La Violencia Como Una Interferencia Del Amor

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LA VIOLENCIA COMO UNA INTERFERENCIA DEL AMOR

Ponencia presentada en el

1° Coloquio SINOPSIS:
Los rostros de la violencia ¿postmodernidad o neoliberalismo?

Febrero 27 de 2010

Puebla,Pue.

Margarita Saldarriaga Cuartas

Los seres humanos somos Homo sapiens-amans amans.

La palabra sapiens hace referencia a nuestra capacidad para el


lenguaje y para razonar reflexivamente, lo cual es posible
precisamente gracias a la existencia del lenguaje.

La expresión sapiens-amans asocia esta capacidad para


conversar con nuestra capacidad para amar, de encontrarnos el
uno con el otro, porque amar es la emoción que funda la
intimidad con el resto de los seres humanos, y precisamente este
placer de hacer cosas juntos es lo que hace posible que surja el
lenguaje.

El segundo amans se refiere a que el amar ha sido, y es, la


emoción que nos ha guiado, y aún nos guía, en la deriva
filogenética de nuestro linaje. Por tanto, podemos afirmar que la
emoción básica que nos hizo posibles y que todavía nos
conserva en el fluir de nuestra biología cultural es el amar.

Los seres humanos somos entes biológicos que existimos en un


espacio biológico cultural y como entidades biológicas, hombres
y mujeres somos sexualmente clases distintas de animales.

Esta diferencia, sin embargo, no determina cómo diferimos o


debiéramos diferir culturalmente como hombres y mujeres, ya
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que como entidades biológicas de ser cultural, hombres y


mujeres somos seres humanos iguales, es decir, hombres y
mujeres somos igualmente capaces de todo lo humano.

Las diferencias de género (masculino y femenino) son sólo


formas culturales particulares de vivir, redes particulares de
conversaciones y es por esto por lo cual los distintos valores que
nuestra cultura patriarcal confiere a las diferencias de género, no
tienen fundamento biológico.

Dicho de otra manera, las diferencias sexuales de hombre-mujer


son biológicas, pero cómo las vivimos es un fenómeno cultural, y
las diferencias de género masculino-femenino propias de nuestra
cultura patriarcal, pertenecen a cómo vivimos culturalmente
nuestras diferencias biológicas de hombres y mujeres desde un
fundamento de igualdad en nuestro ser biológico cultural.

Incluso más: la igualdad de hombre y mujer en el ser biológico


cultural, no niega las diferencias biológicas de los sexos
masculino y femenino y entender esto ES fundamental para
comprender las consecuencias posibles que los distintos modos
de vivir cultural tienen.

De este modo, no debemos ignorar que así como la historia


cultural sigue el camino de la manera de vivir que se conserva, la
manera de vivir que se conserva en una cultura guía no
solamente el curso que la biología sigue en la historia sino
además cómo se transforma según ese vivir.

La humanidad comenzó hace más o menos tres millones de años


con la conservación, generación tras generación, de una manera
de vivir en conversaciones que involucraban la colaboración de
los dos sexos en el vivir cotidiano a través del compartir
alimentos, ternura y sensualidad por supuesto y de hecho, sin
reflexión y además como un aspecto natural de ese vivir y
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entonces, nuestra biología actual es como es en el presente de


esa historia.

La colaboración no es obediencia; la colaboración tiene lugar en


la realización espontánea de conductas coherentes por dos o más
seres vivos.

En estas circunstancias, la colaboración es un fenómeno


puramente biológico cuando no involucra un acuerdo previo
porque cuando lo involucra, es un fenómeno humano.

La colaboración surge en un deseo espontáneo que lleva a una


acción que resulta concertada desde el placer; en la colaboración
no hay división del trabajo PORQUE la emoción involucrada en la
división del trabajo es la obediencia. De modo que la mayor
parte de la historia de lo humano debe haber transcurrido en la
colaboración de los sexos, no en la división del trabajo que
vivimos en nuestra cultura patriarcal como separación sexual de
los quehaceres.

