Combate de Angamos
Combate de Angamos
Combate de Angamos
los acontecimientos nacionales e internacionales que por sus características merecen ser
exteriorizados al público en general, como efemérides que fortalecen los valores cívicos de la
población, más aún en estos momentos que somos acosados por el Virus Covid 19, que día a
día va cobrando más víctimas en todo el territorio nacional.
Entre ellos está en un todo histórico la Creación de la Marina de Guerra del Perú y el combate
naval de Angamos, que por esas insondables leyes del mar sucedieron un 8 de octubre.
Uno se pregunta, cuántas obras, artículos, discursos y similares se habrán escrito desde el 8
octubre de 1821 y desde el mismo día y año de 1879. Quizá cinco mil, cien mil, presumo que
nadie lo sabe. Es que a lo largo y ancho del país y muchos fuera del él, recuerdan – claro está –
más la segunda efeméride que la primera. Las connotaciones del Combate Naval de Angamos
es una singularidad con luces propias dentro de lo que conocemos como la Campaña Naval de
la Guerra del Pacífico. Pero no podemos desligar uno del otro. Es un todo indivisible.
Celebramos el 199° aniversario de la génesis de nuestra Marina de Guerra, considerando que
el Documento N°8 de fecha 7 de octubre de 1821, firmado por Don Bernardo Monteagudo en
su calidad de Ministro de Guerra y Marina, cita para el día siguiente a Martín Jorge Guise, como
Comandante de Marina, a prestar juramento del Estatuto de Gobierno. Sobre el particular el
historiador naval don Julio J. Elías Murguía (“Fuentes para el estudio de la historia naval del
Perú”) manifestó: “Y ese 8 de octubre de 1821, después de las nueve de la mañana quedó
fundada oficialmente la Marina de Guerra Republicana del Perú: con Ministro, Ministerio,
Comandante General y una flota en formación. Todo principió a funcionar regularmente, se
efectuaron nombramientos, se llevaron a cabo ascensos y se cumplieron misiones, ostentando
las naves nuestro primer pabellón”.
Dentro de este escenario Don Fernando Romero (“Biografía del Vicealmirante Martín Guise”)
escribió: “con esta nave – refiriéndose al pailebote “Sacramento” – y el “Macedonia”, que se
apresó en Huacho por contravenir disposiciones de Aduana, se formó la Marina de Guerra del
Perú…”. En efecto, Manuel I. Vegas García en su obra “Historia de la Marina de Guerra del Perú”,
afirma: “Recordemos sí que fue el primer barco (la goleta “Sacramento”) que flameó (la
bandera), por iniciativa de peruanos, en el otoño de 1821 (17 de marzo de 1821)”.
Realmente considero que de facto la Marina de Guerra se comienza a gestar desde que Pizarro
emprende su expedición al denominado nuevo mundo, y para otros estudiosos va hasta
nuestros orígenes pre incas. Tupac Yupanqui llegó hasta las islas de la Oceanía. El Imperio
Español dominaba los mares conocidos. Tenían las mejores naves cuyas tripulaciones contaban
con las mayores experiencias y navegaban permanentemente en busca de nuevas rutas para
contribuir a la grandeza económica de las arcas de los Reyes Católicos. Ese era el objetivo. La
propagación de la fe cristiana iba en paralelo. Durante la conquista y el coloniaje cientos de
naves tocaron nuestros puertos en singladuras de ida y vuelta con el oro, la plata y otras
riquezas de la flora y fauna para adaptarlas en Europa.
Y en ese sentido Vegas García en su obra ya citada expresa “Puede decirse que la Marina
peruana surgió de la española, tanto por los elementos espirituales y materiales que esta
aportó, como por la raza de sus oficiales”.
Recordemos que La Academia Real de Náutica de Lima, origen si se quiere de la Escuela Naval
y la Marina Mercante fue creada el 22 diciembre de 1657.
Estos estudiantes o cadetes con el correr de los años y el auge de la navegación, fueron la
simiente de las nuevas generaciones de nautas del nuevo mundo. Muchos de los nombres de
estos tripulantes anónimos, quedaron sepultados bajo las olas del olvido.
