Segunda Oportunidad - Erina Alcala

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SEGUNDA OPORTUNIDAD

ERINA ALCALÁ
Las despedidas son necesarias

Para el reencuentro.
CAPÍTULO UNO

Dieciséis años antes…


Víctor y Cata, siempre habían vivido en el mismo pueblo, desde que nacieron. Un pequeño
pueblo de Jaén, a media hora de la capital, de casitas blancas y pocos habitantes. Un pueblo
rodeado de olivos.
Cada uno vivía en una parte del pueblo, Cata en la parte alta y Víctor en la parte baja. Era un
pueblo de cuestas empinadas y adoquines en la calle. En ese tiempo, no había aceras aún.
Fueron al mismo colegio público, el único que había y en el que impartían clases apenas cuatro
profesores, porque al haber tan pocos alumnos, juntaban dos clases en una y a veces hasta tres
cursos, la mayoría de las veces, que era a diario y era lo normal.
Cada uno vivía en una punta del pueblo, pero a Cata, le gustaba ya Víctor desde niña, desde
que ese niño llevaba pantaloncillos cortos y ella vestidos cortos y colas de chorizo que no le
gustaban nada. Que ella recordara, casi desde los cinco años, desde que tuvo uso de razón y supo
que existía el género masculino.
Era una niña graciosa, preciosa, dicharachera y divertida y los chicos de veinte años, cuando
se sentaban en la plaza le preguntaban para reírse con ella:
—Cata, ¿cuantos novios tienes?
—Cinco —contestaba ella con apenas cinco años, con los dedos de la mano, y por supuesto
entre ellos estaba Víctor el primero.
Con el paso de los años, ella seguía queriendo a ese niño que iba convirtiéndose en
adolescente a la vez que ella.
Pero a Víctor, un año mayor que ella, se fue con una beca que les daban casi a todos los chicos
del pueblo, para estudiar en internados. A Víctor le tocó a la Universidad de Cheste, Valencia, con
apenas doce años.
Hubo un hueco vacío en su vida y no lo recordó a él en ese tiempo.
Cata, siguió estudiando hasta que, a los catorce años, en el pueblo, ella también fue a estudiar
interna con beca a Granada.
Era un pueblo pequeño de agricultores y casi todos los chicos recibían beca. Siempre los
profesores, les subían un punto en cada asignatura para que la recibieran. Eran buenos profesores
en ambos sentidos, porque era un pueblo de niños pobres la mayoría, y si no les daban esas becas,
la mayoría de ellos, no habría podido estudiar.
Cata, no recordaba ver a Víctor en los veranos, ni en Navidad o Semana Santa ese vacío de
años.
No fue hasta que ella cumplió los dieciséis años, en que tuvieron su primer encuentro
adolescente.
A Cata, le gustaba un chico, Jaime, de Granada, que iba a su clase, alto y un buen chico que
estaba enamorado de ella desde que llegó a Granada hacía dos años. Él era de allí e iba a la
universidad de Cata, pero el internado era de niñas. Sin embargo, la universidad era mixta y los
chicos iban a casa a dormir.
Y empezaron a tontear. Jaime estaba a punto de pedirle salir con ella, cuando la madre de Cata,
se puso enferma y ella fue el fin de semana a verla al pueblo. No es que a ella le gustase Jaime
como debería gustarle. No sentía mariposas en el estómago, pero era un buen chico. Sin embargo,
ella a veces quería ser libre para ligar con otros chicos, y eso era señal de que no le llenaba
demasiado. Sin embargo, Jaime, estaba colado por Cata.
Y ese fin de semana que fue al pueblo, fue ahí donde cambió el destino para ella y dónde Jaime
pasó a un segundo plano, entrando en su vida de nuevo Víctor, pero esta vez como un huracán que
no había olvidado de pequeña.
Su madre al final estaba más recuperada de lo que esperaba y ella bajó a tomarse algo el
sábado a un local donde los chicos del pueblo ponían música, bailaban y se divertían. No había
ninguna de sus amigas ese fin de semana, todas estaban estudiando, salvo las del pueblo que no
estudiaban o lo hacían en el pueblo de al lado o en Jaén, pero como todo el mundo se conocía…
Y coincidió que él estaba ese fin de semana en el pueblo también. Y como eran los dos únicos
que estudiaban fuera en ese tipo de Universidades, se saludaron y se sentaron juntos a hablar de lo
que había sido su vida, como era su internado y Víctor la miró como no la había mirado nunca.
Una adolescente de dieciséis años, guapa, y con un cuerpo bonito, pequeña y su pelo era
hermoso, largo y liso, moreno, sus ojos verdes. Sus pechos florecían como la primavera y sus
caderas, se conformaban para hacerla una mujer. Y le gustó. Le gustó mucho.
Le gustó demasiado esa chica que conocía de toda la vida. Y ella se olvidó de Jaime ese fin de
semana, en el que quedaban apenas dos meses para las vacaciones de verano y sabían Víctor y
Cata, que había química entre ellos, que algo había ocurrido ese fin de semana. Que sus miradas
habían hablado y que él, le dijo que si querían podían verse en verano y ella le dijo que sí.
Y supo desde su blanca adolescencia que iba a esperar a ver qué pasaba en verano con el chico
del que siempre estuvo enamorada y que ahora estaba guapo, estaba bueno y olía bien.
Cuando volvió a su internado, esos meses, se alejó de Jaime y estaba deseando de que pasaran
y que llegaran las vacaciones en verano para ver de nuevo a Víctor.
Y como estaba previsto, se habían gustado, ni ella se equivocó, ni él tampoco, cuando quedaron
en verse en verano. Era como si ya saliesen juntos y debieran esperarse. Y se esperaron.
Cata, solo sabía de romanticismo y de amor, por los libros, nada más. Pero Víctor ya sabía de
sexo y estaba en pleno funcionamiento y experimento sexual con las chicas, pero sabía que Cata,
era distinta.
Y llegó el verano.
Y empezó a esperarla en el parque y a salir con ella, una amiga suya, Pilar, y un amigo de él,
José, que también estudiaba fuera y salían juntos los cuatro y a veces ellos solos. Tomaban una
cerveza, daban paseos por la carretera bajo los eucaliptus centenarios, guardianes de corazones y
nombres con y griega.
Hablaban, reían, iban de la mano y se miraban.
Una de las noches, la acompaño a su casa y en una esquina, antes de llegar, la besó. Solo fue un
beso en los labios, como el roce de las de alas de las mariposas y eso fue lo que sintió ella a los
dieciséis años por primera vez.
El roce en los labios, le duró días y semanas, meses y años. Nunca olvidó ese primer beso.
Fueron muchos los besos que se dieron después, incluso con lengua, pero ese beso, fue
inolvidable, incomparable.
Él, la enseñó a besar y ella sabía que besaba muy bien y nunca en los siguientes años ningún
chico u hombre besaba como Víctor.
Le regaló ese verano una pulserita de plata y ella tan ingenua y tan feliz, más que en toda su
vida, lo amó por sobre todas las cosas, como ella sabía amar, más espiritual que sexualmente.
Intensamente, locamente, como el amor de Anna Karenina.
Se sentaban como adolescentes en un banco del parque en la parte más oscura y allí se besaban
hasta casi las doce de la noche en que ella, debía irse a casa. Él tocaba sus pechos y sólo una vez
en el mismo rincón donde le dio el primer beso, tocó su sexo, una noche oscura de tormenta en que
se fue la luz. Solo la tocó.
Nunca quiso hacer el amor con Víctor, era joven y radical y decía en ese tiempo, que quería
llegar virgen al matrimonio, quería casarse y tener hijos, una carrera, pero quería dejar esa noche
especial para la noche de bodas. Ese era su pensamiento inapelable a los dieciséis y nadie la
cambiaría de forma de pensar.
Y Víctor supo que no se iba a acostar con ella y tenía diecisiete años y otras chicas que se
fijaban en él y que sí estaban dispuestas y él no estaba dispuesto a esperar años para acostarse con
una chica, ni por ella.
Cata, no salía todos los días de verano, trabajaba en el campo con su padre y sus hermanos y
venían tarde. Y si salía lo hacía ya tarde.
Y Víctor empezó a salir a la vez con otra chica cuando ella se iba a casa, y se quedaba con el
resto de amigos hasta las dos o las tres de la madrugada, y fueron haciendo un grupo en el que
Cata no entraba. Y sus amigas no le dijeron nada, y lo sabían, todos los sabían, todos, menos ella y
su blanca adolescencia.
Y como ella no se enteraba de nada, su amor duró dos meses exactos. Y su amor voló como las
mariposas.
La nefasta noche en que bajó al local donde bailaban los chicos los fines de semana, Víctor le
dijo que quería hablar con ella y como un cobarde, le propuso, seguir saliendo con él, pero él a la
vez saldría con la otra.
Y le dijo el nombre de la otra.
Aquello le parecía a Cata surrealista.
No podía creérselo. Estaba enamorada de Víctor como Anna Karenina.
Él la conocía y sabía que ella diría que no. Fue una forma cobarde de dejarla, de que ella
tomara la decisión. Le devolvió su pulsera y no tuvo ni que contestarle.
Su amiga le dijo que ya llevaban tiempo saliendo antes de que Cata bajara por las noches y
Cata pensó qué tipo de amor era ese y qué amigas tenía.
Y dejó de salir tanto ese verano. Y se reencontró con una amiga de la niñez cuando ambas
vivían en un pequeño cortijo cercano al pueblo, antes de vivir en el pueblo y salió con ella. Y
dejó a un lado a sus amigos estudiantes que formaron un grupo donde empezaron a tontear con la
marihuana y el sexo, unos con otros.
Ni ella le dijo una palabra más, ni él, cobarde, tampoco, ni una carta al internado durante el
curso siguiente…
NADA.
Cata, no lo había olvidado. Había llorado inmensamente, aquél amor, le pesó como una losa,
meses y meses y años y aunque el curso siguiente salió con Jaime, tuvo que dejarlo y su
sufrimiento se dobló por hacerle daño a un chico tan bueno como Jaime, pero no podía olvidar a
su primer amor.
NO ERA VÍCTOR.
El verano siguiente lo vio de nuevo, ya no salía con la otra chica, pero habían hecho el grupo
donde estaban sus amigas, y otros cuantos chicos y alquilaban una casa vieja donde tonteaban con
las drogas, los porros en cuestión, la bebida, y acostarse unos con otros, irse a las dos o tres de la
mañana.
Y Cata, no entraba ahí, en ese sitio donde empezaron el verano anterior y continuaba. Durante
los siguientes años, hasta los dieciocho en que terminó el instituto en el internado, lo veía a veces,
se miraban, pero no se dirigían la palabra. Ella no quería. Él tenía sus amigos y ella las suyas y
cada uno se fue por su lado.
Cata, obtuvo de nuevo beca cuando acabó el instituto en Granada, para estudiar empresariales
en Jaén, alquiló un piso con dos chicas y allí estudió la carrera, salió con chicos, cambió un tanto
la radicalidad en el sexo, dejó de ser virgen con un chico que estudiaba en La Universidad de Jaén
también y que tenía novia en su pueblo y lo dejó en menos que canta un galló.
No saltaron chispas y esa noche fue decepcionante para ella. El sexo no era lo que pensaba. Y
no entendía por qué la gente le daba tanta importancia.
Se acostó con otros dos chicos sin más importancia en la Universidad, pero ya no quiso salir
con nadie. No se fiaba de nadie. Ponía su corazón y se lo pateaban en cuanto se ilusionaba.
Y se volvió irónica, desconfiada y sarcástica con respeto a los hombres.
Al terminar su carrera entró con mucha suerte a trabajar como ayudante de Dirección de uno de
los mejores Hoteles de Jaén, de cinco Estrellas, en el centro de la capital.
Su tía Pepa, una hermana de su madre, limpiaba para un amigo del dueño del hotel y la
recomendó. Y allí se quedó con un buen sueldo para ella. Ni se lo creía. Alquiló un piso de tres
dormitorios, (no encontró más pequeños, donde quería) en una zona buena de Jaén, nueva, El Gran
Eje, una avenida en la parte baja y relativamente cerca de su trabajo.
Se sacó el carnet de conducir y se compró un pequeño coche de segunda mano, para ir al
pueblo o moverse por dónde quería.
Y por primera vez entendió la libertad. La libertad que le daba un sueldo, un trabajo, una casa,
un coche, estar sola, que no la mandara nadie. Hacer lo que le daba la gana. Fue una liberación
encontrar ese trabajo.
Y a los tres años de trabajar allí, el Director del hotel se jubiló y la nombraron a ella Directora
con tan solo veinticinco años. Y ese día fue otro de los días más felices de su vida, aunque tuvo
miedo de no saber llevar bien el trabajo, pero ella no se achantaba ante nada.
Y el dueño confió en ella. Y no se arrepintió.
Ya llevaba siete en el puesto de Directora. Y un sinfín de cursos, que había hecho en las tardes
libres, entre ellos: aprender inglés, francés, alemán Le gustaban los idiomas. Uno de Dirección de
Hoteles, de Contabilidad, Un master. Todo lo que creyó conveniente para crecer en su trabajo.
Pero hacía un año se dijo que con ello tenía bastante. Estaba cansada y dijo que bastaba ya. Y
se apuntó a un gimnasio cerca de casa, con piscina cubierta. Iba algunos días a la semana y el
resto a descansar.
Su horario era de ocho a tres, como un funcionario, se decía ella. Era perfecto, porque tenía las
tardes para descansar o hacer lo que quisiera, comía en casa, un poco tarde, pero, era feliz.
Sacaba su trabajo a la perfección. Y tenía un ayudante eficiente.
Su despacho era elegante y bonito, con una ventana que daba a un pequeño parque. Utilizaba
uniforme del hotel, falda o pantalón, tacones y chaqueta azul con su puesto, su nombre y el
logotipo del hotel, camisa blanca. Siempre iba maquillada y con el pelo recogido.
Hacía tres años que se había comprado el piso que alquiló, Era de una persona mayor, los hijos
se lo alquilaron y cuando la dueña murió, se lo ofrecieron en venta y como le gustaba tanto, lo
compro a buen precio. Era relativamente nuevo.
Le había hecho obra en esos años, y comprado muebles nuevos y se había comprado un coche
nuevo. Tenía un buen trabajo, un mejor sueldo, un dinerito ahorrado, una ciudad donde la vida no
era cara y también hipoteca, pero podía pagarla y vivir bien.
Todos los años se iba de vacaciones. Iba al gimnasio que había a diez minutos andando en su
misma avenida. Le gustaba la piscina cubierta. Iba tres días, lunes martes y miércoles. El jueves
limpiaba el piso al salir del trabajo, y el viernes, si no iba al pueblo, hacía la compra semanal y si
iba, lo hacía también el jueves, aunque terminaba ese día rendida.
Pero estaba sola y siempre lo tenía todo limpio. Y una vez al año, metía una señora que le
hiciera una limpieza a fondo de todo.
Quería tener el fin de semana para ella, por si se iba a algún pueblo, a otra provincia, al pueblo
a ver a su familia o se quedaba en casa tranquila, pero sin hacer nada, salvo leer, pasear, de
compras, al cine...
Si se quedaba, iba el sábado a la piscina por la mañana y comía fuera unas tapas. A veces salía
por la noche a tomar una copa o a bailar. Y tenía una buena vida.
Y en cuestión de hombres, había tenido dos relaciones, una de un año y otra de dos que había
acabado hacía seis meses.
Como ella decía, ahora estaba de descanso. No encontraba su media naranja, y tampoco le
hacía falta. La vida le daba cosas buenas en otro sentido y era joven aún. Tenía treinta y dos años.
De Víctor solo sabía que era Guardia Civil en el País Vasco. Tenía gracia la cosa, de fumar
porros, aunque tampoco supo si fumaba mucho o poco y acostarse con unas y otras, se había vuelto
un formal guardia civil.
Pero sólo lo había visto alguna vez de lejos en las fiestas del pueblo, cuando ella había ido y él
también y hacía ya de eso por lo menos cinco años.
Por su parte. Víctor no quiso estudiar y al acabar el instituto, con dieciocho años, quiso
ingresar en la Guardia Civil y pidió ir al País Vasco, porque si estaba allí unos años, luego podía
pedir el lugar que quisiera. Y ese lugar sería Andalucía, le daba igual, preferentemente Jaén,
claro.
Era el veintisiete de febrero. Cata, había terminado su trabajo, e hizo una maleta para el fin de
semana ir al pueblo. Se quedaría hasta el domingo por la mañana.
El veintiocho era festivo, el día de Andalucía y se lo pasaba mejor en el pueblo con la gente.
Se hacía paella en el pabellón de deportes que se había construido unos años atrás, una barra que
servía comida y tapas, bebida, mesas y baile y un grupo rociero para cantar, churros, desfiles de
trajes de gitana. Y al menos se pasaba bien, no iba a quedarse ese fin de semana en Jaén sola.
Mientras preparaba su maleta de fin de semana, miraba por la ventaba. Parecía que iba a llover
por los nubarrones que iban cubriendo el cielo. Dejaría las ventanas cerradas, se daría una ducha
y se puso unos vaqueros y un jersey negro de cuello alto, el abrigo y las botas. Y la bolsa de aseo
en cuanto terminara, y saldría antes de que empezara a llover. Eran tres cuartos de hora hasta el
pueblo o media hora, pero a ella no le gustaba correr, menos de noche y con ese tiempo.
Estaba ya casi a diez minutos de coger el desvío de la carretera comarcal que la llevaba a su
pueblo y cinco que descargó la tormenta con fuerza. Los parabrisas apenas daban para ver bien. Y
los rayos y truenos iluminaban la carretera general.
Y meterse en la carretera pequeña comarcal, donde no pasaba un alma, le dio un poco de
miedo, tenía muchas curvas, sobre todo si se cortaba como ocurría cuando había tormentas como
esa, pero ya no había vuelta atrás, a no ser que se quedara esa noche en el hostal de la gasolinera
que había justo antes de llegar al desvío.
El pequeño complejo lo formaban una gasolinera, un restaurante y un pequeño hostal y estaba
en el centro de tres carreteras, la general y dos desvíos. El de su pueblo, estaba a la izquierda. Y
otro pueblo que había también pequeño a la derecha, pero tenía mejor carretera.
En esas iba cuando sintió un gran desvío de su coche a la cuneta y tuvo que maniobrar para no
meterse en ella y volcar. Una rueda se la había pinchado, seguro.
—¡Qué conveniente! —maldijo Cata.
Paró, a la derecha, con todo el miedo por los camiones que venían, pero no pudo seguir y se
metió en el andén más ancho que vio a lo lejos. ¡Maldita fuera! Veía la gasolinera a nada de
metros y se había quedado tirada allí, en medio de la tormenta y la lluvia que caía a cántaros. Y
menos mal que la rueda que pincho era la trasera derecha, si no, hubiese dejado el coche allí y se
hubiese ido al hostal andando.
El paraguas y la linterna que llevaba en la guantera, solo les sirvieron para ver que
efectivamente tenía una rueda pinchada, la derecha de atrás. Así que, iluminándose con una
pequeña linterna, la luz del coche encendida con las luces de emergencia, sacó el triángulo y lo
puso unos metros atrás en la carretera, dejó las luces de emergencia encendidas y se dispuso a
cambiar la rueda y ponerse como una sopa por la lluvia.
Sacó la rueda y se puso a maniobrar con el gato, para quitar la pinchada y consiguió entre
maldiciones, quitarla y meterla atrás.
Iba a poner la otra cuando un todoterreno, se paró tras su coche.
Lo que le faltaba. En medio de la oscuridad y tenía un salvador, porque seguro que era hombre.
Y que no sabía quién era.
Y efectivamente, vio como alguien alto se acercaba a su coche y se agachó a su lado.
—¡Hola! —le dijo —¿Necesita ayuda? ¿Qué le ha pasado?
—Se me ha pinchado oportunamente una rueda.
—¡Vaya mala suerte!, ¿Cata?
—¿Víctor? —lo reconoció con la poca luz de la linterna.
—Mujer deja que te ayude. Te estás poniendo buena.
—Pues igual que tú.
—Bueno, pero, yo la pondré antes, venga.
—Gracias, podía sola.
—Lo sé, pero si te ayudo, terminamos antes. ¿No quieres que te ayude?
—Sí, puedes.
—¿Vas al pueblo? —Le preguntó Víctor mientras le colocaba la rueda.
—Sí, iba a pasar el fin de semana y el día de Andalucía, ver mis padres…
—Pues vamos a tener que parar en el hostal a cambiarnos, si no, vamos a coger una pulmonía.
Y comprobaremos si se ha cortado la carretera. No podemos seguir si está cortada con esta
tormenta.
—Me da igual.
—Vamos Cata, no seas terca. Aún queda tiempo.
Y ella se quedó callada. Él, terminó de colocarle la rueda y ella metió la caja de herramientas
y el gato en el maletero, mientas Víctor iba a por el triángulo y se lo daba.-Vamos, para en el
hostal. Voy detrás de ti.
—Tengo que echar gasolina antes.
—Pues echa y para en el hostal. Yo echaré también.
—Uff. —Resopló ella. Pero lo hizo, echó gasolina, paró en el hostal y él hizo lo mismo.
Cata tomó su maleta de fin de semana, su bolso y el paraguas, sobre todo para la maleta, ella
estaba ya hecha un guiñapo. Bonita forma de encontrarlo después de tantos años y ni siquiera lo
había podido ver bien.
Lo vio con otro paraguas y un bolso, una vez que dejaron los coches en el aparcamiento del
hostal y corrieron hacia la puerta, cuando un trueno resopló en el cielo blanqueando el aire.
—¡Hola! ¡Buenas noches! —Dijo Víctor al chico que había en recepción —Una habitación —y
ella lo miró por primera vez con todo mojado.
—Dos —Dijo Cata.
—Una, con dos camas.-Dijo él.
—Pero…
—Vamos Cata no necesitamos dos habitaciones para cambiarnos.
—¡Está bien! Una.
Subieron a la primera planta, ya que al ser pequeño el hostal solo tenía dos plantas, la de abajo
y otra arriba y Víctor con la llave abrió la habitación.
En comparación con su hotel… bueno, no podía quejarse.
—¿Quieres darte una ducha caliente y cambiarte? —Le dijo Víctor al entrar.
—Sí, me apetecería agua caliente. Tengo un frío de perros.
—Venga, tú primero
Y ella se metió en el baño con la maleta y Víctor, oyó el agua correr por la ducha y se sintió
excitado. Luego oyó el secador.
Era una mujer y no la había visto bien. Y Víctor, ya no el chico tonto que ella conoció. Sabía
que le había gustado mucho cuando eran jóvenes. A él también le había gustado mucho esa chica y
tenía una cuenta pendiente con ella, una asignatura que le gustaría aprobar con nota ahora que
había vuelto. Iba a enterarse qué había sido de la vida de Cata.
Como vio que iba a tardar en secarse el pelo, bajó al restaurante y se trajo lo que quedaba de
comer y dos chocolates calientes, porque iba a cerrar debido a lluvia.
Ya no había nadie, pero consiguió llevarse alguna tapa y el chocolate hirviendo, porque no
sabía cómo le gustaba a Cata el café o si le gustaba, y la noche no estaba para cervezas.
Cuando llegó Cata había salido del baño y llevaba unas mallas negras y un jersey verde largo y
una rebeca a juego.
—Creía que te habías ido.
—He ido al restaurante a ver si había algo caliente. Estaban a punto de cerrar. Solo chocolate
calentito y unas tapas.
—Te espero que te bañes tú.
—Vale, no tardo nada.
Y en diez minutos, estaba vestido y sentado en la cama frente a la que ella se sentó.
—Gracias Víctor.
—De nada mujer, si hubiera llegado antes…
—No importa, ya estaba toda mojada de todas formas.
—Venga vamos a tomar esto mientras, antes de que se enfríe.
Y ella comió y lo miraba de vez en cuando.
—¿Qué me miras? dijo él.
—Has cambiado.
—Tú también. Hace ya dieciséis años de lo nuestro.
—¿De qué nuestro?
—No te hagas la tonta, Cata.
—Pero si no llegó a ser un verano, Víctor, eso no tuvo importancia.
—¿Ah no?
—¿Vamos a hablar de eso después de tantos años?
—Me gustaría. Nunca es tarde y te debo una explicación y un perdóname por lo mal que me
porté contigo cuando no lo merecías. Eras una chica trabajadora y especial. Pero yo quería sexo
en ese tiempo.
—Eso lo sé, lo supe. Fue por eso. Pues a mí no me importa, pero creo que para quien no tuvo
importancia fue para ti, salías con ella y conmigo a la vez a sabiendas que yo no podía salir
temprano, ni quedarme más tarde.
—Tú, eras la primera Cata.
—¡Déjate de cuentos hombre! Ya no somos niños. Ni yo una ingenua crédula e inocente.
—Tengo que pedirte perdón por el daño que te hice.
—Eso está mejor -y él la miró a la cara. Estaba tan guapa… —Incluso sin maquillar.
Ahora era una mujer refinada hasta en los gestos, pero seguía teniendo el mismo coraje que la
niña de campo que conoció.
—¿Entonces, me perdonarás algún día?
—Estás perdonado, éramos jóvenes, y a ti te gustaba experimentar sexualmente, estabas en tu
apogeo, era lo normal —y Víctor rio.
—¿Y qué has hecho con tu vida?
—Pues dejé de ser virgen en la Universidad, ya ves, cambiar de opinión. Pero también ese me
salió rana, tenía novia en su pueblo y lo dejé en cuanto me enteré.
—¡Vaya!
—Bueno, dejemos a los chicos a un lado, estudié empresariales y soy la Directora del hotel de
cinco estrellas que hay en el parque de arriba en Jaén.
—¿En serio?
—Sí, tan en serio.
—¡Joder Cata! Has tenido suerte. Pero eras muy inteligente. Siempre lo fuiste, desde el
colegio.
—Y he trabajado mucho.
—¿Y vives en Jaén?
—Sí, en el Gran Eje, primero fui ayudante de dirección, alquilé un piso y me compré un coche
de segunda mano, este no, este es relativamente nuevo. A los tres años se jubiló el Director y llevo
ya siete trabajando como Directora, compré el piso que tenía alquilado, le hice obra, lo amueblé
precioso y me compré el coche, vivo bien, la verdad, ya solo me queda la hipoteca del piso, el
resto ya lo tengo pagado, y voy algún fin de semana a ver a mis padres al pueblo, no todos, me
gusta ir a ver pueblos o me quedo en casa.
—¿No te has casado?
—¿Me ves alianza?
—No, no veo ninguna.
—Pues no, no me he casado, vivo sola, no tengo novio, ¿algo más?
—No te enfades mujer.
—¿Y tú?
—No quise estudiar en la Universidad cuando acabé el instituto y me presenté a la Guardia
Civil al salir del instituto, me fui al País Vasco, ese fue mi primer destino, en cuanto entré y ahora
he podido pedir plaza.
—¿Dónde?
—En Jaén, como tú. Allí vivo. He alquilado un piso en el Gran Eje, me gusta esa zona.
—Donde yo vivo.
—Sí, espero que no te moleste. No lo sabía mujer. En algún sitio tengo que vivir.
—De pasar a fumar porros has llegado a ser Guardia Civil. Tiene eso gracia —y Víctor rio con
ganas.
—Mujer aquello fue un tonteo de juventud, solo en verano y apenas dos y no era de los que más
fumaban. Ahora ya no fumo ni bebo.
—Te has reformado. ¿Lo otro tampoco? —y Víctor se reía.
—Lo otro sí, cuando puedo y me dejan, ya sabes. Las mujeres mandan.
—¿Cuánto hace que has venido?
—Dos meses.
—¿En qué número vives?
—En el sesenta y siete y ¿tú?
—En el cuarenta y cinco.
—Vaya, estamos casi al lado. El mío es alquilado.
—Si llevas dos meses, es normal.
—No hay de dos dormitorios en esa zona.
—No, si acaso todos son de tres o de cuatro y algunos de cinco.
—Uno de tres tengo. Pero me gusta la zona, aunque son grandes.
—Es perfecto. El mío también es de tres y tengo que andar poco para el trabajo. Si llueve me
llevo el coche y lo dejo en el parking. Y tú ¿te has casado? —le preguntó Cata.
—No, tampoco, tengo treinta y tres años.
—Eso no tiene importancia, podrías estarlo o haberte divorciado.
—No, y tampoco tengo novia.
—Será porque no quieres —dame el chocolate. Ya no puedo comer más.
—No, no quiero. He tenido algunas chicas.
—¿A la vez?
—Vamos Cata. Eso fue una tontería de adolescente. He cambiado.
—Me alegro.
—Estás muy guapa.
—Siempre lo he sido, —le dijo ella y Víctor sonrió.
—Es broma. Creo que soy normalita. Nada espectacular, sin embargo, tú, has crecido, no te
recuerdo tan alto.
—Es cierto, crecí.
—Bueno, tu padre es alto.
—Y toda tu familia bajita.
—Sí, así difícilmente iba a ser yo alta. —Y él sonreía.
—¿Te gusta tu trabajo?
—Mucho la verdad. Tengo autonomía y nadie me manda, salvo el dueño. ¿Y a ti no te ha dado
miedo el País Vasco?
—No mujer, pero aquí estaré mejor. Me gusta el riesgo.
Y se quedaron mirándose.
—La tormenta no va amainar. Voy a mirar cómo está la carretera.
—Vale.
Y Víctor hizo una llamada.
—Está cortada la carretera, Cata, y la tormenta no va a amainar durante la noche.
—¡Vaya por Dios!
—Así que tenemos dos opciones.
—Dígame guardia civil.
—Déjate de guasas.
—Nos quedamos a dormir y vemos si mañana podemos irnos al pueblo o volvemos a Jaén.
¿Tus padres sabían que ibas?
—No, y ya es tarde, no voy a llamarlos.
—Los míos tampoco, así que dejaré le teléfono para mañana.
—¿Entonces qué?
—Si no hay más remedio nos quedamos, pido otra habitación.
—Vamos Cata, no seas tonta, hay dos camas separadas, aunque no me importaría juntarlas.
—¿Qué?
—Lo que has oído.
—¿Estás tonto o qué te pasa? ¿Crees que voy a acostarme contigo después de lo que me hiciste
hace dieciséis años?
—¿Ves cómo no me has perdonado?
—Pues claro que no.
Y él se acercó a su cama y se sentó a su lado. Ella empezó a temblar.
—Siempre he soñado con un momento como este Cata, en que te pedía perdón por lo que te
hice y siempre quise hacerte el amor. Pero tú no querías.
—Víctor, ¡estás loco!
—Sí, nunca he dejado de pensar en ti. A pesar de otras y de todo, eres como una espina que
llevo clavada aquí —y le cogió la mano a Cata y se la puso en su corazón —y no habrá día en que
no me arrepienta de haberte dejado de la forma cobarde en que lo hice. Pero era un crio tonto y
superficial.
—No te acerques tanto.
—¿Por qué?
—Me pones nerviosa.
—¿Y eso es bueno?
—No quiero… no puedes… —Mientras Víctor arrimaba su boca a la suya y la besó, como la
primera vez y ella supo con meridiana claridad, que no lo había olvidado.
La miró a los ojos y volvió a besarla y esta vez, como lo hicieron hacía dieciséis años.
Metió la lengua en su boca y ella perdió la noción del tiempo, porque había mejorado en besar.
Acariciaba su larga melena y ella se aferraba a su cuello como cuando eran adolescentes, pero
ahora era una mujer con deseos y él un hombre excitado.
Siguieron besándose como si no hubiera un mañana y él la tumbó en la pequeña cama y empezó
a desnudarse y a ella también que temblaba.
—No tiembles, ya no somos adolescentes, guapa, y vamos a cumplir ese sueño que tuvimos
ambos hace años y que debió darse.
Y el vio su cuerpo desnudo y precioso y la deseó tanto que se excitó demasiado.
Ella vio por primera vez su sexo de piedra duro y alto y abrió sus piernas mojada y húmeda
para él.
Mordía sus pezones y ella se derretía. Era todo lo que había soñado en y con un hombre y supo
que ese era el suyo, desde los cinco años, por más hombres que hubiera en su vida, o aunque
aquello con Víctor, fuera solo una vez.
Y Víctor la acariciaba con ternura y entró en ella, cubriendo todo su sexo, ajustándose a él. Y
se movieron al unísono, mientras gemían y llegaron a un clímax caliente y brutal.
Se quedó encima de ella y ella con sus brazos abarcaba su espalda.
Él se retiró y se puso de lado, y la miró. Era la mujer más bella con la que había hecho el amor
o había tenido sexo. Esa asignatura con ella, no era una asignatura pendiente, sino
permanentemente pendiente. Sabía que lo que había sentido con Cata, no lo había sentido con
ninguna mujer.
—Cata.
—Ummm…
—Abre los ojos mujer.
Y ella los abrió.
—Estoy recobrando la respiración. —Y Víctor se rio, siempre le había parecido graciosa.
—Dime algo.
—Algo.
—¡Qué tonta!
Y ella se dio la vuelta hacia él y se metió en su pecho acariciándolo.
—Eso está mejor.
—Sí, ha sido… maravilloso, pero hora tengo más miedo que a los dieciséis años.
—¿De qué tienes miedo?
—De que vuelvas a gustarme tanto como entonces.
—¿Y qué? a mí me sigues gustando, más que nunca.
—Víctor, lo digo en serio. Tengo treinta y dos años y no quiero sufrir por otro amor como el
que tuve contigo.
—¿Pues no decías que no fue nada, que fueron apenas unos meses?
—Me costó olvidarte, te amé mucho. Fuiste mi primer amor. Nadie me había besado antes y era
una romántica empedernida. Y fuiste insensible.
—Cata…, Me dolía en el alma. Lo siento tanto pequeña… En aquél tiempo era un tonto. Tú
eras más adulta que nosotros.
—No lo sientas, yo era así, tú no tienes la culpa.
—Sí que la tengo. Pero no te volveré a hacer daño.
—¿Y cómo vas a hacer eso?
—Vamos a salir de nuevo.
—¿Me lo has preguntado acaso?
—Con esto que ha pasado lo doy por hecho.
—Y Cata se reía.
—No te rías nena. —Y empezó de nuevo a amarla y esa vez fue más sexual y ella no pudo
resistirse una segunda vez a ese hombre.
—¡Joder Cata!, me gusta hacer el amor contigo. Me pones duro.
—¡Ay Dios!, creo que voy a cometer el error más grande de mi vida.
—No digas eso pequeña —mientras la abrazaba. —Ya veremos qué hacemos. No pienses esta
noche.
—¡Júrame que no tienes novia!
—Te lo juro. No hay ninguna mujer.
—Vale. Te creo.
Y estuvieron haciendo el amor casi toda la noche.
—Creo que voy a tener agujetas una semana Víctor, estoy muerta.
—Pobrecita, venga, vamos a dormir un rato.
—Esta cama es pequeña para los dos.
—No pienso cambiarme.
—¡Estás un poco loco!
—Esta noche sí, con total seguridad. Me gusta cómo hueles, y tu pelo. Lo has conservado largo
siempre.
—Sí, me gusta largo.
—Nena…
—¿Sí?
—No nos hemos protegido.
—Lo sé, pero hace seis meses que no tengo relaciones y tomo pastillas y nunca lo hecho sin
protección.
—¿Te fías de mí después de todo?
—Si lo has hecho sin nada, sí.
—Nunca lo he hecho sin protección salvo esta noche, contigo y hace cuatro meses que no lo
hacía.
—Entonces, no te preocupes.
Y la abrazó y se fueron quedando dormidos.
Tenía en sus brazos a la mujer que siempre quiso tener como una espina clavada. Y la tenía
abrazada y no la dejaría marchar una segunda vez. Tuvo miedo de lo que sintió por ella cuando le
hacía el amor. Pero siempre supo que hacer el amor con ella le daría miedo, porque era distinta.
Distinta y especial.
Era lo que había imaginado y más. Ahora era toda una mujer y le seguía gustando como
siempre.
La vida se la ponía en bandeja una segunda vez. Jamás pensó que eso ocurriría una noche como
esa, que la tendría dentro de su cuerpo, que sería suya, sin nada entre sus cuerpos más que el
deseo guardado de tantos años.
Abrazado a sus pecho, se quedó dormido, satisfecho y más feliz que nunca. Como si hubiese
llegado a casa.
CAPÍTULO DOS

