2.3 Aprendizajes Que Inspiran - Marco Leone-77-92

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PAR

TE 2.
EL LENGUAJE
(DEL SENTIDO)
Un líquido es un estado de la materia sin una forma particular.

Cambia fácilmente y solo queda definido por el recipiente que lo


contiene.

El cuerpo humano es un 70 % agua.


CAPÍTU
LO 4.
SER EN EL LENGUAJE

Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.

Ludwig Wittgenstein

La comunicación ocurre en el lenguaje y pretender comprenderla implica


primero conocer qué es el lenguaje.
Como primer paso reflexivo fundamental tomaremos el origen de lo humano
como distinción, para entender qué clase de seres vivos somos los humanos. En
nuestra historia evolutiva, lo humano surge con el lenguaje. De una manera
extremadamente simple, hace aproximadamente tres y medio millones de años,
en el convivir en las prácticas de la cotidianeidad. Como familia humana,
vivíamos en pequeñas tribus conviviendo adultos con niños. En esa
coordinación de prácticas, sentires y emociones surge el lenguaje como
manifestación, aparentemente impulsado por el contacto físico de caricias y
cuidados que nuestra biología nos permite.
Somos los primeros y únicos animales (primates, concretamente) que
tenemos la peculiaridad de vivir —en un fluir constante e ininterrumpido—
una doble dimensión de experiencia: la primera es la experiencia inmediata (las
emociones) que nos ocurren a todos los animales, según la cual algo
simplemente sucede; la segunda (que hasta donde sabemos, le ocurre solo al
primate humano) es la explicación sobre la experiencia que tiene lugar en el
lenguaje. Solo en el lenguaje se admite la existencia, por ejemplo, de categorías
de opuestos como bueno-malo, justo-injusto, que permiten dar sentido a eso
que sucede. Las adjetivaciones no son verdades o realidades independientes de
quien las observa y por ello, decimos que viven solo en el lenguaje.
Ahora bien, el lenguaje consiste en un hacer recursivo de lo que Maturana
denomina coordinaciones de coordinaciones conductuales consensuales. Según esta
perspectiva, cada palabra o gesto no está relacionado con algo exterior a
nosotros sino con nuestro quehacer y con nuestra coordinación para eso que
estamos queriendo hacer con los otros. Por ejemplo, si le pedimos a alguien
“por favor, cierre la puerta” (y señalamos con el dedo qué puerta), hay una
primera coordinación que son las palabras que tenemos consensuadas de
antemano y que podemos significar de la misma forma. Decimos “por favor,
cierre la puerta” y la otra persona sabe qué es “cerrar”, qué es “puerta” y hasta
qué connota en la relación entre nosotros que diga “por favor”. Una segunda
coordinación es el gesto de la mano en donde con el dedo apuntamos qué
puerta es la que queremos que cierre. Otra más es el estado emocional con el
que lo pedimos y con el que la otra persona lo escucha (manifestado en nuestro
tono de voz y la postura corporal). Otra coordinación va a ocurrir en la
respuesta: “sí”, “ya voy”, “como no”. Si, como mínimo, tomamos estos
diferentes niveles de consenso y los ponemos juntos en el acto de comunicar,
podemos hacernos una idea de la cantidad de dificultades con la que podemos
tropezar a la hora de querer comunicarnos efectivamente.
Es precisamente ese quehacer y las emociones que están en su base, lo que
especifica y da a nuestras palabras su significado particular. A nivel de la
experiencia corporal inmediata, no se puede diferenciar una ilusión de una
percepción. Probablemente a todos nos ha pasado de ir caminando tranquilos
por una calle muy transitada y “ver” a un amigo o amiga caminando hacia
nosotros, comenzar a saludar con las manos o decir su nombre y luego, darnos
cuenta de que era un desconocido. Mientras saludábamos, nuestro cuerpo no
tenía ninguna duda de que era él o ella.
Dado que, solo a través del lenguaje, el ser humano puede explicar su
experiencia en el vivir y asimilarla a la continuidad de su práctica de vida,
comprender y experimentar van de la mano: todo el reordenamiento racional
cognitivo que pueda elaborarse, se basa en premisas tácitas que han sido
proporcionadas por la experiencia inmediata.
Maturana va más allá y acuña el término lenguajear para denominar la
relación dinámica y funcional que se da entre la experiencia inmediata y la
coordinación recursiva de acciones consensuales con los otros y aclara que este
lenguajear, está constituido por la relación entre las emociones y el lenguaje.
Nuestra historia es una historia de cambios en el modo de convivir en esta
coordinación de sentires, prácticas y emociones. Es recursiva porque va
cambiando la coordinación. Un fenómeno es recursivo cuando se sostiene en
las consecuencias de otro fenómeno anterior a él. Lo que surge entonces en el
lenguajear es el encuentro con el otro. Cuando aparece un otro y me encuentro
en el mirarnos, dejamos de ser independientes el uno del otro. Comenzamos a
coordinar a través de nuestros sentires, prácticas y emociones y de eso surge el
conversar. El conversar es estrictamente recursivo porque conversamos y vamos
cambiando el mundo. Siendo que vivimos inmersos en el lenguaje del
conversar, rara vez tomamos plena conciencia de la importancia que eso tiene.
Esta concepción revierte el enfoque tradicional que ve al lenguaje como una
simple transmisión de información de un individuo a otro. Su propuesta —con
su significado emocional y no racional— corresponde a una expresión de la
temporalidad humana: todo lo que ocurre, ocurre en el lenguaje, en el aquí y
en el ahora.
¿Qué importancia tiene hacer esta distinción? Tendemos a creer que nosotros
actuamos conscientemente, que controlamos nuestras acciones. Lo que
connota esta mirada es que, la mayor parte del tiempo, no “hacemos” los
fenómenos sino que “nos pasan”. No hay una intencionalidad previa. No hay
alguien pretendiendo de antemano que nos ocurra algo en particular, sino solo
personas, con dinámicas emocionales que se gatillan sin control y la mayor
parte del tiempo sin conciencia, que generan en nosotros el juicio de que el
otro “nos hace algo”. A partir de esa suposición, justificamos nuestras
reacciones de enojo o de asumir una posición defensiva. La invitación es a
revisar nuestro supuesto de que el otro se “organiza” internamente para
lastimarme o confrontarme. En general, lo que sucede es que los juegos
psicológicos automáticos del otro se entrelazan con los nuestros. Reconocer
que proyectamos nuestras faltas y necesidades en el otro, puede permitirnos
detenernos a tiempo y buscar qué acciones pueden fortalecer la relación con el
otro y qué re-acciones la debilitan.

