Una Vuelta Al Mundo en La BNE

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[ 34 ]

ÁFRICA AMÉRICA

NOSTOS EUROPA

ASIA

BIBLIOTECA
ESCALINAT
PLA
ESCALA: 1/100 (A3)
A
NTES O DESPUÉS DE ACCEDER A LA ANTESALA, PROPONEMOS
al visitante una pequeña vuelta a la Biblioteca Nacional de España
(BNE), un paseo circular por el vestíbulo, la escalinata y la primera
planta. Al entrar por la puerta principal, aguarda —leyendo, cómo no—
Marcelino Menéndez Pelayo, el gran erudito y cancerbero de las letras
patrias. Allí puede verse una reproducción del mapa del Atlas de Agnese
con la derrota de la primera circunnavegación, el viaje de Magallanes y
Elcano. Es una imagen que tiene el encanto de la edad de la inocencia,
un momento primaveral de la humanidad. También se encuentra allí una
alegoría de Europa, la primera de la serie de los cuatro continentes de
Maerten De Vos y Adriaen Collaert, dibujante y grabador flamencos de
finales del siglo xvi. Europa reina sobre el mundo. Al igual que don Mar-
celino descansa sobre su sillón, el trono de la lectura, Europa, coronada,
está sentada sobre un globo terráqueo y blande su cetro.

El visitante ha de dirigirse hacia la escalinata de estribor, o sea, a la de-


recha. Es un espacio algo intimidatorio, un poco oceánico, podría decir-
se. Debe atreverse y subir las escaleras hasta el descansillo, donde se
encontrará con el Nuevo Mundo. América cabalga semidesnuda, por-
tando sus rudimentarias armas (arco, flechas y un tomahawk) sobre un
armadillo, el encubertado, un animal emblemático de su naturaleza
híbrida y prodigiosa. A su lado figura un mapa del estrecho de Magallanes,
procedente del Islario general de todas las islas del mundo, obra del
cosmógrafo Alonso de Santa Cruz. El Nuevo Mundo era un obstáculo,
había que sortearlo o rodearlo, había que hallar un paso que condujera
a las islas Molucas, el objetivo del viaje.

Arriba, en las antípodas, nos espera el deseado archipiélago, de donde


procedían las especias, muy valoradas en su día por sus propiedades aro-
máticas y terapéuticas. El clavo, la nuez moscada, la pimienta o el jengi-
bre sazonaban y conservaban los alimentos y también formaban parte de
la materia médica, la farmacopea de la época. En la primera planta el visi-
tante llega a Asia, un continente de dimensiones colosales y por eso mis-
mo semidesconocido. La alegoría de De Vos y Collaert retrata a la bella
Asia, feminizada, erotizada, orientalizada (fig. 1). Y aromatizada también:

[3]
1. Adriaen Collaert, Asia, de la serie Los cuatro continentes (BNE, ER/1599).

agita un incensario en su mano derecha. El visitante puede asomarse a la


sala del patronato de la BNE, un lugar también algo recóndito y exclusivo.
Las otras imágenes son un mapa del estrecho de Malaca del Islario de
Santa Cruz, especias orientales y unas aves del paraíso, también origi-
narias de las Molucas, seres a mitad de camino entre la fauna real y la
imaginaria (fig. 2). Según la leyenda, eran aves ápodas, es decir, sin patas.
No las necesitaban pues jamás se posaban. Oriente fue siempre el terri-
torio natural para lo maravilloso y lo exótico.

El visitante regresará a Europa por el otro lado de la escalinata. El torna-


viaje debe realizarse por el océano Índico, como hizo Elcano, para ro-
dear el espacio doblando el cabo de Buena Esperanza, en el extremo
meridional de África. La alegoría muestra cómo era vista África en el
Renacimiento, salvaje y desnuda, montada sobre un cocodrilo, rodeada
de fauna tropical y con obelisco egipcio al fondo.

[4]
2. Aves del paraíso, en Johannes Jonstonus, Historia Naturalis. De Avibus,
Burgos: Siloé, 2008 (edición facsimilar, Amsterdam, 1657, lámina 55).

[5]
[6]
Prólogo para un pequeña muestra

Nunca los antiguos tuvieron tanto co-


nocimiento del mundo que el sol cir-
cunda y recorre en venticuatro horas
como tenemos ahora por la industria
de los hombres de este nuestro siglo

Maximiliano Transilvano
5 de octubre de 1522

Con estas palabras anunciaba Maximiliano Transilvano, secretario de


Carlos V, la proeza de la Victoria, una de las cinco naos que el soberano
había enviado para que fuesen a “aquel mundo extraño, y por tantos
siglos jamás ahora sabido, a buscar y descubrir las islas en las cuales es
el propio nacimiento de la especiería”1. Así llegaban a Núremberg, don-
de se encontraba el destinatario de su carta, las noticias de la hazaña
náutica consumada por los 18 supervivientes que habían alcanzado,
harapientos y en sus huesos, Sanlúcar de Barrameda un mes atrás.

Desde ese mismo punto habían dejado la Península el 20 de septiembre


de 1519, acometiendo una empresa que desafiaba la lógica pero no la
cosmografía, un viaje insensato y singular. Navegando hacia Poniente
y emulando el curso del sol (que en forma de Apolo ilumina a Maga-
llanes en el grabado que figura en la portada de este folleto; fig. 3), la
flota española había atravesado el Nuevo Mundo por el meridión al
dar con el estrecho que desde entonces llamamos Magallanes. Su-
frieron mil penalidades, atravesaron el Pacífico, un océano inédito para
los europeos, la mayor superficie de agua salada del planeta, y alcan-
zaron el Moluco (las islas de las especias) por esta ruta, viniendo des-
de América.

1 “Carta escrita por Maximiliano Transilvano de cómo y por qué y en qué tiempo
fueron descubiertas y halladas las islas Molucas”, en Juan Sebastián Elcano, Antonio
Pigafetta, Maximiliano Transilvano, Francisco Albo, Ginés de Mafra y otros, La primera
vuelta al mundo, Madrid: Miraguano Ediciones/ Ediciones Polifemo, 2018, p. 15.