Cuando abrió los ojos la mañana siguiente, sabía que el día era radiante después de la
tormenta, como ella se sentía.
Tenía los brazos de Víctor, agarrando sus pechos posesivamente y quiso moverse.
—No te muevas, estoy duro pequeña.
—¿Y qué quieres que haga?
—Necesito bajar esto guapa —Y levantó la pierna de Cata y entro de nuevo en ella.
—¡Oh Dios Víctor!
—¿Qué pasa preciosa? —mientras se movía dentro de ella con un placer que lo mataba. Joder
Cata, no puedo aguantarte tanto así. Me matas.
Y ella gemía y él se vació en ella en menos tiempo del que esperaba porque no pudo aguantar
el orgasmo de Cata.
—No dejas que te dé placer, nena.
—¿Cómo que no? si lo tengo demasiado pronto porque no puedo aguantarte…
—Esto va a estar muy bien guapa. Estás demasiado buena. Siempre lo has estado.
—Sí, tú también, pero creo que debemos irnos ya. Es tarde.
—Voy a llamar a ver la carretera y vemos qué hacemos. —Y la besó de nuevo.
—Yo, de momento voy al baño y me ducho.
—Espérame.
—Menudo loco…
Y en cuanto se enteró de que la carretera estaba abierta, se metió en la ducha con ella, le dio la
vuelta y la cogió a horcajadas cobre su cintura.
—¡Ay Dios Víctor!, no me mojes otra vez el pelo.
—Te lo seco, no hay prisa, la carretera está abierta y yo estoy preparado y listo.
Y Cata se reía. No recordaba esa faceta de él, claro que nunca hizo el amor con él.
Cuando acabaron en el baño, él le dio una toalla y la tumbó en la cama, abrió sus piernas y
metió la boca entre sus muslos desnudos.
—Ay Víctor no pensarás…
—Sí, pienso.
—No lo he hecho nunca a ningún hombre, ni me lo han hecho tampoco —mientras gemía. —No
voy a tenerlo así, seguro. Soy muy rara.
—Shhh, Déjame intentarlo. Seré el primero en algo contigo al menos. Relájate nena —y ella
gemía con lo que Víctor le hacía y sintió bajar a su vientre el calor del orgasmo que nunca tuvo de
esa manera.
—¡Dios!, ¡Por Dios!
Y Víctor se reía satisfecho.
—¡Ay madre mía! Nunca he hecho el amor tanto en una noche.
—Tenemos que aprovechar estos años perdidos por mi culpa, pequeña.
—¿Sí? pues vamos y lo tumbó en la cama.
—Loca, será… ¡Qué fuerza tienes! —Y le hizo lo mismo a Víctor.
—¡Por Dios Cata! Que no hace fal… ohhh.
—Que no se lo haya hecho a ningún hombre no significa que no sepa algo.
—Pero si estoy ya duro.
Mientras ella metía su pene en la boca y lamía y mordisqueaba y lo lamía una y otra vez
estirando su piel en toda su longitud y Víctor se dejaba llevar hasta explotar sin aguantar más, lo
que esa pequeña del pasado le hacía.
—¡Joder Cata! Para no haberlo hecho nunca... —Recuperando el aire.
—Aprenderé más. No ha estado mal del todo.
Él se levantó y fue al baño a limpiarse y al salir la besó apasionadamente.
—Cata o comemos o voy a desmayarme. Soy un hombre grande.
—Venga nos vestimos.
—La carretera está abierta, ¿Vas al pueblo entonces?
—Sí, se pasa bien. Me visto.
Mientras se vestían, él le dijo:
—¿En el pueblo?
—En el pueblo nada, podemos hablar, pero nada más.
—Como quieras, dame tu teléfono.
Y se dieron los teléfonos.
—¿Cuándo vuelves?
—El domingo. Me levanto, desayuno y me vengo.
—Comemos al mediodía en Jaén, por el Gran Eje y me enseñas tu casa de paso.
—Vale, me dejas un mensaje cuando llegues.
—Por supuesto que sí.
—Vamos a desayunar nena, ¿Has cogido todo?
—Sí, pagamos a medias.
—Ni hablar Cata.
—No empieces.
—No empieces tú.
—Pero bueno yo invito a la comida el domingo.
—Vale. No voy a discutir contigo.
—Yo pago la comida el domingo.
—Ya veremos. —Cata se lo quedó mirando y él le dirigió su sonrisa más boba. La cogió por
los hombros y salieron al pasillo.
Una vez que desayunaron, él la acompañó al coche. Y la besó cuando ella entró.
—Hasta el domingo guapa. Te mando mensajes. No te arrepientas de esto ¿vale?
—No voy a arrepentirme.
—Ya hablaremos. Conduce con cuidado, voy detrás de ti.
Ella fue a casa de sus padres una vez que entró al pueblo y él a la suya.
Ya les dijo Cata a sus padres que no había ido el día anterior por la tormenta. Llevó a su
habitación la ropa y estiró la que traía húmeda en una bolsa para que no la vieran sus padres que
se secara un poco.
Estuvo con ellos hasta las dos de la tarde en que su madre le dijo que si no iba a ir al pabellón.
—Sí, creo que voy a dar una vuelta a ver a quién veo.
—Creo que ha venido la Pilar de Granada. —Le dijo su madre.
—¿Sí? pues a ver si la veo, que hace tiempo que no coincidimos, como no viene a fiesta sino
unos días antes, no coincido nunca.
—¿Vienes a comer?
—No mamá, vendré a traeros churros, ¿Queréis paella y os traigo?
—Si traes para tu padre y para mí, no hago de comer.
—Me voy, os traigo la paella y por la tarde los churros que sé que te gustan. No hagas de
comer.
—Está bien hija.
Y se maquilló, se echó perfume y bajó al pabellón que estaba en la parte baja del pueblo. Fue
saludando a la gente que veía y cuando entró, él estaba en la barra, y qué casualidad, estaba con
Pepe, y con Pilar. Como si no hubiesen pasado diciséis años. No tuvo más remedio que pasarse
por la barra, porque su amiga Pilar la llamó. Tenía que saludarla y a Pepe, que hacía años que no
lo veía,
Y se abrazaron su amiga y ella, y saludó a Pepe. Y a él con dos besos también.
—¡Anda Pepe!, hijo desde cuando no vienes por el pueblo. Hace años que no te veo.
—Ni yo a vosotros, ¡Qué bien estás, Cata!, igual que cuando eras jovencita.
—Sí, seguro, vamos cambiando.
—¿Sabes que Víctor es guardia civil? —le dijo Pilar ajena a todo entre ellos.
—¿Sí? —dijo ella.
—Sí, en cuanto terminé el instituto. No fui a la Universidad como vosotros.
—Pues ya llevas unos años entonces.
—¿Quieres tomar algo? —dijo Pepe a Cata.
—Una cervecita. Venga.
—¿Pedimos algo de comer y nos sentamos en una mesa? como en los viejos tiempos, tengo
hambre —dijo Pilar.
Y pidieron unas raciones y cervezas y se sentaron en una mesa los cuatro, como hacía años lo
habían hecho.
Víctor la miraba y ella se sentía sofocada y colorada y en esos momentos en que Pilar hablaba
con Pepe, él tomó el móvil y le mandó un WhatsApp.
—¿Te has puesto colorada por mí, bonita?
Y ella le contestó:
—¡Qué tonto!
Y Víctor, le sonrió.
Estuvieron hablando de sus trabajos.
—¡Ay Dios, la paella para mis padres! —Dijo Cata. —Si me esperáis se la llevo y ahora bajo.
Y a la media hora, se unió de nuevo a ellos.
—¿Te pido otra cerveza, Cata? —le dijo Víctor.
—Si por favor.
—Y pidió otra ración.
—¡Calamares! ¡Qué buenos! —dijo Pilar que le gustaba comer.
—Me han dicho que eres Directora del mejor hotel de Jaén —le dijo Pepe, que la miraba
demasiado a pesar de haber salido con Pilar en sus tiempos.
—Sí, Pilar lo sabe. ¡Os lo ha dicho! Pues sí, llevo ya siete años. Y tres de ayudante antes.
—Yo estoy en Córdoba. Soy profesor. —Dijo Pepe.
—Me lo esperaba. Siempre quisiste ser profesor ¿De qué?
—De Literatura.
—Me encantaba cuando estábamos en la escuela la literatura, sobre todo la rusa y las dos
generaciones. Creo que pocos libros me faltan por leer. Me gustan esas las historias más que las
de ahora.
Pilar hablaba con Víctor, pero este no le quitaba ojo a Cata y se sentía celoso de que
conversara más con Pepe que con él, que era un tío guapo y alto.
—¡Que bien que estemos los cuatro como entonces! Recuerdo aquél verano muy bien.
—Yo también —dijo ella mirando a Víctor.
Salieron a dar un paseo a las cinco de la tarde.
—¿Vamos a Porcuna a tomar un café? —sugirió Pilar.
—Si me esperáis a que le lleve churros a mi madre…
—Te tienen de criadilla. —Le dijo Pepe.
—Bueno, a mi madre le encantan los churros y se los he prometido. No me cuesta trabajo. Se
hacen mayores.
—Te esperamos en el parque —Le dijo Víctor, y ella recordó las noches que pasaron en el
parque.
—Venga, ahora vuelvo, tengo aquí el coche. ¿Vamos en el mío?
—En el mío —dijo Víctor.
—Vale, de todas formas, me lo traigo y lo dejo aquí abajo.
Y cuando bajó de nuevo de llevarles los churros a sus padres, se fueron a tomar café a Porcuna,
a una cafetería nueva que había en el parque. Allí había gente del pueblo, y los saludaron.
Se sentaron en dos bancos de madera, pero Víctor se adelantó y se sentó su lado y mientras
Pilar fue al baño y Pepe a pedir los cafés, él, le dijo despacito:
—¿Quieres ponerme celoso, pequeña?
—¿Por qué dices eso? —le dijo sorprendida.
—Por Pepe.
—Pero… Si Pepe salió con Pilar.
—Pero te mira demasiado.
—No tengo la culpa de ser tan guapa —y se reía.
—¿Me estás tomando el pelo, pequeña?
—Un poco. No seas tonto. Hablo con él y nosotros no tenemos nada.
—De eso ya hablaremos. Me las vas a pagar pasado mañana. Si podemos quedar mañana…
—Solo si quedamos todos Víctor, los dos solos en el pueblo no, de momento.
—¡Joder, cómo eres!
—Que no quiero que hablen. Lo sabes.
—Está bien.
Y volvieron los otros dos. Y cuando se cansaron, eran las nueve de la noche ya. Y no les
apetecía a ninguno pasar por el baile, eran sevillanas, rumbas y baile suelto.
—Bueno, yo me voy —dijo Pilar.
—Yo también —y miro a Víctor—. Estoy molida, esta noche apenas he dormido con la
tormenta. —Y él le sonrió embobado.
—¿Quedamos mañana sábado a tomar una cervezas en el bar? —Dijo Pepe —el domingo me
voy.
—Bueno dijeron todos.
—¿En qué bar? —Preguntó Cata.
—En el de Francisca.
—¿A las ocho? —Víctor.
—Sí, no quiero irme demasiado tarde, me voy el domingo yo también.
—Bueno, todos nos vamos el domingo —añadió Pilar.
—Pues hasta mañana.
Y cada uno tomó su camino a casa. Cata, llevó a Pilar a la suya y la dejó en la puerta. Cuando
paró el coche, Pilar le dijo sin bajarse del coche:
—¿Qué te parece?
—¿Qué me parece qué Pilar?
—Víctor no te ha quitado ojo en toda la tarde, ni Pepe tampoco.
—Pepe era tuyo mujer, te gustaba a ti.
—Están mejor que hace dieciséis años, no me digas que no.
—Te lo digo. Están muy buenos.
—¿Cómo has visto a Víctor?
—Muy bueno, muy alto y tiene un cuerpazo. Irá al gym.
—Le sigues gustando, te lo digo. Ya verás estando los dos en Jaén…
—No sé, Pilar, segundas partes nunca fueron buenas, me daría miedo tener una relación con él
después de lo que me hizo.
—¿Y una noche?
—No estaría mal, ya que no la tuve. —Le dijo riéndose.
—Pues tenla tonta.
—Me lo pensaré si surge la ocasión. Y a ti, ¿Te sigue gustando Pepe?
—No, ya sabes que mi amor fue Javi, pero está en Granada y casado.
—Bueno, mujer, pero Pepe está muy bueno y salimos con ellos.
—No sé, está en Córdoba, eso no lleva a ningún lado.
—Bueno, mañana nos vemos. Está bien tomar unas cervezas y recordar. Me ha gustado este día.
—Y a mí.
—Nos vemos mañana. Te recojo y así saludo a tu madre, hoy es tarde ya.
—Vale.
—Hasta mañana Pilar.
—Hasta mañana Cata.
Cuando llegó a casa de sus padres estaba muerta de cansancio.
—Hija ¿has comido? —le preguntó su madre.
—Sí, estoy llena.
—¿No quieres tomar nada? —Le dijo el padre.
—No papá de verdad, estoy muerta.
—Pues voy a cerrar la puerta y nos acostamos todos.
—Yo al menos. He tenido una semana agotadora.
—Venga, mañana hablamos.
Se dio una ducha rápida y se acostó. Le quitó el volumen al móvil porque estaba segura de que
le mandaría mensajes esa noche como así fue.
Ya casi estaba quedándose dormida cuando recibió uno.
—¿Qué haces preciosa?
—Estaba casi dormida.
—Me gustaría estar ahí contigo ahora.
—No te dejaría hacer nada, estoy muerta por tu culpa.
—¿Te gusta Pepe?
—¿Qué es eso, tienes quince años?
—Celos horribles, lo sabes.
—Pero ¡Qué tonto eres!, está muy bueno, la verdad, siempre fue guapo.
—¿Y yo?
—Tú eras el que me gustabas.
—¿Y ahora?
—Ahora también.
—Eso me gusta pequeña.
—¿Has pensado en mí?
—Sí, he bajado el volumen del móvil.
—Muy graciosa. Ya sabe a qué me refiero.
—Sí, he pensado en ti.
—Sin ponerte roja como un tomate.
—¡Qué graciosillo!
—Me gusta ser la causa de que te pongas roja.
—Sí, lo sé, eres un vanidoso de cuidado.
—Es que me gusta tu cuerpo y te echo de menos. Pienso en ti y estoy excitado en un segundo.
—Te excitas con demasiada facilidad y eso me preocupa.
—No tontita, solo me excitas tú.
—¡Que ligón eres! Me lo tengo que creer.
—Créelo, en serio. Me gusta más cuando eres graciosa que cuando te pones seria y
desconfiada.
—¿Y quién tuvo la culpa de eso?
—Yo, una parte, pero no todo Cata.
—Tienes razón.
—Bueno guapa, dime que te gusto y te dejo dormir.
—Me gustas.
—Tú a mí también, demasiado después de probar tu cuerpo y tu piel y estar dentro de ti
—Calla.
—Tengo ganas de verte el domingo.
—Y yo.
—¿De verdad?
—De verdad de las buenas.
—Siempre has sido sincera.
—Siempre.
—Bueno preciosa, te dejo dormir, que sueñes conmigo, solamente.
—Hasta mañana.
Y le mandó corazones palpitantes y besos.
—¡Qué loco! —dijo y se acurrucó entre las mantas y se quedó dormida.
El sábado fue con su padre a dar un paseo por el campo cuando desayunaron. Su padre era un
hombre de campo y le gustaba hablar de ello del pasado, de cuando ella y sus hermanos eran unos
niños y tenían muchas cosas en común, se llevaban muy bien y ella lo quería mucho.
—¿Estás cansado papá?
—Sí, ya nos vamos a ir de vuelta.
—Vamos a sentarnos un rato a descansar antes. —Y se sentaron en una piedra grande divisando
el horizonte. Hablaron de que se había cortado con la lluvia la carretera y el padre le preguntó si
no tenía novio.
—De momento no, no tengo suerte.
—¿Y el trabajo?
—Ese perfectamente.
—¡Cuanto me alegro! Estoy orgulloso de ti.
—Gracias papá. —Y lo abrazaba.
—Pero encuentra un buen hombre. Tus hermanos están casados todos. Y lejos.
—No tanto. Y además vienen. Yo no puedo venir todas las semanas, pero cuando no venimos
unos, venimos otros.
—Es verdad.
—Además estáis muy bien.
—Tu madre me tiene frito.
—Ha sido una mandona de siempre, pero no le hagas mucho caso y que se levante a por lo que
necesita, que es una señorita de cuidado, necesita veinte asistentes —y se reían.
Luego, cuando llegaron a casa, ella hizo la comida, carne con patatas y les dejó hecha para el
domingo.
—¿Tú no te vas a llevar?
—No, me hago algo en casa y tengo para el lunes. A lo mejor hago arroz con almejas y gambas
que tengo allí.
Se acostó en el sofá después de comer y estuvo viendo una película y por la tarde les dijo que
iba a salir, que había quedado con Pilar, que si volvía tarde se acostaran, ella tenía una llave. Que
no la esperaran. Le daba pena que se acostaran tan tarde por su culpa.
Tomó el coche y fue a buscar a Pilar y cuando llegaron al bar allí estaban los dos en la barra
esperándolas, y tras los saludos…
—¿Nos vamos dentro y cenamos algo? —Dijo Víctor.
—Venga. Menudo fin de semana de tapas. Esta semana ensaladas —dijo Pilar.
—Mujer si estás muy delgada. Tampoco hemos abusado tanto —le dijo ella.
La noche transcurrió muy amena entre los cuatro, como el día anterior y sobre las doce
decidieron irse a casa.
Se despidió de todos, dejó a Pilar en su casa y se acostó y como el día anterior, Él, le mandó
mensajes cariñosos como las noches anteriores.
Quedaron para el día siguiente cuando llegaran a comer al mediodía cerca de sus pisos.
Cuando llegó Cata al día siguiente a su casa eran las doce de la mañana. Se dio una ducha y
dejó puesta una lavadora y se dispuso a hacer la comida para el día siguiente. Un arroz, dejó el
sofrito hecho con pescado y dejó que se enfriara para meterlo en el frigorífico y echar al día
siguiente el arroz cuando volviera del trabajo.
Eran la una cuando Víctor la llamó.
—¡Hola guapa! ¿Cómo estás?
—Ya en casita.
—¿Cuándo has llegado?
—Sobre las doce, he hecho ya la comida para mañana, e iba a vestirme para cuando me
llamaras.
—No te vistas, pequeña.
—¿Ah no?
—No, estoy en tu puerta. Dime la planta y me abres.
—¡Cómo eres! —Y Víctor se reía.
—El 6 C. Te abro.
Y le abrió el portal y tomó el ascensor. Ella ya tenía la puerta abierta y lo esperaba. Iba en
vaqueros y jersey de lana blanco. Estaba guapísimo.
—¡Hola nena! —Y entró besándola y alzándola ajustándola a su cuerpo. Y cerró la puerta.
Y cuando la besó…
—¿Quieres ver el piso?
—Quiero verlo, pero lo que veo es precioso. La puerta es magnífica. Una pasada.
—Sí, ya te dije que le hice algo de obra.
—Esto parece de revista, ¿Es un concepto abierto?
—Sí —dijo ella riéndose.
—Ves mucha tele, pequeña.
—A veces. Me gustan los programas de decoración de los gemelos americanos. Bueno, esto es
la cocina, salón comedor.
—Precioso y da a la calle. Menudos ventanales…
—Ya no es la que alquilé, me costó un pico arreglarla a mi gusto y los muebles.
—Pero es precioso Cata. Me gusta tu casa, nena.
—Sí, ven al pasillo, a la derecha está mi despacho, eran habitaciones amplias, pero quité
tabiques. Hice el despacho más pequeño, pero, aun así, es grande. Quería un despacho, lo miró
desde atrás.
—Sí, la verdad, me gusta el color blanco roto de los muebles y el gris de las paredes. ¡Joder
Cata!
—Y al lado, si seguimos el pasillo, tengo mi dormitorio, le quité al despacho parte y le hice un
vestidor al dormitorio.
—Tiene un baño dentro, grande y dos vestidores a los lados.
—Sí, un vestidor doble y la habitación no es tan grande, pero tengo todo dentro.
—Es grande mujer y una gran cama. Mirándola.
—Es por si tenía un hombre grande en mi vida.
—Como yo.
—Por ejemplo. Y a este lado del pasillo, hay otra habitación que le puse otra cama de
matrimonio por si viene alguien, mis padres o hermanos y un armario empotrado.
—Preciosa.
—Y este es otro baño que está más cerca del salón, frente a mi despacho, con ducha y un gran
armario para toallas y mira, abrió una puerta tipo granero.
—¡No me lo puedo creer!
—Sí, ahí guardo los productos de limpieza, la plancha y demás.
—Tu casa es preciosa. Tienes muy buen gusto.
—Sí que lo es, me encanta.
—¿Cuánto te costó?
—¿Con la obra y muebles?
—Bueno…
—¿Piensas comprarte una?
—Quizá.
—Con la obra y muebles, ciento cincuenta y dos mil euros. Pero la casa sola, eran ciento veinte
mil. Yo pedí el otro dinero aparte. Así que me quedan unos ochenta mil euros por pagar nada más.
Pago ochocientos mensuales.
—¿Te los puedes permitir?
—Claro. Y ahorrar, y viajar. Sin pasarme, claro.
—¿Cuánto ganas?
—¿Has venido hoy haciendo números?
—Sí, quiero saberlo todo de ti.
—Unos tres mil euros mensuales.
—¡Joder! Ganas el doble que yo.
—¿Y eso te preocupa?
—Sí, un poco la verdad. En el País Vasco ganaba más, y he podido ahorrar, estaba en un grupo
antiterrorista y tiene plus, y además vivía en el cuartel, con lo cual no tenía que pagar piso. Pero
aquí, estoy en un puesto de delincuencia informática.
—¿Y qué haces exactamente?
—Encontrar a piratas y delincuentes informáticos, pederastas.... Y luego actuamos cuando todo
está listo.
—Es peligroso.
—Menos que en el grupo antiterrorista. Así que gano menos que tú nena, no llego a los dos mil
y teniendo rotaciones, de mañana tarde y noche.
—Es un buen sueldo de todas formas, tal y como están las cosas. No puedes quejarte.
—Sí, no está mal.
—¿Cuánto pagas por el piso?
—Cuatrocientos, luz y agua y teléfono móvil, solo eso. Y comida.
—Te has venido abajo —viéndolo serio.
—Sí, porque ganas más que yo.
—Pero ¡Qué tonto eres!
Y se acercó a él y lo abrazo, lo cogió por el cuello y lo besó.
—No seas tonto —le dijo soplando en su boca.
—Es que…
Y ella tocó su sexo por encima del pantalón.
—Nena, no me toques sí que…
—Qué, ¿No quieres estrenar mi cama?
—¿Cuántos la han estrenado?
—Ninguno que yo sepa, solo tú.
Y la tomó en brazos, y la tumbó en la cama y empezó a desvestirse y ella también.
Desnudos en un minuto, entró en ella sin preámbulos, deseándola como un loco.
—Han sido dos días largos, le decía mientras estaba dentro de ella gimiendo mientras la
embestía.
—¡Oh Dios Víctor! —gemía ella abarcando con sus piernas su cuerpo.
—No puedo callarme, me estás estrangulando y quiero hacerte lo que te hago y que te mueras
de deseo como yo.
Y ella gemía entre sus brazos y se corrieron como locos.
—¡Por Dios Cata! Creía que se me iba a pasar esto contigo, pero aumenta mi excitación a
pasos agigantados.
—Has cambiado.
—Sí, te lo dije —echándose a un lado y atrayéndola a sus brazos.
—No sé qué me pasa contigo, ¿Qué me has hecho en tres días? me has embrujado o qué se yo,
pero te necesito pequeña a todas horas.
—Pues me gusta, eso sentía yo a los diciséis.
—Pues vas a vengarte bien conmigo.
—No es eso precisamente lo que estoy haciendo.
—¡Estás guapísima! Y tuve celos de Pepe, me dijo que le gustabas, que estabas muy buena.
—¿Y qué?
—¿Y si te llama?
—No le he dado el teléfono.
—Es un lince.
—Bueno, si me llama, le contestaré.
—¿Y si te pide salir?
—Está en Córdoba. —Dijo ella.
—Hay una hora y media nada más.
—Bueno, si no me lo pide nadie, tú no me lo has pedido, así que...
—¡Estás tonta guapa! Claro que quiero salir contigo.
—Pues eso espero, porque si no, no pienso acostarme contigo cuando te parezca.
—Cata, no es sí la cosa que quiero contigo.
—No sé qué quieres conmigo aún y me desazona porque no me gustan los juegos y menos
contigo.
—Vamos a salir juntos, eso quiero, si es también lo que tú quieres.
—Sí que quiero. Después de reencontrarte de nuevo, y aunque me da mucho miedo, me
arriesgaré contigo una segunda vez.
—No te defraudare como hice en aquél entonces que era un adolescente caliente.
—¿Y ahora no eres caliente?
—Ahora soy un hombre caliente a todas horas por tu culpa.
—¡Me gusta! —Y lo besaba.
—Tontilla…
—¿Vamos a comer?
—Ahora después y se la echó encima y volvieron hacer el amor de nuevo.
—Ahora sí que tengo hambre, vamos venga.
Y tomaron unas tapas y cervezas fuera y volvieron a casa de Cata y volvieron a hacer el amor
en el sofá y se quedaron dormidos un rato y se despertaron haciendo el amor de nuevo.
—Eres como un adolescente. Pero estás mucho mejor que antes.
—Cata, mujer, encima que te deseo mucho…
—Me encanta tu cuerpo —le decía ella.
—Y a mí el tuyo.
—Si en aquél tiempo me hubiesen dicho que, al doblar los años, estaríamos así los dos no me
lo hubiese creído.
—Ni yo, pero siempre he deseado estar sí contigo. A partir de ahora las noches de tormentas,
serán mis preferidas.
—¿Por qué?
—Porque te encontré de nuevo pequeña y me siento liberado de lo que te hice. Te lo
compensaré con creces. En serio Cata, siempre tuve contigo un sentimiento de culpa.
—Ya no tienes por qué, tonto.
—¿Me has perdonado de verdad?
—¿Que sí, quieres que te lo demuestre?
—Ay Cata que te veo venir, nena. Uff, loca… espera que… Dios mujer.
—¿Qué horario tienes? —Le preguntó ella tiempo después.
—Entro de noche esta semana.
—¿Si?
—Sí preciosa. De once a siete de la mañana ¿y tú?
—Yo siempre de ocho a tres.
—Como una funcionaria. ¡Qué suerte, nena!
—Exacto. Mi trabajo me cuesta. Además, tengo un buen ayudante.
—¿Hombre?
—Sí, casado que te conozco.
—¿Está bueno?
—Está bien, tiene treinta y ocho años. Pero yo nunca me fijaría el hombre de otra a menos que
me engañes.
—¡Qué peligro!
—Tú sí que eres un peligro. No me gustan los hombres de las demás, No sería capaz de hacer
eso.
—Lo sé. ¿Entonces vengo un ratito mañana por la tarde?
—A las siete y diez o y cuarto.
—¿Tan tarde por qué?
—Porque voy a la piscina a las seis y vengo a las siete, pero podemos cenar juntos antes de
que te vayas.
—Bueno, me dará tiempo para lo que quiero hacerte.
Esa noche, cenaron en casa de Cata y a las diez, él se fue, debía de pasar por casa y cambiarse.
El cuartel donde trabajaba estaba cerca. No necesitaba ir en coche tampoco. Por eso alquiló el
piso cerca.
Iba preocupado cuando salió de casa de Cata. Ella tenía un piso precioso, y ganaba casi el
doble que él, aunque él había ahorrado en esos años casi ciento cincuenta mil euros, porque había
vivido en el cuartel, pero en Jaén, debían vivir fuera y ya le apetecía.
Sin embargo, no pensaba dejarla, no podía.
En tres días su vida había dado un giro al pasado que no esperaba. Siempre le había gustado,
siempre, pero ahora que la conocía íntimamente, le gustaba más, la deseaba, su piel y su olor, y
era su mujer y de momento estaba loco por ella.
Era graciosa, ingeniosa, irónica y generosa. Lo había perdonado y eso fue fundamental para él.
Daría una segunda oportunidad a lo que tuvieron, se daría una segunda oportunidad y no le iba
a hacer daño por nada del mundo.
Si todo iba bien con ella, aunque tendrían que ajustar sus horarios, quería pasar con ella el
mayor tiempo posible.
Y dormir con ella por las noches, cuando no trabajara de noche, y si todo iba bien, cuando
pasara el verano, le propondría vivir juntos. Eso ya lo resolverían.
Por su parte, Cata no podía ser una mujer más feliz, no quería pensar a largo plazo. Era su
hombre, lo fue siempre y el único miedo que tenía por el momento era que le hiciera daño por
segunda vez en su vida, pero ya no era una adolescente virgen y tonta. Era una mujer y si la
relación no iba bien, pues lo dejarían y punto.
Y sufriría lo necesario, un poco más que en las demás relaciones, pero desde luego no iba a
dedicarle años de sufrimiento, como la vez anterior.
Ella se dijo que debía ser feliz, aprovechar el momento, Víctor era guapo, alto y le encantaba.
Tenía un cuerpo perfecto y estaba en su apogeo sexual. La deseaba tanto como ella a él y
parecían los adolescentes que fueron. Ahora su amor renacía por segundos, porque en el fondo,
nunca había dejado de amarlo y lo sabía.
Y eso era lo único que le importaba por el momento.
Ahora era una mujer:
PLENA
COMPLETA
FELIZ
SEXUAL
SENSUAL
ERÓTICA
Y todo gracias al amor de su vida que sacaba lo mejor de ella.
Había trabajado para ello, en todos los ámbitos y se merecían una segunda oportunidad.
Comprendía que el daño que le hizo, en parte fue también culpa suya por ser cómo era, intensa y
romántica al extremo, cuando él era apenas un adolescente que quería probar el sexo, lo cual era
lo más normal del mundo a los diecisiete años.
Ahora había vuelto a su vida en forma de hombre y se sentía lujuriosa y enamorada y le gustaba
cobijarse entre su pecho inquieto y duro y le encantaba que él se cobijara bajo sus muslos
desnudos y aferrarse a su sexo y a ella manejar su geografía de hombre duro bajo el suave tacto de
sus manos.
Esa noche no tendrían madrugada, pero ya vendrían muchas, unidos entrelazando sus cuerpos
como la primera noche.
Y siempre que pudieran pasarían las noches juntos. Ya no lo dejaría. Se iba a acostumbrar al
calor de su piel, a no estar sola en su cama, porque ya era parte de él. Lo deseaba y no solo hacer
el amor, sus charlas y bromas también.
Le gustaba el hombre en que se había convertido. Era el mismo, pero mejorado, el hombre que
siempre quiso tener.
El hombre que ideaba en su imaginación, no era el chico adolescente de los dieciséis. Ese
hombre era el de ahora. Y era suyo y debía confiar en él. Víctor se lo había dicho, a pesar del
miedo que ella tenía con respecto a él, porque no quería sufrir como lo hizo en aquél tiempo.
Era una sufridora nata con ese hombre, porque lo amaba más que antes, de eso estaba segura,
aunque no lo supiera.
Su amor había sido más inmenso de lo que le dijo a él y por eso no quería estar siempre alerta
y sufrir lo que sufrió.
Sí, era una exagerada, lo sabía.
Quizá no fuese como las demás mujeres, pero cuando ella amaba a Víctor, no a otro, era amarlo
sin medida.
Y por eso, se lo había dicho que no quería sufrir con él, que esa segunda oportunidad era para
siempre. Ella no jugaba. Ya no estaba en edad de tonterías ni era una adolescente. Ahora las cosas
serían serias. Y por eso lo amaba más, porque el Víctor de ahora, era serio en ese aspecto.
Debía creer en él y darle una oportunidad y dársela ella misma.
CAPÍTULO TRES

