Animales Humanos - PDF Del Libro Editado
Animales Humanos - PDF Del Libro Editado
Animales Humanos - PDF Del Libro Editado
Lucila Bugallo,
y Francisco Pazzarelli
Penelope Dransart
Lucila Bugallo es doctora
humanos animales
en Antropología por la École
des Hautes Études en Este libro se propone repensar en pleno Antropoceno las rela-
Sciences Sociales (París,
Francia). Es investigadora
ciones entre lo humano y lo no humano considerando una mul- Los textos que conforman este volumen
fueron leídos por primera vez en la ciudad de
tiplicidad de seres y contextos. Algunos de los autores se esme-
del Instituto Interdisciplina-
rio Tilcara (Universidad de ran en acercarse a las condiciones en que se puede llevar ade- Relaciones y transformaciones Tilcara (Jujuy, Argentina), en septiembre de
2018, en el marco de un Taller internacional
en mundos indígenas sudamericanos
Buenos Aires) y docente de
la Universidad Nacional de Jujuy. Desde 1998, investi- lante una especie de “parlamento de las cosas” (sensu Latour), de trabajo organizado con el apoyo académi-
ga sobre economías domésticas, rituales productivos y en que tanto humanos como no humanos tengan su propia co y financiero de The Wenner-Gren Founda-
nociones de sacralidad, en la puna jujeña (Argentina).
representación. En tiempos normales, este propósito hubiera tion. El encuentro reunió a especialistas de
diferentes países, interesados en discutir las
Penelope Dransart es exigido a cada autor un debido cuestionamiento sobre los
doctora en Etnología por la relaciones humano-animal desde perspecti-
Universidad de Oxford abordajes anteriores a este tema, en la literatura en general y en vas etnográficas y arqueológicas. Además de
(Reino Unido). Hasta 2016 sus propios trabajos escritos, antes de lanzar nuevos plantea- articular con los debates contemporáneos de
fue docente de la Universi-
dad de Gales y actualmente mientos. Pero noto algo más, como si las circunstancias excep- la Antropología, se produjo un rico diálogo
cionales [la pandemia producida por el Sars-CoV-2.] les hubie- comparativo entre la etnología indígena de
Animales humanos,
es Profesora Honoraria de la
humanos animales
Universidad de Aberdeen tierras altas y tierras bajas. La calidad de los
(Escocia). Desde 1986, investiga sobre pastoreo,
ran exigido excavar mucho más a fondo las teorías que habían
trabajos y de las discusiones fue el origen
prácticas rituales y uso de los colores en textiles, en el sostenido los enfoques anteriores, a punto de cuestionar sus para pensar y hacer este libro. Los capítulos
altiplano de Iquique (Isluga, Chile).
presupuestos filosóficos. Esta inquietud intelectual se reitera que resultaron de ese proceso profundizan
Francisco Pazzarelli es una y otra vez, y contagia al propio lector con cierto temor (que muchas de estas discusiones e incluso
doctor en Antropología
por la Universidad Nacional
es acumulativo) ante la exigencia de metamorfosearse profe- inauguran nuevas conexiones y conversacio-
nes transversales.
de Córdoba (Argentina), sionalmente. Y no se trata solo de retos en la literatura antropo-
donde también se desem- lógica, sino de actitudes hacia el mundo que vivimos.
peña como docente. Es
investigador del Consejo
Nacional de Investigacio- Denise Y. Arnold
nes Científicas y Técnicas. Instituto de Lengua y Cultura Aymara, Bolivia,
Desde 2006, investiga sobre prácticas de cocina y
y University College London, Reino Unido
alimentación y relaciones humano-animal, en las
provincias de Catamarca y Jujuy (Argentina).
Lucila Bugallo,
Penelope Dransart
Francisco Pazzarelli
Editores
Los editores agradecen el apoyo de la Wenner-Gren Foundation al simposio realizado
en 2018 en Tilcara (Jujuy, Argentina), sin el cual este libro no existiría. Agradecen
igualmente a la Fundación Forner-Bigatti por permitirnos la reproducción de la obra
Simbiosis, óleo sobre tela, 1977, Serie Del Espacio, de Raquel Forner.
Evaluadores externos
Benjamin Alberti, Framingham State University, Estados Unidos de Norteamérica.
Catherine Allen, George Washington University, Profesora Emérita, Estados Unidos de
Norteamérica.
Miguel Aparicio, Universidade Federal do Oeste do Pará, Brasil.
Denise Y. Arnold, Instituto de Lengua y Cultura Aymara, Bolivia, y University College
London, Reino Unido.
Marcos Gastaldi, Universidad Nacional de Córdoba, e Instituto de Antropología de
Córdoba, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
Francisco M. Gil García, Universidad Complutense de Madrid, España.
Tânia Stolze Lima, Universidade Federal Fluminense, Brasil.
Vincent Nicolas, Museo Nacional de Etnografía y Folklore, Bolivia.
Cecilie Vindal Ødegaard, Institutt for Sosialantropologi, Universitetet i Bergen, Norue-
ga.
Gilles Rivière, École des Hautes Études en Sciences Sociales, Francia.
Florencia Tola, Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, Universidad de
San Martín, y Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
Corrección de estilo: Liliana Cometta
Primera edición: Editorial Antropofagia, marzo de 2022.
www.antropofagia.com.ar
ISBN 978-987-1983-51-3
1. Antropología Social. I. Belaunde, Luisa Elvira II. Bugallo, Lucila, ed. III.
Dransart, Penelope, ed. IV. Pazzarelli, Francisco, ed.
CDD 301
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Por Lucila Bugallo, Penelope Dransart y Francisco Pazzarelli
Referencias bibliográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
De bulto a animal en los Andes del sur. Fluir e influirse entre especies . . . . . . . . . . . . 93
Por Lucila Bugallo
De ser bulto a ser animal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94
Rituales de pasaje: las señaladas, el floreo y el brotar de la sangre . . . . . . . . 94
Bultos que crían y recrían . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
5
6 Animales humanos, humanos animales
Denise Y. Arnold
Instituto de Lengua y Cultura Aymara, Bolivia,
y University College London, Reino Unido.
11
12 Animales humanos, humanos animales
der Velden 2016; Segata et al. 2017; Medrano y Vander Velden 2020; solo
para citar algunas de las compilaciones dedicadas al tema). La cantidad
y calidad de esfuerzos dedicados a pensar la historia y la arqueología de
estos intereses nos convencen ahora de tomar otros caminos para esta in-
troducción, dedicando las páginas que siguen a presentar las discusiones
específicas que proponen los textos de este libro para, desde allí, estimular
las conexiones posibles con la antropología más general.
Este trabajo supone un doble desafío. Por un lado, hacer justicia a la
profundidad de las discusiones que cada autora y autor propone, mapean-
do las conexiones con otros trabajos de la compilación y sugiriendo, allí
donde sea posible, nuevas conversaciones o puntos de contacto, dentro y
fuera del libro. Por otro lado, se trata de asumir los retos de las provo-
caciones (teóricas, epistemológicas, ontológicas) que la etnografía de los
pueblos indígenas de las Américas vuelca sobre discusiones más generales.
En otras palabras, este libro apunta, sugiere y avanza sobre modulaciones
del pensamiento y de la práctica indígena en relación a problemas que la
Antropología y las Ciencias Sociales vienen desarrollando hace tiempo.
*****
Los textos que conforman este volumen fueron leídos por primera vez
en la ciudad de Tilcara (Jujuy, Argentina), en septiembre de 2018, en el
marco de un Taller internacional de trabajo que organizamos con el apoyo
académico y financiero de The Wenner-Gren Foundation. 1 El encuentro
reunió a especialistas de diferentes países, interesados en discutir las re-
laciones humano-animal desde perspectivas etnográficas y arqueológicas.
Además de articular con los debates contemporáneos de la Antropología,
nos interesaba específicamente generar un espacio de intercambio y diá-
logo comparativo entre la etnología indígena amerindia de tierras altas y
bajas. Esto nos permitió discutir temas significativos para ambas, como
los modelos de crianza y depredación que, en ocasiones, parecen dema-
siado restringidos a una u otra región o bien conectados teóricamente,
sin demasiada profundidad etnográfica. La calidad de los trabajos y de
las discusiones nos alentaron rápidamente a pensar en una publicación en
formato de libro, que reuniera estas contribuciones y las pusiera a dis-
1 Además de los autores que forman parte de este libro, otros colegas participaron del Taller
de Tilcara, aunque sus trabajos finalmente no se incluyeron en la compilación: Vincent Nicolas,
Carolina Rivet y María Amalia Zaburlín. En varios de los capítulos que siguen se refiere a las
discusiones que proponían estos trabajos.
Bugallo, Dransart y Pazzarelli: Introducción 13
posición de un público más amplio. Desde ese momento hasta ahora, las
autoras y los autores adecuaron sus presentaciones al nuevo formato y las
sometieron a un doble proceso de evaluación, científica y editorial. Los ca-
pítulos finales profundizan muchas de las discusiones originales e incluso
inauguran nuevas conexiones y conversaciones transversales.
Resta decir que el proceso final de evaluación y edición de este libro su-
cedía mientras se desarrollaba la pandemia producida por el Sars-CoV-2.
Todas y todos los involucrados en este trabajo tuvieron sus vidas pro-
fundamente modificadas (como el conjunto de la humanidad) por este
acontecimiento que aún no acaba y que, entre otras cosas, nos obligó una
vez más a pensar las formas de nuestra existencia en este mundo. Inclu-
so, durante el inicio de la pandemia, asistimos a una extensa discusión,
mediática y científica, sobre los posibles orígenes animales y salvajes de
la enfermedad, lo que decantó en otra larga serie de argumentos sobre
las actuales y complejas relaciones humano-animal de nuestras socieda-
des industrializadas. Y aunque luego algunas de estas hipótesis científicas
fueron desestimadas (y solo con el tiempo sabremos si serán o no retoma-
das), bastaron para que las reflexiones sobre la vida humana se tornaran
discusiones sobre nuestra coexistencia en un mundo que nunca ha dejado
de ser muchos mundos.
Las últimas décadas del siglo pasado estuvieron de hecho marcadas por
una serie de intervenciones filosóficas y antropológicas que criticaban y
alertaban sobre los modos en que la industria capitalista gestionaba la vi-
da animal, resaltando la “soledad” de los humanos como especie (Berger
2009; ver también Lévi-Strauss 1996). De alguna manera, fueron profé-
ticas: en 2020 la World Wildlife Foundation (el Fondo Mundial para la
Naturaleza), informó sobre la reducción de la diversidad en el mundo en-
tre las especies de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces durante el
período comprendido entre 1970 y 2016, afirmando que “el resultado más
impactante a escala planetaria es la reducción del 94% en el ipv (Índi-
ce Planeta Vivo) de las subregiones tropicales del continente americano”
(wwf 2020: 6). Aunque las discusiones sobre el Antropoceno no dejan du-
das respecto de la responsabilidad humana en este tipo de modificaciones
ambientales, es igualmente importante reconocer que los animales también
contribuyen a la creación de entornos (Dransart 2002: 33-34), lo que mu-
chas etnografías resaltan como analogías e interfaces donde los animales
humanos y no humanos interactúan “en el mismo espacio-mundo” (Bu-
gallo y Vilca 2016: 12). Esta compilación trae a escena una diversidad de
experiencias de vidas mezcladas y conjuntas que esperamos sean un apor-
14 Animales humanos, humanos animales
*****
las relaciones las que hacen posible la existencia, aunque sea temporal,
de seres específicos. En todo caso, lo que parece proponer lobizón es una
modulación de esta idea que nos acompañará hasta el final de la lectura
de estos capítulos y que ya tendremos ocasión de seguir profundizando:
las relaciones humano-animal son internas a los seres, existen en y a través
de ellos, y no (solo) entre ellos (ver también Medrano 2013).
La indeterminación de los modos en que la animalidad, los seres (y sus
partes), puede existir y presentarse ante nosotros es nuevamente convo-
cada por el trabajo de Verónica Lema. Este segundo capítulo se preocupa
por los modos simétricos que reclaman ciertas composiciones arqueológi-
cas para ser entendidas; específicamente, los llamados tradicionalmente
“ajuares” de entierros prehispánicos, en la región de Huachichocana (pro-
vincia de Jujuy, Argentina). El desafío que propone este texto, que evoca
a su manera aquellos caminos abiertos por el capítulo de Medrano, es el
de superar la mirada identitaria de las cosas para enfocarse en su carác-
ter de composición y fuerza relacional. En este sentido, antes que listar
tipológicamente (tipos y topos) los materiales con los que un antiguo cha-
mán fue enterrado, la autora se propone abordarlos y describirlos como
un encuentro multiespecie y como un agenciamiento de potencias. Una
composición comprometida con la movilización de fuerzas y afectos que,
por efecto de la mezcla y del contagio, conecta y transforma diferentes di-
mensiones relacionales al mismo tiempo: tropos. Aquí, distintas partes de
cuerpos animales, pero también de vegetales, objetos y minerales, convi-
ven y se transforman mutuamente activando potencias que, de otro modo,
por separado, no podrían existir. Pero estas mezclas dan vida, además, a
un nuevo tropo que no dejará de aparecer hasta el final de este libro: las
relaciones y conexiones entre animales de las tierras altas y bajas sudame-
ricanas. Ello no aparece aquí a fuerza de conectar teóricamente modelos
antropológicos de una y otra región, sino como consecuencia de la presen-
cia concreta de partes de distintos cuerpos animales cargados en las bolsas
de un chamán hasta su muerte, en las tierras altas jujeñas. Si fueron parte
de paquetes medicinales y rituales es una discusión demasiado interesante
como para darla aquí brevemente; su existencia conjunta, no obstante,
sí nos obliga a pensar lo animal, y las relaciones humano-animal, como
excediendo cualquier tipo de división entre áreas etnográficas.
En este sentido, el texto de Lema da un paso más y reclama para sí
uno de los topos (y tropos) que la teoría contemporánea ha tallado pa-
ra describir las relaciones humano-animal, y más allá: lo “multiespecie”
(Kirksey y Helmreich 2010; Dransart 2013; Kirksey 2014). Se lo evoca
16 Animales humanos, humanos animales
que hacen de las vicuñas objetos (y sujetos) de reflexión por parte de los
pastores y de su cosmos ampliado, pero también por parte del Estado y
de los saberes hegemónicos que despliegan sus agentes. Desde este último
punto de vista, las vicuñas son especies protegidas y su presencia en los
corrales de las personas puede significar un riesgo para los pastores, que
eventualmente pueden ser acusados de prácticas ilícitas. Aquí se abre, en-
tonces, una doble reflexión sobre el lugar de las vicuñas y de sus relaciones:
mientras de un lado se las “entiende” como pertenecientes a una especie
protegida y se intenta regular así el tipo de relaciones que las personas
podrían entablar con ellas, de otro lado esta relación es “vivida” como
una parte más de una extensa red que no distingue a priori los seres que
participan de la conversación. Lo que el autor propone es la posibilidad y
la necesidad de hablar “desde” las relaciones en juego (y no “sobre” ellas),
lo que supone una declaración sobre la propia práctica antropológica en
conversación con las vicuñas.
Además, este texto también recupera la discusión sobre los límites de
los seres, de los animales, referidos para los capítulos anteriores, pero le
otorga un carácter etnográfico propio: las referencias a los modos relacio-
nales de pastores, vicuñas y Pachamama no deja por fuera la necesidad
vital de la diferencia en las redes de la crianza. Si vicuñas y llamas no se
distinguen localmente por referencia a los criterios de especies salvajes y
domésticas, eso no significa que la diferencia entre ellas deba ser apagada.
Son los propios pastores quienes explican que las crías que resultan de las
cruzas pasan a ocupar un lugar “fenotípico” demasiado ambiguo, que pue-
de poner en riesgo las relaciones cosmológicas que hacen de la vicuña un
rebaño de Pachamama y no del humano –aunque temporalmente, puedan
vivir y criarse en sus corrales. Fluidez y diferencia devienen operadores
indispensables para los argumentos de este libro.
El capítulo de Cassandra Torrico presenta una detallada etnografía de
largo aliento de las prácticas de pastoreo de llamas en Tumaykuri, norte
de Potosí (Bolivia). En ella, se retoman los modos prácticos y experiencia-
les de las crianzas andinas y se distinguen las formas y etapas que marcan
el aprendizaje y los ritmos del pastoreo para hombres, mujeres y niños
(ver también Torrico 2014). Al igual que el texto de Haber, la descripción
de Torrico se ocupa por entender los modos prácticos en los que el pas-
toreo se define y “vive”: las pastoras y los pastores con quienes convive
despliegan su práctica mientras caminan, haciendo del pastoreo algo que
toma su forma en la propia experimentación y relación con el mundo y sus
seres. Aunque afincado en las prácticas concretas de pastoreo, este capí-
22 Animales humanos, humanos animales
tulo también discute los modos usuales en que se han pensado y descripto
las relaciones humano-animal que se aproximan a la domesticación y que,
en muchos casos, han enfatizado la idea de dominación. Frente a eso, la
autora se interesa por rescatar las relaciones de crianzas y dependencias
mutuas, pero subraya la afectividad que alimenta los aspectos asimétricos
de estos vínculos. Por un lado, la “afectividad positiva” manifiesta en la
designación con nombres honoríficos de llamas y ovejas, asociados a los
poderes de la fertilidad; por otro lado, la “afectividad negativa” que apun-
ta a resaltar la condición de “hijos” en que se ubica a los animales, que
deben ser educados y encaminados, y que en ese proceso reciben insultos
y burlas. La propia práctica de la autora como pastora en el lugar durante
años y el conocimiento fino del quechua le permiten describir este mun-
do desde adentro, resistiendo caer en aquellos lugares comunes que solo
enfatizan el cariño recíproco. Pero, al mismo tiempo, antes que reificar
oposiciones entre frases amorosas e insultos, que poco tendrían que ver
con la relacionalidad local, lo que pretende es describir estas prácticas en
continuidad con lo que se define como un “conflicto de voluntades”.
Esta aproximación abre camino hacia un punto importante de la dis-
cusión sobre crianzas mutuas, ya destacado en el trabajo de Haber: si el
tejido relacional que permite definir a criadores y criados se extiende e
incorpora seres de todas las clases, proponiendo en su avance una conti-
nuidad casi exponencial de las relaciones, ello no supone el borramiento
de la necesidad por la diferencia. El “conflicto de voluntades” descripto
por Torrico sugiere que la pertenencia y dependencia mutua no evitan
la irreductibilidad de ciertas posiciones, que constantemente deben ajus-
tarse para mantener vivo el tejido relacional. Y esto no es lo mismo que
una “dominación”. Si la irreductibilidad de posiciones (o la propia idea
de asimetría) compite con la idea de convivencia amorosa y respetuosa
que sugieren otras aproximaciones a la crianza mutua, eso tal vez no sea
más que la propia colonialidad de nuestros saberes que impone sus ex-
pectativas sobre los vínculos humano-animal. La diferencia, antes que un
escollo a superar o una traba en la experiencia de la continuidad, es una
condición para la existencia (ver Viveiros de Castro 2010). El pastoreo no
existe a pesar de ese conflicto de voluntades; el pastoreo es ese conflicto,
es la máquina de producción de diferencias que permite que la ambigüe-
dad no domine las relaciones y que la diferencia metafísica entre criados
y criadores pueda seguir existiendo.
La ambigüedad y la diferencia en la crianza de animales son nuevamen-
te traídas a escena por el trabajo de Francisco Pazzarelli. Su etnografía
Bugallo, Dransart y Pazzarelli: Introducción 23
al que vienen refiriendo los textos anteriores. En este sentido, los seres se
vinculan entre sí, con sus orígenes míticos y con sus destinos póstumos,
no solo por formar parte de una red de fagocitación mutua, sino también
porque todos ellos refieren al mismo “trabajo” de ingerir y transformar
sustancias; un trabajo que también encuentra referencias en la experien-
cia del contacto colonial y de las cosmologías europeas que llegaron a los
Andes, que colocan a la ingesta como proceso importante de la religión
y escatología cristianas. En su recorrido, se recuperan experiencias etno-
gráficas, pero también históricas, que confirman el enraizamiento de las
ideas sobre la transformación por la ingesta, y de las relaciones entre los
comensales y sus “comidas”, que incluyen minerales, grasa del pecho de
las llamas y humos. Debemos resaltar tres movimientos simultáneos que
realiza este texto, que afectan y se comunican con los capítulos previos:
la identificación de la ingesta con el trabajo de transformación de la ma-
teria; la presencia de metáforas staple sense que permiten anudar entre sí
diferentes dimensiones de la vida; y la insistencia en discutir explícitamen-
te los límites de la categoría “animal” dentro del universo andino. Este
último punto debe ser subrayado pues de alguna manera recoge varias
discusiones ya destacadas, que aquí la autora elige responder etnográfi-
camente: los seres que el pensamiento exterior clasifica como “animales”
no son sino una variación del resto de los existentes que se definen por el
“trabajo de comer”.
La ingesta y comensalidad se encuentran, muchas veces, atravesadas por
la presencia de carnes, es decir, por los cuerpos de los animales abatidos,
sean estos criados o no. El texto de Felipe Vander Velden, último capítulo
de este libro, viene a completar las reflexiones desarrolladas hasta ahí
mediante la movilización de un tema que no ha sido objeto principal de
los argumentos previos: la muerte de animales a manos de humanos. Con
base en una detallada etnografía entre los karitiana en Rondônia (Brasil)
(ver también, Vander Velden 2012a), y un recorrido exhaustivo por la
etnología regional amazónica, el autor discute las formas en que la caza
de animales desata una serie de dispositivos morales que regulan los modos
de las emociones y los afectos. Desarrolla así una perspectiva original que,
sin abandonar la potencia intelectual de conceptos como el perspectivismo
amazónico, se permite explorar la fuerza ontológica de los sentimientos y
afectos que se manifiestan en las experiencias de la caza y que prohíben
el sufrimiento innecesario y el destrato de las presas, así como también
las demostraciones de lástima por parte de los cazadores. En ontologías
marcadas intensivamente por la fluidez y la comunicación de los seres,
26 Animales humanos, humanos animales
*****
Esto significaría aceptar, además, los límites en los modos en que nuestra
comprensión humana puede abrazar la existencia animal (ver Das 2013:
29).
Lo anterior nos lleva a considerar los desafíos específicos para el trabajo
antropológico y sus aspectos teórico-metodológicos, enfatizando la nece-
sidad de que exista cierta resonancia entre las relaciones observadas en
campo y los “métodos” utilizados. Este eco debe ser uno que no atenúe
la potencia etnográfica en una representación estructurada o dogmática
de un pensamiento que no se presenta como tal. Así, por ejemplo, lobizón
es imposible de ser etnografiado, así como sucede con otros seres no hu-
manos o prácticas. Lobizón solo existe en rastros e historias, tanto para
los interlocutores qom como para la etnógrafa; y es este entonces, el de
los rastros y preguntas compartidas, el camino a seguir. Los “ajuares” y
las materialidades arqueológicos se presentan como combinaciones multi-
especies a las que solo una mirada externa podría querer diseccionar. Las
“partes” animales recuperadas por la arqueología no son tales cuando se
ven en conjunto y se asume la potencia de las propuestas que sugieren
pensarlas como un encuentro y composición. Las manchas que conectan
envoltorios animales en la puna no pueden separar existencias salvajes y
domésticas sin violentar al mismo tiempo el pensamiento local. La única
salida posible, entonces, para hablar sobre estas existencias, es plegarse
a los modos en que nuestros interlocutores las experimentan y en que el
propio registro arqueológico se presenta: como una indeterminación impo-
sible de ser capturada más que en sus apariciones y combinaciones fugaces
y siempre cambiantes. ¿Pato o llama?, se pregunta el texto de Bugallo, y
nos deja así en el seno mismo de la indefinición constitutiva.
Entonces, si las relaciones humano-animal, o por lo menos las que pre-
sentan estos textos, no pueden ser “representadas” como tales en un es-
crito, sino evocadas en resonancia con las formas en que los propios inter-
locutores y materiales lo hacen, ¿cuál es el sentido, y el futuro, de dedicar
estas páginas a la descripción de mundos que no pueden, por definición, ser
descriptos? Tal vez una respuesta posible, entre las tantas que la Antro-
pología ensayó durante las últimas décadas a estas preguntas ya clásicas
(por ejemplo, Strathern 1987), sea revitalizar, como algunos ya hacen,
aquella antigua noción malinoswkiana de “teoría etnográfica” (Goldman
2006). Es decir, teorías que puedan fundarse firmemente en continuidad
con (y no sobre) el pensamiento nativo, tal como apuntaba Haber, con la
posibilidad de conjurar continuamente los males sobrecodificadores de las
teorías coloniales y occidentales. De hecho, ninguna de las sutilezas de las
Bugallo, Dransart y Pazzarelli: Introducción 29
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Componiendo lobizones.
Reflexiones sobre animalidad y humanidad
junto a los qom (tobas) del Gran Chaco
argentino
Celeste Medrano
Introducción
Por eso tenemos que escuchar la historia, si le gusta lo que hace el lobizón,
si no le gusta también.
1 Chrysocyon brachyurus.
2 Roy Wagner menciona que “un antropólogo ‘inventa’ la cultura que cree que está estudiando,
que la relación –por consistir en sus propios actos y experiencias– es más ‘real’ que las cosas con
las que ‘se relaciona’” (2009 [1975]: 42-43). Así, la “invención” para el autor es un proceso que
ocurre de forma objetiva, mediante observación y aprendizaje y no como una suerte de libre
fantasía; “en el acto de inventar otra cultura, el antropólogo inventa la suya propia y acaba por
reinventar la propia noción de cultura” (ibídem: 43, traducción propia).
33
34 Animales humanos, humanos animales
ese proceso de aprendizaje que no pude evitar correr tras esta singular
criatura. Sin embargo, para componer ese lobizón que me había enseñado
Mauricio, me encontré reiteradas veces invocando las particularidades de
la sociocosmología indígena que aprendí antes y después de la anécdota,
durante sucesivos y extensos trabajos de campo en comunidades del este
formoseño. 3
Figura 1. Aguará guazú en los pastizales del norte santafecino (foto: Melina Me-
drano).
( . . . ). Se lo representa como una mezcla de perro y cerdo, muy peludo y con grandes orejas,
que recobra su fisonomía humana si alguien sin conocerlo lo hiere, o si un hombre lo muerde.
Se cree que se alimenta de chicos no bautizados, excrementos y desperdicios que encuentra
en los basurales de las estancias. ( . . . ) Es inmune a las armas de fuego, y solo se lo puede
herir con un arma blanca. En presencia de su propia sangre recobra la forma humana, pero se
convierte en enemigo mortal de quien descubrió su secreto y no se detiene hasta matarlo. ( . . . )
Es conocido también como Lobishomen (lobo-hombre, en Brasil y Portugal) y representado
como una criatura mítica que merodea por los campos en las noches de luna llena, sobre todo si
estas caen en viernes. Asalta por detrás a los viajeros o penetra en las casas en busca de niños.
Luego de capturar a sus víctimas les chupa la sangre”. Este relato coincide con lo que aprendí
de niña sobre esta criatura a través de narraciones orales, historietas y películas. Un filme muy
famoso al respecto es Nazareno Cruz y el lobo, dirigido en 1975 por Leonardo Favio que marcó
el imaginario de todos los que por aquella época construíamos los relatos de la niñez.
36 Animales humanos, humanos animales
Los primeros relatos que obtuve sobre los lobizones qom daban cuenta
de que estos, en su fase humana, eran personas muy ancianas, dormían
todo el día pues salían de noche, lucían un aspecto enfermizo y no podían
establecer relaciones matrimoniales con ninguna mujer: “allá en Laishí
hay uno, es un viejito”, “aquel que viste pasar era lobizón, pero se curó”
o “se notaba bien que era lobizón porque era flaco y todos los ojos con esa
enfermedad de los ojos, pus amarillo”, me indicaban. Sin embargo, a me-
dida que avanzaba en mis indagaciones, me encontraba con lobizones con
cotidianeidades más familiares. Algunos incluso, tenían “señora” e hijos
–aunque la hipótesis qom es que estos últimos seguro fueron concebidos
antes de adquirir el poder lobizón qom o después de curarse, como am-
pliaré luego. A pesar de que siempre exhiben un aspecto flaco e insano
relacionado a la nula o mala alimentación, muchos lobizones se involucra-
ban en actividades laborales. Como me narraron: “Ese trabajaba y iba al
Medrano: Componiendo lobizones. Reflexiones sobre animalidad . . . 37
5 El término “dar vueltas de carnero” refiere a la acción de rolar de cabeza hacia adelante en
el suelo para volver a adoptar la posición vertical.
6 Utilizamos esta notación para indicar un alargamiento vocálico que indica énfasis. Messineo,
de acuerdo con su estudio de la lengua qom, propone que: “el alargamiento de las vocales es
utilizado frecuentemente con propósitos expresivos, para indicar énfasis, exhortación, sorpresa,
exclamación, interrogación u otra característica del contexto comunicativo” (2003: 56).
38 Animales humanos, humanos animales
Pocos asocian los recorridos nocturnos de este perro con la luna llena y los
días martes y viernes, la mayoría asume que la transformación a lobizón
ocurre todas las noches y es posible darse cuenta de sus merodeos debido a
que los perros “no ladran, sino que aúllan”, aunque se sabe que estos solo
pueden detectar al lobizón cuando ya se ha alejado; “lloraban los perros
pero él ya pasó”, narran. Asimismo, el lobizón tiene la facultad de recorrer
grandes distancias en su fase animal; algunos señalan que puede recorrer
siete leguas de ida y otras siete de vuelta –lo que en la Argentina equivale
a 35 km para ir y 35 km para volver–. Un lobizón le narró a Félix Suárez
que él caminaba 120 km por hora, representando esto una ventaja a la
hora de trasladarse del lugar donde trabajaba como cosechero al hogar o
compartir noticias, como se lee:
El pariente nuestro está cuidando ese campo, dice que el dueño le dio
una pieza, una casa grande, una casa hermosa ( . . . ). Y dice que cada
mañana pierde un pedazo de carne, siempre cuando quiere preparar
comida no está la carne: ¿qué pasa? ( . . . ) Dice que [una noche] escuchó
la puerta que se abrió, ( . . . ) dice que vio como una sombra así, parece
persona y saca despacito una carne de la heladera, ( . . . ) y se levantó el
hombre también para ver qué era, y cuando vio. Vio que saltó arriba
del tejido limpio, no tocó el tejido pero justo había una luna muy
clarita, se ve todo el campo, y allá afuera se ve todo como un ternero
así de alto pero es un perro, y ahí empieza el miedo, toda la noche no
quiere dormir, ese es el lobizón verdadero. Y al mediodía llegó el dueño
de la casa, está contando que el hombre se asustó, no quiere trabajar
más acá, que me pague y me voy, me da miedo el animal que entró.
7 Nqui’i puede traducirse como alma; lqui’i como su alma. Para la tercera persona este lexema
lleva la marca l- (su) que indica inalienabilidad, como sucede para todas las partes internas y
externas del cuerpo. Sobre el tema cfr. Messineo (2003). Si bien en la literatura chaqueña dicha
noción fue traducida históricamente como alma o espíritu, la misma corresponde más ajusta-
damente a la interioridad en el sentido que Descola (2012) le da al término. Particularmente,
este último autor la define como “aquella gama de propiedades que solemos reconocer como
‘espíritu’, ‘alma’ o ‘conciencia’ y que se describen a través de la intencionalidad, subjetividad,
reflexividad, afectos, aptitud para significar o soñar, pudiendo incluir principios inmateriales
causantes de la animación como el aliento o la energía vital” (ibídem: 182). Dicha noción opera
junto a la fisicalidad entendida como “el conjunto de las experiencias visibles y tangibles que
adoptan las disposiciones propias de una entidad cualquiera cuando se las considera resultantes
de las características morfológicas y fisiológicas intrínsecas de esa entidad” (ibídem: 183).