[7]
Perdieron naves y muchos la vida,
entre ellos el propio Magallanes.
Otros cayeron presos de los portu-
gueses, establecidos en las Indias
Orientales, adonde habían llegado
desde Goa, su enclave en la India2.
Solo la Victoria, cargada con clavo
(Syzygium aromaticum) y capita-
neada por Juan Sebastián Elcano,
consiguió hacerse a la vela, nave-
gar por latitudes meridionales ha-
cia el océano Índico, doblar el
cabo de Buena Esperanza y regre-
sar a la Península ibérica tras ro-
dear el globo. Otra navegación
peor que temeraria.

Consumada la gesta, Maximiliano


Transilvano podía proclamar que
Herodoto fabulaba cuando decía
que la canela procedía del nido del
ave fénix o que Plinio se equivocaba
cuando la localizaba en la Etiopía, la
tierra de los trogloditas. Podía cues-
tionar que en las zonas tórridas exis-
tieran razas monstruosas como
aseguraban ambos. En los recientes
viajes de descubrimiento, ni rastro
de pigmeos, cíclopes o esciápodos
(hombres pequeños, de un solo ojo
y un solo pie, respectivamente). La
geografía de la antigüedad clásica
tenía grietas, cada vez más visibles.
También su historia natural y sus no-
ciones sobre los pueblos de la Tierra,

2 Para una mirada lusa sobre la expansión ibérica: Isabel Soler, El sueño del rey. Viajes
y mesianismo en el Renacimiento peninsular, Barcelona: Acantilado, 2015.

[8]
3. Stradanus/Collaert, America Retectio. Grabado alegórico del viaje
de Magallanes, ca. 1590 (BNE, ER/2940).

[9]
su antropología, diríamos hoy. Los antiguos no conocían el mundo como
nosotros, parece escucharse a cada párrafo en la misiva que escribía Tran-
silvano desde Valladolid a su corresponsal en Núremberg. La navegación
de Magallanes y Elcano, jamás vista en edades pasadas, “ni aun tentada
por persona alguna”, dejaba el globo abierto y el mundo cercado.

Se cumple ahora el aniversario de la primera vuelta al mundo y la BNE


quiere contribuir a pensar qué significa rodear la Tierra y cuál es su relación
con los mundos del libro. Al penetrar por el Pacífico y conectar América con
Asia, la circunnavegación de Magallanes y Elcano (1519-1522) demostró que
los océanos estaban comunicados, trazó nuevos márgenes para la Ecú-
mene (oikouménē, la Tierra habitada) y desencadenó la globalización.

Pero más que la gesta, nos interesa el gesto: importa menos quién fue el
primero en rodear nuestro planeta (seguramente Enrique de Malaca, un
esclavo malayo que viajaba a bordo de la flota española) que las impli-
caciones de un acto físico y simbólico reiterado desde entonces. Si Ma-
gallanes siguió el curso del Sol, otros muchos siguieron su rumbo. Rodear
el globo fue primero una hazaña náutica, después un gesto de la Ilustra-
ción y la edad del progreso, hasta llegar a los días de la aviación, el turis-
mo, las órbitas espaciales e internet, cuando podemos navegar virtual-
mente por toda la superficie terrestre y por océanos de información.

Sin embargo, tan importante como rodear la Tierra siempre fue mos-
trarlo, contarlo. No por casualidad la edad de las circunnavegaciones
fue la época de la imagen del mundo, la imprenta y el libro. Hablamos
de mapas y atlas, pero también de cuadernos de bitácora, literatura de
viajes y naturalmente de bibliotecas. Pensar en los libros del mundo es
una ocasión para pensar en los mundos del libro. Al fin y al cabo ¿qué
es una biblioteca sino un pequeño microcosmos, un lugar donde reco-
rrer y perderse por estrechos y laberintos, un espacio también algo real
y algo imaginario, tan esférico e incompleto como el propio mundo?

[ 10 ]
Un estrecho necesario

Al ver un mapa del estrecho de Magallanes uno se hace cargo de lo ex-


tremadamente difícil que debió ser atravesarlo por primera vez, un autén-
tico laberinto de bahías y entradas ciegas que solo la pericia y la fortuna
pudieron salvar. Sin embargo, el mapa que acompaña a la relación de
Pigafetta, el cronista de la navegación, simplifica la realidad (fig. 4). Es casi
un croquis, una visión sintética. Está orientado hacia el Sur. A la izquierda
se sitúa el Atlántico, a la derecha el “mare Pacifico”, abajo el río de Juan
Díaz de Solís (el Río de la Plata). Se leen otros topónimos: el puerto de San
Julián, donde las naves permanecieron meses esperando que pasara el
invierno austral; el cabo de las Once mil vírgenes, que daba paso al estre-
cho; el cabo Deseado, donde concluye el desfiladero y dieron con mar

4. Mapa del Estrecho de Magallanes, en Antonio Pigafetta, Premier voyage autour


du monde… (BNE, GMM/42).

[ 11 ]
abierto. Se cuentan por docenas los cabos deseados, islas infortunadas,
entradas de la esperanza y bahías del desengaño en los atlas del mundo.
La cartografía es un arte cargado de ilusión y melancolía.

La BNE conserva la única copia superviviente de un manuscrito perdi-


do, la relación del viaje de Ginés de Mafra, un marinero de la Trinidad, la
nao capitana. Su biografía supera cualquier novela de aventuras. Estuvo
más de cinco años en cárceles portuguesas, desde Ternate hasta Lis-
boa. Participó luego en la conquista de Guatemala y el Perú. En 1542
cruzó de nuevo el Pacífico con la armada de López de Villalobos y fon-
deó de nuevo en Mazaua, una isla de las Bisayas (Filipinas), al parecer
poblada de gente pacífica y rica en oro. No sabemos con certeza si esta
isla existió o se hundió, pero sí que Ginés de Mafra volvió a ser captura-
do por los portugueses y que regresó de nuevo a España por la ruta
oriental. Fue su segunda vuelta al mundo.

