Hampson, Anne - Extraño Presentimiento

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Extraño presentimiento

Anne Hampson

Extraño presentimiento (1984)


Título Original: Strange feeling
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 229
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Dominie Worthing y Rohan De Arden

Argumento:
Gracias a una inesperada herencia, Dominie pudo realizar un crucero por el
Caribe. Durante la travesía, conocería a un agradable pasajero, quien, al
perder la joven el barco, la invitó a su mansión en una de las islas donde
Rohan De Arden, el soltero más codiciado del lugar, se enamoraría de ella.
Pero sus proyectos matrimoniales se verían frustrados por un episodio de la
vida de Dominie, que convertiría su amor en odio.
Ann Hampson – Extraño presentimiento

CAPÍTULO 1
La luna llena hacía que la nieve que cubría las montañas brillara como si se
tratara de un diamante. En el jardín, las ramas dibujaban sobre el césped sombras
solitarias y contornos indefinidos, donde las flores y arbustos, exhibían sus
magníficos colores. A pesar de ser una noche clara y bella, todo esto pasaba
desapercibido para la joven que permanecía inmóvil en lo alto de la escalera.
Fue a asegurarse de que la puerta principal estuviera bien cerrada, pero la abrió
para observar el tranquilo y nevado paisaje, adornado aún por las centelleantes
estrellas.
Oyó voces infantiles, que provenían de una colina cercana y con un rápido
movimiento, Dominie cerró la puerta y echó la llave. Navidad... Sus amigos le habían
enviado numerosas invitaciones, pero ella, cortésmente, las había rechazado. Estaba
decidida a no estropear la fiesta de Navidad a nadie, había mentido al afirmar que se
quedaría con un pariente lejano que sus amigos no conocían; lo que motivó continuas
preguntas:
—No nos estás mintiendo, ¿verdad, Dominie? —le preguntó Hilary Fletcher, un
compañero de trabajo—. ¿Pasarás estos días con tu tía?
—Por supuesto que sí —fue la respuesta, e Hilary, al igual que los demás la
creyeron.
«Noche de Paz, noche de...» cada vez se oían más cerca los cánticos infantiles, lo
que hizo que Dominie entrara en la salita de estar y apagara las luces. Se dejó caer en
una silla y con los labios temblorosos, fijó la mirada en el fuego de la chimenea.
Había llorado durante dos días y tenía ganas de seguir haciéndolo el resto de su vida.
Transcurrieron algunos minutos y Dominie se estremeció, pero no a causa del
frío sino por el recuerdo de la terrible prueba por la que había pasado. Sentía cómo
sus nervios se alteraban por el recuerdo del rostro desfigurado de su hermano.
Pensando que desvariaba, comenzó a rezar con desesperación, pidiendo paz para su
espíritu, aunque fuera por breves minutos.
Su oración no fue escuchada y continuó reviviendo la imagen de su hermano de
dieciocho años, al tener que identificar su cadáver en el depósito, ya que no tenían
parientes cercanos y tuvo que hacerlo sola. Recordaba que tenían una tía, pero Jerry y
ella hacía diez años que no la veían. El rostro del ser querido estaba casi
irreconocible.
Cerró los ojos con fuerza y trató de desviar su pensamiento hacia otros
momentos en que había sido feliz, a pesar de tener siempre mucho que hacer, ya
fuera cumpliendo con su trabajo o desempeñando las labores de ama de casa y
madre de su hermano, siete años menor que ella. Reconocía que el tiempo que habían
pasado juntos, había sido inolvidable.
El jefe de Dominie, director de una importante empresa que fabricaba artículos
eléctricos, se mostraba siempre paciente y comprensivo cada vez que ella, su
secretaria, solicitaba permiso para cuidar a Jerry cuando estaba enfermo o cuando la
necesitaba por otros motivos.

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Durante seis meses, Dominie había faltado con frecuencia a su trabajo, pero el
señor Woodall nunca le había descontado nada de su salario.
—Tal vez sería mejor que contratara a otra secretaria —le había dicho ella con
cierto temor—. No estoy cumpliendo como debería.
—Primero atienda a su hermano, señorita Worthing —le dijo con amabilidad—.
Está haciendo un magnífico trabajo cuidando a Jerry y atendiendo mis asuntos a la
vez. Muchas personas en su situación, ya hubieran solicitado ayuda al Estado. Si
usted puede cumplir con su parte, yo puedo hacerlo con la mía. Sabré arreglármelas
hasta que regrese. Jerry crecerá y entonces él se hará cargo de la economía de la casa
y todo será más fácil para usted.
Y ahora Jerry había muerto, víctima de una camioneta que había derrapado a
causa de la nieve en la resbaladiza carretera, volcando y destrozando tanto la
motocicleta como a su conductor.
Un súbito estremecimiento la recorrió y ella, tratando de eliminar esa agonía
que la atormentaba, colocó la cabeza entre sus manos y cerró los ojos. De pronto,
recordó algo que la torturaba continuamente: ¿Qué pasó al salir del depósito de
cadáveres, cuando se dirigía a casa?...
A menudo deseaba traer a su mente ese recuerdo, pero era imposible, el vacío
continuaba.

Dos años más tarde conversaba con Mavis Townsend acerca de esto. Mavis y
James, su esposo, se habían ido a vivir con Dominie ocho meses después del
accidente y había nacido entre ellos una firme, amistad.
—Lo único que recuerdo con claridad es el ruido de los frenos —le explicó a
Mavis mientras tomaban el desayuno antes de ir a trabajar—. Siento un gran vacío en
mi mente que me gustaría llenar.
A pesar del tiempo transcurrido, la muerte de su hermano continuaba
afectándole y prueba de ello era su constante palidez. Aun cuando sólo tenía
veintisiete años, con frecuencia se sentía mayor.
—¿Crees que por alguna razón debes recordarlo? —le preguntó complaciente
Mavis mostrando interés, pero era evidente que no le daba demasiada importancia a
lo que Dominie había dicho—. ¿A qué momento te refieres?
—No recuerdo lo que sucedió desde que salí del depósito, hasta llegar a la
carretera de doble sentido, lo que me llevó un par de minutos.
—Yo diría que es algo muy normal, Dominie. Después de esa terrible
experiencia, tú no eras capaz de pensar con lucidez y menos de saber hacia dónde te
dirigías. Por lo que a mí se refiere, cuando estoy concentrada en mis pensamientos, a
menudo observo que tengo la mente en blanco cuando conduzco. Conscientemente,
nadie puede darse cuenta de todas las paradas o recodos.
Dominie frunció el ceño.
—Creo que algo sucedió, algo de suma importancia.

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Sus pensamientos volvieron a la escena del depósito cuando una mujer policía
se le acercó ofreciéndole con amabilidad un vaso de brandy. Dominie trató de
rechazarlo, alegando que tenía que conducir, pero ya el vaso estaba en sus manos.
Sin embargo, antes de que pudiera llevárselo a los labios, un fuerte temblor la
recorrió, haciendo que el líquido se derramaba sobre su abrigo. Durante el recorrido
de regreso, el coche olía tanto a alcohol que ella llegó a sentirse indispuesta.
—Yo no me preocuparía demasiado —le repetía Mavis, intentando sacarla de
su obsesión—. Nada grave debe haber sucedido; de otra forma, ya estarías enterada.
—Tienes razón, pero todo es tan confuso —frunció de nuevo el ceño y se quedó
pensativa.
«¿Qué había ocurrido en esos breves momentos?»
Mavis afirmaba que no podía ser algo grave y Dominie trataba de convencerse
de que tal vez fuera así. Sin embargo, ¿por qué esa terrible angustia volvía una y otra
vez? Dominie suponía, con inquietud, que llegaría el momento en que sus recuerdos
volverían a la luz.
—Debemos marcharnos —dijo Mavis, mirando primero su reloj y después la
estufa eléctrica—. ¿Por qué tiene que trabajar la gente? ¡Hace tanto frío fuera!
—Ha caído una fuerte nevada. He oído que hay retenciones en el tráfico desde
temprano —comentó temblando Dominie.
Estos días de frío intenso traían a su memoria recuerdos del accidente.
—Espero que no hayan suspendido el servicio de autobuses. He llegado tarde
dos veces en los últimos diez días, por fortuna tengo un jefe muy comprensivo.
—Eso mismo me ocurre a mí. Durante todo este tiempo mi jefe ha sido
generoso conmigo, me concede todos los permisos que le solicito.

De nuevo Dominie tuvo que faltar a su trabajo. Había recibido una carta donde
le informaban que debía presentarse en el bufete un abogado por tratar el asunto de
una herencia. Recibió la misiva dos días antes de su conversación con Mavis y ésta se
mostraba más nerviosa que la misma Dominie.
—Espero que sea una cuantiosa fortuna —le comentó—, una pequeña no sabes
cómo emplearla, gastarla toda en un capricho, o si depositarla en un banco. En
cambio, con una suma considerable, puedes hacer ambas cosas.
—No puedo imaginarme quién me ha nombrado su heredera. A no ser que sea
la tía de la que te he hablado, que siempre fue pobre y además, no he tenido noticias
suyas desde hace doce años.
Los abogados le informaron que la señora Halliday le había dejado la herencia y
sólo le llevó unos minutos recordarla.
—¡La anciana con la que solía charlar cuando salía del trabajo! —exclamó—.
Cuando el tiempo se lo permitía, se quedaba en la puerta y yo me detenía unos
momentos para hablar con ella al bajar del autobús. Vivía sola y yo sentía pena de
ella. Parecía como si se pasara todo el día en ese lugar, observando a los peatones.

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El abogado sonrió:
—Parece que la señora Halliday estaba agradecida por el tiempo que usted le
dedicó. A otras cuatro personas, que también se mostraron amables con ella, les legó
parte de su herencia —después añadió—: Mil libras no es una cantidad despreciable,
señorita Worthing y menos si uno no la espera. ¿Tiene alguna idea de qué va a hacer
con ella?
Negó con la cabeza, asombrada aún por el legado.
—Tengo que pensarlo, aunque creo que lo más sensato sería ahorrarlo para las
épocas difíciles.
—Yo no lo ahorraría todo. ¿Por qué no coge unas vacaciones? Usted misma ha
comentado que hace mucho que no disfruta de un descanso.
—En efecto, ya le expliqué. Mi hermano murió en un accidente hace dos años y
realmente creo que aún no me he recuperado. Mi jefe me aconseja que tome unas
vacaciones, pero creo que no podría.
—¿Qué edad tenía su hermano?
Dominie le contestó y habló de la vida que había llevado después de la muerte
de sus padres, cuando ella sólo tenía diecisiete años. Murieron ahogados cuando su
pequeña embarcación de recreo zozobró.
—Debe haber sido muy doloroso —respondió con gravedad el abogado,
mirando su pálida rostro. Los ojos de Dominie reflejaban el dolor y sus labios
temblaban al recordar—. Tómese un descanso –la aconsejó con dulzura—. ¿Por qué
no hace un crucero? El aire del mar es un tónico maravilloso.
—¡Un crucero!
Mavis era también de la misma opinión:
—James y yo iremos a visitar a mi madre durante la Navidad —le recordó a
Dominie—. ¿Por qué no vas en esos días? Durante la Navidad hay cruceros
increíbles. Hace unos días vi anunciado uno en la agencia de viajes de Travelseene, se
trata de una travesía por el Caribe.
¡Navidad! Dominie temía esa época. Sería una buena idea tomarse unas
vacaciones para esa fecha.

La orquesta estaba tocando una alegre marcha cuando el gigantesco


trasatlántico blanco abandonó el muelle de Southampton. De pie, apoyada sobre la
barandilla junto con docenas de pasajeros, Dominie no pudo evitar sentirse excitada
ante la perspectiva del viaje.
La travesía duraría tres semanas y el barco haría escala en varias islas del
Caribe: Barbados, Curazao, Saint Thomas y otras. En realidad era emocionante y
Dominie se hizo la promesa de olvidar el pasado y disfrutar plenamente el viaje; pero
no era fácil.
Pensó lo maravilloso que hubiera sido que Jerry estuviera con ella,
compartiendo su inesperada fortuna. Como perdió a sus padres cuando él todavía

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era muy pequeño, no habían tenido el dinero suficiente para comprar los regalos que
los demás niños reciben en los cumpleaños y Navidad; ni tampoco habían podido
disfrutar de unas vacaciones en el mar.
—¡Oh, perdone! ¿Le he hecho daño?
Dominie se quejó, pero contestó con una sonrisa.
—No, no ha sido nada.
—Siento haberla pisado, perdóneme mi torpeza —le pidió, extendiendo los
brazos con un gesto desolado, un caballero de elevada estatura, ojos azules y cabello
rubio—. Perdóneme, mi única excusa es el haber querido admirar la orquesta. ¡Están
tan elegantes con sus uniformes blancos adornados con azul y rojo! —El hombre
tenía acento norteamericano y una agradable sonrisa. Desde donde se encontraba,
apoyado en la barandilla, podía observar a la banda de músicos que se alejaba por el
muelle—. Al fin partimos y me pregunto ¿en dónde estarán mis hijos en este
momento? —agregó para sí.
Dominie le observaba cuando se alejó, dejando vagar su curiosidad respecto a
los niños que había mencionado y cuya madre, según parecía, no le acompañaba,
puesto que no la nombró al referirse a sus hijos. Pronto se iban a encontrar de nuevo,
ya que estaba sentado en la misma mesa a la que un camarero la condujo.
—¿Así que en esta travesía compartiremos la mesa? —sonrió complacido. La
pequeña que estaba sentada junto a él le dirigió una mirada de extrañeza y su
hermanito, sentado frente a su padre, la miró de reojo, y apretando los labios, se puso
a silbar—. Mi apellido es Harris, Jake Harris y éstos son mis hijos: Susie, de ocho
años y Geoffrey de seis. Saludad a la señorita —les ordenó mirándolos.
—¡Hola! —saludaron al unísono como con burla.
—¡Hola! —sonrió Dominie—. Mi nombre es Dominie Worthing.
—Bonito nombre —comentó Jake a la vez que extendía su mano izquierda—.
¿Quiere sentarse?
—Sí, gracias.
Era uno de esos días en que se sentía mayor de lo que era en realidad. Había
sido todo tan inesperado y tuvo que apresurarse tanto, que estaba muy cansada.
—¿Eres inglesa? —se atrevió a preguntar Susie y Dominie asintió con la cabeza.
—Sí, en efecto.
—Nosotros somos norteamericanos, pero hemos estado viviendo en Inglaterra
con mamá. Como ha muerto, iremos a vivir con papá todo el tiempo, ¿sabes? estaban
separados.
Mirando de reojo a Jake. Dominie notó que se ruborizaba y se ponía nerviosa
por la franqueza de la niña. Sintió pesar por Jake. Sin embargo, él se limitó a sonreír y
comentó que no había forma de evitar que los niños hablaran.
—Los niños siempre dicen lo que piensan —añadió cogiendo la carta—. Mi
esposa tenía la custodia de ellos, y como era inglesa, vivían en Inglaterra. Falleció
hace tres semanas y he venido para encargarme de ellos.

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—También vivíamos contigo —le recordó su hijo venciendo su timidez.


Pasábamos contigo dos meses al año. Me gustaba visitarte porque el clima de la isla
es formidable, en cambio en Inglaterra llueve mucho y hace frío.
—Vivo en la isla de Saint Thomas —le informó Jake a Dominie, agregando que
tenía negocios en Nueva York, razón por la cual debía viajar con frecuencia a esa
ciudad—. Tendré que contratar a una persona para que cuide a los niños —concluyó
y de pronto pareció desalentado.
Dominie comprendía su inquietud y deseó que encontrara a alguna persona
digna de confianza que cuidara de ellos.
—¿Entonces abandonarán el crucero en Saint Thomas? —preguntó la joven y
Jake asintió.
—¿Usted inicia su viaje? —preguntó.
—Sí, deseo conocer algunas de las islas del Caribe.
—Y a los bailarines y orquestas típicas —sonrió Jake.
—Así es. ¿Son tan alegres como aseguran en todos los libros que he leído?
—Desde luego. Estoy seguro de que disfrutará de sus visitas a restaurantes y
centros nocturnos. Sé que la compañía naviera ha organizado algunas excursiones
para los pasajeros.
—Es cierto, pero aún no he reservado plaza.
El costo era elevado y Dominie había dudado en adquirir los billetes, ya que su
agente de viajes la había prevenido acerca de la imposibilidad de comprarlos si
esperaba a que llegara a bordo.
—¿No ha hecho la reserva? Tendrá que decidirse a primera hora mañana
porque se agotan muy rápido.
—¿Podría sugerirme alguna excursión en especial? —preguntó y Jake prometió
charlar sobre el tema cuando los niños estuvieran en su camarote.
—Trataré de encontrar a alguna persona que se haga cargo de ellos para las
nueve de la noche —comentó Jake y Susie le interrumpió protestando por su
decisión.
—Yo tampoco quiero ir a la cama hasta que tú vayas —agregó Geoffrey.
—Os acostaréis a las ocho y media —ordenó Jake y Susie hizo un gesto de
disgusto.
—¡Se lo voy a decir al tío Rohan! —amenazó enfadada.
—Es probable que te ganes unos azotes. Tío Rohan no hace caso de tonterías.
—¿Tiene un hermano? —preguntó Dominie después de elegir su cena y cesar la
discusión.
—No, Rohan De Arden es un vecino que quiere mucho a mis hijos y siempre
están con él.
—A él le agradan más las niñas —interrumpió Susie.

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—¡También le gustan los niños! —afirmó Geoffrey retando a su hermana.


Divertida, Dominie miró a Jake con curiosidad.
—Él ha tenido algunas experiencias desagradables en lo que a mujeres se refiere
—comentó con seriedad—. Pero, volviendo a lo que estaba diciendo: Es mi vecino y
los chicos le llaman tío. Debería tener sus propios hijos, y a pesar de mi insistencia,
parece que no está interesado en el matrimonio.
—¿Es de origen francés?
—Es una combinación interesante. Su padre era francés; su abuela materna,
norteamericana y su abuelo materno inglés. El resultado es una personalidad
seductora y en cuanto a presencia se refiere, es el sueño de toda mujer.
—¡Qué extraño que no le interese el matrimonio! —comentó Dominie pensando
en el cariño que profesaba a los niños y sorprendida de que permaneciera soltero al
conocer su edad—. Treinta y cuatro años. Cualquiera pensaría que debía estar
casado, sobre todo siendo tan atractivo como usted dice.
—Sin lugar a dudas todas las mujeres opinan lo mismo y encuentran casi
imposible resistirse a sus encantos, pero se decepcionan al ver su falta de interés en
el...
—Porque a él sólo le gustan las «chicas» —intervino Susie hablando con la boca
llena.
Había estado escuchando con atención, y Jake hizo una seña casi imperceptible
a Dominie.
—Seguiremos charlando más tarde —y la conversación cambió de tema.
Después de cenar quedaron en el centro nocturno Calypso. Cuando llegó Jake,
Dominie ya tenía reservada una pequeña mesa en el fondo. Había llevado los folletos
de las excursiones, pero Jake no mostró ningún interés.
—Me siento agotado —se reclinó y descansó en la silla mirando distraído a las
parejas que bailaban un fox–trot.
Dominie permaneció en silencio, adivinando que eso era lo que él necesitaba.
Jake cerró los ojos abandonándose al cansancio, pero al sentir la mirada femenina
sobre su rostro, los abrió sonriéndole. A ella le agradaba su sonrisa, porque le parecía
sincera y amistosa y calculó que tendría cuarenta y cinco años.
Poco después él le comentó que había cumplido cincuenta y un años, pero que
parecía más joven gracias a la vicia tan sana que había llevado. Ella sonrió al
comprender el significado de sus palabras.
—He vivido solo cinco años y medio. Mi esposa y yo nos separamos cuando
Geoffrey tenía unos cuantos meses de edad —añadió apresuradamente—. En la
actualidad es un mal común, me pregunto si es ésa la razón por la que Rohan ha
decidido quedarse soltero.
Jake se detuvo considerando sus últimas palabras y negando con la cabeza
agregó:

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—Creo que no, me inclinaría más bien a pensar que se debe a otras causas. Su
madre tuvo una amarga experiencia al ser suplantada en su edad madura por una
adorable joven de veintidós años, que se las arregló para quedarse con la fortuna del
esposo cuando éste murió. La madre de Rohan falleció algunos años antes que su
esposo y Rohan, que se había dedicado a los negocios, aun cuando era muy joven,
pudo brindarle una posición desahogada. Ahora es millonario gracias al éxito que ha
tenido.
——¿Así que Rohan conoció el odio a muy temprana edad?
—Realmente odiaba a esa chica. Pasado el tiempo, hace unos cinco años,
empezó a cortejar a una hermosa joven por la que enloquecían los hombres. Ella y
Rohan parecía que coincidían en todo, pero de pronto la joven conoció a un hombre
de posición económica superior a la de él y cuando estaban a punto de anunciar su
compromiso, el romance terminó. La mayor parte de sus amistades piensan que él
continúa enamorado de Nina.
Interrumpió su charla frunciendo el ceño y encogiéndose de hombros continuó:
—Nina no reside en Saint Thomas, lo que es una bendición y Rohan no ha
vuelto a verla desde entonces, rechazando las oportunidades que se le han
presentado.
—Que habrán sido varias en cinco años.
—No se puede opinar en asuntos de amor —la observó con curiosidad—.
¿Tiene usted novio?
—No.
—Me lo imaginaba. Si lo tuviera, no habría llevado a cabo el viaje.
Su tono invitaba a la confidencia, pero ella evitó entrar en detalles sobre su
vida. Dominie volvió al tema de Rohan De Arden, aceptando que era comprensible
que le disgustaran las mujeres y que tal vez otras también le habrían decepcionado.
—Es posible, no le he contado todo —continuó Jake después de una pausa—. El
tenía una hermana a la que estaba muy unido y a la cual protegía. Le permitió viajar
a Inglaterra, a estudiar arte dramático porque desde niña había mostrado inclinación
por la actuación, siempre y que se hospedara en casa de unos amigos de Rohan.
Alicia tenía entonces sólo veinte años, pero gracias a su talento ya había trabajado en
dos películas. Él solía asistir a sus ensayos con frecuencia, porque le gustaba verla
actuar tanto en televisión como en el cine y en una de esas ocasiones Rohan la invitó
a Saint Thomas a pasar unas vacaciones, precisamente para Navidad, creo que fue
hace dos años.
Dos años... Dominie cerró con fuerza los puños, intentando alejar sus tristes
pensamientos, fijando su atención en las parejas que bailaban y en las personas que
charlaban y bebían.
—¿Qué sucedió entonces? —preguntó, a la vez que luchaba por no recordar el
rostro de su hermano.
—Rohan había alquilado un coche para llevarla al aeropuerto, hubo un
accidente y Alicia murió...

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—¿Murió? ¡Oh, qué espantoso!


Dominie se clavó las uñas en la palma de la mano. ¡Cómo podía olvidar su
propia angustia al oír a Jake que le estaba relatando otro accidente de las mismas
características que el de Jerry!
—Sí, fue algo terrible, un golpe irreparable para Rohan. Iba por la carretera
principal cuando, de un camino vecinal, salió un coche que conducía una mujer que
no redujo la velocidad, ni tocó el claxon. Rohan trató de evitar el accidente dando un
volantazo, pero chocó contra un poste de luz. La mujer siguió adelante, y se detuvo
el tiempo suficiente para que un testigo pudiera darse cuenta de que estaba ebria.
Aceleró y se alejó sin dejar rastro.
—¡Qué irresponsable! ¿La detuvieron?
—Nunca se supo quién era. El testigo afirmó que olía a whisky o algún otro
licor y que oyó que balbuceaba algo antes de partir. Era de noche y el hombre no
pudo distinguir la matrícula. Rohan estaba totalmente abatido cuando regresó a casa
y asegura que hubiera podido matar a la mujer si la hubiera atrapado —Jake se
detuvo ante la palidez del rostro de Dominie—. ¿Se siente indispuesta? —preguntó
ansioso.
—Mi hermano falleció hace dos años, dos días antes de Navidad. Tal vez en la
misma fecha que la hermana de Rohan.
—¿Su hermano? ¡Oh, cuánto lo siento! De haber sabido que el tema le iba a
afectar, no lo hubiera mencionado. Supongo que le he hecho revivir un amargo
recuerdo. Mi pequeña niña, discúlpeme...
—No se preocupe —trató de tranquilizarle—. Usted ignoraba mi tragedia.
—No... —Jake se dejó llevar por sus pensamientos—. ¡Qué extraña coincidencia
que su hermano y la hermana de Rohan murieran en la misma fecha y ambos en
accidentes automovilísticos! —murmuró al final.
—Sí, es una desafortunada coincidencia —Dominie se detuvo un momento—.
Ahora comprendo por qué Rohan odia a las mujeres. ¡Pobre chica! En la flor de la
vida y cuando se encontraba en el umbral de su carrera...
Jake continuó:
—¡Era una persona tan dulce y encantadora! Todos la queríamos mucho —de
nuevo se quedó pensativo y de pronto cogió la mano de Dominie y exclamó:
—¡Bailemos! No volveremos a mencionar el asunto.
Se pasaron el resto de la velada bailando o sentados tomando una copa. A
media noche, al empezar el espectáculo, Dominie expresó su deseo de retirarse a
descansar y Jake estuvo de acuerdo, ya que en varias ocasiones había tenido que
acudir a cerciorarse de que los niños estaban bien y estaba cansado.
Al abandonar el salón Calypso iban comentando la proposición que le había
hecho la pareja que se sentó en la mesa de al lado de la suya y que tenían dos niños
de la misma edad que Susie y Geoffrey.
—Tal vez podríamos compartir el cuidado de los niños —sugirió Dorothy, al
ausentarse su esposo por segunda ocasión—. Deseamos asistir a una fiesta, y si

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ustedes pueden hacerse cargo de los niños ese día, nosotros podríamos encargarnos
de los suyos si desean desembarcar en Barbados el miércoles por la tarde.
—Preferiría resolver ese asunto más tarde —concluyó Jake que en ese momento
estaba solo, porque Dominie se había ausentado.
Después de despedirse de Dorothy y Vic fue a hablar con ella de la posibilidad
de desembarcar juntos en Barbados.
—¿Por qué no vienes conmigo al Hamilton a probar la exquisita barbacoa y a
disfrutar del espectáculo? Además podríamos bailar. ¡Anímate! Estoy seguro de que
te gustará.
—Se lo agradezco, es muy gentil de su parte invitarme.
—De ninguna manera. Soy muy afortunado al haber encontrado una
compañera tan agradable y seductora —agregó con sonrisa paternal.
—Gracias de nuevo —repitió con timidez—. Me hace usted muy feliz.
—Si no me consideras un viejo aburrido y molesto, ¿me permitirás ser tu pareja
hasta llegar a Saint Thomas? ¿Aceptarías, Dominie? —habían llegado a la Cubierta A,
donde estaba el camarote de Dominie.
—¡Me encantaría! —respondió entusiasmada, calculando que cuando llegaran,
la fecha tan temida habría pasado.
—Me sentiré muy honrada con su compañía, Jake —le dijo pronunciando sus
palabras con firmeza.
—Considérame como un padre —contestó besándola ligeramente en la mejilla.

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CAPÍTULO 2
Seis días después de zarpar de Southampton, el barco atracó y Dominie y Jake
desembarcaron y cogieron un taxi para dirigirse al Hotel Hilton.
Allí, rodeados por la vegetación, comieron y bailaron al ritmo de la orquesta de
percusión y disfrutaron de un paseo por la playa, donde las tibias aguas caribeñas
acariciaban la orilla y el cielo les ofrecía un espectáculo inolvidable de estrellas que
brillaban aquí y allá, entre las blancas nubes.
—El agua es tan agradable y tibia, que se podría nadar aun ahora, a
medianoche ——dijo Dominie dejando que su mano tocara el mar—. ¡Y es diciembre!
—Estamos en el Trópico, querida —le recordó Jake con su suave acento
norteamericano—. Lo extraño sería que estuviera fría; aunque por supuesto podría
llover —dijo mirando al cielo.
—Espero que no suceda. Ha sido maravilloso estar todo el tiempo fuera —
comentó irguiéndose y acercándose a Jake que ya esperaba este gesto. Cogió su mano
y la secó con el pañuelo.
—Eres una chiquilla encantadora —afirmó mientras observaba su rostro—.
¿Cómo es que aún no estás comprometida? ¿No has encontrado un joven de tu
agrado?
Ella levantó la vista, recordando que la noche anterior le había confesado su
edad.
—No he tenido mucho tiempo para ese tipo de diversiones —le explicó después
de dudarlo—. He estado tan ocupada cuidando a Jerry y con las labores de casa,
además, los únicos jóvenes que he conocido han sido los compañeros de trabajo y los
de las aburridas fiestas a las que he asistido.
—¿No te preocupa no tener novio? —preguntó reteniendo su mano y
guardando el pañuelo en su bolsillo.
——En absoluto. Creo en el destino y si he de casarme, el hombre indicado
aparecerá... en cualquier momento —concluyó con una vaga sonrisa.
—Tienes razón, estás en lo cierto.
Ella retiró su mano, pero no hizo intento de moverse. Permanecían de pie en la
playa, con las suaves olas tocando sus pies, de pronto, surgió un refrescante viento
que acarició sus rostros.
Ella percibió su tristeza y él, dándose cuenta de ello, le confesó que a pesar de la
separación, él había continuado amando a su esposa.
—No entiendo cuál fue el error —se lamentó Jake, frunciendo el ceño y
moviendo la cabeza—. Tal vez me equivoqué al pensar que conocía a las mujeres y
no fue así. Siempre evito lastimar a las personas; creo que después de todo no soy un
hombre como los demás.
—¡Por supuesto que lo es! —reclamó indignada—. No debe pensarlo siquiera.