40 Animales humanos, humanos animales
otro lobizón que se había curado. Si bien dicha curación puede sobrevenir
cuando el lobizón pasa entre las piernas de otra persona y transfiere su
poder materializado en nqui’i, como ya mencioné, la sanación puede so-
brevenir también mediante la intervención de un pi’oxonaq (chamán) tal
como ocurre siempre que la interioridad de una persona es invadida por
la interioridad de otra con rasgos no-humanos o animales.
Finalmente el lobizón también muere y su deceso puede ocurrir de ma-
nera más o menos “natural”. 8 Algunos relatan que para matar al lobizón
hay que emplear una botella de vidrio blanca como única arma efectiva,
otros simplemente una bala. Sin embargo, cuando el lobizón muere de
vejez puede intentar convencer a algún pariente para que acepte el tras-
paso de poderes tal como ocurre cuando se avecina el fallecimiento de
algún pi’oxonaq. Entonces nos preguntamos: ¿quién o qué es el lobizón
qom? Revisemos por lo tanto brevemente el escenario sociocosmológico
que podría enmarcar dicha indagación.
8 Entrecomillo natural porque entiendo que los qom difícilmente adscriban la muerte a un
hecho natural sino que la relacionan con el accionar de otro ser humano o no-humano. Por
eso, no es vivida como “conclusión de la vida sino como una alteración ontológica que debe ser
contrarrestada por un chamán” (Tola 2012a: 176).
9 Aprendí detalles sobre las líneas por las que se articula la convivialidad indígena conversando
con Luisa Belaunde en el taller que, desarrollado en Tilcara en 2018, dio origen a este libro.
En dicha oportunidad ella también me iluminó sobre la potencialidad de introducir al “niño
perverso” de Gow (1989) para discutir la transformación en lobizón y me obsequió su libro
sobre sexualidades indígenas –citado en la bibliografía– que trajo a mí la referencia sobre la
transformación en boto. A Luisa y a los organizadores del taller por habérmela presentado, mis
más sinceros agradecimientos.
42 Animales humanos, humanos animales
10 Con ánimo de aclarar la propuesta sobre los colectivos delineados, menciono que la diferencia
entre el tercer y cuarto agrupamiento –o sea entre los no-humanos y los no-animales– está
principalmente determinada por la fisicalidad de los mismos. Entre los primeros podemos citar,
por ejemplo, a veraic, un hombre de pequeño tamaño, piel negra y pelo rizado que vive en las
profundidades acuáticas formando familias e invariablemente se presenta con aspecto humano;
o a huashe, la “mujercita del monte” que deambula desnuda dejando sus huellas –siempre
humanas– en los senderos barrosos. En cambio, entre los segundos encontramos, por ejemplo,
a caỹalo, un caballo acuático de ojos rojos y largas crines que infaliblemente aparece con forma
equina, o a quemoxonaxalo, la serpiente cuya forma oscila entre la de una serpiente y la de un
arcoiris (cfr. Medrano 2016).
Medrano: Componiendo lobizones. Reflexiones sobre animalidad . . . 43
“el lobizón cuando sale, cuando no sale siempre, pero cuando sale ya se
transformó en perro, ahí ya se va” (Vilo Viejo); “este no nació así, ellos
dicen que cuando recién tomó ese poder, tiene ese espíritu dice que cuando
vos andás en el camino de noche dice que cuando te quiere entregar el
poder ese perro. Perro es, entonces vos no le dejás que entre en tus pies”
(Félix Suárez, cursivas propias).
Persona, espíritu o fantasma (nqui’i), perro, no-perro, lo que distingo
es que el lobizón qom encarna una transformación del régimen corporal
humano debido a la penetración de una interioridad alternativa. Podría
ubicar al lobizón qom junto a las personas debido a que, como vimos, vive
junto a ellas, integra una comunidad e incluso una red parental, habla,
viste y se vincula a la manera humana –al menos durante el día–, cosecha
y se interesa por las noticias del conjunto de la comunidad. Podría ubicar
al lobizón qom junto a los no-humanos debido a esta característica que
posee de “presentarse de noche” para dar el poder, y a la capacidad de
“contagiar”, que revisaremos en el próximo apartado. El lobizón también
podría integrar el elenco de los animales porque, así como mencionan los
qom, es un perro y como tal come carne en mal estado o cualquier cosa que
encuentra. Pero también el lobizón se alinea entre los no-animales, debido
a que –a la par que presenta una corporalidad animal– tiene capacidades
excesivas como las de correr grandes distancias o no ser percibido por los
perros domésticos.
De lo mencionado puedo extraer algunas consideraciones. En primer
lugar y como demostró Tola (2005: 123), poseer un cuerpo no es condición
sine qua non para la existencia humana –existen humanos sin cuerpos–; y
existe el lobizón que –sin cuerpo–, va vistiendo diversas corporalidades que
le permiten construir relaciones, gestar emociones y movilizar acciones. En
segundo lugar, el lobizón qom, que es todas y ninguna de las categorías
de existentes, acude como prueba de una inestabilidad ontológica –un
perpetuo desequilibrio– siempre latente en un contexto donde las barreras
entre los humanos, los no-humanos, los animales y los no-animales son
totalmente franqueables y la posibilidad de devenir otro es el latido de la
sociocosmología indígena.
Finalmente el lobizón qom es la excusa perfecta para volver a subrayar
que los colectivos mencionados no están dados a priori, son –siguiendo a
Viveiros de Castro (2006: 326)– dispositivos de imaginación que, operando
en el cuerpo, emergen en contextos relacionales y son constantemente
moldeados por las transformaciones. Como expresa Mauricio Maidana:
“y si uno se lo cruza [al lobizón qom] entra a la persona y contagia todo,
44 Animales humanos, humanos animales
11 Para lecturas clásicas sobre el proceso de nauoga, cfr. Karsten (1932) y Métraux (1996
[1946]). Sobre el tema, desde lecturas más contemporáneas, cfr. Vuoto (1981), Balducci (1982),
Wright (2008), Tola (2012a) y Medrano (2013).
Medrano: Componiendo lobizones. Reflexiones sobre animalidad . . . 45
12 Tola menciona que “Según la reflexión de un joven qom, nauoga remite al proceso que se
lleva a cabo entre dos seres que cruzaron sus caminos y que dejaron una huella el uno en el otro.
Esta huella es vivida como una influencia susceptible de transformar los comportamientos, la
apariencia y la personalidad de las personas humanas” (2012b: 321). En un trabajo anterior
(Medrano 2013) mencioné que estos “contagios” pueden ser deseados o no por las personas.
Dentro de los contagios deseados podemos citar como ejemplo un texto publicado por Citro et
al. donde Romualdo –un joven qom– menciona que: “otra forma de lograr que el bebé se duerma
es poniéndole una cola de oso hormiguero para que se le contagie el sueño” (2016: 95, cursiva
46 Animales humanos, humanos animales
propia). Pero también se citan innumerables casos de contagios no deseados y son estos a los que
los qom nombran específicamente como nauoga. Por ejemplo, en un relato que recogí en campo,
Félix Suárez me comentó que a su hijo: “le entró, cuando era bebé, el espíritu del picaflor. Era
chiquitito y buscaba siempre la florcita, lloraba y lloraba y mi señora lo tenía en brazos pero él
buscaba la florcita. Entonces lo llevamos a un pi’oxonaq para que cure eso pero no pudo curar
entonces lo llevamos a otro y ahí sí se pudo curar. Nosotros vimos al picaflor, era chiquitito,
el espíritu y el pi’oxonaq se lo sacó y ahí ya se curó, ya pudo dormir”; como puede leerse,
el contagio es un proceso de penetración de un nqui’i otro que modifica el comportamiento
humano provocando situaciones patógenas.
Medrano: Componiendo lobizones. Reflexiones sobre animalidad . . . 47
13 Sarra también comenta sobre la presencia del lobizón en el contexto de un barrio periurbano
qom. Ella menciona que dicho existente “forma parte de los seres que podemos clasificar como
no-humanos de ‘otras razas’ diferentes a la humana” (Sarra 2013: 69).
14 Por ejemplo Acosta (2015), quien compila historias sobre los no-humanos en el ámbito cos-
mológico guaraní, publica su trabajo de divulgación bajo el título ‘Mitología Guaraní’. El mismo
autor menciona que “desde épocas precolombinas los guaraníes creían ya en la transformación
del Yaguareté-avá (hombre tigre)” (ibídem: 21, cursiva propia), relegando al lobizón al ámbito
de la creencia y negándole, por ende, su plena existencia.
15 Una de las contribuciones más interesantes al respecto es la que aporta Ginzburg (2013)
quien describe el accionar de los bienandantes, una secta difundida en Friuli entre los siglos xvi
48 Animales humanos, humanos animales
lo llevaron preso y ella se fue con su familia” (Vidal de Battini 1984: 541);
“En Ituzaingó, cerca de la laguna Iberá, había una señora que tenía el
marido que era lobisón. Tenía una criatura enfermo. ( . . . ) Toda la noche
se iba el marido” (ibídem: 552). “Cuando está hecho animal no hace per-
juicio. Lo que hace es comer güesitos, ( . . . ). Los otros perros no le hacen
nada” (ibídem: 557) y por último: “Se lo puede curar por medio de algún
curandero, de algún payé” (ibídem: 572).
Como puede leerse, si bien en estos escenarios criollos y campesinos la
persona nace lobizón, su presencia da cuenta de una fractura entre aque-
llas propuestas que lo ubican purificado en los escenarios del mito y las que
lo reflejan en la cotidianeidad de la gente. Estos lobizones no-indígenas
saltan de las páginas de los libros de mitologías para desplegar relaciones
conviviales simetrizando ontologías que, a primera vista, lucen opuestas a
las indígenas. Los mismos qom –advirtiendo ya esta simetría– mencionan
que hay lobizón dogshe (blanco, no-indígena), hay lobizones correntinos
o paraguayos, hay lobizones pilagá le’c 16 y están los lobizones qom. Estos
“lobizones criollos y campesinos” burlan el ordenamiento de los colecti-
vos sociales hoy en día llamados naturalistas (sensu Descola), donde no
existe una continuidad de hecho entre la humanidad y la animalidad; y
las corporalidades humanas, plegadas sobre sí mismas, representan aquel
compartimento estanco que, creado de una vez y para siempre, aísla al yo.
Finalmente tanto los lobizones indígenas que, enmarcados en ontologías
relacionales –lucen perfectamente posibles– y los lobizones criollos, que se
mofan de los actos purificatorios que han separado naturaleza de cultura,
animal de humano, desmesura de raciocinio transformando corporalidades
humanas en corporalidades animales, parecen estar en diálogo.
Lobizones en diálogo
Por último y en formato cuadro (tabla 1), voy a comparar al que llamo
“lobizón-mito” –aquel que es repuesto en los escenarios criollos y campe-
sinos pero también urbanos– con el “lobizón-qom”, del que ya han leído
Lobizón-mito Lobizón-qom
Consideraciones finales
Cuando comencé a correr tras el lobizón temí que este no fuera un tema
interesante para los qom, incluso sentí que “me estaba metiendo” en una
cuestión de la que es “mejor no hablar”. Sin embargo, una mañana de
marzo de 2018, en Riacho de Oro, mientras yo buceaba cada vez más en
la vergüenza de quien pregunta insistentemente sobre un asunto escabroso,
Félix Suárez me aclaró:
Por eso hay que saber todo eso, porque sin saber eso uno puede gus-
tar hacer lobizón. Pero más allá, más feo. Porque cuando uno trans-
forma otra clase no es lindo, viaja un espíritu del mundo, maligno. Yo
digo, por más que uno puede ser pobre, no tiene nada, pero que sea
hombre nomás. Hay que ser hombre, persona, persona sano, que no
transforme en nada.
Dichas palabras me animaron y fueron suficiente justificativo para des-
plegar aquí este juego de lobizones. Aunque no de manera zanjada, ellos
me han permitido reflexionar sobre las nociones de humanidad y anima-
lidad que emergen en los mundos indígenas y no-indígenas. Resumien-
do, la transformación lobizón qom responde a una concepción del cuer-
po/persona que deviene en un entorno en el que las fronteras ontoló-
gicas que separan a los existentes –humanos, no-humanos, animales y
no-animales– son, tal como demostramos, tenues. Esta propiedad permite
que el régimen corporal pueda metamorfosear anclado en una interioridad
que no expresa la adscripción a un determinado colectivo sino la perte-
nencia a un marco sociocosmológico que podríamos llamar animista. En
las sociedades hoy en día etiquetadas como naturalistas ocurre lo inverso,
sin embargo el lobizón pareciera ser el límite que desafía las racionalidades
occidentales; tratado a veces como leyenda o mito –en el sentido de algo
56 Animales humanos, humanos animales
Agradecimientos
A Francisco Pazzarelli y Carolina Rivet quienes leyeron una primera ver-
sión de este manuscrito y me aportaron jugosos comentarios. A Luisa
Elvira Belaunde por su referencia sobre el “niño perverso”. A Thiago da
Costa Oliveira por abrirme el mundo de Ginzburg. A los qom por acom-
pañarme con lobizones y amistades; especialmente a Valentín Suárez que
dibujó el lobizón qom. A Melina Medrano quien me compartió su vida y
sus fotos del aguará-guazú. A Tânia Stolze Lima, quien evaluó este ma-
nuscrito con su sabiduría de gran maestra. Finalmente a Lucila Bugallo, a
Penélope Dransart y (de nuevo) a Francisco Pazzarelli, por organizar ese
taller en Tilcara que abrió tantos mundos abonando amistades definitivas
que luego –tozudas–, se han desvelado por este libro.
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Medrano: Componiendo lobizones. Reflexiones sobre animalidad . . . 57
Verónica S. Lema
Intuición
Hace frío y el aire se siente gélido sobre el rostro. Con poco aire en los
pulmones y las piernas prendidas fuego se llega a la cima de una altipla-
nicie que roza los 5.000 msnm. Las montañas nevadas y las cochas que
la vista recorre resultan abrumadoras; pequeñas apachetas son testigos
de numerosas visitas a esa cima que poco parece decir de cara al suave
paso de los camiones por la ruta llevando en sus entrañas, entrañas de
otros cerros. El frío apremia, el trago pasa limpio y sin roce, aprieto los
brazos a mi alrededor para amainar el temblor involuntario que me va
gobernando y hundo automáticamente el rostro en la bufanda mientras
tumbo la frente al suelo. Enfoco y desenfoco la vista hasta confirmar que
lo que estoy viendo son trozos de una estrella de mar . . . no, no es un
fósil, está seca y amarilla. Amplío el campo visual y veo un huayruro 1
otro, una cinta, muchas cintas de colores, restos de una vasija nuevísi-
61
62 Animales humanos, humanos animales
Introducción
Lo anterior establece un punto de partida y una pregunta. El punto de
partida es la simetría: cuando uno ve un paquete para limpia o pago,
no sabe al mirarlo qué es lo más importante ahí, si es que hay algo que
cumple un lugar central. Este efecto simetrizante (no necesariamente ho-
mogeneizante) como un a priori de mutuas equivalencias entre todo lo que
forma el paquete, se extenderá en este trabajo a dos entierros hallados en
una cueva situada en Jujuy, en el noroeste de la Argentina (noa). Uno
de esos entierros posee muy pocos elementos junto al inhumado, el otro
dispone de gran cantidad de bienes muy peculiares que llevaron a pensar
que se trataba de la tumba de un chamán. Pensando en este último es
que surgieron las preguntas que también aparecen al mirar los paquetes
antes mencionados: ¿por qué “x” cosa está junto a otra cosa? ¿Qué tie-
ne que ver esto con aquello? ¿Por qué se juntaron? A diferencia de los
paquetes, al pensar estas preguntas tomando como referente un enterra-
torio, surge el clásico interrogante arqueológico: ¿el entierro nos habla del
4 Incluso, el hecho de determinar que el cuerpo humano fue sacrificado genera un efecto sime-
trizante donde todo (cuerpo humano y ajuar) son ofrendas para una fuerza o entidad mayor.
64 Animales humanos, humanos animales
analítico que va más allá del enfoque de cómo los humanos represen-
tan o usan a los animales, plantas y otras entidades “naturales” (Kohn
2016).
Relacionarse es afectarse mutuamente y constituirse; los encuentros
afectivos entre subjetividades humanas y no humanas exudan potencia-
les productivos y/o transformativos que llevan a replantearse qué im-
plica ser humano (Archambault 2015; Tsing 2015). Los escritos poshu-
manistas en etnografías multiespecie cuestionan el excepcionalismo hu-
mano (Süssekind 2018), topo que ha sido fundante de la antropología
y la arqueología, como lo mencioné previamente respecto a los espacios
funerarios. Esto lleva a considerar el potencial productivo de los encuen-
tros transespecíficos, procurando comprender las estrategias de interac-
ción entre sujetos transespecie, los devenires-con y los enmarañamien-
tos manifestados en una comunidad solidaria conformada por humanos
y otros organismos (Kirksey y Helmreich 2010; Kohn 2016; Süssekind
2018).
Así, este trabajo indagará la posibilidad de desmarcarse del a priori de
un chamán enterrado con sus “cosas de chamán” (las que –en una argu-
mentación circular– definen la identidad del inhumado) y de la mirada
tipológica aplicada a los restos en tanto ajuar, la cual habilita esa na-
rrativa clásica. Dicha posibilidad se hará desde un disponer simétrico y
multiespecie atento a una indagación de los elementos presentes no solo
como tipos (cosas/animales), sino como tropos (movimientos, tendencias)
que hacen de este enterratorio una composición afectiva. Así, el tropo se-
rá entendido como un deslizamiento afectivo, donde las fuerzas que las
formas evocan e invocan resultan ser centrales para interpretar los res-
tos arqueológicos teniendo en cuenta, no tanto lo que “son”, sino lo que
“hacen” (Wise 2011, en Jones y Alberti 2013: 218). Para atender a esto
último fue necesario ahondar en los caracteres con capacidad afectiva de
los restos arqueológicos, es decir, en su carácter de índices. Lo anterior
habilitó una forma particular de seguir la invitación de Holbraad (2009:
431) de “pensar a través de la cosas”, que nos permitió ir del estrato a los
pliegues en el denominado entierro 3.
Tabla 1. (cont.)
Lema: Animal tipo-animal tropo. Algunas reflexiones . . . 69
Tabla 1. (cont.)
7 Esto último tiene relación con una lógica transformacional entre humanos y animales que
puede verse en motivos cerámicos y rupestres para el caso Aguada (Gastaldi 2013).
Lema: Animal tipo-animal tropo. Algunas reflexiones . . . 77
8 Refiere a las formas usuales de interpretar enterratorios, por ejemplo “interpretar la ausencia
de cráneo en términos de una mayor ritualidad (en el sentido más abarcativo y por tanto menos
explícito de la palabra), en contraste con otros entierros de individuos anatómicamente íntegros.
No podemos ciertamente asumir que los cuerpos en estado de integridad anatómica no hubieran
sido asimismo objeto de otros tratamientos o manipulaciones” (Cortes 2013: 311-312, cursiva
en el original).
78 Animales humanos, humanos animales
9 “Estratificado” en el sentido en que Deleuze y Guattari (1988) hablan del cuerpo estratificado
como aquel en el cual los órganos están organizados en tanto organismo, significación y sujeto.
“El organismo no es en modo alguno el cuerpo sin órganos sino un estrato en el CsO, es
decir, un fenómeno de acumulación, de coagulación, de sedimentación que le impone formas,
funciones, uniones, organizaciones dominantes y jerarquizadas, transcendencias organizadas”
(op. cit.: 164).
Lema: Animal tipo-animal tropo. Algunas reflexiones . . . 79
Luego de un análisis tipológico del E3, vuelvo al mismo para ver cuáles
son las composiciones de fuerzas, los índices que habilitan tropismos como
deslizamientos afectivos cargados de potencia que hacen “emerger” plie-
gues por fuera del estrato. Realizo aquí un abordaje tangencial al texto de
Deleuze (1989) y su lectura del trabajo de Leibniz, entendiendo el pliegue
como manifestación de (en tanto no es una parte de y menos una parte se-
parable de) la materia que es resultado de una fuerza. La materia-pliegue
es una materia-tiempo, por lo que el pliegue es siempre movimiento. La
posibilidad de ver estos atravesamientos movientes del contexto que son
los pliegues se alcanza cuando los materiales arqueológicos se abordan en
su carácter de índices, en la composición de fuerzas con capacidad afectiva
que los mismos pueden desplegar.
El entierro E3, en tanto encuentro multiespecie, es una composición
afectiva ya que es un encuentro entre cuerpos entendidos como conjuntos
de afectos sensibles, esto es, con capacidades de modificar y ser modi-
ficados por agentes de otra “especie” (Viveiros de Castro 2012). Estos
cuerpos no serían unidades autocontenidas, sino entramados relacionales
82 Animales humanos, humanos animales
que responden a dominios afectivos con los que están ligados constituti-
vamente. 12 Así, me interesa el pliegue en tanto atravesamiento que indica
lo continuo, sin que implique necesariamente lo contiguo: tropismos de
partes de “individuos” distintos que son movidos por análogas potencias
y pueden constituirse en un mismo pliegue.
Abordaré entonces al E3 como un espacio simétrico común atravesado
por pliegues, antes que estratificado al modo humano-ajuar, a través de
cinco “movimientos” que manifiestan la capacidad afectiva de los mate-
riales gracias a su carácter de índice. Se presenta así una serie de tropos
en torno a animales, humanos, partes y totalidades.
1- Combinar: plumas/fibras de camélido; plumas/garras; fibras de bro-
melias/fibras de palmeras (estas últimas –del E4– no “a pesar de” sus
características físicas de resistencia, sino a “favor de” esas característi-
cas). Primeramente, se ven espacios contrastados: animales o plantas de
tierras bajas con otros de tierras altas, como ocurre con el penacho de
fibras de camélido y plumas de guacamayo (figura 2B). En el caso de las
plumas de cóndor o jote y de las garras de gato silvestre (figura 2I), esta
combinación, antes que reunir tierras bajas y altas –ya que ambos son
animales locales– reúne las esferas cielo/tierra. También parecería operar
un juego cromático, ya que plumas y garras entran en el espectro de tonos
negro-grisáceos, lo cual le da una cierta continuidad sin plena fusión. En
el caso del penacho, las fibras fueron teñidas de rojo y las plumas son
azul-celestes, lo que genera en cambio un efecto de contraste. Se podría
entonces pensar que en un contexto enunciativo, estos elementos repre-
sentan espacios (puna/yungas, cielo/tierra), y que además emplean un
lenguaje cromático para ello, pero si se lo piensa en un contexto opera-
cional –esto es, como índices– se ve que estas combinaciones mantienen
las diferencias en relación, es posible distinguir componentes sin que haya
una fusión total, un efecto homogeneizante, por lo que se está creando un
límite que, a la vez que separa, conecta. La fuerza manifestada en estas
combinaciones es la capacidad afectiva de conexión sin fusión.
Otro aspecto son las partes implicadas, las plumas parecen ser un ele-
mento recurrente en estas composiciones y generan un efecto fibras : :
plumas : : garras donde las relaciones no son de igualdad (=) sino de
12 Cabe señalar que Fernández Juárez (1995) indica que cuerpo humano y mesa (de sacrificio
o pago) son equivalentes, con capacidades transitivas entre sí. El oficiante conjuga elementos
(partes de animales y plantas de diversos nichos ecológicos, cuerdas, miniaturas, grasas, tallas,
minerales, etc.) para componer un cuerpo clausurado, ajustado a un código cromático y estético
para mayor eficacia.
Lema: Animal tipo-animal tropo. Algunas reflexiones . . . 83
Agradecimientos
A B. Alberti y los editores de este volumen por sus aportes para mejorar
el escrito; a A. F., por el caleidoscopio.
Referencias bibliográficas
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mentarios sobre nuevas fechas en la cronología arqueológica precerámica de la
provincia de Jujuy”. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología 9:
211-214.
13 Como afirman Deleuze y Guattari (1988: 163) “hay un CsO que se opone a la organización
de los órganos que llamamos organismo, pero también hay un CsO del organismo, que pertenece
a ese estrato”.
Lema: Animal tipo-animal tropo. Algunas reflexiones . . . 89
Lucila Bugallo
93
94 Animales humanos, humanos animales
3 Esporal o espuro (Pennisetum chilense) es un pasto blando que crece en la época de lluvias.
Bugallo: De bulto a animal en los Andes del sur. Fluir e influirse . . . 95
particular con un ser humano al que quedan ligados y estos dos factores
hacen que sean considerados animales dentro del grupo de los jóvenes de
la tropa (Arnold y Yapita 1998: 127; Dransart 2002: 82, 96; Bugallo 2014;
Elizaga en este volumen). En la sierra del sur peruano, Tomoeda observó
que “Las crías recién nacidas son indiferenciables en doble sentido, por
tener las orejas completas y por ser como apariciones en la superficie de la
fuerza mística subterránea”. Indica que al cortar la oreja “recién comienza
el estado de discontinuación, los animales domésticos se individualizan y
se separan”; pasan a tener nombre y señal, lo que supone un proceso de
personalización (Tomoeda 2013: 199-200). Hacer sangrar las orejas de los
animales es una práctica ritual indígena que marca el momento en que
algunos animales se inician en su madurez sexual así como una celebración
de la identidad social de los animales criados, en especial la de aquellos
que nacieron en la época de parición anterior (Dransart, 2002: 96).
En la puna jujeña se eligen parejas de estos animales jóvenes y se reali-
zan los casamientos; el corte de las orejas que deja brotar la sangre indica
que se trata de un animal entero que multiplicará dentro del linaje, la
señal lo incluye en esa unidad-tropa. La ceremonia del floreo se realiza
para asegurar que los linajes de camélidos florezcan y se multipliquen. El
ritual, como observa Dransart, se enfoca en promover la vitalidad rege-
neradora y procreativa en los animales (2002: 89, 99). Todos los animales
reciben flores de lana en sus orejas y chimpos, 4 que son atados en sus
lomos. De las orejas de los nuevos animales brotan flores de sangre: se los
hace florecer. Hacer florecer constituye un universo semántico amplio y
complejo en los Andes, supone propiciar los caminos generativos en los
que se pueda desplegar la potencialidad de las tropas. Los animales pa-
recen ser y condensarse en su sangre y su grasa 5 (Arnold y Yapita 1998:
128; Bugallo 2014, 2015; Dransart en este volumen).
Del mismo modo, para los humanos existen ciertos ritos vinculados a
la imposición del nombre y al corte de cabellos que suponen convertirse
completamente en una persona humana. Los ciclos vitales se conciben
desde esta lógica, a pesar de que las reglamentaciones del Estado moderno
modificaron el sentido de “tener un nombre”. El nombre para los puneños
parece influir en el carácter de las personas; si alguien se llama Juan será
como el zorro cuyo nombre es Juan, pícaro, embustero. El ritual del primer
corte de cabello, el chuscharutu, se realiza cuando el niño o niña cumple un
escucha y obedece dos órdenes verbales: seguir o volver; las jóvenes lla-
mas aprenden a obedecer estas órdenes de los adultos de su especie y los
pastores no necesitan enseñarles. La llama guía puede llevar a pastar la
tropa y traerla de vuelta sin ninguna instrucción humana. Se da entonces
una colaboración entre pastores y animales (Dransart 2002: 95; 2010: 90,
96-97). Las llamas de don Zenón eligen así hacia dónde irán a pastear cada
día y conocen los límites de sus pasturas. A pesar de que los pastores ejer-
cen un control jerárquico sobre animales individuales, existe una noción
de paralelismo entre los pastores y la tropa que reconoce la autonomía
de las especies. En parte porque se considera que los animales criados no
pertenecen completamente al pastor, ya que hay otros criadores/pastores
no humanos presentes en el espacio (Dransart 2010: 91-92, 97; Bugallo
2020; Dransart en este volumen).
6 Este subtítulo se basa principalmente en el cap. 7 de mi tesis doctoral inédita (Bugallo 2015).
7 Awayo designa a una tela abierta utilizada para cargar todo tipo de cosas, incluso a los niños;
unkuñero, de unkhuña, es también una tela para cargar alimentos, coca o para rituales (Zorn
1987: 498).
98 Animales humanos, humanos animales
8 Ayantillas o jayantillas: piedras bezoares, de distintos tamaños y colores, que se obtienen del
estómago del animal al carnearlo; tipo de illa, muy vinculado a la tropa. Wayruros: semillas
tropicales rojas con una mancha negra.
9 En la Puna jujeña se las llama igualmente wak’a (Bugallo 2016).
100 Animales humanos, humanos animales
10 Chuyanchar: realizar libaciones rituales con chuya, líquido fermentado y transparente, que
se obtiene al preparar chicha (Bugallo 2016).
11 Práctica igualmente registrada en el altiplano de Bolivia (Fidel y Lecoq 2000: 62-63).
Bugallo: De bulto a animal en los Andes del sur. Fluir e influirse . . . 101
12 Conversando con una pastora le comenté cómo entendía esta noción de la cría como bulto
en relación a un atado, y ella asintió: ese bulto como los unkuñeros, se está criando, expresó.
13 Agradezco a Maggie Bolton la pregunta que incluyó en sus comentarios durante el taller.
Bugallo: De bulto a animal en los Andes del sur. Fluir e influirse . . . 103
nes también se dan con los humanos, siendo que algunos animales toman
nuestros comportamientos y, en otra época, hasta la forma de nuestros
cuerpos. Escuchamos cuentos e historias, pero también explicaciones, que
parecen provenir de las observaciones de los pastores, que hablan de zorros
arrieros, suris pastores, animales tejedores. Coquena, un ser poderoso, es
a la vez protector/a y pastor/a de vicuñas, y toma distintos cuerpos: es vi-
cuña y en ocasiones se vuelve humano, tiene entonces dos tipos de cuerpo:
uno humano y otro animal-vicuña (Bugallo 2020).
Las relaciones entre especies, su influencia, son muchas veces buscadas
por los pastores; como criadores experimentan en estas relaciones, cuando
observan, asocian, provocan cercanías entre sus haciendas y los animales
del campo y del cerro, con el fin de lograr ciertas características físicas y
también de comportamiento en sus animales. Parecen existir dos maneras
de propiciarlas: a través de los nombres que se les dan a cada animal
de la tropa y del contacto de partes del cuerpo animal, como fibras del
vellón o plumas. En el primer caso, se trata de un nombre descriptivo que
refiere a las características que presenta un animal: si se constata que en
su cuerpo tal animal muestra elementos de tal otro, al denominarlo con
ese nombre, se acentúan y promueven las semejanzas; lo mismo ocurre
con características del comportamiento. En el segundo caso, lo que las
posibilitaría sería el contacto con partes del cuerpo animal de la especie
de la que se busca la influencia, por ejemplo las plumas de suri.
Es necesario considerar la importancia de los fluidos y sustancias cor-
porales en las concepciones de diversas sociedades de las tierras altas
andinas, para las que pelos/plumas, uñas, grasa poseen parte del animu
de quien provienen (Fernández Juárez 1997; Bugallo y Vilca 2011). Es en
esas sustancias donde se ubica el origen de la reproducción-multiplico y
la energía ligada al crecimiento y generación (Bugallo 2016: 144-145). Si-
guiendo los sentidos desarrollados por Medrano (2013) para las categorías
de contagio y de transformación entre diversos seres en la sociedad qom,
considero que se trataría aquí de contagiar ciertas características de com-
portamiento o de constitución material de los cuerpos. Medrano encuentra
que las “fronteras ontológicas que separan a los existentes son tenues”, lo
que permite que el régimen corporal pueda intercambiarse, combinarse o
modificarse, siendo que las interioridades adscriben a los seres al colectivo
qom y no a un colectivo específico de un tipo de existente (2013: 101).
