Tesis 4123 Representaciones Parentales 2014
Tesis 4123 Representaciones Parentales 2014
Tesis 4123 Representaciones Parentales 2014
TESIS DE MAESTRÍA
“Representaciones sociales acerca del rol parental ejercido por las
madres de adolescentes reiterantes en infracciones legales y su relación
con el tipo de funcionamiento familiar”
1
HOJA DE EVALUACIÓN
TESIS: “Representaciones sociales acerca del rol parental ejercido por las
madres de adolescentes reiterantes en infracciones legales y su relación
con el tipo de funcionamiento familiar”
TRIBUNAL
PRESIDENTE:
VOCAL:
VOCAL:
Nota:
2
ÍNDICE
HOJA DE EVALUACIÓN ....................................................................................................... 2
AGRADECIMIENTOS ............................................................................................................ 7
RESUMEN................................................................................................................................ 8
ABSTRACT .............................................................................................................................. 9
INTRODUCCIÓN .................................................................................................................. 10
INSTRUCCIÓN ...................................................................................................................... 11
CAPÍTULO I ........................................................................................................................... 17
CAPÍTULO II .......................................................................................................................... 69
3
2.3 Dinámica y funcionamiento familiar durante la adolescencia .................................. 75
3.6 Efectos en los hijos de los distintos estilos parentales de socialización .............. 110
4.6 Factores de riesgo y de protección en la conducta delictiva del niño ................. 144
4
5.6 Revisión de estudios que analizan la relación directa entre los indicadores
socioeconómicos y los problemas de desarrollo adolescente ..................................... 166
6.1 La teoría de las representaciones sociales (RS). Orígenes de la teoría ........ 172
7.6 Test de las bolitas. Imágenes de las relaciones familiares de Raúl Usandivaras
............................................................................................................................................... 205
5
CAPÍTULO VIII .................................................................................................................... 210
CONCLUSIONES................................................................................................................ 221
6
AGRADECIMIENTOS
Soy una convencida de que las cosas que cada uno le pasa es por
algo, que para construir caminos siempre debe ser en equipo, que adquirir
conocimiento es una oportunidad que te da la vida…y ahora me encuentro en
esta etapa, finalizando este recorrido al cual debo agradecer a tantas
personas…
A mi madre, Mirta, a mi padre, Marcelo, a mis hermanos, a mis
sobrinos, a mis cuñadas, a mis amigos, a mis colegas.
En especial a dos seres maravillosos en todos los sentidos, a mi esposo
Daniel Hidalgo quien día a día me afianza en la senda del caminar juntos.
Y a mi directora de tesis Magister Mónica Valgañón, quien con su
sabiduría y generosidad a sabido sembrar en mi la confianza para siempre
seguir avanzando, fortaleciendo mis potencialidades, dando el conocimiento
que sólo pueden dar los que saben, desde la humildad, desde la paciencia,
desde la constancia. Gracias Mónica por ser mi maestra.
Agradecer a todas las familias que formaron parte de esta
investigación, porque sin ellas no se podría haber realizado y a las instituciones
involucradas en todo el proceso de la investigación.
Finalizando con unas palabras que me ayudan a seguir apostando por
aquellos adolescentes infractores legales y sus familias …más vale encender
una vela que maldecir la oscuridad…
Gracias
7
RESUMEN
8
ABSTRACT
9
INTRODUCCIÓN
10
INTRODUCCIÓN
11
La socialización aparece como el proceso a través del cual el ser
humano adquiere un sentido de identidad personal y aprende las creencias y
normas de comportamiento, valoradas y esperadas por las personas que le
rodean. Ello, a su vez, no finaliza en la niñez; continúa durante la adolescencia,
aunque se hacen necesarias importantes transformaciones debidas a los
cambios que viven el niño y el sistema familiar durante esta transición. Tanto los
cambios evolutivos -biológicos, cognitivos y emocionales-, como los cambios
contextuales que sufre el adolescente, requieren que se produzca una
reformulación, donde hay un gran consenso acerca de la asociación entre estilo
parental y consecuencias en el desarrollo psicosocial del hijo. (Musitu, Buelga,
Lila y Cava, 2001)
12
más elevada es la prevalencia de una variedad de conductas de riesgo e
incrementan entre cinco y seis veces -como, por ejemplo, conductas delictivas,
conductas violentas, consumo de sustancias, conducción temeraria y conducta
sexual de riesgo (Arnett,1999; Helstrom, Bryan y Hutchison, 2004; Musitu, 2002;
Rodríguez y Torrente, 2003;Ryan y Redding, 2004). De ahí la relevancia de
considerar la vinculación de la reinterancia de las infracciones legales ya no
transgresora simplemente como patrón esperable en el período de la
adolescencia, sino como conducta delictiva, que causa un daño discernible y
objetivo en la vida y bienes de otras personas del entorno. Dicha conducta
delictiva se estaría estableciendo como una modalidad relacional del joven, y
estaría favorecida por su núcleo familiar primario.
13
la infracción legal y el desempeño de éstas familias en los aspectos centrales
de su funcionalidad.
14
PRIMERA PARTE
15
ENFOQUE
CONCEPTUAL
16
CAPÍTULO I
17
CAPÍTULO I
18
La familia, para Robles (2004), es una institución social en la cual a
través de las interacciones, se facilita el desarrollo de habilidades, valores,
actitudes y comportamientos que, en un ámbito de cariño, apoyo,
reconocimiento y compromiso permite la integración de los individuos a la
sociedad. Para su funcionamiento, a su vez, la familia debe satisfacer las
siguientes actividades: lo predecible de la vida de sus miembros; la
coordinación de las actividades familiares; la creación de niveles de exigencia;
la presencia de un clima de comunicación y apoyo recíproco.
Por otro lado, para Gracia y Musitu (2000), la familia desempeña las
funciones de procrear, de socializar, de sostener económicamente, de cuidar
emocionalmente a los hijos y, por supuesto, de la crianza. Con estas tareas
proporciona a sus miembros confort, tranquilidad, seguridad y salud. Ello, para
Eguiluz (2003), se desempeña en tres niveles de interacción: biológico,
psicológico y social. A nivel biológico, su función es perpetuar la especie; a nivel
psicológico, su función es crear los vínculos interrelacionales para la
satisfacción de necesidades individuales; a nivel social, su función es la de
transmitir las creencias, valores, costumbres y habilidades del individuo que
contribuyen a su desarrollo.
Se van conformando en el individuo, de esta forma, las pautas
relacionales, de enfrentamiento de conflicto, de elección de pareja, de
adaptación al medio, entre algunas, las cuales serán transmitidas
generacionalmente. Sin embargo, como señala Andolfi (1997), la familia es un
sistema entre otros sistemas, donde se realiza la exploración de las relaciones
interpersonales y de las normas que regulan la vida de los grupos en los que el
individuo está más arraigado, resultando y siendo un elemento indispensable en
la comprensión de los comportamientos de quienes forman parte de éstos. La
familia, por tanto, es un sistema relacional en el cual una unidad que sufre un
cambio en su estado ha sido afectada por otra unidad y, también, provocará el
cambio de otra con la que esta vinculado. De acuerdo a los aportes de la teoría
de sistemas (Bertalanffy, 1976) todo organismo es un sistema, o sea, un orden
dinámico de partes y procesos entre los que se ejercen interacciones
19
recíprocas; de este modo, se puede considerar a la familia como un sistema
abierto constituido por varias unidades ligadas entre sí, que se regula a través
de reglas y que desempeña funciones dinámicas en constante interacción entre
sí e intercambio con el exterior (Andolfi, 1997, Eguiluz, 2003, Kazdin y Buela-
Casal, 1997).
Al ser un sistema abierto, la familia ajusta y cambia su estructura al
entrar en contacto con el sistema social en que participa -la escuela, el ámbito
laboral, los vecinos, los coetáneos-, pues en ella influyen sus reglas, valores,
creencias y costumbres provocando modificaciones en la unidad. Esta unidad
incide en los sistemas más amplios de su entorno a través de las normas,
valores y, en general, de su sistema de creencias. (Andolfi, 1997, Eguiluz, 2003,
Gracia y Musitu, 2000,).
a) Creencias familiares
No podemos comprender la dinámica de una familia si desconocemos
las creencias que sostienen su estructura, sus relaciones, su organización y el
significado que le atribuye a lo que acontece en su entorno. Considerar que
existe un sistema de creencias que da forma a una familia, nos permitirá
entender más el comportamiento del sistema que envuelve al adolescente que
comete infracciones.
Coincidimos, por ello, en que para entender el comportamiento de una
familia es preciso considerar su historia (Rolland, 2000). Esta historia se escribe
a lo largo de generaciones, que heredan patrones de adaptación y que
conforman los mitos, las creencias y las expectativas. La palabra creencia, de
acuerdo con Dallos (1996), puede significar opiniones religiosas o actitudes
morales, cogniciones, o a lo que consideramos como real, o puede representar
la aceptación de las afirmaciones de alguien. También puede significar la
predicción de algún suceso futuro. Sin embargo, la creencia contiene la idea de
un conjunto perdurable de interpretaciones y premisas acerca de aquello que se
considera como cierto. Además, existe un componente emotivo o un conjunto
de afirmaciones básicamente emocionales acerca de lo que debe ser cierto.
20
Las familias en su mosaico de capacidades pueden construir significados y
dar sentido al mundo a su alrededor y a aquello que les está sucediendo. Las
personas atribuimos significados a todo aquello con lo que nos relacionamos.
Esos significados son construidos por el propio individuo en el intento de dar
sentido a los sucesos que vivencia, a las acciones de los demás y a las propias.
Se demuestra, de esta manera, que las familias desarrollan paradigmas o
creencias compartidas acerca de cómo funciona el mundo (Rolland, 2000).
Estas creencias determinarán la interpretación de los hechos y
comportamientos de su entorno. Si bien los miembros de la familia pueden
individualmente sostener creencias diferentes, los valores que sostiene la
unidad familiar suelen ser los más significativos. De tal forma que todos,
individualmente y como integrantes de una familia y de otros ámbitos,
desarrollamos un sistema de creencias que determina nuestras pautas de
comportamiento en situaciones comunes de la vida.
Las creencias, así, dan coherencia a la vida familiar y proponen un modo
de abordar las situaciones viejas, nuevas y ambiguas. A nivel práctico, los
sistemas de creencias sirven como un mapa cognoscitivo que orienta las
acciones. Las creencias pueden rubricarse como valores, cultura, religión,
visión del mundo o paradigma familiar. Dallos (1996) plantea que la familia
comparte pautas en la conformación de su sistema de creencias al desarrollar
una comprensión compartida de la realidad y al definir análogamente patrones
de conducta. Las interpretaciones originadas de esta comprensión, a su vez, se
reducen a una gama limitada de constructos que se comparten en el sistema.
Los vocablos, que los miembros de la familia utilizan para expresarse,
representan significados subjetivos para ellos mismos como integrantes de un
sistema, más no así para los observadores externos. Por consiguiente, las
familias actúan para mantener y reforzar los tipos de creencias que sostiene
cada uno de sus miembros.
Una noción central en la familia es el sentimiento de pertenencia que
tienen sus miembros, es decir, la sensación que experimentan y desarrollan al
ser parte de ella, lo que a su vez contribuye de forma importante a consolidar la
21
cohesión. Ese sentimiento parece ser, en gran parte, un estado emocional y
cognitivo socialmente aprendido.
Los sistemas de creencias desempeñan un papel fundamental en la
configuración de la capacidad de respuesta y adaptación de una familia. Desde
esta perspectiva, la gente genera explicaciones y significados para dar sentido
a lo que le acontece (Rolland, 2000).
La familia es la encargada de la construcción de patrones de
comportamiento y creencias, por lo que, los miembros del sistema construyen
conjuntamente una realidad compartida. Cuando una realidad resulta
inaceptable, se intenta distorsionarla para transformarla en algo más tolerable o
simplemente se le niega. De esta manera, la familia funciona en términos de
lealtades invisibles, y se transmiten de generación en generación.
La teoría sistémica de la familia destaca la interacción y el contexto; esto
es, el comportamiento individual se considera dentro del contexto, entiendo a
este como el conjunto socias históricas, económicas y culturales que están
presentes en una conducta determinada, focalizada según la mirada de un
observador donde ocurre(Valgañón,2010:469). Desde esta perspectiva,
adaptación y desadaptación se definen en relación con el ajuste entre el
individuo y su familia, su contexto social y las demandas psicosociales de la
situación. Los adolescentes que han cometido delitos por lo general provienen
de zonas marginadas, de familias desorganizadas, han abandonado su
educación formal y su grupo de socialización secundaria más significativo se
compone de un grupo de amigos que favorecen la comisión de delitos y el
consumo de drogas (Farrington, 2000, Kaplan y Tolle, 2006, Loeber y Coie,
2001, Moral Jiménez, Rodríguez y Sirvent, 2005 a, b, Moral Jiménez, Sirvent,
Ovejero, Rodríguez, Hernández Granda y Jiménez Viñuela, 2005, Rodríguez,
Moral Jiménez, Ovejero y Sirvent, 2006, Rutter, Giller y Hagell, 1998).
b) Reglas familiares
Todo sistema debe organizarse jerárquicamente, para lo cual es preciso
que elabore las reglas que regularán su funcionamiento y defina quienes
tendrán más estatus y poder y quienes ocuparán un nivel secundario. La
22
existencia de un orden diferenciado es inevitable en cualquier tipo de
organización. La idea de Haley (2002), se refiere al límite generacional, es
decir, aquel en el que los padres son los que ejercen el estatus y disciplina de
los hijos. Dentro de la organización familiar la jerarquía es sostenida por todos
sus integrantes. Los miembros de mayor estatus serán acreedores del respeto
de los demás a través de sus acciones de liderazgo y protección. Sin embargo,
si llegase a existir confusión o poca claridad acerca de la posición que ocupa,
los miembros que se encuentre en un estatus inferior tenderán a pugnar por ese
poder y a tratar de imponer su propia jerarquía.
Las reglas son una parte importante de la estructura y del funcionamiento
familiar (Satir, 2002), que incluyen una serie de normas que regularán las
relaciones de los miembros que componen una familia y las de ésta con su
entorno más amplio. Las reglas se convierten en una especie de fuerza con un
dinamismo propio y que intervienen determinantemente en la vida familiar
(Gracia y Musitu, 2000, Rodríguez y Ovejero, 2005, Satir, 2002). Su concepción
tiene que ver con la noción del deber, de ahí que su trascendencia es
determinante a partir de que dos individuos deciden compartir un mismo
espacio.
Los miembros de cada familia conocen con diferentes niveles de conciencia
y detalle la geografía de su territorio, con lo que cada uno conoce lo que está
permitido y lo que está prohibido, así como la naturaleza y eficacia de su
sistema de control (Minuchin y Fishman, 1984).
Las reglas incluyen desde la normatividad, es decir, qué tareas y
responsabilidades corresponden a cada individuo del sistema, y cuáles serán
las implicaciones en su incumplimiento. Hasta las cuestiones tácitas, es decir,
aquellos aspectos implícitos que se relacionan con la permisividad que tiene el
individuo de hablar sobre determinados temas familiares. Con estas normas no
acordadas, pero sí entendidas, el individuo expresa lo que se le permite y evita
hablar sobre temas que son prohibidos o tabúes; va desde las cuestiones más
sencillas hasta las más complejas, como puede ser, la expresión de
sentimientos que se consideran no aptos en la familia (Satir, 2002).Así, los
23
miembros claramente podrán distinguir aquello que se permite y aquello que no
se permite hacer. Con el transcurso del tiempo esas reglas se han asumido en
la familia como una modalidad transaccional peculiar del mismo sistema, que
puede ser susceptible de reorganizarse y modificarse con el tiempo. Sin
embargo, en el momento en que sean rígidas las transacciones de los
miembros de la familia, dando lugar a secuencias de interacciones repetidas, se
puede hablar de que se presenta un comportamiento que tiende a la
patologización dentro del propio proceso de homeostasis.
Los sistemas familiares en los que se ha estructurado en el tiempo un
comportamiento patológico, en alguno de sus miembros, tienden a repetir casi
automáticamente transacciones dirigidas a mantener reglas (forma en que se
estabiliza y define la relación misma, a través del proceso de ensayo-error),
cada vez más rígidas al servicio de la homeostasis (Andolfi, 1997). Este tipo de
transacciones se han constatado en familias de adolescentes que infringen la
ley, en las que es común que el chico no respete las reglas que existen en
casa, lo que provoca que en ocasiones se imponga un ligero castigo, que las
normas se flexibilicen, que el chico nuevamente no respete reglas, por lo que
los progenitores se van flexibilizando, y así sucesivamente, entrando a un
círculo repetitivo de interacción en el cual las secuencias son iguales y del
mismo estilo (Rodríguez y Ovejero, 2005). Otros estudios han constatado la
ausencia de supervisión y prácticas educativas carentes de control (Sipos,
2003), principalmente en hogares de adolescentes reincidentes (Becedoniz,
2002).
24
como hermano (Gracia y Musitu, 2000, Minuchin, 1999). Hemos agregado el
subsistema de la familia extensa, ya que es logrado convertirse en importantes
fuentes de apoyo en la crianza y educación de los hijos.
a) Subsistema conyugal
El subsistema conyugal se conforma en el momento en que dos personas
adultas se unen con la idea de formar una familia. Sus funciones o actividades
específicas están encaminadas a garantizar el funcionamiento familiar. Para
lograr el cumplimiento de sus actividades, se requiere que se genere la
acomodación mutua y la complementariedad, tanto con el sistema de creencias
como con los valores, los estilos de comunicación conformados en sus
respectivas familias de origen. De esta forma se va generando un conflicto de
autonomía vs dependencia, en donde se realizan ajustes en la expresión de la
individualidad, para dar paso a las cosas comunes y al sentido de pertenencia
que se debe tener en la nueva estructura (Ceberio, 2002).
La elección de una pareja, dentro del mosaico de elecciones, significa una
de las más importantes decisiones para los individuos que la integran, ya que
esto repercutirá para el resto de su vida. Con la construcción de la pareja se
generan diversas posibilidades para que los dos satisfagan mutuamente sus
necesidades de apoyo, ayuda y ‘nutrición’ emocional. La elección de la pareja
se inspira de forma simultánea tanto en el parecido como en la diferencia. Esta
elección está relacionada con la historia de cada miembro y con sus respectivas
familias de origen, por lo que se puede reproducir patrones ya conocidos, o
generar una ruptura que incorpore algo diferente. Es muy probable que tanto
contraste y semejanza se persigan en la mayoría de las parejas, con lo cual se
da lugar a elementos de complementariedad y de simetría en proporciones
diversas.
Las relaciones de pareja se basan en la reciprocidad que implica el
intercambio en la relación con el reconocimiento y valoración, con el cariño y
ternura, con el deseo y el sexo. El dar y el recibir en forma equilibrada son
aspectos implicados en el ejercicio de la relación de pareja (Linares, 2002).
25
El subsistema conyugal, debe fijar límites con la meta de protegerse de las
interferencias a través de las demandas y necesidades de otros subsistemas,
como pueden ser los hijos, la familia de origen o los parientes políticos
(Minuchin, 1999, Minuchin y Fishman, 1984). Además puede ofrecer a sus
miembros los cimientos del apoyo en la interacción con los ámbitos
extrafamiliares, con lo cual llegaría a proporcionar la seguridad ante las
tensiones externas (Minuchin y Fishman, 1984).
Este subsistema, sin lugar a dudas, es importante para propiciar el
crecimiento de los hijos, que aprenden los modos de expresar el afecto, de
procurar compañía, de tranquilizar a otros, de afrontar y resolver los conflictos
con sus pares. De esta manera, se conformará el bagaje de valores y
expectativas del niño, de los cuales hará uso en su interacción con el mundo
exterior. De igual forma, las disfunciones en las relaciones de pareja influirán en
el resto de la familia, particularmente en los hijos, quienes lo manifestarán a
través de diversas formas (Linares, 2002, Minuchin y Fishman, 1984).
b) Subsistema parental
Se forma a partir del nacimiento del primer hijo, por lo que es necesario se
diferencie claramente del subsistema conyugal con el fin de facilitar la
socialización del hijo sin dejar de lado el apoyo recíproco de la relación
conyugal. Para ello, se deben trazar límites claros que permitan el acceso del
niño a ambos padres, pero que al mismo tiempo lo excluya de las relaciones
conyugales. Ello se conforma a través de las relaciones afectivas y
comunicativas, producto de la interacción padre-hijo.
La labor parental es el resultado de la concurrencia de las aportaciones de
ambos miembros de la pareja para una finalidad común. Se compone, por lo
general, de la pareja de cónyuges; sin embargo, pueden entrar otras figuras por
ausencia física o emocional de los padres e incluir en ella a un abuelo o una tía,
incluso a un hijo en quien se delega la responsabilidad de cuidar y disciplinar a
sus hermanos (Minuchin y Fishman, 1984).
Este subsistema se encarga entre otras funciones de la crianza y de la
socialización de los hijos (Minuchin, 1999). La socialización es muy importante,
26
en tanto que incluye la enseñanza de los límites, de las reglas, de las normas
con las que se rige la familia de manera interna hacia la sociedad. En ella, los
padres supervisan y controlan el contacto de sus hijos con su entorno, con la
finalidad de enseñarles a defenderse del mismo (funciones protectoras) y de
orientarlos en su relación y trato con los otros (funciones normativas). Este
proceso se desarrolla no del discurso, sino de la interacción con el niño, en la
cual a través del trato de sus padres éste aprende a relacionarse con ellos y al
resto de miembros de la sociedad (Linares, 1996).
A medida que el niño crece se modifican las pautas de interacción y con
ello el control que se ejerce sobre éste, debiéndose adecuar en relación a la
etapa de ciclo vital que vive el niño, de sus capacidades y responsabilidades.
Sin embargo, es improbable que los padres protejan y eduquen sin controlar y
limitar al mismo tiempo. La relación de paternidad implica la capacidad de
alimentación, educación, control y autoridad. Por eso, los padres no pueden
ejercer sus tareas ejecutivas sin disponer del poder necesario para hacerlo.
De este subsistema, el niño aprende a modelar su sentimiento de lo
correcto, a conceptualizar la racionalidad o arbitrariedad de la autoridad, a
conocer las conductas recompensadas y desanimadas y a vivenciar las pautas
de afrontamiento familiar de los conflictos (Minuchin y Fishman, 1984).
Las funciones ‘nutricias’ también pertenecen a este subsistema. En ellas,
los padres proveen a sus hijos de afecto o nutrición emocional a través del
reconocimiento, el amor y la valoración. Por su parte los hijos, al sentirse
reconocidos y queridos son capaces de incorporar normas y seguridad en
proyectos personales. Ellos, a su vez, comunican a sus padres que también son
valorados y queridos, manifestando una circularidad de nutrirse nutriendo
(Linares, 1996). De esta manera, pues, las funciones nutricias son más sólidas
que las sociabilizantes, aunque son más difícilmente sustituibles cuando se
deterioran, además de que las consecuencias de su alteración son muy
destructivas para el individuo.
Las funciones apoyo y sostén afectivo se ejercen a través de la conducta
parental. Al respecto, algunos investigadores (Gracia, Lila y Musitu, 2005) han
27
constatado que la conducta parental se establece en torno de dos relaciones
opuestas: la aceptación o el rechazo. La aceptación se caracteriza por la
nutrición emocional que se provee a los hijos a través de la demostración de
amor y afecto en el nivel verbal y físico; por su parte, el rechazo se manifiesta
por la aversión y desaprobación parental constante hacia los hijos, por el
empleo de métodos de crianza severos y hasta abusivos. En las familias con
características de rechazo, existe una carencia de afecto y amor hacia los hijos
que se manifiesta con hostilidad, con negligencia o con rechazo indiferenciado.
Como consecuencia, se estima que este estilo parental puede dar lugar a un
elevado riesgo de que los niños sufran de problemas conductuales y
emocionales, entre los que se encuentra generar una conducta delictiva.
La parentalidad se remite a los cimientos de la familia de origen,
encontrando en el contexto cultural un encuadre valioso, también responde a
una dimensión biológica e instintiva. Aún cuando la parentalidad es
independiente de la conyugalidad, en cuanto a su funcionamiento, ambas se
influyen recíprocamente, ya que la conyugalidad puede deteriorar o restaurar la
parentalidad, o bien, la parentalidad puede empobrecer la conyugalidad.
No debemos ignorar que una familia se desarrolla dentro de un
macrosistema social del cual retoma la cultura, ideología, costumbres y las
creencias. De éstas creencias se derivan todos los aspectos relacionados con
el género y, por consiguiente, con los roles y tareas que se cree corresponden
al hombre y a la mujer. En la sociedad occidental, y particularmente en
Latinoamérica, permanece muy arraigada la idea que las mujeres son las
encargadas naturales de ejercer la crianza como parte del rol materno.
(Ravazzola, 1997).
A partir de ello, es común observar que la mayoría de familias se adhieren
a este modelo de organización en el que la madre se encuentra
sobreinvolucrada y sobrecargada con las actividades domésticas y de crianza.
A ello, se le agregan las actividades laborales y profesionales, en aquellos
casos en que la mujer además tenga un empleo. Por otro lado, vemos un rol de
padre, menos preocupado y menos involucrado con las actividades de crianza
28
de los hijos, que participa periféricamente en las tareas familiares y cuyo rol
familiar se limita más a servir de proveedor material (Ravazzola, 1997). Como
consecuencia de esta organización, la función de la madre consiste en educar a
los hijos, lo que implica a su vez que ocupen un papel central en la escena
familiar y que esta actividad se convierta en la principal finalidad de su vida.
Con esta sobre presencia de la madre, el padre se mantiene en un papel
periférico. Por tanto, es obvio que se generen relaciones cualitativamente
diferentes entre madre-hijo, que entre padre-hijo. Se genera así, de acuerdo
con Simon, Stierlin y Wynne (1997) un patrón relacional en el subsistema
familiar: para las mujeres la educación de los hijos se convierte en su actividad
principal, lo que implica que de aquí se constituya gran parte de la identidad y
autoestima de ellas mismas. Por su parte, los hombres al estar liberados de
esta actividad, se implican más en sus actividades laborales en donde
encuentran además reconocimiento y éxito en sus vidas profesionales. De esta
forma, la función de padre y la función de madre se supeditan a las tareas que
se esperan realicen como consecuencia de su condición de hombre o de mujer,
la cual está relacionado con las condiciones de aprendizaje social y no, como
erróneamente muchos han atribuido, a una condición biológica. A su vez como
educadores, los padres han ejercido una socialización diferenciada,
proporcionando una educación a las hijas y otra a los hijos, como parte de los
roles diferentes que les tocará desempeñar.
c) Subsistema fraterno
Este subsistema se conforma cuando hay más de un hijo en la familia.
Posee sus propios signos dentro del código general, en su dinámica,
movimientos, reglas y operatividad frente a los problemas; trasciende la relación
con los padres y con la familia como sistema total (Ceberio, 2002, Fishman,
1994,). Los hermanos constituyen para un niño el primer grupo de iguales en
que se asocia. En este contexto los hermanos establecen relaciones de apoyo,
de cooperación, de diversión, camaradería, aunque también de defensa, de
ataque, de sentir celos entre ellos, de sentir envidia, con lo cual se entra en un
proceso de aprendizaje mutuo, en el que se crean sus propias pautas de
29
interacción para negociar, cooperar y competir. Se aleccionan en hacer amigos
y en tratar con enemistades, en aprender de otros y en ser reconocidos.
Numerosos juegos de afecto, rivalidad, celos se gestan en el seno del
subsistema, las alianzas, coaliciones, confidencias, roles, son parte de la
dinámica de estos juegos, en donde se entremezcla la pareja de padres
(Ceberio, 2002, Eguiluz, 2003, Minuchin, 1999). Estas pautas adquirirán
significación cuando se integran a grupos de iguales fuera de la familia, como el
sistema escolar o el vecindario (Minuchin, 1999). El estudio con varones
infractores legales ha permitido comprobar que en las familias de éstos los
hermanos son muy significativos en el desarrollo del autoconcepto, constatando
que en la medida en que el subsistema parental es débil, se produce una
efectiva renuncia a la autoridad parental y la consecuencia es que el
subsistema fraterno se vuelve aún más poderoso (Farrington, 2000, Fishman,
1995, Kaplan y Tolle, 2006, Kazdin y Buela-Casal, 1997, Rutter, Giller y Hagell,
1998).
La incorporación del adolescente en los hechos delictivos no sólo está
relacionada con las características de la organización familiar, sino también con
el contacto que el menor tiene con los grupos de aprendizaje primarios
delictivos como pueden ser los hermanos o los pares (Fishman, 1995, Garrido,
Stangeland y Redondo, 1999, López Latorre, Garrido, Rodríguez y Paíno, 2002,
Rodríguez, 2002). Sobresale también la presencia de padres y hermanos con
antecedentes delictivos (Farrington, 2000, Kazdin y Buela-Casal, 1997, Loeber
y Coie, 2001).
Con las familias amplias o grandes el subsistema se subdivide entre los
hijos pequeños, que requieren de seguridad, alimentación y guía y los hijos
mayores, quienes realizan contactos fuera del ámbito familiar. Al ser un sistema
numeroso, la socialización y el cuidado de los menores esta al cargo de los
hermanos mayores. Es así como se organizan los padres y crían a los hijos
mayores y éstos, a su vez, a los menores con lo que es común que uno o más
hijos puedan llegar a desempeñar un rol parentalizado, en el cual asumen la
responsabilidad y cuidado de sus hermanos más pequeños (Fishman, 1994,
30
Minuchin y Fishman, 1984;). Al respecto, diversos estudios han confirmado que
los menores infractores pertenecen a familias en los que el subsistema fraterno
es muy numeroso, pues procrean muchos hijos (Borum, 2000, Fernández Ríos
y Rodríguez, 2002, Rodríguez, 2002). Es preciso enfatizar que los acuerdos
familiares sobre la organización en sistemas numerosos son implícitos, aunque
debemos destacar que en familias disfuncionales esta organización tiende a
dificultar el acceso de los hijos menores con sus padres (Fishman, 1994).
Algo similar se presenta en las familias que tienen un hijo discapacitado,
pues se puede presentar la situación de que otro hijo sano se responsabilice del
hermano enfermo, en el lugar de los padres con lo que se estaría presentando
una situación de disfuncionalidad del sistema, al poner en diferentes posiciones
a los hermanos que pertenecen a un mismo sistema (Fishman, 1994). La
trascendencia del subsistema fraterno se manifiesta en su propia ausencia; es
decir, con los niños sin hermanos, en los cuales se observa un desarrollo
precoz tendiente a acomodarse a las pautas de interacción de los adultos,
aunque al mismo tiempo se evidencia dificultad en la consolidación de la
autonomía y en la capacidad de colaborar, apoyar y enfrentarse con otros. De
esta manera, se observa que con determinadas circunstancias de la
organización familiar los hermanos pueden convertirse en el principal recurso
protector de ellos mismos. Por lo demás, las relaciones fraternas se reconocen
como las relaciones más duraderas e íntimas que tenemos en la vida.
Actualmente, las configuraciones entre hermanos están sufriendo cambios
significativos, debido a las pautas de maternidad y educación, al control de la
natalidad, a la incorporación de las mujeres al trabajo y las estructuras
familiares cambiantes. Como consecuencia de esto, las parejas tienen menos
hijos y estos se pasan más tiempo en guarderías y otros grupos no fraternos.
En familias divorciadas, los hermanos llegan a convertirse en el pilar que
sostiene la identidad y la pertenencia familiar, así como una fuente de apoyo
primordial.