Ginés de Mafra no era un humanista como Pigafetta o Transilvano. Su


escritura es escueta, sin adornos pero certera. En cierto pasaje describe
el estado anímico del comandante en unos momentos dramáticos. En
medio del laberinto, entre la Patagonia y la Tierra de Fuego, más allá de
los cincuenta rugientes, en un corredor eólico situado en una latitud
extrema donde el viento helado soplaba a más de 130 km por hora,
Ginés recuerda:

Aquí estaba Magallanes muy pensativo a ratos alegre, a ratos triste,


porque cuando le parecía que aquel era el estrecho que él había
prometido, alegrábase tanto que decía cosas de placer, luego tor-
naba triste si por alguna imaginación le parecía que no era aquel.3

Ilusión y melancolía, los dos ingredientes habituales de cualquier bús-


queda, o mejor, como escribió Claudio Magris: utopía y desencanto4.
Pero ¿qué hacían las naves de Magallanes allí?¿Por qué buscaban ese
paso? América, el continente imprevisto, era un obstáculo para acceder

3 Ginés de Mafra, “Libro primero que trata del descubrimiento y principio del estrecho
que se llama de Magallanes”, en: Descubrimiento del Estrecho de Magallanes, BNE,
RES/18, h. 1-28v, 8v.
4 Claudio Magris, Utopía y desencanto, Barcelona: Anagrama, 2005.

[ 12 ]
5. Hemisferio Sur, en Christian Sgrooten, Orbis Terrestris Descriptio
(BNE, RES/266).

a las Indias Orientales. De hecho, durante décadas no se supo bien si


aquel mundo era nuevo o formaba parte de alguna región asiática. De-
bía estar conectado con la península dorada (Aurea Chersonesus) y el
gran golfo (Magnus Sinus) de la geografía ptolemaica, es decir, con la
península malaya y el golfo de Tailandia. Colón creyó que las Antillas
eran unas islas cercanas a Cipango y hasta Tenochtitlán, la gran metró-
polis del valle de Anáhuac, parecía una urbe del imperio del Gran Kan.
El Nuevo Mundo era una sorpresa, el océano Pacífico un gigante com-
pletamente imprevisto. Los cálculos del perímetro terrestre se habían
quedado muy cortos. Sin embargo, a diferencia de América, el estrecho
era una necesidad geográfica, un imperativo para acceder al Moluco
por la ruta occidental, toda vez que la oriental estaba controlada por los
portugueses. Suele encontrarse lo que se busca. De hecho, solo se
encuentra lo que se busca y se desea con fuerza. La flota española
cruzó el estrecho necesario y atravesó el inmenso desierto azul.

[ 13 ]
Veamos el hemisferio Sur del magnífico Orbis Terrestris Descriptio
(ca. 1592), una de la joyas cartográficas de la BNE, obra de Christian
Sgrooten, cartógrafo de Felipe II (fig. 5). Es un mapa cordiforme (en for-
ma de corazón), una proyección que remite a un tema clásico, las rela-
ciones entre el microcosmos y el macrocosmos, las analogías del
pequeño mundo del hombre, por decirlo con Francisco Rico5. Es un
mapa manuscrito, iluminado con delicadeza en verdes, azules, ocres
y dorados. Una obra suntuosa, hecha para un rey.

Quizás sirva para recordarnos que, visto con algo de perspectiva, el


gran descubrimiento, el objeto que emergió a la luz —no del todo, no
completamente— tras los viajes ibéricos que abrieron el globo y cerra-
ron el mundo no fue América o el Pacífico, sino el hemisferio Sur. Bar-
tolomeu Dias y Vasco de Gama habían penetrado al océano Índico ro-
deando África por el Cabo de las Tormentas (hoy Cabo de Buena
Esperanza). Magallanes y Elcano también descendieron a latitudes
meridionales inéditas. El propio Colón había buscado el Sur, las zonas
tórridas donde el oro estaba garantizado y sus pueblos podrían domi-
narse y convertirse6. Visto desde otro lado, la primera globalización su-
puso la incorporación de ese otro hemisferio que permanecía oculto a
los antiguos y cuyos océanos y continentes tardaron en aflorar para los
occidentales. Allí, al fondo del Mar del Sur acabaría emergiendo Aus-
tralia a finales del siglo xviii.

El planisferio de Sgrooten muestra en su hoja occidental el estrecho de


Magallanes, entre el Nuevo Mundo y una Tierra de Fuego que se creía
parte de un continente austral de grandes e indeterminadas proporcio-
nes, un continente fantasma, la Terra Australis (a veces llamada Tierra
Magallánica). Aún no se había doblado el cabo de Hornos. En la hoja
oriental aparecen Nueva Guinea, Java y las Molucas, las Indias Orienta-
les, un panal de archipiélagos confuso y casi orgánico sobre el que
durante siglos se proyectaron tesoros en forma de especias, naturalezas
milagrosas e islas imaginarias. Es un mapa que invita a soñar. Allí, en los
trópicos de las antípodas, mucho más allá de Gibraltar e incluso de

5 Francisco Rico, El pequeño mundo del hombre, Barcelona: Destino, 2005.


6 Nicolás Wey Gómez, The Tropics of Empire. Why Columbus sailed South to the Indies,
Cambridge, MA: MIT, 2008.

[ 14 ]
Magallanes, había otro estrecho, el de Malaca, entre la península mala-
ya y la isla de Sumatra, un paso con más trafico marítimo entonces y
ahora que ningún otro, pues conecta los mares de las China con el Ín-
dico, un hervidero de juncos, naves y hoy petroleros. Los portugueses
no tardaron en darse cuenta de su importancia estratégica y tomaron
Malaca en 1511.

Magallanes, antes de proponer su viaje al rey español, había estado


en la región y de hecho había participado en la conquista de Malaca,
donde adquirió un esclavo que se llevó luego a la península ibérica
por la ruta portuguesa (por el Índico y el Atlántico, doblando África).
Es Enrique de Malaca, quien se embarcó con su señor en la flota
española en 1519. A bordo de la Trinidad, el esclavo atravesó el At-
lántico y el Pacífico hasta llegar a las Indias Orientales, por lo que
debió ser el primer hombre en rodear la Tierra, el primero en regresar
al lugar de origen por la ruta opuesta (si bien en dos tramos, en dos
fases). Y decimos “debió ser” porque tras morir Magallanes en las
playas de Mactán (Filipinas) se pierde la pista de su esclavo. Intentó
liberarse, no se sabe si llegó a Tidore, aunque tampoco si era mala-
yo o filipino, es decir, jamás sabremos con seguridad quién fue el
primer hombre que dio la primera vuelta al mundo aunque proba-
blemente fuera él.