Pasaban los días y las semanas, y ellos aprovechaban cada momento para estar juntos, todo
dependía del turno de Víctor el pasar más o menos noches.
Cata había ido un fin de semana a ver su piso, que no estaba mal, pero casi siempre dormían en
el suyo.
Víctor, se quejaba a veces de que comía mucho en su casa y ella de que los fines de semana no
la dejaran pagar si salían de tapas o a cenar.
Habían ido los fines de semana que ambos sí que tenían libres a algún viaje, a Granada, a la
nieve y se quedaron en un hotel una noche, o veces hacían viajes de un día, a Ronda, los pueblos
blancos, o a otro pueblo cualquiera, bonito y tenían el domingo para descansar y estar juntos.
A veces cuando iba con ella a la compra pagaba y se enfadaban por cosas sin importancia.
Otras veces, iban al pueblo o si él, iba, ella no iba, o al contrario, pero entonces, volvían el
mismo día con cualquier excusa para poder dormir juntos esa noche.
Estaba loco por ella, y le decía que tenía muchos libros, pero a ella le gustaba leer y él a veces
el fin de semana, si no salían se llevaba su pc y trabajaba algunas horas en casa de Cata.
Llegó la primavera y pasó también y estaban a mediados de junio. Cata, estaba haciendo la
comida un domingo y él se acercó por detrás y la abrazó. Le besó el cuello y a ella le encantaba
que lo hiciera y sabía que le iba a decir algo.
—Nena…
—Dime, cuando haces eso, sé que me vas a decir algo. —Y Víctor se reía.
—¡Qué bien me conoces! ¿Cuándo cogemos vacaciones?
—En agosto las tengo siempre, guapo.
—Pues intentaré pedirlas en agosto. ¿Dónde vamos?
—Podemos ir a la Sierra de Cazorla una semana, me encanta la naturaleza. Nos quedamos en
un hotelito donde siempre me quedo las veces que he ido. No es caro y con la comida incluida. Y
tiene piscina.
—Eso estaría bien. Me apunto.
—Y no te apuntes y verás. Y la apretaba más fuerte riéndose. –Y luego playa después de la
feria del pueblo.
—Menudo mes, lo quieres todo.
—Pues claro, tengo que comprarme alguna ropa antes de ir a la fiesta del pueblo. Tengo que
estrenar.
—¡Cómo eres! Bueno. Si vamos a la playa después de la fiesta, ¿a qué zona?
—Me gusta la parte de Cádiz o la de Almería.
—Me gusta.
—Pues este año vamos a Almería, a San José, he visto hoteles y playas preciosas. Podemos ir
diez días. Tengo una chica contratada y me limpia toda la casa, una limpieza general todos los
años, así cuando volvamos todo estará para descansar.
—Pero si la casa está reluciente. Eres una exagerada. Limpias todas las semanas a fondo.
—Sí, eso se hace siempre. Pero me limpia las persianas y cortinas y me lava todo. Así cuando
vengo, descanso, vamos a la piscina o nos quedamos en casa a descansar ese par de días.
—O sea sierra, fiesta y playa quiere la niña.
—Exacto.
—Nos va a salir una pasta, preciosa.
—Yo siempre voy. Me tiro todo el año trabajando y necesito vacaciones y mi paga extra es
para eso, al menos la del verano.
—¿Has salido de España?
—Sí, a París, Londres y hace dos años, estuve en Noruega, Suecia y Finlandia. Tengo una lista
por visitar, Islandia, Nueva York, quizá vaya el año que viene. —Y él la besaba en el cuello.
—¡Estate quieto!
—¿Por qué?
—Estoy haciendo la comida.
—Déjala para luego. Hay cosas más importantes. —Y le tocaba los pezones.
—Si me quedan diez minutos, ¿no puedes esperar?
—Mira cómo estoy, toca…
—Sí ya veo, pero no te va a pasar nada por diez minutos, luego soy toda tuya.
—Ummm, ¡Que mala eres conmigo!
—¡Qué mentirosillo eres!, lo que pasa es que te consiento demasiado.
—¿Cuándo vamos a vivir juntos Cata? Estoy cansado de ir y venir pequeña y llevamos ya unos
meses saliendo juntos.
—Cuando nos casemos —se reía ella.
—Pues me lo dices y nos casamos. A mí no me importa casarme contigo, de hecho si me caso
alguna vez, será contigo, me da igual antes que después.
—No hablas en serio.
—Muy en serio.
—Prefiero que vivamos juntos antes un tiempo.
—Es que eres rara Cata. No quieres que les digamos nada a nuestros padres, ni que nos vean
juntos en el pueblo y a mí no me importa.
—Vamos a esperar un poco más.
—¿Y vivir juntos?
—Eso es complicado. Yo tengo mi casa y tendrías que venirte.
—Lo sé.
—Por eso mismo. Quiero que te vengas aquí. Así te ahorras el alquiler.
—Estudiaremos las condiciones. No voy a venirme sin aportar nada.
—Iremos poco a poco.
—¡Joder Cata, qué dura eres!
—Después de las vacaciones, podemos vivir juntos y si nos va bien, ya veremos.
—Vale. Pero me vengo en los días que nos queden de vacaciones. Estoy cansado de tanto trote
de un lado a otro. Así que le voy a avisar a la dueña que lo dejo a final de agosto.
—Bueno, está bien. Te soportaré. —le decía bromeando.
—¡Qué tontilla eres! Creo que te quiero Cata —y ella se dio la vuelta de lo que estaba
haciendo de comer.
—¿Lo crees? —Le dijo seria.
—No, estoy seguro. Eres la mujer de mi vida y te quiero.
—¿Y me lo dices cuando hago la comida?
—No has querido dejarlo.
—¡Qué consentido eres!
—Bueno nena ¿Que me dices? ¿No me quieres? —Y ella le echó los brazos al cuello.
—Te quiero, sí, siempre te he querido, más de lo que mereces.
—Cata, no estropees el momento —Y ella se reía.
—Te quiero, claro que sí, tonto.
—¡Ay Dios!, tengo ganas de que lleguen las vacaciones, pero en la fiesta estaremos juntos en el
pueblo y que hablen.
—Está bien, si vamos a vivir juntos, habrá que decírselo a los padres.
Y la levantó en volandas.
—¡Qué guapa eres! Me gusta que tengas vestidos y faldas en casa.
—Es verano.
—Por eso, y por esto —Y metía la mano dentro del vestido.
—¡Ah Dios Víctor!
—Apaga ya ese fuego, que yo estoy ardiendo.
—Ya está, impaciente —Y cuando lo apagó, la cogió, la levantó en brazos. Y se la llevó al
sofá.
—Este tanga, es demasiado para mí, mejor no lleves nada nena.
—Pues con ese pantalón de algodón, se te nota todo.
—Se me nota porque estoy tieso, nena.
Y se lo bajó y le apartó el tanga y entró en ella.
—¡Ah, joder Cata!, no sé qué tienes, me vuelves loco nena. Estar aquí dentro es… ¡Dios, no te
muevas tan rápido cielo!
—Es que me estás matando niño.
—Mi amor, te quiero.
Y fue espaciando y llevando el control y esas palabras la emocionaron tanto que sintió algo
especial y único y Víctor le decía en su boca que la amaba y la besaba hasta que ambos fueron
uno, unidos por el amor y la escarcha blanca de la primavera.
—Cata —le dijo cuando estaban recobrando la respiración. —La miró —nena
—Qué —dijo ella despacito.
—¿Estas llorando?
—Sí, un poco.
—No llores preciosa, nunca te he visto llorar, ¿Es porque te quiero?
—Es porque me quieres, ha sido tan especial que me lo digas.
—No seas tonta, ven que te abrace. Eres mi niña, mi mujer y te amo tanto... Pienso en ti todo el
día y no solo es sexo, pero eso ya lo sabes. Me gusta cómo eres y tu inteligencia y eres graciosa.
Me gusta todo en ti. Venga.
Y ella lo abrazó fuerte. Y él la acarició y la besó.
—Ya verás que todo saldrá bien, tienes muchos miedos, menos mal que no los tienes en el sexo
y te gusta hacerlo de todas las formas y en todos lados.
Y ella tuvo que reírse.
—Pues eso nunca lo hubiese imaginado, creía que ibas a ser menos sexual, sin embargo, me he
equivocado contigo y me alegro. ¿Quieres comer ya, pequeña?
—Aún no.
—¿No? pues yo tengo ya hambre, ¡Ay Cata!, ¿Qué haces mujer?…
—Algo que te gusta
—Luego dices que yo… Por Dios mujer que me matas… Ay mi Cata…
Como tenían previsto, fueron de vacaciones a la Sierra de Cazorla, se quedaron una semana en
un hotel, cerca del río, con todo incluido. En eso ella no cedió y pagaron a medias. Él quiso llevar
su todoterreno. Le gustaba conducir.
—Me encanta la sierra. —Le dijo Cata mientras miraban por el balcón de la habitación.
—De noche hace frio, pero tenemos una vista magnífica.
—Es la segunda vez que vengo de vacaciones sola, y esta vez contigo a este hotelito. Siempre
he ido sola de vacaciones, pero contigo, todo es mejor. —Y lo abrazaba por detrás mientras
miraban el paisaje.
—Claro, te tengo contenta…
—Mira qué tontorrón… ¿Y yo no te tengo contenta?
—Por supuesto. Estoy que me salgo.
Y ella se reía.
—Esto es una maravilla. Tenemos unas cuantas excursiones que hacer, y bañarnos en el río.
—Para eso me he traído estas chanclas de goma. El agua está helada, pero me encanta. Es
estupendo.
—Iremos a la piscifactoría y al nacimiento del río Guadalquivir.
—Tengo los planes hechos nena.
—¡Qué ordenado eres!
—Me gusta visitar los lugares y ver qué hay.
—Aquí vinimos de excursión cuando acabamos el colegio, a final de curso.
—Pero yo no estaba.
—No estabas porque te fuiste a Cheste dos años antes. Pero además estabas un curso por
delante de mí. Un niño eras cuando te fuiste.
—Es cierto. Éramos tan pequeños…
—¿Y nunca has venido después?
—Nunca, es la primera vez y me encanta.
—Iremos también donde están los ciervos.
—Aquí lo tengo. He estudiado por internet los sitios y vamos a Coto Ríos a tomar cerveza.
—Lo que tú quieras pequeño.
—Cuando nos vayamos vamos a comer en La Iruela.
—Necesitaré energía para subir sus cuestas, pero es un lugar maravilloso. Sus vistas son…
—Y tomamos café en Úbeda o en Cazorla. Ya veremos.
—¡Qué plan tengo contigo!… —Le decía Cata.
—Planes ahora, preciosa —y la agarró en brazos y se la llevó a la cama.
—Cierra la ventana, nene que gimes demasiado.
—Mira, la silenciosa —y Cata se reía.
La noche antes de irse a la fiesta del pueblo, después de hacer el amor, en casa de Cata…
—¿Estás nerviosa?
—Mucho.
—Iré a ver a tus padres, como antiguamente cuando se pedía la entrada del novio.
—Le gustará a mi padre. Estará encantado. Pero no hace falta Víctor, te presento y ya está. Ya
tiene ganas mi padre de que me eche novio y se va a sorprender de que sea del pueblo.
—Hace falta, iré y hablaré con él. Y bajarás a mi casa, nos conocemos, pero ya sabes. Hay que
presentarnos formalmente.
—Estoy nerviosa, que lo sepas.
—Pues no lo estés, esto no se puede esconder más, son siete meses los que llevamos juntos
nena.
—Es verdad. En cuanto llegue mañana, se lo diré.
—Y yo subiré después y hablo con ellos y luego nos bajamos a ver a mis padres y a tomar
cerveza a la fiesta de día.
—Pues cuando nos vea la gente, verás.
—Yo creo que nadie se va a sorprender y dirán:
—Ya sabía yo que terminaríais juntos.
—Sí, luego todo el mundo lo sabía, menos nosotros.
—¡Ay mi niña!, —abrazándola —¡Qué pequeñilla eres!
—A que te doy…
—Para loca que hace mucho calor —Y ella se subía encima de él y ponía su sexo encima del
suyo.
—Cata…
—¿Qué le pasa a la autoridad?
—Que se va a poner firme.
—Para variar…
—Te has comprado ropa preciosa —dijo después de hacer el amor, mientras descansaban de
nuevo.
—Y tú también. Casi nunca te veo de vestir, siempre con vaqueros, pero lo que nos hemos
comprado para la fiesta está bonito. Y te queda genial.
—Por ti, porque yo con unos vaqueros…
—Es la fiesta y así tienes ropa para cualquier ocasión en que salgamos. Quiero ver a mi
hombre guapo.
—¿Y si te lo quitan?
—Las mataré a todas.
—Miedo me das.
Cuando Cata llegó al pueblo al día siguiente, deshizo la maleta para que la ropa no se arrugara
y bajó y se sentó con sus padres alrededor de la mesa.
—Tengo que hablar con vosotros.
—¡Hija no será nada malo! ¿No?
—No, estoy saliendo con un hombre. Llevamos siete meses ya, y cuando vuelva de la playa,
bueno, cuando volvamos de la paya, vamos a vivir juntos.
—¿En tu casa?
—Sí, ya veremos cómo lo hacemos.
—¿Y de dónde es? —preguntó el padre, —Porque ya era hora.
—Es del pueblo.
—¿Del pueblo? ¿Quién es?
—Víctor, el hijo de María, la que vive en el parque y tuvo la carnicería.
—¿Pero tú no saliste de joven con ese muchacho?
—Sí, un verano a los dieciséis años.
—¿Pero ese donde vive?
—Ahora en Jaén. Cuando salió del instituto se metió en la Guardia Civil, estuvo en el País
Vasco hasta este año, que pidió traslado a Jaén.
—Hija, qué vamos a decirte. A mí no me parece mal si es un buen hombre. Si es guardia
civil… —Dijo la madre de Cata que le encantaba un hombre con uniforme.
—Papá…
—Dime hija.
—Estás muy serio. ¿Tú qué dices?
—Que te quiera, es lo que yo digo.
—Va a venir a hablar contigo dentro de un rato, antes de que bajemos a tomar una cerveza.
—Si eso ya no se hace —Dijo el padre sorprendido.
—Pero él ha querido hacerlo, yo no le he dicho nada.
—Pues me gusta, si ha salido de él. Quiero velo a ver qué me cuenta. Quiero ver el hombre que
mi hija ha elegido.
—¡Ay papá espero que te guste!
Cuando Víctor llegó a su casa, ella se lo presentó a sus padres. Habían pasado muchos años y
no lo conocían ya.
—Pero hijo, ¡Qué grande eres! Tu padre es grande pero tú eres más y qué guapo.
—Gracias señora. —Se reía Víctor.
—Ven siéntate, ¿Quieres una cerveza?
—No se preocupe, es pronto todavía. Luego cuando bajemos a la fiesta.
—Vamos a dar una vuelta, —dijo su padre —
Y ellos se miraron.
—Está bien. —Y se fueron los dos a dar un paseo. El campo estaba cerca y le iba preguntando
el padre cosas de la Guardia Civil, acerca de su trabajo, lo que había hecho en el País Vasco. Y
Víctor las contestaba.
—A mí no me importa que seas grande y guapo, a mi hija, sí le gustará, pero yo quiero saber es
si la quieres y la respetas.
—Sí, señor, la quiero, desde que tenía dicisiete años, ya me gustaba, luego cada uno nos fuimos
por un lado, pero la vi en el día de Andalucía y empezamos a hablar de nuevo.
—Pues eso es lo que me importa, que la quieras y la respetes. La quiero mucho, y es una
trabajadora, tiene su casa. Y me ha dicho que vais a vivir juntos.
—Sí, pero no voy a aprovecharme de ella, queremos vivir juntos, pero quiero casarme con ella
y pagarle la mitad del piso, para que sea de los dos.
—Eso está muy bien.
—Lo que pasa es que ella quiere ir poco a poco, que vivamos, luego hacer lo del piso, que aún
no se lo he propuesto, pero aportaré en casa y luego espero que quiera casarse.
—Pues me gusta cómo eres para mi Cata. Así que eres bienvenido a la familia. ¿Tus padres lo
saben?
—Sí, se lo he dicho esta mañana en cuanto he llegado.
—¿Y qué dicen?
—Le gusta mucho su hija para mí, cuando bajemos vamos a llegar y formalizar las relación,
aunque nos conocemos, porque el pueblo es pequeño, pero así creo que le gusta a su hija que sean
las cosas y no puedo negarle nada, porque la quiero mucho.
—Está bien, espero que si mi hija es feliz, nosotros también, venga, nos vamos de vuelta.
Y estuvieron preguntándoles cosas y ellos les contaron todo, hasta que habían ido a la sierra.
Su padre estaba más emocionado, le gustaba un Guardia Civil, formal para su hija. Tenía porte
y era educado.
Cuando se fueron e iban a casa de Víctor. Los padres de Cata…
—¡Qué guapo es y qué grande! ¿Te gusta Paco?
—Me gusta, como el resto. Se ve un buen hombre. Lo importante es que la quiera.
—Y tiene un buen trabajo.
—Tú siempre con lo mismo. Pero que sea trabajador es importante.
—Les has gustado, maldito. —Le decía ella mientras iban por la calle.
—Es que yo gusto, tengo porte, soy Guardia Civil y autoridad —le sonreía.
—¡Pero que tonto eres! Aunque te quiero. ¿Qué has hablado con mi padre?
—Del trabajo.
—¿No te ha preguntado nada?
—Que si te quiero y te respeto.
—¿Y?
—Le he dicho la verdad, que te quiero nena.
—Pues espero gustarles yo ahora a los tuyos.
—¿A quién no le gustas, si ganas más que yo?
—Sabes que eso a mí, no me importa Víctor.
—Lo sé nena. —Y la cogió de la mano.
Hasta que llegaron la parte de abajo, donde vivían los padres de él, y fueron saludando a gente,
estos le daban la enhorabuena y le decían:
—Ya sabía yo que terminaríais juntos. —Y ellos se reían.
En casa de los padres de Víctor, todo fue maravillosamente. Al padre le encantaba para su hijo
y su madre también, la mujer quería que comiera algo, pero Víctor le dijo que iban a tomarse unas
cervezas y comían en la fiesta.
—Estoy muy contenta de que mi Víctor esté contigo. Con lo buena niña que has sido siempre.
Tan decente y trabajadora en el campo cuando eras chica.
—Mamá, por Dios —y Cata se reía.
—Si es verdad, nunca ha dado que hablar en el pueblo, no sé por qué dejasteis de salir juntos.
—Éramos muy jóvenes mamá y cada uno estaba en un lado distinto.
—¿Y vais a vivir juntos?
—Sí, luego ya veremos. Cata tiene un piso cerca del mío y viviremos allí.
—Me alegro. ¡Ay hijo ten cuidado en el trabajo!
—Pero mamá si es de oficina el trabajo ahora. Saldré alguna vez, pero ahora no.
—Cata, encantado de que estés con mi hijo, —Dijo el padre.
—Gracias Felipe.
—Ya sabes que esta es tu casa, cuando vengáis otra vez tenéis que comer en casa.
—Cuando quieran, ahora con la fiesta, estamos fuera todo el día.
—Bueno, me la llevo.
—Adiós hijos.
—Hasta luego.
—Hasta luego.
Y cuando iban a la feria de día, que era un barra y tomar algo en la plaza… El la besó por la
calle.
—Shhh. No digas nada, es oficial ya. En cuanto lleguemos a la plaza verás.
Todo el mundo los felicitó, y el la cogía posesivo.
Una vez hecho oficial, todo fue rodado. Ya lo sabía todo el pueblo. No había sido para tanto.
Por la noche, él iba a recogerla y la dejaba de madrugada en casa, bailaban cenaban y se
reunían a veces con amigos, daban un paseo por la carretera. Lo que solía hacerse en un pueblo
pequeño.
—¿Recuerdas? —Le preguntaba ella cuando paseaban por la carretera.
—Sí, te besaba, pero donde te toque las tetas fue detrás del Quiosco.
—¡Qué bruto eres! Me gusta tu romanticismo.
—Soy romántico contigo, no digas que no, pero es que las tienes bonitas, aunque más grandes
que en ese tiempo. Déjame que te toque anda, que tenemos cinco días sin poder hacer nada.
—Pero luego nos vamos a la playa y recuperamos.
—Bueno, un besito sí.
—Eso sí.
—Te quiero nena, ¿Ves como no era tan grave la cosa?
—Pues tenía mucho miedo.
—Pues ya se acabó. Todo el mundo lo sabe. Sabe que eres mía.
—¡Qué posesivo te has vuelto!
—Sí, no me queda más remedio.
Después de las fiestas y despedirse de sus padres, llegar a casa y estar un día, hicieron de
nuevo las maletas para irse a Almería, donde pasaron diez días maravillosos.
—¡Ah pequeña!
—¡Qué pronto se pasa lo bueno! Nos quedarán seis días cuando volvamos y tenemos que
hablar de vivir juntos.
—¿Quieres hablar ahora?
—Sí, se está bien en la terraza de noche, así que nena, en cuanto pase este mes, ya he dado
aviso en el piso de que me voy, así que tengo que mudarme contigo, sí o sí.
—Ya, ¿Y si no te hubiese dejado?
—Hay más pisos.
—Tienes para todo.
—Lo que tengo es tuyo —le cogía la mano y se la llevaba a su pene y ella se reía.
—Bueno, dime, qué has pensado.
—Primero que vivimos juntos.
—Eso ya lo sé, pero tengo que darte algo. De eso hablamos guapa.
—Podemos poner un fondo común y pagar la comida, la luz, el agua y ya está.
—Eso no puede ser nena. Yo te doy mil euros al mes por estar y ya está.
—Ni hablar, que luego pagas fuera. En esas condiciones no.
—Pero si eso es casi lo que gasto entre el piso y lo demás.
—Pero conmigo no pagarás piso por ahora.
—De momento, cuando nos casemos, sí.
—Cuando nos casemos, si nos casamos. Ya veremos.
—Pues un fondo común no.
—¿Entonces?
—Quiero darte un dinero, tú lo administras.
—500 euros.
—¿Estás loca?
—No, lo que gastemos será todo de ahí, gasolina y demás.
—Pues mil me parece mucho.
—¿Te parece bien 800?
—700.
—800 Cata, que si salimos…
—Está bien, ponemos 800 euros a primeros de mes y tenemos que tener con eso para todo.
Pero no para la comunidad, ni la hipoteca, ni la contribución. Eso es mío Víctor.
—Vale, eso es tuyo de momento. Si hay algo extra pues ponemos más y si nos sobra, lo vamos
dejando.
—De acuerdo.
—Que sepas que sales perdiendo, nena.
—No, contigo en casa, salgo ganando.
Cambiarse de casa fue cosa de dos días en cuanto llegaron.
Ella le dijo que empezaran a poner el dinero a primeros de septiembre, pero tuvieron que
ponerlo antes para hacer una compra.
Lo dejarían en casa y tomarían cada uno 50 euros a la semana por si tomaban café o algo, si
sobraba, añadían lo que faltaba. Él, Le dijo que se ocuparía de las cuentas y abrió un programa en
el ordenador.
—¡Ay que ver cómo eres! Eso es exagerar guapo.
—Es lo mejor nena.
La ropa de invierno y sus uniformes de Guardia Civil y las armas y balas, la guardaron en el
armario empotrado de la habitación de invitados y ella le dejó un vestidor y ella el otro y del
baño, un lavabo para ella y otro para él.
Le ayudó a traer todas sus cosas y colocarlas.
Hicieron una compra el último día de agosto en que ya pusieron el dinero y él estaba más
contento que unas pascuas.
—Estoy feliz nena, cuando nos casemos te compro la mitad del piso.
—¿Tienes dinero para ello?
—Claro que tengo. He trabajado catorce años y he vivido en un cuartel.
—Cuando nos casemos ponemos el piso a nombre de ambos y juntamos el dinero.
—¿Quieres eso? A mí me da igual, tenemos casi lo mismo. Por eso.
—Pero tú ganas más y eso...
—¿Y qué? No seas tonto, ahorraremos y viajaremos.
—Y tendremos un peque.
—¿Quieres hijos?
—No quiero ser un viejo para tener un hijo.
—Un par de años más que disfrute a solas de mi hombre.
—Me gusta hacer planes contigo cielo.
—Hay que aprovechar que mañana trabajamos.
—Echamos una siesta, estoy molido de ayer con la mudanza.
—Vamos a comprar después de la siesta.
—¿Que vamos a comprar?
—Otra mesa de despacho para ti y un sillón, quizá una estantería.
—Mira eso está bien.
—Quiero que sea igual a la que tengo, espero que tengan aún este modelo. Así que echamos la
siesta, tomamos café y vamos a comprar que luego tengo que hacer algo de comida para mañana,
dejarla medio hecha por lo menos.
—Entramos de mañana menos mal.
—Salimos a la misma hora. A las tres.
—Solo que yo entro a las siete, nena.
—Eres el hombre, tienes que trabajar más.
—¿Ah sí? ¿Y qué es de la igualdad?
—Nada.
—¿Ah no? ven aquí que te voy a hacer algo antes de la siesta.
Compraron otra mesa de despacho, una silla igual y otra estantería igual, afortunadamente la
tenían como la de ella. Y se la llevaban al día siguiente por la tarde.
—Creo que es mejor que juntemos las mesas en el centro, así tenemos más espacio y nos
vemos.
—Sí, y vemos la calle.
Cuando se la trajeron, se la colocaron y quedó un despacho precioso.
—¿Quieres la mesa nueva? —Le dijo él
—No tonto, esa es tuya, la has comprado tú. No me has dejado que te la regale.
—No iba a dejar que tú la compraras. ¡Lo que faltaba!
—Si nos separamos te la llevas.
—No voy a separarme de ti. Lo sabes. Así que no digas tonterías.
—Sí, vale —Y lo abrazó —Voy a hacer de comer.
—Te ayudo y lo hacemos entre los dos. No tengo nada que hacer, luego nos duchamos y
cenamos algo.
—¡Qué bueno vas a ser conmigo!
—Sí que lo seré.
La vida para Cata y Víctor fue maravillosa hasta Noviembre. A mediados de noviembre,
cuando Víctor llegó a casa un viernes al mediodía, se sentó muy serio en el sofá y la esperó como
siempre hacía. Ella llegaba diez minutos o un cuarto de hora más tarde que él cuando Víctor tenía
el turno de mañana.
Sabía que a ella no le iba a gustar lo que iba a decirle, a él tampoco, pero no pudo negarse. Lo
que iban a pagarle estaba muy bien, pero ese no era el caso.
Era algo nuevo y diferente, por un lado le apetecía, le gustaba el riesgo, confiaba en él mismo,
pero tendría que dejarla. Había realizado operaciones peligrosas que ni ella misma imaginaba.
Lo habían trasladado no por voluntad propia, sino porque llevaba ya muchos años y era una
especie de premio, no para él.
Lo bueno de todo ello fue encontrar a Cata y se olvidó de todo y ese trabajo también le gustaba.
Y estaba con ella. Y era lo mejor que le había pasado en la vida, porque estaba locamente
enamorado de ella.
Hasta esa mañana cuando llegó al trabajo y lo llamaron al despacho del teniente coronel.
Le hizo sentarse en el despacho.
—Pasa Víctor y siéntate.
—Gracias teniente.
—Iré al grano. Tú has estado en operaciones antiterroristas en el País Vasco, ¿cierto?
—Sí señor, casi trece años.
—Aquí tengo tu carpeta y las operaciones en las que has participado. Toda una carrera.
—Gracias señor.
—¿Has oído hablar de las operaciones que hace la guardia civil en el extranjero?
—Por supuesto.
—Va a salir el tercer contingente de 25 hombres y contamos contigo, si estás dispuesto. Tienes
muy buenas referencias.
—¿Y dónde tendría que ir, señor?
—A Irak, en el centro de adiestramiento de Besmayah-a, a 30 km de Bagdad. Nos dedicamos a
adiestrar los futuros policías en la lucha antiterrorista contra las células terroristas en operaciones
especiales.
—¿Y en qué consistiría mi servicio?
—Son clases teóricas y prácticas orientadas al desarrollo de las capacidades de los hombres
que luchan contra los terroristas. Son 25 hombres como te he dicho los que salen en este tercer
contingente:
—21, un grupo de acción rápida GAR.
—1, SEDEX, desactivación de explosivos.
—1, un policía judicial, que no es tu caso.
—Y el último un experto en intervención de armas, el teniente coronel, que tampoco es tu caso.
—Entonces, si voy…
—En el grupo de acción rápida GAR. ¿Estás preparado?
—¿Por cuánto tiempo?
—Un año, tal vez más. Sin volver hasta terminar el servicio. ¿Tiene algún problema?
—Ninguno.
—Si se decide, me lo tiene que decir ya, sin consultar, en una hora. Esto ha llegado urgente,
como todo siempre. Estamos preparando el contingente. Ni qué decir tiene que es una operación
secreta. Solo mujer y novias pueden saberlo, y por qué se va.
—Si se decide, este es el contrato, lléveselo y me lo trae en una hora, los honorarios mensuales
extra más su sueldo, un seguro de vida, a quién quiera. Le pone el nombre y lo firma.
—Si voy, ¿Cuándo salimos? Es viernes.
—El miércoles toma el primer autobús de la mañana a Córdoba y el ave a Madrid. Le diré
dónde presentarse, allí le darán instrucciones y el jueves tomarán un avión militar a Bagdad. Si se
decide le daré los billetes del viaje y los horarios. Y nada más, piénselo.
Cuando salió del despacho iba preocupado, no sabría cómo le iba a sentar a Cata, pero quería
ir. Era un buen servicio para su carrera y sólo un año. No lo haría más si no quería.
Él, pensaba regalarle en Navidad un anillo de compromiso a Cata y ahora no sabía si dejarla,
no quería que la esperara si podía morir, un año no se lo perdonaría ni lo esperaría. Debía dejarla
en libertad. Y si volvía vivo…
¿Pero qué estaba diciendo? Quería a Cata y quería que la espera aunque fuese egoísta y quería
ir a hacer ese servicio aún con toda la peligrosidad que conllevaba.
Iba a comprarle un anillo en cuanto saliera a la calle. La amaba y si querían, podían casarse
por lo civil sin decirle nada a nadie, y si volvía se casarían por la iglesia y se lo dirían a la
familia y si moría le dejaría el seguro de vida, su dinero y le quedaría la viudez, aunque no fuese
mucho.
—¡Dios qué lío! Iba a ir por partes. En principio, iba a firmar e iba a ir. Eso lo tenía claro. Iba
a ir. No pasaría la Navidad ese año con ella, pero en cuanto volviera, las cosas iban a cambiar.
Siempre y cuando ella quisiera esperarlo.
Firmó el contrato y se lo llevó al teniente. Y éste, le dio una carpeta con toda la documentación,
los documentos para firmar, le dio una copia, y le dijo que ya no volviera los días siguientes, que
llevaba en la carpeta todo, incluso los billetes de viaje para el miércoles.
Tenía el lunes y martes libre. Debía dejar el trabajo que realizaba a su compañero y eso hizo
durante la mañana. Recogió sus cosas personales, las de su taquilla. Lo metió todo en un bolso que
tenía en la misma. Entregó la llave, su arma, firmó la entrega del arma y se fue.
Salió a tomar algo a media mañana y le compró un anillo de compromiso a Cata. Eso si ella lo
aceptaba, si no, se lo llevaría para recordarla. No se daría por vencido con ella nunca más.
Sentado en el salón de casa, la puerta se abrió y Cata entró.
—Hola mi amor, y se fue hacia él y se sentó en sus piernas y se besaron.
—¡Ey! ¿Qué te pasa, nene? Estás serio. Te pasa algo, ¿no?
—Sí, me pasa algo.
—¿Me lo cuentas ahora, o mientras comemos?
—Como quieras. Estoy preocupado.
—Lo sé, ya te conozco al menos en algo. Comemos primero y lo hablamos.
—Si quieres…
—Pero estoy impaciente. No sebe ser tan malo que tú siempre exageras. Déjame que me quite
los zapatos que tengo los pies que no veas. Hoy me he sentado poco, poco, nada, el uniforme y una
ducha rápida, solo tenemos que calentar las patatas con carne. Y me lo cuentas pequeño.
—Yo las pongo a calentar al fuego.
—Gracias guapo. Termino en diez minutos.
—No tengas prisa.
Y mientras iba a la ducha pensó en que lo que tenía que decirle no debía ser tan grave. ¿Iría a
dejarla? Y eso la puso nerviosa. O quizá lo habían enviado a otro sitio. Si no era lejos podían
verse los fines de semana.
Se dio toda la prisa que pudo y salió al salón. Estaba deseando que le dijera qué pasaba,
porque su imaginación estaba volando sin control.
CAPÍTULO CUATRO