4. 1. EL LENGUAJE ES LO FUNDAMENTAL DE LO HUMANO

El lenguaje es el gran contexto a través del cual nos desarrollamos y


devenimos en quienes somos. Al ser arrojados a la vida con una biología que en
parte se va modificando según el contexto lingüístico, primero somos seres
biológicos y en los primeros años (a partir de los dos años en adelante)
devenimos como seres lingüísticos. Desde ese lenguaje nos vamos
construyendo en convivencia con otros y, a su vez, esa construcción la hacemos
a través de un lenguaje que existe como espacio relacional antes de que
nosotros aparezcamos a la vida. Hay un “decir sobre nosotros” que es previo a
nuestra existencia.
A todos los humanos se nos atribuye un nombre y determinadas
características y expectativas según el sexo con que nacemos, la clase social, el
color de la piel. Se empieza a declarar al bebé antes de que él sepa qué impacto
va a tener eso en él; los adultos lo llenamos de creencias en formas de
proyecciones, a veces en deseos secretos que tenemos sobre él y su bienestar; y
convivimos casi siempre con la expectativa que las acciones de ese bebé se
vayan ajustando a nuestros deseos.
En la convivencia le enseñamos a aprender. Además de contenidos e
información, también incorporará contextos emocionales, sistemas de lenguaje
que lo irán constituyendo en un tipo particular de observador que, al mismo
tiempo, lo hará devenir en alguien parecido y paradójicamente diferente al
resto de los humanos.
Podemos decir entonces que el lenguaje existe a través del cuerpo, de la
emocionalidad y del sistema de palabras que construimos socialmente, en una
época y lugar determinado.
Cada momento que va surgiendo se monta sobre las consecuencias del
anterior y dependiendo de la naturaleza del fenómeno que se produce, se
conservará como una dinámica cerrada o se abrirá a una expansión. En el caso
de las coordinaciones conductuales el tiempo nos muestra una expansión a
partir de la transformación a lo largo de la historia de esa coordinación de
sentires íntimos, nuestras prácticas y las emociones que guían e impulsan
nuestro convivir.
Hace tres y medio millones de años este fenómeno de coordinaciones en el
lenguaje no tenía la riqueza que tiene hoy. Ahora tenemos un sin número de
palabras, estructuras de idiomas que hemos creado y vamos transformando, y
en la base de todo eso se coordina en tres niveles: el sentir como atención, la
acción y la emoción.

