Adolesentes y Jovenes
Adolesentes y Jovenes
Adolesentes y Jovenes
N) 16 de Diciembre 2022
Objetivo del estudio: Explicar la importancia de tener una relación personal con
Jesús. Que los jóvenes salgan deseosos de vivir con Cristo y para Cristo.
Versículos de apoyo: Josué 24:14-15; Juan 8:12; Juan 10:9-15; Filipenses 1:9-
11. Encontramos los beneficios que nos trae una vida relacionada con Dios,
cuando esa relación se va profundizamos se transforma en una comunión diaria
entre nosotros y Dios. Leer San Juan 15:1-17 para tener en cuenta “permanecer
y vosotros sois mis amigos”
Como ministro usted tiene que responder a las preguntas sobre este tiene y la
libertad de agregar más revelación al material de estudio según lo que el
Espíritu le aporte…
¿Por medio de que puedo tener esta relación con Dios? Leer San Juan 14:6,
San Juan 3:16-21 Compartir lo que se entiende…
1. Es tener certeza
Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve.
(Hebreos 11:1)
Como cristianos, nuestra fe está basada en la certeza de que Dios (el objeto de
nuestra fe), hará lo que esperamos a su manera y en su tiempo. No pedimos al
azar como niños malcriados o antojados. Pedimos de acuerdo con su voluntad y
basamos nuestras peticiones en lo que agrada a nuestro Dios.
Ministros: Pastores Abel y Andrea Ancán
2 Ministerio Casa de Oración ingeniero Jacobacci (R.N) 16 de Diciembre 2022
1. La fe es un regalo de Dios
Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de
ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.
(Efesios 2:8-9)
Dios puso fe en el corazón del ser humano. El ser humano decide dónde
deposita esa fe. Cuando ponemos nuestra fe en Jesús escogemos creer que su
venida a la tierra, sus milagros y su sacrificio en la cruz fueron una realidad y
abrieron la puerta para que recibamos la salvación y la vida eterna.
consentir todos nuestros deseos que son impulso de nuestra carne. Leer.
Gálatas 5:16-21
Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar
todas las flechas encendidas del maligno. (Efesios 6:16)
Dios no nos deja batallar solos Él nos provee la armadura que necesitamos para
vencer en la batalla espiritual. El escudo del que nos habla este versículo era un
escudo grande que usaban los soldados romanos para la avanzada. Cuando
intentamos avanzar en nuestro andar con Jesús pueden surgir dudas y ataques
por varios frentes. Si te aferras bien al escudo de la fe y aprendes a usarlo,
lograrás apagar esos ataques del maligno.
― ¿Qué quieres que haga por ti? —le preguntó. ―Rabí, quiero ver —
respondió el ciego―Puedes irte —le dijo Jesús—; tu fe te ha sanado. Al
momento recobró la vista y empezó a seguir a Jesús por el camino.
(Marcos 10:52)
La fe nos da la certeza de que Dios puede hacer hasta lo que parece imposible.
Abre la puerta para que Dios obre, ya que le pedimos libremente y con
confianza. Por fe nos acercamos a él para que intervenga en todas las áreas de
nuestra vida.
Recuerda que para poder tener fe en Dios debes conocerle y cultivar tu amistad
con él. Pasa tiempo con Dios, busca aumentar tu fe. No te arrepentirás.
Objetivo del estudio: Hablar sobre José, Ester y Daniel, tres jóvenes que
permanecieron fieles a Dios en medio de circunstancias muy difíciles. Inspirar a
los jóvenes a seguir el ejemplo de José, Ester y Daniel.