La posición emocional y conductual de los hermanos, de acuerdo con
McGoldrick (2000), variará en relación al lugar que ocupan en el sistema
31
fraterno, ya que sus interacciones con los hermanos serán diferentes. Por ello,
es más probable que el hijo mayor tienda a ser demasiado responsable,
concienzudo y paternal, mientras que el más joven a ser infantil y
despreocupado. No tendrán las mismas vivencias, aquellos que hayan crecido
siendo hijos únicos, o un par de hermanos del mismo sexo o sexo diferente, a
ser tres o más de tres, constituyendo una fratría numerosa. Tampoco es la
misma experiencia, el lugar que se ocupe en la secuencia de los hermanos
(Ceberio, 2002).
Los hijos mayores sienten que son especiales y en particular responsables
de mantener el bienestar de la familia o de continuar con la tradición familiar. En
consecuencia, pueden sentir que tienen una misión heroica que cumplir en la
vida. A veces los mayores resienten a los hermanos menores, y los consideran
como intrusos en la posesión exclusiva que tenían del amor y la atención de los
padres; otras veces, los hijos mayores sufren mucho bajo la presión de
destacarse. Por su parte, los hijos menores, o más jóvenes, pueden sentirse
más libres y menos cargados con la responsabilidad familiar, así como también
sienten menos respeto por la autoridad y la convención. En el caso de los hijos
únicos, tienden a ser más independientes desde el punto de vista social, menos
orientados hacia relaciones con sus pares, de una conducta más adulta a una
edad temprana y, tal vez, más ansiosos a veces como resultado de la atención
y protección brindada por los padres. Presumiblemente, los hijos únicos tienen
características mezcladas tanto de los hijos mayores como de los menores,
aunque haya predominio de las primeras como resultado de ser el centro de
atención de los padres lo que a su vez los hace muy apegados a sus
progenitores (McGoldrick, 2000).
Por otra parte, la diferencia de edad entre los hermanos es importante. Por
lo que implica experiencias desiguales para aquellos que son seguidos en
edades, en comparación con aquellos que se llevan 10 años o más de
diferencia (Ceberio, 2002). Todo ello implica que - en el proceso de crecimiento
de la familia - se realicen construcciones del mundo que pueden ser
compartidas o no serlo. Por lo que las identificaciones, las características de
32
personalidad, los estilos de enfrentamiento, la comunicación, las interacciones
son los aspectos que se conforman a raíz de tal proceso.
d) Subsistema de la familia extensa
Se conforma con los abuelos y con los tíos, tanto de la línea materna como
de la paterna. La figura de los abuelos es de notable incidencia en el
funcionamiento de la familia de origen, ya que puede tener más presencia y
mayor poder un abuelo que los propios padres. Este subsistema, puede estar
externo a la familia de origen o interno, en función de si viven o no con la
familia. No obstante, esto no es un factor determinante para vislumbrar el poder
que ejercen con su palabra, puesto que muchos abuelos no cohabitan aunque
están totalmente involucrados en el sistema (Ceberio, 2002). Aunque se deberá
tener en cuenta, que la dinámica particular de una familia alcanza matices
diferentes cuando vive con la presencia habitual y cotidiana de los padres.
Hablar de la familia extensa es abordar otro subsistema que también la
conforma, esto es, los tíos de ambas familias. En la historia de la dinámica
familiar de origen existen tíos que han tenido una notable injerencia a través de
decisiones importantes, ayuda en determinados momentos de crisis familiares,
alianzas, etc. Del mismo modo, hay tíos cuya presencia es más importante que
la de otros, ya que la palabra de ese tío es relevante y tiene peso con relación
al consejo, a la contención, al liderazgo, sin que altere la jerarquía en la familia
de origen. En otros casos, existen tíos cuyo rol se ha instaurado en el sistema
de una manera rígida, ocupando un puesto en que debería ubicarse cualquier
progenitor. Incluso está el tío preferido, que lejos de las dinámicas familiares
establece una relación personal y estrecha con alguno de sus sobrinos. La
familia extensa, son quienes desarrollan actividades de apoyo cuando ambos
padres realizan una actividad laboral: se hacen cargo del niño, de llevarlo a la
escuela, de recogerlo, de proveerle de comida, de supervisarlo. También son
los que apoyan a la madre cuando acontece un divorcio, llegando incluso a
retomar de forma absoluta la socialización y crianza de los niños,
particularmente en familias de escasos recursos económicos, que terminan
cohabitando en la misma vivienda de los abuelos.
33
Con relación a esto, Becedoniz (2002) en un estudio que realizó con
menores infractores señala en sus resultados que prevalece la estructura
monoparental y que el abuelo o los abuelos son los que figuran como
responsables en el cuidado del niño, acompañado de la ausencia de la imagen
materna. De esta manera, debemos reconocer en la familia extensa tanto en los
abuelos como en los tíos, una red importante de apoyo social para el niño
infractor o en riesgo.
34
Dentro de la familia sus miembros ocupan dos posiciones de rol: las
posiciones por edad (bebé, niño, adolescente) y las posiciones por relación
(madre-hijo, marido-esposa); una vez que se manifiestan cambios
sobresalientes en el contenido de los roles, ya por los cambios de edad o por la
pérdida de miembros, el sistema empuja a un reordenamiento de roles. De
hecho, cuando se produce una nueva etapa evolutiva los cambios de rol
adaptativos implican también las modificaciones en las tareas de los miembros
(Falicov, 1988, Farrington, 2000).
Uno de los primeros en analizar el ciclo vital de la familia, como parte de los
procesos evolutivos, fue Haley (2002), que en su modelo reconoce seis etapas:
el periodo de galanteo; el matrimonio y sus consecuencias; el nacimiento de los
hijos y el trato con ellos; las dificultades matrimoniales del periodo intermedio; el
‘destete’ de los padres, y el retiro de la vida activa y vejez.
Por su parte, Minuchin y Fishman (1984) reconocen cuatro las etapas
evolutivas por las que atraviesa una familia: formación de pareja, la familia con
hijos pequeños,la familia con hijos en edad escolar y/o adolescentes y la familia
con hijos adultos.
Nos detendremos en el tercer estadio que es el focalizado por esta tesis
de maestría, la familia con hijos adolescentes en donde el desarrollo se inicia
con la modificación que se produce en el núcleo al momento de que los hijos
comienzan a ir a la escuela. La escuela es la estructura socializante que
continúa en orden de importancia a la familia, por lo que su incorporación es de
trascendencia, debido a la influencia que ejercerán sobre el niño –además de la
familia- otras entidades como los profesores y los compañeros. En este
momento la familia tiene que elaborar nuevas pautas de organización y relación
en función de incorporarse a la dinámica escolar, como es quién ayudará en las
tareas escolares al niño, cómo lo hará, establecer horarios sobre todo de
levantarse y acostarse, determinar el momento de esparcimiento y de estudio,
conformar actitudes que se implementarán con el desarrollo escolar como es la
obtención de determinadas calificaciones, ceder espacio al niño para la
35
convivencia extra escolar con sus compañeros de escuela y adecuar las reglas
para facilitar esta experiencia.
También el niño experimentará cambios al conocer otras organizaciones
familiares diferentes a la suya, al entrar en contacto con las de sus compañeros
escolares.
Con los hijos adolescentes la dinámica familiar cambia considerablemente,
debido a que el grupo de los iguales cobra mucha importancia y poder para
éste. La incorporación del adolescente a este grupo conlleva a la adecuación y
flexibilización de las reglas hasta entonces impuestas, dando paso a la
negociación con la autonomía y con el control. Se realizan cambios en la
jerarquía parental, en la medida en que los hijos van madurando. Por su parte,
el grupo de pares genera por sí mismo una serie de valores en relación a la
forma de vestir, a la sexualidad, a la interacción con otros, al consumo de
drogas, etc. Con el avance de este estadio la familia tendrá que elaborar
nuevas pautas que permitan la emancipación del joven y su separación para
iniciar el contacto con nuevas estructuras como pueden ser los estudios
universitarios (Minuchin y Fishman, 1984).
Esta etapa de ciclo vital, ha llegado a trastocar a muchas familias. La
adolescencia es una etapa en la vida del individuo en la que se producen
muchas conductas conflictivas; algunos autores han observado que esta
condición de conflicto responde más bien a situaciones de tipo cultural. Con
todo, la conducta delictiva y su inicio se relacionan con la etapa adolescente
(Nardone, 2003), constatando diversas investigaciones que la mayoría de los
adolescentes se han visto involucrados en algún tipo de conducta delictiva o
desviada (Rechea, Barberet, Montañes y Arroyo, 1995). Por su parte, Linares,
Bernard y Molpeceres (1999) confirman que en los adolescentes existe la
tendencia a implicarse en conductas delictivas y trasgresiones normativas,
debido, entre otras cosas, a la percepción negativa de las figuras de autoridad.
Es importante señalar que, en el transcurso de estas etapas o ciclos, la
familia experimenta una serie de cambios en sus roles, en sus tareas, en sus
normas y responsabilidades con el objeto de facilitar la transición a las nuevas
36
condiciones y necesidades de la familia y, con ello, al crecimiento y los
privilegios que conlleva el superar una etapa. Esta transición puede darse sin
ningún contratiempo o, bien, puede generarse una crisis como consecuencia de
esos cambios en la reorganización familiar. Cada uno de los estadios requiere
de la ejecución de nuevas tareas para la familia, que contribuyan a alcanzar con
éxito la adaptación a la etapa que se está viviendo. De igual forma, cada
estadio sirve de fundamento y eslabón para el siguiente estadio (Gracia y
Musitu, 2000, Satir, 2002).
37
1.4.1 Estructura familiar
38
acuerdo a su edad, que se refleja en que los niños mayores de estas familias
desarrollaron problemas de competencia social, en relación a los más
pequeños. Por su parte, Becedoniz (2002), en un estudio con jóvenes
reincidentes, ha encontrado una fuerte presencia de familias monoparentales.
Aunque es preciso aclarar que la estructura monoparental no es
necesariamente productora de niños con problemas, pues igual se presentan
dificultades en las familias nucleares, son oportunas las afirmaciones de
Fuertes (1995) quien entiende que la conducta delictiva no sólo se genera en
familias desestructuradas, sino que se circunscribe a todo tipo de hogares.
Podemos sostener, por ello, que el comportamiento problemático de un
niño está más bien relacionado con el funcionamiento deficiente de las tareas
que le corresponden a los miembros de una familia (Neuburger, 1997).
b) Familias reconstituidas o ensambladas
Las familias reconstituidas o ensambladas sobresalen por la presencia
de algunos problemas específicos, entre los que se encuentran la custodia, las
visitas al otro padre, los celos, los favoritismos, los conflictos de lealtad y los
problemas de adaptación e interacción con el padrastro, madrastra o
hermanastro. En ellas, por tanto, resulta interesante el impacto de la separación
y la reorganización ante la nueva estructura producto de un nuevo casamiento
(McGoldrick, 2000).
Este tipo de estructura familiar se ha encontrado con frecuencia en las
familias de los jóvenes infractores, ya que son familias que tienden a no
permanecer intactas y que se conforman como reconstituidas, por lo que en el
niño infractor significará su adaptación a la nueva condición y dinámica familiar.
39
1.4.2 Factores de riesgo y de protección en la estructura familiar
40
los padres estaban separados. La muerte parental no estaba significativamente
asociada con la reincidencia de tipo violento.
Harper y McLanahan (2004), en su investigación referida acerca de las
posibilidades de encarcelamiento de los adolescentes que pertenecían a
familias monoparentales, confirmaron que existe una porción considerable del
riesgo que parece ser debido a la ausencia del padre, aunque también podría
ser atribuido a otros factores, tales como la maternidad adolescente, una
educación parental baja, inequidades raciales y pobreza.
Siguiendo con la estructura de las familias de jóvenes infractores,
diversos estudios confirman que se trata de familias con muchos hijos y
desorganizadas lo que facilita que los niños se asocien con facilidad con otros
delincuentes violentos (Fernández Ríos y Rodríguez, 2002, Rodríguez, 2002,
Sipos, 2003).
La incorporación del niño en los hechos delictivos, sin embargo no sólo
está relacionada con las características de la organización familiar, sino también
con el contacto que éste tiene con los grupos de aprendizaje primarios
delictivos, como pueden ser los hermanos o los pares (Becedoniz, 2002,
Fishman, 1995, Garrido, Stangeland y Redondo, 1999, Kaplan y Tolle, 2006,
Kazdin y Buela- Casal, 1997, López Latorre, Garrido, Rodríguez y Paíno, 2002,
Rodríguez, 2002).
En los niños infractores se detecta alguna asociación entre delito y
consumo de sustancia. Algunos proponen que este contacto se inicia con el
grupo de socialización secundaria más significativo de los jóvenes que han
cometido delitos, es decir, se compone de un grupo de amigos que favorecen la
misma comisión de delitos y el consumo de drogas (Moral Jiménez, Rodríguez
y Sirvent, 2005 a,b; Moral Jiménez, Sirvent, Ovejero, Rodríguez, Hernández
Granda y Jiménez Viñuela, 2005, Rodríguez, Moral Jiménez, Ovejero y Sirvent,
2005).
El estudio de Montt y Ulloa (1996) ofrece resultados muy interesantes
acerca de la autoestima social en el adolescente, con lo que los iguales influyen
significativamente en el autoconcepto del joven. Confirma que la baja
41
autoestima está relacionada directamente con la presencia de trastornos
psicológicos y viceversa, entre los cuales está el rendimiento escolar, los
niveles de ansiedad y el consumo de drogas, entre otros. Con población
criminal femenina los resultados no son distintos, pues la presencia de amigos
antisociales es frecuente así como el consumo de drogas (Messer, Maughan,
Quinton y Taylor, 2004).
El estudio de Mattila, Parkkari y Rimpelä (2006), con jóvenes filandeses,
revela que el consumo de drogas por parte de los adolescentes y otros factores
como la monoparentalidad y ánimo depresivo son situaciones de riesgo
importantes en el desarrollo de la violencia. Este hecho –como ya se señaló
anteriormente- se justifica con el ciclo evolutivo del menor, lo que viene a
justificar que la mayoría de los adolescentes se han visto involucrados en algún
tipo de conducta delictiva o desviada (Farrington, 2000, Garrido, Stangeland y
Redondo, 1999, Rechea, Barberet, Montañes y Arroyo, 1995).
Por último, mencionaremos las investigaciones en relación al aprendizaje de
comportamientos desviados y delictivos. En ellos se refiere que éste
aprendizaje se genera en los grupos delictivos primarios por imitación de
modelos próximos, entre los que se encuentran la familia. También confirma
que el niño se vincula intensamente con el contexto de amigos que delinquen,
es decir, los niños antisociales y agresivos conforman grupos de iguales con
otros individuos agresivos y antisociales (Garrido 2001, 2005, Rodríguez,
Becedoniz, Herrero, Balaña y otros, 2006, Rodríguez, Herrero, Becedoniz,
Balaña y otros, 2006). Así las pandillas adquieren un sentido de ser. En la
misma línea, el estudio de Gordon, Lahey, Hawai, Loeber, y otros (2004) ha
demostrado que, en efecto, la socialización del niño con grupos de iguales
involucrados en actividades delictivas, o con pandillas, conlleva a que el niño se
involucre también en vandalismo y conducta violenta. Debemos resaltar que la
conducta antisocial de los padres puede adquirir una condición de continuidad
intergeneracional, como lo demuestra el trabajo de Smith y Farrington (2004) –
estudio realizado en tres generaciones-; ellos han demostrado que los niños
(varones) con conducta antisocial han tenido padres con conducta antisocial, y
42
en su edad adulta su emparejamiento lo hacen con parejas antisociales y
tienen, a su vez, hijos antisociales. Ello, pues, demuestrauna continuidad en
este tipo de conducta, viendo en la misma población de estudio como una
constante la presencia de conflictos en la pareja y un estilo parental autoritario.
El desarrollo de factores protectores, a través de los mecanismos de
desarrollo moral, la educación en valores, la internalización normativa podrían
facilitar que los individuos reconozcan y resistan la tentación de hacer algo
socialmente dañino. Las metas claras en la vida del adolescente presuponen
menor implicación en conductas violentas, al mismo tiempo que a través de las
redes sociales que prestan apoyo se puede promover el ajuste social (ello no
implica que dejemos de considerar como fuente de apoyo social primario a la
familia). De esta manera, ello justificaría que algunos programas de prevención
primaria que proporcionan apoyo temprano a niños y a sus familias hayan sido
exitosos en la prevención de la delincuencia (Garrido, 2001).
43
que prevalecen en todas las sociedades de estos últimos años: las
drogodependencias y la anorexia-bulimia. El tipo de familias que encajan con
estas características son las multiproblemáticas, tanto por su vínculo tan
estrecho con las drogodependencias como por su poca productividad.
En cuanto a su relación con el consumo se observa que es ambigua y
un tanto curiosa, ya que en una vivienda puede faltar lo necesario en relación a
la comida o la ropa y, a la vez, tener dos televisores. La estructura familiar
también es característica de constantes rupturas y reconstituciones en los roles
tradicionales, que se ven modificados y reestructurados.
La organización de las familias multiproblemáticas, por tanto, tiende a
referir dos modalidades: el aglutinamiento y el desligamiento. Nos centraremos
más en la segunda modalidad, en tanto que son las que encajan con el tipo de
organización de las estructuras de los jóvenes infractores.
Las familias aglutinadas se caracterizan porque hay poca distancia
entre los miembros individuales y las fronteras al exterior son poco flexibles, por
lo que el sistema tiende a funcionar con cierto aislamiento de su entorno social.
Por su parte, las fronteras internas, aunque diversas, son más bien permeables,
lo que repercute en la organización jerárquica familiar que tiende a ser rígida,
porque la falta de influjos externos dificulta la existencia de metareglas que
puedan flexibilizarla. Es por ello que se dificulta la individuación, al mantenerse
poca distancia al interior y unos límites hacia el exterior tan rígidos (Coletti y
Linares, 1997, Loeber y Coie, 2001).
Las familias desligadas se caracterizan porque hay mucha distancia
entre sus miembros y los límites con el exterior están poco definidos, lo que las
hace permeables. El entorno en el que están inmersas estas familias penetra
fácilmente en el sistema familiar, por lo que éste propende a disolverse en
aquel. Son familias que se diluyen fácilmente en el contexto social más amplio.
El proceso familiar en sí, entendido como el conjunto de interacciones, es
pobre. La jerarquía es caótica, pues no cuentan con meta-reglas y disminuye al
mínimo las propias reglas operantes sobre el funcionamiento familiar. Es un
sistema que dadas sus características, el proceso de individualización aparenta
44
ser fácil, ya que el distanciamiento entre sus miembros y la salida del sistema
no encuentran obstáculos, más bien son favorecidos a través de mecanismos
excluyentes. Sin embargo, la escasa nutrición emocional de estructuras tan
distantes como ésta pueden convertir en inestable la autonomía de sus
miembros, con lo que la independencia íntegra y madurada resulta imposible.
Aún cuando estas familias pueden permanecer adaptadas a su entorno social
en ocasiones, también pueden desmoronarse y manifestarlo en sus miembros a
través de la actividad delictiva, el consumo de drogas y el abuso de sus hijos.
Aquí es de destacar las condiciones de marginación y la privación
económica y cultural en las que viven este tipo de familias, lo que contribuye a
ser un factor de riesgo importante para que se generen los comportamientos
problemáticos que los caracterizan. Son núcleos en los que la miseria llega
como resultado de la desorganización en el comportamiento de los miembros
más significativos. Sus condiciones de vida en la vivienda reflejan precariedad y
estado de abandono. No existe una delimitación de los espacios en estas
casas, es decir, tanto adultos como niños pueden convivir en la misma
habitación a la hora de dormir. Son viviendas que siempre están abiertas y de
las cuales se entra y se sale con mucha facilidad. Las relaciones legales entre
sus miembros no están definidas y tienden a ser infravaloradas; tanto las
uniones como las separaciones y los reconocimientos legales de los hijos no
resultan trascendentes para estas familias.
Son sistemas que procrean hijos en cantidad numerosa, sin significarle
preocupación o angustia por las condiciones de precariedad económica ni al
padre, ni a la madre.
La parentalidad y conyugalidad en familias multiproblemáticas va a
caracterizarse por una organización caótica, disgregada, desordenada y
expulsiva. En ella se comunican muy pocas emociones, o bien hay
desencuentros emocionales que contribuyen a la confrontación y la disputa. Se
desafía con frecuencia a la moral social establecida, siendo el respeto por las
formas alternativas de vida hogareña ocasional; en estas familias no existen los
45
rituales que hay en otras familias, como el comer juntos o ver televisión, con lo
que las interacciones conjuntas son escasas.
La parentalidad está deteriorada, tanto en sus funciones nutricias como
en las socializantes. El deterioro afecta al ámbito emocional que se debe
otorgar a los miembros del sistema, con lo cual no se genera la certeza en los
hijos de que son queridos y valorados por sus padres, y si más bien se germina
la idea de ser rechazado. Por su parte, las funciones socializantes perturban la
inclusión y la adaptación social en dos aspectos: en el fracaso de la protección
del niño en su entorno y en el fracaso con la normativización del niño, es decir,
con la transmisión de normas y valores culturales, con lo que se sitúa al niño en
una posición de conflicto con su ambiente, al no desarrollarse en éste la
consideración y el respeto hacia los otros miembros de la sociedad. En estas
familias la parentalidad está tan deteriorada como la conyugalidad. Esto se
manifiesta en la dificultad de la pareja para establecer interacciones
equilibradas y justas y por preponderar entre ellos solamente el tipo de
transacciones en el cual se obtiene del otro lo necesario para satisfacer una
demanda (Coletti y Linares, 1997). El rol del padre tiende a ser periférico, con
poca presencia física en casa y, por lo tanto, una relación precaria con los hijos.
La condición periférica del padre responde en mucho a la falta de sentido de
responsabilidad.
Las parejas son generalmente inestables, por el tiempo tan breve en
que dura la relación conyugal. Tanto el padre como la madre poseen historia en
su niñez caracterizada por la desadaptación escolar, consumo de sustancias
adictivas y conductas problemáticas. Establecen con sus hijos una relación
parental confusa para éstos y a la vez conflictiva (Linares, 2002).
Como parte de las creencias de estas familias, por último, la instrucción
escolar de los hijos no ocupa un lugar ni siquiera medianamente importante. Por
ello, es frecuente que los hijos se ausenten cotidianamente de la escuela y
decidan abandonar los estudios, ya que resulta más significativo que éste
contribuya económicamente a su núcleo.
b) Familias descontroladas
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Otro tipo de organización disfuncional, siguiendo la propuesta realizada
por Minuchin (1999), son las familias descontroladas. En ellas, uno de los
miembros presenta síntomas en el área del control, como es en las conductas
delictivas. Esta ausencia de control se le relaciona con problemas en la
organización jerárquica de la familia, con la puesta en práctica de las funciones
ejecutivas dentro del subsistema parental, incluso, con la proximidad entre
miembros de la familia. Además, estas complicaciones con el control variaran
de acuerdo al estadio de desarrollo en que se encuentren los miembros de la
misma y del contexto cultural en que se desenvuelvan.
Confirmamos, con lo anterior, que la organización de las familias de
jóvenes infractores, generalmente, tienden a ser desorganizadas o
disfuncionales, lo que asumimos va a generar la problemática en el niño.
47
de que esa libertad está amenazada por los padres. La investigación realizada
por Bachman et al. (1987), muestra que los adolescentes perciben un acuerdo
sustancial entre ellos y sus propios padres sobre los valores relacionados con la
educación, los valores importantes de la vida, las creencias religiosas y en
menor medida en relación con las opiniones políticas. El desacuerdo aparece
con mayor frecuencia a propósito de cómo gastar el propio dinero y de qué
cosas están permitidas en una relación sentimental (Herrero, 1992). Sólo un
porcentaje mínimo declara tener relaciones conflictivas: la mayor parte muestra
confianza en la relación con su propia familia, que es valorada por la función
afectiva que supone; las divergencias de opinión no son consideradas en
términos de contraposición, sino como diversidad que no perjudica la seguridad
de la interacción afectiva ni la recíproca aceptación ni la viveza de la relación
(Zani y colaboradores, 1992).
También se ha observado que el género y la edad modulan las
relaciones entre los miembros. Por ejemplo, los adolescentes tienen más
conflictos con la madre que con el padre, pero al mismo tiempo declaran tener
con ella interacciones más positivas. El nivel de conflictividad más elevado
parece estar relacionado con el hecho de tener comunicaciones más frecuentes
y significativas con un progenitor que con el otro: este hecho no sorprende si se
piensa que en nuestra sociedad es la madre la que está más implicada en las
rutinas cotidianas de la vida familiar, en los problemas emocionales e
interpersonales (Schlegel y Barry, 1991; Youniss y Smollar, 1985; Zani, 1993).
A propósito de los temas de discusión y conflicto entre padres e hijos,
Montemayor (1984) ha evidenciado que en los años 70 y 80 se discute
fundamentalmente de los mismos temas que en los años 20. Como ya se ha
dicho, tales temas se relacionan con la vida cotidiana y las relaciones en el
interior de la familia: sobre los temas importantes donde se pueden dar grandes
divergencias se prefiere no hablar: valga el ejemplo de la comunicación sobre
temas concernientes a la sexualidad (Zani, 1993).
Uno de los temas de conflicto en este grupo de edad se relaciona con
las diversas perspectivas de padres e hijos sobre la cantidad y grado de control
48
que los padres deberían tener sobre distintos aspectos de la vida de los
adolescentes. Estos reivindican para sí un número creciente de áreas, que
anteriormente se consideraban bajo el control de los padres. Por ejemplo, los
adolescentes están menos dispuestos a aceptar la tentativa de los padres de
influir en la elección de los amigos o el estilo de vestir. Los datos de la
investigación de Zani et al. (1992) realizada con adolescentes de 13 y 15 años y
sus respectivos padres, muestran claramente que con el incremento de edad
son más numerosas las áreas en las que los adolescentes están en desacuerdo
con los padres y en las que consideran normal para alguien de su edad poder
tomar decisiones, reivindicando para sí mismo un mayor espacio de autonomía.
Durante la adolescencia, el joven comienza a considerar que
legítimamente ciertas cuestiones dependen de una toma de decisiones
personal, visión que no es necesariamente compartida por los padres (Jackson,
Bijstra, Oostra & Bosma1998). En general, los padres mantienen que las áreas
bajo su propio control son más numerosas que las indicadas por los hijos. Los
problemas de carácter moral y aquellos concernientes a las convenciones
sociales se mantienen como áreas legítimas del control parental, pero a
menudo los padres quieren controlar incluso las áreas más personales. Estas
cuestiones incluyen temas relacionados con la vida en el hogar, la apariencia
personal, la higiene personal, la elección de los amigos y el trabajo escolar. Es,
precisamente, en torno a estas cuestiones donde es más probable que se
produzca el conflicto (Jackson, Bijstra, Oostra & Bosma, 1998). En un estudio
realizado por Kalantzi et al. (1989), se encontró que la mayoría de los conflictos
entre padres y adolescentes se centraban en torno a temas tales como: salidas
(por la noche y hora de regreso a casa), vacaciones (ir de vacaciones con o sin
la familia), colegio (comportamiento en el colegio, progreso y notas),
vocabulario (forma de hablar del adolescente), compañías (clase de amigos),
paga (cantidad de dinero que se le da y su uso), ideas personales y vida
personal (derechos del hijo de tener su propio estilo de vida y su ideología),
profesión (elección y preparación para el trabajo futuro), pareja (relaciones
afectivas) y entretenimiento (forma y manera de entretenerse el adolescente).
49
En un estudio posterior realizado por Besevegis y Giannitsas (1996) en el que
se tuvieron en cuenta todos estos temas de conflicto, se encontró que las
salidas nocturnas, colegio, vocabulario, vacaciones, forma de entretenerse y
compañías eran los temas que generaban las discusiones más fuertes entre
padres y adolescentes. Por otra parte, en general los conflictos eran más
frecuentes con las madres que con los padres.
En relación con las estrategias de resolución de los conflictos, estas
pueden ser de dos tipos: (a) soluciones unilaterales: los padres ceden o bien es
el hijo el que desiste, activa o pasivamente; (b) soluciones bilaterales, que
pueden ser fórmulas de compromiso o bien, en el extremo opuesto,
permanencia del conflicto no llegándose a alcanzar un acuerdo. Esta última
modalidad puede ser realizada activamente, mediante la constatación común de
que no se puede alcanzar una solución, o bien pasivamente, dejándolo pasar.
Los efectos de tales conflictos no son necesariamente perjudiciales para el
funcionamiento del adolescente o de la familia. En realidad, cierto grado de
conflicto de este tipo puede ser saludable, en la medida en que ayuda al
adolescente a lograr importantes cambios en los roles y relaciones en el hogar
(Gecas y Seff, 1990). Las situaciones donde se produzcan tales conflictos
positivos pueden ser iniciadas por el adolescente o por los padres. En el último
caso, por ejemplo, se puede potenciar que el joven asuma nuevas
responsabilidades o viva nuevas experiencias. El conflicto positivo puede, por lo
tanto, entenderse como un proceso de ‘tira y afloja’ que puede ser iniciado en
unas ocasiones por los padres y en otras ocasiones por el adolescente. Sin
embargo, hay que señalar que los límites dentro de los cuales el conflicto se
muestra positivo pueden ser estrechos. En la medida en que comience a
exceder ciertos niveles de frecuencia o intensidad se podrá anticipar que los
efectos sobre el funcionamiento familiar y sobre el desarrollo del adolescente
serán negativos (Jackson y colaboradores, 1996).
El conflicto es funcional dependiendo del contexto en el que se manifieste
y de los otros comportamientos de los que se acompaña. Si bien el conflicto se
ha considerado a menudo como indicador de incompatibilidad, hay pruebas de
50
que puede tener también una función constructiva cuando tiene lugar en
condiciones intersubjetivas de confianza e intimidad. La forma en que los
miembros de la familia muestran sus puntos de vista y sus desacuerdos con los
otros parecen predecir la capacidad de adaptación y la habilidad de relación de
los hijos adolescentes. En tales interacciones los hijos pueden escuchar, tomar
en consideración e integrar diversos puntos de vista; las decisiones se toman a
través de negociaciones más que después de imposiciones unilaterales por
parte de uno de los padres o de la aparente indiferencia.Al contrario, cuando el
conflicto familiar es hostil, incoherente y con una escalada de intensidad, los
hijos se sienten abandonados y evitan la interacción con los padres (Patterson,
1986). Por lo tanto, lo importante no es únicamente controlar la ocurrencia o no
ocurrencia de conflicto, sino el contexto en el que éste se produce; si éste es un
contexto de cohesión relacional, la aparición de cierto grado de conflicto puede
proporcionar beneficios personales y una mejoría de las relaciones.
Por otra parte, si el conflicto entre la familia y el adolescente puede
conceptualizarse como un proceso que, dependiendo de las características
familiares, puede llegar a ser productivo o perjudicial, entonces surgen una
serie de cuestiones importantes. Y estas no son sólo cuestiones tales como la
frecuencia, intensidad o naturaleza del conflicto, sino cuestiones más
fundamentales relacionadas con la forma de funcionamiento familiar en
situaciones donde aparecen diferencias particulares de opinión o
comportamientos. De especial interés son las cuestiones relacionadas con el
acercamiento al conflicto y el resultado de éste, los procesos de negociación y
re-definición que tienen lugar durante la adolescencia. También son cuestiones
básicas para la comprensión de las circunstancias en las que puede producirse
un daño importante o incluso la ruptura de las relaciones entre padres y
adolescentes (Jackson, Bijstra, Oostra & Bosma, 1998).
51
Este nivel agrupa aquellos aspectos que se relacionan con la
convivencia entre el niño y el resto de los miembros de su sistema, y refiere la
forma en que se organiza la familia en el cumplimiento de sus actividades de
crianza. Ello lo presentamos en el cuadro 1, que identifica y aglutina la
descripción de las actividades que encierran estos dos niveles:
52
La familia experimenta cambios en la medida que se desplaza por
diversos estadios de su ciclo vital, los cuales pueden tener una secuencia
predecible, como el nacimiento de un hijo; o impredecible, como el divorcio de
la pareja; o bien, sucesos del entorno social, como la economía. Estos
movimientos pueden generar desequilibrio en el individuo y en el núcleo, el cual
tiende a desaparecer una vez que la familia se ha adaptado a las nuevas
condiciones con el desarrollo de nuevas funciones y aptitudes (Minuchin y
Fishman, 1984, Gracia y Musitu, 2000).
