Y Tú ¿Qué Ves Cuando Me Miras Carolina Concha Morales
Y Tú ¿Qué Ves Cuando Me Miras Carolina Concha Morales
Y Tú ¿Qué Ves Cuando Me Miras Carolina Concha Morales
A todas esas mujeres que sueñan con encontrar el amor, pero no uno
ordinario, sino uno extraordinario…
“E scucha, hija; voy a contarte una historia mágica para que cuando
busques el amor sepas que sí existe el que es perfecto para ti. La
mayoría de las veces, ni siquiera hay que buscarlo. Llega, te sorprende y
pone tu mundo de cabeza. Éste es un relato que te hará soñar, volar, querer
comerte el mundo a pedazos. Es sobre un amor que escapa de toda lógica y
tiempo porque, aunque pasen los años y por más esfuerzos que hagas, jamás
puede borrarse ese sentimiento que queda tatuado en lo más profundo de tu
alma. Yo hoy puedo demostrarle al mundo que la vida te entrega tanto más
que lo que alcanzan tus propios sueños”.
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1
De música ligera
E n la casa nos esperaba mi madre con la mesa puesta para tomar el té,
como es la costumbre en Chile. Constanza está radiante y dichosa con
todo lo que está viviendo con Galo. Me alegra tanto verla así; sé muy bien
cuánto soñaba con este momento. Se sienta en la mesa y, mientras le pone
aguacate al pan tostado, se llega a atorar contándonos cada detalle de su
encuentro con él. Mi madre está feliz de vernos contentas, pero me mira
fijamente.
—Te veo rara, Mila, ¿te pasó algo?
—Nada, mamá, estoy concentrada escuchando a Coti y su historia de
amor.
—Sí, tía, no se preocupe. Mila está así porque conoció a un amigo de
Galo que es un poco engreído y la puso de mal humor.
Yo insisto en que no pasa nada. Le pido que nos dé permiso para salir, que
vendrán Galo y Cristián por nosotras y que ellos mismos nos regresarán a la
casa.
—¡Tú sabes que siempre llego a la hora que me dices!
—Claro que las dejo ir —dice mi madre —. Son jóvenes; disfruten de
estos tiempos que nunca regresan. Ya tengo ganas yo también de salir de
copas con mis amigas.
Comenzamos los preparativos para la noche. Quiero verme
despampanante; estoy tan feliz de haber tenido tiempo de salir de shopping.
Escogí un vestido corto blanco y pegado al cuerpo, lo justo para que una
niña de 17 años se vea guapa, pero no vulgar. Me miro y me gusto.
“¡Aprobada!”, me digo mirándome al espejo. Constanza se ve guapísima; se
puso una minifalda blanca y una blusa espectacular que le hace juego con
los ojos azules.
—Mila, creo que nunca te vi más guapa. Te dije que ese vestido estaba
hecho para ti cuando te lo probaste en la tienda.
—Gracias, amiga; tú te ves bella. Estoy segura de que Galo caerá rendido
a tus pies. Se pasaría de tonto si no aprovecha esta oportunidad contigo; no
va a encontrar una mejor mujer.
En punto de las 9 de la noche pasan por nosotras Galo y Cristián. Muy
educados entran a la casa y saludan a mi madre y a Javiera, que se hacían
las desentendidas, pero que estaban expectantes por saber quién viene por
nosotras.
Asombrado, Galo mira a Coti al entrar. Creo que por fin dejó de ver a una
niña pequeña y comenzó a verla como la hermosa mujer en la que se ha
convertido.
Al salir de la casa, Cristián me mira a los ojos y me dice medio cortado.
—Te ves muy bien.
La verdad es que él también se ve increíble. Imagino que muchas mujeres
deben morir por él. Simpático, inteligente y, lo mejor, un hombre sin rollos
en la vida.
Caminamos por la orilla de la playa; la luna está más brillante que nunca y
se refleja en el mar. Es una noche perfecta y las estrellas brillan en el cielo.
Llegamos al bar, que está a tope. La entrada está repleta de personas que
quieren entrar. Cada uno busca un mejor pretexto que el anterior para
conseguir un pase.
Cristián me toma de la mano y me dice:
—Ven, sígueme.
Atrás van Galo y Coti. Llegamos a la puerta que resguardan dos guardias
altos y muy grandes. Uno de ellos saluda a Cristián de abrazo. Intercambian
unas risas y él nos hace pasar. Cambia la cara de pocos amigos en un
segundo y nos dice mirándonos:
—Cuando quieran pueden venir; las mujeres bellas son más que
bienvenidas en este lugar.
Nos sentimos tan importantes; yo jamás había tenido una entrada libre y
con tal bienvenida, totalmente VIP. Sabía que bien producida me haría ver, al
menos, de 18.
Apenas entramos, vemos al DJ en éxtasis en la mitad de la pista, con sus
pelos rubios y rizados; se nota que estaba totalmente entregado a la música.
Empezamos a caminar hacia el bar y, mientras vamos avanzando, noto que
Cristián no me suelta de la mano. En ese momento lo agradezco: no quiero
perderme en ese lugar. Llegamos al bar y Galo se lleva a mi amiga a bailar a
la pista. Yo pido una coca cola, como de costumbre. Él pide una piscola,
una mezcla de pisco y coca cola, muy típica de Chile.
Empezamos a hablar un poco más cerca porque si no es imposible
escuchar con la música tan fuerte. En ese instante veo que vienen hacia
nosotros Diego y Barbie.
¡Carajo! Él se ve mejor que nunca; lleva una camisa blanca de lino abierta
que hace mostrar su dorso perfecto y unos jeans gastados que le quedan a la
medida. Lleva un collar artesanal queparece ser una simbología japonesa.
Mientras se acerca, no deja de mirarme… como jamás nadie lo había hecho.
Siento que mi cuerpo comienza a temblar; otra vez, las piernas no me
responden. Me siento una estúpida, no puedo evitarlo porque él ejerce ese
efecto en mí.
Trae su mejor sonrisa; detrás de él, Barbie, como siempre, parece una
modelo. Lleva un vestido corto color rosa que hace juego con sus mejillas.
Ella me lanza una mirada medio despectiva. En cambio, Diego se acerca y
me da un beso muy evidente, como si quisiera que durara más de la cuenta,
como si quisiera dejarlo marcado en mi cara. Me sorprende mucho su
actitud; después de cómo se comportó conmigo en la tarde, pensaba que me
odiaba.
Me dice fuerte:
—Hola, Mila, ¿ya se te pasó el enojo conmigo? ¿O todavía piensas que
soy un hombre egocéntrico, egoísta e insoportable?
Lo miro sorprendida. Menos mal que la oscuridad del lugar y las luces de
colores no delatan lo rojo de mis mejillas.
—No te conozco; sólo fue mi primera impresión. Pero no te preocupes, no
creo que te importe realmente lo que yo pienso de ti, ¿o sí?
Al terminar la frase, Barbie nos interrumpe y mira a Diego como si yo no
existiera.
—Amore, vamos a bailar, amo esta canción.
Diego la mira como quien mira a una niña pequeña que está molestando a
su padre cuando él tiene una conversación de adultos. No responde nada y
vuelve la vista hacia mí, como si no estuvieran Bárbara ni Cristián.
—¿Qué tomas?
Lo miro extrañada, pero le respondo.
—¿Cuántos años tienes?— vuelve a preguntar.
Contesto de la manera más indiferente posible. Con la mayor naturalidad:
—17.
Comienza a reírse y me mira como si yo fuera un bebé. No sé por qué me
provoca tanto enojo, pero él tiene ese poder sobre mí.
—Sí, claro, yo soy una niña y tú eres un viejo que se comporta como un
bebé.
Me dice de inmediato:
—No te lo digo en mala onda, sólo que pensé que eras mayor, por tu
personalidad, te comportas como una mujer. Sabes protegerte perfectamente
para tener sólo 17.
En ese momento, Cristián interrumpe y me agarra de la mano.
—Vamos a bailar, que a eso hemos venido.
No me da tiempo de pensar y ya estoy en la pista bailando. La música está
perfecta; suena Soda Stereo, que siempre me pone de buenas. Bailo y cierro
los ojos; quiero desconectarme de todo.
Ella durmió al calor de las masas
y yo desperté queriendo soñarla.
Algún tiempo atrás pensé en escribirle
que nunca sorteé las trampas del amor,
de aquel amor
de música ligera
nada nos libra
nada más queda.
Mientras sigo escuchando la canción, a lo lejos veo a Galo muy feliz con
Coti. Ella, con una sonrisa que no veía hace mucho, pero que conozco
perfectamente. Está coqueteando, se toca el pelo mientras baila, se acerca a
él; toda esa seducción en ella es alucinante.
Cristián baila con mucha emoción, veo cómo me mira. Cada cierto tiempo
se acerca mucho para contarme algo; tiene la excusa perfecta porque la
música traiciona las palabras. Siento cómo pasa delicadamente su mano en
mi espalda. La verdad, es todo lo que cualquier mujer quisiera, pero no sé
por qué no logro sentir lo que creo que yo estoy provocando en él.
Mientras me está hablando al oído para contarme algo acerca de Cerati,
siento unos ojos profundos que me están mirando, muy cerca de nosotros.
Reconozco de inmediato esa profundidad y esa intensidad en su mirada.
¿Qué es ese poder estúpido que logra desestabilizarme cada vez que se lo
propone?
Nuestras miradas se cruzan. Está abrazado de Barbie mientras ella no deja
de acariciarle la nuca con su mano. Siento una extraña sensación de
molestia en el estómago, como si alguien me golpeara con todas sus
fuerzas. Trato de desviar la mirada y concentrarme en la conversación con
Cristián.
Veo cómo nos mira Diego y no sé por qué empiezo a coquetearle a
Cristián. Como si quisiera demostrarle a él que yo no soy una niña, que sí
puedo seducir a los hombres. Me río, me toco el pelo, bailo muy cerca de
Cristián y veo cómo él reacciona a mi cuerpo. Miro a Diego para
asegurarme de que esté mirando la escena. Nos encontramos en una mirada
profunda e intensa. Veo que toma a Bárbara de la cara con gran poder y
determinación, y la besa larga y apasionadamente.
Siento que toda la sangre se me va a la cabeza y me mareo, siento
náuseas, pero no puedo dejar de mirar. La forma como la toca, como se
acerca a ella, como la besa… es un maestro en este arte.
Barbie claramente está en otro planeta. Júpiter o algo así; se ve que está
en la gloria. Me provoca una sensación de envidia porque jamás alguien me
ha besado de esa manera. Ni siquiera Miguel, que fue mi novio durante más
de un año.
Le digo a Cristián que por favor salgamos, que necesito aire. Me toma de
la mano y salimos. Quiero correr, pero es imposible con la cantidad de
gente que hay.
Cuando logramos salir, siento la brisa marina que recorre mi piel; quisiera
en este momento estar bajo mi cama y taparme hasta las orejas. Eso me
hace sentirme segura. No logro entender qué me pasa con este hombre tan
egocéntrico; jamás me gustaron los de su tipo y ahora no logro controlarme
cuando estoy con él.
—¿Te sientes mejor? —me pregunta Cristián con cara de preocupación—.
Voy a ir a buscarte un vaso de agua.
Regresa muy rápido.
—Gracias —le digo, mientras tomo agua—. Sólo me sentí mal por la falta
de aire que hay en este lugar.
Cristián se acerca mucho y me abraza. De a poco empieza a acercar sus
labios a los míos y en el instante muevo la cara.
Él me mira perturbado.
—Perdona, no me pude contener. Eres tan linda, no sólo por fuera. Tienes
una personalidad que enamora a cualquier hombre.
—Cristián, gracias por tus palabras, pero en este momento no quiero
involucrarme sentimentalmente con nadie. Acabo de terminar una relación
de un año con el que fue mi primer novio y justamente este verano quiero
disfrutar de mi libertad. Quiero ir donde quiera y no tener que pensar en el
amor ni en ninguno de los problemas que vienen siempre asociados.
—Mila, espero que me conozcas y que cambies de opinión. Desde el
primer momento que te vi, me encantaste.
—Quiero ser sincera contigo, me gustaría tenerte como amigo. Por ahora,
no puedo ofrecerte nada más. Perdona si te hice creer otra cosa —dije y en
un flashback me vi coqueteándole por llamar la atención de Diego.
—Acepto tu amistad, pero espero que antes de que termine el verano
cambies de opinión.
Percibo tanta sinceridad en sus palabras que lo abrazo con ternura.
Cuando miro, al frente de nosotros están parados Galo y Coti, y al otro
extremo, Diego y Barbie. Diego parece haber tomado más de la cuenta.
Barbie permanece colgada de su cuello, pero apenas yo me separo de
Cristián, Diego se acerca totalmente descompuesto y me grita en la cara:
—¡Pensé que eras una niña más difícil, no que caías en la primera cita!,
pero veo que eres como todas.
Siento cómo la sangre empieza a fluir por todo mi cuerpo, un descontrol
total de mi ser, tengo ganas de golpearlo y no sé cómo le lanzo el vaso de
agua en plena cara.
Diego se impacta y me mira con odio. No sé si quiere matarme o besarme,
pero es seguro que ya conseguí que me detestara de por vida.
Todos se quedan en silencio, menos Barbie que me grita.
—¡¿Qué te crees niñita, que puedes llegar y agredir a Diego como si
fueras su dueña?!
—¡Tú no te metas!; ¿quién te crees que eres? —me sale del alma gritarle
con todo mi enojo—. Mejor será que mantengas ocupado a tu noviecito.
Desde que llegué, lo único que ha hecho es estar preocupado de mí y de ver
cómo me puede joder la vida. Al parecer no tiene mucho con que
entretenerse.
Busco a Coti y le digo que nos vamos. Cristián y Galo dicen a la vez:
—Nosotros las llevamos.
—No, gracias, podemos irnos solas —respondo fuerte.
Camino decidida y escucho cómo discuten entre ellos, pero no escucho
nada claro. Sólo siento en mi cabeza un zumbido que amenaza con hacerla
estallar en cualquier segundo.
Cuando llegamos a la casa, mi mamá nos está esperando y nos pregunta:
—¿Llegaron bien? Llegaron antes de la hora, qué bien.
Mira mi cara desencajada.
—¿Qué pasó? —le pregunta preocupada a Coti.
