Acompañar Jóvenes - David Cabrera - Revista Manresa 2019

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Vol. 91 (2019) MANRESA pp.

55-66

Acompañar a los jóvenes en sus procesos


David Cabrera

Resumen

En el ámbito de los jóvenes, el acompañamiento, se convierte en un arte que


ayuda a que se vayan produciendo procesos. En el crecimiento humano y cristiano,
el joven experimenta mociones que tienen que ser contrastadas por quien ha reci-
bido la gracia de Dios y el servicio de la Iglesia. En la tradición ignaciana se reco-
gen elementos esenciales que pueden ayudar a acompañar a estos jóvenes. Quere-
mos plantear un recorrido de tres intuiciones que ayuden a situarse en este minis-
terio: centrar el acompañamiento en el discernimiento del «aquí y ahora»; el acom-
pañar las decisiones vitales de los jóvenes, y acentuar la gracia que viene de Dios
y que se deposita en quien acompaña esos procesos.

«Como el rostro se refleja en el agua, así el corazón de un hombre en otro» (Pr 27, 19).
55

U
na de las peculiaridades del ser humano, cuando se es joven, es que
no puede ser él mismo sin relacionarse con otros. Se alcanza el ser
persona cuando se convierte la vida en diálogo. El yo surge de la rela-
ción con un tú. Esta misma relación se convierte en esencial cuando hablamos
de la relación con Dios. La fe se convierte en la respuesta libre a la iniciativa
de Dios. No se puede vivir a solas, porque conlleva soledad. La fe nos empu-
ja a un ejercicio de relación, porque nadie puede vivir solo un misterio de este
calibre1. El camino de crecimiento espiritual, por tanto, pide ser acompañado.
El joven que quiere vivir su vida desde la fe, «se niega a vivir una religiosidad
impersonal y genérica»2. Quiere un camino más auténtico, mucho más perso-
nal, más convencido de lo fundamental, y más enraizado en la realidad.
En los comienzos de la carta a los Tesalonicenses se recoge el testimo-
nio de Pablo sobre su acción misionera en dicha comunidad. Una intuición
profunda que se expresa en su ministerio: «Nos portamos con vosotros con
toda bondad, como una madre que acaricia a sus criaturas. Tal afecto os
teníamos que estábamos dispuestos a daros no sólo la buena noticia de
Dios, sino nuestra vida: ¡Tanto os queríamos!» (1 Tes 2, 7-8). El acompa-
ñamiento a los jóvenes es un ministerio. A través del arte de acompañar, se

1
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 166.
2
M. Szentmártoni, Manual de psicología pastoral, Sígueme, Salamanca, 2003, 78.
David Cabrera

debe transmitir con mucha bondad y afecto la buena noticia que viene de
Dios. Pero también, se comunica la propia vida.
De ahí, que acompañar a los jóvenes sea un ejercicio que implica
totalmente a la persona que acompaña a otras para convertirse en auténti-
cos testigos de fe y de vida, capaces de comunicar a
El acompañamiento un Dios que ilusiona y atrae. El afecto posibilitará
espiritual es una tarea un vínculo capaz de sostener la relación que preten-
esencialmente religiosa. de ayudar al discernimiento de los procesos que los
jóvenes viven. Sin este afecto, será difícil mantener
Cualquier la relación. Pero al mismo tiempo, será materia de
acompañamiento pasa «examen particular» para el acompañante. San
por entender que Dios Ignacio insiste en cuidar los afectos, para que no se
desordenen. La realidad de los afectos desordena-
es el primero dos nos sitúa en los engaños que se pueden dar en
que acompaña. el acompañar. El apego que surge del acompañante
al acompañado hace que una cosa buena surja entre
Dios y el joven, reteniendo su atención, su pensamiento, las decisiones,
impidiendo finalmente el discernimiento3.
No podemos obviar que el acompañamiento espiritual es una tarea esen-
56
cialmente religiosa. Con facilidad caemos en el peligro de acompañar la vida
cotidiana y los conflictos que en ella suceden, dejando de lado, la acción de
la Gracia. Sabemos que Jesús, Nuestro Señor, nos acompaña. Cualquier
acompañamiento pasa por entender que Dios es el primero que acompaña a
los jóvenes. Una intuición nada gratuita. Por mucho que el acompañante haga
y por mucho que los jóvenes vivan, suceden auténticos milagros.
En la pastoral con jóvenes percibimos que acompañar no es siempre
una evidencia espiritual. Aunque debe tender a ella. Acompañamos la
vida de los jóvenes y los procesos que en ella se generan. Se hace más
evidente la necesidad y la utilidad del discernimiento. En esta invitación
de dialogar entre la noción de acompañamiento y la realidad de los jóve-
nes, queremos ofrecer en este artículo una reflexión desde tres intuicio-
nes: el discernimiento que sucede en la realidad de ahora –y no en otra-
–; el acompañar las decisiones de los jóvenes, y finalmente, la gracia del
acompañante. Un itinerario que nos permita ahondar en este ministerio
eclesial4.

