Hampson, Anne - Extraño Presentimiento
Hampson, Anne - Extraño Presentimiento
Hampson, Anne - Extraño Presentimiento
Anne Hampson
Argumento:
Gracias a una inesperada herencia, Dominie pudo realizar un crucero por el
Caribe. Durante la travesía, conocería a un agradable pasajero, quien, al
perder la joven el barco, la invitó a su mansión en una de las islas donde
Rohan De Arden, el soltero más codiciado del lugar, se enamoraría de ella.
Pero sus proyectos matrimoniales se verían frustrados por un episodio de la
vida de Dominie, que convertiría su amor en odio.
Ann Hampson – Extraño presentimiento
CAPÍTULO 1
La luna llena hacía que la nieve que cubría las montañas brillara como si se
tratara de un diamante. En el jardín, las ramas dibujaban sobre el césped sombras
solitarias y contornos indefinidos, donde las flores y arbustos, exhibían sus
magníficos colores. A pesar de ser una noche clara y bella, todo esto pasaba
desapercibido para la joven que permanecía inmóvil en lo alto de la escalera.
Fue a asegurarse de que la puerta principal estuviera bien cerrada, pero la abrió
para observar el tranquilo y nevado paisaje, adornado aún por las centelleantes
estrellas.
Oyó voces infantiles, que provenían de una colina cercana y con un rápido
movimiento, Dominie cerró la puerta y echó la llave. Navidad... Sus amigos le habían
enviado numerosas invitaciones, pero ella, cortésmente, las había rechazado. Estaba
decidida a no estropear la fiesta de Navidad a nadie, había mentido al afirmar que se
quedaría con un pariente lejano que sus amigos no conocían; lo que motivó continuas
preguntas:
—No nos estás mintiendo, ¿verdad, Dominie? —le preguntó Hilary Fletcher, un
compañero de trabajo—. ¿Pasarás estos días con tu tía?
—Por supuesto que sí —fue la respuesta, e Hilary, al igual que los demás la
creyeron.
«Noche de Paz, noche de...» cada vez se oían más cerca los cánticos infantiles, lo
que hizo que Dominie entrara en la salita de estar y apagara las luces. Se dejó caer en
una silla y con los labios temblorosos, fijó la mirada en el fuego de la chimenea.
Había llorado durante dos días y tenía ganas de seguir haciéndolo el resto de su vida.
Transcurrieron algunos minutos y Dominie se estremeció, pero no a causa del
frío sino por el recuerdo de la terrible prueba por la que había pasado. Sentía cómo
sus nervios se alteraban por el recuerdo del rostro desfigurado de su hermano.
Pensando que desvariaba, comenzó a rezar con desesperación, pidiendo paz para su
espíritu, aunque fuera por breves minutos.
Su oración no fue escuchada y continuó reviviendo la imagen de su hermano de
dieciocho años, al tener que identificar su cadáver en el depósito, ya que no tenían
parientes cercanos y tuvo que hacerlo sola. Recordaba que tenían una tía, pero Jerry y
ella hacía diez años que no la veían. El rostro del ser querido estaba casi
irreconocible.
Cerró los ojos con fuerza y trató de desviar su pensamiento hacia otros
momentos en que había sido feliz, a pesar de tener siempre mucho que hacer, ya
fuera cumpliendo con su trabajo o desempeñando las labores de ama de casa y
madre de su hermano, siete años menor que ella. Reconocía que el tiempo que habían
pasado juntos, había sido inolvidable.
El jefe de Dominie, director de una importante empresa que fabricaba artículos
eléctricos, se mostraba siempre paciente y comprensivo cada vez que ella, su
secretaria, solicitaba permiso para cuidar a Jerry cuando estaba enfermo o cuando la
necesitaba por otros motivos.
Durante seis meses, Dominie había faltado con frecuencia a su trabajo, pero el
señor Woodall nunca le había descontado nada de su salario.
—Tal vez sería mejor que contratara a otra secretaria —le había dicho ella con
cierto temor—. No estoy cumpliendo como debería.
—Primero atienda a su hermano, señorita Worthing —le dijo con amabilidad—.
Está haciendo un magnífico trabajo cuidando a Jerry y atendiendo mis asuntos a la
vez. Muchas personas en su situación, ya hubieran solicitado ayuda al Estado. Si
usted puede cumplir con su parte, yo puedo hacerlo con la mía. Sabré arreglármelas
hasta que regrese. Jerry crecerá y entonces él se hará cargo de la economía de la casa
y todo será más fácil para usted.
Y ahora Jerry había muerto, víctima de una camioneta que había derrapado a
causa de la nieve en la resbaladiza carretera, volcando y destrozando tanto la
motocicleta como a su conductor.
Un súbito estremecimiento la recorrió y ella, tratando de eliminar esa agonía
que la atormentaba, colocó la cabeza entre sus manos y cerró los ojos. De pronto,
recordó algo que la torturaba continuamente: ¿Qué pasó al salir del depósito de
cadáveres, cuando se dirigía a casa?...
A menudo deseaba traer a su mente ese recuerdo, pero era imposible, el vacío
continuaba.
Dos años más tarde conversaba con Mavis Townsend acerca de esto. Mavis y
James, su esposo, se habían ido a vivir con Dominie ocho meses después del
accidente y había nacido entre ellos una firme, amistad.
—Lo único que recuerdo con claridad es el ruido de los frenos —le explicó a
Mavis mientras tomaban el desayuno antes de ir a trabajar—. Siento un gran vacío en
mi mente que me gustaría llenar.
A pesar del tiempo transcurrido, la muerte de su hermano continuaba
afectándole y prueba de ello era su constante palidez. Aun cuando sólo tenía
veintisiete años, con frecuencia se sentía mayor.
—¿Crees que por alguna razón debes recordarlo? —le preguntó complaciente
Mavis mostrando interés, pero era evidente que no le daba demasiada importancia a
lo que Dominie había dicho—. ¿A qué momento te refieres?
—No recuerdo lo que sucedió desde que salí del depósito, hasta llegar a la
carretera de doble sentido, lo que me llevó un par de minutos.
—Yo diría que es algo muy normal, Dominie. Después de esa terrible
experiencia, tú no eras capaz de pensar con lucidez y menos de saber hacia dónde te
dirigías. Por lo que a mí se refiere, cuando estoy concentrada en mis pensamientos, a
menudo observo que tengo la mente en blanco cuando conduzco. Conscientemente,
nadie puede darse cuenta de todas las paradas o recodos.
Dominie frunció el ceño.
—Creo que algo sucedió, algo de suma importancia.
Sus pensamientos volvieron a la escena del depósito cuando una mujer policía
se le acercó ofreciéndole con amabilidad un vaso de brandy. Dominie trató de
rechazarlo, alegando que tenía que conducir, pero ya el vaso estaba en sus manos.
Sin embargo, antes de que pudiera llevárselo a los labios, un fuerte temblor la
recorrió, haciendo que el líquido se derramaba sobre su abrigo. Durante el recorrido
de regreso, el coche olía tanto a alcohol que ella llegó a sentirse indispuesta.
—Yo no me preocuparía demasiado —le repetía Mavis, intentando sacarla de
su obsesión—. Nada grave debe haber sucedido; de otra forma, ya estarías enterada.
—Tienes razón, pero todo es tan confuso —frunció de nuevo el ceño y se quedó
pensativa.
«¿Qué había ocurrido en esos breves momentos?»
Mavis afirmaba que no podía ser algo grave y Dominie trataba de convencerse
de que tal vez fuera así. Sin embargo, ¿por qué esa terrible angustia volvía una y otra
vez? Dominie suponía, con inquietud, que llegaría el momento en que sus recuerdos
volverían a la luz.
—Debemos marcharnos —dijo Mavis, mirando primero su reloj y después la
estufa eléctrica—. ¿Por qué tiene que trabajar la gente? ¡Hace tanto frío fuera!
—Ha caído una fuerte nevada. He oído que hay retenciones en el tráfico desde
temprano —comentó temblando Dominie.
Estos días de frío intenso traían a su memoria recuerdos del accidente.
—Espero que no hayan suspendido el servicio de autobuses. He llegado tarde
dos veces en los últimos diez días, por fortuna tengo un jefe muy comprensivo.
—Eso mismo me ocurre a mí. Durante todo este tiempo mi jefe ha sido
generoso conmigo, me concede todos los permisos que le solicito.
De nuevo Dominie tuvo que faltar a su trabajo. Había recibido una carta donde
le informaban que debía presentarse en el bufete un abogado por tratar el asunto de
una herencia. Recibió la misiva dos días antes de su conversación con Mavis y ésta se
mostraba más nerviosa que la misma Dominie.
—Espero que sea una cuantiosa fortuna —le comentó—, una pequeña no sabes
cómo emplearla, gastarla toda en un capricho, o si depositarla en un banco. En
cambio, con una suma considerable, puedes hacer ambas cosas.
—No puedo imaginarme quién me ha nombrado su heredera. A no ser que sea
la tía de la que te he hablado, que siempre fue pobre y además, no he tenido noticias
suyas desde hace doce años.
Los abogados le informaron que la señora Halliday le había dejado la herencia y
sólo le llevó unos minutos recordarla.
—¡La anciana con la que solía charlar cuando salía del trabajo! —exclamó—.
Cuando el tiempo se lo permitía, se quedaba en la puerta y yo me detenía unos
momentos para hablar con ella al bajar del autobús. Vivía sola y yo sentía pena de
ella. Parecía como si se pasara todo el día en ese lugar, observando a los peatones.
El abogado sonrió:
—Parece que la señora Halliday estaba agradecida por el tiempo que usted le
dedicó. A otras cuatro personas, que también se mostraron amables con ella, les legó
parte de su herencia —después añadió—: Mil libras no es una cantidad despreciable,
señorita Worthing y menos si uno no la espera. ¿Tiene alguna idea de qué va a hacer
con ella?
Negó con la cabeza, asombrada aún por el legado.
—Tengo que pensarlo, aunque creo que lo más sensato sería ahorrarlo para las
épocas difíciles.
—Yo no lo ahorraría todo. ¿Por qué no coge unas vacaciones? Usted misma ha
comentado que hace mucho que no disfruta de un descanso.
—En efecto, ya le expliqué. Mi hermano murió en un accidente hace dos años y
realmente creo que aún no me he recuperado. Mi jefe me aconseja que tome unas
vacaciones, pero creo que no podría.
—¿Qué edad tenía su hermano?
Dominie le contestó y habló de la vida que había llevado después de la muerte
de sus padres, cuando ella sólo tenía diecisiete años. Murieron ahogados cuando su
pequeña embarcación de recreo zozobró.
—Debe haber sido muy doloroso —respondió con gravedad el abogado,
mirando su pálida rostro. Los ojos de Dominie reflejaban el dolor y sus labios
temblaban al recordar—. Tómese un descanso –la aconsejó con dulzura—. ¿Por qué
no hace un crucero? El aire del mar es un tónico maravilloso.
—¡Un crucero!
Mavis era también de la misma opinión:
—James y yo iremos a visitar a mi madre durante la Navidad —le recordó a
Dominie—. ¿Por qué no vas en esos días? Durante la Navidad hay cruceros
increíbles. Hace unos días vi anunciado uno en la agencia de viajes de Travelseene, se
trata de una travesía por el Caribe.
¡Navidad! Dominie temía esa época. Sería una buena idea tomarse unas
vacaciones para esa fecha.
era muy pequeño, no habían tenido el dinero suficiente para comprar los regalos que
los demás niños reciben en los cumpleaños y Navidad; ni tampoco habían podido
disfrutar de unas vacaciones en el mar.
—¡Oh, perdone! ¿Le he hecho daño?
Dominie se quejó, pero contestó con una sonrisa.
—No, no ha sido nada.
—Siento haberla pisado, perdóneme mi torpeza —le pidió, extendiendo los
brazos con un gesto desolado, un caballero de elevada estatura, ojos azules y cabello
rubio—. Perdóneme, mi única excusa es el haber querido admirar la orquesta. ¡Están
tan elegantes con sus uniformes blancos adornados con azul y rojo! —El hombre
tenía acento norteamericano y una agradable sonrisa. Desde donde se encontraba,
apoyado en la barandilla, podía observar a la banda de músicos que se alejaba por el
muelle—. Al fin partimos y me pregunto ¿en dónde estarán mis hijos en este
momento? —agregó para sí.
Dominie le observaba cuando se alejó, dejando vagar su curiosidad respecto a
los niños que había mencionado y cuya madre, según parecía, no le acompañaba,
puesto que no la nombró al referirse a sus hijos. Pronto se iban a encontrar de nuevo,
ya que estaba sentado en la misma mesa a la que un camarero la condujo.
—¿Así que en esta travesía compartiremos la mesa? —sonrió complacido. La
pequeña que estaba sentada junto a él le dirigió una mirada de extrañeza y su
hermanito, sentado frente a su padre, la miró de reojo, y apretando los labios, se puso
a silbar—. Mi apellido es Harris, Jake Harris y éstos son mis hijos: Susie, de ocho
años y Geoffrey de seis. Saludad a la señorita —les ordenó mirándolos.
—¡Hola! —saludaron al unísono como con burla.
—¡Hola! —sonrió Dominie—. Mi nombre es Dominie Worthing.
—Bonito nombre —comentó Jake a la vez que extendía su mano izquierda—.
¿Quiere sentarse?
—Sí, gracias.
Era uno de esos días en que se sentía mayor de lo que era en realidad. Había
sido todo tan inesperado y tuvo que apresurarse tanto, que estaba muy cansada.
—¿Eres inglesa? —se atrevió a preguntar Susie y Dominie asintió con la cabeza.
—Sí, en efecto.
—Nosotros somos norteamericanos, pero hemos estado viviendo en Inglaterra
con mamá. Como ha muerto, iremos a vivir con papá todo el tiempo, ¿sabes? estaban
separados.
Mirando de reojo a Jake. Dominie notó que se ruborizaba y se ponía nerviosa
por la franqueza de la niña. Sintió pesar por Jake. Sin embargo, él se limitó a sonreír y
comentó que no había forma de evitar que los niños hablaran.
—Los niños siempre dicen lo que piensan —añadió cogiendo la carta—. Mi
esposa tenía la custodia de ellos, y como era inglesa, vivían en Inglaterra. Falleció
hace tres semanas y he venido para encargarme de ellos.
