liam hubiese imaginado tal posibilidad.
—Por favor… todo lo que te pido es que me digas qué quieres —jadeó él—. Si
no soportas la idea de tener un hijo mío, yo lo comprenderé, Gina. Estuve muy
equivocado acerca de tu trabajo, y tú me rogaste que no te hiciera el amor, pero mi
egoísmo me cegó. Te tomé por la fuerza y…
—¡No! —ella abrió los ojos, levantó una mano y tocó los labios de él para que
no siguiera—. Liam, tú no me obligaste a nada. Yo de verdad deseaba que tú… que
nosotros hiciéramos el amor —declaró, triunfante.
—No… no… ¿cómo podrías haberme amado entonces? Si te entregaste a mí,
fue sólo a causa de tu necesidad de dinero para la operación de Debbie —Gina movió
la mano para acariciarle la mejilla.
—Nuestro hijo fue concebido por amor… por lo menos de mi parte, Liam. Si al
principio luché en tu contra, fue porque pensabas que me vendía a otros hombres.
Pese a ello, me hiciste olvidar ese dolor… así como a Debbie. ¡Ni siquiera de mi hija
me acordé en esos momentos, Liam! ¡Sólo éramos tú y yo! ¡Y únicamente en ti
pensaba!
—Gina, por favor… Sé que dije cosas horribles… e imperdonables. Pero mi
amor por ti y la espera tan larga me habían vuelto loco. Te deseé durante mucho
tiempo.
Sus brazos la estrecharon por la necesidad de tenerla más cerca, y frotó su
mejilla contra el pelo de ella.
—Permíteme cuidarte, Gina. No pediré otra cosa de ti… nunca más. De ti, de
Debbie y… de nuestro hijo. Todo el amor que hay en mi corazón… es para ti… y para
cualquiera que lleva tu sangre…
El automóvil se detuvo al llegar al Regent Hotel y, aunque Gina aseguró que no
iba a volver a desmayarse, Liam insistió en llevarla en brazos hasta su suite. Una vez
allí, con mucho cuidado, la dejó sobre la mesa, la despojó de sus zapatos y la cubrió
con las mantas. Inmediatamente telefoneó para pedir a un médico, el mejor
ginecólogo, a la mayor rapidez posible… ¡sin importar el precio!
Gina no podía negar que no se sentía bien, pero no consideraba necesaria la
presencia de un especialista, y así lo declaró. No obstante, Liam se obstinó en hacer
las cosas a su modo, pues era obvio que estaba muy afligido.
—Tenemos que averiguar si sucede algo malo. Si… —dejó de caminar de un
extremo a otro de la habitación y se sentó al borde de la cama, al lado de Gina,
cogiéndole la mano y acariciándosela mientras le pedía perdón con la mirada—.
Gina, si no deseas a mi hijo… si lo que quieres es…
El corazón de ella se contrajo.
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Gina, la agobiante tensión por fin se esfumaba y daba paso a la desinhibida promesa
de un compromiso personal del cual Gina esperaba ser merecedora.
Al llegar el médico, le practicó a Gina un examen minucioso y después le hizo
un extenso interrogatorio acerca de sus malestares matutinos y de su dieta. Con
especial interés le preguntó si había estado bajo tensión nerviosa, haciendo una
mueca de incredulidad al negar Gina tal sugerencia.
—Sí, doctor —intervino Liam con presteza—. Ella ha tenido durante los últimos
meses una gran cantidad de preocupaciones. ¿Tiene algo que ver con sus problemas?
—Es posible, señor Shannon, pues en esas condiciones se altera el nivel
hormonal. Lo mejor sería que la señora guardara reposo y no realizara ningún
esfuerzo físico. Sin preocupaciones. Y si los problemas persistieran, su esposa
necesitará un tratamiento a base de inyecciones, lo cual preferiría evitar —se volvió
con seriedad hacia Gina—. Avíseme de inmediato si se presentara algo fuera de lo
usual. Por ejemplo si empieza a sangrar o sufre fuertes dolores.
—Sí, doctor —se apresuró ella a contestar, pues de ninguna manera quería
arriesgarse a un aborto.
—Gina no carecerá de ningún cuidado —aseguró Liam al médico.
Después de ser bien recompensado por sus servicios, el ginecólogo se fue.
Aunque Gina sentía alivio al saber que no existían problemas serios con su
embarazo, Liam no compartía la misma confianza.