—Nada, tía, todo está bien. Sólo que Mila se sintió mal y nos vinimos
antes.
—Sí, mamá, no te preocupes. Me sentí abrumada, había mucha gente.
Mañana te cuento; ahora estoy cansada y lo único que quiero es acostarme y
dormir.
Coti me conoce tan bien que no pronunció ni una sola palabra en el
camino a casa. Mientras nos preparamos para meternos a la cama, me mira
y me dice:
—¿Qué te pasó, Mila? Nunca te vi actuar así.
—Perdóname, amiga; sé que te lo estabas pasando increíble y arruiné tu
noche. No quiero hablar del tema. Pero cuéntame tú, ¿cómo te fue con
Galo? Los vi muy felices.
Coti sabe perfectamente que algo me pasa y no quiere perder el hilo de la
conversación.
—Yo sé que Diego es grosero; nunca debería haberte dicho eso; se
comportó muy raro, demasiado entrometido. Parecía un novio celoso. Y a
ti, Mila, te vi reaccionar como si tuvieras fuego en la mirada.
—Amiga, para nada —trato de disimular—. Sólo me dio mucha rabia;
creo que es un hombre insoportable; cree que puede decirles a las mujeres
lo que se le da la gana; es un idiota. Mejor nos acostamos y seguro que tú
vas a soñar con Galo; mañana será otro día y lo tendrás para ti solita. Te
adoro y estoy muy feliz de que por fin ustedes estén cerca y él pueda ver lo
increíble que eres.
Aquella noche no dormí bien, ni siquiera sé cuándo dejé de llorar, no sé
por qué sentía tanta rabia. A la mañana siguiente, abrí los ojos y me
pesaban, pero traté de mostrarme alegre, como si nada hubiera pasado.
El desayuno en familia, todo perfecto, la mesa con diversidad de frutas
como le gustaba a mi madre en el verano. No tenía hambre, pero hice el
mejor esfuerzo para que nadie lo notara.
Coti nos contaba sus aventuras de la noche anterior. Otra vez. Todas la
mirábamos alucinadas con su historia de amor.
—Entonces, Mila, nos ponemos nuestros trajes de baños y nos vamos a la
playa.
—Claro, ponte el traje de baño blanco —le digo—; te vas a ver radiante
para Galo.
—Y tú ponte el negro que te queda increíble.
—Gracias, amiga, pero yo no importo, no tengo a quien conquistar. Tú
eres la que debe verse espectacular hoy; seguro que tendrás un día increíble
junto a tu examor platónico —le digo y nos reímos con ganas.
—Mila, no me has contado. ¿Qué tal te fue con Cristián ayer?
—La verdad, me cae muy bien. Es muy guapo, pero no siento eso que se
supone que sucede cuando tienes química con alguien; esa electricidad no la
siento.
—¿Y con Diego?, ¿no la sientes?
La interrumpo rápidamente:
—Cómo se te ocurre, él no me soporta, ni yo a él y mucho menos después
de la escenita de ayer. Te voy a pedir un favor, te prometo que yo soy muy
feliz de que estés con Galo, pero no me obligues a estar con Diego. A la
próxima no me contengo y la conversación va a terminar en una cachetada.
Me río nerviosa y cambio de tema.
CAPÍTULO 3
Ni egocéntrico ni patán
¿T evisto
puedo decir otra cosa? Tienes la sonrisa más linda que jamás haya
—dice Diego Cienfuegos, mientras tiene mi mano agarrada y sus
ojos fijos en mis ojos. Mi cuerpo tiembla. Debo escapar en ese momento,
antes de que despliegue sus artilugios de seducción. De libro, sin duda.
—Aceptadas las disculpas —digo y camino hacia la fogata. Me sigue de
cerca y siento su respiración agitada.
Mientras regresamos, Nicole viene corriendo a encontrar a Diego.
—Me debes una canción. Hoy es el día de pagar esa deuda.
Le pasa la guitarra y Diego la toma, no antes sin darme la última mirada
como intentando no perderme de vista.
Me siento al lado de Bicho, que me invita a unirme al grupo. Se da vuelta
a mirarme y me pregunta:
—¿Cómo te fue? —dice sonriendo.
—Muy bien.
—¿Te pidió disculpas Diego?
—Sí —respondo con preocupación.
—Mira, Mila, nunca vi a una mujer poner en su lugar a Diego y, la
verdad, tampoco nunca vi que a él le afectara tanto.
Decido no seguir la conversación.
En eso empiezo a escuchar una melodía que suena como una caricia en
mis oídos. Sui generis. Miro hacia donde está él. Canta tan inspirado y veo
cómo Nicole está sentada a su lado contemplándolo, como si fuera el último
hombre de la Tierra. Él me mira…
***
Estamos sentadas desayunando como de costumbre. Alguien toca la puerta;
Javiera corre a abrir y vemos entrar a Galo y Diego.
Coti se levanta de un golpe y sale corriendo. Yo me quedo pasmada. Mi
mamá los hace pasar y les ofrece sentarse a la mesa. Ellos dicen que no se
preocupen, que ya desayunaron.
Mi madre les dice:
—Pero jamás como este desayuno —y llama a Rosita para que sume dos
lugares. Diego me mira más tímido; claramente se siente invadiendo mi
espacio, pero yo estoy feliz.
Todos conversamos animados; ellos muy lindos y simpáticos. Explican
que vinieron hoy por nosotras porque nos quieren llevar a un lugar precioso
que tiene una playa virgen y que vamos a ir en el todoterreno de Diego,
ideal para meterlo en la playa. Diego, muy respetuoso, le pregunta a mi
mamá:
—¿Sí le da permiso para ir con nosotros? Prometo que las vamos a cuidar
con nuestra vida.
Mi mamá está feliz con el plan.
—Bendita juventud —dice con una sonrisa en la cara.
Tomamos nuestras cosas y partimos.
—¿Dónde nos vamos a juntar con los demás del grupo?
Diego me mira divertido.
—¡¿Quiénes son los demás?! Sólo vamos los cuatro; no necesitamos a
nadie más.
Las benditas mariposas son las que se me desataron. Diego maneja y yo
soy su copiloto, vamos con el viento en la cara y a mí me emociona tener a
este hombre hoy solo para mí. Viste unas bermudas beige y una camisa de
lino blanca. Perfecto, como siempre.
Llegamos a una playa que está entre montañas. Él entra con el jeep en el
agua y nos reímos tanto que hasta bailo y canto. Por unos segundos no me
importa mostrarme tal cual soy. Él me mira y goza con mi cara.
Nos instalamos en la playa y ellos sacan un picnic que prepararon de
sorpresa. Ponen un mantel y empiezan a desplegar frutas cortadas y peladas,
quesos deliciosos, galletas y hasta postres. Realmente se esmeraron.
—¿A qué hora se levantaron para hacer todo esto?
—Tengo que decir la verdad. Fue Diego quien se levantó antes de las 7 de
la mañana para salir a comprar y preparar todo. No sé cómo se despertó con
tanta energía. Quería ir por ustedes a las 9 de la mañana. Le dije que si no
quería que nos mataran, que esperaríamos hasta las 11, una hora prudente.
—Cierto. No sé qué me pasa, pero amanecí con una adrenalina en el
cuerpo que no me dejaba dormir.
Al decirlo me mira de reojo y siento cómo comienzan a arder mis
mejillas.
—¡Qué estilo! —digo y me río fuerte para disimular.
—¿Cómo descubrieron esta playa?
—Es primera vez que vengo —dice Galo.
—Yo la conozco desde hace muchos años. Venía cuando era niño con mi
mamá. Pasábamos acá días enteros con mis hermanos y mi familia. Luego
pasó mucho tiempo en el que no quise regresar. Hasta hoy, que es un día
especial.
Trago saliva, noto en su voz una nostalgia que evoca otra vez esa tristeza
que ya le conozco cuando habla de su infancia. Se levantan Coti y Galo
porque deciden ir al mar. Diego se queda pensativo.
—¿Te acuerdas de tu mamá? —pregunto casi sin pensarlo.
—Recuerdo su olor, sus manos siempre suaves, su voz tan dulce cuando
me cantaba por las noches. Su sonrisa iluminaba nuestra casa. Ella era el
alma de la casa, la alegría. Luego que ella se fue, todo murió en mi hogar.
Nunca más una canción de noche, nunca más palabras de amor.
Me invade su pena. Me acerco y le tomo la mano.
—Imagino lo difícil que debe ser y lo mucho que debes extrañarla. Una
mamá es insustituible.
Él me mira y tiene los ojos brillantes. Al sentir mi mano me mira con
ternura, acerca mi mano a su boca y le da un beso largo. Tierno y
apasionado a la vez. Nos quedamos mucho tiempo sólo así, de la mano y
mirando el mar. Pasamos una tarde increíble, jugamos en el mar, los cuatro.
Siento que cada minuto que paso con él es mejor que el anterior.
Llegamos a la casa; quedamos hoy en ir a bailar, porque es el cumpleaños
del Bicharraco, así que rentaron el bar para hacer una fiesta sorpresa.
Apenas nos quedamos solas, caminamos ambas cantando como locas, como
lo que somos: dos enamoradas, locas por la vida.
Me lavo el pelo y lo cepillo mucho para que quede brillante y suave.
Escojo un vestido negro para esta noche porque me siento sexy y
misteriosa. Me maquillo natural, pero creo que hoy mis ojos brillan más que
nunca. Estoy segura de que cuando estoy feliz es cuando más bonita me
veo. Y esta noche estoy deslumbrante.
Quedamos de vernos en el bar, literalmente a dos cuadras de nuestra casa,
porque ellos deben preparar todo. Me acompaña el hormigueo en el
estómago. Y no me deja ni un segundo.
CAPÍTULO 6
El niño herido
***
El agua está helada, pero la disfruto tanto. Mateo y León están tan felices.
Los miro cómo se bañan con su hermano mayor. Se ve que son su
adoración; ellos lo miran como si él fuera su superhéroe. Vienen corriendo a
buscarme a la orilla. Disfrutan tirándome agua, yo juego como una niña,
corremos, nos mojamos y terminamos agotados.
Les ayudo a ponerse sus camisetas, tomamos las cosas y nos vamos a
comprar unos helados. Ya empieza a atardecer y Diego me pide que lo
acompañe a dejarlos. Me da terror entrar a esa casa, pero no me queda otra
alternativa. No quiero dejarlo solo.
Llegamos a la casa y nos recibe Juanita, como siempre, con un abrazo.
—Ojalá los hayan cansado mucho, para que hoy no me toque batallar con
ellos para hacerlos dormir.
—¡Claro! Misión cumplida.
Me despido de los mellizos y me abrazan tan fuerte que me río con ellos.
Me piden prometerles que el paseo a la playa se repetirá otro día. Así será.
Les dice Juanita que suban a bañarse y a ponerse pijama.
Nos quedamos los tres en la entrada de la casa y Juanita le dice a Diego.
—Mi niño, regresa a la casa. Nos haces falta acá —Diego se niega con la
cabeza—. ¿Por qué no hablas con tu papá y arreglan las cosas?
—¿Cuándo hemos arreglado las cosas?, mi papá es incapaz de pedir
perdón. Lo único que hace es siempre echarme en cara lo que gasta en mí y
que yo no hago nada. No quiero discutir con él. Juanita, por favor, ¿me
puedes arreglar una maleta con algunas cosas? Yo te espero acá, no quiero
verle la cara.
Nos sentamos en una banca en el jardín de la casa. Miramos el paisaje, se
ve que Diego está intranquilo. La verdad, yo igual.
Sentimos que se abre la puerta de la entrada y aparece el papá.
—Hola, soy Nicolás Cienfuegos, soy el padre de Diego. Perdón por lo de
ayer, no fue la mejor presentación. Te pido disculpas.
Me pongo nerviosa, pero a la vez siento rabia por lo que le hizo a su hijo.
Le doy la mano y le digo:
—Hola, yo soy Mila de los Ríos —y me callo.
—Ella es mi novia —dice Diego.
Eso me impactó incluso a mí.
—¡Vaya! Hasta que por fin tienes novia.
—Qué gusto, Mila, ayer tuvimos un viaje largo y muy cansador.
Reaccioné muy mal —mira a Diego, como si eso fuera una disculpa para él
—. Muy guapa tu novia, Diego, te felicito. Si quieren pasar, Juanita cocinó
un pastel delicioso de chocolate.
Diego se adelanta.
—No podemos, gracias.
Su padre está evidentemente decepcionado.
—Muchas gracias por llevar a los niños a la playa, llegaron felices —dice
y se despide amablemente.
Empezamos a caminar a mi casa; tantas preguntas vienen a mi cabeza. Le
pregunto a Diego por sus hermanos; no entiendo qué edad tenía cuando
murió su madre.
—Es una historia larga y compleja, pero debes saberla. Ellos son del
segundo matrimonio de mi papá. Pero, al igual que mi madre, la de ellos
murió hace dos años. Se suicidó, sufría de depresión endógena y un día no
aguanto más. Yo la quería mucho, era una mujer muy buena. Cuando estaba
bien, era increíble... Como verás, la muerte ronda siempre en esta familia.
—¿Y qué le pasó a tu mamá?
Se incomoda.
—Yo tenía 10 años y ellos viajaron a Europa por unos negocios de mi
padre. Yo me quedé con mi abuela y con Juanita. A mi mamá no le gustaba
dejarme solo. Y a ese viaje en particular ella no quería ir, pero mi papá le
rogó que fuera, ya que tenían muchas reuniones con los socios y sus
familias. Me acuerdo de que ese día se despidió, me abrazó y me dio
muchos besos. Me dijo que yo era el niño más lindo y amado del universo.
Que pronto llegaría con muchos regalos y que, cuando regresara,
construiríamos juntos una casa en el árbol, que yo siempre había querido.
Mi mamá era todo para mí, era tan dulce…
Su voz se comienza a quebrar y yo siento una puntada en mi corazón. Sé
que esto le está haciendo mucho daño.