3
Ver: L. M. García Domínguez, SJ., Afectos en desorden. Los varios autoengaños en virtud,
Frontera Hegian, Vitoria 1999, 37-39.
4
Este trabajo corresponde en parte a lo publicado por: David Cabrera Molino SJ, “Sé que voy
contigo, sé que me acompañas”, en: EDUCSI, Acompañamiento pastoral, Grupo Comunicación
Loyola, Bilbao 2017, 9-27.
Acompañar a los jóvenes en sus procesos

Primera intuición: discernir el «aquí y ahora» de los jóvenes

El discernimiento, tanto en mayores como en jóvenes, supone siempre


un proceso. Nadie discierne en un tiempo breve, sino que se necesita algo
más de serenidad y de recorrido para poder percibir con diligencia aquello
del «sentir y conocer las varias mociones que en el ánima se causan» [Ej
313]. De las acepciones de significado que descubrimos en la palabra pro-
ceso, aplicadas al discernimiento ignaciano, surge un movimiento siempre
hacia delante, que se realiza en el transcurso del tiempo y que está forma-
do por un conjunto de fases sucesivas. El proceso, por tanto, se comprende
como ese modo de avanzar en el ejercicio de crecer.
Los jóvenes de hoy viven sus procesos en una realidad actual bien dife-
rente a la de otros tiempos. No pretendemos aquí desarrollar una sociolo-
gía sobre las vivencias de los jóvenes, no es la intención de este artículo.
Intentamos generar percepciones que ayuden al ejercicio del discernimien-
to que se da en el acompañamiento.
Las sociedades cambian, eso es una evidencia. Pero lo que no cambia es
Dios. Sí cambian sus diferentes formas de percibirse, de sentirse, de res-
ponder a sus llamadas. El profeta Isaías aclara esta certeza: «Ya no se
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esconderá tu Maestro, con tus ojos verás a tu Maestro; si os desviáis a dere-
cha o izquierda, tus oídos oirán una llamada a la espalda: “Éste es el cami-
no, caminad por él”» (Is 30, 20-21). Dios sigue suscitando mociones en los
jóvenes de hoy. Acompañarles en ellas es ayudarles a oírlas, sentirlas y res-
ponderlas.
Sería interesante para ahondar en el conocimiento de los jóvenes a los
que acompañamos, traer aquí lo que se conoce como «inteligencia espiri-
tual». Como ya sabemos, la inteligencia es múltiple5. La inteligencia tiene
que ver con la capacidad de la persona para saber escoger la adecuada alter-
nativa que le llevará a resolver una cuestión o un problema. Abarcará, por
tanto, la capacidad de elaborar, asimilar y entender la información para
poder usarla de la mejor forma posible en busca de la respuesta. La psico-
logía nos ha ayudado a comprender mejor esta dimensión de nuestra inteli-
gencia. El psicólogo estadounidense Howard Gardner propuso el modelo
de inteligencia múltiple, refiriéndose a un conjunto de capacidades especí-
ficas con diferentes niveles de generalidad. Es decir, que la inteligencia está
compuesta por varios elementos o niveles. Por tanto, la referencia abarca el
ámbito cognitivo y emocional. No solamente está vinculado al mundo afec-