Y cuando ella salió con un chándal y las zapatillas, ya tenía Víctor la mesa puesta.
—Ummm, ¡Qué bien!, tengo hambre ¿Tú no?
—Sí, algo.
—Víctor, venga suéltalo, lo que sea me estás asustando, ¿Te has cansado de mí? ¿Quieres
dejarlo?
—Nunca, te amo más que a mi vida.
—Menos mal, entonces ¿Qué es?
Y Víctor le contó lo que pasaba.
Y ella se quedó en silencio y le cayeron dos lágrimas por las mejillas.
Víctor se levantó y la abrazó fuerte.
—¡Eh nena!, solo es un año.
—Ven, vamos al sofá, luego nos tomamos el postre.
Se sentó en el sofá y la sentó en sus piernas.
—Cata, somos mayores, yo soy un Guardia Civil, lo que he hecho antes de venir era peligroso.
Pero siento que debo ir. Que me eligieran entre miles, es un honor para mí, ¿Lo entiendes?
—Pero Víctor, no quiero pensar el peligro que hay allí. Aquello es una guerra, pueden matarte,
torturarte, sabe Dios. No lo soportaría.
—Lo sé, pero tendré cuidado. Siempre lo he tenido.
—No tengo garantías.
—Por eso he pensado que si quieres, me dejes, te dejo libre y si vuelvo y quieres, que yo
siempre querré y te querré, retomamos lo nuestro, pero si encuentras a otra persona, me dolería,
pero lo aceptaré.
—No te dejaré nunca, lo sabes. No puedo ni quiero. No digas eso nunca más, ¿Me oyes?
—Cielo, no quiero obligarte a esperar un año.
—Te esperaré. Te he esperado toda mi vida. No voy a dejarte nunca, nunca. Te quiero tanto…
¡Eres el amor de mi vida!
—¿Es por terquedad, Cata?
—No, es por amor. Lo sabes.
—¡Dios cómo te quiero, mi niña! Te escribiré todos los días y si puedo te llamaré por Skype. –
No sé qué me encontraré allí,
—Yo sé lo que vas a encontrarte.
—Pero no quiero que lo pienses ni que sufras. Estamos en una base. Y no vamos a la guerra.
Toma esto.
—¿Qué es?
—Es lo que iba a darte en Navidad, pero se ha adelantado.
—Víctor es un anillo de compromiso, es precioso —y no dejaba de llorar.
—Sí, quería que nos casáramos el año que viene, pero tendremos que esperar un año más.
—¡Es precioso!
—¿Qué me dices, nena?
—Dame mi anillo.
Y él con una sonrisa se lo puso.
—Tenía miedo, pequeña, de que me dejaras, de que no quisieras esperarme.
—No quiero que te acuestes con ninguna mujer.
—Nunca lo haría y tú tampoco con nadie.
—Te seré fiel siempre, pero no me fio de ti y me dolería.
—No lo haré, te doy mi palabra. Y otra cosa.
—¿Qué?
—¿Quieres que nos casemos por lo civil? en secreto y antes de irme.
—¿Estás loco? Es una locura, ¿Podemos casarnos con tan poco tiempo?
—No sé, el lunes puedo prepararlo todo con urgencia y si se puede, nos casamos el martes,
Luego voy al notario y hago testamento, te dejo el seguro de vida, el dinero que tengo, te meto en
mi cartilla y si me pasa algo, te quedará una viudez. Para eso he trabajado.
—Eso no me importa Víctor, pero la boda…
—Entonces sí, hacemos esa locura si se puede.
—Si nos da tiempo, sí, nos casaremos.
—Espero que sí, me voy al registro con nuestros carnets y hago todo.
—¿Ya no trabajas?
—No, el miércoles me voy por la mañana a Madrid y salimos el jueves para Irak.
—Esto es una locura y te voy a echar de menos. Sé que te gusta y es tu vida, pero me voy a
morir sin ti ahora que me he acostumbrado a tenerte.
—Lo haré solo una vez. De todas formas, esos contingentes, salen cada cierto tiempo y eligen a
guardias civiles diferentes. No se repite. No somos soldados. —Y se abrazaron e hicieron el
amor.
—Debes ser fuerte Cata. Las mujeres de los que llevamos uniformes, son fuertes, porque
estamos en peligro constante y lo sabes.
—Pues yo no, te quiero y te dejo ir sólo porque sé que quieres ir, por tu carrera. Pero no me
quedaré sin ti. Tienes que volver conmigo, con tu familia.
—Has estado preciosa. Esperaba eso de ti, aunque tenía miedo de que me dejaras ahora tú.
—Pero ahora no es lo mismo. Y te esperaré.
—Bajaré mañana al pueblo a decírselo a mis padres, ¿Vienes?
—No, me quedo en casa, sé que voy a llorar y no quiero que me vean. Voy a la piscina y hago
una compra. No podría.
—Me voy por la mañana y vengo a comer contigo. Quiero que pasemos el máximo tiempo
juntos.
—No te quedes a dormir, con los pocos días que nos quedan.
—No, no me separaré de ti.
—Te quiero tanto, mi amor…
—Ya verás que el tiempo pasa pronto y estaremos de nuevo juntos antes de que te des cuenta.
Recogieron la mesa a las siete, pero no tomaron postre, sino que salieron dar una vuelta a pesar
de frío y tomaron unas tapas en un mesón que había cerca de casa y que les gustaba.
Ella lloró más por la noche cuando se acostaron, y Víctor la consolaba y estuvieron haciendo el
amor hasta bien entrada la noche.
No había bromas, era como si el mundo fuese a desaparecer y ellos tuviesen que atrapar el
tiempo entre las manos.
Cuando estaban acostados, ella se acordó de que no había tomado la pastilla anticonceptiva esa
noche, pero no iba a tomarla, ni esa noche, ni ninguna.
Si Víctor no volvía o moría, y se quedaba embarazada en esos días, le quedaría una parte de él.
No volvería a tomar pastillas hasta dos meses antes de que volviera.
Él había tomado una decisión y ella otra. Quería tener algo del amor y tenía miedo. Y rezó para
quedarse embarazada.
Los días transcurrieron más rápido de lo que ella quería y Víctor consiguió que pudieran
casarse el martes a las once y ella, salió diciéndole a su ayudante que iba al ayuntamiento a
solucionar un tema.
Y se casaron a las once. Víctor había comprado dos alianzas preciosas. No paró de ir de allá
para acá de arreglar documentos.
Y cuando se casaron en el ayuntamiento, con testigos del mismo, la dejó en el hotel y él fue a un
notario a hacer testamento.
Y luego, se fue a casa a preparar los bolsos que llevaba y su maletín con el portátil, hizo copias
del testamento para casa y del libro de familia y de la boda.
Lo dejó todo atado.
Y cuando volvió el martes Cata, él la tomó en brazos y salió al pasillo.
—¿Qué haces estás loco?
—Entrar con la novia. Me gusta tu vestido de novia.
—¿Sí? no me hagas reir con lo triste que estoy.
—Te esperaba para bañarnos.
—Tengo que hacer algo de comer, que ayer no hicimos.
—Y no harás ni hoy ni mañana. Comemos fuera. Quiero todo el tiempo para mí. Así que vamos
al baño.
—No iré estos dos días a la piscina.
—Eso esperaba, estás de luna de miel dos días.
—Tengo miedo Víctor.
—Lo sé pequeña, pero no pienses en ello, te escribiré todos los días, otra cosa es cuando te
lleguen mis cartas. Ya sabes que pueden tardar.
—Miraré el buzón a diario.
Cuándo el miércoles temprano salieron de casa a la misma hora, ya había llorado y besado y
hecho el amor con él todo lo que habían podido. Estaban casados.
Cuando fuera al pueblo, se quitaría la alianza, pero no el anillo y siempre lo llevaría puesto.
Era su hombre y se iba y la dejaba sola un año. Y no sabía cómo iba a poder resistirlo, después de
casi nueve meses. Un parto casi.
Víctor, había tomado el Ave en Córdoba e iba pensando en ella tocándose el anillo. Era un
hombre casado. Y sonrió. Cata era especial, a pesar de ser sensible, lo había entendido, y lo
quería y lo esperaría y él volvería con ella. Aún no había llegado y deseaba volver y que hubiese
pasado ya un año.
Esa tarde de miércoles, Cata fue a la piscina y además, limpió la casa en vez del jueves, pero
necesitaba hacer algo. Él la llamó a media tarde y luego por la noche.
—No sé cuándo podré llamarte, cuídate y piensas en mí, te amo, mi Cata. Y no llores.
—No —decía ella llorando. —Te amo, mi amor. No corras riesgos innecesarios.
—No bonita. Te amo. Tengo que dejarte ya.
Ese fin de semana, no quiso moverse hasta tener contacto con Víctor, que habló con ella por
Skype, el domingo, aunque se veía fatal y la señal se iba.
Le dijo que le había escrito dos cartas y que estaba bien, pero no podría hablar con ella todos
los días.
Estaba un poco deprimida y lloraba a diario, sobre todo por las noches, que lo echaba más de
menos.
En Navidad se fue al pueblo y pasó por casa de los padres de Víctor a saludarlos, nadie sabía
que estaban casados, ni ella lo diría. Estuvo comiendo con ellos un día porque la madre se Víctor
y el padre se empeñaron y ella le enseño algunas fotos de dónde estaba y se las dejó, ella las tenía
en el móvil y podría volver a tenerlas. Y les hizo mucha ilusión, aunque su madre lloraba, igual
que ella.
—Venga Cata, decía el padre para consolarla, mi hijo es fuerte, si estuvo con los terroristas un
montón de años.
—Pero eso es una guerra, Felipe. Un polvorín.
—Bueno, Víctor puede con todo.
—Por supuesto, no le contó Víctor las operaciones arriesgadas que hacían, ni cuando salían en
los convoyes o saltaba algún explosivo cerca.
Ellos colaboraban con militares de la coalición internacional y eran una gran familia en la
base.
Víctor le dijo que tenía un par de amigos americanos de Nueva York, y que le estaban
enseñando inglés y era de las pocas veces que ella sonreía.
Cuando acabaron las Navidades, en las que ella no tuvo ganas de poner árbol, ni el Belén que
tanto le gustaba y volvió del pueblo, aún le quedaban tres días de vacaciones y como no quiso
quedarse en casa sola se fue a la nieve a Granada y se quedó dos días en el hotel en plena sierra,
donde se quedó con Víctor cuando fueron la última vez. Y lo recordó.
Y lo recordó de noche mirando la nieve caer por la ventana, como cuando estuvieron. Era todo
igual, el paisaje, la luna, la nieve, salvo él…
Nevó esos tres días, y allí lo recordó a todas horas. Pero necesitaba salir y tomar el aire, que
entrara frio en sus pulmones. Incluso se atrevió a bajar por la nieve.
Como no sabía esquiar, se compró un especie de plato y se tiró ladera abajo, la gente se
divertía y ella también intentó animarse un poco.
Debía dejar pasar el tiempo, como antes, salir, no estar tanto en casa, que le recordaba a él
haciéndole el amor en todos los rincones de todas las formas posibles. Cuando la levantaba en la
ducha, o en la cocina, o al entrar en la casa, en el despacho, incluso en el aseo.
No quería abrir el armario para no ver su ropa y sus uniformes, pero cuando limpiaba todas las
semanas lo veía y se le encogía el corazón. Y olía su ropa que tenía el olor de su cuerpo, de
Víctor, su amor.
Recibía cartas de amor, de Víctor, al menos tres a la semana y ella le escribía también,
hablaban menos porque no había buena cobertura. Y a veces, cuando estaban en una conversación
interesante, se iba.
En febrero, sabía que estaba embarazada y que Dios le había concedido el deseo de tenerlo.
Habían sido pocos días hacerlo sin anticonceptivos, pero para ella, había tenido suerte.
No le había venido la regla ni en noviembre, ni en diciembre, ni en enero y pidió cita con el
ginecólogo, al que ella iba.
EMBARAZADA de tres meses, a mediados de febrero, así que se quedó esos días en que ella
dejó las pastillas, pero su sorpresa fue doble al ver la ecografía, porque eran dos.
—¡Dios mío!, —dijo ella —yo solo le pedí a Dios uno.
Y el ginecólogo se echó a reír.
—Has pedido y Dios te ha dado. —Siguiéndole la broma —Le has pedido a conciencia. Pero
suele ocurrir con frecuencia cuando se toman anticonceptivos.
—Me va a faltar casa. Te cambias a una más grande o duermes en el sofá.
—¡Dios mío! Menos mal que tiene sentido del humor, pero estoy asustada.
—Vamos mujer, anímate. Si el mes que viene podemos ver el sexo, te lo digo, porque estás
estupenda, ni vómitos, ni nada.
—¿Has comido?
—Aún no.
—Pasa que te haga un análisis y te llamo y te digo cómo estás, te llamo para que lo recojas y lo
vemos a ver qué tal estás, por si tengo que mandarte vitaminas. Una semana más por lo menos,
quiero hacerte un cultivo.
—Vale, espero su llamada.
—¡Madre mía!, —decía ella, Dios mío, ahora sí que tenía miedo, más que nunca.
Aún no se notaba sino una pequeña barriga, pero el mes siguiente cuando supiera el sexo de los
niños, iba a ir al pueblo y tendría que decírselo a todos, pero mantendrían el secreto todos, no
quería que Víctor se preocupara por nada.
¿Y ahora qué? con dos le faltaba casa. De momento, esperaría y pensaría qué hacer, a los
pequeños con ella en dos cucús y metería todo en esa habitación, compraría dos armarios y dos
cómodas pequeñas y bañerita. Todo lo que necesitaran.
La habitación era grande y sobre todo si dejaba las cunas en el centro, no las compraría muy
grandes, y en cuanto tuviesen año y medio o así, camitas.
Pero entonces no tendría una habitación para cuando viniera alguien, sus padres, sus suegros o
hermanos. Y le gustaba su bloque de pisos y su casa.
Otra cosa que le preocupaba era si quitar la hipoteca, porque si la pagaba le quedaba cincuenta
mil euros ahorrados, más ciento sesenta mil euros de Víctor, pero esos no los quería tocar.
El metía todos los meses mil euros en la cuenta que ambos tenían, porque quiso poner su
nombre con él, pero sabía que era de él, ella mantenía la suya. Quedaron en que ya verían a la
vuelta.
De todas formas se casaron en bienes gananciales.
Si pagaba lo que le quedaba del piso tendría el sueldo entero por si tenía que meter alguna
chica o llevarlos a una guardería. Eso sí que lo iba a hacer. Menos mal que tenía puesta a su
nombre la hipoteca y no necesitaba la firma de Víctor.
La quitó y se quedó con su piso sin cargas, pero con menos dinero ahorrado, pero cuarenta y
cinco mil euros, era bastante. Cinco mil le costó quitarla y la documentación en el notario. Pero ya
era suya.
Ahora podía ahorrar todo el sueldo para las cosas de los bebés y lo que le preocupaba era que
iban a estar muy estrechos, pero ya se apañaría si no se le ocurría algo.
Quizá mirara pisos más grandes en su edificio, le preguntaría a su vecina Rosa. Era una cotilla
de cuidado y se relacionaba lo mínimo con ella. Pero si había alguien que lo sabía todo en el
edificio era ella. Vivía en el cuarto.
Le preguntaría el mes siguiente cuando supiera el sexo de los bebés y fuera al pueblo a dar la
noticia, si había pisos que se vendieran de cinco dormitorios. En su bloque había de tres, de
cuatro y de cinco. Pero si iba a arriesgarse, mejor de cinco.
Estaba en contacto con sus padres y sus hermanos, con la familia de Víctor y con Víctor, a
quien escribía a diario y recibía cartas preciosas que guardaba en una carpeta roja que encontró
en la papelería que había cerca de su casa, con forma de corazón. Si la viera Víctor diría que era
romántica exagerada, pero eso ya lo sabía él. La siguiente semana se fue animando y a mediados
de marzo, fue al ginecólogo de nuevo. Ya estaba de cuatro meses y la noticia que le dio la alegró
un montón.
—¿Quieres saber los sexos?
—Claro que sí, estoy deseando, tengo que preparar las cosas.
—Pues tu marido afina. Niño y niña.
—¿En serio?
—Y tan en serio, tendrás mellizos.
—Pues ya cierro el cupo, con dos y ambos sexos, se acabó.
—¡Qué cosas tienes mujer!
—¿Cómo están?
—Perfectamente colocados. Que sepas que puede adelantarse un poco el parto. Ya sabes que al
ser dos, pueden nacer a finales de julio o primeros de agosto.
—Trabajaré hasta el final y me tomare la maternidad unida a al mes de vacaciones.
—Eso estaría bien. Nos vemos a mediados de abril, después de Semana Santa. Aquí tienes el
día y la hora.
—Hasta el mes que viene.
—Toma la foto por si tu marido quiere verla.
—No lo sabe.
—¿Que no lo sabe?
—No, está en Irak y no quiero preocuparlo.
—Pero mujer, se va a encontrar familia cuando venga.
Ni qué decir tiene que cuando fue al pueblo y se lo dijo a las familias y la vieron, todo el
mundo se alegró. Los padres de Víctor lloraron, pero ella le dijo que no le diría nada. No quería
preocuparlo.
—Te ayudaremos cuando tengas que comprar las cosas y si tu madre no está bien, me voy
cuando sea el parto, lo que necesites. —Le dijo su suegra.
—Tengo dinero María.
—Pero son nuestros nietos. Te daremos un dinerito y tú compras lo que quieras, iremos a verte
también.
—Pues claro cuando quieran, mi casa es suya.
—¿Y has pensado en ponerle los nombres? —Le preguntó su suegro.
—Pues el niño Víctor como su padre. El de la niña aún no lo tengo decidido.
—A mi hijo, le gustaba mucho Alba. Siempre lo decía.
—Pues si le gusta ese, ese tendrá.
—Gracias hija. No le diremos nada entonces.
—No, le queda tiempo aún y no quiero preocuparlo.
—¡Ay qué guapa estás!
—Me pondré gorda como una foca.
—Vamos a tener más nietos y dos de golpe. En mi familia no hay mellizos.
—En la de mi madre sí, dos primas tengo mellizas y abuelos y antepasados.
—Entonces, es normal.
—Bueno, les dejo, no me quiero ir muy tarde.
—¿Cómo están tus padres?
—Bien, contentos como ustedes.
—Ya iremos un día a verlos. Ellos bajaron a vernos.
—Sí, me lo han dicho. Bueno, les dejo —Y les dio un beso cuando se iba por la puerta.
—Ten cuidado, hija. Y si me necesitas, me llamas.
—Lo tendré en cuenta.
Ya iba por el quinto mes de embarazo y ya se notaba gordita la barriga. Tuvo que comprarse un
pantalón para el trabajo de premamá. Y para estar en casa y salir, llevaba mallas que eran más
cómodas, no dejaba su piscina. Ahora iba de lunes a viernes.
Y el fin de semana, el sábado limpiaba e iba a por la compra y descansaba el sábado por la
tarde, leía y veía la tele. Los domingos daba un buen paseo y comía fuera y se hacía comida como
antes, cuando vivía sola, para dos días.
El sábado por la tarde se acordó de su vecina Rosa y bajó un momento y llamó a su puerta.
—¡Hola señora Rosa!
—¡Ay Cata! ¡Qué gordita estás ya!
—Sí, vecina, son dos y estoy de cinco meses.
—Ay Dios mío muchacha ¿Y Víctor?
—En Irak, espero que venga para Navidad.
—¡Qué pena tan lejos!
—Sí, lo echo de menos.
—Bueno ¿Quieres pasar?
—No era solo para hacerle una pregunta.
—Dime lo que quieras.
—¿Sabe si se venden pisos en el edificio, de cinco dormitorios? Sé que hay de cuatro y de
cinco, de tres como el mío, pero se me queda pequeño con los mellizos, porque tengo un despacho
en una de las habitaciones. Y quiero tener al menos una para cuando venga la familia.
—¿No te has enterado? tu vecina, la de al lado quiere venderlo, ese tiene cinco creo, lleva dos
meses y no lo venden, porque le hace falta un poco obra y la gente no quiere pisos tan grandes,
pero lo venden barato. Le ha tenido que rebajar el precio.
—¿En serio?
—Sí, se van al pueblo. A Úbeda. A su marido lo han trasladado allí. De hecho se van la
semana que viene.
—¡Ah! pues voy a ver si los veo.
—Seguro porque los he visto subir —y Cata se reía. Era un crack.
—Voy a ver si me lo venden. No sé cuánto pedirán.
—Pregunta, es barato, si le haces obra como el tuyo, tendrás un gran piso y es exterior también.
Tiene cerca de doscientos metros cuadrados.
—¡Qué grande! El mío tiene cien. Bueno doña Rosa, la dejo. Gracias por la información.
—¡Uy doña Rosa!, anda hija que eres más educada…
—Muchas gracias.
—Nada, lo que quieras, puedes venir.
Y subió a su planta y llamó a su vecina de al lado. La había visto muchas veces, se saludaban y
solo sabía que se llamaba Adela.
—¡Hola! —le abrió la vecina.
—Hola Adela.
—Sí, eres mi vecina, te he visto poco, pero te conozco.
—Sí, quería preguntarle una cosa.
—Dime, ¿Quieres pasar?
—Bueno, antes quería preguntarle por el piso, he oído que se van y quieren venderlo y no
encuentran comprador.
—Sí, así es. ¿Estás interesada?
—Pues depende. Mire como estoy, el mío es de tres y me falta espacio, aunque me da pena
dejarlo, tiene obra hecha y ya me costó un dineral.
—Bueno, el mío tiene cinco dormitorios, doscientos metros cuadrados, pero está tal cual lo
compramos. Hasta hace falta pintarlo si no quieres hacerle obra. ¿Quieres verlo ya que estás aquí?
—Si no le importa...
Y lo estuvo viendo, tenía cinco dormitorios dos baños y un aseo. Era perfecto si le hacía una
obra parecida a la que tenía. La estructura era igual que el suyo, salvo que el pasillo era más
grande y en su lado tenía una habitación más al final del pasillo, que ella dejaría de invitados,
luego, en la otra parte, dos dormitorios y en el centro un baño y al principio del pasillo, el aseo
grande, que podía hacer dos puertas y meter los artículos de limpieza y plancha. Y hacer el aseo
más pequeño, pero con una ducha pequeña para invitados. Y el despacho.
Era perfecto. El salón era inmensamente más grande y la cocina. Le encantó porque si le hacía
obra como le gustaba, lo dejaría de dulce.
—Está muy bien de tamaño.
—¿Te interesa?
—Bueno, depende del precio, aún no he terminado de pagar el mío, lo vendería —mintió ella
para ver si le bajaban el precio.
—Lo vendemos en ciento diez mil. Lo que nos costó.
—¿Está pagado? Aunque necesita mucha obra, está tal cual se hizo.
—Sí, eso sí, necesita un poco de obra. Las ventanas y baños y cocina necesitan un toque. Y
bueno, aún nos queda hipoteca, pero eso lo hacemos en el banco.
—Yo solo puedo darles cien mil al contado y quitamos la hipoteca. Los gastos a medias, como
corresponden. Y cuando me digan.
—Bueno, lo hablo con mi marido y te lo digo esta noche.
—Muy bien, como quiera.
—No puedo darle más, tengo los niños, y quiero hacerle algo de obra a los baños, abrir la
cocina y comprar muebles. Poner puerta y suelos nuevos. Ventanas y persianas, barrotes. En fin.
Ustedes me avisan.
—Está bien. A ver si mi marido quiere y te lo quedas.
Y ella se fue contenta, el lunes pasaría por una inmobiliaria a vender el suyo. Si se lo vendían,
tendría tiempo de vender el suyo y llamar al constructor que le hizo la obra.
A las dos horas tenía un piso apalabrado.
Y el lunes quedaron en el banco. Y en la notaría y tenía piso al final del día. Ahora tenía dos
pisos.
Pagó con los cien mil euros, que en realidad fueron ciento cinco, de la cuenta de Víctor, pero
en cuanto vendiera el suyo, lo repondría.
En dos días se iban y les dio el último recibo de la comunidad pagado, e hizo el cambio de luz
y agua a su nombre.
Ese día se quedó en el trabajo un par de horas que había perdido. Y salió a las cinco, se
compró un bocadillo y se lo comió en el despacho. Por la tarde llamó al constructor para quedar
el miércoles que el piso se quedaba vacío y que le hiciera un presupuesto.
Ese día no fue a la piscina porque pasó por la inmobiliaria y el chico fue con ella a su piso y le
hizo fotos para vendérselo.
Ella le dijo que si alguien quería los muebles y cortinas y electrodomésticos, se lo dejaba todo
por ciento cuarenta mil, lo que le costó. De ahí no bajaba.
Al agente le pareció un buen precio, e incluso le subió a ciento cincuenta.
—Si lo vendemos por eso precio, tienes para los gastos y pagarnos a nosotros. Tengo un cliente
que busca algo así, mañana hablo con él por si le interesa. Pero tu piso es genial.
—¡Ojalá se lo quede!
—Si le interesa, te llamo y venimos a verlo, ¿te importa?
—No, pero tendrán que esperar a que me hagan obra en el otro, al menos un mes.
—Bueno creo que se podrá quedar un mes de alquiler, más, si le interesa. Es un hombre solo,
trabaja en un banco.
—Bueno, me voy, en eso quedamos.
—Bien. Si le gusta y quiere todo lo que tiene, se lo dejo todo lavado y limpio.
—Se lo diré.
El martes descansó por la tarde, incluso no fue a la piscina. Estaba rendida de tanto ajetreo, y
necesitaba descansar y desestresarse, y Víctor le habló por Skype y ella ocultó su barriga.
—¿Qué haces preciosa?
—Sentada, me duelen los pies.
—¿Has nadado mucho?
—Sí y he andado, y he hecho mil cosas hoy. ¡Estás tan guapo de uniforme!… Y lloró.
—Vamos cielo, no llores, ya han pasado casi seis meses. Nos queda la mitad y acabaremos
pronto.
—¿Estás bien?
—Sí, muy bien mi amor.
—No te pongas en peligro mi niño. Estuve el fin de semana en casa de tus padres. Y tomé allí
café, ya sabes que ir a tu casa es comer lo que sea, pero tienes que salir comido.
—Sí, lo sé —Se reía Víctor.
—¡Qué ganas tengo de verte!
—Y yo mi amor y hacerte de todo —le decía bajito acercándose a la pantalla.
—Y yo a ti. Ya no te veo cielo, hay interferencias —y se apagó.
—¡Maldita sea! Mi amor. Te quiero —Dijo a solas.
El miércoles tuvo dos visitas, el banquero interesado por su piso, con el agente y le encantó el
piso.
—¿Pero me lo deja todo?
—Todos los muebles, sí, cortinas y ropa de cama y aseo. Si lo quiere todo, Hasta los pequeños
electrodomésticos. Se lo dejaré todo limpio. Solo tendrá que hacer la compra. Pero me tiene que
dejar un mes para cambiarme al mío.
—Y el despacho. Me encanta.
—El pc no.
—No, eso es suyo. —Y se rieron.
—¿Entonces? Dijo el agente
—Me lo quedo. Es una preciosidad. Está todo nuevo. Esperaré ese mes. Podemos hacer
mañana en el banco toda la documentación y le pago.
—Sí, si me dice la hora. Lo hacemos. Y quedaron los tres en el banco para ir de nuevo al
notario. Otro día que tendría que echar un par de hora más en el trabajo, pero había vendido su
piso por ciento cincuenta mil euros, le quedarían ciento cuarenta y cinco mil al final, tras los
pagos al final. Pero era magnífico. Le repuso el dinero a Víctor y ella se quedó con noventa mil
euros al final.
Al cabo de media hora de llegar casa, vino el contratista.
—Hombre pero si yo te conozco. Este piso lo hice yo, ¿ya no lo quieres?
—Me queda pequeño, ¡Mírame!
—¡Ah bien!, ¿entonces?
—Vamos al lado.
—Y le abrió la puerta.
—¡Vaya, este sí que es grande!
—Sí. Quiero algo similar y estuvieron dando vueltas y anotando lo que ella quería, el
dormitorio igual, la otra parte no necesitaba mover tabiques salvo el baño, y ventanas nuevas,
persianas, la cocina como ella quería suelos y puerta, electrodomésticos y ya compraría el resto
de todo. Haría una lista de decoración. Y quería aire acondicionado y calefacción centralizada.
—¡Oye Cata!
—Sí…
—¿Quieres una decoradora y te ahorras ir de un lado a otro en busca de muebles?
—Eso me costar un dineral.
—No mujer, ella va a dónde hay chollos y le hacen rebajas y sabe lo que se necesita una casa,
te dejará sólo para comprar la comida.
—Bueno, si me da un presupuesto junto con el tuyo… Yo ya he elegido contigo. Pero en un mes
todo tiene que estar listo.
—Te la mando mañana y le dices cómo te gusta y le enseñas este que tenga una idea. Si no te
interesa, pues nada. Pero te lo va a dejar todo colocado mujer.
—Está bien, mándamela.
—A las cinco.
—A las cinco.
—¿Cuándo me darás el presupuesto? ¿Y tardarás el mes?
—Pues no mucho, en un mes te lo tengo, porque solo tengo que moverte un tabique y quitar el
de la cocina. Pero te lo doy pasado mañana.
—Vale.
—La decoradora seguro que también.
—¿En un día?
—Somos especialistas, qué crees. —Y se rio con ella.
—La verdad es que me encantó lo que me hiciste en el otro.
—Este te lo dejaré mejor ya verás qué vestidor te voy a dejar. Y hemos elegido todo.
—Sí, estoy muerta ya.
Esperaba que no le dieran unos presupuestos muy altos, porque aunque ahorraría los meses que
le quedaban, sólo tenía noventa mil euros y quería que le quedara algún ahorro una vez comprado
las cosas para los pequeños, pero ella le encargó todo el mobiliario de los mellizos, así que le
quedaría solo ropa.
Sus padres y sus suegros iban a darle algo cuando se enteraron de que se había comprado un
piso más grande y que ya lo tenía pagado.
Entre ambos presupuestos: sesenta mil euros. Le parecía mucho, pero es que era muy grande y
tendría de todo y dijo que sí, porque aún le quedarían treinta mil euros ahorrados y su sueldo
todos los meses íntegro.
Una de las habitaciones de los mellizos, la que eligió frente donde ella iba a dormir. Ahí los
iba a meter al principio, juntos. Al lado el baño y la otra la dejaría vacía. Ya cuando fueran
mayores los pondría a cada uno en la suya y que compartieran baño. Eran amplias y cabían y así
estaban juntos, hasta que tuviesen tres años y entraran al colegio. Dejaría en el armario de la
habitación vacía, ropa de otras temporadas y la sala vacía para jugar, metería un balancín para
dormirlos, con un sofá cama de matrimonio, una mesita y una lámpara de pie y unos cuantos puf y
el armario empotrado que tenían todas las habitaciones. Le quedaría bonita y espacio para zona de
juegos.
Y la otra, una de invitados, como tenía y el despacho.
A ella le quedaría comprar la ropa de los pequeños y la comida.
Y antes de terminar el mes, estaba en una nueva casa preciosa y maravillosa. Tuvo que cambiar
la dirección en todos los sitios y a Víctor, le dijo que habían cambiado los pisos porque un vecino
hizo dos en uno. Fue lo que se le ocurrió. Y aunque a Víctor le pareció raro, le mandaba las cartas
a su nueva dirección.
La casa era enorme y maravillosa y todo nuevo. En su piso anterior, antes de irse, llamó a una
señora de la limpieza y le dejó a su vecino todo limpio, planchado y cortinas lavadas y colchas y
todo. Y este se lo agradeció.
Llevaba ya un mes en su nuevo pisazo, como ella decía, maravilloso y eso le traía al menos un
poco de felicidad, aunque cuando acabó todo terminó cansadísima.
Cuando viera Víctor los dormitorios y el nuevo piso, mucho más grande y con familia incluida,
le iba a encantar. O se iba a morir del susto. Tenía en el salón, tres sofás enormes y una isla
maravillosa en la cocina.
Le encantaba, no se cansaba de mirar todo. Algunas cosas nuevas compró y cuando tenía siete
meses y una barriga a prueba de bomba, se fue a comprar toda la ropa de los chicos al centro
comercial un sábado, para ella y para el hospital. Y comió allí, cansada de gastar su dinero.
Menos mal que la familia, los padres y suegros, le habían dado dinero para comprar lo de los
pequeños y no gastó nada del suyo. Fueron generosos con ella.
El domingo estuvo colocando todo por la mañana y lo dejó todo preparado. Hasta las sillitas
del coche. Había hecho la lista previamente. Y no le quedó nada por comprar.
Le extrañó no haber recibido cartas esa semana de Víctor y tampoco comunicación y se iba
poniendo nerviosa, porque dejaba el pc abierto, pero nada sabía de él en una semana.
Estaban a mediados de Julio y estaba de ocho meses.
Si en otras dos semanas, no recibía noticias se pasaría por el cuartel. Los padres de Víctor la
llamaban y ella les decía que no sabía nada. Que iba al cuartel y no sabían nada de él, que iban a
enterarse.
Pero no hizo falta, porque a finales de Julio, nerviosa por la incomunicación con Víctor, ya le
quedaba apenas unos días para el parto y la madre de Víctor se había ido con ella para ayudarla,
porque la suya estaba un poco pachucha. Siempre estaba pachucha para ayudar.
Por la tarde, llegaron dos Guardias Civiles a su casa y la madre de Víctor se puso la mano en
el corazón.
—¿La señora de Víctor Garrido?
—Sí, soy yo —dijo ella, ¿Qué pasa? Mi marido… Y casi se marea. La tuvieron que coger y
llevarla al sofá.
—Siéntense —dijo la madre de Víctor, ¿Quieren algo?
—No gracias, señora —pero se sentaron en el sofá.
—Cata, sabía que no eran buenas noticias, serían peores y ella a punto de dar a luz.
—Verán —Hay un problema, con su marido y su hijo —les dijeron a ambas.
—¿Qué problema? —Iba a ir al cuartel de nuevo. Voy todas las semanas. Hace más de un mes
casi que no recibo noticias suyas.
—Por esa razón estamos aquí. Ha desaparecido en una operación con dos oficiales
americanos.
—¿Desaparecido? entonces no está muerto.
—No lo sabemos, no sabemos nada de él ni de los dos americanos que iban con él. Salieron a
una operación práctica de intervención. Los americanos, están buscando, pero de momento
creemos que han sido apresados por una célula terrorista.
—¡Dios mío! —Dijo Cata que sabía lo que eso significaba, o muerte o tortura.
—No podemos hacer nada más. Llevan tres semanas perdidos y si pasan tres meses, los
daremos por desaparecidos. Si hay alguna novedad nos pondremos en contacto con usted. Tome mi
tarjeta, dijo uno de ellos y me puede llamar cuando quiera, aunque si hay novedades, la llamaría
—Lo haré todas las semanas, no lo dude. No quiero ser pesada, pero al menos una vez a la
semana lo hare.
—Está bien. Lo sentimos mucho, señoras.
Y la madre de Víctor los acompañó a la puerta.
Salieron por la puerta tal como entraron, sin muchas más explicaciones porque tampoco las
sabían, así que no podían dárselas.
Y ella se dobló llorando sin consuelo.
—Vamos Cata hija, decía la madre de Víctor también llorando, tenemos que ser fuertes. Esto no
te hace bien. Ni a los pequeños, Vamos a tener esperanza, mujer. Seguro que está en algún sitio sin
comunicación y por eso no puede llamar. Mi hijo es fuerte, soportará lo que tenga que soportar.
—Pero si lo matan, María…
—No le pasará eso, ni lo digas ni lo pienses.
—Lo sé, pero no puedo… No puede estar muerto, tiene que ver a sus hijos, conocerlos, ni
siquiera sabe que va a tener hijos, si se lo hubiese dicho, ¡Dios mío, María!
—Vamos cariño, no te pongas así, te va a dar algo.
Y al levantarse rompió aguas.
—¡Ay Cata! Eso ha sido el susto.
—Voy a ducharme y me visto y nos vamos María.
—No te tardes mucho y ponte algo cómodo. Mientras voy a limpiar esto. Y cojo mi bolso y los
tuyos para el hospital.
—Yo me traigo el mío con los documentos.
La madre de Víctor llamó también a un taxi y aunque el hospital no estaba muy lejos, ella
estaba muy pesada su suegra estaba más nerviosa que ella.
En comparación con la noticia que habían tenido hacía un rato, no le importaba nada. Iba como
un zombi.
—Vamos Cata, anímate mujer, que ya vamos a llegar. Si mi hijo está vivo no quisiera verte así.
—Ya lo sé pero no puedo evitarlo.
—¿Quieres que entre contigo al paritorio?
—No la van a dejar María. Ya me dijeron que al ser dos, si tenían que hacerme la cesárea no
dejaban a nadie dentro.
—Bueno, esperaré fuera y ojalá no tengan nada que hacerte. Son pequeñitos y son dos. Ya
verás que no te hacen cesárea. Eres fuerte. Ya verás qué bonitos.
La pobre mujer, se empeñaba en olvidar la conversación con los guardias civiles que habían
venido a darles la noticia de su hijo, que no pensara ahora más que en tener a los pequeños que
eran sus nietos. Y tampoco quería que le pasara nada ni a ella ni a los niños debido al disgusto.
Cuando llegaron al hospital, la metieron en una sala que había antes del paritorio y la revisó el
médico, la enfermera las contracciones y en media hora entró en la sala de partos, sola y asustada.
Más nerviosa se puso con las conversaciones del ginecólogo que no era el que le había a
tendido a ella, porque estaba otro de guardia y las enfermeras yendo y viniendo de un lado a otro,
preparando lo que parecía una bandeja de elementos de tortura y hablando de las compras que iba
a hacer y de sus cosas y ella, allí impotente en el potro de tortura aquel, con dolores de cuando en
cuando, cada vez, más de cuando en cuando.
—Señora Cata —le dijo el ginecólogo— vamos a intentar lo que nos ha pedido, pero si veo el
más mínimo problema haremos una cesárea.
Este es el anestesista, el doctor Gómez, por si lo necesitamos. ¿Está de acuerdo?
—Sí, estoy de acuerdo, pero si es posible lo tendré sin cesárea.
—Pues vamos allá. Está muy dilatada. Ahora tendrá que empujar cada vez que se lo ordene.
—Está bien doctor.
Metió la mano en su sexo y le dijo que tenía la cabeza se uno a punto de salir, que empujara.
Las enfermeras estaban a su lado y la miraban a través de las mascarillas y ella obedecía las
órdenes del doctor con unos dolores fuertes, pero no quería quejarse. Tenía ese día demasiados
dolores como para que un simple parto le doliera, pero dolía.
Tomó un trozo de sábana y se lo puso en la boca para morder y no gritar demasiado. Las
enfermeras se sorprendieron.
Al cabo de un cuarto de hora, en el último empujón, nació su hijo al mundo, escurridizo como
un pez y Cata, sudaba, lloraba y reía a la vez. Una de las enfermeras se lo puso en su pecho, solo
unos segundos porque debía nacer el otro. El ginecólogo metió las manos y dijo:
—Habrá suerte. Se ha dado la vuelta con el nacimiento del pequeño y su hija Alba salió en dos
empujones. Era más chiquita y le hicieron lo mismo.
Parecía que le había pasado un camión por encima. Estaba agotada, lasa.
CAPÍTULO CINCO

