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Cultura y administración
Béatrice Hibou, La bureaucratisation du monde à l'ère néolibérale, La Découverte, París, 2012. 223 pp., 17,00 ¤
pb., 978 2 70717 439 0.
Ben Kafka, El demonio de la escritura: Poderes y fracasos del papeleo, Zone Books, Nueva York, 2012. 182 pp,
19,95 libras esterlinas, 978 1 93540 826 0.
El ascenso del neoliberalismo vino acompañado de escritorios", Hibou se inspira en escritores como Rizzi,
todo tipo de publicidad mendaz para el retroceso del
Estado. La burocracia se convirtió en un sinónimo de
todo lo opresivo, rígido e ineficiente del Estado
planificador, todo lo que la mercantilización prometió
disolver en flujos flexibles y soluciones individuales.
La oposición entre el mercado y el Estado está tan
arraigada que la conciencia del carácter grotescamente
burocrático del capital neoliberal sigue teniendo cierta
dificultad para penetrar en nuestro sentido común. Sin
embargo, nuestra vida cotidiana está impregnada en
muchos sentidos de procedimientos, interacciones e
interfaces manifiestamente burocráticos, de lo que
Béatrice Hibou denomina "inflación normativa".
Hibou comienza su útil estudio sobre el regreso de
los reprimidos del neoliberalismo con la crónica de un
día en la vida y el trabajo de la enfermera francesa
Alice, en el absurdo "país de las maravillas" de las
auditorías infinitas, los implacables formularios y las
llamadas automáticas. Hay tedio y comedia en estos
relatos, por muy familiares que sean. También hay lo
que Ben Kafka -que se deleita relatando las
tragicomedias de la burocracia que acompañaron su
apoteosis revolucionaria en Francia- identifica como
una "satisfacción" compensatoria: el oscuro placer que
sentimos al volver a contar nuestro calvario personal
con el papeleo, incapaces como somos de obtener lo
que queremos del Estado. De manera metodológica y
estilísticamente divergente, estos dos libros se
preocupan por la vida cotidiana de la abstracción, así
como por nuestros errores de reconocimiento de la
burocracia, y el modo en que ésta convierte la
ubicuidad en invisibilidad, o ocupa los recovecos más
profundos de nuestra psique. Ambos comienzan
inevitablemente con epigramas de Max Weber, grave
profeta de la inevitabilidad de la burocracia. Sin
embargo, sus elecciones son indicativas: mientras que
la selección de Hibou de Economía y Sociedad subraya
la fusión de la burocracia y el capitalismo, la de Kafka
llama nuestra atención sobre el "medio burocrático":
las carpetas, los archivos, el papeleo.
Un cuidadoso sintetizador de una amplia gama de
literaturas
sobre la economía política de "la regla de los
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Burnham, Crozier y Castoriadis, pero sobre todo
Claude Lefort, que tomó el auge de la burocracia
no como un índice genérico de racionalización y
desencanto, sino como una característica del
capital. Más concretamente, es el marco social y
organizativo óptimo para la acumulación de
capital, que permite, en palabras de Lefort, una
"socialización inmediata de las actividades y los
comportamientos". ¿Cómo podemos entonces
especificar la coyuntura actual de la
burocratización?
En primer lugar, el paralelismo público-
privado (o Estado-empresa) presente en Weber
se ha convertido en una hibridación sui generis,
concretamente en términos de una hipertrofia en
la producción privada de normas. Gran parte del
libro ofrece un panorama de la investigación
contemporánea sobre este fenómeno, desde la
sociología de la cuantificación hasta el estudio
de las "culturas de auditoría". Está salpicado de
debates sobre diversos ámbitos y organismos
que están a la vanguardia de esta
"normalización": calificadores de créditos,
evaluadores universitarios, promotores de la
transparencia, reguladores de las normas
alimentarias, ONG de transparencia, la
Organización Internacional de Normalización,
agencias fronterizas, evaluadores de riesgos de
todo tipo. Aunque las referencias específicas de
Hibou están recogidas en notas, el encomiable
esfuerzo por abarcar toda la gama de
manifestaciones de la burocracia, y el abanico de
perspectivas teóricas sobre ella, adolece de cierta
generalidad y prosa plana que plagan la revisión
de la literatura de las ciencias sociales.