¿Qué tenemos? Un estrecho en la otra parte del mundo del que ape-
nas hemos oído hablar y que resulta más transitado que cualquier
otro, y un esclavo del que tampoco sabemos mucho, un héroe en la
sombra que quizás fuera el primero en dar la vuelta al mundo. ¿Qué
sabemos? Lo de siempre, que apenas sabemos nada, que Europa
apenas es una península asiática y que los protagonistas de las gestas
a menudo son casi anónimos, como en aquella maravillosa película,
El hombre que mató a Liberty Valance.

Los barcos cruzan los estrechos y penetran en otros mares, conectan


océanos y trasladan mercancías y conocimientos. Las columnas de
Hércules del mundo antiguo se trasladaron desde Gibraltar al estre-
cho de Magallanes en la Edad Moderna. Plus Ultra, reza el lema que
aún figura en el escudo de armas de la bandera española, contradi-
ciendo el que anunciaba el fin del mundo (non plus ultra, “no hay más
allá”). Sí lo había.

[ 15 ]
6. Andrés García de Céspedes, Regimiento de navegación (BNE, R/5640).
Francis Bacon, Instauratio Magna (BNE, 3/19146).

Veamos el frontispicio del Regimiento de navegación (1606) de García de


Céspedes, un manual de navegación astronómica e hidrografía. El bar-
co representado es la nao Victoria, precisamente, cruzando las colum-
nas de Hércules. La leyenda reza Occeanum reserans navis Victoriam
totum / Hispanum imperium clausit utroq. Polo, cuya traducción sería
más o menos: “la nave Victoria, al desvelar todo el océano, confinó el
imperio español entre ambos polos”, un dístico muy barroco que acen-
túa el contraste entre la apertura de la ruta oceánica y el dominio del
globo bajo el cetro hispano7. Es una declaración más propagandística
que real. Insinuar que la monarquía española gobernaba el mundo es
algo grandilocuente y bastante inexacto. Su imperio era dilatado, sin
duda, esto es, ancho, frágil y complejo. El mismo motivo fue tomado

7 Pablo Toribio, latinista del CSIC, lo tradujo y me explicó el efecto literario.

[ 16 ]
7. Joachim Patinir, El paso de la laguna Estigia, Museo del Prado (MNP, P001616).

para el frontispicio de otro libro, la Gran Restauración o Novum Organum,


de Francis Bacon, un tratado que pretendía levantar de nuevo el edificio
del saber y sustituir el aristotélico. En esta ocasión figura un pasaje del
libro de Daniel: Multi pertransibunt et augebitur scientia, “muchos lo cru-
zarán y la ciencia crecerá”. Una metáfora exitosa: el conocimiento como
un viaje a tierras desconocidas, la aventura del saber (fig. 6).

También las bibliotecas son pequeños mundos con estrechos, pasadi-


zos y laberintos. Están ahí para recorrerlos y cruzarlos. Todo libro invita
a leer otros libros, unas salas conducen a otras, unas páginas siempre
llevan a otras, cualquier afirmación viene seguida de unas cuantas dudas
y preguntas. Plus ultra.

En los meses de octubre y noviembre de 1520, justo cuando Magallanes


aprovechaba la primavera austral para atravesar el estrecho, hace aho-
ra 500 años, lejos de allí, en el otoño centroeuropeo, el maestro flamen-
co Patinir estaba encerrado en su taller pintando El paso de la laguna
Estigia (fig. 7), una tabla al óleo que hoy cuelga en el Museo del Prado y
que en su día debió figurar en el cuarto de verano de El Escorial, en las

[ 17 ]
habitaciones privadas de Felipe II. Es una obra de una belleza hipnótica.
Un alma en pena transita en la barca de Caronte por otro estrecho cru-
cial, el inevitable. Vacila entre desembarcar a estribor, en un lugar para-
disíaco, o a babor, en una costa lúgubre, con incendios y escenas oní-
ricas. Es el infierno, por el que parece haber optado el barquero. El
cuadro es una alegoría del libre albedrío, un debate erasmista de la
época. Pero aquí nos interesa la sorprendente analogía, fortuita pero
significativa, entre dos estrechos que comunican lo conocido y lo des-
conocido, los lugares familiares y los que no lo son. ¿Plus ultra? Forzan-
do el paralelismo, observamos llamas en la Tierra de Fuego y en el in-
fierno. Hasta Caronte podría pasar por un barbudo Magallanes o un
gigante patagón. Ahora bien, entre un viaje y otro hay una diferencia
apreciable. Del segundo nadie regresó jamás. Es el tránsito por antono-
masia. Elcano y otros afortunados solo lograron aplazarlo. El de Gueta-
ria dio con él años después —cómo no— en el Mar del Sur, un mar que
siempre parece de azurita en el imaginario europeo, que siempre tuvo
algo de paradisiaco desde sus antípodas. Murió de escorbuto o intoxi-
cado en aquel infierno azul. Iba de nuevo rumbo a las Molucas.

[ 18 ]
Rodear la Tierra

La historia está llena de actores en la sombra, paradojas y resultados


imprevistos. Ni Magallanes ni Elcano buscaban dar la vuelta al mundo,
sino abrir una nueva ruta el primero y regresar con vida y un cargamen-
to de clavo el segundo. No buscaban rodear la Tierra, como Colón
tampoco perseguía América: ¿solo se encuentra lo que se busca? No
obstante, Transilvano los comparó con los antiguos argonautas. A su
juicio, la Victoria debía figurar entre las estrellas, pues mientras Jasón
había navegado desde Grecia por el Ponto, la nao española había par-
tido de Sevilla contra el Mediodía, “y dando allí vuelta contra el Occi-
dente”, penetró hasta las partes orientales para regresar finalmente a
Sevilla. En palabras de Ramusio, geógrafo humanista y editor de viajes,
se trataba de “una de las cosas más grandes y maravillosas que se han
ejecutado en nuestro tiempo y aun de las empresas que sabemos de
los antiguos, porque esta excede en gran manera a todas las que has-
ta ahora conocemos”8. Héroes por accidente, su hazaña contribuyó a
desencadenar el mundo moderno.