5
Cfr. https://psicologiaymente.net/inteligencia/teoria-inteligencias-multiples-gardner#! [Con-
sultado 17 de diciembre de 2018]
David Cabrera

tivo emocional, sino que para este ámbito el cuerpo, los sentidos, los ins-
tintos y los sentimientos son esenciales6. El nivel de la inteligencia espiri-
tual está más relacionada con el bienestar, con el sentido de la vida, con la
vocación (en sentido amplio de su concepción). En el fondo, el ser perso-
na. Esta inteligencia es puramente humana, aporta
El acompañamiento una visión holística de la realidad profunda, capaz
capacita para que la de dar comprensión a los contextos. Es ser capaz de
persona pueda abrirse a trascender, de ir más allá de lo biológico, lo físico y
lo social, más allá del cuerpo y de las emociones.
la dimensión La forma ignaciana de educar la «inteligencia
trascendente de la vida, espiritual» es la contemplación. A través del ejerci-
cio contemplativo, el joven puede aumentar esta
la apertura a Dios capacidad de mirar trascendentalmente la realidad
y al sueño de Dios de su contexto. En el acompañamiento, sin ser del
para ella. todo una escuela de oración, puede ser un encuen-
tro guía que facilite el modo de orar ignaciano por
excelencia. De esta manera, se puede dar sentido espiritual a la vida. Se
genera capacitando para transcender, para vivir en sintonía al Evangelio.
Los estudios destacan que, al desarrollar esta dimensión de la inteligencia,
58
las personas son más felices, incluso a pesar de las circunstancias vitales
que ahogan la alegría7.
Nuestra visión del acompañamiento exige tener en cuenta esta dimen-
sión de la inteligencia espiritual. Una dimensión holística que engloba todo
y que permite ver a la persona en su conjunto. Habrá que tener en cuenta
todos los factores que intervienen en su vida. La tarea que tenemos por
delante en cualquier acompañamiento es ayudar a que la persona sea cons-
ciente de sí misma, de las situaciones que está viviendo, de la realidad de
su vida, sus valores, sus características personales, etc. El acompañamien-
to capacita para que la persona, conociéndose, pueda abrirse a la dimensión
trascendente de su vida, la apertura a Dios y el descubrimiento del sueño de
Dios para ella.
El fin del acompañamiento espiritual es ayudar al joven en su segui-
miento de Jesús. En este contexto actual, la tarea sería favorecer que el
joven se vaya haciendo como Jesús. No por la vía de la inteligencia o de
unos valores, sino por la vía del «conocimiento interno». Los poderes de
este mundo dificultan sin duda los discernimientos personales. El pecado

6
Para adentrarse en el mundo de las emociones, recomendamos la obra de L. Greenberg, Emo-
ciones: una guía interna, DDB, Bilbao 2000.
7
Ver: F. Torralba Roselló, Inteligencia espiritual, editorial Plataforma, Barcelona 2010,
12-19.
Acompañar a los jóvenes en sus procesos