En segundo lugar, y clave para la postura de Hibou,
es una intensificación
del carácter "formal" de la burocracia. Como
escribe: "El proceso de abstracción y
categorización es tan avanzado y tan
generalizado que hace perder el sentido de las
operaciones mentales que lo guían y tiende a
asimilar la codificación y la formalización a la
realidad". Este pasaje resume tanto la promesa
como las deficiencias del libro de Hibou. Extraer
la burocracia del weberianismo de los necios
que la ven como un destino transhistórico, y
concebirla en términos de la configuración
actual del poder capitalista, requiere sin duda
una teoría de la abstracción y la formalización.
Desgraciadamente, la inclinación de Hibou por
una teoría mental de la abstracción -que en cierto
modo
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con su defensa de las formalizaciones burocráticas rendición de cuentas, otra auditoría (de la auditoría
como una ficción eficaz- bloquea el camino para de la auditoría...). El hecho de que el libro concluya
pensar cómo la proliferación de modos de con el llamamiento a ver la burocratización
clasificación, conmutación y evaluación se relaciona
con las abstracciones reales del capital. Estamos aquí
más cerca del primer Marx -para quien la burocracia
era un estado imaginario junto al estado real- que de la
crítica de la economía política. También estamos a
cierta distancia de algunas de las literaturas
sociológicas en las que se basa Hibou, que se
preocupan cada vez más por los complejos conjuntos
sociales y las construcciones materiales necesarias para
reproducir y hacer eficaces ficciones como el PIB, las
calificaciones de los bonos o las tablas de clasificación.
Por muy diferentes que sean sus enfoques, tanto el
marxismo como la sociología económica
contemporánea militan contra la idea de que la
abstracción es una reducción de la complejidad, como
parece sugerir Hibou, o que "en realidad no son más
que códigos en los que la gente ha acabado poniéndose
de acuerdo en un momento dado para intercambiar
información, actuar, orientar comportamientos, en
resumen, para gobernar", una imagen excesivamente
idealista de la burocracia.
Tal vez no sea sorprendente, dado su intento de inte
nte tal variedad de enfoques a menudo incompatibles,
La burocratización del mundo en la era del
neoliberalismo puede ser teórica y políticamente
ecléctica. Así, su crítica humanista a la burocracia
como abstracción impuesta -que se inspira en las
intuiciones de Marcuse sobre la producción de
indiferencia, y adopta la forma de una defensa de la
ética del métier contra la dominación de la
homogeneidad- va acompañada de un énfasis bastante
más foucaultiano en las estrategias, en el poder como
conducta del comportamiento. El tenor prescriptivo de
la primera se encuentra en desacuerdo con la distancia
descriptiva de la segunda, y con el útil recordatorio de
la dialéctica entre formalidad e informalidad, donde
una exacerba a la otra. Así, Hibou ofrece un argumento
persuasivo sobre el modo en que la difusión capilar de
las prácticas burocráticas neoliberales (con su horrible
jerga: "evaluación comparativa", "mejores prácticas",
"gobernanza de la pobreza", etc.) ha impuesto un
paradigma inigualitario y un discurso de eufemismo
concomitante, donde la desigualdad se convierte en
exclusión, la dominación en infelicidad, la injusticia en
sufrimiento y la violencia en trauma. Sin embargo,
también quiere argumentar que el proceso de
burocratización está impulsado por las demandas
"populares" de seguridad, por una complicidad que se
construye en los procedimientos que ya establecen los
términos en los que pueden ser impugnados -a través
de más formularios, más reuniones de comités, más
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como "espacio para la práctica política y sitio para la mamotretos archivísticos de ornamentación barroca,
enunciación de la política" -abandonar la jaula de hierro y imaginados en la época de
abrazar la idea de un laberinto múltiple, plástico y
negociable- choca con el momento de la denuncia en la
crítica de Hibou a la abstracción burocrática.
Este desequilibrio tonal y político, entre la descripción
de las estrategias de poder y la acusación de las formas de
dominación abstracta, podría considerarse generosamente
como una contradicción en el objeto, así como un índice
de nuestras propias ambigüedades cotidianas hacia las
diferentes cepas de burocratización. Sin embargo, creo
que también es un efecto de las profundas limitaciones de
las concepciones weberianas de la abstracción. Éstas se
inclinan a ver las lógicas del capital como un producto de
los procesos epocales de racionalización, en lugar de
considerar las burocracias estatales y de mercado como
respuestas inestables y coyunturales a los cambios en los
imperativos económicos, así como productos de las
lúcidas estrategias de determinados agentes capitalistas
(desde la Sociedad Mont Pelerin hasta los gestores de
fondos de cobertura). La "construcción burocrática de los
mercados" de la que habla Hibou no tiene mucho que ver
con un proceso general de reducción de la complejidad -la
yuxtaposición de una casa de tres dormitorios y un
derivado respaldado por activos podría sugerirlo-, sino
que tiene mucho que ver con las estrategias legales,
institucionales y político-económicas para extraer el
excedente de beneficios en un periodo en el que se han
agotado otras fuentes de ingresos. No estoy seguro de que
la abstracción sea el "imaginario constitutivo" de la
sociedad, pero parece ser tanto su tejido simbólico como,
en condiciones de crisis, su realidad.