Fue un hecho tan extraordinario que para repetirse como tal, en una
sola navegación, tuvieron que pasar sesenta años, cuando Francis
Drake, corsario y vicealmirante inglés, lo logró de nuevo, grabando
en su escudo de armas la imagen de un globo terráqueo y el lema
Primus circumdedisti me (“el primero en rodearme”). Los piratas siem-
pre fueron los mejores amigos de lo ajeno; la fama, el botín más
codiciado.

No solo Enrique de Malaca o sin duda Elcano. También Andrés Urdane-


ta había dado la vuelta al mundo antes que Drake, aunque le llevó una
década. Algo después, en 1565, el propio Urdaneta, marino antes que
fraile, logró resolver el laberinto invisible del Pacífico, el régimen de
vientos y corrientes que permitía navegar desde las Filipinas a la Nueva
España. Se inauguraba el tornaviaje, la ruta del Galeón de Manila, una
línea comercial que duró más de dos siglos.

8 Ramusio, “Discorso de M. Gio. Battista Ramusio sopra il viaggio fatto dagli Spagnuoli
intorno al mondo”, en Giovanni Battista Ramusio, Delle Navigationi et Viaggi, Venecia:
apresso i Giunti, 1613, p. 346.

[ 19 ]
Joyce Chaplin, una profesora de Harvard, le dedicó un magnífico libro a
los viajes alrededor del mundo, a los émulos de Magallanes y Elcano9.
La lista es amplia y la tipología diversa: piratas como el citado Drake o
Dampier, navegantes ilustrados como Bougainville, Cook o Malaspina,
naturalistas como Darwin o mujeres como Lady Brassey, que embarcó
a su familia en el velero Sunbeam para dar la vuelta al mundo. Son los
argonautas del globo, los protagonistas de las circunnavegaciones, más
o menos heroicas, puesto que a partir de la segunda mitad del siglo
xviii el cronómetro de precisión y la dieta con concentrados de chucrut
y zumos de cítricos lograron vencer los dos obstáculos de las grandes
travesías: la determinación de la longitud y el escorbuto.

El viaje alrededor del mundo ha sido durante siglos una experiencia única,
el gesto cosmopolita por antonomasia. En lugar de regresar desandando
el camino, el explorador avanzaba hacia delante sin otra meta que volver
sin dar un paso atrás, una vuelta sin retorno, por así decirlo, un regreso sin
rendición. Si el nostos de Odiseo (el regreso al hogar, el tema del poema
homérico) es una vuelta que entraña naufragio, pérdida y anhelo del pa-
sado (de ahí nostalgia), el del viaje circular es un nostos sin derrota, un
triunfo sobre el espacio y hasta sobre el tiempo, una victoria planetaria.

Algunas de las piezas y las imágenes con las que hemos decorado la
antesala aluden a esta victoria. Son representaciones del globo terráqueo
en dos momentos de la prolongada edad de la globalización. Tres de ellas
proceden de una época posterior a la expansión ibérica, un mundo ins-
crito en bellos atlas y tratados de geografía, el mundo de las compañías
comerciales de las Indias orientales y las redes de otra compañía ecu-
ménica donde las haya, la de los jesuitas. Así, gobernando el mundo,
tenemos a un fabuloso Atlas, el titán al que Zeus castigó con sostener la
bóveda celeste, en una estampa calcográfica del Atlas de Frederick de
Wit, cartógrafo y grabador holandés (fig. 8). También vemos a un grupo
de geógrafos y cosmógrafos alumbrando, midiendo y representando el
globo en el frontispicio de una adaptación al castellano de una guía de
pilotos, luz de navegantes o antorcha de los mares del también holan-
dés Claes Jansz Vooght. Finalmente, tenemos otro globo sostenido por

9 Joyce E. Chaplin, Round about the Earth. Circumnavigation from Magellan to Orbit,
New York: Simon & Schuster, 2012 .

[ 20 ]
8. Frederick de Wit, Atlas (BNE, GMG/709).

representantes de los diversos grupos étnicos en el frontispicio del volu-


men dedicado a la geografía política del Atlas Novus, obra del jesuita
alemán Heinrich Scherer. La construcción de la imagen del mundo es una
empresa planetaria, ecuménica. Apela a todo el género humano.

[ 21 ]
Luego están las arquitecturas esféricas que causaron furor a finales del
siglo xix, los días de esplendor de las exposiciones universales, otro mo-
mento álgido de la globalización, cuando el mundo entero se ofrecía
como espectáculo en esos museos efímeros donde se celebraba el pro-
greso (es decir, la expansión europea y el colonialismo). Contamos por
ejemplo con la imagen de un proyecto colosal que finalmente no se llevó
a cabo, el monumento a Colón que ideó el arquitecto e ingeniero español
Alberto de Palacio, el autor de la estación de Atocha de Madrid. Diseñó un
globo terráqueo coronado por una carabela colombina para la exposición
de Chicago de 1892, e incluso se barajó la posibilidad de instalarlo junto a
la Torre Eiffel o en el mismo parque del Retiro de Madrid, junto al Palacio
de Cristal. Afortunadamente, no se hizo: el globo medía 300 metros de
diámetro, una esfera que parece salida de La guerra de los mundos.