—Prométeme que permanecerás aquí y no te preocuparás de nada —demandó
él con ansiedad al rodearla de nuevo con los brazos—. Le avisaré a Esme para que se
haga cargo de Debbie y para que la traiga a visitarte. Me encargaré de todos los
arreglos necesarios. Al lado de la cama y en el cuarto de baño hay teléfono. Sin
importar dónde te encuentres, en cualquier momento podrás pedir ayuda si es
necesario.
—¿Tú no te quedarás aquí? —inquirió Gina con el asombro que esas
instrucciones le producían.
—Mi amor, yo desearía estar a tu lado cada minuto del día, pero debo arreglar
algunas cosas ahora —sonrió—. Aparte de eso, lo primero que voy a hacer mañana
temprano es obtener licencia especial para casarnos.
Ella rió ante la impaciencia que él demostraba; entonces le rodeó el cuello con
los brazos, mientras con la mirada le prometía todo lo que anhelaba.
—En ese caso, haré lo que me digas.
Él emitió una nostálgica sonrisa.
—Querida, por favor, no me tientes ahora que acabo de cambiar una tortura por
otra; hasta que, por supuesto, el médico nos autorice.
Con los ojos aseguraba que era una tortura que no le importaba soportar. La
besó con suavidad, después con un poco más de urgencia, y por fin con una pasión
que los dejó a ambos jadeantes y deseosos de un contacto más íntimo.
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Liam se liberó de los brazos de Gina y tomó la lista del servicio a las
habitaciones.
—¡Comida! —ordenó con visos de desesperación—. Tengo que cuidar de ti y
del niño. Debe ser algo que no te haga daño y con lo que te sientas mejor…
Se concentró en la lista de alimentos y leyó en voz alta el nombre de cada uno
de los platos, a la vez que exageraba su valor nutritivo a tal extremo, que hizo reír a
Gina. Por fin suspiró y le sonrió.
—Necesito hacer algo para que te comportes con responsabilidad.
—Haré un gran esfuerzo para comer lo que tú me ordenes —le miró con ojos
brillantes.
Con su típica extravagancia, Liam ordenó todo un banquete y, para sorpresa de
Gina, su inquieto estómago cooperó muy bien y aceptó la comida que Liam la
convenció de que ingiriera. Después de comer, Gina se sintió mejor, mientras Liam la
contemplaba radiante de satisfacción.
—¿Ya ves? Te es muy útil contar conmigo. Me necesitas —declaró con seriedad.
—Sí —estuvo de acuerdo ella y sonrió satisfecha—. Yo también te amo.
—Gina… —entrelazó los dedos con los de ella y frunció el ceño mientras
buscaba con ansia las palabras adecuadas—. He hecho tantos movimientos
equivocados y me he portado tan mal, que… no merezco tenerte. Pero dentro de mi
corazón, en lo profundo de mi ser, nunca he dejado de creer que estábamos hechos el
uno para el otro… y que tenía que buscar un acercamiento.
En sus labios apareció una ligera sonrisa.
—Supongo que no fui educado para aceptar las cosas buenas de la vida. La
única forma que conocía para obtener lo que deseaba era a través de una lucha,
porque sabía que nadie iba a entregarme las cosas en bandeja de plata. Haces que me
sienta muy avergonzado con tu entrega, Gina, y te prometo que, desde este
momento, haré todo lo que esté dentro de mis posibilidades para merecerla.
—Liam, tú eres generoso por naturaleza —protestó Gina.
—No como tú —insistió él—. Pero una cosa que siempre he hecho, Gina… es
que cuando doy mi palabra, la cumplo. Puedes confiarme tu vida, Gina. Y, asimismo,
la de Debbie y la de los hijos que tengamos. Te juro que siempre os cuidaré y me
esforzaré para que seáis felices. Me crees, ¿verdad? Por favor dilo.
—Te creo —aseguró ella con una sonrisa, y con la certeza de que Liam hablaba
con absoluta sinceridad—. Confío en ti, Liam —insistió, a la vez que suspiraba con
felicidad y le atraía a su lado, sobre la cama.
La noche fue una bendición, aun cuando no hicieron el amor. Gina durmió muy
contenta en brazos de Liam, convencida de su amor y con la seguridad de que ese
hombre sería suyo durante el resto de su vida. Todo eso le proporcionaba una
completa satisfacción personal en la que no hacía falta la intimidad física para probar
que se pertenecían uno al otro, y que esa unión perduraría para siempre.