La idea original era bastante malvada lo cual nos revela la condición del corazón
de algunos de sus hermanos:
Se dijeron unos a otros: Ahí viene ese soñador. Ahora sí que le llegó la hora. Vamos
a matarlo y echarlo en una de estas cisternas, y diremos que lo devoró un animal
salvaje. ¡Y a ver en qué terminan sus sueños! (Génesis 37:19-20)
Por causa de José, el Señor bendijo la casa del egipcio Potifar a partir del momento
en que puso a José a cargo de su casa y de todos sus bienes. La bendición del
Señor se extendió sobre todo lo que tenía el egipcio, tanto en la casa como en el
campo. (Génesis 39:5)
La casa prosperaba y todos estaban contentos. Lo único que Potifar no
compartía con José era, obviamente, su mujer. Por desgracia, la mujer de Potifar
se antojó con seducir a José y ahí comenzaron los problemas. José no cedía al
acoso y ella lo perseguía. Un día, cuando todos los que trabajaban en la casa
estaban en otro lugar, la mujer aprovechó para acercarse a José y agarrarlo por
la ropa. Él salió corriendo porque tenía temor de Dios y porque no quería causar
pesar a Potifar, al salir corriendo dejó su manto en las manos de la mujer.
Ella, despechada, decidió contar la historia a su manera. Llamó a los siervos de
la casa gritando y les enseñó el manto de José diciendo que él había intentado
aprovecharse de ella. Cuando el marido llegó, ella le contó la misma historia y él,
enfurecido, mandó que echaran a José en la cárcel donde estaban los presos del
rey.
José, el intérprete de sueños
La Biblia dice en Génesis 39:20-21 que «aun en la cárcel el Señor estaba con él
y no dejó de mostrarle su amor». José se ganó con facilidad la confianza del
guardia de la cárcel y este lo puso como encargado de todos los prisioneros y de
todo lo que se hacía allí.
Como el Señor estaba con José y hacía prosperar todo lo que él hacía, el guardia de
la cárcel no se preocupaba de nada de lo que dejaba en sus manos.
(Génesis 39:23)
Ministros: Pastores Abel y Andrea Ancán
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Una vez más, tal y como había sucedido con Potifar, José vio cómo Dios le
daba gracia ante los ojos de la persona encargada.
Luego de un tiempo, el faraón se enojó con dos de sus funcionarios, el jefe de
los coperos y el jefe de los panaderos. Los envió a prisión, a la misma cárcel
donde estaba José. Una noche, tanto el copero como el panadero tuvieron un
sueño.
Por la mañana, José los notó algo inquietos y les preguntó qué les pasaba. Ellos
le confesaron que habían tenido dos sueños y que no encontraban a nadie que
pudiera decirles el significado de estos. José les contestó lleno de confianza en
Dios:
¿Acaso no es Dios quien da la interpretación? —preguntó José—. ¿Por qué no me
cuentan lo que soñaron? (Génesis 40:8b)
No soy yo quien puede hacerlo —respondió José—, sino que es Dios quien le dará al
faraón una respuesta favorable. (Génesis 41:16)
El faraón le contó sus sueños a José y él los interpretó. José dijo que los dos
sueños significaban lo mismo y que el hecho de que soñara dos veces mostraba
que Dios estaba decidido a realizar lo que anunciaba.
Vendrían siete años de mucha abundancia a Egipto, pero a estos les seguirían
siete años de escasez y hambre. Serían de tal magnitud que la gente ni siquiera
se acordaría de toda la abundancia que habían disfrutado en los años anteriores.
José tuvo la valentía de aconsejar al faraón. Le dijo que debía encontrar a una
persona sabia y competente que se encargara de administrar bien a Egipto.
El propósito sería usar sabiamente los recursos disponibles y acumular suficiente
para los años de escasez que vendrían. José dio consejos muy sabios al faraón
y este contestó:
¿Podremos encontrar una persona así, en quien repose el espíritu de Dios?
Luego le dijo a José: Puesto que Dios te ha revelado todo esto, no hay nadie más
competente y sabio que tú. Quedarás a cargo de mi palacio, y todo mi pueblo
cumplirá tus órdenes. Solo yo tendré más autoridad que tú, porque soy el rey.
(Génesis 41:39-40)
José ordenó que les devolvieron el dinero sin que ellos lo supieran y en el
camino de regreso a casa ellos se dieron cuenta de que aún tenían el dinero. Se
asustaron y pensaron que era una trampa para volver a apresarlos. Sin
embargo, no fue así y consiguieron llegar a su casa, todos menos Simeón, que
se había quedado en Egipto bajo custodia.