Podríamos pensar que en el caso de las pastoras y los pastores puneños,
el modo en que conciben las relaciones con sus animales y entre estos se
asienta igualmente en dicha posibilidad de intercambios y combinaciones
104 Animales humanos, humanos animales
del vellón de los animales, se establece una relación entre las alpacas y los
suris, entre el vellón y las plumas.
Los pastores jujeños incluían en ocasiones lana de vicuña en las flores
de sus llamas, así se buscaba que el vellón de la tropa fuera fino y suave
como el de las vicuñas, interés compartido por los criadores de llamas de
distintos lugares (ver Haber en este volumen). En las canciones para los
animales del altiplano boliviano se compara a las llamas con los guanacos
y vicuñas; los pelajes y colores de estos animales son también la base de
algunos nombres de llamas, como guanaca (Arnold y Yapita 1998: 338,
350), que en la Puna jujeña designa a los animales rojizos y de cara negra.
Según me explicó don Zenón (25/02/2018), el color del pelaje del guanaco
es más colorado que el de la llama; dice es “lindo para hacer ponchos”,
porque “la lana por la color, le gana al color de la llama, es lindo, más
colorado es”.
En Atacama (Chile), también se confeccionaban flores de lana con el
vellón de ciertos animales para los de otra especie; las llamas llevaban
flores hechas con lana de oveja; las ovejas y cabras, otras confeccionadas
con lana de llama; y los burros, de algodón y pluma de suri. Las flores de
lana de alpaca –llamada lana cunte– estaban destinadas a los principales
de cada tropa, quienes también recibían una pluma de parina atada en el
lomo del lado izquierdo; estas plumas habían estado guardadas con grasa
de pecho de llama blanca en dos chuspas: una de lana de alpaca y otra de
lana de vicuña. El hecho de relacionar distintos tipos de animales a partir
de sustancias o partes de sus cuerpos también se observaba en las chuspas
donde se colocaban los cortes de orejas: la fibra del tejido y las orejas no
eran de la misma especie animal. Lo mismo ocurría con los corrales de
vellón en los que se colocaban estos cortes de orejas antes de ser enterrados
en el centro del corral (Spahni 1962: 27-32). 15 A partir de la relación de
los pelos-lanas que crecen en sus cuerpos, las llamas se relacionan con las
vicuñas, las alpacas y las ovejas, mientras que las cabras y las ovejas lo
hacen con las llamas al igual que los burros; las llamas se vinculan además
con las parinas y los burros con los suris.
En la sierra peruana también se mezclan las lanas de animales criados
con las de otros del cerro: se ofrenda al cerro un hilo hecho de lana de
alpaca, vicuña, llama y oveja y los costales para cargar las llamas se tejen
con la lana del pecho de llama o alpaca mezclada con la de vicuña; “estas
15 Este texto de Spahni es también citado en Dransart (2002: 94); esta cita me incitó a releer
el texto.
106 Animales humanos, humanos animales
mezclas también hacen que todos los animales se busquen entre ellos y no
se separen”. “Esta mezcla con el pelo de vicuña ayuda a la llama y a sus
llameros para que no se enfermen porque está mezclada con el pelo del
animal de Taita Orcco y del Inca” (Urbano Rojas y Macera 1992: 68, 75).
Estas prácticas de vincular a los animales a partir de elementos que
se originan en sus cuerpos, en sus fluidos corporales y que crecen como
plumas y lana, son modos de buscar las influencias entre ellos. Son modos
locales de hacer fluir las características, tanto de carácter como de cor-
poralidad, entre animales diversos, que desde una perspectiva naturalista
serían especies diferentes.
En gran parte, estas influencias entre especies se distinguen en los co-
lores del pelaje. El color del vellón concentra un interés central para los
criadores; no solo seleccionan animales y van logrando ciertos colores –y
los rituales y cuentos también refieren a estas cuestiones– sino que en la
vida cotidiana observan las relaciones y detalles referidos a los colores
de los animales. Cuando visité a don Zenón, el verano de 2018, sus lla-
mas habían tenido veinte multiplicos y Juan cola quemada –modo en que
nombra al zorro, al que nunca llama “zorro”– le había quitado dos; de las
dieciocho restantes dieciséis eran hembras, lo que mostraba que él “tiene
suerte para llama”. Sus llamitas son todas blancas con chumpi, una sola
es negra y blanca, a la que nombra condorilla, “overa” me aclara. Don
Zenón tiene su gato que es todo blanco con la cola y una oreja rayados
en gris y marrón claro, se llama Cholo. Comento que su gato es lindo;
me dice que a él le gusta, ¿Por qué? “Por el color, como anda entre las
llamas, así las llamas salen blancas”. Cuenta que las llamas lo quieren, lo
acompaña por la mañana a llevar las llamas al campo y camina junto a
él (25/02/2018).
En este proceso de “hacer” animales que implica la crianza, los pastores
observan sus colores, comportamientos, época de nacimiento y les ponen
nombres; se considera además que cada animal tiene un tipo de carácter
y personalidad (Dransart 2002; Bugallo 2014, 2015) e incluso sus propios
gustos, por ejemplo, le agradan distintos pastos. Los pastores identifican a
cada animal dentro de la tropa por estas particularidades que acabamos de
evocar así como por ser miembros de un linaje animal particular (Dransart
2002: 78; Bugallo y Tomasi 2012). Los nombres individuales permiten
distinguirlos, pero también llamarlos y que hagan caso. Podemos pensar
que nombrarlos es también un modo de “darles forma”, tanto al carácter
como a sus cuerpos, es decir de ir modelando ese “bulto”. Es importante
señalar, junto con Dransart, que no se suelen contar las llamas, sino que
Bugallo: De bulto a animal en los Andes del sur. Fluir e influirse . . . 107
se las distingue a cada una por sus particularidades y por sus nombres,
pero en cambio sí se cuentan las ovejas que son más difíciles de distinguir
(2002: 78). Esto sucede porque las ovejas no tienen tantas combinaciones
de colores ni diseños con manchas, aunque de todos modos son nombradas
a partir de ciertas características e identificadas. Me explicaron que ellos
como dueños las conocen a todas “cuál es de quién, aquel corderito de
quién es, todo”. Los corderos también tienen sus nombres individuales:
chocolate, pata negro, moncho; al referirse a “un macho corderito deciamo
este muchacho”, 16 la rosada, la anteojos, la gringa por los ojos colorados;
los nombres pueden referir al color del pelaje o a alguna particularidad
del rostro o cuerpo del animal. 17
Don Zenón me explica que el nombre se origina en el animal, en sus
características, “a algunas yo le pongo porque francamente son así”, “ya
como si fuera suri”. Una se llama gaviota, “esa gaviotita es del rastrojo
de arriba” (rastrojo = lugar de cultivo), es decir que le gusta ese lugar;
“ese frente blanquita yo le digo larguita porque es larguita aquí, tiene su
frentecita blanquita. Por ahí le pongo nombre así, porque francamente
como suri son peliadores” (24/02/1999). Zenón dice que algunas saben su
nombre, “ya entienden también, le hablo su nombre y francamente le digo,
‘vos sos suri, suriii ¡qué haces!’ Divisan y ya salen del camino ( . . . ) ya me
entienden, ya le hablo así, ya me entienden, le grito, se dan la vuelta y se
vienen”.
Z.: Por ejemplo hay una guayata le digo guayata, “bueno vos te
llamas guayata, tu hijo también se llama guayata”.
L.: ¿Por qué se llama guayata?
Z.: Porque es igual que una guayata; tiene blanco, después tiene una
parte negra igual a la guayata. ¿Nunca ha visto una guayata por ahí
en la laguna? Eso por el color de la lana, hay algunos que son como
patos, como patitas larguitas no tiene ninguna mancha, nada yo le
digo, vos sos parina, entonces bien cholita, blanquita no tiene ninguna
mancha nada (24/02/1999).
Los nombres de las llamas son variados: petisa, larguito, mona, mimo-
sa, suri, por sus comportamientos; pato, guayata, parina, condora, laqa-
ta, duraznilla, por su colores; moras, las de orejas cortas; porotas, las
de rostro manchados, entre otros. El sistema de clasificación incorpora
Foto 2. Burra “vaquilla” de los arrieros de Sud Lípez. Puna de Jujuy, Feria de Santa
Catalina, noviembre de 2006. Foto de la autora.
18 Sobre la lana de la hacienda como wak’a, origen del multiplico, ver Bugallo (2016: 144-145).
112 Animales humanos, humanos animales
Foto 3. San Antonio con sus llamas, Cochinoca. Urna del santero puneño Hermógenes
Cayo. Foto: Julio Linares, 2016.
19 Los enqaychu son un don de los cerros y Pachamama. Es interesante notar que el origen de
muchas devociones en la Puna se encuentra en piedras halladas que se revelan como vírgenes y
santos.
Bugallo: De bulto a animal en los Andes del sur. Fluir e influirse . . . 113
Foto 4. San Juan con sus ovejas y, en la pequeña urna contenida en la urna principal,
San Antonio con su llama. Santa Catalina. Foto de la autora, 2007.
La mayor parte de esta hacienda de los santos son animales con pela-
jes manchados, los de un solo color son raros (imagen 5). La recurrencia
de ciertas características en estos pequeños animales, hace pensar en la
esquematización de algunos rasgos, que estaría vinculada con ideas y va-
loraciones que los puneños tienen de los animales que crían. Esta esque-
matización quizás esté igualmente constituida por la historia de la incor-
poración de nuevas especies en la región, como los vacunos cuyo prestigio,
en relación con otro tipo de hacienda, se sustentaba en múltiples factores
desde su precio hasta la valoración de su carne. Me interesa indagar en la
hipótesis de que las características de estos animalitos, formas y colores,
tengan algo de “prototipo”, en el sentido evocado por Salomon, al expre-
sar que todas las cosas tienen su camac o prototipo que provee vitalidad
(Salomon 1991, citado en Allen 2016). No sería un prototipo en tanto
forma estable e ideal, sino una mama, una fuente que brinda lo necesario
para recriar animales, es decir que concentra la vitalidad de esa clase de
animal; posibilita conformar cuerpos pero principalmente animación.
20 A pesar de que muchas familias tienen rebaños de cabras, su patrono, San Bartolo, es un
santo prácticamente ausente en la región.
114 Animales humanos, humanos animales
Imágenes 5a y 5b. Animales de los santos, manchados blancos y negros. Fotos: autora
y Julio Linares, 2007-2020.
Bugallo: De bulto a animal en los Andes del sur. Fluir e influirse . . . 115
Imágen 5b
116 Animales humanos, humanos animales
21 En la actualidad es difícil encontrar un santero como los que fabricaron estas urnas, sus
santos y animalitos; algunos artesanos las pueden retocar, pero no se trata ya de santeros. Es
por ello que no he podido preguntarles respecto de los animales y las especies que encarnan.
Bugallo: De bulto a animal en los Andes del sur. Fluir e influirse . . . 117
San Juan, está con ovejas”. Si insisto y señalo que no parece una oveja,
sino más bien un vacuno, miran y dicen “tiene que ser oveja porque San
Juan es el patrono de ovejas”.
Considerando que su principal característica es la de ser manchados,
abordaré este aspecto de los pelajes animales. En los Andes, existe un
sistema de clasificación y denominación de las llamas y alpacas –a veces
muy desarrollado y con categorías bien definidas–, basado en el color de
su pelaje y la combinación de colores. En las punas peruanas se consi-
deran tres gamas de color: el blanco, el color 22 y el negro. Este sistema
tiene en cuenta la combinación de colores así como la distribución de las
manchas y sus formas. El modo en que los colores claros se combinan con
los oscuros resulta en una serie de términos, entre los cuales allqa desig-
na a los animales cuyo color se divide en dos partes casi iguales, siendo
que la parte oscura nunca supera a la clara (Flores Ochoa 1978). En el
altiplano chileno, se emplea un sistema semejante al de Perú, con deno-
minaciones que refieren a la disposición de las manchas claras y oscuras
en el cuerpo del animal, es decir a la relación luz/oscuridad. Cabe señalar
que lo más común en los camélidos, particularmente en las llamas, 23 son
los pelajes con combinación de colores, en los que las manchas suelen ser
de cierto tamaño. Aquellos que son de un único color y los que presentan
pequeñas manchas, como puntitos, son más raros. Los allqa están entre
los principales tipos, aunque aquí las manchas claras y oscuras no están
necesariamente en proporciones iguales. Los animales con pequeñas man-
chas negras en un cuerpo claro son más comunes que los casos contrarios
(Dransart 2002).
La importancia dada al color del vellón de los animales aparece igual-
mente en diversas materialidades prehispánicas como la pintura rupestre
y los textiles, donde se ven animales blancos y negros, ya sea con pintas
y con lunares, así como otros allqa con mitades proporcionadas negro y
blanco (Nielsen et al. 2001; Arnold, Espejo y Maidana 2013: 208-209).
Existió visiblemente, durante varios siglos y desde épocas prehispánicas,
interés y atención en estos pelajes en los que se combina negro y blanco.
Entonces, volvemos a la pregunta anterior: estos animales blancos y
negros, illas de las urnas, ¿qué animales son? ¿En su individualidad per-
tenecen a una única especie o ponen de relieve una relación interespecies?
Esto no se debe a un posible desconocimiento, los pastores conocen per-
de dos dedos o los murus de orejas cortas, que forman parte de las illas
(Bolton 2006: 539-541). Los criterios científico-técnicos para considerar
una llama como “ideal” son la buena conformación, la fibra uniforme
y monocroma. El pelaje de varios colores se considera un defecto cuyo
origen es el cruce de animales emparentados. El mejoramiento genético,
producto de la hibridación, la selección y la incorporación de animales de
otras tropas, supone animales más homogéneos, en los que el pelaje de un
solo color –particularmente blanco– es una cualidad subrayada. Contra-
riamente, explica Bolton, para los lipeños, “todas las llamas son lindas”,
no hay jerarquías de belleza, sino animales distintos (2006: 538-540). Los
animales de los santos son manchados. De cierto modo, como los murus
y llallawis son defectuosos, no tienden a la homogeneidad.
Me pregunto entonces si estos contrastes e indeterminación en la forma
de la especie aludida en los animales de los santos no refieren al modo
en que se concibe la crianza de animales en estas regiones, en la que la
diversidad de especies y de tipos de animales, “lo distinto”, sería uno de los
orígenes de la reproducción, y así se busca una relación con los animales
no criados por humanos, cuyos comportamientos gregarios, su autonomía
y la suavidad de sus lanas y plumas, son deseados en las tropas de los
puneños. Lo llamado “salvaje” resulta ser una fuente de posibilidades
deseada. Aunque “la relación entre afectos criados y salvajes necesita ser
modulada” (Pazzarelli en este volumen), y se debe evitar que los animales
deseen salirse de la relación con los humanos.
Los bultos de los santos encierran esa potencialidad de la tropa y, en
su interior, los animales blancos y negros refieren a nociones locales sobre
especies, en las que las manchas tienen gran importancia ya que muestran
vínculos entre aves y camélidos, pero igualmente con vacunos. Aves acuá-
ticas y camélidos están relacionados con los manantiales, ese medio acuoso
en el que todo fluye y la materia no está definida. Aquí “hacer” o gene-
rar crías animales supone los vínculos entre especies y una potencialidad
generativa que se encuentra allí contenida y concentrada en los bultos.
Un prototipo en este sentido es un reservorio de vitalidad, de fluidez, a
partir del cual ocurrirán las influencias; lo ideal y lo ejemplar posiblemen-
te no tengan una forma definida, es bulto, que con sus múltiples capas,
conforma un entramado entre contenedores y contenidos, que se influyen
mutuamente. Las especies se multiplicarán, los animales seguirán nacien-
do y surgiendo, desde ese conjunto de posibilidades que se distribuyen,
conjugan, prestan y sobre todo, fluyen. En los Andes, la diversidad o va-
riedad es muy apreciada, aquí las prácticas se sustentan en sistemas de
Bugallo: De bulto a animal en los Andes del sur. Fluir e influirse . . . 121
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De la fluidez a la separación.
Un acercamiento diacrónico a las imágenes
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del altiplano circun-Titicaca
127
128 Animales humanos, humanos animales
1 Por una cola ancha dividida longitudinalmente que Browman (1997) denomina “emplumada”
(feathered), y que de hecho es más parecida a la cola de algunos peces, incluso en representa-
ciones inkaicas.
Villanueva Criales: De la fluidez a la separación . . . 131
Figura 1. Imágenes animales del Formativo Medio: A. Estela estilo Asiruni de Taraco
(en base a Browman 1997). B. Estela estilo Mocachi de Tambo Kusi (en base a
Browman 1997). C. Fragmento de trompeta cerámica Chiripa (en base a Bennett
1936).
Figura 2. Imágenes animales del Formativo Tardío: A. Estela de Wankani (en base a
Browman 1997). B. Híbrido humano-ave de ceramio estilo Pukara (en base a Chávez
2004). C. Figura amorfa de ceramio estilo Qeya (en base a Bennett 1934).
plazando las incisiones por pintura blanca, pero a diferencia de los fondos
rojos de Pukara, las imágenes Qeya se plasman sobre fondo negro, rasgo al
que se retornará después. Las imágenes Qeya resultan intrigantes porque,
aunque algunos de sus atributos recuerdan levemente a aves y felinos, los
seres Qeya son deliberadamente amorfos; el característico ojo bipartito de
origen Pukara les otorga animación, pero los hocicos, patas, alas o cual-
quier otro apéndice permanecen notoriamente indefinidos, siendo difícil
entender incluso la postura del animal (figura 2C). Esta amorfia que lleva
a las imágenes al punto de lo irreconocible plantea una divergencia radical
ante la hibridación Asiruni y la dinámica apendicular Pukara.
Otra diferencia entre el Formativo Tardío 2 y sus precedentes en la cuen-
ca sur, es que las formas de relacionar imágenes animales están separadas
según el material; esta característica retorna desde el Formativo Medio,
y permite preguntarse si no es un rasgo tradicional de la cuenca sur. Así,
la escultura Khonkho presenta motivos híbridos como el humano-felino o
la serpiente-felino, o figuras trabajadas mediante la técnica apendicular
Pukara. La cerámica Qeya, en cambio, presenta estos seres amorfos, mar-
cadamente ausentes de la escultura. Al igual que en el caso de la tradición
Yaya-Mama del Formativo Medio, esta diferencia podría vincularse a las
distintas prácticas que permiten estelas y vasijas. Las primeras, estáticas,
despliegan iconografía en estructuras ceremoniales abiertas como patios y
plataformas ceremoniales. Las segundas permiten una cercana manipula-
ción humana, y gestionan flujos de comida, bebida y humo, para entablar
vínculos con humanos y con entidades del cielo y el subsuelo mediante la
libación y el sahumado.
3 En el contexto de ofrenda, Fernández Juárez (1994) refiere al cuero de felino silvestre o titi
como un ingrediente en la preparación de las mesas rituales kallawayas. El mineral de plomo en
estado natural, ofrendado en este mismo contexto, también es llamado titi. Ambos materiales
presentan asociaciones con la lluvia y el agua.
Villanueva Criales: De la fluidez a la separación . . . 137
4 Los seres retratados en los catari queros altiplánicos son felinos, en contraste con la región
de Arica, donde se ubican en esa posición lagartos o seres humanos (Horta 2013).
Villanueva Criales: De la fluidez a la separación . . . 143
que describe Descola para los aborígenes australianos. Más bien, rasgos de
las categorías ontológicas que plantea este autor pueden convivir en mo-
mentos determinados, tal vez vinculados con especies animales concretas
o con ámbitos de actividad específicos.
Aunque las taxonomías modernas como las de Linneo provienen del si-
glo xviii, la introducción de las ideas europeas sobre lo animal, basadas
en una ontología naturalista sensu Descola (una materia compartida pero
una interioridad diferenciada, donde el espíritu del ser humano es cualita-
tivamente distinto al del animal), impactaron sobre las concepciones del
mundo animal de los pueblos altiplánicos, especialmente de las elites ca-
cicales en contacto directo con la administración hispana, desde la época
colonial. Es probable que las posibilidades de transmutación desaparecie-
ran en gran medida por la evangelización, la extirpación de idolatrías u
otros procesos similares; de hecho, si estaban ligadas a un culto al an-
cestro, este último fue severamente perseguido a partir de las reformas
toledanas (Gisbert 1999). Sin embargo, su forma subsiste en etnónimos
como Pacajes o Paka-jaqi (hombres águila), precisamente propio del al-
tiplano boliviano central-norte y cuenca sur del Titicaca, o los de ayllus
como Katari o Amaru (serpiente), Guamán, Wamani o Mamani (halcón),
Condori (cóndor), Poma (puma), Uturuncu u Otorongo (jaguar) u Os-
co (gato montés), que con el tiempo derivarán en apellidos dentro de la
estructura colonial.
Algunos animales se plasman como imágenes heráldicas para la noble-
za indígena, como en el escudo nobiliario que se atribuye Guamán Poma
de Ayala (1993 [1615]), con un halcón y un puma. Jaguares y serpientes,
el ave con plumas bicolores en la cola o corequenque, que fuese insignia
del Inka (a veces reinterpretada como el águila bicéfala de los Austrias)
u otros, fueron importantes para la simbolización de los linajes y apelli-
dos de la elite india (De Rojas 2008) (figura 5A). Sin embargo, Cummins
(2002) ha mostrado que muchos animales son desterrados de los objetos
ceremoniales andinos durante la colonia, significativamente de los kerus. 5
Las aves rapaces y felinos dejan de integrar entramados relacionales con
comunidades humanas y ancestros, convirtiéndose en imágenes o vocablos
que representan linajes en un plano simbólico. Monos y aves amazónicas,
considerados decorativos e inocuos desde la mirada hispana, ocupan la
nueva imaginería polícroma de los kerus de madera, fenómeno que per-
5 De hecho, se ha sugerido que la chuwa del cielo, con una historia turbulenta de rupturas y
recomposiciones, sufrió la persecución en este contexto (Sánchez et al. 2016).
146 Animales humanos, humanos animales
Agradecimientos
Estas reflexiones se nutren principalmente de la interacción directa con
algunos materiales arqueológicos. Debo por ello agradecer a los directores
del Proyecto “Chachapuma”, Jédu Sagárnaga y Antti Korpisaari, así como
a la comunidad de Isla Pariti, por permitirme trabajar con esta fascinante
colección de cerámica Tiwanaku. Asimismo, a Elvira Espejo y Freddy
Taboada del musef y a Walter Sánchez y Marco Bustamante del iniam,
por permitirme el acceso y el posterior intercambio de ideas en torno a
la “chuwa del cielo”. Estas ideas se plasmaron en una primera versión de
ponencia al interior del simposio Los Animales en la economía, ideología
y cosmovisión de los pueblos Andinos, en el ix Congreso de la Asociación
de Estudios Bolivianos en Sucre, en 2017. Agradezco a Claudia Rivera por
su entusiasmo en coorganizar este simposio y a todos los participantes por
las muy fructíferas reflexiones. Asimismo, a Francisco Pazzarelli, Penélope
Dransart y Lucila Bugallo por la gentil invitación a participar del taller
en Tilcara y de este volumen, además del útil comentario editorial. A
todos los participantes del taller, especialmente a María Amalia Zaburlin
y Alejandro Haber, por las discusiones y debates que fueron de mucha
utilidad para el desarrollo de este texto. Finalmente, al revisor anónimo
del manuscrito por las importantes observaciones y sugerencias.
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del año en Sud Lípez, Bolivia
Maggie Bolton
159
160 Animales humanos, humanos animales
Arquitecturas de domesticación
y el mundo meteorológico
Mi análisis reúne dos vertientes del conocimiento antropológico sobre las
relaciones humano-animal y el medio ambiente. La primera enfatiza la do-
mesticación como una relación material y espacial. En el contexto de los
Andes, y más precisamente de Lípez, Axel Nielsen (2016) toma esta pers-
pectiva para escribir sobre la formación del hogar entre pastores andinos.
David Anderson, con referencia a las sociedades de pastoreo de latitudes
norteñas, teoriza también sobre la formación del hogar o domus (Ander-
son 2014; Anderson et al. 2017). Para este autor, el domus es “cómo la
atención de muchas diferentes especies, y los artefactos de esta atención,
llegan a trabajar juntos en un escenario particular”.
El conocimiento reciente sobre las relaciones humano-animal, y preci-
samente sobre la domesticación y las relaciones con animales domésticos,
se ha vuelto crítico de los estudios anteriores enfocados exclusivamente
en la agencia humana y en la dominación humana sobre los animales. El
filósofo Dominique Lestel recomienda el análisis de comunidades híbridas
humano-animal –cómo viven juntos los humanos y los animales (Lestel
et al. 2006)–. Vinciane Despret entiende la domesticación como “prác-
ticas que crean y transforman por el milagro de armonización” (2004:
125), y nos hace recordar que en el caso de los animales domésticos,
estos son “animales-con-humanos”, así como los humanos asociados son
“humanos-con-animales”. De manera semejante, Donna Haraway sugiere
que nosotros, los humanos, “llegamos a ser juntos con” nuestros animales
compañeros (Haraway 2008: 16-17). En torno a los animales de rebaño,
Istomin y Dwyer (2010) caracterizan la domesticación de renos en Siberia
como una adaptación mutua y dinámica de comportamiento. Critican los
Bolton: La fragilidad de las relaciones de domesticación . . . 161
En las faldas de sus sierras están las poblaciones de sus indios que se
mantienen de raíces y quinua y algunas papas sin otro mantenimiento.
(Capoche 1959 [1585]: 127)
para cargar minerales desde las minas lipeñas en la época colonial pudiera
haber estimulado la proliferación de los rebaños en la región. Fuera del
transporte de minerales, se puede deducir que los llameros utilizaban las
llamas para viajes de intercambio, que deberían ser similares a los que
relatan los llameros actuales y algunos etno-arqueólogos: los viajes a los
salares del norte y a los valles de las regiones mas cálidas de Lípez y Chi-
chas; al pueblo de Santa Catalina, a través de la frontera argentina; y a
Tarija, sus traslados más documentados cuando intercambiaban sal por
maíz (Nielsen 1997-1998). Se puede argumentar que al viajar juntos, los
humanos y los animales experimentaban y llegaban a conocer el mundo
meteorológico de Lípez y más allá, cada especie en compañía de la otra.
En su estudio de Lípez en el siglo xix, Tristan Platt observa que los lla-
meros daban prioridad a estos viajes sobre las oportunidades de ganar
efectivo por el transporte de minerales (Platt 1987: 522).
En la coyuntura actual, los viajes de trueque a los valles casi han cesa-
do con la posibilidad de usar vehículos motorizados. Inevitablemente, este
cambio ha conducido a modificaciones en los conocimientos de humanos
y animales sobre su mundo y sobre el paisaje mismo al caer en desuso
las rutas y caminos de otrora. Sin embargo, los llameros lipeños recono-
cen todavía la centralidad de las llamas en su propia existencia (Bolton
2000: 173-174). Muy pocos han dejado la crianza de llamas, aun cuando
migren a las ciudades para estudiar o buscar trabajo por motivo de las
nuevas demandas y oportunidades económicas que hoy existen. Ahora la
responsabilidad por el cuidado de los rebaños frecuentemente recae en las
mujeres mayores: la abuela de una familia se queda en su estancia en el
campo mientras las generaciones más jóvenes están ausentes durante gran
parte del año. He escuchado a dichas abuelas contar cómo no tienen nin-
gún deseo de salir del campo y que quieren morir allí con sus animales.
En verdad, en los meses fríos del invierno, cada año, algunas sucumben a
la hipotermia.
2 No obstante, cabe señalar que las autoras de tres de los capítulos en este volumen exploran
tropos, metáforas cosmológicas o metáforas encarnadas y las implicaciones para la percepción
(Lema, Belaunde y Dransart).
Bolton: La fragilidad de las relaciones de domesticación . . . 167
3 Los ayllus de Sud Lípez cayeron en desuso después de la Revolución Nacional de 1952, pero
se los recuperó en los años 2000. La recuperación tuvo una motivación política: participar en el
movimiento indígena y la posibilidad de reclamar una Tierra Comunitaria de Origen (tco). No
168 Animales humanos, humanos animales
obstante, considero que también era un hecho importante para los lipeños porque refleja cómo
ellos entienden su relación con sus tierras.
4 Verónica Cereceda (2010: 103) describe cómo los chipayas del Departamento de Oruro en-
tienden los vientos como personas.
5 Las familias lipeñas tienen dos viviendas. Una casa se ubica en el pueblo, donde vive la familia
durante el período escolar. La otra se llama “casa campo” o “campo wasi” (quechua wasi =
casa), y es una estancia ubicada donde pastean los ganados. Como término híbrido, los lipeños
utilizan el pluralizador “s” del castellano en vez del sufijo quechua -kuna.
Bolton: La fragilidad de las relaciones de domesticación . . . 169
piedra seca para encerrar a los animales. Anderson et al. (2017: 406) ano-
tan que las arquitecturas de domesticación circunscriben los movimientos
tanto de los humanos como de los animales. Eso es evidente en la foto de
Nielsen de un campo wasi cerca del pueblo de Cerrillos (2016: 235) que
pone en contraste las viviendas techadas de los humanos con los espacios
abiertos de los dormitorios de las llamas, y sugiere que los humanos están
más restringidos en sus movimientos que los animales, aunque debemos
recordar que en circunstancias normales, los llameros pasan muy poco
tiempo dentro de sus casas. Algunos llameros, de noche, confinan a sus
llamas hembras en los corrales –especialmente en la estación de lluvias
cuando nacen las crías– y a veces prenden un fueguito de estiércol en la
entrada para espantar a los animales depredadores. Otros llameros encie-
rran a sus animales solo de vez en cuando, por ejemplo, para la ceremonia
del enfloramiento de llamas antes de Carnaval, cuando necesitan hacer
algún procedimiento veterinario, como administrar vacunas, o cuando ne-
cesitan castrar a los animales machos. Se emplean las sogas para cerrar la
entrada del corral –antes las empleaban para colocar bultos en la espalda
de los animales en los viajes de intercambio–. Cuando caminan con los
animales, emplean las hondas para lanzar piedras adelante o al lado de
las llamas delanteras para hacerlas cambiar de dirección. Utilizan también
las órdenes vocales (Dransart 2010: 96), pero su eficacia depende siempre
del viento y de su dirección.
Con esta arquitectura de domesticación muy escasa –que podríamos
considerar autolimitante, como la de los pastores de renos– no nos debe
sorprender que el contacto físico entre llameros y llamas sea mínimo. Co-
mo ya he mencionado, en años anteriores, las llamas machos castradas
tenían más contacto con los humanos en los viajes de intercambio. En la
actualidad, cuidar a las llamas implica en gran medida observarlas y vigi-
larlas. Los humanos vigilan a sus llamas como ellos mismos se consideran
vigilados por los seres de la tierra, los cerros altos (Allen 1988: 40-41). Los
llameros revisan donde están pasteando sus animales, a veces los guían en
el sentido apropiado, se aseguran de que ningún animal se pierda, e inten-
tan protegerlos de los depredadores. Sin embargo, en general, los animales
ejercen su autonomía gracias a la cual ellos deciden hasta dónde caminan
y con quién andan, los llameros reconocen que ciertos animales siempre
andan juntos, que los animales tienen sus propias amistades.