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—Gracias. Eres una chica magnífica —sonrió al apreciar que ella se sonrojaba—.
Volviendo a mi esposa, la verdad es que ella no era feliz y finalmente me propuso la
separación. De alguna manera se avergonzó de mí.
—¡Eso es imposible! —afirmó conteniendo el aliento y posando su mirada en el
firme y bondadoso rostro—. ¿Cómo es posible que tuviera esa opinión? —continuó; a
la vez que apreciaba su elegante traje que realzaba su perfecta figura.
—No me refería a mi apariencia física en especial, Dominie. Quiero decir que no
estaba orgullosa de mí como hombre. Si conocieras a Rohan, entenderías a lo que me
refiero.
—¡Pero es uno entre mil! Lo mismo sucede con las mujeres. Se puede conocer a
una que nos parezca inigualable o perfecta, pero no por eso las demás van a
considerarse inferiores. Y tal vez, este Rohan no posea una personalidad arrolladora,
característica de algunos hombres —añadió con creciente tono de indignación en la
voz—. Por lo general, cuando son tan admirados, carecen de ella.
Jake empezó a reír. La joven estaba criticando a uno de sus mejores amigos y
Dominie tuvo que disculparse.
—¿Cómo he podido olvidarlo? Estoy avergonzada —repitió.
—No te preocupes, querida, no vale la pena —añadió mientras sus ojos azules
brillaban al posarse en las sonrojadas mejillas—. Vuelvo a asegurarte que no tiene
importancia.
—Lo he dicho sin pensar —murmuró, mordiéndose el labio—, o nunca me
hubiera atrevido a decir eso de su amigo.
—Seguramente Rohan estará impaciente por ver a los niños —señaló Jake,
desviando el tema para que Dominie no se sintiera avergonzada por su falta de tacto
— y creo que va a estar muy contento cuando se entere de que van a quedarse
conmigo en casa.
De momento Dominie no pronunció palabra alguna cuando regresaron al hotel.
Hasta los jardines llegaba el sonido de la orquesta y se podía apreciar el exótico
aroma de las flores tropicales.
—¿Es Saint Thomas tan hermoso como Barbados? —preguntó ella.
—Los que vivimos en ese lugar, lo consideramos superior. Aquí se aprecia una
gran diferencia entre ricos y pobres y en Saint Thomas, que es propiedad de los
Estados Unidos, el nivel de vida es alto —se detuvo un momento como si dudara en
exteriorizar sus pensamientos—. Es una pena que no te quedes algún tiempo en Saint
Thomas, yo podría enseñarte toda la isla.
—Reservaré una plaza para una excursión y así al menos podré conocer alguna
de sus maravillas.
Jake asintió de nuevo, pensativo.
—Creo que está programado que el buque permanezca anclado nueve horas,
¿me equivoco?
—Llegamos a las nueve de la mañana y zarpamos a las siete de la tarde.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—No es suficiente —comentó—. Los preparativos para la excursión llevarán


una hora y es probable que haya otro retraso al dejar el puerto Charlotte Amalie.
¡Qué pena que no tengas más tiempo para la visita!
—Tengo la impresión de que en ningún lugar nos hemos detenido lo suficiente.
Me hubiera gustado permanecer una semana en Barbados y sin embargo, sólo
disfrutamos de unas cuantas horas.
—Todos estos cruceros están mal organizados. Tienes que viajar seis días
completos para arribar en el Caribe y cuando llegas queda tan poco tiempo que con
dificultad puedes apreciar toda su belleza. Es lamentable, porque cada una de las
islas es un paraíso tropical.
Todavía pasearon un rato más por la playa, pero a pesar de que estaban muy
contentos, Jake miró el reloj y decidió que era hora de regresar.
—He pasado una velada maravillosa —comentó Dominie cuando llegaron a
bordo—. Gracias por tu gentileza, Jake.

—Hemos llegado a nuestro destino, Dominie —exclamó Jake con tristeza


cuando los niños se sentaron a desayunar a la mañana siguiente de Navidad—. ¡Aquí
es donde tenemos que decirnos adiós!
De pronto Dominie se sintió abatida; se había encariñado con Susie y con
Geoffrey y por supuesto, había disfrutado de la compañía de su padre. Le
consideraba un caballero en todos sentidos, siempre atento y considerado. En su
visita a Curaçao, había insistido en regalarle una pulsera y a pesar de sus protestas y
con el apoyo de los niños, había tenido que aceptar una joya que ella nunca hubiera
podido comprarse.
—Sin ti no sé qué habría hecho con los chicos —dijo Jake ante su negativa—.
¿Quién se habría encargado de su ropa?
—No fue nada; si de todos modos tenía que arreglar la mía, ningún trabajo me
costaba ayudarlos.
—Queremos que tengas una pulsera de recuerdo —le dijo Susie—. ¡Es preciosa
y es de oro!
—Te queda muy bien, tía Dominie —comentó Geoffrey con entusiasmo—. Mi
mamá tenía cientos de pulseras.
—Cientos no, Geoffrey —corrigió su padre—. No exageres.
Dominie llevaba puesta la pulsera y al verla, sintió una gran pena al
comprender que no volvería a ver ni a los niños, ni a su padre. Jake había
comprobado que al morir su esposa, sus sentimientos eran confusos. Sus esperanzas
de una reconciliación, que guardaba en silencio, se habían visto truncadas y no
aceptaba con agrado el hecho de que sus hijos le visitaran durante dos meses al año.
Aun cuando le entristecía la muerte de su esposa, que era diecisiete años más joven
que él, se sentía muy feliz ante el proyecto de tener a sus hijos para siempre en su
hogar.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

Jake tenía una casa en las colinas, según le había contado y por cierta
conversación que tuvo con Susie y Geoffrey, se enteró de que tenían piscina y cancha
de tenis, lo que la llevó a la conclusión de que se trataba de una mansión.
—¿Por qué no puedes acompañarnos a casa, tía Dominie? —preguntó Geoffrey
de pronto—. En coche no está muy lejos y podríamos regresar antes de que el barco
zarpara.
—Yo ya lo había pensado, Dominie —añadió Jake—, pero no lo he mencionado
porque seguramente tú querrás conocer toda la isla y yo tengo que ir a casa para
atender la correspondencia, si no te podría acompañar.
—Por favor, ven con nosotros —le suplicó Susie—, te lo pido.
—Me encantaría que aceptaras —la miró Jake—. Mi trabajo me quitará sólo una
hora, después de eso estaré libre. Pasearíamos por la isla para que al menos conozcas
parte de ella; no toda, como lo harías en la excursión —hizo una pausa y continuó:
—Esa es nuestra oferta. De ti depende aceptarla o rechazarla.
Dominie aceptó pensando que sería mejor pasar el día con sus amigos que en
un autocar con extraños. Media hora más tarde abandonaron el barco y llegaron a la
capital, Charlotte Amalie.
—¡Qué maravilla pisar tierra americana! —exclamó emocionada.
Sus mejillas siempre pálidas se sonrojaron y sus ojos azules brillaron con esa
tonalidad violeta que aparecía en ellos cuando se sentía feliz. Su cabello rubio, corto
y rizado tenía destellos dorados bajo la luz del sol tropical.
Ella contemplaba extasiada, a su alrededor, la vegetación verde y exuberante;
las palmeras que se mecían bajo un cielo en el que las nubes contrastaban con el color
azul. Había algunas embarcaciones pequeñas ancladas en el puerto y en la lejanía se
podían apreciar cuatro lujosos trasatlánticos.
La isla Hassel yacía impasible con sus dos colinas vestidas de verde y rodeada
de construcciones. Una nativa guiaba con destreza su chalupa hacia el lugar en que
se encontraba Dominie; ella sonrió a sus ocupantes y le respondieron agitando las
manos. Lujosos y enormes automóviles estaban aparcados a lo largo de la ribera,
bordeada por exóticos árboles con flores carmesí, amarillas y rosadas.
—¡Es un sueño! —murmuró Dominie casi sin aliento—. ¿Algún contratiempo
Jake? —le preguntó al notar su expresión de desconcierto.
—El chófer ya debería estar aquí esperándonos.
¿Qué sucedería? Después de esperar durante una hora, Jake llamó un taxi. El
chófer era un nativo que, sonriente, les abrió las puertas del coche y con marcado
acento preguntó:
—¿A Sunset Lodge? Con mucho gusto.
—¿Te conoce, Jake? —preguntó Dominie desde el asiento posterior.
—Recuerda que estamos en una isla ——fue su único comentario.
Más tarde Dominie se enteraría de que su amigo era uno de los hombres más
ricos y conocidos de Saint Thomas.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—¿Ha estado antes en la isla, señorita? —le preguntó el chófer mientras


conducía.
—Nunca —le contestó.
—Entonces, ¿viene de paso?
—La señorita Worthing viaja en el crucero —aclaró Jake—. Es su primera visita
al Caribe.
—¡Nuestra isla es la mejor de todas! —aseguró el nativo con orgullo—.
¡América! Nosotros sabemos hacer las cosas, por eso somos tan felices.
—¿Es usted americano?
—Por supuesto —contestó y con un tono de disgusto añadió—: ¿No le he dicho
que los americanos sabemos cómo hacer las cosas? Vea esos hoyos en el camino. Un
día cavamos uno y aunque no terminemos el trabajo, lo rellenamos; al día siguiente
lo volvemos a cavar y lo rellenamos de nuevo. A los americanos nos encanta
encontrar hoyos en el camino.
—Parece que tenemos algo en común —sonrió Dominie—. A los ingleses
también nos gustan los hoyos.
—¿Es cierto eso? —preguntó el chófer sorprendido.
—Aunque usted no lo crea.
—¡Qué locura! —comentó el joven que, después de una pausa, le pidió a
Dominie que le llamara Joe—. ¿Desearía la señorita que regresara para llevarla al
barco?
—No, gracias —se adelantó a contestar Jake—. Yo la llevaré.
—Está bien, quería asegurarme de estar libre a esa hora por si me necesitaban.
Me pregunto, ¿por qué su chófer no estaba esperándole?
—Es algo que yo también ignoro —afirmó Jake.
El automóvil tomaba ahora la ruta sinuosa de la montaña, hacia el otro lado de
la isla se podía apreciar una vista de singular belleza. Desde ese lugar se veían las
numerosas islas, isletas y bahías que circundaban Saint Thomas. Eran cumbres
volcánicas y cimas de cordilleras que se encontraban sepultadas en el océano.
—Aquella es Tortola, una de las islas Vírgenes inglesas —indicó Joe señalando
hacia un lugar determinado—. La que está al lado de Jost Van Dyck.
—¿Están deshabitadas algunas de las islas más pequeñas? —preguntó Dominie
con interés.
—Así es, señorita. Una está deshabitada, pero la dedicamos al cultivo —le
informó el chófer, señalando los setos de hibiscos rojos y los árboles reales de
ponciana, sembrados a lo largo del camino—. Aprovechamos la temporada de lluvia
y nosotros la consideramos un paraíso.
Jake miró a Dominie, quien sonrió al oír el comentario de Joe; los taxistas de
Barbados le habían dado a su isla el mismo nombre.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

El taxi disminuyó la velocidad al llegar ante unas enormes rejas de hierro,


Dominie contuvo el aliento al contemplar la enorme mansión.
—¡Jake, no tenía la menor idea!... —se detuvo al notar la sonrisa de su amigo.
¡Qué sencillo eral Jamás había hecho mención de su fortuna.
La residencia, de una sola planta y color blanco, destacaba sobre la imponente
propiedad en la que arbustos y vegetación exótica se entremezclaban. La piscina, de
forma irregular y agua de un azul cristalino, también captó su atención.
—Hemos llegado, señor Harris —indicó Joe al abrir la puerta del coche—.
Parece que Paul no está por aquí tampoco.
—Tienes razón. Al principio creí que se había retrasado, pero nos habríamos
cruzado con él en el camino.
No parecía que Jake estuviera disgustado, más bien pensaba que había una
buena razón para la ausencia de su chófer.
Después de pagarle a Joe, los cuatro entraron en la casa, donde un sirviente se
hizo cargo del equipaje.
—Primero tomaremos una taza de café, más tarde permitiré que los niños te
enseñen la propiedad, mientras me hago cargo de los asuntos más urgentes.
Jake hizo sonar una campanilla y apareció Molly, el ama de llaves, con una
sonrisa de bienvenida en el rostro. Miraba a Dominie con curiosidad cuando Jake le
explicó:
—La señorita Worthing va a quedarse entre nosotros unas horas, ¿podría
traernos un poco de café, por favor?
—Sí señor, al momento.
—¿Hablan todos un inglés tan correcto? —preguntó Dominie, sorprendida.
—El inglés es el idioma que predomina en la isla, aun cuando los nativos de la
región acostumbran hablar patois, dialecto de las Indias Occidentales, que es una
combinación de francés, español, alemán y holandés. El dialecto es el resultado del
esfuerzo de los traficantes que se empeñaban en que los esclavos hablaran idiomas
europeos. En la actualidad, todo ha cambiado y el inglés es el idioma oficial.
—¡Todos parecen felices y satisfechos!
—Así es. En general el nivel de vida en la isla es alto y de alguna manera ellos
participan del bienestar económico.
Dominie tomó asiento mientras los niños corrían por el jardín y Jake echaba un
vistazo al montón de cartas que había cogido de la mesita del recibidor.
La habitación estaba decorada en blanco y dorado y las cortinas y alfombras
hacían contraste con sus alegres tonos carmesí. Todo era lujoso y de gran valor.
Desde ese lugar y mirando hacia el ventanal tipo francés, Jake comentó mientras
revisaba su correspondencia:

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—Esto me llevará más tiempo de lo previsto. Tendré que hacer algunas


llamadas y esperar la respuesta —señaló exhalando un suspiro—. Esto es lo que
sucede cuando salgo de viaje, siempre me espera gran cantidad de trabajo.
—No te preocupes por mí, Jake. Estaré encantada de recorrer y conocer los
impresionantes jardines.
—Gracias, cariño. Tomaremos juntos el café y más tarde nos reuniremos de
nuevo para almorzar.
En el transcurso de la tarde llegó Paul, que ya había avisado de que se había
estropeado el coche y que estaba en un taller de reparaciones en Charlotte Amalie.
Jake se vio en la necesidad de esperar la contestación a sus llamadas de negocios y se
hizo tarde para salir de paseo. Dominie tuvo que convencerle de que en realidad
había disfrutado de su estancia en la isla, en su casa y en compañía de los niños.
—Hasta he tenido la oportunidad de nadar —le informó—. Susie encontró un
bikini para mí en algún lugar.
—Mi hermana debe haberlo olvidado durante su último viaje desde Florida,
donde reside.
La hora de partir había llegado demasiado pronto para Dominie. Se sintió triste
y deprimida, pero al mismo tiempo agradecida por la compañía y amistad que le
habían brindado, ya que eso la había ayudado a mantener ocupada su mente y no
recordar su tragedia. Se despidió de Molly que le deseó un pronto regreso y se
dirigió con Jake y los niños al automóvil. Diez minutos más tarde, él movía la cabeza
en señal de preocupación porque no podía poner el coche en marcha.
—No arranca, no sé qué sucede, se suponía que ya lo habían arreglado.
—¿No podrás regresar al barco tía Dominie? —preguntó con disimulada alegría
Susie—. ¿Te vas a quedar con nosotros?
—Tío Rohan la llevará —respondió Jake con calma, mientras abría la puerta del
coche para que Dominie saliera—. Le llamaré enseguida.
—¿Rohan? —repitió Dominie—. ¿No tendrá inconveniente?
—Por supuesto que no —insistió Jake confiado y se dirigió hacia la casa.
Rohan no se hallaba en casa en ese momento y a pesar de que inmediatamente
pidieron un coche de alquiler, tuvieron que esperar media hora. Mientras, Rohan
llegó a su casa y, al recibir el recado, se dirigió hacia Sunset Lodge. Cuando llegó,
Dominie y Jake estaban en la terraza y al verle se acercaron al auto.
—¿Cómo está usted? —murmuró Dominie impresionada al conocerle, a pesar
de que Jake se lo había descrito.
Se sentía incapaz de apartar la mirada de, su rostro, que revelaba gran vigor y
orgullo y que parecía una máscara sin expresión.
Rohan De Arden fijó su mirada en la joven y ella pudo entonces apreciar sus
bonitos ojos, sus labios sensuales, así como su negro cabello que caía con descuido
sobre la frente despejada. Sus ojos tenían un tono indefinido, un color castaño sin
brillo, que con la repentina aparición de Susie parecieron cobrar vida.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—Tío Rohan —le saludó la niña con cariño, colgándose de su cuello.


En ese momento su padre la apartó cogiéndola de la mano.
—Rohan, el barco parte a las cinco...
—¡A las cinco! —repitió, consultando su reloj—. ¡Suba, señorita Worthing!
Ella contemplaba absorta la incomparable Bahía Magens, por última vez,
cuando oyó una exclamación del silencioso conductor. Al volver la cabeza notó cuál
había sido el motivo de tal exclamación. Frente a ellos, en una curva pronunciada,
habían chocado dos coches. Al parecer los ocupantes habían salido ilesos, pero la
carretera estaba bloqueada por completo.
Rohan abandonó el auto y ayudó a mover uno de los vehículos, lo que le llevó
mucho tiempo y cuando al fin el camino quedó despejado, vieron al barco que
abandonaba la bahía. Él se detuvo y pudo apreciar la expresión de desaliento que
apareció en el rostro de Dominie.
—Tendrá que ir en avión al siguiente puerto del itinerario —comentó con
indiferencia—. ¿Cuál es? ¿Lo recuerda?
—La Martinique —respondió cerrando inconscientemente los puños—. Todo
mi equipaje está a bordo.
—Ya me lo imagino —añadió con sarcasmo—. ¿Cuándo está programada la
llegada?
—Para mañana a las diez —comentó abatida—, y parte doce horas después.
—Le será imposible conseguir un vuelo con tanta urgencia —afirmó
encogiéndose de hombros—. ¿Qué otros lugares visitará?
—Ninguno, hasta una semana después que llegará a un puerto de Madeira —
contestó nerviosa—. He perdido casi la mitad de la travesía —murmuró.
—¡Qué mala suerte! —señaló Rohan con el mismo tono de indiferencia. Parecía
que no le interesaba en absoluto su problema——. Tendrá que esperar una semana
para reunirse con el grupo.
Durante el trayecto de regreso a Sunset Lodge, Jake no hallaba la forma de
disculparse; su ansiedad y el modo en que miraba a Dominie, atrajeron la atención de
Rohan, que miraba a uno y otro sin entender su actitud.
—¿No se les ocurrió pedir un taxi? —señaló a Dominie en un tono suave.
—Jake le llamó pero no pudo llegar.
—Ya entiendo. Cualquiera diría que estaba predestinada a perder el barco.
Dominie le miró indignada. Su indiferencia le molestaba; aunque ella fuera una
desconocida podría al menos mostrar comprensión ante tal contratiempo, como ser
humano. Jake continuaba pidiéndole que no se preocupara demasiado; que él
arreglaria todo lo necesario para que pudiera llegar a tiempo a Madeira.
—No será tan terrible, querida —añadió Jake en tono tranquilizador—. Yo me
encargaré de que disfrutes el tiempo que permanezcas en la isla —prosiguió mientras

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

su mirada se posaba en la expresión de Rohan, que mostraba un claro aburrimiento


por el asunto del barco.
—Te encantará pasar unos días más aquí —agregó al darse cuenta de que
Dominie también observaba a Rohan y se daba cuenta de su expresión.
Jake tuvo razón. Después de arreglar su viaje se sintió más tranquila y pudo
disfrutar de su estancia en la isla caribeña. En una de las habitaciones encontró dos
enormes baúles con ropa que la esposa de Jake había dejado cuando se marchó a
Inglaterra, con los niños.
Como algunos vestidos le quedaban un poco grandes, Dominie supuso que la
señora había sido menos delgada y más alta que ella; sin embargo, como su ropa se
había quedado en el barco, se sintió contenta de poder usar los bañadores que le
permitieron tomar el sol y adquirir un atractivo bronceado.
—Voy a organizar una fiesta —le comunicó Jake una tarde cuando tomaban el
té en los jardines—. Vendrán unas doce personas y me gustaría que asistieras. Si no
encuentras un vestido a tu gusto, quisiera que me permitieras comprarte uno.
—No lo puedo permitir —añadió negando con la cabeza—. Has sido muy
generoso conmigo y mi visita debe resultarte incómoda.
—Por el contrario, Dominie. Hace mucho tiempo que no me sentía tan
complacido, ojalá tú sientas lo mismo.
—No lo dudes —afirmó entusiasmada—, y para serte franca, creo que estoy
mucho mejor aquí que en el barco.
—Gracias por tus palabras, querida —estaban sentados bajo un frondoso árbol
y Jake se interrumpió al notar que Rohan se acercaba a ellos—. Hola, Rohan llegas a
tiempo para acompañarnos a tomar una taza de té.
—Gracias —se dejó caer en la silla estirando las piernas con desenfado—. He
venido a preguntarte si podría traer unos invitados a tu fiesta de esta tarde. Sylvia y
sus padres han llegado hoy y me han llamado desde el hotel. No podía permitir que
se alojaran en otro lugar que no fuera mi casa; tengo varios negocios con el señor
Fortescue y me siento muy comprometido.
Su voz normalmente baja e indiferente, adoptó un tono autoritario, por lo que
Dominie se preguntó si Rohan creía que cuando él deseaba algo, los demás estaban
obligados a complacerle.
—Los Fortescue llegaron en avión a la isla; fue un regalo por sus bodas de plata
que Tom quiso obsequiar a su esposa y Sylvia, su hija, viaja con ellos y me gustaría
traerlos conmigo.
—No me preguntes, sabes que puedes hacerlo.
—Es posible que Tom y Dora prefieran quedarse en casa a descansar y escuchar
música con tranquilidad.
—La invitación sigue en pie por si se deciden a venir.
—Se lo comunicaré, aunque dudo que cambien de opinión.

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Molly trajo de nuevo tazas y cucharitas y el té y Dominie se ofreció a servirlo;


sintió que los ojos de Rohan se posaban en ella y se inquietó, aun cuando estaba
segura que lo hacía mecánicamente. Al pasarle la taza, le devolvió la mirada.
—Gracias —señaló con ironía.
Jake y su amigo empezaron a charlar y ella aprovechó la oportunidad para
examinar sus rasgos con más detenimiento. Sin duda alguna era un hombre muy
atractivo, con una gran personalidad, a la que no podía resistirse mujer alguna sin
importar su edad.
Su piel era blanca, pero estaba bronceada por el sol; su cabello, abundante y
sedoso, sus cejas rectas y pobladas, su dentadura blanca y pareja; de hecho era la
perfección hecha hombre. No obstante, había algo en él que no armonizaba con su
atractivo, en el fondo de sus ojos brillaba cierto cinismo y crueldad; su boca, aunque
sensual, revelaba tal dureza, que Dominie le identificó con la imagen de la
insensibilidad.
No pudo evitar que él se diera cuenta de su penetrante mirada y antes de
apartarla, él le correspondió arrogante e inquisitivamente, haciendo que se sintiera
incómoda y molesta consigo misma, porque no deseaba darle la impresión de ser una
colegiala frente a su héroe favorito. Para su sorpresa, al despedirse le preguntó:
—¿Está disfrutando de su obligada estancia en la isla, señorita Worthing?
—Por supuesto, gracias. Jake es un magnífico anfitrión —se detuvo porque no
era eso lo que había querido decir.
En ese momento parecía que Jake estaba distraído.
De nuevo Rohan los miró extrañado cuando llegó Molly, que se aproximó a
Jake para avisarle que tenía una llamada telefónica.
—Parece como si Jake le tuviera un afecto muy paternal —insinuó Rohan
mientras aquel se alejaba.
—No me había dado cuenta —replicó Dominie, sintiendo que su barbilla
temblaba por el tono de sarcasmo con que había hecho el comentario.
—Le deseo que pase una tarde muy agradable —dijo levantándose para
marcharse, mientras los ojos de Dominie veían alejarse su esbelta figura, que se
perdía con elegancia entre los jardines.

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CAPÍTULO 3
A pesar de haberle asegurado a Jake que podría encontrar algo apropiado para
la fiesta, cuando Dominie salió de la hermosa habitación decorada en rosa y blanco y
se dirigió al salón principal, comprendió que se había equivocado.
El vestido que llevaba no era de su talla y para disimularlo se había puesto un
cinturón como adorno. La tela, de un tono rojizo, acentuaba la palidez de su piel, más
intensa desde una hora antes cuando oyó a Jake decir que el barco había cambiado el
rumbo y no haría escala en Madeira, pues tenía necesidad de dirigirse a Port
Eyerglades por falta de agua.
Jake no sabía cómo disculparse por las contrariedades que le había ocasionado a
Dominie y le suplicó que se quedara en Saint Thomas hasta el momento de regresar a
Southampton, donde podría recuperar su equipaje.
Dominie sabía que habían cerrado su camarote y que su equipaje estaba seguro,
así que estuvo de acuerdo en olvidarse por el momento del crucero y, aunque no le
desagradaba la idea de permanecer en Sunset Lodge, tenía un extraño
presentimiento, como si fuera a sufrir algún contratiempo durante su estancia. Sabía
que su pensamiento era absurdo, pero no podía desecharlo.
Cuando Dominie entró en el salón principal, Rohan estaba de pie, junto a la
ventana, acompañado de una hermosa y esbelta joven. Era morena, de ojos rasgados
y labios rojos.
Al principio sintió tal atracción por la pareja que charlaba de un modo tan
íntimo junto a la ventana, que no vio a nadie más y apenas pudo contener una
exclamación de sorpresa al darse cuenta de que ella era la única persona que no
llevaba vestido largo.
Por supuesto su traje era un modelo elegante de tipo cóctel, pero estaba
decidida a volver a su habitación cuando Jake, sin darle importancia a su atuendo, se
acercó a ella y la cogió de la mano. Le presentó a varias personas y notó que las de
sexo femenino no apartaban la vista del vestido. Mientras Jake la presentaba,
Dominie se dio cuenta de que Sylvia se sonreía con burla, por lo que murmuró
apenas conteniendo las lágrimas.
—Jake, me quiero retirar. ¿Podrías disculparme?
——¿Irte? ¿Por qué razón? —preguntó ansioso—. ¡Querida! ¿Estás llorando?
—No, pero... no estoy vestida apropiadamente. No sabía que se trataba de una
fiesta formal.
—Dominie, eso no tiene importancia, estás preciosa.
—No, Jake, no me engañes. Este color no me favorece porque acentúa la palidez
de mi rostro y... —se interrumpió al ver a un joven que se aproximaba hacia ellos.
—¿No vas a presentarme a tu compañera de crucero, Jake? Rohan me lo ha
contado todo.
Jake hizo la presentación con rapidez y se retiraron al jardín.

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—Debiste permitirme que te comprara un vestido nuevo, después de todo, estás


pasando por esta situación por mi culpa, aunque te aseguro que estás guapísima —
continuó Jake, cogiéndola del brazo con afecto—. Ven, tomemos algo.
—Pero...
—No puedes desaparecer así, Dominie.
—¿Lo dices porque te pondría en evidencia?
—No, Dominie, porque sé que te sentirás mal cuando vuelvas a encontrarte con
esas personas.
—Ellos saben lo que ocurrió, además creo que no los volveré a ver —añadió
Dominie.
—No comparto tu opinión. Hace un momento he oído a Rohan hacer algunas
invitaciones para una fiesta que va a ofrecer a los Fortescue el jueves.
—¿Y qué tiene que ver conmigo? No soy uno de sus invitados.
—Desde luego que sí, Dominie. Me gustaría muchísimo que me acompañaras.
Las palabras de Jake le sorprendieron y a pesar de darse cuenta de que no le
agradaba a Rohan, comprendía que la invitación de Jake la incluía a ella. Después de
unos minutos el problema de su vestido perdió importancia; como era inteligente,
podía sostener una amena conversación.
Jake la acompañó hasta la mesa y se sentó a su lado, para cenar junto a los
exuberantes árboles de flores exóticas. La fuente iluminada se sumaba a las luces
colocadas en los árboles y a las de las lámparas del salón, dando la impresión de
estar en un mundo mágico y especial, donde los suaves vientos refrescaban la noche,
saturada con el aroma de las flores de los jardines.
—¿Estás más tranquila, Dominie? —le preguntó Jake.
—Sí, gracias a ti —se interrumpió al ver que una pareja se aproximaba.
—¡Al fin Rohan ha encontrado a la mujer de sus sueños! —comentó a Jake una
dama de cabello gris y elegantemente vestida.
Él envió a Dominie una mirada en la que le decía que ya había oído esos
rumores de boca de la señora Cookson.
—No veo por qué se refiere a Sylvia como la mujer de sus sueños. Rohan nunca
lo ha mencionado, creo que sólo trata de ser amable con su invitada.
—¡Te equivocas, Jake! Estuvieron juntos en Londres. ¿No recuerdas que él viajó
a Inglaterra hace un par de meses? Allí estaban los Fortescue y Rohan salió con
Sylvia todas las noches; además se hospedó con ellos en su residencia de Nueva
York. Es probable que él haya cambiado respecto a las mujeres —añadió la dama con
una sonrisa que acentuó las arrugas alrededor de sus ojos.
—Me gustaría verle sentar cabeza —agregó el marido suavemente—. Pasó una
mala temporada cuando murió su hermana, creímos que nunca se sobrepondría.
—Perdió a su hermana en un accidente —le explicó a Dominie—. Una mujer
que había bebido causó la tragedia. ¿Podría imaginarse a Rohan abatido por la pena?

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—No, no puedo imaginarlo.


—Lo estaba, ¿no es así Jake?
—Sí, y os aseguro que no se ha recuperado del todo.
—Así lo creo yo también —intervino la señora Cookson—. Es increíble imaginar
cómo una mujer puede causar la muerte de una joven y luego darse a la fuga. Si yo
hubiese estado en el lugar de Rohan, habría chocado con el coche de la mujer en
lugar de tratar de esquivarlo.
—Desconoces las circunstancias, querida —replicó su esposo—. Te he repetido
que no debes apresurarte a formar juicios. Tal vez exista alguna justificación.
—¿Pretendes que hay excusa para conducir cuando se han ingerido bebidas
alcohólicas?
—¡Ninguna! —aseguró Jake con firmeza—. Esa mujer debería estar en la cárcel.
—Y con certeza lo estaría si se conociera su identidad.
Para su tranquilidad, Jake intervino y aclaró que Dominie conocía todo el
asunto.
—Lo siento entonces —agregó el señor Cookson——. No me gusta insistir en
algo que la gente ya sabe.
—Sylvia es una muchacha encantadora, sencilla y natural —continuó la señora
—. Hacen una pareja incomparable. ¿No os parece?
—Claro que sí —respondió la joven dándose cuenta de que la pregunta iba
dirigida a ella y aunque no consideraba a Sylvia sencilla ni natural, no hizo ningún
comentario.
Más bien, daba la impresión de ser una persona segura de sí misma y muy
refinada, con un aspecto artificial debido a su maquillaje y a las joyas que lucía. Sin
embargo, Dominie reconocía que Sylvia poseía una personalidad impresionante y era
con seguridad la clase de muchacha que Rohan elegiría, si decidiera casarse.
—¿Bailamos, Arthur? —propuso sonriendo la señora Cookson al oír que la
orquesta empezaba a tocar.
—Por supuesto, mi amor —le contestó a la vez que se dirigían al salón donde se
oía la música.
—¿Quieres bailar, Dominie?
—¿Te importaría si me quedo aquí disfrutando de la brisa?
—De ninguna manera. ¿Te molesta si te abandono un momento para cumplir
con mis deberes de anfitrión?
—Por supuesto que no. Estaré contigo dentro de un momento.
Después de permanecer un rato en el mismo sitio, Dominie decidió recorrer los
alrededores para ver las plantas. Susie le había contado que aquel árbol era un
fanchipaniero y que el seto de más allá lo formaban adelfas rosadas e hibiscos y se
sorprendió de las maravillosas sombras en tonalidades violeta que formaban las
luces y los árboles.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

¡Qué tranquilidad y quietud se respiraba allí con la luna creciente, las estrellas
semiocultas por las nubes y el sonido de la música más y más apagada!
Dominie oyó voces y se detuvo. Se apoyó en el tronco de un árbol.
—¡Pero la estabas mirando! —era una voz femenina.
—Es sólo tu imaginación, querida Sylvia.
—¡Yo te sorprendí! —la voz, aunque petulante, era muy agradable—. Estás
provocando mis celos y te odio por eso.
—¿Lágrimas, mi pequeña? No seas tonta, sabes que sólo tengo ojos para ti.
—Creo que eres un donjuán y por eso he decidido no tener ninguna relación
contigo.
—¿Así que ahora me quieres abandonar? y sólo porque imaginas, imaginas —
repitió con énfasis la última palabra— que yo estaba mirando a la amiga de Jake.
Dominie se sobresaltó, nunca hubiera imaginado que era ella la causa de la
discusión.
—¿Abandonarte dices? Yo nunca he sido tu prometida.
Dominie frunció el ceño. ¿Qué pretendía la muchacha? Al ver que la pareja se
detenía, Dominie se escondió detrás del árbol.
—¿Quién —comentó Rohan, pasando por alto las airadas palabras de Sylvia—
desearía contemplar a un ratón asustado como la señorita Worthing?
Se oyó una risita burlona y Dominie tembló de rabia.
—Es graciosa, ¿no te parece? Asistir a una fiesta vestida de esa manera. No
podía dar crédito a mis ojos. Después de todo, ¿quién es ella?
—Una chica del barco por la que Jake sintió compasión, tú sabes cómo es él en
cuanto a mujeres se refiere.
—En realidad no lo sé. Me has comentado algo una o dos veces, pero no he
puesto demasiada atención.
—Es muy sentimental con ellas y siempre está temeroso de lastimarlas.
Supongo que la señorita Worthing estaba sola y él decidió protegerla.
—¿Protegerla dices? ¿No hay algo más entre ellos?
—No lo creo. Se supone que ella debe partir la próxima semana, me parece que
el viernes.
Dominie estaba furiosa; las mejillas le ardían y las manos le temblaban. Era algo
superior a sus fuerzas. Nada le daría mayor satisfacción que enfrentarse con ellos y
que se dieran cuenta de que había oído todo. Pero tenía que controlarse por Jake y la
amistad que le había brindado. No comprendía cómo podía ser amigo de una
persona tan insufrible como Rohan De Arden.
—Bésame Rohan —le pidió Sylvia de pronto.