estructural y el personal van causando una niebla en los procesos que impo-
sibilitan este conocimiento y aprendizaje. Ser como Jesús se convierte
ahora en un reto. Y la escuela para aprender pasa por un buen acompaña-
miento.
Cuando acompañamos a nuestros jóvenes lo primero es caer en la cuen-
ta de la persona que tenemos delante. Al pensar en ellos, jóvenes que
hablan con nosotros y comparten sus vidas, nacen algunas constataciones.
En gran medida son un reto para nosotros, y exigirán que cada cual las con-
textualice en su entorno vital y ministerial8. Se dan tres escenarios posibles:
1. La sociedad en la que estamos no es la sociedad católica de antaño.
La secularidad cada vez está más presente en nuestros contextos, lo que
hace que los jóvenes con los que nos encontramos en el camino de la vida
no sean los de antes. Es más, antiguamente existía la figura del padre espi-
ritual, que se convertía en el referente para cualquier conversación espiri-
tual y acompañamiento. Hoy en día se ha impuesto la disminución y no
existe tal figura. ¿Qué podemos hacer? El teólogo Karl Rahner ya apuntó
en su repetida expresión lo que debería ser el cristiano del siglo XX. Decía
él: “un místico”. Decimos nosotros, un hombre de experiencias. Es decir,
nuestra acción de acompañar apuntará más a estar presente en estos proce-
59
sos experienciales. Nuestros jóvenes de dentro y fuera de nuestras pastora-
les, tienen experiencias que nosotros tenemos que saber acompañar. Espe-
cialmente en lo referente a los procesos de crecimiento espiritual, recor-
dando que no solo es la parte divina sino también la humana de toda nues-
tra existencia.
Se nos exigirá que toda nuestra creatividad y nuestros medios estén faci-
litando auténticas experiencias de fe. Y esto no solo se consigue en las
experiencias concretas de nuestra pastoral de jóvenes y jóvenes adultos.
Hay muchas formas distintas de pro-vocar: de mover los corazones y el
espíritu. Los encuentros personales hoy han disminuido. Estamos en la cul-
tura del móvil y del WhatsApp. Lo inmediato, por lejano que esté. Ahora no
hace falta verse para decirse las cosas. La llamada de fondo es una llama-
da a la espiritualidad, a cuidar lo interior, a demostrar que por dentro suce-
den cosas que son valiosas e importantes para la vida9. Es acompañar la
posibilidad de que la vida esté vivida según el Espíritu de Jesús y su Evan-

8
La ideas están tomadas del documento: Un tesoro a desenterrar. Algunas sugerencias para
la Pastoral Vocacional, editado por la Provincia de España de la Compañía de Jesús en 2005,
18-21.
9
El acompañamiento se convierte de esta manera en un encuentro de aprendizaje, para culti-
var lo que sucede en el interior del joven. A ello se apunta en: A. García Rubio, “Aprender a cul-
tivar la interioridad” en: C. Alemany (ed.), 14 aprendizajes vitales, 4º ed., DDB, Bilbao 1998,
123-142.
David Cabrera

gelio. Una pro-vocación concreta sería acompañar la posibilidad de una


dimensión personal con el Dios de Jesucristo. Dicho de otra manera: hay
una forma peculiar –la del Espíritu y el Evangelio– de afrontar la realidad,
de incidir en la historia concreta de nuestro mundo.
¿Qué espiritualidad educamos en nuestro acompañar? Debería ser una
espiritualidad que transfigure la vida cotidiana nada superficial y lejana,
que ayude a ser libres (para pensar y sentir por sí mismos), con mirada con-
templativa que haga capaces de descubrir el mundo y sus cosas como luga-
res de Dios y presencias vivas de Él, de comunión con lo suyo y con lo de
otros, alegre; que lleva a una sana autorrealización personal y orientada a
un compromiso personal. La espiritualidad ignaciana, en concreto los Ejer-
cicios Espirituales, dotan al acompañante de las herramientas esenciales
para ayudar en esta clave. Bajar a lo profundo es la propia dinámica de los
Ejercicios ignacianos.
2. La sociedad de hoy es la sociedad del bienestar. El materialismo y el
dinero han ocupado en nuestra historia personal un lugar preferencial. Nos
hemos empoderado en el valor de las cosas. Hemos ido tomando distancias
de aquellas sugerencias ignaciana propuesta en el «Principio y fundamen-
to» [Ej 23]: todas las cosas son dadas por Dios para realizar la acción sal-
60
vífica de Dios en el hombre. Las cosas de este mundo son de Dios, y de su
deseo y gracia, son dadas al hombre. La dinámica del «tanto cuanto» y de
la «indiferencia» se hacen hoy prácticamente imposibles. La tarea es estar
bien. Los verbos ignacianos de «alabar, hacer reverencia y servir», que tie-
nen como finalidad salir de uno mismo para ponerse en Dios, se han des-
dibujado. Hoy el auténtico «para» es el bienestar personal. Los jóvenes
viven en esta atareada realidad.
¿Hacia dónde debería apuntar nuestro acompañar? ¿Ser personal trai-
ning de lo externo o de lo interno? Hay que favorecer y educar lo interior10.
Sería limitado un acompañar solo de lo interior, sin prestar atención al foco
de cómo eso que se siente interiormente se exterioriza en lo cotidiano.
Debemos ser capaces de ejercer un doble movimiento en nuestras entrevis-
tas con ellos: reconocer y poner nombre a lo que nos pasa por dentro, a lo
que sentimos, a lo que se sucede en nuestro interior. De tal manera que con
eso trabajemos para estar bien. El otro movimiento debería ir en la expre-
sión de eso que nos sucede dentro. ¿Cómo sacarlo fuera? ¿Cómo conver-
tirlo en acción? ¿Cómo expresarlo? El acompañante no solo debe ayudar a