—Tenían que regresar en cinco días, pero pasaban los días y no
regresaban. Yo me daba cuenta de que mi abuela estaba ausente, muy triste,
que lloraba a escondidas. Pero cada vez que preguntaba, me decía que todo
estaba bien. Me decían que mi padre tenía mucho trabajo y que debían
quedarse unos días más. Cuando ya habían pasado varios días más, mi
padre llegó un día solo. Era otro, había bajado mucho de peso. Parecía que
en unos días hubiera envejecido diez años. Yo corrí a abrazarlo y lo primero
que pregunté fue por mi mamá. Él me respondió que tuvo que quedarse en
Europa porque iba a estudiar arte, que es lo que siempre quiso. Yo empecé a
llorar desconsolado: no podía creer que mi madre, que me había prometido
volver tan pronto, pudiera, hubiera decidido quedarse en otro país, lejos de
mí. Muchos días me sentí abandonado, pensaba qué malo había hecho para
que ella quisiera irse tan lejos. Este momento está grabado en mi mente.
Corrí por las escaleras, quería esconderme, y llegó Juanita. No paraba de
llorar conmigo, pasamos horas llorando abrazados. Yo no podía dejar de
temblar. No sólo había perdido a mi madre, lo peor es que apenas intuía que
había perdido a mi padre también.
—Diego, si no me quieres contar más…
—Claro que quiero. Pasaron cuatro años en los que me llegaban cartas de
mi mamá, diciéndome todo lo que me amaba, que me extrañaba. Cada
cumpleaños y Navidad mi mejor regalo era el de ella. Empezó a pasar el
tiempo y yo me pasaba mil historias en la cabeza. Que se había ido con otro
hombre, que tenía otra familia y más hijos, que ya no me quería, porque yo
era muy malcriado, desobediente, porfiado, que no era merecedor de su
amor. No sabes cuántas noches pasé en vela llorando por su abandono.
Mientras me cuenta esto, las lágrimas corren por su rostro y yo estoy
igual. No paro de llorar. Ahora entiendo muchas cosas.
—Cuando cumplí 15 años, mi papá me hizo una fiesta. Vino uno de mis
primos, que ya estaba en la edad de probar todo. Se tomó unas copas de más
para armarse de valor porque estaba enamorado de una niña que estaba en
la fiesta. Para mi mala suerte, a ella le gustaba yo. Como nos vio bailando,
se puso como loco y me gritó en plena fiesta: “¡Eres un maldito huérfano!
Tu mamá murió hace cinco años y te han engañado todo este tiempo”. Esa
noche cambió mi vida para siempre. Por un lado, no lo vas a creer, pero me
puse feliz, porque mi mamá no tenía otra familia, ni otros hijos, ni me había
abandonado. Ella había muerto. Por otro lado, empecé a odiar a mi padre
porque nada justifica una mentira tan grande y dolorosa. Al poco tiempo,
me enteré de que él tenía novia y que ella estaba embarazada. La mamá de
los mellis. Desde ese día, empecé a incubar en mí una rabia incontrolable.
Con mi familia y con el mundo. Estaba enojado con la vida y con ese Dios
en el que alguna vez creí.
Una luz de un farol hace brillar las lágrimas que corren sin descanso por
sus mejillas. Las seco con todo el amor que puedo entregarle a ese ser, a ese
niño herido, sabiendo que ni yo ni nadie va a poder curar ese dolor que
desgarra su alma.
—Después de todo esto, hice muchas cosas de las cuales no estoy nada
orgulloso. Necesitaba hacerme daño: me metí todo tipo de drogas, me iba
de fiesta y me perdía en la noche. Me involucré con todas las mujeres que
conocía y las abandonaba en una constante búsqueda de amor desesperada.
Lo único que he logrado en todo este tiempo es hacerle daño a todos los que
se me han acercado para ayudarme. Una noche de esas noches terribles,
estaba manejando, muy ebrio; iba en el auto con una mujer que había
conocido en una fiesta. Perdí el conocimiento y me estampé contra una
muralla. Aún tengo como flashes aquellos instantes en los que abro los ojos
y a ella la intentan sacar del auto inconsciente, llena de sangre.
Afortunadamente, atrás venía Bicho que rápidamente dio aviso a la
ambulancia y a mi padre.
Recuerdo estar atrapado en el auto y ver cómo todos corrían. Mi papá
lloraba; es la única vez que lo he visto llorar. Me abrazaba como no lo hizo
nunca más después de eso. Por segundos agradecí sentir que sí le
importaba.
Empieza a sollozar, como un niño, y yo también. Estuvimos mucho
tiempo abrazados. Cuando logró calmarse me dice:
—Paulina, como se llama la joven que me acompañaba, quedó inválida.
Le cambié la vida a una niña de 17 años para convertirla en una mujer
paralítica. Mi padre se hizo cargo de todos los gastos e hizo un arreglo con
la policía y en los tribunales, a los que prometió mi internación en una
clínica de adicciones. Pasé tres meses ahí y sí me ayudó en ese tiempo; era
feliz encerrado; no me atrevía a enfrentar todo lo que había hecho con esa
joven. No sé si algún día podré perdonármelo.
Nos quedamos tomados de la mano mirando el horizonte, largo rato.
—Yo sé, Diego, que muchas cosas pasan en nuestras vidas que
quisiéramos cambiar, que nos encantaría poder retroceder el tiempo, pero,
lamentablemente, es imposible; es muy fuerte lo que has pasado, pero lo
importante es salir adelante. Muchas veces, esos episodios dolorosos nos
hacen ser quienes somos ahora y nos forjan la personalidad. Todo lo que tú
has vivido debes compartirlo con la gente que está pasando momentos
difíciles como tú; que tu experiencia sirva para que la gente no cometa los
mismos errores.
Me mira con esos ojos dulces.
—Por eso pienso que no te merezco. Eres una mujer tan transparente y
madura, a pesar de tu edad. Estar contigo ha sido mi primer capítulo lindo
desde que tenía diez años... no recuerdo haber sido tan feliz.
Yo siento que no puedo más de amor; quiero abrazarlo y quitarle toda esa
pena que lleva dentro. Lo beso largamente y siento que en ese beso estamos
entregando todo nuestro amor. Por primera vez en mi vida estoy segura de
que Diego Cienfuegos jamás se irá de mi vida. Ni yo de la suya…
CAPÍTULO 8
T odos los días eran impresionantes; Diego se las arreglaba para tener
una sorpresa nueva cada día. Lo veía contento y, como un niño,
expresaba sus emociones sin restricciones. Yo estaba eufórica, extasiada,
completamente enamorada de él. Sentía que estaba, sin duda, en mi mejor
momento.
Un día invitamos a sus hermanos y a mi familia a esa playa a la que
fuimos la primera vez. Delante de todos, le pide autorización a mi madre
para que sea su novia, que promete cuidarme con su vida, que es capaz de
morir por mí. Él tiene esos extremos, sabe amar como nadie.
Mi madre le tiene un cariño muy grande. Lo observa y me dice:
—Los ojos no mienten. Se ve cómo te adora y creo que te necesita. Es un
joven que ha sufrido mucho y tú has sido su mejor regalo. Y él para ti.
En este momento no puedo pedir nada más en la vida.
Estamos en la playa viendo el atardecer, en nuestros últimos días de
vacaciones, y llega Juanita corriendo, muy acongojada.
—No podemos encontrar a tus hermanos; llevan tres horas desaparecidos;
por favor, ayúdenme a buscarlos. No logro comunicarme con tu papá.
La cara de Diego es de terror. Salimos como locos a buscarlos en todos
lados. Empezamos en la playa, luego vamos a la heladería favorita de los
mellis, la plaza y nada. Diego está desesperado. Decidimos regresar a la
casa corriendo. Nos dividimos en los distintos cuartos, corremos por todos
lados. Cuando llego al patio, veo una imagen que me remueve el corazón:
Diego está con Mateo y León, abrazados, llorando de felicidad.
Ellos están felices porque por fin Diego regresó a su casa, después de la
discusión. En ese momento aparece su padre y veo su cara de alivio al ver
cómo se hizo cargo de la situación su hijo mayor. Yo podría asegurar que lo
miraba con cara de amor, pero ahí había muchas cosas que sanar antes de
poder tener una relación real y sin culpas. Veo la escena a distancia,
mientras Juanita me abraza y llora.
El padre sólo le dice:
—Perdón, hijo; te ruego que regreses a la casa; no lo hagas por mí, hazlo
por tus hermanos.
Diego, mientras los sigue abrazando, asiente con la cabeza.
Ya en mi casa conversamos con Coti, felices, pero víctimas de la nostalgia
mientras hacemos las maletas. No podemos creer que sea nuestro último día
de vacaciones. Estamos seguras de que nos acordaremos de esta aventura
por el resto de nuestras vidas. Cuando salgamos juntas a pasear a nuestros
hijos a la plaza y cuando seamos viejitas y nos acompañemos, en nuestro
café favorito, comiendo rollitos de canela.
Nos abrazamos.
Hoy la despedida será con una fogata en la playa. Estoy emocionada
porque Diego dice que me tiene una sorpresa.
Pasa como siempre; Diego y Galo llegan a buscarnos a mi casa. Diego
trae un pastel de Juanita; ella lo ha enviado para mi familia. La adoro;
agradezco que esté en la vida de Diego porque ha sido la única mujer que le
ha dado cariño de madre.
Llegamos a la playa, nos sentamos en la arena, conversamos, nos reímos y
Diego desaparece. Minutos después entra a escena con su guitarra cuando
ya estamos todos reunidos. Él se pone de pie y pide unos minutos de
atención porque necesita hacer un anuncio. Todos dejan de hablar en cosa
de segundos y lo miran atentamente. Él tiene ese don de liderazgo que
ninguna academia te puede enseñar.
—Hoy es nuestra última noche de vacaciones. Particularmente para mí, ha
sido el mejor verano de mi vida. Agradezco este lugar y estos increíbles
días donde conocí a esta mujer que me tiene totalmente perdido, enamorado
hasta el delirio (se escucha el asombro de la audiencia y algunos hasta
aplauden). Este verano me hizo volver a creer en cosas que no sabía que
existían; es como si volviera a nacer y esto es gracias a Mila.
Voltea a mirarme y mi corazón baila. Las mejillas me arden.
—Quiero gritar al mundo cuánto la amo y quiero compartir con ustedes
esta canción que hice para ella.
Comienza la canción que habla de un amor tan real como mágico, de un
amor que va más allá de un amor de esta tierra.
Sortilegio
***
Llegamos a la cena y están Coti y Galo. Como lo sospechaba, se arreglaron
justo a tiempo. Nos sentamos con todo el grupo de mi generación. Mis
compañeras cuchicheaban y miraban a Diego. Y yo siento una felicidad por
dentro de saber que ese hombre es completamente mío.
Mi interior y mi exterior sonríen. Mis compañeros de toda la vida retan a
Diego para que tome. Se burlan de que yo lo tengo de los cojones. Le digo
que no se preocupe, que esta noche puede disfrutar para que lo dejen de
molestar.
—Mila tiene un carácter; imagino cómo te tiene —le dicen. Me río porque
me conocen bien.
Terminamos de cenar a las 12 y ahora nos vamos al mejor bar de la
ciudad, donde tenemos un privado. Rentamos un minibus para todos.
Menos mal que Diego no está manejando. Se tomó en serio lo de relajarse
con las copas. Llevamos casi un año de novios y siempre se controla porque
sabe que odio que se emborrache.
Llegamos al lugar y está lleno a reventar; nos instalamos en el VIP y llega
un mesero con las botellas que ya estaban compradas con antelación porque
se supone que la fiesta acaba a la mañana siguiente.
Diego está feliz compartiendo con mis amigos, ya es parte de ellos. Galo
baila con Coti, enamorados como el primer día. Mi galán a cada segundo
me está mirando y me besa; para él parecen no existir todas estas mujeres
guapas que bailan alrededor esta noche. Le digo a Coti que me acompañe al
baño y Galo se suma al grupo de los shot de tequila. Está superlleno el
baño; hay una fila enorme antes que nosotras.
Cuando volvemos a la mesa, hay un grupo de mujeres sentadas alrededor
de Diego. Él ya está con las mejillas rojas; cómo no, si se ha tomado hasta
el agua del florero. Se pone de pie cuando me ve, me abraza y le grita a
todos lo enamorado que está de mí, que soy la mujer de su vida.
Le tomo la mano y me lo llevo a bailar. La verdad es que ya está bastante
borracho. Se pone extremadamente cariñoso. Sus manos avanzan muy
rápido, le pido que se controle un poco porque ya están todos mirándonos.
—Es que no puedo, estás demasiado guapa y te deseo más que nunca.
Lo trato de persuadir hablando otras cosas, pero la verdad es poco lo que
me entiende.
Llega corriendo una amiga y me dice:
—Coti está en el baño llorando, creo que tuvo una pelea con Galo.
Salgo como una bala hacia el baño y Diego se queda parado en la pista.
—Amiga, ¿qué pasó?
—Es un imbécil, lo odio, ¿por qué me tuve que enamorar de él? Soy una
tonta —dice y no para de llorar.
Decido que lo mejor es sacarla de ahí. Hay mucha gente y necesita tomar
un poco de aire. Vamos a la puerta, trato de caminar lo más rápido que
puedo porque está hecha un mar de lágrimas.
—Pero cuéntame, ¿qué pasó?
—Me dijo que iba al baño y cuando fui a buscarlo estaba con Antonia en
plan de conquista. Más; encima, cuando le reclamo, me dice que está
aburrido de mis celos, que ya no aguanta, que lo controlo y que no lo dejo
respirar.
La abrazo y me imagino cómo está sufriendo. Me duele en el alma, sé lo
que significa Galo para ella. Además, ya se acostó con él y fue su primera
vez. Por eso llora con más ganas.
—Vamos a casa —le propongo.
—No te voy a arruinar esta noche, no te preocupes. Anda con Diego y
sigan disfrutando; yo me voy a quedar un rato acá y le pido a mi papá que
venga por mí.
—¡Cómo se te ocurre que te voy a dejar así en estos momentos!
Me senté con ella y empezamos a hacer un comentario especializado de
los más jugosos de la fiesta y así logro que se ría.
—Coti, eres una gran mujer. Si un hombre te hace sufrir de esa manera,
no vale la pena.
Yo quiero mucho a Galo, pero noto que este último tiempo está muy raro
con ella.
—¿Te acuerdas cuando prometimos que ningún hombre merecería
nuestras lágrimas? Él se lo pierde, por tonto. Hoy llora todo lo que quieras,
pero mañana será otro día y vendrán cosas nuevas. Justo ahora que entras a
la universidad vas a conocer a muchos hombres más.