Jacob, el papá, no quería que sus hijos regresaran a Egipto, menos aún que se
llevaran a Benjamín con ellos. El tiempo pasó, pero llegó el momento en el que
necesitaban más comida. ¡Debían regresar! Judá se responsabilizó por la
seguridad de Benjamín y emprendieron el viaje. Iban cargados de regalos y
productos de la región. También llevaban el doble del dinero por insistencia del
padre que esperaba proteger a sus hijos de más contratiempos.
Reunión familiar
José, al verlos, pidió que los llevaran a su casa y prepararan una gran cena.
Ellos se asustaron, pero el mayordomo de José les dijo que estaba todo bien.
Simeón, el hermano que había permanecido en Egipto, se reunió con ellos. Al
mediodía, José se reunió con ellos para comer. Preguntó cómo estaba el papá y
al ver a Benjamín, se emocionó. Se escondió para llorar y luego se reunió con
sus hermanos para comer y beber juntos.
Luego, José le ordenó a su mayordomo que, al colocar los alimentos en sus
bolsos, escondiera su copa de plata entre las cosas de Benjamín. El mayordomo
lo hizo y poco después de ellos salir en su viaje de regreso a Canaán, el
mayordomo los persiguió y les preguntó: «¿Por qué me han pagado mal por
bien? ¿Por qué han robado la copa que usa mi señor para beber y para
adivinar?» (Génesis 44:4-5).
Ellos lo negaron, pero obviamente, él encontró la copa en la bolsa de Benjamín.
Ellos se atemorizaron pues no podían permitir que apresaran a Benjamín. Sería
un golpe demasiado fuerte para Jacob, su padre. José, al verlos tan exaltados,
no pudo más y les reveló que él era José, el hermano que habían vendido a los
madianitas.
Yo soy José, el hermano de ustedes, a quien vendieron a Egipto. Pero ahora, por
favor no se aflijan más ni se reprochen el haberme vendido, pues en realidad fue
Dios quien me mandó delante de ustedes para salvar vidas. (Génesis 45:4-5)
Versículos para desarrollar el tema: Salmo 143:10, Romanos 12:1-2, Efesios 6:6.
Hay 5 cosas que pueden ayudarte a entender cuál es la voluntad de Dios para tu
vida en medio de cualquier circunstancia:
Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios. Que tu buen Espíritu me guíe
por un terreno sin obstáculos. (Salmo 143:10)
1. Habla con Dios cada día
¡Cultiva tu relación con Dios! Si tu deseo es conocer su voluntad, debes pasar
tiempo con él cada día. La mejor forma para conocer a Dios y entender su plan
para ti es profundizando tu relación con él. Exprésale tu deseo de vivir dentro de
sus propósitos. Pídele que te revele su deseo para ti en este momento de tu
vida. Él anhela que vivas en obediencia, así que puedes estar seguro de
que él te ayudará.
4. Rechaza el pecado
Decide en tu corazón obedecer a Dios y decirle no al pecado. En Cristo ya eres
una nueva criatura (lee 2 Corintios 5:17), pero debes elegir rechazar el pecado
y andar en obediencia a Dios cada día.
Al alimentar tu relación con Dios en oración, leyendo la Palabra y atendiendo la
guía del Espíritu Santo, te mantendrás equipado para reconocer las trampas del
diablo. Tu fe estará más firme y con fuerzas para rechazar el pecado y
perseverar en el Señor.
Esto no quiere decir que no tendrás luchas. Las tentaciones no desaparecerán.
Esa es la razón por la que debes prepararte y mantenerte alerta para
reconocerlas y enfrentarlas. Pero no temas, Dios te capacitó para
vencer cuando derramó su gracia sobre ti y te concedió la salvación. Mantente
alerta y rechaza todo lo que te aleja de la voluntad de Dios.