Donde Hibou busca producir un compuesto socio-
En esta obra, que ofrece una imagen lógica de las
mutaciones de la burocracia tras el Estado del bienestar,
Kafka recurre a los archivos y panfletos de la Revolución
Francesa -el crisol de la burocracia- para ilustrar la
necesidad de que la teoría se ocupe de la vida psíquica y
material del papeleo, en lugar de descartarla, al estilo de
la crítica "paranoica", como un Moloch sin sentido o una
conspiración. La prosa inquisitiva e irónica de Kafka
pone en práctica, sin duda, las satisfacciones que, según
él, obtenemos al relatar nuestras desventuras en el mundo
de los archivos. Su relato de la odisea histérica de un
oficinista francés a través de las proliferantes oficinas del
Estado revolucionario, de las sutiles exculpaciones de los
acusados de Thermidor, o de la mitopoiesis de Labussière
-que perjudicó al Terror comiéndose supuestamente los
veredictos de exterminio, para luego verse inmortalizado
en Napoleón, de Gance- son pequeños triángulos de la
narrativa histórica, la anécdota cómica bien equilibrada
con la perspicacia histórica. Los archivos estatales se
convierten en gabinetes de curiosidades, al contemplar
fantásticos planos de archivadores universales,
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Encyclopédie, luego superada en el caos improvisado No es la burocracia en sí misma, entonces, sino una
del gobierno revolucionario. determinada relación con ella -a saber, la paranoica- la
Kafka evita cualquier sociología histórica del que apela a los recursos de una crítica deflacionaria,
Terror, y no muestra simpatías por las teleologías que se nutre ampliamente de los vínculos históricos del
furetianas que verían su invención del "estado de papeleo con la comedia, la sátira y lo que Foucault
seguridad nacional" como la matriz de todos los denominó bellamente el "grotesco administrativo".
totalitarismos venideros. Tampoco parece compartir el Parte de esto tiene un carácter genealógico. El
entusiasmo por el jacobinismo de gran parte de la Demonio de la Escritura narra con dramática
teoría contemporánea: Saint-Just aparece aquí no sólo desenvoltura la aparición de la idea de la capacidad de
como el fanático inmortalizado en un fotograma de la contabilización -tan consternadoramente central en la
película de Gance, sino tal vez como el enemigo retórica de la burocratización neoliberal- en los densos
paranoico original de la burocracia. El grito de Saint- y apresurados debates sobre el artículo 16 de la
Just contra la inercia práctica del papeleo da título al Declaración de los Derechos del Hombre y del
libro: "El demonio de la escritura nos hace la guerra; Ciudadano. Este momento y la "nueva ética radical del
somos incapaces de gobernar". El virtuoso terrorista es papeleo" que trajo consigo la revolución llevan la
el legítimo heredero de Rousseau, otro enemigo de los promesa (y la amenaza) de que "la sociedad, cada
archivos, y el énfasis de Kafka en el suplemento miembro de la sociedad, tenía el derecho de seguir el
inercible puede rastrearse en sus fuentes derrideanas. A rastro del Estado y, por tanto, de asegurarse de que sus
pesar de la ligereza del toque de Kafka, la política de intereses estaban siendo representados de forma
esta posición es clara. La différance, la mediación, la precisa y efectiva... el papeleo se había convertido en
comedia de los errores burocráticos, la alegría del una tecnología de representación política".
fracaso del papeleo y la inevitabilidad de la inscripción Es aquí donde su relato se acerca más a la historia clásica.
