El Rayo de Luna
El Rayo de Luna
El Rayo de Luna
Dos CRIADOS están preparando la mesa para la comida, cuando DOÑA ELENA, Condesa de
Gormaz y MADRE DE MANRIQUE, les pregunta por éste, su hijo.
CRIADO
MANRIQUE, hijo de los Condes de Gormaz, tras una frugal y breve cena, sale al jardín a
observar las estrellas, por las que siente una fascinante atracción, pues las compara con
piedras preciosas. Está tumbado sobre el césped y, embelesado, no puede evitar hablar
consigo mismo.
MANRIQUE
Si tal y como dice el Prior de la Peña, es verdad que esos puntos de luz son mundos, ¡No me
puedo ni imaginar como serán las hermosas mujeres que los habitan! ¡Oh, Dios mío! ¡Qué
desventura! ¡Qué infortunio! ¡Cómo serán de hermosas! ¡Cómo demostrar su amor!
Texto sobre Negro: “Un par de horas más tarde...Hacia la medianoche...”
MANRIQUE decide, con extremado sigilo, para no que nadie lo vea, abandonar el Palacio de
sus padres y, movido por una curiosidad irrefrenable, dirigirse a inspeccionar las ruinas del
famoso Convento de los Caballeros Templarios, que hay cerca de la ciudad castellana.
Corte.
MANRIQUE
(Muy excitado)
¡Una mujer! ¡Una mujer desconocida! ¡En este lugar! ¡Y a esta hora! ¡Es a ella! ¡Es a ella a la
mujer que busco!
Entonces, MANRIQUE, como si estuviera poseído por una extraña y misteriosa fuerza oculta,
emprende una frenética persecución, con el objeto de dar alcance a aquella enigmática
Dama, de la que se ha enamorado instantáneamente. Así, de forma instintiva, se puso a soltar
alaridos sin sentido.
MANRIQUE
(Alborozado)
¡Es ella! ¡Es ella, que lleva alas en los pies y huye como una sombra!
MANRIQUE estuvo corriendo durante un buen rato, pero agotado, tuvo que detenerse en una
especie de rellano, que estaba iluminado por la claridad del cielo. Apoyado sobre una roca,
MANRIQUE se sienta, muy abatido.
MANRIQUE
¡Nadie! ¡Ah, maldita sea! Y, sin embargo, la he creído oír hablar! ¡En verdad que la he creído
oír hablar! ¡La he de llamar para poder cortejar a tal diosa de la belleza y hermosura!
MANRIQUE se reincorpora y mira hacia el lado contrario a aquel desde el que venía
corriendo. La alameda finaliza allí, el lugar donde él había estado reponiendo fuerzas,
mientras que una pequeña COLINA se alza enseguida, sin solución de continuidad.
MANRIQUE
(Esperanzado)
Tal vez desde la cima de esa pequeña colina pueda orientarme mejor, e incluso pueda
localizar a mi bella y misteriosa amada.
Corte.
Una vez que MANRIQUE subió sin apenas dificultades la COLINA, se puso a otear en todas
las direcciones y sentidos. Desde aquella altura, se podía contemplar con nitidez tanto la
ciudad de Soria, como gran parte del río Duero. De repente, al fijar la vista en el río, a
MANRIQUE le volvió a latir el corazón con fuerza y a una frecuencia desconocida hasta
entonces para él.
MANRIQUE
(Muy ilusionado)
¡Sí, sí! ¡Allí está! ¡Es ella! ¡Es ella, sin duda!
Una barca se dirige a una apreciable velocidad a la orilla opuesta, a escasa distancia de la
ciudad castellana. Y en aquella embarcación, creyó a distinguir a la MUJER que había visto
merodeando anteriormente por el célebre Convento de los Templarios, la mujer de sus
sueños. Pero descendió hasta la cruda realidad al darse cuenta de que sería imposible
alcanzarla antes de que penetrara en la ciudad.
MANRIQUE
(Contrariado)
¡Pero en qué estoy pensando! ¡Maldita sea mi suerte! ¡Ni aunque fuera el más audaz de los
hombres, nunca podría desde aquí llegar junto a ella!
Sin embargo, MANRIQUE estaba lejos de darse por vencido respecto a su peculiar y
particular caza.
MANRIQUE
¡Pero no me rendiré! ¡De ningún modo! ¡Antes de que despunte el alba, averiguare dónde
vive!
Corte.
MANRIQUE
(Exultante)
He creído ver un rayo de luz entrando por una de las ventanas de este Palacio. ¡No cabe
duda de es aquí donde vive mi adorada desconocida! ¡Aguardaré aquí hasta el amanecer si
hace falta! ¡Será entonces cuando pueda declararme a ella!
MANRIQUE
(Muy excitado)
¿Quién habita esta casa? ¿Cómo se llama ella? Si no es de aquí, ¿A qué ha venido a Soria?
¿Tiene esposo? ¡Responde! ¡Responde de una vez! ¡Te lo ruego!
MANRIQUE
(Impaciente)
Pero, ¿Y su hija? ¿O su hermana? ¿O su esposa? ¿O lo que sea? ¡Qué me puedes decir de
ella!