4. 2. ¿QUÉ EXISTE FUERA DEL LENGUAJE?

Las personas nacemos sin la habilidad de hablar (lo aprenderemos en


convivencia en los primeros años de vida) pero, casi todos, con las condiciones
biológicas y sociales necesarias para aprender a hacerlo. Incorporamos el
lenguaje como parte de nuestro convivir con otros, lo cual es posible porque
biológicamente hemos evolucionado para hablar y escuchar. Pero, a su vez, se
construye en la convivencia con otros humanos. Vienen dadas las condiciones
biológicas para que se dé, pero luego necesitamos de la relación con otros para
desarrollarlo y vivir en él.
¿Qué existe fuera del lenguaje? ¿Cuáles son los ejemplos que tenemos sobre
cómo son los humanos que no han vivido en el lenguaje?
Tenemos dos ejemplos interesantes sobre eso. El primero son los niños lobo.
Tanto en Inglaterra —hace casi cien años— como en India, se encontraron
niños que fueron abandonados y sobrevivieron desde temprana edad, creciendo
y llegando hasta sus diez o doce años, en convivencia con animales. Uno de los
casos documentados más polémicos fue el de las denominadas niñas lobo
Amala y Kamala, que fueron supuestamente criadas por una manada de lobos
cerca de Midnapur (región de Calcuta, India) en 1920. Cuando se las
encontró, se las llevó a la civilización, pero tenían todo el comportamiento de
un animal salvaje. A pesar de tener una biología adaptada para ser humanas,
habían incorporado el comportamiento animal en el que habían convivido.
Dormían juntas, acurrucadas, aullaban, necesitaban estar con perros para
comer bien (carne cruda principalmente). Se quitaban a mordiscos las ropas
que se les ponía, tenían hábitos nocturnos, mayor vista en la oscuridad y un
olfato extraordinarios. Y serias dificultades para aprender “prácticas humanas”,
como son el hablar y caminar erguidas.
El otro ejemplo interesante de un humano “sin lenguaje” es la historia de la
educadora y conferencista Hellen Keller (1890-1968), quien sufrió a los
diecinueve meses de vida, una grave enfermedad que la llevó a perder
completamente la visión y la audición. Al ser ciega y sorda tenía absolutamente
negada la posibilidad de comunicación con otros. Para enseñarle a un bebé a
hablar, hacemos contacto visual y señas. Ella no podía hacer eso. Siendo ciega
no distinguía las miradas, los gestos; y siendo sorda no escuchaba las palabras,
los sonidos, que todos nosotros por repetición hemos ido haciendo propios. Su
única posibilidad de conexión con otros era el tacto. A los siete años de edad,
sus padres decidieron buscar una instructora. Esta inspiradora maestra,
extraordinaria en su compromiso y creatividad, llamada Anne Sullivan, le
enseñó las letras y los números usando el tacto, a través de gotas de agua.
Relacionar repetidamente gotas con números, luego esos números con las letras
le dio a Hellen un acceso a aprender a hablar.
Esta extraordinaria y tenaz mujer, terminó no solo aprendiendo a hablar, sino
que fue escritora, oradora y activista política, y la primera persona sordo-ciega
que obtuvo un título universitario. Dio conferencias en el mundo sobre su
experiencia, inspirando a miles de personas, cuestionando hasta dónde somos
capaces de llegar los seres humanos cuando convertimos nuestros obstáculos en
desafíos para crear nuevos recursos. En una conferencia le preguntaron qué es
lo que había antes del lenguaje y ella contestó muy segura: “nada”.
Es una de las mayores evidencias que tenemos de que los seres humanos
construimos la realidad externa pero también la interna —nuestros procesos
cognitivos (entre ellas las memorias), a través de nuestra capacidad para usar el
lenguaje. Aquello que conocemos como “realidad” está íntimamente
relacionado con nuestras capacidades biológicas y lingüísticas de definirla.
4. 3. NOTA BREVE SOBRE LENGUAJE DESCRIPTIVO Y LENGUAJE GENERADOR