Isaacs, Montalvo y Abelson (2001) refieren un estudio con 103 familias
monoparentales, que habían pasado por el proceso de divorcio. En sus
resultados, refieren que existen diferencias en el ajuste de los niños de acuerdo
a su edad, que se refleja en que los niños mayores de estas familias
desarrollaron problemas de competencia social, en relación a los más
pequeños. En cuanto al contacto con el padre ausente, observaron que
aquellos niños que tenían un horario regular de visitas paternas eran más
competentes socialmente que aquellos que no lo tenían. Los niños peor
ajustados eran aquellos que no habían tenido nunca un régimen de visitas. Por
su parte, Becedoniz (2002) encontró que la mayoría de ellos provenían de
familias monoparentales, en las que el abuelo o ambos abuelos figuraban como
responsable del cuidado del niño, y la presencia de la madre era mínima.
Aunque es preciso aclarar que la estructura monoparental no es
necesariamente productora de niños con problemas, sino que los problemas se
circunscriben al apego afectivo, se ha constatado que igual se presentan
dificultades en las familias intactas. Al respecto, son oportunas las afirmaciones
de Fuertes (1995), quien dice que la conducta delictiva no sólo se genera en
familias desestructuradas, sino que se circunscribe a todo tipo de hogares.
En un estudio comparativo entre madres solteras jóvenes, hispanas y
afroamericanas, Pogarsky, Lizotte y Thornberry (2003) han encontrado que los
niños de las mujeres hispanas tenían más propensión a la delincuencia, en
general, a la violencia y a los arrestos -lo atribuyeron a la inestabilidad familiar
que prevalecía en esas familias-. En el mismo sentido, las aportaciones de
53
Mann, Pearl y Behle (2004), confirman que la parentalidad adolescente (en el
caso de madres solteras) y el maltrato a los infantes están vinculados, entre
otras cosas a la falta de madurez emocional y de habilidades parentales, como
son: estar menos informadas de los eventos significativos del desarrollo del
infante, tener menor disposición a involucrarse en juegos con los niños, usar
más los castigos físicos, invertir menos tiempo en el cuidado del infante,
dialogar menos con el niño.
La crianza en las familias de adolescentes infractores legales se ha
convertido en una actividad predominantemente femenina, aún cuando la mujer
llega a cumplir una doble función, como trabajadora y como madre, por lo que la
actuación de los padres se relega a un rol periférico. Esto conlleva a que en el
contexto familiar la organización pueda llegar a ser deficiente, por la saturación
de actividades a la figura materna, y por la escasa convivencia que se da entre
los hijos y el padre. Al respecto algunos estudios (Parra y Oliva, 2002), refieren
que en el contexto familiar tanto los varones como las mujeres adolescentes
establecen una relación de apego y una interacción más significativa con la
figura materna, que con la paterna. Esto es, que la convivencia cotidiana se
desarrolla más con la madre que con el padre, con lo que se establece una
relación con la figura materna de mayor intimidad y mayor afecto, a la vez de
más peleas por asuntos cotidianos.
Lo anterior puede significar un factor de riesgo, en tanto el tipo de
organización sea predominantemente con la figura de un padre periférico que
no se involucra en la educación y control de los hijos. Las aportaciones que
Allison y Schultz (2004) plantean es que los hijos varones tienen mayor conflicto
con sus padres, en relación con las hijas; ellas sostienen una relación más
consistente con sus padres, siendo la naturaleza de los conflictos relativas a
cuestiones tradicionales del rol de género. Otro estudio interesante es el de
Parra y Oliva (2002), quienes afirman que otro factor de riesgo en el deterioro
de la comunicación familiar con los adolescentes lo conforma el bajo nivel
educativo de los padres, quienes tienden a hablar poco con los hijos, en
54
comparación con los padres que tienen un nivel educativo medio y alto, en
quienes se ha observado que la comunicación es más frecuente hacia los hijos.
Otros investigadores han constatado que los menores que han
cometido delitos, por lo general, provienen de familias que viven en zonas
marginadas (Farrington, 2000, Kaplan y Tolle, 2006, Moral Jiménez, Rodríguez
y Sirvent, 2005a,b, Moral Jiménez, Sirvent, Ovejero, Rodríguez, Hernández
Granda y Jiménez Viñuela, 2005, Rodríguez, Moral Jiménez, Ovejero y Sirvent,
2006, Rutter , Giller y Hagell, 1998). En el mismo sentido, las investigaciones de
Mariño, Medina-Mora, Mondragón y otros (1999) coinciden con la información
anterior al analizar la realidad de los adolescentes que abandonaron la escuela,
donde la mayoría de jóvenes refiere como causal los problemas económicos,
seguidos de los que refirieron problemas escolares. Los resultados arrojaron
que se trataba no sólo de familias con un nivel socioeconómico bajo, sino que
se caracterizaban por tener pocas actividades familiares en el tiempo libre y su
clima familiar era conflictivo. Otros, coinciden en que las familias de jóvenes
infractores tienen un bajo nivel cultural y socioeconómico (Borum, 2000;
Fernández Ríos y Rodríguez, 2002, Kazdin y Buela-Casal, 1997, Rodríguez,
2002). De hecho, las características de adversidad socioeconómica en las
familias de jóvenes delincuentes como el desempleo, la pobreza y la
marginación se han identificado como facilitadores o eventos de riesgo en este
tipo de conductas (Becedoniz, Rodríguez, Herrero, Paíno y Chan, 2005). Se
constata que la conducta delictiva está asociada con las condiciones de
adversidad familiar. (Juárez, Villatoro, Gutiérrez y otros 2005).
Ahora bien en cuanto al clima familiar y a las condiciones de
convivencia, comunicación y apego las investigaciones de Mariño, Medina-
Mora, Mondragón y otros (1999), con adolescentes que abandonaron la
escuela, demuestran que el clima familiar se caracterizaba por tener pocas
actividades familiares en el tiempo libre, además de que se ejercía poco control
parental con los adolescentes, por lo que resulta obvia la deserción escolar.
Otra investigación, acerca de la violencia de pareja y violencia en la calle entre
55
los adolescentes urbanos, de Gorman-Smith, Tolan, Sheidow y Henry (2001)
constata que los adolescentes que han tenido un funcionamiento familiar pobre
tienden a involucrarse más en ambos tipos de violencia, es decir, de pareja y
en la calle. En su investigación, sobre el ajuste de los adolescentes, Jacobson y
Crockett (2000) constatan que la supervisión parental directa y el monitoreo a
través de otras personas –en el caso de las madres que trabajan tiempo
completo- son elementos importantes en el sostenimiento de un ajuste
adecuado de los adolescentes. Confirman que el alto monitoreo parental está
asociado con un desempeño académico más elevado, menor delincuencia y
menor actividad sexual en los jóvenes. En el mismo sentido Juárez, Villatoro,
Gutiérrez y otros (2005) confirman que la falta de supervisión parental en las
familias de los jóvenes de todos los niveles socioeconómicos facilita el
involucramiento de éstos en actividades delictivas.
Reforzando la información anterior, se encuentran las aportaciones de
Coley, Morris y Hernandez (2004), quienes realizaron un estudio de monitoreo y
supervisión parental con adolescentes, entre los 10 y 14 años, de bajos
ingresos y familias urbanas. Los resultados arrojaron que el cuidado fuera de
casa tiene implicaciones modestas con el involucramiento del menor en
actividades delictivas, uso de drogas y problemas escolares.
En cuanto a los factores de protección de los ofensores jóvenes, y su
posible reincidencia, Carr y Vandiver (2001), en un estudio aplicado con
mujeres y varones delincuentes con libertad condicional, encontraron que los
factores protectores se hallaban específicamente en las características
personales, las condiciones familiares y la elección de pareja, que fueron los
aspectos que diferenciaron a los ofensores no reincidentes de los reincidentes.
Estos hallazgos, pues, apoyaran el modelo adaptativo de la resiliencia y
refuerzan la importancia de ampliar los factores de protección en los jóvenes
ofensores como un medio de detener la conducta delictiva.
56
La Psicología Evolutiva, Social y de la Educación se han interesado por
el estudio de la familia principalmente por ser un entorno en el que
normativamente las personas crecen y se desarrollan. (Menéndez, 2003).
Desde esta perspectiva se entiende a la familia como un contexto normativo de
educación, formación y desarrollo para todos los miembros que la componen.
Sin embargo, a pesar de este carácter normativo, todas las familias no son
iguales, siendo prueba de ello el crecimiento en diversidad y pluralidad familiar
existente en la actualidad.
Una constante en los diferentes enfoques de la investigación sobre la
familia es el reconocimiento de su importancia en la socialización de los hijos.
En el seno familiar adquirimos los valores, creencias, normas y formas de
conducta apropiados a la sociedad. Así, la familia, como primer grupo social al
que pertenecemos, nos va mostrando los diferentes elementos distintivos de la
cultura, qué es lo valioso, qué normas deben seguirse para ser un miembro de
la sociedad y qué parámetros van a determinar el éxito social de una persona.
(Musitu y Cava, 2001). Sin embargo, el niño no actúa en dicho proceso como un
sujeto pasivo puesto que, como señala Arnett (1995), la socialización es un
proceso interactivo mediante el cual se transmiten los contenidos culturales que
se incorporan en forma de conductas y creencias a la personalidad de los seres
humanos.
Desde la perspectiva de los niños y las niñas, la familia es un contexto
de desarrollo y socialización, entre otras razones, por las funciones que cumple
en relación con éstos. La familia parece ser el entorno más apropiado para que,
en su seno, queden cubiertas determinadas funciones en relación con la
satisfacción de determinadas necesidades evolutivas y educativas propias de la
cultura y del momento evolutivo del individuo. Si hiciésemos un análisis
detallado de cuáles son las funciones que ejercen sobre sus miembros,
observaríamos que la familia ofrece numerosos beneficios tanto a los
progenitores (contexto de aprendizaje, fuente de apoyo social, etc.) como para
los niños y niñas que viven en ella. (Palacios y Rodrigo, 1998)
57
Desde hace muchos años, la Psicología Evolutiva ha manifestado un
alto interés por el análisis de la familia como objeto de estudio para el desarrollo
personal, concretamente por el desarrollo infantil y adolescente. De acuerdo
con la propuesta de Rodrigo y Palacios (1998) el análisis de la familia como
construcción del desarrollo infanto-juvenil debe considerar al menos tres tipos
de dimensiones:
La familia como análisis del escenario en el que los más jóvenes
entablan relaciones interpersonales, tanto con los adultos
encargados de su desarrollo y educación como con las demás
personas que forman parte de este sistema (hermanos, abuelos,
etc.).
La familia como análisis de la calidad del escenario educativo,
donde existe una determinada forma de estructurar y organizar la
estimulación y las experiencias que promueven el desarrollo.
La familia como estudio de las cogniciones acerca del desarrollo y
la educación infantil, y la propia actuación como progenitores, en
particular.
58
Concretamente, este modelo habla de cuatro niveles:
microsistema(entorno más inmediato de la persona en desarrollo); mesosistema
(grado de continuidad/discontinuidad que existe entre las características de los
diversos microsistemas); exosistema(nivel que comprende aquellas estructuras
formales e informales en las que el sujeto participa cotidianamente pero que
incluyen y delimitan lo que tiene lugar en su ambiente más próximo);
macrosistema(aspectos históricos, sociales y culturales propios de la sociedad
en la que el individuo vive. Se trata de aspectos relevantes que ejercen una
poderosa influencia en las experiencias que tienen lugar en los diversos niveles
contextuales a los que incluyen).
Las aportaciones de Bronfenbrenner han sido un punto de inflexión para
el estudio de la familia, entre otras cosas, porque ponen claramente de
manifiesto cómo la familia es un sistema abierto a las influencias externas,
sometida a un proceso de cambio y estabilidad permanente.
Desde la perspectiva sistémica se considera a la familia como un
sistema abierto, que mantiene relaciones bidireccionales con otros contextos
que le rodean, influenciando e influenciándose de los cambios que se producen
en éstos y de las relaciones que mantienen con los mismos. Así, en este
sentido, y según el presupuesto transaccional, las características de los
individuos moldean sus experiencias ambientales y, recíprocamente, éstas
experiencias moldean las características de las personas a lo largo del tiempo
(Samerroff, 1983). En este sentido podríamos decir que el desarrollo de los
niños y las niñas se ve influenciado por un contexto familiar tanto, como ellos
moldean su entorno de desarrollo, a través del estilo de interacción que
mantienen (Lerner y Steinberg, 2004).
59
hábitos que le permitirán conquistar su autonomía y las conductas cruciales
para la vida. Los adultos que los cuidan tienen un importante papel en la vida de
los niños pero, aunque importante, muchas veces dicha influencia no es la
decisiva, no aprenden solamente de ellos. Podemos decir que «la educación no
es algo que los padres hagan a los hijos, sino algo que padres e hijos hacen
conjuntamente» (Rich, 2002, 53).
El proceso de socialización ocurre, de forma explícita, a través de las
relaciones, de las interacciones, y de forma implícita, mediante la observación,
la inferencia, el modelado, y el ensayo y error (McCall y Simmons, 1982), y en
estos procesos, los diferentes agentes de socialización tiene un papel
importante. El modelo de Berger y Lukmann (1995) sobre socialización primaria,
nos ofrece una explicación plausible de la importancia de la familia como
principal agencia de socialización.
La socialización parental, aquella que incumbe a padres e hijos, es
posiblemente el tipo de socialización más estudiada y uno de los más
importantes (Bornstein, 2002). Es concebida como una parte integrada en el
proceso de socialización más amplio y complejo que tiene lugar en la sociedad
a la que se pertenece, y que persigue los mismos tres objetivos básicos antes
señalados: a)control de impulso, b)preparación y ejecución del rol, y c)cultivo de
fuentes de significado.
Desde una perspectiva de la psicológica social, la familia tiene como
función más trascendente la socialización del niño. La familia es en sí misma un
proceso de socialización (Herrero, 1992). En el campo de la psicosociología se
considera que la socialización es la función familiar por excelencia. La familia,
como grupo primario, constituye el contexto sociocultural, con su carga de roles,
expectativas, creencias y valores, en el que la socialización se desarrolla como
función psicológica, como función de interrelación de sus miembros y como
función básica de la organización social. En este sentido, la socialización es el
eje fundamental en torno al cual se articula la vida intrafamiliar (Molpeceres,
1994).
60
La familia es la institución social que acoge en primera instancia al
recién nacido y lo conecta, de manera condicionante, con la sociedad (Alberdi,
1999). Además la familia presentará rasgos importantes de la sociedad en la
que se encuentra integrada, que se manifestarán particularmente en las
estrategias y modos que emplea en la educación de sus hijos (Rodríguez y
Sauquillo, 2002).
Es la institución que mayor influencia tiene en los primeros años de la
vida del niño y aunque no es el único agente de socialización y puede que sea
menos influyente que en el pasado, es aún el sistema básico de socialización.
Así, la calidad de las relaciones padres-hijos está asociada a los estilos
de vida que se observan en los adolescentes. Las relaciones con la madre
son importantes, pero también son cruciales las relaciones con el padre en la
adolescencia, probablemente por su carácter menos tipificado en la sociedad
actual. Especialmente son claves la disponibilidad del padre, su implicación en
los asuntos del hijo o hija, su capacidad de comunicación y el grado de apoyo
paterno que percibe el adolescente.
Una de las principales funciones de la familia es la socialización de los
hijos (Musitu y Cava, 2001; Lila, 1994), ya que el sistema familiar, proporciona a
los hijos el espacio psicosocial en el que adquirir, experimentar y someter a
prueba los elementos distintivos de la cultura, y las normas sociales que
permiten su integración en la sociedad, y en ella se establece un interacción
bidireccional, donde las acciones de unos, y las repercusiones que tuvieron
éstas, influirán siempre en las acciones de los otros (Musitu, Román y Gracia,
1988; Molpeceres, Musitu y Lila, 1994). Las reacciones emocionales de los
padres favorecen que los hijos reciban constante retroalimentación acerca de la
idoneidad de sus conductas (Emde, Biringen, Clyman y Oppenheim, 1991;
Martínez, 2003).
El estilo disciplinar de los padres modula e interviene en la relación de
socialización familiar del adolescente siendo necesario considerar que la
socialización familiar, precede en el tiempo a la que producen los iguales. Por lo
tanto, cuando los adolescentes concurren, o no, en determinadas actividades,
61
como pueden ser conductas socialmente deseables, o por el contrario
conductas socialmente no deseables como pudiera ser robar, peleas, está
mediando la disciplina familiar que hayan tenido hasta ese momento.
Según Lautrey (1985), las condiciones de vida (laborales y
socioeconómicas) son los factores que en mayor medida determinan los valores
y la estructura de cada familia. Valores y estructura son, a juicio de Rodríguez y
Sauquillo (2002), los elementos constituyentes del sistema educativo familiar.
Estos autores señalan como elementos más importantes del sistema educativo
familiar los valores y la clase social. Sin embargo, las aportaciones de estos
autores las relativizaremos por la existencia de dudas sobre la influencia familiar
en la transmisión de valores (Molpeceres, 1994; Agudelo, 1996) y sobre los
efectos de la clase social en la socialización de los hijos. Además, la
investigación, cada vez más refinada, ha puesto en evidencia la superior
incidencia de otras variables familiares tales como la estructura familiar (Alston
y Williams, 1982; Florsheim, Tolan y Gorman-Smith, 1998), el clima familiar
(Pichardo, 1998) o el funcionamiento familiar (Dancy y Handal, 1984; Heiss,
1996; Mandara y Murray, 2000).
Como agencia socializadora, la familia se configura como un grupo
primario en el sentido que le otorgaba Cooley (1964) ya que (1) es un
microgrupo, (2) la interacción que tiene lugar en él es directa y profunda
(contenidos cognitivos y afectivos de la interacción) e informal y difusa (forma
de la interacción y roles de los miembros del grupo), y (3) su meta es interna
(los beneficios de la acción recaen sobre el propio grupo ya que en la familia se
obtiene la afirmación y desarrollo de la subjetividad de sus componentes en
solidaridad).
En el entorno familiar, el proceso de socialización supone la presencia
de, al menos, dos personas que interactúan desempeñando roles
complementarios: un hijo, que es el objeto de la socialización, y un
padre/madre, que actúa como agente socializador. Watzlawick, Beavin y
Jackson (1985) definían la naturaleza de esta relación en los siguientes
términos: «…es inherente a la naturaleza de las relaciones complementarias el
62
que una definición del self sólo pueda mantenerse si el otro participante
desempeña el rol específico complementario. Al fin de cuentas, no puede haber
una madre sin un hijo. Pero los patrones de la relación madre-hijo se modifican
con el tiempo. El mismo patrón que resulta vital, biológica y emocionalmente,
durante una fase temprana de la vida del niño se convierte en un serio
obstáculo para su desarrollo ulterior si no se permite que tenga lugar un cambio
adecuado en la relación.» (p. 105).
La complementariedad implica la asimetría de la relación, la madre
actúa en el papel de adulto y el niño como una persona, en principio inmadura e
incompetente, que tiene que aprender a controlar sus impulsos para
encauzarlos conforme a las normas sociales, aprender los roles que tiene que
desempeñar en la sociedad y desarrollar las fuentes de significado para orientar
sus actuaciones. Si finalmente la interacción es fructífera, la relación de una
madre con su hijo después de la adolescencia se aproximará más a la de dos
adultos.
Habitualmente, el primer rol social que desempeñará una persona será
el de hijo o hija. En el rol de hijo, la persona necesitará la relación con sus
padres para aprender un sistema de valores, unas normas sociales, unas
pautas concretas de actuación, y para aprender, finalmente, a discernir cuándo
sus conductas se ajustan o no a esas normas.
La mayoría de las relaciones tempranas entre los padres y los hijos, se
producen de una forma natural a través del juego, en el seno de una familia,
donde los adultos transmiten a los hijos de forma consciente e inconsciente los
valores y normas de su cultura, aspectos que fueron resaltados por las
corrientes funcionalistas. En la familia, como grupo primario, la socialización se
desarrolla como una función psicológica, como función de la interrelación de
sus miembros y como función básica de la organización social. La socialización
es el eje fundamental sobre el que se articula la vida intrafamiliar y el contexto
sociocultural con su carga de roles, expectativas, creencias y valores
(Molpeceres, 1994).
63
La familia es el primer marco de referencia, socializa, integra en la
sociedad, activa los controles sociales, y muestra cómo se desempeñan los
roles sociales (Pons, 1998).
En el currículum del hogar (Solé, 1998), entre los contenidos
transmitidos por la familia al niño (la tradicional cuestión del qué), junto a los
valores destaca su contribución a la creación de la identidad personal del
sujeto. Es decir, la consideración que tenemos de nosotros mismos como seres
únicos y diferentes, el autoconcepto, y de la valoración que hacemos de los
rasgos que constituyen éste, la Autoestima.
La familia crea en el joven las bases de su identidad y le enseña a
apreciarse a sí mismo (Lila y Marchetti, 1995). No obstante existen escasos
estudios sobre la transmisión o inculcación de valores dentro de los procesos
de socialización e interacción familiar, y los que existen arrojan resultados
contradictorios respecto a la eficacia de los padres como transmisores de
valores.
Por un lado, tenemos datos que ofrecen escasas coincidencias paterno-
filiales en la adopción de valores (Musitu y Molpeceres, 1992; Bengston, 1975;
Whitbeck y Gecas, 1988), mientras que otros nos ofrecen cierta concordancia
(Kohn y Slomczynski, 1990; Sebald, 1996; Bachman, Lloyd, y O'Malley, 1987;
García y Ramírez, 1995).
Entre los contenidos transmitidos en el seno familiar, y como parte
fundamental del proceso de socialización, se encuentran lo que Bleichmar
(1997) denomina creencias matrices pasionales, que son las ideas y
pensamientos, comunicados fundamentalmente por los padres en los primeros
años, sobre el mundo exterior y sobre el propio niño, que se constituyen en
directrices del propio psiquismo del sujeto, debido, sobre todo, al contexto de
emociones, gestos afectivos y sentimientos vertidos por los padres sobre el hijo.
De este modo, estas creencias matrices pasionales estructuran muchos de los
contenidos del autoconcepto y de la autoestima, desde las fases más
tempranas del desarrollo infantil, cimentando las autopercepciones y
autoevaluaciones inconscientes que guiarán la vida del adulto. Por encontrarse
64
fuera de la consciencia, poseen una gran fuerza y se generalizan a grandes
sectores del comportamiento (Bleichmar, 1997). Así, las personas significativas
de nuestro entorno, y en primera instancia la familia como primer agente
socializador, contribuyen, en la interacción, a la construcción de nuestro
autoconcepto.
Otros ven a la familia en sí misma como proceso de socialización, como
por ejemplo Badir (1993), quien escribe que la familia es un conjunto de
relaciones, una forma de vivir juntos y de satisfacer necesidades emocionales
mediante la interacción de sus miembros que con el amor, el odio, la diversión y
la violencia constituyen un entorno emocional en el que cada individuo aprende
las habilidades que determinarán su interacción con otros en el mundo que le
rodea. Entre tales capacidades se pueden mencionar las formas de aprender en
la escuela, de relacionarse en el mundo del trabajo, de formar sentimientos de
autovaloración y preocupación por los demás, a tomar decisiones, las técnicas
necesarias para hacer frente a situaciones difíciles como quedarse sin trabajo,
cómo tratar los problemas conyugales, cómo recibir nuevos miembros en el
hogar, la falta o abundancia de recursos económicos, los estilos de vida, a
manejar las emociones de amor, enojo, independencia, a cómo reaccionar
frente a las leyes, los principios de interacción entre las personas, etc.
Es la familia también un reflejo de la sociedad, un microsistema social
donde todos los miembros, no importa su edad, actúan como personas, que en
su individualidad procuran evitar los choques, seducir y convencer (Roussel,
1992). Todo este conjunto de elementos van conformando las bases de la
personalidad del sujeto.
Pero dada la amplitud y diversidad de las normas sociales existentes,
normalmente se producirán diferencias en la adopción y transmisión de normas
a los hijos, entre los padres de una misma cultura e incluso entre el padre y la
madre de la misma familia. También incluso un mismo padre, puede modificar
sus criterios con el tiempo.
Del mismo modo, es importante tener presente el hecho de que los
padres culturizan a sus hijos en una comunidad amplia, en la que se comparten
65
determinados sistemas de creencias y valores y, probablemente por ello,
existen, junto con esa variedad y diversidad de normas, una serie de
coincidencias que permiten la compatibilidad y el entendimiento o, al menos,
deben reflejarse de algún modo los aspectos compartidos por una comunidad
más o menos amplia. Por este principio, es posible constatar ciertas líneas de
consenso general entre los padres; la mayoría, al menos en nuestro entorno
cultural, valorarían positivamente aspectos como la obediencia, la higiene, el
orden, el respeto, la participación en las tareas domésticas, etc. y
negativamente, la desobediencia, el robo, el incumplimiento con las tareas
escolares, las peleas con los hermanos y compañeros, la violencia, etc.
De todos modos e independientemente de cuál sea el contenido de las
normas que los padres intentan inculcar a los hijos, es necesario que se
establezcan unas redundancias o congruencias en la conducta de los padres
que permitan desarrollar el proceso socializador. Por ejemplo, si el niño miente
y el padre actúa de manera contrariada, lo más probable es que el primero
interprete que su conducta es correcta. Por el contrario, si los padres
responsabilizan a su hijo de una tarea doméstica, como puede ser retirar la
mesa, y cumple eficientemente con esta función, la actuación de los padres
deberá ser complaciente y reforzante. Si esto no es así, y el padre se muestra
contrariado cuando el hijo retira la mesa, este inferirá que no ha actuado
correctamente. De cualquier modo, la respuesta de los padres determina, desde
la perspectiva del hijo, si la actuación es adecuada o inadecuada.
Asimismo, para que se desarrolle el proceso de la socialización, es
importante que se establezcan unos puntos de consenso o significados
compartidos entre padres e hijos, de tal manera que puedan delimitar y definir
los límites en su relación, así como su flexibilidad.
En general, las reacciones emocionales de los padres juegan un
destacado papel a lo largo de la relación paterno filial. Las orientaciones no
verbales de los padres permiten que el niño infiera si sus actos son o no
correctos. De esta manera, estos indicadores se convierten en aspectos
esenciales de la relación.
66
Los niños pequeños atienden constantemente a las expresiones de sus
padres en busca de orientación para su conducta, expresiones que
proporcionan retroalimentación a las conductas de los hijos (Emde, Biringen,
Clyman y Oppenheim, 1991).
Desde la perspectiva del hijo no es previsible que el padre muestre
reacciones emocionales negativas ante una actuación filial conforme a las
normas, y, en última instancia, el hijo interpretará que su actuación es la
correcta en la medida en que la actuación de su padre así se lo signifique.
Las expresiones de afecto y cariño deberían producirse, por lo tanto,
ante las conductas adaptadas del niño, y en la medida en que esas expresiones
se prodiguen la comunicación y el entendimiento paterno filial se incrementarán,
contribuyendo a que su relación sea más empática. Esta motivación positiva,
que se da en los hijos, hace que estos se muestren receptivos y positivamente
motivados a responder a la socialización de sus padres, identificándose con
ellos e internalizando sus normas y valores, procesos que, a su vez,
contribuyen a fomentar una relación positiva a largo plazo (Londerville y Main,
1981; Matas, Arend y Sroufe, 1978) o, al menos, en un plazo inmediato (Lay,
Waters y Parke, 1989 y Parpal y Maccoby, 1985).
Por otra parte, la relación entre padres e hijos también se desarrolla en
un entorno social más amplio como es la sociedad, o mejor, sus instituciones,
razón por la cual los contenidos culturales que comparte el sistema familiar y el
social permiten algunos consensos sociales o fuentes de significado
compartidas que trascienden la relación paterno filial. Ciertas situaciones, como
sería en nuestra cultura la de un hijo que rompe algún objeto valioso del hogar
en el transcurso de una rabieta y que los padres respondan de forma
complaciente y feliz están fuera de toda lógica en cualquier familia. Por tanto,
las conductas concretas de los padres pueden variar en sus formas pero hay
puntos de convergencia importantes entre los miembros de una misma
comunidad.
En cuanto a la satisfacción de necesidades psicológicas, la familia es
un escenario de primer orden tanto para los niños como para los adultos,
67
porque presenta innumerables situaciones de ternura, de aceptar al otro y a uno
mismo, de permitir el autodesarrollo, de compartir momentos de paz y también
bullicio, etc.
Son especialmente significativos dos ámbitos de la socialización
familiar: su función psicológica y en segundo lugar su función social, que
cumple un objetivo interno —protección psicosocial de sus miembros—, y otro
externo —acomodación a una cultura y la transmisión de la misma— (Minuchin,
1977).
En cuanto al objetivo interno, la familia es el grupo que ayuda al
desarrollo de la personalidad mediante la interrelación de sus miembros, y en
referencia al objetivo externo, la familia es el medio por el cual la sociedad
socializa a sus miembros, ya que desarrolla importantes procesos
motivacionales que apuntan al fomento de la participación e integración social
así como a la internalización de normas y valores asociados a la cultura.
La culturización hace referencia a los procesos de formación en valores
culturales por transmisión generacional. De más reciente aparición es el término
aculturación referido a la introducción de modelos diferentes a la propia cultura
mediante procesos de comunicación y relación directa con personas de otras
culturas o indirectamente, por ejemplo a través de los medios masivos de
comunicación. (Musitu, y Molpeceres, 1992).
68
CAPÍTULO II
69
CAPÍTULO II
70
ausentes, pares negativos con los cuales se identifican y cohesionan entre otras
características.
Pod emos decir, que se caracteriza por cambios drásticos y rápidos
en el desarrollo físico, mental, emocional y social, que provocan ambivalencias
y contradicciones en el proceso de búsqueda del equilibrio consigo mismo y con
la sociedad a la que éste desea incorporarse. Los adolescentes son una
«materia» moldeable y receptiva que está muy abierta a las influencias de los
modelos sociales y de los entornos de vida que frecuentan.
Algunos de estos cambios se aprecian fácilmente, otros, por el
contrario, son menos obvios (Hoffman, Paris y Hall, 1996). De este modo, junto
a los cambios fisiológicos que acompañan a la pubertad, surgen conflictos de
otra índole como intereses heterosexuales, emancipación de la familia de
origen, establecimiento de una identidad social independiente y desarrollo de
una perspectiva vital, acorde con las propias directrices.
Los cuestionamientos más comunes en este momento ponen en
evidencia la incertidumbre frente al futuro: ¿qué hacer?, ¿seguir estudiando?,
¿trabajar?, ¿realizar ambas cosas?, ¿formar una familia?, ¿irse a otro lugar
lejos de la familia?, etc.
La adolescencia pone a prueba la capacidad de adaptación de la familia
a los cambios experimentados en esta período, requiere un reajuste de los roles
de los miembros de la familia y de las relaciones que mantienen entre ellos para
que la transición que los jóvenes experimentan se resuelva satisfactoriamente.
Gran parte de estos problemas estarán centrados alrededor de la cristalización
del autoconcepto, de tal forma que suscitará en el adolescente la necesidad de
reconocerse a sí mismo como sujeto único, así como de relacionarse con otros
individuos en distintos contextos ambientales (Steinberg y Silk, 2002).