ESCUDERO: A ninguna mujer tiene consigo que pueda consolarle, pues es viudo, y su mujer
ninguna hija engendró.
MANRIQUE
(Extrañado)
¡A ninguna! Pero entonces, ¿Quién duerme en aquel aposento donde toda la noche he visto
arder una luz?
¿En el aposento de arriba? Allí duerme mi Señor Don Alonso que, como ya le he dicho, al
hallarse enfermo, por esa razón tiene encendida su lámpara hasta el amanecer.
MANRIQUE
(Enfebrecido y con los ojos desorbitados)
¡La he de encontrar! ¡He de encontrar a mi enamorada como sea! ¡Ya he pasado demasiado
tiempo sin verla! ¡Ya he soportado demasiado tiempo sin disfrutarla! ¡Esta noche volveré a
encaminarme hacia la oscura alameda donde la vi por primera vez! ¡Oh, Dios mío! ¿Cómo
serán sus ojos? ¡Seguro que son azules como el cielo de la noche! ¿Y su cabello? ¡Seguro
que lo tiene suelto, flotante, oscuro! ¿Y su voz? ¡Seguro que es tan suave como el rumor del
viento!
Una vez que MANRIQUE hubo llegado a la alameda, espero con ansiedad a que la
incomparable MUJER, vestida de blanco, que la había tenido embrujada, volviera a hacer acto
de presencia. Enseguida, en un instante, MANRIQUE vio flotar un momento y desaparecer el
vestido blanco de la MUJER de sus sueños.
MANRIQUE
(Muy excitado)
¡Es ella! ¡Es ella! ¡Eh, hermosa Dama! ¡Ven! ¡Quiero conocerte! ¡No huyas!
Completamente fuera de sí y sin estar en sus cabales, MANRIQUE se puso a correr como un
galgo pero, de pronto, tuvo que detenerse y, como consecuencia de ello, al no frenar bien, se
precipitó contra el suelo. MANRIQUE, entonces, fijó sus espantados ojos al frente y un ligero
temblor nervioso se apodero de sus miembros y su agitación fue creciendo progresivamente,
sin parar, hasta el punto de convertirse en una estremecedora convulsión. Finalmente, no
pudo aguantar más, y prorrumpió en una carcajada sonora, estridente y horrible.
MANRIQUE
(Desaforado)
¡Jajaja! ¡Jajaja!
Aquella bella y preciosa MUJER no era tal, no tenía formas femeninas, sino que era una cosa
blanca, ligera y flotante. Era un RAYOM DE LUNA, que penetraba a intervalos por entre los
árboles, cuando el viento movía las ramas. Debido a esta imperdonable confusión,
MANRIQUE se puso verdaderamente histérico.
MANRIQUE
¡Es un rayo de luna! ¡Jajaja! ¡La mujer que me tenía prendado, maravillado, es un rayo de
luna! ¡Jajaja! ¡Soy un desgraciado! ¡Soy un desgraciado y lo seré toda la vida! ¡Jajaja!
Han pasado varios años, MANRIQUE se encuentra sentado en una butaca, junto a una
chimenea gótica del Palacio de sus padres. Permanecía inmóvil, y con una mirada vaga e
inquieta, similar a la de un idiota. Y apenas prestaba atención a las caricias de su madre, la
CONDESA DE GORMAZ, ni a los consuelos de sus servidores.
CONDESA DE GORMAZ
(Desesperada)
¡Manrique! ¡Manrique! ¡Hijo, reacciona de una vez! ¡Llevas años así! ¡Ya está bien! ¡Es que
acaso noi ves todo lo que estoy sufriendo por ti! ¿Por qué te consumes en la soledad? ¿Por
qué no buscas a una mujer que te haga feliz? ¡Aún eres joven y hermoso!
MANRIQUE
(Descompuesto)
¡El amor! ¡El amor es un rayo de luna!
ESCUDERO
¿Por qué no despertáis de ese letargo, Señor? ¡Qué os parece si los dos nos vestimos de
hierro de los pies a la cabeza y marchamos a la guerra? ¡En la guerra encontraremos la
gloria!
MANRIQUE
Pero el ESCUDERO no se dio por vencido y probó un último intento para hacer entrar en
razón a MANRIQUE, aunque fue en vano.
ESCUDERO
¿Y si os recito una cantiga? ¡Eso es! ¡La última que ha compuesto el famoso trovador
provenzal Arnaldo! ¡Seguro que su dulce melodía os consolará!
MANRIQUE
(Enloquecido)
¡No! ¡No! ¡No quiero nada! ¡Es decir, sí quiero! ¡Quiero que me dejéis solo! ¡Sí! ¡Tan solo eso
quiero! ¡Cantigas, mujeres, gloria, felicidad! ¡Todo es mentira! ¡Son todos fantasmas
producidos por nuestra imaginación! ¡Lo amamos! ¡Y corremos tras ellos! ¿Y todo para qué?
¿Para qué? ¡Para encontrarme con un rayo de luna!