—Es que yo no quiero a nadie más, lo quiero a él.
—Eso dices ahora, pero si él no te valora, no te dejes pisotear. Menos
permitas que sea así de grosero contigo.
—Entramos un rato, nos tomamos algo y luego nos vamos; ¿te parece?
—Sí, amiga, gracias por siempre estar conmigo, en los peores y en los
mejores momentos de mi vida.
Nos abrazamos y decimos nuestro grito de guerra: “¡Siempre juntas!” y
nos reímos.
Llegamos a la mesa y veo a dos compañeros durmiendo, un par de bultos
después de todo lo que tomaron. Una de las chicas “populares” del curso se
besa apasionadamente con el más nerd de todos mis compañeros. Qué risa,
estas cosas sólo pasan en una fiesta de graduación. Pido algo para tomar y
no veo a Diego por ningún lado.
—No me preocupo; seguro que debe estar en el baño o con Galo.
Bailamos con Coti al lado de nuestra mesa. La veo más tranquila.
Ya ha pasado media hora y no aparece Diego.
—¿Quieres que te acompañe a buscarlo?
Me pongo a pensar que la última vez que lo dejé estaba en la pista de
baile.
—Vamos, así le decimos que ya nos vamos a ir.
Recorro la pista de baile y no lo veo. Vamos al baño y tampoco. De
repente, Coti me indica y me doy vuelta.
Diego está en la barra, al lado de una rubia despampanante, con unos
jeans apretados y un top corto. Sólo se le ve el pelo y su escultural figura.
Él está parado afirmado en el bar. Ella se acerca para hablarle, le sonríe, veo
como de a poco se acerca y le toca el brazo, siento arder mi estómago.
Avanzo juntando rabia hasta llegar al lado de ellos. Cuando la mujer se da
vuelta, veo que es Barbie. Mi cara pasa de rojo a blanco como un papel.
Diego me mira sorprendido, me agarra para abrazarme. Yo lo suelto con
brusquedad y saludo:
—Hola, Bárbara ¿cómo estás?
Ella me mira de arriba hacia abajo. Diego empieza a explicar:
—Me encontré con Bárbara y me contó de su vida.
—Mira, qué bueno. Los dejo para que sigan poniéndose al día. Veo que
están muy entretenidos, no los quiero molestar —digo y me arde la sangre.
Ella me mira con una sonrisa maliciosa y me dice:
—Muchas felicidades. Diego me estaba contando que ya saliste del
colegio. ¡Qué grande estás!
En su voz se nota la ironía y la burla.
Le respondo con el mismo sarcasmo:
—Sí, la verdad estoy muy feliz. Imagínate todo lo que he logrado siendo
una niñita de escuela, ni hablar de lo que voy a alcanzar ahora que voy a la
universidad.
Diego me mira estupefacto.
—¡Bueno, adiós! —les digo a los dos.
Me doy media vuelta y agarro a mi amiga para irnos; escucho cómo
Diego me habla, pero camino lo más rápido que puedo. Llegamos a la
mesa, tomo mis cosas y salgo con mi amiga. Me topo a Barbie otra vez; no
puedo creer mi mala suerte.
—¿Ya te vas? ¿Dónde quedó Diego? —¡tiene el descaro de preguntarme
por él!
—Te lo dejo —le digo en la cara. Ella me mira desafiante:
—Tú jamás le podrás dar a Diego lo que yo le doy, eres una niñita. No
sabes cómo hacer disfrutar a un hombre como él. No sabes lo bien que lo
pasamos juntos, es el mejor en la cama y estoy seguro de que conmigo lo
pasa muy bien. Él tiene gustos rudos y sólo una mujer como yo sabe darle
lo que necesita.
Me hierve la sangre, siento que el corazón me va a estallar y quiero
pegarle con todas mis fuerzas. No sé cómo logro controlarme.
—Qué raro, no sé por qué te dejó si lo pasaban tan bien en la cama. Perras
hay en todos lados, no te creas única—me río (por fuera) y salgo con Coti
disparada.
Justo se va un compañero y nos subimos rápido las dos en su auto; veo en
la entrada salir a Diego gritándome, pero ni siquiera me doy vuelta a
mirarlo.
***
Coti y yo nos tiramos en la cama de mi cuarto.
—Manerita de terminar nuestra graduación. En un abrir y cerrar de ojos,
terminábamos a los combos. Guapísimas como estamos, unas damas, pero a
los combos —dice muy seria y reclamando al aire mi amiga.
Toda la rabia que tengo se transforma en carcajadas. Juro que no es efecto
de las copas que nos tomamos. Hasta se me caen algunas lágrimas.
—Qué bueno es tenerte conmigo.
Estamos en plena conversación cuando escucho el timbre de mi casa que
suena y suena. Miro la hora, son las 5 de la mañana; veo cómo se prenden
todas las luces y mi mamá sale a ver qué pasa. Bajo junto con ella y veo en
la puerta a Diego con la corbata hecha un desastre y la camisa afuera.
No podría asegurar si está más borracho o más desesperado.
—Mi mamá le pregunta qué pasó y yo corro antes que él diga ni una
palabra.
—Cómo se te ocurre presentarte así en mi casa y a esta hora. Despertaste
a toda mi familia. Por favor vete y mañana hablamos.
—Mila, por favor, escúchame, yo no hice nada, sólo….
—Te dije que mañana hablamos, adiós.
Mi madre me mira, sin entender nada. En ese instante, le cierro la puerta
en la cara. Ella está preocupada por lo que acaba de pasar. Le digo que no
es nada terrible, sólo una pelea. Hoy no quiero hablar con él.
—Mañana te cuento los detalles, mamá. Ahora ve a tu cama y duerme
tranquila.
Nos acostamos realmente agotadas. Coti, yo y ahora mi mamá. Estresada
la pobre y eso que vio apenas el cierre de este episodio.
***
Despierto cuando mi mamá abre la puerta de mi cuarto. Coti todavía
duerme.
—Mila, está Diego abajo. No fui capaz de decirle que volviera más tarde;
tiene una cara el pobre.
—No lo puedo creer. Dile que ya bajo —me baño rápido y salgo.
Apenas lo miro, me doy cuenta de que es verdad cuando él me dice que
no puede vivir sin mí. Lo abrazo aún herida, pero lo beso con todo mi ser y
mi alma.
CAPÍTULO 11
La cacería
***
Sólo en la soledad de mi cuarto comienzo a pensar por qué reaccioné así. Se
me caen las lágrimas y necesito encontrar por qué tengo tanta pena. Creo
que lo que más me molesta es pensar en que sí he sido una presa, esta magia
podría acabar apenas aparezca otra que le parezca difícil.
Duermo mal, con una sensación extraña que nunca me había pasado con
Diego. Comienza a amanecer y lo agradezco. Sigo en la cama y pienso en
toda nuestra historia de amor, nuestro primer beso bajo la luna, sus palabras,
sus ojos profundos, sus labios que besan como nadie.
—Mila, ¿estás despierta? —me pregunta Javiera que aparece por la
puerta.
—Sí, ¿pasó algo?
—Está Diego esperándote, dice que le urge hablar contigo —me paro de
un golpe, no creo que sean más de las 8 de la mañana.
Me pongo una sudadera encima de mi pijama y veo a Diego; sus ojos
están vidriosos y está con la misma ropa de ayer. Nos miramos y corre a
abrazarme, como si no hicieran falta palabras. Lo amo tanto, lo siento tan
mío en ese momento.
Corren lágrimas por su rostro perfecto y comienza a besar cada parte de
mis mejillas. Me mira a los ojos, me dice mil veces cuanto me ama y lo que
me necesita. Todas mis dudas de la noche anterior se disipan, es mío, es tan
él, está hecho a mi medida. Estoy tan segura de que no existe otra pareja
que pueda amarse como nosotros lo estamos haciendo.
—Perdóname, mi amor, nunca te debí haber dicho lo que dije. Confío
tanto en ti y sé que nuestro amor es más grande que todo esto. Te amo y
sólo el hecho de pensar en perderte me pone como loco.
Y yo de pensarlo, tiemblo junto a él. Lo beso y lo abrazo… Cuando
logramos calmarnos, le pregunto por qué no se cambió de ropa.
—Nunca fui a mi casa; me quedé afuera toda la noche, tenía miedo de no
verte más. Estuve tanto tiempo solo perdido en la vida, sin ningún
sentimiento por nadie y por nada. Hoy siento que respiro gracias a ti. Y que
si tú no estás bien, yo tampoco. Si tú estuvieras en mi corazón, entenderías
lo que significas para mí. Me da miedo que te aburras de saber que soy
completamente tuyo para siempre.
Me corren las lágrimas de emoción, yo lo amo más que nunca. Más que
ayer y más que lo que nunca soñé que podía amar.
CAPÍTULO 12
El llamado de Atlanta
Aires de cambio
***
Cuando despierto a la mañana siguiente, no aguanto mi cabeza, no estoy
acostumbrada a tomar tanto. Me siento fatal, miro a mi alrededor y estoy en
un cuarto pequeño. Entro al baño, me enjuago los dientes, salgo a la sala y
está Paulina con su novio y Santino.
—Por fin despertó la princesa, se ríe Santino.
—Perdón por lo de ayer, se me pasaron las copas.
Paulina, que siempre es tan linda, me dice que me tome un café antes de
partir. Me lo tomo rápido y lo único que quiero es irme a mi departamento y
cargar mi teléfono. Pienso en Diego, que seguro me ha estado llamando. Ni
siquiera sabe que salí anoche.
Me apresuro a tomar un taxi y veo a Santino que se acerca corriendo.
—Podemos compartir el taxi, tengo que ir a ver a un amigo que vive a una
calle de tu edificio —para ser sincera, la idea no me encanta, pero no le
puedo decir que no.
Llega el taxi a mi departamento y Santino se baja conmigo. De la nada me
abraza y me da un beso en el borde de mis labios. ¿Qué se cree el estúpido?,
pienso.
—¡¿Qué estás haciendo?! Te equivocaste.
Me doy la vuelta y en la entrada de mi edificio está Diego, en shock.
Corro para saludarlo y siento cómo me suelta de los brazos. Camina
rápidamente donde está Santino, lo agarra de la camisa y está a punto de
darle un golpe en la cara cuando alcanzo a detenerlo.
—¿Qué te pasa con mi novia?
Santino no entiende nada. Diego lanza fuego por los ojos. Todo su cuerpo
tiembla de coraje.
—Diego, ¿qué haces? —le grito y le agarro las manos con todas mis
fuerzas. Miro a Santino y le digo que se vaya. Él me obedece de inmediato.
—¿Qué estás imaginando? Subamos y te explico todo.
—No quiero saber nada de ti. Llegué ayer para darte una sorpresa y estuve
esperándote toda la noche. Te llame mil veces, me imaginé lo peor, ¡que
estabas muerta! Llamé a todos los hospitales de la ciudad, estaba tan
angustiado y resulta que son las 11 de la mañana y tú te apareces con un
tipo. ¿Qué quieres que piense?
Lo escucho y me doy cuenta lo mal que lo debe haber pasado. Lo abrazo,
pero me separa.
—Diego, te pido que me dejes hablar y luego, si quieres, te vas, pero
necesito que me escuches.
Se queda parado. Yo lo miro y veo en sus ojos mucha tristeza. Y miedo.
—No es lo que parece, te lo juro. Entremos y hablemos tranquilos.
No me dice nada y sube conmigo. Nos sentamos en el living y él se instala
en el sillón del frente. Respiro y comienzo a contarle todo con detalles. Veo
cómo su cara va cambiando, se va calmando. Cuando termino de relatar la
historia, Diego no dice nada. Me acerco suavemente a él, no me mira, tiene
la mirada fija en la pared. Le tomo la mano.
—¿Cómo se te ocurre que podría serte infiel? Tú eres el amor de mi vida,
no dejo de pensar en ti. Me acompañas todos los días en mi viaje al canal,
en mi trabajo, en las noches, en las mañanas. Te amo como nadie jamás te
va a poder amar en la vida.
Le agarro la cara con mi mano y, al darse vuelta, veo cómo sus lágrimas
corren por sus mejillas. Nos abrazamos y el tiempo así parece eterno. Me
hacía tanta falta.
Esa noche salimos a cenar a Siddharta, un restaurante que me encanta,
inspirado en el sudeste asiático. Nos rodean imágenes de Buda y otras
deidades que aparecen en las paredes como si adquirieran vida propia a
media luz. Nos sentimos acompañados por la divinidad. No paramos de
hablar, de mirarnos, de besarnos; lo amo con cada parte de mi ser. Me mira
y me derrito en sus brazos, él es capaz de encender cada parte de mi cuerpo.
Llegamos al departamento, abrimos la puerta, me detiene en la mitad del
living; no alcancé ni a tocar el interruptor, pero me mira fijamente entre las
sombras gracias a la luz de la lámpara que dejé encendida… me acaricia la
mejilla con sus dedos. Siento en mi piel su mirada penetrante, oscura y
perfecta. Contemplo cada parte de su cara y cada gesto de su rostro que me
vuelve loca. Mi corazón está desbocado y la sangre corre veloz por mi
cuerpo.
Me besa al principio con ternura, pero cada vez sus caricias son más
intensas y profundas. El deseo crece, me estremezco. Nos miramos, me
arrastra hasta el sillón y me empuja fuerte, sin soltarme de sus brazos. Dios
mío, lo deseo más que nunca. Hoy quiero ser completamente suya.
No hablamos más, sus besos son una caricia a mi cuerpo. Cada vez que
me toca despierta mi sexualidad. No sé cómo hemos aguantado todo este
tiempo… Él quiere que sea cuando yo esté preparada y yo siento que
siempre he estado preparándome para él. Creo que sólo fueron mis años en
colegio católico los que no me han dejado ser yo, pero esta noche nada me
importa.
Me dice con su voz baja en mi oído, desafiante y con una exquisita
sensualidad.
—¿Estás segura?