—Creo que no, me inclinaría más bien a pensar que se debe a otras causas. Su
madre tuvo una amarga experiencia al ser suplantada en su edad madura por una
adorable joven de veintidós años, que se las arregló para quedarse con la fortuna del
esposo cuando éste murió. La madre de Rohan falleció algunos años antes que su
esposo y Rohan, que se había dedicado a los negocios, aun cuando era muy joven,
pudo brindarle una posición desahogada. Ahora es millonario gracias al éxito que ha
tenido.
——¿Así que Rohan conoció el odio a muy temprana edad?
—Realmente odiaba a esa chica. Pasado el tiempo, hace unos cinco años,
empezó a cortejar a una hermosa joven por la que enloquecían los hombres. Ella y
Rohan parecía que coincidían en todo, pero de pronto la joven conoció a un hombre
de posición económica superior a la de él y cuando estaban a punto de anunciar su
compromiso, el romance terminó. La mayor parte de sus amistades piensan que él
continúa enamorado de Nina.
Interrumpió su charla frunciendo el ceño y encogiéndose de hombros continuó:
—Nina no reside en Saint Thomas, lo que es una bendición y Rohan no ha
vuelto a verla desde entonces, rechazando las oportunidades que se le han
presentado.
—Que habrán sido varias en cinco años.
—No se puede opinar en asuntos de amor —la observó con curiosidad—.
¿Tiene usted novio?
—No.
—Me lo imaginaba. Si lo tuviera, no habría llevado a cabo el viaje.
Su tono invitaba a la confidencia, pero ella evitó entrar en detalles sobre su
vida. Dominie volvió al tema de Rohan De Arden, aceptando que era comprensible
que le disgustaran las mujeres y que tal vez otras también le habrían decepcionado.
—Es posible, no le he contado todo —continuó Jake después de una pausa—. El
tenía una hermana a la que estaba muy unido y a la cual protegía. Le permitió viajar
a Inglaterra, a estudiar arte dramático porque desde niña había mostrado inclinación
por la actuación, siempre y que se hospedara en casa de unos amigos de Rohan.
Alicia tenía entonces sólo veinte años, pero gracias a su talento ya había trabajado en
dos películas. Él solía asistir a sus ensayos con frecuencia, porque le gustaba verla
actuar tanto en televisión como en el cine y en una de esas ocasiones Rohan la invitó
a Saint Thomas a pasar unas vacaciones, precisamente para Navidad, creo que fue
hace dos años.
Dos años... Dominie cerró con fuerza los puños, intentando alejar sus tristes
pensamientos, fijando su atención en las parejas que bailaban y en las personas que
charlaban y bebían.
—¿Qué sucedió entonces? —preguntó, a la vez que luchaba por no recordar el
rostro de su hermano.
—Rohan había alquilado un coche para llevarla al aeropuerto, hubo un
accidente y Alicia murió...
ustedes pueden hacerse cargo de los niños ese día, nosotros podríamos encargarnos
de los suyos si desean desembarcar en Barbados el miércoles por la tarde.
—Preferiría resolver ese asunto más tarde —concluyó Jake que en ese momento
estaba solo, porque Dominie se había ausentado.
Después de despedirse de Dorothy y Vic fue a hablar con ella de la posibilidad
de desembarcar juntos en Barbados.
—¿Por qué no vienes conmigo al Hamilton a probar la exquisita barbacoa y a
disfrutar del espectáculo? Además podríamos bailar. ¡Anímate! Estoy seguro de que
te gustará.
—Se lo agradezco, es muy gentil de su parte invitarme.
—De ninguna manera. Soy muy afortunado al haber encontrado una
compañera tan agradable y seductora —agregó con sonrisa paternal.
—Gracias de nuevo —repitió con timidez—. Me hace usted muy feliz.
—Si no me consideras un viejo aburrido y molesto, ¿me permitirás ser tu pareja
hasta llegar a Saint Thomas? ¿Aceptarías, Dominie? —habían llegado a la Cubierta A,
donde estaba el camarote de Dominie.
—¡Me encantaría! —respondió entusiasmada, calculando que cuando llegaran,
la fecha tan temida habría pasado.
—Me sentiré muy honrada con su compañía, Jake —le dijo pronunciando sus
palabras con firmeza.
—Considérame como un padre —contestó besándola ligeramente en la mejilla.
CAPÍTULO 2
Seis días después de zarpar de Southampton, el barco atracó y Dominie y Jake
desembarcaron y cogieron un taxi para dirigirse al Hotel Hilton.
Allí, rodeados por la vegetación, comieron y bailaron al ritmo de la orquesta de
percusión y disfrutaron de un paseo por la playa, donde las tibias aguas caribeñas
acariciaban la orilla y el cielo les ofrecía un espectáculo inolvidable de estrellas que
brillaban aquí y allá, entre las blancas nubes.
—El agua es tan agradable y tibia, que se podría nadar aun ahora, a
medianoche ——dijo Dominie dejando que su mano tocara el mar—. ¡Y es diciembre!
—Estamos en el Trópico, querida —le recordó Jake con su suave acento
norteamericano—. Lo extraño sería que estuviera fría; aunque por supuesto podría
llover —dijo mirando al cielo.
—Espero que no suceda. Ha sido maravilloso estar todo el tiempo fuera —
comentó irguiéndose y acercándose a Jake que ya esperaba este gesto. Cogió su mano
y la secó con el pañuelo.
—Eres una chiquilla encantadora —afirmó mientras observaba su rostro—.
¿Cómo es que aún no estás comprometida? ¿No has encontrado un joven de tu
agrado?
Ella levantó la vista, recordando que la noche anterior le había confesado su
edad.
—No he tenido mucho tiempo para ese tipo de diversiones —le explicó después
de dudarlo—. He estado tan ocupada cuidando a Jerry y con las labores de casa,
además, los únicos jóvenes que he conocido han sido los compañeros de trabajo y los
de las aburridas fiestas a las que he asistido.
—¿No te preocupa no tener novio? —preguntó reteniendo su mano y
guardando el pañuelo en su bolsillo.
——En absoluto. Creo en el destino y si he de casarme, el hombre indicado
aparecerá... en cualquier momento —concluyó con una vaga sonrisa.
—Tienes razón, estás en lo cierto.
Ella retiró su mano, pero no hizo intento de moverse. Permanecían de pie en la
playa, con las suaves olas tocando sus pies, de pronto, surgió un refrescante viento
que acarició sus rostros.
Ella percibió su tristeza y él, dándose cuenta de ello, le confesó que a pesar de la
separación, él había continuado amando a su esposa.
—No entiendo cuál fue el error —se lamentó Jake, frunciendo el ceño y
moviendo la cabeza—. Tal vez me equivoqué al pensar que conocía a las mujeres y
no fue así. Siempre evito lastimar a las personas; creo que después de todo no soy un
hombre como los demás.
—¡Por supuesto que lo es! —reclamó indignada—. No debe pensarlo siquiera.
—Gracias. Eres una chica magnífica —sonrió al apreciar que ella se sonrojaba—.
Volviendo a mi esposa, la verdad es que ella no era feliz y finalmente me propuso la
separación. De alguna manera se avergonzó de mí.
—¡Eso es imposible! —afirmó conteniendo el aliento y posando su mirada en el
firme y bondadoso rostro—. ¿Cómo es posible que tuviera esa opinión? —continuó; a
la vez que apreciaba su elegante traje que realzaba su perfecta figura.
—No me refería a mi apariencia física en especial, Dominie. Quiero decir que no
estaba orgullosa de mí como hombre. Si conocieras a Rohan, entenderías a lo que me
refiero.
—¡Pero es uno entre mil! Lo mismo sucede con las mujeres. Se puede conocer a
una que nos parezca inigualable o perfecta, pero no por eso las demás van a
considerarse inferiores. Y tal vez, este Rohan no posea una personalidad arrolladora,
característica de algunos hombres —añadió con creciente tono de indignación en la
voz—. Por lo general, cuando son tan admirados, carecen de ella.
Jake empezó a reír. La joven estaba criticando a uno de sus mejores amigos y
Dominie tuvo que disculparse.
—¿Cómo he podido olvidarlo? Estoy avergonzada —repitió.
—No te preocupes, querida, no vale la pena —añadió mientras sus ojos azules
brillaban al posarse en las sonrojadas mejillas—. Vuelvo a asegurarte que no tiene
importancia.
—Lo he dicho sin pensar —murmuró, mordiéndose el labio—, o nunca me
hubiera atrevido a decir eso de su amigo.
—Seguramente Rohan estará impaciente por ver a los niños —señaló Jake,
desviando el tema para que Dominie no se sintiera avergonzada por su falta de tacto
— y creo que va a estar muy contento cuando se entere de que van a quedarse
conmigo en casa.
De momento Dominie no pronunció palabra alguna cuando regresaron al hotel.
Hasta los jardines llegaba el sonido de la orquesta y se podía apreciar el exótico
aroma de las flores tropicales.
—¿Es Saint Thomas tan hermoso como Barbados? —preguntó ella.
—Los que vivimos en ese lugar, lo consideramos superior. Aquí se aprecia una
gran diferencia entre ricos y pobres y en Saint Thomas, que es propiedad de los
Estados Unidos, el nivel de vida es alto —se detuvo un momento como si dudara en
exteriorizar sus pensamientos—. Es una pena que no te quedes algún tiempo en Saint
Thomas, yo podría enseñarte toda la isla.
—Reservaré una plaza para una excursión y así al menos podré conocer alguna
de sus maravillas.
Jake asintió de nuevo, pensativo.
—Creo que está programado que el buque permanezca anclado nueve horas,
¿me equivoco?
—Llegamos a las nueve de la mañana y zarpamos a las siete de la tarde.
Jake tenía una casa en las colinas, según le había contado y por cierta
conversación que tuvo con Susie y Geoffrey, se enteró de que tenían piscina y cancha
de tenis, lo que la llevó a la conclusión de que se trataba de una mansión.
—¿Por qué no puedes acompañarnos a casa, tía Dominie? —preguntó Geoffrey
de pronto—. En coche no está muy lejos y podríamos regresar antes de que el barco
zarpara.
—Yo ya lo había pensado, Dominie —añadió Jake—, pero no lo he mencionado
porque seguramente tú querrás conocer toda la isla y yo tengo que ir a casa para
atender la correspondencia, si no te podría acompañar.
—Por favor, ven con nosotros —le suplicó Susie—, te lo pido.
—Me encantaría que aceptaras —la miró Jake—. Mi trabajo me quitará sólo una
hora, después de eso estaré libre. Pasearíamos por la isla para que al menos conozcas
parte de ella; no toda, como lo harías en la excursión —hizo una pausa y continuó:
—Esa es nuestra oferta. De ti depende aceptarla o rechazarla.
Dominie aceptó pensando que sería mejor pasar el día con sus amigos que en
un autocar con extraños. Media hora más tarde abandonaron el barco y llegaron a la
capital, Charlotte Amalie.
—¡Qué maravilla pisar tierra americana! —exclamó emocionada.
Sus mejillas siempre pálidas se sonrojaron y sus ojos azules brillaron con esa
tonalidad violeta que aparecía en ellos cuando se sentía feliz. Su cabello rubio, corto
y rizado tenía destellos dorados bajo la luz del sol tropical.
Ella contemplaba extasiada, a su alrededor, la vegetación verde y exuberante;
las palmeras que se mecían bajo un cielo en el que las nubes contrastaban con el color
azul. Había algunas embarcaciones pequeñas ancladas en el puerto y en la lejanía se
podían apreciar cuatro lujosos trasatlánticos.
La isla Hassel yacía impasible con sus dos colinas vestidas de verde y rodeada
de construcciones. Una nativa guiaba con destreza su chalupa hacia el lugar en que
se encontraba Dominie; ella sonrió a sus ocupantes y le respondieron agitando las
manos. Lujosos y enormes automóviles estaban aparcados a lo largo de la ribera,
bordeada por exóticos árboles con flores carmesí, amarillas y rosadas.
—¡Es un sueño! —murmuró Dominie casi sin aliento—. ¿Algún contratiempo
Jake? —le preguntó al notar su expresión de desconcierto.
—El chófer ya debería estar aquí esperándonos.
¿Qué sucedería? Después de esperar durante una hora, Jake llamó un taxi. El
chófer era un nativo que, sonriente, les abrió las puertas del coche y con marcado
acento preguntó:
—¿A Sunset Lodge? Con mucho gusto.
—¿Te conoce, Jake? —preguntó Dominie desde el asiento posterior.
—Recuerda que estamos en una isla ——fue su único comentario.
Más tarde Dominie se enteraría de que su amigo era uno de los hombres más
ricos y conocidos de Saint Thomas.
CAPÍTULO 3
A pesar de haberle asegurado a Jake que podría encontrar algo apropiado para
la fiesta, cuando Dominie salió de la hermosa habitación decorada en rosa y blanco y
se dirigió al salón principal, comprendió que se había equivocado.
El vestido que llevaba no era de su talla y para disimularlo se había puesto un
cinturón como adorno. La tela, de un tono rojizo, acentuaba la palidez de su piel, más
intensa desde una hora antes cuando oyó a Jake decir que el barco había cambiado el
rumbo y no haría escala en Madeira, pues tenía necesidad de dirigirse a Port
Eyerglades por falta de agua.
Jake no sabía cómo disculparse por las contrariedades que le había ocasionado a
Dominie y le suplicó que se quedara en Saint Thomas hasta el momento de regresar a
Southampton, donde podría recuperar su equipaje.
Dominie sabía que habían cerrado su camarote y que su equipaje estaba seguro,
así que estuvo de acuerdo en olvidarse por el momento del crucero y, aunque no le
desagradaba la idea de permanecer en Sunset Lodge, tenía un extraño
presentimiento, como si fuera a sufrir algún contratiempo durante su estancia. Sabía
que su pensamiento era absurdo, pero no podía desecharlo.
Cuando Dominie entró en el salón principal, Rohan estaba de pie, junto a la
ventana, acompañado de una hermosa y esbelta joven. Era morena, de ojos rasgados
y labios rojos.