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tener una larga luna de miel al recorrer en el yate las hermosas islas de la región. Por
supuesto, si su salud lo permitía.
No fue sino hasta después de la mañana siguiente cuando Liam le dio la noticia.
—Tres días. Cuatro como mucho, te lo prometo. Y después no habrá nada que
pueda separarnos —le aseguró—. Pero por esta vez debo dejarte, Gina.
—¿Por qué tienes que irte? ¿Qué vas a hacer? —quiso saber Gina, cuyo instinto
le reclamaba conservarle a su lado a toda costa.
Con una sonrisa, él trató de restarle importancia al asunto.
—Se trata de un breve viaje de negocios, Gina. Nada de lo que debas
preocuparte.
Ella hizo una mueca.
—Es que todavía no me dices a qué te dedicas, Liam —levantó hacia él su
ansiosa mirada—. En realidad nada sé acerca de tu vida presente, ¿verdad?
—Tú eres mi vida presente —repuso Liam con una sonrisa socarrona—. Y en
cuanto a los negocios, mi negocio son las inversiones —su sonrisa se hizo más
amplia—. Como por ejemplo las acciones de NECSEC. Siempre he tenido muy buena
suerte, excepto en lo que más me importaba, mas ahora te tengo a ti y ya nada podría
salirme mal.
En su mirada había un atisbo de temor, lo que le produjo a Gina un
estremecimiento.
—Liam, ¿no estarás metido en algo peligroso, como?…
Él rió.
—No, mi amor, esos días ya han quedado atrás. Lo que hago es muy respetable.
Voy a ganar mucho dinero, mas tú no debes hacer preguntas. Todavía no, pues
quiero que sea una sorpresa para ti. A mi regreso te hablaré de ello.
—¿Regresar de dónde? —una horrible idea cruzó por su mente—.Liam, nunca
te perdonaré si vas a volar en…
Él la abrazó con fuerza.
—Tranquilízate, cariño, te aseguro que no se trata de eso. En realidad, es algo
sugerido por ti, algo que dijiste que te gustaría. No puedo arrepentirme ahora, ya di
mi palabra, y hay otras personas que dependen de mí para llevarlo a cabo, así que
debo ir. Por favor no te preocupes. Recuerda que tanto por ti misma como por el
bebé debes estar tranquila. Y recuerda que nada en el mundo podría evitar que yo
vuelva a tu lado.
—Prométeme que tendrás cuidado —insistió ella, aún preocupada, pues su
sexto sentido percibía algo alarmante, a pesar de las palabras de confianza de Liam—
. Si algo te sucede, me mataré.
—Ten confianza en mí —le ordenó él, estrechándola con fuerza y besándola con
ansiedad. Cuando se separó de ella, en sus ojos había un brillo intenso—. Ésta será la
última vez, Gina, mi último trabajo. El resto de mi vida lo voy a dedicar a
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proporcionarte todo el placer que se me ocurra. Pero antes tengo que hacer esto —
sonrió—. Espero que estés lista para mí, a mi regreso. Quiero que durante el resto de
tu vida tengas cualquier cosa que tu corazón desee.
Sin darle a ella más tiempo para preguntas o protestas, salió de pronto, dejando
a Gina con una abrupta sensación de abandono al perder la parte más importante de
su vida.
Habían estado juntos durante un tiempo demasiado corto, aunque lleno de
tantas cosas que Gina sabía que, si ahora perdiese a Liam, para ella la vida sería
insoportable. Él siempre había tenido razón, y ellos estaban hechos el uno para el
otro. Nada podía compararse con su amor.
Y por supuesto que no iba a perderle; por lo tanto, era una tontería albergar
siquiera esa idea. Liam sólo se ausentaría tres o cuatro días, y se trataba de un corto
viaje dedicado a un negocio respetable. Él le había pedido su confianza y por
supuesto ella se la daba. Preocuparse era una estupidez… y además perjudicaría al
bebé.
Gina emitió un suspiro de resignación y se apoyó de nuevo sobre su almohada.
Se trataba de una sorpresa para ella, había asegurado Liam. Algo que ella misma le
había sugerido. Sin embargo, por más esfuerzo que hizo, Gina no pudo recordar
haber hecho ninguna sugerencia. Sin duda, lo que a Liam se le había ocurrido sería
alguna extravagancia. Aunque fuera algo maravilloso ser mimada tanto por él,
tendría que hacerle comprender que nada significaba más para ella que el hecho de
estar juntos.
