Filosofía - Análisis de Lo Obvio
Filosofía - Análisis de Lo Obvio
Filosofía - Análisis de Lo Obvio
Cualquier situación de la vida cotidiana puede disparar una reflexión filosófica. Está presente
en todos lados, en todas las situaciones de nuestra existencia. Pero en la vida cotidiana
solemos dejar de lado, apartar, estas preguntas.
¿Pero qué hacemos cuando “hacemos” filosofía? Filosofar es “pensar”, es “pensarnos …” pero
no de cualquier modo. Porque es un “modo de pensar”, una “manera de pensar” la realidad.
Un modo de pensar que va más allá de lo establecido, más allá de lo que soslayamos en la vida
cotidiana.
Hay una conocida definición que nos dice que la filosofía “es el análisis de lo obvio”.
Hegel expresa la misma idea cuando en varias ocasiones repite que lo “corrientemente sabido”
no es por ello “conocido”.
En la vida cotidiana las cosas se nos presentan como un camino único, un camino atravesado
por un único valor hegemónico y dominante: el de la utilidad.
Si me pregunto ¿“cómo hago para salir de este recinto”? La respuesta es obvia, no necesita ser
cuestionada. Pero para la filosofía nada es obvio. Nada es definitivo. Todo puede ser
cuestionado. Pensemos cuál sería la actitud de un niño pequeño ante esa pregunta: tal vez, no
sería obvio para él que hay que dirigirse hacia esa puerta. Tal vez salte, corra, cante o pida en
secreto que lo vengan a buscar. O deambule un largo rato por todas las filas de sillas del
recinto, antes de salir por la puerta. Porque el niño tiene otro modo de pensar el mundo. Se
relaciona con el mundo lúdicamente. Nada es obvio para él. La filosofía debe intentar
recuperar esa otra experiencia de lo real, una experiencia que logre “desacralizar” el valor de
la utilidad y la unilateralidad. El juego rompe con la univocidad de las cosas, permite pensar en
otro valor más allá de la utilidad. El juego emancipa los objetos de su único sentido ligado a su
función, abriendo la posibilidad de nuevos sentidos, abriendo la interpretación y las múltiples
posibilidades en que nos relacionamos con las cosas. Recuperar el aspecto lúdico, diverso,
abierto, libre, permite pensar la realidad desde otras perspectivas, nos permite pensar que la
realidad puede ser de otra manera. Y tal vez, situarnos en esta dimensión permite trazar uno
de los vínculos fundamentales entre la filosofía y el arte.
La filosofía y el arte son algo inútil, como el juego. El encuentro de lo inútil es lo que provoca la
filosofía cuando pone todo entre paréntesis, cuando logra generar la pregunta por el “por
qué”, trascendiendo el “cómo”. La razón lógica, productiva, calculadora, estratégica,
demostrativa y dicotómica, creemos que expresa la realidad de las cosas. Y tal vez expresa una
dimensión de las cosas, pero no constituye la expresión absoluta de lo real.
Tanto la filosofía como el arte interrumpen la obsesión por la efectividad, “abren nuevos
mundos”, siguiendo la atribución que Heidegger otorga a la obra de arte. Arte y filosofía ponen
en duda las ideas preconcebidas, aceptadas. Logran salirse de los paradigmas instalados para
pensar desde los márgenes, desde el umbral. Arte y filosofía, recuperan la capacidad de
asombro, la mirada de niño, “abren la puerta para ir a jugar”…
La filosofía
Dice Derrida que la filosofía es una experiencia de lo imposible, no porque no sea posible, sino
porque cuestiona los límites que delimitan aquello que es posible y aquello que ya no es ni
siquiera un aquello, pero cuya imposibilidad define el marco de lo posible y de su necesidad de
transgresión. Hacer filosofía es por eso ser cada vez más consciente del límite y al mismo
tiempo del deseo de atravesarlo. La filosofía es ese deseo en estado de deseo, ya que cuando
se traiciona a sí misma y pretende dar respuestas, no hace otra cosa que seguir corriendo el
límite. Toda filosofía, en ese sentido, es profundamente religiosa, ya que descree de toda
religión, dogma, absoluto. Lo religioso está en el incontenible deseo de la pregunta que frente
a cualquier demarcación siempre quiere más. La filosofía es ese querer en estado puro, o como
decía Platón, ese amor por el saber y nunca el saber mismo. Quiere seguir queriendo y por eso
no tiene que ver ni con la paz, ni con la felicidad, ni con la seguridad. No hay amor seguro. Eso
es economía o derecho, pero la filosofía como amor al saber es más amor que saber. O en todo
caso es un amor que rompe todo contrato, acuerdo, ley. Todas figuras de un orden que se
presenta como natural, normalizando una realidad que por infinita no puede tener centro, ni
alambradas conceptuales, ni administración. No se puede administrar el deseo, o deja de ser
deseo para ser aquello que creemos que es deseo y por ello suponemos que tiene resolución.
