Novena de Navidad S.D. Luisa Piccarreta MF Alter Christus
Novena de Navidad S.D. Luisa Piccarreta MF Alter Christus
Novena de Navidad S.D. Luisa Piccarreta MF Alter Christus
MODO DE HACERLA
Oración inicial:
Se reza un Padre Nuestro, Ave María y Gloria. Pidiendo el Reino de la Divina Voluntad
sobre la tierra, y por las intenciones del Santo Padre y de toda la Iglesia.
Inicio de la Novena
PRIMERA HORA
contemplar un misterio tan grande, un amor tan recíproco, tan fuerte, y tan igual entre
Ellos y hacia los hombres; y luego, consideraba la ingratitud de los hombres y
SEGUNDA HORA
“¿Ves cuánto te he amado? ¡Ah!, dame un lugar en tu corazón, quita todo lo que no es
mío, y así me darás más amplitud para poderme mover y respirar”.
Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, le prometía que quería ser toda suya, y me
desahogaba en llanto, pero, lo digo para mi confusión, volvía a mis habituales defectos.
¡Oh! Jesús, qué bueno has sido con esta miserable criatura.
TERCERA HORA
“Hija mía, apoya tu cabeza sobre el seno de mi Mamá, mira”, dentro de él a mi pequeña
Humanidad. Mi Amor me devoraba, los incendios, los océanos, los mares inmensos del
Amor de mi Divinidad me inundaban, me incendiaban, levantaban tanto sus llamas que
se elevaban y se extendían por doquier a todas las generaciones, desde el primero
hasta el último hombre. Y mi pequeña Humanidad era devorada en medio de esas
llamas. Pero ¿sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi
Amor eterno? ¡Ah, a las almas! Y sólo estuve contento cuando las devoré todas,
quedando todas concebidas conmigo. Yo era Dios, tenía que obrar como Dios, debía
tomarlas a toas; mi Amor no me habría dado paz si hubiera excluido a alguna.
¡Ah hija mía!, mira bien en el seno de mi Mamá, fija bien los ojos en mi Humanidad
recién concebida y ahí encontrarás a tu alma concebida conmigo y también las llamas
de mi Amor que te devoraron. ¡Oh, cuánto te he amado y te amo!”
CUARTA HORA
“Hija mía: Del amor devorante, pasa a considerar mi amor obrante. Cada alma
concebida me trajo el fardo de sus pecados, de sus debilidades y de sus pasiones, y mi
Amor me ordenó
tomar el fardo de cada uno, y no sólo concebí a las almas, sino las penas de cada una,
y las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Padre Celestial. Así que mi
Pasión fue concebida junto conmigo.
Mírame bien en el seno de mi Mamá Celestial; ¡oh, qué atormentada está mi pequeña
Humanidad! Mira bien como mi pequeña cabecita está circundada por una corona de
espinas que, ciñéndome fuerte las sienes, me hace derramar ríos de lágrimas de mis
ojos, y no puedo moverme para secarlas. Ah, muévete a compasión por Mí, sécame los
ojos de tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para poder hacérmelo.
Estas espinas son la corona de los tantos pensamientos malos que se agolpan en las
mentes humanas, Ay, cómo me punzan más estos pensamientos más que las espinas
que produce la tierra!, pero mira más, mira qué larga crucifixión de nueve meses. No
podía mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie; estaba aquí, siempre inmóvil, no había
lugar para poderme mover un poquito, ¡Qué larga y dura crucifixión!, Agregando que
todas las obras malas, tomando forma de clavos, me traspasaban manos y pies
repetidamente...”
pequeña Humanidad; y que quererlas decir todas, sería demasiado extenso. Entonces
yo me abandonaba al llanto, y oía decir en mi interior:
“Hija mía, quisiera abrazarte pero no lo puedo hacer, no hay espacio, estoy inmóvil, no
lo puedo hacer; quisiera ir a ti pero no puedo caminar. Por ahora abrázame y ven tú a
Mí, y luego yo, cuando salga del seno materno iré Yo a ti”.
“Basta por ahora hija mía, y pasa a considerar el quinto exceso de mi Amor”.
QUINTA HORA
Entonces la voz interior seguía: “Hija mía, no te alejes de Mí, no me dejes solo, mi
Amor quiere compañía. Este es otro exceso de mi Amor, que no querer estar solo. ¿Pero
sabes tú de quién quiere esta compañía? Con la criatura.
Junto conmigo están todas las criaturas, concebidas en Mí; Yo estoy con ellas todo
amor, quiero decirles
cuánto las amo, quiero hablar con ellas para narrarles mis alegrías y mis dolores, y para
decirles que vine en medio de ellas para hacerlas felices, para consolarlas, y que estaré
en medio de ellas como un hermanito dando a cada una todos mis bienes, y mi Reino, y
a costa de mi muerte. Quiero darles mis besos, mis caricias; quiero entretenerme con
ellas, pero, ¡ay, cuántos dolores me dan!, Muchas me rehuyen, otras se hacen las
sordas y me reducen al silencio, otras desprecian mis bienes y no se preocupan de mi
reino y corresponden a mis besos y caricias con el descuido y con el olvido de Mi; y mi
entretenimiento lo convierten en amargo llanto. ¡Oh, qué solo estoy, a
pesar de que estoy en medio de todos! ¡Oh, cómo me pesa mi soledad! No tengo a
quién decirle ni una palabra, con quién desahogarme en amor; estoy siempre triste y
callado porque si hablo no soy escuchado. ¡Ah, hija mía, te pido, te suplico que no me
dejes solo en tanta soledad! Dame el bien de hablar con escucharme; presta oídos a
mis enseñanzas; Yo soy el maestro de los maestros. ¡Ah, cuántas cosas quiero
enseñarte!, si me escuchas harás que deje de llorar y me entretendré contigo. ¿No
quieres tú entretenerte conmigo?”
