Liberalismo y Rrii - Francisco Javier Peñas
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All content following this page was uploaded by Francisco Javier Penas on 17 May 2014.
* Este trabajo forma parte de los materiales para un próximo libro que Rafael del Águila y este
autor están escribiendo y que se titulará La razón de Estado en el nuevo (des)orden mundial Agradezco
a mi compañera Alicia Campos su ayuda en la redacción de estas páginas.
1 A. Arblaster, The Rise ami decline uf Westem Liberalism, Oxford, Blackwell, 19X4, p. ó.
, S. Hoffmann, Ianus and Minerva, Boulder, Co., Westview Press, 1987, p. 398.
) M. W. Doyle, «Reflections on the Liberal Pcaee and Its Critics», en M. E. Brown, S. M. Lynn-Jones
y S. E. Miller (eds.), Debating the Democratic Peace, Cambridge, Mass., The MIT Press, 1996, p. 358
• C. Layne, «Kant or Canto The Myth of Demoeratic Peace», en M. E. Brown et al (eds.), op. cit.,
p. 157, 0.1.
tualmente utilizados en esta literatura son M. Small y J. D. Singcr, «Thc War Proneness of Democratic
Regimes, 1816·1965>" The Jerusalem Iournal of Intemationat Relations, núm. 1, 1976; R. J. Rummel,
«Libertarianism and International Violencc», Ioumal o/ Conflict Resolution, núm. 27, 1983; E. Weede,
«Dernocracy and War Involment», Joumal o[ Conflict Resolution, núm. 28, 1984; S. Chan, «Mirror, Mirror
on the Wall...: Are the Freer Countries More Pacific», Ioumal of Conjlict Resolution, núm. 2S, 1984;
Z. Maoz y S. Abdolali, «Regime Type and International Conilich,Joumal ofConflict Resolution, núm. 33,
1989, YC. R. Ember, M. Ember and B. Russett, «Peace between Participatory Politics: A Cross-Cultural
Test of the "Dernocracies rarely Fight Each Other" Hypothesis», World Politics, vol. 44, núm. 4, 1992.
, «Domestic Politics and War», en R. Rotberg y T. K. Rabb (eds.), The Origins and Preven/ion
o/Major Wars, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, p. 88.
• Controlling ¡he Sword: the Democratic Govemance of National Security, Cambridge, Mass., Harvard
University Press, 1990, p. 123
9 Nosotros llamaríamos liberales a las sociedades que Doyle llama laissez-faire societies.
10 Aquí adapto la terminología de Doyle, «conservativo líberalism and "liberal" or "social democratic"
liberalism».
" B. Russett, Grasping the Democrauc Peace, Prinoeton, Princeton University Press, 1993.
1JJPrudencial, cabría decir política.
11 B. Russett, op. cit., p. 4.
22 Ibid., p. 1 J.
as «Democraey and the Peaceful Settlcment of International Conflict», American Political Science
Review, vol. 88, núm. 1, 1994.
,. S. M. Walt. The Origins ofAlliances, Ithaca, Cornell University Press, 1987
" S. M. Wall, op. cit., p. 265.
i' A. Wendt, «Identity and Structural Change in International Polines», en Y. Lapid Y F. Kratochwíl
(eds.), The Retum of Culture and Identuy in IR Theory, Boulder, Co., Lynnc Ricnncr, 1996.
J2 Ibid., p. 492
dentro de este argumento constructívista, es John Owen, «How Líberalism Produces Democratic Peace»,
en M. E. Brown, S. M. Lynn-Jones y S. E. MiIler (eds.], op. cit.
ss Ibid., p. 50S
36 Op. cit., «Collective Identity... », p. 371.
31 A. Lake, «Estados Unidos y su presencia exterior», Polñica Exterior, vol. VII, núm. 35, 1993,
pp. 114yss.
que son valores en alza pero que aún no han triunfado universalmente, se refuerzan
mutuamente: la primera puede generar justicia, pero no los bienes materiales nece-
sarios para el desarrollo de los individuos y, a su vez, los mercados pueden extender
lariqueza, pero no el sentido de la justicia.