El joven atraviesa desequilibrios e inestabilidades que implican
transformaciones, tanto para el grupo familiar al que pertenece como para él
mismo. Generalmente se observa que toma modelos con fuerte valoración
social e intenta adecuar su esquema a ellos. Los medios de comunicación
tienen una incidencia relevante en este proceso. A su vez, los adultos que
71
conforman su contexto familiar y social también adhieren a esos modelos,
situación que genera enfrentamientos intergeneracionales a partir de una franca
competencia entre lo que se desea y lo que se tiene (la imagen pretendida y la
real).
La concepción de la adolescencia como una etapa conflictiva,
problemática e incluso dramática ha estado presente en la literatura, la filosofía
y la psicología durante la mayor parte del siglo pasado. No obstante,
tendríamos que remontarnos mucho tiempo atrás para encontrar las primeras
descripciones del adolescente como un individuo poco racional que agitado por
sus emociones se deja conducir ciegamente por sus instintos. Autores como
Sócrates, Aristóteles, Rousseau o Shakespeare, ya presentaron una imagen
apasionada y turbulenta del adolescente, aunque tal vez tengamos que situar
en Goethe, y concretamente con su obra Las desventuras del joven Werther, el
inicio de la concepción moderna de la adolescencia como periodo de tormenta y
drama.
Esta visión negativa se extendió más tarde a la psicología con la
etiqueta de storm and stress en el mundo anglosajón, de forma que las
primeras teorías que surgieron sobre esta etapa evolutiva destacaron los
aspectos más conflictivos y patológicos (Casco y Oliva, 2005). A finales del
siglo pasado algunos autores como John C. Coleman, utilizando datos
procedentes de las investigaciones realizadas hasta la fecha, cuestionaron
firmemente esa concepción dramática, llegando a afirmar que la psicopatología
durante esta etapa no era superior a la de otras etapas del ciclo vital.
Tradicionalmente se ha pensado que la adolescencia era un periodo
tormentoso y de tensión (Hall, 1904; Freud, 1958), un periodo agotador (Blos,
1962) y de crisis de identidad (Erikson, 1959) que estaba cargado de trastornos
emocionales, de alienación psicológica y de enfrentamiento y conflicto con los
padres (Calzada, Altamirano y Ruíz, 2001). Hoy día, no podemos afirmar que
esa imagen negativa haya desaparecido pues sigue estando presente entre la
gente de la calle, en gran parte debido a la influencia de los medios de
72
comunicación que tienden a presentar una visión muy sensacionalista de los
comportamientos que desarrollan los jóvenes.
Un factor que incide poderosamente en el adolescente conforme éste
va adquiriendo cierta identidad, es la percepción de su insignificancia dentro del
mundo social, sentimientos de alienación del individuo dentro de una sociedad
moderna, compleja y despersonalizada. La madurez física entrará en conflicto
con una inmadurez socialmente sancionada, ofreciendo fricciones que se
tornarán conflictivas, cuando el adolescente intenta hacer elecciones, dentro de
una sociedad llena de ambigüedades, elecciones y necesidades, cada vez más
numerosas, que surgen en nuestro entorno actual, en constante desarrollo y
avance tecnológico, y que en contra de facilitar nuestra existencia, convierte
nuestro mundo en un entorno más confuso y limitado, donde las elecciones y
decisiones que tenemos que tomar son múltiples. En la actualidad, se comienza
a considerar que la adolescencia es una fase adaptativa de crecimiento en la
que hay una adaptación del desarrollo, estabilidad emocional y armonía
intergeneracional (Alarcón, 2012).
Este desajuste que se produce en los años que siguen a la pubertad,
puede entenderse si tenemos en cuenta que durante este periodo de transición
tienen lugar muchos cambios físicos, psicológicos y sociales, que exigen a los
chicos y a las chicas muchos recursos y una gran capacidad adaptativa. Así,
por ejemplo, los cambios hormonales pueden acentuar las tendencias
depresivas o agresivas de algunos adolescentes. Las modificaciones de la
apariencia física son también acusadas y pueden exacerbar la timidez o la
susceptibilidad a la anorexia de ciertos jóvenes. Por otra parte, estos cambios
suelen tener lugar en un momento en los que tiene lugar un relativo alejamiento
de los padres, por lo que pueden ser menores el apoyo y la supervisión parental
que habían estado presentes durante la infancia, y, por tanto, ser mayor la
vulnerabilidad del adolescente. Cuando los cambios son muy acentuados y
escasos los recursos disponibles para hacerles frente, es probable entonces
que surjan algunas dificultades. No obstante, conviene destacar que a pesar de
que muchos adolescentes pueden experimentar dificultades y trastornos más o
73
menos importantes, no se trata de algo generalizado, ya que la mayoría de
adolescentes, transitan por esta etapa con total normalidad, sin mostrar
desajustes o desequilibrios especiales.
74
2.3 Dinámica y funcionamiento familiar durante la adolescencia
En los distintos momentos por los que transita la familia, aquel en el que
entra en la edad adolescente uno de los hijos marca un hito en la relación con
los padres y consiguientemente, en la dinámica de todos sus miembros. Los
reajustes requeridos en la dinámica y funcionamiento familiar durante este
periodo suele ir acompañados de un incremento de problemas y conflictos
familiares, pero a pesar de estas dificultades, existe cierto consenso entre los
profesionales en no considerarla como un periodo de alta tensión y estrés, sino
más bien como una etapa difícil y de transición a la vida adulta.
Hay suficiente evidencia empírica que apunta a un aumento durante la
adolescencia de la conflictividad familiar, la inestabilidad emocional y los
comportamientos de riesgo (Arnett, 1999).
Resulta paradójico que en un momento en el que aumentan la fuerza
muscular, la resistencia física, la fortaleza del sistema inmunológico y las
habilidades para razonar, la morbilidad y mortalidad aumenten entre un 200 y
un 300 por ciento con el paso de la infancia a la adolescencia. Una gran parte
de la responsabilidad de este incremento tiene que ver con problemas
relacionados con el control de las emociones y la conducta, tales como
accidentes de tránsito, suicidios, homicidios, depresión, consumo de sustancias
y trastornos de la conducta alimentaria.
En la actualidad la adolescencia es un período más prolongado por
diversas razones: por una parte, las personas maduran hoy más temprano que
hace un siglo, es decir que existe una tendencia secular en el crecimiento y la
maduración, en la que ha influido un nivel de vida más alto, sin embargo, en
tiempos de crisis económica a menudo se invierte la tendencia secular (Papalia,
1990). Otra razón es sociológica. La sociedad es cada vez más compleja,
demanda de mayor calificación, de una preparación especializada para asimilar
la introducción de los avances de la ciencia y la técnica en todos los sectores,
eso trae aparejado una dependencia económica más prolongada de los padres.
75
Es conocida la posición intermedia que ocupa el adolescente que lo
conduce a situaciones contradictorias. Unas veces es considerado como adulto
exigiéndosele responsabilidad, mientras que en otras ocasiones, se le percibe
como incapaz de tomar decisiones, limitándose su independencia. Por otra
parte, las exigencias que llegan de mano de los adultos, en función de
responder a los parámetros socialmente aceptados, configuran una situación de
fuerte presión por la que muchas veces se siente invadido. Ante esto hay una
tendencia a replegarse sobre sí mismo, y como reacción ante situaciones de
cambio; busca reconectarse con su pasado y los modos adquiridos para
funcionar en la sociedad para desde allí enfrentar el futuro, apelando a los
elementos que le brinden mayor seguridad. Estos cambios y comportamientos
dan cuenta de la búsqueda de su nueva identidad.
El adolescente transita por una nueva situación social del desarrollo.
Las demandas ya no son las mismas, se le exigirá una mayor autonomía en el
trabajo escolar, y en la familia mayor responsabilidad. Este período de cierta
ambigüedad, junto a la poca definición de lo que se espera en diferentes
situaciones, puede estar asociado a dificultades psicológicas. Así, la expectativa
de los padres de un adolescente es que sea obediente, en tanto que con sus
coetáneos, ha de manifestarse con independencia e iniciativa. Asimismo,
puede vivenciar como un conflicto el disfrutar de cierta independencia familiar y
al mismo tiempo, tener que mantenerse "atado" en otras esferas. Bandura
(1964) en sus investigaciones encontró que la calidad de la relación entre
adolescente y padre como tendencia, era buena y que la denominación de
adolescencia "tempestuosa" con frecuencia era una profecía de
autocumplimiento. Si una sociedad rotula a sus adolescentes como "teenagers"
y espera que sean rebeldes, impredecibles, desaliñados e incultos en su
comportamiento, y si tal imagen se refuerza en forma repetida a través de los
medios masivos de comunicación, dichas expectativas culturales pueden muy
bien forzar a los adolescentes a desempeñar el papel de rebeldes. En esta
forma, una falsa expectativa puede servir para instigar y mantener ciertos
76
papeles, de conducta, a la vez que se refuerza entonces la creencia
originalmente falsa.
En investigaciones realizadas sobre las expectativas de padres y
adolescentes (Ibarra, L. 1993) se refiere que los padres tienden a expectativas
demasiado altas o diferentes a las de los jóvenes. Al comparar las expectativas
mutuas entre padres y adolescentes, se ha constatado la no correspondencia
entre el modelo que cada uno posee del otro. Muestra de ello se observa en
respuestas por parte de los padres tales como: que se dejen aconsejar, que no
sean tan rebeldes, que sean obedientes, que sean más comprensivos, que
sean más cariñosos; mientras que por parte de los adolescentes encontramos
respuestas tales como: que no me reten tanto, que sean más cariñosos, que no
me obliguen a hacer cosas que no deseo, que me den más independencia, o
que nos comprendan.
Muchos adolescentes mantienen un buen clima familiar, permanecen
en el hogar paterno hasta casi edad adulta, piensan de forma similar a sus
padres, se sienten muy satisfechos de su relación con ellos (Palacios, Hidalgo y
Moreno, 1998), y el nivel de conflictos es bajo (Motrico, Fuentes y Bersabé,
2001). De este modo, los padres siguen siendo las principales fuentes de apego
y apoyo emocional (Noller, 1994).
Para Collins (1997) los conflictos padres-hijos son parte del proceso
evolutivo y tienen un rol adaptativo en el desarrollo adolescente (no constituyen
un índice de disfunción familiar como antaño). Por ello un nivel normativo de
conflicto en las familias no tiene por qué socavar la calidad de las relaciones de
apego entre padres y adolescentes cuando ocurren en un contexto de
continuidad relacional (Collins, 1997; Steinberg, 1990)
Al parecer existe relación entre la autonomía que se le concede a los
adolescentes y el vínculo con sus padres. Así en los jóvenes que respondían
sentirse independientes en comparación con edades más tempranas del
desarrollo reconocían mayor respeto por sus padres que en los hijos que no
disfrutaban de suficiente libertad. Esto nos está indicando que las normas
rígidas, los límites fijos y el no atender a los cambios que en ellos se operan,
77
genera conflicto en las relaciones interpersonales con sus progenitores, a los
que reclaman ser más flexibles y comprensivos ante sus necesidades
crecientes de independencia, en contraposición con sus padres que expresaban
inseguridad ante las posiciones que adoptaban, o admitían lo necesario de
llevar las riendas, o si fuera preciso limitar a ese adolescente capaz de pasar
por alto cualquier obstáculo que se interponga en su carrera por la vida.
Una de las dificultades mayores que entraña la relación de los padres
con los adolescentes, es la concienciación de que no pueden "controlar"
totalmente a sus hijos (menos cuando se encuentran en esta etapa). Sin
embargo, esto no significa que renuncien al desempeño de la función educativa,
por lo imprescindible que resulta para la formación de esa generación joven. A
veces, incluso sin percatarse de ello, los padres se enfrentan a los problemas
de la adolescencia de sus hijos, para los cuales, no siempre están preparados,
y piensan en ella como parte de un futuro lejano que irrumpe sin darse cuenta
que el hijo creció, que es el mismo y otro a la vez, que se les ha ido de las
manos y que virtualmente no les pertenece.
Aprender a tolerar la eventual agresividad de su hijo, el distanciamiento
afectivo aparente de los padres que lo reafirma ante el grupo, es señal de
independencia, aunque dependa económicamente de sus padres.
Acerca del control de los padres (Clausen, 1996) observó la existencia
de un límite óptimo acorde con la etapa del desarrollo de los hijos. Si en edades
tempranas del desarrollo de los niños, se acepta el poder de los progenitores
sin grandes conflictos, las transformaciones puberales y el desarrollo
psicológico que alcanzan en la adolescencia generan en el adolescente la
imagen de sí, muy cercana al modelo adulto, por tanto es menos probable que
el acatamiento de las normas se produzca sin réplicas, sin cuestionamientos de
los juicios de los adultos.
Si esta actitud de enfrentamiento al adulto lo observamos en la
adolescencia de forma más marcada, o menos descubierta como propio del
proceso del crecer y expresión de la necesidad de independencia y autonomía
propio de esta edad .Es así que suelen ser hipercríticos, juzgan severamente a
78
padres y profesores si constatan incongruencia entre las normas y valores
profesados, y la expresión comportamental que asumen los adultos.
Esto es el resultado del desarrollo intelectual que le posibilita formular
principios, juicios de sí mismos y de los demás, propios del pensamiento
operativo formal, aunque no reconozca los matices, sino los puntos extremos de
cualquier asunto y proponga diversas alternativas frente a las pautas de los
padres. Esta consideración apunta a la necesidad de imponer el poder de los
adultos de manera limitada, a que las restricciones estén asociadas a la
explicación y la comprensión, a crear un espacio para la discusión, en que
expongan libremente sus criterios, y aunque escuchen las opiniones de los
padres, requieren hallar sus propias respuestas, ser escuchadas y ser
reconocidas.
79
la influencia del contexto familiar durante la adolescencia. De ahí el interés
creciente de estudiar la influencia de la familia sobre el desarrollo personal de
los adolescentes, sobre todo en los contextos de riesgo. Sin embargo, durante
los últimos años parecen haberse debilitado tanto sus funciones que han
aparecido cuestionamientos sobre su identidad y su existencia.
Es cierto que se operan cambios en la sociedad de hoy, que
conmocionan a la institución familiar, y que originan consecuentemente,
modificaciones en su estructura, en su dinámica y en su funcionamiento.
Si se dibujaba a la familia de la modernidad como "fuertemente
endogámica centrípeta; monógama con enlaces perdurables; cuyo proyecto
vital era la procreación; con roles y funciones claramente definidas; en el que el
pasaje de la dependencia a la independencia era el más común de los
conflictos familiares, actualmente los enlaces matrimóniales son cada vez
menos perdurables; los roles y funciones son más fácilmente intercambiables y
no están tan rígidamente establecidos.
En el proyecto vital de las parejas no siempre pasa por tener
dependencia y la realización de los intereses personales prima por sobre el
mantenimiento de los lazos familiares; se da una inversión del "espejo
generacional", los adultos toman como modelo a los adolescentes; hay un
aumento del número de hogares uniparentales y unipersonales, la sobre carga
para el progenitor en custodia de los hijos y éstos que deben contener y ayudar
a los adultos; la familia de la postmodernidad es "centrífuga" el
desprendimiento, prematuro de los hijos, en especial del adolescente, que a
menudo se encuentra creciendo solo porque no quiere compartir el hogar de su
madre, o con los hijos de su padre (Sambicini, M. 1996).
Es más que conocido que la adolescencia es una etapa de cambio para
todos los integrantes de la unidad familiar. Durante estos años se observan
numerosas alteraciones en la dinámica y funcionamiento familiar; descenso en
el número de actividades compartidas y de expresiones de afecto explícito entre
padres e hijos, aumenta la conflictividad familiar, desciende la comunicación
entre padres e hijos, etc. Estos cambios principalmente son dados por la
80
incesante búsqueda de autonomía de los adolescentes y la negativa de los
padres por reajustar sus normas familiares. Este tipo de problemas son
normales en esta etapa y, a pesar de todo, los adolescentes siguen valorando a
su familia positivamente (estudio del CIS (1997); Palacios, Hidalgo y Moreno
(1998); Noller (1994); Navarro y Mateo (1993); Serrano et al. (1996).
En relación a las funciones que cumple la familia como contexto de
socialización podríamos decir que durante la adolescencia, la familia debe ir
transformándose de un sistema que protege y cuida a los hijos, a otra que los
prepara para entrar en el mundo de las responsabilidades adultas y de los
compromisos (Roldán, 1998). Es el momento en el que madre y padre tienen
que supervisar la creciente autonomía del niño/a con la esperanza de que
desarrolle su propia identidad y un buen autocontrol, pero cuidando a la vez no
limitar su curiosidad, iniciativa y competencia personal. Así, durante la
adolescencia la familia sigue ejerciendo un papel fundamental en la
construcción positiva del desarrollo del niño/a.
81
Por su parte, por estilo de vida de riesgo se entiende el conjunto de
patrones conductuales, incluyendo tanto conductas activas como pasivas, que
suponen una amenaza para el bienestar físico y psíquico, y que acarrean
directamente consecuencias negativas para la salud, o comprometen
seriamente aspectos del desarrollo del individuo.
El análisis de los estilos de vida en la adolescencia debe realizarse
teniendo en cuenta los sistemas que rodean al adolescente en desarrollo:
familia, iguales y escuela (Grossman et al., 1992; Resnick et al., 1997).
Las variables que han sido tradicionalmente estudiadas en las
investigaciones sobre estilos de vida en la adolescencia son: los hábitos
alimenticios, el ejercicio físico y el deporte, el consumo de tabaco y el consumo
de alcohol, el consumo de drogas ilegales, de medicamentos, la incidencia de
accidentes de tránsito y la edad de inicio de las relaciones sexuales. Más
recientemente se han incorporado otras variables, que apuntan más
directamente a la protección de la salud y a la prevención del riesgo, como son
la higiene dental, la prevención de embarazos y de enfermedades de
transmisión sexual, los hábitos de descanso y las actividades de tiempo libre
(Mendoza, Sagrera y Batista, 1994; Pastor, Balaguer y García-Merita, 1998).
Por último, se tiende a incorporar indicadores de competencias socio-
cognitivas, tanto individuales como relacionales, que podrían ir asociadas a los
estilos de vida adoptados en la adolescencia. Entre las primeras están, por
ejemplo, la percepción de la salud, el bienestar psíquico o la satisfacción con la
imagen corporal de los adolescentes. Entre las variables relacionales están las
percepciones de ajuste o desajuste al entorno familiar, escolar y al de los
iguales.
El estudio de los estilos de vida de la población adolescente, es una
pieza clave para apreciar el grado de aislamiento o de integración social que
éstos presentan en la esfera familiar, escolar y de los iguales, lo que repercute
directamente en su bienestar físico y psicológico. Ofrece también una
perspectiva privilegiada para entrever las competencias socio-cognitivas que
irán desarrollando en dichos entornos, y con las que han de afrontar los retos
82
de la adolescencia y construir un proyecto de vida provechoso y satisfactorio.
Aunque la mayoría de chicas y chicos atraviesan la adolescencia sin
experimentar especiales dificultades, el hecho de que se trate de una etapa en
la que tendrán que afrontar muchos cambios va a hacer que algunos
adolescentes desarrollen algunos problemas emocionales o comportamentales.
Son muchos los estudios que se han centrado en analizar cuáles son
los problemas de ajuste más predominantes en los jóvenes adolescentes, sin
embargo, entender las causas de estas dificultades no es una tarea sencilla, ya
que se trata de problemas en los que están implicados muchos factores de
riesgo, tanto individuales como familiares y sociales.
La mayoría de las problemáticas presentadas en los adolescentes se
podrían circunscribir a los problemas de conducta, refiriéndose con éste término
a aquellos comportamientos y pensamientos no habituales, o tipos de
comportamientos no esperados socialmente por los adultos (Valencia y
Andrade, 2005).
Numerosos estudios han analizado expresamente la relación entre la
calidad de las relaciones padres-hijos y la adopción del estilo de vida, al igual
que la calidad de las relaciones con los iguales y la escuela, e indican que la
influencia de la familia trasciende hacia la relación del adolescente con los
iguales. La escasa presencia física o accesibilidad de los padres y la falta de
supervisión de éstos, acompañada por una ausencia de comunicación con los
hijos en relación con las actividades de la vida diaria, se asocian a una mayor
tendencia a relacionarse con iguales conflictivos y a realizar conductas de
riesgo o de carácter antisocial (Dishion, Patterson, Stoolmiller y Skinner, 1991;
Serrano, Godás, Rodríguez y Mirón, 1996).
Desde el punto de vista empírico, en los últimos años se ha consolidado
la tendencia de agrupar los problemas de conducta de la adolescencia en dos
grandes bloques: los problemas de internalización y los problemas de
externalización (Achenbach, 1991):
Los problemas de ajuste interno se refieren a aquellos comportamientos
dirigidos al interior del sujeto en los que se incluye la ansiedad, depresión y
83
miedo excesivo, los cuales funcionan de forma inadaptada al producir daño
o malestar en uno mismo (Reynolds, 1992).
Los problemas de ajuste externo son definidos como aquellos
comportamientos dirigidos al exterior, tales como la agresión, robo y la
mentira, los cuales manifiestan una mala adaptación a la sociedad,
produciendo daños o molestia a otros (Reynolds, 1992).
Los problemas de externalización y de internalización parecen
mantener una correlación positiva entre sí mismo, de tal modo que se ha
comprobado que suelen ser aquellos chicos y chicas que tienen más problemas
de internalización, los que también presentan más problemas de
externalización, y viceversa (Achenbach, 1991; Lemos, Fidalgo, Calvo y
Menéndez, 1992a, 1999c; Sandoval, Lemos y Vallejo, 2006; Parra, 2005).
En general, los problemas de conducta, tanto los interiorizados como
los exteriorizados, aumentan con el inicio de la adolescencia (Achenbach, Bird,
Canino, Phares, Gould y Rubio-Stipex, 1990). Algunos autores han observado
un incremento progresivo en la manifestación de los problemas de conducta a
lo largo de esta etapa, no estabilizándose estos problemas hasta la adultez
(Lemos et al 1992b; Lemos, Fidalgo, Calvo y Menéndez, 1992c; Achenbach,
1991). No obstante, tenemos que decir que los últimos estudios apuntan a una
cierta estabilidad entre la adolescencia media y tardía, siendo la frecuencia de
los problemas de conducta similares en chicos y chicas de 14 y 16 años (Parra,
2005; Sánchez-Queija, 2007).
Debemos de considerar que los problemas del adolescente suelen estar
causados por múltiples factores, y aunque tenemos la tendencia a buscar una
causa concreta, como explicación del surgimiento de cualquier trastorno, no
suele haber respuestas sencillas y basadas en un único factor. La mayoría de
los problemas de ajuste que presentan los adolescentes, son el resultado de la
combinación de una serie de factores individuales y contextuales. Así, explicar
la anorexia a partir de la presión cultural para que las chicas estén delgadas es
una explicación incompleta, y serán necesarios otros factores adicionales. Lo
84
mismo podríamos decir del efecto de un temperamento irascible, sobre el
desarrollo de comportamientos antisociales.
Tal y como apuntan el modelo sistémico biopsicosocial, existe una red
de influencias que se combinan, para dar como resultado una alteración
emocional o conductual. Algunas de estas influencias se sitúan en el sujeto, y
pueden abarcar desde factores genéticos a otros relativos a sus emociones y
pensamientos. Otras están en el contexto del adolescente: la familia, la escuela,
el grupo de iguales, e incluso el marco cultural de una determinada sociedad,
pueden contribuir de forma combinada.
No obstante, los mismos factores no afectan de la misma forma a todos
los sujetos. Así, mientras que un adolescente puede desarrollar síntomas
depresivos como resultado de una combinación de influencias estresantes, otro
saldrá más o menos indemne de esa situación. Determinados factores
biológicos presentes en el primer caso y ausentes en el segundo pueden
marcar los diferentes resultados sobre el ajuste emocional del adolescente, al
igual que factores contextuales, como el apoyo social, también pueden proteger
al adolescente de los efectos emocionales del estrés. A su vez, las influencias
pueden interactuar entre sí e influirse mutuamente, siendo ésta una de las
características principales de los modelos sistémicos, que sirve para explicar el
desarrollo de muchas conductas problemas.
Por ejemplo, si en el surgimiento de la conducta agresiva están
implicados tanto factores biológicos como familiares, es muy probable que en
algunos momentos estos factores se hayan influido mutuamente. Así, un niño
con un temperamento difícil y con un alto nivel de actividad, puede generar en
sus padres mucho estrés, que les llevará a mostrar hacia el niño un estilo muy
coercitivo y autoritario con el uso de castigos físicos, lo que a su vez podrá
influir en el surgimiento de comportamientos agresivos del niño hacia los
iguales. También es necesario considerar que muchas conductas problemas
pueden darse conjuntamente. Las razones de esta co-morbilidad tienen que ver
con el hecho de los factores de riesgo implicados en el surgimiento de alguna
conducta problema, como el consumo abusivo de sustancias, pueden también
85
contribuir al desarrollo de otros desajustes comportamentales, como las
conductas sexuales de riesgo, las conductas suicidas y la delincuencia juvenil.
También es necesario destacar que las conductas problemáticas suelen
presentarse en un continuo. La mayoría de los problemas estudiados no suelen
ser un asunto de todo o nada, ya que suelen ser comportamientos, que se
presentan en mayor o menor grado en muchos chicos y chicas sin que lleguen
a constituir un problema. Por ejemplo, aunque sólo algunos adolescentes llegan
a desarrollar un trastorno depresivo, son muchos los que en algún momento
experimentan ciertos sentimientos de tristeza que les conducen a un
aislamiento pasajero de actividades y amistades. Lo mismo podríamos decir
con respecto al consumo abusivo de sustancias, que puede abarcar desde el
sujeto que prueba el alcohol sólo esporádicamente y de forma experimental,
hasta el consumo frecuente y adictivo de diversas sustancias. Esta
circunstancia supone que en muchos casos, habrá que decidir, a partir de qué
grado un determinado comportamiento puede ser considerado problemático, lo
que en muchas ocasiones no es una tarea fácil. Los conocimientos científicos
disponibles en un determinado momento, pueden influir en las decisiones
acerca de la línea que separa lo aceptable de lo problemático, pero más peso
tendrán aún los valores familiares y culturales.
Concretamente, son los problemas de ajuste externo los que suelen
aumentar más durante esta etapa. Además, este incremento se observa sin
diferenciación de sexo, es decir, aumenta tanto en los chicos como en las
chicas al inicio de la adolescencia (Abad, Forns y Gómez, 2002; Sandoval et al.,
2006).
En este sentido, los adolescentes, en comparación con los niños y
adultos se implican con más probabilidad en comportamientos temerarios,
ilegales y antisociales. En concreto, la adolescencia inicial y media, son los
periodos donde más elevada es la prevalencia de variedad en conductas de
riesgo, como, por ejemplo, conductas delictivas, consumo de tóxicos o conducta
sexual de riesgo. Diferentes estudios evidencian como en este periodo aumenta
la probabilidad de consumir tabaco, alcohol (Vitaro, Beaumont, Maliantovitch,
86
Tremblay y Pelletier, 1997; Martínez, Fuertes, Ramos y Hernández, 2003) y
otras drogas (Martínez et al., 2003); al mismo tiempo que aumentan los
comportamientos delictivos, la agresividad verbal y los comportamientos
antisociales (Sandoval et al., 2006). No obstante, un mayor apoyo percibido de
la familia se asocia a un menor consumo de tabaco, alcohol (Martínez y Robles,
2001; Pons y Berjano, 1997) y drogas en el/la adolescente, incluso cuando su
grupo de iguales presenta un consumo extremo (Frauenglass, Routh, Pantin y
Mason, 1997), pero determinados ambientes familiares pueden favorecer las
conductas de riesgo en los adolescentes. Así, la existencia de normas explícitas
en la familia que prohíben sólo el uso de drogas ilegales predice un mayor
riesgo de consumo de alcohol y tabaco. Probablemente, los hijos
entienden que las drogas legales son menos peligrosas o menos dañinas para
la salud al no ser expresamente rechazadas por los padres (Muñoz-Rivas y
Graña, 2001).
En conjunto, las evidencias empíricas ponen de manifiesto que los
problemas de externalización aumentan de forma considerable al inicio de la
adolescencia, sin embargo estas conductas suelen permanecer constantes
entre la adolescencia media y tardía, si el joven no ha presentado graves
problemas en el desarrollo de su identidad personal. Se debe tener en cuenta la
influencia de factores externos relacionados con las condiciones de vida
(vivienda, alimentación, posibilidad de recreación, etc.) sobre la autoestima, en
tanto la condicionan fuertemente.
La dificultad para comunicarse con los padres se incrementa con la
edad. A medida que van creciendo, pasan más tiempo con los amigos, aunque
en los inicios de la adolescencia dicho tiempo se asocia a una buena capacidad
para comunicarse con amigos, mientras que en la adolescencia media y tardía
se asocia al consumo de alcohol y tabaco.
En cuanto a la satisfacción con la escuela, suele disminuir con la edad y
es menor en los chicos que en las chicas. Los estudiantes que no se implican
con la vida escolar y se sienten menos apoyados por sus profesores, son los
que tienen menor bienestar físico y psicológico y tienden al consumo de tabaco
87
y alcohol. Los resultados parecen indicar que, a medida que avanza la
adolescencia, se produce un deterioro del estilo de vida saludable y un
empeoramiento de las relaciones con la familia y con la escuela.
En relación con los problemas de ajuste interno, durante la
adolescencia, los chicos y chicas tienden a ser más inestables emocionalmente
que en otras edades. Cabe destacar la pertinencia de aquellas actividades que
promuevan la creatividad, afectividad, y la internalización de órdenes,
prohibiciones, elogios y castigos, a partir de la mirada de los adolescentes
respecto de la autoridad de los padres, lo cual estaría ligado esto último con los
estilos parentales adoptados por los progenitores en esta etapa.
88
CAPÍTULO III
89
CAPÍTULO III
90
demandas que los padres ejercen sobre sus hijos para que alcancen
determinados objetivos y metas; b) el afecto o sensibilidad y calidez: grado de
sensibilidad y capacidad de respuesta de los padres ante las necesidades de
los hijos, sobre todo, de naturaleza emocional.
Según estos autores, de la combinación de las dimensiones
mencionadas y de su grado, se obtienen cuatro estilos educativos paternos:
estilo autoritario-recíproco autoritario-represivo, permisivo-indulgente y
permisivo-negligente. El estilo permisivo que Baumrind había descrito fue
dividido por MacCoby y Martin en dos estilos nuevos, al observar que la
permisividad presentaba dos formas muy diferentes: el estilo permisivo-
indulgente y el permisivo-negligente, este último desconocido en el modelo de
Diana Baumrind y que se asocia a un tipo de maltrato.
Tal y como señala Esteve (2005) los méritos del trabajo de Maccoby y
Martín consistieron en: (1) Haber reinterpretado las dimensiones propuestas por
Diana Baumrind (1971a) que al cruzarlas ortogonalmente, del mismo modo que
hizo años atrás Becker (1964) con las dimensiones restricción-permisividad, y
calor afectivo-hostilidad, obtienen cuatro estilos educativos paternos. (2) Haber
ampliado el significado del concepto responsividad, empleado por primera vez
por Ainsworth y Bell (1971), con un enfoque marcadamente conductista, para
referirse a la contingencia u ocurrencia de respuestas maternas a las señales
de los hijos. Con Maccoby y Martin, este concepto tiene implícita la disposición
paterna a la respuesta a las señales lanzadas por los hijos, pero también se
tiene en cuenta la reciprocidad de influencias, la comunicación abierta y
bidireccional y el afecto e implicación paterna. (3) Haber desdoblado el estilo
permisivo de Baumrind en los estilos indulgente y negligente. De este modo,
aunque los dos primeros estilos propuestos (autoritativo y autoritario) son
definidos de manera similar a como los hizo Baumrind, los dos últimos
resultaron de la división del estilo educativo permisivo propuesto inicialmente
por este mismo autor: el estilo indulgente e negligente. Maccoby y Martín
definieron a los padres indulgentes como a aquellos que presentaban
adecuados niveles de responsividad pero que ejercían poco control sobre el
91
comportamiento de sus hijos, mientras que se refirió a los padres negligentes,
como a aquellos que se mostraban totalmente indiferentes al comportamiento
de sus hijos, presentando bajos niveles en ambas dimensiones.