En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación
y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir
en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la
bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo. (Tito 2:11-13)
En la Biblia, la palabra salvación significa liberación espiritual. Dios nos libera del
poder del pecado y de la muerte eterna cuando nos arrepentimos ante él de las
faltas que hemos cometido y aceptamos por fe a Jesús como nuestro Señor y
Salvador.
por nosotros, para salvarnos y liberarnos del poder del pecado. Jesús despejó el
camino para que disfrutemos de la vida eterna con él. ¡Esa es nuestra herencia!
Parece ser un concepto muy sencillo, pero es uno con el que luchan muchas
personas. «¿Cómo es posible que yo no tenga que hacer nada más?», se
preguntan muchos. Otros se cuestionan que Jesús sea el único camino, la única
vía válida para poder ser salvos como leemos en Juan 14:6. Pero al final de
cuentas, todo es cuestión de fe. Creer que Jesucristo sí es suficiente. Su obra en
la cruz fue suficiente y es por medio de él que somos salvos.
Jesucristo es “la piedra que desecharon ustedes los constructores, y que ha llegado
a ser la piedra angular”. De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo
el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos.
(Hechos 4:11-12)
¡Recibe la salvación!
¿Qué debemos hacer para ser salvos? Lo cierto es que no es nada complicado,
pero es vital.
Lo primero es reconocer que necesitamos salvación. Debemos reconocer
que hay maldad en nuestros corazones y que por nuestros propios medios no
podemos quitarla. Romanos 3:23-24 dice que «todos han pecado y están
privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente
mediante la redención que Cristo Jesús efectuó». Si somos sinceros, tenemos
que reconocer que todos hemos hecho cosas de las que nos avergonzamos,
cosas que sabemos que están mal. Reconocer esto sin excusas es el primer
paso.
Lo segundo, necesitamos aceptar por fe la gracia de Dios que nos ha
redimido a través del sacrificio de Jesús en la cruz. Jesús nos rescató, nos liberó
de la esclavitud del pecado y nos libró del castigo que merecíamos por las cosas
malas que hemos hecho. Necesitamos aceptar por fe ese inmenso regalo.
En tercer lugar, debemos expresar con nuestros labios lo que creemos con
el corazón: ¡Jesús es el Señor! Romanos 10 lo dice así...
Esta es la palabra de fe que predicamos: que, si confiesas con tu boca que Jesús es
el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.
Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para
ser salvo. (Romanos 10:8b-10)
Durante la última cena de Jesús con sus discípulos él les dijo algo muy
importante. Les dejó claro que su sacrificio en la cruz marcaría el comienzo del
nuevo pacto entre Dios y los hombres. Usó el pan y el vino para explicarlo,
símbolos que ellos entendían ya que la cena de la Pascua tenía (y aún tiene) un
gran simbolismo para el pueblo judío. Durante esa fiesta ellos recuerdan la
liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto (Éxodo 12). La sangre
que Jesús derramó en la cruz del Calvario marcó un nuevo comienzo, un nuevo
pacto entre Dios y los hombres. A través de su cuerpo partido (quebrantado) y
de su propia sangre derramada obtenemos la limpieza de nuestros pecados. Él
fue el Cordero perfecto y sin mancha que vino a quitar el pecado del mundo
(Juan 1:29; Isaías 53:7). Y cuando aceptamos a Jesús como Señor y Salvador
de nuestras vidas recibimos la limpieza y el perdón de nuestros pecados. Por
gracia...
Cristo murió por toda la humanidad y luego resucitó de entre los muertos. ¡Él
venció la muerte y vive para siempre! Cuando lo recibimos como Señor de
nuestras vidas esa victoria viene a ser nuestra herencia. Aunque nuestro cuerpo
físico muera, tendremos vida eterna junto con él, viviremos para Dios por toda la
eternidad. Pero Jesús no solo nos consiguió la victoria sobre la muerte. Gracias
a su sacrificio también recibimos el poder para vencer al pecado. Ya no somos
esclavos del pecado. Es una de las libertades que tenemos en él. Dios nos
llena de su Espíritu Santo y nos da las fuerzas para vencer día tras día las
tentaciones que se nos presentan. Cristo vive en nosotros y al poner nuestra fe
en él y dejarnos guiar por él, experimentamos la victoria sobre el poder del
pecado. ¡Vivimos para su gloria!