En otras palabras, es la emoción bajo la cual hacemos lo que


hacemos como hombres y mujeres, lo que hace o no a nuestro
quehacer, una actividad asociada al género masculino o
femenino de acuerdo a la separación valorativa propia de
nuestra cultura patriarcal que niega la colaboración.

El tipo de ser humano que se llega a ser en cada caso, es algo


propio de la cultura en la cual se crece.

LLEGADOS A ESTE PUNTO, COMENZAREMOS A HABLAR DEL


AMOR.

El amor no es una cualidad o un don, sino que como fenómeno


relacional biológico, consiste en las conductas o la clase de
conductas a través de las cuales el otro, o lo otro, surge como un
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legítimo otro en la cercanía de la convivencia, en circunstancias


en que el otro, o lo otro, puede ser uno mismo.

Entonces la legitimidad del otro se constituye en conductas u


operaciones que respetan y aceptan su existencia como es, sin
esfuerzo y como un fenómeno del mero convivir.

Legitimidad del otro y respeto por él o ella, son dos modos de


relación congruentes y complementarios que se implican
recíprocamente.

El amor es un fenómeno biológico propio del ámbito relacional


animal, que en los mamíferos aparece como un aspecto central
de la convivencia en la intimidad de la relación materno-infantil
en total aceptación corporal. De acuerdo a Maturana, nos
enfermamos al vivir un modo de vida que niega
sistemáticamente el amor.

Partiendo de la definición de amor es fácil llegar a las de


indiferencia y agresión.

Indiferencia es el dominio de las conductas a través de las cuales


el otro no tiene presencia en la convivencia con uno, y

agresión es el dominio de las conductas a través de las cuales el


otro es negado como un legítimo otro en convivencia con uno.

Y entonces

¿Qué es AMAR?

Es el modo de relacionarse en el cual el otro no tiene que


disculparse por ser, en el cual la actitud de uno no antepone un
prejuicio, ni una expectativa, ni una exigencia en la relación y
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abre por lo tanto el espacio para que aparezca lo que quiera


que pueda aparecer.

Todos los seres humanos nacen amorosos, nacen en la


confianza implícita (porque no es una confianza pensada) de
que llega a un entorno que lo acoge, que lo ve, que hay ternura
y se va transformando luego a lo largo de su crecimiento.

El origen de la humanidad no está centrado en la agresión.

La historia de la humanidad se origina cuando lo humano surge


con el vivir cotidiano en el lenguaje, o mejor aún, cuando se
conserva, generación a generación, el vivir en el conversar en el
aprendizaje de los niños.

Cuando surge el vivir en el lenguaje, surge en un espacio psíquico


en el cual el amor es la emoción fundamental que, como la
aceptación del otro como legítimo otro en la convivencia, hace
posible una convivencia en la cual el vivir se hace posible como
un estilo de vida que se conserva, de generación en generación,
en el aprendizaje de los niños.

El niño que crece viviendo de cierta manera, por ejemplo en un


ámbito amoroso, no puede generar, en tanto crece y se
transforma en adulto, sino conductas que tienen que ver con la
historia de su vivir, esto es, no puede generar sino conductas
amorosas.

Si se quisiera poner esto en términos de aprendizaje, uno


aprende un estilo de vida, aprende un estilo de mirar, de oler, de
tocar, de oír, de actuar, de reaccionar.

Al espacio relacional, en el que todo ser vivo vive de hecho,


Maturana lo llama: espacio psíquico: el espacio relacional donde
se constituye el modo de vivir que hace a cada clase particular de
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ser vivo el tipo de ser vivo que es. Y lo llama así, no por capricho
sino porque es al vivir relacional a lo que nos referimos en la vida
cotidiana al hablar de lo psíquico, o lo mental, o lo espiritual.

Cuando hablamos de lo psíquico, hablamos de aspectos de


nuestro vivir relacional.