92
Compulsión afectiva (excesivo cuidado y excesiva protección), Control sin
afecto (sobreprotección y escaso cuidado) y Negligente o descuidado (bajo
cuidado y baja protección).
También existen modelos que propugnan la existencia de tres
dimensiones como el de Panenka (1990) - control paterno, aceptación paterna y
autonomía del hijo-, o el de Schwartz, Barton-Henry y Pruzinsky (1985) -
aceptación, control firme y control psicológico –.
No obstante y en líneas generales, los modelos explicativos basados en
las dos dimensiones utilizadas por Maccoby y Martin (1983) son los que mayor
impacto e importancia han adquirido para el análisis del estilo de los estilos de
educación parental. De este modo, existe una gran coincidencia en la
identificación de dos fuentes principales de variabilidad en la conducta parental
(Musitu, Moliner, García, Molpeceres, Lila, y Benedito, 1994): el apoyo-
implicación-aceptación (apego, aceptación, amor, etc.) y el control-severidad-
imposición (disciplina, castigo, privación, control, supervisión etc.).
Al suponer que estas dos dimensiones son independientes y
ortogonales, en el sentido de que la medida de una no está relacionada con la
de la otra, se pueden caracterizar cuatro estilos parentales de socialización: el
autorizativo, con alta aceptación / implicación y alta coerción / imposición; el
permisivo, con alta aceptación / implicación y baja coerción / imposición; el
autoritario, con baja aceptación / implicación y alta coerción / imposición; y el
negligente, con baja aceptación / implicación y coerción / imposición (Lamborn
et al., 1991; Steinberg et al., 1994).
Por lo tanto y a pesar de las diferentes denominaciones que han
recibido las dimensiones de los estilos de socialización parental, en la
actualidad existe cierto consenso entre los investigadores, en considerar dos
dimensiones fundamentales en las prácticas de educación infantil y
adolescente: aceptación/apoyo parental y supervisión/control parental.
Desde este enfoque se analiza al proceso de socialización parental,
como el estudio de un conjunto de elementos o dimensiones independientes
entre sí. De este modo, aunque la denominación de los ejes varía entre los
93
distintos autores, existe una importante coincidencia en aceptar que los estilos
parentales se explican mediante un modelo bidimensional cuyos componentes
podríamos denominar genéricamente como Aceptación/Implicación y
Severidad/ Imposición (Barber, Chadwick y Oerter, 1992; Barnes y Farrell,
1992; Foxcroft y Lowe, 1991; Lamborn, Mounts, Steinberg y Dornbusch, 1991;
Paulson y Sputa, 1996; Shucksmith, Hendry y Gelendinning, 1995; Smetana,
1995; y Steinberg et al., 1994).
Presentamos en la tabla siguiente la trayectoria histórica que han
seguido los estudios encaminados a la identificación de dichas dimensiones.
AUTORES NOMBRES DE DIMENSIONES
Symonds (1939) Aceptación / Rechazo
Dominio / Sumisión
94
Schwarts, Barton-Henry y Aceptación.
Pruzinski (1985) Control firme/Control psicológico
95
de comportamiento social (García Ferrando et al., 1998). Estas pautas de
comportamiento son un indicador de nuestra integración social y nos
diferencian de los demás, puesto que, como indica Bordieu (1997: 18), "el
espacio social se construye de tal forma que los agentes o grupos se
distribuyen en él, en función de su posición en las distribuciones estadísticas
según los dos principios de diferenciación que, en las sociedades
avanzadas, son los más eficientes, el capital económico y el capital cultural".
Mediante el proceso de socialización se consiguen, al menos, tres
objetivos generales de gran importancia, tanto para el niño socializado como
para la sociedad que le culturiza (Musitu y García, 2001):
1. El control del impulso, incluyendo el desarrollo de una conciencia.
El control del impulso y la capacidad para la autorregulación se establece en
la infancia, normalmente a través de la socialización por los padres y otros
adultos, hermanos e iguales (Gottfredson y Hirschi, 1990 y Wilson y
Herrnstein, 1985). Todos los niños deben aprender que no pueden tomar
todo lo que encuentran atractivo, o de lo contrario sufrirán las consecuencias
sociales o físicas de los demás.
Al considerar que el proceso de socialización se inicia con el
nacimiento, Wrong (1994) observó que todos los seres humanos llegan a un
equilibrio entre los impulsos egoístas y las normas sociales interiorizadas,
estableciendo límites para actuar directamente sobre esos impulsos. Sea la
socialización tolerante o restrictiva, todos los niños deben aprender cómo
controlar sus impulsos y retrasar la gratificación en el tiempo de algún modo.
Aunque el control del impulso se establece en la infancia, también se
requiere en el período adulto, puesto que se espera que los adultos
controlen sus impulsos y los expresen solamente con formas que sean
socialmente aprobadas. El bajo autocontrol se relaciona con problemas en el
adolescente, joven y adulto en áreas que incluyen las relaciones sociales, la
estabilidad, el éxito ocupacional e, incluso, la conducta criminal (Gottfredson
y Hirschi, 1990).
2. Un segundo objetivo de la socialización es la preparación para la
ejecución de roles, incluyendo roles ocupacionales, roles de género y roles
en las instituciones, tales como el matrimonio y la paternidad.
96
El proceso de aprender y ejecutar roles sociales tiene numerosos
aspectos y continúa a través del desarrollo vital. Para los niños significa el
aprendizaje de roles en la familia, roles relacionados con el género, roles en
el juego con los iguales y roles en la escuela. Para los adolescentes
representa el aprendizaje de roles en las relaciones heterosexuales y
experimentar una preparación más intensiva para el rol de adulto. Para los
adultos simboliza la preparación y ejecución de roles en el matrimonio y la
paternidad, así como también en el trabajo, y otros roles que pueden surgir
en el curso del desarrollo del adulto, tales como abuelo, persona divorciada,
retirada o persona mayor (Bush y Simmons, 1981).
Los roles también pueden fundamentarse en la clase social, en la
pertenencia a una casta o sobre identidades raciales o étnicas.
3. El cultivo de fuentes de significado –es decir, lo que es importante,
lo que tiene que ser valorado, por qué y para qué se tiene que vivir-. El tercer
objetivo de la socialización, el desarrollo de fuentes de significado, con
frecuencia incluye creencias religiosas que generalmente explican el origen
de la vida humana, las razones del sufrimiento, lo que nos sucede cuando
morimos y el significado de la vida humana a la luz de la mortalidad. Otras
fuentes de significado comunes a varias culturas incluyen las relaciones
familiares, los vínculos a un grupo comunitario, étnico, racial o a una nación
y el logro individual.
Las fuentes de significado también incluyen las normas que se
enseñan y aprenden en los procesos de socialización. Es decir, las personas
aprenden a través de los procesos de socialización no sólo lo que son las
normas de la vida social, sino a asumir esas normas como si fuesen
adecuadas, correctas y venerables -en suma, significativas-.
97
preestablecidas. Realizando un estudio sobre dicho concepto, Ochaíta
(1995) describe cuatro variables en la educación de los hijos:
- Grado de control que los padres ejercen sobre los hijos/as para inculcar
normas, valores y actitudes; control que se ejerce mediante la afirmación de
poder, castigos, amenazas, retirada de afecto e inducción.
- Comunicación padres/hijos, es decir la participación de los hijos en la toma
de decisiones o la explicación de los padres/madres en relación con sus
normas y decisiones.
- Exigencia de madurez que puede ser inferior o superior a las posibilidades
de los hijos.
98
estándares, el hijo reconoce esta autoridad en sus padres y ajusta su
conducta a lo que éstos consideran como correcto e incorrecto. Sin
embargo, a medida que los hijos entran en la adolescencia, las relaciones
familiares se transforman y es necesario pasar de la autoridad unilateral
paterna a la comunicación cooperativa con el hijo, en el curso de una
adolescencia probablemente vulnerable.
99
En una investigación realizada por Musitu y Gutiérrez (1984) se
concluye que; la interacción paterno filial basada en el apoyo — afectividad,
razonamiento, recompensa—, tiene gran incidencia en la autoestima del hijo,
en su capacidad para adaptarse a diferentes situaciones, en su capacidad
creativa y en su comportamiento. Sin embargo la relación de apoyo aparece
en forma bidireccional y recíproca (Felson y Zielinsky, 1989; Coloma, 1994)
constatándose que los hijos con alta autoestima tienen más probabilidades
de conceder importancia a las conductas de apoyo de sus padres y menos
probabilidad de ser influenciados por las conductas de rechazo (Musitu,
1995a) afectando, por consiguiente, la autoestima y el comportamiento del
padre y/o de los otros significativos del ámbito familiar.
100
solucionado. De este modo, cuando el conflicto se resuelve de forma
constructiva, puede ser una vía para que los hijos aprendan a escuchar, a
negociar, a tomar en consideración e integrar diversos puntos de vista y, en
definitiva, a solucionar los problemas interpersonales eficientemente; por el
contrario, cuando el conflicto familiar es destructivo, hostil, incoherente y con
una escalada de intensidad, los hijos se sienten abandonados, evitan la
interacción con los padres y pueden surgir problemas de ajuste emocional y
comportamental importantes.
101
Incidencia del Estilo Educativo Democrático y/o Autorizativo
103
conducta y control de
impulsos.
Responsividad social
En Lila, Van Aken, Musitu y Buelga, 2006: Alto nivel de ajuste personal
Basado en Steinberg, Mounts, Lamborn y y Madurez psicosocial
Dornbuch, 1991; Steinberg, Elmen y Mounts, Competencia psicosocial
1989; Noller y Callan, 1991; Dornbuschm, Ritter, Alta autoestima
Leiderman, Roberts y Fraleigh, 1987; Lila et al., Éxito académico
2006 Iniciativa en la toma
decisiones y planes de
actuación efectivos
Interiorizan las normas y
valores de sus padres
104
autonomía y de valores
prosociales
Infelices
Reservados y desconfiados
105
Hoffman, 1975; Parker, Barret y Hickie, 1992; razonamiento moral
Baumrind y Black, 1967; Gelsman, Emmelkamp Dificultades en la expresión
y Arrindell, 1990; Norman, 1995; ; Schimidt, Tiller del afecto
y Treasure, 1993; Parker, Jonson y Hayward , Pocas habilidades sociales:
1988. Retraimiento, falta de
iniciativa y espontaneidad
Trastornos ansiosos y
depresivos
Trastornos alimentarios
relacionados con la bulimia
nerviosa
Peor evolución en
esquizofrenia y anorexia
nerviosa
106
Más probable que tengan
problemas de autonomía
107
En Castro, 2005: Conducta inmadura
Basado en Olweus, 1980 Falta de autocontrol
Falta de independencia y
responsabilidad
108
En Menéndez, 2003: Escasas habilidades
Basado en Berk, 1997; Ceballos y Rodrigo, 1998; sociales y bajo
Palacios, 1999; Parke y Buriel, 1998; Rubin y autocontrol
Burgués, 2002; Schaffer, 1996 Poca capacidad de
planificación y de trabajo
Baja autoestima
Estrés psicológico
Problemas de conducta
Frecuente uso de drogas
Bajo rendimiento escolar
109
prematuras.
No trabajan con
recompensas a corto
plazo
Historial delictivo
Agresividad y conductas
disruptivas
110
Tienen un buen ajuste psicosocial y una adecuada
autoconfianza
Tienen un elevado autoconcepto familiar y académico
111
plenamente las normas sociales, lo que permite que su competencia sea
máxima en culturas muy competitivas como, por ejemplo, la norteamericana.
No obstante debemos de señalar que existen marcadas diferencias
culturales en los efectos del estilo autorizativo. Así, en una cultura altamente
competitiva como la norteamericana, los hijos autorizativos suelen presentar
mejor competencia social, desarrollo social, autoconcepto y salud mental
(Baumrind, 1967a, 1971a; Maccoby y Martin, 1983; Dornbusch, Ritter,
Liederman, Roberts y Fraleigh, 1987). Por otra parte, también presentan
mejor logro académico, son realistas, felices y competentes, presentan mejor
desarrollo psicosocial, menos problemas de conducta y menos síntomas
psicopatológicos (Dornbusch, et col., 1987; Steinberg, Mounts, Lamborn y
Dornbusch, 1991). Por otra parte, el estilo autorizativo se relaciona
positivamente con una alta autoestima, aceptabilidad social y logro
académico (Elings 1988; Estrada, Arsenio, Hess y Holloway, 1987; Bradley,
et al., 1988).
112
la norma, sus padres no les imponen sanciones sino que les razonan sobre
cuál o cuáles serían las conductas adecuadas y por qué.
El estilo autoritario, caracterizado por una baja aceptación /
implicación y una alta Severidad / imposición, provoca que los hijos
muestren un mayor resentimiento hacia sus padres y un menor
autoconcepto familiar debido a que la Aceptación/ Implicación no es lo
suficientemente fuerte como para amortiguar sus efectos negativos. Este
estilo no permite que adquieran la responsabilidad suficiente para obtener
buenos resultados académicos, ni internalizar las normas y comportamientos
sociales ya que la obediencia se produce por efecto del miedo, por lo que
obedecen más a las fuentes de autoridad que a la razón. El alto grado de
Severidad / Imposición junto con una baja Aceptación/ Implicación generan,
al actuar conjuntamente, un clima familiar en el que la aceptación de las
normas es externa –se aceptan por la fuerza de una autoridad– y no interna
–no hay internalización de las normas familiares. Estos hijos tienen la
necesidad de encontrar refuerzos positivos inmediatos y por ello sus valores
son hedonistas habiendo aprendido a obedecer a las fuentes de autoridad y
poder más que a las de la razón.
El estilo negligente, caracterizado por una baja aceptación /
implicación y baja Severidad / imposición, hace que los hijos sean más
testarudos, se impliquen con frecuencia en discusiones, mientan más
frecuentemente, actúen impulsivamente, sean ofensivos y crueles con los
demás, con los animales y con las cosas y mienten y engañan con más
facilidad que los hijos educados con los otros estilos parentales. Este estilo,
cuando es predominante en la familia, puede tener efectos negativos en la
conducta de los hijos.
Los hijos criados bajo este estilo suelen ser más agresivos y se
implican con mayor frecuencia en actos delictivos, tienen más problemas con
el alcohol y otras drogas que adolescentes educados en los otros tres
modelos de scialización anteriores. Tienen una pobre orientación al trabajo y
a la actividad escolar. Estos problemas conductuales son mencionados con
frecuencia como ―comportamientos hacia fuera, que describen cómo el
hijo/a está actuando inapropiadamente hacia otras personas y cosas. Pero
113
los hijos también pueden sufrir interiormente los efectos de este estilo de
socialización y ―actuar hacia dentro.
Debido a su naturaleza invisible, los efectos emocionales y
psicológicos en los hijos pueden ser más devastadores que los efectos
visibles del comportamiento hacia fuera.
Las consecuencias emocionales y mentales invisibles incluyen
miedos de abandono, falta de confianza en los otros, pensamientos suicidas,
pobre autoestima, miedos irracionales, ansiedad y pobres habilidades
sociales (Huxley, 1999; Steinberg et al., 1994). También presentan una
pobre implicación académica y problemas de conducta (Huxley, 1999), y no
tienen inhibiciones ante figuras de autoridad (Steinberg et col, 1994; Llinares,
1998).
Los adolescentes de hogares negligentes con frecuencia tienen las
puntuaciones más bajas en la mayoría de los índices de ajuste y desarrollo
psicosocial, logro escolar, distrés internalizado y problemas de conducta. En
el caso de los adolescentes educados negligentemente, en clara desventaja
tanto psicológica como conductual, es donde se perciben las evidencias más
claras del impacto de la paternidad en el ajuste durante la adolescencia. El
modelo general sugiere un grupo de jóvenes con una trayectoria
descendente y problemática caracterizada por una pobre implicación
académica y por problemas de conducta (Huxley, 1999). No obstante, como
sobre ellos no se ha ejercido ninguna imposición, ni tan siquiera de orden
verbal, no tienen miedos ni inhibiciones sociales hacia las figuras de
autoridad (Steinberg et al., 1994; Llinares, 1998).
114
De acuerdo con Abril, Prats, Ruiz y Arolas (2005), la manifestación
de conductas violentas y antisociales en el adolescente se consideran como
resultado del fracaso en la actividad socializadora de la familia. En ese
sentido, la teoría del apoyo social señala que la actividad delictiva es
producto de la ausencia de control parental, o bien de la ausencia del tipo
adecuado de control en el que la supervisión parental es deficiente y el
proceso de transmisión devalores a los hijos no es exitoso (Garrido, 2001).
En las familias con niños infractores una característica común, es
que no existe un control efectivo con el éste, porque la autoridad parental ha
sido debilitada. Esta misma realidad también se ha planteado cuando no
existe una figura paterna, o porque si existe es una figura transitoria o
periférica que se relega de la crianza y formación de los hijos y cede esta
responsabilidad exclusivamente a la madre (Fishman, 1995).
En otros estudios (Minuchin, 1999) se ha observado que el control
de los progenitores depende de su presencia, para recordar que las reglas
se deben asumir. De esta manera, se va aprendiendo que en un contexto
hay determinadas reglas, que sin embargo no rigen en otros contextos. En
esta organización los padres producen de manera frecuente respuestas
controladoras, que a menudo son ineficaces. Esto es observado cuando el
padre da en varias oportunidades una indicación y el hijo no obedece.
Después de determinadas demandas controladoras se produce la respuesta
del hijo. Luego de presentarse estas secuencias de demanda y respuesta,
por parte de padres e hijos, se puede decir que las pautas de comunicación
tienden a ser caóticas en estas familias.
Otro patrón de autoridad parental debilitada la conforma el ejercicio
ineficaz, debido a que existe una pauta crónica de desacuerdo entre los
padres que los vuelve ineficaces. Generalmente uno de los progenitores está
en exceso involucrado con el hijo infractor, por lo que aún estando presentes
en el hogar no logran ponerse de acuerdo sobre la manera en que regirán el
comportamiento del hijo. Este desacuerdo también se puede presentar entre
un progenitor y un abuelo (Fishman, 1994,1995). Al respecto, desde esta
premisa se señala que la esencia de la conducta infractora no radica tanto
en el hecho mismo de quebrantar las reglas, sino en el hecho de que no
existe un cuestionamiento por parte del medio que repruebe esa conducta.
115
Es decir, no se desarrolla la conciencia del joven. Es precisamente ese
desarrollo de la conciencia lo que funciona como preámbulo de una actitud
de control en el individuo. Y como se refiere anteriormente, el control y la
conciencia se desarrollan en el ámbito familiar. En las investigaciones de
Sierra y Romero (2005), acerca de los factores de riesgo en la personalidad
antisocial del adolescente, encontraron que tanto la impulsividad, y la
búsqueda de sensaciones son buenas predictoras de la conducta antisocial
y, en ellas, entran estructuras como la familia, la escuela y los iguales, cuya
función puede ser la de facilitador de condiciones de riesgo. En el mismo
sentido, las aportaciones de Gordon, Lahey, Hawai, Loeber y otros (2004)
refieren que en efecto los adolescentes que deciden pertenecer a una
pandilla y cometer actos delictivos tienen mayor predisposición –antes de
entrar- a actos delictivos, que aquellos que no se unen a pandillas. De esta
forma, la venta de drogas, el usode drogas, la conducta violenta y el
vandalismo se incrementarán al momento de ingresar a una pandilla.
Se ha identificado, de igual forma, que las familias de los jóvenes
delincuentes, en efecto, tienen una deficiente o nula comunicación entre sus
miembros, ejercen el control negativo con frecuencia, los chicos carecen de
supervisión parental, existe un mínimo apoyo entre todos sus miembros, la
mayoría tienen un bajo nivel cultural y socioeconómico y son familias con
muchos hijos (Borum, 2000, Farrington, 2000, Fernández Ríos y Rodríguez,
2002; Kazdin y Buela-Casal, 1997, Rodríguez, 2002, Rutter, Giller y Hagell,
1998). Sin embargo, como ya se mencionó, la incorporación del niño en los
hechos delictivos no sólo tiene que ver con las características familiares
señaladas, pues son de resaltar los grupos de aprendizaje primarios
delictivos, como pueden ser los hermanos o los pares (Fishman, 1995,
Garrido, Stangeland y Redondo, 1999, López Latorre, Garrido, Rodríguez y
Paíno, 2002, Rodríguez, 2002). En ese mismo sentido, los trabajos de
Gordon, Lahey, Hawai, Loeber y otros (2004) han demostrado que la
socialización del menor con grupos de iguales involucrados en actividades
delictivas, o con pandillas, conlleva a que el niño se involucre también en
vandalismo y conducta violenta.
Conforme con Sipos (2003), en las familias de jóvenes delincuentes
predomina la ausencia de supervisión y de pautas educativas, además de
116
que son familias numerosas y desorganizadas, lo que facilita que los
adolescentes se asocien con facilidad con otros delincuentes violentos. En
su investigación sobre el ajuste de los adolescentes, Jacobson y Crockett
(2000) constatan que la supervisión parental directa y el monitoreo a través
de otras personas –en el caso de las madres que trabajan tiempo completo-
son elementos importantes en el sostenimiento de un ajuste adecuado de los
adolescentes. Confirman que el alto ‘monitoreo’ parental está asociado con
un desempeño académico más elevado, menor delincuencia y menor
actividad sexual en los jóvenes.
La conducta antisocial de los padres puede adquirir una condición de
continuidad intergeneracional. Así lo demuestran los resultados de Smith y
Farrington (2004), quienes refieren que los niños (varones) con conducta
antisocial han tenido padres con conducta antisocial, y en la edad adulta –
esos mismos niños- han sostenido un emparejamiento con parejas
igualmente antisociales, con lo que con sus estilo parentales generan, a su
vez, hijos antisociales, con lo cual ellos demuestran una continuidad tanto en
los estilo parentales como en este tipo de conducta antisocial. En la misma
población de estudio vieron como una constante la presencia de conflictos
en la pareja y unestilo parental autoritario.
Se puede afirmar, sin embargo, que la conducta violenta y delictiva
se puede generar si se combinan a la vez una serie de variables, como son:
el fracaso escolar, aunado con el uso episódico de alcohol y drogas y con la
‘capacidad de contención familiar’. El estudio realizado por Juárez, Villatoro,
Gutiérrez, Fleiz y otros (2005), acerca de la conducta antisocial en
estudiantes del Distrito Federal, confirmaron que además de la marginación
y la pobreza como facilitadores de la conducta antisocial, se encuentra la
falta de supervisión parental en las familias de los jóvenes de todos los
niveles socioeconómicos.
Fishman (1994:213), a su vez, entiende la delincuencia como la
capacidad de un sujeto de evitar la responsabilidad y dejar impotentes a
diversas personas en cada contexto, manteniéndolas desinformadas de lo
que sucede en los otros. El delincuente experto mantiene los límites
intercontextuales a fin de poder engañar a la gente en todos los contextos.
Es por esto, que el éxito de la socialización radica en que el niño asuma los
117
límites, normas y valores no sólo en casa, sino en todos los ámbitos en los
que se desarrolla.
118
CAPÍTULO IV
119
CAPÍTULO IV
120
implicaran la derogación de la mencionada ley y la implementación de la Ley
de Protección Integral de los derechos de niñas, niños y adolescentes.
121
Integral, con sanción de la ley 26061, a fines del año 2005. Con el término
Doctrina de la Protección Integral de los Derechos de la Infancia se hace
referencia al conjunto de instrumentos jurídicos de carácter internacional que
brindan los lineamientos generales sobre derechos de la infancia y que
implican un salto cualitativo fundamental en la consideración social de la
niñez y la adolescencia.
122
con pena privativa de la libertad que no exceda de dos años, con multa o
con inhabilitación”.
123
origen nacional o social, posición económica o nacimiento, tanto por parte
de su familia como de la sociedad y del Estado. (P.I.D.C.P, art. 24).
124
Las formas de la delincuencia son variadas y han ido cambiando en
gran medida según los periodos de la historia y los tipos de sociedad. El
delito como conducta jurídica, penalmente prohibida, es de carácter
contingente, es decir, que cada sociedad presenta los delitos que, como
producto histórico produce, y que van evolucionando en cantidad y calidad a
través del tiempo. Los países occidentales tienen actualmente formas
comunes de delincuencia, tanto en su frecuencia como en el tipo de
infracciones ( García, Pelegrina y Lendínez, 2002).
La delincuencia es sufrida por la sociedad más intensamente, pues
transgrede normas importantes basadas en leyes. Ahora bien, no todas las
leyes son justas ni se basan en el deseo o el consenso del conjunto de la
población, y algunas acciones, aunque técnicamente ilegales, son
aceptables dentro de las normas populares, incluso, algunas leyes siguen
vigentes mucho después de que hayan dejado de ser útiles.
Si bien el concepto de delito natural fue introducido por Garófalo,
siendo una definición sencilla de delito natural la siguiente - acciones y
omisiones penadas por la ley y contrarias al Derecho Natural-, bajo la
perspectiva legal, el delito es algo circunstancial y relativo, pues los delitos
en las sociedades, al igual que las costumbres, cambian en el tiempo, y lo
que supone un hecho delictivo en una sociedad, no lo es en otra; o lo que
hoy es delito, tal vez mañana no lo sea o viceversa.
La delincuencia, como fenómeno de naturaleza social que es, sólo
puede ser explicada en toda su complejidad y extensión apelando a causas
sociales y no a causas biológicas o psicológicas. De este modo, y aunque la
delincuencia ha sido estudiada desde distintas perspectivas (psicológica,
legal y sociológica), para la mayoría de los sociólogos y criminólogos, es un
fenómeno social que está estrechamente ligado a la sociedad. Es decir, que
a pesar de ser un fenómeno multicausal el énfasis está puesto en lo social.
Al referirnos al periodo de la adolescencia y aunque muchos autores
utilizan el término de delincuencia juvenil, siguiendo a Rutter, Giller y Hagel
(1998) al hablar de conducta antisocial nos referirnos a uno de los problemas
propios de los adolescentes que generan una mayor preocupación social.
La delincuencia juvenil es una categoría legal referida a aquellos
sujetos de edades comprendidas entre los 16 y 17 años que hayan cometido
125
una o más acciones punibles, definidas como tales en el código penal, por
tanto, requiere de la comisión de un delito. En cambio, la conducta antisocial
comprende las acciones lesivas y dañinas para la sociedad, que infringen
reglas y expectativas sociales, con independencia de que constituyan un
delito, por ejemplo, vandalismo, hurtos, agresiones, etc. Si bien puede darse
un solapamiento entre ambos términos, en algunos casos los
comportamientos antisociales no constituirán un delito, bien por su baja
intensidad, o bien porque hayan sido cometidos por un niño o niña de menos
de 16 años, que en nuestro país es la edad mínima de imputabilidad.
126
reconocen haber cometido algún delito, no ha entrado en contacto con los
sistemas policial o judicial.
A pesar de esas dificultades, podemos ofrecer algunos datos de
prevalencia referidos a distintos países. Farrington (2004) indicaba que un
15% de chicos y un 3% de chicas fueron detenidos antes de los 18 años en
Inglaterra, mientras que en estados Unidos estas cifras fueron claramente
superiores: 33% y 14%. Si se analizan las cifras de delincuencia sumergida
basada en auto-informes, la prevalencia es más elevada, situándose en
torno al 50% el porcentaje de adolescentes que reconocen haber cometido
algún delito, aunque en algunos estudios esta cifra sube hasta el 70-80%. En
cuanto al porcentaje de delitos que son cometidos por menores, las cifras
oficiales indican que en estos países, entre un cuarto y un tercio de los
delitos son cometidos por adolescentes de menos de 18 años. La mayoría
de estos delitos están relacionados con robos y hurtos, y sólo un 10%
representan delitos violentos (Rutter, et al. 1998).
Las diferencias de género son una constante en todos los países, ya
que las estadísticas indican una mayor prevalencia de delitos y
comportamientos antisociales en varones, diferencias que son menores al
inicio de la adolescencia y que van aumentando con la edad. Además, como
señalan Rutter et al. (1998), existen diferencias entre el tipo de delitos
cometidos por chicos y chicas, ya que los primeros se implican en delitos
más graves y con uso de violencia y suelen reincidir más. No obstante, las
diferencias de género son menores si analizamos los datos de delincuencia
sumergida.
Las diferencias entre las cifras referidas a delincuencia sumergida y
delincuencia oficial no se refieren exclusivamente al género, ya que también
aparecen en las cifras oficiales, más adolescentes procedentes de minorías
étnicas y clases más desfavorecidas. Estas discrepancias reflejan un claro
sesgo en las estadísticas oficiales, y se deben tanto a la mayor gravedad de
los delitos cometidos por varones y por jóvenes de grupos sociales
desfavorecidos, como al hecho de que estos adolescentes reciben un trato
discriminatorio y más duro por parte de la policía y el sistema judicial (Poe-
Yamagata y Jones, 2000).
127
En términos generales, la adolescencia es una etapa de mucha
incidencia de conductas antisociales y delictivas, y existe un consenso
generalizado entre investigadores, con respecto a la tendencia que sigue el
comportamiento antisocial a lo largo del ciclo vital, y en aceptar lo que se ha
denominado la “curva de edad del crimen” (Tremblay, 2000).
Si durante la infancia son más frecuentes las conductas agresivas de
poca importancia, con la llegada de la adolescencia disminuyen esos
comportamientos para dar paso a conductas antisociales de mayor
gravedad, que seguirán aumentando hasta tocar techo al final de la
adolescencia y descender de forma acusada durante la adultez temprana.
No obstante, algunos estudios longitudinales han diferenciado entre dos
tipos de trayectorias evolutivas, una de mayor gravedad, aunque mucho
menos frecuente, que comienza en la infancia y se extiende a lo largo de
todo el ciclo vital, y otra que se limita a la adolescencia, tendiendo a
desaparecer en la medida en que el sujeto empieza a asumir las
responsabilidades propias de la adultez (Moffitt, 1993; Farrington, 2004).
Este segundo tipo es el más habitual.
128
situamos a las teorías integradoras que, como su propio nombre indica,
intentan integrar o armonizar los postulados de la Criminología clásica con
los de la Criminología crítica.
A la hora de analizar las causas del comportamiento antisocial y
delictivo, habrá que tener en cuenta el tipo de patrón delictivo, ya que los
factores relacionados con el patrón más grave y persistente, son algo
diferentes a los que se asocian con la conducta antisocial limitada a la
adolescencia. En el caso de los adolescentes que limitan su actividad
delictiva a la adolescencia, algunos de los factores de riesgo son semejantes
a los relacionados con las conductas de asunción de riesgos, pues estas
conductas antisociales son en muchos casos, un tipo de conductas de
búsqueda de sensaciones y de asunción de riesgos, y por ello serían más
frecuentes durante esta etapa evolutiva.
Ciertos factores familiares se relacionan con la conducta antisocial
limitada a la adolescencia, en concreto los padres de estos chicos y chicas
presentan un estilo parental caracterizado por la falta de control o
supervisión (Steinberg, Lamborn, Darling, Mounts y Dornbusch, 1994). El rol
que desempeña el grupo de iguales también es muy relevante, y algunos
estudios indican que estos comportamientos son más frecuentes en
situaciones grupales en las que el adolescente se ve presionado por sus
amigos (Rutter et al., 1998).