Esa noche vinieron los mellizos en un parto que no fue largo. No hubo que hacerle cesárea, ya
que eran chiquitos y estaban en una buena posición. Le dijeron a la suegra que esperaba la mujer
fuera impaciente y preocupada.
Eran como su padre y ella morenos y de ojos verdes, que parecían grises, cuando se los
enseñaron.
Cata y su suegra lloraron más al verlos, pero su suegra le dijo que no se preocupara tanto, que
tenía que mirar por sus hijos y que Víctor no estaba muerto. Que iba a venir.
La pobre mujer quería consolarla, cuando ella también tenía el dolor inmenso por su hijo.
—Tienes una casa maravillosa, dinero, un buen trabajo y dos niños preciosos, y nos tienes a
todos apoyándote Cata. Vamos a mirar por ellos, así que te espabilas. No quiero verte triste con
los niños. En cuanto los suban, les damos de comer. Has tenido un parto bonito y corto, mujer, y
has sido muy valiente, venga, ¡Anímate!
—Gracias María.
Tuvo que llamar al trabajo, su subdirector ya estaba preparado para quedarse en su puesto
temporalmente y contrataron un asistente para la baja maternal. El dueño pasó por el hospital al
día siguiente y le regaló un gran ramo de flores y sus compañeros le mandaron otro.
—¿Ves? todo el mundo te quiere, Cata, y nos vamos a ir pronto a la casa. Me quedaré el tiempo
que haga falta y puedes contratar una chica unas horas o interna un par de meses si quieres y te
recuperas.
Tienes cinco meses hasta que entres al trabajo. Hasta enero, fíjate, serán grandecitos ya. Puedes
dejar a la chica o llevarlos a la guardería. Como quieras y una chica a la semana que te limpie. Ya
lo ves tú lo que te interesa, espero que mientras, venga mi hijo.
A los cuatro días estaban en casa y su suegra se quedó una semana. Su madre se acercó un día a
ver a los niños y su padre y su suegro, pero se fueron al pueblo el mismo día todos.
Contrató una chica dos meses interna y luego ya vería más adelante.
En esos meses se recuperó, pero lloraba a solas, sobre todo por la noche, porque no recibía
información de Víctor, estaba sola y depresiva, y ella seguía llamando cada diez días y nada.
Sus hijos crecían, se bautizaron en el pueblo un domingo a los dos meses de nacer y a los tres
meses de nacer los pequeños, la chica venía solo de nueve a cinco, les dejaba bañados a los
chicos y le ayudaba en casa.
Cata iba a la compra y paseaban con ellos, las dos o a veces ella sola. Cata iba a la piscina por
la mañana y se los dejaba a la chica y fue recuperando la figura. Pero no la alegría.
Una mañana recibió una carta, informándole que como no había muerto Víctor y no se había
encontrado, sino que era dado por desaparecido, no tendría derecho a la nómina, ni viudez hasta
dentro de unos años, ni al seguro de vida.
Sin embargo, sí que mandaban a su cuenta, la parte proporcional al trabajo realizado en Irak,
hasta su desaparición, que eran siete meses, y eran setenta mil euros. Eso le sorprendió porque
Víctor nunca le dijo lo que iban a pagarle, pero los guardó en la cuenta de Víctor con ella que no
había tocado. Se apañaba todos los meses con su nómina.
Y pasaron las semanas y los meses y… los años.
Sus hijos cumplieron tres años y entraron al colegio ese año, de nueve a dos de la tarde.
La chica que contrató cuando nacieron, Susi, seguía con ella, de siete y media hasta las tres y
media la hora en que ella volvía del trabajo, de lunes a viernes y cuando los dejaba en el colegio,
se encargaba de la casa, y ella podía estar con sus hijos los fines de semana que le daba libre a
Susi.
A veces bajaban al pueblo a ver a los abuelos. Y pasaban allí el fin de semana. Les encantaba
el pueblo y sus abuelos estaban con ellos como locos los cuatro. Todo era poco para los
pequeños.
Los primeros años gastaba más en guardería, y podía ahorrar poco, pero ese año ya estaban en
la escuela pública, y ahorraba la guardería de ambos que era un pico. Pero los niños creían a
pasos agigantados y de momento la ropa les quedaba pequeña.
Para sus cumpleaños, los cambió a cada uno a su habitación, les compró unas habitaciones
preciosas que eligieron cada uno como locos, cuando los llevó a la tienda de muebles y
compartían el baño que había entre sus habitaciones y que ella había puesto dos lavabos y espacio
suficiente para poner cositas de aseo, de colores y cestillas bonitas para sus peines y colonias.
Eran iguales a su padre, y a ella le pasó el dolor grande por Víctor. Soñaba que volvía y a
veces se levantaba sudando con pesadillas, porque lo veía sufriendo.
Sus padres quisieron al año hacer un pequeño sepelio al que ella acudió aunque no estaba de
acuerdo, pero eso les daba tranquilidad a sus suegros que lo dieron por perdido, pero ella nunca,
jamás. Y lo hizo por ellos.
Pero Cata no dejaba de llamar al cuartel ya cada tres meses por si sabían algo.
Tanto sus padres como los de Víctor, le dijeron que tenía que rehacer su vida y olvidarlo.
¿Cómo iba a olvidarlo? no podía, no estaba muerto, podía estar en una prisión, podía estar
perdido, pero no muerto. Y sufría a diario. A veces pensaba que estaba muerto y que ella se
empecinaba y todos tenían razón menos ella, pero otros, se aferraba al amor que había entre ellos
y negaba que estuviera muerto, a pesar de haber pasado casi cuatro años.
Aún no estaba preparada para dejarlo ir. No podía. Había algo que se lo impedía.
Lo que sí iba a hacer es ir de nuevo de vacaciones con sus pequeños, ya eran grandes y se
llevaría a la chica si quería, o iría ella sola con sus hijos.
Tenía ya treinta y cinco años, y estaba sola.
Sola.
Sola sin él.
Dos veces la vida se lo había quitado sin piedad.
Sola en el alba y en la madrugada y sobrevivía. No quería a otro hombre, solo de pensarlo…
No lo necesitaba, no necesitaba otros brazos, otra piel, necesitaba que la vida le devolviera lo
que le había robado dos veces. No alguien distinto, sino el amor de su vida, el padre de sus hijos,
por el que sufría a solas y en silencio para que ni la familia, a la que no quería machacarlos con
que estaba vivo, porque la miraban con compasión y pena, y no quería.
Y por otro lado, por sus hijos, que le preguntaban si tenía papá y ella les decía que sí, que
estaba en la guerra y había sacado fotos y les había puesto a cada uno una foto de su padre en la
mesita de noche, para que no lo olvidaran y supieran que tenía y que volvería cuando la guerra
pasara.
Ella tenía otra del lado donde dormía y lo miraba y le hablaba al acostarse y al levantarse y
besaba el cristal frío. Y le contaba por la noche qué había hecho y cómo crecían sus hijos.
Y si cumplían diez o doce, años y no había vuelto, les contaría la verdad, cuando fueran
capaces de entenderlo. Mientras mantendría la ilusión que a veces tenía ella por alguna rendija de
su mente.
Así que ya iba a decorar el árbol de Navidad, iba poner Belén, e iba a ir de vacaciones con sus
hijos. Eso iba a reanudarlo, porque ya eran grandecitos y podía controlarlos y le hacía falta, salir
con ellos, o dejarlos con los abuelos e ir sola. Por ejemplo al hotelito de la Sierra de Cazorla o al
de Granda, donde estuvieron.
Llevaba ya tres años sin vacaciones y sin su piscina y le hacía falta salir, porque a veces se
sentía agobiada.
Se lo contaba a su padre cuando iba al pueblo y este le decía que dejara los chicos con ellos y
se fuera alguna vez ya por ahí sola. Que no les iba a pasar nada a los niños. Tenían abuelos y dos
casas donde quedarse. Y ella lo sabía.
Tres años antes en Bagdad…
Después de siete meses de trabajo, Víctor, se hallaba un cuchitril de dos por dos metros
cuadrados, un cubo para sus necesidades y una botella de plástico de agua sucia, sin colchones,
sin mantas, con un agujero por donde entraba la luz, no más grande que una pelota de tenis, en el
techo con una reja, como si así pudiera escapar. Era agobiante.
Tirado en el suelo como un trapo, estaba Víctor. Le habían dado una paliza, le habían dado bien
en las costillas y no sabía por el dolor que le producía respirar, si le habían roto alguna, por un
ojo no veía, porque le habían dado con la culata de un fusil o metralleta, no logró verlo, debido a
los golpes.
No había trozo de su cuerpo que no hubiesen golpeado. Su cuerpo estaba ensangrentado y le
salía sangre de la cabeza, boca y la nariz.
No creía que pudiera levantarse en semanas del suelo, agazapado y en posición fetal, en la
misma posición en que lo tiraron y echaron el cerrojo de la puerta vieja pero de hierro.
No sabía dónde estaban. Solo oía los gritos de su compañero americano Tom, porque Jim,
había sido el primero en recibir los golpes y lo oía quejarse en la celda de al lado, si es que a
aquello podía llamarse celda.
—Jim, —lo llamaba Víctor como podía para ver si estaba bien, aunque oía leves quejidos.
—Estoy bien, decía en un inglés trabado de dolor, que ya captaba Víctor de los meses que
llevaba con ellos.
—¿Qué quieren de nosotros? —Preguntaba Víctor.
—No lo sé hermano. Si quisieran ya nos hubiesen matado. Pero quieren información. Creen que
somos soldados y vamos a atacar alguno de sus escondites.
—¡Joder! —y escupía sangre.
Oyeron cómo arrastraban el cuerpo de Tom y dejarlo en otra de las celdas.
Luego todo fue silencio. Se quedó dormido no supo cuánto tiempo.
—Cata. Cata. Se oyó a él mismo pronunciar el nombre. Si pensaba en ella, en lo que habían
compartido se haría más fuerte. –Pensó —Si no lo mataban viviría por ella y moriría con ella en
el pensamiento. Sus padres…
Los atraparon a los tres un día de maniobras prácticas. Sin apenas enterarse, les taparon la
cabeza y de un golpe los metieron en una camioneta.
Y allí estaban atrapados y sin salida, sin saber qué iban a hacer con ellos, o si los matarían de
unos cuantos tiros.
Los días transcurrían y los primeros días tenía conciencia de que iban a cambiarles el cubo de
los excrementos y les dejaban otro, un trozo de pan, agua y un plato que era una masa asquerosa de
pan crudo y otros días una sopa más asquerosa aún y fría.
—¡Cómetelo! —le decía Jim desde el otro lado.
—Tom, —decía Jim a Tom.
—¡Qué!
—¡Cómetelo! Es lo único que nos mantendrá con vida.
—No tengo hambre. —Le contestaba Tom.
—Hay que comer, decía Jim, que era un negro americano que medía casi dos metros, fuerte y
que ya había estado unas cuantas veces en Irak. Y hay que hacer ejercicio. No podemos rendirnos.
—No creo que pueda moverme de momento, creo que me han roto las costillas. —Le
contestaba Tom.
—¿Cómo estás español?
—Me cuesta moverme.
—Tenemos que salir de aquí, pero hay que hacer ejercicio. Estamos preparados para
situaciones así —y Víctor pensaba que serían los americanos, él estaba preparado para actuar, no
para mantenerse en esa situación.
—Si no podemos hoy, mañana, pero hay que hacer, cuando nos dejen los cubos y la comida —
decía Jim.
A la semana, empezaron a hacer ejercicio.
No sabían ni dónde estaban ni oían a nadie, solo parecía que era al mediodía cuando oían el
sonido de un hombre armado que les llevaba la comida y una rendija de sol que entraba por el
agujero del techo.
Tom, empezó a hacer rayas en la pared con la uñas para contar los días.
Llevamos dos semanas, ¡Me cago en la puta! Y se asomaba por el agujero de luz del techo y
pidió socorro.
Nada. Debían estar en medio de la nada. Cuando los atraparon, les taparon la cabeza con una
especie de gorro y calcularon una hora de camino. No debían estar muy lejos de su campamento.
Al mes estaban desesperados, sin bañarse, sin salida. Pero Jim, les animaba. Pasaban frio por
la noche. Eso era lo más duro.
Y al mes, volvieron, y les volvieron a hacer lo mismo. Interrogarlos a Tom y éste les decía que
solo cooperaban para formar a los policías de Irak, que estaban en misión de paz y de nuevo lo
golpeaban a todos.
Y esa vez cuando los metieron en las celdas los rociaban con agua fría, durante cinco minutos.
Eso se repetía cada mes, y cada mes en que se recuperaban, volvían a ser golpeados o con un
látigo, o a patadas o con las metralletas que llevaban. Entre dos hombres mientras les golpeaban y
otros dos los sujetaban.
Y todo comenzaba de nuevo.
Y Jim, era el que les decía que algún día saldrían de ese agujero. Que si querían matarlos ya
los hubiesen hecho.
Dos años y medio interminables estuvieron allí. Sabían sus vidas de pe a pa. Jim fue el que
intentaba que hiciesen ejercicio, que hablasen, y que sobreviviesen. Era el tipo más duro que
Víctor había conocido en la vida.
—Tengo piojos, las uñas como escarpias, las de los pies ni lo cuento, negras y… ¡Me cago en
la puta! y la barba y el pelo me llega por la cintura —Decía Tom.
—Yo tengo de todo. Tengo costras de mierda en el cuerpo. Si tuviera una bañera de agua
caliente… Y un estropajo.
—O una manta.
Porque los inviernos eran muy duros y cuando venían cada mes a echarles agua, la ropa se les
quedaba mojada y tiritaban de frio.
—O a mi Cata. Estoy perdiendo su imagen.
—¿Cómo es Cata tío? —le preguntaba Jim cada dos por tres.
—Es pequeña, es guapa, graciosa, con el pelo largo, maravillosa y sexual. Yo, la levantaba
como una pluma.
—¡Joder! Yo quiero una Cata en cuanto salga.
—Si salimos.
Y se quedaron en silencio.
Ninguno estaba casado ni tenía novia, salvo Víctor.
El tiempo no era el mismo en aquél lugar. Era eterno, era un tiempo sin tiempo y ya no eran los
mismos. Habían perdido toda la masa muscular, más de veinte kilos.
—Moriremos aquí —decía Víctor que a veces lloraba como todos. El que parecía un muro
infranqueable, era el negro Jim.
—No vamos a morir.
—Creo que he perdido veinte kilos por lo menos o más —decía Tom.
—Los recuperaremos. Hay que resistir.
Y llegó un día, en que no fue nadie a llevarles la comida ni a cambiarles los cubos y pasaron
tres días y nada.
—¡Joder! Ahora si moriremos aquí. Nos han abandonado.
Y decidieron dar voces pidiendo socorro por los agujeros, por turnos.
A los cinco días estaban, sin fuerzas, ya casi muertos, cuando Víctor vio la cara de un niño
asomada al agujero. Le pareció un sueño, un espejismo.
El niño pronunció unas palabras y Tom, después de perder el sentido de todo, como el resto, y
casi del idioma, le dijo que fuera a pedir ayuda a los americanos. El niño se asomó a todos los
agujeros y ellos gritaban.
—¡Americanos! ¡Americanos!
Y el niño desapareció corriendo.
—Espero que nos haya entendido.
Al cabo de tres horas oyeron camionetas y al pequeño hablar y enseñarles los agujeros a los
militares americanos. Uno de ellos, se asomó y gritó:
—¿Sois americanos?
—Dos americanos y un español. Pertenecemos al contingente internacional de orientación de la
lucha islámica de hace tres años. Nuestra base está en Besmayal-a. Llevamos ya dos años y medio
en este agujero.
—¡Joder! Dijo el militar —Se os había dado por muertos. Vamos a sacaros de ahí. Nos llevará
unas horas. No hay puertas. Esto es un agujero en el suelo. Si había alguna puerta, la han tapado
con cemento.
—Gracias, gracias. Dios mío Cata, y lloraron todos.
Al cabo de dos horas de excavar los sacaron, les dieron agua, e iban camino a la base de los
americanos.
Sacarlos de allí, fue como sacarlos de Auschwitz. Se los llevaron a la base americana. Se
lavaron durante dos horas, les cortaron el pelo al cero, se afeitaron la barba, les dieron ropa y se
vistieron. Luego comieron.
—Despacio, les decía un enfermero. Habéis estado mucho tiempo sin comer, el estómago no
está acostumbrado. Ahora a dormir y mañana os haré unos exámenes. Os verá el psicólogo de la
base también.
Durmieron días seguidos, se despertaban y comían, se bañaban y se hacían pruebas en la
enfermería, donde los habían alojado.
Y al cabo de diez días, en que se recuperaban o eso parecía, el coronel americano los llamó y
los interrogó.
Y ellos le comentaron dónde habían estado y que los habían apresado durante unas maniobras.
A qué grupo pertenecían, el tiempo que estuvieron presos, dónde estuvieron, qué les hicieron,
cómo eran los hombres que los torturaron y golpearon.
El coronel, por los datos que tenía, estaba seguro de quienes eran. Les enseñó fotos y
efectivamente los reconocieron. Les dijo que pertenecían a una célula terrorista que ya habían
eliminado. Por eso ya no iban a llevarles comida ni a golpearles.
Les dijo que aún debían permanecer con ellos, por orden del enfermero y el médico. Debían
curarse las heridas, retomar fuerzas y ser visitados por el psicólogo.
También que su contingente se había ido hacía casi tres años. Había vuelto otro y se había ido,
así que debían esperar seis meses a que su misión terminara y los llevaran a casa.
En esos seis meses que permaneció con los americanos, no quiso ponerse en contacto con
nadie, no querían que lo vieran como él se veía en el espejo. Debía recuperar músculo y peso y
para ello dormían bien, comían y hacían ejercicio.
—Vamos Víctor, llama a tu Cata, creerá que has muerto. —Le decía Jim.
—No puedo, tengo que recuperarme. No quiero que me vea así.
—Pues nada sigue haciendo ejercicio y comiendo. Nos han relegado a temas administrativos
hasta llegar a casa, por darnos un trabajo. No estamos de vacaciones.
Al cabo de seis meses, estaba recuperado, aunque no había cogido todos los kilos que había
perdido, ni la masa, ni el tono muscular.
El coronel americano lo llamó a su despacho.
—Víctor Garrido.
—Sí señor.
—Vamos a ponernos en contacto con la dirección que nos dé, donde estuviera destinado. Y lo
mandamos a casa.
—¿Y eso por qué señor?
—Un avión militar va a la base de Morón de la Frontera y puede dejarlo en España. Tengo que
contarle a su coronel y hacerle un informe de todo.
—Le daré la dirección y el nombre de mi teniente coronel, si es que aún vive. Sí señor.
—¡Dámelo! Te avisarán, pero prepárate, que sales en dos días.
—No tengo nada que preparar, no tengo ni ropa.
—Eso no es problema. Con la copia del informe, llevarás 200 dólares, cómprate algo, la ropa
aquí es barata y tienes que llegar casa con eso.
—Pero señor…
—¡Tómalos de la marina norteamericana!
—¡Gracias señor!
—Buen viaje y buena suerte. Se levantó y le estrechó la mano.
Menos mal que le había crecido el pelo en esos seis meses y estaba no tan bien como había
estado, pero lo estaría del todo. Había recuperado peso y músculo del ejercicio diario, haciendo
gimnasia como siempre.
Tenía treinta y seis años, y lo que había perdido eran tres años y medio de su vida, y de su vida
con Cata.
Le habrían dado por muerto, todos, en su trabajo, menos ahora.
¿Se habría casado con otro o estaría con otro? Y el dolor de sus padres…
Pensó que lo mejor era pasar por el pueblo primero. No quería llegar a casa de Cata y
encontrarla con otro.
No podría, cada día de los que estuvo encerrado y que le pesaban como una losa, había
pensado en ella y el psicólogo de la base americana, los atendió a los tres.
Y se recuperaron algo, pero eso no se olvidaría jamás. Y podría tener estrés postraumático más
adelante.
Tenía más miedo de saber qué pasaba con ella, si seguía amándolo, que cuando estaba
encerrado, no sabía qué iba a encontrarse.
Por eso iba a ir al pueblo primero y se enteraría de qué pasaba con Cata, estaría un par de días
con su padre, además allí dejó el todoterreno, en el garaje de su padre junto con el carnet de
conducir, que no sabía si había caducado o no, iría al banco y sacaría dinero.
Al menos la chica del banco en el pueblo lo conocía, y le daría el dinero, no tenía ningún
documento y tendría que sacarse carnet, de nuevo, el pasaporte, todo, y pasar por el cuartel y
contar lo ocurrido, aunque ya les llegaría el informe del coronel americano.
Dos días después iba en un avión militar camino de Morón de la Frontera, después de
despedirse de sus compañeros, a los que ya no olvidaría jamás. Lloraron al despedirse como
niños.
Ellos se irían en un par de días a casa también. Estarían en casa de nuevo.
Cuando llegó a Morón, cambio en la base los dólares a euros y un coche lo llevó al pueblo, a
la estación de autobuses desde la base y con el bolso que llevaba y una muda de ropa, cogió un
autobús a Sevilla.
Tenía suficiente dinero para llegar casa y tomar algo a mitad del camino. De Sevilla, cogió otro
autobús a Jaén. Se sintió muy nervioso y nada más llegar tuvo una crisis de ansiedad, el corazón le
galopaba y tuvo que sentarse un rato a que se le pasara, pero no se iba a quedar, y de allí, se fue
directamente al pueblo.
Al pueblo tardó más que de Sevilla a Jaén, ya que tenía que tomar dos autobuses. Y llegó de
noche.
Llevaba un día viajando desde la mañana, sin contar el avión y estaba muerto.
Cuando llamó a su casa, su madre casi de desmaya, al abrirle la puerta. No lo creía. No se lo
podía creer.
Y su padre dio un salto del sillón donde estaba viendo la tele, del grito que dio su madre.
—Víctor, Víctor. Dios mío, hijo.
—Víctor hijo —y se abrazaron llorando, más de media hora.
—Venga hijo, siéntate, ¿Has comido?
—Nada mamá, en todo el día. No me entraba la comida.
—¡Hijo mío! Venga siéntate, primero que nada, comes. Te voy a preparar una sopita caliente y
una tortilla.
—Gracias mamá.
Y mientras su madre le preparaba la comida en la cocina y le ponía una cerveza en la mesa con
aceitunas y patatas fritas, hablaba con su padre que le preguntaba qué había pasado estos años,
aunque imaginó que lo tuvieron preso.
—Hijo, dime dónde has estado. —Y como Víctor permanecía en silencio —Pero si no puedes,
al verlo tan triste y serio y cansado —me lo cuentas mañana.
—No tengo fuerzas sino para comer y darme una ducha, papá. Te lo cuento mañana. He venido
desde Irak a Morón de la Frontera y llevo todo el día viajando hasta llegar aquí.
—¿Y por qué no te has quedado con Cata en Jaén?
—Porque no sabía nada de ella. Si estaba con otro o se había casado, tenía miedo. ¿Dónde
está?
—En Jaén como siempre.
—¿Se ha casado? ¿Tiene otro hombre o sale con otro?
—No, hijo, no ha querido. Es terca y la hemos animado. Dice que no quiere a otro que no seas
tú, que no estabas muerto. Te hicimos un sepelio y ella estuvo en contra. No ha querido salir con
nadie. Viene a vernos una semana sí y otra no.
—Y Víctor se echó a llorar.
—Vamos hijo, te quiere, eres el amor de su vida. Esa muchacha te quiere desde que erais unos
niños.
—Como yo a ella.
—Pues entonces no pienses cosas que no son.
—Mañana iré a sacar dinero a la caja, pero no tengo ni carnet, ni nada, salvo el carnet de
conducir que no sé si ha caducado.
—No hasta dentro de dos años.
—Menos mal.
—De todas formas te conoce y te dará el dinero.
—Venga come y vete dormir, descansas mañana te quedas y hablamos y te vas pasado mañana,
jueves.
—¿Y el todoterreno papá?
—Como nuevo. Le puse una batería nueva y ruedas nuevas y lo llevé a la ITV y una revisión
antes.
—Te lo pagaré
—Ni se te ocurra. Lo mejor es que has vuelto, y eso no está pagado con nada. Y lo abrazó
emocionado de nuevo.
Al día siguiente mientras desayunaban, Víctor les contó dónde había estado y todo lo que había
pasado y sus padres lloraban.
—Bueno, ahora no pienses en eso. Ha sido mucho tiempo, pero ahora tienes a Cata de nuevo, a
nosotros y si no te encuentras bien, buscas un psicólogo. Conociendo a Cata, te mandará aunque no
quieras. Cuando te vea se va a desmayar.
Y no paraba su madre de abrazarlo.
—Estás más delgado, hijo.
—Porque no me viste al salir del agujero, mamá. Ahora estoy rey. Sí, estoy más delgado y más
viejo.
—Estás guapo, un poco más delgado pero tú haces gimnasia, mi niño.
—¡Qué ganas tenía de veros, sin saber si os habría pasado algo!
—Estamos bien, como tú, así que se acabaron las desgracias.
—Bueno, voy a subir al banco, primero. ¿Vienes papá?
—Voy contigo, sí —Dijo el padre que no se quería separar de él, —Subimos a la casa de los
padres de Cata, después. Pero no quiero que les digan que he vuelto.
—Si no quieres, no se lo dirán.
—Quiero que sea una sorpresa mañana cuando llegue. Volveremos el fin de semana que viene,
y comemos todos juntos en el bar de Francisca.
—Lo que tú quieras. Se lo diremos a los padres de Cata y lo preparamos.
Y la chica de la caja le dio dinero y un extracto de su cuenta. Tenía doscientos treinta y siete
mil euros. Habían dejado de pagarle cuando desapareció y le pagaron sólo la parte proporcional
de la operación.
Cata había sacado dinero y lo había vuelto a meter. Le haría falta para algo. Pero no había
tocado su dinero, estaba intacto.
Sacó cinco mil euros y fueron a casa de los padres de Cata,
Les pasó lo mismo que a sus padres. Estuvieron emocionados y llorando de nuevo, pero
guardaron el secreto que Víctor quiso que se guardara y no le dirían nada hasta que él la viera al
día siguiente.
Se abrazaron y luego, se fue con su padre a tomar unas cervezas y dar un paseo. Saludó a la
gente que vieron y que se quedaron sorprendidos. Afortunadamente nadie les nombró a los niños,
se centraron más en lo que le había pasado.
Al día siguiente, tomó su todoterreno sobre las dos de la tarde. No tenía llave de la casa y la
esperaría a la salida del trabajo a las tres. Aparcó en la puerta de Cata, cuando llegó, como
siempre hacía, y se fue andando, haciendo tiempo a esperarla a la salida del trabajo. Estaba como
un adolescente, nervioso y su cuerpo temblaba, pero necesitaba verla.
En los años en que estuvo encerrado, solo quería ver su cara, recordarla para que no se le
olvidara nunca.
Los diez minutos en que la esperó en la puerta del hotel, se le hicieron eternos… y recordó
como en un imagen a cámara rápida, todo cuanto había pasado. Y se emocionó al verla tan guapa.
No había pasado el tiempo por ella —estaba igual.
Y cuando Cata salió del hotel, con su pelo largo, negro y su uniforme, y ese cuerpo que era de
él, empezó a andar rápido y él se puso a su lado caminando.
—¡Hola nena!
CAPÍTULO SEIS

Y ella lo miró y casi se desmaya.