Aquí también traigo a colación, sobre esta fecha, que la “Covadonga”, nave que fue capturada
por los chilenos en 1865 durante la guerra hispano-sudamericana, fue incorporada a la Real
Armada Española un 8 de octubre de 1858. ¡8 de octubre! ¿Por qué resalto esto? Porque, como
ustedes saben, esta nave – La “Covadonga”- participó en el combate de Iquique junto a la
“Esmeralda”. La “Independencia”, que la perseguía, sufrió un encallamiento, quedando a
merced de la “Covadonga”, cuyo comandante, que era Condell, no tuvo reparos en ordenar
disparar a los náufragos, mientras en las cercanías Gura recogía a los náufragos de la
“Esmeralda” que se fue a pique. La “Covadonga” participó también en el combate de Angamos,
siendo considerado por los chilenos – falsamente - como el buque que doblegó finalmente al
Huáscar con un tiro de cañón. Sin embargo, esta nave, como acción retaliativo y justiciera del
destino, fue hundida en el puerto de Chancay el 13 setiembre de 1883, en una operación
liderada por el entonces teniente segundo Decio Oyague Neira - nacido en San Pedro de Bloc,
Pacasmayo-, actual patrón de nuestras Fuerzas Especiales. Era el orgullo de la Armada Chilena,
y ese orgullo yace ahora en el fondo de la bahía de Chancay.
Cuando San Martín viene del sur con la Expedición Libertadora, navega con una flota de catorce
transportes y once cañoneras al mando de Cochrane. De esas naves, ninguna se quedó. Por
eso es que el Almirante Martín Guise, al asumir el Comando General de la Armada ve con mucha
preocupación la posibilidad de que España envíe expediciones de apoyo a las fuerzas realistas,
que en gran número se mantenían casi intactas en el Perú.
Aquí considero preciso recordar que las serias desavenencias entre Cochrane y San Martin,
desembocaron en que el primero reclamaba una “deuda nacional” del Perú a Chile por los
gastos en que se había incurrido en la expedición, deuda que San Martín se vio obligado a
reconocer. Este espinoso asunto se resolvió en 1849, pagándose 4 millones de pesos como el
total de los adeudos, que incluía los intereses. En este escenario recordemos lo que escribió el
Capitán de Navío José Valdizán Gamio en su Historia Naval del Perú en el Tomo II. “….. que el
14 de setiembre de 1821, con las fragatas “Valdivia” y “O´Higgins” y tras abandonar sin órdenes
el bloqueo del Callao, Cochrane se presentó en la bahía de Ancón para apoderarse
temerariamente de valores particulares y del Tesoro del Estado, que debido a la proximidad de
las tropas realistas de Canterac habíase puesto a buen recaudo a bordo de los transportes
navales bajo el mando divisional de Manuel Loro. Las naves “La Perla”, “Luisa” y “Jerezana” e
inclusive la “Peruana” fueron escrupulosamente registradas, en procura de hallar dinero para
saldar las deudas con las dotaciones de la escuadra chilena...” que Cochrane había calculado
en 420 mil pesos. Nuestra Independencia nos costó sangre, sudor y oro.
La Escuadra en 1821 contaba con el aval personal de San Martín, quien era muy consciente de
la importancia del Poder Naval, ya que, como miembro de la Infantería de Marina española, con
19 años de edad, participó en el combate de San Vicente un 14 de febrero de 1797, contra la
flota inglesa, donde fue apresado. Este episodio debe haber influido en la reflexión que hizo ya
en Lima en 1821: “Un pueblo tan ilustrado y tan lleno de virtudes patrióticas como el de esta
Capital, debe conocer cuánto es necesario conservar una fuerza militar bien organizada, y una
respetable escuadra, capaz no solo de aterrar a los enemigos, sino también de hacerles desistir
de sus esfuerzos, aunque inútiles”. Naturalmente lo de aterrar se refiere a la Disuasión, que es
la mejor arma para la paz. La vigencia de esta reflexión es permanente. La Marina de Guerra,
ya oficialmente creada, continuó su devenir histórico. La escuela británica de Guise, por
entonces la más calificada, comenzó a moldear nuestras estrategias, tácticas y operaciones, la
disciplina y sobre todo el protocolo naval, muy apreciado por todos los marinos del mundo,
donde nosotros no somos la excepción
A Ramón Castilla el país le debe mucho. En el ámbito marítimo naval dispuso el establecimiento
de la Escuela Central de Marina en Bellavista – Callao. Acá es necesario agregar que la
explotación en gran escala de los depósitos de guano de la costa peruana facilitó la
estabilización de los gobiernos peruanos, desde fines de los años cuarenta hasta principio de
los años setenta. Entre los que más atención brindaron a la Marina en ese período figuran
además de Ramón Castilla, el General Rufino Echenique, quienes convirtieron al Perú en una
potencia naval a través de un agresivo programa de adquisiciones..