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Capítulo 10
Liam no volvió al tercer día. Gina estaba muy contrariada. No le había dicho a
dónde iba, así que ella no sabía dónde se encontraba ni qué hacía. Ni una sola vez le
había telefoneado durante ese tiempo, ni siquiera para averiguar cómo se sentía ella.
Por otro lado, Gina obedecía al pie de la letra las instrucciones de Liam y
permaneció en cama, sin realizar ningún esfuerzo… físico. Mental sí lo hacía, sobre
todo transcurrida aquella tercera noche, después de haber esperado durante varias
horas una llamada telefónica que nunca llegó. No comprendía qué clase de negocio
absorbería su tiempo hasta el punto de no permitirle unos cuantos minutos para
hacer aunque sea una llamada. ¿Acaso no pensaba tanto en ella como ella en él?
A quién no le gustaban las sorpresas. Pero ésta ya iba demasiado lejos. Gina se
daba cuenta de que Liam nunca había tenido nadie a quien darle cuenta de sus actos
y que para él sería difícil acostumbrarse a pensar en alguien cuando se encontrase
fuera de casa. No obstante, eso no excusaba su negligencia. Y así se lo diría ella al día
siguiente.
Cuando Gina despertó a una nueva y brillante mañana, los oscuros
pensamientos de la noche anterior se desvanecieron ante la emoción del inminente
regreso de Liam. Se dio una larga ducha, se puso un camisón color durazno y se
maquilló un poco. El pelo lo tenía aún brillante y dócil y se limitó a peinarlo.
Después de eso, se metió en la cama y se rodeó de revistas, para tener con
exactitud la apariencia que Liam quería. Esme y Debbie hicieron su aparición para
una breve visita matutina, pues ambas saldrían enseguida para el zoológico de
Taronga Park, situado al otro lado de la bahía, por lo que necesitarían tomar el
transbordador. Por supuesto que Gina estuvo de acuerdo.
Al oír una llamada a la puerta, el corazón le dio un vuelco hasta que pensó que
no podría tratarse de Liam. Él no llamaría, pues tenía llave. Quizá se trataba de uno
de los empleados del hotel que iba a preguntarle si se le ofrecía algo o a limpiar las
habitaciones. Pero al ver entrar a Bruno Vincente, se sorprendió mucho, pues él
nunca había acudido a visitarla sin la compañía de Esme.
El hombre estaba muy excitado, en sus ojos había un extraño fulgor y
gesticulaba mucho con las manos.
—¡No te preocupes, Gina! —le ordenó, triunfante—. ¡Todo está bien! Se ha
presentado un pequeño problemilla, que impide el rápido regreso del señor
Shannon, pero él llegará aquí sin falta para el día de la boda. Si es posible, vendrá
antes.
Gina movió la cabeza. ¿Liam se había puesto en contacto con Bruno Vincente y
no con ella? De súbito, recordó haber visto hablar juntos a los dos hombres, la noche
anterior a la partida de Liam.
—¿Tiene usted algo que ver con ese viaje de negocios?
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habían arriesgado la vida, y sólo por conseguir unas cuantas pinturas que no le
hacían ninguna falta al mundo. La mirada que le dirigió a Bruno, fue veneno puro.
—Usted fue el instigador, ¿verdad? ¿Cree que ha merecido la pena arriesgar la
vida de Liam para lograr tan poca cosa?
Bruno estaba tan entusiasmado con su éxito que no notó la acidez en las
preguntas de Gina, sino que sonriendo con satisfacción, levantó las manos en un
gesto dramático.
—Esa colección tiene una gran importancia histórica. Yo mismo di el veredicto
de autenticidad hace muchos meses cuando fui a Bolivia en una misión secreta. Su
valor actual es de, por lo menos, cien millones de dólares.
La increíble cantidad mencionada hizo que Gina se quedase anonadada por un
momento, mas de pronto su ira resurgió. ¡Ninguna cantidad de dinero ni maravillosa
obra de arte valía tanto como la vida de Liam. ¡Su última misión pudo ser realmente
la última de su vida!
—¡Le mataré! —exclamó furiosa.