Gran parte de la vigilancia de los llameros sobre sus animales toma la
forma de breves controles diarios, que muchas veces implican una cami-
nata larga desde el pueblo o la estancia. Las mujeres y los niños, cuando
170 Animales humanos, humanos animales
6 Dransart (2011: 127) señala una situación de migración semejante en Isluga. Una estrategia
que los llameros emplean allí es pagar a un asistente para cuidar el rebaño.
Bolton: La fragilidad de las relaciones de domesticación . . . 171
a la intemperie, aunque ellas sufren cuando hay mucha lluvia, porque sus
pelajes son menos resistentes al agua que los de las ovejas. La lluvia nor-
malmente cae entre diciembre y febrero y el resto del año la región queda
seca. En los meses de invierno austral (junio, julio y agosto), el rango de
temperatura diurno es grande. Durante el día, bajo los cielos despejados
y el sol intenso de las montañas, la temperatura puede alcanzar más de
20◦ C, pero cae rápidamente bajo cero en la noche. Esta es la estación en
que los llameros de antaño hacían sus viajes a los valles. Hoy en día, se
utilizan los animales para la subsistencia familiar –se manda la carne de
llama hasta Tupiza para los miembros de la familia que están trabajando
ahí– y, con la popularidad creciente de la carne de llama en las ciudades,
se venden la carne y el ch’arki de llama en los centros urbanos. Aun así,
entra el mundo meteorológico porque muchas veces el camino hasta Tupi-
za se vuelve intransitable cuando la arena se acumula en derivas en el Paso
del Diablo, la entrada de la provincia. Las mujeres tejen menos que antes,
pero aún utilizan la fibra de llama para frazadas y los hombres fabrican
sogas. También buscan comercializar la fibra. Sin embargo, más allá de
los productos animales, las llamas son importantes para los lipeños para
darles un sentido de quiénes son y de su pasado (Bolton 2000: 173-174).
Eso entonces es el mundo meteorológico de Lípez donde viven juntos los
humanos y los animales no-humanos. Como señala Ingold, una inmersión
común en el mundo meteorológico en los “flujos generativos del medio”
(2007: S19) es lo que une a los humanos y otros animales y habilita las
relaciones entre los dos. La predictibilidad normal del clima ayuda con
los arreglos sueltos y no intensivos del manejo de los animales que los
lipeños prefieren ahora. Los llameros están contentos si pastean sus ani-
males en los lugares que ellos apetecen, que son también cómodos para
los humanos y en donde los animales necesitan poca atención. Así son los
lugares de domesticación en el mundo meteorológico de Lípez. Sin embar-
go, la situación cambia cuando ocurren estos fenómenos extremos, cuando
los lugares del mundo meteorológico se vuelven hostiles y la sociabilidad
humano-animal se pone en peligro.
7 https: //www.bolivia.com/noticias/autonoticias/DetalleNoticia7233.asp
Bolton: La fragilidad de las relaciones de domesticación . . . 173
peler el agua, y entonces cuando la nieve, fría y mojada, cayó sobre sus
espaldas, estas en lugar de proporcionarles aislamiento del frío, les habrán
hecho sentirlo y las habrán dejado susceptibles a la hipotermia.
Después de un tiempo, no ocurriría solamente que las características del
mundo meteorológico habrían cambiado sino que, a medida que la capa
de nieve se profundizaba, la hierba, ichhu, de la cual las llamas dependen
para su alimentación, habría desaparecido debajo de la capa blanca. Las
llamas tienen los pies suaves y pisan la tierra delicadamente; los lipeños,
al igual que los técnicos de las ong, dicen que no arrastran los pies como
las ovejas. Con la nevada, en el mejor de los casos, no podían encontrar
alimentos y corrían el riesgo de morir de hambre mientras la nieve quedara
en el suelo. En el peor de los casos, algunos animales se tambaleaban, se
desorientabn y se volvían hipotérmicos. Algunos, como los de mi amigo,
don Mauricio, cometieron un error fatal al elegir qué camino seguir. Su
dueño me contó cómo quedaron atrapados donde la nieve había caído
en derivas, y se enterraron. No llegó la ayuda de sus socios humanos.
Tim Ingold (comunicación personal) ha señalado que en estas situaciones,
cuando uno no puede sentir ni confiar en el suelo, como en una nevada o
tal vez, en un barco, lo que queda y que se necesita son las relaciones con
los otros, ya sean humanos o animales. En la nevada de Lípez, ni el suelo
ni las relaciones con los otros resultaron confiables.
Los lipeños lamentaron la pérdida de sus animales. La nevada había lle-
gado en una coyuntura en que los técnicos de una ong intentaban conven-
cer a los pastores de la existencia de mercados comerciales para productos
de llama (Bolton 2006, 2010). A modo de respuesta, los pastores habían
empezado a prestar atención a sus rebaños e incrementarlos. Como la tasa
de reproducción de llamas es muy baja, y los lipeños creen que se logra
el aumento del número de animales del rebaño propio por multiplicación
(Urton 1997: 70-73), y no por traer animales desde afuera (Bolton 2006:
541), los llameros ya habían aplicado bastante tiempo, esfuerzo y com-
promiso a esta iniciativa. Por eso era muy duro, en situaciones como la de
don Mauricio, perder la mitad de los animales y ver que sus esfuerzos se
desperdiciaban. Una mujer me comentó que lo que lo hizo aun más duro
fue que la carne no era apta para comer (ni para vender) –ella llamó la
atención sobre su decoloración– y que hubo que enterrar los cadáveres, a
veces a instancias de las ong.
Una vez que lo permitieron las condiciones, los llameros tuvieron que
localizar a sus animales sobrevivientes y llevar a sus terrenos habituales
a los que habían vagado. En las semanas siguientes, la nieve se derritió
176 Animales humanos, humanos animales
10 Agradezco a Juan Villanueva por esta información. Conversación del taller “Humanos y
otros animales”, Tilcara, septiembre de 2018.
Bolton: La fragilidad de las relaciones de domesticación . . . 179
Conclusiones
En este capítulo utilicé el concepto de Anderson de arquitecturas de do-
mesticación (Anderson 2014; Anderson et al. 2017) y su énfasis en la
domesticación como un arreglo espacial localizado en lugares del paisaje
anhelados tanto por los animales como por los humanos en donde las es-
pecies distintas pueden desarrollar relaciones. Sus ideas –formuladas por
las investigaciones con pastores de renos en sociedades norteñas– resuenan
con las trabajos etnográficos sobre la formación del hogar entre los pas-
tores de camélidos (Nielsen 2016). El suceso de una nevada catastrófica
nos lleva a examinar las arquitecturas de domesticación de los lipeños y
cómo los fenómenos meteorológicos las transforman. El énfasis de Ingold
11 Gracias a Vincent Nicolas por esta sugerencia. Conversación del Taller “Humanos y otros
animales”, Tilcara, septiembre 2018.
Bolton: La fragilidad de las relaciones de domesticación . . . 181
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184 Animales humanos, humanos animales
Introducción
En las poblaciones altoandinas el viaje está incorporado como modo de
vida, pues aun cuando existen asentamientos más o menos permanentes,
es preciso realizar traslados ya sea para aprovechar pasturas de las tierras
altas en época seca, obtener recursos de otros pisos ecológicos o bien ante
la necesidad de emigrar a la ciudad en busca de nuevas formas de trabajo,
sin cortar la relación con la comunidad de origen y el regreso al pueblo
para las fiestas religiosas u otros acontecimientos relevantes para la familia
o la comunidad (Günderman 1985; Günderman y Chipana 1986; Gobel
1998, 2003; Martel 2011).
Para los pastores de Macusani la idea de vida-viaje está contenida en
la palabra quechua ñan (camino). Cada uno posee su propio ñan, que al
ser transitado va configurando el ser tanto individual como social. Esta
condición no es exclusiva de los seres humanos, sino que se comparte con
los rebaños: los conceptos de uywa ñan (el camino de los rebaños) y runa
ñan (el camino de las personas) (Elizaga 2009), dan cuenta de ello. La
incorporación progresiva al medio social lleva aparejado el cumplimiento
de ciertas etapas, entre las que destaca la conformación de un corazón
(Gavilán 2005). Este corazón, en aymara chuyma, en quechua sonqo, no es
el órgano físico, sino un cierto estado de conciencia y madurez emocional. 1
1 Chuyma, en su sentido literal, se refiere a los pulmones. Sin embargo, el término posee un
significado profundo y múltiple. En su aspecto corporal, puede denotar el conjunto de “interio-
res”, entre los que se encuentra el corazón, además de los pulmones. En su aspecto más sutil,
chuyma se utiliza para la conciencia o más bien para un estado de conciencia (Dransart 2002:
nota 8). También, y de manera significativa en el contexto de este trabajo, chuyma se vincula a
la memoria: Carlos Choque en su trabajo acerca de los caminos de memoria (amt’añ thakhi) en
la comunidad de Socoroma (Chile), se refiere a chuymanajanki, que “no es solo tener memoria
o ‘acordarse de algo’, sino que representa una asociación con todo el estado interior del cuerpo”
187
188 Animales humanos, humanos animales
2 Esta idea remite al análisis de Cereceda del patrón chhuru-qallu en las talegas de Isluga: se
trata de la alternancia de dos bandas de color contrastante (allqa) mediada por la presencia de
una lista delgada del color opuesto en el campo de la banda más ancha, de modo que el paso
entre ambos campos está suavizado o articulado por la presencia de una pequeña porción de
su opuesto. Como menciona Cereceda “Cada chhuru recibe exactamente su opuesto total como
complemento: un chhuru (ancho) claro recibe junto así un qallu (angosto) oscuro, mientras una
banda oscura recibe una lista clara. El equilibrio se logra así mediante el ‘intercambio de las
diferencias’” (2010: 194-195).
3 Apu es una entidad generativa de carácter eminentemente pastoril. Generalmente se asocia a
las altas montañas, sin embargo, como menciona Ricard Lanata (2008: 68-70), puede ser también
un pequeño desnivel en el terreno, independiente de su tamaño. Los Apu son poderosos, y una
de sus funciones es la de cuidar los rebaños. Sin embargo, estas entidades, como todos los seres
del mundo no-humano en el pensamiento andino, no son completamente benéficas o maléficas,
sino que su accionar es más bien situacional y sobre todo relacional (Martínez 1983; Rivière
2019). Ricard Lanata también refiere que el Apu posee un carácter ordenador: distribuye y
clasifica el paisaje, a la vez que anima, infunde vida (kamachiq, en quechua).
190 Animales humanos, humanos animales
pueblos, llaqta michiq (Ricard Lanata 2008). En esta misma lógica, los
dones del Apu, las illas y las enqa 4 sienten amor por los pastores y pas-
toras, y lo demuestran cuidando de sus rebaños (Flores Ochoa 1977). El
concepto de uywaña ilustra bien esta relación: criar y proteger con amor
(Martínez 1989). Entonces Uywa, que suele traducirse como “animal do-
méstico”, es mucho más que eso. Se trata de la crianza mutua, en la que
el cariño, la confianza y el cuidado son permanentemente actualizados. 5
4 Piedras con poder fecundador que se utilizan durante la ceremonia del marcado y son consi-
deradas dones del Apu, o entidades generativas principales.
5 El Apu es el dueño de los rebaños que pastorean los seres humanos (uywa), y a la vez posee
otros rebaños, que son los animales considerados salvajes o salqa: vicuñas, guanacos, tarukas
(cérvidos), algunas aves, zorros, cóndores, considerados el espejo o “la otra cara” de los animales
uywa: por ejemplo, las vicuñas que son salqa se corresponden con las alpacas, que son uywa
(Flores Ochoa 1977: 229-230).
Elizaga Coulombié: Traer los rebaños a casa . . . 191
Ese día pucha era sagrado para las alpacas, se llamaban . . . tenían
sus nombres, nadie las insultaba, porque estaban en su día. Por ejem-
plo, a las llamas se les decía machu, y a los machos siempre se les decía
machu, y a las hembras se les decía chullumpi, y a las alpacas se les
decía ch’usllu.
9 Este traspaso entre lo humano y lo animal y las referencias a sus respectivos thakhi son
recurrentes. En Sabaya, departamento de Oruro (Bolivia), al final del thakhi de los cargos,
aquellos que han completado el recorrido son llamados “machos” o “llanteros” “de grandes
pechos” como las llamas machos que van por delante de la tropa (observación realizada por
Gilles Rivière).
Elizaga Coulombié: Traer los rebaños a casa . . . 193
10 Como señala van den Berg (1989: 50-51), los ciclos ritual y productivo están profundamente
ligados al ciclo climatológico. El autor menciona que a la época seca corresponden “los ritos
de agosto”, asociados a la siembra y, en el caso de Macusani, también al ganado. En ese
momento se considera importante alimentar a la Pachamama y a las entidades propiciatorias,
pues se encuentran “en un estado de inquietud . . . pasando hambre y sed”. El autor cita un
testimonio al respecto: “En agosto todo está sediento. Es el único mes en que realmente hay
que dar, hay que llenar”. Charlier Zeineddine (2015) aporta una relación muy interesante entre
lo seco y hambriento y la necesidad de “llenar”: el vocablo aymara q’ala, “desnudo”, “vacío”
o “terminado”, se aplica a la capacidad del vientre de ser llenado (nutrido) o vaciado, igual
que un saco. Un cuerpo vacío está en desgracia, es decir, enfermo. La salud, por tanto, tiene
relación con estar lleno, bien nutrido. La autora encontró que los alimentos que se consideran
nutritivos son los húmedos y cultivados localmente, entendidos como vivos, en especial el agua,
que ayuda a crear grasa (fuente de fuerza y vitalidad). En contraposición, se encuentran los
alimentos secos, de los que se piensa que están muertos.
194 Animales humanos, humanos animales
11 En este mismo volumen, Bugallo se refiere a que en la Puna jujeña, hasta que las crías no
se marcan no se contabilizan dentro de la tropa. Por el contrario, son consideradas “bulto” o
“multiplico”, parte de un montón que aún no se ha terminado de formar (social o materialmen-
te).
12 Mucco: coyunturas del cuerpo, artejos de los dedos, ñudos de madera o de cañas o motas
de hilo (González Holguín 1989 [1608]: 245).
Elizaga Coulombié: Traer los rebaños a casa . . . 195
Los pechones o pichones son la carne del pecho de las alpacas que se
han sacrificado durante el año. Esta carne se reserva y se pone a secar
para la ocasión. Llama la atención el juego de palabras que se produce
con el nombre “pichón”, que de ningún modo es casual, como hizo notar
Victoria Tinta que, entre risas, aclaró:
Con referencia a los pechones hay otro elemento que llama la atención:
el consumo de carne seca en un caldo que lleva el nombre de machu, pala-
bra con múltiples significados: machu es el nombre del llamo delantero de
la caravana, el guía, pero también es el antepasado antiguo, perteneciente
a una humanidad anterior del tiempo mítico chullpa (Sendón 2014). A
su vez, las momias precolombinas son llamadas machula (Alfredo Qolque,
Macusani), y también reciben este nombre los espíritus de los ancestros
masculinos cuyo viento benéfico hace crecer las papas (ibídem: 146). 15
A partir de estas correspondencias, podemos plantear algunas preguntas:
¿qué significado tiene, en el contexto que venimos describiendo, consumir
como primer alimento de la jornada de marcado un caldo que lleva el
nombre de la llama que va a la cabeza de la tropa, y que será marcada en
primer lugar al día siguiente?, ¿hay quizás una alusión a un estado de “co-
mienzo” o “inicio” de viaje, referente al rol que tiene el machu delantero?,
¿es posible encontrar una referencia a una ancestralidad camélida, en aso-
ciación con la carne seca de animales que vivieron y sirvieron de alimento
“antes”, en el año que existe entre un Señalakuy y otro?, y finalmente, ¿es
posible que exista una relación entre ingerir la carne del ancestro camélido
y la intención de vincularse corporalmente con los rebaños, estableciendo
una especie de linaje compartido? Por último, también es relevante que
sea la carne del pecho, justamente, donde reside el sonqo o chuyma, el
lugar de la conciencia adquirida gradual y socialmente. 16
El corte de los pechones se realiza en medio de oraciones (en este ca-
so fueron Padre Nuestro y Ave María), libaciones con chicha de maíz y
mascado de hojas de coca. Es importante que todo sea hecho en pares.
Durante el corte de los pechones la pareja de dueños de casa divide las
tareas según el género: el hombre corta la carne, mientras la mujer los
agrupa de a dos, pues “cada persona recibe su par”:
T.T.: . . . Ya, todo esto, esta carne que estamos preparando para el
día de mañana, esto tiene que ser todo contado, y cada par significa
que le vamos a dar a cada persona dos, ahá, eso significa.
J.E.: ¿Siempre tienen que ser dos?
T.T.: Siempre tiene que ser . . . siempre . . . con su par ese tiene que
ser.
(Teófilo Tinta, Oqho Huma)
Se debe tener cuidado de que ningún trozo de carne, por pequeño que
sea, caiga al suelo, pues de lo contrario las crías de los rebaños podrían
morir. Esto, porque dejar caer algo al suelo es sinónimo de extravío de la
atención:
( . . . ) no hay que distraerse, no hay que mirar por ningún lado a nadie,
no obedecer a nadie . . . otras personas hacen distraer o ponen comida
[en el suelo] y hacen multar para sacar la ropa y se matan de la risa.
(Cirilo Peralta, Macusani)
Después del corte de pechones, se comparte una comida y luego todos van
a la cabaña (la casa) de la abuela, la persona más longeva de la familia,
para realizar el pago a la Santa Tierra.
17 El q’epi o q’epe, en quechua “atado”, se forma anudando las esquinas opuestas de una tela,
con el fin de que pueda contener alimentos, herramientas, ropa, etc. Generalmente está formado
por varias capas, siendo la última el aguayo, una prenda cuadrada de tejido apretado. En las
caravanas, las llamas también llevan sus atados, pero en ese caso son generalmente costales de
tejido más burdo que el del aguayo. Asimismo, el atado puede tener una función ritual: el señal
q’epi es donde se guardan todos los implementos para llevar a cabo el marcado de los rebaños.
Zorn (1987) señala que, luego del marcado, este atado pasa a llamarse mama q’epi.
Elizaga Coulombié: Traer los rebaños a casa . . . 199
Para que la comida sea bien recibida, solo el oficiante puede tocar con
sus manos la ofrenda terminada, el resto lo hace a través de una unku-
ña, o tejido pequeño y cuadrado, muy fino, utilizado especialmente para
la ocasión. Del mismo modo, es crucial que nadie abandone la casa hasta
después de que la ofrenda haya sido quemada y que ninguna mujer presen-
cie el momento en que la Tierra recibe los alimentos. Esto último, según
me explicaron, es por la propia seguridad de la mujer: si viera el momen-
to en que la Tierra consume su ofrenda, que es también el momento en
que aparece el Apu, la mujer podría no volver a engendrar. 18 En caso de
que no haya ningún hombre con el suficiente conocimiento y autoridad
para oficiar el rito, una mujer mayor (que ya no esté en edad de procrear)
podría hacerlo.
18 Rivière, en comentarios a este trabajo, refiere que también en otros sectores del Altiplano
Andino hombres y mujeres se tienen que esconder (imantasiña, en aymara) después de degollar
al animal para que el Mallku o Apu vaya a tomar/beber/husmear la sangre. Es un momento
en que no debe ser molestado.
200 Animales humanos, humanos animales
J: Ud. dijo algo acerca del camino y de la vida ayer . . . ¿qué significa
el camino?
T: ¡del camino . . . ah! está bien. Porque hoy se ha notado la acep-
tación del Apu. Quiere decir que toda esa mesa que le estábamos
preparando, ayer hemos ido a hacer pasarlo, tiene que ser blanquísi-
mo, blanquísimo, blanquísimo, como esta fibra ¿no? No debe tener ni
una clase de mancha, ni negro, ni café, nada. Tiene que ser blanquí-
simo, como una flor que ayer en la tarde estábamos poniendo, la flor
esta . . . clavel. Igualito, igualito. Eso significa que el Apu ha recibido
con agradecimiento, estaba en su tiempo. Así ya el camino ha sido
bien preparado. Excelente.
J.: ¿Y qué significa el camino?
T.: El camino es cuando el Apu tiene que venir y nosotros también
tenemos que alcanzarlo, o sea que ambos compartimos, ¿no? El Apu
viene para recibirnos y nosotros ofrecemos caminando, ese es el camino.
¿Conforme? ¡Listo!
19 Durante el día del marcado, la abuela espontáneamente comenzó a cantar una canción que
reiteraba la palabra yanantin. Esto ocurrió justo en el momento en que las alpacas pasaban
del corral del señalamiento, señal kancha, a las tierras de pastoreo para alimentarse después de
haber sido marcadas. Otros momentos de música ocurren al final del marcado de cada tipo de
animal. En el caso observado, eran los hombres los que tocaban instrumentos de percusión.
Elizaga Coulombié: Traer los rebaños a casa . . . 201
J: ¿Quién es el Hayñachu?
T: Es para que el próximo año tenga más bebes.
J.: ¿Los animales o las mujeres?
T: Los animales, no las mujeres. Las mujeres como que pueden estar
sintiéndose los animales hembras. 21
(Teófilo Tinta, Oqho Huma)
20 Las referencias a la fertilidad del ganado en este momento son múltiples: el hayñachu es
el padrillo en los rebaños de camélidos. Flores Ochoa (1977: 222) menciona que las illas los
representan especialmente. Además, el autor refiere que, en las llamas, el padrillo recibe el
nombre de chullumpi que, como hemos visto, es un ave que se asocia a la emergencia de
rebaños desde los manantiales (Flores Ochoa 1988: 201), aunque en Macusani este nombre se
le da a la llama hembra.
21 No observamos en este registro alusiones específicas a herencias femeninas de rebaños, sin
embargo, Arnold y Yapita (1998), en su descripción del marcado en Qaqachaka, presentan un
análisis desde el género, y especialmente desde la maternidad.
22 Una soga trenzada con cabos gruesos de lana.
202 Animales humanos, humanos animales
animales que se van a marcar–. También están los collares o coronas de los
machus y, durante el marcado de las alpacas, se ponen las pieles de un ave
de rapiña y de un gato montés “para proteger de los animales mayores,
como el puma” (Teófilo Tinta, Oqho Huma). Finalmente, a un costado
de la mesa, se ponen los enqaychus, piedras con forma de animales que
contienen la energía animadora de los rebaños, y una piedra plana que
representa el señal kancha. Estos dos últimos elementos están delimitados
con una línea roja, pintada con arcilla roja o taku. La tierra roja se va
a utilizar durante todo el día, pues además de marcar las orejas de los
animales, estos se pintan, de modo de que parezcan vestidos, los machos
con ponchos, las hembras con mantos.
Las marcas de los animales consisten en cortes con formas que son
propias de cada familia:
( . . . ) entonces ya, tal familia tiene tal marca, tal señal, por ejemplo,
la puntita lo sacan ( . . . ) ese es de tal familia lo es, es el señal de ellos,
era conocido también, no es así no más. Por ejemplo, en la familia
hay tres, cuatro familias, entonces toítos tienen su señal, por ejemplo,
el otro tiene el huequito, la puntita, el k’upi, el machete, ¡todo eso!
(Cirilo Peralta, Macusani)
Además, los machos de las llamas son adornados con pompones de colo-
res en sus orejas. Durante todo el día se realizan libaciones, cuya dinámica
y contenido son propios de cada tipo de rebaño. Las que se hacen para los
machus son con chicha de maíz y aguardiente (llamado de modo genérico
“alcohol”). Esta es la bebida que les corresponde, y ninguna otra se puede
tomar en este momento.
En el marcado de alpacas y ovejas además de las libaciones, se realiza el
irpado. La palabra quechua que usan los pastores es irpaska, y en caste-
llano también le llaman “irpar”. Se trata de una especie de “matrimonio”
de los animales jóvenes que se espera que procreen durante el año.
Elizaga Coulombié: Traer los rebaños a casa . . . 203
Figura 4. a) Mesa con las chiwanas; b) el collar o corona de los machus; c) las purwa
waska; e) los enqaychus. La piedra que se ve en primer plano (d) corresponde al señal
kancha (Elizaga 2009).
Elizaga Coulombié: Traer los rebaños a casa . . . 205
Retorno
El tercer día se produce la vuelta al hogar. Por ello, las actividades ya no
giran en torno a los rebaños, sino que es una fiesta de la familia huma-
na. El día comienza con un trago reconfortante de chicha de jora (maíz
fermentado), caliente. Luego de eso se toma un caldo fuerte de carne y
papas y después se reparten las tareas de preparar el almuerzo y salir a
pastear los animales.
El almuerzo se prepara en base a carne fresca, de un animal sacrificado
para esta ocasión: hay platos crudos y cocidos, especialmente uno prepa-
rado con hígado crudo de alpaca, que se pasa entre los comensales en un
solo plato. Los platos cocidos se preparan en el markaychu, detrás de la
casa. Terminado el almuerzo, se emprende el regreso físico, cada uno a su
lugar de origen o vivienda.
Allqamari, regeneración
El cuarto día es más privado, y solo participan los miembros de la familia
que viven permanentemente con los rebaños. Durante este día se lleva a
cabo el allqamari. Se trata del entierro de todos los huesos y sobras de
comida que se han consumido durante los tres días de Señalakuy pues,
del mismo modo que nada puede caer al suelo, nada se puede tirar a la
basura o dar a los animales para que lo coman. También se entierran los
pedacitos de orejas que se han cortado.
En el registro realizado por Arnold y Yapita en Qaqachaka, el entierro
de las orejas va acompañado de un conteo, para ver cuánto han crecido
los rebaños, numerosas libaciones y una ofrenda, enterrada junto con los
pedacitos de orejas y de colas. Esta ofrenda final recuerda por su contenido
a la inicial a la Santa Tierra, momento de apertura del ritual y del camino.
También, en la descripción de Arnold y Yapita, el hígado crudo se come
en este momento, con una clara alusión por parte de los participantes
a que esto sirve “para incorporarlos en nuestros propios cuerpos, para
acompañar el entierro de los pedacitos de orejas” (1998: 137). Esto es
interpretado por los autores como una analogía entre la Tierra, que devora
la ofrenda y los cortes de las orejas y colas, y el propio cuerpo, que devora
otra parte del animal, su hígado.
Llama la atención el nombre de esta parte del ritual, allqamari, palabra
que también se usa para nombrar al markaychu, por sus colores negro (de
Elizaga Coulombié: Traer los rebaños a casa . . . 207
Recién concluye con el entierro de todas las cosas que hemos utiliza-
do tanto en alimentación, como cosas de señales, eso se entierra, no se
echa, no se dispersa, no se lo lleva el viento, y lo vamos a terminar así.
Ese se llama el allqamari. Allqamari. Y con eso terminamos. (Ruffo
Velarde, Oqho Huma)
Reflexión final
Desde la descripción de un ritual de marcado de los rebaños, o Señalakuy,
hemos querido mostrar una dimensión de la relación de los pastores de
altura andinos con los componentes no humanos de su experiencia de
vida: rebaños, medioambiente y seres generativos, desde una perspectiva
de socialización y adopción recíproca y continua.
A partir de la descripción por parte de los pastores de un “lugar” al-
ternativo a la experiencia cotidiana, donde habitan los seres generativos,
con características propias, y al cual se accede caminando, consideramos
Agradecimientos
Agradezco a Lucila Bugallo, Francisco Pazarelli y Penelope Dransart por
la invitación al Taller “Humanos y otros animales. Relaciones en trans-
formación. De la crianza a la predación en el sur de Sudamérica”, junto
con la posibilidad de publicar este texto. También doy las gracias a De-
nise Arnold por su guía en el trabajo que inspiró este escrito, y a Gilles
Rivière por su exhaustiva revisión y valiosas sugerencias. Agradezco, asi-
mismo, a cada una de las personas en la localidad de Macusani, por su
generosidad al compartir esta vivencia, y por cada una de las experiencias
compartidas.
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210 Animales humanos, humanos animales
213
214 Animales humanos, humanos animales
1 Creemos que, precisamente por basarse en uno de los aspectos más visibles y explícitos de la
herranza, esta definición (aparentemente utilitaria) permite un grado de generalidad suficien-
te para continuar con el desarrollo de nuestras argumentaciones, dejando temporalmente en
suspenso cualquier interpretación ulterior con respecto a sus posibles simbolismos o sentidos.
Rivera Andía: ¿Depredación familiarizante en los Andes? . . . 215
Foto 1. Ganadera con cintas en San Miguel de Vichaycocha (Perú, 1999). Foto del
autor.
Así, pues, la herranza del Chancay tiene dos fases o secuencias funda-
mentales: en la primera, se reúne el ganado disperso en las alturas; en
la segunda, se lo administra e identifica. En su primera fase, la herranza
promueve el paso del ganado desde una posición en la que es criado y
protegido (sea, según el punto de vista que predomine, por los humanos o
por los auquillos) 2 a otra en la que este se convierte en el protector de los
ganaderos. Es decir, de objetos de crianza cuya propiedad es disputada,
se convertirán en sujetos protectores cuya propiedad será exaltada. Esta
2 En la breve literatura sobre el valle del Chancay, el nombre de estas entidades también se
encuentra escrito como awkillos (Mendizábal 1964). En regiones sureñas, se usan términos más
conocidos en la etnografía andinista, tales como apus o wamanis.
216 Animales humanos, humanos animales
3 En efecto, la herranza del valle del Chancay se centra en un ganado vacuno que reemplazó –por
iniciativa misma de los campesinos indígenas– al ganado camélido a inicios de la segunda mitad
del siglo xx. La razón parece sencilla: los mercados de la ciudad capital compraban entonces
mucha más carne de res y casi nada de llama (e igualmente muy poca lana de alpaca). Los
entrelazamientos entre circuitos económicos amplios (sean regionales, nacionales o globales) y
circuitos económicos locales (que se analizan con categorías tales como reciprocidad o trueque),
han sido, al menos para el caso de los Andes sureños, ampliamente discutidos –tal como puede
apreciarse, por ejemplo, en Angé (2018)–. Sin embargo, aunque la herranza sea un claro ejemplo
de las correspondencias intrínsecas entre ritual y economía, es el primero y no el segundo el
tema central de este capítulo. También valdría la pena notar que esta particularidad incita a
una comparación (Arguedas 1968; Molinié 2003; Guillet 2006; Melis 2007; Rivera Andía 2016:
174: Villanueva et al. 2018 y Pinilla 2018) con los “ritos y juegos del toro” en el mundo ibérico
(Álvarez de Miranda 1962; Cabada 1992; Maudet 2010; Saumade y Maudet 2014), que podría
ser una “mixtura” (Ortiz y Yamamoto 1999) de elementos de origen foráneo (en el corazón
de un ritual que usualmente se ha tomado como ilustración de una cosmología indígena), o
una “reafirmación de la capacidad de transformarse a sí mismos” (Bessire 2014: 44) de los
participantes del rito, o incluso una sola manera compartida “de organizar las relaciones con el
mundo y con el otro” (Descola 2003: 78-79). Estamos, pues, ante un ejemplo más de la larga
historia de entrelazamientos ontológicos entre animales y humanos que se ha desarrollado entre
Europa y la América indígena (Kockelman 2016: 52).