Hemos reproducido uno de los proyectos de Albert Galleron para el cos-


morama o panorama de los mundos (fig. 9), un magnífico pabellón astro-
nómico con forma de globo para la exposición universal de Paris en 1900
y que iba a ser dirigido por Camille Flammarion, el gran popularizador de
los mundos lejanos y los perdidos, uno de los genios de la divulgación
científica de todos los tiempos. El pabellón iba a incluir una exposición de
las edades de la Tierra, una sala de conferencias y un auditorio, un museo
Flammarion, un panorama estereoscópico y otro cinematográfico10. Que-
rían reunirse en un mismo espacio todos los medios antiguos y modernos
de popularización del saber, una utopía pedagógica y civilizadora. Final-
mente, se construyó una bóveda celeste junto a la Torre Eiffel, un proyec-
to quizás menos ambicioso, aunque también espectacular. Medía 45 me-
tros de diámetro y sobre su superficie se pintaron las constelaciones y los
signos del zodiaco. Fue una de las grandes atracciones del evento. En su
interior los visitantes se recostaban en sus butacas mientras se proyecta-
ban imágenes del sistema solar. Se podía rodear la Tierra sin levantarse
del sillón, una novedad revolucionaria que hoy practicamos de forma ru-
tinaria en nuestro cuarto de estar y hasta montados en el autobús.

En 1900 dar la vuelta al mundo había dejado de ser una hazaña reserva-
da para capitanes intrépidos. Había turismo y barcos de vapor. Más de un

10 Yann Rocher (dir.), Globes. Architecture et sciences explorent le monde, Paris: Norma
Éditions, 2017, pp. 156-161.

[ 22 ]
9. Camille Flammarion, Panorama des mondes, Archives Nationales (France).

siglo atrás, el naturalista Joseph Banks había anunciado que su Grand


Tour (ese viaje cultural que hacían las elites norteñas por el Sur de Europa)
sería alrededor del mundo. Al poco se embarcó en el Endeavour con
James Cook en su primera circunnavegación. Pero no fue hasta finales
del siglo xix cuando el turismo de la aristocracia y la alta burguesía abra-
zaron la causa del viaje circular. La agencia de viajes Thomas Cook & Son,
que ha quebrado hace unos meses, precisamente, puso la vuelta al mun-
do al alcance de quien pudiera pagarla. La gesta se convirtió en un lujo.

Después llegó la conquista del aire, encabezada primero por los aparato-
sos dirigibles, los famosos zepelines de principios de siglo, preparados
para vuelos de larga duración antes que los aviones. En agosto de 1929 el
Graf Zeppelin LZ-127, comandado por Hugo Eckener, completó la primera

[ 23 ]
10. Itinerario del Graf Zeppelin, La esfera, 7/9/29 (BNE, AHS/35356).

vuelta aérea alrededor del mundo, tras un viaje de 21 días en dirección


siempre hacia Oriente, al revés que Magallanes (fig. 10). Le siguieron dos
años después dos pioneros de la aviación, el norteamericano Wiley Post
y el australiano Harold Gatty, que pilotaron la avioneta Winnie Mae y ro-
dearon el globo en otro tiempo récord, 8 días, 15 horas y 51 minutos.
Cierto que ambas navegaciones aéreas tuvieron lugar en el hemisferio
Norte, alejadas del Ecuador, un atajo para evitar los 40.000 km del perí-
metro terrestre, muy lejos de los casi 70.000 km que navegó Elcano en
la Victoria. La vuelta al mundo siempre tuvo bastante de gesta olímpica,
una competición donde los récords se sucedieron, se magnificaron y se
impugnaron, como la fama, el mérito y otros capitales simbólicos.

En abril de 1961 el cosmonauta ruso Yuri Gagarin fue el primer ser humano
en orbitar la Tierra. Desde allí arriba, a unos 315 km de altitud, pudo disfru-
tar de la visión tan anhelada, el espectáculo único de contemplar nuestro
planeta desde el espacio y abrazarlo con un solo golpe de vista. “La Tierra
es azul”, parece que dijo, con los ojos seguramente abiertos como platos.
Poco antes, en noviembre de 1957, el Sptunik II había transportado a
la perrita Laika, un experimento para observar el comportamiento de

[ 24 ]
la fisiología animal en un
vuelo espacial. La nave rusa
orbitó la Tierra, aunque Lai-
ka, como Magallanes, murió
en el camino (fig. 11).

En fin, puestos a rescatar


episodios de esta historia
envolvente y circular ¿qué
decir de las mujeres que
rodearon la Tierra? En 1766
Jeanne Baret, disfrazada de
marino, se embarcó como 11. Sello conmemorativo del Sputnik II
y su tripulante, la perrita Laika, Ajman,
asistente de su marido, el
Emiratos Árabes Unidos.
naturalista Philippe Com-
merson, bajo el mando de
Louise-Antoine de Bougainville en su exploración al Pacífico. Durante el
trayecto, herborizó y describió miles de especies botánicas. Posiblemen-
te fue la primera mujer que dio la vuelta al mundo. Hubo de hacerlo de
incógnito. La marina francesa (como todas) prohibía mujeres a bordo. Los
reyezuelos de Tahití ofrecían sus mujeres a los visitantes, los occidentales
las escondían, dos prácticas que se prestan a una reflexión de antropo-
logía simétrica sobre el género y el tabú, una mirada comparativa entre
lo que las distintas culturas ocultan, sancionan y prohíben.

Hemos reproducido la portada de un número de la revista semanal Alre-


dedor del mundo, donde una mujer a lomos de un camello trota sobre la
redondez de la Tierra. Es una imagen elocuente del papel que la mujer
estaba adquiriendo en el periodo de entreguerras. Probablemente está
inspirada en un personaje real, Gertrude Bell, espía, diplomática y arqueó-
loga en Oriente Medio, promotora de la revolución árabe durante la Pri-
mera Guerra Mundial, la réplica femenina de Lawrence de Arabia (ambos
conspiraron para instaurar la dinastía hachemita en Jordania e Irak).