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—Encantado de complacerte, mi amor —siguió un largo silencio en el que


Dominie hubiera querido huir, pero tuvo que permanecer junto al árbol, ante el
peligro de que la vieran.
—¿Estás decidida a abandonarme?
—Aún no —le contestó en un susurro, como un dulce gatito—. Sabes que tengo
otros pretendientes.
—Lo sé —el tono que usaban para hablar era suave, pero frío.
Dominie no acababa de entender la relación que existía entre ellos. Daban la
impresión de jugar uno con el otro, sin saber si querían llegar al matrimonio.
—Tú lo sabes Rohan, yo no te amo.
—¿No? —hizo una pausa y dijo—: entonces, ¿cómo explicas la escena de celos
que me has hecho?
Dominie apretó los dientes con fuerza.
—No estaba celosa.
—Dijiste que lo estabas.
—Lo que dije fue que tratabas de provocar mis celos.
—Entonces me retracto. Vamos, cariño, hemos permanecido fuera demasiado
tiempo y la gente puede empezar a murmurar. No es eso lo que quieres, ¿verdad?
—Claro que no y menos teniendo en cuenta tu reputación.
—¿Mi reputación? —él mostró interés por primera vez—. Háblame acerca de la
reputación que tengo.
—Jamás te acercas a una mujer con buenas intenciones.
—¿Con buenas intenciones, dices?
—Rohan, no pongas esa cara de incredulidad, tú sabes de qué estoy hablando.
—Y según tú, ¿a cuántas mujeres me he acercado con malas intenciones?
—Hubo una llamada Freda.
—Si la memoria no me falla, conocí a una tal Freda que pretendía casarse
conmigo —a pesar de la oscuridad de la noche, Dominie podía observar los labios
sensuales de Rohan.
—Sólo que en vez de casarte con ella, la sedujiste.
—Ella quería que la sedujera —fue la fría respuesta.
—¡Todos los hombres sois iguales! Me parece que voy a quedarme soltera. ¡Te
odio!
—¿Podrías decirme el nombre de otra chica con la que me hayan visto? —
preguntó haciendo caso omiso de las últimas palabras de Sylvia.
—Creo haber oído el nombre de Joan.
—La recuerdo bien. Lo que tenía de hermosa lo tenía de tonta. También soñaba
con el matrimonio.

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—¿También a ella la sedujiste?


—Tengo que aceptarlo.
—¡Qué vergüenza! ¡Qué descaro! No, en definitiva hemos terminado.
—Durante meses me he dedicado a ti por completo y ahora pretendes dejarme.
Espero que no te arrepientas, Sylvia.
Dominie no comprendía nada, aunque de pronto se dio cuenta de que Sylvia
dominaba la situación.
—¿Te he lastimado? —interrogó arrepentida.
Dominie se preguntaba quién ganaría el juego y de no ser por los comentarios
que habían hecho de su persona, la situación le parecería divertida.
—Lo que debería hacer es darte la espalda y no volver a verte. Creo que sería
mejor pasar el resto de la velada bebiendo.
—¡Oh, Rohan, perdóname! Lo que sucede es que... tengo miedo.
—¡Qué ridiculez! ¿Miedo de qué?
—¡Miedo de ti y por consiguiente, de mí! Me agradas mucho y no quisiera
lastimarte, pero no estoy enamorada de ti y no deseo hacer algo de lo que tendría que
arrepentirme, sólo por ese sentimiento que me inspiras.
—¿Me estás dando a entender que si te pidiera en matrimonio, aceptarías por
piedad? —preguntó en un tono que Dominie no pudo precisar.
—Sí, y por favor querido Roban, no me pidas que acepte ser tu esposa.
Una nube cubrió de pronto la noche tan clara.
—Sabré esperar mi amor... sólo hasta que estés segura de tus propios
sentimientos.
La pareja caminó hacia el salón, donde la orquesta continuaba tocando.
Dominie estaba convencida de que Rohan sabía qué papel desempeñar en el
juego, porque no era ningún tonto, a pesar de toda la inteligencia demostrada por
Sylvia. Ella deseaba casarse; él, pasar el rato.
Dominie se quedó en su escondite unos minutos más, pensando en lo
interesante que sería conocer el final del juego.

Decidida a no parecer «un ratón asustado» en la próxima reunión, Dominie le


pidió a Jake que la acompañara a Charlotte Amalie a comprarse un traje de noche.
—¿Me permitirás que te lo regale? —le rogó él mientras aparcaba el coche—.
Me harías feliz si aceptaras.
—Dejé la mayor parte de mi dinero en la caja de valores del barco, pero aún
tengo el suficiente como para comprar un vestido –negó Dominie con la cabeza.
—Eres una chica muy independiente —la cogió del brazo, conduciéndola al
centro comercial, a través de un paseo arbolado.

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—¿Tiene algún nombre especial este paseo? —preguntó la muchacha


sorprendida por su belleza.
—Sí, se llama Paseo de los Hibiscos. ¡Oh, disculpa, es el siguiente! Este es el
Paseo de los Jazmines.
—¡Qué hermoso! ¿Hay otros?
—Por supuesto, el Paseo de las Orquídeas, que es hacia donde nos dirigimos —
señaló Jake las tiendas que se encontraban a lo largo del Paseo—. El conjunto se
llama Centro Beretta y se dice que es la zona comercial más elegante de todo el
Caribe. Aquí puedes adquirir desde una joya o un perfume costosísimo, hasta
porcelana china y artículos de piel. Si deseas comprar una prenda a precio razonable,
sé dónde la encontraremos, pero si lo que buscas es una creación original, tendremos
que ir al Conjunto Español.
—¿El Conjunto Español? ¿Es un centro de ropa exclusiva?
Jake movió la cabeza en señal afirmativa y ella se sintió inquieta después de oír
las siguientes palabras de su amigo.
—Permíteme que te regale un vestido, Dominie, uno muy bonito.
—Eres muy amable, pero yo debo pagarlo.
—Está bien —asintió dándole a entender que para él sería un verdadero placer
regalárselo.
Entraron en varias tiendas sin encontrar ese vestido tan especial que la joven
deseaba.
Más adelante, en un escaparate vio varios que le llamaron la atención.
—Estos son los modelos de que te hablé, como te darás cuenta, son carísimos —
la alejó pensando que Dominie estaba buscando algo de acuerdo a sus recursos, pero
la joven, al recordar las palabras de Rohan y las risas burlonas de Sylvia, decidió que
eso era lo que necesitaba.
Dominie nunca había descuidado su apariencia y era muy bonita. Desde luego
que no poseía la belleza exótica de Sylvia, que debía ser unos seis años menor que
ella y quien, con seguridad, no había tenido ninguna pena. Sin embargo, podía
competir con ella en cuanto a su arreglo personal.
—¡Entremos! —decidió ante la sorpresa de Jake.
El vestido que eligió costaba ciento cincuenta dólares y ella tenía en su bolso
sólo cuarenta libras.
¿Podrías prestarme la diferencia, Jake? Te lo enviaré en cuanto llegue a casa —
afirmó antes de que tratara de disuadirla.
—Por favor, querida, permíteme pagarlo, ¡estás tan ilusionada!
—Sólo préstame el dinero, Jake —giró hacia él con dulzura—. ¿Conoces algún
lugar donde me puedan peinar? y... ¿podrías prestarme un poco más de dinero? —le
preguntó sin darle importancia al hecho de que estaba hablando con un hombre que
acababa de conocer hacía apenas unos días. Tenía que dejar perplejas a esas dos

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criaturas cuando se presentara ante ellas—. ¿Crees que necesito pedir hora para que
me atiendan?
—Vamos a verlo —sonrió afectuoso—. Estoy seguro de que vas a darles una
sorpresa.
Eso era lo que ella pretendía, en especial a esos dos. Ya le mostraría a Rohan lo
orgullosa y altiva que podía ser cuando se dignara dirigirles la palabra como su
invitada.

La reunión se llevó a cabo en el Hilton de la Isla Virgen, donde se reservó una


parte del salón comedor principal Frangi–Papi para Rohan y sus invitados, entre los
que figuraban los Osborne, joven pareja propietarios de una cadena de «boutiques»
en las Islas Vírgenes; los esposos Mead, de mayor edad, vecinos de Rohan, y por
supuesto los Fortescue.
Dominie llegó acompañada de Jake, quien una hora antes le había confirmado
que sería la chica más bonita y elegante de la reunión. Un camarero los condujo al
bar, donde ya los Mead habían pedido las bebidas. Rohan fue el primero en verlos y
sonreír a Jake, antes de fijarse en Dominie y quedar mudo de asombro; se recuperó
con rapidez y los acompañó hasta sus lugares.
—¡Qué dama tan encantadora te acompaña, amigo!
—Gracias por el cumplido, señor De Arden —contestó ella.
Se dio cuenta de lo asombrado que estaba Rohan. Su mirada le recorría el
cabello cuidadosamente arreglado y su largo y elegante vestido confeccionado en
satén blanco y adornado con diminutas cuentas en el escote y en el borde de la falda.
Los tonos naranja de éstas contrastaban con el color blanco del vestido, haciendo
resaltar los hombros y espalda desnudos, de Dominie, que habían adquirido un
bronceado muy llamativo; la prolongada abertura que llegaba hasta la altura de la
rodilla, le daban un toque muy especial. Era la prenda más elegante que jamás
Dominie hubiera soñado comprar y al llegar a la casa, se sintió arrepentida por su
extravagancia, al reconsiderar su costo para una noche.
Una vez que observó el efecto que le causó a Rohan y la cara de estupor de
Sylvia, que la veía anonadada desde el lugar que ocupaba junto a sus padres,
consideró que valía la pena cada contado invertido en él.
—Venid, vamos a tomar algo —la voz de Rohan se oyó baja.
Cuando ella y Jake se aproximaron a la mesa, notó que todos la miraban; se
sentía segura de sí misma y de la situación. Al seguir la mirada de la señora
Fortescue, que fue de ella a su hija, frunciendo el ceño, la joven volvió a confirmar su
distinción y elegancia y sonrió divertida. Sylvia, vestida siempre impecablemente, en
esta ocasión había dejado de ser el centro de atracción.
—Señorita Worthing, ¿qué va usted a...?
Dominie no podía oír a Rohan, porque en ese momento trataba de contestar a
las preguntas de Grace Osborne relacionadas con su vestido.

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—¡Qué modelo más bonito! —exclamó con un poco de envidia—. ¿En dónde lo
compró? ¿Lo trajo de Europa?
—Lo compré en Charlotte Amalie.
—¡Cómo no lo he visto primero!
—No es tu talla querida —interrumpió su esposo—. Siempre te he advertido
que comes demasiado.
—Eres un grosero, no sé por qué me casé contigo.
—Por mi dinero, lo cual no me sorprendería —fue la rápida respuesta y todos
rieron.
—Frank Osborne es millonario —le susurró al oído Jake, después de elegir las
bebidas.
—Nunca hubiera imaginado que la isla estaba llena de millonarios.
—En realidad es una isla muy próspera. Los afortunados vienen aquí y
construyen impresionantes mansiones de verano. Tendrás oportunidad de conocer la
de los Osborne, es un verdadero sueño.
—¿Y Rohan, también tiene un palacio?
—En cierta forma, sí; pero la propiedad de los Osborne es inmensa. Es probable
que Rohan tenga más dinero que ellos, pero no es ostentoso.
—¡Me sorprende sobremanera que...! —interrumpió las palabras que se le
escapaban involuntariamente.
—¿No te agrada Rohan? —buscaba al amigo con la mirada.
Rohan sin duda, era el caballero más elegante y distinguido del grupo, su traje
tenía un corte y calidad excelentes y además poseía un físico que le colocaba muy
cerca de la perfección.
—No he tenido tiempo de formarme una opinión de él —se evadió recordando
lo que había oído entre Rohan y su pareja.
Pensó que más que disgustarle, le odiaba.
—Es la persona más agradable que conozco —comentó su interlocutor
pensativo—. Le confiaría mi propia vida. Sé que algunas veces parece cínico con las
mujeres y es porque le disgustan. Si se casara con Sylvia, yo sería el primer
sorprendido, ya que sé que es un soltero empedernido; aún cuando salía con Nina yo
nunca estuve convencido, como los demás, de que estuvieran comprometidos en
serio.
—¿No lo creías?
Él negó con la cabeza y sus ojos se volvieron hacia los Mead, que en ese
momento entraban en el bar y parecían dudar si conocían a Dominie. Con el
reconocimiento, vino la admiración y la señora Mead susurró algo al oído de su
esposo.

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—Solía pensar algunas veces en el compromiso con Nina no era nada formal —
decía Jake girando hacia su amigo—. Sí... aun cuando ella no se hubiera fijado en
otro, me atrevería a asegurar que él finalmente habría roto con ella.
—Debió ser un golpe terrible para su orgullo —se detuvo lamentando lo que
había dicho, pues conocía el aprecio que sentía su protector por Rohan.
Jake no hizo comentario alguno.
—Creo que vamos a pasar a la mesa —Frank se les unió en ese momento dando
por terminada la conversación.
—¿Ha disfrutado de su estancia en la isla? —preguntó con una sonrisa.
—He pasado unos días inolvidables. Jake se ha encargado de llevarme a
diversos lugares y considero que el paisaje y todo es magnífico.
—Supongo que han estado en el restaurante de la cima de la montaña, que
pidieron sus famosos Banana Daiquiri y se sentaron en !a silla de Drake para pedir
un deseo, ¿me equivoco?
—No, hemos hecho todo eso y más; fuimos a ver a los limbo, bailarines típicos y
a las orquestas; escuchamos a los cantantes de jazz que se presentan en el bar de la
bahía y son fantásticos —sonrió la muchacha.
—Entonces, tendrá muchas cosas que contarle a sus amistades de Inglaterra,
¿no es así?
No pudo contestar porque en ese momento, Jake la cogió del brazo y la condujo
al salón Frangi–Papi, donde las mesas permanecían protegidas por palmas
sembradas en macetones y tenuemente alumbradas por lámparas semiocultas.
—¿Tiene usted familiares? —preguntó mientras se sentaban.
—Sólo una tía anciana; si es que aún vive, ya que no he recibido respuesta a mis
dos últimas cartas. En realidad, no me preocupo demasiado, se trata de un pariente
lejano.
—¡Qué mala suerte! Debe ser muy triste no tener a alguien de la familia en
quien confiar.
—Así es. Cuando Jerry vivía, éramos muy felices.
Jake asintió comprensivo y su voz se oía cálida y amable al hablar.
—Creo entenderte, cariño y pienso que lo mismo le sucede a Rohan. Él quería
mucho a su hermana y supongo que aún la sigue echando de menos y continúa
culpándose por su muerte, una vez comentó que si no le hubiera permitido ir a tu
país, el accidente no habría ocurrido.
—Sí... —hizo una pausa para mirar a Rohan, que charlaba muy cerca de Sylvia
—. Tal vez no fue muy estricto con ella, lo cual me sorprende porque le considero un
hombre obstinado —podía observar el rostro de Rohan que revelaba cierta
inflexibilidad.
—En algunos aspectos era intransigente, pero tuvo que doblegarse cuando su
hermana decidió ser actriz. Ella poseía un gran talento, consideraba el poder actuar

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su más preciado sueño y estoy seguro de que más tarde él se arrepintió de darle su
consentimiento.
—Seguramente ella insistió mucho.
—No lo dudes, tal vez hasta le haya desafiado con no obedecerle.
—Por supuesto, el accidente no habría ocurrido de no haber estado ella en el
lugar y momentos precisos.
—Tienes razón, querida, aunque yo creo en el destino.
—Entonces el destino es cruel —repuso sintiendo ganas de llorar—. Mi
hermano tenía dieciocho años y nunca le hizo mal a nadie; era un gran muchacho.
La orquesta empezó a tocar y Rohan y Sylvia iniciaron el baile; Jake, para poner
fin a tema tan doloroso, invitó a Dominie. Estaban sirviendo el segundo plato y
regresaron a la mesa pero la joven no llegó a sentarse porque Rohan la invitó a bailar.
Al contacto de sus brazos, se sintió tensa sin motivo.
—Me gustaría aprovechar esta oportunidad para agradecerle su invitación. Me
estoy divirtiendo mucho —pronunció estas últimas palabras con frialdad, aunque
cortésmente, y, por un instante, pareció que él no comprendía su actitud. Ella se
preguntaba cuál sería su reacción sí se enterara de que había oído la conversación
que mantuvo con Sylvia.
—El placer ha sido para mí, señorita Worthing. Me alegro de que su retraso le
haya permitido acompañarnos.
—Me voy el martes —le informó, sin tener algo más que decir.
—Pensé que mañana dejaría la isla.
—¿No le comentó Jake que cambiaron los planes y el barco va ya de regreso a
Florida?
—No, no me dijo nada. Entonces, ¿ya no le preocupa el volver al barco?
—En absoluto, su amigo me convenció para que permaneciera a su lado y como
lo estoy pasando muy bien, no vi motivo para negarme. Volaré a Inglaterra y
recuperaré mi equipaje en Southampton —su voz seguía siendo impersonal, aunque
no tanto como ella deseaba.
Le sorprendió sentirse afectada por su cercanía, su contacto, su voz y el
movimiento de su cuerpo cuando bailaban. Al llevarla a su lugar, su mirada se cruzó
con la de Sylvia y pudo apreciar el disgusto dibujado en la boca de la otra muchacha
y deliberadamente giró la cabeza hacia él al tomar asiento.
Como buen anfitrión, Rohan bailó con todas las damas asistentes, pero para su
asombro, permaneció más tiempo al lado de Dominie que con su adorada Sylvia.
—Quiero felicitarla, baila muy bien. ¿Lo hace a menudo? —preguntó él en una
ocasión.
—Muy rara vez —hubiera querido retractarse de sus palabras que revelaban su
falta de reuniones sociales.

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Él no agregó ningún comentario y de pronto se encontraron a solas bailando en


la terraza del salón y admirando el mar, donde se hallaba anclado un buque con sus
luces brillantes, resplandeciendo en la oscuridad de las aguas caribeñas.
—¡Es tan maravillosa la vista! —suspiró, olvidando por un momento su
silenciosa compañía—. No importa adónde se dirija la mirada, siempre hay más islas.
¿Cuántas son en total?
—¿Se refiere a las Vírgenes? —ella asintió y él le informó que había cincuenta
pertenecientes a los Estados Unidos y treinta a Gran Bretaña.
—¿Tantas?
—Sí, aunque no todas están habitadas. Como usted sabe, de las Vírgenes
norteamericanas sólo tres son importantes.
—¿Siempre ha vivido aquí, señor De Arden?
—Mis padres construyeron aquí una casa cuando eran jóvenes y solíamos pasar
en ella gran parte del año —hizo una pausa. Al mirarle, la muchacha podía imaginar
que sus pensamientos se habían remontado a épocas no muy felices, cuando su padre
había conocido a la otra mujer—. Pero yo me restablecí aquí hace unos diez años —
agregó, para cambiar la conversación y aprovechó para decirle el nombre de algunas,
—Desde la terraza de Jake se disfruta de una vista similar, por supuesto usted
lo sabe —señaló con ironía.
—¿Se puede contemplar desde su terraza la Bahía Magens, Saint John y las islas
británicas o algunas de ellas?
—Antes de partir debe conocer el lugar donde vivo. Le diré a Jake que os espero
a cenar mañana por la noche —la invitó a la vez que asentía con la cabeza a su
pregunta.
——Es muy amable de su parte, no deseo causarle molestias señor De Arden —
le intrigaba su súbito interés y el por qué se había despojado de la máscara de
austeridad que llevaba siempre, aún en los momentos que charlaba con sus
amistades.
—De ninguna manera, señorita Worthing, será un placer verme honrado con su
visita.
¿Era sincero? Algo semejante a una señal de peligro rondaba en su
subconsciente y su incredulidad aumentó cuando la cogió del brazo con delicadeza
para guiarla hacia donde estaba Sylvia con sus padres.
Su actitud fue más inesperada aún que su invitación, pero Dominie no tuvo
tiempo de considerarla porque le inspiró curiosidad la expresión del rostro de la
joven. Sus labios temblaban por la rabia y cuando sus miradas se cruzaron, pudo
percibir que estaba a punto de llorar. Antes de que Rohan pudiera percatarse de lo
que ocurría, Sylvia bajó la cabeza y poco tiempo después, al verlos bailar juntos, notó
que no cruzaban palabra alguna.
—Habrá un desfile de modas —le susurró Rohan al oído—. Te gustará, porque
se trata de un desfile de modas para hombres.

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Después del desfile, regresaron los bailarines y la orquesta volvió a tocar para
amenizar el baile. Todo tuvo lugar al aire libre, envuelto en un ambiente de cuento
de hadas debido a la vegetación tropical, la iluminación de las velas colocadas en
exóticos recipientes de cristal y a los trajes típicos de los músicos. El aire saturado de
extraños aromas y la suave y fresca brisa que corría, balanceaba los cocoteros y los
enormes flamboyanes.
La fiesta terminó tarde y Dominie se sentó junto a Jake, en el coche. Cruzaron la
isla, rodeando la montaña San Yeter, la hermosa Bahía Magens se extendía a lo lejos.
—Debo felicitarte por haber acaparado la atención de Rohan —sonrió Jake al
aparcar el auto—. La hermosa Sylvia se vio afectada por el marcado interés que te
mostró.
Ella descendía del coche cuando oyó las palabras de su compañero y agradeció
que la oscuridad ocultara su súbita turbación
—Fue el vestido —murmuró como respuesta—. La otra noche ni cuenta se dio
de que existía.
—Estás preciosa y no es por el vestido —la miró fijamente—. Eres adorable.
Sus palabras la acompañaron un buen rato y no le permitieron conciliar el
sueño. Fue una interesante experiencia, convivir con esa gente adinerada que
pertenecía a un mundo desconocido e irreal para los que, como ella no lo
frecuentaban, aunque lo que consideró más excitante fue haber acaparado la atención
del hombre más distinguido y atractivo de toda la concurrencia.

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CAPÍTULO 4
Dominie agitó la mano en respuesta al saludo de los niños que cruzaron por los
jardines corriendo y desaparecieron por el camino que llevaba a la piscina, donde
Jake tomaba su acostumbrado baño vespertino.
Distraída, su mirada vagó por la pequeña y cercana colina cubierta de
tamarindos y adelfas color carmesí, la cual formaba parte de la finca de Rohan. A
pesar de que Dominie no podía verla, sabía que tras esa colina se encontraba la casa
del enigmático hombre de empresa.
Estaba la mansión diseñada con el gusto más exquisito que ella hubiera
conocido. Tenía un toque de sobriedad y sencillez que revelaba la aversión de su
propietario por la ostentación. El paraje, según palabras de Jake, tenía una apariencia
más que de grandeza, de naturalidad.
Se podían apreciar los exóticos árboles y arbustos que enriquecían el paisaje con
sus caprichosas formas y colorido; las fascinantes flores tropicales que caían como
una cascada sobre muros y enrejados, cuyos aromas saturaban el ambiente, excitando
los sentidos y el recuerdo de palabras amorosas murmuradas entre el hibisco, la flor
de pascua o la buganvilla.
En los jardines de la residencia de Rohan se encontraban todos los tipos de
árboles y flores que crecían en el Caribe; el conjunto armonizaba de tal manera, que
no podía uno más que admirar tanta belleza y pensar que siempre habría algo nuevo
que descubrir. Dominie había visitado otros jardines en los que una sola mirada
bastaba para dominar el panorama.
Cuando salió a la terraza, sufrió un súbito estremecimiento y apartó con
rapidez la mirada, pues al pie de la colina se encontraba Rohan contemplando el lago
azul.
Dominie sintió que sus mejillas se teñían por el rubor y una vez más se
preguntó por qué había aceptado la proposición de su amigo, de hacerse cargo de los
niños. El día de su partida, Jake le había pedido que no se fuera y cuidara de Susie y
Geoffrey, al principio dudó, pero ahora reconocía que fue el recuerdo del rostro de
Rohan lo que la hizo aceptar. Se repetía sin cesar que habría sido mejor escapar
entonces y no sucumbir ante sus encantos como tantas otras mujeres lo habían hecho.
No podía precisar en qué momento la impresionó, pero de lo que sí estaba
segura era de que había sido después de la noche que estuvo en su casa, con su
gentileza y sus ojos siempre fijos en ella, que hacían que todo lo que existía a su
alrededor perdiera importancia, excepto la presencia de Rohan.
Sylvia, al notar que ya no le dedicaba toda su atención, se puso furiosa, igual
que su madre; al parecer, no se lo habían demostrado a él, o si lo hicieron, Rohan no
formuló ningún comentario que dejara entrever su reacción.
Dominie parecía preocupada y quizás un poco culpable y no se había
envanecido por el interés que él le demostraba, más bien se hallaba confusa.

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—Debes sentirte satisfecha —le sonrió Jake al día siguiente—. Por lo general
Rohan es cortés con las mujeres, pero distante.
—¿Qué me dices de Sylvia? —trataba de aclarar sus propios sentimientos—. Él
no se muestra muy distante con ella.
—En efecto, pensé que le había impresionado, pero nunca le vi tan interesado
por dos mujeres a la vez y para ser exacto, no había vuelto a ocurrir desde que, hace
cinco años, terminó con Nina, lo que Rohan menciona como un asunto de
conveniencia —añadió con ironía.
Ella dirigió la mirada hacia donde estaba Rohan y vio que se había marchado.
Respiró profundamente al sentir que cedía la opresión que embargaba su pecho.
¡Qué tonta había sido al aceptar la oferta de Jake sólo porque no podía soportar
el hecho de no volver a contemplar los ojos de Rohan! Sabía que ella le agradaba y
aunque no deseaba competir con la hermosa Sylvia, en sus pensamientos más
recónditos nacía la esperanza. Creía que le agradaba, de lo contrario, ¿cómo se
explicaba que tuviera tantas atenciones con ella?

Después de su viaje a Inglaterra, cuando regresó a Sunset Lodge y se instaló


definitivamente, Dominie descubrió que Rohan la estaba utilizando para provocar
los celos de Sylvia.
La información le había llegado de labios de la propia señora Fortescue quien,
en compañía de su esposo e hija, habían regresado a la isla. Al considerar su visita, la
recordaba como algo imprevisto, pero muy bien planeado, cuyo único propósito era
conversar con ella.
La señora Fortescue visitó Sunset Lodge una semana después de la llegada de
Dominie y aprovechando la ausencia de Rohan, que había tenido que viajar a Nueva
York, esperó el momento de encontrar sola a la muchacha. Los niños se habían ido a
la escuela y Jake de compras a Charlotte Amalie. Cuando se acercó a la joven, ésta
estaba distraída cortando algunas flores y su presencia la sorprendió.
—¡Ah, señorita Worthing! —exclamó efusiva—. ¡Qué suerte tengo de haberla
encontrado sola! —se detuvo como midiendo sus palabras. Un ligero
estremecimiento delató su decisión de tratar el problema directamente y prosiguió—:
He venido a darle un consejo respecto a las atenciones que Rohan le ha estado
prodigando en las últimas reuniones. Él está locamente enamorado de mi hija y ella
también le ama, pero no quiere aceptarlo ante él; usted sabe cómo son las muchachas
de hoy, prefieren coquetear un poco antes de formalizar un compromiso —se detuvo
en espera de algún comentario, pero la joven estaba muda por la sorpresa e
indignada por la observación de que ella no era de la misma generación que Sylvia
—. El problema es que Rohan la ha estado usando para provocar los celos de mi hija
y es posible que continúe haciéndolo. He creído mi deber prevenirla, porque como él
es tan atractivo, temo que usted salga lastimada como tantas otras lo fueron. Si no me
cree, puede preguntarle a Jake.
—Señora Fortescue —le respondió furiosa y mirándola a los ojos—, me gustaría
informarle que no tengo el más mínimo interés en el hombre con el que su hija espera
casarse.

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—¿Espera? Ella se casará en el momento que lo decida —olvidó sus buenos


modales dando paso a su arrogancia y supuesta superioridad—. Lo que le he dicho
ha sido porque la considero mi amiga, pero si decide no hacerme caso, usted será la
primera en lamentarlo —esperó alguna respuesta, pero Dominie se alejó furiosa
hacia la casa.
De pie, en el patio posterior, la muchacha reflexionaba acerca de lo que acababa
de oír y llegó a la conclusión de que Rohan la había estado utilizando y lo seguiría
haciendo si ella no ponía remedio. Esa noche había una fiesta en casa de Rohan a la
que, por supuesto, ella estaba invitada y Jake esperaba que le acompañara, pero no
estaba dispuesta a seguirle el juego al despreciable señor De Arden.
De pronto su cuerpo se estremeció y deseó poder escapar. Era demasiado tarde,
él estaba frente a ella y no tuvo más remedio que ofrecerle una silla que él acepto
para sentarse.
—¿Está Jake por aquí? —dirigió su mirada hacia las ventanas del despacho—.
¿Le podría decir que deseo hablar con él?
—Con mucho gusto, hace algunos minutos estaba en la piscina —contestó con
una frialdad deliberada.
—¿Sucede algo, señorita Worthing? —la miró, asombrado por su respuesta—.
Tengo la impresión de haber hecho algo que la ha molestado.
—No me imagino por qué tiene esa impresión —respondió con la misma
inflexión de voz, temiendo que pudiera leer sus pensamientos—. Es poco lo que
sabemos uno del otro, ¿qué podría haber hecho usted que me incomodara?
Él la miró impaciente e hizo una mueca de disgusto. Buscaba los ojos de la
joven y ella le esquivaba; él simuló estar interesado en un colibrí que revoloteaba
entre las flores.
—Si Jake está en la piscina, será mejor que me vaya a buscarle —se levantó de
prisa.
—Señor De Arden —habló de pronto al ver que se alejaba—, siento mucho no
poder asistir esta noche a su fiesta, estoy... un poco cansada y prefiero acostarme
temprano.
Rohan se volvió y miró el sonrojado rostro femenino. Dominie pensó que se
había precipitado y que hubiera sido mejor disculparse a través de su amigo.
—¿Qué significa eso de que está... un poco cansada? —imitó su voz con tono de
burla—. ¿Podría ser más explícita?
Le sorprendió que él mostrara interés en la excusa.
—Los niños... —murmuró evitando su mirada.
Su atractivo era devastador y ella se sentía atemorizada. ¡Si hubiera rechazado
el ofrecimiento de Jake, tal vez lo hubiese olvidado, pero ahora cada encuentro con él
la hacía sentirse más atraída!
—¿Los niños? ¿Quiere decir que su trabajo es agotador? —su voz denotaba
cierto escepticismo y sus ojos buscaban huellas del cansancio al que ella hacía alusión
—. ¿En dónde están ellos ahora?