Así como cada cultura configura un espacio psíquico inconsciente


como un inconsciente colectivo, cada familia configura un
espacio psíquico inconsciente como un inconsciente familiar. Y
ese espacio psíquico se hace evidente en los modos
conductuales que los niños adquieren como estilos de ver, de
oler, de tocar, de desear, de aceptar y rechazar, de sufrir y gozar,
sin darse cuenta, y de una manera que no se puede asociar a
ninguna experiencia particular consciente.

Y esto pasa porque el sistema nervioso se va transformando


según la configuración relacional propia del vivir: o sea que es
como un fluir histórico y no como una crónica de sucesos y por
tanto genera correlaciones senso-efectoras propias de ese fluir
relacional y/o de los sucesos vividos.

La fisiología del organismo se modula entonces, en relación al


vivir.

Y es así como el niño aprende las conductas particulares que se


le enseñen pero también aprende el espacio psíquico
inconsciente propio de la familia, comunidad o cultura en que le
toca vivir.

LA VIDA HUMANA SE DA EN UN ESPACIO PSÍQUICO Y LA


VIOLENCIA ES UN MODO DE VIVIR ESE ESPACIO.

Si queremos entender la dinámica de la violencia tenemos que


mirar las condiciones que le dan origen y ampliar la mirada hacia
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el espacio psíquico inconsciente en que el niño crece y se


transforma, de modo que frente a determinadas circunstancias
el estilo conductual que vive es el de la violencia, extremando la
exigencia en la relación con el otro hasta llegar a su destrucción.

Para vivir en la violencia o vivir en el compartir se requiere vivir


en un cierto emocionear que define el espacio psíquico en el que
por ejemplo, un arma, es un instrumento de agresión o de
violencia.

Todas las conductas humanas, en tanto somos seres en el


lenguaje, surgen desde una red de conversaciones que es la
cultura a la que pertenecemos.

Si queremos entender efectivamente cómo es que vivimos en la


violencia, tenemos que mirar el origen de nuestras teorías
explicativas (o sea, las explicaciones que uno usa en la
justificación o validación de sus conductas donde las
explicaciones son estilos de relación) y el por qué aceptamos una
teoría explicativa u otra.

Tenemos que mirar el espacio psíquico de nuestra cultura y su


origen y para hacerlo, tenemos que mirar el emocionar que lo
constituye y cómo surge saliéndonos de él.

La violencia es un modo de convivir, un estilo relacional que


surge y se estabiliza en una red de conversaciones que hace
posible y conserva el emocionar que la constituye y en la que las
conductas violentas se vive como algo natural que no se ve.

Las culturas son redes cerradas de conversaciones, espacios


psíquicos que generan conductas invisibles para las personas
que las realizan en su vivir.
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Violencia, en la vida cotidiana, son aquellas situaciones en las


que alguien se mueve en relación a otro en el extremo de la
exigencia de obediencia y sometimiento, cualquiera que sea la
forma como esto ocurre - en términos de suavidad o
brusquedad - y el espacio relacional en que tenga lugar.

En una cultura de violencia, las conductas violentas y el espacio


psíquico en que surgen como conductas legitimas, son invisibles
para sus miembros y dada la invisibilidad de las conductas
dentro de una cultura, no se reflexiona sobre la violencia
dentro de una cultura de violencia. Nada lo permite porque en
el espacio psíquico de una cultura sólo surgen reflexiones
propias de esa cultura y por lo tanto se generan desde él, sólo
explicaciones que la justifican.

La agresión y la violencia no son aspectos biológicos del vivir


cotidiano humano fundamental.

Los seres humanos no pertenecemos a la biología de la violencia


y la agresión, aunque seamos biológicamente capaces de vivir y
cultivar la violencia.

La violencia y la agresión surgen como modos culturales de vivir


con el espacio psíquico del patriarcado en el cual se valida la
negación del otro frente a cualquier descuerdo desde la
autoridad, la razón o la fuerza.

La agresión niega la amistad porque con los amigos nos


movemos en la aceptación mutua y recíproca de la legitimidad
de uno y otro y no la exigencia.