—¿Qué es lo que dices? —preguntó Bruno, con el rostro aún radiante de
triunfo.
Gina hizo a un lado las mantas y se puso de pie, furiosa.
—¡Hombres tenían que ser para pensar sólo en el poder y la gloria! ¡Ninguno de
los dos tiene un solo gramo de sentido común en la cabeza! ¡Y usted, Bruno Vincente,
es el peor por involucrar a Liam en esta loca aventura!
Él dio un paso atrás, alarmado por la actitud de la joven.
—Gina —dijo, asustado—, no debe alterarse así… todo está bien…
—¡Voy a preocuparme todo lo que me dé la gana! De hecho, tengo muchas
ganas de pelear —le amenazó con el puño cerrado—. ¡Voy a golpearle a usted por lo
que ha hecho!
Horrorizado y turbado, Bruno dio algunos pasos hacia atrás.
—Yo soy un comerciante de obras de arte. El señor Shannon era la persona
adecuada para esta misión, pero yo no le obligué a nada.
—Se siente feliz por haber alcanzado el triunfo, ¿no es cierto? —le reprochó ella.
—Él se encuentra a salvo, Gina. ¿Por qué usted se?…
—¿Y si hubiese muerto? ¿Ha pensado en esa posibilidad, Bruno? ¿Aun así haría
alardes de su preciosa colección de arte?
—Pero yo…
—¡Fuera! —gritó Gina perdiendo totalmente el control—. No merece la pena
malgastar el tiempo con los hombres. ¡Todos son iguales!
Él se dirigió hacia la puerta, y entonces volvió el ansioso rostro hacia ella.
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—Gina… tengo que pedirle un favor… Esto no debe ser divulgado. Nadie más
debe enterarse —le rogó.
—¡No se preocupe! —gruñó Gina con desdén—. Su estúpido secreto se
encuentra a salvo conmigo. Le aseguro que no voy a revelarle al mundo lo insensatos
que Liam y usted han sido en este asunto.
Al apresurarse a salir, Bruno hizo un gesto y Gina sintió ganas de arrojarle las
rosas de Liam… ¡con jarrón y todo! Rosas rojas que expresaban amor. Amar era estar
con una persona cuando aquella persona le necesitaba, ¡no arriesgarse por medio
mundo para complacer a un tonto traficante de arte!
Furiosa, Gina empezó a caminar de un lado a otro de la habitación. ¿No había
hecho Liam toda clase de locuras cuando era niño? ¿No había demostrado su
demencia después? La compra de aquellas acciones de NECSEC, la forma en que la
sacó a ella del edificio, la manera en que la obligó a tener relaciones íntimas con él…
bueno, en realidad no la había forzado, mas lo habría hecho si ella no hubiese
cedido… aquella fiesta de Navidad para Debbie en junio, el darle el dinero para la
operación, y llenarla después de regalos.
Esme estaba convencida de que Liam quería a Gina más que a nadie ni a nada
en el mundo, mas si en realidad la amara tanto, se habría olvidado de esa loca
aventura. ¿Y cómo podría ella amar a un hombre tan insensato? Estaría
constantemente desquiciada si le eligiera como esposo y padre de sus hijos. ¡Sería
una mala influencia! ¿Qué haría si uno de sus hijos resultaba igual que él?
Si Liam no regresaba antes del día que habían fijado para su boda, ¡nunca se
casaría con él! Eso le daría una lección inolvidable. Si de verdad la quería tanto como
clamaba, sería mejor que se apresurara a volver.
Hasta ese momento, era Liam quien dominaba en sus relaciones y quien
marcaba la pauta a seguir. Pero ya no sucedería eso, se juró Gina. Ella no soportaría
esa forma de vida, y si él quería convertirse en su esposo, tendría que aprender a
comportarse como un ser humano común y corriente.
Con aquella resolución, Gina esperó durante los siguientes días, fingiendo ser la
mujer más feliz de la tierra cuando estaba con Esme y Debbie.
El ginecólogo se presentó a verla hacia fines de la semana y su veredicto fue
satisfactorio. Todo iba bien, declaró el médico, y cualquier peligro de aborto ya había
pasado. Ella tenía un aspecto saludable después de aquella semana de descanso. Por
supuesto que no podía saber que el nivel de adrenalina de Gina se encontraba alto y
que el fulgor de sus ojos no se debía por completo a su maternidad. Gina no se
molestó en aclarárselo.
