Victor Frankl Alumnos
Victor Frankl Alumnos
Victor Frankl Alumnos
Recordar la tragedia en su totalidad y en su conjunto, en lo genérico, siempre amortigua el impacto de la turbación y provoca
cierta opacidad a la auténtica crueldad del holocausto. Al contemplar el cementerio de Auschwitz, con su inmensidad de hileras de
tumbas en perfecta simetría, sólo parece albergar montañas de cadáveres apilados con cierta dignidad póstuma, tras una muerte
sin sentido. Sin embargo, si el espectador detiene la mirada y el corazón en cada una de aquellas tumbas, cambia completamente
el paisaje de la abyección (vil, bajeza, humillación), porque le permite imaginar en cada hueco una vida malograda y frustrada: aquí
quizás yazca una persona que, en plenitud del vigor y la creatividad, presentía una carrera profesional prestigiosa y útil…; aquí una
madre muerta con el corazón dolorido por la suerte de unos hijuelos arrancados de un regazo aún fértil y acogedor…; allá –
cercanos– un matrimonio que, tras sortear los múltiples avatares de una larga existencia, esperaba con sosiego el envejecer
juntos…; más allá, a una joven le abortaron los sueños de un próximo matrimonio y de fundar una familia feliz…; más allá todavía,
el cuerpo inerme de un niño o una niña que aún parece conservar, helada, una sonrisa ingenua nacida de una vitalidad en
expansión… Si se suma el conjunto de ese dolor oculto y escondido, más la ignominia (Ofensa grave que sufre el honor o la
dignidad de una persona), se obtiene el genuino sufrimiento y la barbarie de los campos de concentración…
Una de aquella multitud de vidas rotas fue la de Viktor Emil Frankl (1905-1997). Situémonos a principios de la década de los
cuarenta del siglo pasado en la ciudad de Viena. Aquella «Viena era un foco excepcional de la cultura, las artes y el civismo
europeos. Y para un psiquiatra, además, Viena era el lugar de Sigmund Freud y de Alfred Adler. Víctor Emil Frankl nació en Viena el
26 de marzo de 1905. Desde que era un estudiante universitario y envuelto en organizaciones juveniles socialistas, Frankl empezó
a interesarse en la psicología. En el año de 1930, obtuvo su doctorado en medicina. Víctor Frankl se encontraba en la rampa de
lanzamiento hacia una previsible brillante carrera profesional. Bien posicionado en los círculos médicos y con una incipiente pero
prometedora consulta privada, acababa de ser nombrado director de la sección de Neurología del Hospital de Rothschild (Paris-
Francia)(1940), que atendía únicamente a pacientes judíos; aceptar ese nombramiento significaba, a todas luces, un desafío y una
temeraria audacia, pues ya arreciaba la persecución nazi. de las apasionadas disputas y controversias de Frankl con las
autoridades del momento: Freud y Adler, que conducían a una crítica al psicoanálisis, y sus aportaciones personales para ofrecer
una psicoterapia rehumanizada, las plasmo en un manuscrito recién finalizado y ya en fase de encontrar editor. Esa obra reunía y
compendiaba el estudio y la experiencia clínica de casi dos décadas. El ámbito de lo personal lo cubría un gratísimo, afectuoso y
sereno ambiente familiar, de una familia de origen judío. A ese ambiente acogedoramente hogareño de siempre se unió la feliz
boda con la joven Tilly Grossner (diciembre de 1941).