El filósofo británico John F. Austin desarrolló hace algunas décadas una teoría
del lenguaje, en donde estableció una premisa que cambiaría nuestra manera de
entender el fenómeno de la comunicación: el lenguaje en el acto de
comunicación es un tipo de acción. Hacemos cosas con palabras
(performatividad). Así, entre otras comprensiones, distingue el lenguaje
“generador”.
Searle retoma las ideas de Austin y precisa que la actividad lingüística es
convencional: “hablar una lengua es tomar parte en una forma de cultura
gobernada por reglas. Aprender y dominar una lengua es haber aprendido y
dominado tales reglas”.
Este nuevo paradigma va a cuestionar nuestra realidad en tres aspectos:
– nuestra interpretación sobre la acción,

– nuestra interpretación sobre el lenguaje y

– nuestra interpretación sobre cómo construimos lo que denominamos


realidad, a través de nuestra particular manera de observar e interpretar los
fenómenos.

4. 4. DEFINICIÓN CONSTRUCTIVISTA DE “OBSERVACIÓN”

La primera distinción encontrada al “observar al observador que observa”, es


la que se da entre observador y su operación de observar.
Observar es la operación.
– Observador es el sistema en que se realizan las operaciones de observación
(en recursividad a otras observaciones previas o anticipando otras) pero
siempre marcando la diferencia entre esas operaciones y el entorno.

– Luhmann, un reconocido sociólogo alemán que formuló una teoría general


de los sistemas sociales, define “observación” como “una acción que traza
una distinción entre algo señalado o indicado y lo que no se señala”; es
decir, como unión de la operación de diferenciar y de la designación de lo
distinguido. En este sentido, observación es lo que ocurre en la diferencia
entre distinción y designación.
De hecho, en la vida cotidiana, este fenómeno que parece ser tan complejo
nos ocurre en forma permanente. Alguien distingue algo (y deja fuera de la
distinción todo aquello que no pertenece a eso que se distingue en ese
momento), otra persona en el mismo momento distingue solo aquello que
dejamos fuera de nuestra distinción y deja fuera lo que nosotros incluimos en
nuestra operación. Así constituimos dos observadores completamente
diferentes del mismo fenómeno.
Un ejemplo ilustrativo. Una señora llama a su marido y le pregunta: “¿Dónde
están los niños que no están en casa?”. Su marido le responde: “Yo aún estoy en
la oficina”. ¿Qué distingue ella cuando pregunta lo que pregunta? ¿Qué
distingue él cuando responde lo que responde? ¿Qué incluye cada uno en lo
que distinguen y qué dejan fuera de su distinción? ¿Qué tipo particular de
observador es ella que pregunta lo que pregunta? ¿Qué tipo particular de
observador es él que contesta lo que contesta?
Los seres humanos no miramos con los ojos, sino con las distinciones que
hacemos. Somos conscientes de lo que distinguimos y ciegos a toda distinción
que esté fuera de nuestra operación de distinguir.
Al revisar esta conversación, es posible reconocer que lo que estamos
distinguiendo es el distinguir:

La distinción-distinción es la madre
de todas las distinciones.

Y de allí se desprende el hecho de que la acción central de nuestra evolución


sea el aprendizaje. Como expresé al comienzo de este libro, todo cambio
depende de un aprendizaje que primero hemos alcanzado. No hay cambio sin
aprendizaje. No hay aprendizaje que no conlleve algún tipo de cambio.
¿Qué significa en la práctica cotidiana que el lenguaje no solo describe sino
que también genera realidad? La manera en que distinguimos al lenguaje como
generador, es a través de lo que vamos a conocer como “actos lingüísticos”.
Estas acciones que emprendemos en el lenguaje tienen una característica muy
particular y novedosa.
Lo que se desprende de las investigaciones en filosofía del lenguaje de Searle y
Austin, son cinco acciones diferentes comunes a todas las lenguas humanas
que, según cómo se combinen, van a generar determinada capacidad de acción,
de productividad, capacidad de coordinación, éxito y también fracaso. Todo va
a estar dentro de una estructura lingüística que va a depender de la manera en
que se usen esas acciones en el lenguaje, momento a momento, constituyendo
diferentes maneras de ser y de relacionarnos. El lenguaje y sus acciones nos
llevan al conversar y en ese conversar vamos cambiando y, al mismo tiempo,
conservando nuestros sentires, prácticas y emociones.
Conectar el lenguaje y los actos lingüísticos con la vida cotidiana le da a la
conversación una trascendencia que antes no tenía. A continuación, propongo
ir más allá del pensamiento filosófico en sí para hacer foco en la naturaleza de
la vida de relación, de coordinación y de convivencia entre las personas.