El mensaje llegó la víspera de la boda. «Estaré en casa esta noche», decía. «Con
todo mi amor, Liam». Ninguna disculpa, explicación u hora específica, sólo que estaría
en casa esa noche. Gina apretó los dientes y planeó su propia campaña.
Escogió el camisón rojo, y se cepilló bien el pelo. Pidió para ella una botella de
champán, una fuente de mariscos en frío, y después de ponerse el negligé rojo, se
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—Debido a que calculé que veinte millones de dólares sería una bonita cifra.
—Veinte…
Gina se quedó anonadada y él casi logró atraparla, mas al darse cuenta a
tiempo, se puso de pie y escapó. Por alguna causa su respiración empezó a ser
pesada.
—¡Ésa no es una excusa! A nosotros no nos hace falta esa clase de dinero.
—Por supuesto que no —la calmó—. Pero… ¿recuerdas que mencionaste que
no existen fondos de ayuda pública para niños que se encuentran en situaciones
como la de Debbie? Cuando Vincente me expuso el asunto al día siguiente… —hizo
una mueca—, después de que yo me porté tan mal contigo, pensé que podía hacer
algo útil.
Los dos permanecieron en silencio durante unos segundos y después él añadió:
—Pensé que habría muchos otros padres que, como tú, no pueden costear el
tratamiento médico necesario para proporcionar a sus hijos la posibilidad de sanar.
¿Qué te parecería la creación del Fondo Gina Shannon para curar a niños con
problemas ópticos? Los médicos del Camperdown Hospital podrían administrarlo.
Gina no respondió y entonces Liam alzó los hombros.
—Bueno, pues en el momento que se me ocurrió, me pareció una gran idea.
Gina trató de calmar sus caóticos pensamientos.
—¿Has hecho… ese trabajo tan peligroso… por puro altruismo?
Él asintió con un movimiento de la cabeza.
—Para que nunca haya en Sydney un niño que quede ciego por falta de dinero.
Ella se quedó inmóvil en el sitio en que se encontraba, y Liam se le acercó con
lentitud y deslizó las manos alrededor de su cintura. Gina volvió la vista hacia él,
llorando de emoción.
—Gina, yo quería llevar a cabo algo que me hiciera digno de tu confianza —
declaró con tranquilidad.
—¿Digno? —ella movió la cabeza como muestra total de confusión—. No
comprendo, Liam.
—Tú permaneciste al lado de Jim cuando yo le abandoné. Realizaste enormes
sacrificios por el bien de Debbie. Y yo… yo vivía sólo para mí mismo. Aun en lo
tocante a ti… y tú tenías razón al decir que no conocía el significado del amor. Gina,
me sentí tan avergonzado por el modo tan egoísta y mezquino con que te traté, que
pensé en la posibilidad de dar algo, así como tú lo habías hecho. Ya sé que se trata
tan sólo de dinero…
—Pero has arriesgado tu vida con tal de obtenerlo —musitó ella, arrepentida.
—Querida, te aseguro que eso no entraba dentro del plan —enfatizó con gran
solemnidad.
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Gina se sentía tanto horrorizada como humillada ante ese gesto, tan
característico del extraordinario hombre que ella amaba.
—Liam, por favor… no vuelvas a hacer algo similar.
—Ha sido mi último trabajo, Gina. Te lo juro.
Ella le creyó. Le estrechó entre sus brazos y con suavidad presionó los labios
contra el hombro lastimado, agradeciendo al cielo que su gran amor se encontrase a
salvo.
—Te amo, Liam —jadeó con un prolongado y estremecedor suspiro—. Si
hubieras muerto, yo no lo habría soportado.
Liam sintió un ligero estremecimiento al estrecharla y recorrer con suavidad la
espalda de ella.
—Gina, tú eres para mí lo más importante y nunca volveré a dejarte.
—El hogar… —repitió Gina con satisfacción, mientras los labios de él se movían
cariñosos sobre su pelo.
—Alguna vez dije que sólo deseaba tu hermoso cuerpo, pero eso no es verdad,
Gina. Nunca lo fue. Amo tu forma de ser. Posees una fuerza interior y una capacidad
de resistencia que desafían cualquier cosa. Decides lo que es correcto y lo llevas a
cabo, sin importar que te lastime —suspiró, a la vez que le sonreía a ella—. Posees
una gran firmeza… y nos complementamos uno al otro. Necesitamos la fuerza del
otro para eliminar las debilidades. Unidos debemos permanecer, querida; así, somos
invencibles.