Otro hito importante en nuestra historia naval fue la gesta de la fragata "Amazonas", que se
constituye en el primer buque escuela americano en dar la vuelta al mundo, navegación que se
hace posible bajo el comando inicial de José Boterín, quien es relevado en Inglaterra por su
segundo, el capitán de corbeta Ignacio Sanz, y este a su vez por el capitán de navío Ignacio
Mariátegui en Rio de Janeiro, todo por suspicacias políticas. La fragata "Amazonas" zarpó del
puerto del Callao el 26 de octubre de 1856 y completa el azaroso viaje el 28 de mayo de 1858.
Fueron casi 19 meses de navegación en la que fallecieron 67 miembros de su tripulación.
En enero de 1864 arriba a Iquitos una flotilla naval comandada por el contralmirante Ignacio
Mariátegui y conformada por las naves gemelas “Morona” y “Pastaza”, “Napo” y “Putumayo”,
además de la fragata “Arica” y el bergantín “Próspero”, buques que también trajeron los
materiales para la factoría, fábrica de tejas y ladrillos, dique flotante y gran cantidad de
implementos para el funcionamiento de la factoría y apostadero naval. Por fin la Amazonía se
tiñe de rojo y blanco.
En la década de 1870 era vox populi que el vecino del sur se había embarcado en un proceso
de modernización de sus Fuerzas Armadas, en especial de su marina de guerra, pero esa
información fue tomada a la ligera y los gobernantes de turno consideraron que solo se trataba
de exageraciones de los políticos de oposición y de algunos oficiales que, como Grau alzaban
su voz de alerta para no ser sorprendidos con una acción beligerante de los chilenos. Chile, en
1874 ya había mandado construir sus dos Acorazados, suficiente para por lo menos ponernos
en alerta. ¡Qué desidia señores!
Reitero aquí que la reflexión de San Martín que se textualiza al comienzo de este artículo había
caído en saco roto. Escasamente doce años después, Chile arremetía contra nuestro país, a
sabiendas de nuestra precaria situación defensiva.
Los historiadores han escrito un sinnúmero de obras para estudiar y analizar desde todos los
ángulos los años de pre guerra, la guerra en sí y los años posteriores para tener una visión
completa de la misma.
Sabido es que el negocio del guano y el salitre era la principal fuente de riqueza del Perú.
Inglaterra era el cliente más solvente y, a la vez, por las oscuras finanzas de los gobernantes de
turno, también era un acreedor de importantes sumas de dinero. Ante esta circunstancia el
Imperio Británico consideró que una forma efectiva de hacerse de estas riquezas era utilizando
a Chile como ariete contra el Perú. Solo había que armarlos y aprovechar la situación caótica
de los sureños, para que aceptaran esta propuesta sin mayores preámbulos. Los informes de
los viajeros que venían del sur, confirmaban esta presunción. Pero no se hacía nada concreto.
Se conceptuaron alianzas estratégicas con Bolivia y Argentina, pero este último no se adhirió a
esta entente, ya que fue rápidamente neutralizado por Chile al reconocer que el Atlántico era
para Argentina. Bolivia, como todos sabemos, era un país caótico y poco o nada podía aportar
a este tratado.