10
Es recomendable la lectura y trabajo del número de la revista Misión Joven dedicado a la
interioridad. AA.VV., Habitar la interioridad: Misión Joven. Revista de Pastoral Juvenil, Año
LVI, 473, Junio 2016.
Acompañar a los jóvenes en sus procesos

poner nombre sino también a gestionarlo. El verdadero arte del discerni-


miento exige este ejercicio de acompañamiento.
La finalidad de los Ejercicios ignacianos enfoca al ejercitante, a través
de la experiencia en el Espíritu, a unirse más a Dios y a la elección11. No se
dirige a nadie, sino que se acompaña. Acompañar a
un joven hoy es ayudarle a unirse más a Dios, y
desde esta íntima unión, poder tomar decisiones en Se trata de ponerse a la
su vida. Lo habitual suele ser espiritualizar la reali- escucha del Espíritu,
dad o elevarse de tal manera, que parezcan hori- acompañado y
zontes inalcanzables. Sin embargo, cuando el
acompañante ayudar a «abajarse» desde el Espíritu acompañante, para
de Jesús, el joven encuentra vías posibles para estar descubrir qué es lo que
bien y sentirse pleno. Es evidente, que cuanto más
unido se está a Dios, más mejora la vida moral en
más le puede ayudar.
la búsqueda del bien y en el abandono del mal.
Escoger el bien hace que el joven se unifique y no se viva en dispersión y
división. Se ama más y de mejor calidad, y se logra la plenitud humana en
la realización de la vocación propuesta por Dios.
3. Nuestra sociedad es una sociedad ansiosa de felicidad. Hoy todo el
61
mundo quiere ser feliz. Los padres quieren para sus hijos la auténtica
felicidad. Y nuestros jóvenes, así como nosotros, no buscamos otra cosa
que estar felices. Va intrínseco en nuestra condición humana. Constata-
mos algo que sabemos todos, la felicidad no es fácil de conseguir12. Nor-
malmente nos empeñamos en que solo hay que disfrutar y de la mano del
placer vendrá la felicidad. Sin embargo, sabemos bien que no siempre es
así. En muchas ocasiones, tener experiencias de rupturas provoca una
inmensa alegría. No eufórica, sino pacífica. Real. Humilde. ¿No será tra-
bajo nuestro en el acompañamiento provocar experiencias en los jóvenes
que les favorezcan mirar la realidad desde otros puntos de vista, que no
sea el placer, y así descubrir que es posible la alegría? Es en el acompa-
ñamiento donde afinamos la propuesta personalizada al joven. De nuevo
esto conlleva el difícil arte del discernimiento. Se trata de ponerse a la
escucha del Espíritu, acompañado y acompañante, para descubrir qué es
lo que más le puede ayudar. El acompañamiento puede ser un terreno

11
Para profundizar, ver: L. M. García Domínguez, SJ., La entrevista en los Ejercicios Espiri-
tuales, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2010, 140-144.
12
Ver: M. Seligman, La auténtica felicidad, Byblos, Barcelona 2005. Enfocar tu vida desde
los dones que tienes y desde la valoración positiva que se esconde tras los acontecimientos de la
vida. También, en esta línea, ver: A. Salgado, “Fortalezas personales y vida con sentido: aporta-
ciones para el acompañamiento”, Manresa 88 (2016), 329-340.
David Cabrera

que favorezca tomar decisiones, desde la búsqueda de Dios y de su feli-


cidad.
Se convierte el acompañamiento en una escuela de la personalización.
Nuestros jóvenes son más universales que nunca. Tienden a lo global. A
una pluralidad a veces desmedida. De aquí adquiere mayor sentido la pre-
gunta ignaciana: “¿A dónde me queréis llevar?” Debería ser una pregunta
frecuente en nuestros diálogos. Con facilidad el grupo, los otros, lo plural,
adquiere un protagonismo excesivo. Sin embargo, en la intimidad de un
acompañamiento, se puede invitar a que la vida, las opciones, incluso la fe,
se vayan personalizando.