La paz y el sosiego personal y familiar chocaba frontalmente con la situación de encrucijada social que se vivía en la calle. La
invasión nazi provocó una aguda agitación social y política, y en lo cotidiano creó un clima de miedo; los judíos se desenvolvían
bajo el terror de la angustia y el futuro cercano se presagiaba aterrador. Ya había comenzado abiertamente la destrucción de
sinagogas y el encarcelamiento, el confinamiento y la deportación de la población judía. Los Frankl, al comprender lo dramático de
la situación, intentaron encontrar alguna solución. La única alternativa sensata parecía la huida. Stella, la hermana de Víctor,
escapó a Australia. Su hermano intentó a la desesperada una salida hacia Italia como refugiado político; pero sus movimientos
fueron descubiertos por los servicios de seguridad y lo confinaron, con su familia, en el campo de Auschwitz, y allí murieron. Víctor
Frankl consiguió una visa para emigrar a los Estados Unidos. Ese visado, además de eludir la persecución nazi, le brindaba la
oportunidad de desarrollar y defender sus teorías psiquiátricas en un marco de mayor resonancia científica y cultural. Pero sus
padres no lograron proveerse de una documentación que presentara alguna garantía para no correr el riesgo inminente de ser
encarcelados o deportados. Además, ancianos ya, y sin la ayuda de ningún hijo, se quedarían ciertamente desvalidos... La situación
de sus padres planteaba a Víctor una difícil disyuntiva, una grave duda de conciencia: ¿debía atender a sus padres o proseguir una
esperanzadora carrera?, ¿asegurar su reciente matrimonio o ayudar a su familia en su incierta suerte? El visado ofrecía un caminar
exitoso en lo profesional y en lo personal, pero en Viena quedaba el inminente y seguro riesgo de la deportación de sus padres a
un campo de concentración… Desconcertado e indeciso salió a caminar un rato con la intención de solucionar el dilema. El vagar
errante le condujo hasta la catedral de San Esteban, mientras en el interior se escuchaba música de órgano. Le pareció un lugar
propicio para reflexionar. Permaneció aproximadamente una hora, sosegado por la paz del ambiente pero con un íntimo
desasosiego. No veía manera de encontrar una salida cabal: «¿Cuál era mi responsabilidad? ¿Ocuparme de mi obra o cuidar de mis
padres? ¡En un momento así, uno siempre espera una señal del cielo!». Regresó a casa con una pesadumbre. Al entrar observó un
pequeño pedazo de mármol sobre el aparador. Se dirigió a su padre: «¿Qué es esto?» - «¿Esto? Oh, lo he levantado hoy de un
montón de escombros, allí donde antes se encontraba la sinagoga que han quemado. El pedazo de mármol es una parte de las
tablas de los mandamientos. Si te interesa puedo decirte también de cuál de los mandamientos es el signo en hebreo que se
encuentra allí grabado. Porque sólo existe un mandamiento que lo lleva como inicial.» - «¿Cuál es?», le insistí a mi padre. Entonces
me dio la respuesta: «Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas por mucho tiempo en la tierra...». Así es que me quedé en la
tierra…, junto a mis padres, y dejé vencer la visa. Dejó caducar el visado para los Estados Unidos y sucedió lo previsible: unas
semanas después la familia Frankl fue deportada al completo. En Auschwitz se separó de su mujer, Tilly, de la que nada supo a lo
largo del cautiverio. De su madre se despidió en el campo de Theresienstadt al presagiar una indefinida separación. Como un adiós
reverente la pidió la bendición: Nunca olvidaré cómo ella, con un grito que le brotaba de lo más profundo de su ser, y que sólo
puedo calificar de fervoroso, dijo: «Sí, sí, yo te bendigo», y luego me dio la bendición. Unos días antes presenció la agonía y muerte
de su padre en el mismo campo de Theresienstadt. Con ochenta y un años de edad, totalmente desnutrido, los síntomas del
edema pulmonar se acentuaron. Viktor Frankl, como médico, le notó la dificultad respiratoria extrema anterior a la muerte; en ese
momento, para aliviarle el angustioso dolor, a modo de cuidado paliativo, le inyectó una ampolla de morfina que consiguió
esconder de contrabando dentro del campo. Sabía que no lo iba a volver a ver con vida. Pero tenía la sensación más maravillosa
que uno puede imaginarse: había hecho lo mío, permaneciendo en Viena por mis padres, acompañando hasta la muerte y
evitando un sufrimiento mortal innecesario a mi padre.
En breve tiempo se separó de los suyos, y nada más ingresar perdió el libro que abarcaba su largo quehacer profesional. Sucedió
de una manera brusca y brutal, como era habitual en Auschwitz: rompieron el manuscrito en sus mismas narices acompañado de
soeces improperios. Unos minutos después de este hiriente incidente le obligaron a deshacerse de sus ropas y, a cambio, recibió
los harapos de un prisionero que habían enviado a la cámara de gas nada más poner los pies en la estación de Auschwitz. En vez de
las muchas páginas de mi manuscrito encontré en un bolsillo de la chaqueta que acababan de entregarme una sola página
arrancada de un libro de oraciones en hebreo, que contenía la más importante oración judía, el Shemá Israel. ¿Cómo interpretar
esa «coincidencia» sino como el desafío para vivir mis pensamientos en vez de limitarme a ponerlos en el papel? Se dio cuenta de
que lo mas importante no era que el libro se publicara, sin o vivir como alentaba ese libro. De ese modo, encaró la dura
experiencia de soportar el tormento de un campo de concentración, que él mismo denomina experimentum crucis.