218 Animales humanos, humanos animales
4 Los pueblos (en quechua, llaqta) en el valle del Chancay usualmente se dividen en segmentos
jerarquizados sociales y cósmicos (en otras regiones andinas, se los llama ayllus, “parcialidades”
o “barrios”), compuestos por humanos y no humanos, que funcionan como personas morales
y que, por medio de técnicas rituales específicas, configuran el territorio de la “comunidad
campesina”. Esta constitución del territorio se expresa por medio de su ordenamiento en función
de su utilidad (agrícola o ganadera), y de su distribución entre aquellas unidades organizativas
imbuidas de personalidad moral. El control de esta repartición adquiere, en ciertas partes de
los Andes –y también más allá (cfr. Descola 2014: 34)–, unas marcadas dimensiones rituales
(Borea 2001; Pérez 2004) e incluso arquitectónicas (Sendón 2004; Rivera Andía 2019a).
5 Las variadas expresiones (tanto vitales como cosmológicas) de esta distinción entre “las altu-
ras” y “el pueblo” (Rivera Andía 2004) han sido descritas por Ortiz Rescaniere (2001) y, con
enfoques más centrados en aspectos visuales, por Cereceda (1986 [1978], 1987 [1985], 1990).
También en la etnografía amazónica reciente se encuentran aspectos comparables. Es el caso,
por ejemplo, de términos espaciales tales como itu (bosque) y pata (pueblo) entre los trio y
wayana del macizo guayanés (Brightman 2016: 124).
Rivera Andía: ¿Depredación familiarizante en los Andes? . . . 219
8 Aunque existen importantes menciones etnográficas tales como, para mencionar solo algunas,
las de Spahni (1962), Arnold y Yapita (2014 [1992], [2018 1998]), Bugallo y Tomasi (2012),
Rivera Andía (2014) o Sax (2015).
Rivera Andía: ¿Depredación familiarizante en los Andes? . . . 221
9 Sería importante explorar la posición del oso andino en esta constelación de animales per-
tenecientes a los cerros. Poco sabemos de sus relaciones con los hombres en los Andes, fuera
de su papel en la tradición oral andina como “Juan el Oso” (Rivera Andía 2006: 165). En los
Andes del norte peruano, por ejemplo, se insiste en que si el oso encuentra que su presa está
sucia, no la come, pues es un animal extremadamente pulcro.
10 Ahora bien, dos ponencias presentadas junto con la nuestra en Tilcara (las de Carolina Rivet
y de Alejandro Haber) muestran que la caza de animales como el puma o la vicuña no es del
todo inusual en los Andes. De todos modos, la caza estaría muy lejos de ser considerada una
actividad de subsistencia generalizada en los Andes –a diferencia de lo que sucede (o sucedía)
en muchos pueblos amazónicos, donde las presas más usuales son consideradas las “mascotas”
de los “dueños de los animales” (Gow 1991)–.
222 Animales humanos, humanos animales
12 En el valle del Chancay, los ganaderos reciben las ilas como una donación de los auquillos.
Saben que, por las noches, estas miniaturas pueden –siempre y cuando los humanos no cedan
a su deseo de observarlas (en cuyo caso desaparecerían)– transformarse en toros que fecundan
a las vacas e incrementan el rebaño. Ahora bien, es cierto que, por esta función fecundadora,
los ganaderos ofrecen contra-dones (bebidas y adornos), no solo a los auquillos sino también a
sus ilas, tal como ha sido usualmente resaltado en la mayoría de aquellos esfuerzos etnográficos
relacionados con la ganadería. Podríamos, en este caso, dar un ejemplo de cómo el énfasis en
el “intercambio recíproco” bien puede opacar otras dimensiones cruciales. En efecto, uno de los
aspectos menos descritos de la búsqueda incesante de la multiplicación del ganado, es que este
incremento también puede ser mermado, siguiendo el principio de la inestabilidad persistente
de la propiedad de los hatos. Así, en otro relato igualmente presente en el valle del Chancay, los
rebaños incrementados gracias a una entidad ligada a los cerros (una mujer llamada “Encanto”),
vuelven inexorablemente al interior de estos cuando el pastor cede a la tentación de ufanarse
de su convivencia con ella (Rivera Andía 2003: 575-576).
226 Animales humanos, humanos animales
subjective condition and run the risk of losing their own. (Fausto 2012
[2001]: 307)
14 Suerte de “matrimonio” de becerros que, con numerosas variantes, suele incluirse en los ritos
ganaderos andinos.
228 Animales humanos, humanos animales
16 Quizá no está demás señalar que si, en la Amazonía, la ganadería no parece haber tenido
un desarrollo histórico previo al contacto con Europa, en cambio, en los Andes precolombinos
se produjo la crianza de camélidos incluso a gran escala (Wheeler 1995, 2012; Bonavia 1996;
Yacobaccio et al. 1998; Goñalons 2008; Metcalf et al. 2014; Capriles y Tripcevich 2016). Sin
embargo –y con excepción de su énfasis en la fertilidad y de su adopción temprana de rasgos
de la ganadería ibérica (como la marcación con hierro candente, que algunos autores asocian
a los orígenes de la escritura, cfr. Saumade (2019: vii)–, nuestro desconocimiento acerca de las
formas concretas en que llamas y alpacas eran identificadas como pertenecientes a tal o cual
entidad es tan considerable como en la Amazonía.
230 Animales humanos, humanos animales
los animales cazados finalmente adoptada por los cazadores (Fausto 2012
[2001]: 226). 17
El examen de este contraste particular (andino/amazónico) del peso de
los datos etnográficos en el modelo interpretativo desarrollado por el etnó-
grafo es una tarea fundamental. Entre otras razones porque, para Fausto,
el complemento de una economía simbólica de la depredación (clave en el
perspectivismo) no se encontraría en una teoría de la reciprocidad balan-
ceada –que, como ya hemos señalado, ha tenido tanto peso, por ejemplo,
entre las herramientas conceptuales usadas para entender el mundo ritual
de los Andes–. Por el contrario, siempre para Fausto, el complemento de
una economía simbólica de la depredación se hallaría más bien en una
teoría de las relaciones asimétricas –como, por ejemplo, aquellas entre pa-
dre e hijo, amo y mascota, ganadero y ganado, o incluso entre agricultor
y tierra (Brightman et al. 2016)–. Ahora bien, para elaborar este com-
plemento, Fausto debió ir, en cierto modo, a contracorriente del énfasis
cinegético en la antropología amazónica asociada al perspectivismo. Le
fue necesario enfatizar que la depredación no es sino un momento del pro-
ceso de producción de personas, en el cual la familiarización es, a su vez,
otro momento igualmente crucial (Fausto 2012 [2001]: 230). 18
Por nuestra parte, nos parece que, en el estudio del mundo ritual de
los Andes, se requeriría el esfuerzo inverso. Para examinar, por ejemplo,
los ritos ganaderos del valle del Chancay, tenemos que comprender que
la reciprocidad balanceada, asociada a la “familiarización” del ganado,
es solo un momento de esta producción de personas en los Andes; y que
la depredación que se expresa en la contienda de la primera fase de la
herranza es otro momento igualmente importante.
En suma, lo que un esfuerzo verdaderamente comparativo de las etno-
grafías de los ritos con animales en los Andes y la Amazonía nos promete
no sería sino el desarrollo, basado en el trabajo de campo, de un modelo de
relaciones complementarias de reciprocidad y de contienda entre humanos
y no humanos.
17 La adopción de mascotas y la crianza de otros animales, en las tierras bajas han sido deta-
lladamente analizadas por varios autores, entre los cuales puede mencionarse a Erikson (1987),
Descola (1986, 1994), Vander Velden (2011) y Jabin (2019). Cabe notar que aquí no nos refe-
rimos a aquella otra modalidad de familiarización (de los espíritus auxiliares por el chamán),
tanto por falta de espacio como porque carecemos de suficiente conocimiento al respecto para
sopesar su productividad en los Andes.
18 Recordemos también que, en la reciente etnografía de Nahum-Claudel, por ejemplo, las
acumulaciones de vitalidad regenerativa y depredadora no son vistas como mutuamente exclu-
yentes: “( . . . ) there is no reason why regenerative and predatory accrual of vitality could not
coexist” (2018: 13).
Rivera Andía: ¿Depredación familiarizante en los Andes? . . . 231
19 Aunque no es este el lugar para desarrollarlo, puede notarse la impronta que esta narrativa
sobre el “respeto” tiene en ciertos discursos sobre entidades supuestamente panandinas como
la Pachamama (que, a su vez, suelen tomarse como base de modelos políticos alternativos) (cfr.
Gudynas 2011; Giraldo 2012; Bretón Solo de Zaldívar 2013; Descola 2014: 351; De Munter 2016;
Escobar 2016; Burman 2017).
232 Animales humanos, humanos animales
Foto 3. Ofrenda de ganaderos para los auquillos en San Miguel de Vichaycocha (Perú,
1999). Foto del autor.
Agradecimientos
Agradezco a la fundación Alexander von Humboldt y al proyecto “Fron-
teras culturales en un mundo global” del grupo de investigación ahcisp
de la Universitat Autònoma de Barcelona, financiado por mineco (Plan
Nacional de Investigación Científica, Técnica y de Innovación. 2018-2020,
referencia: har2017-86776-P). Agradezco también los comentarios escri-
tos de Felipe Vander Velden y Lucila Bugallo, y de los editores y evaluado-
res anónimos del libro. Finalmente, debo mucho al impulso semireflexivo
de V. Naumescu y a las muy reflexivas y prolongadas conversaciones con
Cecilie Ødegaard.
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236 Animales humanos, humanos animales
Alejandro Haber
1 Los nombres propios de habitantes locales han sido modificados para proteger la identidad,
así como algunos nombres de parajes se han modificado u omitido.
243
244 Animales humanos, humanos animales
Figura 1. Vicuña pequeña (teque) hallada huérfana (guascha) y puesta a criar por
una llama hembra, en un potrero de Las Quinoas, 2004.
Haber: Entramado con vicuñas 247
2 Con la palabra “lana” la gente de Antofalla se refiere al producto primario derivado de las
llamas, las ovejas y las vicuñas, que se denomina “hilo” una vez hilado. Si bien, como señala
Arnold, en otras partes de los Andes se utiliza la palabra “fibra”, aquí preferimos mantener el
término localmente utilizado.
248 Animales humanos, humanos animales
que asimismo las llamas eran cruzadas con guanacos, pues “les mejoraba
la sangre”. De modo que las llamas ni eran una especie animal en sentido
estricto, ni tampoco lo eran las vicuñas ni los guanacos; y ninguno de ellos
tenía sentido por fuera de la relacionalidad local.
seres o las peñas son seres ellas mismas; construir un hotel era algo por
completo inapropiado. Soledad tenía una lectura muy clara de los anta-
gonismos en los que se encontraba la relacionalidad local, que incluía a la
comunidad local de seres. Aunque Soledad me confundió con otra perso-
na, ubicó correctamente mi disciplina en su lugar en los antagonismos. La
ciencia, la arqueología en particular, hacía alianza con el Estado y el ca-
pital cuando los proyectos de intervención colonial tensaban los conflictos
con la localidad. Más allá de que mi colega efectivamente había asesorado
al proyecto hotelero, y que distintos científicos participaron en el proyecto
de esquila de vicuñas, no era la actitud individual lo único que posiciona-
ba a la disciplina en los entramados territoriales en antagonismo con las
relacionalidades locales. El contenido y la forma del conocimiento disci-
plinario, por sí solos, eran suficientes para posicionar a la ciencia en los
entramados. Las mismas ideas de “naturaleza”, “animalidad”, “paisaje”,
“conocimiento”, eran suficientes para marcar las posiciones de alianza en
los entramados. Una primera reacción a la interpelación de Soledad pudo
ser su confusión, pero lo cierto es que ella hizo una lectura a contrapelo
del lugar de la ciencia en el entramado territorial; digo “a contrapelo”
porque se trata de una lectura contraria a la que la propia ciencia ofre-
ce de sí misma desde el lugar del conocimiento hegemónico: una lectura
posicionada en los agenciamientos territoriales locales, es decir, en las re-
laciones de sentido con el territorio. Desde el lugar local configurado por
esas relaciones, las peñas que dominan a la villa no son un paisaje natu-
ral, ni tierra de nadie, dispuestas para ser ocupadas por quien allí clave
su estandarte. Las vicuñas tampoco los son. Mucho menos se trata de
elementos desprovistos de relación, animales sin dueño, de manera que
no corresponde desplegar la tutela del Estado sobre las vicuñas. Para eso
está Pachamama, quien las cuida y protege y con quien se debe uno re-
lacionar si desea cazar una vicuña. La propia relación entre las vicuñas
y su relincho, entre todas ellas y Pachamama, entre esta y los cazadores,
son relaciones de conocimiento mutuo, un conocimiento que no es, como
el académico, una representación de la relación, sino la relación misma.
Ni las peñas, ni las vicuñas ni el territorio en general tienen sentido fuera
de la relacionalidad, sino que la vida local se basa en relaciones de senti-
do con el territorio. Estos agenciamientos territoriales no están aislados,
otros agenciamientos, protagonizados por el Estado, el capital y la ciencia,
luchan en competencia por el sentido territorial.
250 Animales humanos, humanos animales
ción. Esto vale para los humanos, los animales, los dioses, las piedras, las
plantas, el agua, etc. Cada ser se relaciona con los otros seres de manera
recíproca, jerárquica y dialógica, pero además las relaciones son transi-
tivas, es decir, unas relaciones específicas suponen otras relaciones (por
ejemplo, la relación entre cazadores humanos y presas vicuñas supone la
relación entre ambos con Pachamama, con los filos, etc.).
Como si la relacionalidad además debiera ser resaltada, ese espaciotiem-
po de escala suprahumana, pero que, simultáneamente, está en diálogo con
humanos y animales, y nunca por afuera de esa conversación, a su vez es
Pachamama. A diferencia de lo que se suele decir en las simplificaciones
folklóricas, Pachamama no es la deificación de la naturaleza, porque la
naturaleza, en tanto espaciotiempo fuera de la relación con los humanos,
no existe. Pachamama es la relación específica y la relacionalidad genérica
al mismo tiempo, es lo que sostiene la conversación y lo que esta produce
y, al mismo tiempo, un interlocutor en la conversación. Es la vida en este
mundo y la crianza de la vida (Haber 2016). En esa conversación hay que
entender las relaciones entre humanos y vicuñas no como una etapa evo-
lutiva de caza a superar por el pastoreo ni por la esquila controlada. No
se trata de una predación de la naturaleza externa a la socialidad huma-
na, pues no hay socialidad humana fuera de la relación con la comunidad
cósmica ampliada, que incluye a las vicuñas y la Pachamama.
Recapitulación
La descripción de las vicuñas como una especie silvestre del reino ani-
mal no es tan elocuente acerca de las vicuñas como lo es acerca de los
deseos de intervención colonial de quien la enuncia. Tanto los discursos
académicos como las políticas públicas y los proyectos de intervención se
sostienen en las ideas esencialistas de la historia natural y la evolución, e
intervienen hegemónicamente en las localidades puneñas contraviniendo
milenios de constitución relacional de las comunidades. La teoría bioló-
Agradecimientos
Este texto es el resultado de treinta y tres años de aprendizaje de las
relaciones entre seres, las vicuñas entre ellos, en la puna de Atacama. Los
maestros en el arte de vivir en la Puna han sido numerosos y variados,
criadoras y criadores de la vida en distintos parajes de Antofagasta de la
Sierra. Algunos de ellos han sido invocados en este texto, pero sus nombres
han sido reemplazados por otros como protección de sus identidades.
Una versión previa de este texto fue puesta a consideración del Taller
Internacional “Humanos y otros animales: relaciones en transformación,
de la crianza a la predación en la Sudamérica meridional”, realizado del
3 al 7 de setiembre de 2018 en Tilcara. Agradezco la invitación a Lucila
Bugallo, Penelope Dransart y Francisco Pazzarelli. Quiso la mala fortuna
que un malestar agudo me arrojara a una cama del hospital de Tilcara
en las vísperas del taller, lo que me dejó prácticamente fuera de los de-
bates allí suscitados. Deseo agradecer al personal del Tampu Mayu y del
Hospital de Tilcara los cuidados recibidos, a los compañeros del taller la
preocupación, especialmente a Eti Zaburlin y Lucila Bugallo, y a Cassan-
dra Torrico y Denise Y. Arnold por haber comentado la versión previa de
este texto.
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El arte de caminar con los rebaños
en Tumaykuri, un cabildo de la puna alta
del Ayllu Macha, norte de Potosí, Bolivia
Cassandra Torrico
Introducción 1
En el contexto andino han cuestionado la noción de domesticación como
dominación protectiva (Ingold 2000). Dransart (2002, 2010, 2011), por
ejemplo, plantea que en Isluga (Chile), existe una relación de confianza y
dependencia mutua entre los pastores y sus camélidos, los cuales trabajan
con su organización social y la incorporan ritualmente al orden social de
la comunidad humana. Haber (1999), Bugallo y Tomasi (2012) y Elizaga
(en este volumen) retoman el concepto aymara de uywaña (crianza mu-
tua) introducido por Martínez (1989) y plantean que los pastores tratan
a sus camélidos con cariño. Las mujeres en Tumaykuri 2 también quieren
a sus llamas y ovejas, pero cuando pastean dicen que no les hacen caso y
las riñen. En este contexto, se da un conflicto de voluntades que resuelven
mediante el control de sus rebaños y la asunción de una postura de afec-
tividad negativa. ¿Por qué recurren a los regaños y qué puede enseñar su
uso en la relación entre humanos y animales en Tumaykuri?
En este capítulo trataré de responder a esta pregunta centrándome en
la forma en que los tumaykureños crían a sus animales y se relacionan
e interactúan con ellos cotidianamente en sus unidades residenciales, sus
1 Este capítulo se basa en la investigación sobre mujeres y pastoreo 1986-1987 (Torrico 1987) y
material recogido entre 1981-1982, 1984-1985 y 1994-1995. No toma en cuenta la urbanización,
la escolarización hasta el bachillerato y la migración de estos últimos diez años.
2 Las tumaykureñas son quechua hablantes. Cuando las citas son en aymara o en castellano se
indican con una “A” o una “C”, respectivamente, entre paréntesis.
267
268 Animales humanos, humanos animales
3 El cabildo es una unidad tributaria y política con todas las autoridades indígenas correspon-
dientes.
4 Los ayllus de Chayanta, a diferencia de los de Qaranqas y Killakas-Asanaque, consisten en
franjas étnicas de territorio continuo que van desde la puna alta hasta los valles (Harris 2000
[1985]).
5 “La tasa” es una unidad tributaria por una extensión de tierra determinada durante la última
revisita del siglo xix.
6 Las llamas criollas son mas pequeñas y cargan menos peso que las orureñas.
270 Animales humanos, humanos animales
La unidad residencial
Göbel (2002) enfatiza la importancia de estudiar la “arquitectura del pas-
toreo” en la puna de Atacama, pero se limita a describirla. En cambio,
Anderson et al. (2017) en su “arquitectura de la domesticación” ven cómo
se estructuran las actividades entre humanos y animales mediadas por ar-
tefactos materiales en los sitios donde se encuentran. En la descripción de
la arquitectura de la domesticación en Llawisa y los encuentros cotidianos
7 Tata Marcelo me contó que su padre tenía 120 llamos, y que otros tenían cientos de llamos.
8 Según Damont et al. (2016: 31) hay una tendencia a la fragmentación de los pastizales en
los Andes. En Carangas, Oruro, por ejemplo, han optado por construir cercos alrededor de sus
pastizales (Rodas Arano 2014).
9 Palacios (1977); Göbel (1997); Dransart (2002); Elizaga (2009); Blanco (2018) mencionan los
conflictos entre pastores y West (1988: 193) aquellos generados por la expansión agrícola.
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 271
Figura 1. Mapa de Maxapicha. (Fuente: Fernando Mendoza y Félix Patzi 1997: 108).
272 Animales humanos, humanos animales
10 El Tata Llawisa es kawsay punta (montaña dadora de vida), awatiri (A. pastor), samiri (A.
el que respira), uywiri (A. pastor) awilu jurq’u (C. montaña abuelo), fuente de vida y protector
de los rebaños. Cada unidad tiene un sitio donde entierra sus ofrendas.
11 Los Suyu son originalmente de Santimayu; pero, hacia fines del siglo xix, a raíz de la apa-
rición milagrosa a un ancestro de la virgen de Copacabana en forma de paloma, donaron sus
tierras para la construcción de la iglesia y se mudaron a Llawisa.
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 273
12 Cuando cazan vizcachas o zorrinos dicen que la montaña los busca y para que esta no llore
les colocan aretes (t’ikas) en las orejas. Los cazan entre dos: uno hace humear el hueco donde
viven mientras el otro trata de agarrarlos cuando se escapan. Dicen que un hombre que caza
un animal silvestre por sí solo es sallqayuq (tiene cualidades silvestres).
274 Animales humanos, humanos animales
16 Los niños chicos nunca juegan en los corrales de las llamas porque pueden patearlos.
17 Cuando están hambrientas les dan leche de oveja.
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 277
18 Los hombres “celoseros” no dejan pastear a sus esposas en los lugares donde sospechan que
se encuentran con sus amantes.
19 Eran frecuentes las quejas. Mama Severina, por ejemplo, se quejó de que a pesar de pastear
para su suegra durante años aquella no le regaló ni un solo animal.
278 Animales humanos, humanos animales
20 Este verbo se usa cuando una mujer echa agua de la casa al patio y cuando expulsa la
placenta después del parto y, en este sentido, sugiere un movimiento de adentro hacia afuera
y una oposición entre unidad residencial como un espacio interior-adentro y la punta como un
espacio exterior-afuera.
21 Caro (1985); Gunderman (1988); Arnold y Yapita (1998) y Haber (2018) han documentado
la costumbre de dejar pastear a los llamos por sí solos.
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 279
su marido, Aleja, Carlos y luego Felipe formaban dos hatos, uno con las
ovejas y llamas y otro con las ovejas y sus crías hasta que estuvieran
suficientemente fuertes para caminar. Pasteaban entre dos porque con
la lluvia y la neblina la visibilidad no es buena y necesitan proteger a
las crías de los zorros. Volvían a la casa central para los ritos ganaderos
en Navidad, Carnavales y Pascua y a vivir para la fiesta de la Cruz y la
cosecha en mayo. Los carneros se incorporaban al rebaño hasta diciembre,
una vez que los hubieran cruzado para San Juan.
Para concluir, la relación entre los géneros, los animales y el espacio-tiem-
po difiere: los hombres les conceden autonomía a sus llamos en las puntas,
mientras que las mujeres vigilan sus llamas y ovejas en los pastizales alre-
dedor de la unidad doméstica y la jant’a. El mundo vivido de los hombres
está temporal y espacialmente segmentado por el ciclo agrícola y el mo-
vimiento entre las puntas, las chacras y los valles; mientras que el de las
mujeres está temporalmente segmentado por las estaciones y la trashu-
mancia y sujeto a las necesidades de sus rebaños.
22 Llegan a la casa a las 6: 30, cenan alrededor de las 9 y duermen a las 10 para levantarse
entre las 4 y las 5 de la mañana, razón por la cual andan somnolientas.
23 Las mujeres jurq’uyuq (con montaña) se quedan solteras, pero llegan a tener grandes reba-
ños.
24 Las solteras suelen encontrarse con sus amantes mientras pastean.
25 Dicen que cuando salen tarde las ovejas se enferman de muyu (literalmente “mareos”, pero
se refiere a “cenurosis”).
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 281
del rebaño, las llamas al frente. Utilizan el verbo qhatiy (seguir, ir detrás)
en vez de pusay (guiar, llevar) cuando caminan con sus animales. Pusay
quiere decir que lo llevan a uno de un lugar al otro, mientras que qhatiy
implica que se sigue a alguien voluntariamente. Cuando Felipe (8 años)
murió poco después que su abuelo, dijeron que Qhatisikun (qhati-si-ku-n:
seguir se ha hecho hacia [la tierra de los muertos] el [abuelo]) –si es un
sufijo causativo, seguirlo no fue por voluntad propia–. Qhatiy sugiere que
los animales saben la dirección en que deben caminar y que los siguen. Pe-
ro los observan mientras caminan. Por ejemplo, las llamas adultas llegan
a sus corrales sin dificultad, pero las pastoras tienen que qhatiy las crías.
En este contexto, qhatiy implica empujarlas por detrás para asegurarse
de que están avanzando en la dirección correcta.
Mama Jacinta y Aleja llevaban sus telares y uña Jacinta su hijo en una
lliqlla (manto) en la espalda, ruecas en mano, hondas al hombro, acompa-
ñadas por sus perros. Jacinta primero lo cargaba a su hijo recién nacido
en posición horizontal, pero cuando ya pudo sentarse lo cargaba de forma
vertical y dejaba que su cara quedara a la altura de la suya y le hablaba
y enseñaba a observar lo que lo rodeaba. 26 Durante la época de lluvias se
quedan en un solo lugar porque el pasto es abundante y avanzan lenta-
mente (thamashallanqu), pero durante la época seca caminan más y más
rápidamente porque el pasto escasea. Si bien el conocimiento ecológico se
coconstruye entre las pastoras y sus animales (Caine 2019) no sucede lo
mismo en la organización socioterritorial. Lo que aquí me interesa es la
forma en que las pastoras controlan el movimiento de sus rebaños para:
1) reafirmar sus derechos de usufructo del “lugar”; 2) acostumbrar a sus
rebaños al “lugar”; 3) contenerlos en el “lugar” para evitar que entren a
los pastizales y cultivos de sus vecinos y eso genere conflictos con otras
pastoras y peleas entre sus maridos. 27 La mujer que se sale de su pastizal
es conocida como caprichusu warmiy (mujer que hace lo que quiere sin
respetar convenciones sociales). 28
26 Las mujeres cargan sus bebés hasta que dejan de amamantarlos. Para protegerlos contra el
viento, los lugares peligrosos y prevenir que su animu se escape les colocan un sombrero tejido
de lana (ch’ullu) con objetos mágicos colgando de la punta.
27 Los López de Qinray Wasiy, vecinos de Llawisa, tuvieron conflictos con los Condori por el uso
de ciertos pastizales. Y cuando empezaron a cultivar papa construyeron una pared e impidieron
el acceso a los pastizales a los López de Chuqu Mayu, terminando en confrontaciones violentas
y legales durante años. Todos sus vecinos dejaron de relacionarse con ellos.
28 Se gritan insultos, de una montaña a otra, centrados en el aspecto físico, sucio o defectuoso
que apuntan a la falta de socialibilidad femenina: layka viyja (vieja bruja), tuqu, tuqu viyja
(“vieja tonta”) intintiri viyja (vieja que no entiende nada), iskay jusk’u (de dos anos, persona
deforme), yana siki (literalmente poto negro, sucia), qhuñasapa (mocosa, infantil), chaqru uma
282 Animales humanos, humanos animales
(despeinada); otros como q’incha rakha atacan la integridad moral de las mujeres que han
tenido relaciones sexuales con un hombre casado.
29 Mientras pastean recogen la bosta seca de los bueyes y el estiércol de las llamas para usarlos
como combustible.
30 Cuando graniza (chikchiy para) los hombres revientan dinamita “para espantarlo” y cuando
cae nieve (rit’i) mantienen los rebaños en sus corrales y se ponen hollín debajo de los ojos “para
evitar que les queme los ojos” cuando salen a ver a sus animales.
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 283
31 Al igual que en Paratia (Perú), la relación entre la pastora y su rebaño es la de una madre
con sus hijos (Flores Ochoa 1968).
32 Cuando Mama Jacinta tenía dificultades para ordeñar las ovejas decía que eran mañuras.
En este sentido se usa para cualquier comportamiento difícil/no cooperativo.
33 Cuentan que durante la época presolar (inkyitu timpu), todos los seres y objetos hablaban.
34 Caine (2019: 218) lo define como “la habilidad de atribuirle conocimientos y estados mentales
a otros”.
284 Animales humanos, humanos animales
¡Vagina pelada! ¿Dónde estás yendo? ¡Te voy a hacer matar! ¡Vuelve hacia
mí!
1.4. ¡Rakha sapa usha, khurku usha! ¿Ima ruway yachashanki qan? ¡Is-
kuylaman churashayki! 35
[Insulto] + [Pregunta retórica] + [Amenaza]
¡Oveja pura vagina, oveja molestosa [inquieta]! ¿Qué sabes hacer? ¡Te voy
a poner a la escuela!
36 En Turco, Oruro, dicen que los animales confían en las personas que los estiman y les dan
más crías (Llanque 1995: 98). En Aroma, La Paz, se quejan porque las ovejas cara negra se
resienten cuando las riñen (Dávalos Escobar 2010: 63).
37 La tasa de fertilidad era alta, siendo doce embarazos el ideal; la tasa de mortalidad infantil
era igualmente alta dadas las frecuentes epidemias de tos ferina y neumonía.
38 Un/a niño/a ya puede hondear a los cuatro años.
39 Cuando el granizo entra a la abarca (sandalia hecha de una llanta) duele como si un vidrio
cortara la planta de los pies.
40 Dicen que el rayo es un “castigo del alma” del difunto para el que no se han hecho los ritos
mortuorios debidamente.
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 287
lo que ella y mi hijo (que salía a caminar con las ovejas entre su año y
medio hasta sus dos años) habían hecho y lo hacía participar a pesar de
que hablaba apenas unas palabras. Le estaba enseñando a narrar lo que
habían observado y oído caminando por las montañas.
Mientras caminaba con Carlos 41 nos juntábamos con otros niños y se
mezclaban los rebaños, algo que los adultos nunca hacen. Me hablaban
del paisaje. Me mostraron una piedra enorme que “dio a luz a un niño”,
y el lugar donde viven “los duendes” (un sitio peligroso para los niños) y
donde “un alma canta como un pájaro”, y me enseñaron los topónimos.
Cuando llegábamos al pastizal nos quedábamos cerca del rebaño. Carlos
caminaba por los alrededores y miraba el suelo atentamente, recolecta-
ba flores, insectos y plantas y me los mostraba. Me traía misk’i (cosas
agradables para comer) como el sirk’i (un insecto) y tierra harinosa que
se halla dentro de piedras o raíces y flores para colocar en mi sombrero.
Mediante la recolección los niños conocen su medio ambiente y los hábitos
de sus animales. 42 También jugaba con piedritas y barro haciendo casas,
corrales y animales en miniatura.
Pero, su percepción de las señas meteorológicas en las nubes no estaba
desarrollada y nos pescaron las granizadas lejos de casa. Los adultos, en
cambio, las interpretan con cuidado. A la vuelta del valle en 1986, cuando
Tata Marcelo, Erasmo y yo llegamos al sitio de descanso en la punta del
cerro, me detuve a contemplar un hermoso cielo morado-liláceo-plateado.
Al poco rato Tata Marcelo me gritó: Imataq qhawamushanki? ¡Jatari!
(¿Qué estás mirando? ¡Muévete!) y me mandó a atajar los llamos mientras
los descargaban rápidamente. Antes de acabar comenzaron los truenos
y rayos y tuvieron que correr detrás de los llamos para evitar que se
perdieran en el “monte”. La atención de ambos estaba centrada en el
color de las nubes como índice meteorológico y en el comportamiento de
sus animales.
41 Los niños pastean hasta que son suficientemente fuertes como para participar en el trabajo
agrícola.
42 Los conocimientos sobre el medioambiente se comparten entre hermanos/as y primos/as de
diferentes edades.