La segunda característica de esta nueva situación mundial es que Estados Unidos
es la principal potencia en términos sociales, económicos, políticos y militares.
Además, si Rusia persiste en la vía de la liberalización no existe ninguna amenaza
importante a la seguridad de los Estados Unidos.
En tercer lugar, A. Lake señala que los contlictos actuales son endógenos
a los Estados y no exógenos. No es el carácter anárquico del sistema internacional
el que propicia los conflictos, sino las crisis de legitimidad dentro de los Estados
constituidos.
La cuarta y última característica de esta nueva era es para nuestro autor la
aceleración del pulso del planeta y su unificación, de tal manera que, como observa
a menudo el presidente Clinton, la línea que separa la política exterior de la política
interior ha desaparecido: «la proliferación de las economías de mercado en el
extranjero contribuye a la expansión de nuestras exportaciones y a la creación
de puestos de trabajo en Estados Unidos, a la vez que mejora las condiciones
de vida y fomenta las demandas de liberalización política en el extranjero... La
incorporaciónde nuevas democracias nos hace más seguros, porque las democracias
tienden a no librar guerras entre sí y a no patrocinar el terrorismo..., son más
fiables diplomáticamente y respetan con mayor eficacia los derechos de su pueblo» 38.
En un mundo interdependiente, Estados Unidos está profundamente interesado
en la forma de gobierno de otros países: cuanto más amplia sea y más entrelazada
esté la comunidad de naciones democráticas más seguros y prósperos serán los
Estados Unidos. Para S. Talbott, vicesecretario de Estado norteamericano, esta
proposición es la esencia de la lógica de la política de seguridad nacional de pro-
mover, apoyar y en su caso defender la democracia en otros países. Es la afirmación,
en contra de las críticas de algunos realistas, de que los intereses y los valores
de Estados Unidos se refuerzan mutuamente 39.
Sin embargo, la política de ampliación debe tener en cuenta dos consideraciones.
En primer lugar, como ya señala A. Lake, la promoción de la democracia no
debe considerarse un imperativo absoluto, sino que debe ser equilibrada con otros
intereses estratégicos, teniendo en cuenta lo difícil de las transiciones y las posi-
bilidades de que den lugar a situaciones de incstabilídad 40. En segundo lugar son
necesarias perseverancia y paciencia, pues la democracia requiere de un cierto
tiempohistórico. Una política adecuada deberá apoyar a todos aquellos que marchen
en la «dirección correcta» 41. .
La política adecuada y de principios para esta nueva situación es la de ampliación
de la comunidad libre de democracias de mercado en el mundo. Esta estrategia,
'" Ihíd., p. 115.
W S. Talbott, «Dernocracy and thc National Interest», Foreign Affairs, vol. 75, núm. 6, 1996, pp. 48
y49.
40 Ibid., p. 52
41 Ibid., p. 62
que debe establecer distinciones y prioridades y que debe compaginarse con los
intereses estratégicos más tradicionales, consta de cuatro elementos: 1) fortalecer
la comunidad de democracias de mercado más importantes ---el núcleo de la unión
pacífica en la tesis de la paz democrática (FJP)-, que constituye el punto de
partida para la ampliación; 2) contribuir a fomentar y consolidar nuevas democracias
y economías de mercado donde sea posible, sobre todo en Estados significativos
y relevantes; 3) combatir la agresión y apoyar la liberalización de los Estados hostiles
a la democracia y al mercado, que cuanto más se debiliten más agresivamente
actuarán. Esto requerirá, en algunos casos, de una política de aislamiento político,
militar y económico. En otros, como en los casos de Irán e Irak, será necesaria
la disuasión militar. Finalmente, en otros casos, como el de China, se necesita
una política de apoyo para aquellos que puedan avanzar por el buen camino 42,
y 4) cumplir los deberes humanitarios, no sólo proporcionando ayuda, sino esfor-
zándonos para que «la democracia y la economía de mercado arraiguen en las
regiones que más preocupación suscitan desde el punto de vista humanitario» 43.