Como la violencia no tiene que ver con nuestra constitución


biológica como Homo sapiens sapiens, se puede acabar con la
violencia como modo cotidiano de vivir, en un acto de cambio
cultural que cambia el espacio psíquico en que nuestros niños
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crecen y que nosotros contribuimos a generar y mantener con


nuestras conversaciones cotidianas que configuran y regeneran
continuamente ese espacio.

Tenemos que dejar de enfatizar la violencia en nuestro vivir


consciente o inconscientemente como un modo legítimo de ir
más allá de nuestras diferencias en la convivencia y, para que eso
pase, tenemos que estar dispuestos a mirar cómo configuramos
la multidimensionalidad relacional en la que nuestros niños y
nosotros aprendemos a convivir en relaciones de exigencia,
dominación y sometimiento, en la evocación continua de la
fuerza y la obediencia como formas de convivir, y debemos,
cuidadosamente, dejar de conservar ese convivir para vivir otro
convivir para que la configuración del emocionear no legitime la
violencia.

No es la biología la que nos atrapa en la violencia aunque nuestra


biología nos permite vivir en ella; es nuestra cultura, es el
espacio psíquico de nuestra cultura que da origen a la continua
validación y justificación de la violencia.

El vivir en el conversar constituye el mundo particular que


vivimos y el vivir en el conversar nos permite cambiar de mundo
cuando entramos en la reflexión sobre nuestro vivir.

La reflexión es una operación en el lenguaje que trata la propia


circunstancia como un objeto que se mira y se pondera, y sobre
el cual se puede actuar.

Para que la reflexión se dé, sin embargo, se requiere una


operación en el emocionear que suelta el apego a la propia
circunstancia y la abre a la mirada reflexiva.

La reflexión es el acto máximo de libertad y en cierto modo, el


don máximo del vivir humano.
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La recursión en el conversar que nos entrampa limitando nuestra


acción, restringe nuestra mirada y apaga nuestra sensibilidad
porque se da en el apego al emocionear que implica.

Las conversaciones reflexivas nos liberan, amplían nuestra


sensibilidad y expanden nuestra acción porque ellas surgen
cuando relajamos nuestra certidumbre y….la propia
circunstancia.

La reflexión nos permite salir de cualquier trampa. Pero, para


reflexionar, debemos operar en la biología del amor que suelta
el apego a la verdad al admitir la legitimidad del otro.

Hay algo que hace cambiar la cultura de violencia en una cultura


de responsabilidad y esto sucede, cuando una persona se da
cuenta de las consecuencias de sus acciones y actúa según desee
o no, esas consecuencias.

La biología del amor es, en último término, la referencia última


para nuestro hacer frente a la responsabilidad.

Lo que puede acabar con la psiquis de la violencia es educar a


nuestros hijos en la posibilidad de salirse, por elección, de las
situaciones de violencia y abuso y para ello, se les deben
entregar tres elementos:

CONOCIMIENTOS, ENTENDIMIENTO Y ACCIONES POSIBLES A LA


MANO.

El CONOCIMIENTO consiste en saber de qué se trata, el


ENTENDIMIENTO consiste en conocer el ámbito en que el
conocimiento que se tiene hace sentido humano y la ACCION
POSIBLE A LA MANO consiste en un hacer relevante
inmediatamente accesible.
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Cuando estos tres elementos están presentes, las personas no


pueden sino ser responsables en su hacer.

Si no hay conocimiento, no hay preguntas; si no hay


entendimiento, el conocimiento no se puede aplicar y si no hay
acción posible, el conocimiento y el entendimiento sólo generan
depresión.

La mayoría de las personas que han sido abusadas en su infancia


o adolescencia, lo han sido dentro de instituciones de nuestra
cultura que formalmente están definidas como contextos que
brindan amor y cuidados, o sea, en las familias, las redes
extensas de parentesco o las instituciones que sustituyen esas
familias o esas redes. Sufrir abuso en contextos que son
definidos como CONTEXTOS DE AMOR Y DE CUIDADO, genera
confusión y mistificación.