4. 5. ¿CUÁLES SON LOS ACTOS LINGÜÍSTICOS?

Los actos lingüísticos son cinco y existen en todos los idiomas:


– las afirmaciones

– las declaraciones

– los pedidos

– las ofertas

– las promesas

Aquí creo necesario insistir en que no son solo actos, sino que constituyen
formas de relación y cada una tiene características particulares. Con estas cinco
acciones, y en la manera que cada uno de nosotros las distingue y las crea a
cada momento, se define el modo en que construimos nuestra propia realidad.
De ahí su relevancia: somos seres lingüísticos y podemos ser conscientes de que
en el lenguaje somos constructores y arquitectos de nuestra propia realidad.
Tengamos en cuenta algo muy importante: no solo “hacemos” estos actos al
hablar sino que también escuchamos desde ellos. Escuchamos acciones, no
palabras. ¿Recuerdan en la escuela cuando el maestro decía: “Saquen una hoja”?
¿Qué acción escuchaban en sus palabras?: ¡examen sorpresa!
El lenguaje es indefectiblemente un lenguaje de acciones. Estas
coordinaciones de coordinaciones de acciones consensuadas se basan entonces
en los cinco actos del habla, y podemos aprenderlas, desarrollarlas y sacarlas de
esta cueva oscura en las que las repetimos mecánicamente sin saber qué efecto
producen en nuestras relaciones.

El valor para nuestra vida cotidiana está en llegar a distinguir los actos lingüísticos como
una manera particular de relacionarnos y construir un vínculo con nosotros mismos, los
demás
y el mundo, momento a momento.

Todo lo que se revela ante nuestra mirada (aquello que distinguimos como
realidad) existe dentro de una conversación. Si aceptamos como punto de
partida que todo lo que existe para nosotros existe dentro de una conversación,
el conversar, entonces, se presenta como la habilidad humana fundamental.

Todo lo que necesitamos está a la distancia


de una conversación.
Todo problema puede ser visto
como una conversación faltante.

Aprender a conversar será nuestro desafío central como seres humanos. De


esa habilidad dependerá el convivir, nuestra emocionalidad y la capacidad que
tengamos de diseñar un futuro con otros, basado en el respeto, el cuidado de la
dignidad y el desarrollo continuo de nuevos mundos de posibilidades.

Un ser humano es una conversación


en donde el Ser ocurre en el hablar
y en el escuchar.
4. 6. ¿QUÉ SIGNIFICA QUE SOMOS SERES “EN” EL LENGUAJE?

Ser “en” el lenguaje significa que nos constituimos a nosotros mismos y a


nuestras relaciones a partir de nuestras conversaciones. Conversar significa
danzar juntos, en el entrelazamiento de los sentires, las prácticas y las
emociones. Esas conversaciones se dan en dos niveles en simultáneo: un nivel
es la conversación que tenemos con nosotros mismos (pública o no); y otro
nivel es la conversación que tenemos con el otro. Además, existe la
conversación que el otro tiene consigo mismo y la conversación que él tiene
con nosotros. Si en una determinada situación estamos conversando dos
personas, ocurren como mínimo cuatro conversaciones simultáneas.
Conversaciones públicas:
– La que yo tengo con otro.

– La que el otro tiene con nosotros.

Conversaciones privadas:
– La que tenemos con nosotros mientras converso con otro (sobre su persona,
sobre nosotros, sobre nuestra relación, sobre la conversación que estamos
teniendo, sobre lo que es posible y lo que no, sobre las intenciones del otro,
etc.).

– La que el otro tiene consigo mientras conversa con nosotros (sobre su


persona, sobre nosotros, sobre nuestra relación, sobre la conversación que
estamos teniendo, sobre lo que es posible y lo que no, sobre mis
intenciones, etc.).