La tesis de la paz democrática sostiene que las democracias no se hacen la
guerra entre sí, aunque sí son belicosas hacia los Estados autocráticos. En su versión
política, que como creo que ha quedado demostrado debe mucho a la versión
teórica, Jos valores de la democracia y el mercado coinciden con los intereses
estratégicos de los Estados Unidos: sólo en un mundo más democrático los esta-
dounidenses se encontrarán seguros, y sólo una política que se base en la naturaleza
de su sociedad y en sus valores obtendrá, según S. Talbott, el necesario apoyo
popular 44.
Una tesis de tanta trascendencia teórica y política no podía por menos de ser
contestada desde muy diversos ámbitos y en muy diversos registros.
S. M. Lynn-Jones 45 sintetiza en su trabajo las críticas de los teóricos realistas
a la tesis de la paz democrática. En primer lugar, los realistas no argumentan
que la guerra sea constante y endémica en el sistema internacional, sino que la
guerra es siempre posible en ausencia de un soberano común, y que, por tanto,
los Estados deben estar preparados y vigilantes y que ningún Estado puede esperar
mantener relaciones pacíficas eternamente con ningún otro Estado. La paz entre
las democracias puede ser una realidad, pero la explicación debe buscarse en factores
no vinculados al carácter de Jos regímenes, como, por ejemplo, la distancia geo-
gráfica, las alianzas contra enemigos comunes y la prudencia de los estadistas.
Algunos autores argumentan que la paz disfrutada entre los Estados democráticos
desde 1945 a 1990 puede explicarse por la existencia de un enemigo común -la
l!K. Waltz, «The Emerging Structure of International Polines», Intemauonal Secura», vol. 18, núm. 2,
1993, p. 78-
l' J. J. Mearsheirner, op. cit., p. 196
53 R. Cohen, «Pacific Unions: a reappraisal of the theory that "democracies do not go to war
wirh each other?», Review of Intemational Studies, vol. 20, núm. 3, 1994, p. 219.
" Ibid.
" K. Deutsch, Political Community and the North Atlantic Area, Princeton, Princeton University
Press, 1955, p. 126.
,. R. Cohen, op. cit., p. 222.
sr C. Brown, «uReally Existing Líberalism" and International Orden>, Millenium. Ioumal 01 Inter-
national Relations, vol. 21, núm. 3, 1992.
En este epígrafe examinaré una de las críticas a la tesis de paz democrática que,
en mi opinión, más desvelan lo que normalmente el discurso liberal oculta. R. Lat-
ham apunta que la paz democrática puede explicarse por la capacidad de un líder
hegemónico de incorporar a Estados liberales y no liberales en un orden estratégico
<. Ibid., p.326.
59 C. Brown,op. cit., p. 327.
militar. En este sentido, la búsqueda de una teoría que explique por qué las demo-
cracias no se hacen la guerra entre ellas puede convertirse en la búsqueda de
por qué los Estados liberales han tenido tanto éxito en la organización de la fuerza 60.
Aunque la teoría de la paz democrática sostiene que los regímenes liberales han
sido tan beligerantes en sus relaciones con los no liberales como cualquier otro
Estado, de ella se deduce, y esa es su plasmación política, que un mundo compuesto
por cada vez más Estados liberales será un mundo cada vez más pacífico. Pero
la historia demuestra que las islas liberales no sólo han hecho la guerra por doquier,
sino que además han sido responsables de un alto grado de militarización del
mundo y han contribuido significativamente a la militarización y los conflictos entre
los Estados no democráticos: esta militarización podría poner en peligro la paz
democrática que el liberalismo propugna.