son una especie de antídoto contra una metafísica argumentos sociológicos sobre el papel de la
política de la presencia cuya episología es Revolución en la creación del Estado y la
necesariamente paranoica. El intento del Terror de centralización, argumentos que aquí se exploran a
dominar (a través) del papeleo anhelaba "una ansiada través del reconocimiento de Tocqueville de la
inmediatez, presencia y plenitud de soberanía frente a "administración" como el legado crítico de 1789. Pero
la peligrosa suplementariedad del papeleo". también nos habla de cómo el propio neologismo
"burocracia" -que hizo su debut en la Correspondance
littéraire de Melchior von Grimm de 1764- rara vez se
libraba de los lamentos sarcásticos o de las denuncias
encendidas; un objetivo común para las partes que de
otro modo serían hostiles (los con- servadores que
defendían las costumbres, los paladines liberales de la
sociedad civil, los radicales revolucionarios). Como
sugiere Kafka en una línea más psicoanalítica, la
dimensión simbólica del papeleo (la inteligibilidad del
mundo
y su funcionamiento) sigue colapsando en
lo imaginario (apego y agresión). Las
satisfacciones de todas estas quejas, contra
lo que Balzac denunció como "el poder de
la inercia llamado Informe", sirvieron
también para contener la oposición a la
burocracia, aplazando una crítica de lo que
Kafka llama "la alienación del trabajo
clerical" (un tema que, por desgracia, no
desarrolla). El grito del asediado oficinista
francés, "¿La verdad tiene departamentos,
donde puede ser sofocada?", bloquea así
una paciente detección de las aporías del
archivo.
Si la proclividad paranoica de la teoría
política le ha impedido dar su merecido a
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las frustraciones e imprevisiones del
papeleo, ¿hay una salida más allá de
los desplantes de la comedia?
Menciono esto último por el
respaldo de Kafka a la alineación de
la comedia por parte de Simon
Critchley
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en el lado de la materialidad contra el idealismo de la fabril inglesa en El Capital, revisó toda una
tragedia (se ignora el carácter profundamente material biblioteca de Libros Azules que contenían
informes de comisiones e inspectores de fábricas
de la tragedia moderna, evidenciado por Sartre o
en Inglaterra
Raymond Williams). Desde la historia de Labussière,
que convierte los edictos terroristas en bolas de saliva,
hasta el relato de las fichas de Roland Barthes, pasando
por la defensa de la lectura atenta y la atención a la
tactilidad de los papeles, que culmina con una crítica a
la desestimación del desliz freudiano por parte de
Timpanaro, que invita al lector de El demonio de la
escritura a fotocopiar y recortar un facsímil de uno de
los formularios de retirada de fondos de Freud- el libro
es una defensa comprometida de una materialidad
escritural y de un cierto materialismo, extraído de la
deconstrucción y de la teoría psicoanalítica. Kafka
reclama una teoría del papel que con- junte la praxis y
la parapraxis. Las figuras tutelares son Freud y Marx,
cuyo pensamiento sobre el papeleo se recoge aquí de
los propios márgenes de su corpus: en el mencionado
desliz en el banco y en la paciente excavación de un
texto poco conocido del primer Marx, su "Justificación
del corresponsal del Mosela". Kafka nos dice con
confianza que "la historia de la teoría marxista del
Estado después de 1843 es una historia de
oportunidades perdidas". Habría sido bueno saber más
sobre ellas. Sugiere que si Marx hubiera persistido en
su "teoría de los medios" y no hubiera abrazado la
crítica paranoica de la burocracia expresada en su
Crítica a la doctrina del Estado de Hegel, su
materialismo no se habría deslizado hacia fantasías de
inmediatez que descuidan la insistencia de la
materialidad, y del trabajo de papel
en particular.
Sin embargo, la mediación que el joven y
radicalmente democrático Marx reclama, la de la
prensa, no parece adecuada para teorizar la vida
psíquica de la burocracia y sus enredos político-
económicos. Curiosamente, y a diferencia de Hibou,
Kafka parece conservar la noción anacrónica de que la
burocracia es fundamentalmente una cuestión de
Estado. Y aunque lo menciona de pasada, su fácil
desestimación del "aplastamiento" del Estado no tiene
en cuenta el hecho de que Marx y Engels no eran
partidarios de la incineración de archivos, y quizás se
les podría reprochar una fe excesiva en la necesidad de
la mediación administrativa (véase "Sobre la
autoridad" de Engels) en lugar de acusarles tristemente
de delirios de transparencia. Es una lástima que, a
pesar de sus elogios a la lectura atenta, y de su
envidiable erudición y curiosidad, Kafka no tenga en
cuenta la importancia del "papeleo" en el Marx
maduro, como se recoge en este maravilloso pasaje de
las memorias de Paul Lafargue:
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