Nuestras conversaciones privadas sirven como contexto para nuestras


conversaciones públicas y determinan el estado de ánimo de la conversación
y/o de las personas que conversan. Es una condición biológica, no es algo que
vamos a poder eliminar, ya que no la controlamos. Solo con práctica y
conciencia podemos aprender a regularla: prestarle mucha atención, poca
atención, darle toda la autoridad, no darle ninguna. Lo que podemos cambiar
es la relación que tenemos con nuestra conversación privada.
Es la conversación privada la que nos dice al salir de casa: “las llaves están
sobre la mesa del living”, pues nos permite tener acciones en automático y es
necesaria porque sin ella, no podríamos sostener nuestros aprendizajes: todos
los días deberíamos aprender a caminar, hablar, lavarnos los dientes, y todas las
acciones que diariamente hacemos sin ninguna reflexión para llevarlas a cabo.
Por todo esto, no es algo malo sino, simplemente, una condición biológica
necesaria por la que el cuerpo tiene la gran capacidad de tomar el aprendizaje
como propio, una vez que lo ha repetido las veces suficientes y crea un hábito
que puede evocarse sin reflexión. Es sorprendente, y nos permite desarrollarnos
y adquirir más y más aprendizajes y habilidades.
El problema no es la conversación privada sino la relación que tenemos con
lo conocido, lo aprendido. Sostenemos aprendizajes convertidos en hábitos
automáticos que nos sirvieron en otras épocas, momentos y realidades. Y
muchas veces creemos más en nuestros juicios que en las declaraciones que
somos capaces de hacer. De esa manera, quedamos limitados por lo que ya
sabemos.
Aparece aquí otro elemento fundamental e indispensable: la reflexión. El
acto de reflexionar implica el preguntarme cómo estoy haciendo lo que estoy
haciendo, cómo estoy viviendo mi vivir, es lo que quiero o no lo es. Lo central
cuando miramos nuestra naturaleza lingüística, es que podemos reconocer de
qué manera vamos aprendiendo juntos las formas en las que coordinamos y
convivimos. Orientamos la acción de hacer algo “fuera nuestro”, usando
nuestro cuerpo como contexto de la acción, al llevar al mirada hacia uno
mismo. Ese es el fenómeno de la reflexión: el mirarse a sí mismo en lo que se
hace, lo que implica detenerse, mirarse y hacerse preguntas (o dar autoridad a
otro para que me las haga). Toda pregunta que me invite a mirarme implica un
acto reflexivo porque me cambia la emoción.
La conciencia sobre sí mismo ocurre en el espacio relacional. No es un
fenómeno psíquico ni del sistema nervioso. Le pertenece al convivir, en el
momento en que orientamos nuestras interacciones a atender las cosas que nos
suceden. Cuando una persona le pregunta a otra si se da cuenta de lo que está
haciendo (siempre que la pregunta se haga en un contexto de apertura a
escuchar y encontrarse con el otro), esa pregunta es una invitación a mirar al
propio ser, lo que constituye el fundamento de la conciencia en sí, del “darse
cuenta” de esa persona. Entonces el darse cuenta ocurre en la relación y es un
modo de convivir que solo puede hacerse por la recursividad de nuestro
lenguaje (que permite la coordinación de sentires, prácticas y emociones).
Somos nosotros los generadores de los mundos en que vivimos. Eso nos abre
a la responsabilidad ya que ella nos posibilita la generación de mundos, con la
decisión consciente de en qué mundos quiero vivir (y en cuales no). La
responsabilidad evoca la reflexión. Soy responsable de las consecuencias de mis
actos pero antes de hacer lo que me propongo puedo reflexionar sobre sus
consecuencias y luego elegir hacer o no hacer en función de si quiero o no las
consecuencias que ese hacer me depare. En la responsabilidad puedo elegir
hacer pero también no hacer. Lo que implica que cuando me dispongo a
determinada acción estoy aceptando las premisas que yo quiero sostener como
fundamentos de mi acción.

4. 7. A MODO DE CONCLUSIÓN

– Lo humano surge en el lenguaje, en el coordinarnos unos con otros.

– Así surge la recursividad, el conversar como una manera de encontrarnos y


acompañarnos en nuestros sentires, prácticas y emociones.

– Vivimos en permanentes conversaciones mecánicas: no estamos entrenados


para observarnos en nuestras conversaciones.

– Hemos aprendido que el lenguaje es solo una herramienta para


comunicarnos.

– Desconocemos que el lenguaje es acción y por tanto, somos según las


conversaciones que tenemos.

– La unidad básica de las interacciones es la conversación. Cualquier sistema


puede ser observado como una red de conversaciones y relaciones, a su vez,
en conversación con el entorno.

– El sentido es una construcción que hacemos en el lenguaje. Nada “tiene”


sentido, sino que se lo otorgamos a partir de nuestra capacidad de dar
significado con el lenguaje.

– Del lenguaje y la conversación aparece a su vez la reflexión, como un modo


de preguntarnos cómo es que hacemos lo que hacemos.

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