288 Animales humanos, humanos animales
Este es el caso para los llamos en Tumaykuri. Cuando caminan por las
puntas bajo la guía de los “delanteros” (lantiru) desarrollan la organiza-
ción social y la capacidad de desplazarse espacialmente, habilidades que
“les permiten ser agentes activos en su relación con el medio ambiente y
los humanos” (Stépanoff et al. 2017), y que son absolutamente necesarias
para el caravaneo ya que se espera que no tengan miedo a nada. 43 Aun
así, los llamos son responsabilidad de sus dueños. Un día nos enteramos
de que los llamos de uno de los Mamani habían entrado a los cultivos de
Qellukhasa y que los damnificados los buscaban para pegarles y matarlos
por no haberse hecho cargo de sus “llamos ladrones”.
Cuando los cultivos estaban creciendo, Tata Marcelo (50) y Erasmo
(20) salían de madrugada para dar una vuelta por las puntas (muyumun-
ku) para “chequearlos” (watukamuna) 44 y asegurarse de que no estaban
acercándose a los cultivos; después de la cosecha salían cada tres días a
una semana para cerciorarse de que la tropa estaba íntegra ya que los
llamos jóvenes tienden a apegarse a diferentes tropas. Los reconocen des-
de grandes distancias por la forma de caminar, por sus colores y porque
conocen sus hábitos y los sitios donde pastean. Dicen que sus llamos tam-
bién los reconocen. Durante los años que viven en la residencia y pastean
crean un vínculo con sus dueños y la unidad residencial y chequearlos es
una manera de mantener “una relación de familiaridad” (Haber 2018) y
de reconocimiento mutuo.
También van a encontrarlos (taripana) para juntarlos (juntachina) con
un waya waya y kurri kurri para trasquilarlos, cruzarlos, señalarlos o via-
jar llevando a una “coexistencia intermitente” (cfr. Stéfanoff et al. 2017)
estructurada en torno a una actividad. A los llamos no les gusta que los
toquen (tuqpina, jap’ina), por esta razón los someten físicamente aga-
rrándolos de las orejas y del cuello cuando los cargan. Pero, cuando cami-
nan aprovechan la organización social de los llamos, su disposición para
cooperar con los humanos y su memoria espacial para atravesar un pai-
saje mutuamente creado, con sendas hechas por las huellas de los llamos
durante siglos. Poco después de ser cargados, los tres delanteros empie-
zan a caminar hacia el valle mientras los hombres cargan los burros y se
colocan sus bultos y al poco rato los siguen. Los hombres –soga y honda
al hombro, rueca en mano– caminan haciendo vocalizaciones acústicas,
43 Gunderman (1988: 109) y Castro Lucic (2000: 101) describen que los llamos recorren grandes
distancias y “prefieren campo”.
44 Se refiere a la acción de visitar y preguntar sobre alguien conocido y se considera un gesto
cariñoso.
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 289
45 Los llamos lentos se conocen como llasa q’uruta (testículos pesados), llasa siki (poto pesado)
y machu wurro (burro viejo).
46 Los pastores de Sisipi (Perú) (Blanco 2018: 135, 177) dicen que sus animales “se recuerdan
del camino” y que “van a ir por su propia voluntad” cuando van y vuelven de la casa de pastoreo.
290 Animales humanos, humanos animales
Conclusiones
Empecé con un breve resumen de la historia reciente de Tumaykuri para
enfatizar que múltiples factores han entrado en juego en la expansión de
la producción agrícola y la fragmentación de sus pastizales lo cual ha
generado conflictos y afectado el movimiento de humanos y animales por
el territorio del cabildo. En cuanto al sistema de pastoreo: 1) la esposa del
hombre que controla los recursos de la unidad doméstica es la que toma
las decisiones en torno a los animales al interior de la unidad doméstica;
2) practican la trashumancia estacional; 3) controlan la reproducción de
las llamas y ovejas mediante el empadre estacional; 4) rotan a diario sus
pastizales; 5) tienen pastos cercados y cultivan cebada para sus burros y
vacas; 6) aplican dos técnicas de pastoreo y la relación entre humanos y
llamas y ovejas varía de acuerdo con el género; y 7) su relación con las
especies que crían es multifacética y compleja y varía según el animal.
En cuanto a la arquitectura de la domesticación: 1) los corrales son
extensiones de las casas; 2) los pastores se mantienen al tanto del com-
portamiento de sus animales a lo largo de la noche; 3) la casa central
funciona como albergue para las crías de llamas y ovejas cuando es nece-
sario. El bienestar del rebaño depende en última instancia de los pastores.
La construcción de los corrales también revela su conocimiento del com-
portamiento de sus animales: los corrales de las llamas son amplios porque
estas suelen descansar dispersas en pequeños grupos y los llamos a veces
se pelean; la pequeña puerta del corral de las ovejas tiene una función so-
cializadora, la de forzarlas a salir una a una en fila y también facilitar su
conteo al final del día, ya que sus colores y su distribución en el cuerpo no
varía mucho a diferencia de los camélidos que son fácilmente reconocibles.
La unidad residencial y los pastizales se conceptúan como parte de esta
unidad en oposición a las puntas. Su relación con las especies que crían
es multifacética y compleja y varía según el animal.
El arte de caminar con los rebaños consiste en el desarrollo de cono-
cimientos pastoriles prácticos incorporados caminando con los animales
e identidades vinculadas a sus animales: ushirus y llamirus wiwitus, con
ciertas habilidades físicas, como ser rápidos y atentos, asociadas a la fer-
tilidad y al orden social, aunque sus cuerpos también son vulnerables
(la tierra los puede agarrar) y porosos (se pueden volver jurq’uyuq). Las
características de este arte son: mirar a sus animales e interpretar sus
comportamientos; identificarlos y observarlos desde grandes distancias;
identificar los pastos, flora y fauna y los gustos de los animales al res-
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 291
pecto; lanzar piedras con la mano y la honda y tener buena puntería; in-
terpretar las señas meteorológicas; controlar el ritmo y la direccionalidad
del movimiento de los animales, conteniéndolos, deteniéndolos y hacién-
dolos cambiar de dirección; conocer sus pastizales y topónimos; contener
sus ungulados dentro de los límites para mantener la armonía social y la
sociabilidad necesarias para la reciprocidad tan fundamental en la vida
social andina; saber comunicarse con sus animales usando interjecciones
para llamarlos y alejar a aquellos que alimentan con la mano en la unidad
residencial; y, al igual que en Chillca (Perú) (Caine 2019), usar vocaliza-
ciones acústicas y gestos cuando caminan con los animales que alimentan
con los pies con fines pragmáticos específicos, aunque sobresale el uso
del ratay. Desde esta perspectiva, en Tumaykuri no se puede hablar ni
de un “pidgin transespecie” (Kohn 2007) ni de un “pidgin transontoló-
gico” (Smith 2012). Más bien, las prácticas comunicativas varían según
el contexto (unidad residencial, pastizales, viajes al valle), las actividades
(alimentar con la mano, pastear, viajar al valle), el animal y su edad.
Desde el trabajo pionero de Flores Ochoa (1968) se sabe que las pasto-
ras cuidan a sus animales como a sus hijos, una idea que ha sido retomada
por Arnold y Yapita (1998), Dransart (2002) y Bugallo y Tomasi (2012),
quienes han enfatizado la afectividad positiva y la dependencia de la or-
ganización social de los camélidos como base de la relación entre humanos
y animales. Caine (2019), por su parte, plantea que las pastoras toman
diferentes posturas frente a sus rebaños que van desde la confianza y la
cooperación hasta la dominación cuando sus animales tienen hambre y se
inquietan y no les hacen caso. En Tumaykuri se posicionan ante sus ani-
males de dos formas: una postura de afectividad positiva que se despliega
ritualmente utilizando nombres honoríficos y otros nombres rituales ca-
riñosos y respetuosos como Tata Lantiru, Q’inchu Mama, Mestiza, Niñu
Machu, etc. y que tienen la función de asegurar la fertilidad y bienestar
de los animales otorgándoles poder a los agentes no-humanos. 47 Y otra
postura cotidiana por la cual se refieren a sus animales por sus nombres
categóricos, usha, llama, enfatizando las jerarquías y asimetrías entre hu-
manos y animales y compartiendo la agentividad. Cuando es necesario
controlar a los animales cambian de postura desplegando la afectividad
negativa.
47 En Macusani dicen (Elizaga en este volumen): “Ese día era pucha sagrado para las alpacas . . .
tenían sus nombres nadie las insultaba porque estaban en su día”.
292 Animales humanos, humanos animales
Agradecimientos
Agradezco al neh Youth Grant (1981-1982), Watson Fellowship (1984-
1985); a Silvia Rivera Cusiqanki por conseguir fondos para el proyecto
sobre mujer y pastoreo wid-unesco (1986-1987); a Javier Medina por
el aval de hisbol; a Tristan Platt por incorporarme al proyecto de la
eec (1994-1995); a la difunta Elayne Zorn y Debbie Caro por su ayuda
con el informe original y a Alan Kolata por llevarme unos artículos a
Torrico: El arte de caminar con los rebaños en Tumaykuri . . . 293
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296 Animales humanos, humanos animales
Francisco Pazzarelli
Introducción
En este trabajo me intereso por las relaciones entre algunos conjuntos de
ideas y conceptos de amplia difusión en la literatura antropológica sobre
los Andes, desde la década de 1960 hasta la actualidad. Por un lado, la
existencia (y persistencia) de dualismos que darían forma a buena par-
te de la vida social y simbólica de las comunidades indígenas-campesinas
andinas. Me detendré en aquellos que apuntan a las relaciones entre lo do-
méstico y lo salvaje, referidos como uywa/sallqa, pero modulados también
como una diferencia entre social/asocial u orden/caos. Estas relaciones se-
rían visibles en las interacciones con otros (enemigos, foráneos), estarían
distribuidas geográficamente (entre alto y bajo) y expresarían parte de las
vinculaciones entre humanos y animales.
Por otro lado, el régimen de funcionamiento de estos dualismos y dis-
tinciones, que aquí pretendo discutir etnográficamente. La literatura suele
presentarlos bajo la forma de pares (o mitades) opuestos y complementa-
rios, asimétricos y jerárquicos. Así, una de las dos mitades (la doméstica,
la social, el orden) debe englobar a su contraparte para que la vida social
sea posible (aunque esto, nunca termine con los inevitables y recurren-
tes descontroles). En general, además, lo “social” aparece asociado como
sinónimo a la “fertilidad”, como si formara parte de un gran operador
sociocósmico: es a la vez motor y producto de la incorporación de seres
y fuerzas salvajes, indómitas y enemigas al tejido relacional de familias,
ayllus y comunidades. Vista así, la fertilidad suele aparecer como un ho-
rizonte de totalidad, que permite pensar la relación entre ambas partes
(domésticas y salvajes) como una de complementariedad asimétrica y de
relaciones englobantes. Lo que aquí me interesa es presentar algunas dis-
cusiones etnográficas que parecen escapar a estas totalizaciones, y que
299
300 Animales humanos, humanos animales
permiten preguntarse qué sucede cuando el lado salvaje de las cosas do-
mina la escena. ¿Es posible pensarlo por fuera de una relación minoritaria
o subsidiaria respecto de lo doméstico o lo fértil?
Para discutir esto, describo y analizo las relaciones entre pastores, ca-
bras y ovejas en la pequeña comunidad aborigen de Huachichocana, em-
plazada en los cerros jujeños del noroeste argentino. Este trabajo, así,
acompaña y completa la discusión iniciada en otros lugares (Pazzarelli
2018, 2019a y b). En todos los casos, los datos apuntan a la importancia
de equilibrar fuerzas domésticas y salvajes, mediante la incorporación de
estas últimas, para lograr estabilizar una vida de fertilidad, de multipli-
co, de muchas pariciones animales y de buenos y abundantes cultivos. No
obstante, los mismos datos sugieren que el régimen de la incorporación y
control de lo salvaje es solo una perspectiva posible de las cosas: aquella
basada en lo que una de las mitades (la doméstica) tiene para decir sobre
su relación con la otra (la salvaje). Si esta perspectiva se suspende por un
momento, como creo que sucede en varias de las situaciones etnográficas
que comparo y discuto luego, la fertilidad deja de totalizar los modos de
relación entre estas distinciones, abriendo la posibilidad a otro universo
de relaciones que, aunque fugaces, están allí. Sugeriré, entonces, que po-
demos describir estas fuerzas salvajes como existiendo en paralelo a lo que
la fertilidad tiene para proponer como horizonte.
Soy consciente de que la atención a los dualismos (especialmente, en
sus interpretaciones más rígidas) ha sido criticada por muchos autores en
favor de nociones más cercanas a la fluidez entre seres, categorías y tér-
minos. Las relaciones generales de oposición rápidamente se desvanecen
frente a las evidencias etnográficas que demuestran su utilidad restringida
a ciertos contextos. 1 Como veremos, múltiples etnografías de diferentes re-
giones subrayan que los seres y relaciones existen en un estado constante
de alternancia y fluidez, mostrándose sociales o asociales según los ca-
sos. Cuando esta alternancia entre términos tiende en exceso a su lado
salvaje, debe ser entonces controlada, negociada, modulada, redirigida o
canalizada para alcanzar un cierto equilibro.
Sin embargo, el estudio de los dualismos no supone, necesariamente,
considerarlos como constructos puramente formales, inconscientes y ge-
neralizables a toda la vida social. Como sostiene Stolze Lima (1999),
1 Me atrevo a sugerir, aunque esto debería ser profundizado, que las críticas a ciertas pers-
pectivas estructuralistas en los Andes hicieron que muchas etnografías organizaran sus ideas y
datos “como si” los dualismos no existieran, evitando su mención, eludiendo ciertos lenguajes
o simplemente desestimándolos.
Pazzarelli: Animales paralelos: dualismos y perspectivas . . . 301
Dualismos y englobamientos
Las distinciones entre lo salvaje y lo doméstico, social y asocial fueron
muchas veces presentadas y descriptas como dualismos de complemen-
tariedad asimétrica, que tendrían un profundo sustrato histórico en los
Andes (Gose 1996: 395-396; Urton 2012: 323-328). 3 En estas definiciones,
cada término es indispensable para la existencia del otro, pero existe uno
dominante (el “no marcado”, que está dado o asumido), dentro del cual
se incluye el otro (“marcado”). Así, además de una relación de domina-
ción/subordinación (entre alto y bajo, por ejemplo), también se supo-
ne el “englobamiento” (encompassment) del miembro subordinado por el
dominante (Urton 2012: 323 y ss.), haciendo que ambos acaben identifi-
cándose con el mayor o no marcado. 4 Un régimen de funcionamiento de
este tipo se identifica parcialmente con la conocida estructura de “rela-
ciones anidadas” o de inclusiones recursivas que delinearían las formas de
2 La autora va un poco más allá al cuestionar los argumentos que otorgan a la distinción natura-
leza/cultura una identidad moderna, enfrentada a cierta reificación indígena que no distinguiría
entre ambos términos. En el pensamiento amerindio, esta diferencia existiría bajo la forma ci-
vilizado/salvaje, operando sin superponer distinciones (Stolze Lima 1999). La posibilidad de
que la distinción naturaleza/cultura (o doméstico/salvaje) pueda tener un valor heurístico en
los Andes ya había sido advertida tiempo atrás también por Harris (1980).
3 Estos dualismos constituirían una “relación paradigmática” que podría ser rastreada en los
Andes centrales desde el Horizonte Medio (500-1000 d.C.) hasta la vida contemporánea (Urton
2012: 328-323).
4 La idea de englobamiento recuerda las formas en que fueron propuestos los dualismos con-
céntricos por Lévi-Strauss (1956).
302 Animales humanos, humanos animales
5 Turner (1996) actualiza las tesis de Zuidema (1977 [1962]) sobre una continuidad entre las
formas de organización andino-incaicas y las de sociedades del Brasil Central, comparables por
compartir “jerarquías recursivas”: “Societies ( . . . ) in which each level of organization embodies
the structure of the process through which is produced and reproduced, while the dynamic,
productive form of this process is projected outside the realm of the social as the structure of
cosmic space-time. The social process of reproducing and instantiating this pattern at all levels
of the social formation is under the control of a dominant group or category” (Turner 1996: 39;
ver también Urton 1993: 120-121, 131).
6 Aunque estas palabras, uywa y sallqa (ambas quechua y aymara), no sean reproducidas lite-
ralmente en Huachichocana, las utilizaré por su valor heurístico para vehiculizar comparaciones
y relaciones entre regiones y autores.
Pazzarelli: Animales paralelos: dualismos y perspectivas . . . 303
7 Una relación asimétrica no supone, necesariamente, una relación de dominación como aque-
lla que caracteriza a la domesticación de animales en el mundo moderno. Estas asociaciones
apresuradas oscurecen la potencia de los dualismos al suturarlos con valoraciones que no son
inevitables. Por el contrario, está ampliamente documentado que ese no es el caso para los
Andes, donde las relaciones son recíprocas y de cuidado mutuo; existen muchos autores que
analizan esto de maneras muy sofisticadas (Haber 2006; Lema 2014a y b). Lo que subrayo
aquí es que estos vínculos recíprocos y de mutualidad siempre tienen un término mayor que
direcciona el modo en que se conducirán las relaciones: en este caso, la posición (relacional) del
pastor, humano o no humano, es el término no marcado, englobante.
8 Este tipo de procedimiento recuerda parcialmente los lazos “merográficos” que suponen in-
clusiones entre partes para constituir todos, descriptos por Strathern y sugeridos como modelos
generativos para el altiplano bolivianos (Arnold y Yapita 1998: 245).
9 Sucede como si compartieran aquella ambigüedad que la etnología pensó propia de seres
poderosos (hipótesis sugerida por Martínez 1983; ver también Harris 1980: 85-86, 2000: 210;
Pazzarelli 2019a).
304 Animales humanos, humanos animales
¿Pensar al revés?
Como sugería Harris (1980, 2000), la preeminencia de lo “domesticado”
como polo privilegiado del pensamiento de (y sobre) los Andes es casi
parte de un sentido común. Cuando la autora exponía algunas de sus más
conocidas ideas sobre el mundo de la fertilidad, dejaba en claro que los
polos doméstico y salvaje se constituían, en realidad, sobre la base de
algo conocido: en los Andes todo está tan transformado por la actividad
humana (desde hace milenios) que el polo de lo domesticado es el que
sirve como plataforma para pensar todo, inclusive lo salvaje; esto, claro,
podía terminar en una sobreestimación de lo doméstico por parte de la
antropología (Harris 2000: 210). En otras palabras, lo salvaje siempre es
domesticado por alguien, por algún ser o fuerza –humana o no– que retiene
10 Harris argumenta que el lado demoníaco o temible de Pachamama es mencionado por los
antropólogos siempre como un pie de página a sus virtudes positivas: se dice que puede ser
maligna pero solo si es molestada o no es bien atendida, pues su carácter natural o no marcado
(aquel que cierta antropología desearía subrayar) sería el de ser fértil y maternal (Harris 2000:
210).
11 Incluso, creo que en aquellas etnografías en donde estos conceptos (relaciones anidadas o
jerarquías recursivas) no se evocan de manera explícita, las relaciones entre personas y animales
(plantas, hijos) terminan siendo descriptas bajo esquemas muy similares, como si formaran parte
de un sentido común sobre las sociedades productoras andinas.
Pazzarelli: Animales paralelos: dualismos y perspectivas . . . 305
12 Sobre los dualismos concéntricos, Lévi-Strauss señalaba que en la aldea bororo los terrenos
trabajados (limpios de maleza) y los no trabajados (que asumían la forma de dos mitades, la
segunda englobando a la primera), pertenecían al mundo humano (aunque la última, donde
se emplazaba la aldea, estuviera más claramente identificada con el polo de la “cultura”). No
obstante, esta estructura concéntrica bororo suponía (necesitaba), la existencia de un tercer
término o círculo: el de la selva o maleza, terreno de lo salvaje que prolongaba a los anteriores
y permitía la relación entre ellos (Lévi-Strauss 1995 [1956]: 125). Este tercer término, podría
decirse, era lo radicalmente salvaje. Sobre esta “naturaleza ternaria del dualismo concéntrico”,
decía “es un sistema que no se basta a sí mismo y que siempre debe hacer referencia a su
medio ambiente. La oposición entre terreno limpio de malezas (círculo central) y terreno sin
limpiar (círculo periférico) exige un tercer término, maleza o selva –es decir, tierra virgen– que
circunscribe el conjunto binario pero también lo prolonga, porque el terreno trabajado es al
terreno no trabajado como este es al terreno virgen. En un sistema diametral, por el contrario,
el terreno virgen representa un elemento no pertinente; las mitades se definen una por oposición
a otra, y la aparente simetría de su estructura crea la ilusión de un sistema cerrado” (ibídem:
182).
306 Animales humanos, humanos animales
Sallqa animal
La Comunidad Aborigen de Huachichocana se emplaza en un territorio
de profundos corredores naturales que conectan la región de quebrada
(2.300 msnm) con la de puna (4.000 msnm). La conforman unas siete fa-
milias que ocupan el espacio de forma dispersa y todas ellas se dedican a
la agricultura y al pastoreo de animales, especialmente de cabras y ove-
jas 13 (con algunas pocas llamas). Esta especificidad caprina-ovina define
la organización del trabajo de pastoreo, que utiliza pasturas naturales y
forrajes mediante la circulación estacional de los rebaños en el territorio,
con movimientos organizados entre casas (residencias oficiales y perma-
nentes) y puestos (temporales, estacionales). Cada grupo familiar hace
uso de una configuración diferente de este sistema y sus rutinas varían
según las estaciones. Durante los momentos de pariciones (en invierno
y primavera-verano) las actividades se multiplican debido a la atención
de las crías. Con el crecimiento de las pasturas y el aumento de la can-
tidad de animales jóvenes en el verano, las actividades de pastoreo son
más complejas y se dividen en dos conjuntos de prácticas que resaltan
la importancia de la educación animal: dar de comer (conducir animales
jóvenes y crías a los rastrojos –campos de alfalfa y cebada–); y salir al
cerro o pastear (conducir a los animales adultos a las pasturas naturales
de los cerros) (ver también Dransart 2002; Torrico, en este volumen).
13 Los rebaños oscilan entre 20 y 400 individuos, con la siguiente distribución: en las partes
bajas de la comunidad (entre 2.800 y 3.200 msnm), existen tres rebaños de cabras (de 20, 40
y 200 animales, aproximadamente) con algunas pocas ovejas. En las partes altas (entre 3.800
y 4.000 msnm), región de prepuna y paso a la puna, tres rebaños: dos de ellos compuestos de
cabras y ovejas, en proporciones que varían anualmente (de 400 y 200 individuos) y uno de
ovejas (de unos 350 individuos) (datos de noviembre de 2017).
Pazzarelli: Animales paralelos: dualismos y perspectivas . . . 307
Sallqa humana
La diferencia interna en los animales recuerda las formas en que se piensa
la constitución de la persona humana y las relaciones entre sus diferentes
espíritus y envoltorios. En consonancia con otras regiones etnográficas
de América, en Huachichocana el animu constituye un espíritu principal,
que se describe en los términos de un “doble”, que puede manifestarse
bajo la forma de una sombra (Allen 1982; Spedding 1996; Tylor 2000;
Ricard Lanata 2007; Bugallo y Vilca 2011). El animu se encuentra en una
relación topológica recursiva con el cuerpo, siendo envuelto por este y
viceversa, conviviendo así con otras partes o interioridades (como suerte,
coraje, fuerza). Es propenso a desprenderse del cuerpo durante el sueño
y en situaciones especiales, como enfermedades y brujerías. Cuando es
presa de algún ser no humano hambriento, o cuando se produce algún
estrés violento (una caída, un accidente), también se separa provocando,
entre otras cosas, la enfermedad conocida como susto, ante la cual un
especialista ritual debe trabajar para devolverlo a la persona. 16
16 Las referencias etnográficas sobre animu (y sus definiciones como un “espíritu”) son dema-
siado grandes como para resumirlas aquí, especialmente porque, como muestra la mayoría de
esos trabajos, las ideas y prácticas al respecto no conforman corpus. Por el contrario, varía en-
tre regiones, pero también entre géneros, generaciones y contextos. Esto incluye sus relaciones
Pazzarelli: Animales paralelos: dualismos y perspectivas . . . 311
topológicas con el cuerpo: suele describírselo como “unido” o “adherido” al cuerpo, pero en oca-
siones se lo apunta como estando “dentro” del mismo o incluso “sobre” el cuerpo, envolviéndolo
como ropas o pieles (ver Fernández Juárez 2004: 261; Arnold y Yapita 2005: 203-204; La Riva
González 2005: 70, 78, 86; Charlier-Zinedinne 2015: 9-11).
17 En el campo no existen otras formas (que yo conozca) para designar a estos animu: siempre
se los describe como “animales que son animu” o “animu que se presentan como animales”.
18 Sobre el alma o animu apareciendo a los vivos ver, entre otros, Monast (1972: 45); Spedding
(1996: 115); La Riva González (2005: 82); Ricard Lanata (2007: 220-225); Martínez, B. (2013).
312 Animales humanos, humanos animales
tintas (como un puma para robar cabras y luego como un guanaco para
asustar). No existe una identificación que vincule a ciertas personas con
animales específicos; se trata más bien de un afecto salvaje que manifiesta
corporalidades animales diferentes, dependiendo de la mirada de aquellos
a quienes visita. La mayoría de las veces, estas presencias son motiva-
das por pequeñas venganzas que el moribundo no logró hacer en vida:
resentimientos cotidianos o celos y envidias tan antiguos que los afecta-
dos tienen que hacer esfuerzos por recordarlos. Los más usuales tienen
que ver con peleas en las que alguien negó carne o comida a otro que,
entonces, se quedó deseando. Ese deseo no muere, sino que pareciera ser
retenido por el animu (sin conciencia de la persona) hasta que llega la
hora de cobrarse venganza y atacar los corrales ajenos. Como la presencia
de animales-animu está en conexión con venganzas asociadas a personas
particulares, la forma animal que asumirá el animu, en tanto doble de la
persona, dependerá del punto de vista del afectado (y no del moribun-
do). 19 Es decir, manifestará a un animal específico para cada víctima. Me
refiero aquí a la “voluntad” del animu en su calidad plena de “doble”
para desprenderse con independencia de cualquier conciencia de la perso-
na despierta que no sabe aquello que su “sombra” está haciendo (ver La
Riva González 2005: 79 sobre la voluntad del animu en el sueño). Este
último punto es importante, pues en estos contextos las personas no solo
no controlan a sus animu sino que tampoco pueden coexistir con ellos.
Si la víctima ve un animal-animu es porque la persona de la cual se ha
desprendido no está allí; del mismo modo, el moribundo no puede ver ni
interactuar con su propio animu. Persona y animal-animu se encuentran
unidos como proyecciones mutuamente excluyentes.
Con estos animales, además, no se puede negociar ni establecer pactos;
algunas personas afirman que tampoco es posible matarlos. Las vícti-
mas solo pueden intentar evitarlos o ignorarlos (algo que no siempre es
posible). Incluso, suelen evocarse relaciones (no siempre claras) con la
brujería y existe una analogía interesante entre las capacidades predato-
rias de los animales-animu y el hecho de ser en ocasiones sinónimos de
animales-brujos. Este animal-animu que se presenta ante otros es decidi-
da y radicalmente salvaje: tiene forma y presencia de animal salvaje, sus
19 Allen posee una descripción semejante para los Andes peruanos: “Durante el año anterior
a la muerte de una persona el alma comienza a vagar lejos del cuerpo y al hacerlo propaga
enfermedad. Esta influencia maligna, llamada qayqa,trabaja independientemente de la voluntad
de la persona condenada y llega a su pico ocho días después de que él o ella muere” (Allen 1982:
186, cursivas propias).
Pazzarelli: Animales paralelos: dualismos y perspectivas . . . 313
entre sus partes conscientes o sociales y los afectos de sus animu que se
proyectan como animales salvajes. Aquí es un deseo sallqa (no consciente,
que está fuera de la voluntad del moribundo) el que desafía la jerarquía
de inclusión de la persona y se comporta en paralelo, para enfrentarse a
una víctima que, de cierta forma, es un igual (otro pastor humano vivo y
consciente). En ambos casos se reconocen relaciones que hablan de afectos
salvajes que pueden ser, casi al mismo tiempo, parte de englobamientos y
parte de posiciones radicalizadas, incapaces de ser capturadas.
Así, la diferencia uywa/sallqa que se inscribe al interior de los seres defi-
ne la preeminencia de una posición sobre la otra mediante una operación
de inclusión, pero también mediante el desarrollo de un peso específico
que relaciona visibilidad y ocultamiento. Cuando lo que aparece ante los
ojos son relaciones de cuidado y de crianza, las relaciones sallqa son inclui-
das como una parte necesaria y complementaria de aquellas. Cuando lo
que aparece son relaciones sallqa (en la figura de personas y animales con
coraje, por ejemplo), se describen como aspectos que defienden, o alimen-
tan, el mundo fértil al que están subordinadas. En cambio, en ocasiones,
aunque fugaces, cuando ciertas relaciones salvajes radicalizadas son las
que se tornan visibles (en las cabras salvajes o en los animales-animu),
la crianza y sus operaciones de englobamiento desaparecen de la escena:
se trata aquí de una parte sallqa radicalizada que observa el dualismo
uywa/sallqa desde afuera, como si existiera en paralelo. Estas relaciones
no están ausentes de otros trabajos etnográficos.
En su etnografía de Sonqo, por ejemplo, Allen describe la existencia
de las dimensiones del mundo (arriba, aquí, abajo) como realidades que
parecen sucediendo en paralelo; lados del mundo, que se desarrollan como
“estados de existencia”, con relativa independencia entre sí y evitando
relaciones sustancialistas (Allen 2002). 20 Sus ejemplos alcanzan el mun-
do de los muertos, cuyas relaciones con las personas son de fundamen-
tal importancia para el mundo andino y muchas veces consideradas como
complementarias: los muertos ayudando a los vivos, cuando son bien aten-
didos. En una descripción muy interesante, Allen describe a las personas
escondiéndose durante la noche para no encontrarse con ellos: como en
una realidad paralela, los ancestros (algunos de ellos considerados “demo-
nios”) llegan por las noches para visitarse y para cultivar sus campos que
se asientan sobre los “mismos” campos humanos (pues habitan una reali-
20 No puedo extenderme aquí en esta última idea, pero la propuesta de Allen (2002) es relevante
a la hora de pensar las topologías de los lados del mundo, incluso del cuerpo, siempre como
posicionales.
Pazzarelli: Animales paralelos: dualismos y perspectivas . . . 315
21 Sobre las trayectorias vitales paralelas entre hombres y mujeres, ver también Arnold y Yapita
(1998: 82-83, 245); Harris (1986).
22 En el caso descripto por Arnold, además, toma fuerza el lenguaje del parentesco y de la
descendencia paralela que operarían como “puntos de vista” diferentes sobre las cosas. Esta es
una pista que nos recuerda que estas ideas no son nuevas en la antropología andina. Desde la
década de 1960, por ejemplo, Zuidema argumentaba a favor de diferentes “representaciones”
de la organización de la sociedad y cultura incas (tripartito, cuatripartito, quintupartito) que
dependían del punto de vista que describiera el sistema. En ocasiones, estas representaciones
corrían en paralelo: según fueran generadas desde líneas matrilineales o patrilineales, cada línea
veía al ayllu de un modo particular (p.e. Zuidema 1965: 106). Sin dudas, esto no suponía una
radicalidad perspectiva cosmológica como las sugeridas por Allen (1982) y Arnold (1987), pero
sí atestigua un movimiento intelectual de varias décadas que aseguraba que la “cultura andina”
316 Animales humanos, humanos animales
no podía ser descripta desde un único punto de vista y, que sus diferencias referenciaban, en
ocasiones, al propio funcionamiento de los dualismos en relación a las líneas de descendencia
paralela o a la pertenencia de las personas a diferentes mitades (Zuidema 1977: 370). La bús-
queda de “representaciones” alternativas dentro de la propia cultura y sociedad andina parece
desaparecer de la literatura antropológica, tal vez como consecuencia de un cambio en la orien-
tación de los estudios de parentesco, que a fines de la década de 1970 abandonan en gran medida
el problema de la descendencia paralela (y consecuentemente, de sus representaciones), para
concentrarse en las dinámicas de la bilateralidad y en su dimensión etnográfica más importante,
la complementariedad (Arnold 1998: 38-40; ver también Sendón 2012).