También hemos reproducido una fotografía memorable, la de Grace


Drummond-Hay asomándose en una de las cabinas de los motores de
propulsión del Graf Zeppelin LZ-127 en el citado viaje alrededor del mun-
do (fig. 12). La representación de figuras femeninas enmarcadas por el
dintel de una ventana goza de una venerable tradición en la iconografía

[ 25 ]
12. Lady Grace Drummond-Hay asomándose en el Graf Zeppelin [Getty Images].

occidental. En el Renacimiento, doncellas casaderas, mujeres nobles o


viudas acaudaladas fueron retratadas dentro de una ventana, como si
estuvieran de perfil ante un espejo o asomándose frente a nosotros,
observando lo que pasaba en la calle, escuchando el rumor del campo
o el murmullo de los patios11. Lady Drummond-Hay, periodista británica
especializada en aeronáutica, fue la única mujer tripulante en el viaje del
Graf Zeppelin. Sus reportajes contribuyeron a divulgar la proeza. La fo-
tografía la recoge ataviada con prendas aeronáuticas, simulando dirigir
el dirigible. Si Virginia Woolf decía que para ser escritora había que tener
una habitación propia, aquí Lady Drummond-Hay, encarnación de la
mujer moderna, parece asomarse a esa habitación, un nuevo punto de
vista y un nuevo espacio, inéditos para las mujeres, un lugar desde el
que era posible contemplar y retratar el mundo, escuchar su rumor,
rodearlo con la escritura y la mirada. La mujer accedía a esa habitación
con vistas al mundo.

11 Patrcia Simons, “Women in Frames: The Gaze, the Eye, the Profile in Renaissance
Portraiture”, en: History Workshop, 25, 1988, pp. 4-30.

[ 26 ]
Los mundos del libro

La fantasía de rodear la Tierra con el propio cuerpo, el sueño esférico,


a menudo se ha expresado de otras formas, la más común quizás haya
sido esa costumbre de mantener a la vista, junto a los libros, un globo
terráqueo, un objeto habitual en gabinetes, museos y bibliotecas. Se
cuentan por docenas los eruditos y escritores que se han hecho retratar
señalando el globo, posando la mano sobre él, incluso abrazándolo, un
trasunto del viaje alrededor suyo.

Tocar o señalar el mundo son gestos de afecto y también posesivos, qué


duda cabe. Abrazamos el mundo porque lo queremos y deseamos po-
seerlo. Lo representamos a escala en un objeto tridimensional, una ma-
queta, para poder hacerlo de manera figurada. Los globos habitan en las
bibliotecas. En uno de los vestíbulos de la Biblioteca Nacional de Francia,
por ejemplo, se muestran dos magníficos globos de Coronelli, uno ce-
leste y otro terrestre, de casi cuatro metros de diámetro. También suele
haber globos terráqueos en las aulas y en las habitaciones infantiles. Con-
viene enseñar a los niños lo grande que es el mundo, dónde están las
pirámides de Egipto, familiarizarles con el hogar de la especie humana.

Todos esos espacios (gabinetes, museos, aulas, bibliotecas, escritorios o


estudios) son lugares históricamente relacionados, a veces conectados
en sus arquitecturas, comunicados entre sí o incluso confundidos, inter-
cambiables. Antiguamente no estaba claro dónde comenzaba un museo
y dónde terminaba una biblioteca. Cuando Gracián, por ejemplo, hablaba
del “museo del discreto” se refería a la “biblioteca del sabio”. La propia
BNE se asienta sobre un edificio que se levantó bajo el nombre de Pala-
cio de Bibliotecas y Museos Nacionales. Las bibliotecas también contie-
nen el mundo y también lo exhiben. Como los atlas, las bibliotecas son
espacios virtuales donde cabe el universo, todas las cosas que son y las
que han sido, los saberes de la naturaleza y las artes, la ficción y el ensa-
yo, el conocimiento de nuestros antepasados y el que se produce hoy en
los laboratorios y las universidades de todo el planeta. Leer es la actividad
más cercana a viajar, su correlato objetivo. Y viajar significa siempre leer
el mundo y escribirlo. Durante siglos se habló del gran libro de la natura-
leza, la previsible metáfora de la edad de la imprenta. Leer implica mul-
tiplicar la experiencia, ensanchar el horizonte, acceder a regiones inéditas,
desvelar el mundo de polo a polo, como la nao Victoria.

[ 27 ]
Libro de libros, toda enciclopedia es un proyecto editorial con vocación
de biblioteca, esto es, con afán por rodear todo el saber. Veamos el
frontispicio del primer volumen de la más famosa, la Encyclopédie de
Diderot y d’Alembert (fig. 13). Es una imagen icónica de la Ilustración, una
época que quiso hacer del conocimiento su empresa más distintiva.
Bajo unas columnas jónicas, la verdad resplandece en el centro y se
resiste a que la razón y la metafísica le quiten el velo. A izquierda y de-
recha se derraman las artes liberales y las ciencias, la poesía, la filosofía,
la historia, la geometría, las matemáticas, la óptica y más abajo los ofi-
cios mecánicos, todos los saberes científicos y humanísticos, teóricos y
prácticos, embarcados en este viaje circular en pos de la verdad.

¿Qué relación guarda esta imagen con la vuelta al mundo? Más de lo


que aparenta. La Enciclopedia es el otro gran sueño esférico y pedagó-
gico del hombre moderno (ἐνκύκλιos παιδεία, la educación circular, la
instrucción redonda). La vuelta al mundo y la enciclopedia son dos em-
presas renacentistas consolidadas en el siglo xviii. Si Magallanes y El-
cano realizaron la primera circunnavegación, Bougainville, James Cook
o Malaspina cerraron el círculo. La Ilustración es la época dorada de las
navegaciones alrededor del globo y otros proyectos enciclopédicos.
Abrazar el mundo y cercarlo es un acto emparentado con reunir todos
los conocimientos en un libro o todos los saberes en una biblioteca.

Algunas bibliotecas son especializadas, buscan lectores determinados:


niños, estudiantes de derecho, expertos en geografía o en botánica.
Otras pretenden compendiar todo el saber o al menos todo cuanto sea
posible. Aspiran a los 360º del conocimiento humano y aguardan a todo
tipo de lectores. Es el caso de la BNE. Son mundos autorreferenciales,
llenos de escaleras y laberintos que se comunican entre sí y que invitan
a deambular y a perderse. A dejarse llevar por la curiosidad y la expec-
tativa del próximo hallazgo.

Luego están las vueltas al mundo imaginarias, las de quienes fabularon


personajes que la dieron y que por tanto hicieron que sus lectores les
acompañaran a bordo de la embarcación más audaz, la más temeraria,
la que siempre nos rescata y nos lanza. En el caso de Julio Verne, millo-
nes de lectores, generación tras generación, han dado la vuelta al mun-
do en ochenta días con Phileas Fogg y Passepartout, un periplo que
se publicó originalmente por entregas en las páginas del periódico

[ 28 ]
13. Frontispicio de la Encyclopédie de Diderot y D’Alembert
(BNE 5/11280, v. 1).