Yo sólo le respondo con un beso apasionado y comienzo a desabotonar su
camisa. Siento cómo su respiración se acelera y su cuerpo arde. Me toca
cada parte de mi ser. Me besa en la boca y luego sigue besándome el
abdomen y me introduce su lengua en mi ombligo. Todo mi cuerpo está
agitado, siento cómo el corazón se escapa por la boca y que estoy en el
lugar que siempre quise y con la mejor persona que jamás hubiera podido
soñar.
Veo cómo su cara sube a la mía, me observa con pasión, con un amor que
traspasa el tiempo. Me siento tan amada, siento su increíble deseo, me rodea
suavemente con sus manos en mi espalda y luego comienza de a poco a
desabotonar mi blusa. Su piel entra en contacto con mi piel, sin nada más
que sensaciones que nos embriagan… sólo él... y yo.
Me susurra al oído.
—Te amo. Te adoro tanto pero tanto que me llega a doler. Te juro que
quisiera quedarme en este momento contigo para siempre.
Quedamos pegados en el techo cuando suena el timbre de la puerta.
—¿Quién puede ser? —doy un salto y me abotono la camisa—. No espero
a nadie.
—No, por favor, ven. No importa, que se vaya al carajo quien sea.
—Diego, imagínate si es algo importante —digo y de mala gana me suelta
para ir a contestar el citófono.
—¡No lo puedo creer! ¡Qué emoción! Bajamos a ayudarte con las
maletas.
Miro a Diego y todavía están sus ojos ardientes.
—Mi amor, llegaron mis hermanas de sorpresa.
Diego adora a Javiera y a Ema como si fueran sus propias hermanas, pero
creo que en esta ocasión no está nada feliz.
Me pone cara de niño decepcionado.
—He esperado tanto tiempo que esperar un poco más ya no me preocupa.
Te voy a tener conmigo toda la vida —dice y me besa.
El fin de semana termina increíble. Tengo a tres de mis personas favoritas
conmigo y me siento tan feliz. Pasamos todo el día en el Parque Piedmont,
que es una verdadera maravilla de la naturaleza.
Diego se tiene que ir el lunes temprano porque ahora es un hombre de
negocios y está muy ocupado. Me encanta verlo tan motivado trabajando
con su padre, con quien tiene cada vez una mejor relación.
Diego no deja de preguntarme si Santino significa algo para mí, si me
gusta, aunque sea un poco. Está celoso, lo que me hace sentir bien, pero no
me gusta que exagere. Ya sólo falta un mes para regresar a mi casa y yo lo
que más quiero es estar con él.
CAPÍTULO 14
***
Ya es lunes; son las 5 de la mañana y decido levantarme. Por mí seguiría
eternamente en la cama sin moverme. Me meto en la ducha y espero que el
agua tibia logre liberarme de esta sensación, pero es imposible. Me miro en
el espejo y veo un fantasma. Tengo los ojos tan hinchados de tanto llorar
que no me reconozco. Es que, la verdad, no soy la misma mujer que era.
Me preparo un café y siento un dolor en el estómago; recién caigo en
cuenta de que no me he comido nada. No me entra bocado porque siento un
nudo constante en la garganta. Es esa sensación de querer despertar y que
me digan que todo es mentira, que eso nunca pasó.
Me visto de a poco; trato de ponerme un poco de color en la cara, pero, la
verdad, no veo ninguna diferencia. No logro arreglarme. Llego al trabajo y
recién ahora prendo de nuevo mi teléfono.
Tengo miles de mensajes y llamadas perdidas. La mayoría de los primeros
son de Diego y más de cien de las llamadas son de él. ¿Cómo se atreve a
llamarme? Siento un dolor en el fondo de mi corazón, decepción y dolor.
Decido dejar mi teléfono sin volumen. Y veo cómo suena una y otra vez el
número de Diego. Trato de no mirar y lo escondo en mi escritorio.
Cuando llegan los demás, me miran con impresión. Nadie se atreve a
decirme nada. Sólo cuando llega Paulina se acerca a mí.
—Dios mío, Mila, parece que acaba de pasar una aplanadora sobre ti.
¿Qué pasó?, ¿te puedo ayudar en algo?
La miro, pero no puedo pronunciar palabra porque estallaría en llanto.
Trato de desviar la mirada y le digo que no se preocupe. Ella me agarra la
mano y me lleva al baño. Mientras entramos, me abraza fuerte. Lloro y
lloro en su hombro. Ella no dice nada.
—Cuando quieras me lo puedes contar y, si no quieres, no te preocupes.
Sólo te puedo decir que acá estoy para lo que necesites. Sé la gran mujer
que eres y esto va a pasar. Te lo juro. No hay nada que no llegue a su fin.
Agradezco sus palabras; me lavo la cara, que sigue igual que antes. Peor.
Llego a mi escritorio y trato de ponerme a trabajar, pero me resulta
imposible. No logro sacarme de la cabeza el relato de Coti. No puedo dejar
de imaginar a Diego con otra mujer… una que le dio todo el placer que yo
jamás le he dado. Seguro tuvieron sexo toda la noche. El solo hecho de
imaginarme que él pueda amar a otra mujer que no sea yo me destruye el
alma.
Así pasa el día, entre llantos escondidos, mientras escribo, hasta que se
acerca mi jefa y me dice:
—Mila, no tienes buena cara. Mejor te vas a tu casa y mañana regresas.
—No quiero fallar...
—Mila, tú has trabajado más duro que cualquiera de este canal. Te
mereces descansar, sé lo incansable que eres. Todos tenemos malos días.
Mañana será un día mejor, te lo aseguro.
Mientras camino a casa, decido ver mi teléfono, más llamadas de Diego.
Entre los cientos de mensajes que no he contestado, hay uno de Coti.
—Mila, urgente, llámame. Diego va a viajar esta noche a Atlanta.
En tanto lo leo, le marco.
—Por fin me contestas, no sabía qué más hacer. Diego va a viajar esta
noche a Atlanta; menos mal que Galo me llamó para contarme. No sé qué
quieres hacer tú, sólo te quería avisar.
Respiro profundo.
—No lo quiero ver ni en pintura, lo odio. Te juro que si viene sería capaz
de matarlo.
—Amiga, te quiero contar que Galo me dijo que Diego está desesperado,
que no puede creer lo que hizo. Esa noche se volvió loco, los celos lo
enloquecieron. Me dijo que le contó que despertó en la casa de esta mujer y
que de inmediato se fue a su casa. No se acordaba de nada cuando Galo le
contó. No podía creer lo que había hecho. Casi muere de la angustia. Ahí
empezó a llamarte sin fin. Yo sé que Diego cometió un gran error, es
impulsivo y obsesivo contigo. Lo que tú quieras me puedes decir de él, pero
ese hombre te ama como jamás he conocido un amor. Diego ya sabe que yo
te conté. Amiga, sé que esto debe ser muy doloroso para ti. No quiero
imaginar cómo han sido estos días.
—Coti, de verdad he sentido que me muero, no sé cómo logró estar de
pie. Esto no se lo voy a perdonar. No es tan sólo el hecho de que me haya
sido infiel; es que, a pesar de todo lo que me conoce, de saber todo el amor
que siento por él, es capaz de pensar que yo podría haberlo engañado —
mientras caen mis lágrimas sigo hablando—. Entiendo que pudo haberse
imaginado cualquier cosa cuando le contestó Santino, lo entiendo, pero
podría haberme dejado explicarle. Me trató como si yo fuera una
cualquiera, como si no me conociera, y luego se mete con la primera mujer
que se le cruza. ¡¿Qué te dice eso?! Como conmigo no tenía esa intimidad,
tenía que saciar sus ganas con cualquiera.
Ahora, justamente en este momento, odio amarlo. Llego a mi casa y sigo
llorando en mi cama mientras hablo con mi amiga.
—Te entiendo, no sabes cómo y no puedo siquiera imaginar tu dolor, pero
quiero decirte una sola cosa: amores como el de ustedes no existen.
Escúchalo y luego piensa bien lo que vas a hacer.
—No lo quiero escuchar, lo odio con todo mi corazón, pero no voy a dejar
que venga hasta acá. Así que ahora mismo lo voy a llamar para mandarlo a
la mierda. Amiga, voy a hacer que sienta lo mismo que yo. Le voy a decir
que estoy con Santino; quiero que se muera de rabia y que se hagan realidad
sus peores pesadillas. Es la única manera de que él me odie como yo lo
hago en este momento.
—Mila, no hagas eso, estás cometiendo un gran error.
—No me importa si después me arrepiento toda la vida, pero él me
destruyó la vida. ¿Te acuerdas cuando te prometí que él se iba a enamorar
de mí? Ahora te juro que él también va a sufrir como yo lo hago. Te voy a
cortar, necesito llamarlo antes de que salga a Atlanta.
Me seco las lágrimas, una por una, y estoy decidida a llamarlo, sin una
sola lágrima en los ojos. Me miro al espejo y me repito:
—“Eres fuerte, eres poderosa. Un hombre no va a venir a amargarte la
vida cuando tú le has dado todo”.
Marco el teléfono, no alcanza ni a sonar una vez y está la voz de él. Siento
que mi corazón se desboca. En su voz se siente una amargura, una angustia
tremenda, pero bloqueo todo y no lo quiero dejar hablar.
—Mila, perdóname. Soy un imbécil, estos días han sido los peores de mi
vida. Te lo suplico, te lo imploro.
Él llora a miles de kilómetros de mí y yo me mantengo dura y sin botar ni
una sola lágrima.
—Ese día te llamé todo el día, tuve una pelea con mi padre. Le dije tantas
cosas y él a mí también. No sé cómo llegamos a los golpes. Era algo que
teníamos guardado hace años y ese día explotó. Me sentía tan mal que lo
único que necesitaba era escuchar tu voz. Sabía que tú me ayudarías a
calmarme, pero no logré hablar contigo en todo el día. Luego me fui con
mis amigos y empecé a tomar mucho. Un amigo me dio una pastilla para
tranquilizarme y eso causó en mí un corto circuito... desde ese momento
enloquecí. Te llamé y me contestó ese imbécil que trabaja contigo y,
perdón, pero eran las 11 de la noche y me pasé todo tipo de películas. Me
desquicié y para peor seguí tomando… todo fue un infierno, me imaginaba
a ti y a él solos en tu departamento, de verdad fue una pesadilla. De la
noche en el club apenas recuerdo algunas imágenes, ni siquiera recuerdo
haber peleado con el gerente ni nada de lo que pasó con esta mujer, hasta
que desperté en su cama.
Siento una puñalada en la espalda. Él durmiendo con otra mujer. Me
muerdo los labios, para aguantar no decirle nada y no llorar.
—Cuando abrí los ojos y estaba con ella, de verdad pensé que era una
maldición, me volví loco. Ella me juró que al llegar a su casa yo me quedé
dormido, que no pasó nada, que yo estaba demasiado borracho… Mila, te
juro, mi amor, que jamás hubiera hecho todo esto. Tú eres mi vida, mi todo,
no tengo ojos para nadie…
Escucho sus sollozos cada vez más fuertes y desesperados.
—Ahora me voy al aeropuerto, necesito pedirte perdón en persona, no
sabes lo que daría por volver el tiempo atrás.
Logró pronunciar la primera palabra.
—Eso es imposible, el tiempo no retrocede y eso nadie lo puede cambiar.
Me quiere interrumpir, pero lo callo en un segundo.
—Yo te escuché sin interrumpir. Ahora déjame hablar. Como te estaba
diciendo, sólo somos dueños del ahora. La verdad, yo no sé cómo tienes el
descaro de decirme que no te acuerdas de nada. Es muy fácil cometer un
error y luego decir: “¡No me acuerdo de nada!”. ¿Te olvidaste del mensaje
que me mandaste? Me llamaste “zorra”. Tú que me amas tanto. Qué fácil,
¿verdad? No es sólo el hecho de haberte besado delante de todo el mundo.
Luego te vas con esa mujer y, como si nada, te levantas al día siguiente y
piensas: “¿Qué hice?, voy a llamar a Mila y a pedirle perdón”. Y yo debo
entender y pensar: “¡pobre de Diego, es que tomó tanto y, además, se
enchufó una pastilla!”. ¿Crees que yo voy a creer esta mentira? No soy tan
pendeja, Diego. Perdona si este tiempo me he mostrado siempre
complaciente contigo, como una estúpida creyendo en todas tus promesas
de amor eterno. Por lo que veo, no eran más que palabras porque una
persona que ama de verdad, como tú dices que lo haces, no hace sufrir así a
la otra.
Diego está desesperado, me habla y me pide perdón mil veces, no se
escucha casi su voz con los sollozos, me rompe el corazón y me corren las
lágrimas.
—Mila, sin ti mi vida no vale nada, te lo suplico, perdóname. Los celos
me volvieron loco, el alcohol, las pastillas... colapsé.
Me limpio los ojos y trato de poner la voz lo más clara posible y firme.
—Diego, me voy a quedar en Atlanta todo el año. Me ofrecieron
quedarme y acepté. Quiero seguir acá e iniciar algo con Santino. Es un
hombre normal, sin tantos rollos y quiero darle la oportunidad de tener una
relación sana, sin problemas. No quiero tener más gente tóxica a mi lado.
No escucho nada al otro lado, sé que con esto estoy matando todo lo que
teníamos, pero tengo que alejar a este hombre que me ha llevado al cielo
tantas veces, pero que también me ha hecho conocer el más oscuro infierno.
Siento que con él estoy todo el tiempo al borde del abismo. Con Diego todo
es blanco o negro, no tenemos puntos intermedios; este amor siempre ha
sido así. Una intensidad constante, un amor apasionado que me lleva a los
límites de todo, y siento que estoy siempre al borde de la locura. Es un amor
que me consume por completo.
Estoy cansada, agotada y necesito aire.
—Diego, necesitas tratar tu ira.
Siento como él respira, no escucha nada más. Pasa un minuto y los dos
estamos en silencio.
—¿Estás segura de esto, Mila? ¿Quieres mandar a la mierda todo lo que
tenemos?
Trago saliva, estoy a punto de gritarle que lo quiero acá conmigo, que lo
amo, que es el hombre que me tiene completamente enamorada.
—Sí, estoy segura, quiero algo diferente, quiero estar tranquila; contigo
siempre estoy en una montaña rusa. Ahora eres libre para estar con todas las
mujeres que quieras, pero a mí déjame tranquila. Deja que yo haga mi vida
y que busque la felicidad donde yo quiera y con quien quiera.