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

El tono sonrosado de su tez se acentuó al responderle que nadaban con su


padre.
—Es que no me siento como para ir a una fiesta —dejó escapar un suspiro.
—Entonces el cansancio no es por el trabajo —su voz pareció acusadora—. Tal
vez ahora sí quiera explicarme la verdadera razón de ese súbito cambio de parecer.
—¿Importa en realidad?
—Por lo general, uno debe tener una excusa apropiada para rechazar una
invitación que de antemano había sido aceptada. Le exijo una explicación —continuó
acercando deliberadamente la cabeza al rostro de la muchacha.
—Dije que estaba cansada —contestó dando un paso hacia atrás, al notar que se
enfurecía.
—Si la conociera mejor, ¡la sacudiría bien!
Impresionada, le miró sorprendida. El arrogante y cortés señor de Arden
hablando de esa manera.
—Creo que no le entiendo.
Los ojos color castaño brillaron, pero Rohan no hizo comentario alguno y al
momento recuperó la compostura.
—No importa —aseguró lacónico—, y si me disculpa, iré a buscar a Jake.
Confusa aún por su comportamiento, Dominie le vio alejarse por el camino de
las palmeras, por donde los niños habían cruzado momentos antes. ¡Qué seguridad y
elegancia al caminar! ¡Con qué gracia y señorío cubría la distancia en cada paso! ¡Con
qué orgullo erguía la cabeza sobre los amplios y arrogantes hombros! ¿Por qué le
había hablado de esa forma? Estaba fingiendo, lo sabía. Pero ella no se volvería a
prestar para esa farsa, aún cuando sabía que Sylvia y sus padres no asistirían a la
fiesta.
Por supuesto que deseaba ir y que Rohan le dedicara toda su atención. Sin
duda, él ni siquiera se iba a dar cuenta de su presencia, pues como Sylvia no estaría
presente, no habría motivo para representar la comedia.
¿Llegarían a casarse? Al principio ella creyó que jugaban al gato y al ratón, y
que él pensaba sólo en la seducción y no en el matrimonio; pero por otra parte, Sylvia
era muy astuta. A pesar de todo, sabía que ella le interesaba a Rohan, si no, hubiera
elegido a otra para darle celos a la chica. Tal vez, meditó Dominie, después de todo,
Sylvia se saldría con la suya.
Jake no podía comprender lo que su amigo le comentaba acerca de la negativa
de su empleada. Los niños se colgaban de los brazos de Rohan y jugaban con él
haciéndole reír, pero la sonrisa se desvaneció cuando su mirada se cruzó con los ojos
de la muchacha.

—Nuestro amigo me estaba comentando que no piensas asistir a la fiesta; que


estás cansada. ¿Es eso cierto? ¿Consideras que los niños te fatigan demasiado? —
preguntó Jake.
Ella se ruborizó y notó la satisfacción que esto le producía a Rohan.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—Por supuesto que no —le dirigió una mirada helada.


¿Qué podría pensar Jake? Los muchachos estaban todo el día en la escuela y los
fines de semana su padre los pasaba con ellos para disfrutar de su compañía. Cuando
tenían que salir de compras, siempre iban los cuatro o si decidían acudir a la playa, lo
hacían juntos. En realidad tenía poco trabajo y ahora parecía como si se estuviera
quejando.
—Lo siento, es que no deseo asistir a la fiesta.
—Es privilegio de la mujer cambiar de opinión —intervino Rohan—. No
debemos presionarla, amigo mío.
—Pero... —Jake se contuvo por algo que adivinó en la expresión de ella.
Cuando el vecino se despidió, ella le contó a Jake lo sucedido porque quería
explicarle su actitud.
—¿Eso te dijo la señora Fortescue? ¡Qué falta de delicadeza y tacto! ¡Cómo pudo
atreverse!
—Es obvio que está ansiosa por casar a Sylvia con Rohan.
—¡Hablarte de esa manera! Rohan se pondría furioso si lo supiera —se detuvo
frunciendo el ceño—. Sé que él no sería capaz de hacer algo semejante. Estoy
convencido de que la señora está equivocada por completo.
—¿Lo está, Jake? ¿Qué más pudo impulsarle a mostrar interés por mí? Recuerda
que tú lo comentaste.
—Sí, estás en lo cierto; sin embargo, según mi opinión lo que sucede es que tú le
agradas.
Los labios de la joven temblaron levemente.
—Yo también suponía lo mismo —murmuró preguntándose qué pensaría su
protector si supiera que su interés por Rohan fue lo que la hizo decidirse a quedarse
en la isla.
—¿Llegaste a pensar que tú le interesabas? —siguió—: ¿De qué manera, cariño?
—¡Oh, bueno... de una forma impersonal! —replicó airada, deseando que la
conversación no siguiera el curso que estaba tomando—. Esperaba que llegáramos a
ser buenos amigos, es decir a mantener una relación amistosa.
Jake suspiró aliviado y ella se tranquilizó, no quería que él se diera cuenta de lo
que ella sentía por su amigo.
—Yo no tomaría las palabras de esa dama al pie de la letra —le aconsejó—. No
creo que Rohan utilizara a una mujer para causar los celos de otra. Si le conocieras
mejor, sabrías que eso es ridículo.
—Entonces, ¿por qué de pronto se muestra interesado por mí? —preguntó
recordando la conversación sostenida entre Rohan y su prometida—. Estoy segura de
que él me considera una persona insignificante.
—¿Cómo puedes siquiera imaginario? ¡Nadie podría pensar algo semejante!
—Lo dices porque me aprecias, eres incapaz de encontrarme defectos.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—Tienes razón —la miró y de pronto pareció mayor de lo que era—. Hasta
donde puedo juzgar querida, no tienes ninguno.
—Todos tenemos y estoy segura de que tengo, por lo menos, una docena.
Él sonrió, movió la cabeza sin hacer ningún comentario y le pidió que
reconsiderara su negativa.
—No me sentiré a gusto si no vas, me he acostumbrado a tu compañía.
Ella se mordió los labios, era absurdo insistir en lo mismo, en especial porque sí
quería ir a la fiesta y ahora mucho más, que él parecía triste, o al menos
decepcionado.
—No puedo ir, no después de haberle dicho al señor De Arden que había
cambiado de parecer.
—¿Quieres ir? ——preguntó con ansiedad. Dominie asintió—. Entonces le
llamaré por teléfono.
—Pero... va a pensar que soy una tonta.
—¿No dijo él que era privilegio de la mujer cambiar de opinión? Pues has
cambiado de nuevo.

Los jardines de Windward Crest estaban tenuemente iluminados por lámparas


ocultas entre los árboles, de tal forma, que los tonos azules, escarlatas y otras
tonalidades producían un efecto mágico.
A los lados de la piscina, los exuberantes flamboyanes y las poincianas reales,
ofrecían un espectáculo impresionante por su frescura y lozanía; los limbos, las
orquídeas y los franchipanes en flor, exhalaban un delicioso aroma.
Gran variedad de flores, entre las que se encontraban una especie semejante a
las de Australia, rojas y brillantes, las conocidas como Nieve de las Montañas, o las
Velas Doradas, que combinadas en perfume y colorido, formaban un escenario
exótico e inolvidable.
Todo le parecía muy romántico a Dominie, que vestía un bonito y muy corto
traje de playa azul y blanco. De pronto se encontró junto al anfitrión, que le buscaba
la mirada y parecía que se burlaba de ella.
Sentados en la orilla de la piscina, un poco alejados de los demás invitados, ella
sentía que le faltaba la respiración.
—¡Esto es maravilloso! Nunca había visto nada parecido, ni siquiera en las
películas.
—¿Nerviosa? —ignoró el comentario.
Se percibía burla en su voz y asombrada, la joven se dio cuenta de que estaba
coqueteando con ella. ¿Y Sylvia? ¿Había decidido darse por vencido? ¿Discutirían de
nuevo?
—No sé a qué se refiere. ¿Por qué iba a estar nerviosa?
—Quizá podría interpretarse como falta de seguridad en usted misma.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—¡Tonterías! Nunca me he sentido insegura señor De Arden.


Él sonrió de forma seductora, provocando que el pulso de la joven se acelerara.
—Rohan —corrigió cogiéndola del brazo y llevándola a un lugar más apartado
—. Dilo ——le ordenó imperiosamente—. ¿Por qué dudas?
—Es usted un hombre enigmático, señor De Arden —añadió como si fuera una
autómata, como si quisiera protegerse de algo.
—Al principio, no cuando se me conoce mejor. Repite. Rohan.
—Somos extraños.
—Me conoces casi desde que conociste a Jake y nunca has tenido problema para
llamarle por su nombre.
—A él le conocí en el crucero, donde todo es más informal. Allí todo el mundo
se llama por el nombre de pila.
—Nosotros también nos llamamos así.
Ella miró a su alrededor y se dio cuenta de que él se las había ingeniado para
separarla del resto del grupo. Se encontraban bajo un frondoso árbol de flores de
color rosa; la luz era muy tenue en esa parte del jardín y aunque había luna llena, se
mantenían ocultos entre las sombras.
—¿No le parece que nos hemos alejado demasiado de los demás? —titubeó
nerviosa.
—Los hemos abandonado nada más que un momento. ¿Cuál es la prisa?
—Señor De Arden...
—Tal vez sea más fácil para ti si te beso —susurró en su oído—. No, querida —
se rió al notar que ella intentaba escapar—. Es demasiado tarde para huir —un
segundo después se encontraba atrapada por sus fuertes brazos y sus labios
sensuales le robaron un apasionado y largo beso.
—¡Oh, tú... me pareces odioso! Hacerme esto... y sin la menor provocación por
mi parte —gritó indignada al sentirse libre. Su rostro estaba demasiado cerca y a
pesar de la escasa luz, ella podía ver que sus ojos brillaban con aparente diversión.
—Así que te ha gustado. ¡Intentémoslo de nuevo! ¿Podríamos...?
—¡Por supuesto que no! ¡Déjeme marchar! —luchó al sentir que la abrazaba de
nuevo.
Fue inútil, la boca de Rohan se posaba ya sobre la de ella, de forma vigorosa
más no brutal y después de resistirse ante lo inevitable, Dominie se entregó a ese
momento de inefable felicidad.
Se daba cuenta de que él la despreciaría y ella misma se culparía por su
debilidad, pero se sentía dominada por completo, no sólo por su fuerza física, sino
por el poder que emanaba de su persona.
—Y ahora, ¿podrás repetir mi nombre? —le murmuró al oído.
—No, yo..., por favor Rohan, déjame que me vaya.

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—Sí... ——un momento de silencio—. Se oye como lo había imaginado. Sencillo,


¿no Dominie? —pronunciaba su nombre como una caricia. ¡Qué locura! Él era un
seductor egoísta que jugaba con los sentimientos de las mujeres. De nuevo trató de
librarse de sus brazos pero fue imposible—. ¿Sabes, Dominie —sus ojos la
contemplaban sonrientes—, que no es halagador para mi vanidad que quieras
escapar tan de prisa? ¿No estás contenta?
—No creo que tu vanidad vaya a verse afectada —sintió que sus mejillas
enrojecían y levantó el rostro—. Eres pedante en extremo.
—Me apena que te expreses así. Imaginé que estabas disfrutando tanto como yo
—se burlaba de ella y encontraba la situación muy divertida.
—Me alegra saber que he contribuido a tu diversión. Tal vez ahora si podamos
regresar a la piscina, después de todo es una fiesta en la que se supone íbamos a
nadar, ¿o no?
—¿Pretendes también ser irónica? Quizá desees alguna bofetada de las que te
prometí. ¿De veras quieres regresar? ¿No te gustaría quedarte a mi lado más tiempo?
—la seguía mirando divertido.
—Nadar me atrae más que la perspectiva de estar aquí —le miró con frialdad.
—Mentirosilla. Si no te gustaron mis besos, ¿cómo es que respondiste a ellos tan
deliciosamente?
Dominie se sentía confusa, no sólo porque decía la verdad, sino porque sus
últimas palabras parecían sinceras, a pesar del tono burlón con que las pronunciaba.
No había tenido ninguna experiencia anterior, sentía que él también había disfrutado
de sus besos y lo único que ella había hecho, era dejarse llevar por su instinto natural.
Él la atraía muchísimo y se había sentido feliz de estar en sus brazos, pero la
mayor recompensa era saber que él también se sentía dichoso.
De pronto se dio cuenta de que no podía considerarse como «otra mujer» usada
para causar placer y después olvidarla. Rohan se acercó y ella repitió muy bajito la
pregunta:
—¿De verdad... he respondido? —titubeó tratando de librarse de su fuerza.
—Pequeña pícara. Sabes que lo has hecho y muy bien —se detuvo esperando
que ella dijera algo—. ¿Qué es lo que te hace tan diferente? ¿Qué tienes tú, que le
falta a las otras mujeres? —separándola un poco la miró.
El rubor coloreaba sus mejillas haciendo resaltar el contorno de su rostro, lo que
la hacía más cautivadora. Sus palabras la habían turbado, le parecía que sus sentidos
formaban una barrera contra toda emoción y que lo único que quería con intensidad
era que la besara de nuevo. Separó los labios y ladeó la cabeza a la vez que Rohan,
conteniendo apenas un suspiro, presionó sus labios sobre los de ella.
—Dominie... chiquilla encantadora.
Ella se entregó a sus besos abandonando su cuerpo a la más dulce de las
sensaciones.

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—Rohan —suspiró cuando sus labios se separaron—. La gente se preguntará en


dónde estamos. No... deberías abandonar tanto tiempo a tus invitados —hablaba por
decir algo, tratando de olvidar la duda que la atormentaba.
¿Estaría Rohan jugando con ella? Quería creer en su sinceridad. ¿Qué podía
pensar de un hombre para el que las mujeres eran sólo un capricho? Sabía que Jake
tenía razón al afirmar que Rohan no la había usado para darle celos a Sylvia, sino
¿cómo podía explicarse lo sucedido si ella no se encontraba presente?
——Tienes razón, cariño, debemos regresar —la miró una vez más y la dejó
apartarse.
Cinco minutos más tarde estaban en la piscina, charlando con los demás. La
cena consistía en pollo asado y bebidas preparadas con frutas y ron.
—¿A dónde habéis ido tú y Rohan que os he perdido de vista por un rato? —
quiso saber Jake cuando emprendieron el regreso a Sunset Lodge—. Esta vez no
dirás que se dedicó a ti para provocar los celos de Sylvia.
—Me estaba enseñando los jardines.
—¿En la oscuridad?
—Nos detuvimos a charlar un rato —sintió que se ruborizaba.
—Parece que empieza a agradarte.
—Sí, ahora que le conozco mejor, creo que me agrada —contestó en voz baja.

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CAPÍTULO 5
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Dominie al ver que Rohan llegaba
después de aparcar el coche. Era un sábado al mediodía y habían quedado en el
Castillo de Barba Azul, cuando ella terminara sus compras. Jake había viajado a
Florida con los niños para visitar a su hermana, y consciente del rumbo que estaban
tomando las relaciones entre Dominie y Rohan, no insistió para que ella los
acompañara.
—¿Has acabado de hacer las compras? —le preguntó a la entrada del lujoso
hotel que en otros tiempos fue una fortaleza—. Por lo que pesan las bolsas, parece
como si hubieras terminado con las tiendas—. Cogió los paquetes para llevarlos al
coche.
—¡He gastado mucho! Es que hay demasiadas cosas bonitas que comprar —la
embargaba la felicidad, sus ojos brillaban y sus mejillas tenían un atractivo color.
Su cabello, que unas horas antes había sido peinado con esmero, estaba
alborotado por los vientos del Caribe, que soplaban proporcionando un ambiente de
frescura al clima tropical.
—¿Puedo acompañarte a guardar las bolsas?
—Por supuesto —le respondió con ternura.
Dominie al escucharle se estremeció ante el increíble cambio de actitud hacia
ella. La verdad es que no había mencionado la palabra amor, pero ya habían
transcurrido diez días desde la noche que la besó. A partir de ese momento, la había
visitado a diario en Sunset Lodge y dos veces habían salido a cenar.
La primera noche estuvieron en el Hotel Mil Ochocientos Veintinueve, donde
ella se sorprendió por la decoración y el mobiliario que databa de la época de la
colonia. En la antiquísima cocina habían acondicionado el bar; había también una
escalinata y diseminadas por todas partes gran cantidad de flores exóticas. En ese
lugar Do minie había probado la langosta a la parrilla, al estilo Indias Orientales.
La segunda ocasión que salieron, fueron al Hotel Playa del Caribe, desde cuyas
arenas doradas habían podido apreciar la maravillosa vista a la Bahía Lindbergh y
Punta Mosquito.
Cenaron y bailaron al compás de una orquesta típica del lugar y después
pasearon por los jardines tropicales, cogidos de la mano. Más tarde y bajo un cielo
estrellado, cruzaron la isla por el lado del Atlántico hasta llegar a Sunset Lodge en
donde antes de despedirse, habían estado muy juntos en la terraza, disfrutando de la
tranquilidad de la noche tropical.
—Eres tan adorable y... tan diferente —le había susurrado.
A Dominie le parecía imposible que en una ocasión hubiera pensado que ella se
asemejara a un ratón asustado.
Algunas veces recordaba a Sylvia, pero ahora le parecía tan poco importante,
como si fuera sólo una persona con la que Rohan había pasado un rato agradable.

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Rohan la cogió del brazo para llevarla al Castillo, donde pidieron un delicioso
almuerzo.
—Volveremos a este lugar una noche y podremos bailar en el Salón de los
piratas —le prometió.
. ¿Es cierto que aquí vivió un pirata? —rió Dominie.
—Así es, nos encontramos ahora en terreno que perteneció a ellos. Barba Azul
vivió en la Torre, desde donde podía vigilar los galeones cargados con oro que
zarpaban del Nuevo Mundo hacia Europa. Barba Azul era un tipo excepcional, de
buena presencia y vigoroso, con una barba que por su tonalidad azulada resaltaba
sobre su rostro curtido, lo que dio el origen de su apodo. Se cuenta que podía beber
varios litros de ron sin que se le notara efecto alguno.
—¿Y qué le sucedió? ¿Le colgaron?
—Desapareció después de haber asesinado a su esposa con un machete.
—¡Qué tiempos! ¡Me parecen excitantes!
—Y peligrosos. Todos andaban detrás de los que tuvieran oro —Rohan se fijó
en una persona que se aproximaba a su mesa—. Me parece recordar su cara —
murmuró casi para sí.
—¿Me permiten tomar asiento? —preguntó y sin esperar respuesta acercó una
silla que estaba desocupada—. ¿No me recuerda, señor De Arden?
—Lo siento, pero... ¡Sí! Una vez coincidimos en casa de Jake. Sonrió mirando a
Dominie y se detuvo un momento antes de proseguir.
—No debí interrumpirlos —se disculpó, sin intención de levantarse—. Sí, nos
conocimos en casa de los Harris hace siete años. ¿Cómo están ellos?
Rohan hizo las debidas presentaciones y le comunicó que la señora Harris había
fallecido hacía unos meses.
—¿Murió? Pero, si era muy joven, tendría unos treinta y cuatro años.
—Esa era su edad más o menos. ¿Está usted de vacaciones señora?
—Sí, llegué hace una semana y me quedaré quince días más —se detuvo un
momento.
Dominie pudo apreciar las atractivas facciones de la desconocida, así como los
ojos y su cabello oscuro; estimó que tendría cuarenta y cinco años de edad aunque
aparentaba menos por su esbelta figura.
—¿Qué tal está Jake?, quiero decir, ¿le ha afectado mucho la muerte de su
esposa?
—No sabría decirle, señora Edgley —contestó con cierta frialdad.
Dominie le miró, preguntándose por qué no había mencionado que Jake y su
señora llevaban cinco años y medio separados; pronto se dio cuenta de que él
pertenecía a esa clase de personas que no hablan de la vida privada de sus amigos
con los demás.
—¿Vive todavía en Sunset Lodge?

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—Vive en el mismo lugar, pero en este momento está de viaje.


—¡Oh!... y, ¿no sabe cuándo regresará? —la desilusión se dibujó en el rostro de
la dama.
—Creo que dentro de tres o cuatro días.
—Entonces le llamaré por teléfono —se levantó, sonriente—. Espero no
haberlos importunado demasiado.
—De ninguna manera, ha sido un verdadero placer.
—Deseo que disfrute de su estancia en la isla —aseguró galante.
—Muy amable —y se retiró hacia la mesa donde estaba almorzando sola.
—Podríamos haberla invitado a compartir la mesa con nosotros —aclaró ella
mordiéndose los labios.
—Supongo que sí, pero es demasiado tarde, nosotros casi hemos terminado y
por lo que parece, ella también, El camarero acaba de llevarse el carrito de los quesos.
—Parece una persona muy agradable —comentó ella mientras Rohan le
guiñaba un ojo.
—¡Ah! ¡Curiosidad femenina! ¿Por qué no me preguntas quién es?
—Muy bien, ¿quién es ella?
—Creo que alguna vez demostró estar interesada en Jake, lo cual desagradó a
Doreen, su esposa. Si mal no recuerdo, hasta tuvo un ataque de histeria después de
que la señora Edgley fue a visitarles. .
—¿Y su esposo? ¿No vivían juntos?
—Él murió cuando llevaban tres años casados.
—Eso es tener mala suerte —comentó, y miró de nuevo a la mujer.
—De todas maneras, creo que no fue un matrimonio por amor. En alguna
ocasión, Jake me confesó que él tenía la edad suficiente como para ser su padre y que
ella se había unido a él para tener una seguridad económica.
—No importa como haya sucedido, me da pena porque parece estar muy sola.
—¡Qué chiquilla eres, Dominie. Preocupándote por una persona que ni siquiera
conoces.
—Es que si ella amaba a Jake y tuvo que renunciar a él... —sus ojos se
ensombrecieron—. Debe ser un gran sacrificio —se sintió un poco avergonzada por
haber pronunciado las últimas palabras, sin pensarlas de antemano, ya que Rohan la
observaba con una expresión divertida.
—Me doy cuenta de que no estás hablando. ¿Estabas pensando en ti?
Su desconcierto aumentó porque no sabía cómo debía contestarle y sintió la
necesidad de mirarle franca y abiertamente al decirle:
—Admito que estaba pensando en voz alta. Si... yo estuviera enamorada y
tuviera que renunciar a mi amor por otra mujer, creo que sería mejor morir.

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Deseó no haber exteriorizado sus más profundos sentimientos, ya que sus


palabras podrían interpretarse como si ella estuviera enamorada de Roban. Hubiera
dado cualquier cosa por poder hacer que el tiempo volviera hacia atrás unos
minutos, para borrar lo dicho.
Rohan se mantuvo en silencio observando su nerviosismo cuando sus dedos
chocaron con el tenedor del postre y su rubor se hacía más intenso. Ella bajó la vista,
evitando su mirada para no ver si él rechazaba su confesión por no poder
corresponderle.
El silencio se prolongó tanto que ella fijó en él los ojos en los que Rohan pudo
observar las lágrimas que estaban a punto de brotar. Estiró el brazo y cogió la mano
de la joven.
—Dominie, te amo —le confesó con sencillez, mientras ella dejaba que las
lágrimas corrieran por su rostro—. Había pensado mil maneras de confesártelo, mi
amor..., en un lugar romántico rodeado de flores exóticas, iluminado por las estrellas
y la luna, pero ya ves, he tenido que decidirme en este momento porque me es
imposible verte triste. ¡Sabemos tan poco uno del otro! —continuó después de recibir
una trémula sonrisa—. Esta tarde iremos a Windward Crest donde los jardines serán
testigos de nuestras confidencias. Quiero saber todo lo referente a ti, cariño.
Los ojos de Dominie, húmedos aún, brillaron de felicidad y su mano, que
permanecía entre las de él, se movió, separándose, por si algún curioso los había
estado observando.
—Dime que tú también me amas —le pidió con ternura, pero ella se sentía
cohibida y emocionada y apenas podía hablar, por lo que él tuvo que insistir, y
Dominie contestó sonriendo:
—Te amo, Rohan.
—Dulces palabras. Ahora debes comer, tal vez tengas en mente algo distinto. Te
aseguro que no puedes vivir sólo de amor.
Dominie rió de nuevo, mirando su plato. ¿Comer? Imposible, cuando se
encontraba tan emocionada por lo que acaba de ocurrir.
—No tengo hambre —le miró, negando con la cabeza.
—Termina el postre —le dijo con dulzura, añadiendo que debía empezar a
obedecer al que iba a ser su esposo.
—¡Esposo! —se le escapó la palabra y se ruborizó—. Es maravilloso —añadió
con una tierna sonrisa—. Me pregunto, ¿qué pensará Jake de todo esto? —comentó
una hora más tarde cuando se dirigían a Windward Crest.
—Seguramente se disgustará con la idea de perderte tan pronto —fue la
respuesta despreocupada de él—. Tendrá que buscar quién le cuide los niños.
—Una vez me comentó que, ya que te gustaban tanto, debías casarte y tener
unos propios —habló con cierta timidez.
Sentía que conocía a Rohan desde hacía mucho tiempo y que no tendría que
atormentarse más con la duda de sus sentimientos. Ahora todo parecía sencillo.
—Veo que habéis estado hablando a mis espaldas.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—Cuando Susie te llamó tío, era natural que le preguntara a su padre si tenía
un hermano y él me explicó que eras un gran amigo.
No volvió a hablar y Dominie se reclinó en el asiento pensando en lo feliz que
era. A un lado del camino las bungavillas crecían bajo los árboles florecientes y hacia
el otro se podía ver el océano Atlántico con tonos azul oscuro, teniendo como fondo
las islas de San John y las Vírgenes Británicas. A lo largo de toda la carretera, se
distinguían las enormes mansiones de magnates norteamericanos, que se habían
establecido en Saint Thomas, escapando del bullicio de las grandes ciudades.
En este lugar se podía respirar la paz y el tiempo pasaba con lentitud,
acompañado del clima más agradable del mundo. Todas las villas estaban rodeadas
de exuberantes jardines, en los que las piscinas de diversas formas brillaban entre la
vegetación.
La entrada era un sueño, con rejas ornamentadas y luces en las columnas. Sólo
un pequeño detalle parecía incongruente con tanta maravilla y eran los viejos
buzones colgados de un poste de las rejas. Se podía pensar que a nadie le había
preocupado que tuvieran una mejor presentación.
—Llegamos a casa, cariño —la miró como sólo él sabía hacerlo y se sintió más
feliz que nunca.
Rohan dejó el coche delante la casa para que el chófer lo llevara al
aparcamiento.
—Me cuesta trabajo creer que esto no es un sueño —murmuró la joven más
para sí que para él.
Dominie estuvo hablando de su vida durante media hora, deteniéndose en
ocasiones para contestar a las preguntas que Rohan le hacía y, ahora que había
concluido, se quedó triste y pensativa al recordar a Jerry y desear que estuviera a su
lado disfrutando de la belleza de la isla. Rohan se inclinó hacia ella y la cogió de la
mano.
—Comprendo cómo te sientes —y un gesto de dureza se dibujó en sus labios
revelándole una faceta diferente a la que ella conocía y que tanto le había atraído del
hombre con quien se iba a casar.
—Yo también perdí a mi hermana en un accidente automovilístico. Es posible
que Jake te lo haya contado, ¿no es así?
—Sí —asintió—, creo que murió casi en la misma fecha que Jerry.
—Parece ser que el mismo día, aunque era tarde y había oscurecido. La mujer
que provocó el accidente estaba ebria y a pesar de que se detuvo un momento, se
alejó inmediatamente, lo que hizo imposible su identificación posterior.
—¡Ebria! —la joven movió la cabeza en señal de desaprobación—. Es un crimen
que la gente beba en exceso y conduzca; tal vez regresaba de alguna fiesta —hizo una
pausa para reflexionar en las preguntas que él le había hecho sobre Jerry y dudaba si
debía insistir respecto a su hermana.
—¿Te gustaría hablar de Alicia?