SEXTA HORA
“Hija mía, ven, ruega a mi querida Mamá que te haga un lugarcito en su seno materno
para que tú misma veas el estado doloroso en que me encuentro.”
Entonces me parecía con el pensamiento, que nuestra Reina Mamá, para contentar a
Jesús, me hacía un pequeño lugar y me ponía dentro. Pero era tal y tanta la oscuridad
que no lo veía, sólo oía su
mi Mamá, ¡oh, que dificultoso es! Además, agrega las tinieblas de las culpas de las
criaturas; cada culpa era una noche
para Mí, uniéndose juntas formaban un abismo de oscuridad sin confines. ¡Qué pena!
¡Oh exceso de mi Amor, hacerme pasar de una inmensidad de luz, de amplitud, a una
profundidad de tupidas tinieblas y de tales estrechuras, hasta llegar a faltarme la
libertad de respirar..., y todo esto por amor a las criaturas!”
SÉPTIMA HORA
La voz interior continuaba: “Hija mía, no me dejes solo en tanta soledad y en tanta
oscuridad, no salgas del seno de mi Mamá para que veas el séptimo exceso de mi Amor.
Escúchame: En el seno de mi Padre Celestial, Yo era plenamente feliz; no había bien
que no poseyera; alegrías, felicidad, todo estaba a mi disposición; los ángeles
reverentes me adoraban y estaban a mis órdenes.
Ah, el exceso de mi Amor, podría decir, que me hizo cambiar fortuna, me restringió en
esta tétrica prisión, me despojó de todas mis alegrías, felicidad y bienes para vestirme
con todas las infelicidades de las criaturas, y todo esto para hacer el cambio, para dar a
ellas mi fortuna, mis alegrías y mi felicidad eterna. Pero esto habría sido nada si no
hubiera encontrado en ellas suma ingratitud y obstinada perfidia. Oh, que sorprendido
quedó mi amor eterno ante tanta ingratitud, y cómo lloró la obstinación y la perfidia del
hombre. La ingratitud fue la espina más punzante que me traspasó el corazón desde mi
concepción hasta el
Mira mi corazoncito, está herido y gotea sangre. ¡Qué pena! ¡Qué dolor siento! Hija mía,
no seas ingrata conmigo; la ingratitud es la pena más dura para tu Jesús, es cerrarme
las puertas en la cara para dejarme afuera aterido de frío. Pero ante tanta ingratitud, mi
OCTAVO DÍA
“Hija mía, no me dejes solo, apoya tu cabeza sobre el seno de mi querida Mamá y
también desde afuera oirás mis gemidos, mis súplicas, y viendo que ni mis gemidos ni
mis súplicas mueven a compasión de mi Amor a la criatura, me pongo como el más
pobre de los mendigos y extendiendo mi pequeña manita pidiendo, al menos por
piedad, a título de limosna, sus almas, sus afectos y sus corazones.
Mi Amor quería vencer a cualquier costo el corazón del hombre, y viendo que después
de siete excesos de mi Amor permanecía reacio, se hacía el sordo, no se ocupaba de Mí
ni se quería dar a Mí, quiso ir más
allá; mi amor debió haberse detenido, pero no, quiso salir más allá de sus límites, y
desde el seno de mi Mamá Yo hacía llegar mi voz a cada corazón con los modos más
insinuantes, con los ruegos más fervientes, con las palabras más penetrantes. ¿Y sabes
qué le decía? “Hijo mío, dame tu corazón; te daré todo lo que tú quieras con tal de que
me des a cambio tu corazón, he bajado del Cielo para adueñarme de él: ¡ah, no me lo
niegues! ¡No defraudes mis esperanzas!”
“¡Ay, ay! Soy el pequeño mendigo, ¿ni siquiera de limosna quieres darme tu corazón?”
¿No es esto un exceso más grande de mi Amor, que el Creador para acercarse a la
criatura tome la forma de pequeño niño para no infundirle temor, y pida al menos como
limosna el corazón de la criatura, y viendo que ella no se lo quiere dar ruega, gime y
llora?”
Luego me decía: “¿Y tú no quieres darme tu corazón? ¿O también tú quieres que gima,
que ruegue y llore para que me des tu corazón?
“Hija mía, mi estado es siempre más doloroso; si me amas, ten tu mirada fija en Mí,
para que veas si puedes
dar a tu pequeño Jesús algún consuelo, alguna palabrita de amor, una caricia, un beso,
que dé tregua a mi llanto y a mis aflicciones.
Escucha, hija mía: Después de haber dado ocho excesos de mi Amor al hombre, y éste,
tan malamente me correspondió, mi Amor no se dio por vencido, y al octavo exceso
quiso agregar el noveno. Son las ansias, los suspiros de fuego, las llamas de los deseos
de querer salir del seno materno para abrazar al hombre. Y esto reducía a mi pequeña
Humanidad aún no nacida, a una agonía tal, que estaba a punto de dar mi último
respiro. Entonces mi Divinidad, que era inseparable de Mí,
Luego agregaba:
“Mírame, escúchame cómo agonizo, cómo late mi pequeño corazón, se afana, arde;
mírame, ahora muero”.
“Amor mío, Vida mía, no mueras, no me dejes sola. Tú quieres amor y yo te amaré, no
te dejaré más, dame tus llamas para poderte amar más y consumirme toda por Ti”.