Hay un silencio absoluto.
—Ok, está bien; si esa es tu decisión, la respeto. Te prometo no volver a
molestarte. Sólo quiero que sepas que te entregué todo, mi alma completa,
mi vida… y jamás volverás a escuchar esto otra vez. Jamás hubo otra mujer.
Pero tienes razón, debe ser terrible tener que aguantar a un hombre con
tantas heridas. Si querías lastimarme, lo lograste. Me diste en donde más me
duele. Directo al corazón. Te deseo la mejor de las suertes con Santino.
Ojalá él te haga feliz como yo no supe hacerlo.
Cuelga y escucho cómo suena el teléfono vacío en el otro lado. Mi
corazón termina por derrumbarse, estoy devastada…
CAPÍTULO 15
A miles de kilómetros de ti
M ientras miro la cordillera de los Andes, siento cómo cada poro del
cuerpo se eriza. La emoción de estar llegando a mi país me llena de
ilusión. Este año pasó lentamente: tengo tanta nostalgia de Chile. Por fin
estoy llegando y en la mejor época del año, el verano. Siento un nudo en el
estómago; llevo tantos meses pensando en este momento.
Sólo la soledad resulta ser, tantas veces, la mejor consejera. Nunca falla,
no te abandona, te regala silencio y espacio para sanar e iluminar el camino
que vamos a tomar. Ahora tengo clarísimo que lo más importante en este
retorno es hablar con Diego; estoy completamente decidida a que nos
perdonemos. Él cometió un gran error, pero también yo; por ser tan
orgullosa, no fui capaz de ver las cosas en su real dimensión.
Pienso en ese día en el que todo terminó. No le quise contestar esa misma
noche y tampoco entender por lo que él estaba pasando realmente. Le pagué
con la misma moneda y hasta ahora no sé si fue lo correcto.
Hay tantas cosas que aclarar... Lo único de lo que estoy completamente
segura es de que lo amo, como nunca y como jamás volveré a amar a
alguien. No quiero nunca más volver a separarme de él. He pensado en que
quizá el amor es esto: locura, pasión, perder la razón por el otro y sólo
escuchar (o dejarse ensordecer) por el corazón.
***
Llego a casa y es una real conmoción. Lo que más extrañé es mi cuarto. No
sé por qué es mi lugar favorito. Se quedaron aquí esperándome tantos
sueños y recuerdos.
Estaban todas mis amigas en mi casa, me han preparado una sorpresa de
bienvenida. Estoy tan feliz; lo único que me falta es mi Diego, pero ya
tendré tiempo de solucionar eso.
No paramos de hablar; todas quieren que les cuente los detalles de mi
estadía en Estados Unidos. Mi madre se va a acostar y nos quedamos sólo
Coti y mis amigas más cercanas.
Carlota me pregunta si he conocido a alguien, porque se había enterado de
que salía con un compañero argentino.
Me comienzo a reír.
—No, amiga, eso es mentira. Santino trabajaba cuando recién llegué, pero
se fue hace tiempo, regresó a Argentina. La verdad es que no conocí a nadie
porque no puedo.
Todas se me quedan mirando, expectantes.
—Sólo hay un hombre en mi corazón y ese hombre es Diego. Ahora que
he llegado, quiero hablar con él y solucionar las cosas. Me di cuenta de que
no voy a sacrificar mi felicidad. Él será y es el único que logra eso en mí.
Todas se quedan en silencio, incómodas claramente.
—¿Qué pasó? ¿Por qué tienen esas caras?
Todas se miran y nadie dice nada.
—Somos amigas y necesito que me cuenten. Si es algo malo, cuéntenme
ya, prefiero las noticias malas de una vez.
Coti se pone de pie.
—Lo que pasa es que Diego ya no está solo.
Siento que en un segundo el corazón me va a explotar.
—Diego estuvo casi cuatro meses con una depresión terrible; de a poco
empezó a salir adelante. En su peor momento se empezó a acercar Bárbara
porque ella estuvo día a día acompañándolo. Él, al principio, se negaba,
pero a medida que fue pasando el tiempo, empezó a aceptarla… Llevan un
mes juntos como pareja.
Siento como si el aire me faltara y veo todo nublado. No puedo creer
cómo la vida está jugando así con nosotros. ¿O soy yo quien torcí el destino
de la peor manera posible?
Olivia y Carlota me miran preocupadas… debo haber perdido hasta el
color de mi cara.
—Mila, piensa que ha pasado un año entero. Un año donde él lo pasó
pésimo y la única que estuvo fue Barbie. Él juraba que tú estabas viviendo
una vida feliz con tu novio argentino. Si por lo menos le hubieras escrito
una sola vez. Una sola palabra, estoy segura de que él hubiera corrido a tus
brazos. Bien lo dijiste tú, tu orgullo no jugó a tu favor. Pero quieres que te
diga algo: si tú lo vas a buscar, te aseguro que en ese mismo instante
correría a tus brazos. Todos acá sabemos que él muere por ti; si hubieras
visto lo mal que quedó luego de lo que pasó contigo. Mila, recién se está
recuperando.
—Soy una tonta, ¡cómo pude dejarlo ir! ¡Soy una estúpida —grito y mis
amigas me consuelan.
—Ese hombre te ama como jamás he conocido a otro. Eres su todo. Yo
me acuerdo de ver cómo te miraba; la verdad nunca vi a un hombre mirar
así a alguien.
Era como si estuviera viendo a una mujer que no es real, como si tú fueras
una visión —me dice Helena.
No puedo evitarlo, lloro y lloro, no puedo parar. He sido tan inmadura, tan
tonta; lo único que he logrado es hacer sufrir a Diego y a mí misma.
—¿Quieres que le cuente a Galo que llegaste? Te aseguro que Diego
mañana estará acá en tu casa, buscándote —agrega Coti.
—No, amiga, dejemos que las cosas fluyan. Apenas vengo llegando, no
sería justo que mande al carajo a Bárbara si fue ella quien se entregó para
cuidarlo cuando más lo necesitaba. Vamos a dejar que las cosas se den
solas. Voy a darle tiempo… Estoy segura de que vamos a terminar juntos
porque nuestro amor es fuerte como una roca.
Todas me miran, pero hay debate. Unas están muy de acuerdo y las otras
me califican a lo menos de torpe. ¡Así son las amigas, en las buenas, en las
malas y en las más o menos!
***
El lunes es mi primer día en la revista. Estoy emocionada; es un proyecto
que me encanta, de reportajes profundos, entrevistas emotivas, de sacar lo
más profundo de un ser humano. Me encanta el contacto así con las
personas.
Sigo muy triste por lo de Diego; quiero tanto verlo, pero estoy segura de
que la relación con Barbie no va a durar mucho. Seguro anda con ella por
agradecimiento…. ¡¿Y si me equivoco y sí se enamoró de ella?! A ratos me
entra la inseguridad. Es tan guapa. El solo hecho de imaginarlos juntos me
tortura. Recuerdo esa noche cómo la besaba en el bar de la playa. Quiero
borrar esa imagen de mi cabeza, pero en estos momentos es imposible.
Llevo más de un año sin verlo y lo necesito más que nunca. Lo extraño
tanto, su cara, su sonrisa, sus bromas, sus besos. Dios, ¡me lleva al cielo!
Saber que ahora es ella quien goza de su compañía, de sus brazos, de sus
manos, de su boca. Siento unos celos que me estremecen el cuerpo.
¿Y si lo llamo? Tal vez esté con ella. Decido que voy a esperar máximo
un mes. Y si no ha terminado con ella, lo voy a buscar.
Tal vez él ya no va a querer nada conmigo... eso me provoca un dolor en
el alma.
***
Siguen pasando los días, pero quiero esperar alguna revelación para
buscarlo, ya no aguanto más. A veces camino y pido al cielo una señal…
pero no estoy tan segura de que me estén escuchando. Lo extraño tanto,
quiero tenerlo sólo para mí.
Ya ha pasado más de un mes desde que llegué y no he tenido el valor para
hablarle y él tampoco lo ha hecho. Voy camino al aeropuerto para hacer una
entrevista a un empresario que es dueño de un imperio editorial en Nueva
York; dicen que es muy importante y justo está en Chile dando una
conferencia.
Suena el teléfono y es Coti.
—Mila, acabo de estar con Diego. No lo había visto, hasta hoy. Llegó a la
casa de Galo.
—Cuéntame todo, por favor, estoy nerviosa.
—Cuando llegué ya estaba con Galo. Apenas me vio supe que me quería
preguntar por ti. Estaba nervioso. Hasta que no aguantó más y me preguntó:
“¿Cómo llegó tu amiga, Mila?”. “Muy bien, ya está trabajando en una
revista. Está feliz con su trabajo”. “¿Y se vino con su argentino?”. Me reí en
su cara. No sabes el placer que me dio por fin decirle que todo eso era
mentira. La verdad, no sé si te vas a enojar, pero tenía que saberlo: “Nunca
existió el argentino, jamás tuvo nada con él, eso te lo dijo a ti por desconfiar
de ella. ¿Cómo se te ocurre pensar que Mila se iba a meter con él si se
supone que la conoces bien? Después del espectáculo que te mandaste esa
noche, ella también quería que te sintieras mal”. No imaginas su cara. Es
como si el diablo se le saliera del cuerpo. Al principio yo creo que quería
reclamar porque no le dije nada, pero al instante, empezó a reírse. La
verdad, ¡lo vi resucitar! Impresionante espectáculo ante mis ojos. No sabes,
ese hombre volvió a la vida. Su cara es absolutamente indescriptible. Me
abrazó, saltaba de emoción. Tan lindo, me agradeció tanto la noticia que le
estaba dando. Me rogó que por favor le diera tu nuevo celular. Salió
corriendo a tu casa. Te aviso para que sepas. ¡Por fin van a volver a estar
juntos!
Mi corazón da vuelcos de felicidad, ¡me ama!, ¡todavía me ama! Sólo
repito eso en mi cabeza. Yo también me siento viva de nuevo.
—Gracias, amiga, pero no estoy en mi casa, estoy llegando al aeropuerto.
Tengo que viajar a Concepción para una entrevista… ¡Ay! Te cuelgo —digo
y veo que está entrando otra llamada.
—¿Sí? —contesto con emoción y escucho esa voz que me lleva al cielo.
Esa voz que tanto extrañé.
—¿Cómo estás, Mila?
Con sólo escuchar mi nombre en su boca, mi corazón se me sube de golpe
a la boca y vuelve esa electricidad que inmediatamente mi cuerpo reconoce.
Yo le respondo con una voz tímida.
—Hola, Diego.
—Estoy en tu casa, pero me dijo tu mamá que tuviste que viajar a
Concepción —en su voz se nota el nerviosismo—. Necesito hablar contigo;
me hubiera gustado que fuera en persona, pero estoy feliz de escuchar tu
voz.
—Yo también, no sabes cómo.
No puedo evitar sonreír como una tonta, nerviosa, ansiosa… creo que el
taxista se dio cuenta de que algo me pasa, porque me mira muy atento por
el retrovisor.
—Qué bueno que estés de regreso. No sabes cómo necesito pedirte
perdón; fui un imbécil, no sé cómo pude desconfiar de ti que eres la mujer
más honesta que conozco; perdóname por todo lo que hice, fui un cretino,
todo lo hice mal. Teniendo todo contigo, siendo el hombre más feliz del
mundo, lo arruiné todo, soy un estúpido, no sé cómo a la persona que más
he amado en la vida la hice sufrir, no puedo creerlo.
—Diego, yo igual debo disculparme, me porté muy inmadura…. No sé
cómo se me ocurrió inventar que estaba con Santino, tenía tanto enojo, que
sólo quería hacerte sufrir.
Escucho cómo se sonríe.
—No me importa nada, sólo me importas tú. No sabes lo que ha sido este
año sin ti, una tortura. Te necesito, Mila, sólo a ti. No tienes idea de lo que
significas para mí. Necesito urgentemente verte, ¿cuándo regresas?
—En dos días.
—Sabes, voy a ir a Concepción, necesito verte ahora. No voy a aguantar
dos días.
—Diego, es una locura. Debo seguir a mi entrevistado todo el día hasta
que tenga tiempo para hablarme. Ya no queda nada, esperamos tanto para
hablar que esperar dos días no es nada.
—Para mí es una eternidad; necesito tenerte acá, necesito verte, sentirte.
Me quedo callada.
—Diego, hay un tema que yo creo que debes solucionar antes. Sé que
estás con Barbie; ella estuvo contigo este tiempo y no se merece esto.
—No te preocupes por eso. Es verdad que me acompañó, fue muchas
veces mi apoyo y no sabes cómo se lo agradezco, pero yo jamás la engañé,
ella sabe perfectamente que yo estoy enamorado de ti, que tú eres el amor
de mi vida. Ella quiso intentarlo y te juro que hice mi mejor esfuerzo, pero
fue imposible. Cada vez que estuve con ella no podía sacarte de mi cabeza.
Me sentía un mentiroso. Hace unos días hablé con ella y le dije que no
podíamos seguir porque no quería darle esperanzas de algo que no iba a
pasar. Ella merece encontrar un hombre que la ame de verdad, que esté al
cien por ciento. No debes preocuparte de nada. Lo único que quiero es
pedirte perdón por esa noche; no sabes cuántas veces he querido retroceder
el tiempo. Soy muy celoso y tengo un problema importante con mi ira, pero
gracias a las terapias eso ya no es un fantasma oscuro y escurridizo; ahora
lo veo y me hago cargo. La depresión me ayudó a escarbar en muchas
historias no resueltas que tenía desde niño. De verdad, Mila, quiero ser
alguien mejor. Esta vez no la voy a cagar, quiero ser la mejor versión de mí
para ti.
—Diego, tienes que pensar en que debes ser la mejor versión para ti
mismo, no para otros.
—Eso me dice la psicóloga, pero, la verdad, yo siempre he sentido que
cuando estoy contigo quiero ser esa mejor persona. Tú haces que yo quiera
ser el mejor hombre que puede estar a tu lado. Quiero estar a tu altura.
—Estoy llegando al aeropuerto, ¿te parece que hablemos después?
—No, por favor, no me cortes. Te acompaño a hacer todo, no quiero dejar
de escuchar tu voz.