Pero la filosofía no resuelve problemas, los crea. No formula preguntas para encontrar sus
respuestas, sino que parte de las respuestas instituidas para desmontarlas con su batería de
preguntas. En especial con su pregunta predilecta: ¿por qué? La pregunta infantil, la pregunta
sin sentido. La pregunta por el por qué del por qué del por qué, y así al infinito para
resquebrajar la idea de un orden de lo real, para resquebrajar. Es que las administraciones
producen órdenes donde todo encaja con todo para que cada uno acepte su lugar en ese gran
rompecabezas que es el cosmos, al que basta hurgar en su origen etimológico para
comprender que de “cosmos” deriva cosmético, y por lo tanto el orden universal no es más
que un nuevo revoque sobre viejos revoques para tapar lo intapable. Así, la filosofía se asume
un saber inútil, no porque no sirva para nada, sino porque denuncia que todo tenga que servir
para algo. Pero, sobre todo, que todo tenga que servir para alguien. Y si es un saber inútil es un
juego de niños, o de delirantes, o de mentes alteradas. Es una actividad improductiva: ¿a quién
se le ocurre analizar lo obvio? ¿Para qué sirve? Y sin embargo con solo deconstruir el concepto
de obviedad encontramos que la palabra “obvio” etimológicamente remite a las vías que se
me colocan enfrente de modo tan cercano que nos imposibilitan vislumbrar que, para
cualquier camino, siempre hay otros caminos posibles. Obturados, deshechos, dejados de lado
por inútiles, o lúdicos, o adolescentes. Pero para la filosofía nada es obvio. O al revés; entiende
que donde más se presenta el sentido como obvio, más necesario es el cuestionamiento.
Hacer filosofía cuando todo se derrumba es fácil. Lo difícil es hacer filosofía cuando todo
funciona bien, ya que allí es donde se impone el interés de algunos en nombre de lo normal,
de la verdad, de lo sano, de lo productivo, de lo rentable, de lo útil, de lo posible. Es en ese
sentido que la filosofía es una experiencia de lo imposible, como en ese legendario emblema
del Mayo Francés que nos instaba a ser realistas y pedir por lo imposible. Pedirle no al otro,
sino pedir como quien se exige y se decide a cuestionarlo todo. Como Sócrates que
comprendió finalmente que, si no hay una verdad, su misión era desenmascarar a todos
aquellos que se creen sus dueños. Por eso, la filosofía no puede sino ser una práctica política,
ya que el poder logra sus victorias cuando demuestra que hay zonas donde no se hace política,
que suelen coincidir con la cotidianeidad, con los vínculos, con lo doméstico. Es que de eso se
trata: de la domesticación, esa forma silenciosa del poder que triunfa logrando que todos
compartamos los mismos parámetros de lo que nos hace feliz, de lo que está bien o mal, de lo
que por naturaleza las cosas tienen que ser. Nadie que haga filosofía va a ser entonces feliz,
por lo menos en la forma en que se normaliza la idea de felicidad. Nadie que haga filosofía va a
alcanzar la tranquilidad, por lo menos en su versión farmacológica. Nadie que haga filosofía va
a llegar ningún lugar seguro, por lo menos si se trata de lugares definitivos. Es que no se trata
de llegar sino de salir. Salir, para seguir saliendo…
Hoy se conmemora el día mundial de la disciplina que cuestiona el sentido de las cosas. Este
día se celebra desde el 2002 el tercer jueves de noviembre.
Hacer filosofía es una manera de pensar y fundamentar el sentido de las cosas. Es llevar la
pregunta a la máxima expresión, preguntar el ¿por qué? del ¿por qué? del ¿por qué? del ¿por
qué? y así infinitamente. Pero, ¿hay una respuesta final para todas las preguntas? Tal vez lo
interesante es pensar que la filosofía tiene más que ver con la pregunta que con las respuestas.
Platón propone que una buena manera de comprender la filosofía es diferenciarla de otras
formas de pensar la realidad, como el pensamiento común o el pensamiento fundamentado. El
pensamiento común es fruto de la percepción, vivencias individuales sin análisis y sin críticas, y
lo que importa es la utilidad práctica, lo importante es que las cosas funcionen.
Por ejemplo, el sol, si uno le preguntara a una persona, según el pensamiento común, ¿qué es
el sol?, tal vez nos diría que el sol es lo que nos alumbra de día, lo que nos da calor, lo que nos
marca el tiempo, la ubicación.
Ahora bien, ¿qué nos respondería el pensamiento fundamentado sobre el sol? Probablemente
sería algo así: El Sol es la estrella más cercana a la Tierra, ubicada en el centro de un sistema
planetario. Destaquemos que la energía que irradia ha permitido el desarrollo de la vida en
nuestro planeta.
Si la ciencia se pregunta por el cómo, la filosofía se pregunta por el qué. La pregunta por el
cómo tiene respuesta, la pregunta por el qué, no, son sólo conjeturas. Muchas veces creemos
alcanzar certezas fundamentales cuando en realidad lo que tenemos son certezas funcionales
sobre el funcionamiento de las cosas.
La filosofía tiene que ver con el amor. Filosofía proviene etimológicamente de filo (amor) y
sofía (sabiduría), amor a la sabiduría. Hay un deseo por querer saber más de lo que se nos
presenta.
Platón sostiene que los verdaderos filósofos son aquellos que aman contemplar la verdad.
Pero, ¿existe una sola verdad? Si, según el pensador, hacer filosofía es volver siempre sobre
nuevas preguntas, ¿llegaremos a alcanzar algún resultado? Y si no sirve para encontrar la
verdad, ¿para qué sirve la filosofía?
La filosofía puede servir para destapar una realidad que creemos verdadera, una realidad en la
que estamos inmersos sin darnos cuenta, a la que le somos, por eso mismo, funcionales.
Amor a la sabiduría es, sobre todo, amor a la pregunta, es apostar por la búsqueda por el sólo
hecho de buscar, y no como un medio para otra cosa. La filosofía no nos provee de respuestas
universales sobre preguntas existenciales, pero nos ejercita en la libertad de preguntar y nos
invita a ser más abiertos.
Para finalizar, Platón afirma que la ciencia no posee la verdad absoluta, que siempre habrá
nuevos investigadores que puedan argumentar de manera más convincente sobre
investigaciones, y que tenemos que ser capaces de analizar los nuevos argumentos, adoptando
una actitud crítica que nos lleve a la búsqueda de nuevos conocimientos.