Pazzarelli: Animales paralelos: dualismos y perspectivas . . . 317
23 Lévi-Strauss (1991) sugería que los dualismos tienden a pensarse en los términos de una
alternativa: o bien ayudan a crear unidad desde la dualidad, o bien parten de la unidad para
crear una dualidad; aquí sugiero otras salidas paralelas (ver Stolze Lima 2008; Viveiros de
Castro 2012).
318 Animales humanos, humanos animales
(ni siquiera con el mundo de la caza negociada, que está incluida como
posibilidad de ese mundo habitable).
Agrego el adjetivo “paralela” (o “espectral”), para sugerir una dimen-
sión de existencia propia que, además, elude las analogías que podrían
hacerse con el terreno de la fertilidad como horizonte de totalización.
Pues, una analogía posible sería postular que, así como el término uywa
posee continuidad con la fertilidad como término englobante mayor (pues
ambos se ordenan en una jerarquía de relaciones anidadas), el término
sallqa poseería continuidad con sallqa-radical, que encarnaría, en niveles
más altos, un tipo de totalización análoga, englobante y complementaria
a la fertilidad. 24 Pero esto no es lo que estoy mostrando aquí. Mientras
lo primero es cierto (uywa en continuidad con la fertilidad), lo segundo
no lo es (o, por lo menos, no los es completamente): el término sallqa no
está en estricta continuidad con su pliegue radicalizado, que parece exigir
un modo de existencia propio. Las cabras salvajes y los animales-animu
están por fuera del juego de alternancia complementaria entre uywa y
sallqa que propone la fertilidad. La relación aquí es de otro tipo. Sall-
qa-radical propone relaciones absolutas, sin negociación ni incorporación
posibles. Existe como externa al dualismo uywa/sallqa y a sus derivados
fértiles: no los complementa, no los equilibra, no los engloba, no se opone
ni compite con ellos.
Dicho esto, siguen quedando, por lo menos, dos preguntas: ¿de qué
modos sallqa deviene doble? Y, ¿cómo se describe ese modo de existencia
propio? Puedo aquí plantear algunas hipótesis. En primer lugar, todo
sucede como si cada vez que animales y personas se implicaran en una
relación de crianza, la fuerza sallqa de cada uno de ellos se duplicara. Una
parte es englobada por uywa, pasa a complementar a las relaciones de
crianza y fertilidad, y es la que permite decir, por ejemplo, que una cabra
es viva por escaparse audazmente de un predador y volver a su tropa. Pero
inmediatamente sallqa proyecta un doble de sí misma, que se sustrae a ese
englobamiento y resiste como virtualidad, como una “agencia espectral”
(Viveiros de Castro 2019: 38). Sallqa y su doble seguirán de cierta forma
conectados pero sus relaciones no apuntan a una continuidad clara (así
como sucede entre una persona y el animal-animu). La relación que existe
Consideraciones finales
El primer movimiento del ejercicio que desplegué en este texto fue enfa-
tizar otra mirada sobre los dualismos, que intenta eludir ciertas críticas
sobre su funcionamiento. Las relaciones que sugiero aquí para describir
los afectos uywa y sallqa no corresponden a posiciones sustanciales ni
se identifican con seres específicos. La tensión entre ambos es inherente
al interior de cada ser y se declina etnográficamente de distintas mane-
ras. Inicialmente, pueden ser pensadas como posiciones complementarias;
pero, como lo sugiero desde mis datos etnográficos, también existe la po-
sibilidad de describirlas como relaciones y fuerzas que apuntan a un modo
de existencia propio. A diferencia de “condenados” y kharisiris, cuyas pre-
sencias suelen ser esporádicas y excepcionales, aquí se trata de relaciones
que subyacen a la vida cotidiana de las personas y pueden emerger en
cualquier momento, todos los días.
320 Animales humanos, humanos animales
Agradecimientos
Muchas personas hicieron posible la escritura de estas líneas. Debo agra-
decer, especialmente, a mis compañeras editoras, Lucila y Penelope, por
sus lecturas críticas, y por todo el trabajo colectivo que hizo posible esta
publicación. Los integrantes del Taller fueron excelentes interlocutoras e
interlocutores, y agradezco especialmente a Felipe Vander Velden y Julieta
Elizaga, que estuvieron a cargo de los comentarios a mi texto. Con Luisa
Belaunde, Cassandra Torrico y Celeste Medrano seguimos intercambiando
Pazzarelli: Animales paralelos: dualismos y perspectivas . . . 321
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324 Animales humanos, humanos animales
1 El pueblo siekopai, también llamado airo pai, aido pai y secoya, pertenece a la familia lingüís-
tica tucano occidental y vive en la región fronteriza entre Perú y Ecuador, en las cuencas de los
ríos Napo y Putumayo. La población total siekopai en Perú es de aproximadamente 800 perso-
nas y de 700 en Ecuador. En publicaciones anteriores he utilizado el nombre airo pai pues este
término, que significa “gente de este monte”, era el autodenominativo usado en Perú cuando se
presentaban a las personas de las ciudades (Vickers 1989; Moya 1992; Belaunde 2001; Cipolletti
2008). A finales de 2019, las federaciones ecuatorianas (oise) y peruanas (oispe) llegaron a un
acuerdo y decidieron que a partir de ese momento utilizarían el autodenominativo siekopai, que
significa “gente pintada de rayas multicolores”. Por esta razón, utilizo el nombre siekopai en
este artículo.
2 En 1992, este ensayo ganó el Emrys Peters Essay Prize de la Universidad de Manchester,
Inglaterra, y fue publicado en 1994 con el título final: “Parrots and Oropendolas: the Aesthetics
of Gender Relations amongst the Airo Pai”.
327
328 Animales humanos, humanos animales
diferentes: las mujeres son hue’ecosi, “crías de loros” (Amazona sp.) y los
hombres umusi, “crías de oropéndolas” (Icteridus sp.). Argumenté que es-
ta percepción de su cosmo-ornitología repercutía sobre la organización del
parentesco y los procesos de crianza, en la medida en que la reproducción
paralela surgía como una extensión del dimorfismo de género concebido
en términos de una diferencia entre especies. Desde el punto de vista de
los seres celestiales, las mujeres y los hombres son dos pájaros diferentes
y se reproducen separadamente.
En los últimos años, el estudio de las relaciones interespecies ha levan-
tado una polémica dinámica, rechazando los automatismos de la ciencia
sobre las fronteras entre lo humano y lo no humano, y destacando la
incidencia de las cosmologías y las ontologías en todas las formas de co-
nocimiento y acción política sobre los seres vivos (Haraway 2003; Ingold
2011; De la Cadena 2015).
En 1992, vale la pena recordar, este movimiento de apertura a otras
formas de ser y saber era incipiente. La decisión de tomar en serio la
existencia de los sujetos de las cosmologías amerindias y la posibilidad
de transformación de los multiversos chamánicos eran algo poco común
fuera de un pequeño círculo de investigadores. En la etnología indígena,
las propuestas pioneras de Overing (1990) sustentaban la necesidad de
abordar las cosmologías amazónicas como filosofía y creación de mun-
dos, no como creencia, pero el estudio detallado de la multiplicidad y la
calidad perspectiva de las relaciones sociales y del lenguaje chamánico
estaban todavía en sus inicios con los estudios de Brown (1985), Descola
(1986) y Århem (1993). Las propuestas perspectivistas de Lima (1996) y
Viveiros de Castro (1996) no habían sido publicadas y los instrumentos
conceptuales disponibles para analizar las modalidades de la percepción y
la expresión amerindias, especialmente de los cantos chamánicos, estaban
anclados en el estudio del simbolismo del lenguaje.
En ese contexto, emprendí el análisis de la etnografía siekopai sobre las
crías de pájaros a partir de los conceptos del simbolismo lingüístico de
la época, por ejemplo, gracias a la incorporación de la noción de “metá-
foras cosmológicas”, acuñada por Crocker (1977) en su estudio sobre el
simbolismo bororo. También argumenté que cuando dichas metáforas apa-
recían en los cantos chamánicos de curanderismo actuaban a la manera de
“palabras torcidas” (Townsley 1993), evitando nombrar las cosas con la
palabra cotidiana y produciendo “dobles” miméticos (Taussig 1993) que
tenían por propósito asegurar la eficacia ritual del canto del curandero.
Sin embargo, insistí en que no eran solo figuras de lenguaje e instrumentos
Belaunde: Devenir cría: temporalidad y género . . . 329
ción de Descola (2001), que fue aceptada por muchos antropólogos sin un
cuestionamiento sólido (Belaunde 2006). La respuesta de Viveiros de Cas-
tro, al contrario, recomendaba desarrollar los estudios tomando en cuenta
las particularidades etnográficas y las correlaciones entre series de diferen-
cias, que el notó perspicazmente en la etnografía siekopai. Su sugerencia
dejaba entrever que, en este caso etnográfico, la diferencia de género po-
dría ser abordada a través del totemismo, puesto que se trataba de una
analogía entre dos series de diferencias: una social, entre los géneros de
una misma especie (humana), y otra natural entre especies del mismo
género (biológico)-pájaros. Como Lévi-Strauss (1962: 111) argumentó en
su relectura estructural de los estudios sobre el totemismo, “no son las
semejanzas, sino las diferencias las que se parecen”. Es de observar que,
aunque el principio de organización totémico opera principalmente a ni-
vel colectivo, entre clanes y grupos exogámicos, también existen casos de
totemismo distribuido en función del sexo de las personas dentro de un
mismo clan. Por ejemplo, Lévi-Strauss menciona el “totemismo sexual”
observado entre los pueblos del sur australiano, según el cual los hombres
y las mujeres actuaban como grupos opuestos y enfrentados cuando se
trataba de defender a sus totems respectivos.
En este artículo, propongo retomar el debate sobre el perspectivismo
de género con relación al totemismo y hacer una relectura actualizada de
la etnografía siekopai sobre las crías de pájaros a partir de las sugerencias
que me fueron señaladas y de un diálogo con publicaciones más recien-
tes de la etnología amazónica. Es interesante notar que los quelonios de
ambos géneros vislumbrados por las divinidades araweté cuando ven a los
vivos, son uno de los alimentos favoritos de los araweté. Esta visión es con-
sistente, a mi parecer, con el destaque de la depredación como principio
dinamizador de la cosmología y ontología araweté. Los loros y oropéndolas
vistos por los seres celestiales siekopai, en cambio, no son alimentos favo-
ritos en sus comunidades. Pueden ser consumidos ocasionalmente, pero lo
que caracteriza a estos pájaros, y los diferencia entre sí, según los sieko-
pai, es el conjunto de sus hábitos específicos y su inscripción en complejas
mallas de relaciones interespecies en el bosque amazónico.
Sin embargo, el pensamiento siekopai sobre géneros y crías de aves no
moviliza solamente una semejanza entre dos series de diferencias: una
entre los géneros humanos y otra entre especies de pájaros. No se trata
solamente de relaciones entre relaciones que pueden ser condensadas en
una fórmula canónica levistraussiana del tipo A/B = C/D:
Belaunde: Devenir cría: temporalidad y género . . . 331
3 No hay lugar aquí para discutir las nociones siekopai de “el que cría”, la “cría” y el “criado”,
tomando en cuenta los ricos debates etnográficos sobre los conceptos amerindios de “dueños”.
Más adelante, hago una breve comparación con las propuestas recientes de Fausto (2008),
Brightman et al. (2016) y Costa (2017).
4 Cipolletti (1988b: 158) traduce joya como “animal doméstico” pero, a mi parecer, es mejor
traducirlo por “el que es criado”.
334 Animales humanos, humanos animales
maíz para la chicha, los tamales y el pan de casabe. Además, se decía que
las mujeres “parecen loros” cuando regresaban a casa cargadas con lo que
habían cosechado en la chacra, llevando al bebé en una manta y la canasta
llena ceñida a la frente. Con los pies girados hacia adentro, como loros,
lograban mantener el equilibrio, atravesar barriales y troncos tumbados en
el camino. Finalmente, como los loros, cuando había conflictos, las mujeres
eran conocidas por su belicosidad verbal, mientras los hombres solían
enfrentarse utilizando armas punzantes, ya fueran físicas o invisibles, como
los dardos del chamán.
La marcada distinción entre los géneros acarreaba su separación física
y afectiva en varios momentos del día a día, pero también era matizada
en la interacción diaria entre la pareja y sus hijos en casa. Como mos-
tré, la sociabilidad siekopai conjuga diferencia y semejanza. La noción de
“acompañar y ayudar” (cocaiñe) es un aspecto correlativo e indisociable
de la idea de alegrarse. Por ejemplo, me explicaron, y yo pude observar
diariamente durante mi trabajo de campo, que las mujeres se levanta-
ban un poco después que sus esposos y los acompañaban, así como los
loros se acompañan y siempre andan en pareja. Bebían yoco e hilaban
chambira junto a sus esposos, contándose sus sueños, y cuando sus hi-
jos se levantaban, conversaban en familia, dándoles palabras de consejo.
Cuando rayaba el sol, todos los habitantes de la comunidad se pasaban
la voz y se iban a bañar juntos al río. Los hombres batían el agua con
ambos brazos mientras las mujeres lanzaban llamados de alegría. Juntos
en parejas, las mujeres y los hombres son tanto loros como oropéndolas
y, aunque cada género tenga su propio entendimiento de las relaciones de
pareja, la vida en la comunidad nace de la conjugación de sus diferencias
sin que estas se disuelvan. De esa manera, se acompañaban, pero cada
cual mantenía su propio modo y estilo de hacerse compañía, cohabitando
en la diferencia.
Durante mi trabajo de campo, observé que quienes eran galanteados
como “crías de loro” y “crías de oropéndolas” con mayor frecuencia eran
los adolescentes de ambos géneros, muchachas y muchachos trabajadores.
Como señalé, no había duda de que la juventud era altamente valorada,
pero más que la juventud física de los adolescentes, lo que era apreciado y
deseado era su facilidad y empeño de vivir alegrándose. Según su pensa-
miento, este empeño también podía caracterizar a las personas mayores,
aunque el paso del tiempo, las enfermedades y los conflictos hicieran más
difícil lograr la alegría. Además, la fuente de la alegría no se encontraba
solamente en los jóvenes vivos, sino principalmente en los seres celestiales
336 Animales humanos, humanos animales
5 Investigaciones desarrolladas por Pitarch (2013) y autores de este libro (Pazzarelli 2019)
abren un debate entre las nociones de pliegue amerindias y de la filosofía euroamericana. Mi
utilización de la palabra pliegue deriva de las explicaciones dadas por los propios siekopai sobre
la dinámica relacional de los dos “lados” de su experiencia sociocosmológica.
Belaunde: Devenir cría: temporalidad y género . . . 337
Los lados siempre están relacionalmente definidos, para todo “este lado”
hay un “otro lado”. El pliegue cósmico genera una cierta simetría entre los
dos, pero también elementos asimétricos. El “otro lado” no es solamente
el inverso complementario de “este lado”. No hay una correspondencia
reflejada sistemáticamente entre los lados. El “otro lado” es siempre más
múltiple, mientras “este lado” es más estable; o mejor dicho, el “otro la-
do” tiene efectos de multiplicidad, mientras “este lado” tiene efectos de
estabilidad. El “otro lado” está marcado por lo desconocido y potencial-
mente peligroso, mientras “este lado” es más familiar. Ver el “otro lado”
es percibir que toda percepción tiene un “otro lado”. Además, en el “otro
lado” se ve lo que normalmente (en este lado) no se ve, y se es visto por
lo que normalmente (en este lado) no nos ve. Al ver “el otro lado”, el
sujeto de la percepción entra en él y se torna vulnerable a sus efectos. Es
decir, “el otro lado” se desdobla potencialmente en muchos “otros lados”,
todos ellos peligrosos en potencia. También existe una asimetría de los
conocimientos contenidos en ambos lados. A pesar de los peligros, los co-
nocimientos vienen del “otro lado” y son traídos para “este lado”. Esa es
una de las tareas del chamán curandero que “hace vivir” a sus parientes
en la comunidad gracias a su capacidad de atravesar el pliegue cósmico y
acceder al punto de vista del “otro lado”.
Con frecuencia, en el chamanismo siekopai, la expresión el “otro lado”
se refiere, de manera más particular, a un lugar (hueña) del cosmos que
es el ámbito celestial (matëmo) donde reside la “gente verde” (wiña pai).
Para conseguir acceder a este lugar donde se sitúa la perspectiva de estos
seres celestiales y, así, lograr conversar con ellos, el chamán tiene que
cambiar de “piel” (canihuë). Esto implica también un cambio de lenguaje
y de percepción. La piel es la envoltura corporal del meollo trascendente
de la persona, llamado joyo, un concepto que los siekopai traducen al
castellano como “corazón”. Este es el centro del pensamiento, los afectos
y la memoria personal. Las técnicas chamánicas de ingesta de plantas y
los resguardos con dietas, abstinencia sexual y no contacto con la sangre
menstrual, permiten soltar el corazón del envoltorio que lo mantiene en
“este lado” para que pueda atravesar el pliegue cósmico hacia el lugar de
la perspectiva de la “gente verde” en el “otro lado” (Belaunde 2001).
El cielo de la “gente verde” se encuentra por encima del “camino del
sol” (usë ma’a). Allí viven “acompañando” a la divinidad chamánica prin-
cipal Ñañe, “Luna”, y su esposa, Repao, también llamada Pupuri Jaco,
“Madre de los Cóndores”. Todos estos seres divinos se encuentran en el
mismo lugar celestial del cosmos pero, según me explicaron, habitan en
338 Animales humanos, humanos animales
casas (hue’e) diferentes. La “gente verde” se caracteriza por ser “sin madu-
rar”, eternamente joven y nunca sufrir procesos orgánicos de maduración
y descomposición. Tienen el aspecto de muchachos y muchachas adoles-
centes a punto de llegar a la pubertad. Todos los muchachos, por una
parte, y todas las muchachas, por otra, tienen la misma cara, la misma
forma y tamaño. Llevan plantas perfumadas amarradas en los antebrazos
y collares de semillas colgados del cuello. Cuando se mueven, los collares
suenan “kiri kiri” alegremente. No tienen preocupaciones ni necesidad de
hacer trabajos arduos pero están llenos de energía y alegría. No caminan,
sino corren y danzan alegres, y no hablan, sino cantan. Viven alegres en
grandes malocas familiares a lo largo del río divino llamado el “río de las
playas de arena caliente” (umeja siaya). Celebran grandes fiestas tomando
chicha sin pelear nunca y consiguen comida de todo tipo sin esforzarse,
recogiendo frutas de los pequeños árboles que crecen a las orillas del río
divino, transparente, recto y repleto de peces (Cipolletti 1988a; Payaguaje
1990; Moya 1992).
El lugar de la “gente verde”, por tanto, no es un mundo incorpóreo,
sino un mundo de cuerpos que no están sometidos a los flujos orgánicos
de la madurez, la putrefacción y la muerte; donde la inercia, el dolor y
el trabajo penoso no existen. Tampoco existen las peleas, ni las enfer-
medades, ni el nacimiento y la muerte física, ni la menstruación. Estos
seres, junto con las divinidades Luna y Madre de los Cóndores, son con-
siderados la expresión más completa de “gente” (pai) en lo masculino y
lo femenino, respectivamente. Por eso, su lugar se aprecia como un pai
hueña, un “lugar de la gente”, por excelencia. Sus cuerpos eternamente
jóvenes, sus adornos y su alegría son fuente de inspiración para los vivos
en “este lado” quienes intentan, en la medida de lo posible, emular su
ejemplo, seguir sus enseñanzas y hacer de las comunidades entre los vivos
un pai hueña, aunque sea de manera parcial y siempre finita.
La cuestión de la diferencia de temporalidades, a mi parecer, es cla-
ve para entender las relaciones entre los lados del pliegue cósmico y la
perspectiva de la “gente verde” sobre los vivos. El pliegue cósmico entre
los dos lados genera la diferencia de lugares de perspectiva y también
la de las temporalidades que caracterizan dichas perspectivas. Según me
manifestaron, la “gente verde” nace de la resurrección en el cielo de los
muertos siekopai. Sin embargo, no todos los muertos logran alcanzar este
estado de eterna juventud, y no toda la “gente verde” es el producto de la
resurrección de los muertos. Algunos de ellos, me indicaron, existen desde
siempre. Son como “ángeles” que acompañan a Luna y su esposa Madre
Belaunde: Devenir cría: temporalidad y género . . . 339
En efecto, pude observar que las diferencias entre las especies de pájaros
eran el objeto de atención. A partir del contraste entre las formas de
anidar, los siekopai solían indicar las demás diferencias existentes entre
los hábitos de estas dos especies de pájaros, reforzando la idea de que
estas aves operan como diacríticos de la diferencia entre los géneros. El
loro (Amazona sp) es el famoso loro verde hablador, con una mancha
roja o amarilla en la cabeza, que se alimenta principalmente de semillas,
come arcilla y anida en huecos en lo alto de los troncos. La oropéndola
(Icteridus sp.) o yapu es un ave tejedora y cantora, de color negro con
plumas amarillas en la cola, que se alimenta de insectos y frutas y cuelga
sus nidos de las ramas de los árboles. No solo difieren sus nidos, sino
también sus alimentos, instrumentos, métodos de defensa y combate y
sus formas de relación entre hembras y machos de la especie.
Ambas especies de pájaros son muy gregarias; este es, tal vez, el úni-
co rasgo sobresaliente que comparten y es enfatizado por los siekopai.
Raramente se las ve solitarias. Siempre andan en pareja o en bandadas,
compartidas con otras especies compañeras. Los loros vuelan en compañía
de tucanes, pericos y papagayos, y las oropéndolas tejen sus nidos en ár-
boles donde también anidan las temidas avispas trigonidas y las hormigas
unku, que atacan a los pájaros invasores que se acercan para robar los
nidos de oropéndola. Es decir, hasta en sus modos de asociarse a otros
seres del entorno, se diferencian los loros de las oropéndolas.
Sin embargo, si nos quedamos en las diferencias entre las especies de
aves como diacríticos de las diferencias existentes entre los géneros, invisi-
bilizamos el pensamiento siekopai que establece conexiones de semejanza
entre cada género y su pájaro. Dichas conexiones sustentan la posibilidad
de pasar de “este lado” al “otro lado”, y viceversa. Don Cesario y los de-
más conocedores que grabaron y tradujeron cantos chamánicos para mí,
explicaron consistentemente que la percepción de los seres celestiales en
el “otro lado” indica una semejanza percibida en “este lado” y expresada
como una relación de “parecer” (-je paiye). En “este lado” un hombre
“parece oropéndola” (umuje paiye) porque teje nidos semejantes a las
oropéndolas, pero en el otro lado, la “gente verde” lo ve y lo llama “cría
de oropéndola” (umusi). Igualmente, en “este lado” una mujer “parece
loro” (hue’ecoje paiye) porque anida en un tronco, pero en el otro lado,
la “gente verde” la ve y la llama “cría de loro” (hue’ecosi).
Según Århem (1993), la noción amerindia de “parecer” es una bisagra
cosmológica que los conocedores makuna manejan con gran habilidad pa-
ra transitar entre perspectivas. Este manejo de la bisagra entre “este” y
Belaunde: Devenir cría: temporalidad y género . . . 345
el “otro lado” también se aplica entre los siekopai. Como muestran otras
etnografías más recientes sobre los cantos chamánicos entre otros pue-
blos amerindios (Viveiros de Castro 2004; Cesarino 2018; Lagrou 2018),
los chamanes amazónicos tienen un notable conocimiento de la interpreta-
ción de sus significados. La exégesis siekopai de sus propios cantos también
revela su profundo metaconocimiento de los procesos de semejanza y di-
ferencia articulados a la multiplicidad de la percepción y la equivocidad
inherente de sus estéticas, epistemologías y ontologías. Tienen un claro
manejo discursivo del tránsito entre las formas de parecer, ver, ser vistos
y ser llamados en ambos “lados” del pliegue cósmico.
Un sobrevuelo sobre los hábitos de ambas especies permite entrever el
enmarañado de relaciones de “parecer” entre estos pájaros y sus respec-
tivos géneros humanos. Al igual que la oropéndola, el hombre canta y
teje hamacas de fibra de chambira que “parecen” nidos de oropéndola.
En el “otro lado”, cuando la “gente verde” ve las hamacas hechas por los
hombres, ve nidos de oropéndola que cuelgan de las ramas de los árboles.
“Pequeño nido de oropéndola” (umuturu maña) también es el nombre con
que la “gente verde” se refiere a un aspecto del útero femenino. El útero,
llamado sintu hue’e (casa de la cría), es una cavidad de la cual cuelga una
hamaca, en la que se mece el feto durante la gestación. Al igual que el
loro, la mujer es habladora y le gusta moler y comer maíz. Según la mito-
logía siekopai, el loro obtuvo su nido gracias a la intervención del pájaro
carpintero que cavó el tronco de una palmera para agradecerle al tucán
por las larvas comestibles (Calandra palmarum) que le había dado. Desde
entonces, la mujer como el loro, anida en una cavidad que es abierta en
el tronco de su propio cuerpo.
Un punto interesante es que el hombre siekopai no está solamente aso-
ciado al macho oropéndola, sino a ambos, al macho y a la hembra, es
decir a la pareja de esta especie. De cierta manera, se podría decir que
mantiene una relación andrógina con esta especie en la medida en que el
hombre siekopai realiza las actividades características de las oropéndolas
de ambos sexos. En efecto, las oropéndolas despliegan una clara división
del trabajo de producción y cuidado del nido, puesto que la hembra teje
mientras el hombre se mantiene a cierta distancia haciendo la guardia y
avisando con su canto cuando se acerca algún peligro. Los hombres sie-
kopai, por su parte, tejen como las hembras y cantan como los machos
oropéndolas. Es decir, se asemejan a ambos sexos de la especie de ave.
Lo mismo sucede con las relaciones entre la mujer siekopai y el loro. La
mujer realiza las actividades del macho y la hembra de esta especie de
346 Animales humanos, humanos animales
plano y estos son vistos y llamados como crías de dos especies de pájaros
diferentes, que se reproducen separadamente. Las mujeres son crías de sus
madres y los hombres crías de sus padres. Es decir, la perspectiva del “otro
lado” radicaliza o, como diría Viveiros de Castro (2008: 111), literaliza la
diferencia de género. Gracias a las explicaciones de los siekopai es posible
pasar de un lado al otro y comprender cómo relaciones de “parecer” en
“este lado” se articulan con relaciones de diferencia en la perspectiva del
“otro lado”.
Nos encontramos, entonces, frente a un pensamiento complejo: por una
parte, es un pensamiento totémico que concibe las semejanzas entre dos
series de diferencias (entre los géneros y entre las especies de aves); y,
por otra parte, es un pensamiento perspectivista que permite pasar de la
perspectiva del “otro lado” a la de “este lado”, y viceversa. No pretendo
adentrarme aquí en las consideraciones teóricas sobre las relaciones entre
totemismo y perspectivismo examinadas por Kelly (2010). Vale señalar
que el material siekopai coincide con la propuesta de este autor sobre la
existencia de una conexión estructural entre la teoría del perspectivismo
multinatural de Viveiros de Castro (2008) y el totemismo tal como fue
definido por Lévi-Strauss (1962). En nuestro caso etnográfico, como el
propio Viveiros de Castro sugirió, el perspectivismo de género siekopai
puede ser leído a partir de la fórmula canónica totémica, pero quisiera
mostrar aquí que es algo más que totemismo.
entonces, reflexionar sobre el nido como una noción clave del pensamiento
amerindio.
Ahora, ¿qué es un nido? A mi entender, la etnografía siekopai de las
crías de pájaros muestra que el cuerpo es un nido. Esta idea la expresan
los propios siekopai, aunque es importante subrayar que cuando hablan
en castellano hacen uso de diferentes palabras: “nido” (turu), “cuerpo”
(canihuë) en el sentido de “envoltorio”, “casa” (hue’e) y “lugar” (hueña).
Estas palabras se refieren a aspectos del cuerpo como un contenedor de
crías, pero no lo describen de manera exhaustiva. Es decir, el anidar es
uno de los quehaceres sobresalientes del cuerpo que se extiende a la casa
y al árbol, donde se encuentra el nido, así como al útero, “casa de la cría”.
Todas estas formas de nido: el útero, el cuerpo, la casa y el árbol, a su vez,
están anidados los unos en los otros y, como sugiere Lima (2005), revelan
la fractalidad de la persona amerindia.
Además, dicho nido fractal está conectado a una malla de relaciones
interespecies. La mujer, por ejemplo, no se asocia solamente al loro, sino
al conjunto de seres, animales y plantas que conforman el hábitat del
loro y sus narrativas míticas. De igual manera, el hombre se asocia a la
oropéndola y a todos los seres de su entorno que también figuran en las na-
rrativas y rituales. Es decir, se trata de redes de conexiones interespecies,
que tejen puentes entre la etnografía siekopai y las propuestas teóricas de
Ingold (2011) y Khon (2013) sobre los enmarañados de relaciones entre
seres vivientes. Sin embargo, es importante enfatizar que en el caso sieko-
pai estas mallas de conexiones interespecies dependen del punto de vista.
En ese sentido, el análisis de Lima (2002), que afirma que la perspectiva
es siempre “para” alguien, se aplica plenamente al chamanismo siekopai.
Las mujeres y los hombres son crías de pájaros para la “gente verde”, pero
no para todos los seres de su cosmología.
Continuando el diálogo con las propuestas de Lima (2002), vemos que
el perspectivismo del chamanismo de la “gente verde” siekopai difiere del
perspectivismo de la cacería encontrado en diversos pueblos amazónicos,
que está regido por la depredación, inclusive entre los propios siekopai
(Belaunde 2001). Como argumenta esta autora para los yudjá, en el pers-
pectivismo de la cacería hay un conflicto de perspectivas. Cuando sale a
cazar al bosque, el buen cazador no debe ver a su presa como gente. Es
necesario que el cazador evite entrar en la perspectiva de su presa para no
perderse en ella. En el caso del chamanismo curandero siekopai, en cambio,
los vivos buscan entrar en la perspectiva de la gente celestial y ser vistos
por ellos como crías. Para lograrlo deben respetar resguardos severos, in-
350 Animales humanos, humanos animales
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352 Animales humanos, humanos animales
Penelope Dransart
1 La comunidad de Isluga, que se encuentra en la región de Tarapaca, está conformada por dos
mitades, una de arriba –araxsaya– y otra de adentro o de abajo –manqhasaya.
355
356 Animales humanos, humanos animales
implica las relaciones sociales del pastoreo. Los cerros, como depredadores
que se encuentran en los niveles heterótrofos más altos, no pueden quedar
fuera de esa ecuación entre especies “vivas”.