Me río; la verdad, yo siento lo mismo. No quiero volver a alejarme de él,
me encanta escuchar esa voz tan sexy que me vuelve loca. Seguimos
hablando mientras hago mi check in. Camino por el aeropuerto hasta llegar
a mi puerta; seguimos hablando y yo flotando sobre nubes, como hace tanto
tiempo no me sentía. Como cuando tenía 17 años y recién caía rendida a sus
pies. Sólo hay una cosa que me sigue dando vueltas…
—Diego, cuéntame la verdad, tuviste sexo con Bárbara, ¿verdad?
Se queda callado.
—No te voy a mentir. Sí, pero me gustaría que no hubiera pasado. Yo
estaba tratando de hacer todos mis esfuerzos para que resultara mi relación
con ella. Bárbara sentía que no quería estar con ella de esa forma tan íntima
y me lo reprochaba siempre. Si te sirve de consuelo, fueron sólo dos veces.
La imagen en mi mente es horrible, pero era algo bastante predecible.
—Es que sé que no me vas a creer, pero cuando estaba con ella, sentía que
te estaba siendo infiel. Es muy raro, sentía esa sensación extraña de estar
haciendo algo mal, no estaba siendo honesto conmigo mismo. No era la
persona con la que quería estar. Siempre estabas tú, presente, en todo.
Sus palabras me conmueven, yo siento lo mismo por él. Lo amo y no
quiero dejarlo nunca más. Me subo al avión y debo cortarle. Nos cuesta la
despedida; me hace jurar que en tanto llegue lo voy a llamar.
***
Ya en mi hotel, corro a mi habitación y pasamos toda la noche hablando; no
logramos cortar el teléfono. Hay tantas cosas que quiero saber en este año
que no lo he visto.
Me pregunta si yo lo amo. Me río.
—¡¿Que si te amo?! ¿De verdad, me preguntas eso? ¿Tú crees que estaría
acá hablando con un tipo que no amo, sin dormir nada y mañana
bancándome las ojeras con una entrevista superimportante? Te amo tanto
que no tienes idea; no sabes cómo pienso en ti cada día al despertar; eres lo
último en lo que pienso antes de dormir... te he echado tanto de menos. Y
tal vez nadie en este mundo entienda nuestro amor porque nadie más ha
vivido un amor tan profundo como el de nosotros.
Seguimos conversando y me quedo dormida con el teléfono en la mano.
No sé en qué momento suena la alarma. Me asusto, miro el teléfono y sigue
en la llamada.
—Hola, mi amor, despertaste. Fue lo máximo escuchar cómo dormías y
roncabas —dice muerto de la risa.
—Tonto, no ronco —me río con ganas.
—Me encantó pasar la noche contigo, aunque sea sólo por teléfono.
—Eres tan lindo, Diego Cienfuegos. Me tienes loca de amor, pero ahora
debo levantarme y trabajar. En cuanto termine, te llamo. Mañana mi vuelo
sale a primera hora.
—Voy por ti al aeropuerto, no aguanto más sin verte.
—Bueno, señor Cienfuegos, ahora me deja por favor bañarme e irme a mi
cita. Te amo.
***
La entrevista estuvo maravillosa, nunca pensé conocer a una persona tan
especial. Michael Spencer es un señor de 80 años, dueño de un gran imperio
editorial de revistas internacionales. Vive en Nueva York, pero viene de
familia de latinos. Tiene una sabiduría que no sólo le dan los años, sino el
mundo recorrido y esa alma única, libre y prodigiosa que siempre lo hizo
ser un adelantado a su época. Tuvimos una conexión mágica. Realmente
abrió su biografía. Cuando me habló de su esposa, me corrieron las
lágrimas. Sé que no es muy profesional, pero no pude evitarlo. Increíble que
un hombre hable así de la mujer que ha sido su compañera toda una vida.
Es de esas conversaciones que me encantan, cuando las personas que
llegan a la cima se sacan la máscara del éxito, de la competencia, se
despojan de las frases hechas y de esas respuestas que repiten
incesantemente en el camino a la fama. Cuando dejan visualizar algo en su
alma es cuando realmente se revelan a sí mismos.
Hemos conversado el día entero y creo que yo, sin escribir una sola línea,
ya me siento agradecida y bendecida por haber sido parte de su historia.
Aunque haya sido una visita fugaz.
Me acuesto con una sonrisa en los labios. Soy muy afortunada. Pienso en
mi Diego. ¡Estoy tan feliz que siento que podría volar!
CAPÍTULO 17
***
Pasan los días, los meses y mi angustia se hace permanente. No logro
asumir que todo ha terminado, pero ya no hay nada que hacer; lo siento en
el corazón. A veces pienso que los seres humanos deberíamos venir
programados con la opción control Z… ¿no sería más justo acaso? ¿Has
pensado cuántas veces la habríamos ocupado?
Estoy en la oficina de mi jefa, Maca; me acaba de contar que la llamó
Michael Spencer para agradecer la fantástica entrevista que publicamos. No
olvidaré jamás que la comencé el mismo día en que supe lo de Diego y
Bárbara.
—El señor Spencer es un encanto de hombre, un caballero de esos que ya
no existen.
—Bueno, quedó impresionado contigo; quiere llevarte con él a trabajar a
Nueva York para que te unas a su equipo. Dice que tiene una vacante y le
encantó tu entrevista, tu sensibilidad para escribir. Llegaste a su alma y su
familia está muy agradecida.
Estoy sin poder decir palabra; jamás me esperaba algo así.
—Yo ya estoy sufriendo sin ti, pero, la verdad, ésta es de esas
oportunidades que sólo se presentan una vez en la vida. Te lo mereces, eres
muy trabajadora y una excelente periodista.
Me quedo sorprendida, cómo puede ser que una entrevista te cambie la
vida por completo. No lo pienso ni un segundo y grito de felicidad. Le doy
un beso a mi jefa y la abrazo.
—¡Claro que sí! Mil gracias por darme esta oportunidad; te juro que la
voy a aprovechar al máximo. Me llega este regalo en el momento preciso.
Nunca lo terminaremos de comprender, pero, como dicen los que saben,
los tiempos de Dios son perfectos.
CAPÍTULO 18
Con Diego bailamos Soda Stereo esa noche en que todo comenzaba,
cuando no sabía que mi vida cambiaría para siempre. Ese hombre que
muchas veces odié y que me volvía loca. Ese hombre que quedó tatuado
para siempre en mi corazón.
Olivia interrumpe mi pensamiento y me regresa a la realidad:
—Esta noche va a ser inolvidable, ya lo verás.
La miro y decido anular todos estos recuerdos de mi mente, por ahora, y
disfrutar las risas de mis amigas, impregnarme de su cariño y amor, porque
no sé en cuánto tiempo más no las vuelva a ver.
Tomamos la carretera a la playa; me hago la tonta, pero me da miedo
perder el avión mañana. Igual decido disfrutar el momento.
Efectivamente, llegamos a la casa de Coti en la playa. Este lugar donde
fui tan feliz, donde pasé los mejores momentos de mi vida. No puedo evitar
sentir una sensación en el estómago; sólo de pasar por los lugares donde
partió mi historia con Diego, el corazón me late tan fuerte.
Entramos a la casa y veo una mesa preciosa perfectamente puesta en la
terraza con una gran variedad de mariscos deliciosos: camarones, locos,
ostiones y ostras.
—Y mi espumante favorito —les digo sonriendo—. ¡Me quieren llevar
borracha mañana al avión!
Coti pone música y nos sentamos a comer mirando el mar. Este lugar tiene
magia, siempre lo he pensado. Me sirven una copa tras otra y, la verdad, lo
agradezco.
Carlota se pone muy seria y nos dice que quiere hacer una declaración:
—Chicas, necesito su atención. En una noche tan llena de amores y
pasiones, quisiera confesar algo… Estoy enamorada de Roberta. Sí, la
misma. Nuestra compañera de la universidad. No me juzguen, por favor.
Todas nos miramos y la miramos a ella. Tiene una sonrisa fascinante al
decirlo; es como si se sacara una mochila enorme de encima. Tiene los ojos
llorosos; claramente era importante compartir su verdad. Quizá cuánto
tiempo vivió con miedo de sus propias emociones. Me paro y la abrazo. Si
antes la admiraba por su personalidad, tan revolucionaria y altruista, hoy es
mi ídola. Ella tiene las agallas de hacer lo que le haga feliz, ignorando todos
los prejuicios que tanto daño nos hacen. Sus palabras sin duda son un golpe;
la cara de impresión de algunas es evidente, pero la sensación que
predomina es la de felicidad.
—¡Vaya vaya sorpresita! —dice Coti—. Terminamos todas abrazadas
muertas de la risa.
Luego de este momento tan íntimo y especial. seguimos conversando de
las cosas que esperamos en la vida y de cuáles son nuestros sueños. Cuando
fue mi turno, les dije:
—Lo único que espero es ser una periodista exitosa y poder llegar a ser
directora de una editorial, dirigida a las mujeres.
Cada una se inspira cuando llega su turno. Varias quieren encontrar el
amor de sus vidas. Yo sé que eso es imposible para mí. Yo ya lo encontré y
lo perdí para siempre. Se me aprieta el corazón sólo de pensarlo. Sigo
tomando mi espumante.
Cada una me lee una carta deseando lo mejor para esta nueva etapa,
mientras me dicen las cualidades que ven en mí. No puedo evitar que mis
lágrimas recorran mis mejillas.
Lo que más me alegra de todo es que todas las cartas me agradecen y
valoran que haya estado para ellas cuando lo han necesitado. También
admiran mi perseverancia, gracias a la que siempre consigo lo que me
propongo. Nos abrazamos todas; las voy a extrañar tanto.
A medida que pasa el tiempo y las botellas se van vaciando, la
conversación va cambiando de rumbo y comenzamos con las intimidades.
Cada una cuenta cómo fue su primera vez. Cuando llega mi turno, todas
saben que sigo siendo virgen. Helena, que es muy divertida, me dice:
—Yo no sé cómo resististe a Diego; yo con ese bombón lo haría como él
quiera y cuando quiera.
Me comienzan a interrogar:
—¿Cómo lo hiciste? Y, más importante aún, ¿cómo se resistió él?
Me río con una cierta tristeza en la cara, pero, como estoy ya con varias
copas en mi cuerpo, me atrevo a contarles:
—¡¿Quieren saber la verdad?! Él me besaba como nadie jamás lo ha
hecho. Yo flotaba, volaba, era perfecto. Ya saben, de esos hombres que se
van acercando poco a poco y cuando llega el momento de poner los labios
sobre los tuyos, lo hacen despacio, disfrutando cada centímetro de tu boca,
y luego el beso se va haciendo cada vez más apasionado… hasta que
éramos sólo uno. Era como si siempre me besara por primera vez y como si
fuera la última vez. Es el hombre más sexy, el que con sólo tocarme me
daba el mayor placer jamás pensado en la vida. Tiene el poder de sólo
acercarse a mí y todo mi cuerpo entra en descontrol. Pero en esa época era
una niña, tenía miedo y, la verdad, él siempre me respetó mucho, aunque no
saben cuántas veces soñamos cómo sería nuestra primera vez.
Me callo y veo cómo todas me miran atentas y expectantes.
—La verdad, ese hombre en un segundo me llevaba al cielo, pero hoy me
llevó a tocar el mismísimo infierno. Ésa es la realidad, no puedo volver el
tiempo atrás y así pasaron las cosas. Ahora él se va a casar con otra mujer y,
es más, va a convertirse en padre.
Todas me miran con tristeza. Me paro y vuelvo a llenar mi copa. Alguien
intenta cambiar el tema. Constanza de repente se para y nos dice que todas
nos vamos a poner traje de baño porque nos vamos a la playa. Sólo
llevaremos la champaña. Todas muy obedientes, menos yo, porque no
empaqué ninguno.
—No, amiga, yo te traje unos, están arriba.
Corro a cambiarme.
Meto los pies al agua que está muy helada y veo cómo algunas amigas ya
están adentro. Yo apenas me animo.
En un minuto en el que voy por una copa, reviso una llamada que tengo
perdida y unos mensajes de mi madre respecto del viaje. Necesita que le
envíe una información, así que aprovecho para sentarme en una manta.
Cuando termino de enviar el mensaje, levanto la vista y no veo a mis
amigas en el mar. Me imagino que se fueron a caminar por la playa; se me
hace raro que no me avisaran.
Miro para todos lados; seguro van a regresar pronto. Mientras, aprovecho
para poner mi espalda hacia atrás y mirar las estrellas que están más
brillantes que nunca. La Luna está majestuosa y no puedo evitar recordar la
noche que conocí a Diego. Estoy sumida en mis pensamientos mientras
cierro los ojos… y siento cómo alguien se acuesta al lado mío.
Los abro y es Diego… quedo petrificada.
—¿Te acuerdas la primera noche cuando te pedí perdón por lo estúpido
que me había comportado contigo? Fue en este lugar, hace siete años, y la
Luna estaba igual de bella que esta noche.
Yo lo miro y no sé si estoy alucinando o es real.
—Desde que te conocí, ese día en la cafetería de esta playa, supe que
jamás podría sacarte de mi cabeza.
Estoy en shock, no puedo creer que esto esté pasando. Mi corazón se ha
acelerado como hace años no lo hacía. Siento cómo mis mejillas están
ardiendo; sólo él provoca esto en mi cuerpo; no puedo articular ni una sola
palabra, sólo lo miro. Y él continúa:
—Es un sueño estar hoy acá contigo, sé que te vas mañana a Nueva York.
Te felicito porque es lo que siempre quisiste, siempre cumples lo que te
prometes.
Veo en sus ojos un brillo de decepción, pero sigue teniendo esa mirada
siempre profunda y cautivadora que me vuelve loca. Está más guapo que
nunca, su barbilla está más pronunciada que antes, se ha dejado la barba a
medio hacer, algo casual, pero le queda perfecta. Se ve más hombre.
De repente, me pierdo nuevamente en su mirada, esa mirada en la cual me
perdí tantas y tantas veces. Me mira como siempre, como si el tiempo no
hubiera pasado. Como si sólo fuera ayer cuando estuvimos en esta playa,
besándonos. Al recordar, se me estremece la piel y mi corazón late muy
deprisa. Respiro profundo, el aire despeja mi mente y me paro rápido; él me
toma el brazo.