En su sonrisa apareció cierto atisbo de ironía.
—Imagino que en el fondo de mi corazón siempre supe que te quedarías con
Jim. Ya era demasiado tarde… pero yo tampoco deseaba herirle. Y, aunque te odié a
ti por ello, admiré la rígida lealtad que me obligó a permanecer al margen. Fue un
infierno… pero comprendo que Jim te amaba por las mismas razones que yo, y que
ambos reconocimos por instinto que tú eras la mujer que podría dar estabilidad a
nuestras vidas… ¡el complemento perfecto!
—Liam… —las palabras de él la habían hecho sentirse culpable—. Creo que le
fallé a Jim. Yo…
Él negó con la cabeza.
—Él no era el hombre adecuado para ti, Gina. No es necesario que me lo digas,
sé que hiciste lodo lo que pudiste. Y nadie podría haber hecho más. Era mi mejor
amigo y yo le quería mucho… pero reconozco que Jim no sabía cómo proceder y
necesitaba de un guía. Te dejó con toda la carga de las responsabilidades, ¿no es
cierto?
—Sí —musitó ella, amándole aún más por su comprensión.
—Yo no soy un irresponsable, Gina. No siempre he procedido con sensatez,
pero nunca he dejado de llevar mi parte de carga… y la de los demás cuando ha sido
necesario.
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Capítulo 11
Jim había asegurado en una ocasión que Liam triunfaría y ahora Gina sabía que
era cierto. Ella se preguntó cuantas veces habría prestado él sus servicios sin recibir
remuneración alguna. Y el tráfico de armas… ella estaba segura de que habría sido
para pueblos que tenían derecho a sobrevivir y luchar por la justicia. De lo que Liam
decía, se podía deducir que no se enorgullecía de todas sus actividades anteriores,
pero Gina estaba seguía de que había mucha, mucha gente que le estaría agradecida
eternamente.
—Creo que debería llevarte a la cama y hacer que te quedes allí, pues es el
único sitio donde sé que te encuentras a salvo —le dijo Gina radiante de felicidad.
Él le correspondió con una sonrisa muy amplia.
—Me niego a permanecer tranquilo en cama. Allí sólo me puedo comportar con
salvajismo y… ¡oh, no! —la contempló con angustia—. ¿Qué te ha dicho el médico la
última vez que ha venido?
Ella rió feliz.
—El hijo parece ser más juicioso que su padre.
—Coopérame —prometió él con una expresión de picardía—. Es lo que más
deseo en este momento.
—¿Y qué pasa con tu hombro? —inquirió Gina con ansiedad al ser conducida
hacia la cama.
—Si me prometes no morderme ese lado, creo que resultará ileso.
—Tratare de recordarlo.
—De cualquier manera, de antemano estarás perdonada por lo que hagas.
Se volvieron uno frente al otro, y se fundieron en un abrazo, permaneciendo
aferrados durante un largo y silencioso momento.
Liam había vuelto a casa, y Gina juró que siempre mantendría el fuego
encendido para ese hombre. Sin importar lo que él hiciera, o lo exagerado y salvaje
que fuese, era el hombre que ella deseaba, necesitaba y amaba; y nunca, de ningún
modo, habría nadie que pudiese ocupar el lugar que él tenía en su corazón.
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—Por supuesto que no. Nos casaremos esta tarde, a las tres, en la capilla
Wayside. Ya he pedido las flores y tengo listo el traje que usaré. Y tú, mi amor, serás
la novia que he esperado durante toda mi vida.
¿Qué importaba que ella ya hubiese estado casada antes… o que estuviese
embarazada de tres meses? Esa boda era lo que habían esperado ambos durante
mucho tiempo, y Liam tenía razón, era merecedora de una gran celebración.
La ceremonia fue sencilla, siendo Esme y Bruno los únicos invitados, pero la
capilla estaba llena de flores, la pequeña que esparcía delicados pétalos a lo largo del
pasillo estaba radiante de dicha, la novia deslumbraba con una belleza muy especial
y el novio era el símbolo del triunfo del amor.