Cuando Jesús murió en la cruz mostró de una vez por todas que Dios reina,
sobre todo, incluidos el diablo y la oscuridad espiritual. Nada ni nadie tiene más
poder que Dios. En el momento en que Jesús murió toda la tierra se estremeció,
el velo del templo se rasgó, las rocas se partieron y los sepulcros se abrieron
(Mateo 27:50-54). ¡Nada fue indiferente! En ese preciso instante se marcó un
nuevo comienzo en el ámbito espiritual. Fue el momento en el que Jesús ganó
nuestro acceso a la vida eterna y derrotó al enemigo de nuestras almas.
No se sabe con certeza el año en el que Jesús fue crucificado, pero parece
haber sido cerca del año 33 d.C. El día antes de su crucifixión, Jesús fue
traicionado por uno de sus discípulos, Judas, quien lo entregó a los principales
sacerdotes. Ellos, luego de prender a Jesús, lo llevaron ante el sumo sacerdote,
Caifás, para interrogarle. Allí lo acusaron de blasfemia y decidieron que era reo
de muerte.
Su sentencia: la crucifixión.
Jesús pasó una noche llena de torturas, burlas y maldiciones por parte de sus
acusadores. Al amanecer del siguiente día lo llevaron ante Pilato, el gobernador
romano. Este no encontró motivo para sentenciar a Jesús con la muerte, pero
cedió ante los gritos y la presión del pueblo y de los sacerdotes. Finalmente,
Pilato mandó azotar a Jesús y lo entregó para que fuera crucificado. Antes de
ser crucificado, Jesús recibió muchos azotes, golpes, escupitajos y burlas. Le
colocaron un manto púrpura, una corona de espinos y una vara de caña para
burlarse de él como Rey de los judíos. Luego, volvieron a vestirle con sus ropas
y se lo llevaron para crucificarlo. Lo llevaron a un lugar llamado Gólgota o lugar
Ministros: Pastores Abel y Andrea Ancán
18 Ministerio Casa de Oración ingeniero Jacobacci (R.N) 16 de Diciembre 2022
Según el relato bíblico, Jesús estuvo cerca de 6 horas sobre la cruz antes de
morir. Durante esas horas Jesús sufrió intenso dolor, deshidratación, soportó
muchas burlas y maldiciones, además de sufrir la humillación de estar desnudo
ante todos. Pero, aun en medio de ese marco tan horrendo, todos vieron que
Jesús no era un ser humano cualquiera. Él era Dios encarnado, enviado para
salvar y redimir a la humanidad. La muerte formaba parte de ese propósito
divino.
La Biblia nos dice la hora en la que crucificaron a Jesús: las 9:00 de la mañana o
la hora tercera. Después de una noche de torturas y maltratos, el cuerpo de
Jesús estaba bastante resentido. Ya tenía pocas fuerzas físicas, pero todavía
tendría que enfrentar la prueba más dura: su crucifixión. Para los soldados
encargados de la crucifixión era simplemente un día más de trabajo. Ellos
decidieron repartir la ropa de Jesús entre ellos. Primero, tomaron el manto y lo
dividieron en 4 pedazos, uno para cada uno. Sin embargo, la túnica de Jesús era
de una sola costura y no querían romperla. Por esto, echaron suertes. Este fue el
cumplimiento de la profecía dada en el Salmo 22:18:
Aun en medio de tanto dolor, horror y humillación, Jesús escogió perdonar a los
que lo crucificaron. Jesús mostró su amor y su compasión hasta el último
momento de su vida terrenal. Él podía haber pedido a Dios que enviara fuego
o venganza sobre sus verdugos, pero no lo hizo. ¡Escogió perdonar! Y es que la
cruz se trata precisamente de eso: del perdón de Dios para la humanidad.