Las democracias liberales -incluso como islas de paz- no existen en el vacío,
sino que son piezas en una amplio marco de relaciones que puede identificarse
con el liberalismo internacional. El liberalismo internacional, entendido no como
una tradición política y filosófica, sino como un conjunto de prácticas, instituciones
y valores, constituye una compleja tela de araña de prácticas, principios e ins-
tituciones que se extienden sobre un amplio abanico de fenómenos políticos, eco-
nómicos, ideológicos, etc. La modernidad liberal se concibe como una formación
social y, en el exterior de los Estados, como un orden internacional.
Aquellos Estados cuyo tejido social participa de lleno de estas prácticas, ins-
tituciones, etc., son el centro del orden liberal. Pero no es necesario que un Estado
sea democrático para estar inscrito en el liberalismo internacional y participar
en las redes de relaciones liberales. Como demuestra el ejemplo de numerosos
países de América Latina, no es necesario participar de todos estos ámbitos siempre
que el Estado en cuestión ni quiera ni pueda entorpecer el proceso de decisión
o poner en cuestión los contornos de aquel orden 61.
Uno de los pilares del análisis de Latham es la crítica a la visión liberal de
la guerra. Para el liberalismo, la guerra es un fenómeno discreto y puntual, pero
olvida que ésta no sería posible si las relaciones entre los Estados no se basaran
en una constante preparación para la confrontación militar. La ausencia de guerras
entre las democracias no significa que el orden liberal no se base en la militarización,
en la existencia de una orden militar internacional, que abarca y se extiende más
allá de los Estados democráticos. Estos Estados están inscritos en una red de
relaciones -el orden liberal internacional- que incluye estados no democráticos,
y mientras los primeros podrán acercarse en sus relaciones a la unión pacífica,
la militarización global continuará aumentando.
Concluye Latham que la existencia de la paz democrática puede ir unida a
la tendencia del liderazgo hegemónico a incorporar a todos los estados en un
orden militar estratégico. Puede ser que los valores compartidos del liberalismo
internacional contribuyeran a su éxito. Aquellos que sopesan esos valores como
explicación de la falta de conflicto entre los Estados democráticos liberales deberían
ro R. Latharn, «Dernocracy and War Making: Locating the International Liberal Context»,Mí/lenium.
Ioumal 01IntemationalStudies, vol. 22, núm. 2, 1993, p. 164.
61 R. latham,op. cit., «Liberalism's Order...», p. 126.
considerar «que puede que fueran estos valores, manifiestos en las diferentes lógicas
del liberalismo, los que precisamente ayudaran a definir los contornos de la mili-
tarización liberal» 62.
Conclusiones
Pudiera ser interesante para finalizar este trabajo hacer una breve evaluación del
tema que nos ha ocupado en estas líneas. Creo que el estatuto de la tesis de
la paz democrática como teoría, es decir, como explicación de la relación causal
entre una variable independiente -el carácter liberal de los regímenes políticos-e-
y una variable dependiente -la ausencia de conflicto armado internacional entre
Jos Estados con esos regímenes- no está suficientemente asentado. La evidencia
histórica que presentan los proponentes del tesis tiene varios puntos débiles.
Cabe mencionar en primer lugar que las relaciones internacionales no son
el reino de la repetición y de la recurrencia, sino' un ámbito como, por otra parte,
lo son todos los ámbitos sociales, en continuo cambio y transformación. Es discutible,
por tanto, que se puedan analizar con los mismos criterios los Estados republicanos
kantianos, los Estados liberales de la primera mitad del siglo XIX y las democracias
de después de la Guerra Fría. Lo mismo cabría decir sobre los cambios en las
formas de conflicto armado y de su legitimidad como continuación de la política.
Acepto que esta reflexión pueda llevar al lector a pensar que el que esto escribe
está al borde de negar la posibilidad de una teoría en el sentido fuerte antes
mencionado. Dejérnoslo en que, sin entrar en ese posible debate, sí querría dar
fe de mi escepticismo, que, por otra parte, en nada desmerece mi consideración
hacia las valiosas aportaciones, sobre todo, de M. Doyle.