Cuando apenas ingreso en Auschwitz, le invadió la amarga sensación de que nada suyo le sobreviviría, ni un hijo físico ni un hijo
espiritual. Esa turbadora sensación, más el presentimiento de las atrocidades por venir, le arrastraron hacia la idea del suicidio
como liberación. En el fondo, tampoco tenía mucho sentido suicidarse, pues considerando con objetividad las circunstancias, al
prisionero medio le quedaban muy pocas expectativas de vida. El prisionero, como fruto del schock del internamiento, miraba a la
muerte con un cierto desdén, con un horror atenuado y soportable, pues infundía un mayor pavor enfrentarse con aquella
atrocidad de vida… Una vida lastimera que los convirtió en unos «pellejos de hombre» cuyo único y exclusivo horizonte se limitaba
a «salvar el pellejo». Extenuados, consumidos, harapientos, atestados de piojos, con edemas, enfermos, continuamente helados,
con hambruna… Esas condiciones disculpan algunos comportamientos…:
...con un hambre atroz, yo mismo una vez, saqué, escarbando en la tierra congelada, un pequeñísimo pedazo de zanahoria con las uñas. En
Kaufering, no me desnudé. En invierno, también dormíamos sobre el frío suelo con los zapatos puestos, sobre el piso de los barracones. Recuerdo
cuánto disfrutaba de cada pequeña ración de calor. No tenía tiempo para ir a las letrinas, así que solía orinarme encima de la ropa y aprovechaba
el calor que aquello me proporcionaba después de haber trabajado en el exterior, donde hacía un frío terrible. Incluso en la cola del rancho me
orinaba encima como si escupiera en el té caliente…
Esa desgarradora situación también explica los profundos decaimientos del ánimo. Frankl cuenta que en el campo de Kaufering III
le canjeó un cigarrillo a un compañero (Benscher) por una sopa aguada –pero con aroma a caldo– Mientras la tomaba a sorbos, me
hablaba insistentemente, tratando de convencerme de que superara el estado de pesimismo que padecía en esa época, yo queria
morir . Éste era un sentimiento básico que pude observar en otros prisioneros, y que llevaba irremisiblemente al autoabandono y,
en mayor o menor tiempo, a la muerte. tiempo después, reconoció que Benscher, en aquella ocasión, le salvó la vida. Y otra vez se
sobrepuso. Es más, le quedaron fuerzas suficientes para reconstruir el manuscrito perdido el día del ingreso en Auschwitz.
Sucedió cuando se encontraba en el pabellón de enfermos de tifus del campo de Türkheim. Frankl con fieb luchaba para
permanecer despierto y durante dieciséis noches punteaba en unos diminutos trozos de papel, a oscuras y taquigráficamente, las
palabras claves de aquel libro confiscado por los guardias de Auschwitz. Esperaba que aquellas notas le sirvieran de guión para
rehacer el libro si alguna vez era liberado… Y la liberación llegó el veintisiete de abril de 1945. Pero con la ansiada liberación no
acabaron los sufrimientos. Se encontraba físicamente exhausto, psicológicamente quebradizo; necesitaba un cierto tiempo para
cursar el tránsito hacia una vida normal tras los varios años de tensión almacenada y reprimida. El último día que permaneció en
Múnich, antes de iniciar el regreso a Viena, se enteró con detalle de la muerte de su madre: no pasó la primera selección al
ingresar en el campo de Birkenau y entró directamente en las cámaras de gas cuatro días después de la despedida y la entrañable
bendición en el campo de Theresienstadt. Pocos días después confirmó su atormentada sospecha: su mujer, de apenas veinticinco
años, dejó la vida en Bergen-Belsen unos meses atrás. La afligida añoranza de su mujer despertó en Viktor Frankl otro inhumano
recuerdo: al ingresar en el campo, su esposa estaba embarazada. Los nazis no permitían dar a luz a las mujeres judías. Por eso fue
forzada a abortar. Antes de consumarse el aborto, su mujer y él decidieron dar nombre a la criatura: Harry o Marion, según
hubiese nacido hombre o mujer. De ahí la aparentemente enigmática dedicatoria de su libro Psicoterapia y humanismo: «Para
Harry o Marion, que no han nacido todavía». La delicada salud y el decaído estado de ánimo malamente soportaron las crudas
noticias y los sombríos recuerdos, Frankl se sintió tocar fondo afectivo y contempló de nuevo la posibilidad del suicidio… Hasta el
mes de agosto no llegó a Viena. En un rápido análisis de la situación, el balance era aterrador y desolador: sin familia, sin hogar ni