Al principio sintió tal atracción por la pareja que charlaba de un modo tan
íntimo junto a la ventana, que no vio a nadie más y apenas pudo contener una
exclamación de sorpresa al darse cuenta de que ella era la única persona que no
llevaba vestido largo.
Por supuesto su traje era un modelo elegante de tipo cóctel, pero estaba
decidida a volver a su habitación cuando Jake, sin darle importancia a su atuendo, se
acercó a ella y la cogió de la mano. Le presentó a varias personas y notó que las de
sexo femenino no apartaban la vista del vestido. Mientras Jake la presentaba,
Dominie se dio cuenta de que Sylvia se sonreía con burla, por lo que murmuró
apenas conteniendo las lágrimas.
—Jake, me quiero retirar. ¿Podrías disculparme?
——¿Irte? ¿Por qué razón? —preguntó ansioso—. ¡Querida! ¿Estás llorando?
—No, pero... no estoy vestida apropiadamente. No sabía que se trataba de una
fiesta formal.
—Dominie, eso no tiene importancia, estás preciosa.
—No, Jake, no me engañes. Este color no me favorece porque acentúa la palidez
de mi rostro y... —se interrumpió al ver a un joven que se aproximaba hacia ellos.
—¿No vas a presentarme a tu compañera de crucero, Jake? Rohan me lo ha
contado todo.
Jake hizo la presentación con rapidez y se retiraron al jardín.
¡Qué tranquilidad y quietud se respiraba allí con la luna creciente, las estrellas
semiocultas por las nubes y el sonido de la música más y más apagada!
Dominie oyó voces y se detuvo. Se apoyó en el tronco de un árbol.
—¡Pero la estabas mirando! —era una voz femenina.
—Es sólo tu imaginación, querida Sylvia.
—¡Yo te sorprendí! —la voz, aunque petulante, era muy agradable—. Estás
provocando mis celos y te odio por eso.
—¿Lágrimas, mi pequeña? No seas tonta, sabes que sólo tengo ojos para ti.
—Creo que eres un donjuán y por eso he decidido no tener ninguna relación
contigo.
—¿Así que ahora me quieres abandonar? y sólo porque imaginas, imaginas —
repitió con énfasis la última palabra— que yo estaba mirando a la amiga de Jake.
Dominie se sobresaltó, nunca hubiera imaginado que era ella la causa de la
discusión.
—¿Abandonarte dices? Yo nunca he sido tu prometida.
Dominie frunció el ceño. ¿Qué pretendía la muchacha? Al ver que la pareja se
detenía, Dominie se escondió detrás del árbol.
—¿Quién —comentó Rohan, pasando por alto las airadas palabras de Sylvia—
desearía contemplar a un ratón asustado como la señorita Worthing?
Se oyó una risita burlona y Dominie tembló de rabia.
—Es graciosa, ¿no te parece? Asistir a una fiesta vestida de esa manera. No
podía dar crédito a mis ojos. Después de todo, ¿quién es ella?
—Una chica del barco por la que Jake sintió compasión, tú sabes cómo es él en
cuanto a mujeres se refiere.
—En realidad no lo sé. Me has comentado algo una o dos veces, pero no he
puesto demasiada atención.
—Es muy sentimental con ellas y siempre está temeroso de lastimarlas.
Supongo que la señorita Worthing estaba sola y él decidió protegerla.
—¿Protegerla dices? ¿No hay algo más entre ellos?
—No lo creo. Se supone que ella debe partir la próxima semana, me parece que
el viernes.
Dominie estaba furiosa; las mejillas le ardían y las manos le temblaban. Era algo
superior a sus fuerzas. Nada le daría mayor satisfacción que enfrentarse con ellos y
que se dieran cuenta de que había oído todo. Pero tenía que controlarse por Jake y la
amistad que le había brindado. No comprendía cómo podía ser amigo de una
persona tan insufrible como Rohan De Arden.
—Bésame Rohan —le pidió Sylvia de pronto.
criaturas cuando se presentara ante ellas—. ¿Crees que necesito pedir hora para que
me atiendan?
—Vamos a verlo —sonrió afectuoso—. Estoy seguro de que vas a darles una
sorpresa.
Eso era lo que ella pretendía, en especial a esos dos. Ya le mostraría a Rohan lo
orgullosa y altiva que podía ser cuando se dignara dirigirles la palabra como su
invitada.
—¡Qué modelo más bonito! —exclamó con un poco de envidia—. ¿En dónde lo
compró? ¿Lo trajo de Europa?
—Lo compré en Charlotte Amalie.
—¡Cómo no lo he visto primero!
—No es tu talla querida —interrumpió su esposo—. Siempre te he advertido
que comes demasiado.
—Eres un grosero, no sé por qué me casé contigo.
—Por mi dinero, lo cual no me sorprendería —fue la rápida respuesta y todos
rieron.
—Frank Osborne es millonario —le susurró al oído Jake, después de elegir las
bebidas.
—Nunca hubiera imaginado que la isla estaba llena de millonarios.
—En realidad es una isla muy próspera. Los afortunados vienen aquí y
construyen impresionantes mansiones de verano. Tendrás oportunidad de conocer la
de los Osborne, es un verdadero sueño.
—¿Y Rohan, también tiene un palacio?
—En cierta forma, sí; pero la propiedad de los Osborne es inmensa. Es probable
que Rohan tenga más dinero que ellos, pero no es ostentoso.
—¡Me sorprende sobremanera que...! —interrumpió las palabras que se le
escapaban involuntariamente.
—¿No te agrada Rohan? —buscaba al amigo con la mirada.
Rohan sin duda, era el caballero más elegante y distinguido del grupo, su traje
tenía un corte y calidad excelentes y además poseía un físico que le colocaba muy
cerca de la perfección.
—No he tenido tiempo de formarme una opinión de él —se evadió recordando
lo que había oído entre Rohan y su pareja.
Pensó que más que disgustarle, le odiaba.
—Es la persona más agradable que conozco —comentó su interlocutor
pensativo—. Le confiaría mi propia vida. Sé que algunas veces parece cínico con las
mujeres y es porque le disgustan. Si se casara con Sylvia, yo sería el primer
sorprendido, ya que sé que es un soltero empedernido; aún cuando salía con Nina yo
nunca estuve convencido, como los demás, de que estuvieran comprometidos en
serio.
—¿No lo creías?
Él negó con la cabeza y sus ojos se volvieron hacia los Mead, que en ese
momento entraban en el bar y parecían dudar si conocían a Dominie. Con el
reconocimiento, vino la admiración y la señora Mead susurró algo al oído de su
esposo.
—Solía pensar algunas veces en el compromiso con Nina no era nada formal —
decía Jake girando hacia su amigo—. Sí... aun cuando ella no se hubiera fijado en
otro, me atrevería a asegurar que él finalmente habría roto con ella.
—Debió ser un golpe terrible para su orgullo —se detuvo lamentando lo que
había dicho, pues conocía el aprecio que sentía su protector por Rohan.
Jake no hizo comentario alguno.
—Creo que vamos a pasar a la mesa —Frank se les unió en ese momento dando
por terminada la conversación.
—¿Ha disfrutado de su estancia en la isla? —preguntó con una sonrisa.
—He pasado unos días inolvidables. Jake se ha encargado de llevarme a
diversos lugares y considero que el paisaje y todo es magnífico.
—Supongo que han estado en el restaurante de la cima de la montaña, que
pidieron sus famosos Banana Daiquiri y se sentaron en !a silla de Drake para pedir
un deseo, ¿me equivoco?
—No, hemos hecho todo eso y más; fuimos a ver a los limbo, bailarines típicos y
a las orquestas; escuchamos a los cantantes de jazz que se presentan en el bar de la
bahía y son fantásticos —sonrió la muchacha.
—Entonces, tendrá muchas cosas que contarle a sus amistades de Inglaterra,
¿no es así?
No pudo contestar porque en ese momento, Jake la cogió del brazo y la condujo
al salón Frangi–Papi, donde las mesas permanecían protegidas por palmas
sembradas en macetones y tenuemente alumbradas por lámparas semiocultas.
—¿Tiene usted familiares? —preguntó mientras se sentaban.
—Sólo una tía anciana; si es que aún vive, ya que no he recibido respuesta a mis
dos últimas cartas. En realidad, no me preocupo demasiado, se trata de un pariente
lejano.
—¡Qué mala suerte! Debe ser muy triste no tener a alguien de la familia en
quien confiar.
—Así es. Cuando Jerry vivía, éramos muy felices.
Jake asintió comprensivo y su voz se oía cálida y amable al hablar.
—Creo entenderte, cariño y pienso que lo mismo le sucede a Rohan. Él quería
mucho a su hermana y supongo que aún la sigue echando de menos y continúa
culpándose por su muerte, una vez comentó que si no le hubiera permitido ir a tu
país, el accidente no habría ocurrido.
—Sí... —hizo una pausa para mirar a Rohan, que charlaba muy cerca de Sylvia
—. Tal vez no fue muy estricto con ella, lo cual me sorprende porque le considero un
hombre obstinado —podía observar el rostro de Rohan que revelaba cierta
inflexibilidad.
—En algunos aspectos era intransigente, pero tuvo que doblegarse cuando su
hermana decidió ser actriz. Ella poseía un gran talento, consideraba el poder actuar
su más preciado sueño y estoy seguro de que más tarde él se arrepintió de darle su
consentimiento.
—Seguramente ella insistió mucho.
—No lo dudes, tal vez hasta le haya desafiado con no obedecerle.
—Por supuesto, el accidente no habría ocurrido de no haber estado ella en el
lugar y momentos precisos.
—Tienes razón, querida, aunque yo creo en el destino.
—Entonces el destino es cruel —repuso sintiendo ganas de llorar—. Mi
hermano tenía dieciocho años y nunca le hizo mal a nadie; era un gran muchacho.
La orquesta empezó a tocar y Rohan y Sylvia iniciaron el baile; Jake, para poner
fin a tema tan doloroso, invitó a Dominie. Estaban sirviendo el segundo plato y
regresaron a la mesa pero la joven no llegó a sentarse porque Rohan la invitó a bailar.
Al contacto de sus brazos, se sintió tensa sin motivo.
—Me gustaría aprovechar esta oportunidad para agradecerle su invitación. Me
estoy divirtiendo mucho —pronunció estas últimas palabras con frialdad, aunque
cortésmente, y, por un instante, pareció que él no comprendía su actitud. Ella se
preguntaba cuál sería su reacción sí se enterara de que había oído la conversación
que mantuvo con Sylvia.
—El placer ha sido para mí, señorita Worthing. Me alegro de que su retraso le
haya permitido acompañarnos.
—Me voy el martes —le informó, sin tener algo más que decir.
—Pensé que mañana dejaría la isla.
—¿No le comentó Jake que cambiaron los planes y el barco va ya de regreso a
Florida?
—No, no me dijo nada. Entonces, ¿ya no le preocupa el volver al barco?
—En absoluto, su amigo me convenció para que permaneciera a su lado y como
lo estoy pasando muy bien, no vi motivo para negarme. Volaré a Inglaterra y
recuperaré mi equipaje en Southampton —su voz seguía siendo impersonal, aunque
no tanto como ella deseaba.
Le sorprendió sentirse afectada por su cercanía, su contacto, su voz y el
movimiento de su cuerpo cuando bailaban. Al llevarla a su lugar, su mirada se cruzó
con la de Sylvia y pudo apreciar el disgusto dibujado en la boca de la otra muchacha
y deliberadamente giró la cabeza hacia él al tomar asiento.
Como buen anfitrión, Rohan bailó con todas las damas asistentes, pero para su
asombro, permaneció más tiempo al lado de Dominie que con su adorada Sylvia.
—Quiero felicitarla, baila muy bien. ¿Lo hace a menudo? —preguntó él en una
ocasión.
—Muy rara vez —hubiera querido retractarse de sus palabras que revelaban su
falta de reuniones sociales.
Después del desfile, regresaron los bailarines y la orquesta volvió a tocar para
amenizar el baile. Todo tuvo lugar al aire libre, envuelto en un ambiente de cuento
de hadas debido a la vegetación tropical, la iluminación de las velas colocadas en
exóticos recipientes de cristal y a los trajes típicos de los músicos. El aire saturado de
extraños aromas y la suave y fresca brisa que corría, balanceaba los cocoteros y los
enormes flamboyanes.
La fiesta terminó tarde y Dominie se sentó junto a Jake, en el coche. Cruzaron la
isla, rodeando la montaña San Yeter, la hermosa Bahía Magens se extendía a lo lejos.
—Debo felicitarte por haber acaparado la atención de Rohan —sonrió Jake al
aparcar el auto—. La hermosa Sylvia se vio afectada por el marcado interés que te
mostró.
Ella descendía del coche cuando oyó las palabras de su compañero y agradeció
que la oscuridad ocultara su súbita turbación
—Fue el vestido —murmuró como respuesta—. La otra noche ni cuenta se dio
de que existía.
—Estás preciosa y no es por el vestido —la miró fijamente—. Eres adorable.
Sus palabras la acompañaron un buen rato y no le permitieron conciliar el
sueño. Fue una interesante experiencia, convivir con esa gente adinerada que
pertenecía a un mundo desconocido e irreal para los que, como ella no lo
frecuentaban, aunque lo que consideró más excitante fue haber acaparado la atención
del hombre más distinguido y atractivo de toda la concurrencia.
CAPÍTULO 4
Dominie agitó la mano en respuesta al saludo de los niños que cruzaron por los
jardines corriendo y desaparecieron por el camino que llevaba a la piscina, donde
Jake tomaba su acostumbrado baño vespertino.
Distraída, su mirada vagó por la pequeña y cercana colina cubierta de
tamarindos y adelfas color carmesí, la cual formaba parte de la finca de Rohan. A
pesar de que Dominie no podía verla, sabía que tras esa colina se encontraba la casa
del enigmático hombre de empresa.
Estaba la mansión diseñada con el gusto más exquisito que ella hubiera
conocido. Tenía un toque de sobriedad y sencillez que revelaba la aversión de su
propietario por la ostentación. El paraje, según palabras de Jake, tenía una apariencia
más que de grandeza, de naturalidad.