Segunda intuición: acompañar decisiones

¿Cuántos agentes intervienen en un acompañamiento? El que acom-


paña y el que es acompañado no son los únicos agentes.El tercero, y esen-
cial, es la fe. La presencia de Dios que está actuando en ambos. Desde
esta perspectiva, podemos afirmar lo que entendemos por acompañar: se
trata de un encuentro que sucede en la vida cotidiana marcado por una
relación de ayuda total y espiritual para que el joven crezca en libertad
62
para descubrir a Dios en su vida y pueda comprometerse por el Reino.
En el fondo, es un encuentro de mediación para acoger la Vida, acompa-
ñando la vida. El marco donde se posibilita es en la vida cotidiana13. Hay
una característica importante en este acompañar. Ayudar y acompañar el
proceso vocacional del joven (ampliamente abierto), es decir, a ayudar a
encontrar su lugar en el mundo desde el ámbito de la fe, eclesial, social,
profesional y humano.
Para que esto sea posible hay dos condiciones fundamentales: la acogi-
da y la escucha. El que acompaña debe saber acoger lo que viene, tal y
como viene: la historia, las circunstancias, la persona en su totalidad y en
su realidad. Desde la psicología de Carl Rogers se ha conocido como la
aceptación incondicional. Hay que poner mucha atención a lo que se ve y
se dice porque ahí está comunicándose hondamente la persona. Incluso
debe saber mirar quién viene, cómo viene y ayudarle a mirar más allá de su
realidad. Mirar la vida desde la búsqueda de la fe y enseñar las otras for-
mas de mirar.
Algunos elementos sintetizados del arte de acompañar la toma de deci-
siones de un joven, que iluminen esa tarea esencial:

13
Cf. Arrieta, L., Acoger la vida, acompañando la vida. El acompañamiento en la vida coti-
diana, Frontera-Hegian, Vitoria 32004, 37-47.
Acompañar a los jóvenes en sus procesos

● Se acompañan personas que viven procesos de crecimiento, de voca-

ción, de identidad. A nosotros se nos pide guiar y cuidar estos procesos que
vive la persona.
● Personalizar en la fe. En la imagen de Dios, en la forma de relacio-

narse con Él. Se trata de ayudar a descubrir el proyecto del Reino y el sueño
de Dios.
● Enseñar a conjugar los verbos de la vida: «tener» y «ser», «soñar»

y «vivir». En el fondo es la búsqueda real del equilibrio entre la vida y


la fe, lo propio y lo de otros, para alcanzar una identificación vocacio-
nal.
● Ayudar a superar los fracasos, los límites, las dificultades. No evitar-

los, sino encajarlos como parte de la vida misma. No pasa nada por no
triunfar en la vida. Y también ayudar a encajar el éxito. Hay que aprender
a vivir el éxito y el fracaso.
● Se trata de un ministerio de la Iglesia. Acompañar entra en las fun-

ciones de quiénes pertenecemos a la Iglesia. Por esto se puede ayudar a cre-


cer también eclesialmente.
● Hacerse cargo y cargar con ellos no es nuestra tarea. Hay que marcar

bien los límites del acompañamiento. No podemos perder la objetividad


63
que nos da la distancia. No hay que ser distantes y fríos, hay que ser cerca-
nos sin caer en la tentación de perder nuestro lugar preferencial. No suplan-
tamos a nadie. Cuidado con las dependencias generadas en las relaciones y
con saltar barreras legales en la relación. Somos solo testigos de la vida
para vivir la vida.
● No se adoctrina y no se dirige. Evitar toda conducta que suponga diri-