—Víctor…
—Sí, cielo, soy yo.
—Pero, ¡Ay qué me mareo! —Y la tomó en sus brazos y la abrazó fuerte.
—Víctor, por Dios —Y empezó a llorar y a temblar.
—Vamos. Venga, vamos a sentarnos en aquél banco un momento.
—Pero. Pero… ¿Dónde has estado? —Sin dejar de abrazarlo y besarlo y llorar.
—Ya te lo contaré nena, lo importante es que no me has dejado, que estás aquí conmigo ahora.
—Aún llevo la alianza. ¿Cómo iba a dejarte? Eres mío, yo sabía que estabas vivo, lo sabía lo
sabía…
—Vamos cariño. Que te va a dar algo. Tranquilízate mi amor —y la abrazaba y besaba su pelo.
El olor que conservaba y que tanto le gustaba.
—¡Ay Dios!, no quería llorar tanto, pero no puedo evitarlo. —Dijo al cabo de diez minutos.
—Vamos a casa, ¿Estás mejor?
—Sí, vamos, —y la abrazaba y la llevaba cogida.
—¡Estás más delgado, mi amor! Tendré que darte bien de comer.
—Sí, tengo que recuperarme un poco todavía, dame al menos medio año más y gym.
—No me importa, te quiero, ¡Oh Dios!
—Y yo a ti preciosa —Y la besó hasta que le faltó la respiración.
—¡Ay mi Víctor!
—Venga, nos vamos, que si no, no vamos a llegar a casa.
Y mientras iban andando...
—Tengo que decirte algo Víctor.
—¿Hay otro?
—No, nunca, ni lo ha habido ni lo habrá. Te quiero, te amo. No me lo puedo creer, estoy
soñando.
—Yo estoy soñando nena. He estado dos días en el pueblo.
—¿Por qué? ¿Por qué no llegaste a casa?
—Porque no sabía si había otro hombre en tu vida y quería saberlo.
—Aah Dios…
—Deja ya de llorar cielo. Tenía que sacar dinero, no tengo nada. Ninguna documentación,
salvo el carnet de conducir.
—¿Dónde has estado?
—En una prisión a setenta kilómetros de Bagdad en un agujero. Dos años y medio.
—¡Dios mío!
—Pero ya estoy bien.
—¿Y el otro medio año?
—Curándome las heridas, no me hubieras reconocido. En una base americana.
—Ahora comerás bien cariño. Tengo varias sorpresas para ti.
—Falta me hace alguna, si son buenas. —Y la besaba y la cogía apretada a su cuerpo y estaba
deseando hacerle el amor en cuanto llegara a casa.
Cuando entraron en el portal, subieron en el ascensor besándose. Arrimaba su cuerpo al de ella
excitado y deseante.
Siguieron el pasillo…
—Nena, es nuestra casa. —Señalándole la puerta.
—No, la nuestra es esta.
—¿Te has cambiado de casa?
—Sí, compré una más grande.
—¿Y eso?
—Eso ahora lo verás en cuanto entremos.
Y cuando abrió la puerta, salieron dos pequeños iguales a abrazar a su madre.
—Mami, has llegado. Hemos comido. Susi nos ha dado de comer y nos hemos comido todo.
—Así me gusta mis niños.
—¿Y este hombre quién es? —Dijeron los chicos señalando a Víctor que se había quedado
serio y parado tras ella.
Cata, tenía dos hijos —pensó él. Entonces sí había habido otro hombre.
—Es papá, que ha vuelto de la guerra. —Y hasta la chica que los cuidaba se quedó de piedra
—¿Estaba vivo?
—Sí, Susi, lo sabía,
—¡Cuánto me alegro! —y le saludó con la mano y le dijo a Cata:
—Bueno, creo que debo irme. Ya están comidos, se dormirán pronto, están muertos.
—Hasta mañana Susi.
—Hasta mañana Cata y me alegro un montón por los dos.
—Esa…
—Es Susi, la chica que me ayuda. Bueno, me lleva ayudando desde que los tuve.
—¿Y esos son tus hijos?
—Son nuestros hijos, mellizos, tienen tres años y un mes. Alba y Víctor. Se te parecen cielo.
—Nuestros hijos Cata…
—Sí, ¿no ves que son iguales que tú?
Y él se sentó a observarlos, se emocionó y no quería llorar delante de los chicos.
—¿Eres papi?
—Sí mis niños, un abrazo a papi. —Y fueron despacio y lo abrazaron, y él miraba a Cata.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Son iguales que tú.
—¡Dios mío qué guapos! Me he perdido tres años y tu embarazo. Miró emocionado a Cata.
—¡Ven papi a ver nuestras habitaciones nuevas!
—Cata la casa es enorme y preciosa.
—Lo sé cielo. La compré porque no cabíamos.
—Voy a ver esas habitaciones con mis chicos —E iba con cada uno de la mano.
—¡Me encantan! ¡Son preciosas!
—Y tiene una mesa para escribir y pintar, ¡mira papá!, mi mochila del cole. Y tu foto. Éste eres
tú. —Le decía Alba, que tenía una foto en la mesita de noche, cada uno en su habitación.
—Y la mía, ven —le tiraba de la mano su hijo Víctor. —Mamá dice que eres muy guapo, como
nosotros —y Víctor se reía emocionado.
Y le enseñó su habitación.
—¡Qué bonitas! Tenemos una casa preciosa.
—Le enseñaron la de los abuelos, la de su mamá, que era igual que la que tenían en el otro
piso, pero más grande.
—Y este es nuestro baño —que estaba entre los dos dormitorios.
—Para los dos —decía el chico.
—Sí, este es mi lavabo y ese de Víctor.
—Y este es el despacho de mamá y papá, no se puede entrar. Era igual a cómo lo tenía ella,
salvo que su mesa estaba vacía y una estantería con puertas abajo. —Y Víctor se reía con ellos.
Y este es el aseo. Y en este, dentro están los productos de limpieza, tampoco podemos entrar.
—Por supuesto que no. ¡Me encanta esta casa, es más grande que la otra! Es enorme nena y
cogió a sus hijos en brazos, uno en cada uno y los besó.
—Habéis crecido mucho.
—¿Papá, has estado en la guerra?
—Sí, pero se acabó, ya papá estará con vosotros.
—Bueno, luego estará papá con vosotros otro ratito, está cansado, ¿Queréis ver la tele?
—Sí, dibujitos.
—Venga, que papá y yo tenemos que comer. Me voy a quitar el uniforme.
Y él como siempre hacía empezó, a poner la mesa y calentar la comida.
Y les decía desde la cocina, mientras ponía la mesa —¿Os gusta el cole?
—Sí papá, tengo tres amigos —decía su hijo.
—Y yo también.
—Pero serán buenos…
—Claro papá, jugamos en el recreo.
—¿Os gusta entonces?
—El cole es muy bonito y tenemos a la misma señorita.
Ya iré a verla un día y hablaré con ella.
—Mamá ha ido.
¡Dios pensaba Víctor!, ni sus padres ni sus suegros le habían dicho nada y ahora tenía dos
hijos. No podía imaginar, que ella sola los había criado sin su ayuda y él impotente por no
ayudarle.
—Ya estoy. ¡Ah mi amor! ¡Qué bueno eres! y lo abrazó por detrás.
—No me toques mucho aun. No esperaba encontrarme con estos dos charlatanes.
—Te los has encontrado criados ya. —Y se sentaron a comer.
—¡Qué buena está la comida Cata!
—¿Qué has comido?
—No quieras saberlo, cielo.
—¿No quieres hablar de ello?
—Aún no estoy preparado, quiero disfrutar de ti y de los chicos. Quizá tenga que ir a un
psicólogo que me trate.
—Creo que sería una buena idea si has sufrido mucho. Buscamos uno, cuando te den el horario.
—Mañana me presento en el cuartel. Me deben dinero. Y tengo que sacar tarjetas de todo.
—Tienes todo tu dinero, no lo he tocado, solo lo cogí prestado cuando compre la casa, porque
no había vendido la mía y en cuanto vendí mi apartamento lo repuse.
—No hacía falta, nena.
—Pero ingresaste mil euros mensuales y te pagaron setenta mil de los siete meses que estuviste
en la operación.
—Ya lo sé, lo vi ayer. Pero tendré que hablar del tema y qué va a pasar conmigo.
—Bueno, descansa hoy, mañana es viernes y ya te dirán algo. ¿Lo saben, digo que has vuelto?
—Sí, claro que lo saben y que voy mañana. Los llamé desde el pueblo ayer.
—Pues vas y este fin de semana descansamos.
—Claro que sí, tengo que hacerte algunas cosas que no he hecho hace tiempo, ¿Tomas las
pastillas?
—Sí, desde hace un año. Las dejé un tiempo.
—Víctor —le dijo mirándolo a los ojos.
—Dime cielo. —Mientras comía el filete y las verduras.
—Quiero decirte que lo de los chicos fue decisión mía solamente. La última noche que
estuvimos juntos, me acordé tarde de que no me había tomado la pastilla y lo hice a propósito, no
me la tomé esa noche ni los días siguientes. Si te pasaba algo, quería tener una parte de ti, un hijo
al menos, pero me vinieron dos. ¿Me perdonarás?
—No, no voy a perdonarte eso.
—Fue una decisión sin consultarte, pero si quieres vivir en otro lado, o que nos divorciemos…
—¡Pero qué tonta eres, pequeña! No tengo nada que perdonarte. Te quiero y lo has hecho muy
bien. Tengo treinta y seis años y tú treinta y cinco. Son preciosos y espero que me quieran.
Tenemos ya la familia hecha y en mayo nos casamos por la iglesia en el pueblo.
—Estamos casados Víctor, si no quieres…
—Sí que quiero, como quieren nuestros padres y como quiero yo.
—Lo que tú quieras cielo.
—¿Qué les has dicho a los chicos?
—Que estabas en la guerra, son pequeños aún y cuando la veían en la tele, decían que tú
estabas allí, les puse una foto tuya en sus mesitas de noche.
—Las he visto. Gracias, pequeña.
—No quería que te olvidaran nunca, ni yo tampoco.
Y él le tomó la mano.
—¿Quieres postre?
—Sí, lo que haya, me da igual.
Y cuando retiraron la mesa, metió los platos en el lavavajillas.
—¿Quieres café?
—Más tarde.
—Tengo unos dulces…
—De merienda, estoy lleno. Voy lavarme los dientes y dejo el bolso.
Y cuando iba a la habitación vio a los peques dormidos.
—Cata, se han dormido.
—Voy a quitarles los zapatos, echan una siesta.
—¿Les abro las camas?
—Sí, gracias.
Y los acostaron.
—Se han quedado fritos, nena. Ven aquí.
Y la echó en la cama.
—Esta habitación me gusta. Es más grande.
—Sí, —y Víctor, se tumbó a su lado.
—¿No estarás temblando?
—Un poco. Hace tanto tiempo…
—Tanto como yo. Estoy como un adolescente, como cuando lo hicimos por primera vez, no
recuerdo tu cuerpo —y empezaba a desvestirla.
—Ha cambiado con el embarazo.
—No seas tonta. Estás preciosa. Eso es lo que menos me importa. Yo no soy perfecto, pero tú,
sí que lo eres para mí.
Y empezó a besarla y sin esperas entro en su sexo.
—¡Aah Dios Cata!, nena, he soñado casi cuatro años enteros con esto.
—Y yo, mientras gemía y lo sentía en su interior.
—Mi amor, no voy a aguantar nada. Te amo nena, y se movieron locos y en un momento habían
subido y bajado del cielo.
La besó eternamente y se echó a un lado y se la acercó a su cuerpo.
Y se quedaron abrazados, desnudos bajo las sábanas.
—Has dejado la casa de dulce.
—Sí, hasta calefacción central y aire acondicionado centralizado. Es una pasada, pero me gusta
disfrutar de ella. Y los niños son cuidadosos. Son buenos chicos.
—¡Dios mío nena, tenemos dos hijos! No me lo puedo creer. Hasta tengo miedo de no saber ser
padre.
—Serás un buen padre, ya verás.
—Es… difícil ser padre.
—Más difícil es parir y lo hice. Tú, eres mucho más fuerte que yo.
—Ahora no creo cielo. Estoy vulnerable aún.
—No te preocupes, te ayudaremos y buscaremos un buen profesional y, en cuanto empieces a
trabajar, se te pasará todo.
—Esperemos mi niña. Menos mal que te tengo ¿Cómo fue el parto?
—Estuvo tu madre, pero se me adelantó, vinieron unos Guardias Civiles a decirnos que habías
desaparecido y creo que del susto me puse de parto. La verdad que tu madre a pesar de pasarlo
mal también, me ayudó mucho y me animó. Se quedó conmigo aquí, hasta que contraté a una chica,
Susi. Están con los mellizos todos locos, los bautizamos en el pueblo y este año, compraremos un
Belén y un Árbol. Nunca hemos celebrado la Navidad.
—¿No?
—En el pueblo, pero este año, decoro la casa.
—¿Y el dinero te ha dado cielo para todo?
—Bueno, me he apañado con mi nómina. Y he ahorrado un poco, cuando pagué la hipoteca de
la otra y esta casa, le hice obra, me quedé con treinta mil euros, tengo cincuenta mil y estamos muy
bien. Ahora ahorro más que los niños han entrado al colegio y ya paso de los tres mil, poco, pero
casi llegó a los tres mil cien en la nómina. Intento ahorrar más en las pagas extras. Pero este año
quería llevarlos de vacaciones, tenía pensado llevarlos en verano a Euro Disney, ya tendrán cuatro
años.
—¿Tú sola?
—Iba a invitar a Susi, pero si estás tú, vamos los dos. Si quieres, pero ya veremos. Hasta el
verano… ¡Ay Dios mío, mi amor, estás aquí con nosotros! Nunca te di por perdido, pero pasaba el
tiempo y creía que iba a quedarme sin ti toda la vida.
—¿No has echado de menos un hombre?
—No, ni quería. Si te hubiese pasado algo, hubiese esperado hasta que los niños fueran a la
universidad o después.
—¿Tanto tiempo?
—Sí, los niños han sido lo principal para mí, porque en cierta medida eras tú.
—Te quiero tanto guapa... —Y ese emocionó.
—Vamos mi niño. No llores.
—Me emociono con todo, Cata.
—¿Lo has pasado mal?
—No hablemos de eso.
—Bueno, cuando estés preparado, no insisto, quiero que seas feliz y dejes lo que has pasado
atrás. —Y tocaba su pene.
—Cata —la miraba y ella se sería.
—Umm… Ahora que estás aquí tengo que aprovecharme.
—Tengo que ponerme en forma pequeña.
—Pues por eso.
—¡Qué loca, ven aquí! —Y se la ponía arriba.
Y estuvieron haciendo el amor una vez más, se ducharon y se pusieron un chándal.
—Necesitas ropa nueva, te queda grande la que dejaste y además anticuada. Iremos al centro
comercial el sábado. Estos se vuelven locos porque cuando vamos, comemos allí y les encanta a
tus hijos.
Iremos de compras entonces. ¿Qué tal es la chica?
—Fenomenal, la tengo desde que nacieron, ha tenido distintos horarios, ahora tiene de siete y
media en que me voy hasta las tres y media en que vengo, lleva a los niños al cole los recoge y
lleva la casa. Yo, solo compro. De lunes a viernes, nada más. Es buen horario y yo solo tengo que
bañarlos y darles merienda y cena. Y a veces les ayudo con los deberes y se los corrijo. Y el fin
de semana a veces vamos al pueblo, que les encanta, otros al cine o al centro a comprar, al
parque, pero ahora hace frío ya en octubre y nos quedamos en casa, viendo pelis, damos un
paseíto con el sol por la mañana y ellos juegan por la tarde. Lo normal.
—Te envidio. Has tenido a mis hijos tres años, casi cuatro, que he desaparecido, el embarazo
cuenta. Oye Cata, ¿Dónde está mi alianza?
—Espera y te la traigo. Si te queda pequeña, que te la arreglen de la joyería. Aquí está,
pruébatela.
—Me queda bien, no se me cae. —Y la abrazó y la levantó. —¿Tenías por ahí pastelillos?
—Sí, goloso, tengo, café también.
—Descafeinado quiero dormir esta noche y ahora me pongo nervioso.
—Pues toma del mío, que es descafeinado.
—¿Aún no se han levantado?
—Ya mismo vienen en busca del cola cao.
—Cómo dijo ella aparecieron por el salón con sus zapatillas.
—Papi —le dijo Víctor.
—¿Qué pasa campeón?
—Quiero cola cao.
—Venga, vamos a buscarlo.
—Yo también papá. —Dijo la niña.
—Ahora verás, te tendrán loco.
Y llevó el cola cao a la mesa y merendaron los cuatro.
Luego, los niños, se pusieron a jugar en una alfombra que ella les ponía delante de la tele y
jugaban, mientras ellos se tumbaban en el sofá.
—¿Entonces mañana vas a pasar por el cuartel?
—Sí, quiero retomar mi vida, lo que no sé es qué pasará, pero de aquí no nos vamos.
—Ya verás que no.
—Tienes las tetas más grandes guapa. Le decía despacito al oído.
—Calla que me vas poner colorada, quizá estén más grandes por los niños.
—Me encantan, y tus pezones. Y le tocaba sin que los chicos la vieran, metía las manos entre su
chándal… ¿Ya no vas a la piscina?
—No, no tengo tiempo nene, con los niños no me da tiempo.
—Bueno, haremos tiempo para que vayas y yo también, pero yo tengo gimnasio en el trabajo,
pero tú tendrás tu horita de piscina tus días.
—Te quiero.
—Y tenemos que juntar las cuentas, en cuanto me paguen juntamos el dinero.
—Pero…
—Ni pero ni nada, no lo digas, tengo más, he visto lo que me han pagado.
—Pero…
—Entonces, la casa la has pagado tú.
—Pues la ponemos a nombre de los dos.
—Si quieres, a mí no me importa.
—Pero a mí sí, vamos a la notaría en vacaciones o pedimos cita y la ponemos.
—Podemos dejar tu cuenta en la que estamos los dos para ahorrar y en la mía te pones y
llevamos las nóminas.
—En cuanto me paguen, a ver que me dicen.
—Bueno, eso ya lo vemos. Tenemos dinero y casa y coches.
—Y te tengo a ti y dos hijos y nos casaremos, iremos de viaje a Euro Disney a llevar a los
pequeños y luego nos vamos aunque sea tres días o cuatro los dos solos en verano. Estoy muerto
nena.
—Duérmete un rato hasta la cena, venga, te dejo este sofá para ti.
—No, quédate aquí conmigo.
—Vale.
—Pero en cuanto se quedó dormido, ella, le echó un mantita por encima y se fue al otro sofá a
leer un rato. Y a jugar con los chicos.
Luego hicieron los deberes mientras lo dejaban a oscuras con la lamparita del salón encendida,
los baños y ellos le preguntaban por papá.
—Ha venido de la guerra y está cansado, ha tardado muchos días en venir, sin dormir ni nada y
hay que cuidarlo mucho, darle besos y abrazos. Porque ha estado lejos y triste por no vernos.
—Mamá ¿y llevaba pistola?
—Claro, para defenderse.
—Yo quiero ser como mi papá. Decía Víctor.
—Ya veremos, primero tienes que crecer.
Una vez les secó el pelo y les puso el pijama. Se fueron al salón y ella les hizo la cena, una
tortilla y un yogurt. Y le dieron a su padre un beso y se fueron a preparar la ropa para el día
siguiente y a dormir.
Ella se acercó a él.
—Cielo —y lo besó y Víctor le echó las manos a su cuerpo y se la puso encima —Dormilón,
¿has descansando?
—Qué.
—¿Nos damos un baño y cenamos, y nos costamos? tienes que descansar. No vayas temprano al
cuartel. Te quedas a dormir hasta que te canses.
—Ya veremos.
Y se levantó, y se ducharon, allí la amó de nuevo, la levantó como le gustaba y entró en ella
bajo el agua, mientras Cata se aferraba a su cuerpo.
CAPÍTULO SIETE

El día siguiente, Cata, se levantó a las siete y él se levantó también con ella.
—¿Te vas a levantar temprano?
—Sí, he dormido suficiente, desayuno contigo. Tengo que hacer muchas gestiones, tarjeta de
salud al banco, al DNI, al trabajo… Te acompaño al trabajo y me voy a hacerlas.
—Vale —y lo besó.
—¿Nos da tiempo pequeña?
—¿A qué?... ¡Cómo eres!
—Sí da, nena. Sin preámbulos.
Al cabo de un rato…
—Date prisa que ya mismo está aquí Susi y no hemos terminado de desayunar. Tengo que irme
o llegaré tarde.
—Mañana te despierto media hora antes.
—¡Sí, hombre!
—Recuerda dónde he estado. Si no hubiese sido porque pensaba en ti, no lo habría soportado.
—Bueno. Has sobrevivido y es lo importante. ¡Venga!
—Eso me recuerda que necesito un reloj, cartera, un pc. Si me da tiempo, lo hago y mañana me
compro la ropa.
—No corras tanto.
—Te gusta que corra.
—¡Qué gracioso eres! A veces.
—Esa es mi Cata, te he echado de menos.
—Y yo a ti, guapo. Venga termina, mientras me lavo los dientes y me pinto los labios. Ya viene
Susi —cuando sonó la puerta. Ella ya se encarga de los peques. Se levantan más tarde.
—Hola Susi, —la saludó Víctor que fue a abrirle.
—Hola señor Víctor, buenos días.
—Nada de señor, Víctor a secas.
—Está bien.
Y salió Cata, con el abrigo y un chaquetón para Víctor.
—Nos vamos Susi. Ten cuidado y de comida lo que quieras, ahora somos cuatro. Te subiré un
poco el sueldo el mes que viene.
—No hace falta Cata. Me pagas bien.
—Ya hablaremos.
Y Víctor la acompañó al trabajo y la besó antes de entrar.
—Que tengas un buen día guapo. Cómprate un móvil también.
—Eso es otra de las cosas que tengo que comprar. Y ella le dijo en la compañía que estaba,
que diera su nombre y le hicieran una oferta con la casa y los dos móviles. Se llevó su carnet de
identidad y unas cuantas firmas de ella para hacer las gestiones.
—Vale, hasta luego pequeña. Te quiero.
Lo primero que hizo fue sacarse el carnet de identidad y el pasaporte, y el de salud. Ya al
menos tenía dos tarjetas. Fue al registro y le dieron un nuevo Libro de Familia.
Luego se fue al banco y pidió dos tarjetas de su cuenta y una de la de ella y él y poner su cuenta
a su nombre también.
Llevaba una orden de Cata para ello, la llamaron por teléfono para confirmarlo, además y ella
les dijo que sí, que era su marido.
Hizo lo mismo en la notaría, para preguntar por la casa. Le dieron unos documentos para que
los firmaran y el precio que les costaba ponerla a nombre de los dos. Tenían que ir por la tarde los
dos a las cinco.
Un vez que hizo todo eso, se pasó por el cuartel, iba nervioso, el corazón le palpitaba con
fuerza porque no sabía qué iba a encontrarse tantos años después.
Y cuando el teniente lo hizo pasar a su despacho, lo abrazó.
—Me alegro de que estés con vida Víctor. No sabes lo mal que estuvimos, sin poder decirle
nada a tu mujer que llamaba todas las semanas, durante un año. Estábamos impotentes y tu grupo a
la vuelta también. Te buscaron por todas partes. Pero lo bueno es que has vuelto y estás con vida.
¿Fuiste torturado?
—Sí señor, todos los meses durante casi tres años. A dos americanos y a mí. Estábamos en un
zulo bajo la tierra, con un agujero, con rejas en el techo, por donde entraba la luz, del tamaño de
una pelota de balonmano, o más pequeña enrejada también.
—¡Joder! Cuánto lo siento. Debió ser duro.
—Sí, llevaba mal la limpieza y el aseo, la oscuridad, el frio. Eran peor que los golpes.
—Bueno afortunadamente estás aquí. Por lo que sea, no os mataron. Eso hubiese sido peor.
—Sí, en eso tuvimos suerte.
—Bueno Víctor. Hace días recibí un informe del coronel americano de la marina de la base de
Bagdad. Me lo ha contado todo. Así que ¿Qué tal te encuentras para trabajar?
—De momento, con ganas de empezar de nuevo.
—Tenemos que hablar de dos cuestiones, una es que ya di los informes a los altos mandos,
sobre todo en el tema económico. Por esa parte, aquí tengo tu cheque de los cinco meses que te
faltaban de la operación a la que fuiste destinado y además otro de las nóminas de los meses
desde que desapareciste, claro que esas son sin turnos. Te las hemos preparado por si te hace
falta. Las pedí con urgencia. Aquí las tienes las dos cosas. Firma y te quedas con esta copia de
cada cosa y los cheques.
Y él firmó.
—Son casi ciento cuarenta y cinco mil euros, pero nos alegramos de que estés vivo y te
pertenecen.
Y ahora vamos a la cuestión del trabajo, que seguro que te interesará. Verás, tu plaza está
ocupada, no se te puede dar de nuevo. Salió en el boletín y la ocupa un compañero que pidió la
plaza cuando salió libre al año de no volver. —Víctor lo escuchaba con atención y no se esperaba
buenas noticias.
—Aquí puedes trabajar. He hablado con los mandos y te puedo ofrecer una plaza en tráfico,
pero hace tiempo que no conduces, ni motos tampoco, y sería un paso atrás en tu carrera. Pero me
he enterado de algo que me han propuesto para ti y que puede que te interese.
—Dígame…
—Cambiar de uniforme.
—¿Cambiar de uniforme?
—Te han recomendado ser Comisario de una comisaría de Policía Nacional, aquí, la que hay
en el mismo parque. ¿La conoces?
—¿La comisaría que hay frente al parque de arriba, frente al hotel? sí, claro.
—Esa misma. Es una comisaría pequeña, te gustará, sólo tienes por encima un mando, el
Comisario jefe, que no está en tu comisaría, está en la grande del centro. Es el comisario de todas
las comisarías de Jaén, pero la tuya, la dirigirías tú, aunque tengas que rendirle cuentas. Y el
sueldo, sería de tres mil ciento cuarenta euros brutos. Creo que te lo mereces. Harías un buen
trabajo. Llevarías tu propia comisaría y dirigirías a tu antojo, claro siempre que te atengas a las
normas y que el comisario jefe determine. Pero creo que será mejor que dirigir el tráfico y un buen
aumento de sueldo y de escalafón de tu carrera. Pero tú decides, Víctor. ¿Te interesa?
—Me interesa, sí señor. Me costará cambiar de uniforme, pero siempre será servir.
—Te he propuesto, con muy buenas referencias.
—Gracias señor.
—Puedes cambiarte de la Guardia Civil a la Policía Nacional y tienes un buen currículum.
—¿Y cómo sería el proceso?
—El comisario de esa comisaría, se jubila en un mes. Como te he propuesto, y has aceptado, en
cuanto te vayas voy a hacer todos los trámites. En definitiva, el lunes debes presentarte en la
comisaría a las diez, el comisario jefe, te estará esperando y te va a dar toda la documentación
para que la firmes, del traspaso y una carpeta de cómo dirigir una comisaría, el traslado de
Guardia Civil a Policía Nacional, te dará la lista de la ropa que debes comprarte y dónde
comprarla. Y el armamento, te lo dará. Ya sabes, firmas y demás. Tendrás que hacerte un examen
médico, lo que hacemos cada año. Ya te dará la lista.
—Bien,
—Tu trabajo ya sabes que será de despacho simplemente. De siete a tres, como aquí, excepto
casos extremos. Te va a dar toda la información de la comisaría, los mandos, qué se hace, quién
trabaja allí y tendrás dos semanas para estudiarlo y dos de prácticas con el comisario que va a
irse. Eso ya te lo dirá él, yo te lo adelanto. Trabajarás con él codo con codo. Así que empiezas el
uno de noviembre, para el estudio estarás en un despacho o sala y el otro medio mes, de prácticas,
en el mismo despacho del comisario. Y en diciembre el despacho es tuyo, ¿Qué me dices?
—Me parece bien.
—Así descansas esta semana y te recuperas. Que excepto el lunes que tendrás que ir a las diez
y hacerte el examen médico, necesitas un respiro. Lo que has pasado ha sido imposible para
muchos. Si me dices que sí, te preparo todo. Desde ya y le mando al comisario toda tu
documentación.
—Le digo que sí. No me importa dónde sirva. Y es un buen trabajo.
—Es un gran ascenso Víctor.
—Gracias por pensar en mí, señor.
—Te lo mereces. Pues qué te digo, que tengas suerte. Yo me encargo de toda la documentación
y el lunes a las diez en la comisaría, que será tuya.
—Está bien, se levantó y él teniente lo abrazó.
—Mucha suerte en tu nuevo trabajo. Estás preparado para ello. Y siento lo que te ha pasado.
Cualquier cosa que necesites, aquí me tienes.
—Gracias, señor.
—Llévate tus cheques, las nóminas, ¡Ah! y déjame tu teléfono móvil, si lo has cambiado
—Voy a comprarme uno, lo llamo y le doy el número.
—Perfecto entonces. Allí te mando tu cese de la Guardia Civil. Mucha suerte Víctor.
Y salió encantado. La policía era distinta pero iba a dirigir una comisaría. Ya era hora de
cambiar. El trabajo de despacho no estaba mal si dirigía.
Y se fue al banco, ingresó los cheques en la de ahorro, sacó más dinero hasta que le enviran las
tarjetas en la cuenta para el ahorro y luego a casa.
No subió, se tomó otro desayuno en la cafetería que había cerca de casa. Cogió el coche y se
fue al centro comercial.
Compró un móvil, con oferta, como le había dicho Cata, se lo configuraron y sólo metió los
números que recordaba y llamó al teniente para darle su número. Ya metería más números del
teléfono con Cata.
Se compró también una cartera, un bolsito de hombre, y un reloj, un pc, de última generación,
una impresora y un fax, para él.
Y en la librería una cantidad de material importante. De todo.
Llegó a casa cargado y Susi, estaba haciendo la comida. Al verlo entrar con cajas, le dijo:
—¿Le ayudo?
—No te preocupes Susi, lo meteré todo yo solo. Y creo que voy a recoger a los peques. Quiero
hablar con su profesora y la directora.
—Son las una y cuarto. Salen a las dos.
—Por eso, dejo esto y luego coloco yo todo, no te preocupes. Son cosas de despacho. Voy a
dejar cargando el móvil nuevo que he comprado.
Y guardó la documentación.
—Vale —Como quiera.
Y se fue al colegio que estaba a quince minutos andando y saludó a la directora y esta ya
conocía su caso y estuvo hablando del colegio, se lo enseñó, y a él le gustó. Había comedor.
—¿Hay comedor?
—Sí, pero Cata, dice que cuando sean más grandecitos, los dejará comer.
—¡Está bien!
—Venga, le voy a presentar a su profesora.
—Las instalaciones son magníficas.
—Sí, ¿verdad?
—Están perfectas, me gustan.
Y con la Directora fueron a la clase de los pequeños, llamó a la profesora. Ella salió y se lo
presentó. Hablaron poco, porque los niños se volvían locos.
—Bueno, no quiero molestarlas más. Sólo le voy a dejar mi teléfono y llevarme el suyo, por si
ocurre algo y Cata no pueda venir, o la chica que tenemos, Susi.
—Perfecto, lo voy a anotar en los datos de las carpetas de los chicos.
Y se despidió de ella. Y esperó fuera a que salieran del colegio. Quedaba un cuarto de hora y
se entró en una terraza. Se tomó una cerveza y espero a que salieran los pequeños.
La alegría fue grande cuando su padre los recogió.
—¡Papi has venido!
—Claro, los días que tenga libre vendré a por vosotros.
—¡Mira Lucas, este es mi papá, estaba en la guerra! —Le decía su hijo a un amiguito. Y la
madre lo saludó.
Los dos iban cogidos de la mano de su padre, hablando como cacatúas. Y él se sintió extraño
en esa situación. Extraño y encantado y se reía mucho con ellos, eran hijos de Cata y suyos.
—¿Vamos a ir mañana de compras papi y comemos hamburguesas? —decía Alba, la pequeña.
—Por supuesto que sí. Y vamos a comprar ropa de invierno para todos.
—¡Biennn!
—¿Y un juguete?
—También, papá os va a comprar un juguete.
—¡Biennnn!
—¡Qué bichos!
—¡Qué bichos! —repetían ellos y Víctor se reía.
Había sido un día bueno y completo. Y aún quedaba por la tarde la notaría.
Cuando llegaron a casa, Susi les hizo dejar las mochilas colocadas en su cuarto y lavarse las
manos para comer.
Mientras Susi, les daba de comer y estos no paraban de hablar y la chica se reía con ellos y
bromeaba, Víctor, se metió en el despacho y colocó todo cuanto había comprado. Las tarjetas en la
cartera y el dinero y en el bolso.
—Susi.
—Dime Víctor.
—Dame tu número de teléfono y te doy mi número. Tengo pocos y necesito el tuyo por si acaso.
Anota también el mío. Y si sabes el de casa, me lo das. No sé ni el de mi propia casa.
Y Susi se reía.
—¡Está bien!
Cuando acabó con los chicos, Susi le preguntó si quería comer.
—Espero a Cata, no te preocupes.
—Bueno, les voy a poner la tele un rato, ven dibujitos y luego se quedan dormidos la siesta.
—Me quedo con ellos, no te preocupes.
—Pues voy a doblar la ropa de la secadora entonces y retiro la mesa.
—Haz lo que tengas que hacer Susi, no te preocupes.
Y el llamó a su casa y habló con sus padres y les contó lo de la comisaría.
—Hijo, pero eso es estupendo, creo que será un buen cambio.
—Yo también, por eso he dicho que sí, no me apetece tráfico ahora, después de todo lo que he
pasado.
—¡Enhorabuena hijo!, te lo mereces.
—Gracias papá. Mamá. Ya sabéis, iremos, el fin de semana que viene, que luego ya me
reincorporo.
—Muy bien cariño, come bien
—Que sí mamá.
Y se quedó con los chicos, uno a cada lado y miró cómo se iban quedando dormidos.
Como el día anterior, los metió en la cama.
Eran las tres y cuarto y le dijo a Susi que de fuera si había terminado, que ya se ocupaba él.
—Bueno, ya he terminado por hoy.
—Pues por eso.
—Pues entonces me voy, hasta el lunes.
—Gracias Susi y cerró la puerta y se metió en el baño. Se duchó y se puso un chándal. Tenía
que modernizar la ropa, Cata tenía razón. Necesitaba de todo.
Cuando salió del baño, miró el despacho, ahora estaba lleno. Había sido todo un detalle que
ella hubiese puesto las dos mesas como las tenían en la otra casa.
La amaba. Era valiente y trabajadora. Había educado bien a sus hijos. No había nadie mejor
que ella. Y la había echado tanto de menos esos años, pensando que lo había olvidado y podía
estar con otro. Y lo que había hecho era darle dos hijos preciosos.
Cata entró por la puerta y él fue a su encuentro.
—Ven guapa y la besó y la cogió en alto para que sintiera su excitación.
—¡Loco que acabo de llegar!
—Sí, loco pero por ti. La llevó al sofá, le subió la falda y le bajó las medias y el tanga.
—Umm si te pones eso, me matas mujer.
—Y entró en ella como un loco.
—¡Oh Dios Víctor!, ¡Oh Dios, mi amor!
Y Víctor gemía y entraba y salía de ella rápido. La necesitaba y Cata sintió su orgasmo salir de
su cuerpo.
—¡Por Dios loco! que ni entro en casa.
—Mujer, ¡Estás muy buena!
—Eso ya lo sé.
—Vanidosilla, ya te daré después de comer, venga comamos.
—Me voy a duchar antes loco.
—Pongo la mesa. —Y le dio en el trasero.
—Eso está mejor. —Y lo abrazó por el cuello y lo besó.
—¡Qué recibimiento! Espero que Susi se haya ido.
—Claro mujer. Soy decente.
—Sí, muy decente.
—¡Ay!, te has comprado cosas para el despacho… —Cuando pasó por delante.
—Y un móvil.
—¡Qué bonito todo!
—Venga vamos a comer y después te lo enseño todo y te cuento lo que he hecho hoy.
—¿Buenas noticias?
—Muy buenas preciosa.
—Eso me gusta. Ya era hora, después de tanto tiempo.
La oyó en la ducha mientras ponía la mesa y sonreía. Cuando salía del baño Cata…
—¡Qué bien hueles!, Oye Cata.
—Dime guapo…
—Quiero una tarta.
Y lo miró y se rio, en cuanto comamos bajo a la pastelería y tomamos café con tarta de
chocolate o trufa y nata. Luego te tienes que quedar con ellos, tengo que ir al súper.
—No te preocupes, pero a las cinco tenemos que estar en la notaría.
—¿Sí? Pues tomamos café, vamos a la notaría y de allí me voy al súper y tú te los traes a casa.
—Sí, cielo. Lo que tú digas. Umm… ¡Qué hambre!
—Bueno cuéntame, ¿Qué has hecho hoy y qué ha pasado con el trabajo? Que sé que lo estás
deseando contármelo.
—He hecho gestiones, tarjetas, banco, lo que has visto… Me faltan las tarjetas del banco, las
tendremos en una semana. Tienes que anotar mi móvil.
—Claro que lo anotare y te daré números. Esta noche cuando estemos tranquilitos.
—He ido al colegio de los niños y he hablado con la Directora y su señorita, y me han
enseñado las instalaciones. Me gusta el colegio.
—Y a mí y a ellos, que es lo importante.
—Y nena tenemos dinero de ahorro, me han pagado lo que me debían hasta hoy.
—¿En serio? ¿Cuánto?
—Todo, tenemos en la de ahorro trescientos sesenta, he sacado veinte mil. Ahí tengo lo que me
queda. Y en la notaría son cinco mil setecientos.
—Lo pagamos con mi tarjeta. En la de casa tenemos cincuenta. No pude ahorrar más, por los
pequeños y lo que pago a Susi.
—Demasiado has hecho mujer. Tenemos un caserón precioso, moderno y nuevo, no le falta un
detalle.
—Somos ricos —reía ella.
—No, tú estás rica. —Y se reía.
—¡Tontorrón!
—Y ahora viene lo mejor, el trabajo. El lunes voy a la comisaría de Policía Nacional que hay
frente a tu hotel.
—¿A qué?
—Voy a ser el comisario. El jefecillo, el que manda.
—¿Cómo?
—Y se lo contó todo.
—¿En serio, Víctor?
—Sí, y voy a ganar lo mismo que tú.
—Pero qué tonto eres con el dinero… Sabes que nunca me ha importado que ganes menos que
yo.
—Lo sé, pero ahora, soy tu comisario y debes obedecerme.
—Eso seguro. ¿Sabes? Creo que te vendrá bien. ¿Y se puede cambiar de la Guardia Civil a la
Policía?
—Sí.
—Estupendo. Trabajaremos uno frente a otro.
—Pero tengo que comprarme toda la ropa.
—No pasa nada.
—Y hacerme un examen médico, iré el martes y ya hasta el siguiente lunes no empiezo.
—¡Qué cara, de vacaciones!
—Sí, preciosa.
—¿Estás contento?
—Mucho, aunque algo nervioso. Quiero hacerlo bien.
—Te quiero nene.
—Y yo a ti.
—¿Ves todo en la vida no va a ser malo para nosotros?
—Haré que sea bueno.
—Haremos.
Y cuando terminaron, de comer, bajó y compró una tarta mientras Víctor hacía el café.
Tomaron un trozo.
—¿Vamos a ir en chándal al notario?
—No pienso cambiarme, luego tengo que ir al súper.
—Me llevo dinero en metálico.
—No, déjalo, lo pagamos con mi tarjeta. Deja ese para la ropa de uniforme.
—Está bien, lo voy a guardar en el cajón y cojo un poco.
—¿Y la compra?
—Con la tarjeta, también.
—Vale.
A las cinco estaban con los peques en la notaría. Firmaron y pagaron y la casa ya era de los
dos, Se llevaron la escritura nueva. Y cambiaron el testamento que hizo Víctor. Hicieron uno los
dos juntos.
Él se llevó a los peques y ella en su coche se fue al súper e hizo una buena compra. Sobre todo
lo que le gustaba a Víctor.
La colocó mientras él bañaba a los pequeños y les puso el pijama.
—¿Hoy no hacemos los deberes? —Le pregunto el padre.
—No hay los fines de semana papá, los fines de semana sólo se leen libros.
—¡Ah bien, qué suerte!
Cuando se acostaron los peques y cenaron, se quedaron en el sofá viendo la tele y pasando
números de teléfono al móvil de Víctor un buen rato.
—Nena, quiero tarta.
—Pero que goloso…
—Debe faltarme azúcar.
—Espera y te traigo un trozo.
—Sin café…
—Sin café y vente a mi lado.
—Voy mimoso.
—Es que te necesitaba. —Y metía las manos y tocaba sus pechos y los pezones.
—Termina la tarta, ¿Cómo puedes hacer dos cosas a la vez?
—Porque tengo una parte femenina, nena.
Y Cata se reía.
—No te rías que estoy duro y firme y le bajó el pantalón del pijama y se metió en sus muslos
—Ah nene por Dios, que hace tanto tiempo, no creo que voy a ser capaz de… Víctor…
—Eso no he olvidado cómo se hace. Disfruta mujer.
Y ella gemía y tuvo un orgasmo explosivo.
—¡Ay mi amor, ay mi amor!
—¡Ay mi niña!
—Tonto, no te rías de mí, que no puedo respirar. —Y él la besaba por todo lados.
—Loco estate quieto que me haces cosquillas.
—Ahora verás.
Y ella cogió y metió su pene en la boca y lo besó y lamió.
—Cata, que me pones demasiado duro nena, aggg, mujer nena, sí, oh sí nena…
Y estuvieron jugando y haciendo el amor hasta cansarse.
—Vamos a la cama, mujer, que eres tremenda.
—¡Ay! ¿Y tú?
—Yo soy el hombre.
—Tú, eres el más tonto de los tontos, pero te quiero tanto... Me parece mentira que estés
conmigo. Es como un sueño.
—Más me lo parece a mí. ¡A la cama con tu marido, mujer!
Y se la llevaba como un saco de patatas.
—¡Qué hombre más loco con el que me he casado!
—Ninguno mejor que yo, nadie te hace el amor como yo.
—¿Y tú qué sabes?
—Lo sé y se acabó —y ella se reía.
—Di que tengo razón, chiquita.
—La tienes.
—Eres mía para siempre preciosa. Duerme desnuda.
—Como antes.
—Sí, como antes, como ayer.
Al día siguiente decidieron salir a desayunar todos e ir directos al centro comercial,
—Te has comprado otro coche más grande.
—Un monovolumen para las sillas de los peques y esto es una locura.
—Me gusta.
—Llévalo tú hoy.
—Trae las llaves, preciosa. —Dijo contento.
La mañana transcurrió entre compras y más compras para todos. Víctor, necesitaba de todo y a
Cata todo le parecía poco. Perfume, aseo, hasta una crema para la cara.
Luego fueron a por ropa para los pequeños y ella también se compró algo de ropa y un par de
abrigos y botas.
Cuando terminaron, se tomaron unas hamburguesas y los niños estaban derrotados.
Sus padre, como les prometió, les compró juguetes y Cata, algunos cuentos. Y dijo que se
acabó.
—¿Cuánto hemos gastado nena? Bueno mejor no me lo digas.
—No, mejor no te lo digo, porque hasta la primavera solo se comprará aseo y tus uniformes.
—Más nos vale.
Cuando llegaron a casa, los chicos, iban dormidos. El padre los sacó y ella iba cargada de
bolsas y Víctor, tuvo que bajar de nuevo a por más bolsas.
—Ven, no los coloques —le dijo Víctor —que aprovechamos, tomamos café y si queda tarta y
por la tarde colocamos con ellos la ropa.
—Ay sí que estoy muerta.
El domingo también salieron a comer al mediodía, pero de tapas. Los peques disfrutaban con
su padre. Primero pasaron por el parque y se cansaron de jugar, cuando comían ya estaban para la
siesta. Eran aún pequeños.
—¿Sabes que estoy nervioso, nena?
—¿Por lo de mañana? Tómate una tila. Te irá bien, ya verás. Solo tienes que ir el lunes y el
martes a hacerte los análisis, no puedes comer hasta que termines de hacértelos. Luego puedes
comprarte los uniformes. Así tienes la mañana ocupada del martes. Pero no te preocupes mi cielo,
estarás mejor, ya verás. Además te gusta organizar.
—Lo sé. Pero es algo nuevo.
—Aprenderás. Después de lo que debes haber pasado, no va ser peor.
Y así transcurrió la semana para Víctor. Le encantó la comisaría y su despacho cuando lo
dejara el comisario que se jubilaba. Tuvo que firmar un montón de documentos, domiciliar la
nómina, y llevarse una carpeta con información para que le fuese echando un vistazo esa semana si
podía.
Le dieron un lista de ropa que debía comprarse, y dónde y el lugar dónde hacerse los análisis
con su documento de lo que debía hacerse. Y llevarlo el lunes siguiente en que empezaba a
trabajar a las siete.
E hizo todo, le dijeron que el arma se la darían cuando empezara a trabajar.
Y se fue el lunes de más compras. Y no fue barato, porque se compró el doble de lo que le
dieron. Eran pocas camisas las de la lista. Y la colgó en el armario de la habitación de invitados,
como había hecho siempre. Susi le planchó las camisas y los pantalones, las chaquetas no hacían
falta.
El martes se hizo la revisión y al final no tenía que recogerlas, se la mandaban a la comisaria,
al comisario.
El resto de la semana, acompañaba a Cata al trabajo, luego se daba una vuelta por Jaén, e iba a
recoger los pequeños al cole.
Hizo la compra el jueves, Cata le dio la lista, porque se iban el viernes al pueblo. Llamó al bar
del pueblo para que el sábado le reservaran una mesa para todos, los hermanos de él, los padres y
ellos, quería comer con ellos y contarles que se casaban en Mayo, el día tres. Que era sábado.
Tenían que planificar la boda, pero ella quería esperar hasta después de Navidad, a ver qué tal
le iba a él en el trabajo y pasaran las fiestas. Pero Víctor, quería que lo supieran y además
reservar ya el salón en el pueblo. En el salón que el bar de Francisca tenía.
La comida fue fantástica, pagó Víctor.
Cuando dijo que se casaban en mayo, los padres le dijeron que la comida la pagaban a medias
entre los padres, como era costumbre en el pueblo. Se casaría allí por la Iglesia, no querían lujos,
mandarían invitaciones, un regalo y un puro a los asistentes y sus trajes, poner en la Iglesia flores,
de eso se encargaban las mujeres de la Iglesia y él les daba el dinero. Y nada más. Esperar que
hiciera buen tiempo.
Ya en verano irían de luna de miel y vacaciones con los chicos.
Lo harían por separado. Víctor, necesitaba unos días a solas con ella, enteros, como antes.
Y otros días con sus hijos, pero la necesitaba a ella sola, sabía que era egoísta, pero la
necesitaba.
Y Cata, le dijo que lo harían. Si quería podían ir a Nueva York, o podían ir a un sitio tranquilo
de playa o de montaña. Y Víctor le dijo que a la Sierra dónde habían ido juntos, al mismo hotel.
Le gustaban las noches frescas en pleno verano y bañarse y el hotelito era precioso.
—Pues si quieres volvemos allí unos días solitos.
—Sí, otro año viajamos, ahora necesito tranquilidad y si los llevamos a Euro Disney, ya con
eso tengo suficiente.
—Me parece buena idea mi amor. Reservamos en Junio, que luego todo está completo.
CAPÍTULO OCHO