cobijo, sin dinero, sin trabajo, casi sin conocidos… La mayoría de sus amigos no volvieron de los campos y los pocos que regresaron
se hallaban en idénticas condiciones de precariedad; alguno de los que habían permanecido en Viena, y podían tenderle una
mano, empezaban a caer en desgracia por su pasado pro-nazi. Nada tenía, tan sólo la sombría pesadumbre de la soledad más
absoluta. Fue a desahogar su desesperado corazón con su amigo y vecino Paul Polak. Frankl se derrumbó de tal forma que otra vez
le rondó, como mosca pegajosa, la idea del suicidio o, al menos, se aferró al sueño nostálgico de una pronta muerte espontánea. A
pesar de todo, decidió posponer el suicidio hasta terminar el libro que intentó reescribir en Auschwitz. La tarea resultó más sencilla
de lo previsible porque Paul Polak guardaba la copia del manuscrito, pronto acabó la redacción definitiva de Psicoanálisis y
existencialismo. También encontró un puesto de neurólogo, inicialmente provisional, que le procuró los recursos mínimos para
alquilar una habitación y sobrevivir; además conoció a Eleonore Katharina Schwindt, una enfermera de ojos vivarachos y de una
dulzura engatusante. En resumen, Frankl cobraba pausadamente vigor físico y psíquico; pero aún le faltaba un último esfuerzo
para guardar las penas (diciembre de 1945). Frankl vive en una habitación con unos pocos muebles feos, luz escasa, y con las
ventanas cerradas con tablones, a falta de cristales. Con la salud aún por recomponer por el deterioro del cautiverio y con la
afectividad a flor de piel, en un estado de intensa emoción por lo cercano de la traumática experiencia y la fuerte conmoción por la
pérdida de sus seres más queridos. Recorre con pasos rápidos la habitación de extremo a extremo, y trabaja a un ritmo frenético,
formulando y reformulando las frases con minuciosidad monacal hasta dar con la palabra correcta y adecuada. Por turnos, tres
mujeres transcriben taquigráficamente aquel torrente de pensamientos dictados por Viktor Frankl. Tan sólo se paran cuando cae
rendido e impotente en una silla, sollozando y sollozando; las taquígrafas respetan discretamente aquella erupción de emociones y
sufrimientos. En nueve días la obra está concluida. La historia de ese libro es sorprendente y apasionante. Apareció por primera
vez en 1946 con el título Ein Psychologe erlebt das Konzentrationslager (Un psicólogo en un campo de concentración). No tuvo
mucho éxito. otro editor se comprometió a editarlo con la condición de que Frankl añadiera a su relato autobiográfico una breve
exposición de las nociones básicas de la logoterapia y del análisis existencial. De esta forma, el libro salió al mercado editorial con
el nuevo título Man’s Search for Meaning (El hombre en busca de sentido). Murió el 3 de septiembre de 1997.
La estadía de Frankl en los campos de concentración nazi, lo llevó a desarrollar su teoría, influenciado por el pensamiento de
Friederich Nietszche quien afirmaba que: “Aquellos que tienen un porqué para vivir, pese a la adversidad, resistirán”. Pudo
observar, cómo las personas que tenían esperanzas de reunirse con seres queridos o que poseían proyectos que, sentían era una
necesidad inconclusa, o aquellos que tenían una gran fe, parecían tener mejores oportunidades que, los que habían perdido toda
esperanza. Su terapia denominada como logoterapia, que posee distintos significados, entre otras: pensamiento, estudio, palabra,
razón o sentido; Frankl toma el significado de sentido. Interpretando al logos como una especie de voluntad de sentido. La
logoterapia o ‘análisis existencial’, afirma que se le debe encontrar un significado a la vida. Sugiere que, en psicología tradicional,
nos centramos a la búsqueda de las personas para reducir su monto de tensión. La introducción del concepto de “Noodinamia” o
“Tensión” en la Salud, complementa el concepto de “Homeostasis” o “Equilibrio”. Refiere que , no solo enferma la “falta de
equilibrio”, sino que el “equilibrio” puede causar malestar, sufrimiento y enfermedad”, por la falta de tensiones que permiten el
despliegue de los recursos propios de la persona. No sólo la falta de equilibrio produce la enfermedad, sino lo hace la falta de
tensiones (objetivos) como por ejemplo aquella persona que tiene todo lo que necesita, pero aun así siente que algo le falta. “ A
las personas les gusta sentir la tensión que envuelve el esfuerzo de un meta valiosa que conseguir”. No obstante, el esfuerzo