Gina y Liam intercambiaban sus votos matrimoniales con un fervor que hizo
que a Esme se le llenaran los ojos de lágrimas y tuviera que agarrarse del brazo de
Bruno para expresar parte de su emoción. Él le acarició la mano, mientras en su
interior sentía alivio ante el hecho de que Gina le hubiese perdonado, aunque era
obvio que ella no comprendía ni apreciaba el arte y más aliviado aún de que Esme no
lo hubiese creído un cretino. Su placer por la boda de Gina y Liam fue completado
por la promesa de Esme de que ahora sí iría a Italia con él.
Tan pronto como terminó la ceremonia, Debbie se volvió hacia Liam,
emocionada.
—Ahora ya eres mi padre, ¿verdad? —le preguntó llena de felicidad, y él la
levantó con su brazo sano.
—Por supuesto que sí, cariño. Desde este día en adelante y para siempre.
Debbie le echó los brazos al cuello y le dio un sonoro beso en la mejilla.
—Te quiero, Liam.
En ese momento, la mirada de él se encontró con la de Gina; ambos sonrieron, y
entonces, el dolor y el tormento del pasado se desvanecieron para siempre. Ellos
compartían un futuro en el que estarían juntos, y sus hijos recibirían su amor
incondicional.
A Gina le pareció que, por primera vez en su vida, no tenía por qué
preocuparse. Liam, Debbie y ella volaron hacia Atenas, donde abordarían el yate
para un largo y divertido crucero por las islas griegas. Y, a lo largo de dos meses, no
hicieron otra cosa que gozar y disfrutar como si se tratara de un viaje fantástico.
El embarazo de Gina no le proporcionaba problemas, mas al empezar a hacerse
obvio su estado, ella no pudo pasar por alto una duda que de vez en cuando la
atormentaba.
—Liam… —le miró a los ojos con ansiedad—, tú no tienes ninguna duda de que
el niño sea tuyo, ¿verdad?
La mirada de incredulidad que le dirigió fue muy reconfortante.
—Gina, no es posible que se te haya ocurrido pensar que… ¡Santo Dios! Yo no
tengo ninguna duda y estoy seguro de que soy el padre.
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—Tener una casa aquí —declaró Liam—, significa que podrás visitar a Esme
cuando quieras.
No existían palabras para expresar la satisfacción de Gina. Ahora podía
considerarse una mujer rica, pero no sólo en lo material, sino en cosas mucho más
importantes.
Tenía a Liam, esperaba un hijo suyo, Debbie le admiraba demasiado… y Esme
era feliz con Bruno… en efecto era rica, mucho más de lo que hubiese imaginado. No
cabía la menor duda de que sus sueños se habían convertido en realidad.
Una vez que regresaron a Australia, se sintieron cautivados por la propiedad
que el agente había encontrado para Liam. Era exactamente lo que deseaban: ideal
para la crianza de caballos, y situada a una cómoda distancia de Sydney, así como
una buena escuela para Debbie, en las cercanías.
Gina se sintió muy emocionada con la casa y, durante varios meses se entretuvo
en la decoración de la misma. Pero aún no la había terminado cuando se puso de
parto.
Debbie permaneció muy contenta en casa de una amistosa vecina mientras
Liam llevaba a Gina al hospital y la acompañaba durante el proceso del parto. No la
dejó sola ni un instante y le sostuvo la mano con fuerza en los momentos críticos.
Cuando por fin nació el bebe, Liam exhaló un enorme suspiro de alivio.
—Ésta ha sido la prueba más difícil por la que he pasado. Gina, no quiero que
tengas más hijos.
—Ya veremos —manifestó ella con una gran sonrisa al oír esas palabras en
labios de un hombre que tantas veces había arriesgado la vida.
—Es un niño —anunció el médico.
Liam le dio a Gina un cariñoso apretón en la mano.
—Un niño —repitió, rebosante de amor maternal, y Gina suspiró emocionada.
—Tenía que ser varón.
Liam la miró con ansiedad.
—¿Hubieras deseado una niña?
Gina sonrió.
—Quizá se entusiasme lo suficiente con los caballos y no ansíe volar en
planeador o dedicarse a…
Liam soltó una carcajada y la besó en la frente.
—También es hijo tuyo, mi amor. Así que alberga esperanzas.
Cuando el médico le puso a Gina a su hijo recién nacido entre los brazos, ella
advirtió la barbilla partida y movió la cabeza.
—No lo sé, Liam. Se parece mucho a ti.
Nº Páginas 93-94
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Fin
Nº Páginas 94-94