Tanto los problemas de comunicación familiar como la existencia de
conflictos entre padres e hijos se han asociado con el desarrollo de
problemas de conducta en la adolescencia. Así, la comunicación ofensiva e
hiriente entre padres e hijos y los frecuentes conflictos familiares se han
vinculado con los problemas de comportamiento en la escuela (Ary et al.,
1999; Herrero, Martínez y Estévez, 2002; Lila y Musitu, 2002). Además,
parece existir una relación bidireccional entre los problemas de conducta y el
clima familiar conflictivo y poco afectivo, de modo que los conflictos
familiares y la falta de calidez influyen en el desarrollo de problemas de
conducta en los hijos y, a su vez, estos problemas de conducta se convierten
en un estresor, ante el cual los padres reaccionan agravando el patrón
negativo de interacción familiar (Buist, Dekovic, Meeus y van Aken, 2004;
Eisenberg et al., 1999; Lila y Gracia, 2005).
129
Otras investigaciones han señalado que las estrategias utilizadas por
los padres para resolver estos conflictos también juegan un papel relevante
en el bienestar familiar y del hijo. Estrategias tales como; la falta de
colaboración entre los miembros de la familia para resolver el conflicto, no
hablar de modo positivo del problema, no regular el afecto negativo, utilizar
la agresión, amenazas e insultos, se han relacionado con la presencia de
problemas emocionales y de comportamiento en la adolescencia
(Cummings, Goeke-Morey y Papp, 2003; Martínez, 2002; Webster-Stratton y
Hammond, 1999).
En cuanto a los adolescentes que muestran el patrón antisocial más
severo, el predictor más potente, es la existencia en la infancia de
agresividad y problemas de conducta durante un periodo prolongado de
tiempo. No obstante, hay que hacer referencia a la confluencia de una serie
de factores de riesgo, tanto individuales como contextuales, que operando
de forma conjunta favorecen el surgimiento de estos comportamientos.
De este modo, entre las variables individuales, las influencias
genéticas sobre la mayoría de conductas antisociales son significativas
aunque de moderada magnitud, siendo la agresión especialmente heredable
(Plomin y Asbury, 2005). Los defensores de estas teorías, denominadas
biopsicosociales, antropobiológicas o psicobiológicas, tratan de explicar el
comportamiento antisocial o criminal en función de anomalías o disfunciones
orgánicas, en la creencia de que son factores endógenos o internos del
individuo, los que al concurrir en algunas personas les llevan a una
predisposición congénita para la comisión de actos antisociales o delictivos.
Del estudio de los rasgos biológicos o del estudio psicológico de la
personalidad criminal, tratan de obtener aquellos factores que predisponen a
algunas personas al delito. Mantienen la conexión entre la biología y la
criminalidad. Se basan en el determinismo biológico y son endógenas, es
decir, se basan en la diferenciación cualitativa entre delincuentes y no
delincuentes. Dentro de estas teorías se encuadra a Kretschmer, quien
estableció relaciones entre tipos biológicos (basados en la antropometría),
temperamentos y tipología delictiva. Otros autores importantes son
Lombroso, Ferri, Garofalo (los máximos exponentes de la Escuela positivista
italiana) y Sheldom.La conclusión a la que llegaba Kretschmer, no podía ser
130
otra que la existencia de individuos que debían ser considerados
delincuentes desde su nacimiento, ya que estaban fuertemente
predestinados al delito
Algunos estudios han encontrado en los menores antisociales una
mayor impulsividad, problemas de auto-regulación y dificultades para
controlar la ira, y una mayor incidencia de trastornos de hiperactividad y
déficit de atención, problemas todos ellos que parecen asociados a una falta
de maduración del córtex prefrontal (Patterson, DeGarmo y Knutson, 2000).
Las bajas puntuaciones en los tests de CI junto a un rendimiento
académico muy bajo, es otra constante en estos adolescentes, que además
suelen mostrar sesgos cognitivos atribucionales muy hostiles, que le llevan a
interpretar de forma amenazante y hostil comportamientos y actitudes
neutras de sus compañeros, y a reaccionar de forma agresiva (Lochman,
Phillips y Barry, 2003).
El consumo de drogas aparece también asociado con frecuencia al
comportamiento delictivo, probablemente porque comparten factores de
riesgo, aunque también porque el consumo provoca desinhibición y
distorsiona la valoración de los riesgos derivados del comportamiento
delictivo.
Las variables familiares han sido consideradas como claves para el
desarrollo de la conducta antisocial severa ya que se asocia con padres de
poco apoyo moral que coaccionan y castigan mucho. La ruptura temprana
entre padres e hijos, se considera un buen predictor de delincuencia, al igual
que las relaciones entre los estilos parentales y las medidas de ajuste
psicosocial, en función del contexto cultural, étnico o socioeconómico donde
se desarrolle, se pueden relacionar con un determinado nivel de
autoconcepto en sus hijos, influir en el repertorio de conductas prosociales,
variar en función del entorno físico y social o con la zona donde se lleve a
cabo el proceso y su relación con el ajuste personal y psicosocial.
Según muestran numerosos estudios, los adolescentes que con
frecuencia se ven implicados en conductas antisociales o delictivas,
provienen de familias muy desorganizadas y conflictivas, con padres que se
muestran hostiles o negligentes, y que fracasan a la hora de ofrecer a sus
hijos modelos comportamentales apropiados (Patterson et al., 2000). Por
131
otra parte, también es frecuente por parte de estos padres, el empleo de
estrategias disciplinarias muy coercitivas con la aplicación de castigos físicos
que, en algunos casos se pueden considerar situaciones de maltrato. De
hecho el comportamiento antisocial es una de las consecuencias más
frecuentes del maltrato infantil y adolescente, probablemente porque el
abuso severo, al igual que otras experiencias infantiles traumáticas provoca
modificaciones en la estructura y funcionamiento cerebral (Oliva, 2002;
2007).
Con el término “broken homes”la literatura norteamericana se refiere
a estructuras familiares que han sufrido trastornos en la misma por
separación, divorcio, o fallecimiento de los padres. Una investigación
realizada por Sheldon y Eleanor Glueck (1950) demostró que el 60% de los
delincuentes provenían de estos hogares desestructurados, mientras que la
cifra en los no delincuentes solamente alcanzaba el 34%. En sentido
contrario, Gibson (1969) observó relaciones significativas entre aquellos
hogares rotos, por abandono del padre o la madre, y conductas delictivas,
pero no encontró relaciones en aquellas familias en las que se producía la
muerte de alguno de los progenitores.
Según estos datos se desprende que la relación entre delincuencia y
hogares rotos depende de las causas de la ausencia de algunos de los
progenitores, así como de la interacción con otros factores personales como
la inteligencia del adolescente y factores socio-culturales como situación
económica familiar, educación, creencias religiosas, etc.
Estudios más recientes, como el desarrollado por Edward Wells y
Joseph H. Rankin, llegan a las siguientes conclusiones:
1. “La prevalencia de delincuencia en hogares rotos es un 10 – 15%
más alta que en los hogares convencionales”.
2. “La correlación entre hogares rotos y delincuencia es más fuerte
en relación con las malas conductas de los jóvenes (“status offenses”) y más
débil respecto de conductas criminales más serias”.
3. “La influencia de los hogares rotos en la delincuencia juvenil es
ligeramente superior en aquellas familias rotas por separación o divorcio,
que en las que muere uno de los padres”.
132
4. “No hay diferencias apreciables o consistentes en el impacto de
los hogares rotos entre chicas y chicos o entre jóvenes blancos o de color”.
5. “No son consistentes los efectos de la edad de los jóvenes en la
ruptura y los negativos efectos de la familia separada”.
6. “No hay evidencias consistentes de los con frecuencia citados
impactos negativos de los padrastros en la delincuencia juvenil” (Wells y
Rankin, 1991, págs. 87 y 88)
Con respecto a las variables familiares, podemos situar también a
las teorías psicogenéticas, cuya tesis central es que la delincuencia es una
solución a problemas psicológicos creados por una interacción defectuosa o
patológica entre los miembros de la familia. Según ésta teoría, la
delincuencia es una solución a problemas psicológicos originados por una
deficiente interacción entre los miembros de una familia, como falta de cariño
en la infancia o despreocupación, así como un ambiente familiar, en el que
predomina la violencia entre sus miembros. Esto facilita que la persona
tienda a salir de casa formando pandillas.
Los factores familiares y los genéticos también pueden interactuar,
de cara a generar un comportamiento desajustado; como se ha puesto de
manifiesto en un estudio longitudinal llevado a cabo en Nueva Zelanda por
Caspi et al. (2002). Aquellos niños que habían experimentado malos tratos
se convirtieron en adolescentes y adultos violentos, sólo cuando tenían una
versión de baja actividad del llamado gen de la Mono Amino Oxidasa A, pero
no cuando tenían la versión activa del gen.
Entre los factores sociales de riesgo, destacan las teorías del
proceso social o teorías de la socialización deficiente, la pobreza o las
situaciones sociales muy desfavorecidas. Este grupo de teorías tienen en
común, en mayor o menor grado, el que centran su explicación de la
delincuencia en procesos deficientes de socialización de los individuos, ya
sea por un defectuoso aprendizaje en la infancia o por imitar, asociarse o
integrarse en diversos grupos o subculturas delincuentes. (fallos en el
aprendizaje social). Destacan aspectos como el aprendizaje social (la
conducta criminal es aprendida); la asociación diferencial (como
consecuencia de una socialización diferenciada); el reforzamiento diferencial
a determinadas conductas (la conducta criminal como opción preferencial al
133
balancear riegos y ganancias); la neutralización que permite omitir
temporalmente, valores y costumbres dominantes, para delinquir; y el control
social, que si bien orilla a las personas a cumplir la ley, cuando disminuye,
las empuja a la criminalidad.
Destacan las teorías de Clueck (plurifactorial, con base en el hogar
roto); de Shuterland y Cressey (teoría de aprendizaje social, basada en los
contactos diferenciales); Cohen y White (teorías subculturales: el delincuente
ha aprendido en su grupo social más próximo la actividad delictiva).
No obstante, la relación entre la clase social y el comportamiento
antisocial es muy débil, e incluso no aparece en algunos estudios recientes,
además cuando es significativa, se trata de una influencia indirecta que se
ejerce a través de la depresión de los padres y el conflicto familiar. De este
modo, aunque algunos estudios sugieren que dentro del propio grupo existe
una correlación entre delito y clase social, de forma que, la delincuencia
legalmente definida, encuentra mayores índices participativos en la clase
baja que en la alta; ello es debido a que es en éstas donde los problemas de
desempleo, crisis económica, deficiente socialización, entre otros, conducen
a los individuos hacia desviaciones tipificadas en ley. Además, las
situaciones de pobreza harían más probable tanto la conflictividad marital
como la depresión parental, lo que llevaría que los padres mostraran unas
estrategias disciplinarias menos eficaces y los menores un comportamiento
más desajustado (Buehler et al., 1997).
La relación con un grupo de iguales con altas tasas de actividades
delictivas es otro claro factor de riesgo, especialmente cuando aparece
relacionado con unas malas relaciones familiares, aunque también es cierto
que los adolescentes antisociales tienden a elegir como amigos a otros
sujetos que también muestran comportamientos desviados.
También, a fin de explicar los factores sociales de riesgo, figuran las
teorías estructurales funcionalistas, de las que su máximo exponente es la
teoría de la anomia. Explican la delincuencia en función de los profundos
cambios sociales, producidos en las economías vertiginosamente
industrializadas, que han originado un debilitamiento y crisis de los modelos
tradicionales, y de las normas y pautas de conducta de la sociedad.
134
Durante la revolución industrial, sociólogos como Max Weber y Emile
Durkheim se centraron en los efectos de la urbanización creciente de la vida
social y los efectos que tuvo sobre los sentimientos de la gente de alienación
y anonimidad. Las teorías agrupadas en este epígrafe asumen en distinta
medida que la causa primaria o principal de la delincuencia radica en el
trastorno y la inestabilidad de las estructuras e instituciones sociales.
Consideran el delito como una consecuencia de la desorganización social.
Motivada por carencias sociales, hacen énfasis en aspectos como la
desorganización social (vivienda deficiente, desempleo, ingresos bajos,
desintegración familiar); las presiones que ejercen las sociedades modernas
(metas, logros, valores, aspiraciones) sobre individuos estratificados por
clase social, al igual que los medios para el éxito (educación, trabajo), lo que
genera sentimientos de alienación, rabia y frustración, asociados a
conductas delictivas; y la formación de valores subculturales que mantienen
reglas y valores opuestos a las leyes y costumbres dominantes. Entre los
autores principales han destacado: Durkheim (la anomía); Merton (la
incoherencia o desajuste entremedios y fines); Parck y Burgess (Escuela de
Chicago o teoría ecológica: el factor ambiental lleva a la delincuencia); Marx,
Engels, Taylos, Young (teorías de inspiración marxista: el delito surge como
consecuencia del conflicto social derivado de la lucha de clases).
Finalmente nos encontramos con las teorías integradoras, las cuales
intentan integrar el caudal de conocimientos acumulados por las distintas
teorías criminológicas para conseguir un mejor y más completo conocimiento
de la delincuencia.
La integración requiere aceptar que el objeto básico de las teorías
criminológicas es establecer factores asociados a la delincuencia y que, por
tanto, puede suceder perfectamente que un fenómeno delictivo aparezca
asociado con factores señalados por diversas teorías. Parten de integrar y
relacionar los factores individuales o personales que pueden influir en el
delito con los factores sociales y los factores estructurales.
Una de las teorías más comprensivas generadas para explicar los
resultados de un proyecto de investigación longitudinal, (parte del Estudio de
Cambridge) es la teoría integradora propuesta por David P. Farrington. El
punto de partida de su teoría, viene inspirado en encontrar una explicación
135
de la delincuencia, integrando los aspectos más relevantes de cinco grandes
teorías: la teoría de las subculturas de Cohen, la teoría de la desigualdad de
oportunidades de Cloward y Ohlin, la teoría del aprendizaje social de Trasler,
la teoría del control de Hirschi, y la teoría de la asociación diferencial de
Sutherland y Cressey (Vázquez Gónzalez, 2003).
Mediante esta teoría, Farrington trata de explicar cómo se produce la
delincuencia. En su opinión la delincuencia se produce mediante un proceso
de interacción entre el individuo y el ambiente, que él divide en cuatro etapas
(a la que posteriormente añade una quinta):
1. En la primera etapa, surge la motivación. Esto sugiere que los
principales deseos que actualmente producen actos delictivos son deseos de
bienes materiales, de prestigio social y búsqueda de excitación. Estos
deseos pueden ser inducidos culturalmente o pueden responder a
situaciones específicas. Puede ser que el deseo de búsqueda de excitación
sea grande entre niños de familias pobres porque la excitación es más
altamente valorada por la gente de clase baja que por la gente de clase
media, porqué los chicos pobres llevan unas vidas más aburridas o porqué
son menos capaces de posponer gratificaciones inmediatas a favor de metas
a largo plazo.
2. En la segunda etapa, se busca el método legal o ilegal de
satisfacer los deseos. Es muy sugerente que alguna gente (sobre todo los
jóvenes de clase baja) tenga menos posibilidades o capacidad de satisfacer
sus deseos mediante métodos legales o socialmente aprobados, y por ello
tiendan a elegir métodos ilegales o desaprobados socialmente. La relativa
incapacidad de los jóvenes pobres para alcanzar metas u objetivos mediante
métodos legítimos puede ser, en parte, porque tienden a faltar a la escuela
y, por tanto, tienden a llevar comportamientos erráticos y empleos de bajo
nivel. La falta a la escuela resulta, a menudo, una consecuencia de la falta
de estímulo intelectual proporcionado por sus padres en un entorno de clase
baja, y a la falta de énfasis en conceptos abstractos.
3. En la tercera etapa, la motivación para cometer actos delictivos se
magnifica o disminuye por las creencias y actitudes interiorizadas sobre el
significado de infringir la ley, que han sido desarrolladas mediante un
proceso de aprendizaje como resultado de una historia de recompensas y
136
castigos. La creencia que la delincuencia es mala, o una firme conciencia
tiende a desarrollarse si sus padres se muestran a favor de las normas
legales, si llevan a cabo una estrecha supervisión sobre los niños, y si
castigan los comportamientos socialmente desaprobados usando disciplinas
de cariño y orientación. Por el contrario, la creencia que la delincuencia es
legítima, tiende a fortalecerse si los niños han sido expuestos a actitudes y
comportamientos favorables a la delincuencia, especialmente por miembros
de su familia y sus amigos.
4. La cuarta etapa supone un proceso de decisión en una situación
particular que se verá afectada por los factores situacionales inmediatos. Si
la motivación para cometer el acto delictivo sobrevive a la tercera etapa, que
esta se convierta en realidad, en cada situación, dependerá de los costes,
beneficios y probabilidades del posible resultado.
5. Las consecuencias del delinquir influyen en la tendencia criminal y
en los cálculos coste – beneficios de futuros delitos.
Aplicando esta teoría a los resultados obtenidos en el “London
longitudinal Project”, Farrington llega a la conclusión que los jóvenes
pertenecientes a familias de clase baja, serán especialmente propensos a
cometer actos delictivos porque no podrán alcanzar legalmente sus metas u
objetivos (en parte por su tendencia a faltar a la escuela) y, posiblemente,
porque valoren altamente algunas metas.
Los niños que han sido maltratados por sus padres tendrán más
probabilidades de cometer delitos porque no tienen adquiridos controles
internos sobre comportamientos desaprobados socialmente, mientras que
los niños pertenecientes a familias criminales y los que tienen amigos
delincuentes tienden a desarrollar actitudes en contra del sistema y a creer
que la delincuencia tiene justificación.
A modo de conclusión, Farrington señala que la delincuencia
alcanza su cota máxima entre los 14 y los 20 años, porque los chicos
(especialmente aquellos de clase baja que abandonaron la escuela) tienen
fuertes deseos de excitación, cosas materiales, y estatus entre sus iguales,
pocas posibilidades de satisfacer estos deseos legalmente, y poco que
perder. Por el contrario, después de los 20 años, los deseos se atenúan o se
137
vuelven más realistas, hay más posibilidades de adquirir esas metas más
limitadas legalmente, y los costos de la delincuencia son mayores.
Los jóvenes del grupo estudiado de la presente investigación, tienen
entre 16 y 17 años de edad y se puede observar que la gran mayoría ha
abandonado la educación formal, además de tener pares con imagen
negativa con los cuales se identifican y cohesionan, son algunos de los
factores de riesgo.
138
Los datos evolutivos acerca de la agresión y la conducta antisocial o
delincuencia sugieren un hecho curioso: estos problemas son persistentes
aunque sufren un incremento considerable durante la adolescencia. Una
proporción estable de varones desarrollan la agresividad y problemas de
conducta en un momento temprano de la vida y mantienen estas conductas
cuando son adultos (Farrington y colaboradores, 1990; Robins, 1985). Todos
los varones a los que se les diagnostica que padecen un desorden de
personalidad antisocial han sido diagnosticados con problemas de conducta
en la niñez (Robins, 1985). De esta forma, hay amplia evidencia empírica
para un patrón de desarrollo de crónica conducta antisocial y delictiva. En
contraste con la cronicidad observada para este patrón de desarrollo de la
conducta antisocial, la delincuencia es un problema característico de la
adolescencia, con un número y variedad de delitos que incrementan
considerablemente durante este periodo (Moffitt, 1993; LeBlanc, 1990). Este
incremento parece ser el resultado de un incremento tanto en el número de
delitos como en el número de individuos que se implican en conductas
delictivas, de manera que individuos que previamente no habían cometido
ninguna actividad delictiva comienzan a hacerlo durante la adolescencia.
Este incremento durante la adolescencia declina en la temprana madurez
hasta alcanzar proporciones similares a las que se dan en los periodos
previos a la adolescencia (LeBlanc, 1990; Moffitt, 1993).
La observación aparentemente contradictoria de que la agresión y la
delincuencia son a la vez transitorias y estables puede resolverse si se hace
la distinción entre dos subgrupos de varones que siguen dos patrones de
desarrollo diferenciados. El primero implica una trayectoria de pobre ajuste
crónico -tempranos problemas de conducta que aumentan y se manifiestan
como delincuencia juvenil en la adolescencia. El segundo se encuentra
representado por una trayectoria de desviación en la adolescencia en la que
un gran número de adolescentes varones que previamente estaban bien
ajustados experimentan con comportamientos delictivos y se juntan con
grupos de pares delincuentes (Moffitt, 1993).
Se ha hipotetizado que los dos patrones del comportamiento
antisocial tienen diferentes procesos y factores causales. Moffitt (1993)
sugiere que un pequeño grupo de adolescentes varones representa una
139
carrera delictiva crónica y persistente, desarrollándose a partir de la
interacción de tempranos factores biológicos y contextuales. Durante la
adolescencia, estos chicos antisociales dan la apariencia de ser
independientes y maduros, llegando a convertirse temporalmente en
modelos de rol para otros chicos bien adaptados que en ese momento se
encuentran buscando su auto-definición y un estatus maduro. Este modelo
se encuentra avalado por numerosos hallazgos de los cambios de
prevalencia de la conducta antisocial a lo largo del ciclo vital y de los factores
de riesgo y resistencia identificados para la conducta temprana versus los
problemas de conducta más tardíos (p. ej. Farrington y colaboradores, 1990;
LeBlanc, 1990). El modelo de Moffitt reconcilia la aparente
contradicción de los hallazgos que caracterizan la conducta delictiva como
persistente versus transitoria (Compas y colaboradores, 1995).
Los distintos estudios que ha tratado de explicar la conducta
delictiva, han tenido en cuenta una constelación de factores que no se
limitan a las interacciones y procesos familiares como elementos únicos y
explicativos de este tipo de comportamiento. Así, variables demográficas (p.
ej. género, familias de muchos miembros), características del contexto (p. ej.
vecindarios pobres o peligrosos), conductas parentales (p. ej. interacciones
parentales pobres, pobre supervisión, bajos niveles de control, castigo),
factores individuales (hiperactividad, agresividad infantil) y características de
los padres (p. ej. baja competencia maternal, alcoholismo de los padres) se
han asociado con la conducta antisocial en la adolescencia y la delincuencia
juvenil (Cohen, Brood, Cohen, Velez, García, 1990; Farrington et al., 1990;
Moffitt, 1993).
En este sentido, tanto los factores familiares como otras fuerzas que
actúan en el individuo, en la comunidad y en la cultura, resultan sumamente
importantes en el desarrollo de problemas conductuales en los hijos. En todo
caso, existen distintos factores de riesgo familiar que en la literatura
aparecen claramente asociados a este tipo de conductas. Seguidamente
desglosaremos brevemente aquellos con mayor evidencia empírica. En el
cuadro 2 aparece un resumen de los factores de riesgo familiar más a
menudo relacionados con los problemas de conducta en los hijos.
140
Cuadro 2
141
reconstituida o no. Además, Matherne y Thomas (2001) observaron que la
relación entre composición familiar y conductas delictivas en los hijos
dependía del funcionamiento familiar. Por lo que, según estos resultados, lo
que influye en la aparición de estos comportamientos no es tanto el tipo de
familia como la existencia de conflictos o el mal funcionamiento en la misma
(Freeman y Newland, 2002; Kazdin y Buela-Casal, 1999). En la misma línea,
se han encontrado relaciones entre estatus socioeconómico y problemas de
conducta (Santinello, Vieno, Kiesner y Beritnato, 2002; Thérond, Duyme y
Capron, 2002), aunque es necesario señalar que los efectos de la pobreza
aparecen más agudamente en los casos de monoparentalidad (Brooks-Gunn
y Duncan, 1994).
En segundo lugar, una de las variables de más valor predictivo para
el primer delito es el tipo de disciplina familiar y los estilos familiares. Desde
esta perspectiva, Goleman (1995) confirmó la existencia de tres estilos de
paternidad emocionalmente inadecuados para el desarrollo y ajuste de los
hijos: el estilo laissez-faire, la desatención total de los sentimientos de los
hijos y el desprecio hacia los sentimientos de los hijos. La importancia de los
estilos emocionalmente inadecuados de paternidad en el ajuste de los niños
resulta básica; según Fletcher, Steinberg y Sellers (1999), los estilos
parentales no autorizativos, de uno o ambos miembros, se asocian
negativamente con la competencia académica y el funcionamiento social, y
positivamente con la existencia de problemas de conducta en adolescentes.
Los niños de padres con estos tipos de estilos muestran mayores
dificultades de adaptación tanto en el ámbito familiar –mayores conflictos
con los padres- como en el ámbito social – problemas de relación con los
demás, conducta agresiva, hostil-. En un estudio más reciente, los
resultados de Loeber et al. (2000), corroboran esta tesis; así, los
adolescentes implicados en conductas delictivas, y especialmente aquellos
que participan en las de mayor gravedad, informaron de niveles más
elevados de castigo físico. Por el contrario, el estilo parental basado en el
apoyo tiene efectos positivos en el bienestar de los adolescentes. Según
Juang y Silbereisen (1999), los adolescentes que presentan una relación de
apoyo con sus padres – sensibilidad, implicación y estilo de comportamiento
142
consistente puntúan menos en conducta delictiva y sintomatología depresiva
y más en autoeficacia en la escuela y rendimiento académico.
Por otro lado, algunos de los factores de funcionamiento familiar que
más se relacionan con la participación en actos delictivos son la existencia
de conflictos en la familia y una pobre interacción entre padres e hijos,
especialmente con la madre (Crawford-Brown, 1999; Gottfredson, Sealock y
Koper, 1996). En este sentido, la relación madre-hijo y la respuesta de ésta
en situaciones de conflicto con los hijos, predice la victimización en los hijos
en la escuela. En el caso de los chicos, la victimización se asocia con la
sobreprotección materna y la reacción temerosa de los hijos en situaciones
de conflicto con la madre; mientras que para las chicas la victimización es
mayor cuando las hijas perciben un rechazo por parte de la madre y la
respuesta de éstas en situaciones de conflicto es de tipo agresivo.
Por otra parte, la existencia de conflicto familiar se relaciona de
manera positiva con la existencia de problemas de conducta, si bien esta
relación está modulada por el apego hacia los padres, la supervisión
parental y el género de padres e hijos (Formoso, Gonzales y Aiken, 2000).
En esta misma línea, el conflicto familiar, concretamente las estrategias
utilizadas por los padres en el conflicto familiar influyen tanto de manera
directa como indirecta, a través de su efecto en la respuesta emocional de
los padres, siendo el modelo resultante diferente para el padre y la madre
(Webster-Stratton y Hammond, 1999).
Respecto a la comunicación en la familia, en estudios como el
llevado a cabo por Loeber et al. (2000), se ha constatado que los
adolescentes que participan con mayor frecuencia en conductas delictivas
informan de más problemas de comunicación con sus padres. Del mismo
modo, se ha observado que aquellos adolescentes que cometen menos
conductas disruptivas se caracterizan por una comunicación más abierta y
fluida con los padres, así como por la utilización de estrategias de resolución
de conflicto familiar basadas en el diálogo (Martínez, 2002). Paralelamente,
el modelo de desarrollo de problemas de conducta de Patterson y
colaboradores (1992), sostiene que un funcionamiento familiar inadecuado
favorece la aparición de la conducta agresiva en edades tempranas. Por su
parte, Matherne y Thomas (2001) encuentran que la baja cohesión familiar
143
predice la implicación en conductas delictivas pero únicamente en familias
no tradicionales (reconstituidas y monoparentales). Ary, Duncan, Biglan,
Metzler, Noell y Smolkowski (1999), señalan que la aparición de problemas
de conducta se da, con mayor probabilidad, cuando las familias tienen un
elevado nivel de conflicto, una baja implicación entre los miembros y una
supervisión parental inadecuada.
Finalmente, variables como la historia familiar de problemas de
conducta, también han sido estudiadas en relación a comportamientos
delictivos por el efecto de modelado que puede producirse en la familia
(McCabe, Hough, Wood y Yeh, 2001; McCord, 1999).
Además, la existencia de hermanos mayores que delinquen también
influye en la posterior implicación en conductas delictivas por parte de los
hermanos pequeños (Slomkowski et al., 2001), porque, entre otras cosas los
niños de familias numerosas experimentan en mayor medida las conductas
de intimidación entre los hermanos, por lo que interiorizan este tipo de
comportamientos considerándolos normales. (Xin, 2001).
144
desarrollo de habilidades sociales y de interrelación se va conformando a
través de cauces educativos. Esto es, en la sociedad occidental la familia
posibilita el desarrollo personal y social del niño
a través, entre otras cosas, del aprendizaje de las habilidades más idóneas
de resolución de problemas. Por su parte, la escuela se enfoca más al
desarrollo cognitivo, a la comunicación y a entablar relaciones sociales
positivas, es decir, se enfoca más a la adecuación del niño a la normatividad
social. Ya algunos (Abril, Ruíz, Prats y Arolas, 2005) han reiterado que la
manifestación de conductas antisociales en el niño se considera como un
fracaso en la socialización. Por ello, al hablar de factores de riesgo nos
referimos a todas aquellas variables o factores que incrementan la
probabilidad de que se produzcan dificultades en el desarrollo del niño y que
conducen a la presencia de situaciones problemáticas, como son la
conducta antisocial, la conducta delictiva, el consumo de drogas ilegales. Así
mismo, al hablar de factores de protección nos referimos a la capacidad del
individuo para superar con relativa facilidad las adversidades de su entorno
familiar, escolar y social inmediato y consecuentemente que evite incurrir en
conductas problemáticas. Por ello, en la medida que los individuos se
desarrollen en medio de eventos adversos, o situaciones de riesgo, es
importante considerar también los eventos protectores con que cuenta, de
manera que se evalúen integralmente los recursos de que dispone para
afrontar con éxito dichas adversidades.
En la actualidad los estudios han identificado múltiples factores de
riesgo a relacionar con la conducta infractora del niño. Entre otros, podemos
señalar las variables de personalidad en los adolescentes, como las
temperamentales –búsqueda de sensaciones e impulsividad- y las
sociocognitivas –empatía y solución de problemas- que predisponen al
desarrollo de la conducta antisocial (Sierra y Romero, 2005). Sin embargo,
además de los factores de personalidad, deberán considerarse las variables
grupales, familiares y escolares.
Los estudios con jóvenes reincidentes plantean que el factor de
riesgo más trascendente, en la probabilidad de reincidencia, es
precisamente la internación de los mismos (Capdevilla, Ferrer y Luque,
2005). Otras investigaciones con adolescentes internados y reincidentes
145
demuestran que tienden a desarrollar muchos más problemas de salud
mental que aquellos que no han sido internados, entre ellos: mayor
depresión, problemas de somatización, ansiedad, tensión, aislamiento,
psicoticismo, entre otros (Fariña, Vázquez y Arce 2006). Sin embargo,
ambos estudios coinciden con que se pueden desarrollar programas con
esta población y acrecentar de esta manera factores protectores. Por un
lado, Fariña, Vázquez y Arce (2006) se dirigen a potenciar el desarrollo de la
competencia social del sujeto (autoconcepto), de los aspectos biológicos
(salud mental) y de los aspectos sociocomunitarios (red social, ambiente
social de convivencia, inserción laboral).
Por otro lado, la alternativa de Capdevilla, Ferrer y Luque (2005),
estáencaminada a algo similar: desarrollar un programa de mediación o un
asesoramiento técnico de menores (ATM). Entre algunas explicaciones
acerca del involucramiento, particularmente en la adolescencia con
situaciones de riesgo –entre ellas, la conducta delictiva-, se ha inferido que
en la medida que los niños van creciendo, y llegan a la adolescencia, van
solicitando un trato diferente al de infantes, y exigiendo mayor participación
en las decisiones familiares y en las escolares. De acuerdo con Musitu,
Moreno y Murgui (2006), estas situaciones durante la adolescencia se
convierten en eventos de riesgo, ya que si no se le proporcionan al niño las
oportunidades de mayor participación y las facilidades para su emancipación
es muy común y fácil que los adolescentes se impliquen en conductas de
riesgo, en el afán de expresar y de consolidar su necesidad de autonomía.
Por lo que el comportamiento desviado del adolescente se explicaría por el
fracaso de la familia –en primer término- y de la escuela –en segundo
término-, para asumir las necesidades crecientes de autonomía e
independencia.