Se podían apreciar los exóticos árboles y arbustos que enriquecían el paisaje con
sus caprichosas formas y colorido; las fascinantes flores tropicales que caían como
una cascada sobre muros y enrejados, cuyos aromas saturaban el ambiente, excitando
los sentidos y el recuerdo de palabras amorosas murmuradas entre el hibisco, la flor
de pascua o la buganvilla.
En los jardines de la residencia de Rohan se encontraban todos los tipos de
árboles y flores que crecían en el Caribe; el conjunto armonizaba de tal manera, que
no podía uno más que admirar tanta belleza y pensar que siempre habría algo nuevo
que descubrir. Dominie había visitado otros jardines en los que una sola mirada
bastaba para dominar el panorama.
Cuando salió a la terraza, sufrió un súbito estremecimiento y apartó con
rapidez la mirada, pues al pie de la colina se encontraba Rohan contemplando el lago
azul.
Dominie sintió que sus mejillas se teñían por el rubor y una vez más se
preguntó por qué había aceptado la proposición de su amigo, de hacerse cargo de los
niños. El día de su partida, Jake le había pedido que no se fuera y cuidara de Susie y
Geoffrey, al principio dudó, pero ahora reconocía que fue el recuerdo del rostro de
Rohan lo que la hizo aceptar. Se repetía sin cesar que habría sido mejor escapar
entonces y no sucumbir ante sus encantos como tantas otras mujeres lo habían hecho.
No podía precisar en qué momento la impresionó, pero de lo que sí estaba
segura era de que había sido después de la noche que estuvo en su casa, con su
gentileza y sus ojos siempre fijos en ella, que hacían que todo lo que existía a su
alrededor perdiera importancia, excepto la presencia de Rohan.
Sylvia, al notar que ya no le dedicaba toda su atención, se puso furiosa, igual
que su madre; al parecer, no se lo habían demostrado a él, o si lo hicieron, Rohan no
formuló ningún comentario que dejara entrever su reacción.
Dominie parecía preocupada y quizás un poco culpable y no se había
envanecido por el interés que él le demostraba, más bien se hallaba confusa.
—Debes sentirte satisfecha —le sonrió Jake al día siguiente—. Por lo general
Rohan es cortés con las mujeres, pero distante.
—¿Qué me dices de Sylvia? —trataba de aclarar sus propios sentimientos—. Él
no se muestra muy distante con ella.
—En efecto, pensé que le había impresionado, pero nunca le vi tan interesado
por dos mujeres a la vez y para ser exacto, no había vuelto a ocurrir desde que, hace
cinco años, terminó con Nina, lo que Rohan menciona como un asunto de
conveniencia —añadió con ironía.
Ella dirigió la mirada hacia donde estaba Rohan y vio que se había marchado.
Respiró profundamente al sentir que cedía la opresión que embargaba su pecho.
¡Qué tonta había sido al aceptar la oferta de Jake sólo porque no podía soportar
el hecho de no volver a contemplar los ojos de Rohan! Sabía que ella le agradaba y
aunque no deseaba competir con la hermosa Sylvia, en sus pensamientos más
recónditos nacía la esperanza. Creía que le agradaba, de lo contrario, ¿cómo se
explicaba que tuviera tantas atenciones con ella?
—Tienes razón —la miró y de pronto pareció mayor de lo que era—. Hasta
donde puedo juzgar querida, no tienes ninguno.
—Todos tenemos y estoy segura de que tengo, por lo menos, una docena.
Él sonrió, movió la cabeza sin hacer ningún comentario y le pidió que
reconsiderara su negativa.
—No me sentiré a gusto si no vas, me he acostumbrado a tu compañía.
Ella se mordió los labios, era absurdo insistir en lo mismo, en especial porque sí
quería ir a la fiesta y ahora mucho más, que él parecía triste, o al menos
decepcionado.
—No puedo ir, no después de haberle dicho al señor De Arden que había
cambiado de parecer.
—¿Quieres ir? ——preguntó con ansiedad. Dominie asintió—. Entonces le
llamaré por teléfono.
—Pero... va a pensar que soy una tonta.
—¿No dijo él que era privilegio de la mujer cambiar de opinión? Pues has
cambiado de nuevo.
CAPÍTULO 5
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Dominie al ver que Rohan llegaba
después de aparcar el coche. Era un sábado al mediodía y habían quedado en el
Castillo de Barba Azul, cuando ella terminara sus compras. Jake había viajado a
Florida con los niños para visitar a su hermana, y consciente del rumbo que estaban
tomando las relaciones entre Dominie y Rohan, no insistió para que ella los
acompañara.
—¿Has acabado de hacer las compras? —le preguntó a la entrada del lujoso
hotel que en otros tiempos fue una fortaleza—. Por lo que pesan las bolsas, parece
como si hubieras terminado con las tiendas—. Cogió los paquetes para llevarlos al
coche.
—¡He gastado mucho! Es que hay demasiadas cosas bonitas que comprar —la
embargaba la felicidad, sus ojos brillaban y sus mejillas tenían un atractivo color.
Su cabello, que unas horas antes había sido peinado con esmero, estaba
alborotado por los vientos del Caribe, que soplaban proporcionando un ambiente de
frescura al clima tropical.
—¿Puedo acompañarte a guardar las bolsas?
—Por supuesto —le respondió con ternura.
Dominie al escucharle se estremeció ante el increíble cambio de actitud hacia
ella. La verdad es que no había mencionado la palabra amor, pero ya habían
transcurrido diez días desde la noche que la besó. A partir de ese momento, la había
visitado a diario en Sunset Lodge y dos veces habían salido a cenar.
La primera noche estuvieron en el Hotel Mil Ochocientos Veintinueve, donde
ella se sorprendió por la decoración y el mobiliario que databa de la época de la
colonia. En la antiquísima cocina habían acondicionado el bar; había también una
escalinata y diseminadas por todas partes gran cantidad de flores exóticas. En ese
lugar Do minie había probado la langosta a la parrilla, al estilo Indias Orientales.
La segunda ocasión que salieron, fueron al Hotel Playa del Caribe, desde cuyas
arenas doradas habían podido apreciar la maravillosa vista a la Bahía Lindbergh y
Punta Mosquito.
Cenaron y bailaron al compás de una orquesta típica del lugar y después
pasearon por los jardines tropicales, cogidos de la mano. Más tarde y bajo un cielo
estrellado, cruzaron la isla por el lado del Atlántico hasta llegar a Sunset Lodge en
donde antes de despedirse, habían estado muy juntos en la terraza, disfrutando de la
tranquilidad de la noche tropical.
—Eres tan adorable y... tan diferente —le había susurrado.
A Dominie le parecía imposible que en una ocasión hubiera pensado que ella se
asemejara a un ratón asustado.
Algunas veces recordaba a Sylvia, pero ahora le parecía tan poco importante,
como si fuera sólo una persona con la que Rohan había pasado un rato agradable.
Rohan la cogió del brazo para llevarla al Castillo, donde pidieron un delicioso
almuerzo.
—Volveremos a este lugar una noche y podremos bailar en el Salón de los
piratas —le prometió.
. ¿Es cierto que aquí vivió un pirata? —rió Dominie.
—Así es, nos encontramos ahora en terreno que perteneció a ellos. Barba Azul
vivió en la Torre, desde donde podía vigilar los galeones cargados con oro que
zarpaban del Nuevo Mundo hacia Europa. Barba Azul era un tipo excepcional, de
buena presencia y vigoroso, con una barba que por su tonalidad azulada resaltaba
sobre su rostro curtido, lo que dio el origen de su apodo. Se cuenta que podía beber
varios litros de ron sin que se le notara efecto alguno.
—¿Y qué le sucedió? ¿Le colgaron?
—Desapareció después de haber asesinado a su esposa con un machete.
—¡Qué tiempos! ¡Me parecen excitantes!
—Y peligrosos. Todos andaban detrás de los que tuvieran oro —Rohan se fijó
en una persona que se aproximaba a su mesa—. Me parece recordar su cara —
murmuró casi para sí.
—¿Me permiten tomar asiento? —preguntó y sin esperar respuesta acercó una
silla que estaba desocupada—. ¿No me recuerda, señor De Arden?
—Lo siento, pero... ¡Sí! Una vez coincidimos en casa de Jake. Sonrió mirando a
Dominie y se detuvo un momento antes de proseguir.
—No debí interrumpirlos —se disculpó, sin intención de levantarse—. Sí, nos
conocimos en casa de los Harris hace siete años. ¿Cómo están ellos?
Rohan hizo las debidas presentaciones y le comunicó que la señora Harris había
fallecido hacía unos meses.
—¿Murió? Pero, si era muy joven, tendría unos treinta y cuatro años.
—Esa era su edad más o menos. ¿Está usted de vacaciones señora?
—Sí, llegué hace una semana y me quedaré quince días más —se detuvo un
momento.
Dominie pudo apreciar las atractivas facciones de la desconocida, así como los
ojos y su cabello oscuro; estimó que tendría cuarenta y cinco años de edad aunque
aparentaba menos por su esbelta figura.
—¿Qué tal está Jake?, quiero decir, ¿le ha afectado mucho la muerte de su
esposa?
—No sabría decirle, señora Edgley —contestó con cierta frialdad.
Dominie le miró, preguntándose por qué no había mencionado que Jake y su
señora llevaban cinco años y medio separados; pronto se dio cuenta de que él
pertenecía a esa clase de personas que no hablan de la vida privada de sus amigos
con los demás.
—¿Vive todavía en Sunset Lodge?
—Cuando Susie te llamó tío, era natural que le preguntara a su padre si tenía
un hermano y él me explicó que eras un gran amigo.
No volvió a hablar y Dominie se reclinó en el asiento pensando en lo feliz que
era. A un lado del camino las bungavillas crecían bajo los árboles florecientes y hacia
el otro se podía ver el océano Atlántico con tonos azul oscuro, teniendo como fondo
las islas de San John y las Vírgenes Británicas. A lo largo de toda la carretera, se
distinguían las enormes mansiones de magnates norteamericanos, que se habían
establecido en Saint Thomas, escapando del bullicio de las grandes ciudades.
En este lugar se podía respirar la paz y el tiempo pasaba con lentitud,
acompañado del clima más agradable del mundo. Todas las villas estaban rodeadas
de exuberantes jardines, en los que las piscinas de diversas formas brillaban entre la
vegetación.
La entrada era un sueño, con rejas ornamentadas y luces en las columnas. Sólo
un pequeño detalle parecía incongruente con tanta maravilla y eran los viejos
buzones colgados de un poste de las rejas. Se podía pensar que a nadie le había
preocupado que tuvieran una mejor presentación.
—Llegamos a casa, cariño —la miró como sólo él sabía hacerlo y se sintió más
feliz que nunca.
Rohan dejó el coche delante la casa para que el chófer lo llevara al
aparcamiento.
—Me cuesta trabajo creer que esto no es un sueño —murmuró la joven más
para sí que para él.
Dominie estuvo hablando de su vida durante media hora, deteniéndose en
ocasiones para contestar a las preguntas que Rohan le hacía y, ahora que había
concluido, se quedó triste y pensativa al recordar a Jerry y desear que estuviera a su
lado disfrutando de la belleza de la isla. Rohan se inclinó hacia ella y la cogió de la
mano.
—Comprendo cómo te sientes —y un gesto de dureza se dibujó en sus labios
revelándole una faceta diferente a la que ella conocía y que tanto le había atraído del
hombre con quien se iba a casar.
—Yo también perdí a mi hermana en un accidente automovilístico. Es posible
que Jake te lo haya contado, ¿no es así?
—Sí —asintió—, creo que murió casi en la misma fecha que Jerry.
—Parece ser que el mismo día, aunque era tarde y había oscurecido. La mujer
que provocó el accidente estaba ebria y a pesar de que se detuvo un momento, se
alejó inmediatamente, lo que hizo imposible su identificación posterior.
—¡Ebria! —la joven movió la cabeza en señal de desaprobación—. Es un crimen
que la gente beba en exceso y conduzca; tal vez regresaba de alguna fiesta —hizo una
pausa para reflexionar en las preguntas que él le había hecho sobre Jerry y dudaba si
debía insistir respecto a su hermana.
—¿Te gustaría hablar de Alicia?
CAPÍTULO 6
Dominie tenía la intención de decirle a Jake que estaba prometida en cuanto
regresara de su viaje y pedirle que buscara otra persona que se hiciera cargo de los
niños, pero cuando llegó el momento, bastó ver sólo su rostro demacrado para
inquietarse.
—¿Te encuentras bien, Jake? ¿Has estado enfermo? —hasta los niños mostraban
ansiedad—. ¡Estás muy delgado!
—Tengo una infección causada por un virus. El médico que consulté quería
hospitalizarme, pero decidí regresar a casa. Es posible que se deba a algo que
comimos, pues a mi hermana también le afectó, aunque en menor grado —se
estremeció como si tuviera fiebre—. Desearía acostarme un rato, creo que con uno o
dos días de reposo mejoraré.
—Llamaré a tu médico. No te preocupes, descansa.
—Todavía no te he preguntado cómo te ha ido en mi ausencia —se disculpó—.
Supongo que tú y Rohan habréis salido algunas veces, ¿o me equivoco?
—No —respondió sin intención de prolongar la charla en ese momento—, y
ahora, a la cama. Regresaré más tarde para ver si quieres algo.
Cuando llamó al médico, aprovechó para comunicarse con su prometido, quien
no tardó ni diez minutos en llegar.
—¿Cómo se encuentra? ¿Es grave? —escudriñó su rostro—. Por teléfono
parecías preocupada.
—No lo sé, cariño, aparentemente está muy mal.
—Subiré a verle —giró para dirigirse hacia la puerta—. ¿Has avisado al
médico?
—Me informaron que había salido, pero en cuanto regrese le darán mi recado.
—No hay nada más que podamos hacer. Ojalá llegue pronto —apretó los labios
para relajarse.
—¡Tío Rohan! ¿Está muy enfermo mi papá? —preguntó Susie llorando.
—No llores, se va a poner bien; sé buena niña y no te preocupes —acarició sus
rubios cabellos y la abrazó un rato.
—No subiremos a su habitación a menos que tía Dominie nos dé permiso.
¿Verdad Geoffrey?
—No me gusta verle en la cama, quiero que se levante.
—Escúchame bien, Geoffrey. Entrarás cuando se te permita. ¿Entendido? —
ordenó firmemente.