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—Era una muchacha incomparable —empezó con amargura, como si en su


interior sus sentimientos hubieran muerto con ella—, y poseía una personalidad
encantadora. No pienses que hablo sólo por orgullo, cariño, la verdad es que era un
ser excepcional en todos sentidos y aún no puedo entender por qué una persona
como ella tuvo que ser víctima de la inconsciencia de una mujer que conducía en
estado de embriaguez.
De nuevo sus rasgos se endurecieron y Dominie se estremeció al recordar las
palabras de Jake, cuando le comentó que en ese momento. Rohan hubiera podido
matar a la mujer, de haberla encontrado. Al contemplar su rostro transfigurado y sus
manos que abría y cerraba como si quisiera estrangular a alguien, ella se alegró de
que el destino nunca los hubiera reunido.
Él continuó relatando cómo otro coche había surgido de un camino vecinal sin
precaución y él tuvo que estrellarse contra un poste del alumbrado, en un esfuerzo
por evitar la colisión.
—Alicia murió al instante al golpear su cabeza contra la puerta. Suponer que
ella no sufrió, me produce un gran consuelo. ¡Y pensar que la mujer que cometió tal
crimen sigue libre y puede matar a alguien más!
Dominie permanecía en silencio impresionada por la amargura que encerraban
sus palabras. Sus ojos se ensombrecieron por la depresión cuando él se quedó callado
meditando; de pronto recordó su presencia y se reprochó haberse olvidado de ella.
—¡Cariño, lo siento mucho! —cogió una de sus manos y se la llevó a los labios
—, no es normal que en estos días me deje llevar por la tristeza. Ya pasó y es mejor
olvidarlo, aunque algunas veces me parece insuperable debido a las circunstancias.
Después de reflexionar un momento, llegó a la conclusión de que su desgracia
había sido menos terrible. La muerte de Jerry se debió a un lamentable accidente
ocasionado por la fuerte nevada que no le permitió controlar su vehículo.
—La diferencia estriba querido, en que yo no tengo que vivir con la idea de que
su pérdida la causó la imprudencia del conductor de otro coche —agregó
inclinándose cariñosa y acariciando su mejilla con ternura.
Rohan cambió de tema y continuó hablando sobre su madre y Dominie no le
interrumpió para aclararle que ya sabía algo sobre ese asunto.
—Todavía no puedo entender lo que un hombre de cincuenta años, como mi
padre, y una joven como ella, tenían en común. Imagínate lo que pasó mi madre, él le
doblaba la edad —finalizó con amargura.
—Supongo que después de lo que sufriste, debes haber sentido aversión por el
sexo opuesto —la joven pensaba en Nina, la mujer con la que iba a casarse.
—Tal vez —sonrió con picardía y sus ojos brillaron, haciendo desaparecer el
gesto de tristeza que tenía—. Pero de pronto, apareciste tú y echaste por tierra todas
mis intenciones de quedarme soltero.
—¿Y Sylvia? Parecía como si te agradara.
Su sonrisa desapareció y por un momento se perdió de nuevo en sus
pensamientos. Tal vez iba a responder que consideraba a Sylvia una jovencita
caprichosa, cuyo único interés era realizar un matrimonio de conveniencia.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—A ella la conocí a través de su padre, con el que llevo a cabo múltiples


negocios y estoy seguro de que algún día será el precioso objeto de un millonario,
pero lo que yo busco para compañera es algo más que una cara bonita —concluyó
con esa seguridad que daba a entender que no quería seguir hablando del asunto.
Dominie le miró con ternura, con la certeza de que el interés que una vez
demostró por Sylvia había sido físico sin intención de matrimonio.
La joven le observaba, apreciando la dureza de ese rostro, que se suavizaba al
sonreír. Contuvo la respiración al darse cuenta de la influencia que ejercía sobre ella
y se preguntaba cómo una persona como ella, cuyo único interés en la vida había
sido la rutina de su trabajo y su casa, podía haber conquistado a un hombre como él.
Durante unos segundos temió que todo fuera un sueño del que iba a despertar, para
encontrarse con sus antiguas amistades y las aburridas fiestas a las que asistía.
—¿Qué piensas, cariño? No pareces muy feliz en este momento.
—Temía despertar de mi hermoso sueño y que tú hubieras desaparecido —le
confesó, después de dudarlo un instante.
—Tú y yo no nos separaremos tan fácilmente. Durante mucho tiempo he
buscado a la mujer que deseaba como esposa y ahora que la he encontrado, será para
siempre —le aseguró.
Un momento después Dominie se vio entre sus brazos, buscándole los labios,
mientras una suave brisa tropical esparcía en el aire un delicioso perfume de las
flores. El ave del Paraíso, cuyos pétalos color naranja brillaban igual que el fuego; la
Flor de la Pascua, de una blancura envidiada hasta por la nieve y la Pasionaria de
botones azul y blanco con filamentos púrpura, formaban un caprichoso escenario en
el que las palmeras y los árboles del pan servían de marco y a la vez destacaban
sobre el cielo azul zafiro, salpicado de nubes plateadas, como si las hubieran tocado
los rayos del sol.
Más allá, las tranquilas aguas del Atlántico desembocaban en la Bahía Magens
en forma de «U» simétrica, terminada en una orilla por Punta Pícara, y en la otra en
Punta Tropaco. Las demás islas, Hans Lollik, Jost Van Dyck, Saint John y las Vírgenes
Británicas, resplandecían al sol.
Cuando Dominie abandonó los brazos de su amado, durante un largo rato,
recorrió con la mirada el impresionante paisaje, antes de que sus ojos se posaran en
los jardines cercanos cubiertos de macizos de flores, de altos hibiscos y vegetación
exuberante, que tenían un toque semisalvaje de planeado diseño. De pronto cerró los
ojos y se acercó más a Rohan.
Sus palabras habían tenido un significado especial y su abrazo, fuerte y
posesivo, la habían hecho estremecerse de temor y presentimiento.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

CAPÍTULO 6
Dominie tenía la intención de decirle a Jake que estaba prometida en cuanto
regresara de su viaje y pedirle que buscara otra persona que se hiciera cargo de los
niños, pero cuando llegó el momento, bastó ver sólo su rostro demacrado para
inquietarse.
—¿Te encuentras bien, Jake? ¿Has estado enfermo? —hasta los niños mostraban
ansiedad—. ¡Estás muy delgado!
—Tengo una infección causada por un virus. El médico que consulté quería
hospitalizarme, pero decidí regresar a casa. Es posible que se deba a algo que
comimos, pues a mi hermana también le afectó, aunque en menor grado —se
estremeció como si tuviera fiebre—. Desearía acostarme un rato, creo que con uno o
dos días de reposo mejoraré.
—Llamaré a tu médico. No te preocupes, descansa.
—Todavía no te he preguntado cómo te ha ido en mi ausencia —se disculpó—.
Supongo que tú y Rohan habréis salido algunas veces, ¿o me equivoco?
—No —respondió sin intención de prolongar la charla en ese momento—, y
ahora, a la cama. Regresaré más tarde para ver si quieres algo.
Cuando llamó al médico, aprovechó para comunicarse con su prometido, quien
no tardó ni diez minutos en llegar.
—¿Cómo se encuentra? ¿Es grave? —escudriñó su rostro—. Por teléfono
parecías preocupada.
—No lo sé, cariño, aparentemente está muy mal.
—Subiré a verle —giró para dirigirse hacia la puerta—. ¿Has avisado al
médico?
—Me informaron que había salido, pero en cuanto regrese le darán mi recado.
—No hay nada más que podamos hacer. Ojalá llegue pronto —apretó los labios
para relajarse.
—¡Tío Rohan! ¿Está muy enfermo mi papá? —preguntó Susie llorando.
—No llores, se va a poner bien; sé buena niña y no te preocupes —acarició sus
rubios cabellos y la abrazó un rato.
—No subiremos a su habitación a menos que tía Dominie nos dé permiso.
¿Verdad Geoffrey?
—No me gusta verle en la cama, quiero que se levante.
—Escúchame bien, Geoffrey. Entrarás cuando se te permita. ¿Entendido? —
ordenó firmemente.
El pequeño asintió de mala gana y Dominie con dulzura le pidió que fuera con
Susie al jardín.

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—Nosotros estaremos acompañándole y si cuando venga el médico opina que


podéis subir, os prometo que os llamaré —los convenció el tono conciliador de su
ofrecimiento y su sonrisa.
Dominie se sentía muy angustiada por el aspecto del padre. Su rostro estaba
húmedo por el sudor, lo que acentuaba su delgadez y mantenía los ojos cerrados
como si no se diera cuenta de que ella estaba a su lado.
—No me gusta el cariz que están tomando las cosas. Está peor que cuando
llegué. ¿En dónde estará el médico? —comentó Rohan y tras una breve vacilación
concluyó—: Lo mejor será ir a buscarle.
En el consultorio le informaron que estaba visitando a otro paciente y le
proporcionaron el número del teléfono donde podía localizarle.
—¿Pudiste hablar con él? —le preguntó Dominie en cuanto llegó.
—Sí, hemos tenido suerte. Vendrá enseguida.
Sus ojos se desviaron hacia los dos niños que jugaban. No era difícil imaginar lo
que estaba pensando, por lo que la joven suspiró profundamente, tratando de aliviar
la angustia que oprimía su pecho.
Veinte minutos después llegó el médico y con rapidez Rohan le condujo hasta
la habitación del enfermo, la cual se hallaba a oscuras porque habían corrido las
cortinas para evitar que entrara el sol.
Dominie pensó que había transcurrido una eternidad hasta que vio entrar en la
sala a los dos hombres. Su corazón latía con fuerza.
—Con franqueza —comentó el médico deteniéndose al llegar a la puerta—,
confieso que no estoy seguro del diagnóstico. Me inclino a aconsejarle, señor De
Arden, que le internemos cuanto antes para hacerle algunos análisis.
—¿Es algo grave, doctor? —insistió la joven, intranquila.
Era tanta su preocupación, que no percibió el tono de impaciencia con que el
médico contestó.
—No lo sé —fue la cortante respuesta.
—Debe entender lo preocupados que estamos por la salud del señor Harris —
intervino Rohan.
—Créanme que lo comprendo. Nada me agradaría más que poder darles un
diagnóstico preciso de lo que le ocurre —comentó sin poder tranquilizarlos.
Rohan le explicó que un médico de Florida tampoco había podido determinar
las causas de su estado.
—¿Le mencionaste algo de lo nuestro? —le preguntó Rohan a Dominie después
de que el médico se hubo ido.
—Por supuesto que no y por el momento opino que es mejor mantenerlo en
secreto —aclaró la muchacha.
Él frunció levemente el ceño, pero no tuvo más remedio que estar de acuerdo
con ella.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—Supongo que tienes razón mi amor, aunque mis intenciones eran otras —se
acercó a ella para besarla—. Si fuera posible, mañana mismo me casaría contigo —
añadió con cariño.
Dominie no experimentó emoción alguna por sus palabras, no sólo por su
angustia respecto a la salud del entrañable amigo, sino porque recordaba el
presentimiento que había experimentado la otra tarde y que, sin motivo aparente, se
hacía más evidente por el hecho de tener que mantener en secreto sus relaciones. Era
como si una gran sombra, cruel y despiadada, la envolviera manteniéndola en la
oscuridad.
—¿Cómo le diremos a los niños que hay que internar a su padre? —cambió de
tema, no quería desilusionarse—. ¡Pobrecitos, van a sufrir mucho!
—Yo hablaré con ellos —se ofreció Rohan sin titubear y yendo hacia la ventana,
les hizo señas para que se acercaran.
Al momento corrieron y se sentaron uno a cada lado de su amigo; ella
consideró prudente alejarse mientras él los abrazaba y les hablaba con cariño.

Dos horas después se llevaron a Jake al hospital. Éste estaba situado a menos de
dos kilómetros de distancia de Sunset Lodge. Dominie estaba leyendo un cuento a
los niños cuando vio a la señora Edgley que se aproximaba por el camino que,
bifurcándose en ángulos rectos, conducía a aquella parte del jardín donde se
encontraba sentada.
—Me he atrevido a entrar porque oí su voz. ¿Está Jake en casa? Me agradaría
verlo, pero si está ocupado... —comentó nerviosa—. Si está trabajando, no quisiera
interrumpirlo. Recuerdo que su esposa decía que él siempre estaba en su despacho.
Desde la silla de jardín, donde estaba sentada, Dominie la miró turbada. Parecía
una persona segura de sí misma, pero presentía que en el fondo la dominaba el temor
de verse rechazada por el hombre que buscaba. Por otra parte, tuvo la impresión de
que había decidido visitarle porque estaba ansiosa por volver a verlo.
—Lo siento muchísimo, señora Edgley, pero acabamos de hospitalizarle hace
menos de dos horas. Parece que tiene una infección que el médico no ha podido
diagnosticar y que contrajo durante su estancia en Florida —comentó anticipándose a
sus preguntas.
—¿En el hospital? Y... ¿es grave? —titubeó a la vez que el color huía de sus
mejillas.
—No lo sabemos señora. Esta tarde debo llamar por teléfono para que me
informen —repuso, mostrando simpatía.
Recordó que había experimentado lo mismo cuando la conoció. ¿Amaba
todavía esta señora a Jake? Ahora que había enviudado, ¿conservaría la esperanza de
conquistarle? La respuesta era afirmativa, según advirtió, pues, a pesar de sus
esfuerzos, no pudo reprimir el temblor de sus labios.
—¿No tiene idea del tiempo que tendrá que permanecer internado? —como la
joven negó con la cabeza agregó:

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—Tal vez habría sido mejor no haber venido, está escrito que no nos
encontremos —murmuró para sí—. Deseo que se recupere pronto, por el bien de los
chicos. Siento haberla importunado, señorita Worthing —agregó conmovida—. Por
favor, no le mencione que he venido a visitarlo. Buenas tardes.
—¡Señora Edgley! —la llamó rápidamente al notar que se alejaba y al oírla la
dama se volvió, con el rostro transfigurado, parecía más bien una jovencita que una
señora de edad—. ¿Puedo ofrecerle algo? No se niegue por favor. Solemos comer a la
una y es casi la hora, ¿sería tan amable de acompañarnos?
—Pero... —iba a decir algo cuando Dominie la interrumpió:
—No hay pero que valga —se levantó de su asiento—. En un momento
dispondré un lugar para usted en la mesa.
—Es muy gentil, pero... usted les estaba leyendo algo a los niños —y sus ojos se
alegraron mientras los contemplaba.
—Podemos seguir luego, ¿no es así, pequeños?
—¿Podrá seguir leyendo la señora mientras tú le avisas a Molly que comerá con
nosotros? —sugirió Susie.
—¿Y bien?... —la interrogó con la mirada a lo que ella aceptó encantada?
—¿Puedo sentarme en la misma silla?
—Por supuesto.
Dominie, se alejó con la sensación de una inexplicable tranquilidad interior, que
perduró durante el almuerzo. Comieron en el elegante comedor, por cuyos
ventanales principales podía apreciarse el paisaje. La vista de los exóticos jardines y
la piscina rodeada de palmeras, se admiraba desde las ventanas laterales.
—¡Es un lugar incomparable! —la voz de la señora la sustrajo de sus
reflexiones.
Se había preguntado por qué sentía esa tranquilidad de espíritu, pero ante la
interrupción se dio por vencida concediéndole toda su atención. Los niños, que
habían estado charlando entre ellos, decidieron de pronto tomar parte en la
conversación.
—¿Le gusta? A nosotros también, pero no siempre vivimos aquí. La mayor
parte del tiempo estuvimos en Inglaterra con mamá y sólo visitábamos a papá los
meses de julio y agosto —comentó Susie.
—¿Con su madre? —le dirigió una rápida mirada a Dominie, interrogándola.
Ella no sentía el deseo de entrar en detalles, después de todo, era una
desconocida. Susie, con su infantil falta de tacto y con su franqueza, pronto aclaró sus
dudas, informándola sobre la separación.
—¿Cuánto tiempo vivieron separados, señorita Worthing?
—Tengo entendido que cinco años y medio. Yo conocí a Jake en Navidad,
viajamos en el mismo crucero.

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—Papá nos traía a vivir con él —interrumpió Geoffrey con la boca llena—. Tía
Dominie perdió el barco porque aceptó acompañarnos unas horas.
—Lo perdió porque nuestro coche se estropeó y papá le pidió a mi tío que la
llevara, pero cuando llegaron, el buque ya había zarpado —explicó Susie después de
advertir a su hermano que no debía hablar hasta que se hubiera tragado la comida.
—Nosotros nos pusimos muy contentos, ¿verdad Susie?
—Sí, porque no deseábamos que tía Dominie nos dejara.
—Regresé a Inglaterra —les recordó, aceptando que era demasiado tarde para
interrumpirlos, después que habían descrito con exactitud la situación conyugal de
sus padres.
—Pero volviste pronto y desde entonces cuidas de nosotros.
—¿Es así corno sucedió? —sonrió la dama y la joven asintió.
—La verdad es que nada me ataba a Inglaterra y como me encariñé con los
pequeños y ellos me aceptaron, accedí con agrado al ofrecimiento de su padre.
Recordó a Rohan y la forma en que se había sentido atraída hacia él, a partir del
disgusto que le había causado su conversación con Sylvia.
Era extraño, reflexionó, que al principio su novio la considerara un ratón
asustado, calificativo que aún la molestaba aunque, por supuesto, sabía que en aquel
momento, el único objetivo de Rohan, era la conquista de la hermosa Sylvia. Él no
podía ni imaginar que se enamoraría de ella, la muchacha de quien se burlaban y
suponían insignificante.
¡Sylvia!... ¡Cuántas veces se preguntaba cómo le sentaría el compromiso!
Dominie tenía la certeza de que la jovencita no le amaba, pero había deseado casarse
con él.
—¡Qué suerte tiene Jake de contar con usted en este momento! —exclamó a la
vez que oprimía la servilleta contra sus labios—. Debe ser una tarea muy agradable
cuidar a estos encantadores niños —continuó después de una pausa—. Siempre he
lamentado no haber tenido descendencia.
—Es reconfortante tener niños cerca de uno —estuvo de acuerdo—. ¿No va a
probar el postre? —aclaró señalando las deliciosas frutas al jerez, cubiertas con crema
batida.
—Me veo obligada a prescindir del dulce. Soy muy estricta en ese sentido, no
quiero engordar pues parecería mayor.
Al terminar el almuerzo, los niños fueron al jardín, donde pidió que les llevaran
el café.
—¿No deberían estar en la escuela? —preguntó tomando asiento en la cómoda
silla que le acercó la muchacha.
—Regresaron hoy y a pesar de que vinieron en el primer vuelo de Miami,
llegaron a la isla después de las nueve. Mañana ya irán a clase —colocó una mesita
de servicio cerca de su invitada y después se sentó.

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Poco a poco la señora Edgley mostró más confianza y a través de sus


confidencias, Dominie la conoció mejor y pudo darse cuenta de que tenían algo en
común. Erica Greenwood, su nombre de soltera, tenía treinta años cuando conoció a
Jake Harris y treinta y cuatro cuando se enamoró de él. Pero él acababa de conocer a
Doreen, dieciséis años más joven que él y empezaba a cortejarla.
—Admito que no debí darme por vencida —recordó—. Le amaba tanto que
deseaba separarlos, y no me apena confesarlo pues, según puede darse cuenta, de
alguna manera yo sabía que no le comprendía. Estaba convencida de que yo podría
hacerle mucho más feliz que ella, pero ¿qué oportunidad tiene una mujer de treinta
años frente una joven de diecisiete? Al final ella ganó y yo desaparecí de su vida.
Después de un tiempo contraje matrimonio más por tener compañía y seguridad que
por cualquier otro motivo. Aunque mi marido y yo nunca discutíamos, tampoco
estuvimos muy cerca uno del otro, así que cuando falleció, me sentí apesadumbrada,
mas no experimenté un gran dolor.
Erica Edgley recordó durante un momento los años pasados junto a un hombre
al que no amaba. Dominie admiró su honestidad y pensó que era la persona idónea
para lograr que Jake fuera feliz.
Tenía las cualidades que un hombre aprecia: era sencilla y franca; elegante y
hermosa y poseía un encanto especial que los niños habían notado y se lo
comentaron cuando los acompañó a lavarse las manos, antes del almuerzo.
«Habla muy bien y es muy guapa», admitió Susie.
«Su sonrisa es agradable y tiene unos ojos muy bonitos», afirmó su hermano.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que se quedó viuda?
—Nueve años —tomó un sorbo de café preguntándose en dónde estarían los
muchachos con su enorme pelota de playa—. Decidí hacer el viaje, y cuando el barco
atracó en la isla, no resistí la tentación de llamar y saber cómo marchaba la relación
entre Jake y su esposa.
—¿Nunca hubo una aclaración con ellos?
—No, nos separamos como buenos amigos. Alguna vez tuve la sospecha de que
él conocía mis sentimientos, pero jamás supo que yo había deseado separarlos, y no
le iba a dar oportunidad de que se enterara.
—¿Vivía en Saint Thomas en esa época?
—Todos residíamos en Nueva York, yo era la secretaria del socio de Jake. Más
tarde, él le compró su parte y en la actualidad ha llegado a ser una empresa de gran
importancia. Con su situación económica resuelta, Jake compró esta mansión, dos
años después de su matrimonio —miró a Dominie—. Cuando los visité en esa época,
parecían felices. Susie era muy pequeña... tenía quince meses y yo la adoraba —
pronunció las últimas palabras con dolor—. Por supuesto Geoffrey no había nacido,
habían estado varios años sin tener hijos —se detuvo y sus ojos se posaron en la
figura de los niños que jugaban en el prado.
—Hubiera preferido que Jake se enamorara de usted —comentó sin saber en
realidad de que parte de su ser había surgido ese deseo—. Discúlpeme, no quise
herirla con mis palabras —agregó sintiendo que sus mejillas se ponían rojas.

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—No se disculpe, al contrario, es muy generoso de su parte ——negó con la


cabeza.
—Pero al considerarlo en voz alta, sé que he herido su susceptibilidad.
—Sus comentarios no me molestan, Dominie. ¿Me permitirías tutearte?
—Me encantaría —respondió con sencillez—. Si desea, puede quedarse
conmigo hasta que llame por teléfono al hospital y así sabremos si permiten las
visitas.
El silencio que se hizo entre ambas fue tan prolongado que resultó conmovedor
y cuando la señora Edgley levantó la mirada, en sus ojos brillaban las lágrimas.
—¡Hace tanto tiempo que nadie se preocupaba por mí, Dominie! ¡Gracias! —
suspiró y buscó un pañuelo en su bolso.
—Cenaremos a las siete para que los niños no se acuesten tarde —le informó
tratando de evitar las lágrimas que estaban a punto de brotar de sus ojos—. Le
enseñaré una habitación en la que puede descansar mientras tanto.
Erica asintió con la cabeza y siguió a la muchacha. La habitación que le destinó
estaba decorada en tonalidades lila y el mobiliario de color blanco, hacía un bonito
contraste. Las cortinas se movían con la brisa que venia del Atlántico y penetraba por
el ventanal entreabierto. La alcoba estaba orientada hacia los jardines y el mar; el
único sonido que llegaba hasta ella, era la risa de los pequeños.
—Espero que el descanso la reconforte —se retiró, comprensiva, hacia su propia
habitación, donde permaneció en pie, preguntándose por qué se sentía serena y triste
a la vez—. Estoy segura de que ellos llegarán a entenderse —murmuró para sí
dándose cuenta de por qué sentía esa paz espiritual.
Había estado preocupada por su amigo y sus hijos, no era fácil que encontrara
una persona de confianza con la que Susie y Geoffrey se identificaran y la llegada de
Erica Edgley le pareció oportuna y afortunada. Su tristeza había nacido del
conocimiento más profundo de la vida de Erica.
¡Jake! Se detuvo al recordarlo. Su enfermedad podía ser algo grave, pero no, no
debía serlo.
Acababa de salir de su habitación cuando oyó que su prometido había llegado y
como los niños le vieron primero, corrieron a su encuentro. Susie se colgó de sus
brazos y se sentó con seguridad en sus hombros y su hermano la quiso imitar. Sin
detener su paso firme, él continuó avanzando hacia la entrada.
Dominie sintió que el ritmo de su corazón se aceleraba y tuvo que apoyarse en
la barandilla del patio, como si el amor que sentía fuera algo físico, una emoción tan
fuerte que le producía dolor y permaneció en su pecho hasta después de su saludo y
sus besos.
—¡Oh, no es justo! —chilló Susie—. Me dijiste que todos tus besos eran para mí
y que sólo te gustaban las niñas, no las grandes.
—¡Te equivocas! —sonrió volviendo la cabeza para besarla de nuevo—. ¡Me
gustan todas las chicas!

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—Pero me habías dicho que te gustaban sólo las pequeñas —insistió Susie—.
¿Verdad que te lo dije tía Dominie?
—Sí Susie, ya me lo habías dicho.
—¡Por Dios niña consentida, como andas divulgando mis secretos!
—¿Por qué no besas también a Geoffrey? —le preguntó la niña cuando la bajó
de sus hombros.
—No, a mí no; yo ya soy mayor para eso —gritó Geoffrey escondiéndose detrás
de su hermana.
—Muy bien, ahora id a jugar —les ordenó Rohan.
—La señora Edgley está en la casa. Llegó antes del almuerzo y le pedí que nos
acompañara —le explicó al tomar asiento—. ¡Me inspira tanta ternura, parece tan
sola! La invité a cenar y a que esperara hasta que me pudiera comunicar con el
hospital y preguntar si Jake está en condición de recibir visitas —continuó antes que
la interrumpiera.
—¿Y cómo sabes que él desea verla? —expresó Rohan.
—Pues... lo supuse —titubeó porque de alguna manera había sospechado su
disgusto—. ¿No te parece cariño, que sería maravilloso que, después de tantos años,
se encontraran de nuevo y se enamoraran? Sé que Erica no le ha olvidado.
—¡Cielo santo, Dominie! —la miró asombrado—. ¿No piensas que te estás
adelantando demasiado a los acontecimientos? Supongo que en su juventud tuvo
varias admiradoras; aún es atractivo y no dudo que haya dejado algunos corazones
rotos, ¿no se te ha ocurrido que quizá no se acuerde de ella?
—¿No confías en mi intuición?
—No, mi peligrosa casamentera —sus ojos brillaban divertidos—. Y ahora,
borra de tu carita esa expresión de enfado y obséquiale a tu amo y señor la mejor de
tus sonrisas.
El enfado había desaparecido con sus palabras y trató de sonreír, pero al mismo
tiempo levantó la barbilla para recordarle que aún no era su amo y señor.
—¡Ni cuando ya estemos casados! Me propongo mantener mi propio criterio.
Nunca seré una dócil y abnegada esposa.
—¡Ajá! ¡Mostrando ya rebeldía! ¿Cómo te someteré, por la fuerza o por amor?
—frunció el ceño.
—Estaba bromeando —sonrió alarmada.
—¿Tienes miedo? Lo mejor será someterte por amor, así sabrás quién es el amo.
—Erica... la señora Edgley, a pesar de lo que opinas, intuyo que a Jake le
agradará volver a verla. ¡Es tan dulce! —su voz se oyó apagada.
Dominie vio cómo Rohan se acercaba a ella y sintió el contacto de sus labios
como la suave caricia de una brisa de verano, y se olvidó de todo; parecía como si la
poseyera en cuerpo y alma, por la pasión y fuerza que acompañaban sus besos.
—¡Por favor! —suplicó tratando de liberarse de su abrazo.

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La apartó un poco cogiéndola de los hombros con ternura y mirándola a los


ojos.
—¿Te he asustado, Dominie? No hay nada que temer cariño, no sería capaz de
lastimarte —la besó tratando de que sus labios sólo le rozaran el rostro—. No ha sido
mi intención que tuvieras miedo.
—Sólo un poco —reconoció escondiendo su cara entre los pliegues de la
impecable camisa que llevaba—, tal vez a quien más temo es a mí —reconsideró.
—¿A ti, querida?
De pronto se vio de nuevo sumergida en su pasión y perdida entre su poderoso
abrazo, sintiendo cómo su boca le enseñaba a besar con gran habilidad. Con palabras
veladas, ella se lo había pedido y ahora se rendía al éxtasis del momento.
Cuando su mano empezó a acariciarla con pasión, ella, con dulzura la retiró.
Rohan sonrió separándola un poco para mirarla fijamente a los ojos, en los que
encontró el mismo anhelo que le embargaba.
—¡Mi precavida y dulce adorada... te quiero!
—Yo también te quiero —murmuró con timidez—. ¿Cuánto? No lo sé, pero te
aseguro que has llegado a ser lo más importante de mi vida y si tú me faltaras, me
moriría.
—¡Nunca me separaré de ti, nunca!
—Suceda lo que suceda, ¿me seguirás amando? —quiso saber, esperando leer
en sus ojos la respuesta que necesitaba.
¿Por qué hacía ese tipo de pregunta? ¿No le bastaban las pruebas que le había
dado: sus besos, sus caricias y su preferencia? Sin embargo, la duda había surgido de
un oscuro rincón de su mente y se había hecho presente en sus labios temblorosos.
—¡Cariño! ¿Qué te sucede? —acompañó su voz grave y cálida, con un protector
abrazo que la atrajo hacia sí—. Sabes que esto es para siempre. No se trata de una
ligera atracción física y efímera, sino de un verdadero sentimiento, que nace del
fondo de nuestros corazones y que sabremos cuidarlo para que perdure.
—Perdóname, querido, es que soy tan feliz, que tengo miedo. ¡Soy una tonta! —
exclamó apoyándose en su hombro—. Supongo que en ese sentido, los hombres y las
mujeres somos distintos, y que vosotros no albergáis ciertos sentimientos, como
dudas y temores; no veis presagios donde no los hay.
—¿Presagios? ¿A qué te refieres?
—Presentimiento de... alguna desgracia —se animó a contestar.
—¡Deja ya esas tonterías, Dominie, —su voz se endureció haciendo que su
rostro se alterara y sus ojos brillaron, disgustados—. ¿Me has oído?
—Sí... lo siento —por un momento odió su cambio de humor y se reprochó
haber sido la causante—. No he querido molestarte.
Rohan se relajó y durante un lapso bastante largo, saboreó la dulzura de sus
besos.

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—¿Té sientes más tranquila? —preguntó con gentileza y ella asintió.


—En realidad no sé lo que me ha ocurrido.
—Tal vez demasiadas emociones contenidas —habló con una seguridad que sus
palabras la hicieron sonrojar—. Ojalá no tengamos que esperar demasiado para
anunciar nuestro compromiso. No te sientas apesadumbrada pequeña; es natural. Si
de mí dependiera, en este momento te pediría que te casaras conmigo.

Escaneado por Dolors—Mariquiña y corregido por Sira Nº Paginas 60—98


Ann Hampson – Extraño presentimiento

CAPÍTULO 7
Cuando Dominie llamó por teléfono al hospital, tuvo que conformarse con la
evasiva de la enfermera que le informó que el estado del señor Harris era estable y
que, por el momento, las visitas estaban prohibidas, lo que le causó una gran
desilusión.
—Estoy convencida de que no será posible verle. ¡Me hubiera gustado tanto
hablar con él! —comentó Erica resignada, mientras observaba a Rohan que se
despedía de la joven con un beso, deseándole las buenas noches.
—Me siento más tranquila al saber que su salud no ha empeorado.
—Por supuesto que tendrá oportunidad de verle —la consoló tratando de
disimular la indiferencia de su novio.
Sabía que a él no le agradaban las mujeres que asediaban a los hombres, de
acuerdo con las leyes naturales, era el varón quien debía cortejar.
—Por favor, vuelva cuando lo desee. Me agradaría pedirle que se quedara, pero
en ausencia del dueño de la casa, no puedo tomarme tales atribuciones —una mirada
le bastó para apreciar el gesto de sorpresa de su prometido.
¡Cómo pretendía que Erica permaneciera en Sunset Lodge, cuando su
propietario ni siquiera estaba enterado!
—Eres muy generosa conmigo. Pero tienes razón, lo apropiado sería pedirle
autorización a Jake. Sin embargo, agradezco tu bondad y vendré a visitarte a
menudo, como sabes, me siento muy sola y quisiera disfrutar de tu compañía, si no
hay inconveniente —miró de reojo el rostro impasible de Rohan y nerviosa, recogió
su bolso del tresillo que había ocupado—. Buenas noches, te llamaré mañana por la
tarde —parecía intranquila y poco segura de sí misma.
—No es necesario que llame, tanto los niños, como yo, estaremos encantados de
que nos acompañe a comer —la invitó, sin pensarlo.
—Acepto encantada —y se dirigió hacia la puerta de entrada—. Tengo la
impresión de que al señor De Arden, no le agrada mi presencia —le confesó casi en
secreto y, antes de que ella respondiera, agregó—: ¿Es tu novio?
—No Erica, somos buenos amigos. El y Jake se conocen desde hace mucho
tiempo, son vecinos y se visitan con frecuencia, por eso Rohan está tan preocupado
por su salud —sus pensamientos se concentraron en la posibilidad de lograr el
encuentro entre Erica y Jake.
Al llegar a la puerta se despidieron sin agregar comentario alguno. Dominie
esperó hasta que la dama desapareció de su vista antes de regresar a la sala, donde el
joven permanecía de pie junto a la ventana, con expresión adusta. Sabía que iba a
reprenderla y trató de evitarlo, preguntándole por la esposa de su protector.
—¿Fue una buena madre? —insistió después de saber que Doreen había sido
una persona agradable, de ojos color marrón y cabello castaño.