puesto al servicio de un objetivo puede ser frustrante, la cual puede llevar a la neurosis. Más que nunca, las personas actuales
están experimentando sus vidas como vacías, faltas de sentido, sin propósito, sin objetivo alguno, y parece ser, que responden a
estas experiencias con comportamientos inusuales que los daña a sí mismos, a otros, a la sociedad o a los tres. Una de sus
metáforas favoritas es el vacío existencial. Si el sentido es lo que buscamos, el sin sentido es un agujero, un hueco en tu vida, y en
los momentos en que lo sientes, necesitas salir corriendo a llenarlo. Frankl sugiere que uno de los signos del vacío existencial en
nuestra sociedad es el aburrimiento. Puntualiza cómo las personas con frecuencia, cuando al fi n tienen tiempo de hacer lo que
quieren, parecen “no querer hacer nada”. La gente se aburre cuando se jubila, nos sumergimos en entretenimientos pasivos cada
noche; es lo llama la neurosis del domingo. De manera que intentamos llenar nuestros vacíos existenciales con “cosas” que,
aunque producen algo de satisfacción, también esperamos que provean de una última gran satisfacción: podemos intentar llenar
nuestras vidas con placer, comiendo más allá de nuestras necesidades, comprando cosas, dándonos “la gran vida”. O podemos
llenar nuestras vidas con el trabajo, con la conformidad, con la convencionalidad. También podemos llenar nuestras vidas con
ciertos “círculos viciosos” neuróticos, tales como obsesiones con limpieza , etc. La cualidad que define a estos círculos viciosos es
que, no importa lo que hagamos, nunca será suficiente. Entonces, ¿cómo hallamos nuestro sentido? Frankl nos presenta tres
grandes acercamientos. El primero es a través de los valores experienciales, valorar algo o alguien . Por ejemplo, las experiencias
estéticas, valorar lo que nops rodea, una obra de arte, el mar, el bosque, la familia omindo junta un domingo. Pero lo mas
importante es valorar a quien tenemos cerca a través del amor. A través de nuestro amor, podemos inducir a nuestro amado o
amada a desarrollar un sentido, y así lograr nuestro propio sentido. La segunda forma de hallar nuestro sentido es a través de
valores creativos, es como “llevar a cabo un acto u objetivo”. Ésta sería la idea existencial tradicional de permitirse a sí mismo, con
sentido, llevar a cabo los propios proyectos, o mejor dicho, a comprometerse con el proyecto de su propia vida. Incluye,
evidentemente, la creatividad en el arte, música, escritura, invención y demás. El tercer camino para descubrir el sentido, es
conectarse con los valores actitudinales. Estos incluyen tales virtudes como la compasión, valentía y un buen sentido del humor,
etc. Pero el ejemplo más famoso de Frankl es el logro del sentido a través del sufrimiento. Al final, estos valores actitudinales,
experienciales y creativos son meras manifestaciones superficiales de algo mucho más fundamental, el suprasentido. El supra-
sentido es la idea de que, de hecho, existe un sentido último en la vida; sentido que no depende de otros, ni de nuestros proyectos
o incluso de nuestra dignidad. Es el sentido espiritual de la vida. Frankl, dice que lo que necesitamos es aprender a soportar
nuestra incapacidad para comprender el gran sentido último: “Logos es más profundo que la lógica”, decía, y es hacia la fe adonde
debemos inclinarnos. En lo que creemos.
“¿Qué es el hombre? El ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero al mismo tiempo es
también el ser que ha ido a las cámaras de gas con la cabeza orgullosamente erguida y con el padre nuestro o el Shäma Yisrael en
los labios”. V. Frankl.
1. Describí algunas vivencias sobresalientes en la vida de Frankl que lo llevaron a desarrollar su teoría.
2. 2. ¿Qué significa la frase de Friedrich Nietzsche? “Aquellos que tienen un porque para vivir, pese a la
adversidad, resistirán”.
3. ¿Cómo es denominada su terapia? ¿Qué significa?
4. ¿Qué observa de la vida actual de las personas?
5. ¿A que le llama vacío existencial?
6. ¿Cómo intentan las personas llenar esos vacíos? ¿Cuál es su principal característica?
7. ¿Qué es el supra sentido?
8. Frankl sostiene que “el padecimiento de una vida sin propósito” es la enfermedad de nuestra época y que el
hombre necesita encontrar significado a su propia vida para ser dueño de su destino. ¿Podes ejemplificar esta
cita?
9. Que significan las frases propuestas a continuación. Elige dos. Podes utilizar alguna vivencia propia.