El pequeño asintió de mala gana y Dominie con dulzura le pidió que fuera con
Susie al jardín.
—Supongo que tienes razón mi amor, aunque mis intenciones eran otras —se
acercó a ella para besarla—. Si fuera posible, mañana mismo me casaría contigo —
añadió con cariño.
Dominie no experimentó emoción alguna por sus palabras, no sólo por su
angustia respecto a la salud del entrañable amigo, sino porque recordaba el
presentimiento que había experimentado la otra tarde y que, sin motivo aparente, se
hacía más evidente por el hecho de tener que mantener en secreto sus relaciones. Era
como si una gran sombra, cruel y despiadada, la envolviera manteniéndola en la
oscuridad.
—¿Cómo le diremos a los niños que hay que internar a su padre? —cambió de
tema, no quería desilusionarse—. ¡Pobrecitos, van a sufrir mucho!
—Yo hablaré con ellos —se ofreció Rohan sin titubear y yendo hacia la ventana,
les hizo señas para que se acercaran.
Al momento corrieron y se sentaron uno a cada lado de su amigo; ella
consideró prudente alejarse mientras él los abrazaba y les hablaba con cariño.
Dos horas después se llevaron a Jake al hospital. Éste estaba situado a menos de
dos kilómetros de distancia de Sunset Lodge. Dominie estaba leyendo un cuento a
los niños cuando vio a la señora Edgley que se aproximaba por el camino que,
bifurcándose en ángulos rectos, conducía a aquella parte del jardín donde se
encontraba sentada.
—Me he atrevido a entrar porque oí su voz. ¿Está Jake en casa? Me agradaría
verlo, pero si está ocupado... —comentó nerviosa—. Si está trabajando, no quisiera
interrumpirlo. Recuerdo que su esposa decía que él siempre estaba en su despacho.
Desde la silla de jardín, donde estaba sentada, Dominie la miró turbada. Parecía
una persona segura de sí misma, pero presentía que en el fondo la dominaba el temor
de verse rechazada por el hombre que buscaba. Por otra parte, tuvo la impresión de
que había decidido visitarle porque estaba ansiosa por volver a verlo.
—Lo siento muchísimo, señora Edgley, pero acabamos de hospitalizarle hace
menos de dos horas. Parece que tiene una infección que el médico no ha podido
diagnosticar y que contrajo durante su estancia en Florida —comentó anticipándose a
sus preguntas.
—¿En el hospital? Y... ¿es grave? —titubeó a la vez que el color huía de sus
mejillas.
—No lo sabemos señora. Esta tarde debo llamar por teléfono para que me
informen —repuso, mostrando simpatía.
Recordó que había experimentado lo mismo cuando la conoció. ¿Amaba
todavía esta señora a Jake? Ahora que había enviudado, ¿conservaría la esperanza de
conquistarle? La respuesta era afirmativa, según advirtió, pues, a pesar de sus
esfuerzos, no pudo reprimir el temblor de sus labios.
—¿No tiene idea del tiempo que tendrá que permanecer internado? —como la
joven negó con la cabeza agregó:
—Tal vez habría sido mejor no haber venido, está escrito que no nos
encontremos —murmuró para sí—. Deseo que se recupere pronto, por el bien de los
chicos. Siento haberla importunado, señorita Worthing —agregó conmovida—. Por
favor, no le mencione que he venido a visitarlo. Buenas tardes.
—¡Señora Edgley! —la llamó rápidamente al notar que se alejaba y al oírla la
dama se volvió, con el rostro transfigurado, parecía más bien una jovencita que una
señora de edad—. ¿Puedo ofrecerle algo? No se niegue por favor. Solemos comer a la
una y es casi la hora, ¿sería tan amable de acompañarnos?
—Pero... —iba a decir algo cuando Dominie la interrumpió:
—No hay pero que valga —se levantó de su asiento—. En un momento
dispondré un lugar para usted en la mesa.
—Es muy gentil, pero... usted les estaba leyendo algo a los niños —y sus ojos se
alegraron mientras los contemplaba.
—Podemos seguir luego, ¿no es así, pequeños?
—¿Podrá seguir leyendo la señora mientras tú le avisas a Molly que comerá con
nosotros? —sugirió Susie.
—¿Y bien?... —la interrogó con la mirada a lo que ella aceptó encantada?
—¿Puedo sentarme en la misma silla?
—Por supuesto.
Dominie, se alejó con la sensación de una inexplicable tranquilidad interior, que
perduró durante el almuerzo. Comieron en el elegante comedor, por cuyos
ventanales principales podía apreciarse el paisaje. La vista de los exóticos jardines y
la piscina rodeada de palmeras, se admiraba desde las ventanas laterales.
—¡Es un lugar incomparable! —la voz de la señora la sustrajo de sus
reflexiones.
Se había preguntado por qué sentía esa tranquilidad de espíritu, pero ante la
interrupción se dio por vencida concediéndole toda su atención. Los niños, que
habían estado charlando entre ellos, decidieron de pronto tomar parte en la
conversación.
—¿Le gusta? A nosotros también, pero no siempre vivimos aquí. La mayor
parte del tiempo estuvimos en Inglaterra con mamá y sólo visitábamos a papá los
meses de julio y agosto —comentó Susie.
—¿Con su madre? —le dirigió una rápida mirada a Dominie, interrogándola.
Ella no sentía el deseo de entrar en detalles, después de todo, era una
desconocida. Susie, con su infantil falta de tacto y con su franqueza, pronto aclaró sus
dudas, informándola sobre la separación.
—¿Cuánto tiempo vivieron separados, señorita Worthing?
—Tengo entendido que cinco años y medio. Yo conocí a Jake en Navidad,
viajamos en el mismo crucero.
—Papá nos traía a vivir con él —interrumpió Geoffrey con la boca llena—. Tía
Dominie perdió el barco porque aceptó acompañarnos unas horas.
—Lo perdió porque nuestro coche se estropeó y papá le pidió a mi tío que la
llevara, pero cuando llegaron, el buque ya había zarpado —explicó Susie después de
advertir a su hermano que no debía hablar hasta que se hubiera tragado la comida.
—Nosotros nos pusimos muy contentos, ¿verdad Susie?
—Sí, porque no deseábamos que tía Dominie nos dejara.
—Regresé a Inglaterra —les recordó, aceptando que era demasiado tarde para
interrumpirlos, después que habían descrito con exactitud la situación conyugal de
sus padres.
—Pero volviste pronto y desde entonces cuidas de nosotros.
—¿Es así corno sucedió? —sonrió la dama y la joven asintió.
—La verdad es que nada me ataba a Inglaterra y como me encariñé con los
pequeños y ellos me aceptaron, accedí con agrado al ofrecimiento de su padre.
Recordó a Rohan y la forma en que se había sentido atraída hacia él, a partir del
disgusto que le había causado su conversación con Sylvia.
Era extraño, reflexionó, que al principio su novio la considerara un ratón
asustado, calificativo que aún la molestaba aunque, por supuesto, sabía que en aquel
momento, el único objetivo de Rohan, era la conquista de la hermosa Sylvia. Él no
podía ni imaginar que se enamoraría de ella, la muchacha de quien se burlaban y
suponían insignificante.
¡Sylvia!... ¡Cuántas veces se preguntaba cómo le sentaría el compromiso!
Dominie tenía la certeza de que la jovencita no le amaba, pero había deseado casarse
con él.
—¡Qué suerte tiene Jake de contar con usted en este momento! —exclamó a la
vez que oprimía la servilleta contra sus labios—. Debe ser una tarea muy agradable
cuidar a estos encantadores niños —continuó después de una pausa—. Siempre he
lamentado no haber tenido descendencia.
—Es reconfortante tener niños cerca de uno —estuvo de acuerdo—. ¿No va a
probar el postre? —aclaró señalando las deliciosas frutas al jerez, cubiertas con crema
batida.
—Me veo obligada a prescindir del dulce. Soy muy estricta en ese sentido, no
quiero engordar pues parecería mayor.
Al terminar el almuerzo, los niños fueron al jardín, donde pidió que les llevaran
el café.
—¿No deberían estar en la escuela? —preguntó tomando asiento en la cómoda
silla que le acercó la muchacha.
—Regresaron hoy y a pesar de que vinieron en el primer vuelo de Miami,
llegaron a la isla después de las nueve. Mañana ya irán a clase —colocó una mesita
de servicio cerca de su invitada y después se sentó.
—Pero me habías dicho que te gustaban sólo las pequeñas —insistió Susie—.
¿Verdad que te lo dije tía Dominie?
—Sí Susie, ya me lo habías dicho.
—¡Por Dios niña consentida, como andas divulgando mis secretos!
—¿Por qué no besas también a Geoffrey? —le preguntó la niña cuando la bajó
de sus hombros.
—No, a mí no; yo ya soy mayor para eso —gritó Geoffrey escondiéndose detrás
de su hermana.
—Muy bien, ahora id a jugar —les ordenó Rohan.
—La señora Edgley está en la casa. Llegó antes del almuerzo y le pedí que nos
acompañara —le explicó al tomar asiento—. ¡Me inspira tanta ternura, parece tan
sola! La invité a cenar y a que esperara hasta que me pudiera comunicar con el
hospital y preguntar si Jake está en condición de recibir visitas —continuó antes que
la interrumpiera.
—¿Y cómo sabes que él desea verla? —expresó Rohan.
—Pues... lo supuse —titubeó porque de alguna manera había sospechado su
disgusto—. ¿No te parece cariño, que sería maravilloso que, después de tantos años,
se encontraran de nuevo y se enamoraran? Sé que Erica no le ha olvidado.
—¡Cielo santo, Dominie! —la miró asombrado—. ¿No piensas que te estás
adelantando demasiado a los acontecimientos? Supongo que en su juventud tuvo
varias admiradoras; aún es atractivo y no dudo que haya dejado algunos corazones
rotos, ¿no se te ha ocurrido que quizá no se acuerde de ella?
—¿No confías en mi intuición?
—No, mi peligrosa casamentera —sus ojos brillaban divertidos—. Y ahora,
borra de tu carita esa expresión de enfado y obséquiale a tu amo y señor la mejor de
tus sonrisas.
El enfado había desaparecido con sus palabras y trató de sonreír, pero al mismo
tiempo levantó la barbilla para recordarle que aún no era su amo y señor.
—¡Ni cuando ya estemos casados! Me propongo mantener mi propio criterio.
Nunca seré una dócil y abnegada esposa.
—¡Ajá! ¡Mostrando ya rebeldía! ¿Cómo te someteré, por la fuerza o por amor?
—frunció el ceño.
—Estaba bromeando —sonrió alarmada.
—¿Tienes miedo? Lo mejor será someterte por amor, así sabrás quién es el amo.
—Erica... la señora Edgley, a pesar de lo que opinas, intuyo que a Jake le
agradará volver a verla. ¡Es tan dulce! —su voz se oyó apagada.
Dominie vio cómo Rohan se acercaba a ella y sintió el contacto de sus labios
como la suave caricia de una brisa de verano, y se olvidó de todo; parecía como si la
poseyera en cuerpo y alma, por la pasión y fuerza que acompañaban sus besos.
—¡Por favor! —suplicó tratando de liberarse de su abrazo.
CAPÍTULO 7
Cuando Dominie llamó por teléfono al hospital, tuvo que conformarse con la
evasiva de la enfermera que le informó que el estado del señor Harris era estable y
que, por el momento, las visitas estaban prohibidas, lo que le causó una gran
desilusión.
—Estoy convencida de que no será posible verle. ¡Me hubiera gustado tanto
hablar con él! —comentó Erica resignada, mientras observaba a Rohan que se
despedía de la joven con un beso, deseándole las buenas noches.
—Me siento más tranquila al saber que su salud no ha empeorado.
—Por supuesto que tendrá oportunidad de verle —la consoló tratando de
disimular la indiferencia de su novio.
Sabía que a él no le agradaban las mujeres que asediaban a los hombres, de
acuerdo con las leyes naturales, era el varón quien debía cortejar.
—Por favor, vuelva cuando lo desee. Me agradaría pedirle que se quedara, pero
en ausencia del dueño de la casa, no puedo tomarme tales atribuciones —una mirada
le bastó para apreciar el gesto de sorpresa de su prometido.
¡Cómo pretendía que Erica permaneciera en Sunset Lodge, cuando su
propietario ni siquiera estaba enterado!
—Eres muy generosa conmigo. Pero tienes razón, lo apropiado sería pedirle
autorización a Jake. Sin embargo, agradezco tu bondad y vendré a visitarte a
menudo, como sabes, me siento muy sola y quisiera disfrutar de tu compañía, si no
hay inconveniente —miró de reojo el rostro impasible de Rohan y nerviosa, recogió
su bolso del tresillo que había ocupado—. Buenas noches, te llamaré mañana por la
tarde —parecía intranquila y poco segura de sí misma.
—No es necesario que llame, tanto los niños, como yo, estaremos encantados de
que nos acompañe a comer —la invitó, sin pensarlo.
—Acepto encantada —y se dirigió hacia la puerta de entrada—. Tengo la
impresión de que al señor De Arden, no le agrada mi presencia —le confesó casi en
secreto y, antes de que ella respondiera, agregó—: ¿Es tu novio?
—No Erica, somos buenos amigos. El y Jake se conocen desde hace mucho
tiempo, son vecinos y se visitan con frecuencia, por eso Rohan está tan preocupado
por su salud —sus pensamientos se concentraron en la posibilidad de lograr el
encuentro entre Erica y Jake.
Al llegar a la puerta se despidieron sin agregar comentario alguno. Dominie
esperó hasta que la dama desapareció de su vista antes de regresar a la sala, donde el
joven permanecía de pie junto a la ventana, con expresión adusta. Sabía que iba a
reprenderla y trató de evitarlo, preguntándole por la esposa de su protector.
—¿Fue una buena madre? —insistió después de saber que Doreen había sido
una persona agradable, de ojos color marrón y cabello castaño.
—Es lo más probable, Jake nunca se quejó de la forma en que trataba a los
niños, parecían una pareja feliz y... —se interrumpió endureciendo su expresión——.
¿Quieres obligarme a reconocer que Doreen no fue una madre comprensiva y que la
señora Edgley sí lo hubiera sido? Pues bien, como él nunca me ha hecho confidencias
tan íntimas y personales, no lo sé.