Gracias a la muerte en la cruz de Jesús, el Cordero perfecto (Juan 1:29), ya no
tenemos que pagar o morir eternamente por nuestros propios pecados. Basta
con creer que el sacrificio de Jesús es válido para nosotros, aceptarle en
nuestros corazones como Señor y Salvador, y vivir para él. ¡Somos perdonados
y reconciliados con Dios a través de Jesús! ¡Cuánta gracia y cuánto perdón!
Durante sus horas colgado en la cruz, Jesús tuvo que escuchar gritos, insultos,
blasfemias y burlas constantes de los que pasaban frente a él. Para el
populacho, presenciar una crucifixión era todo un espectáculo. Esta actitud nos
habla claramente de los valores morales que prevalecían. Tristemente, los jefes
de los sacerdotes, junto con los maestros de la ley y los ancianos, se unieron
también a los reproches y a las burlas. O sea, Jesús no solo tuvo que soportar el
dolor físico, sino también una gran carga emocional debido a los insultos y las
burlas.
Elí, Elí, ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?”. (Mateo 27:46)
Ese clamor era una cita directa del Salmo 22:1, salmo profético que detalla el
sufrimiento, la muerte y la victoria o reinado eterno de Jesús.
El Evangelio de Juan explica que Jesús sabía que su misión en la tierra había
terminado. Su misión llegaba a su fin y con sus últimas frases él dejó claro
que todo había sucedido conforme a la voluntad del Padre. Quedaba
consumado el plan para la redención de la humanidad, se había cumplido sin
que nadie lograra impedirlo. Finalmente, Jesús gritó con gran fuerza y clamó a
gran voz. Con ese grito él entregó su espíritu al Padre y murió. El Evangelio de
Lucas nos dice las palabras que gritó Jesús en su momento final:
Entonces Jesús exclamó con fuerza: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!
Y al decir esto, expiró. (Lucas 23:46)
Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu. En ese momento la
cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
(Mateo 27:50-51a)
En efecto, Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia
del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante Dios en
favor nuestro. Ni entró en el cielo para ofrecerse vez tras vez, como entra el sumo
sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. Si así fuera, Cristo
habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Al contrario,
ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de
acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo.
(Hebreos 9:24-26)
Pero no solo se rasgó el velo del templo. ¡La tierra toda se conmovió! El
Evangelio de Mateo también menciona un gran temblor de tierra, tan fuerte
que se partieron las rocas. Vemos una vez más que la naturaleza reaccionó con
fuerza ante la crucifixión de Jesús. Debido al temblor tan fuerte se abrieron los
sepulcros. Pero lo más asombroso es que resucitaron muchos santos. O sea,
gente temerosa del Señor que había estado muerta hasta ese día ahora estaba
viva. Por lo general, eso no ocurre cuando hay un temblor de tierra. ¡Solo el
poder de Dios puede resucitar a los muertos!
¡El centurión alabó a Dios! Él se dio cuenta de que Jesús no era un hombre
cualquiera. Sabía que Jesús había muerto sin merecerlo y que lo había hecho
por amor a la humanidad. Tanto el centurión como otros que habían presenciado
la crucifixión de Jesús notaron algo diferente en Jesús y quedaron impactados
por ello. Sus vidas ya no serían igual. Y así es. Cuando tenemos un encuentro
con el Cristo crucificado, aquel que murió por cada uno de nosotros, no podemos
seguir igual. Su sangre nos limpia de todo pecado y, gracias a él, disfrutaremos
de la vida eterna.
Pero Jesús no se quedó muerto. Tal como había sido profetizado (Salmo 16:10;
Mateo 16:21) ¡Jesús resucitó! La muerte no pudo retenerlo, no acabó con él. Y
es gracias a la victoria de Jesús sobre la muerte que nosotros, los que creemos
en él, también gozaremos de la vida eterna con él.
Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de
los que murieron. De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre, también
por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues así como en
Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir.
(1 Corintios 15:20-22a)