El uno de Noviembre, Víctor e incorporó al trabajo. Había estudiado la información que le dio
el comisario esa semana, peor ya era un Policía Nacional.
Y la parte práctica, cuando a los quince días, de estar allí, se cambió al despacho del
comisario, le gustó más.
El uno de Diciembre ya era comisario y estaba solo en su despacho, tenía ganas y mejoraría lo
que había visto renovándolo y actualizándolo. Había documentos y cosas obsoletas e iba a aplicar
sus conocimientos para ello, claro que pediría permiso al comisario jefe.
Estaba contento, y eso hizo feliz a Cata. Iban llegando las Navidades y en el puente de la
Costitución, fueron a comprar un árbol y un Belén y decoró la casa. Los niños estaban como locos,
querían poner las bolitas, todo. Fueron unos días bonitos. Cata estaba ilusionada porque eran las
primeras Navidades que iban a pasar juntos en familia, aunque bajaran algún día al pueblo.
Antes de Navidad, ella fue a por los regalos y para los padres también y los sobrinos, irían al
pueblo el veinticinco, el veinticuatro se quedaban en casa los cuatro juntos.
Y en fin de año fueron al pueblo, dejaron los niños con los abuelos paternos y se fueron a la
discoteca.
En reyes lo pasaron en Jaén, llevaron a los niños a la cabalgata y recibieron por la mañana sus
regalos.
Los peques adoraban a su padre. Y éste los adoraba a ellos. A su niña y a su pequeño.
Cuando todo parecía ir bien y habían pasado las fiestas y Víctor se había afianzado en el
trabajo, cuando más felices eran…
Cata volvió del trabajo y los pequeños salieron a besar a su madre como siempre.
—Mamá, papá está malito.
—¿Está resfriado? —le preguntó a Susi.
—No sé, Cata. Venía del trabajo blanco. Y ha dicho que no se sentía bien. Está echado en la
cama. No ha querido nada. Ha besado a los peques y les ha dicho que le dolía la cabeza.
—Está bien, vete ya Susi, yo me encargo, tendrá jaqueca.
—¿Me quedo por si acaso me necesitas?
—No, mujer, le dolerá la cabeza.
—Bueno, pero si me necesitas por cualquier cosa, me llamas.
—No te preocupes, lo haré.
Cuando Susi se fue, ella dejó a los pequeños viendo la tele. No tardarían en dormirse y fue al
dormitorio.
—Víctor cielo, ¿qué te pasa?
—Levanta la persiana y abre las cortinas y la ventana.
—Hace frio, te vas a resfriar.
—Necesito, lo necesito.
—Pero qué...
—Víctor estaba en posición fetal. No se había quitado la ropa ni los zapatos.
—¿Has tenido un ataque de ansiedad?
—Sí, y de pánico.
—¡Estás temblando! —Y le tocó la frente.
—No tienes fiebre. ¿Cómo ha ocurrido?
Y mientras castañeteaba los dientes, se lo dijo.
—Por la calle. De pronto me encontré en ese cuchitril y me entró un miedo horrible, creía que
me moría. Y que no llegaba.
—Cariño, y lo abrazaba. Nunca has querido hablarme de ello.
—No he podido.
—Pues debes hablar de ello y lo vas a hacer. Si no me lo quieres contar a mí, a las cinco estoy
llamando a un psicólogo. ¡Si lo tienes cerca!, calle abajo. Deberías haber ido ya. Has estado muy
estresado. Si quieres dejamos la boda.
—No, la boda no se deja, quedan tres meses.
—Bueno, pero que sepas que vas a ir a psicólogo y no admito un no por respuesta.
—Como quieras, mi amor. Ven abrázame que se me pase.
—Espera y voy a ver a los chicos y los acuesto y me vengo.
Estaban dormidos y los acostó.
—Has tardado, mi niña y esto no se me pasa.
—Los he tenido que acostar para estar contigo, venga levántate.
—No puedo, mi amor. Estoy paralizado.
—Sí que puedes, vamos a desvestirnos y nos damos una duchita calentita y comemos algo.
—Espera que se me pase.
Y se acostó con él a su lado y lo abrazó. Hiperventilaba.
—Respira hondo, no hiperventiles, te vas marear. Intenta tranquilizarte. Ya estoy contigo mi
niño.
Sabía que era estrés postraumático, que no iba a ser todo tan fácil, que las secuelas empezaban
ahora. Y tenía trabajo nuevo y eso le preocupaba.
—Me preocupa el trabajo chiquita.
—No pienses en eso ahora. Mañana por la mañana estarás listo.
—Y no hacerte feliz.
—No pienses, es solo el momento cuando pase, serás el mismo. He leído sobre los ataques de
pánico y de ansiedad y me han dado cuando no estabas, pero no es lo mismo para ti.
—No quiero psiquiatra.
—Iremos al psicólogo. Calle abajo hay una clínica, me acerco cuando abran y pido cita. Quizá
te den par esta tarde, les diré que es una urgencia a ver si les queda una hora libre.
—Muy pronto lo veo. ¡Dios qué miedo! Estoy paralizado.
—Estoy aquí contigo.
—Al cabo de media hora, cerró las ventanas y bajó un poco las persianas. Hacía un frio de
perros. Lo desvistió y le colgó la ropa, dejó la camisa y la ropa interior en el cubo y ella igual y
se ducharon juntos con agua caliente, abrazándola.
—¡Oh Dios!, ¡Qué bien!
—¿Ves? ahora te encontrarás mejor. Un chándal calentito y comemos.
—Tengo el estómago…
—Un poquito. Hay sopa y te hago una tila doble.
—Estoy mejor Cata.
—¿Ves? eso dura un tiempo.
—¿Y si me pilla en el trabajo? Es lo que más miedo me da.
—Cierras el despacho y dices que no te molesten, o sales a la calle y me llamas, estoy al lado.
Ya nos apañaremos.
Cuando comieron, él, se quedó dormido en el sofá y ella estaba preocupada mirando en internet
acerca de lo que le había pasado. Y del estrés postraumático.
A las cinco bajó al centro de medicina y psicología que había calle abajo. Y preguntó si podía
visitarlo un psicólogo esa tarde. Le contó el tema a la chica de recepción y uno de los psicólogos
le dijo que lo atendería —y le dio las gracias. Tenía una hora libre a las siete y que para las
próximas sesiones, ya le daría cita. Anotó el nombre del psicólogo y se fue a casa antes de que se
despertaran los chicos.
Cuando llegó estaban despiertos y sentados jugando delante del padre.
—¡Hola mamá!
—¡Hola preciosos!, ¿queréis merendar?
—Sí, papá está dormido.
—Bueno dejadlo, como le dolía la cabeza, le he dado una pastilla.
Se tomó un café, les dio la merienda y se fue con ellos a sus habitaciones a hacer los deberes y
a leer un rato.
Cuando acababan Víctor la llamó.
—Terminad de leer que ya vengo. Voy con papá. En cuanto acabéis, preparad la maleta para
mañana. Luego nos duchamos.
—¿Podemos jugar en la habitación de Víctor?
—Sí, pero la puerta abierta.
—Sí mamá.
—¡Hola cielo! Le dijo a Víctor cuando llegó al salón —y lo besó, sentándose a su lado.
—¡Hola mi amor! no te he visto.
—Estaba con los pequeños haciendo los deberes. Te has quedado dormido. Eso te vendrá bien.
¿Quieres merendar?
—Un descafeinado. Si hay algún dulce…
—Me he traído una tarta de las que te gustan, de paso.
—¿De paso de dónde?
—De la dulcería. He ido a la clínica mientras estabas dormido, mira, le dio el papel que había
dejado en la mesa.
—¿Eso qué es?
—Eso es que tienes un psicólogo a las siete. Tenía esa hora libre. Te verá antes el médico y ya
te dará hora fija para las demás sesiones.
—Crees que…
—No creo, y no sigas, vas a ir y a curarte. Esto no va a ser cosa de un día mi amor y quiero que
estés bien y puedas contarme qué te pasó.
—Está bien.
—Está cerquita y tiene médico por si te manda algo para relajarte.
—No quiero tomar nada.
—Lo que te digan, Víctor, no empieces. Esto no es ninguna broma ni ninguna tontería. Y cuanto
antes lo atajemos mejor será para ti.
—Vale, lo que tú digas.
—Te traigo la tarta y el café.
—¿Tú no tomas?
—Sí, voy a tomarte un trozo. Ya solo me queda bañar a los peques cuando te vayas.
—¿Han hecho los deberes?
—Sí, los hemos hecho.
—Ven antes y me abrazas.
—¡Qué mimosito! —y lo estuvo besando.
—¡Tócame!
—Están los chicos en la habitación de Víctor.
—Jo…
—Esta noche.
—¿Lo prometes?
—Sí, está bien. Si lo hacemos todas las noches, tonto. —Y él se reía.
—Sí, pero estoy malito.
—Sí, ya lo veo. No hagas bromas de eso, pero te ayudaré y estaré pendiente de ti y te mimaré
como un niño —le decía mientras iba a la cocina.
Cuando llegó la hora de ir al psicólogo, Víctor le dijo:
—Tengo miedo, nena.
—Miedo y has estado Dios sabe dónde, venga, tira palante, llévate dinero o la tarjeta.
—Esto nos va a costar una pasta.
—Me da igual, tenemos dinero y si no lo tuviésemos, pediríamos un préstamo.
—Pues entre la boda y el psicólogo…
—Tendremos. La salud es lo primero, así que ponte las pilas. Mientras baño a los niños y les
doy la cena.
Cuando llegó Víctor a la clínica diez minutos después, le atendió el psicólogo, pero lo mandó a
que el médico lo reconociera, la tensión, y el resto. Le enseñó la analítica que le había hecho
hacía poco más de dos meses y medio.
Le dijo lo que le había pasado a grandes rasgos y éste le recetó Lorazepan, porque no quería
tomar nada fuerte y eso lo más flojo del mercado, pero el doctor le dijo que era de lo más flojo y
que debía tomarlas una en cada comida. Ya iría quitándole media dentro de unos meses.
Y si le daba el ataque de ansiedad, se metiera una debajo de la lengua solo en esos casos. Le
hizo un electro y le contó los síntomas que podía tener, que no se asustara.
Y lo pasó al psicólogo con todos los informes.
—Siéntate Víctor.
Y él se sentó. Le hizo unos test…Y ahí empezaron sus sesiones con el psicólogo, al principio
dos veces a la semana durante dos meses.
Quedaba un mes para la boda y tenían todo preparado hasta la ropa. Habían mandado las
invitaciones. Ella casi se ocupó de todo. De encargar todo, hablar con todo el mundo, excepto ir a
por su traje.
En ese tiempo, fue cuando más fuerte surgió el estrés a Víctor, por eso ella quería anular la
boda, porque no lo veía bien. Pero él tozudo no daba su brazo a torcer.
Esos meses hasta que el psicólogo le dio cita ya una vez a la semana, pero la medicación
seguía siendo la misma, nadie lo sabía excepto ellos, ni la familia. No querían preocuparlos.
Entre los síntomas que tenía, eran ataques de pánico repentinos, ataques de ansiedad, pesadez
en el pecho, pesadillas nocturnas. Habían sido incontables las veces que ella dejaba de salir a
desayunar por si la llamaba y así salía e iba a algún bar cercano hasta que se le pasaba.
Por fortuna, en el trabajo no le daba tanto, era más por la tarde, noche y fines de semana y tenía
que atajar además eso y para que los chicos no vieran demasiado.
Él se agazapaba como un niño y lloraba a veces impotente hasta que se le pasaba. Luego volvía
ser el hombre normal.
Tenían sexo como siempre lo habían tenido.
—Menos mal, nena que a esto no me ha afectado, si no… Sí que me dejarías.
—Tonto.
—Tengo que agradecerte tanto... Cuando estaba en aquél cuchitril solo estabas tú, todo eras tú,
por eso sobreviví.
—Y ahora también lo harás. Esto no es nada comparado con aquello. Y lo superaste, mi amor.
—¿Quieres contármelo? —le preguntó un sábado, medio mes antes de la boda, mientras los
chicos dormían la siesta y ellos habían hecho el amor en el sofá.
Y Víctor le contó todo, mientras ella lloraba y él también.
Fue un momento intenso y él se desahogó en cierta medida al igual que lo hacía en la consulta
cuando iba los miércoles al psicólogo.
—Dios mío Víctor, yo no hubiera sobrevivido a eso. Y lloraba. Víctor la abrazaba.
—No llores guapa. Ni yo tampoco hubiera podido sobrevivir, si no es por Jim y eso que era un
negro de dos metros y apenas cabía de pie. Me gustaría que lo conocieras. Y sobre todo porque
necesitaba verte una vez más y besarte y tenerte. No sabes cuánto te necesitaba. Pero fueron dos
años y medio.
—¿Sólo? es una eternidad, pequeño.
—Sí, si hubieras visto mi pelo y mi barba. Lleno de piojos, las uñas…
—Pero ahora tienes unas manos bonitas, nene, siempre las has tenido y me hacen maravillas.
—Hasta cuando estoy mal, tienes sentido del humor.
—No siempre lo he tenido, yo lo pasé también mal, pero ni se cerca de lejos a lo tuyo.
—Ya no te dejaré ir más.
—Ni yo iré.
Y lo abrazó fuerte.
—¿De verdad quieres que nos casemos? quizá con tanto jaleo te pongas con ansiedad.
—Vamos a casarnos. No me echaré atrás aunque ya estemos casados por lo civil.
—Vale, testarudo.
En esos meses antes de la boda, todo empezó a mejorar lentamente, pero al menos las crisis no
eran tan fuertes, no tenía tanto miedo y el psicólogo le enseño a saber cómo manejarlas, aunque
era muy difícil. Pero era buen paciente.
El fin de semana anterior a la boda, ella fue al pueblo y Víctor se quedó con los chicos.
Fue a llevar toda la ropa y dejó en casa de los padres de Víctor la suya, el resto en su casa.
Todo colgado y preparado, lo dejó la madre con su ayuda.
Fue a habar con Francisca del local y la comida y la discoteca para bailar que tenía debajo del
salón. Eso lo pagarían ellos y se lo dejó pagado.
En la Iglesia dejó dinero a Isabel, la señora que se encargaba de la iglesia, para que comprara
las flores el viernes y las colocaran.
Ellos irían el viernes, y todo debía estar listo para el sábado.
Su preocupación era que Víctor, estuviese bien. Y lo llamaba cada dos por tres.
Cariño, me quedo a comer y luego voy, tu madre no me ha dejado irme a estas horas sin comer.
—Y Víctor se reía.
—Estoy bien cielo, los niños y yo ya hemos comido.
—¿Sí?
—Sí, —y se oían a los peques —De tapas.
—¡Menuda cara!
—Han querido ellos.
—Sí, que a ti no te gustan… —Y se reía.
—Espero tenerlos dormidos para cuando vengas. Estaré en el sofá desnudo.
—¡Qué malo eres!
Y los padres de Víctor se reían porque algo le había dicho. Veían lo felices que eran, pero no
sabían que su hijo lo pasaba mal.
La boda fue preciosa, los niños llevaban cestitas con pétalos de rosas y el niño otra con los
anillos. Estaban contentos de ver la boda de sus padres.
Cuando Víctor la vio entrar en la Iglesia del brazo de su padre, no vio novia más guapa en la
vida, aunque ya estaba casado con ella, pero se emocionó, e hizo emocionar a su madre que estaba
su lado.
Se hicieron fotos, invitaron a todo el pueblo, amigos, y compañeros de trabajo que fueron al
pueblo. Había más de doscientas personas.
Las bodas de los pueblos, eran así. Se conocía todo el mundo y todo el mundo iba a las bodas,
y ellos habían ido a las de los demás y los demás fueron a la suya ahora.
Cata lo miraba y estaba pendiente de él, pero Víctor estaba feliz, departiendo con la gente, y
más guapo que en toda su vida. Lo miraba y lo amaba y en la Iglesia le pidió a Dios que lo curara,
por su familia, porque lo merecía, por lo que había pasado, porque lo amaba tanto como a sus
hijos. Y no iba a perderlo una tercera vez. Ni loca.
Esa madrugada, se fueron a dormir al hotel dónde ella trabajaba a pasar la noche de bodas. Su
jefe se la regaló y le dejó fresas, fruta, champagne y la mejor habitación del hotel.
—Nena, menos mal que te has traído ropa.
—No vamos a salir mañana vestidos de novios, ya lo tenía preparado.
—Te amo, lo sabes.
—Yo a ti también.
—Ahora eres mía ante Dios.
—No sabía que eras tan religioso.
—Ven aquí tonta. Nuestra boda ha sido preciosa. ¿Contamos el dinero?
—Mañana, está en esa bolsa.
—Nuestros padres pagan el convite y nosotros nos llevamos el dinero que la gente nos regala.
—Siempre ha sido así en el pueblo. Son costumbres que no vas a cambiar ahora, nena.
—Es verdad, pero al ser la mía me parece raro.
—Tú, llevabas sobres como yo, con dinero en las bodas.
—Cierto.
—Pero ahora mismo tengo que hacerte otras cosas, novia.
—Nos quitamos la ropa y el primero en la ducha. —Y ella se reía…
—Olvídate de todo esta noche mi amor.
—Dirás de madrugada. ¡Ah Dios Víctor!…
—Ummm, me encanta cuando dices; Ah, Dios Víctor, porque sé lo que significa.
—¿Sí? Qué —gemía ella
—Que estoy dentro de ti y somos uno, nena, no te muevas tanto, pequeña.
—Eso también me gusta cuando tú lo dices.
—¡Joder Cata!, nena, que me estás poniendo…
—¿Cómo? —le decía en su boca, rozándola eróticamente.
—Duro como una roca.
—Pues vamos a ablandarte.
—Loca, mujer, que me Oh Dios… —y ella puso su cabeza en el hombro de Víctor cuando
acabaron.
—No voy a poder bajarme con las piernas abiertas. Me duele todo.
—¿Para qué haces tantas figuras nena?
—Eres más tonto... Y se besaron enredando sus lenguas en una danza sin fin.
Les amaneció haciendo el amor.
—Esto de no tener a los peques me pone.
—Pues lo tenemos.
—Y ya no quiero no tenerlos, pero estar aunque sea una noche así, los dos solitos… Te mataba.
—¿Ah no me estás matando?
—Aún no, tengo fuerzas, con el champagne y las frutas…
Cuando se despertaron eran las doce de la mañana, se ducharon y pidieron un buen desayuno. Y
cuando terminaron, ella recogió la ropa en la maleta, dejando lo que iban a ponerse para ir por los
chicos por la tarde.
—Ven aquí a la cama ya, nena.
—Si no salimos…
—Mejor, vamos a contar el dinero. Yo anoto y tú cuentas y abres los sobres.
Y estuvieron más de media hora abriendo sobres.
—Ya.
—¿Cuánto?
—Ciento cincuenta mil euros. La familia nos ha echado bastante y nuestros padres cincuenta
cada uno.
—Están locos, pero si han pagado el banquete...
—Pero les han dado lo mismo a todos los hijos.
—Madre mía, Víctor, están locos.
—Y el hotel gratis gracias a mi mujercita. La pena es que me gasto una pasta al mes en
psicólogo.
—No son ni doscientos euros Víctor y merece la pena, más me gastaba en guardería y ahora, no
hay guardería y somos dos ganando. Y eso no se quitará hasta que estés bien del todo.
—Toma guarda el dinero y lo ingreso el lunes. Y te digo como estoy.
—Sé cómo estás, te estoy viendo.
—Pero en cuanto se te baje nos vamos.
—¿Pero no me lo vas a bajar?
—¿Quien ha dicho que no?
—Mi Cata… Y le abrió las piernas y se metió dentro hasta hacerla temblar de placer y luego
entró en ella a bajar su pene en su cuerpo.
—¡Ay Víctor! Me matas, sí así, sí, sigue, Dios Víctor…
—Joder Cata. Cada día estás más buena. Deja que me quede dentro un poco.
Cuando ella le hizo a él un rato después el amor con su boca, entonces, decidieron irse.
—Venga vamos a casa loca del sexo.
—Te voy a dar maldito y empezaron a jugar de nuevo.
—Cata que ya sabes cómo termino.
—Me gusta cómo terminas pero te doy —y se ponía encima de él y en un momento la penetró
de nuevo.
—Por Dios. ¡Vámonos ya, Víctor!
—Sí, esta vez nos vamos. Dale las gracias a tu jefe el lunes.
—Claro que se lo daré por eso deja lo más recogido posible.
—Pasaron por casa y dejaron la ropa para llevarla al tinte, colgada en el armario de la
habitación de invitados, y la interior en el cubo de la ropa.
—¿Tomamos unas tapas y cafelito y vamos a por los peques? ¿O pedimos y nos quedamos en el
sofá a dormir un rato?
—Prefiero tomar un par de tapas, y venir a echar una siesta corta. Tomamos café y vamos a por
ellos.
El lunes, ella le dio las gracias a su jefe por el regalo de la habitación de hotel y de nuevo todo
comenzó a ir rodado, excepto el tema de Víctor, pero iba mejorando día a día.
Ella, pensó que ese año no irían a Euro Disney, de todas formas no les habían dicho nada a los
pequeños y Víctor aún no estaba recuperado del todo, así que decidieron ir a la Sierra y a la playa
en verano, poco tiempo para que no se agobiara Víctor.
La sierra le venía bien y a los niños les encantaba ver a los animales.
Luego fueron una semana a Cádiz, las playas era preciosas, y ella eligió un hotel bonito,
Un año después, los chicos habían cumplido cuatro años, y Víctor estaba muy bien. Ya apenas
tenía amagos de crisis de ansiedad, los de pánico habían desaparecido y él se encontraba fuerte,
bien, y estaba encantado con su trabajo.
Una noche, recibió una llamada de teléfono y le extraño.
—¿Jim? ¡Joder Jim amigo! ¿Cómo estás? ¿Cómo me has encontrado?
—Llamando a todos lados tío.
—¡Que alegría más grande!
—¿Y tu Cata?
—Me casé de nuevo, por la Iglesia. ¿Sabes? tenía dos hijos de tres años, ahora tienen cuatro
años, niño y niña.
—Tú sí que sabes.
—¿Y a ti qué tal te va? ¿Por dónde andas?
—Por Texas
—¿Por Texas?
—Sí, soy Sheriff de un condado de aquí. Llevo unos cuantos pueblos. Lo solicité y me lo
dieron.
—¡Cuánto me alegro, Jim! si no hubiese sido por ti. Te debo la vida. ¿Te has casado?
—Sí, tengo una negrita guapa y está embarazada.
—¿En serio?
—Sí, voy a tener una chica, la princesa de su padre.
—¡Cuánto me alegro Jim! ¿Sabes algo de Tom?
—Es mi ayudante. Me lo traje.
—¿En serio?
—Y tan en serio, me lo traje. Estaba sin trabajo, tiene novia y espero casarlo.
—¡Eres tremendo tío!
—Bueno, ¿Cuándo vienes por Texas con tu Cata y tus niños?
—Ya me gustaría, pero creo que este año ya tenemos las vacaciones previstas.
—Te espero el año que viene, así tendré a mi chica. Tenemos que vernos.
—Intentaré ir, sería bueno encontrarnos los tres de nuevo.
—Bueno Víctor, ya te quedas con mi número ya sabes mi número, y te mando el Skype, pero no
te librarás de mi el año que viene.
Estuvieron hablando media hora.
—Es uno de ellos —le dijo a Cata —es el que me salvó la vida a mí y a Tom. Si no hubiera
sido por él… Están en Texas y nos han invitado para el año que viene. Me gustaría ir. En serio
Cata.
—Por supuesto. El año que viene vamos a Texas, tengo que darle las gracias al hombre que
salvó la vida del mío.
—¡Cuánto te quiero nena! Por más años que pasen te seguiré queriendo.
—Y yo a ti.
—¿Dejo ya el psicólogo?
—Ni hablar cuando él lo considere. Además tienes que preguntarle si verlos es bueno para ti.
Y si estás en condiciones de ir cuando llegue el momento.
—Pero nena…
—Que no, que te viene muy bien. Como lo dejes, te castigo con sexo.
—Pero qué dices mujer, ¡Ven aquí chiquitilla!
—¿Con qué dices que vas a castigarme? —Mordisqueando sus pezones y metiendo la mano
entre sus muslos.
—¡Estate quiero Víctor!
—Primero me dices con qué vas a castigarme —Y ella se reía.
—Sin sexo.
—¿Ah sí? ¿De qué clase de sexo? —Y se bajaba el pantalón, mientras le apartaba el tanga a
ella.
—¡Ay Víctor, por Dios, sin sexo!
—Y él entraba en ella de una embestida.
—¡Dios Víctor, sin sexo! —seguía ella.
—Ummm, sí, sin sexo, mientras ella abría más sus piernas y las ponía entrelazadas en su
trasero para que entrara dentro del todo.
—Cata, Cata, qué mala eres, si haces eso, nen… que eme… joder Cata no corras, nena, que me
corro y quiero que tú lo tengas también.
Pero Cata ya estaba en su mundo y sentía bajar de su cuerpo el calor ardiente que el cuerpo de
su hombre, le arrancaba, en un orgasmo caliente y húmedo, interminable y provocador.
Le gustaba provocarlo, porque le gustaban a Víctor los retos, ella lo sabía y lo provocaba. Y él
estaba encantado. Era su juego. Era un juego entre ellos que aprovechaban cuando no estaban los
chicos o echaban la siesta o de noche.
—Eres una mujer loca y provocadora, y yo, que pensaba cuando te conocí que eras una
mojigata y me has resultado ser una pervertida.
—Sí, me has hecho una pervertida, yo era una chica decente.
—Me gustaban todas tus facetas.
—¡Ay mi amor! Soy feliz
Y él se sentía satisfecho.
CAPÍTULO NUEVE