Ante sus palabras, Dominie se sintió abatida, lo que menos deseaba era
decepcionarle y que la considerara una entrometida.
—¿Estás enfadado conmigo? —le interrogó, incapaz de soportar durante más
tiempo el silencio entre ambos.
—Me sorprende que te metas en asuntos que no son de tu incumbencia y te
repito, no me agradan las mujeres que pretenden conquistar a los hombres, y no sería
difícil pensar que la única culpable de que nuestro amigo no se haya fijado en la
señora Edgley, sea ella misma.
—Eres muy duro juzgándola, cariño —no tuvo más remedio que confesarle que
había tenido ante ella el rostro abatido de Erica—. Cuando una mujer se enamora, no
suele actuar de forma sensata; además, tengo la certeza de que lo que Erica siente por
nuestro amigo, es amor, si no, hace tiempo que ese sentimiento habría muerto.
—Olvidas que tu protector es millonario —respondió hiriente.
—¡A Erica lo que menos le interesa es su dinero!
—Lamento que nuestras opiniones difieran.
—Ella cuenta con los recursos necesarios.
—Que son nada, en comparación de los de él.
Dominie se sintió incómoda y molesta. Era evidente que el hombre con el que se
iba a casar, tenía muchas facetas que ella desconocía y por la firmeza y rigidez de sus
rasgos y su voz, se preguntaba en cuántas ocasiones más se herirían uno al otro,
como lo estaban haciendo en ese momento.
—Deseo retirarme a descansar —repentinamente sintió la necesidad de estar
sola, antes de empezar a llorar delante de él—, si no te importa.
Rohan De Arden la miró y pudo apreciar el leve temblor de sus labios y
experimentó una súbita transformación. Se borró la dureza de sus labios, su mirada
se suavizó y el tono fue gentil al confesar:
—Mi amor, no debemos discutir por esa mujer. Ella se irá dentro de una
semana y lo más seguro es que no volvamos a verla. No llores, pequeña, no debes
hacerlo.
Cruzó la habitación para abrazarla.
—Te quiero por tu empeño en favor de la señora Edgley, pero prefiero que
olvides tu papel de Cupido y me dediques más tiempo.
Su boca buscó la de ella y su beso fue desvaneciendo el disgusto de Dominie.
Cuando momentos después, él con su pañuelo secaba sus lágrimas, ella le sonrió,
enamorada.
de tener coche —se detuvo a acariciar con suavidad las hermosas orquídeas que se
deslizaban como una cascada sobre el muro y cuyos pétalos de tonalidad rosa
brillante, lanzaban destellos al alumbrarlos los rayos solares.
Un colibrí se acercó volando hacia Erica y ella observó su vuelo.
—A veces parece que el tiempo se detiene —continuó dejando vagar su mirada
hacia el pequeño pajarillo que se alejaba y se posaba en otra flor—, y la vida empieza
a pesarnos. He llegado a sentir que llevo una existencia vacía —miró de reojo a
Dominie, a la vez que iniciaban de nuevo el paseo, siguiendo por el camino arbolado
que conducía a la piscina—. Debes considerarte afortunada de haber encontrado un
lugar como éste; espero que cuando regrese a casa, tal vez pueda yo también
encontrar algo parecido.
La chica frunció el ceño inconforme por la situación de Erica, que tenía tanto
que dar y no obstante debía continuar sola. Intuía que ella era la persona indicada
para hacer feliz a Jake. De pronto, recordó las palabras de Rohan, «ella no debía
meterse en asuntos que no eran de su incumbencia». No debía seguir pensando en lo
mismo, se repetía con obstinación.
—Mañana van a permitir las visitas al hospital —le informó a Erica, después de
llamar para preguntar por el estado de su enfermo—. Ha ido recuperándose poco a
poco y ya tienen un diagnóstico; intoxicación por alimentos, sólo que hay algunas
personas a las que les afecta más seriamente. Me informaron que durante varias
horas había presentado un cuadro crítico, lo que me tenía. ¿Le gustaría visitarle?
—Yo... yo —titubeó—. Tal vez no deba...
—Por supuesto que debe —le dijo Dominie con tono persuasivo—. É1 estará
encantado de volver a verla.
—¡Casi han pasado siete años desde la última vez que nos vimos!
—Comeremos juntas y después iremos a visitarle.
—¿Todos?
—El señor De Arden nos llevará en su coche.
—¿Te importaría mucho que fuera con nosotros? —se oyó cómo contenía la
respiración antes de contestar.
—Te pedí que no interfirieras en este asunto. En momentos como éste, Jake no
debe ser importunado por extraños. La señora no vendrá con nosotros, ¿entendido?
—Y yo te digo —empezó a hablar casi llorando—, que no puedo llamarla ahora
y decirle que no irá.
—¡Entonces lo haré yo! ¿Cuál es su número?
—¡No te atreverás! —fue la obstinada respuesta, que la sorprendió tanto como a
él.
—¡Llegaré dentro de quince minutos! —colgó furioso.
Dominie jamás se imaginó verle tan enfadado como cuando llegó al salón
donde le esperaba. La miraba colérico, apretando los labios y frunciendo el ceño.
—Trata de comprender, mi vida —le pidió, sintiendo que palidecía—, no puedo
hablarle para decirle que...
—No tenías ningún derecho a prometerle semejante cosa —pronunció con voz
áspera dando algunos pasos hacia ella—. Él es mi amigo y no voy a molestarle con
una cazafortunas como ella. ¡Está enfermo, realmente enfermo! ¿No puedes
entenderlo?
—Quizá no debí precipitarme —replicó tratando que su voz se oyera firme—,
pero es demasiado tarde para remediarlo. Y... en cuanto a lo que dijiste de ella, fuiste
injusto, Erica sí ama a Jake.
—Si le amara como dices, sabría que no es el momento oportuno para visitarle
—añadió—. De cualquier forma, él no la ama, entonces ¿qué es lo que busca? ¡Por el
amor de Dios!
—Ya sé que puede parecerte absurdo —empezó a llorar—, pero eres incapaz de
entender lo que una mujer aprecia... —se interrumpió al oír que sonaba el teléfono y
antes de que pudiera moverse, contestó él en tono cortés pero helado.
—¿Señora Edgley? Sí, sí está pero... ¿hay algo que yo pueda hacer por usted?
Dominie se acercó tratando de tranquilizarse; respiró profundamente antes de
coger el auricular y contestar. Su prometido estaba en la misma habitación y podía
escuchar lo que iba a decir.
—¿Erica, sucede algo malo?
—Le estaba comentando al señor De Arden que he cambiado de opinión. Pienso
que no es el momento oportuno para visitar a Jake, después de todo, casi soy una
extraña para él. ¡Han pasado tantos años! —se detuvo un momento y los ojos de
Dominie se llenaron de lágrimas—. Supongo que nos hemos apresurado un poco —
continuó—. Las dos esperábamos ansiosas ese encuentro, pero por ahora lo mejor
será que tenga cerca a sus amigos más queridos y a sus hijos.
Cuando la dama terminó de hablar, la muchacha sintió un gran alivio.
—Prometió venir a comer —le recordó——, y no le permitiré que rompa su
promesa. Estando aquí decidirá si me espera a que regrese o prefiere volver al hotel.
—Eres muy amable, querida, pero debo rehusar. Recuerda que pronto dejaré
Saint Thomas y tengo que ver algunos lugares de interés por si no vuelvo.
—Pero...
—Gracias por todo, has sido muy cariñosa conmigo.
—Erica, espere... colgó —dijo y extendió el auricular para que Rohan lo colocara
en su lugar—. No lo entiendes, está tan sola.
—Lo siento mucho, cariño. Ahora me doy cuenta de lo injusto que he sido con
ella —murmuró apesadumbrado, pero sus palabras no pudieron evitar que se
sintiera infeliz.
Dominie se creía culpable de haber provocado la desilusión de su amiga.
—Reconozco que me equivoqué, pero no en lo que tú afirmas —le miró a los
ojos—. Hice mal en alentarla a concebir esperanzas. ¿Me comprendes ahora?
—Sí, mi amor.
—Y no puedo hacer nada por ella —lloró desesperadamente apoyando la
cabeza en su hombro, mientras él la abrazaba comprensivo—. Me la imagino sola en
su habitación, lamentando haber regresado a Saint Thomas. ¿Por qué no quiere venir
mañana? ¿Por qué? —sollozó.
—Cariño, no llores —la abrazó tratando de mitigar su pena.
A Dominie le preocupaba la soledad de Erica.
—Si pudiera convencerla para que viniera a casa, sé que se sentiría mejor —se
separó un poco mirándole.
—¿Crees que ayudaría que yo la llamara? —sus labios acariciaron sus pálidas
mejillas.
—¿Lo harías, Rohan? ¿Serías capaz? —preguntó sorprendida.
—Primero, déjame servirte algo de beber.
Se la llevó abrazada a la sala donde después de beber algunos sorbos de lo que
le ofreció, la ayudó a sentarse en un sillón de respaldo alto para que estuviera
cómoda. Después llamó a Erica.
—¿Va a venir? —la pregunta apenas si se oyó por la emoción contenida.
—Al principio se negó, pero he logrado persuadirla. Perdóname por haber sido
tan testarudo. Estoy muy arrepentido, pero es que me preocupa tanto la salud de
Jake, que me olvidé de todo. Sé que no hay excusa para mi comportamiento, por
favor, perdóname.
Su humildad actual era tan opuesta a su innata superioridad y arrogancia
características, que Dominie ni siquiera le dio importancia.
—No hay nada que justificar. Reconozco que fui culpable al tratar de acercarlos,
si como tú aseguras, Jake no la ama.
—Pero hay algo que debes perdonarme. He sido un bruto y no me extrañaría
que pensaras abandonarme...
Diez días después, regresó por fin el dueño de la casa, pálido y demacrado,
pero no cambiado por la enfermedad. Los niños estaban tan contentos de tener a su
padre en Sunset Lodge, que saltaban alegres a su alrededor e insistían en invitarle a
jugar tenis, nadar o llevarle de paseo en coche, pero, como el médico había prescrito
un mes de reposo absoluto, Dominie y Rohan los llevaron a pasear, en algunas
ocasiones a Charlotte Amalie y otras a la playa donde jugaban con la pelota, nadaban
o se tumbaban en las arenas plateadas a disfrutar del sol.
Una tarde de domingo, cuando Jake descansaba en un sillón reclinable a la
sombra de la frondosa bungavilla, Susie mencionó a Erica, quien había tenido que
abandonar la isla. Asombrado, Jake miró con curiosidad a Dominie.
—¿La señora Edgley? ¿Os referís a Erica Edgley? —y como respondió
asintiendo, agregó—: ¿Ha estado aquí?
—Rohan y yo la encontramos en una ocasión que salimos a comer. Nos contó
que estaba de vacaciones y que le agradaría volver a verte —se detuvo al recordar
que había preguntado también por su esposa Doreen—. Se sorprendió al saber que
habías enviudado.
—Mi esposa era tan joven cuando murió que debe haberle causado asombro. ¿Y
dices que vino a verme?
—Sí y se preocupó mucho al enterarse de tu enfermedad —trataba de ver
alguna expresión en su rostro, pero no encontró nada—. Parecía tan solitaria, que la
invité en varias ocasiones a comer. Espero que no te moleste.
—Por supuesto que no —se hizo un breve silencio—. Me hubiera gustado
volver a verla; deben haber pasado unos siete u ocho años desde que nos visitó. En
esa ocasión también disfrutaba de unas vacaciones y como se enteró que residíamos
en la isla, decidió sorprendernos con su llegada —finalizó pensativo.
CAPÍTULO 8
¿Por qué tenía ese extraño presentimiento? ¿Cómo se explicaba Dominie la
incertidumbre que sentía en cuanto a su futuro con Rohan? Si tenía plena confianza
en él y sabía que ambos se amaban con la misma intensidad, entonces, ¿en qué
basaba sus dudas?, ¿qué la impulsaba a desconfiar de la solidez de la unión con su
prometido?
Cada día que pasaba, su obsesión aumentaba y le era más difícil disimular su
estado de ánimo tan deprimido, ya que a menudo él le preguntaba con ansiedad
sobre el motivo de su preocupación.
—No es nada, cariño —sonreía fingiendo y tratando de rechazar los negros
presagios.
Un día su angustia aumentó cuando Rohan le informó que la familia Fortescue
estaba en Saint Thomas y se hospedaría en Windward Crest. Entonces ya no pudo
callar más la pesadilla por la que estaba pasando, y al insistir él en conocer el motivo
de su tristeza, le confesó:
—Algunas veces me asalta la terrible idea de que tú y yo nunca nos casaremos.
—¿Qué dices, niña tonta? —preguntó incrédulo—. ¡Me gustaría saber quién se
atrevería a impedirlo!
Al oír la afirmación en tono tan convincente, se acercó a él, en aquel maravilloso
rincón del jardín por donde tantas veces habían pasado.
Tratando de distraerla, él hablaba de las flores y le sugería cuáles añadir cuando
fuera la señora De Arden, mientras la joven permanecía perdida entre sus brazos y
sus labios buscaban los de ella.
—¿No te he repetido hasta la saciedad lo mucho que te quiero? —insistió
manteniéndola a su lado—. Sabes que aborrezco esta espera —le recordó como en
otras ocasiones.
¿Cómo podía explicarle que no era la espera lo que ella temía? Lo que más la
atormentaba era no saber cuál era el origen de su intranquilidad.
—¡Te quiero tanto! —susurró cerca de sus labios temblando de emoción—. Te
prometo no volver a dudar.
—Tendré que ser más estricto contigo y tirar de esas orejitas cuando no te
comportes como yo quisiera.
—Haré todo lo que me pidas —le juró con una sonrisa que parecía sincera y
espontánea.
Los ojos de él brillaron con picardía durante un momento y en sus labios
apareció un gesto divertido.
—¿Estás segura que todo? Mira que me estás tentando.
—¡Rohan, eres incorregible! —afirmó ruborizándose.
—Así está mejor. Conserva siempre en tus bonitos ojos esa maravillosa chispa
de felicidad.