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—Es lo más probable, Jake nunca se quejó de la forma en que trataba a los
niños, parecían una pareja feliz y... —se interrumpió endureciendo su expresión——.
¿Quieres obligarme a reconocer que Doreen no fue una madre comprensiva y que la
señora Edgley sí lo hubiera sido? Pues bien, como él nunca me ha hecho confidencias
tan íntimas y personales, no lo sé.
Ante sus palabras, Dominie se sintió abatida, lo que menos deseaba era
decepcionarle y que la considerara una entrometida.
—¿Estás enfadado conmigo? —le interrogó, incapaz de soportar durante más
tiempo el silencio entre ambos.
—Me sorprende que te metas en asuntos que no son de tu incumbencia y te
repito, no me agradan las mujeres que pretenden conquistar a los hombres, y no sería
difícil pensar que la única culpable de que nuestro amigo no se haya fijado en la
señora Edgley, sea ella misma.
—Eres muy duro juzgándola, cariño —no tuvo más remedio que confesarle que
había tenido ante ella el rostro abatido de Erica—. Cuando una mujer se enamora, no
suele actuar de forma sensata; además, tengo la certeza de que lo que Erica siente por
nuestro amigo, es amor, si no, hace tiempo que ese sentimiento habría muerto.
—Olvidas que tu protector es millonario —respondió hiriente.
—¡A Erica lo que menos le interesa es su dinero!
—Lamento que nuestras opiniones difieran.
—Ella cuenta con los recursos necesarios.
—Que son nada, en comparación de los de él.
Dominie se sintió incómoda y molesta. Era evidente que el hombre con el que se
iba a casar, tenía muchas facetas que ella desconocía y por la firmeza y rigidez de sus
rasgos y su voz, se preguntaba en cuántas ocasiones más se herirían uno al otro,
como lo estaban haciendo en ese momento.
—Deseo retirarme a descansar —repentinamente sintió la necesidad de estar
sola, antes de empezar a llorar delante de él—, si no te importa.
Rohan De Arden la miró y pudo apreciar el leve temblor de sus labios y
experimentó una súbita transformación. Se borró la dureza de sus labios, su mirada
se suavizó y el tono fue gentil al confesar:
—Mi amor, no debemos discutir por esa mujer. Ella se irá dentro de una
semana y lo más seguro es que no volvamos a verla. No llores, pequeña, no debes
hacerlo.
Cruzó la habitación para abrazarla.
—Te quiero por tu empeño en favor de la señora Edgley, pero prefiero que
olvides tu papel de Cupido y me dediques más tiempo.
Su boca buscó la de ella y su beso fue desvaneciendo el disgusto de Dominie.
Cuando momentos después, él con su pañuelo secaba sus lágrimas, ella le sonrió,
enamorada.

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A la mañana siguiente, cuando la muchacha se encontraba esperando la llegada


de Erica, pensaba que tal vez Rohan tuviera razón. Desde la terraza pudo vislumbrar
la juvenil y esbelta figura que caminaba con elegancia hacia la casa.
—¡Es tan importante saber que tiene uno un lugar a donde ir! —exclamó
sonriente al acercarse—. Todo parece tan distinto cuando se viaja sin destino y al
regresar uno se pregunta, ¿y ahora, hacia dónde?
Dominie deseaba ser una verdadera amiga para Erica y ayudarle a
sobreponerse a su soledad, pero como le había advertido su novio, muy pronto se
marcharía y tal vez no volverían a verse. ¡Si Jake no estuviera tan enfermo!
—Adelante —le sonrió la joven indicándole el camino—. ¿Me acompaña a
tomar café?
—¡Gracias, me encantaría! —se sentó distraída en la silla que le ofrecían—.
¿Hay alguna novedad del hospital?
—Llamé muy temprano y me informaron que había pasado la noche tranquilo.
Sin embargo, aún está muy débil y creen que no podrán darle de alta esta semana.
—Así que después de todo, no le veré —se entristeció—. ¿No permiten visitas
todavía?
—Aún no, aunque estoy segura de que pronto lo harán. El señor De Arden me
llamó un poco después y me contó lo mismo que ya sabía, pero esta tarde volveré a
insistir.
—¿Y no echan de menos los niños a su padre?
—Sí, claro, pero como van a la escuela, se distraen un poco. Si quiere, puede
quedarse para verlos, regresarán a las tres y media.
—¿No te importa que me quede tanto tiempo?
—Sabe que disfruto de su compañía —contestó alejándose para traer el café.
Más tarde, mientras paseaban por el jardín, Erica le comentó desconcertada:
—Tengo la impresión de que a tu amigo no le gusta mi presencia.
—¡Se equivoca! —protestó—. No debe pensar de ese modo.
—Sospecho que me considera una mujer cuyo único interés por Jake es el
dinero —la interrumpió pasando por alto sus palabras.
Dominie se quedó atónita por su franqueza, y encontró una explicación para
ello, Erica no sabía que estaba hablando con la futura esposa de Rohan.
—Se equivoca —mintió, aun sabiendo de que era inútil perder el tiempo en
explicaciones.
Sin embargo la señora Edgley era una persona muy discreta y llevó el tema de
la conversación hacia su nueva amiga, su vida e intereses en Inglaterra. Como buena
anfitriona contestó a todas sus preguntas y así pudo conocer más detalles de la vida
de Erica.
—Al morir mi esposo, me dejó en una posición económica estable, que desde
luego dista mucho de la riqueza. Vivo en un apartamento y me puedo permitir el lujo

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de tener coche —se detuvo a acariciar con suavidad las hermosas orquídeas que se
deslizaban como una cascada sobre el muro y cuyos pétalos de tonalidad rosa
brillante, lanzaban destellos al alumbrarlos los rayos solares.
Un colibrí se acercó volando hacia Erica y ella observó su vuelo.
—A veces parece que el tiempo se detiene —continuó dejando vagar su mirada
hacia el pequeño pajarillo que se alejaba y se posaba en otra flor—, y la vida empieza
a pesarnos. He llegado a sentir que llevo una existencia vacía —miró de reojo a
Dominie, a la vez que iniciaban de nuevo el paseo, siguiendo por el camino arbolado
que conducía a la piscina—. Debes considerarte afortunada de haber encontrado un
lugar como éste; espero que cuando regrese a casa, tal vez pueda yo también
encontrar algo parecido.
La chica frunció el ceño inconforme por la situación de Erica, que tenía tanto
que dar y no obstante debía continuar sola. Intuía que ella era la persona indicada
para hacer feliz a Jake. De pronto, recordó las palabras de Rohan, «ella no debía
meterse en asuntos que no eran de su incumbencia». No debía seguir pensando en lo
mismo, se repetía con obstinación.
—Mañana van a permitir las visitas al hospital —le informó a Erica, después de
llamar para preguntar por el estado de su enfermo—. Ha ido recuperándose poco a
poco y ya tienen un diagnóstico; intoxicación por alimentos, sólo que hay algunas
personas a las que les afecta más seriamente. Me informaron que durante varias
horas había presentado un cuadro crítico, lo que me tenía. ¿Le gustaría visitarle?
—Yo... yo —titubeó—. Tal vez no deba...
—Por supuesto que debe —le dijo Dominie con tono persuasivo—. É1 estará
encantado de volver a verla.
—¡Casi han pasado siete años desde la última vez que nos vimos!
—Comeremos juntas y después iremos a visitarle.
—¿Todos?
—El señor De Arden nos llevará en su coche.

Antes de decidirse a llamar, Dominie miraba con insistencia el auricular del


teléfono, pensando las frases que usaría para que Rohan no se irritara. Por fin lo
cogió, para soltarlo al momento, como si quemara. Su prometido iba a sentirse más
que molesto y se enfadaría con ella. De repente oyó el timbre del aparato y ella dio
un salto, atemorizada.
—Traté de llamarte en cuanto tuve noticias de Jake. ¿Estabas llamando al
hospital?
—Sí y me aseguraron que está mejor —se detuvo para tomar aire—. Le he dicho
a Erica... que puede acompañarnos.
Silencio, ¿colgaría?, se preguntaba Dominie.
—¿Qué has dicho, querida? —preguntó con ese tono francés, que se acentuaba
más cuando estaba furioso.

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—¿Te importaría mucho que fuera con nosotros? —se oyó cómo contenía la
respiración antes de contestar.
—Te pedí que no interfirieras en este asunto. En momentos como éste, Jake no
debe ser importunado por extraños. La señora no vendrá con nosotros, ¿entendido?
—Y yo te digo —empezó a hablar casi llorando—, que no puedo llamarla ahora
y decirle que no irá.
—¡Entonces lo haré yo! ¿Cuál es su número?
—¡No te atreverás! —fue la obstinada respuesta, que la sorprendió tanto como a
él.
—¡Llegaré dentro de quince minutos! —colgó furioso.
Dominie jamás se imaginó verle tan enfadado como cuando llegó al salón
donde le esperaba. La miraba colérico, apretando los labios y frunciendo el ceño.
—Trata de comprender, mi vida —le pidió, sintiendo que palidecía—, no puedo
hablarle para decirle que...
—No tenías ningún derecho a prometerle semejante cosa —pronunció con voz
áspera dando algunos pasos hacia ella—. Él es mi amigo y no voy a molestarle con
una cazafortunas como ella. ¡Está enfermo, realmente enfermo! ¿No puedes
entenderlo?
—Quizá no debí precipitarme —replicó tratando que su voz se oyera firme—,
pero es demasiado tarde para remediarlo. Y... en cuanto a lo que dijiste de ella, fuiste
injusto, Erica sí ama a Jake.
—Si le amara como dices, sabría que no es el momento oportuno para visitarle
—añadió—. De cualquier forma, él no la ama, entonces ¿qué es lo que busca? ¡Por el
amor de Dios!
—Ya sé que puede parecerte absurdo —empezó a llorar—, pero eres incapaz de
entender lo que una mujer aprecia... —se interrumpió al oír que sonaba el teléfono y
antes de que pudiera moverse, contestó él en tono cortés pero helado.
—¿Señora Edgley? Sí, sí está pero... ¿hay algo que yo pueda hacer por usted?
Dominie se acercó tratando de tranquilizarse; respiró profundamente antes de
coger el auricular y contestar. Su prometido estaba en la misma habitación y podía
escuchar lo que iba a decir.
—¿Erica, sucede algo malo?
—Le estaba comentando al señor De Arden que he cambiado de opinión. Pienso
que no es el momento oportuno para visitar a Jake, después de todo, casi soy una
extraña para él. ¡Han pasado tantos años! —se detuvo un momento y los ojos de
Dominie se llenaron de lágrimas—. Supongo que nos hemos apresurado un poco —
continuó—. Las dos esperábamos ansiosas ese encuentro, pero por ahora lo mejor
será que tenga cerca a sus amigos más queridos y a sus hijos.
Cuando la dama terminó de hablar, la muchacha sintió un gran alivio.
—Prometió venir a comer —le recordó——, y no le permitiré que rompa su
promesa. Estando aquí decidirá si me espera a que regrese o prefiere volver al hotel.

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—Eres muy amable, querida, pero debo rehusar. Recuerda que pronto dejaré
Saint Thomas y tengo que ver algunos lugares de interés por si no vuelvo.
—Pero...
—Gracias por todo, has sido muy cariñosa conmigo.
—Erica, espere... colgó —dijo y extendió el auricular para que Rohan lo colocara
en su lugar—. No lo entiendes, está tan sola.
—Lo siento mucho, cariño. Ahora me doy cuenta de lo injusto que he sido con
ella —murmuró apesadumbrado, pero sus palabras no pudieron evitar que se
sintiera infeliz.
Dominie se creía culpable de haber provocado la desilusión de su amiga.
—Reconozco que me equivoqué, pero no en lo que tú afirmas —le miró a los
ojos—. Hice mal en alentarla a concebir esperanzas. ¿Me comprendes ahora?
—Sí, mi amor.
—Y no puedo hacer nada por ella —lloró desesperadamente apoyando la
cabeza en su hombro, mientras él la abrazaba comprensivo—. Me la imagino sola en
su habitación, lamentando haber regresado a Saint Thomas. ¿Por qué no quiere venir
mañana? ¿Por qué? —sollozó.
—Cariño, no llores —la abrazó tratando de mitigar su pena.
A Dominie le preocupaba la soledad de Erica.
—Si pudiera convencerla para que viniera a casa, sé que se sentiría mejor —se
separó un poco mirándole.
—¿Crees que ayudaría que yo la llamara? —sus labios acariciaron sus pálidas
mejillas.
—¿Lo harías, Rohan? ¿Serías capaz? —preguntó sorprendida.
—Primero, déjame servirte algo de beber.
Se la llevó abrazada a la sala donde después de beber algunos sorbos de lo que
le ofreció, la ayudó a sentarse en un sillón de respaldo alto para que estuviera
cómoda. Después llamó a Erica.
—¿Va a venir? —la pregunta apenas si se oyó por la emoción contenida.
—Al principio se negó, pero he logrado persuadirla. Perdóname por haber sido
tan testarudo. Estoy muy arrepentido, pero es que me preocupa tanto la salud de
Jake, que me olvidé de todo. Sé que no hay excusa para mi comportamiento, por
favor, perdóname.
Su humildad actual era tan opuesta a su innata superioridad y arrogancia
características, que Dominie ni siquiera le dio importancia.
—No hay nada que justificar. Reconozco que fui culpable al tratar de acercarlos,
si como tú aseguras, Jake no la ama.
—Pero hay algo que debes perdonarme. He sido un bruto y no me extrañaría
que pensaras abandonarme...

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—¡Abandonarte! Nunca lo haría. No importa lo que hicieras —le miró cariñosa,


dándose cuenta de que estaba sinceramente arrepentido—. Te perdono, mi amor, si
eso es lo que quieres oír de mis labios —murmuró cerca de su boca y entre sus
brazos.
Ella reconoció su ternura y gentileza. Se había despojado de su máscara de
frialdad y anhelaba borrar de su rostro toda huella de tristeza.
—Al conocerte, descubrí un tesoro. No estoy acostumbrado a tratar con mujeres
de sentimientos tan nobles y tú tienes un gran corazón.
Dominie le miró comprensiva, trayendo a su memoria los motivos que le
habían vuelto duro e insensible. Primero apareció en su vida aquella joven que le
había robado el afecto de su padre, lastimando a su madre y por tanto a él. Después
Nina, que hirió su dignidad al abandonarlo por otro hombre de mayor fortuna, y por
último, aquella otra mujer, responsable de la muerte de su hermana. Asimismo
recordó a Sylvia, a quien consideraba una niña traviesa, él lo sabía y se había
prestado a representar el papel de pretendiente enamorado. Sonrió con ternura y le
ofreció sus labios perdonándole de corazón.

Diez días después, regresó por fin el dueño de la casa, pálido y demacrado,
pero no cambiado por la enfermedad. Los niños estaban tan contentos de tener a su
padre en Sunset Lodge, que saltaban alegres a su alrededor e insistían en invitarle a
jugar tenis, nadar o llevarle de paseo en coche, pero, como el médico había prescrito
un mes de reposo absoluto, Dominie y Rohan los llevaron a pasear, en algunas
ocasiones a Charlotte Amalie y otras a la playa donde jugaban con la pelota, nadaban
o se tumbaban en las arenas plateadas a disfrutar del sol.
Una tarde de domingo, cuando Jake descansaba en un sillón reclinable a la
sombra de la frondosa bungavilla, Susie mencionó a Erica, quien había tenido que
abandonar la isla. Asombrado, Jake miró con curiosidad a Dominie.
—¿La señora Edgley? ¿Os referís a Erica Edgley? —y como respondió
asintiendo, agregó—: ¿Ha estado aquí?
—Rohan y yo la encontramos en una ocasión que salimos a comer. Nos contó
que estaba de vacaciones y que le agradaría volver a verte —se detuvo al recordar
que había preguntado también por su esposa Doreen—. Se sorprendió al saber que
habías enviudado.
—Mi esposa era tan joven cuando murió que debe haberle causado asombro. ¿Y
dices que vino a verme?
—Sí y se preocupó mucho al enterarse de tu enfermedad —trataba de ver
alguna expresión en su rostro, pero no encontró nada—. Parecía tan solitaria, que la
invité en varias ocasiones a comer. Espero que no te moleste.
—Por supuesto que no —se hizo un breve silencio—. Me hubiera gustado
volver a verla; deben haber pasado unos siete u ocho años desde que nos visitó. En
esa ocasión también disfrutaba de unas vacaciones y como se enteró que residíamos
en la isla, decidió sorprendernos con su llegada —finalizó pensativo.

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—No quiso molestarte en el hospital, sabía que no estabas en condiciones de ver


gente extraña y por el tiempo que habíais dejado de veros, se consideraba casi como
una desconocida.
—Creo que no hubiera apreciado su visita en esas circunstancias, pues
recordarás lo cansado que me sentí con la presencia de los Osborne y después los
Mead. Sin embargo, me hubiera gustado verla a mi regreso.
—Tuvo que marcharse, ya que viajaba en un crucero. Es una mujer encantadora
—se aventuró a comentar y él asintió—. Congeniamos desde el principio y sentí
mucho su partida. Nos mantenemos en contacto.
El rostro de Jake era impasible y parecía perdido en sus pensamientos, ¿o quizá
en sus recuerdos? Ella se dio por vencida, él no estaba interesado en la mujer cuyo
amor desconocía por completo.
—¡Llegó tío Rohan! —gritó Susie y al instante corrieron hacia el coche que en
ese momento se detenía—. ¿A dónde iremos hoy? Ya veo que traes la cesta del
almuerzo. ¿Podríamos ir a Coconut Grove a nadar y a jugar en la playa?
—Esa es la idea Susie, pero antes ve y lava esas manchas de chocolate que
tienes en la boca —le reprendió cariñoso—. Dije a lavar, no a limpiar con el brazo.
—Está bien, pero no os vayáis sin mí —corrió a la casa.
—Hace diez minutos le lavé las manos y la cara, no sé dónde encontró el
chocolate —afirmó la muchacha.
—¿Cómo estás, Jake? —examinó su rostro aún pálido y demacrado.
—Cada día me siento mejor. Empiezo a recuperar las fuerzas y supongo que se
lo debo a los buenos amigos que me rodean. En cuanto a los niños, estoy tranquilo,
gracias a ti y a Dominie.
—Sólo estoy ganando mi sueldo —protestó ella.
—Haces mucho más que eso, querida. Considero muy afortunado el día que te
conocí en el crucero —los miró a ambos buscando encontrarlas palabras adecuadas, y
continuó—: Debo confesaron que antes del viaje a Florida, tenía la sospecha de que
entre vosotros dos había surgido algo más que una simple amistad y ya en el
hospital, sufrí ante la posibilidad de perder a Dominie. Sin embargo, reconozco que
soy muy egoísta y veo que sólo sois buenos amigos y eso me agrada.
En ese momento se distrajo viendo a su hija que corría por el patio y no pudo
captar la rápida mirada que intercambiaron los novios; de desaprobación por parte
de él y desaliento de ella, quien de pronto pareció perder interés por el paseo
proyectado.
—Le daremos otro mes —expresó él una hora más tarde, mientras, sentados
muy juntos en la playa, cuidaban a los niños—. No quiero esperar .más, cariño, sólo
un mes y le diremos todo —su vigoroso brazo la rodeó atrayéndola hacia sí.
¡Un mes! Podían pasar tantas cosas en ese tiempo, que Dominie se estremeció
de temor.

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CAPÍTULO 8
¿Por qué tenía ese extraño presentimiento? ¿Cómo se explicaba Dominie la
incertidumbre que sentía en cuanto a su futuro con Rohan? Si tenía plena confianza
en él y sabía que ambos se amaban con la misma intensidad, entonces, ¿en qué
basaba sus dudas?, ¿qué la impulsaba a desconfiar de la solidez de la unión con su
prometido?
Cada día que pasaba, su obsesión aumentaba y le era más difícil disimular su
estado de ánimo tan deprimido, ya que a menudo él le preguntaba con ansiedad
sobre el motivo de su preocupación.
—No es nada, cariño —sonreía fingiendo y tratando de rechazar los negros
presagios.
Un día su angustia aumentó cuando Rohan le informó que la familia Fortescue
estaba en Saint Thomas y se hospedaría en Windward Crest. Entonces ya no pudo
callar más la pesadilla por la que estaba pasando, y al insistir él en conocer el motivo
de su tristeza, le confesó:
—Algunas veces me asalta la terrible idea de que tú y yo nunca nos casaremos.
—¿Qué dices, niña tonta? —preguntó incrédulo—. ¡Me gustaría saber quién se
atrevería a impedirlo!
Al oír la afirmación en tono tan convincente, se acercó a él, en aquel maravilloso
rincón del jardín por donde tantas veces habían pasado.
Tratando de distraerla, él hablaba de las flores y le sugería cuáles añadir cuando
fuera la señora De Arden, mientras la joven permanecía perdida entre sus brazos y
sus labios buscaban los de ella.
—¿No te he repetido hasta la saciedad lo mucho que te quiero? —insistió
manteniéndola a su lado—. Sabes que aborrezco esta espera —le recordó como en
otras ocasiones.
¿Cómo podía explicarle que no era la espera lo que ella temía? Lo que más la
atormentaba era no saber cuál era el origen de su intranquilidad.
—¡Te quiero tanto! —susurró cerca de sus labios temblando de emoción—. Te
prometo no volver a dudar.
—Tendré que ser más estricto contigo y tirar de esas orejitas cuando no te
comportes como yo quisiera.
—Haré todo lo que me pidas —le juró con una sonrisa que parecía sincera y
espontánea.
Los ojos de él brillaron con picardía durante un momento y en sus labios
apareció un gesto divertido.
—¿Estás segura que todo? Mira que me estás tentando.
—¡Rohan, eres incorregible! —afirmó ruborizándose.

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—Así está mejor. Conserva siempre en tus bonitos ojos esa maravillosa chispa
de felicidad.
Dominie se lo prometió y durante dos días intentó alejar sus dudas y temores y
se dedicó a vivir su felicidad a plenitud. Después de todo, faltaba muy poco para
lucir el anillo de compromiso que su amado le había regalado y cuando Jake
estuviera restablecido, podrían buscar una sirvienta y fijar la fecha de la boda.
Mientras tanto y sin que ella lo supiera, Jake invitó a comer a los Fortescue y a su
amigo.
A pesar de que Rohan había decidido ser sólo cortés con Sylvia, Dominie sentía
que su rival actuaba como si él fuera de su propiedad. ¿Cómo se comportaría ella en
Windward Crest? Ya llevaba una semana en la isla y la joven enamorada sentía celos.
¿Era Rohan tan indiferente con Sylvia en su casa, como aparentaba delante de
ella? Si así fuera, ¿por qué parecía como si ella tuviera algún derecho sobre él? En la
mesa, se sentó a su lado y Dominie tuvo que presenciar cómo coqueteaba con él, y
cómo se le acercaba para hacerle algún comentario que provocaba la sonrisa del
joven y su aprobación.
—¿Me puedes servir más pollo, Jake? —preguntó melosa—. Vaya, Rohan, no
frunzas el ceño. Me reprendes porque como demasiado, pero cariño, cuando se
tienen veintiún años no es necesario cuidarse, eso déjalo para las personas que están
cerca de los treinta —observó de reojo a Dominie, esperando que él compartiera su
jocoso comentario.
Dominie cogió la servilleta para llevársela a los labios y ocultar su disgusto, mas
no se dio por aludida porque ése no era su caso. No obstante, estaba segura de que
Sylvia quería hacer notar la diferencia de edades que existía entre ambas.
Al levantar la vista, se encontró con la mirada de Rohan, quien le sonreía con
cariño, sin tener en cuenta las mordaces palabras de la invitada y considerando que
su amada podría sentirse molesta, deseaba estar a solas con ella y devolverle la
tranquilidad.
Pero Dominie era una mujer con sentimientos y estaba enamorada; en esas
circunstancias, era presa fácil de los celos y el enfado que se hicieron evidentes en su
rostro, por lo que decidió que era mejor mantener la mirada fija en el plato y no darle
a Sylvia el gusto de saber que había logrado su objetivo, enfadarla. Se mordió los
labios temiendo no poder contener las lágrimas.
—Sylvia, ¿no deseas un panecillo? —ofreció él con ese tono de tolerancia que
adoptaba con ella.
—¡Oh, Rohan tú siempre tan amable! ¡Qué bien conoces mis gustos!
¡Niña tonta! ¡Cómo deseaba encontrar un pretexto para abandonar la mesa!,
pensó acongojada Dominie.
—¿Puedo servirte algo? —quiso saber el anfitrión—. Parece que hoy no tienes
apetito, Dominie.
—Un poco más de pollo, por favor —le pasó el plato, evitando mirar hacia
donde estaba Rohan y por el ruido que hizo al dejar los cubiertos y contener la
respiración, pudo adivinar que estaba furioso.

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La señora Fortescue departía con su hija y el joven; su esposo le comentaba algo


al dueño de la casa y ella se sentía fuera de lugar. Nunca hubiera imaginado que la
comida se iba a convertir en un verdadero suplicio. Cuando por fin se levantaron
para dirigirse a la terraza, donde se serviría el café y el licor, respiró aliviada.
—Demos un paseo, Rohan —sugirió Sylvia cogiéndole del brazo—. Disfruto
tanto del jardín y del paisaje en una noche como ésta, en que las flores están abiertas
por completo y la brisa es tan agradable y embriagadora.
—Esta noche la brisa es fría —comentó Jake divertido—, y si no fuera por ella,
haría demasiado calor.
—¿Calor? ¿Frío? ¿A quién le importa? Lo que deseo es caminar, ¿me
acompañas, Rohan?
—Más tarde, Sylvia —él se encogió de hombros.
La respuesta debió ser suficiente para mejorar el humor de su prometida, pero
no fue así. No encontraba justificación para que él tolerara que el brazo de Sylvia
permaneciera sobre el suyo con cierta intimidad; opinaba que aun cuando el
compromiso tuviera que mantenerse en secreto, él debía prestarle mayor atención,
sin necesidad de despertar sospechas.
Sabía que su actitud había provocado el disgusto de su novio, pero eso no
justificaba las atenciones que le prodigaba a su rival.
Cuando llegó el momento de despedirse, Dominie tuvo una extraña sensación
que no había experimentado con anterioridad, y su distante y frío adiós le produjo tal
impacto, que le fue imposible responder, lo cual Rohan interpretó como un hecho
deliberado.
—Aún no es demasiado tarde para nuestro paseo, cariño —oyó insinuar a
Sylvia al deslizarse en el asiento delantero del coche, lo que contribuyó a aumentar la
angustia de la muchacha.
Durante dos días, Rohan no se presentó en Sunset Lodge, ni llamó por teléfono.
Dominie permanecía sentada frente al aparato con el rostro oculto entre las manos,
sintiendo que sus temores se volvían realidad.
¡Le había perdido, estaba segura! Si al menos la llamara y le confesara cuánto lo
sentía y que no tenía intención de lastimarla; que no había podido hacer nada para
evitar la presencia de los señores Fortescue en su casa y la familiaridad de su hija.
Consultó el reloj, pensaba que era la hora de la cena y que él podía, buscar una
excusa para ausentarse un momento y llamarla. Se disculparía por su conducta
irrazonable, podría explicarle que su disgusto se debió a los celos y se terminaría el
mal entendido.
A las nueve y media perdió toda esperanza, el timbre del teléfono no se oyó.
—¿Sucede algo? —la preguntó su amigo cuando llegó al jardín. Después de que
los niños se bañaron, se había quedado charlando con ellos hasta que se durmieron.
—Tengo la impresión de que has estado deprimida todo el día. Ella se volvió
para mirarle y apreció que tenía un aspecto más saludable, lo que contribuía a que su
sonrisa y sus rasgos empezaran a adquirir esa suavidad que tanto le agradaba.

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—No... me he sentido muy bien —y sorprendida, comenzó a llorar.


—Dominie... chiquilla —la abrazó, pero la soltó al ver aproximarse a Sylvia
seguida de sus padres.
—¡Espero no ser inoportuna! —exclamó mientras miraba curiosa a Dominie,
quien había girado dándole la espalda, a Jake, que saliendo de su asombro sonrió y
se acercó hacia donde ellos estaban.
—Espero no parecer impertinente, Jake.
—Por supuesto que no, sean bienvenidos.
—Pensamos pasar a saludarlos después de la cena; como sabrán, nuestro
anfitrión tuvo que ausentarse ayer por la mañana.
—¿Roban tuvo que salir? —repitió Dominie y Jake asintió.
—Sí, me llamó para avisarme.
—¡No me dijiste nada! —le interrumpió casi sin aliento—. No... lo sabía.
—¿Existe alguna razón por la que tú debas estar enterada? —preguntó Sylvia
con arrogancia.
En ese momento intervino Jake pidiéndole disculpas por su olvido, evitando así
que ella respondiera.
—No creí que fuera importante —aclaró él—. Después de recibir una llamada
de sus agentes de Saint Thomas, tuvo que viajar a Nueva York por asuntos de
negocios.
Dando por concluido el tema, Jake los invitó a pasar sin darse cuenta del alivio
con el que Dominie respiraba. Sylvia se retrasó para quedarse atrás con ella, que
había decidido ser cortés con las visitas.
—No tenía ni idea de la relación que existe entre Jake y tú. ¿Cuándo es la boda?
—Nosotros no tenemos ninguna relación de ese tipo —contestó con frialdad.
—¿Quieres decir que eres de esa clase de mujeres que permiten a los hombres
tener ciertas libertades, aunque no sientan nada por ellos? —agregó con ironía—.
Supongo que esa es la moda. Por fortuna yo pienso de un modo diferente, una mujer
sólo debe entregarse a su marido.
Dominie guardó silencio, aunque nunca supo cómo pudo contenerse.
—¿Es usted siempre tan mordaz, señorita Fortescue?
—¿Y qué podría pensar, señorita Worthing después de verla en brazos de Jake
y oír que él la llamaba cariño?
—Si mal no recuerdo, sus últimas, palabras fueron Dominie... chiquilla —
contestó irritada elevando el tono de voz.
—Es lógico que pensara —continuó pasando por alto la interrupción—, que
existía algo entre vosotros.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

Retrocedió con furia y decidió que era mejor alejarse antes que ceder a sus
impulsos. Cuando los demás entraron en la casa, ella estaba en su habitación
tratando de calmar sus nervios.
De pronto pensó en Rohan y pareció como si una luz la iluminara. Seguramente
él había elegido esa hora de la mañana para llamar, con la esperanza de que fuera
ella la que contestara, puesto que Jake no solía despertarse temprano y los niños se
habrían marchado a la escuela.
Ese día, Jake se despertó antes y cogió el teléfono y a Rohan no le pareció
prudente preguntar por ella para evitar sospechas, convencido de que le iba a
comentar su partida.
¡Qué mal se iba a sentir cuando ella le confiara el calvario que había tenido que
soportar por su supuesto olvido! Decidió no aclarar nada, no quería causarle
remordimientos.
Se acercó al espejo, y cogió un cepillo para arreglarse el cabello despeinado por
la brisa. Se miró y le sorprendió el cambio que se había producido en su aspecto,
ahora no estaba ya tan apesadumbrada.
¿Cuánto tiempo duraría el viaje? Tal vez, hasta podría enviarle una carta. Al
pensar en su carta, le vino a la memoria la que había recibido de Erica ese mismo día,
y abrió el cajón de su tocador, y la cogió para leerla.
«¿Cómo está Jake? No sabes la alegría que me dio recibir tu carta en la que me
informas que se ha ido recuperando. He pensado mucho en él en estos últimos días,
más que cuando Doreen vivía, pero el recuerdo hace mucho daño, Dominie. Tú sabes
que yo no tenía la menor idea de su divorcio y evitaba pensar en él ya que no podía
olvidar a su esposa. Me hubiera gustado mucho verle de nuevo y comprobar si había
cambiado en estos siete años. Tal vez pronto pueda hacer otro viaje a la isla. Supe por
tu carta que está enterado de mis visitas a su casa. Por favor, salúdale de mi parte y
tú recibe mi cariño y agradecimiento».
Dominie dobló con cuidado las hojas y las guardó de nuevo en el cajón como lo
hiciera la primera vez. A petición de Erica, había saludado a Jake en su nombre, pero
su único comentario fue que había sido muy amable de su parte al interesarse por su
salud.
Decidió unirse con los demás y cuando entró en la sala sintió la mirada de su
amigo llena de inquietud, a la que respondió con una sonrisa, indicándole que todo
iba bien; el matrimonio Fortescue demostró desconcierto y en los ojos de Sylvia
parecía brillar el triunfo. ¿De qué estaba tan satisfecha?, se preguntó, y desechando
este pensamiento sin importancia se concentró en la llegada de Rohan.
Se acercó al señor Fortescue en un momento en que su esposa y su hija
charlaban con Jake, con el propósito de averiguar cuando regresaría Rohan, pero
Sylvia era muy perspicaz y se dio cuenta de su movimiento; sin embargo, no podía
evitar que su padre respondiera. Lo cierto era que Sylvia quería investigar qué
interés tenía Dominie en el joven y cuando se enterara, la que iba a sonreír
triunfalmente sería ella. Después de todo era un ser humano como los demás.
—Me sentía deprimida y triste —aclaró a Jake cuando los Fortescue se fueron y
él le preguntó cuál era el motivo cíe sus lágrimas—, pero ya estoy mucho mejor.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—¿Estás segura? No eres una de esas muchachas que llora por nada —la miró
ansioso.
—Supongo que me sentía nostálgica —le confesó sin encontrar otra excusa.
—¿Pensabas en Jerry? —continuó inclinándose en la silla preocupado.
—No... exactamente —trataba de no mentirle.
Jake consideró este pequeño titubeo como aceptación de su parte.
—¡Demos un paseo! —la invitó—. Cámbiate de vestido y vayamos a bailar.
—Pero... es muy tarde.
—No admito negativas.
—Es que alguno de los niños podría despertar.
—No te preocupes, le pediremos a Molly que esté pendiente de ellos mientras
estamos fuera.
—Tal vez no sea conveniente para tu salud.
—Ya me has cuidado demasiado. Una hora de esparcimiento me sentará bien.
Jake la llevó a la Isla Virgen, bailaron, escucharon a la orquesta de percusión y
presenciaron el número de los bailarines que actuaban con antorchas en la boca,
iluminando el lugar por donde pasaban.
—Bien, Dominie ¿he logrado alejar tus tristes pensamientos? —quiso saber
cuando regresaban a medianoche.
—Has sido tan gentil —recordó en ese momento a Erica—. ¡Tan comprensivo!
—se preguntaba si echaría de menos a su esposa; tal vez ella nunca le había
considerado gentil, o al menos no le habría gustado que fuera así con ella.
—Es muy grato oírte, querida.
—¿Alguna vez... te has sentido solo? —pareció dudar, pero él no pareció
importarle que fuera una pregunta muy personal.
—Por supuesto que sí, aunque era peor cuando los niños vivían en Inglaterra.
Suelo ir a Florida a visitar a mi hermana y ella me corresponde algunas veces; aparte
de su compañía, no tengo a nadie más.
—¿Y nunca has pensado en volver a contraer matrimonio? —indagó
comprensiva.
—Doreen falleció hace poco tiempo.
—Pero estabais separados. Tú nunca quisiste divorciarte, tal vez no deba
entrometerme, ¿me disculpas?
—No hay nada que disculpar y si mucho que agradecer, te preocupas por mí;
además, tienes razón, pasó mucho tiempo para que yo me resignara con la
separación. Siempre albergué la esperanza de reconciliarme con ella.
—Y si... encontraras a otra persona, ¿no pensarías en casarte de nuevo?