gir a quien acompañamos, porque dirigir es cortar la libertad de la persona


y manipular. No hay que adelantarse, ni anticiparse, ni suplantar al Espíri-
tu que actúa en la persona (por muy joven que sea).
● No tenemos que agradar a nadie. Tenemos que ayudar en lo que poda-

mos. Quien acompaña debe tener facilidad de trato con los jóvenes; ser
conocido, cercano y afectuoso. Muchas veces el acompañante tendrá que
decir lo que no gusta escuchar, hacer de portavoz de esa parte de nosotros
que menos estamos acostumbrados a escuchar. Y muchas otras tendrá que
ser animador, motivador y lanzador hacia delante en el camino de la fe y de
la vida. El objetivo, por tanto, de cualquier acompañante no es caer bien
para que la persona vuelva a la próxima cita, sino ser instrumento de
ayuda14.

14
Cf. J. C. Bermejo-P. Ribot, La relación de ayuda en el ámbito educativo. Material de tra-
bajo, Sal Terrae-Centro de humanización de la Salud, Santander 2007.
David Cabrera

● Ser acompañante de otro no es nada fácil. Más bien es algo comple-

jo. No hay que desanimarse. En el fondo se trata de un arte. Exige mucho


de nosotros; tiempo y confianza plena en Dios. Cuando el acompañante
siente que la situación es compleja, hay que saber invocar la acción del
Señor. Donde uno no llega, el Señor desborda.

Tercera intuición: la gracia del acompañante

Los acompañantes no son los más perfectos ni los mejores. Son agentes
de una tarea espiritual que necesita la gracia de Dios para llevar a cabo la
misión encomendada15. Nos fijamos en la Palabra de Dios, para rescatar
algunas sugerencias que son advertencias evangélicas, a modo de avisos
para acompañantes16:
● «Guiados por el Espíritu de Dios» (Rom 8, 14). Nadie puede suplan-

tar a Dios y a su Espíritu. Como creyentes creemos que el Espíritu actúa y


que somos movidos por Él, de tal forma que nos lleva a la plenitud de la
vida. Por este motivo somos testimonios de esa dinámica que genera el
Espíritu.
● «No os dejéis llamar maestros… ni llaméis a nadie padre… ni tam-
64
poco os dejéis llamar directores…» (Mt 23, 8-10). Implican un riesgo de
dominio o de apropiación, bastante evidente, en lo relativo a las concien-
cias y a las intimidades de los jóvenes acompañados. Constantemente tene-
mos que recordar que solo hay un Padre, el del Cielo, y solo un Maestro y
Señor, Jesús el Cristo.
● «Es preciso que él crezca y que yo disminuya» (Jn 3, 30). La inten-

sidad del acompañamiento cuando se da frecuentemente disminuye hasta


tal punto que suele desaparecer el acompañante. El objetivo de todo
acompañamiento espiritual y pastoral es que cobre mayor relieve la figu-
ra de Cristo (Gal 4, 19), se «vaya formando un sensus Christi» en la per-
sona que es acompañada, una sensibilidad especial. Aunque la realidad es
que no desaparecemos totalmente; es imposible ya que entran en juego
nuestras limitaciones y nuestros dones, e incluso el momento en el que
estamos.
● La aventura de la zarza, «descálzate porque la tierra que pisas es

sagrada» (Ex 3). La aventura del acompañamiento es tierra sagrada. Ahí

15
Para completar lo dicho aquí, sugerimos ver: D. Mollá, SJ., De acompañante a acompa-
ñante. Una espiritualidad para el encuentro, Narcea, Madrid 2018.
16
Cf. O. Alonso Peno, Acompañar. El acompañamiento pastoral a los adolescentes en la
escuela, 3º ed., PPC, Madrid 2008, 120-131.
Acompañar a los jóvenes en sus procesos