A las personas que han sido sometidas al abuso traumático


perpetrado en un contexto que esta cultura define como
protector y nutriente, se les hace increíblemente más difícil
discernir abuso de protección y explotación de amor.

Y para muchas personas, este borramiento de distinciones


importantes, resulta recurrente. Por ejemplo, tomemos las ideas
corrientemente aceptadas respecto de los “celos”. Con
frecuencia se reciben en consulta a personas que interpretan el
abuso al que son sometidas por parte de sus parejas como
“celos” y, en estas circunstancias, esta demostración de “celos”
se interpreta como un indicador de la medida en la cual su pareja
lo o la valora o se toma como un reflejo del grado de intensidad
de sus sentimientos por esa persona. Las personas que
históricamente han sido sometidas a abusos son altamente
vulnerables a esa clase de interpretaciones que sus parejas
utilizan para justificar y expandir sus comportamientos abusivos.
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El sentimiento de identidad está significativamente determinado


por la percepción que tenemos acerca de las percepciones de
otras personas acerca de quiénes somos. Y puesto que nuestros
padres son fundamentales en esto, sucede que a menudo son los
padres abusadores los que terminan teniendo la última palabra
acerca de quiénes somos y acerca de cómo nos relacionamos con
nuestro yo.

Para comprender la dinámica de la violencia hay que evidenciar


los modos como opera, sobre todo ahí donde parece que no
existe, donde es casi imperceptible.

Como mencioné antes, muchos actos de violencia ocurren entre


personas relacionadas por el afecto: "…ese ser que quiero me ha
violentado, y lo ha hecho porque es malo, enfermo o
trastornado; de ahí que o yo soy también trastornado o enfermo
por quererlo o lo tengo que dejar."

De ese modo justifico y logro hacer comprensible la paradoja


afecto-violencia.

La violencia afecta no sólo a la víctima sino toda la salud


comunitaria. La víctima es sólo un representante de la
comunidad quien también es violentada con un hecho de
violencia.

Por ejemplo: que una persona se pare y mate a otras 30 es una


enorme falta de amor hacia uno mismo y claro está, hacia el
resto.

Y esa falta de amor no sólo es responsabilidad de una la familia,


sino también de una sociedad llena de prejuicios y que juzgar al
otro, que hace una tremenda distinción, por ejemplo, entre los
nerd y los populares, donde además se dan verdaderas torturas a
los feos, a los homosexuales, a los negros, a los gordos.
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Hay que comprender, entonces, cuáles son los procesos


generadores y los efectos psicosociales de la violencia,
identificarlos, conceptualizarlos…. revisar sus efectos en las
dinámicas institucionales..., reconocer formas de violencia
socialmente establecidas (P. Ej. la generada por las instituciones
médicas...).

Podemos concluir diciendo entonces que los niños tienen que


aprender que el abuso y la violencia son ILEGITIMOS.

Una convivencia en la biología del amor es la referencia última


para todo acto responsable y toda preocupación ética.

¿Cómo modificar la cultura de la violencia?

 Mediante la reflexión de la cultura de la violencia


 Impulsando que el conversar sea el modo de vida
 Operar en el emocionear, operar en la biología del amor

La cultura está enferma: por teorías, por exigencias, por


ambiciones. Pero se puede sanar...

¿Cuál es la cura?

La recuperación del respeto por sí mismo y la disposición a


colaborar en la creación de un mundo de mutuo respeto, hay
que darse cuenta de que eso es posible.

Maturana, H. "Biología y Violencia". En: Violencia en sus distintos ámbitos de expresión. 2ª. Edic.
Santiago de Chile. Dolmen ediciones. 1997

White, Michael. “Nombrar el abuso y liberarse de sus efectos”. En: Reescribir la vida. Entrevistas y
ensayos. Gedisa. Barcelona. 1ªEd., 2002.

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