Un modelo orientado al entendimiento de las conductas de riesgo
desde una postura interdisciplinar es la teoría de la conducta problema de
Jessor (1993). Desde este acercamiento, el concepto y la propia dinámica
interactiva del niño es central en el entendimiento del tipo de relación que
sostienen entre sí los distintos contextos sociales; y en el reconocimiento de
las transacciones que se producen entre la conducta del niño y su
involucramiento con factores de riesgo, tanto saludables como desajustados.
146
Este modelo propone que las conductas de riesgo en el adolescente
son producto de la interacción de factores de riesgo y factores protectores,
que afectan a los adolescentes en su individualidad y en su colectividad.
Identifica, así, los eventos que contribuyen a la conducta de riesgo del
adolescente en cinco áreas: factores biológicos; ambiente social, -la pobreza
y la calidad de las escuelas-; ambiente percibido -cómo divisa su propio
ambiente el adolescente-; factores de personalidad -la autoestima, las
expectativas del adolescente con respecto a su propio futuro, la tendencia a
asumir riesgos y los valores relacionados con el logro y la salud-; y factores
conductuales, - la asistencia a la escuela y el consumo de alcohol-. Por su
parte Hawkins, Catalano y Miller (1992), proponen un modelo de desarrollo
social, el cual plantea: los distintos factores de riesgo no ocurren de manera
aislada o independiente, sino más bien se presentan combinados o se
conjuntan. De esta forma, la realidad resultante afecta el desempeño del
adolescente en sus distintos contextos o ámbitos de desarrollo. Los
adolescentes que son vulnerables a involucrarse en conductas de alto riesgo
tienen problemas en múltiples ámbitos y tienden a agruparse y a pertenecer
a redes sociales que potencian y refuerzan el desarrollo de estos modelos
de conducta de alto riesgo. Se plantea, por ello, que cuanto mayor sea el
número de factores de riesgo a los que se expone un adolescente mayor
será la probabilidad de que se convierta en un delincuente
juvenil crónico o en un consumidor excesivo de drogas. Los diferentes
contextos -individuo, escuela, familia, iguales y comunidad- en los que
concurren estas conductas de riesgo, son integrados en este modelo de
factores de riesgo, tal como se muestra en el cuadro 3 (Musitu, Moreno y
Murgui, 2006).
Cuadro 3
Factores de riesgos asociados a la conducta delictiva y al consumo de
sustancias
Individuo Factores biológicos y cognitivos,
rebeldía frente a las actitudes y a los
valores normativos de la sociedad,
ausencia de habilidades para el
afrontamiento de los problemas, inicio
precoz en conductas desviadas.
147
Contexto familiar Organización familiar, prácticas de
control familiar inadecuadas, conflicto
familiar, actitudes parentales de
rechazo, maltrato y antecedentes
delictivos en los padres.
148
el número de accidentes e incidentes que se suscitan en ella, así como por
la gravedad de los eventos.
Numerosas investigaciones han identificado la presencia de distintos
factores de riesgo familiar que están relacionados con el desarrollo de la
carrera delictiva en el adolescente.
149
Ahora bien en los términos utilizados en esta tesis de maestría, no
hablamos de reincidencia en jóvenes menores de edad, sino de reiterancia
es decir, de la repetición de actos que atentan contra los derechos de los
otros como es la de infringir las leyes penales.
Al ser menores de edad los adolescentes tomados en esta muestra,
no pueden ser considerados reincidentes ya que la legislación penal de
menores no dicta una condena privativa de la libertad, sino que cuando se
investiga la supuesta intervención de un menor de edad en actos que
infrigen la ley y hay méritos acabados luego de la investigación fiscal, se
eleva para audiencia preliminar en donde el juez penal de menores lo
declara penalmente responsable, dando una serie de medidas tutelares para
protección del mismo. Por tal razón no podemos aplicar el concepto de
reincidencia pero si el de reiterante, haciendo alusión como se dijo con
anterioridad a la repetición del acto delictivo.
150
CAPÍTULO V
151
CAPÍTULO V
152
social. Otro donde la exclusión es relativa, inspirada en Bourdieu (la miseria
del mundo), y que a lo largo del tiempo relega y degrada las condiciones de
vida, se encuentra reflejada en la exclusión de los servicios de salud, en la
formación profesional, en la vida cultural de ciertos bienes colectivos a los
cuales se hace imposible acceder. (Margulis, et.al. 1994). Como
consecuencia, al generarse este tipo de exclusión, no sólo se ve afectado el
presente, sino también el futuro de las generaciones venideras.
Según Rodríguez Cabrero (2002), en el debate sobre la exclusión se
diferencian tres concepciones que se vinculan a lo ideológico, a lo
institucional y a lo normativo.
En la primera (ideológico), las dos líneas de pensamiento presentes
son el liberalismo y el normativismo, donde la exclusión es problema de
factores económicos. En este plano, el individuo puede valerse por sí mismo
y la sociedad no es responsable de su condición y su política social de
inclusión está ligada a rentas existenciales con demostración objetiva de
pobreza. En el normativismo, es un problema de integración que afecta a
una colectividad que trata de mantener su cohesión moral y cultural. Su
responsabilidad social es apoyada mediante programas de inserción tanto
de tipo económico como de otro tipo.
En la segunda concepción, la exclusión está relacionada con la
materialización completa o incompleta de los derechos sociales a los que
accede un individuo en los sistemas de protección social generando la
posibilidad de que el ciudadano participe del mercado laboral.
En la tercera, normativa, la exclusión va a ser interpretada desde las
capacidades y necesidades sociales. Es relevante e indispensable contar
con el soporte de la materialización de las necesidades intermedias
(educación, trabajo y condiciones laborales óptimas) (Rodríguez Cabrero,
2002. p.3 y 4).
“La exclusión no es la marginalización aunque pueda conducir a
ella… Hay que tener en cuenta los procedimientos ritualizados que marcan
la exclusión” (Castel,1997, p. 127).
Toda sociedad tiene como exigencia la inclusión y ninguno de los
miembros puede quedar fuera del sistema social. (Vila López, 2004).
153
5.2 Políticas de inclusión social
154
Debemos ver como sociedad, que si los jóvenes reiteran la misma
conducta es porque algunos de los efectores sociales involucrados en la
cadena de desarrollo de los mismos, fracasaron, ya sea a nivel social como
familiar. Como se ha dicho anteriormente la familia es un eje primordial en
todo esto, y ésta no debe estar afuera de las redes partidarias de la
inclusión.
Ahora bien, la teoría de control social supone el conjunto de
mecanismos de control formal e informal. Frente a la delincuencia se activan
los mecanismos de control que toda sociedad ha conformado en su sistema.
Los jóvenes transgresores de la ley penal experimentan este control social
tanto formal como informal. En este escenario de exclusión que genera la
delincuencia, aparece la inclusión como una solución al conflicto de actores.
Propone un conjunto de elementos que se traducen en políticas de inclusión
social, destinadas para el avance contra la exclusión social.
155
ruptura del lazo y el debilitamientamiento de la red social. El desarrollo de su
teoría se realiza en el tratamiento de los elementos que la componen, el
apego, la conformidad o el compromiso, la participación y las creencias.
El primer postulado de su teoría es el apego. Es un vínculo de
carácter afectivo, desarrollado mediante una interacción (o relación) íntima y
continuada (Vázquez González, 2003: 29). La internalización del vínculo
dependerá del grado de intensidad que el sujeto tenga en sus relaciones
sociales con otros.
Hirschi, en su teoría del control de la delincuencia, cita a Durkheim: “Somos
seres morales en la misma medida en que seamos seres sociales”. Y aclara
al respecto: “Esto puede interpretarse para expresar que somos seres
morales en la misma medida en que hayamos “internalizado las normas” de
la sociedad. Pero, ¿qué quiere decir el que una persona haya
internalizado las normas de la sociedad? Por definición, las normas de la
sociedad las comparten los miembros de esa sociedad.” (Hirschi, 1969: 10).
La vinculación de la persona con otras daría cuenta de la internalización de
las normas, por lo tanto si un individuo tiene en cuenta su entorno social, es
decir, a los demás, actúa en consecuencia con lo internalizado y se
encuentra sujeto a lo que socialmente es aceptado por el grupo. Los seres
humanos, por naturaleza, son libres de elegir actuar según las normas
sociales que se establezcan, o transgredirlas.
El segundo aspecto en la teoría es el compromiso. Toda persona
racional evalúa los beneficios y las pérdidas que pueda ocasionar su
conducta. “Este componente racional de la conformidad lo denominamos
compromiso…o sentido común” (Hirschi, 1969: 12).
La persona regula, en forma constante, su comportamiento, desde
su racionalidad y su estado de realidad. Esta regulación se realiza en torno
al cumplimiento de normas y/o al “miedo” de perder lo conquistado. De esta
manera logra la aceptación y la conformidad a las normas y mantiene su
estado de virtuosidad. El costo que implica la pérdida de ese estado, hace
de regulador de su conducta. Sumado a esto surge la expectativa de la
retribución o conquista de determinados beneficios, de lo que obtendrá a
futuro. En cambio, aquel que no está comprometido o abandona el
compromiso, se encuentra desligado de su entorno y de quienes lo
156
conforman, primando en su decisión el error y la ignorancia en el cálculo de
los costes que tiene su conducta desviada (Hirschi, 1969: 13).
En la relación que el sujeto establece con su entorno surge el
aspecto de la participación. “La participación o la absorción en las
actividades convencionales, en consecuencia, frecuentemente forma parte
de una teoría del control.” (Hirschi, 1969: 15).
Las actividades que el sujeto realice le permitirán el despliegue de
sus capacidades; invertirá, de esta manera, su tiempo y logrará ajustarse a
las normas convencionales aceptadas por el conjunto social. El desarrollo de
actividades le proporcionará ocupar su tiempo. Por lo tanto, sus espacios
libres se reducen y evita la posibilidad y la oportunidad de considerar incurrir
en conductas delictivas. De modo tal que la participación en actividades
convencionales se constituye en factor de control (Hirschi, 1969: 15).
El cuarto y último aspecto se vincula con las creencias. “La teoría
del control supone la existencia de un sistema de valores común a la
sociedad o grupo.” (Hirschi, 1969: 16). El sistema de valores que orienta a
las personas a lo largo de su vida, donde aquellos que lo internalizan le dan
cumplimiento. Estas creencias se encuentran ligadas a valores trasmitidos
por la familia y los agentes de la socialización secundaria.
El cumplimiento de estas creencias, daría cuenta de un despliegue
de conductas convencionales unido a un sistema de valores compartidos
que no necesariamente en la cotidianeidad se da con plena
correspondencia. El significado y la eficacia que adquieren las creencias en
la vida de cada sujeto responde a cómo éstos se apropian de aquellos
valores recibidos. Este sistema de creencias, aprobado socialmente,
requiere de un refuerzo constante para no cometer infracciones, ya sea por
temor a la ley o por saber que ese comportamiento está mal (Vázquez
González, 2003: 30).
Para Hirschi, existen dos sistemas de control convencionales: uno
de ellos es la familia y el otro la escuela. Al vincularse el niño con sus padres
y donde el sostén está dado por el cariño y el afecto, estos se constituyen en
fortalecedores del sistema de creencias y en verdaderos factores de control
que contribuyen al freno inhibitorio de la conducta desviada o transgresora
(Vázquez González, 2003: 31).
157
5.4 Contexto: Los hijos de la crisis socioeconómica y política de la
Argentina
158
Sin embargo, se sumó la desocupación, la subocupación, la caída
del salario, la pérdida de derechos laborales y el quiebre de los servicios
sociales, que provocaron mayor desigualdad e inequidad social y
empeoraron las condiciones de vida ya existentes.
159
de contener a niños, adolescentes y jóvenes por medio de políticas que no
aseguraron la captación y permanencia de estos en el sistema educativo.
Tampoco pudieron frenar los niveles de repitencia, desgranamiento y
abandono escolar (Isla y Miguez,2003).
160
de respuesta que no logro incorporarlos al goce pleno de sus derechos como
ciudadanos.
161
2007: 123). Es por eso que la cuestión social presente requiere como
respuesta la construcción de nuevas alianzas donde los actores sean
protagonistas activos de su ciudadanía para comprender las nuevas
configuraciones que adquiere la dinámica de la sociedad y sus instituciones
(Cazzaniga, 2007: 112).
162
contribuir a la reconstrucción de los lazos sociales a partir de generar
medidas tendientes a disminuir y eliminar la violencia (Isla & Miguez, 2003,
p. 4).
163
comisión de un hecho tipificado como delito en el Código Penal que por su
gravedad implique medida de privación de libertad.
164
protagonizan un proceso de exclusión social o son infractores de las leyes
(Salazar, 2012).
165
transgresión de las normas o contradicción de las mismas son los que se
denominan “jóvenes transgresores de la ley penal”.
166
Un bajo nivel educativo de los padres y Goodman (1999)
bajos ingresos familiares se relaciona con
la depresión adolescente. Entre sus
resultados, hallan una correlación negativa
entre los bajos ingresos familiares y los
intentos de suicidio de los adolescentes.
167
comportamiento y el Sistema
Socioeconómico medio con mayor
competencia social.
168
caracterizan por presentar dificultades de socialización, falta de apoyo y
supervisión parental para desarrollar su propia autonomía, desajuste escolar,
insatisfacción con sus relaciones sociales y dificultades para resistir la
presión del grupo.
La falta de disponibilidad y accesibilidad parental (frecuentemente
asociadas a la falta de supervisión familiar) y la dificultad para resistir la
presión de los iguales parecen estar relacionadas con la tendencia a realizar
conductas de riesgo (Dishion, Patterson, Stoolmiller y Skinner, 1991). Dichas
conductas los van alejando de los iguales adaptados y de los requisitos de
rendimiento exigidos en la escuela, lo que a su vez consolida su aislamiento
social respecto a los compañeros de clase y el progresivo alejamiento de la
vida escolar.
Estos adolescentes más adelante se relacionan con iguales
conflictivos y ganan estatus social al servir de modelo de comportamiento
adulto (fumar, beber, tener relaciones sexuales) para los otros adolescentes
adaptados, lo que refuerza más aún la realización de conductas de riesgo o
de carácter antisocial (Moffitt, 1997).Además suelen presentar, con mayor
frecuencia que los normativos, problemas internos relacionados con la
sintomatología ansiosa-depresiva, problemas de autoestima, falta de
empatía, problemas de ajuste externo relacionados con comportamientos
delictivos o conductas antisociales, peores resultados escolares y mayores
probabilidades de padecer trastornos de personalidad (e.g. el trastorno límite
de personalidad) y de consumir sustancias tóxicas con asiduidad (tabaco,
alcohol y drogas), mayor absentismo escolar, y además, no muestran
sentirse satisfechos con el contexto escolar. Además, los chicos y chicas
de estos contextos son más propensos a presentar problemas de
comportamientos que otros compañeros desde los primeros años, por eso
es más probable que presenten más problemas de conducta durante la
adolescencia.
Por todo ello, es muy probable que la realización de conductas de
riesgo, no sea en estos adolescentes una señal transitoria de búsqueda de
identidad y autonomía, sino que se convierta en un modo estable de manejar
su ansiedad, frustración y anticipación del fracaso o de evadirse ante
situaciones estresantes como las dificultades escolares, los problemas con
169
los padres, accidentes, enfermedades o ruptura con personas íntimas
(Basabe y Páez, 1992).
La facilidad de participación en culturas de trasgresión y evasión,
junto con las escasas oportunidades de gratificaciones y opciones de
relevancia social constructiva, aumentan la probabilidad de que, en estos
grupos de adolescentes, dichas conductas de riesgo sean muy extremas y
puedan estabilizarse como patrón comportamental en la transición a la vida
adulta.
170
CAPÍTULO VI
171
CAPÍTULO VI
172
6.2 Las representaciones colectivas de Emile Durkheim
173
interpersonales. Heider muestra al pensamiento y el conocimiento cotidiano
como fundamental e importante en la determinación del comportamiento, en
oposición a los prejuicios de la existencia de un pensamiento ignorante.
174
producido de forma inmanente en relación con los objetos
sociales que conocemos.
175
unifica e integra lo individual y lo colectivo, lo simbólico y lo social, el
pensamiento y la acción.
Así, cuando las personas hacen referencia a los objetos sociales, los
clasifican, los explican y, además, los evalúan, es porque tienen una
representación social de ese objeto. Esto significa, como lo señala Jodelet
(1986), que representar es hacer un equivalente, pero no en el sentido de
una equivalencia fotográfica sino que, un objeto se representa cuando está
176
mediado por una figura, hay una construcción. Y es sólo en esta condición
que emerge la representación y el contenido correspondiente.
177
Las representaciones sociales constituyen
modalidades de pensamiento práctico orientados hacia la
comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social,
material e ideal. En tanto que tales, presentan características
específicas a nivel de organización de los contenidos, las
operaciones mentales y la lógica.
178
Por otra parte, Abric (2001) en concordancia con lo planteado pero
desde una mirada en la que la RS es planteada como un caso de cognición
y construcción social y con una organización definida y significante,
caracteriza a las RS como sistemas sociocognitivos y contextualizado y las
define:
179
6.6 Utilidad y funciones de las RS
180
alumnos tendrían de la Escuela aparecería desde el marco referencial que el
grupo y la sociedad construye y transmite sobre la misma, lo que permitiría
describirlas, explicarlas y comunicarlas. Por otro lado, conocer los
componentes y organización de dicha representación facilitaría indagar
sobre los valores y sistemas cognitivos que la sostienen.
181
interacción los comportamientos, expectaciones y consecuencias
esperables.
La RS“es prescriptiva de comportamientos o prácticas obligadas”,
aparece como norma, regla, definiendo lo permitido y lo que no lo es, lo
aceptable y lo inaceptable, lo deseable y lo que no, en un contexto social.
Por su parte, Flament (2001) explica que las prescripciones son
condicionales al contexto o circunstancia aunque en el discurso de los
sujetos se enuncian como incondicionales lo que tiene una importante
incidencia en las prácticas sociales, apareciendo el aspecto prescriptor como
lazo entre la representación y la conducta que se espera bajo ciertas
condiciones. Así, en la RS que el alumno construye de la Escuela
aparecerían prescripciones que definirían las conductas y prácticas de los
mismos en un contexto social dado y aquellas que se considerarían y
juzgarían como inadecuadas o contrarias a la prescripción. No obstante,
Flament (2001) plantea que al cambiar las circunstancias o condiciones, las
prácticas sociales aparecen articulando o como interface entre los
prescriptores internos de la RS y las nuevas circunstancias, enunciando
además que las prácticas pueden cambiar algunas prescripciones que
absorben esas nuevas condiciones a los que llama prescriptores
condicionales, pero existen otros que se mantienen o modifican lo menos
posible a los que denomina prescriptores absolutos, que aparecen como
ineludibles y que funcionarán como principios organizadores de otras
prescripciones lo que definirá el tipo de representación que se presenta.
182
imagen y el papel de la Escuela ante el grupo y la sociedad en su conjunto o
justifican sus adaptaciones y transformaciones.
La Objetivación:
183
reabsorber un exceso de significados materializándolos.” (Moscovici, 1976,
citado por Jodelet, 1986: 481)
El Anclaje:
184
social de la representación y su objeto. Permite integrar la información de un
objeto en un sistema de pensamiento ya establecido dándole significado y
utilidad a la representación. El anclaje implica asignación de sentido e
instrumentación del saber.
185
La distinción de estas tres dimensiones en las representaciones
sociales posibilita detectar o visualizar la estructura de las mismas, su
incidencia evaluativa y los contenidos sobre los que se articula y a la vez
permite identificar diferentes grupos sociales en términos de las diversas RS.
Por su parte, Abric (2001) coincidiendo con lo anterior pero con una
mirada más práctica y estructuralista sobre las RS, plantea que están
definidas por un conjunto de informaciones, creencias, actitudes y opiniones
en relación al objeto representado y que a su vez estos elementos aparecen
organizados y estructurados, por lo que considera que para su comprensión
debe hacerse una doble identificación, por un lado el contenido de la RS
(informaciones, creencias, opiniones y actitudes) y por otro su estructura u
organización (campo de representación), donde los elementos de la
representación son ponderados, jerarquizados y desde lo cual se revela la
relación significante existente entre ellos.
Sobre esta idea, Abric en 1976, propone la teoría del núcleo central
en la que expresa que:
186
por lo que a continuación presentamos algunos de sus aspectos más
destacados.
187
de las representaciones de distintos grupos, de distintos contextos o de
distintos momentos. Por ejemplo, pueden compararse las RS de distintos
subgrupos de alumnos en relación a la Escuela (de distintos niveles o
cursos, con distintos rendimientos, etc.).
188
el objeto mismo de la representación, ya que organiza la imagen del objeto
construyéndolo. Además explica que:
“(…) el objeto de una representación social siempre es
compuesto (…) Aunque el objeto de la representación social
tenga una definición objetiva, (…) no hay razón alguna para que la
representación social refleje fielmente esta definición objetiva.”
(Flament, 2001: 42)
189
cercanía, de estos con el núcleo, permite visualizar su importancia,
significación y papel en la representación. Pues “(…) próximos al núcleo,
desempeñan un papel importante en la concreción del significado de la
representación, más distantes de él ilustran, aclaran, justifican esta
significación.” (Abric, 2001: 23).
190
“Son prescriptores de comportamientos y (…) de toma de posiciones
del sujeto.” (Abric, 2001: 25). indicando lo que es esperable o considerado
normal en la conducta o lo que se dice en una situación concreta.
Permitiendo definir, conducir acciones y reacciones más allá de los
elementos centrales.
191
SEGUNDA
PARTE
192
MARCO
METODOLÓGICO
193
CAPÍTULO VII
194
Capítulo VII
195
Concretamente, el propósito de la investigación cualitativa es
interpretar la experiencia del modomás parecido posible a cómo la sienten o
la viven los propios participantes del grupo estudiado(Blaxter, Hughes y Tigh,
2005).
196
estudiado por el carácter espontáneo y, en consecuencia, proyectivo de la
producción.
197
intervención, etc. Por otro lado, señalan que, su análisis se hace complicado
ya que frente a lo planteado obliga al uso de filtrajes de todo tipo y mayores
controles señalando que igualmente siempre estará presente la subjetividad
y el sesgo de quien hace la lectura del discurso.
198
7.2 Objetivos
General:
Conocer las representaciones sociales acerca del rol parental ejercido por
las madres de adolescentes reiterantes en la infracción legal y el
desempeño de éstas familias en los aspectos centrales de su
funcionalidad.
Específicos:
Supuestos:
Las R.S acerca del rol parental ejercido por las madres de
adolescentes reiterantes en la infracción legal estaría asociada al tipo
de funcionamiento familiar.
La infracción legal reiterante en adolescentes estaría ligada al tipo de
funcionamiento familiar.
Las R.S de estas madres se asociaría al pensamiento social con el
déficit en las funciones normativas y nutricias
El déficit en las funciones parentales estaría asociada a la infracción
legal reiterante en adolescentes.
199
A fin de lograr los objetivos propuestos trabajamos con un grupo de
estudio de setenta y ocho (78) sujetos, los cuales conformaron las
veinticuatro (24) familias estudiadas y veinticuatro jóvenes reiterantes en la
conducta delictiva, que se integraban en el proceso de justicia penal de
menores de la Primera Circunscripción de Mendoza, a las que se les tomó el
test de las bolitas y la misma cantidad para el test de evocaciones
jerarquizadas que desarrollaron las madres de éstos jóvenes. Se realizó todo
el proceso con el debido consentimiento de todos los involucrados.
200
Se observó que al momento de la toma del test de evocaciones, las
madres tenían dificultades en producir la cantidad de palabras esperadas.
Les era dificultoso emitir palabras o frases, por ende se acorta el proceso de
asociación, aunque se logra llegar a los requerimientos de la jerarquización.
Este dato será tenido en cuenta en el momento de interpretación de los
datos.
201
A partir de su implementación:
202
(α) ≤ frecuencia de aparición de cada categoría: Frecuencia Alta
203
estructura de representaciones sociales encontradas, tal como se detalla en
el apartado de resultados.
204
La primera periferia está formada por las categorías con frecuencia
alta o alta recurrencia de aparición, pero que en la jerarquización, asignada
por las madres, presentan importancia pequeña. Estos elementos están
interactuando en relación directa con el núcleo, sin penetrarlo y, de acuerdo
a Abric (2001, p.23), “…desempeñan un papel importante en la concreción
del significado de la representación…”.
205
La consigna es la siguiente: “cada uno de ustedes debe poner todas
sus bolitas en los orificios del tablero tratando de hacer algo junto con los
demás”
Los integrantes son quienes deciden dar por terminada la tarea y se les
pregunta:
¿Qué piensa cada uno de lo que ha hecho con sus bolitas?
¿Qué piensa cada uno que han hecho los otros?
¿Qué piensa cada uno de lo que han hecho todos juntos?.
Finalizada la primera prueba se toma una fotografía de lo hecho. Se
repite la secuencia dos veces más. Los participantes mantienen el mismo
color de las bolitas. Al finalizar la tercera prueba se le muestra a cada
participante la foto de cada una y se le pide que elijan una.
Tabulación
Se utiliza el método “macroscópico” (macroscópico y microscópico
son los métodos ideados por los autores para el análisis de la técnica,
siendo el primero el aconsejado para el estudio de familias), en el que se
distingue el “lenguaje verbal”, “lenguaje del tablero” y conducta de los
participantes, como áreas en las que el test da información que va a ser
procesada e interpretada.
Lenguaje verbal
Es todo lo que los participantes dicen, ya sea las respuestas a lo que
pregunta el examinador como lo dicho espontáneamente. Se analizan tres
ítems en las tres pruebas: Planeamiento (si pensaron lo que iban hacer y
quién lo propuso), Nombre (qué nombre le dan y quien lo propuso) y la
Evaluación de las tres pruebas (es la elección que hace cada integrante de
una de las tres pruebas).
Lenguaje del tablero:
Forma (configuración total de lo que planearon hacer).
Contenido (correlación entre lenguaje verbal y lo hecho).
Estructura (el modo en que las bolitas se relacionan entre sí
produciendo la forma)
Ubicación de cada set (posición que ocupa su área en relación con
el lugar del borde del tablero en el que está ubicado cada participante).
206
Relación entre los sets:(tipo de relación entre los distintos grupos de bolitas:
contactos por área, aislados o contacto).
Conducta
Es la descripción del comportamiento de sus integrantes durante la
prueba.
Evaluación de las tres pruebas puede ser progresiva, regresiva y
estacionaria.
Finalmente, Galeazi; Mandelbaun & Villafañe (citada en
Usandivaras, 2004) afirma que la familia al ser enfrentada con el test
mostrará las maneras que tiene para organizarse (integración, cohesión e
interacción), las capacidades en la comunicación para plasmar la creación
del conjunto, el grado de plasticidad para adaptarse a los cambios.
La integración alude a una fuerza centrípeta que se relaciona con la
tendencia a establecer contactos o interacciones antes que la tendencia a
aislarse del grupo. Las familias más saludables mantienen sus
miembros conectados y diferenciados.
La cohesiónse refiere al grado de relación o vinculación entre los
miembros de la familia. Los autores consideran que debe haber un equilibrio
entre apoyo, solidaridad y separación. Apunta al sentido de pertenencia de
los miembros con el grupo.
Plasticidad tiene que ver con el equilibrio de una organización
familiar para mantener la estabilidad y cambiar y adaptarse a lo nuevo. Tiene
que ver con la posibilidad de cambio sosteniendo la unidad.
Con Evolución va a dar cuenta de cómo la familia mejora o no con el
paso del tiempo sus interacciones y producciones y puede ser progresiva,
regresiva (regular o irregular según se siga un patrón sin cambios) y
estacionaria, según se desarrollen las tres pruebas.
Cuestiones que se identifican en los protocolos tomados en base a
los parámetros ya definidos.
207
ANÁLISIS DE
LOS DATOS
208
PRESENTACIÓN
DE LOS
RESULTADOS
209
CAPÍTULO VIII
210
CAPÍTULO VIII
8.1 Resultados
Valoración negativa
Comunicación
211
necesidades del los hijos. Proteger, acompañar, cuidarlos, estar con ellos,
atenderlos fueron algunas de las palabras de la que categoría que se
describen en el Anexo III. En el eje central también se encuentran aquellas
conductas que expresan sentimientos positivos, amorosos en relación al hijo,
como ternura, abrazarlos, darle todo, unión, compañerismo, etc.
212
Luego se realizó la transcripción de los datos relevados y la
tabulación correspondiente de acuerdo a lo descrito como método
macroscópico, obteniendo un protocolo por cada familia, en el que se
constaba el desarrollo de las tres pruebas. Los mismos se encuentran en
anexo IV.
213
finalmente “estacionaria”, cuando no se evidencia mejoras ni desmejoras a lo
largo de las tres pruebas. Anexo V
Tabla Nª 1
214
inclusión)
215
Caótica separación
El 42% de las familias (nª 3, 5, 8, 11, 13, 14, 15, 17,19 y 24) se
evidencian como regresivas es decir, no muestran en sus producciones
mejorías. La cohesión es inestable con tendencia a la separación y
aislamiento. Su modo de relacionarse no logra el apego básico que permita
la mutua pertenencia. No se evidencia apoyo entre los miembros, sino que
prima la separación y la distancia afectiva. Funcionarían como una suma de
individualidades con escasa identidad grupal. Se enfatiza dificultad en
216
operar cambios. No se realizarían regulaciones internas para lograr una
adaptación al entorno en el que se desarrollan. No habría permeabilidad
ante los requerimientos individuales o del grupo. Las influencias externas
son temidas y vividas de manera amenazante. Este grupo tiene aspectos de
familias disfuncionales.
Llegando tan sólo al 4% (familia Nª 2), es decir, una sola familia que
la evolución fue regresiva, a pesar de que la integración y la cohesión
cumple con los requisitos de disfuncionalidad, ya que ambas es inestable.
Pero con respecto a la plasticidad aceptan cambios de roles y reglas para
lograr la adaptación, lo cual sería un indicador de funcionalidad al igual que
el resultado de la evolución de la prueba. Observando la familia,
“progresiva”, era la abuela paterna quien ejercía el rol parental, en donde la
narrativa de la misma, se centraba en el control que realizaba ella a la nieta,
como horario de colegio, horario de permisos y salidas, además de ejercer
también la parentalidad nutricia en forma adecuada.
Tabla Nª 2
Conectados y 1 4
diferenciados
Inestables 6 25
217
Inestable / caótica 15 63
Caótica 0 0
Total 24 100
N: 24 familias
El 63% de las familias a las que se les administró el test de las bolitas
manifiestan una integración inestable / caótica, es decir, que las
interacciones que llevan a cabo dentro del sistema familiar no es constante
en las tres pruebas como así tampoco el grupo no posee un funcionamiento
organizado. El 25% muestran inestabilidad en el desarrollo de la integración,
varían entre períodos en los que las fuerzas centrípetas son preponderantes
en la organización y otros, en los que la satisfacción de las individualidades
son las relevantes. Alcanza el 8% aquellas familias que se conectan pero no
se pueden diferenciar, es decir, que priman los vínculos entre los miembros
del grupo disminuyendo la expresión de la individualidad. Finalmente tan
sólo el 4% de la muestra funciona con una integración en las que los
miembros se encuentran conectados y diferenciados, son capaces de
moderar su individualidad con el fin de lograr el beneficio del grupo. Las
acciones personales tienden a apoyar el logro de los objetivos en común y a
su vez es respetada la subjetividad.