Dominie se lo prometió y durante dos días intentó alejar sus dudas y temores y
se dedicó a vivir su felicidad a plenitud. Después de todo, faltaba muy poco para
lucir el anillo de compromiso que su amado le había regalado y cuando Jake
estuviera restablecido, podrían buscar una sirvienta y fijar la fecha de la boda.
Mientras tanto y sin que ella lo supiera, Jake invitó a comer a los Fortescue y a su
amigo.
A pesar de que Rohan había decidido ser sólo cortés con Sylvia, Dominie sentía
que su rival actuaba como si él fuera de su propiedad. ¿Cómo se comportaría ella en
Windward Crest? Ya llevaba una semana en la isla y la joven enamorada sentía celos.
¿Era Rohan tan indiferente con Sylvia en su casa, como aparentaba delante de
ella? Si así fuera, ¿por qué parecía como si ella tuviera algún derecho sobre él? En la
mesa, se sentó a su lado y Dominie tuvo que presenciar cómo coqueteaba con él, y
cómo se le acercaba para hacerle algún comentario que provocaba la sonrisa del
joven y su aprobación.
—¿Me puedes servir más pollo, Jake? —preguntó melosa—. Vaya, Rohan, no
frunzas el ceño. Me reprendes porque como demasiado, pero cariño, cuando se
tienen veintiún años no es necesario cuidarse, eso déjalo para las personas que están
cerca de los treinta —observó de reojo a Dominie, esperando que él compartiera su
jocoso comentario.
Dominie cogió la servilleta para llevársela a los labios y ocultar su disgusto, mas
no se dio por aludida porque ése no era su caso. No obstante, estaba segura de que
Sylvia quería hacer notar la diferencia de edades que existía entre ambas.
Al levantar la vista, se encontró con la mirada de Rohan, quien le sonreía con
cariño, sin tener en cuenta las mordaces palabras de la invitada y considerando que
su amada podría sentirse molesta, deseaba estar a solas con ella y devolverle la
tranquilidad.
Pero Dominie era una mujer con sentimientos y estaba enamorada; en esas
circunstancias, era presa fácil de los celos y el enfado que se hicieron evidentes en su
rostro, por lo que decidió que era mejor mantener la mirada fija en el plato y no darle
a Sylvia el gusto de saber que había logrado su objetivo, enfadarla. Se mordió los
labios temiendo no poder contener las lágrimas.
—Sylvia, ¿no deseas un panecillo? —ofreció él con ese tono de tolerancia que
adoptaba con ella.
—¡Oh, Rohan tú siempre tan amable! ¡Qué bien conoces mis gustos!
¡Niña tonta! ¡Cómo deseaba encontrar un pretexto para abandonar la mesa!,
pensó acongojada Dominie.
—¿Puedo servirte algo? —quiso saber el anfitrión—. Parece que hoy no tienes
apetito, Dominie.
—Un poco más de pollo, por favor —le pasó el plato, evitando mirar hacia
donde estaba Rohan y por el ruido que hizo al dejar los cubiertos y contener la
respiración, pudo adivinar que estaba furioso.
Retrocedió con furia y decidió que era mejor alejarse antes que ceder a sus
impulsos. Cuando los demás entraron en la casa, ella estaba en su habitación
tratando de calmar sus nervios.
De pronto pensó en Rohan y pareció como si una luz la iluminara. Seguramente
él había elegido esa hora de la mañana para llamar, con la esperanza de que fuera
ella la que contestara, puesto que Jake no solía despertarse temprano y los niños se
habrían marchado a la escuela.
Ese día, Jake se despertó antes y cogió el teléfono y a Rohan no le pareció
prudente preguntar por ella para evitar sospechas, convencido de que le iba a
comentar su partida.
¡Qué mal se iba a sentir cuando ella le confiara el calvario que había tenido que
soportar por su supuesto olvido! Decidió no aclarar nada, no quería causarle
remordimientos.
Se acercó al espejo, y cogió un cepillo para arreglarse el cabello despeinado por
la brisa. Se miró y le sorprendió el cambio que se había producido en su aspecto,
ahora no estaba ya tan apesadumbrada.
¿Cuánto tiempo duraría el viaje? Tal vez, hasta podría enviarle una carta. Al
pensar en su carta, le vino a la memoria la que había recibido de Erica ese mismo día,
y abrió el cajón de su tocador, y la cogió para leerla.
«¿Cómo está Jake? No sabes la alegría que me dio recibir tu carta en la que me
informas que se ha ido recuperando. He pensado mucho en él en estos últimos días,
más que cuando Doreen vivía, pero el recuerdo hace mucho daño, Dominie. Tú sabes
que yo no tenía la menor idea de su divorcio y evitaba pensar en él ya que no podía
olvidar a su esposa. Me hubiera gustado mucho verle de nuevo y comprobar si había
cambiado en estos siete años. Tal vez pronto pueda hacer otro viaje a la isla. Supe por
tu carta que está enterado de mis visitas a su casa. Por favor, salúdale de mi parte y
tú recibe mi cariño y agradecimiento».
Dominie dobló con cuidado las hojas y las guardó de nuevo en el cajón como lo
hiciera la primera vez. A petición de Erica, había saludado a Jake en su nombre, pero
su único comentario fue que había sido muy amable de su parte al interesarse por su
salud.
Decidió unirse con los demás y cuando entró en la sala sintió la mirada de su
amigo llena de inquietud, a la que respondió con una sonrisa, indicándole que todo
iba bien; el matrimonio Fortescue demostró desconcierto y en los ojos de Sylvia
parecía brillar el triunfo. ¿De qué estaba tan satisfecha?, se preguntó, y desechando
este pensamiento sin importancia se concentró en la llegada de Rohan.
Se acercó al señor Fortescue en un momento en que su esposa y su hija
charlaban con Jake, con el propósito de averiguar cuando regresaría Rohan, pero
Sylvia era muy perspicaz y se dio cuenta de su movimiento; sin embargo, no podía
evitar que su padre respondiera. Lo cierto era que Sylvia quería investigar qué
interés tenía Dominie en el joven y cuando se enterara, la que iba a sonreír
triunfalmente sería ella. Después de todo era un ser humano como los demás.
—Me sentía deprimida y triste —aclaró a Jake cuando los Fortescue se fueron y
él le preguntó cuál era el motivo cíe sus lágrimas—, pero ya estoy mucho mejor.
—¿Estás segura? No eres una de esas muchachas que llora por nada —la miró
ansioso.
—Supongo que me sentía nostálgica —le confesó sin encontrar otra excusa.
—¿Pensabas en Jerry? —continuó inclinándose en la silla preocupado.
—No... exactamente —trataba de no mentirle.
Jake consideró este pequeño titubeo como aceptación de su parte.
—¡Demos un paseo! —la invitó—. Cámbiate de vestido y vayamos a bailar.
—Pero... es muy tarde.
—No admito negativas.
—Es que alguno de los niños podría despertar.
—No te preocupes, le pediremos a Molly que esté pendiente de ellos mientras
estamos fuera.
—Tal vez no sea conveniente para tu salud.
—Ya me has cuidado demasiado. Una hora de esparcimiento me sentará bien.
Jake la llevó a la Isla Virgen, bailaron, escucharon a la orquesta de percusión y
presenciaron el número de los bailarines que actuaban con antorchas en la boca,
iluminando el lugar por donde pasaban.
—Bien, Dominie ¿he logrado alejar tus tristes pensamientos? —quiso saber
cuando regresaban a medianoche.
—Has sido tan gentil —recordó en ese momento a Erica—. ¡Tan comprensivo!
—se preguntaba si echaría de menos a su esposa; tal vez ella nunca le había
considerado gentil, o al menos no le habría gustado que fuera así con ella.
—Es muy grato oírte, querida.
—¿Alguna vez... te has sentido solo? —pareció dudar, pero él no pareció
importarle que fuera una pregunta muy personal.
—Por supuesto que sí, aunque era peor cuando los niños vivían en Inglaterra.
Suelo ir a Florida a visitar a mi hermana y ella me corresponde algunas veces; aparte
de su compañía, no tengo a nadie más.
—¿Y nunca has pensado en volver a contraer matrimonio? —indagó
comprensiva.
—Doreen falleció hace poco tiempo.
—Pero estabais separados. Tú nunca quisiste divorciarte, tal vez no deba
entrometerme, ¿me disculpas?
—No hay nada que disculpar y si mucho que agradecer, te preocupas por mí;
además, tienes razón, pasó mucho tiempo para que yo me resignara con la
separación. Siempre albergué la esperanza de reconciliarme con ella.
—Y si... encontraras a otra persona, ¿no pensarías en casarte de nuevo?
CAPÍTULO 9
Jake se paseaba nervioso, recorriendo una y otra vez la sala de estar.
—¡No puedes abandonarle! Me niego a quedarme con los brazos cruzados y
permitir que estropees la vida de vosotros dos —pronunció las últimas palabras con
tal fuerza, que Dominie se sobresaltó, ya que, hasta la fecha, sólo había conocido la
faceta gentil y considerada de su protector.
—Deberías retirarte a descansar. Son más de las dos de la mañana y puede
hacerte daño —agregó ocultando de nuevo el rostro entre sus manos.
Se sentía agotada, pero había tomado una decisión y nada la haría cambiar. De
pronto volvió a temblar sin control, estremecida por el continuo dolor que la
aquejaba.
—Puedes casarte con él sin decirle nada —casi le gritó—. ¿Cómo iba a enterarse
de que fuiste tú?
—Todos estaríamos involucrados en el problema y yo no podría soportar el
peso de esta carga durante el resto de mi vida; además, entre una pareja no debe
haber secretos.
Jake suspiró profundamente y se acercó a ella, después de un momento de
silencio.
—Aseguras que no podrías casarte sin confesarle la verdad; sin embargo, no
estás dispuesta a que conozca la historia completa. ¿Por qué no? ¿Qué mal puede
haber en que tú le expliques lo sucedido? ¿Por qué no le das la oportunidad de que
sea él quien decida si habrá o no boda?
—Porque no soportaría que él estuviera enterado de que fui yo la responsable
de la muerte de su hermana. Tengo que alejarme de él cuanto antes.
—¡Le estás crucificando! Ya le dejaron una vez plantado sin explicación.
—No será lo mismo, sabes bien que aún no habíamos formalizado nuestro
compromiso.
—Tienes demasiados argumentos —le reprochó con dulzura—. Si no hubiera
abierto ese álbum —continuó con la mirada fija en él—, o si al menos ese pasaje
nunca hubiera vuelto a tu memoria.
—Tarde o temprano habría ocurrido, ya lo sabía.
—Cuando estuvierais casados, no ahora.
Dominie se movió, como queriendo alejar el dolor que la embargaba y que se
estaba convirtiendo en una agonía.
—Es lo mejor. Por lo menos me queda el consuelo de saber que él no me
despreciará por haberlo separado de su querida hermana.
—Te odiará por haberlo abandonado.
—Tienes razón, mas... ese sentimiento no nos dañará tanto como el que nacería
en su corazón al saber que fui yo la que cortó de un tajo las ilusiones de Alicia.
Jake tomó asiento frente a ella y cogiéndole las manos suplicó:
—Chiquilla, por el amor de Dios razona y trata de comprender. Sé que Rohan
entenderá si le explicas que tú conducías en un estado de conmoción, después de
haberte enterado de la muerte de tu hermano, que no estabas en condiciones de
actuar o pensar de forma normal. Tiene que aceptarlo.
—Tal vez lo intentaría, porque sé que me ama con sinceridad y desea casarse
conmigo, pero... ¿y el futuro? ¿Qué ocurrirá en el cumpleaños de Alicia, en la fecha
de su muerte y en cada uno de sus recuerdos que surgirán sin que podamos evitarlo?
Es entonces cuando él empezaría a odiarme, Jake —sollozó amargamente sintiendo
cómo sus uñas se clavaban en las palmas de sus manos haciéndole daño—. No
podría soportarlo. La decisión que he tomado es la mejor para ambos. Tienes razón al
opinar que en ese momento no debí conducir, por lo tanto, mi inconsciencia fue un
crimen.
—¡Tonterías! Precisamente porque no eras consciente de tu situación te
arriesgaste a conducir, si no, no lo hubieras hecho. Además, tú no eres culpable, era
obligación del personal del depósito darse cuenta de tu estado de ánimo y brindarse
a llevarte a casa. Fue un crimen por su parte no detenerte.
—¡Yo soy la única culpable!
—¡No lo permitiré! ¡Yo informaré de todo a Rohan!
—No lo harás, me lo prometiste.
—Sí, pero me hiciste jurar sobre algo que ignoraba. No me considero capaz de
guardar un secreto de tal naturaleza y menos aún después de conocer tu decisión.
—Si rompes tu palabra, jamás volveré a dirigirte la mía —le previno usando un
tono amable—. Es mi deseo que Rohan no se entere nunca de que fui yo quien mató a
su hermana.
—¡Deja ya de culparte! ¡Tú no la mataste!
—Entonces, ¿quién lo hizo? —le interrogó sin expresión en el rostro.
¡Qué ironía, que de todas las personas, fuera ella la responsable directa de la
muerte de tan dulce criatura! ¡Destino implacable!
—Rohan comprenderá —repetía él con insistencia sin encontrar eco en los
pensamientos de la joven.
Durante un momento ella le agradeció su interés reflejado en su amable rostro,
pero sabía que era inútil.
—No le daré la oportunidad de juzgarme. Créeme Jake, yo tengo razón. El no
debe saber nada de esto. Ahora eres tú el que me preocupa, has estado muy delicado
—le recordó al ver lo cansado que parecía, pero él la interrumpió con un movimiento
de la mano.
Era la imagen del desconsuelo, reflejo del dolor que sentía su corazón, que
amenazaba con partirse en mil pedazos.
Desde donde estaba, pudo ver el instante en que llegó el coche. Se imaginaba lo
ansioso que estaría por verla, lo cual aumentaba su angustia. Temblando y con el
rostro muy pálido, se alejó hacia el cenador, asegurándose primero de que él la había
visto y de que la seguiría en cuanto hubiera aparcado el coche.