está Dios y su espíritu latiendo con fuerza. Hay que despojarse de los pre-
juicios, de los conocimientos a priori. Ser nosotros mismos es lo mejor que
podemos decirnos a la hora de acompañar. Con la tensión de la dinámica
ignaciana, ya apuntada, de ordenar constantemente lo nuestro, hacia Dios y
su Reino.
● «Tesoro en vasijas de barro» (2 Cor 4, 7). Es importante que todo
Cualquier persona que se dedique a acompañar a acompañante tenga su
otros, tiene que darse cuenta de esta sabiduría.
Cada joven, y su fe, es un tesoro. Tan delicada
propia experiencia
como una vasija de barro. Tantos elementos que espiritual. Esto da
afectan al barro, puede hacer que se resquebraje y calidad al
que se rompa. Por esto hay que ser delicado en el
acompañar.
acompañamiento.
Por eso tenemos que prepararnos bien. Hay Y seguridad
que cuidar nuestros espacios espirituales. Es al acompañante.
importante que todo acompañante tenga su pro-
pia experiencia espiritual. Esto le da calidad al acompañamiento. Y
seguridad al acompañante. Es una riqueza que cada uno de nosotros
podamos cultivar en nuestro interior. Elementos como la oración perso-
65
nal, como el propio acompañamiento, son elementos a cuidar. Además
del cuidado, el acompañante ha de ser, sobre todo, humano, sensible y
comprensivo. Debe ser capaz de relacionarse en verdad y de forma
madura. Ser personas capaces de discernir, adquirir los elementos y la
práctica del discernimiento asegura una mejor manera de ayudar. Hay
que conocer bien las reglas de discernimiento ignacianas, las tretas del
mal Espíritu y la acción del buen Espíritu. Se supone en el acompañan-
te que es hombre y mujer comprometido con el Evangelio y con la
sociedad de hoy, que incorpora esta gracia de acompañar, desde la
misión de la Iglesia.

Dejando al Creador comunicarse con la Criatura [Ej 15]

Acompañar siempre es un reto. Los jóvenes necesitan testigos que les


acompañen en la difícil tarea de «buscar y hallar la voluntad divina en la
disposición de su vida para la salud del ánima» [Ej 1]. Es un ejercicio de
conversión constante. Así lo expresa el Epílogo de “Sabiduría de un
pobre”:

«Mira, evangelizar a un hombre es decirle: «Tú también eres amado de Dios,


en el Señor Jesús», y no solo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no solo pen-
David Cabrera

sarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay
en él algo de salvado, más grande y más noble de lo que él pensaba… y eso no
podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad: una amistad real, desin-
teresada, sin condescendencia, hecha de confianza y de estima profundas. Es pre-
ciso ir hacia los hombres; es preciso, sobre todo, que al ir hacia ellos no les apa-
rezcamos como una nueva especie de competidores. Debemos ser en medio de
ellos testigos pacíficos del Dios Padre, hombres sin avaricias y sin desprecios,
capaces de hacerse realmente sus amigos. Es nuestra amistad lo que ellos espe-
ran, una amistad que les haga sentir que son amados de Dios y salvados en Jesu-
cristo»17.

El acompañamiento no debe interferir en la acción de Dios en el


joven que se acompaña. Sabemos que San Ignacio incidía en las Anota-
ciones en esta acción, de dejar al Creador comunicarse con la criatura [Ej
15]. Es más, hacerlo de forma inmediata. Sin dificultad para que quien
se pone a la escucha de Espíritu no encuentre obstáculos que le impidan
realizar la voluntad de Dios. Es fácil caer en la tentación de influir en el
joven, por nuestra experiencia y bagaje. Porque el acompañante quiere
evitar las dificultades y las torpezas del seguimiento de Cristo. El joven
–la criatura–, debe vivirlo por él mismo. De ahí, que el acompañamien-
66 to sea todavía más complejo. Luchar contra la frustración de comprobar
que el otro se equivoca y se engaña. De otra forma, rompería el pacto de
libertades que tienen que presidir toda relación de acompañamiento.
Dejar que Dios se comunique es lo que transformará el corazón del
joven, posibilitándolo para «desear y elegir lo que más conduce al fin
que somos criados» [Ej 23].

17
E. Leclerc, Sabiduría de un pobre, Marova, Madrid 1987, 164.

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