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—¿Por tener compañía? —sus ojos la miraban sorprendidos—. Ya soy viejo,


Dominie.
—Para mí no lo eres —respondió perpleja, él tenía cincuenta y un años y estaba
en la flor de la vida.
—¿Eres sincera? —musitó.
—Por supuesto, además no importan los años que se tengan sino cómo se sienta
uno, y yo te he visto cuando juegas con tus hijos. Pareces mucho más joven —añadió
convencida.
—Tal vez tengas razón, tendré que pensar en tus palabras —sonrió después de
considerarlo un momento—. La verdad es que no me siento viejo.
—¿Te volverías a casar? —preguntó ansiosa pues ya se imaginaba a Erica como
una novia radiante.
Para su sorpresa, Jake frunció el ceño ante su ansiedad y notó que estaba más
desconcertado de lo que esperaba, pues tardó un poco en contestar.
—Necesitaría pensarlo detenidamente —y para desilusión de Dominie, cambió
de tema antes de permitirle enumerar las virtudes y cualidades de Erica.
Al llegar a casa se dieron cuenta de que Molly aún estaba levantada.
—A Geoffrey le ha estado doliendo una muela —se adelantó a sus preguntas—.
El dolor era muy fuerte y tuve que ponerle un poco de clavo.
—¿Clavo? —exclamaron al unísono.
—Es un remedio casero —les explicó orgullosa—. El niño protestó, pero el
dolor cedió.
—¿Desapareció? —no lo creía.
—¡Oh, sí!, y como ya no tenía sueño estuvimos viendo algunas ilustraciones —
miró hacia la sala, de estar—. Antes de retirarme colocaré el libro en su sitio. ¿Lo
recuerda? El álbum de recortes que hizo la hermana del señor De Arden con esas
hermosas flores y animales.
—Buenas noches, Molly, yo lo colocaré en su sitio y gracias por atender a
Geoffrey.
—Buenas noches señor Harris y, no lo olvide, si alguna vez le duelen las
muelas, mucho clavo.
—¡Pobre Geoffrey! —susurró mientras veía alejarse la figura de Molly.
—Es obvio que ha sobrevivido —rió Jake con ganas—. Como comprenderás, es
todo un caso en cuanto a remedios caseros, aunque tengo que reconocer que nueve
de cada diez son efectivos.
—Tendré que llevar a Geoffrey al dentista mañana, no debemos esperar a que le
moleste de nuevo —afirmó la muchacha.
Jake permaneció de pie con el libro de Rohan entre las manos. Dominie le
miraba indecisa.
—¿Te retiras? —preguntó él.

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—La verdad es que no estoy cansada.


—Entonces, tomemos una copa —sugirió y mientras ella se sentaba y hojeaba el
álbum que se había quedado sobre el sillón, él sirvió las bebidas y se sentó junto a
ella—. ¡Hadas, duendes, hongos! —musitó él—. ¡Cuánto nos gustan cuando somos
pequeños! Niñez y fantasía... Entonces creemos que todo se realizará, pero al crecer y
sufrir a causa de las decepciones, dejamos atrás la inocencia y ya nada nos parece
mágico.
Dominie se estremeció. También ella había vivido en ese mundo maravilloso
hasta que murió su hermano y tuvo que enfrentarse con la realidad. No más magia,
pero creer en ella había sido algo maravilloso.
—¡Con qué cuidado preparó este álbum! Observa cómo recortó las flores
siguiendo el contorno —pasaba las hojas como si fueran algo sagrado para él—.
«Niños en el Bosque». Cortó cada hoja y cubrió a los niños con ellas.
«Hojas cayendo de los árboles». De pronto, Dominie se sintió triste, no deseaba
seguir admirando el trabajo de Alicia. Sin embargo, Jake continuó hasta el final
donde encontró un sobre.
—¿Qué será este sobre? Recortes que nunca pegó, supongo —Jake se
sorprendió—. No, no tiene nada que ver con el libro, son fotos de Alicia, mira aquí
tenía de dieciséis años.
—¡Qué guapa era! —deprimida contuvo el aliento— y ésta deben habérsela
hecho un año después. ¡Mira! Esta es Windward Crest.
—Tienes razón, la hicieron desde el fondo de la terraza; aparece un poco
distinta, pero es que Rohan mandó colocar algunas plantas.
Le pasó otras fotos en las que aparecía en la escuela, con un grupo de
compañeras vestidas con trajes medievales y en el informativo escolar en que se
elogiaba a Alicia por sus logros en ciertos deportes.
—En este periódico local se mencionan ya sus triunfos como actriz —comentó
Jake—. ¿Qué se supone que es esto? No tengo la menor idea de qué se trata —se la
pasó a Dominie para que la observara.
—¡Dios mío... —frunció el ceño— yo sé dónde se encuentra este lugar —titubeó
sorprendida al encontrar esa foto entre los papeles de Rohan—, está muy cerca de
donde yo vivía, ¿qué hace aquí? —movió la cabeza confusa—. ¡Qué extraño! No
pensé que Rohan conociera este paraje —y dando la vuelta a la foto pudo ver,
escritos a mano, los nombres de la carretera principal y del camino vecinal.
—Ahora recuerdo —reflexionó Jake al volver a coger la fotografía para
examinarla con más cuidado—. Este es el lugar preciso donde ocurrió el accidente.
La persona que lo presenció la hizo y preguntó en el hospital la dirección de Rohan
para enviársela. El hombre pensó que tal vez podría ayudarle a localizar a la mujer,
pero fue inútil. De todas formas él estaba tan conmocionado, que no podía pensar en
nada. Parece que la mujer apagó los faros, lo que hizo imposible identificar el
número de su matrícula. Rohan no debería guardarla. ¿Para qué atormentarse con el
recuerdo? —añadió molesto.

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Dominie también reveló preocupación pero inconscientemente. Cuando él


empezó a hablar, un extraño hormigueo, casi imperceptible al principio, la recorrió.
La sensación de que algo palpable tomaba forma la envolvió y la estremeció. Parecía
como si su memoria... como si aquellos minutos perdidos salieran a la luz. De pronto,
sintió las manos heladas y las piernas entumecidas.
—¿Qué te ocurre? ¡Parece como si hubieras visto un fantasma! —exclamó
sorprendido.
Incapaz de proferir alguna palabra, Dominie sentía cómo su corazón latía con
tal rapidez, que amenazaba con estallarle en el pecho. Cerró los ojos angustiada y
empezó a hablar incoherentemente y casi como en un murmullo:
—Tengo... algo que decirte —dudó, pero sabía que debía continuar—: Primero
deberás jurarme que nunca, en ninguna circunstancia, repetirás a Rohan lo que vas a
oír.
—Pero... estás tan pálida. ¿Qué sucede, Dominie?
—Promételo, Jake —le suplicó como si de ello dependiera su existencia.
—De acuerdo, si así lo deseas.
—¿Recuerdas que te comenté que tuve que ir a identificar a Jerry y después
regresar a casa conduciendo? —continuó ante el gesto afirmativo de Jake—. Ese
lapso, permanecía como borrado de mi memoria, estaba tan impresionada por el
accidente, que olvidé todo. Tenía la certeza de que algo muy importante había
ocurrido, pero lo único que recordaba era el chirriar de los frenos —se detuvo
consciente del sobresalto de Jake. Una presión agonizante le impedía respirar y su
voz apenas era audible—. Yo soy la mujer que mató a la hermana de Rohan.
—Tú ¿qué? —la miró desconcertado.
—¿No lo entiendes? Todo coincide —gritó desesperada—. Yo sabía que algún
día lo recordaría y ahora que he visto la fotografía todo queda terriblemente claro.
Parece que vuelvo a vivir esos angustiosos momentos. Salí del camino vecinal sin
detenerme y oí ese impresionante chirrido de los frenos... —movía la cabeza como si
quisiera concentrarse—. Siempre supuse que había frenado, sin embargo, ahora sé
que fue Rohan. Me detuve y bajé el cristal de la ventana ebria —respiró
profundamente como si le hiciera falta tomar aire—. No entendí lo que decía, yo sólo
pensaba que ya nada tenía importancia. Recuerdo que balbuceaba lo sucedido a
Jerry, su rostro desfigurado no se apartaba de mí —se estremeció al sentir que su
protector le cogía las manos reconfortándola—. Casi no recuerdo lo que hice, o lo que
dije, pero creo haber repetido una y otra vez que mi hermano estaba muerto. ¿Lo ves,
Jake? Todo concuerda.
—¡No entiendo nada! —explotó incrédulo—. Nunca has conducido ebria. El
testigo insistió en un fuerte olor a alcohol y jamás he visto que tú lo tomes.
Dominie le contó entonces cómo se había echado encima el brandy que le
habían dado en el depósito de cadáveres y eso, añadido a las incoherencias que
murmuraba, daban una perfecta imagen de estar en estado de embriaguez.
—Yo fui la única responsable. No importa lo que tú pienses —repitió afligida—.
Todo concuerda.

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La miró frunciendo el ceño y movió la cabeza como si quisiera rehuir alguna


duda.
—Tengo la plena seguridad de que nunca causaste un accidente —declaró.
—Es muy amable de tu parte decírmelo, pero es inútil, sé que yo circulaba por
ese camino vecinal.
—Fíjate bien en él —le mostró la fotografía de nuevo, golpeándola casi con
desesperación—. ¿Estás convencida de haber salido por este camino?
—Debe haber sido ése... —parpadeó como si dudara.
—No repitas «debe haber sido». Concentrémonos en los hechos.
—Es el lugar por el que yo solía transitar, a unos cien metros del otro por el que
venía, se encuentra la intersección con la carretera de doble carril y recuerdo todo
hasta que llegue a él.
Durante un momento Jake guardó silencio, absorto en sus pensamientos.
—Me has dicho que ahora sabes con exactitud lo que sucedió durante esos
últimos instantes, pero hasta donde puedo juzgar, hay muchos cabos sueltos. Ni
siquiera has hablado del accidente. ¿Acaso no lo viste? —la miró fijamente.
—No sé, ¿debería? Existe la declaración de un testigo.
—Olvida lo que él dijo —la interrumpió con brusquedad—. ¿Recuerdas haber
huido después del ruido de los frenos?
—Creo que sí... —asintió.
—No pareces muy convencida.
—Estoy segura —agregó tratando de sondear en su memoria.
Se daba cuenta de que no estaba claro ese momento. Sin embargo, aceptaba ser
la responsable del accidente porque había sucedido en el lugar donde ella debía
tomar la vía principal; además, el testigo habló del olor a alcohol, de las
incoherencias que decía y Dominie sabía que correspondía a esa descripción. Tenía la
certeza de haber repetido durante todo el trayecto que su hermano había muerto.
Después de pensar durante unos momentos continuó:
—Sí —replicó con insistencia——. Seguí conduciendo y por eso no pude ver el
accidente que quedó atrás. La noche estaba demasiado oscura y no había luz.
Jake suspiró y Dominie puntualizó que sería demasiada coincidencia que
hubiera otra mujer con olor a alcohol que saliera del camino sin detenerse, a la misma
hora.
—¡Tengo que haber sido yo! —finalizó convencida. Sería casi imposible que
existiera otra mujer en condiciones idénticas a las suyas.
——¿Podrías hacer un esfuerzo y traer a tu memoria lo que el hombre te decía
—deseaba poder sacar a la luz toda la verdad.
—No, pero yo balbuceaba que ya nada tenía importancia, recuerdo con claridad
que me acusó de estar ebria.

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—No puedo creer que, en el estado en que te encontrabas, eligieras la ruta


correcta —insistió con terquedad.
Dominie aceptaba como un hecho irrebatible ser la responsable.
—Tiene que haber sido ese el camino, Jake. Debí tomarlo si regresaba del
depósito de cadáveres.
—¿Por una carretera vecinal?
—Mi casa estaba en las afueras y para entrar o salir del pueblo, tenía que ir por
esa vía. Era algo así como una costumbre —respondió, haciendo un gesto de
impaciencia con las manos.
—No puedo creer que hayas sido la responsable, debes estar equivocada —
observó con aspereza.
—Yo sabía que, algún día, conocería ese lapso que permanecía en blanco —
murmuró pasando por alto las bien intencionadas palabras de Jake y empezó a
temblar sin control; la cruda realidad la golpeó con fuerza. Ella era la única
responsable de la muerte de la hermana de su amado, era la mujer que él más odiaba
en el mundo—. ¡Rohan! —gritó desesperada—. ¡Oh, cariño, perdóname!
—¿Cariño? —la miró atónito. No pudo detenerse para analizar sus palabras, al
notar su estado de ánimo, el violento temblor y su rostro, que palidecía intensamente
—. ¡Debe haber algún error! —casi le gritó y su voz pareció acrecentar el dolor de la
muchacha.
—¡No hay error posible! —se apoyó en él sollozando—. ¡Yo maté a Alicia!

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CAPÍTULO 9
Jake se paseaba nervioso, recorriendo una y otra vez la sala de estar.
—¡No puedes abandonarle! Me niego a quedarme con los brazos cruzados y
permitir que estropees la vida de vosotros dos —pronunció las últimas palabras con
tal fuerza, que Dominie se sobresaltó, ya que, hasta la fecha, sólo había conocido la
faceta gentil y considerada de su protector.
—Deberías retirarte a descansar. Son más de las dos de la mañana y puede
hacerte daño —agregó ocultando de nuevo el rostro entre sus manos.
Se sentía agotada, pero había tomado una decisión y nada la haría cambiar. De
pronto volvió a temblar sin control, estremecida por el continuo dolor que la
aquejaba.
—Puedes casarte con él sin decirle nada —casi le gritó—. ¿Cómo iba a enterarse
de que fuiste tú?
—Todos estaríamos involucrados en el problema y yo no podría soportar el
peso de esta carga durante el resto de mi vida; además, entre una pareja no debe
haber secretos.
Jake suspiró profundamente y se acercó a ella, después de un momento de
silencio.
—Aseguras que no podrías casarte sin confesarle la verdad; sin embargo, no
estás dispuesta a que conozca la historia completa. ¿Por qué no? ¿Qué mal puede
haber en que tú le expliques lo sucedido? ¿Por qué no le das la oportunidad de que
sea él quien decida si habrá o no boda?
—Porque no soportaría que él estuviera enterado de que fui yo la responsable
de la muerte de su hermana. Tengo que alejarme de él cuanto antes.
—¡Le estás crucificando! Ya le dejaron una vez plantado sin explicación.
—No será lo mismo, sabes bien que aún no habíamos formalizado nuestro
compromiso.
—Tienes demasiados argumentos —le reprochó con dulzura—. Si no hubiera
abierto ese álbum —continuó con la mirada fija en él—, o si al menos ese pasaje
nunca hubiera vuelto a tu memoria.
—Tarde o temprano habría ocurrido, ya lo sabía.
—Cuando estuvierais casados, no ahora.
Dominie se movió, como queriendo alejar el dolor que la embargaba y que se
estaba convirtiendo en una agonía.
—Es lo mejor. Por lo menos me queda el consuelo de saber que él no me
despreciará por haberlo separado de su querida hermana.
—Te odiará por haberlo abandonado.

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—Tienes razón, mas... ese sentimiento no nos dañará tanto como el que nacería
en su corazón al saber que fui yo la que cortó de un tajo las ilusiones de Alicia.
Jake tomó asiento frente a ella y cogiéndole las manos suplicó:
—Chiquilla, por el amor de Dios razona y trata de comprender. Sé que Rohan
entenderá si le explicas que tú conducías en un estado de conmoción, después de
haberte enterado de la muerte de tu hermano, que no estabas en condiciones de
actuar o pensar de forma normal. Tiene que aceptarlo.
—Tal vez lo intentaría, porque sé que me ama con sinceridad y desea casarse
conmigo, pero... ¿y el futuro? ¿Qué ocurrirá en el cumpleaños de Alicia, en la fecha
de su muerte y en cada uno de sus recuerdos que surgirán sin que podamos evitarlo?
Es entonces cuando él empezaría a odiarme, Jake —sollozó amargamente sintiendo
cómo sus uñas se clavaban en las palmas de sus manos haciéndole daño—. No
podría soportarlo. La decisión que he tomado es la mejor para ambos. Tienes razón al
opinar que en ese momento no debí conducir, por lo tanto, mi inconsciencia fue un
crimen.
—¡Tonterías! Precisamente porque no eras consciente de tu situación te
arriesgaste a conducir, si no, no lo hubieras hecho. Además, tú no eres culpable, era
obligación del personal del depósito darse cuenta de tu estado de ánimo y brindarse
a llevarte a casa. Fue un crimen por su parte no detenerte.
—¡Yo soy la única culpable!
—¡No lo permitiré! ¡Yo informaré de todo a Rohan!
—No lo harás, me lo prometiste.
—Sí, pero me hiciste jurar sobre algo que ignoraba. No me considero capaz de
guardar un secreto de tal naturaleza y menos aún después de conocer tu decisión.
—Si rompes tu palabra, jamás volveré a dirigirte la mía —le previno usando un
tono amable—. Es mi deseo que Rohan no se entere nunca de que fui yo quien mató a
su hermana.
—¡Deja ya de culparte! ¡Tú no la mataste!
—Entonces, ¿quién lo hizo? —le interrogó sin expresión en el rostro.
¡Qué ironía, que de todas las personas, fuera ella la responsable directa de la
muerte de tan dulce criatura! ¡Destino implacable!
—Rohan comprenderá —repetía él con insistencia sin encontrar eco en los
pensamientos de la joven.
Durante un momento ella le agradeció su interés reflejado en su amable rostro,
pero sabía que era inútil.
—No le daré la oportunidad de juzgarme. Créeme Jake, yo tengo razón. El no
debe saber nada de esto. Ahora eres tú el que me preocupa, has estado muy delicado
—le recordó al ver lo cansado que parecía, pero él la interrumpió con un movimiento
de la mano.

—No me iré a descansar hasta saber cuáles son tus intenciones.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—Ya te lo he dicho. Me separaré de él y abandonaré la isla.


—¿Y qué pasará conmigo y los niños?
—Ya te expliqué que Rohan no estaba dispuesto a mantener más tiempo
nuestro compromiso en secreto. Lo único que nos detenía era tu completo
restablecimiento. Me quedaré con vosotros hasta que encuentres otra persona que me
sustituya —aún en medio de su inmenso dolor pensó en Erica—. Mañana, cuando
hayamos descansado volveremos a tratar este asunto, creo conocer a la persona
idónea para cuidar a los niños.
Consternado como estaba, Jake no puso atención a sus palabras.
—No me imagino a Rohan aceptando tus pretextos para abandonarle —añadió
después de un momento—. Por lo que me has contado, deduzco que te quiere
profundamente y tiene la certeza de que tú le correspondes de igual manera, por lo
tanto, supondrá que todo lo que le prometiste, fue falso.
Durante unos minutos no supo qué responder, quería terminar cuanto antes
con esta pesadilla y alejarse. Deseaba evitar, a toda costa, tener que enfrentarse con
Rohan, ya que lo más seguro era que terminara llorando y él se daría cuenta de todo.
No debía sospechar la verdad.
—La última vez que nos vimos, nos separamos enfadados —siguió hablando—.
Él comprendió que me había molestado la familiaridad con la que trataba a Sylvia.
—Tú aceptaste que era Sylvia la que se tomaba tales atribuciones y reconociste
que te habías sentido celosa y enfadada, sin que él te hubiera dado motivo.
—Es verdad, aunque eso no tiene importancia ahora, excepto para cumplir con
mi propósito —¡qué tranquila parecía! Hablaba de la ruptura de su compromiso
como si no la afectara. No obstante, su pena era inmensa y se sentía incapaz de
soportar más—. Él también estaba furioso por mi actitud y su despedida fue fría e
impersonal —continuó sin darse cuenta de que sus palabras se oían huecas.
Al día siguiente, su corazón sufriría un golpe mortal al intentar separarse del
ser amado.
—No me di cuenta —la interrumpió lake.
Dominie le hizo notar que, hasta ese momento él desconocía la relación que
existía entre ellos, por lo tanto, era natural que no le diera importancia a la forma en
que ella habló al despedirse.
—Ni siquiera pude contestarle —continuó y la voz se le quebraba—. Me sentí
tan herida y tan triste a la vez, que no pude responderle por la sorpresa, que él tomó
como venganza. Casi me vuelvo loca al no recibir noticias suyas durante dos días.
—Fue culpa mía. Él llamó por teléfono dando por hecho que yo te comentaría
su partida —se detuvo de pronto frunciendo el ceño—. Ahora recuerdo que hizo
hincapié en que te notificara su viaje. ¿Por qué en ese momento no le di importancia
al mensaje?
—¿Cómo se la ibas a dar, si no tenías la menor idea de que estábamos
comprometidos?

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—No..., esta noche, al regresar a casa, cuando me hablabas de la posibilidad de


volver a casarme, supuse que te referías a ti y a mí. Pero, ¿qué digo? esto no tiene
nada que ver con el problema.
—Yo me refería a Erica —contestó al fin.
—¿Erica y yo?
—Ella te quiere, Jake —le respondió sabiendo que a su amiga no le importaría
que se lo confesara—. Te quiere desde hace mucho tiempo.
No supo qué responder. Se quedó absorto en sus pensamientos con Dominie a
su lado, que trataba de captar cualquier emoción.
—Erica... —suspiró—. ¿Habrá cambiado mucho?
—Es muy guapa, elegante y atractiva. Te conté que nos visitó en algunas
ocasiones; se siente muy sola.
—¿Y a los niños? ¿Les agradó? —la miró un segundo.
—Estaban fascinados con ella. Erica se mostró muy complacida al leerles un
rato o poder jugar con ellos. Pasamos momentos muy agradables juntos.
—Aún en medio de tu pena te preocupas por los demás. No es de extrañar que
Rohan te quiera, no le abandones —pareció desanimarse al negar ella con la cabeza y
él dejó caer las manos perdiendo toda esperanza de convencerla.
—Volviendo a lo anterior, el hecho de que él creyera que yo me había
molestado por no haberse despedido de mí, facilita la situación. Pensará que soy
voluble e imprevisible y cuando vuelva simularé seguir enfadada porque no me
avisó de su viaje.
—¿Estás segura de que él te dejará partir? ¡Oh, ya sé que me has explicado mil
veces tus razones, pero te lo advertí y te lo repito, no pienses que Rohan aceptará
cualquier pretexto. Te lo puedo asegurar, yo le conozco y sé que si llega a dudar de lo
que dices, buscará la manera de que le confieses la verdad, aunque tenga que recurrir
al chantaje. Así que te aconsejo que seas cautelosa, él no es como yo. Tal vez no hayas
tenido oportunidad de presenciar su conducta cuando está indignado, te recomiendo
que no le provoques.
Dominie tenía miedo. Ahora que había llegado el momento, el pánico la
invadía, por un instante decidió coger el primer avión que saliera de la isla, pero no
podía hacerle eso a Jake. Quizá en el futuro llamaría a Erica, pero éste era el presente
y tenía que afrontarlo, Rohan no tardaría en llegar.
—Estás aterrada sin motivo. Él te quiere lo suficiente como para superar
cualquier problema —Jake trataba de consolarla.
—No todos, Jake. Llegaría un momento en que empezaría a odiarme.
—¡Qué disparate!
—Tengo que alejarme de él —fue su rápida respuesta.
Jake se retiró y ella se quedó en la terraza, entre las flores, donde su abatida
silueta contrastaba con tanta belleza.

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Era la imagen del desconsuelo, reflejo del dolor que sentía su corazón, que
amenazaba con partirse en mil pedazos.
Desde donde estaba, pudo ver el instante en que llegó el coche. Se imaginaba lo
ansioso que estaría por verla, lo cual aumentaba su angustia. Temblando y con el
rostro muy pálido, se alejó hacia el cenador, asegurándose primero de que él la había
visto y de que la seguiría en cuanto hubiera aparcado el coche.
—Dominie... pequeña —le dijo al mismo tiempo que extendía sus brazos
tratando de abrazarla—. Siento haberte molestado con mi actitud... —ella tuvo que
recurrir a su fuerza de voluntad para no correr y refugiarse en él, el único hombre al
que no debería haber amado. Se estaba disculpando y ella, en el fondo de su corazón
ansiaba decirle que no había motivo para ello, en cambio utilizó su error para lograr
sus propósitos.
—Es lo menos que podías haber hecho, no creas que tu conducta ha sido muy
acertada que digamos. Ni siquiera tuviste la gentileza de llamar para avisarme de tu
ausencia ——se detuvo al notar que él dejaba caer los brazos y su rostro palidecía sin
comprender lo que estaba oyendo.
—Si me tratas de esa manera ahora, ¿qué será de nosotros cuando estemos
casados?
—No estoy dispuesta a correr el riesgo —admitió con desdén—. ¡Hemos
terminado! Aquí está tu anillo —lo extendió sin atreverse a mirarlo a la cara.
—¿Estás bien? ¿Eres responsable de tus actos? —casi no podía articular palabra,
la miró sorprendido y su arrogancia cedió el paso al desconcierto.
Dominie sabía que no podía seguir fingiendo durante mucho tiempo más, su
nerviosismo contenido amenazaba con deshacerse en llanto y palabras de amor hacia
quien estaba hiriendo. No sabía de dónde sacaba fuerzas para no abrazarle. Cerró la
mano ocultando el anillo que él no había hecho el intento de recuperar.
Dio un paso casi imperceptible hacia él y sé contuvo al recordar las
consecuencias. Tenía que mantenerse firme, estaba segura de que no había solución
posible, no con la sombra del engaño separándolos.
Era mejor terminar ahora, los años se encargarían de transformar, poco a poco,
el odio que sentiría por ella convirtiéndose primero en indiferencia y más tarde, en
olvido. Sí, él la olvidaría, aunque tuviera que pasar por momentos amargos y,
después de algún tiempo, era probable que encontrara una muchacha digna de ser su
esposa.
—¡Dominie, te estoy hablando! —ahora estaba furioso, como había temido—.
Contéstame, no te quedes ahí parada con ese gesto de arrogancia y superioridad.
—He dicho todo lo que debía decir. No tengo intención de casarme contigo —
sus palabras se vieron interrumpidas por su poderoso abrazo. Sentía que cada uno de
sus huesos se había roto—. ¡No Rohan... por favor!
—¿Qué significa todo esto? —gritó enfurecido mientras sus facciones se
contraían y sus ojos despedían fuego—. ¡Tú me quieres! Lo sé. ¿Qué es lo que ha
sucedido? ¡Dímelo por Dios, Dominie. Te aseguro que no seré responsable de mis
actos, si no me das una explicación satisfactoria —la soltó con tal fuerza que al tratar

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ella de mantener el equilibrio, soltó el anillo que fue a caer en una hendidura del
suelo.
—No... te quiero —contestó insegura, colocando los brazos en su espalda para
evitar que la abrazara de nuevo—. No puedo casarme contigo.
—¿No puedes?... —sus ojos la miraba incrédulos—. ¿No puedes, Dominie?
—No puedo correr el riesgo de que me maltrates —se apresuró a contestar para
rectificar el error que había estado a punto de cometer.
—¿Maltratar? —preguntó asustado.
—No veo por qué te sorprenden mis palabras. ¿Tan pronto se te ha olvidado la
forma en que tú y Sylvia hablabais? ¿Qué puedo esperar de tu comportamiento en el
futuro, si delante de mí te muestras de forma tan indecorosa? ¡Qué humillación tener
que mantener nuestro compromiso en secreto delante de esa familia! —se detuvo
vacilante.
¿Quería matarla?, por un instante observó con terror cómo se teñían sus mejillas
de rojo y su boca adquiría una expresión casi diabólica.
—¡Te he pedido una explicación! —la fulminó con la mirada acercándose
peligrosamente a ella—. ¿Qué ha sucedido?
—Veo que eres tan presuntuoso y estás tan seguro de tu atractivo con las
mujeres, que no puedes asimilar el hecho de que alguien te rechace. Ese es mi craso y
no tendrás más remedio que aceptarlo —se sorprendió de sus propias palabras.
¿Le había convencido? Recordó que Jake la había prevenido contra la otra faceta
de su carácter y aunque estaba preparada, ni remotamente hubiera podido imaginar
una furia como aquélla.
Su encantador rostro se había transformado por una dura expresión y sus
manos, de dedos largos y fuertes, se abrían y cerraban de forma espasmódica, como
si estuvieran estrangulando una garganta, la suya.
Dominie tragó con dificultad. Si no hubiera elegido un lugar tan apartado, pero
era demasiado tarde, su mirada lanzaba destellos de cólera, a pesar de que sus brazos
colgaban a lo largo de su cuerpo, en contraste con su habitual aspecto de arrogancia.
—¿Esa es tu última palabra? —la preguntó con tal dureza que la hizo
estremecer—. ¿No tienes nada más que añadir?
—No —comentó en un murmullo, pero él lo percibió e hizo el intento de
abandonar el cenador—. ¡El anillo! —le recordó sintiendo que no debía irse sin él, ya
que era lo único que podía seguir uniéndolos.
Se inclinó para recogerlo, pero se le cayó de nuevo y rodó hacia el tronco de un
árbol. En un nuevo intento por cogerlo, vio como un pie se adelantaba para pisarlo y
enterrarlo entre las raíces.
Un momento después, estaba sola, sosteniendo entre sus dedos el solitario cuyo
diamante brillaba por el sol. Abundantes lágrimas corrían por su rostro y caían
mezclándose con la tierra pegada a la sortija que tuvo que guardar en el bolsillo de
su vestido antes de salir del cenador y dirigirse a la casa.