Tabla Nª 3
Apoyo 3 12
Inestable 17 71
Separación 4 17
218
Total 24 100
N: 24 familias
Tabla Nª 4
Aceptan cambios de 4 17
reglas y roles
Rigidez 20 83
Total 24 100
N: 24 familias
Tabla Nª 5
219
Categoría Frecuencia Porcentaje
Progresiva 1 4%
Regresiva 10 42%
Regresiva irregular 1 4%
Estacionaria 4 17%
Total 24 100%
N: 24 familias
220
CONCLUSIONES
221
CONCLUSIONES
222
Ahora bien, estas madres que poseen como núcleo de la representación
social el cuidado y la afectividad de los hijos, son las mismas que en el test de
las bolitas, tienen en su mayoría una evolución regresiva, siendo la integración
inestable / caótica, la cohesión también inestable y la plasticidad rígida, llevando
a inferir que tienen el conocimiento del cuidado hacia la prole pero no deslizan
las competencias acordes para llevarlas a cabo, se explicaría por la conducta
transgresora y también como se verá más adelante por los patrones de
organización disfuncional de la familia. Por lo tanto no existiría una relación
directa entre la RS y el tipo de funcionamiento familiar, éste último estaría ligado
a características de familias disfuncionales, por el tipo de evolución que poseen,
lo cual no coincidiría con el núcleo de la RS que dio como resultado el cuidado y
la afectividad, componentes presentes en la funcionalidad.
223
funcionamiento familiar, no sería factible de refutación. Estas conductas se
relacionan con un clima familiar negativo, caracterizado por carencia de afecto
(este factor no estaría en éstos jóvenes, ya que el núcleo de la RS de sus
madres se encuentra la afectividad hacia ellos), falta de apoyo e implicación,
permisividad y tolerancia de la conducta agresiva del hijo, disciplina
inconsistente, inefectiva y demasiado laxa o demasiado severa, problemas de
comunicación familiar, conflictos frecuentes entre cónyuges, utilización de la
violencia en el hogar para resolver los conflictos familiares, rechazo parental y
hostilidad hacia el hijo, y falta de control o control inconsistente de la conducta
de los hijos.
224
entrenamiento en programas que favorezcan estilos de socialización parental
funcionales, puede resultar un intento de alterar la discordancia.
Como elementos de contraste de la RS, que son aquellos que ocupan ese
lugar debido a la baja frecuencia pero poseen un valor alto encontramos la
idealización y la expectativa parental, es decir que la madurez, el compromiso, la
constancia, adoración, felicidad entre otros, elementos que se encuentran en las
familias funcionales no se encuentran en el funcionamiento familiar encontrado
en el grupo estudiado. Es decir, que existiría una coherencia en el contraste de
la RS encontrada y la manera de funcionar en éstas familias.
225
Entonces podemos decir que la representación social se adhiere a la
tarea parental eficazpero las comunidades que transgreden no lo llevan a cabo.
Hay una adherencia macrosocial, pero no hay crítica por lo tanto no hay
capacidad de cambio, que es una cualidad de las funcionalidad en las familias.
Con respecto al apego podemos inferir que los jóvenes del grupo
estudiado, lo tienen, así lo demuestra la RS en su núcleo (afectividad y cuidado
hacia el hijo), pero también debemos tener presente a Durkheim quien decía
“Somos seres morales en la misma medida en que seamos seres sociales”. Y
aclara al respecto: “Esto puede interpretarse para expresar que somos seres
morales en la misma medida en que hayamos “internalizado las normas” de la
sociedad. Las normas de la sociedad las comparten los miembros de esa
sociedad. Inmediatamente surge el interrogante de que éstas familias comparten
determinadas “normas” que hacen que se desenvuelven sus hijos adolescentes
de esa manera, porque así está determinado en la comunidad donde viven?, ¿lo
226
tienen internalizado a nivel comunitario la reiterancia en la infracción legal?;
¿aprehendieron esas normas?; tal vez sea así o no para eso es necesario
investigar estás nuevas líneas.
227
internalizan le dan cumplimiento. Estas creencias se encuentran ligadas a
valores trasmitidos por la familia y los agentes de la socialización secundaria.
Para Hirschi, existen dos sistemas de control convencionales: uno de ellos es la
familia y el otro la escuela. En las familias estudiadas observamos que existe el
cariño, pero el funcionamiento de éstas es caótico, el déficit de las funciones
parentales, sobre todo las normativas hacen que los jóvenes no cumplan con las
normas socialmente aceptadas para la mayoría, lo que deberíamos pensar para
una próxima investigación es que si ellos se adhieren a los valores y creencias
del lugar de residencia, a los pares con los que mantienen contacto o poseen
una sintomatología propia que hacen que reiteren la conducta transgresora.
Desde el punto de vista de la intervención, la prevención de la delincuencia
en la adolescencia, debería implicar por lo tanto, prestar una gran atención a las
familias y, especialmente, a la calidad de la interacción entre padres e hijos
adolescentes, apoyarles en el desarrollo de herramientas y recursos adecuados
que ayuden a sus hijos a ser personas saludables, tanto en esta etapa de la
vida, como en etapas posteriores, y no centrarse solamente en el adolescente
con problemas de conducta delictiva y violenta.
228
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the impact of Broken Homes”, Social Problems, Nº 38, febrero, 1991,
págs. 87 y 88.
237
ANEXOS
238
Anexo I Planilla del test de evocaciones jerarquizadas
A.- Piensa en Qué es ser para Ud., ser madre y escribe todas las
palabras que asocies a ella. No te limites en la expresión. Ubícalas una por
recuadro o espacio previsto. Intenta completarlo, o escribir la mayor cantidad
de palabras que puedas
B.- De todas las palabras que escribiste en el punto anterior, elige la mitad
que consideres más asociadas con ser madre. Rescríbelas una por recuadro
o espacio previsto.
239
C.- Repite el procedimiento anterior, es decir, de las palabras escritas en el
punto 2 selecciona la mitad que consideras más asociadas con ser madre.
Rescríbelas a continuación, en los espacios previstos para ello.
D.- Clasifica por orden de importancia las palabras del punto anterior y
escríbalas en la siguiente tabla comenzando por la más importante y
continuando en orden decreciente.
Orden de Palabras
importancia
1º
2º
3º
4º
5º
6º
7º
8º
240
Anexo II Definiciones operativas de las categorías del test de
evocaciones jerarquizadas
Cuidado de los hijos: son todas aquellas acciones realizadas por el adulto
parental que se despliegan para satisfacer necesidades de los hijos.
241
Idealización 5 Afectividad hacia el hijo 6 Comunicación 7 Expectativa Parental 8
131/45=2.91
Familia 1
Prueba 1 Padre: bolitas amarillas; Madre: bolitas verdes; hija1: bolitas azules; hija 2: bolitas
rojas.
Condición:
242
Elección Todo el grupo
familiar elije la
prueba 3
2- Lenguaje del
Tablero
a- Forma F3 F4 F6
Contenido reconocible No Si Si
b- Contenido
Partes hechas por Padre: parte del Padre: techo, Padre: dos
camión chimenea y una pimpollos de flores,
ventana el borde de color
Madre: algo de la amarillo de una flor
cabina y letras de la Madre: la (que sería uno de
palabra camión plataforma, parte de los colores de la
una división y parte flor)
Hija 1: parte de la de una ventana.
cabina y letra Madre: tallo de la
Hija 1: la puerta, flor y la orilla de una
Hijo 2: un faro del una pared y una flor
camión, una rueda división.
y la parte de atrás Hija 1: maceta y
de la cabina, Hija 2: una pared, piso
también parte de un caminito, una
letra de la palabra ventana y parte del Hija 2: el círculo de
camión techo adentro de la flor.
243
c-Estructura Mixta: lineal- Lineal Mixta: lineal-
compacta compacta
(compacta – lineal –
mixta)
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
Se observa que el padre intenta organizar la primer prueba, hace chistes, y dibujan un
camión el cual es propuesto por él (es camionero), en la prueba 2 y 3 sigue las ideas
formuladas por su esposa e hija. Toma algunas bolitas de otros integrantes para mejorar la
figura del tablero, acción que hace en las tres pruebas. La madre de este sistema familiar,
se amolda a lo que propone el padre en la primer prueba, luego ella propone realizar una
casa identificándose en ella, las hijas comentan que hace mucho que ella (la madre) tiene
un casa. La hija 1 es quien desea manejar las tres pruebas, indicando en la casa que ella
quiere hacer la puerta para salir, (hace quince días aproximadamente que salió del S.R.P.J).
La hija 2, se ríe en todas las pruebas y sigue lo que dice el grupo familiar.
Es de destacar que todos tocan las bolitas del otro para mejorar lo plasmado en el tablero,
sacan bolitas para desplazarla a otro orificio y colocar otra de otro color para mejorar la
estética.
No se encuentran diferenciados los roles que deben cumplir cada uno, observando en la hija
1 una predisposición para manejar el grupo (líder).
En la casa hay otros integrantes que no residen en la misma una hija y una sobrina.
Eje del funcionamiento familiar es la madre, al elegir todo el grupo la figura 3, el progenitor
acompaña desde una posición jerárquica inferior a ella. Con respecto al rol normativo quien
lo ejerce es la madre. Cambia la calidad de contacto entre los padres y los hijos, es decir,
disminuye con uno y se incrementa con otro. En este caso con la hija que no posee
problemas de desajuste conductual. A su vez entre los hermanos prima la separación
individual.
Grupo Prueba
Condición:
244
Inestable Apoyo Rigidez Progresiva - irregular
Familia 2
Prueba 1 Padre: bolitas rojas; Abuela: bolitas verdes; hija: bolitas amarillas.
Condición:
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F2 F3 F5
Simetría No No Si
Contenido reconocible No No Si
245
formal
b. Contenido
Partes hechas por Padre: todo el auto Padre: ramita de la Padre: chimenea
flor, en centro de la de la cas, las
Abuela: letras y un flor, el cantero y un paredes, la
signo ala de la paloma ventana, una parte
del piso y las dos
Hija: letras y cuatro Abuela : el césped, frutitas del árbol
puntos con uno en un ala de la paloma
el centro (hace y las hojas de la flor Abuela: un arbolito
referencia al policía Hija : pétalos, el y el techo de una
rodeado de solcito, una paloma casa
delincuentes) y la cabeza y ala de
la otra paloma. Hija : techo, la
puerta y el piso (dos
bolitas)
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
Se pudo observar que en la primera prueba estaba cada uno con sus bolitas, no hay
planificación de nadie, cada uno va colocando las bolitas sin pensar en realizar algo en
conjunto, sólo la abuela desea formar la palabra TAMI, haciendo alusión al nombre de la
nieta que se llama TAMARA, la nieta la sigue pero realiza una figura sola, el padre no
comparte sus bolitas con las otras ni tampoco opina. El funcionamiento familiar disgregado,
poco cohesionado y funciona en díada abuela / nieta separado del padre.
Con respecto a la prueba II, la abuela desea realizar un árbol, pero se impone la idea que
da la nieta, es por tal razón que dibujan una flor, para luego agregarle el sol y unas palomas,
hay más integración entre los miembros, se observa una mejor flexibilización de roles entre
una prueba y la otra. En la prueba III hay más planificación e integración entre los sets.,
El lenguaje verbal como el del tablero es consistente, ya que la díada abuela y nieta está
246
plasmada en el mismo, dejando de lado al progenitor.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 3
Prueba 1 Madre (M): bolitas rojas; Hija 1 (H1): bolitas marrones; Hijo 2 (H2) (identificado):
bolitas azules; Hijo 3 (H3): bolitas verdes; Hija 4 (H4): bolitas amarillas
Condición:
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F5 F1 F3
247
Uso del color Arbitrario No arbitrario No arbitrario
Simetría Si No No
Contenido reconocible Si No Si
b. Contenido
Partes hechas por M: la copa del árbol M: la letra del M: parte del espiral.
nombre de ella JE
H 1: el tronco del (Jesica) H 1: parte del
árbol y el una parte espiral.
del techo de la H 1: la letra de mi
casa. nombre J (Jeny) H 2: parte del
espiral.
H 2: cielo y un H 2: un cuadrado
pájaro (las bolitas H 3: parte del
son colocadas por H 3: la letra L espiral.
la hermana mayor( (Lucas)
H 4: parte del
H 1)
H 4: la letra del espiral.
H 3: pastito, puertita nombre J (Jesica) y
de la casa y un una línea.
poco del techo.
H 4: las paredes de
la casa (la orilla de
la casa)
248
d-Ubicación No zonal No zonal Zonal (bolitas
marrones)
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
Grupo Prueba
Condición:
Familia 4
249
Prueba 1 Madre (M): bolitas rojas; Hija 1 (H1): bolitas marrones; Hijo 2 (H2) (identificado):
bolitas azules; Hijo 3 (H3): bolitas verdes; Hija 4 (H4): bolitas amarillas
Condición:
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F5 F1 F3
Simetría Si No No
Contenido reconocible Si No Si
b. Contenido
250
Partes hechas por M: la copa del árbol M: la letra del M: parte del espiral.
nombre de ella JE
H 1: el tronco del (Jesica) H 1: parte del
árbol y el una parte espiral.
del techo de la H 1: la letra de mi
casa. nombre J (Jeny) H 2: parte del
espiral.
H 2: cielo y un H 2: un cuadrado
pájaro (las bolitas H 3: parte del
son colocadas por H 3: la letra L espiral.
la hermana mayor( (Lucas)
H 4: parte del
H 1)
H 4: la letra del espiral.
H 3: pastito, puertita nombre J (Jesica) y
de la casa y un una línea.
poco del techo.
H 4: las paredes de
la casa (la orilla de
la casa)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
251
El miembro sintomático es el H2, en donde no participa colaborativamente en las
pruebas, coloca las bolitas donde quiere o le indican (chivo expiatorio).
Grupo Prueba
Condición:
Familia 5
Prueba 1 Madre (M): bolitas azules; Padre (P): bolitas rojas; Hijo 1 (H1) bolitas amarillas
Condición:
252
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F4 F3 F2
Simetría No Si Si
Contenido reconocible Si No No
b. Contenido
253
d-Ubicación Zonal No zonal No zonal
(zonal/no zonal)
3- Conducta
La madre es quien planifica y todos las siguen, la bolitas del hijo le son sacada por
parte del progenitor, quien es el que las coloca en los orificios, no deja que el hijo
decida por sí mismo.
En la prueba II el padre es quien dice lo que hay que hacer y nadie refuta la idea, a
pesar de que un principio es el hijo al que se le ocurre otra idea.
Grupo Prueba
Condición:
254
Integración Cohesión Plasticidad Evolución
Familia 6
Prueba 1 Madre (M): bolitas amarillo; Hijo1 17 años (H1) (identificado): bolitas rojo; Hijo2
10 años (H2): bolitas verdes.
Condición:
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F3 F2 F4
Simetría Si No Si
Contenido reconocible Si No Si
255
Resumen de la calidad Mala Mala Buena
formal
b. Contenido
Partes hechas por M: el tronco del M: el sol del M: las ramas, los
árbol, parte del paisaje. sarmientos de un
piso y unas racimo de uva.
manzanitas del H 1: el horizonte
árbol. rojo. H 1: las uvas del
racimo.
H 1: las manzanas H 2: el piso y unas
del árbol y parte del plantas. H 2: las hojas del
piso. H 2: las hojas racimo de uva.
del árbol.
(zonal/no zonal)
3- Conducta
La cohesión en este grupo es óptima, entre todos se apoyan para realizar algo
estético a la vista. Hay relación entre el tema elegido y la verbalización.
En la interacción observamos que se relacionan entre sí, rotando el poder entre los
tres, que el liderazgo es ejercido por los tres. No se detectan reglas rígidas.
256
Predomina la iniciativa de la M.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 7
Prueba 1 Madre (M): bolitas rojas; Hija 1 (H1): bolitas vedes; Hijo 2 (H2) (identificado):
bolitas azules.
Condición:
257
Elección H1 Madre e H2 -------------
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F2 F4 F5
Simetría No Si Si
Contenido reconocible No Si Si
b. Contenido
258
d-Ubicación No zonal No zonal Zonal (bolitas
azules)
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
Hay una tendencia a aislarse por parte del H1 (hace dos meses que a regresado del
exterior, luego de estar seis años afuera). La progenitora organiza lo plasmado en la
prueba I, y los hijos realizan lo que ella les indica. Luego en la Prueba II la madre da
varias opciones y eligen realizar una persona, en donde el H1 vuelve a aislarse y
realiza un árbol al costado de la persona. En la prueba III el que planifica lo que hay
que realizar es el H2 y todos lo siguen.
La persona que se observa como líder es la madre, ella planifica e indica que deben
realizar el resto de los integrantes.
La cohesión se mantiene en las tres pruebas reflejando apoyo entre los miembros
siendo la progenitora el nexo entre los hermanos. No hay una buena ni clara relación
del tema de la prueba I con lo que plasmaron en el tablero.
Por lo observado se puede inferir que nos encontramos frente a un sistema familiar
en donde el rol parental es ejercido por la progenitora, ya que el padre se encuentra
desde hace muchos años fuera del país, siendo una figura para H2 periférica tanto a
nivel económico como afectivo.
259
de salir de la misma.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 8
Prueba 1 Madre (M): bolitas verdes; Hijo1 (H1) 14 años: bolitas azules; Hijo2(H2) 12
años : bolitas marrones, Hija 3 (H3) 8 años: bolitas rojas, Hija 4 (H4) bolitas amarillas.
Condición:
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F3 F2 F2
260
Uso del color Arbitrario Arbitrario Arbitrario
Simetría Si Si Si
Contenido reconocible Si Si Si
b. Contenido
Orientado hacia H1 H1 H1
Partes hechas por M:la copa del árbol. M:la puerta de la M:el relleno de las
casa y el pasto. alas de la mariposa.
H 1: las nubes y
una de las plantas H 1: las paredes de H 1: una parte de
la casa y las nubes. las alas de la
H2: el tronco del mariposa.
árbol. H2: el techo y la
chimenea de la H2: el cuerpo de la
H3: las flores casa. mariposa.
261
d-Ubicación No zonal No zonal No zonal
(zonal/no zonal)
3- Conducta
Grupo Prueba
Condición:
262
Familia 9
Prueba 1 Madre (M): bolitas rojas; Hijo1 (H1) 13 años: bolitas verdes; Hijo2(H2) 11 años :
bolitas azules, Hija 3 (H3)10 años: bolitas amarillas
Condición:
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F5 F4 F3
Simetría Si Si Si
Contenido reconocible Si No No
b. Contenido
263
Grupal/individual Grupal Individual Grupal
Partes hechas por M:las flores y los M:estructura del M:una casa
pajaritos. columpio
H 1: un árbol.
H 1: el pasto H 1: el pasto y el
sube y baja. H2: una pileta y
H2: una nube y la parte de la casa.
flor. H2: la laguna y
parte del columpio.. H3: una puerta, el
H3: el sol y los sol, los limones del
palitos de las flores H3: el sol, parte del árbol y el asiento
columpio, parte del para la pileta.
sube y baja y un
patito.
3- Conducta
Se observa aislamiento por parte de H1 a pesar de los intentos del resto de los
264
integrantes para incluirlo. Escasa participación.
Con respecto a la cohesión se observa que entre todos se apoyan para realizar algo
estético a la vista. Hay relación entre el tema elegido y la verbalización, con dificultad
para plasmarlo en el tablero.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 10
Prueba 1 Madre (M): bolitas azules; Hija 1 (H1): bolitas verdes; Concubina ( C ) (del joven
internado en el S.R.P.J): bolitas amarillas.
Condición:
Planeamiento C M H1
265
Nombre Una flecha Una casa Un auto
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F3 F2 F1
Simetría Si No No
Contenido reconocible Si No Si
b. Contenido
Orientado hacia H1 H1 H1
266
mixta)
(zonal/no zonal)
3- Conducta
Pudiendo definir que el rol de líder lo intenta ejercer C. Es ella quien en las pruebas
toma las bolitas de los otros para colocarlas en los orificios que cree correctos. Pero
también podemos visualizar que tanto M como H1 la dejan de lado en la construcción
de las figuras, notándose más en la prueba III
Grupo Prueba
Condición:
267
Inestable y caótica Inestable Rigidez Progresiva - irregular
Familia 11
Condición:
Planeamiento H1 M M
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F5 F3 F3
Simetría No No No
Contenido reconocible Si Si Si
b. Contenido
268
Grupal/individual Grupal Grupal Grupal
Orientado hacia H1 H1 M
(zonal/no zonal)
3- Conducta
269
con precisión el mando. Tienden a la individualización.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 12
Condición:
270
flecha fútbol
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F1 F3 F2
Simetría No Si Si
Contenido reconocible No Si Si
b. Contenido
(zonal/no zonal)
271
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
Grupo Prueba
Condición:
Familia 13
272
Prueba 1 Madre (M): bolitas azules; Padre (P): bolitas verdes; Hijo 1 (H1) bolitas amarillas
Condición:
H1: un cuadrado y
entre todos una
figura
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F1 F2 F1
Simetría No No No
Contenido reconocible No Si No
b. Contenido
273
Grupal/individual Individual Grupal Individual / díada
(compacta – lineal –
mixta)
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
A lo largo de las tres pruebas, no hay planificación expresa. El padre realiza las cosas
solo, y no le interesa integrarse con el resto. La madre sigue lo que le indican, no
tiene iniciativa, el H1 tiene en ocasiones indicadores de líder pero no lo puede
274
mantener a lo largo de las pruebas.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 14
Prueba 1 Madre (M): bolitas rojas; Hijo 1 (H1) bolitas amarillas; Hija 2 (H2) bolitas verdes
Condición:
275
Elección -------------- Madre H1 – H2
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F3 F2 F1
Simetría No No No
Contenido reconocible Si No No
b. Contenido
Orientado hacia H1 – H2 H1 – H2 H1 – H2
276
c-Estructura Mixta: lineal – Mixta: lineal – Lineal
compacta compacta
(compacta – lineal –
mixta)
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
En la prueba III planifica H1, él expresa lo que deben realizar en el tablero, siguiéndolo
el resto del grupo. Murmuran, se ayudan entre ellos.
El liderazgo no es ejercido por nadie en especial, pero toman la iniciativa los hijos.
Grupo Prueba
Condición:
277
Integración Cohesión Plasticidad Evolución
Familia 15
Prueba 1 Madre (M): bolitas marrón; Padre (P): bolitas verdes, Hijo 1 (H1) bolitas azules;
Hijo 2 (H2) bolitas rojas, Hijo 3 (H3) bolitas amarillas
Condición:
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F3 F1 F2
Simetría Si Si No
278
Contenido reconocible Si No Si
b. Contenido
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
El padre planifica y le indica a H3, el cual tenía las bolitas amarillas, que éste realizará
las hojas secas ….porqué se había llevado todas las materias. Expresando éste…yo
voy hacer la parte viva, las hojas verdes, el pasto. Entre los hermanos hablan no así
con el padre. Se puede observar una díada entre la madre y el hijo mayor, como así
también mayor flujo de comunicación entre el padre y el hijo menor. H2 dirige le dice
279
a H3 que debe realizar el sol. H1 no habla. El progenitor realiza chistes a todos los
integrantes pero ninguno se reí por el contrario le dicen que lo que están haciendo es
algo serio y no es para hacer chistes.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 16
Prueba 1 Madre (M): bolitas verdes; Hijo 1 (H1): bolitas azules, H2 (hermano de la M):
bolitas rojas, H3: bolitas amarillas.
280
Condición:
Planeamiento Madre H1 H1
Elección H2 M , H1 y H3 ---------
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F2 F2 F2
Simetría SI SI NO
Contenido reconocible Si Si Si
b. Contenido
281
Partes hechas por M: trate de M: parte del M: el contorno del
acomodarlas para corazón H 1: el rectángulo.
que quedara como contorno de la
un pinito. mitad del corazón. H 1: rellene el
rectángulo.
H 1: tratar de hacer H2: la otra mitad
un árbol del corazón, de la H2: contorno del
parte de afuera. rectángulo.
H2: tratar de que
quedara bonito H3: coloqué las H3: rellené el
bolitas dentro del rectángulo.
H3: un pino. corazón.
.
(compacta – lineal –
mixta)
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
La progenitora demuestra y manifiesta estar desbordada por el rol que debe cumplir
con sus cinco hijos, porque además está criando a un hermano, reside en el mismo
domicilio el progenitor y la pareja de ella. No puede canalizar mediante el diálogo lo
282
que le sucede, manifestando que les grita mucho a los hijos.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 17
Prueba 1 Madre (M): bolitas amarillas; Hija 1 (H1): bolitas azules, Hija 2 (H2): bolitas
marrones, Hijo 3 (H3): bolitas rojas, Hija 4 (H4): bolitas verdes.
Condición:
Planeamiento H2 M / H2 M
Elección H1 ------------- M – H2 – H3 – H4
2- Lenguaje del
283
Tablero
a. Forma F2 F2 F2
Simetría SI NO NO
Contenido reconocible No No No
b. Contenido
Orientado hacia M M M
284
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
La progenitora relata que desde hace cinco años que se encuentran residiendo en la
provincia siendo oriundos de Buenos Aires, que la ex pareja es el padre de todos sus
hijos. (7) éste continua residiendo en esa provincia y viene esporádicamente.
Por lo observado podemos inferir déficit en las funciones parentales, padre periférico
no sólo a nivel económico sino también a nivel emocional. Múltiples nacimientos en
los últimos seis meses (progenitora bebé de cuatro meses y H1; H2 bebas de tres
meses de edad). La figura masculina está ausente en las mujeres que conforman el
sistema, siendo ellas las únicas encargadas de la crianza de sus hijos.
285
Tabla Nº 1: Resumen funcionamiento familiar
Grupo Prueba
Condición:
Familia 18
Condición:
Planeamiento H1 M H1
2- Lenguaje del
Tablero
286
Simetría No No No
Contenido reconocible Si Si No
b. Contenido
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
287
dice….hagamos un parral… idea
A lo largo de las tres pruebas, no hay planificación expresa. Cada uno realiza lo que le
parece, sin consultar al otro.
Padre ausente, periférico, tanto a nivel emocional como económico. Se separan por
sufrir la progenitora V.I por parte de éste.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 19
Condición:
288
Nombre Una casa Un pino y una flor Madre expresa que
no han compartido
este dibujo pero que
la ayudo a colocar
unas bolitas
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F3 F2 F1
Simetría No No No
Contenido reconocible Si No No
b. Contenido
289
un costado
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
Grupo Prueba
290
Condición:
Familia 20
Condición:
Planeamiento H1 Madre H1
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F2 F4 F3
291
Simetría No No No
Contenido reconocible No Si No
b. Contenido
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
292
acomoda. La madre se deja llevar por éste. Luego ella también toca las bolitas del
hijo, no hay diálogo. En la prueba II es la madre que planifica, ella da las indicaciones
de lo que tiene que hacer el hijo, éste las cumple, pero al momento de denominar el
dibujo no repite lo que la madre dice haber diseñado en el tablero un árbol, éste le
añade …”un árbol de naranja”, como una forma de distinguirse de la progenitora. En
la prueba III el hijo vuelve a planificar, a pesar de que la madre también tiene ideas
para plasmar en el tablero, es más, ella es la primera en decir de realizar una pelota
grande pintada por adentro, pero cuando le pregunta al hijo qué es lo desea realizar
él, éste le responde dos personas. Hablan poco, tiene más creatividad el hijo. Se
organizan en forma colaborativa.
Les cuesta dibujar en el tablero lo que quieren hacer, lo que hace que lo diseñado
sea confuso y de mala calidad estética.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 21
Condición:
293
Planeamiento -------- ------- H1
H1: letras
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F3 F2 F2
Simetría No No Si
Contenido reconocible Si Si No
b. Contenido
294
costado parte de la L y parte un arbolito.
de la U.
H 1: une E y una H H 1: el techo y
H 1: parte de la letra parte de los
D (de dedicación), arbolitos.
parte de una B,
parte de la L y parte
de la U
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
se observa que no hay diálogo entre ellos, tampoco planificación, cada uno coloca
sus bolitas libremente sin consensuar con el otro. Hay individualidad. En la prueba II
tampoco se observa planificación sino que a medida que el hijo va formando letras la
madre lo sigue. Es el hijo quien toma las bolitas de la madre y las acomoda y es en
esta prueba que cuando se le pregunta a la madre acerca de cuáles letras eran,
responde que la D es de dedicación. No hay diálogo. Con respecto a la prueba III
hablan un poco entre ellos y el hijo sigue teniendo la misma conducta la de tocar y
sacar las bolitas de la madre y acomodarlas. No se pueden organizar en forma
colaborativa.
295
Grupo Prueba
Condición:
Familia 22
Condición:
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F2 F3 F3
296
Simetría No No Si
Contenido reconocible Si Si Si
b. Contenido
(zonal/no zonal)
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
No se observa planificación alguna, hablan muy poco entre ellos. La madre le dice al
hijo que él debe usar su inteligencia y realizar algo. Primero la madre había pensado
en realizar un pino y que el hijo se tenía que fijar qué iba a realizar él. Se denomina
asimismo como …”yo soy medio naba para esto….” Con respecto a la Prueba II en
principio se puede observar que algo quiere planificar la madre, dan vueltas acerca de
lo que quieren realizar en el tablero, la madre le indica al joven a dónde debe poner
297
las bolitas, las toca pero al joven no le gusta esa acción, por lo que se le nota en la
actitud. Luego la madre expresa que pueden realizar un TA – TE – TI a lo que el
adolescente no la escucha. Él también toca las bolitas de la madre. En la Prueba III
tampoco hay planificación alguna, la madre comienza a colocar las bolitas callada, el
joven observa las bolitas, murmura, toca las bolitas de la progenitora. Hablan muy
poco entre ellos. No se pueden organizar en forma colaborativa.
Grupo Prueba
Condición:
Familia 23
Condición:
298
Nombre Un muñeco Una casa Un pino
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F3 F4 F3
Simetría Si Si Si
Contenido reconocible Si Si Si
b. Contenido
Partes hechas por M: los bracitos, las M: la parte del M: parte del pino y
piernitas y parte del techo, y una parte del tronco del pino..
cuerpito. de la pared. H 1:
una parte de la H 1: parte del
H 1: la parte de la pared y la puerta. tronco y de arriba
cabeza y los ojos. del pino.
(zonal/no zonal)
299
e- Relación Contacto Contacto Contacto
(aislamiento, contacto,
área)
3- Conducta
Grupo Prueba
Condición:
Familia 24
Prueba 1 Madre (M): bolitas verdes; Padrastro (P): bolitas rojas; Hijo 1 (H1): bolitas
amarillas; Hijo 2 (H2): bolitas azules.
Condición:
300
Planeamiento Madre H1 H2
2- Lenguaje del
Tablero
a. Forma F3 F2 F1
Simetría Si No Si
Contenido reconocible Si No No
b. Contenido
301
casa, todo lo que es H 2: nubes. H 2: la laguna.
perímetro.
H 2: el techo.
(compacta – lineal –
mixta)
(zonal/no zonal)
3- Conducta
Hay una tendencia a aislarse por parte del padrastro. La progenitora organiza lo
plasmado en la prueba I, y los hijos realizan lo que ella les indica. Dialogan entre los
hermanos. La madre le indica al esposo a dónde debe colocar las bolitas. Luego en la
Prueba II es el H1 quien expresa lo que desea hacer y el resto lo sigue. No hay
diálogo, la progenitora dice de realizar el camino, H2 expresa que realizará las nubes,
el que no habla nada es el padrastro. H2 no se relaciona con nadie. En la prueba III el
que planifica es el H2 y todos lo siguen-
No se puede identificar un líder natural, ese rol va mutando entre la madre y el H2.
La cohesión les cuesta mantener en las pruebas. Tanto en la prueba II y III no hay una
buena ni clara relación del tema con lo que plasmaron en el tablero.
Grupo Prueba
Condición:
302
Integración Cohesión Plasticidad Evolución
Familia 1
Familia 2
Familia 3
303
Familia 4
Familia 5
Familia 6
Familia 7
304
Familia 8
Familia 9
Familia 10
305
Familia 11
Familia 12
Familia 13
306
Familia 14
Familia 15
Familia 16
Familia 17
307
Familia 18
Familia 19
Familia 20
Familia 21
308
Familia 22
Familia 23
Familia 24
309