—Dominie... pequeña —le dijo al mismo tiempo que extendía sus brazos
tratando de abrazarla—. Siento haberte molestado con mi actitud... —ella tuvo que
recurrir a su fuerza de voluntad para no correr y refugiarse en él, el único hombre al
que no debería haber amado. Se estaba disculpando y ella, en el fondo de su corazón
ansiaba decirle que no había motivo para ello, en cambio utilizó su error para lograr
sus propósitos.
—Es lo menos que podías haber hecho, no creas que tu conducta ha sido muy
acertada que digamos. Ni siquiera tuviste la gentileza de llamar para avisarme de tu
ausencia ——se detuvo al notar que él dejaba caer los brazos y su rostro palidecía sin
comprender lo que estaba oyendo.
—Si me tratas de esa manera ahora, ¿qué será de nosotros cuando estemos
casados?
—No estoy dispuesta a correr el riesgo —admitió con desdén—. ¡Hemos
terminado! Aquí está tu anillo —lo extendió sin atreverse a mirarlo a la cara.
—¿Estás bien? ¿Eres responsable de tus actos? —casi no podía articular palabra,
la miró sorprendido y su arrogancia cedió el paso al desconcierto.
Dominie sabía que no podía seguir fingiendo durante mucho tiempo más, su
nerviosismo contenido amenazaba con deshacerse en llanto y palabras de amor hacia
quien estaba hiriendo. No sabía de dónde sacaba fuerzas para no abrazarle. Cerró la
mano ocultando el anillo que él no había hecho el intento de recuperar.
Dio un paso casi imperceptible hacia él y sé contuvo al recordar las
consecuencias. Tenía que mantenerse firme, estaba segura de que no había solución
posible, no con la sombra del engaño separándolos.
Era mejor terminar ahora, los años se encargarían de transformar, poco a poco,
el odio que sentiría por ella convirtiéndose primero en indiferencia y más tarde, en
olvido. Sí, él la olvidaría, aunque tuviera que pasar por momentos amargos y,
después de algún tiempo, era probable que encontrara una muchacha digna de ser su
esposa.
—¡Dominie, te estoy hablando! —ahora estaba furioso, como había temido—.
Contéstame, no te quedes ahí parada con ese gesto de arrogancia y superioridad.
—He dicho todo lo que debía decir. No tengo intención de casarme contigo —
sus palabras se vieron interrumpidas por su poderoso abrazo. Sentía que cada uno de
sus huesos se había roto—. ¡No Rohan... por favor!
—¿Qué significa todo esto? —gritó enfurecido mientras sus facciones se
contraían y sus ojos despedían fuego—. ¡Tú me quieres! Lo sé. ¿Qué es lo que ha
sucedido? ¡Dímelo por Dios, Dominie. Te aseguro que no seré responsable de mis
actos, si no me das una explicación satisfactoria —la soltó con tal fuerza que al tratar
ella de mantener el equilibrio, soltó el anillo que fue a caer en una hendidura del
suelo.
—No... te quiero —contestó insegura, colocando los brazos en su espalda para
evitar que la abrazara de nuevo—. No puedo casarme contigo.
—¿No puedes?... —sus ojos la miraba incrédulos—. ¿No puedes, Dominie?
—No puedo correr el riesgo de que me maltrates —se apresuró a contestar para
rectificar el error que había estado a punto de cometer.
—¿Maltratar? —preguntó asustado.
—No veo por qué te sorprenden mis palabras. ¿Tan pronto se te ha olvidado la
forma en que tú y Sylvia hablabais? ¿Qué puedo esperar de tu comportamiento en el
futuro, si delante de mí te muestras de forma tan indecorosa? ¡Qué humillación tener
que mantener nuestro compromiso en secreto delante de esa familia! —se detuvo
vacilante.
¿Quería matarla?, por un instante observó con terror cómo se teñían sus mejillas
de rojo y su boca adquiría una expresión casi diabólica.
—¡Te he pedido una explicación! —la fulminó con la mirada acercándose
peligrosamente a ella—. ¿Qué ha sucedido?
—Veo que eres tan presuntuoso y estás tan seguro de tu atractivo con las
mujeres, que no puedes asimilar el hecho de que alguien te rechace. Ese es mi craso y
no tendrás más remedio que aceptarlo —se sorprendió de sus propias palabras.
¿Le había convencido? Recordó que Jake la había prevenido contra la otra faceta
de su carácter y aunque estaba preparada, ni remotamente hubiera podido imaginar
una furia como aquélla.
Su encantador rostro se había transformado por una dura expresión y sus
manos, de dedos largos y fuertes, se abrían y cerraban de forma espasmódica, como
si estuvieran estrangulando una garganta, la suya.
Dominie tragó con dificultad. Si no hubiera elegido un lugar tan apartado, pero
era demasiado tarde, su mirada lanzaba destellos de cólera, a pesar de que sus brazos
colgaban a lo largo de su cuerpo, en contraste con su habitual aspecto de arrogancia.
—¿Esa es tu última palabra? —la preguntó con tal dureza que la hizo
estremecer—. ¿No tienes nada más que añadir?
—No —comentó en un murmullo, pero él lo percibió e hizo el intento de
abandonar el cenador—. ¡El anillo! —le recordó sintiendo que no debía irse sin él, ya
que era lo único que podía seguir uniéndolos.
Se inclinó para recogerlo, pero se le cayó de nuevo y rodó hacia el tronco de un
árbol. En un nuevo intento por cogerlo, vio como un pie se adelantaba para pisarlo y
enterrarlo entre las raíces.
Un momento después, estaba sola, sosteniendo entre sus dedos el solitario cuyo
diamante brillaba por el sol. Abundantes lágrimas corrían por su rostro y caían
mezclándose con la tierra pegada a la sortija que tuvo que guardar en el bolsillo de
su vestido antes de salir del cenador y dirigirse a la casa.
—¿Y piensas que si regresa no vas a tener fuerzas para mantenerte firme en tu
actitud? —la miró con dureza.
—Tú lo dijiste, él podría presionarme para que le contara todo —le suplicó
asustada.
—Me sorprende que no lo haya intentado.
Mecánicamente, Dominie se examinó los brazos buscando las huellas de sus
manos que la habían apretado con fuerza.
—Él... se portó conmigo como un salvaje —se mordió los labios al recordarlo.
—Desearía no haberme perjudicado al prometerte silencio —le confesó, pero al
ver su expresión, le aseguró que nunca rompería su promesa.
—Y ¿esperarías un poco, para decirle que no hay nada más que amistad entre tú
y yo?
—No olvides que es mi mejor amigo. No puedo permitir que sufra por un
equívoco. ¿Has tenido en cuenta que has herido su orgullo al considerar que me
preferiste a mí, un hombre mayor, con hijos y no a él?
—No había pensado en ello, aunque me sentiré más segura si no se lo aclaras
hasta que pueda marcharme —respondió sin pensar que debía contestarle que él no
era ningún viejo, pero cuando se dio cuenta, había pasado la oportunidad.
—Así que, hasta que te hayas marchado —repitió con dureza—. ¿Y no se te ha
ocurrido pensar que una vez que conozca la verdad, irá a buscarte a Inglaterra?
—El simple hecho de mi partida será más que una prueba fehaciente de que no
quiero nada con él y por lo tanto no se atreverá a buscarme.
Jake permaneció en silencio reflexionando a pesar de la inquietud de la
muchacha al notar que tardaba demasiado tiempo en tomar una decisión.
—Tú ganas —accedió de mala gana—. No diré nada hasta que hayas salido de
la isla.
—Cualquiera diría que no te afecta mucho que me marche —le miró
sospechosa.
—Por supuesto que me importa, pero como te veo tan decidida a llevar hasta el
final tus planes, no perderé el tiempo en tratar de convencerte de lo contrario. Es
obvio que deseas evitar un encuentro con Roban, lo cual sucedería si permaneces
más tiempo en este sitio.
—Recuerda que me prometiste no revelarle mi secreto, aún cuando me haya
ido.
—Te hice un juramento solemne de que nunca le mencionaría a Rohan lo que
sé.
—Gracias, te confieso que no tenía la certeza de que cumplieras tu palabra —
respiró aliviada.
—Discúlpame, querida, pero tengo trabajo que atender —la cortó, con
brusquedad—. Estaré en mi despacho una hora.
CAPÍTULO 10
Los preparativos para la partida de Dominie se demoraron nada más una
semana, circunstancia que la perturbó mucho, ya que parecía que Jake estaba ansioso
por verla alejarse.
—Le he mandado un telegrama a Erica pidiéndole que se haga cargo del
cuidado de los niños —le comentó él unas horas después de la inolvidable visita de
Rohan.
—Aceptará encantada —le aseguró ella.
Erica envió su respuesta por correo aéreo, informándole a él que, en cuanto
alquilara el apartamento y encontrara un garaje para guardar el automóvil, estaría
allí. También escribió a Dominie preguntándole el motivo de su inminente partida,
para esta última no hubo respuesta.
—Me anuncia que vendrá para seis meses —le dijo—, aunque espero que todo
marche bien y nos acomodemos. No será necesario que permanezcas aquí hasta que
Erica llegue —desvió la mirada—. Molly se las arreglará durante un par de semanas.
—Gracias, Jake.
Supuso que el motivo principal por el cual la urgía a marcharse era el deseo de
aclarar el malentendido con Rohan y, en segundo término, que encontraba difícil
mantener durante más tiempo en secreto la noticia de su partida y eso se había hecho
evidente dos días antes, cuando al ir juntos de compras a Charlotte Amalie, la señora
Osborne los había invitado a una fiesta que se realizaría en su propiedad, dos
semanas después. Él había aceptado la invitación, asegurándole que asistirían,
puesto que no debía llegar a oídos de Rohan, que ella se marchaba a Inglaterra.
—Cuando me haya ido —le comentó con tristeza—, podrás decirles que tuve
que partir para arreglar un problema personal urgente.
Jake asintió, pero parecía apesadumbrado. Sintiéndose culpable, Dominie le
agradeció su paciencia y cooperación, pero no obtuvo respuesta por parte de él,
quien un día antes de su viaje le propuso:
—¿Me permites invitarte a cenar esta noche? Te prometo que no regresaremos
tarde, mañana habrá que madrugar para preparar todo.
Aceptó de buen grado y fueron al Castillo de Barba Azul, lo cual no resultó una
buena idea porque le recordaba las ocasiones que había estado allí en compañía de su
prometido. Sin embargo, estaba decidida a hacer lo posible para que su compañero
disfrutara de la velada y en apariencia lo había conseguido, él reía con agrado a sus
comentarios.
Al terminar la cena, salieron un momento a la terraza, desde donde se
observaba una maravillosa vista del puerto de Charlotte Amalie y la costa iluminada
que reflejaba las luces de un barco anclado allí.
¿Te gustaría bailar? —le preguntó, consciente del estado de ánimo de Dominie.
—¿Crees que hay algo más que añadir? —contestó con sutileza dirigiendo la
mirada hacia donde debía estar esperándola Jake para pedirle que la llevara a casa.
—Supongo que no –respondió con tal frialdad que la hizo estremecerse de
dolor—. Considero que nos hemos dicho todo lo que había que decir —la miró con
un leve temblor en los labios—. ¿Deseas que te lleve a tu mesa?
—Por favor.
La llevó a su mesa y la dejó sin proferir palabra alguna. Dominie apretó con
fuerza las manos hasta hacerse daño. ¿Por qué no se daba una oportunidad? ¿Por
qué?
Siempre tenía su rostro frente a ella; aún en las contadas ocasiones, cuando
lograba evocar a Jake, Erica y los niños, la figura de su amado surgía borrando todo
lo anterior. Erica... ya viviría en Sunset Lodge; todavía recordaba la primera vez que
visitó la casa de su amigo. Ojalá ellos lograran ser felices un día.
Sus meditaciones se vieron de pronto interrumpidas por el ruido de un coche
que se detenía al final del camino que conducía a su casa. Dejó la silla y se dirigió
hacia la ventana, sintiendo que su corazón se paralizaba por la sorpresa.
—¡Rohan! ¿Será real?
Con paso firme se aproximaba a la entrada de la casa, tratando de ver a alguien
por las ventanas de la planta baja. Al reconocerla, regresó a despedir el taxi. ¿Qué
buscaría en ese lugar? ¡Jake! ¿Había quebrantado su promesa y le había confesado la
verdad?
—Y bien, ¿no me vas a invitar a pasar?
—¿Qué... deseas? —titubeó atemorizada al notar el gesto de su boca.
Él empujó con fuerza la puerta y se detuvo, esperando hasta que ella reuniera el
valor suficiente para cerrarla.
—Ahora vamos a hablar —la miró en la penumbra del recibidor—. ¿Era aquí
donde estabas? —sin esperar respuesta entró en la cocina. Momentos antes ella
estaba tomando el té allí.
—No... no. Normalmente estoy en la otra habitación —se detuvo humedeciendo
sus labios resecos—. Rohan, ¿por qué has venido? —interrogó suplicante, casi
llorando, mientras inconscientemente presionaba una de sus manos contra su rostro
y sus ojos mostraban un intenso dolor.
La expresión de dureza fue desapareciendo del rostro masculino, moviendo la
cabeza con un gesto de censura y exasperación.
—¿Que por qué he venido? ¿Es que no comprendes? Siéntate, parece que te vas
a desmayar —agregó irónico.
A pesar de su orden, permaneció de pie, colocando una mano sobre el respaldo
de la silla como si tuviera necesidad de apoyarse.
—Sabes la verdad —empezó a hablar, pero sus ideas eran confusas; no concebía
que Jake hubiera faltado a su palabra—. Tú sabes que yo... yo —le resultaba
imposible continuar—. No entiendo por qué has venido Rohan y si es a pedirme que
me case contigo, la respuesta sigue siendo no —no pudo continuar, él la cogió por los
hombros atrayéndola hacia sí.
—¡No he venido a pedirte que te cases conmigo, sino para llevarme a mi
prometida a casa, a Windward Crest, que es el lugar a donde pertenece! —la sacudió
con suavidad, como si quisiera liberarla de todo el peso que había tenido que
soportar—. A ti, Dominie —dijo cogiéndole el rostro entre sus manos con ternura—.
A ti, niña ridícula —y su voz revelaba una profunda emoción.
—Rohan —interrumpió con vehemencia—. No puedo casarme contigo mientras
una sombra se interponga entre ambos. Jake debe haberte explicado que yo no
Fin