Kawaraya hace más que participar en la vida cotidiana de la gente
y de los rebaños de Isluga porque intimida con su presencia ya que a
veces puede ser intimidante. Empero, a la vez intima con la gente en una
relación de conocimiento y trato mutuo, el es un ser, un conocido íntimo
de los/as islugueños/as. Si se sube al Kawaraya, este se molesta y arroja
piedras. La gente me advirtió que no hay que pastear llamas sola sin otra
compañía humana porque Kawaraya puede adoptar la apariencia de un
hombre joven. Ha sido visto así en los pastizales de Jalsuri, donde hay una
importante fuente de agua. Cuando toma la apariencia de esta persona,
le gustan las chicas jóvenes y, después de un encuentro con él, ellas se
enferman. Tal fue el destino de la hermana de Celestino. “No es gente”,
me explicó Mama Nati, hablando del uywiri, “él le agarró”. En tal caso
el procedimiento correcto para evitar la muerte es escoger una llama y
sacrificarla en lo que se llama un wilancha al cerro.
Los uywiri se revelan a los mortales cuando estos realizan sus activi-
dades de pastoreo. Los cerros no solamente declaran su presencia a los
seres humanos sino que también la imponen a las llamas y alpacas. En
una conversación sobre un cerro llamado Qala Qull Pukara que Gabriel
Martínez (1976: 280-281) tuvo con uno de sus interlocutores, este explicó
al antropólogo: “Siempre ahí, cuando los llamos llegan, pelean”. Algunos
lugares especiales concitan la atención por ser ruidosos. Qasiri, una emi-
nencia que sobresale sobre la ladera inferior del volcán Isluga, grita para
convocar a las llamas. La gente dice que es mujer.
Tata Jachura es un uywiri con una reputación de comer llamas y gente
por igual. Él asustó a la hija de Mama Nati, Luisa, en su niñez, cuando la
familia pasó por Illimaya, acompañando a sus rebaños de llamas y alpacas
en la migración anual –el costeo– a los pastizales en la precordillera. Luisa
me explicó que en una época anterior a la de los cristianos, un niño y una
niña bien vestidos, huerfanitos, fueron enviados a Tata Jachura adentro
y el cerro se los comió. Según doña Luisa, los niños vivían en una era
precristiana, pero ella especificó que el evento tuvo lugar el 15 de agosto
de un año lejano, fecha de la fiesta católica de la Asunción de la Virgen. 2
2 Agosto es un mes importante entre los aymara-hablantes porque la tierra abre la boca –la-
kampacha– y la Virjin Tayka (o Pachamama) desea comer. En el noroeste argentino, durante
el tiempo de “bocas”, se abre un hoyo –llamado pachero– para alimentar a la tierra (Bugallo
2016: 120).
358 Animales humanos, humanos animales
más que humanos, más que animales–. Estas tramas son producto de las
trayectorias históricas caracterizadas por disyunciones, que han sido im-
bricadas en el transcurso del tiempo bajo la influencia de epistemologías
antitéticas. Están ligadas a un profundo sentido de sufrimiento expresado
culturalmente en relación con nociones de padecimiento. Mi perspectiva
reconoce que algunas imágenes visuales, que se remontan al lejano pasa-
do, retienen poderes para influir en las categorías de pensamiento a pesar
de que los contextos sociales están sujetos a cambios. En esta exploración
sobre comer y ser consumido trato de comprender cómo se experimentan
los procesos fisiológicos de la digestión como una forma de relaciones so-
ciales entre el ganado, la gente y los uywiri. ¿Cuáles son los principios
del conocimiento que se pueden entrever a través de las metáforas encar-
nadas? Propongo que estos principios se revelan a través del uso de una
metáfora analógica de clarificación de la grasa visceral extraída de los ór-
ganos internos de una llama, alpaca u ovino sacrificado, y de refinamiento
de los minerales extraídos de las entrañas de los cerros.
5 Sobre la ofrenda de líquidos conocidos como ch’alla, ver Bugallo (2016: 123, 149-150).
6 El capítulo 4 de su libro se titula “Terra mater, petra genetrix”.
7 “( . . . ) deep-lying doctrine of Spiritual Beings” (Tylor 1871: 384).
8 “( . . . ) in conscious metaphor” (Tylor 1871: 260).
Dransart: Comer y ser comido: fisiologías de la práctica en Isluga . . . 361
11 Los miembros de la corte española tenían algo de fascinación por el trabajo de El Bos-
co. Fernando Alvárez de Toledo, duque de Alba, confiscó el tríptico en Bruselas y Fe-
lipe ii lo compró a su hijo ilegítimo. El monarca español entregó la pintura al monas-
terio de San Lorenzo del Escorial y, en el siglo xx, fue trasladado al Museo del Pra-
do www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/triptico-del-jardin-de-las-delicias/02388242-
6d6a-4e9e-a992-e1311eab3609). Sobre la moda entre los patrones españoles de las pinturas fla-
mencas de finales del siglo xv y a lo largo del siglo xvi, ver Sabine MacCormack (1991: 30-32).
12 Parece que la pintura mural del Leviatán en la iglesia de Santiago de Curahuara de Carangas
(Bolivia), sirvió de patrón iconográfico para Parinacota (Corti Badía, Guzmán Schiappacasse
y Pereira Campos 2010: 128).
13 Publicado en castellano, quechua y aymara.
Dransart: Comer y ser comido: fisiologías de la práctica en Isluga . . . 365
Por otro lado, las ánimas de las personas malvadas serán juzgadas por
“todas sus culpas grandes y chicas”. Entonces, el sermón continúa:
Luego al punto assen dellas los fieros demonios como crueles verdu-
gos carniceros, y con gran grita y escarnio los lleuan al profundo del
infierno. (Tercero cathecismo 1585: 199r)
Al leer este texto en el siglo xxi, solo puedo imaginar cómo los/as
feligreses/as de siglos anteriores en Parinacota e Isluga respondieron a
tales descripciones de lo que podría sucederle a sus almas. En todo el
lujo de esta descripción del infierno, sin embargo, hay una gran paradoja.
¿Cómo puede un alma, sin carne o hueso, sin boca o estómago, sufrir
los tormentos de ser refinada como el metal? ¿Cómo podrían esos crueles
verdugos infligir dolor? En la brecha entre la realidad física del cuerpo y
lo que le sucede a esa parte inmaterial que sobrevive a la muerte (“alma”
o “ánima”), hubo un lapsus que permitió el desarrollo de metáforas e
imágenes visuales basadas en la fisiología de los cuerpos. Hay que aclarar
que no se trata de una equivocación cometida por descuido sino de una
disyunción entre las diferentes epistemologías involucradas.
14 En cuadros y murales del Juicio Final como los de Parinacota, Curahuara de Carangas,
Carabuco y el convento franciscano de Cuzco, la boca del infierno se ubica en la parte inferior
del extremo derecho del campo visual. La organización espacial del cielo, el purgatorio (a
la izquierda del campo visual) y el infierno en estas imágenes derivó en última instancia de
algunas estampas europeas. Una de las más influyentes fue grabada por Philippe Thomassin
y está fechada en 1606 (Rodríguez Romero y Siracusano 2011: 122-12; Windus 2019: 65-68).
Thomassin tituló la obra “Durissimum Iudicium gentibus profert” (“[La Santísima Trinidad]
pronuncia el más severo juicio sobre el pueblo”) en alusión al Libro de la Sabiduría, donde se
dice “Horrendo et cito apparebit vobis quoniam iudicium durissimum his qui praesunt fiat”
(Liber Sapientiae 6: 6 en Biblia Sacra 2006: 733). Los artistas andinos aplicaron sus propios
esquemas de color e incorporaron gente andina (Gisbert 2010: 38-39), realzando la potencia
visual de las imágenes.
366 Animales humanos, humanos animales
15 En el Salterio de Winchester del siglo xii (también conocido como el Salterio de Enrique
de Blois), inspirado en Bizancio, la boca del Leviatán está bloqueada por una puerta roja, y
un arcángel la cierra con llave (British Library, Cotton ms Nero C iv, f. 39r, disponible en:
www.bl.uk/manuscripts/FullDisplay.aspx?index=0&ref=Cotton_MS_Nero_C_IV).
368 Animales humanos, humanos animales
come al pasto. El destino del ganado es ser comido por sus pastores/as
(figura 2).
Figura 2. Después de una vida bien vivida, una llama espera su destino de ser sacri-
ficada (22/07/2017).
Según Nash (1979), el trabajo ritual de dar comida a los cerros correspon-
de al acto de “cultivar” minerales. De manera que la fertilidad orgánica y
la producción de metales inorgánicos son inseparables. Peter Gose (1986)
observa que cuando los mineros sacrifican una o dos llamas para promover
el rebrote de minerales metálicos, adoptan una forma comparable a los ri-
tos destinados a revitalizar la vida animal y vegetal de los/as pastores/as
y los/as agricultores/as.
Cuando un uywiri se revela a una persona en Isluga esta debe responder
alimentando al cerro. En el caso de Kawaraya, el curso de acción apropiado
es convidar una llama. Según Tata Ambrosio, hay que ofrecer un gallo
a Tata Sabaya, un pico en Bolivia, pero otra persona me dijo que es
necesario hacer un wilancha, lo que implica el sacrificio de una llama. Se
dice que la propia gente de Sabaya le ofrece una gallina blanca en una
casa circular ubicada en un sector al sureste del conspicuo cerro (Marcos
2011 [2000]: 59). En Isluga no hay historia de gamonalismo y sospecho
Dransart: Comer y ser comido: fisiologías de la práctica en Isluga . . . 369
16 “( . . . ) the inalienability of precious metals from the body, and that to appropriate one is
therefore to appropriate the other.” En su artículo de 1986, Gose considera la extracción de
grasa de los cuerpos humanos, un aspecto del sacrificio que no se considera en este capítulo.
370 Animales humanos, humanos animales
azufre es el fuego del infierno (Lara 2013: 141). La gente de Isluga asocia
su color amarillo intenso con la muerte (Dransart 2016).
Por lo tanto, los cerros son a veces compañeros incómodos para los
pastores en Isluga y en ocasiones hacen demandas a las personas que
son difíciles de cumplir. A pesar de los peligros potenciales, los pastores
disfrutan de cuidar a sus llamas, alpacas y ovejas en los pastizales en la
presencia de los uywiri. Descubrí que cuando caminan con sus llamas o
alpacas, los pastores expresan su satisfacción de estar en compañía de
los uywiri que los/as rodean. Si las condiciones son buenas, y estos han
ofrecido el reconocimiento adecuado, los uywiri les otorgan un gran éxito
al permitir que su uywa prospere.
Frank Salomon está de acuerdo en que las personas con quienes hizo
trabajo de campo en la comunidad de Rapaz, en la cordillera del norte
del departamento de Lima (Perú), consideran cómo los cerros y la gente
disfrutan de relaciones sociales agradables y contraen deudas entre sí.
Pero, añade, “el hambre de la montaña es un acto aterrador” (Salomon
2018: 67).
La idea y el conocimiento del hambre son algo que todavía tiene el po-
tencial de atormentar la memoria de las personas. Los mineros le contaron
a June Nash sobre un cóndor que tomó la forma de un joven para cortejar
a una princesa. Temiendo la pérdida de la hermosa niña, el pueblo cons-
piró para transformar al cóndor en piedra. La gente ahora deja comida en
la piedra redonda donde aterrizó, para el cóndor que estaba enamorado
ya que, según se dice, “un alma petrificada tiene mucho hambre” (Nash
1979: 165). 17 Este cuento parece estar en consonancia con la energía de
los seres vivos atrapados dentro de las grandes piedras de campana en la
comunidad de Cayanguera en el norte de Potosí que Henry Stobart (2016:
212) conecta con la emisión de sonidos y el hambre corporal.
Según las conversaciones que Gil García (2014: 210) tuvo con gente en
la comunidad de Santiago K, Nor Lípez, Potosí (Bolivia), el mundo de los
chullpas pertenece a la gentilidad lejana y el tema del consumo de la carne
humana siempre parecía surgir en ese contexto. Sin embargo, él evoca la
relación entre ese tiempo anterior y el de hoy como la diferencia entre
“lo despierto y lo ensoñado” (Gil García 2014: 199). Entonces, el tiem-
po/espacio de los gentiles podría considerarse paralelo al de “nosotros”
porque los islugueños a veces se refieren a un futuro evento cataclísmico
de vientos soplando de los chullpas (Dransart 2002: 64). A mi modo de
ver, este otro mundo paralelo está más latente que pasado. Es por esa
razón que la gente dice que hay que alimentar a los uywiri. La grasa es
uno de los alimentos más apetecidos.
19 Las sopaipillas se elaboran con harina de trigo, sal y agua; la cocción se realiza en grasa de
llama o, si no hay, en aceite. La forma es redonda, con un orificio central.
20 “( . . . ) llama fat is esteemed as the very substance of life” (Salomon 2018: 68)
Dransart: Comer y ser comido: fisiologías de la práctica en Isluga . . . 373
22 En la versión quechua: chaysi chay pichqa runaqa chay mullukta cap cap ñichispa mikurqan
tukuy hinantin qusqantawan (Entonces, los cinco hombres consumieron el mullo, que crujía
mientras lo masticaban, y todas las [otras] ofrendas también) (Taylor 1987: 150-151; negritas
en el original). A su hijo, Maca Uisa, también le gustaba comer concha, “haciéndolo crujir”
(Taylor 1987: 347).
Dransart: Comer y ser comido: fisiologías de la práctica en Isluga . . . 375
23 Gabriel Martínez (1976) examinó el plano del pueblo ceremonial de Islug Marka como pro-
ducto de la reducción, una consolidación que se realizó durante la época colonial. Martínez
sugirió que el plano en forma de U deriva de antecedentes arqueológicos antiguos atestados en
la costa del Perú. Aquí expongo otras razones por las cuales la plaza en Isluga no presenta la
morfología usual de la típica Plaza de Armas de tantos pueblos andinos.
24 Islug Marka es conocido por tener una concentración de condenados y por ello una persona
no anda nunca sola sin otra compañía humana. “Los condenados me comerían”, explicó Don
Marcos un día a raíz de que pidió pasar la noche con otra pastora y conmigo cuando fuimos a
un pastizal cercano.
376 Animales humanos, humanos animales
Figura 3. Islug Marka visto desde el interior de la plaza, con la iglesia a la derecha y
orientado hacia el pastizal (champial) en la distancia (13/01/2017).
AVISO.
SE PRUIBE PADECER
25 “( . . . ) y les doy todas las cosas buenas de Egipto, para que coman la médula de la tierra”.
Dransart: Comer y ser comido: fisiologías de la práctica en Isluga . . . 379
Figura 5. Poncho bordado, estilo Paracas, para cubrir los hombros (c. 100 a.C.-200
d.C.). Art Institute of Chicago, 1958.292. Dotaciones de Edward E. Ayer, Harriott
A. Fox y Samuel P. Avery.
Agradecimientos
Estoy profundamente en deuda con la gente de Isluga por la ayuda que me
brindó. Desde el fondo de mi corazón quiero recordar a las queridas ami-
gas y los queridos amigos que han fallecido; Natividad Castro Challapa,
Marcos Castro Challapa y Soria Mamani Challapa compartieron conmi-
go su amor por los uywiri. Agradezco a mi coeditora y a mi coeditor así
como a los demás participantes del taller por sus valiosos comentarios, y
al evaluador de mi texto. Si hay infelicidades o errores en el texto, solo yo
soy responsable.
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Matar sin pena. Repensando la ambivalencia
de la caza, el sacrificio y el consumo de carne
en las Tierras Bajas de América del Sur 1 2
’
Introducción
Mi punto de partida en esta incursión, aún preliminar, sobre ciertos me-
canismos de control afectivo-moral de la matanza de animales y sobre la
circulación de formas de sensibilidad en la relación entre humanos y ani-
males en los pueblos indígenas de las Tierras Bajas de América del Sur,
es la narrativa de Fabiano José Alves de Souza, presentada en su investi-
gación entre los indios pataxó en el estado de Minas Gerais, en el este de
Brasil. Tomo prestadas sus palabras, transcriptas de las notas escritas a
mano en su diario de campo que me fue permitido leer:
Eran los primeros días del mes de octubre de 2011. Estaba en la aldea
de Imbirussu acompañando al cacique Romildo. Cuando salíamos de
Mata da Racha, ya en un área abierta y descampada, el vio una rata
del bambú (cacinha do bambu), un roedor muy similar a un cuis, sin
embargo, de mayor tamaño. Romildo logró capturar al animal con
sus manos después de una intensa carrera. Agachado, él comenzó a
golpear con la punta del machete la cabeza de la caza, cuando se dio
1 Quisiera agradecer a todos los que participaron del Taller que dio origen a este libro por sus
comentarios, especialmente a Luisa Elvira Belaunde y a Francisco Pazzarelli. También agradezco
a Clarissa Martins Lima, a Celeste Medrano y a Stephen Hugh-Jones por sus sugerencias.
2 Traducción: Celeste Medrano (Conicet, Instituto de Ciencias Antropológicas, ffyl, uba).
387
388 Animales humanos, humanos animales
miento de sangre: si las mujeres y los niños sienten pena por el destino del
animal, el cazador tiene que matar sin piedad porque solo entonces es po-
sible matar. Manifestar cualquier vínculo afectivo implicaría ciertamente
la imposibilidad de la matanza; esto explicaría la posible “insensibilidad
al sufrimiento animal” (Kohler 2016: 41, traducción propia) –ser sensible
al otro es subrepticiamente reconocerse en él, vislumbrar en la comida un
otro igual y, por lo tanto, imposible de matar o de ver sufrir.
Sin embargo, este mismo afecto protege a los animales de los excesos,
como sugeriré. La propia circulación de estos conceptos, o conceptos si-
milares, parece indicar una posible sensibilidad en el horizonte: aquella
que debe ser borrada para matar, y esto no solo frente a los animales
domésticos o familiares (los más cercanos a la convivencia humana), sino
también en relación con animales predados en actividades de caza, como
lo ilustra el ejemplo mencionado anteriormente entre los pataxó. En el
límite, la piedad siempre puede interferir con el acto, lo que lo hace difícil
o incluso imposible. La poca atención prestada por la antropología a estos
estados emocionales está en la raíz de una cierta naturalización de la caza
como una actividad definitoria no solo de la economía, sino también de
las masculinidades –e incluso de las indianidades–, en la Amazonía.
El hecho vivido por Fabiano, así como el sentimiento experimentado
por él –sumado a los efectos de dicho sentimiento–, no son ajenos a mu-
chos etnólogos en el campo; recordemos, por ejemplo, a Philippe Descola
expresando su disgusto al tener que disparar por primera vez a una ma-
nada de monos que “se burlaban de ellos en las copas de los árboles”,
animado por los achuar que lo alentaban a estrenar el nuevo rifle adqui-
rido especialmente para la investigación de campo (Descola 1998: 31); o
a Paul Nadasdy (2003: 86), tembloroso y con náuseas después de matar
por primera vez con sus propias manos a una liebre blanca, que se resis-
tió viva a los diversos intentos torpes del etnólogo-devenido-cazador. La
misma ambivalencia –en forma de aversión– fue observada por Stephen
Hugh-Jones (1996) entre sus hijos, por primera vez en la parte alta del
río Negro, frente a la carne de aquellos animales que solo conocían en los
zoológicos y los libros infantiles, punto de partida este de las reflexiones
que nos movilizan aquí.
En su artículo publicado en 1996, Hugh-Jones señala las similitudes, más
que las diferencias, entre las actitudes hacia la muerte de los animales y el
consumo de sus cuerpos en la Amazonía indígena y en la Europa moderna:
en ambos contextos etnográficos, dice el autor, impera una significativa
ambivalencia frente a estas prácticas, un malestar –velado u obliterado,
Vander Velden: Matar sin pena. Repensando la ambivalencia . . . 391
3 A pesar de seguir sustentando sus conclusiones de 1996, Hugh-Jones, en una reciente relectura
de su artículo (s/d: 1), confesó que el énfasis de las similitudes entre amerindios y occidentales
tenía que ver con el público variado al que estaba dirigido el texto de 1996: se trataba de una
conferencia en un evento sobre la carne y su consumo. Debo señalar que, en esta posdata,
Hugh-Jones sugiere no contar a los tukano como uno de los grupos amazónicos en los que se
puede encontrar al animismo “de manera relativamente pura”. Lo mismo afirmo de los karitiana.
4 Entre estas evidencias frente a las preguntas planteadas a los pueblos indígenas sobre la nece-
sidad de matar y comer animales está la conocida conversión de carne de animales sacrificados
en inofensivos vegetales, por los chamanes piaroa (Overing Kaplan 1975: 39). Tener en cuen-
ta que la vegetalización tampoco es ajena a las formas de consumo de cuerpos animales en
Occidente: los peces tienden, con frecuencia, a ser tratados como vegetales, lo que se expre-
sa en el vocabulario utilizado en las relaciones alimenticias con los animales acuáticos: frutos
de mar, recolección o cosecha de pescado (Bérard 1993). Y aquí, la reflexión de Hugh-Jones,
nuevamente, cruza las nociones indígenas y euro-americanas, al considerar a los tukanos como
“vegetarianos que también comen pescado”.
392 Animales humanos, humanos animales
5 Los karitiana suman unas cuatrocientas personas, que viven en siete aldeas, cinco dentro y
dos fuera de la Tierra Indígena Karitiana, con sus 89.000 ha.
Vander Velden: Matar sin pena. Repensando la ambivalencia . . . 395
Yo que no tengo perro, solo gusto de los perros de caza, para matar
caza, porque ayudan a las personas, pero los que se crían por ahí [¿sin
razón utilitaria?] no me gustan, es muy oloroso [apestoso]. Solía criar
muchos perros cazadores, pero la gente lamenta mucho cuando mueren,
[porque] los perros matan a los animales y ayudan a las personas, y los
perros no viven mucho, porque los animales salvajes matan a muchos
perros.
múltiples son traducidas por los guaraníes, al portugués con las mismas
palabras: sentir pena, sentir lástima, sentir, sufrir, compasión, piedad.
Sin embargo, se podría argumentar que los animales familiares son fun-
damentalmente diferentes de los animales de caza, tanto que algunas len-
guas indígenas incluso tienen términos distintos para designarlos –que
nosotros reconocemos como la misma especie zoológica–, dependiendo de
si se crían en el hogar o son abatidos en el bosque (Erikson 1987). Esta
distinción se aplica a los karitiana, entre los cuales existe la modalidad de
relación que estructura el sistema de clasificación: los animales cazados
y comidos son, literalmente, himo (carne), mientras que esta definición
nunca puede extenderse a los seres domésticos, referidos como by’edna
(mi crianza). Entonces, ¿qué tienen que ver estos problemas de afecto,
lástima, pena, sufrimiento y sentimiento con la caza? ¿No se concluye, a
partir de la literatura especializada, que los pueblos amazónicos no mues-
tran ningún prurito de piedad, culpa o atención al sufrimiento del animal
sacrificado, y las únicas emociones que provocan las cacerías son solo la
excitación y el placer (sobre todo masculinos), además de la sensación del
deber cumplido?
¿Será así? Resumo entonces, el ejercicio especulativo de Hugh-Jones en
el artículo mencionado (1996): el de apostar por las similitudes mucho
más que por las diferencias, por lo que nos une, al Occidente industrial
moderno y los pueblos indígenas en las Tierras Bajas del sur americano.
De hecho, ¿cuál es el mecanismo que convierte la caza potencial –de crías
recolectadas en el bosque– en un animal familiar, criado en compañía
de humanos, si no es el afecto, descrito por la teoría etnológica como
familiarización? Si los karitiana transforman a sus animales de cría “como
niños”: ¿no hay algunos de los mecanismos compensatorios con los que
Erikson (1987) explica la adopción de mascotas (pets) en la Amazonía?
¿No está involucrado el afecto cuando se trata de recolectar cachorros
huérfanos e indefensos, condenados a perecer en el bosque debido a la
muerte violenta de sus madres?
Y aquí, retorno al relato de Fabiano, con el que comencé esta reflexión.
Si el afecto teje los lazos entre humanos y no humanos en las aldeas in-
dígenas, generalmente prohibiendo de forma generalizada la matanza de
animales familiares, ¿no es porque algo marca la distancia entre indígenas
y animales en el bosque, algo que franquea el derramamiento de sangre?
Algo que acecha en todas las formas de violencia y que, cuando irrumpe
–en el momento en que la pena, la compasión, el sentimiento por o el
sufrir por se interponen entre el hombre y el animal–, solo puede conducir
398 Animales humanos, humanos animales
6 Los karitiana dicen que no se puede matar en demasía o sin una razón utilitaria, ni desperdi-
ciar la carne. Se debe compartir y consumir por completo depositando los despojos de manera
adecuada. Si no se siguen estas instrucciones, el “jefe de caza se enoja” (Marcelo), y el cazador
inmediatamente se convierte en panema (naam, literalmente “podrido”, o “de mano podrida”,
un cazador cuyo olor repugnante ahuyenta a los animales).
Vander Velden: Matar sin pena. Repensando la ambivalencia . . . 399
¡No sientas pena, porque los animales son ignorantes! ¡Mátalos! ¡Pero si
sientes pena, no caces! Los animales protegidos más de cerca por sus due-
ños, dijo el mismo cazador al etnógrafo, ni siquiera se ven en el bosque: lo
que tiene un dueño no se sacrifica, porque no se ve. Los demás, la multi-
tud, no merecen compasión, sino la olla. Sin embargo, la piedad está ahí,
ya que es sugerida por el cazador. Uno se cuida, en cierto modo, también
de los animales del bosque, y no solamente de aquellos que viven cerca
de las casas o en las aldeas, siguiendo la forma de un cuidado restringido
(restrained care), tal como lo llamó recientemente Chao (2018).
Todo lo que digo parece ir en contra de lo que se describe ampliamente
en la literatura sobre las culturas indígenas en las Tierras Bajas en la
que se menciona que la caza juega un papel absolutamente central en
estas cosmologías (Viveiros de Castro 1996a) y no hay ningún sentimiento
involucrado en la cacería (Descola 1998), ni siquiera por parte de las
mujeres entusiastas. Después de todo, estas son sociedades de cazadores,
que dependen de las presas animales para sobrevivir y que no pueden
permitirse el lujo de desarrollar ningún vínculo afectivo o emocional con
estos animales de alimentación.
Sin embargo, mi punto es que tomar solo prácticas y narrativas indí-
genas sobre la caza no nos dice nada sobre los aspectos afectivos invo-
lucrados en la interacción violenta entre humanos y animales. De hecho,
¿qué mecanismos funcionan para permitir que se mate un animal? Algu-
nos autores han detectado el funcionamiento de una lógica de seducción,
en la que el cazador (hombre) envuelve a la presa (feminizada) mediante
artes eróticas para, finalmente, matarla. Sin embargo, según la inspirada
lectura de Barthes (1989), en el arriesgado juego de la seducción, vale la
pena preguntarse: ¿quién es, de hecho, la presa? 7 Cabe recordar al ca-
zador yukaghir descrito por Willerslev (2007), que es consciente de que
una confusión entre las posiciones de depredador y presa persigue cada
8 El trabajo de Rivet (2018) es, en este sentido, muy interesante, menos porque muestra corre-
laciones provocativas entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas con respecto a las relaciones
con los felinos (una tarea ya llevada a cabo hace algún tiempo por otros autores), y mucho
más por sugerir el tratamiento de un terco depredador, el puma, como una presa (cazada) que
se convierte en un ayudante/guardián familiar en la producción doméstica: decorado como los
animales de cría, el poderoso felino embalsamado y colgado del techo se incorpora a la familia a
través de “vínculos afectivos” y comienza a operar dentro de los vínculos de “creación mutua”
que integran a humanos y a no humanos en esta zona del noroeste argentino.
404 Animales humanos, humanos animales
Consideraciones finales
No estoy tratando de convertir a todos los indios amazónicos en vegetaria-
nos. Solo quiero dirigir mi mirada a ciertos rincones oscuros de la relación
entre humanos y animales que la antropología ignora en su inclinación
francamente intelectualista. Con esto, quiero recordar que Lévi-Strauss
(1997 [1962]) evocó, en El pensamiento salvaje, que el mundo concebido
también se vive, y bajo un doble aspecto, el intelectual y el afectivo. Me
interesa investigar este aspecto afectivo –base fundamental para una aten-
ción detallada a lo real–. No quiero retomar explicaciones funcionalistas o
materialistas de los tabúes que rodean la caza, sino solo sugerir la necesi-
dad de una mayor investigación de los sentimientos y afectos/afectividades
involucrados en las acciones de matar y comer seres vivos. ¿Por qué la ca-
za nunca se lleva a cabo sin seguir un conjunto estricto y complejo de
reglas relacionadas con el tratamiento de los animales y sus despojos?
Nunca se mata de cualquier manera, y nunca nadie se deshace de los res-
tos del animal consumido de forma descuidada. Las evidencias de estas
obligaciones morales con la caza, el sacrificio y el consumo abundan en
todas partes. En todos estos lugares, lo que tenemos es una ética aparen-
temente dirigida a animales individuales, aunque los seres sobrenaturales
también pueden abordarse. ¿Por qué, entonces, en las Tierras Bajas de
América del Sur, los animales individualizados importan tan poco, disuel-
tos en multitudes anónimas dirigidas por significativos personajes, sus
padres-maestros-dueños-controladores (Fausto 2008; Kohler 2016)? ¿Es
una forma de tratamiento de los no humanos restringidos a esta región
del mundo, o se trata más de un efecto de la lectura tendenciosa de sus
etnógrafos?
Una vez desubjetivada, vegetalizada, desarmada, preparada, privada de
su aspecto agentivo o separada de los seres de los que proviene, toda la
carne se puede consumir, en la Amazonía y en otros lugares. Esto es cierto
a pesar de que en las porciones de carne parece haber, siempre, “un rastro
de actividad y subjetividad dejado en el animal y, por lo tanto, en algunas
circunstancias la gente debería abstenerse de comer casi todo” (Fausto
2007: 506). Estos residuos indican la potencia de este “objeto”, parte de
los seres vivos exterminados para el sustento humano. Esto sugiere que,
al contrario de lo que propone Erikson (1998), el problema es comer pero
también matar a cualquier otra criatura.
Las consideraciones morales sobre lo que son las relaciones apropiadas
entre los seres, dice Hugh-Jones (1996: 132), deben tomarse en serio. Y
Vander Velden: Matar sin pena. Repensando la ambivalencia . . . 407
son personas, aunque algunos deben ser alimentados; pero, para eso, es
necesario que la condición de persona se coloque en un segundo plano,
y que los afectos que conectan a las personas humanas y no humanas se
bloqueen de alguna manera para que la muerte finalmente –y solo así–
pueda suceder. Por lo tanto, matamos para diferir, para crear diferencia:
matar (sin pena) demuestra ser, de este modo, un operador lógico crucial,
una forma extrema de negociar la relación entre “nosotros” y “otros”, de
evitar que el reconocimiento de profunda igualdad entre los seres impida
la reproducción de la vida.
La compasión afecta al mundo: activa la memoria, produce cuerpos, en-
gendra parentesco, expresa similitudes entre sí: tal es la fuerza ontológica
de este afecto, una especie de pliegue que articula la estructura (simbólico)
y el sentimiento (afectivo). Creo que no es fortuito que Jean-Jacques Rous-
seau haya sugerido que el “hombre salvaje”, aunque no se preocupe por
hacer el bien a los demás, está impedido de hacer el mal por el principio de
la piedad (Rousseau 1994 [1755]). Solo de esta manera, quizás, podamos
realmente comenzar a interrogar interculturalmente lo que el propio Rous-
seau definió en los hombres como “una repugnancia innata por ver sufrir
a un semejante” y que –siguiendo el homenaje de Lévi-Strauss (1989)–,
nos permita fundar realmente una moral y una ciencia de lo humano.
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