Le Temps a finales de 1872. Convertido en gesto característico de la era


del progreso, el tema no tardó en saltar a otros géneros y escenarios. Un
botón de muestra, la pieza musical de Louis Dessaux, Le Tour du monde
(1877), cuya partitura contiene esta delicada litografía (fig. 14). Las refina-
das parejas de la burguesía giraban en círculo en los salones parisinos
al ritmo de este galope brillante, una danza cosmopolita y esférica.

[ 29 ]
Otros escritores no se confor-
maron con imaginarlo, quisie-
ron realizar el viaje circular para
poderlo contarlo. Mark Twain
atravesó el Pacífico desde Van-
couver hasta Australia y luego
navegó por el Índico hasta Ciu-
dad del Cabo, una experiencia
que retrató con su inconfundi-
ble humor melancólico y sure-
ño en su Viaje alrededor del
mundo siguiendo el Ecuador
(1897). Jack London también
acarició la idea de la circunna-
vegación. Acompañado por su
mujer y cinco tripulantes más,
se lanzó al Pacífico desde San
Francisco en un velero que ha-
bía construido con sus manos.
14. Louis Dessaux, Le tour du monde Vagabundo, buscador de oro y
(BNE, MC/309/66). aventurero indómito, el escritor
californiano sobrevivió de mila-
gro a la experiencia náutica, para fortuna suya y la de cualquier lector de sus
relatos de los Mares del Sur. También Blasco Ibáñez registró su periplo en
La vuelta al mundo de un novelista (1924), un libro de viajes al uso, esto es,
enciclopédico y misceláneo, donde el autor describía los pueblos del mun-
do, sus costumbres, la historia de los lugares que fue visitando, sus paisajes,
las cumbres más elevadas o las anécdotas que le sucedieron.

Cualquier repaso circular es necesariamente superficial. Cualquier vuelta al


mundo apenas lo roza. Hay que conformarse con sobrevolar las cosas, adi-
vinar desde lejos su densidad y su riqueza. Pero nuestro rodeo sería dema-
siado incompleto si pasáramos por alto dos cimas de las letras hispánicas.

La primera es El Aleph, publicado por Jorge Luis Borges en 1949, un


cuento de cuentos sobre ese lugar misterioso donde se concentran todas
las lecturas y todas las imágenes, “uno de los puntos del espacio que
contiene todos los puntos” (fig. 15). La visión que aguarda en el sótano
evoca la de una biblioteca o un viaje alrededor del mundo, un lugar pri-

[ 30 ]
15. Jorge Luis Borges, El Aleph 16. Julio Cortázar, La vuelta al día en
(BNE, 3/190035). ochenta mundos (BNE, HA/63364, v. 1).

vilegiado donde contemplar “todos los lugares del orbe vistos desde to-
dos los ángulos”. En este sentido, Carlos Argentino Daneri, el poeta del
relato de Borges, al proponerse “versificar toda la redondez del planeta”,
retomaba el sueño esférico de Magallanes, Elcano y Enrique de Malaca.

Argentino como Daneri y Borges, Julio como Verne, Cortázar le dio otro
giro al tema con La vuelta al día en ochenta mundos (1967), una colección
de estampas, artículos, críticas musicales o sencillamente desvaríos del
maestro de la narrativa breve (fig. 16). En sus páginas el lector se deja
llevar por un escritor que amaba el jazz y que leía los jueves los artículos
científicos de Le Monde para descubrir y realizar experimentos literarios
con la antimateria, las nuevas dimensiones microscópicas y macroscópi-
cas, las realidades antes absurdas y ahora lógicas, alguien dispuesto a
explorar las paradojas del mundo y su improbable simetría.

Juan Pimentel
Comisario de la exposición

[ 31 ]
Una vuelta al mundo en la BNE
Desde el 23 de enero hasta el 16 de abril de 2020

EXPOSICIÓN FOLLETO DE MANO

Comisario Textos
Juan Pimentel Igea Juan Pimentel Igea

Proyecto museográfico Edición


y diseño gráfico Biblioteca Nacional de España
Acción Gráfica
Diseño y maquetación
Coordinación PeiPe, s.l.
Área de Difusión de la BNE
Impresión
Montaje Estilo Estugraf Impresores
Td Arte

© De los textos:
Juan Pimentel Igea

Organiza © De esta edición:


Biblioteca Nacional de España

© Archivo Fotográfico
Museo Nacional del Prado, p. 17
Colabora © Archives Nationales (France), p. 23
© Biblioteca Nacional de España,
p. 4, 6, 8-9, 11, 13, 16, 21, 24, 29,
30, 31
© Getty Images, p. 26

Imagen de cubierta:
Stradanus/Collaert, America
Retectio. Grabado alegórico del viaje
de Magallanes, ca. 1590 (detalle),
BNE, ER/2940.
Imágenes de guardas:
Alonso de Santa Cruz, Estrecho de
Magallanes y el Estrecho de Malaca,
procedentes del Islario general
de todas las islas del mundo,
BNE, RES/38.
Imagen de página 6:
Mapas de las costas de América NIPO: 824-20-005-6
en el Mar del Sur, BNE, MSS/2957. Depósito legal: M-39599-2019
[ 35 ]
UNA VUELTA AL MUNDO
EN LA BNE

ESCALINATA Y ANTESALA
Biblioteca Nacional de España
Paseo Recoletos, 20
28071 Madrid

Teléfonos
91 580 78 00 (centralita)
91 580 78 03 / 48 (información)
info@bne.es
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Horarios
De lunes a viernes de 9:30 a 20:00 h
Sábados de 9:30 a 14:00 h
Domingos y festivos cerrado
Entrada gratuita

Transportes
Metro: línea 4, estaciones de Colón y Serrano
Autobuses: 1, 5, 9, 14, 19, 21, 27, 37,
45, 51, 53, 74, 150
Cercanías: Recoletos

Servicio de impresión a la carta


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