Jacinto López, historiador venezolano, en su obra “Historia de la Guerra del Guano y el Salitre”
resume el origen de esta guerra haciendo una cita de Balmaceda, Ministro de Relaciones
Exteriores de Chile: “… El territorio salitrero de Antofagasta y el territorio salitrero de Tarapacá,
fueron la causa real y directa de la guerra…”.
En este estado de cosas nos sorprendió la toma de los territorios del litoral boliviano. Inglaterra,
desde el balcón, llevaba la bitácora de los acontecimientos, augurando los mejores parabienes
para las fuerzas chilenas que avanzaban incontenibles hacia territorio peruano.
Es aquí cuando la Armada Nacional, con sus precarias unidades a flote, asume su rol de
mantener la primera línea de defensa: el mar. Si bien es cierto que la “Independencia” y el
“Huáscar” en el año de la conflagración tenían solo 14 años de construidas, su mantenimiento
había sido muy pobre, de tal manera que, durante la campaña naval hubo necesidad de que
Grau retornara al Callao para reparaciones urgentes. Queríamos paz, pero nadie se preparaba
para la guerra. Si vas pacem parabellum.
Grau asume el comando del “Huáscar” y More el de la “Independencia”. Son nuestras mejores
naves; fueron construidas en Inglaterra en 1865. Mientras Chile tenía a los acorazados “Blanco
Encalada” y “Almirante Cochrane”, también de origen inglés, construidos, como ya expresamos,
en 1874. Nueve años de diferencia y de mayores capacidades.
Los agentes chilenos bloquearon la compra de un acorazado turco, avalados por el almirante
inglés Hobbart, al mando de la escuadra turca. Igual suerte corrieron los dos blindados
mandados a construir en Alemania: camuflados con los nombres de “Sócrates” (futuro crucero
“Lima” que llegó en 1889) y “Diógenes” para disimular la propiedad peruana, que
lamentablemente por no contar los astilleros alemanes con capacidad para instalar cañones
navales, fueron equivocadamente enviados a Inglaterra para esta tarea, donde fueron
retenidos, invocando los británicos su “neutralidad” en este conflicto. Mientras los chilenos, en
plena guerra (diciembre 1879) compraron sin mayores problemas el vapor “Angamos”, armado
con un modernísimo cañón Armstrong de gran alcance y otras unidades más. Sus agentes
también alertaron a su escuadra que bloqueaba el Callao, de la inminente acción del submarino
de Blume, que hubiera cambiado el curso de la guerra.
Los episodios de la campaña naval peruana son por todos conocidos. No quisiera agregar más
de lo que ya se ha escrito y dicho hasta ahora. Lo concreto es que la infausta epopeya del 8 de
octubre de 1879 solo es el colofón de una suerte adversa ya anunciada, que solo el genio y
profesionalidad del Almirante Graú y su tripulación pudo mantenerlo en una suerte de
equilibrio estratégico - táctico por seis meses, que generó en nuestra población de ese entonces
un hálito de esperanza, ya que el pueblo desconocía todos los intríngulis por los que pasaba la
estructura de la nación, tanto en lo político como económico. Pero estos seis meses no fueron
aprovechados por el gobierno para impulsar las compras de naves, pertrechos y demás
logística. Se dejaron bloquear en plena guerra – aunque a los estudiosos les parezca increíble -
por los celos políticos.
Las victorias no se consiguen solo por azar. Son el fiel reflejo de la preparación de las fuerzas,
sus instituciones y el país en general durante la paz.
Con unidades navales limitadas y fuerzas terrestres mal pertrechadas, era previsible que al final
se impondrían los que sí lo hicieron.
Herman Buse (“A los héroes de San Juan y Miraflores”) escribió: “En Angamos terminó la
campaña marítima. Solo entonces el enemigo pudo disponer de sus fuerzas en tierra – 40 mil
hombres bien entrenados con excelente caballería y cañones de montaña y campaña de los
últimos modelos, que hasta entonces habían permanecido inmovilizadas por la audacia y el
genio de Grau. Aquellos seis meses entre la declaratoria de guerra y el holocausto de Punta
Angamos, habían servido para que el insigne marino realizara el llamado “Milagro Naval
Peruano” que desesperó e hizo rabiar al adversario”. Continúa Buse expresando: “Pero
habiendo una desproporción de siete a uno entre las dos escuadras, el final tarde o temprano,
tenía que ser el que se produjo”.