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—Lo has hecho, ¿verdad? Lo supe cuando vi la forma en que mi amigo se


alejaba. Ni siquiera entró a saludarme. Dominie, ¿estás segura de haber hecho lo
correcto?
—No había otra salida, Jake. El engaño no habría funcionado.
—Parecía un hombre deshecho.
—Olvidará con el tiempo.
—No sé hasta qué punto te quiere, pero yo que le conozco, puedo asegurarte
que de no haber experimentado un sentimiento profundo y sincero, nunca se hubiera
comprometido contigo.
—Lo sé bien —sollozó abrazándose a su interlocutor.
—Vamos... vamos, pequeña. ¿Por qué no recapacitas un poco más?
Enjugó sus lágrimas y la separó un poco, en ese preciso instante Rohan regresó,
entrando casi sin hacer ruido, después de dejar el coche al final del camino.
—Así que éste es el verdadero motivo —su voz se oyó como un latigazo en
medio del silencio que se hizo cuando ellos se dieron cuenta de su presencia—.
Sylvia me contó que os había visto muy juntos la otra noche e imaginó que entre
vosotros había algo más que una simple amistad. ¡Qué ingenuo he sido! Disculpad la
intromisión —se alejó despectivo.
—¡Rohan! —gritó Jake sin obtener respuesta, su amigo se fue a grandes pasos
—. ¡Qué equívoca situación ha surgido!
—¡Oh, Jake! Cuánto lo siento, lo he complicado todo. Ahora me he interpuesto
entre vuestra amistad —lloró desconsolada.
—Todo saldrá bien, ya lo verás —le aseguró interrumpiéndola para oír el ruido
del motor que se alejaba y se perdía segundos después en la lejanía.
—Regresó porque no estaba dispuesto a aceptar tus explicaciones, te previne
que así sucedería.
Rohan había vuelto, Dominie cerró los ojos con fuerza y en ese momento se dio
cuenta que, de haberla encontrado sola, le hubiera podido sacar toda la verdad.
—¿Le contarás todo? —preguntó nerviosa y convencida de que el amigo leal no
perdería tiempo en llamarle por teléfono, una vez que calculara que había llegado a
su casa.
—¿La verdad?
—Me refiero al malentendido sobre tú y yo.
—Por supuesto, no seré yo quien aumente su desgracia al permitir que suponga
que yo, su mejor amigo, soy el causante de vuestra ruptura.
—¿Podrías esperar un poco? —dudó en pedírselo.
—¿Esperar? —frunció el ceño desconcertado—. ¿Esperar, a qué? —se mostraba
impaciente con ella y no se lo podía reprochar.
—Me doy cuenta de que debes estar ansioso por aclarar este enredo, pero si le
cuentas ahora la verdad, intentará verme inmediatamente.

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—¿Y piensas que si regresa no vas a tener fuerzas para mantenerte firme en tu
actitud? —la miró con dureza.
—Tú lo dijiste, él podría presionarme para que le contara todo —le suplicó
asustada.
—Me sorprende que no lo haya intentado.
Mecánicamente, Dominie se examinó los brazos buscando las huellas de sus
manos que la habían apretado con fuerza.
—Él... se portó conmigo como un salvaje —se mordió los labios al recordarlo.
—Desearía no haberme perjudicado al prometerte silencio —le confesó, pero al
ver su expresión, le aseguró que nunca rompería su promesa.
—Y ¿esperarías un poco, para decirle que no hay nada más que amistad entre tú
y yo?
—No olvides que es mi mejor amigo. No puedo permitir que sufra por un
equívoco. ¿Has tenido en cuenta que has herido su orgullo al considerar que me
preferiste a mí, un hombre mayor, con hijos y no a él?
—No había pensado en ello, aunque me sentiré más segura si no se lo aclaras
hasta que pueda marcharme —respondió sin pensar que debía contestarle que él no
era ningún viejo, pero cuando se dio cuenta, había pasado la oportunidad.
—Así que, hasta que te hayas marchado —repitió con dureza—. ¿Y no se te ha
ocurrido pensar que una vez que conozca la verdad, irá a buscarte a Inglaterra?
—El simple hecho de mi partida será más que una prueba fehaciente de que no
quiero nada con él y por lo tanto no se atreverá a buscarme.
Jake permaneció en silencio reflexionando a pesar de la inquietud de la
muchacha al notar que tardaba demasiado tiempo en tomar una decisión.
—Tú ganas —accedió de mala gana—. No diré nada hasta que hayas salido de
la isla.
—Cualquiera diría que no te afecta mucho que me marche —le miró
sospechosa.
—Por supuesto que me importa, pero como te veo tan decidida a llevar hasta el
final tus planes, no perderé el tiempo en tratar de convencerte de lo contrario. Es
obvio que deseas evitar un encuentro con Roban, lo cual sucedería si permaneces
más tiempo en este sitio.
—Recuerda que me prometiste no revelarle mi secreto, aún cuando me haya
ido.
—Te hice un juramento solemne de que nunca le mencionaría a Rohan lo que
sé.
—Gracias, te confieso que no tenía la certeza de que cumplieras tu palabra —
respiró aliviada.
—Discúlpame, querida, pero tengo trabajo que atender —la cortó, con
brusquedad—. Estaré en mi despacho una hora.

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—Pero no más —le advirtió—, o entraré a buscarte, recuerda que debes


descansar.
Se alejó asintiendo. Había algo en la actitud de su protector que no comprendía.
Frunció el ceño y fijó la mirada en la puerta que se acababa de cerrar.

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CAPÍTULO 10
Los preparativos para la partida de Dominie se demoraron nada más una
semana, circunstancia que la perturbó mucho, ya que parecía que Jake estaba ansioso
por verla alejarse.
—Le he mandado un telegrama a Erica pidiéndole que se haga cargo del
cuidado de los niños —le comentó él unas horas después de la inolvidable visita de
Rohan.
—Aceptará encantada —le aseguró ella.
Erica envió su respuesta por correo aéreo, informándole a él que, en cuanto
alquilara el apartamento y encontrara un garaje para guardar el automóvil, estaría
allí. También escribió a Dominie preguntándole el motivo de su inminente partida,
para esta última no hubo respuesta.
—Me anuncia que vendrá para seis meses —le dijo—, aunque espero que todo
marche bien y nos acomodemos. No será necesario que permanezcas aquí hasta que
Erica llegue —desvió la mirada—. Molly se las arreglará durante un par de semanas.
—Gracias, Jake.
Supuso que el motivo principal por el cual la urgía a marcharse era el deseo de
aclarar el malentendido con Rohan y, en segundo término, que encontraba difícil
mantener durante más tiempo en secreto la noticia de su partida y eso se había hecho
evidente dos días antes, cuando al ir juntos de compras a Charlotte Amalie, la señora
Osborne los había invitado a una fiesta que se realizaría en su propiedad, dos
semanas después. Él había aceptado la invitación, asegurándole que asistirían,
puesto que no debía llegar a oídos de Rohan, que ella se marchaba a Inglaterra.
—Cuando me haya ido —le comentó con tristeza—, podrás decirles que tuve
que partir para arreglar un problema personal urgente.
Jake asintió, pero parecía apesadumbrado. Sintiéndose culpable, Dominie le
agradeció su paciencia y cooperación, pero no obtuvo respuesta por parte de él,
quien un día antes de su viaje le propuso:
—¿Me permites invitarte a cenar esta noche? Te prometo que no regresaremos
tarde, mañana habrá que madrugar para preparar todo.
Aceptó de buen grado y fueron al Castillo de Barba Azul, lo cual no resultó una
buena idea porque le recordaba las ocasiones que había estado allí en compañía de su
prometido. Sin embargo, estaba decidida a hacer lo posible para que su compañero
disfrutara de la velada y en apariencia lo había conseguido, él reía con agrado a sus
comentarios.
Al terminar la cena, salieron un momento a la terraza, desde donde se
observaba una maravillosa vista del puerto de Charlotte Amalie y la costa iluminada
que reflejaba las luces de un barco anclado allí.
¿Te gustaría bailar? —le preguntó, consciente del estado de ánimo de Dominie.

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Accedió agradecida por sus atenciones y se dirigieron a la pista de baile donde


la orquesta tocaba.
—Acabo de ver a dos personas que conocí hace tiempo en Nueva York. Es
probable que sean pasajeros del barco. ¿Te molestaría si me ausento un momento
para saludarlos?
Sonriendo, le aseguró que no le molestaba en absoluto y por no separar los ojos
de la figura que se alejaba, no pudo notar cuando Rohan y Sylvia entraron y
ocuparon la mesa contigua a la suya. No habían transcurrido más que unos instantes
cuando al levantar la vista, vio a Rohan de pie delante ella, impecablemente vestido
con un traje blanco y su palidez la sorprendió.
Su corazón latía con violencia y sus labios intentaron pronunciar un «hola» que
nunca se oyó. Sus ojos color castaño tenían un tono amarillento por la luz artificial.
—¿Bailamos, Dominie?
Mecánicamente se levantó, anonadada por la invitación, sintiendo que sus
piernas se negaban a sostenerla. Echó un vistazo a su alrededor, encontrándose con
Sylvia que la vigilaba con recelo y disgusto.
—Yo... si no te importa, preferiría... —pero ya estaba entre sus brazos bailando
y alejándose de la mesa.
Después de un momento que le pareció una eternidad, se atrevió a levantar la
vista y descubrió a un Rohan distinto. Su rostro no tenía expresión y su boca... su
corazón sentía una aguda punzada. Esa noche parecía ser el hombre más infeliz de la
tierra, como ella era la mujer más desdichada.
El destino... Las lágrimas estaban a punto de salir y para evitarles desvió la
mirada hacia la solapa de su chaqueta. Él no debía advertir su llanto; tenía que
mantenerse firme, pues si Rohan notaba su inmensa tristeza estaba segura de que la
forzaría a decirle la verdad y el resultado sería, tal vez, que no aceptara su
responsabilidad en el accidente y quisiera convencerla de que volviera a su lado.
Sabía que si llegaba a este punto, no sería capaz de resistirse ante su arrolladora
personalidad y accedería a casarse con él. Cuando el romance de los primeros meses
hubiera pasado, entonces él recordaría que su esposa había matado a su hermana...
Dominie recapacitaba, «¿por qué no me doy una oportunidad? Tal vez la
euforia de nuestro romance no termine», pero al momento siguiente se repetía que
no importaba lo profundo que fuera su amor, de cualquier manera llegaría el
momento de los recuerdos.
Si tuviera la fortaleza necesaria para casarse con él sin contarle su terrible
secreto; pero no, era imposible.
Jamás aceptaría una relación basada en la mentira. Siempre había defendido sus
ideales y valores y ahora no iba a prescindir de la verdad, por dura que ésta le
pareciera. .
—¿No tienes nada que decirme? —interrumpió sus pensamientos con aparente
tranquilidad.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—¿Crees que hay algo más que añadir? —contestó con sutileza dirigiendo la
mirada hacia donde debía estar esperándola Jake para pedirle que la llevara a casa.
—Supongo que no –respondió con tal frialdad que la hizo estremecerse de
dolor—. Considero que nos hemos dicho todo lo que había que decir —la miró con
un leve temblor en los labios—. ¿Deseas que te lleve a tu mesa?
—Por favor.
La llevó a su mesa y la dejó sin proferir palabra alguna. Dominie apretó con
fuerza las manos hasta hacerse daño. ¿Por qué no se daba una oportunidad? ¿Por
qué?

A las dos semanas de su regreso a Inglaterra, Dominie, ocupada en su trabajo,


se dejaba llevar por la rutina en la que vivió durante años, antes del fatal viaje en el
crucero.
Sus amigos Mavis y James, habían comprado una casa una semana antes de su
llegada y se irían aproximadamente en un mes. Pensaron que era conveniente poner
un anuncio en el periódico para que Dominie compartiera los gastos con alguien, ya
que no podía permitirse el lujo de costearlo todo ella sola.
Al principio, Mavis había mostrado cierta curiosidad por su súbita decisión de
regresar, pero como nunca le había dicho nada de su compromiso con el señor De
Arden, no tuvo necesidad de entrar en detalles, que sólo servirían para revivir
amargos recuerdos.
Un día que se quedó sola tomando el té en la cocina, que Mavis conservaba
como un espejo, Dominie se repetía: «¡Qué extraño que se hubieran cumplido todos
sus temores y predicciones acerca de su futuro!
Igual que cualquier muchacha enamorada, había tratado de imaginar el día de
su boda: su inigualable vestido blanco, la iglesia adornada con sus flores predilectas,
el coro, el órgano y el banquete... y un poco más tarde, el tan esperado momento de
encontrarse a solas con su esposo». Sin embargo, nunca lo logró, ya que siempre
aparecía una sombra que lo cubría todo. Tal vez en su subconsciente, ya sabía que su
boda jamás se celebraría.
¡Qué lejos estaba de suponer que iba a ser ella la que rompiera su compromiso,
forzada por el terrible descubrimiento de saberse la responsable del accidente en que
perdió la vida Alicia!
Con un leve sollozo se levantó para echar un poco más de agua en el té que se
encontraban en la tetera. Era sábado por la tarde, Mavis y James habían salido con la
intención de limpiar el jardín de la casa que acababan de comprar.
—No regresaremos muy tarde —le dijo Mavis antes de salir y desde entonces
había tratado de mantener su mente ocupada para alejar de ella los negros
pensamientos.
Había salido de compras para entretenerse y adquirió unos artículos que no
necesitaba. Ahora hacía un esfuerzo por comer algo, era inútil no sentía el menor
apetito. Si pudiera apartar de su mente el recuerdo de Rohan, su vida sería más
llevadera.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

Siempre tenía su rostro frente a ella; aún en las contadas ocasiones, cuando
lograba evocar a Jake, Erica y los niños, la figura de su amado surgía borrando todo
lo anterior. Erica... ya viviría en Sunset Lodge; todavía recordaba la primera vez que
visitó la casa de su amigo. Ojalá ellos lograran ser felices un día.
Sus meditaciones se vieron de pronto interrumpidas por el ruido de un coche
que se detenía al final del camino que conducía a su casa. Dejó la silla y se dirigió
hacia la ventana, sintiendo que su corazón se paralizaba por la sorpresa.
—¡Rohan! ¿Será real?
Con paso firme se aproximaba a la entrada de la casa, tratando de ver a alguien
por las ventanas de la planta baja. Al reconocerla, regresó a despedir el taxi. ¿Qué
buscaría en ese lugar? ¡Jake! ¿Había quebrantado su promesa y le había confesado la
verdad?
—Y bien, ¿no me vas a invitar a pasar?
—¿Qué... deseas? —titubeó atemorizada al notar el gesto de su boca.
Él empujó con fuerza la puerta y se detuvo, esperando hasta que ella reuniera el
valor suficiente para cerrarla.
—Ahora vamos a hablar —la miró en la penumbra del recibidor—. ¿Era aquí
donde estabas? —sin esperar respuesta entró en la cocina. Momentos antes ella
estaba tomando el té allí.
—No... no. Normalmente estoy en la otra habitación —se detuvo humedeciendo
sus labios resecos—. Rohan, ¿por qué has venido? —interrogó suplicante, casi
llorando, mientras inconscientemente presionaba una de sus manos contra su rostro
y sus ojos mostraban un intenso dolor.
La expresión de dureza fue desapareciendo del rostro masculino, moviendo la
cabeza con un gesto de censura y exasperación.
—¿Que por qué he venido? ¿Es que no comprendes? Siéntate, parece que te vas
a desmayar —agregó irónico.
A pesar de su orden, permaneció de pie, colocando una mano sobre el respaldo
de la silla como si tuviera necesidad de apoyarse.
—Sabes la verdad —empezó a hablar, pero sus ideas eran confusas; no concebía
que Jake hubiera faltado a su palabra—. Tú sabes que yo... yo —le resultaba
imposible continuar—. No entiendo por qué has venido Rohan y si es a pedirme que
me case contigo, la respuesta sigue siendo no —no pudo continuar, él la cogió por los
hombros atrayéndola hacia sí.
—¡No he venido a pedirte que te cases conmigo, sino para llevarme a mi
prometida a casa, a Windward Crest, que es el lugar a donde pertenece! —la sacudió
con suavidad, como si quisiera liberarla de todo el peso que había tenido que
soportar—. A ti, Dominie —dijo cogiéndole el rostro entre sus manos con ternura—.
A ti, niña ridícula —y su voz revelaba una profunda emoción.
—Rohan —interrumpió con vehemencia—. No puedo casarme contigo mientras
una sombra se interponga entre ambos. Jake debe haberte explicado que yo no

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aceptaría si no te confesaba antes mi crimen. ¿No lo entiendes? De todas formas,


llegaría el día en que empezaras a odiarme.
—¿Llegará? ¿Cuándo?
—Cuando tengamos nuestra primera discusión.
—Jamás habrá entre nosotros ese tipo de enfrentamiento —la interrumpió
sorprendiéndola, sus ojos la miraban divertidos—. Nunca, mi pequeña Dominie,
sencillamente porque tú tendrás más sentido común que yo para sortear las
dificultades, ahora que ya conoces un poco más de mi explosivo temperamento. ¡Ah,
y por cierto! —prosiguió sin permitir que hablara—, no fue Jake quien me lo contó,
sino Erica.
—¿Erica? Nunca le comenté nada.
—No, pero nuestro amigo, sí; por eso la mandó llamar, para servirse de ella y
que me lo contara todo a mí.
—Su comportamiento no habla muy bien de él, y ¿no tenía ningún otro motivo
para mandarla llamar? —preguntó curiosa.
—No, por lo menos no en ese momento.
—Los niños necesitaban quien los cuidara.
—No había necesidad de tanto lío por una sirvienta; sin embargo, admitió que
desde su conversación contigo, empezó a sentir cierto interés por ella —hizo una
pausa—. Contraerán matrimonio dentro de un mes. En este momento ella no está en
Saint Thomas, fue a comprar todo lo que una mujer necesita en estos casos y
prometió regresar a tiempo para asistir a nuestra boda —parecía tan cálido y seguro
de sí mismo, pero su respiración, un poco agitada, demostraba que no estaba tan
tranquilo como aparentaba.
—Rohan, no puedo aceptarte —había dudado en indicárselo porque de
antemano sabía el dolor que iba a causarle incluso a ella, que se moría por estar entre
sus brazos.
—Dices muchas tonterías Dominie, como si quisieras poner un obstáculo entre
nosotros.
—¡No son tonterías! Es algo que siempre se interpondrá entre tú y yo.
—Por favor, permíteme terminar y no me interrumpas —tiró de ella, en un
gesto que desconocía.
—Lo siento, sólo intentaba hacerte comprender.
—Y yo he estado tratando de decirte que no tuviste nada que ver con el
accidente de mi hermana —le explicó con tal dulzura que más bien parecía que
estuviera hablando con una niña pequeña.
Se quedaron en silencio. Por un momento la sombra que tanto temía se esfumó,
moviendo después la cabeza.
—Lo dices para convencerme, sé que con el tiempo no funcionará —al notar su
expresión, terminó casi en un susurro.

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

—Dominie —la llamó en tono bajo—, te lo estás buscando. ¿Hasta dónde


quieres poner a prueba mi paciencia? ¿Tienes idea de todos los problemas que me
has ocasionado? Primero me trataste con desdén y frialdad en aquel cenador,
acusándome de cortejar a Sylvia delante de ti; me llamaste presuntuoso y arrogante y
para colmo me tiraste al suelo el anillo.
—¡Yo nunca lo tiré al suelo!
—Contén tu lengua, niña. Dejaste que pensara que entre Jake y tú había algo
más que una simple amistad y aún ahora me acusas de mentiroso. ¡Hasta aquí ha
llegado mi paciencia. Intenta algo más, y entonces sí que no responderé de mis actos!
—gritó y ella, asustada, bajó la cabeza.
—Lo lamento —se apresuró a contestar buscando en su mente las palabras
adecuadas—. En cuanto a mi actitud en el cenador, quiero que sepas que fue
premeditada.
—Ahora lo sé, pero no antes. Así que para mí, no había diferencia, ¿o sí? —
preguntó colérico.
—Bueno... no.
La miró unos segundos y se llevó la mano al bolsillo buscando algo que le
entregó.
—Como sospeché que ibas a dudar de mi sinceridad, decidí traerte la prueba de
que no tuviste nada que ver con el accidente.
—¿Una prueba? ——miró el documento que le estaba mostrando—. Pero... no
debe existir prueba alguna—. Bajó la vista para leer la nota escrita en un extremo—.
De sesenta años más o menos, complexión robusta, cabello negro teñido ——se
interrumpió observando la fotografía que sostenía en su mano. Pudo apreciar que era
la misma letra que la de la nota que había leído—. Es... la descripción de alguien...
—De la persona que iba conduciendo el coche. El testigo que presenció la
colisión me la envió junto con la del lugar donde ocurrió, pero como comprenderás,
para mí no tenía ningún valor en ese momento. Mas qué ironía, ¿no? ahora me sirve
para convencerte de que estás equivocada, a menos que te identifiques con esta
señora de edad y cabello teñido.
—Rohan —le interrumpió con voz temblorosa—. Todo parece muy lógico, pero
no olvides que al ver la fotografía, yo misma reconocí el sitio del accidente. Estoy
segura de que intervine en el mismo.
—Dominie, no continúes con esos razonamientos o me harás dudar de tus
sentimientos hacia mí.
—¡Oh, no lo pienses! —exclamó tan impulsivamente que sintió cómo sus
mejillas se teñían por el rubor.
Los ojos de Rohan reflejaron su ternura al escucharla, pero su voz no denotaba
ni consideración, ni comprensión.
—¡Vaya! Al menos he logrado algo con mi perseverancia.
Dominie levantó las manos como dándose por vencida y su gesto duró unos
segundos.

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—Todavía me parece oír el chirriar de los frenos —agregó frunciendo el ceño—.


Había luces y el rostro de un hombre que me decía... que estaba ebria.
—¿Luces? ¿Qué luces? —nunca le mencionaste a Jake ese detalle.
—No, no lo hice... —cerró los ojos concentrándose—. Había luces de colores,
ahora las recuerdo —le miró, notando arrugas en su rostro—. Tal vez de algún
almacén.
—En ese lugar no hay ningún almacén cercano y además, estaba muy oscuro.
Uno de los caminos era el principal en relación con el otro. ¿Luces de colores? ¿Crees
que podrían ser semejantes a las de los semáforos?
—Sí Rohan, sí —abrió los ojos sorprendida—, pero en ese lugar no debe haber
semáforos.
—Por consiguiente —la interrumpió—, cualquier cosa que te hubiera sucedido
ocurrió en otro lugar. Jake le comentó a Erica que no estabas muy segura de si venías
por ese camino y en mi opinión, de no haber visto esta fotografía, nunca la hubieras
asociado con lo que te aconteció; y lo más importante, que no habrías actuado tan
precipitadamente, huyendo de mí como si el mismo demonio te estuviera
persiguiendo.
—Tal vez tengas razón.
—Tengo razón. Nuestro amigo le aseguró a la señora Edgley que no podías
recordar un tramo del camino y a todos nos pasa lo mismo. Sabes que con
regularidad conduzco hacia Charlotte Amalie, pero no recuerdo cada curva o recodo
del camino y cuando llego al final de un viaje, no podría describir cada metro
recorrido.
—Lo entiendo, aunque todavía está ese chirriar de los frenos en mi memoria, lo
que podría significar que había intervenido en el accidente. Al observar la fotografía,
todo parecía concordar...
—En otras palabras, te las arreglaste para implicar a tu automóvil en el choque.
Continúa, niña lista.
—Parece que te estás burlando de mí.
—En cierta forma, pero sigue, por favor.
—No hay nada más. Ya lo sabes todo, por eso llegué a la conclusión de que yo
era la responsable.
—Lo único que se me ocurre es que tal vez ibas a chocar con el semáforo y
tuviste que frenar, o que el que venía detrás de ti se detuvo por tu causa.
—Y ¿qué me dices del hombre que recuerdo?
—Si te detuviste ante las luces, es probable que estuviera pidiéndote que le
llevaras. ¿Recuerdas qué fue lo que te dijo? —Dominie permanecía con la mirada
perdida, como si buscara la respuesta—. Haz un esfuerzo por repetir la escena. Jake
dijo algo así como que el desconocido se refería a tu estado.
—¡Ahora lo recuerdo, Rohan! Tienes razón, él me pedía que le llevara —sus ojos
brillaron como si por fin hubiera desaparecido el velo que los cubría. Se sentía

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Ann Hampson – Extraño presentimiento

liberada—. Él golpeó la ventanilla y cuando bajé el cristal, me preguntó si pasaba por


la estación de ferrocarril, luego añadió: «Está ebria, tengo mucha prisa por llegar a la
hora de salida del tren, pero no importa, no voy a arriesgarme a viajar con usted en
ese estado. Está ebria», repitió una y otra vez.
—Ya no tiene importancia —cogió sus manos con ternura—. Tontita —
murmuró mientras se las llevaba hasta sus labios—. Llegar a tantas conclusiones
equivocadas por el hecho de haber visto una fotografía. Estabas tan preocupada por
no recordar ese tramo de la carretera, que inconscientemente, deseabas llenar ese
vacío. Me sorprende que tu protector y amigo permitiera que te culparas por el
accidente, ya que es ahora, en este momento cuando has recordado con toda claridad
lo que sucedió ese día. Es cierto que todavía quedan algunos cabos sueltos, pero creo
que no tienen mayor importancia. Me inclino a pensar que frenaste en algún
momento y que el ruido quedó impreso en tu memoria.
La miró impaciente, aunque su voz era gentil al hablar.
—Lo fundamental era que reconocieras que el hombre que te pidió el favor y el
testigo del accidente, eran dos personas distintas.
Durante unos instantes reflexionó sobre todo lo ocurrido y cómo había
moldeado la situación para adaptarla a los hechos.
—Así que lo que hice fue todo un lío —tembló al recordar lo que habían tenido
que sufrir de manera innecesaria.
Evocó su comportamiento en el cenador y cómo rompió su compromiso.
Mirándole ahora, se asombraba de la temeridad de su arrogante actitud hacia él.
—No sé si podrás perdonarme.
—Yo tampoco lo sé —fue su cortante respuesta, que hizo que Dominie se
estremeciera—. Debes poseer algún encanto especial para haberme tratado de esa
forma, y lograr que yo insista en estar junto a ti.
—Estoy avergonzada. Supongo que debí enloquecer para decidir romper
contigo.
—Y te aseguro que tu actuación fue muy convincente, estaba tan desconcertado
que por un momento pensé hasta en matarte. Más aún, cuando regresé y te encontré
en brazos de Jake, creo que me sentí furioso —se detuvo impaciente—, ¡no hablemos
más del pasado! Todo este maldito asunto quedará enterrado y nunca lo volveremos
a mencionar, ¿entendido?
—Nunca más te volveré a ofender, ni por un instante —no pudo continuar, ya
Rohan la abrazaba y la callaba con sus besos.
—Mi adorada Dominie —le susurró en el tono más tierno que ella jamás le
hubiera oído—, mi ángel— le cogió el rostro entre las manos y la miró a los ojos con
profundo amor, disfrutando ambos de aquel inolvidable momento en que todos los
malos recuerdos habían quedado atrás—. Jamás permitiré que te alejes de mí otra
vez, mi amor. ¡Te necesito tanto! —su voz se quebró y en un gesto impulsivo,
Dominie le pasó los brazos por el cuello y poniéndose de puntillas, fue ella quien le
besó.
—Te adoro —le murmuró ofreciéndole sus labios.

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Durante unos instantes no se escuchó más que la respiración de los dos, de


pronto Rohan la separó para sugerirle que recogiera sus cosas y regresara con él a
Saint Thomas, a su casa, que desde ahora, también sería la suya.
—No puedo instalarme en Windward Crest. Lo mejor será quedarme unos días
en casa de Jake, hasta que nos casemos.
—Regresarás conmigo a casa —le ordenó inflexible—. Hay demasiados criados
para que nos ayuden a cubrir las apariencias ante la sociedad —su expresión cambió
para dar paso a toda su ternura—. ¿No te dije que nunca más permitiría que te
separaras de mí? Te prometo esperar hasta que vuelva Erica, serán dos semanas.
—Y supongo que entonces ella empezará con sus preparativos.
—Así es.
—Parece que todo se ha decidido muy rápido, quiero decir, respecto a Erica.
—En unas tres semanas. Cuando ella llegó a la isla yo estaba en Nueva York, y
no volví hasta ayer, todo parece indicar que están muy enamorados.
—Me alegra saberlo, Jake me preocupaba mucho.
—Tranquilízate, los dos son felices y todo te lo deben a ti.
—Tú tampoco has perdido el tiempo, cariño —sus palabras se oyeron fuera de
lugar y Dominie se sintió avergonzada.
Rohan se burló de ella y le acarició comprensivo la mejilla.
—Erica llegó a los pocos días de tu partida y la más absurda historia llegó a mis
oídos. Yo estaba tan disgustado que si te hubiera tenido a mi alcance probablemente
te habría pegado; por fortuna escapaste a mi furia, pero te prevengo chiquilla, no
vuelvas a dejar volar tu imaginación como en este caso —se reía al hablar y su acento
francés se notaba más. Dominie se sentía atraída por su poderosa personalidad—.
Tuve que salvar algunas dificultades para conseguir billete en el primer avión y aquí
estoy con mi adorada prometida.
Rohan había estado jugando con la cadena que Dominie llevaba en el cuello y
ahora, con la intención de ver qué tenía en su extremo, tiró de ella.
—Casi no puedo ocultar mi curiosidad querida. ¿Qué llevas en la cadena, tan
cerca de tu corazón?
—Adivina —bromeó y él frunció el ceño pensativo.
—Un colgante con mi fotografía. Es probable que Jake te la haya proporcionado
puesto que siempre lleva su cámara a todas partes.
—No. Inténtalo de nuevo, te daré otra oportunidad.
—Me doy... —y tirando de ella con suavidad, cogió entre sus manos el anillo de
compromiso que Dominie había limpiado y que todavía conservaba el calor de su
cuerpo. Desabrochó la cadena para sacar la sortija.
—Mi muy amada y tierna Dominie... —pronunció con tanta emoción estas
palabras que ella percibió como un ligero temblor que llenó su corazón de gran
felicidad.

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Rohan acarició su dedo anular y deslizó por él la sortija. Demasiado turbada


para hablar, ella sólo pudo expresar con la mirada lo que en esos momentos su
enamorado corazón sentía.

Fin

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