Ese verano, sí llevaron a los niños a Euro Disney una semana y se quedaron en un hotel en el
parque. Lo vieron todo y dejaron un día para ver París.
Tomaron para ver lo más importante y comieron en Montmartre, la parte preferida de Cata.
Montaron en un barquito por el Sena y descansaron bajo la Torre Eiffel.
Los niños volvieron encantados.
A los dos días los dejaron en el pueblo con los abuelos y se fueron a la sierra cuatro días
solos.
—Nena, esto es vida —decía Víctor en la piscina del hotel—. Solitos los dos.
—Estás bueno cielo, no me digas esas cosas que hay gente y sabes lo caliente que me pongo
cuando me dices esas cosas... Esta vez no voy a salir del hotel.
—¿En serio?
—En serio.
—Hotel, desayuno, piscina comida piscina, y cama.
—¡Qué exagerado!
—Ya te lo diré después. Estoy muerto de París nena.
—Es verdad, creo que vamos a vaguear estos días.
—Tenemos cuatro y tenemos que aprovecharlos. Además mi madre me ha dicho que podemos
dejarlos más días en el pueblo, que tienen amiguitos —Dijo Víctor.
—¿Los dejamos?
—Sí, tres días más para nosotros en casita sin nada, comiendo fuera, dando paseítos por la
noche, aire acondicionado, y nada de hacer de comer, bajamos a comer y cenar y desayunar. Si
acaso tomamos café en casa.
—Hasta que vengan.
—Vale hasta que vengan no hacemos nada.
—Una gran compra cuando lleguemos y nada más.
—Iremos. Ahora ven aquí, nena.
—¿Qué quieres?
—Me encantan esas tetas que asoman tras ese bikini.
—¡Qué pavo eres!
Y la cogía y la tiraba a la piscina.
—Víctor, loco…
Cuando se cansaron fueron a darse una ducha para ir a comer al mediodía.
Estaba en el baño quitándose el bikini y lavándolo para dejarlo secar. Él se cercó por detrás
—Ummm. Y se acercó a su trasero tocando sus pechos y mirándola a través del espejo.
—Víctor…
Y Víctor bajó un mano a su sexo y se metió entre su trasero. Cogió su pene y la penetró desde
atrás.
—¡Oh Dios, nene!
—¡Mírame! —le decía, para que lo mirara a través del espejo. Quiero ver cómo lo tienes nena,
mientras se movía y tocaba su clítoris por delante y pellizcaba con la otra mano los pezones.
—Si me haces todo eso a la vez, no voy durar. –Gimiendo.
—Esto me resulta erótico, nena, ¡Joder qué buena estás!
—¡Oh dios Víctor! tú sí que estás bueno…
—No cierres los ojos, ¡Mírame!
—Es que…
—¡Qué guapa te pones!
—Víctor no puedo más…
—Lo sé nena —Y apremió el ritmo y se corrió como un loco abrazándola posesivo, mientras
ella se retorcía de placer.
—Jo Cata —dijo cuando terminó sus últimos impulsos.
—¡Dios mío!
—No puedo cansarme de ti jamás. Y se dio la vuelta y la besó, la cogió a horcajadas y se
metieron en la ducha.
—La siesta fue más calmada, en la cama. Era incansable e insaciable y sabía que nadie los
molestaba —Ella sabía de la libido de Víctor.
—Creo que cuando nuestros hijos se independicen, seré un viejo verde.
Y Cata se reía.
—Aún queda para eso.
—En cuanto terminen la carrera que busquen trabajo y se vayan.
—¡Qué malo eres!
—Es que para entonces tendremos casi sesenta.
—Un hombre con sesenta está en forma todavía.
—Eso espero. De momento voy a aprovechar los treinta y nueve.
Siempre estaba abrazándola, besándola y cogiéndola, jugando con ella. Y para ella, ese era el
hombre ideal, serio en el trabajo, tierno con sus hijos y con ella todas esas cualidades. Que la
deseara tanto era lo mejor que le habían pasado en la vida, porque ella lo amaba tanto y lo
deseaba tanto… Su cuerpo era perfecto. Era grande y la obligó a ir un par de tardes a la piscina
como antes. Él se quedaba con los chicos y tenían una vida feliz.
Cuando volvieron de la Sierra, hicieron una compra y ella puso unas lavadoras. Llamaron al
pueblo y los chicos no querían irse. Así que los dejaron unos días y ellos aprovecharon para estar
en casa tranquilos, salían de tapas cerca porque hacía un calor tremendo y por la noche daban un
paseo por Jaén y comían en un sitio u otro.
Un de esas noches no pudo ella tener tan mala suerte. Pues se encontraron en una de las terrazas
a la chica del pueblo con la que lo había compartido a los dieciséis y al verlos, fue a saludarlos.
¡Cómo no! Primero lo saludó a él y después a ella. Pero se sentó al lado de Víctor,
preguntándole de todo, por su trabajo, ella, le contó que se había divorciado, que a ver si
quedaban a tomar un cerveza y hablaban de la juventud, y ella parecía un fantasma que no existía y
se fue poniéndose de los nervios.
Y después de que la chica en cuestión lo mirara con ojos de deseo, ella hablo:
—¡Oye Tere!
—Ay Cata, perdona, que me he puesto a hablar con Víctor y no me he dado cuenta.
—Pues óyeme que estoy. No vas a quedar con él ni te va a dar su teléfono, ni vas a verlo. Ni
vas a recordar el pasado salvo tú sola. Y ahora si nos perdonas, te vas a la mierda pero ya. Venga,
¡A tomar por culo!
Cuando Cata se ponía, se ponía, y no le importaba nada.
Tere, se levantó, miró a Víctor y se fue sin despedirse. Y Víctor se quedó serio. Se levantó a
pagar y Cata dijo:
—No pienso irme aún, quiero otra cerveza y otra tapa, si quieres vete tú a casa luego me voy
yo cuando me apetezca. Quizá vea a alguno del pasado y quiera recordar lo bien que follábamos
en la universidad.
Pero él se quedó allí, desconociéndola. Esa parte de Cata, no la conocía y no le gustó. Había
sido desconsiderada y maleducada con Tere.
Y ella pensó que si se enfadaba que le dieran, no iba a consentir que se lo quitara en sus
narices a no ser que él quisiera irse, pero si lo hacía, sería la última vez.
Si quedaba con ella ni siquiera para tomar una cerveza o saludarla, lo suyo había acabado.
Cuando a ella le pareció, se levantó, él fue a pagar y fueron andando en silencio a la casa.
Cuando entraron, ella se puso el camisón corto y transparente que tenía. El más erótico. Se lavó
los dientes, y tomó el mando de la tele y se tumbó con un cojín debajo.
El hizo lo mismo.
Seguía serio, sin decir una palabra. Sin embargo, ella estaba tranquila.
—Oye Cata.
—Hombre, por fin hablas.
—¿No crees que te has pasado?
—Para nada, creo que me he quedado corta. Me dieron ganas de cogerla de los pelos.
—Cata, aquello pasó hace tiempo, hablar o tomarme una cerveza con ella no va a...
—No sigas, te voy decir una cosa Víctor. Esa mujer y tú me hicisteis mucho daño, mucho.
—Pero fui yo el que salía contigo, ella nada tenía que ver.
—No pienso como tú. Ella fue una sinvergüenza como lo fuiste tú en su momento porque bien
que sabía que salía contigo y mi situación, y te amo, te he perdonado y ahora eres mío, si quieres
claro.
—Cata…
—Si te veo hablando con ella, saludándola, su teléfono en el tuyo o me entero de que ha ido a
verte, te irás de mi casa.
—La casa es de los dos. —Dijo enfadado.
—Pues te vas con tu dinero y me quedo con mis hijos y la casa. Que te quede claro. Ya no soy
la tonta de antes. Tú te lo piensas bien.
—¿No estás exagerando?
—La he visto, cómo te miraba y no exagero, si eres tan tonto como para creerla, allá tú. Piensa
si merece la pena echarle un polvo, o tomarte una cerveza o tener a tu familia.
—No eres justa. Estoy bastante enfadado.
—Muy bien, cuando se te pase el enfado, vuelves al dormitorio, mientras duerme en el de
invitados.
Y lo dejó allí en el salón y se fue a dormir.
—¡Pero qué cojones!… —Dijo Víctor.
No entendía a Cata. Había exagerado. Tere, siempre había sido una chica buena. Sí, eran
jóvenes y él fue el que se acercó a ella estando con Cata, pero ahora eran adultos.
Bueno él no había hecho nada, no le había dado el teléfono, ni tampoco dónde trabajaba, solo
que era policía nacional.
Pero si Cata, quería que tuvieran su primer enfado, lo tendrían. No tenía que pedir perdón por
nada, porque no había hecho nada.
Para Cata no tenerla en cuenta había sido importante, pero eso era una tontería.
A ver quién aguantaba más. Ya volvería a por él.
Esos días que iban a pasar bien, se fueron al traste. Ella se iba por las mañanas después de
desayunar a la piscina y venía al medio día. Él estaba serio.
—Bajo a comer —Le dijo el primer día.
—No me esperes, si quieres bajar a comer antes de que venga de la piscina.
Y bajaban juntos, hablaban lo necesario. Se echaban la siesta cada uno en un sofá y Víctor la
miraba y maldecía. Y seguía pensando que no tenía razón.
Y así pasaron los días y ella le dijo que bajara al pueblo a por los chicos, que ella no quería ir.
Y Víctor se trajo a los pequeños.
Y siguieron igual, Cata, se iba alejando y Víctor estaba cada día más enfadado, cabreado. No
veía el sinsentido de Cata. Y la echaba de menos.
Y Cata no iba a buscarlo.
Llegó septiembre y empezaron a trabajar, ella iba sus tardes a la piscina y él al psicólogo y le
contó el tema de Cata un día.
El psicólogo entendía a cada uno, pero, era empático con Cata.
—¡Pero si no pasó nada! No la entiendo.
—Ahora no, Víctor, pero ella tiene su dolor aún dentro. Superas algo si no vuelve, pero para
ella, el pasado ha vuelto, que no la tuvieses en cuenta, o la abrazaras para que tomara nota la otra,
fue un error por tu parte.
—Pero eso es una tontería.
—Para ti. Yo sólo te doy mi opinión como hombre y no debería.
A mediados de septiembre, todo seguía igual, Víctor dormía en la habitación de invitados y ella
en el dormitorio, llevaban casi un mes así, y los pequeños entraron en el colegio. Ella fue a
comprarles por la tarde todos sus libros y al centro comercial al día siguiente a por ropa y lo
pasaron estupendamente.
Susi, no era consciente de nada, porque llegaban apenas ella se iba y Cata cambiaba las
sabanas de Víctor el fin de semana y las lavaba.
Comían en silencio. Hasta que Víctor no podía más.
—Cata…
—Dime —mientras comían.
—¿No crees que ya es suficiente?
—Tú dirás si es suficiente.
—Pero mujer si no la voy a ver, no la he visto, ni me ha llamado, te has enfadado por nada.
—No me has pedido perdón.
—¿Quieres que te pida perdón por algo que no he hecho?
—Sí.
—¿El qué no he hecho?
—No me cogiste, no me abrazaste para que viera que eras mío, me ignoraste ante la mujer que
más daño me ha hecho —y se le cayó una lágrima.
—Vamos Cata, por favor, no llores, eres un exagerada mujer. Tere es buena persona.
Y dejó de comer y se encerró en su cuarto.
—¡Joder, me cago en la puta! —dijo Víctor.
Pero a los dos días de tener esa conversación con Cata, tuvo una visita en la comisara.
Era Tere, con una gran sonrisa. Víctor se quedó parado. No se lo esperaba.
Ella se sentó en el despacho cerrándolo previamente como si estuviese en casa y se sentó frente
a él.
—Hola Víctor! —Le dijo con una sonrisa y una voz sensual.
—¡Hola Tere, Tú dirás! —En tono formal.
—Vamos, qué formal…
—Estoy en el trabajo, ocupado, así que dime qué quieres.
—Tengo el día libre y he pensado que podemos desayunar juntos, y recordar viejos tiempos, ya
sabes.
—No, no sé.
—Vamos, después de lo que tu mujer me dijo, no pensarás que iba a hacerle caso. Siempre fue
una ingenua.
—Mira Tere, estoy enamorado de esa mujer ingenua. Es más, estoy loco por ella.
—¿En serio?
—Estoy casado con ella y es la madre de mis hijos y sí, la quiero. Y tiene razón.
—¿En qué?
—En que no quiero verte más.
—¿Ahora te manda ella?
—Sí, es la jefa de mi casa, porque en mi casa manda ella y estoy encantado de que lo haga, así
que lo siento. No vuelvas porque no entrarás y te echaré a patadas. Te buscas otro, esta vez. Yo
estoy casado y no pienso ser infiel.
Y se levantó, y le abrió la puerta. Y ella salió para no volver más. Había tomado nota.
¡Joder, joder!, Cata tenía razón. Había sido un tonto… Y le mandó un WhatsApp.
—¡Hola mi amor!, ¿Has desayunado?
¿Qué le habría dado? —pensó Cata. Y le mandó uno.
—Aún no.
—Te invito en la cafetería de enfrente en cinco minutos, ¿puedes?
—Sí.
Y cuando entró a la cafetería allí estaba él sentado en una mesa y cuando la vio entrar con su
uniforme, tan pequeña, tan guapa, se dio cuenta de lo tonto que había sido. No conocía tanto a las
mujeres como pensaba,
Ella se sentó. Y él le dio un beso en los labios —Y a ella le extraño.
—¿Y eso?
Y Víctor le contó lo que había pasado.
Pidieron el desayuno y se lo trajeron.
La tomó de la mano.
—Cata, mi Cata, ¿me perdonas? he sido un tonto, no conozco a las mujeres tanto como yo
pensaba, pero te juro que la he echado. Pensé que… me equivoqué, estabas en lo cierto en cuanto
a lo que quería. Pero soy tuyo, de nadie más. ¿Me perdonas?
—Sí, tonto, te perdono.
—Sí soy un tonto, un tonto que te ama más que a nadie y que lo ha pasado mal por terco, pero te
amo tanto… En la siesta voy a matarte que lo sepas. Ya no aguantaba más sin tenerte.
Y Cata se reía.
—Si me hubieses pedido perdón…
—No creía que debía hacerlo, no había hecho nada, pero ¿sabes? se lo conté al psicólogo y te
dio la razón a ti.
—Para que veas. Eres un terco.
—Es verdad, te quiero chiquita. Nunca volvería a serte infiel. ¿De verdad me perdonas?
—De verdad tonto. Te he echado de menos en esa cama tan grande, pero no viniste.
—¡Joder qué imbécil he sido cariño!
—Tengo que irme, nene, ya ha pasado la media hora y tengo reuniones.
—Yo pago el desayuno.
Cata se levantó y lo abrazó y lo beso.
—Te quiero, mi chiquita.
—Luego nos vemos. No sufras tanto.
—Sí sufro. Siempre es por mi culpa todo.
—Bueno, esta noche no te voy a castigar. Lo miró embobada riéndose. Te levanto el castigo.
—Malvada, espera que llegue y se duerman los nenes.
—Temblando estoy.
—¡Tonta!
—Hasta luego, mi amor.
—Hasta luego.
¡Ah qué feliz era! Esa pequeña siempre llevaba razón. El ingenuo había sido ahora él, pero
tenía afortunadamente a su Cata. Con lo mal que lo había pasado el último mes.
Cuando llegó a casa y se durmieron los pequeños, ya habían comido, él los acostó y los besó y
fue en busca de ella.
—¡Ven aquí, nena!
—Qué quieres, que no me fio de ti.
—Sí, voy a pedirte perdón como se debe y vas a levantarme el castigo.
—¿Ah sí?
—Sí, o sacaré el arma. Está cargada.
—Prefiero eso último.
Y la atrapó y la tumbo en el sofá y como siempre la desvistió y entro en ella.
—Nena. Dios, no me castigues más sin sexo —y ella gemía y reía a la vez.
—Has sido muy malo.
—Ahora seré bueno, Cata, pequeña, no me estrangules, que sabes que no duro nada.
—Es que me encanta.
—¡Ah Dios nena!, tanto tiempo, ya ni lo recordaba.
—Por Dios Víctor sigue, no puedo, no puedo…
—No puedes qué cielo.
—No aguanto.
—Tenlo nena. Y ella lo tuvo sin remedio y él siguió y siguió embistiéndola y Cata tuvo un
segundo orgasmo con él. Y Víctor se sintió triunfante.
—¡Ay, Dios! Me falta la respiración Víctor, he tenidos dos orgasmos.
—Lo sé preciosa. Para que me perdones.
—Estás perdonado de por vida.
Y Víctor se reía y la atraía a sus brazos.
Cuando recobraron las respiraciones.
—De verdad mi niña, no sabía…
—Shhh. No hablemos de eso. No lo merece.
—Pero yo sí debí estar en mi sitio.
—Tu sitio está aquí conmigo ahora.
—Ahora y siempre.
—Que cuerpo tienes, si cree esa u otra que me lo va a quitar de nuevo…
—No te había conocido yo en esa faceta de mujer dura.
—Bueno es sorprenderte, pero no te gustó.
—No, me pareció una falta de respeto a ella.
—Que le den. No le debo nada.
—Eres dura y no perdonas.
—Depende a quien. Sé lo que buscaba, lo vi en la forma en que te miraba, pero tú, pensando en
lo buena persona que era.
—Sí, es cierto.
—Pero yo, ya no soy esa paleta de campo, ingenua y tonta. Sé defender lo mío.
—¿Defender lo tuyo, eh? ¿Soy tuyo?
—Todo entero y no me provoques o te castigo.
—¿Otra vez?
—Las que sean necesarias.
—Ven aquí provocadora. Voy a darte tu merecido.
—Ay Víctor, tonto que se van a despertar los niños.
—Que se despierten, y vean el amor libre.
—No seas loco.
—No tardo nada, así que aplícate mujer.
—¡Ah Dios Víctor, por Dios!
—Mi frase favorita….
Pasó el invierno de nuevo y la primavera. Los chicos habían cumplido cinco años. Y ellos ya
iban camino de los cuarenta. Víctor decía que era la mejor época de su vida. Ya había dejado al
psicólogo, pasaron las pesadillas y los ataques de ansiedad y pánico y podía disfrutar de estar en
cualquier lado sin tener miedo.
Dejó poco a poco las pastillas y cuando estaban en mayo, él le preguntó dónde iban de
vacaciones.
—No sé Víctor, deberíamos cambiar, siempre vamos a los mismos sitios en invierno y verano,
me encantan, son nuestros rincones favoritos, ¿pero no quieres ir ver a tus amigos?
—¿En serio nena, quieres que vayamos a Texas?
—Sí, me gustaría. ¿A ti no?
—Me encantaría ver a Jim y a Tom, a sus mujeres y sus hijos.
—Pues podemos ir.
—Dios nos costará una pasta.
—Tú siempre con lo mismo, aunque nos gastemos la mitad de lo ahorrado, que ni llegará de
lejos, tenemos dinero y no será tanto. He pensado que en el pueblo donde vive Jim y Tom,
podemos alquilar una casa y estar al menos veinte días.
—¿Veinte días?
—Sí, el resto, el viaje y dejamos en el pueblo cinco días a los nenes.
—¿De verdad?
—Sí. Estoy ilusionada.
—Llamaré a Jim y le preguntaré si hay casas y si le mando dinero para que nos la reserve, así
estamos juntos.
—¿No dice que es un pueblo pequeño?
—Sí, bueno mediano.
—Pues mira, primero si tienen vacaciones, si no, no pasa nada.
—¿En serio de verdad?
—En serio, nos ponemos manos a la obra. Vamos a mirar ese pueblo.
—Ven nena vamos a mirar por internet, a ver lo que valen los vuelos para todos, de dónde los
cogemos. Dejaremos el coche en el parking del aeropuerto, nos saldrá luego más barato.
—Creo que en eso estoy de acuerdo. Dejemos el tuyo, cuando vengamos o para Navidad vas a
comprarte uno nuevo.
—Sí, sí, ya tiene unos años. Tienes muchos planes…
—Me gustan los planes, Venga busca que se ve del lugar.
—Este es el condado de Bell.
—Busca cuántos pueblos tiene.
—Un montón, pero ellos viven el en Belton, es digamos la capital del condado. Es un pedazo
de pueblo de unos veinte mil habitantes.
—Pues debe ser un sheriff importante
—Aquí está. Si vamos Austin, que es la capital de Texas, tardamos una hora o así, en coche. —
Alquilaremos uno para todos los días que estemos allí
—Sí, eso seguro. Está cerca.
—Nos falta la casa los vuelos y vamos ver de dónde salen y los precios.
—Desde Sevilla, nena es lo mejor.
—Pues desde Sevilla. Nos sale en primera.
—¿Vamos en primera?
—Son muchas horas.
—Bueno mira a ver
—Mil quinientos cada uno de nosotros ida y vuelta. Y los peques.
—Bueno, más el parking y demás que nos cueste seis mil euros. No está mal, el coche, otros
cuatro.
—No tanto. Bueno pon cuatro mil, y tienes diez mil. Nos falta la casa y la comida, lo que
comeremos.
—Pongamos cincuenta mil, Cata.
—Yo creo que estará bien y si nos falta, ponemos más.
—Será una vez y es importante.
—Pues venga, llama a Jim.
Llamó a Jim y estaban como locos. Tenían que ponerse de acuerdo en el mes de vacaciones,
aunque ellos no tenían un mes pero intentarían tomar diez días uno y otro otros diez días y pasar
los fines de semana juntos.
—Por lo demás, no te preocupes, en cuanto estén las fechas te buscamos una casa para alquilar,
son baratas y con habitaciones suficiente.
—Si tengo que mandar algo, me lo dices Jim.
—Eso está hecho. Amigo, nunca pensé que nos veríamos más. En cuanto lo sepa Tom, se cae de
espaldas.
—Nena, el problema es que son diecisiete horas y media de avión. No sé si estos niños lo
soportarán.
—Si la mayoría son horas nocturnas, no habrá problemas.
—Intentaremos que lo sean. Cogeré vuelos nocturnos.
—¿Entonces qué?
—Pasaportes y un seguro de salud para un mes todos y cambiaremos cincuenta mil euros en
dólares una vez saquemos los vuelos.
—Tienes por qué preguntar el tiempo que hace.
—También. Yo creo que ya con eso tenemos.
Prepararon todo y estaban emocionados. Jim, les había encontrado una casa con piscina, casi al
lado de donde vivían ellos y Tom y Víctor le mandó parte del dinero. Era relativamente barata.
Tres mil dólares, pero según Jim, era enorme y tenía de todo.
El uno de Agosto, con las maletas hechas, tomaron el todoterreno de Víctor camino a Sevilla.
Dejaron el coche en el parking y facturaron las maletas, excepto el bolso de mano de Cata y un
bolso para las cosas de los chicos que podía necesitar.
El vuelo fue largo, pero iban cómodos en primera y casi todas las horas eran nocturnas, con lo
cual cuando se despertaron los chicos quedaban apenas cuatro horas y se les hizo más corto. A la
vuelta también eligieron vuelo nocturno por los chicos.
Cuando llegaron cansados al aeropuerto, tomaron las maletas y desayunaron allí en el
aeropuerto. Alquilaron un todo terreno nuevo con dos sillitas para los pequeños y los dejaría la
vuelta. Pagaron y salieron de allí, camino de Bell,
Tardaron una hora en llegar. Iban cansados y pararon en la jefatura del sheriff. Jim los esperaba
y salió a recibirlos, se abrazaron emocionados los tres y lloraron.
—¡Joder tíos qué bien estáis!
—Tú, no estás mal y esta debe ser Cata. La Cata famosa.
—Sí —les dijo ella en inglés riéndose que sabía hablarlo mejor que Víctor.
—Cata, la cogió Jim el gigante por los hombros. —Te conocemos mejor que a ninguna mujer.
Este llorica hablaba de ti todos los días, nos tenía fritos —y ella se reía. Y tenéis gemelos.
—Sí, pero no quise decirle nada, esperaba verlo en Navidades, pero no cuatro años después.
Tuvimos mucha suerte.
—De verdad que sí.
—Así que me lo haces feliz, nos golpearon durante dos años y medio.
—Lo sé, y lo cuido, ¿Y tu mujer?
—Luego la veréis o mañana, ahora tenis que descansar, Y Tom os acompañará a la casa. Los
dueños están esperando para daros las llaves.
—Le pagaremos el resto.
—Está bien, o al final.
—No, ya se lo dejamos pagado y nos acostaremos o iré a hacer una compra.
—Al lado hay un centro comercial y dentro un súper, tienes de todo. Te va a gustar Cata.
Mientras ella hablaba con Jim, Víctor lo hacía con Tom. Luego Tom la abrazó fuerte.
—Cata, sabemos cómo eres, te hubiésemos reconocido hasta en la India.
—¡Qué exagerado!
—Estos son tus chicos.
—Sí, son iguales que su padre.
—Lo sé, yo sólo puse el dolor. —Y se rieron.
—Lo pasaremos bien. Me alegro de que estéis aquí, joder.
—Venga, os llevo, me seguís en el coche.
—Venga vamos.
Cuando Tom los dejó en la casa, tuvo que irse. Era jueves, y vendrían el sábado todos a su
casa, así descansarían y se acomodaban. Ella les pago el resto del dinero a los dueños y les
dieron las llaves y por fin entraron.
La casa por fuera era preciosa, con césped y jardín, un gran porche con mecedoras para todos y
un columpio y una mesa.
—¡Mira mamá como en las pelis!
—Sí, la casa, la rodeaba una valla blanca, Víctor la cerró y entraron dentro.
Era de espacios abiertos, de una sola planta, enorme con tres dormitorios con sus baños y
vestidores.,
Un gran salón, un despacho que no utilizarían. Ella le dijo que estaba prohibido.
El salón tenía tres sofás enormes y sillones un rincón de lectura y un comedor para doce
personas con sus sillones bajos y cómodos, una gran cocina con isla enorme
Estos texanos hacen casas enormes.
—Mira mamá, el patio, tiene dos piscinas, una pequeña para nosotros. Y barbacoa.
Había otro porche grande con sillones y sillas, una barbacoa y al final una puerta para entrar a
las piscinas. Estaba cerrada pero el agua estaba limpia para abañarse con hamacas y colchonetas.
Un aseo grande a la salida y un cuarto para poner albornoces y toallas y otro de limpieza y
dentro de la piscina otro cuartito para los enseres de la piscina. Todo estaba cerrado y las llaves
las tenían en el salón.
—¡Es preciosa, Víctor!
—Merece la pena.
—¿Tenéis sueño?
—No. —Dijeron.
—Pues lo primero, sacar la ropa que no se arrugue. Venga.
Y una vez que sacaron la ropa, el padre se quedó con ellos en el patio con algunos juguetes que
traían en el bolso.
—Me quedo con ellos en la piscina y tú vas a la compra.
—No sé cuánto llevarme, no sé lo que cuestan aquí las cosas.
—Llévate la tarjeta que nos han dado.
—Está bien, me traigo comida hecha para el mediodía. Y así descansamos.
—Estupendo no te pierdas, anota el número.
—Y tú ten cuidado con los niños en la piscina.
—Solo los dejaré en la pequeña hasta que vengas.
—Gracias cielo —y lo besó.
Mientras ellos se ponían los bañadores y se metieron en la piscina, ella tomó el coche y fue al
centro comercial.
Hizo una gran compra para esos días y compró alguna ropa y toallas para la piscina,
bañadores, cosas de aseo, crema para el sol que no se quemaran los pequeños y ellos.
Y se llevó hamburguesas para comer, cervezas y refrescos fríos. Y una gran trata para Víctor
que era un goloso, ni sabía cómo no engordaba. Ella comía tres días seguidos dulces y luego tenía
que quemarlos.
En cuanto vino, salieron de la piscina y le ayudaron a su madre a colocar las cosas y les
encontraron la ropa y eligieron las toallas y las chanclas, unos gorritos para el sol, cuatro
sombreros vaqueros de verano que ella ase empeño en comprar. Y que andaban como locos,
flotadores y algunos juegos de agua.
Todo fue comer y los pequeños se quedaron dormidos.
Venga a la cama, que papá tiene que hacer cosas con mamá.
—A ver qué será, porque estoy muerta.
—Y yo, pero creo que con uno tenemos para echar la siesta.
Y no pudieron más.
Abrieron la cama y el frescor del patio entraba y hasta que los pequeños no se despertaron, no
se levantaron. Les dieron de merendar y ella dijo que por la noche tortilla y yogurt,
No tenía fuerzas para hacer nada más.
Al día siguiente ya estaban recuperados. Era viernes y salieron a probar un desayuno
americano.
—Esto es fuerte nena, nosotros con nuestra tostadita y esta gente con huevos, tostadas, beicon.
—Hay que adaptarse.
—Me pondré como un...
—Prefiero que te pongas.
—Tonta —y la miraba embobado. No sabía qué tenía, pero lo tenía loco.
La mañana la pasaron en la piscina hasta que ella dijo de hacer un filete con patatas y ensalada.
Tom y Jim los llamaban y quedaron en ir el sábado por la mañana, que se prepararan que iban a
comer todos fuera.
Los días fueron magníficos, la hija de Jim, no se separaba de los mellizos y andaba tras ellos.
Visitaron los pueblos del condado, comieron por ahí, todos juntos. Un día Cata dijo de hacer una
barbacoa en casa y lo pasaron estupendamente.
Y lo vio feliz, Cata lo vio feliz como nunca lo había sido. Con los amigos, que le salvaron la
vida, con los que compartió noches innombrables y golpes insoportables, oscuridad, frio y miedo.
Sabía que Jim, lo había salvado y a Tom también, sus mujeres eran preciosas y forjaron una
amistad que duraría toda la vida, porque volvieron más veces y ellos fueron a Jaén también y los
llevaron a la Sierra.
Pero eso sería más adelante.
Ahora iban en el avión de vuelta a casa. Era de madrugada e iba a amanecer, la tenía cogida y
ella lo miraba.
—Ha sido especial, son especiales.
—Gracias Cata por venir, por hacerme feliz.
—Creo que te hacía falta verlos.
—Lo sé, me lo dijo el psicólogo.
—Pues ya los has visto, era necesario para los tres veros en otra situación. Y me he divertido
mucho y los niños. ¡Qué pena que el tiempo pase tan pronto!
—Y ahora dónde queréis ir esta semana que queda.
—Al pueblo, dijeron los pequeños. —Y ellos se miraron.
Víctor llamó a sus padres y les dijo que había llegado. Y el padre le dijo que se los llevara
unos días que no los habían visto ese verano.
—Mañana los llevo papá, pero ten cuidado, ya sabes.
—Como siempre, aquí no pasa nada, luego venís el fin de semana a por ellos.
Y al día siguiente mientras Cata, limpiaba, ponía lavadoras y ordenaba la ropa, hacía una
compra y fue al banco a cambiar los dólares a euros que les quedaron, esperó a su hombre, el que
la vida le había dado dos veces
Cuando oyó la puerta, se puso nerviosa como cuando era adolescente.
—No hay comida, nene. ¡Con todo lo que he hecho!... No me ha dado tiempo.
—Es verdad, cielo, todo está impecable.
—Vamos, te invito unas tapas, nos traemos tarta y descansamos.
—Ya he comprado tarta.
—Pues a echar la siesta.
—¡Qué te gusta la siesta nena!
—No, me gusta lo que hay en la siesta, pero las tapas pueden esperar uno.
—No, que te castigo Víctorrrrr…
—Castígame mi amor, pero tenemos una semana solitos.
—¡Ay Dios mío Víctor!, ¡Oh Dios!
—Cómo me gusta que digas eso…

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