Sin embargo considero importante citar el texto que sobre el combate naval de Angamos hizo
un historiador extranjero, el venezolano Jacinto López en su obra ya mencionada
anteriormente, y que a mi juicio resume magistralmente el valor intrínseco de esta epopeya :
“…Los combatientes del Huáscar, todos, desde el comandante Grau hasta el cocinero,
prestaron, no hay duda, a la belleza y a la gloria de la humanidad en la historia, el ínclito servicio
de mantener en la escena suprema y fatal del desenlace, la esencial unidad del gran drama del
Huáscar. El arca de sangre y de muerte que era el Huáscar vencido, convirtióse por el heroísmo
de sus combatientes en un arca de gloria y de inmortalidad. En el más eminente sentido de las
cosas, no es verdad que el Huáscar fuera vencido. Lo que esta batalla demostró en verdad es
que el Huáscar era invencible. Los laureles, no los trofeos, hacen la victoria. Una batalla en que
el vencido cosecha todos los laureles y el vencedor recoge todos los trofeos, no es una victoria
pare el vencedor ni una derrota para el vencido”.
Es totalmente válida la reflexión de Manuel I. Vegas cuando concluye su relato del combate de
Angamos: “¿De qué valieron, ni la habilidad de los oficiales ni su valor? Las guerras no se ganan
con solo poseer estas cualidades si no las acompañan preparación, elementos materiales y
número”.
Sobre los siguientes años en que se extendió la guerra, Herman Buse en su obra ya citada
expresa: “En 1880 Chile exportó cinco millones de quintales de salitre, volumen que aumentaría
considerablemente en los años siguientes –el 81 casi 8 millones; los 82 once millones; y los 83
trece millones– Los ingresos apuntalaban la guerra y disipaban la preocupación de La Moneda
por los grandes gastos…”. Naturalmente, Inglaterra estaba cosechando con creces lo que
sembró y Chile también.
El resto de la historia es por todos conocida. Se resalta la heroica defensa del litoral con los
hundimientos de la “Janequeo”, la “Loa” y la “Covadonga” por las denominadas Fuerzas Sutiles.
La sangrienta toma de Lima y la oprobiosa campaña de Lynch en el norte peruano, que a sangre
y fuego sobre poblaciones inermes impuso cual sicario los injustificados cupos de guerra.
Pocos recuerdan que, después de las infaustas batallas de San Juan y Miraflores, el 16 de enero
de 1881 fueron auto incendiadas las últimas naves peruanas, las cuales presentaban desigual
batalla a la flota chilena que bloqueaba el Callao. La “Unión”, el “Chalaco”, la “Oroya” y todas las
embarcaciones menores se fueron a pique antes de caer en manos del invasor, entre ellas el
submarino construido por Federico Blume.
El final de la guerra se dio por el Tratado de Ancón el 20 de octubre de 1883 después de casi 5
años de conflicto. Naturalmente que no hay peor tratado el que firman vencedor y vencido.
Bajo las condiciones de vencedor, Chile logró a perpetuidad e incondicionalmente el dominio
sobre Tarapacá y la ocupación durante 10 años de Tacna y Arica, expirado ese periodo se
organizaría un plebiscito para determinar la nacionalidad de estas y otras concesiones. Ya
conocemos el final.
Considerando que Graú nació un 27 de julio de 1834, Cáceres el 10 de diciembre de 1836 y Luís
Carranza, fundador de la Sociedad Geográfica de Lima, un 10 de octubre de 1843, es válido
conjeturar que estos tres grandes personajes de nuestra historia pudieron haber coincidido y
conocerse en el combate naval del 2 de mayo de 1866, con 23, 30 y 32 años de edad
respectivamente, y durante la campaña naval de 1879 con mayor razón por los cargos que
ostentaban. Por otro lado, en la actual sede de la Sociedad Geográfica de Lima vivía el Capitán
de Navío More, pues el inmueble era de la familia de su esposa, y era amigo de Grau, y que se
inmoló en la batalla de Arica junto a Bolognesi.