Creo, por el contrario, que el constructivismo ofrece una vía más fructífera.
La consideración del equilibrio de amenazas frente al equilibrio de poder, con
todo lo que esta aportación supone al levantarse por encima de una comprensión
mecanicista de las interacciones de los Estados --el equilibrio de poder .como
calco de la física newtoniana, que diría H. Morgenthau- y de abrir las puertas
a Jos valores, percepciones e ideas que conforman y dan sentido a la acción, me
parece un paso importante. Lo mismo podría decirse de la aportación de Dixon
66 Ibid., p. 407.
sobre el conflicto como proceso. Creo que, con estos elementos, una visión cons-
tructivista de la tesis de la paz democrática como la que presenta Risse-Kappen,
ofrece una vía mejor no sólo para entender la realidad, sino para explicarla: no
sólo para constatar la ausencia de conflictos bélicos entre las democracias, sino
para comprender los mecanismos mentales, en sentido amplio, por los cuales diri-
gentes políticos y ciudadanos de a pie son renuentes al enfrentamiento con otros
a los que consideran y perciben como cercanos. En última instancia podríamos
sostener, simplificando, que las democracias no se hacen la guerra entre sí porque
creen que las democracias no se hacen la guerra las unas a las otras.
Otro punto fuerte de las aportaciones de la tesis de la paz democrática es
lo que, en la jerga de los internacionalistas, se conoce como abrir la caja negra
del Estado. La inclusión del tipo de régimen político, de la importancia de los
ciudadanos cara al refrendo o rechazo de una política exterior, etc., supone aban-
donar la concepción clásica de la disciplina de las relaciones intencionales que
consideraba a los Estados como actores unitarios y racionales. Ampliando algo
más los factores que intervienen en la política mundial, incluyendo las instituciones,
valores y prácticas económicas, sociales y civilizatorias, podríamos hablar de for-
maciones sociales como actores en la escena internacional. Desde este nuevo prisma
seríamos capaces de considerar determinados períodos de la historia europea -el
período desde 1917 a 1945, por ejemplo-- no sólo como" una contienda geopolítica,
sino como una guerra civil europea donde al menos tres concepciones de la moder-
nidad -la liberal, la marxista y la fascista-« estaban en pugna. Cabría, asimismo,
introducir elementos civilizatorios en la relación de los países occidentales con
otras zonas del mundo, etc.
Sin embargo, sería posible argumentar que cualquier análisis de las relaciones
de los Estados democráticos entre ellos y hacia los Estados autoritarios debe ins-
cribirse en un marco más amplio, en uñ orden internacional liberal que estructura,
disciplina y organiza los valores, prácticas e instituciones liberales. Orden en donde
tienen cabida, por una parte, más lógicas que la de la afinidad democrática de
los diferentes regímenes -la lógica de la producción y distribución de bienes,
la lógica de la seguridad militar, etc.-, y por otra, Estados que se inscriben y
son funcionales a ese orden, por más que no compartan todas el ideario o las
instituciones liberales, como fueron los casos de Portugal, Turquía y Grecia para
la Alianza Atlántica, o es el caso de Arabia Saudí para el orden posterior a la
Guerra Fría.
Para algunos autores, el liberalismo no ha sido nunca tanto una descripción
de la realidad como un proyecto por realizar 67. En relaciones internacionales -la
Némesis del liberalismo, para S. Hoffmann- ese proyecto quedó frustrado por
la tozudez de la parcelación estatal, y sólo en contados momentos, después de
las dos guerras mundiales, sus líneas maestras fueron propuestas como los principios
ordenadores de la realidad internacional. En ambas ocasiones, las realidades que
fueron percibidas como políticas de poder limitaron el alcance de su aplicación.
Con el fin de la Guerra Fría y la hegemonía de un pensamiento único que propugna
un solo horizonte moralmente justo, políticamente razonable y económicamente
.' M. Canovan, «Of Being Economical with the Truth», Poluical Studies, ...
FranciscoJavier Peñas