—Te ruego, no te vayas, tal vez ésta sea la última vez que podamos estar
así. Quédate.
Su mirada me llega al alma, no puedo irme, no quiero irme, pero sé que
debería hacerlo. Me quedo perpleja mirándolo y sintiendo su mano en la
mía y esa electricidad que siempre recorre mi cuerpo.
—No sabes cómo mi vida ya no tiene sentido sin ti; déjame, por favor,
aprovechar este momento y no pensemos en nada ni en nadie. Te lo pido,
sólo tú y yo.
No logro moverme. No sé cómo logró pronunciar una palabra.
—¿Qué haces acá?, ¿cómo sabías dónde estaba? ¿Dónde están mis
amigas?
Asoma una sonrisa; se ilumina su cara, sus dientes perfectamente blancos
y sus ojos.
—Son muchas las preguntas. La deformación periodística —dice riendo.
No puedo evitar sonreír levemente.
—Bueno, vamos por parte. Primero, estoy acá porque sabía que tú lo
estarías. Segundo, tus amigas están en la casa de Coti y saben que estoy acá
contigo. Cómo ves, vengo preparando esto hace mucho tiempo con ellas, no
te enojes. Fui muy insistente y, después de mucho tiempo, ellas aceptaron.
No puedo creer que me hicieran esto, pero, la verdad, por dentro estoy
bailando de felicidad. Me doy cuenta de que sigo en traje de baño y lo noto
porque veo cómo Diego me está observando. Su mirada es perturbadora y
sus ojos brillan con una especie de placer.
Tomo mi salida de baño, que no cubre mucho, porque es de encaje.
Mientras él me repite con una cierta súplica, pero con cierto mando en su
voz, como es Diego Cienfuegos.
—¿Te parece si por esta noche nos olvidamos de todo? Te propongo que
sólo por hoy que todo el mundo se vaya al carajo. No sabes cómo he
pensado este momento.
Me agarra la mano y me la lleva a su corazón.
—Estás acá siempre y siempre lo estarás. Esta vida no alcanzará para
seguir amándote.
Los ojos se me ponen brillosos; quisiera llorar de emoción al saber que
me sigue amando, pero ni siquiera puedo hablar.
—¡¿Te parece mi idea?!
Miro hacia la playa y el horizonte, recuerdo cómo he sufrido todo este
tiempo, por él, por no tenerlo, cuántas veces he llorado recordando y
queriendo tenerlo entre mis brazos, cuántas veces lo he deseado…Voy a
vivir el momento, no voy a pensar en nada ni en nadie, voy a ser la más
egoísta. Hoy sólo quiero sentir. Mi corazón me grita que quiero sólo estar
con él, que sea feliz, que disfrute el aquí y el ahora, aunque tal vez sea la
última vez que nos veamos.
Lo miro y le tomo la mano, sin responder nada. Sonríe y me dice:
—Vamos a bañarnos, hace años que no siento este mar en mi piel.
Me mira como la primera vez; sus ojos brillan más que nunca. Se saca la
camisa y corremos al mar, sin soltarnos de las manos.
No me importa que todo el mundo se vaya al carajo. Hoy sólo somos él y
yo…
Siento el agua en mi cuerpo recorriendo cada parte y es como si mi piel
estuviera al rojo vivo. Siento cada sensación y cada movimiento del agua en
mi cuerpo como si lo acariciara.
Este hombre que amo tanto me mira y me llena de magia, de mil
sensaciones; se acerca y me abraza. Siento de nuevo sus brazos en mi
cintura, tal como lo recordaba, fuertes, siempre apoderándose de cada parte
de mí. La sangre empieza a circular por todo mi ser, me agarra con fuerza y
me acerca a él. Siento todo su cuerpo en el mío, cada parte de sus músculos
en los míos y siento que nuevamente voy al cielo, pero con él.
Le toco la espalda y recorro cada centímetro de su piel. Él me mira con
los ojos llenos de fuego y me besa profundamente; su beso es riguroso, su
lengua indecisa hasta que se encuentra con la mía. Nos besamos con locura,
como sólo dos personas que se aman de esa manera saben hacerlo.
Sólo nosotros sabemos la falta que nos hace el otro. Cuando has extrañado
tanto algo que ahora tienes, el tiempo se hace difuso, inasible… Nos
besamos no sé por cuánto tiempo y siento cómo sus manos recorren todo mi
cuerpo y lo deseo más que nunca… El mar nos empieza a pegar fuerte y las
olas nos mueven de un lado a otro; él me agarra en brazos y me saca del
mar como si fuera una pluma.
Nos acostamos en la manta que sigue en la arena donde yo la dejé; las
estrellas brillan, no sólo en el cielo, sino en mi cuerpo. Sus ojos ardientes
me atrapan, me siento tan deseada; recorre con sus labios mi cuello, mi
nuca, siento sus besos en todo mi cuerpo.
—No sabes cómo te deseo y sé que tú también a mí.
Sólo lo miro y lo beso con placer. Lo vuelvo a mirar y le murmuro en el
oído suavemente:
—Quiero que tú seas el primero en mi vida.
Sus ojos brillan de emoción y excitación, y eso me estremece aún más.
—Es algo que esperamos por tantos años.
Me mira a los ojos con la mandíbula apretada, sigue besándome el
abdomen, siento cada latido de mi corazón. Me toma la parte de arriba del
traje de baño y me toca cada centímetro de mis pechos, acaricia mis
pezones duros, lentamente se saca la ropa. Estamos sólo él y yo, y la Luna
como testigo. Me susurra en el oído en voz baja, desafiante, excitado, que
hoy será la primera vez que él y yo haremos el amor…
Mi cuerpo se agita y estalla en mil pedazos, no sólo de placer, sino de
felicidad. Siento cómo entra en mí y me tiembla el cuerpo, me arqueo. Es
una sensación tan poderosa, tan mágica, llena de sensaciones, de
emociones. Tal vez nadie en este mundo entienda cómo se siente en el
cuerpo este amor que nos consume.
***
Me besa con ternura, despacio; me besa la cara entera y así se nos pasa el
tiempo…. Mientras recobra el aliento, todo mi cuerpo gira en una dulce
agonía. Nos abrazamos después de haber recuperado las fuerzas.
Me pregunta si estoy bien.
—¿Cómo crees tú que estoy? —respondo y nos reímos abrazados.
—De verdad, ¿no te hice daño?
—Te juro que no —le quitó la preocupación mientras le doy un beso en la
frente.
La verdad, me imaginaba que perder mi virginidad iba a ser algo muy
doloroso, pero me doy cuenta de que él me trató con mucha delicadeza,
como siempre lo ha hecho.
—Te amo, Diego Cienfuegos. Jamás olvidaré esta noche.
Por sus mejillas corren sus lágrimas. Lo abrazo, sé perfectamente lo que
está pensando. Sentimos lo mismo. Le seco la cara y le doy un beso con la
mayor dulzura.
—Acuérdate de que tenemos una promesa. Hoy vamos a disfrutar el
momento, sin pensar en el mañana; pensemos que este día puede durar una
eternidad...
Caminamos y llegamos a su casa. Entramos en silencio, tiene el living
lleno de velas, la chimenea prendida, hay flores por todos lados. Hay
también un camino de pétalos de rosas. Me da risa. Siempre ha sido tan
detallista. La champaña, lista con dos vasos; la terraza con vista al mar,
llena de cojines perfectamente acomodados y una mesa con velas en el piso.
Todo lo que tanto me gusta.
—Tenías todo muy bien pensado.
—La verdad que sí. He tenido muchos años para planearlo —me dice con
una sonrisa.
Detrás de ese rostro feliz hay una sombra que siento inevitablemente. Me
abraza tan fuerte que pienso que me va a quebrar todos los huesos del
cuerpo.
—No sabes cuánto te amo, cómo me haces falta, estás en todos mis
pensamientos, en todo lo que hago. Hoy me has hecho el hombre más feliz
del mundo. Tengo algo tan tuyo para toda la vida, algo que nadie me va a
quitar. Veo cómo su cara cambia de expresión.
—¿Por qué la vida es tan injusta? ¿Por qué si somos el uno para el otro?
¿Por qué si te amo con esta locura que me quema las entrañas no podemos
estar juntos?
Sus ojos brillan y empiezan a caer sus lágrimas… Nos quedamos en la
chimenea, mientras miramos los dos cómo se consume la leña lentamente.
Le digo mientras miro el fuego:
—¿Sabías que los grandes amores de la vida nunca terminan juntos?
Siempre tienen una historia que contar y siempre terminan separados. Así
nacen las grandes obras del mundo entero.
Nos miramos cara a cara y nuestros cuerpos se juntan, me mira como si
quisiera grabar cada parte de mi rostro. Me toca con su dedo cada
centímetro.
Lo miro y es como un héroe griego, como salido de una historia antigua.
Cómo lo amo, Dios mío. Me invade la tristeza y la desolación y no puedo
evitar que mis lágrimas empiecen a caer también, cada vez más rápido y
más gruesas. Me mira sin decir ni una sola palabra; sabe perfectamente lo
que siento.
Sólo me besa dulcemente y en ese beso pongo todo mi amor. Como
cuando un prisionero va a la horca y tiene el último segundo de su vida. Su
cuerpo y el mío se acoplan perfectamente porque somos uno. Nuestros
besos cada vez van aumentando el deseo. En este momento es sólo mío y de
nadie más.
Estamos recostados en los cojines y lentamente me quita mi salida de
baño; siento sus manos recorriendo mi piel…. No deja de mirarme ni un
solo segundo.
—Eres lo más hermoso que jamás veré en toda la vida.
Su voz es embriagadora y sus palabras seductoras. El efecto que provocan
en mí es alucinante. Le desabrocho lentamente los jeans, no dejamos de
mirarnos y sólo nuestras manos actúan; siento su miembro erecto, lo toco,
lo disfruto… gime y sigue besándome el abdomen hasta llegar al ombligo.
Yo me retuerzo de placer, le agarro la cara y lo beso intensamente. Lo siento
otra vez dentro de mí, en toda su plenitud. Comienzo a temblar y él también
lo hace, nos agitamos con desenfreno, pasión, locura… sólo somos él y
yo… y alquimia pura.
Estamos desnudos completamente. Exhaustos. Me da de comer y me sirve
champaña; su cara tiene esa sonrisa pícara que tantas veces me entregó.
—Eres maravillosa, señorita Mila, tienes una habilidad extraordinaria.
Me río y comento:
—Creo que tengo un buen maestro.
Me acurruco en sus brazos.
Nos quedamos callados, dejándonos espacio para pensar cada uno en lo
que estamos viviendo. Me da vueltas para que lo mire y me pregunta:
—Cuéntame de Nueva York, ¿cómo conseguiste ese trabajo?
Lo miró mientras él me acaricia la nuca y le intento resumir la historia.
—No sé bien cómo nació la conexión con Spencer; comenzamos
hablando de nuestras familias y le terminé contando la muerte de mi padre y
cosas muy íntimas de mi familia. Para mi suerte, le encantó mi trabajo y
pensó que tenía que ser parte de su equipo.
—Eres una mujer increíble. Cómo no me iba a enamorar de ti si siempre
consigues todo lo que te propones —me dice y me mira con orgullo—. Vas
a ver cómo pronto vas a ser la mejor editora de esa revista, como siempre
soñaste —me abraza y veo sus ojos cómo brillan.
—¿Mañana te vas entonces?, ¿dónde vas a vivir?
Lo miro y sé que no es bueno que él lo sepa.
Le respondo en forma divertida, pero escapando por la tangente.
—Obvio, no me quieres decir; me conoces y sabes que en algún arranque
te voy a buscar y mando todo esto a la mierda. ¿Y si me voy contigo y dejo
todo acá? Soy tan feliz cuando estoy a tu lado; no resisto la idea de volverte
a perder.
Sus ojos nuevamente están brillantes.
—Diego, sabes perfectamente cuánto sufriste tú con la muerte de tu
madre. Sufriste la falta de un padre presente. No repitas la historia. Aunque
estuvieras conmigo, tu conciencia nunca te dejaría en paz. Nunca te lo
perdonarías. Eso siempre será un obstáculo, no seríamos felices. Dijimos
que esta noche era sólo para ti y para mí, que no va a haber terceros, no
pensemos en nada más. ¿Te parece si preparamos algo de comer?, esto de
tanto ejercicio me tiene hambrienta —digo riendo y le doy un beso en la
mejilla.
Decidimos cocinar unas quesadillas. Lo miro en la cocina, sólo con sus
jeans rotos puestos y su dorso al desnudo. Todo él es perfecto. Me encanta
ver cómo se mueve entre los sartenes sin dejar de mirarme todo el tiempo,
como si disfrutara cada uno de mis movimientos. Se ríe de mis comentarios.
No deja de mirarme y debesarme. Nos comemos todo.
Se acerca a mí y me dice:
—¿No te darías un baño para quitarnos la sal de la piel? —me observa
profundo y me rodea en sus brazos.
Me alucina este panorama. Mientras prepara la bañera, subo la champaña
y me tiro en su cama. La habitación sigue tal cual como la recordaba;
entierro mi cara en su almohada y siento su olor. Pienso en cuántas veces él
ha estado acá y yo extrañándolo. Cuántas veces habrá pensado en mí en esta
cama. Me doy vuelta para sentirla entera y llevarme este lugar siempre en
mi mente.
—Está lista la bañera —me dice, se acerca y me saca la ropa despacio, y
me vuelve a observar con especial dedicación —. Te deseo más que nunca,
Mila.
Entramos a la bañera, se acuesta y me tira para que yo pueda recostarme
en su pecho; sus piernas rodean mi cintura, nuestros pies quedan a la misma
altura. Toma un jabón líquido con olor a vainilla que está en la bañera y
comienza con una esponja a pasármelo por todo el cuerpo. Juega con la
espuma sobre mis formas; es una sensación indescriptible; luego yo hago lo
mismo con él. Paso por sus largas y fuertes piernas, por sus pectorales, por
sus fuertes brazos; lo beso despacio en la boca. Siento todavía el vino en su
boca, me vuelve loca. Sabe mucho mejor en su boca que en una copa.
Le pregunto por el trabajo, como para poner un cable a tierra.
—Estoy muy bien, con proyectos nuevos. Quiero que la compañía entre
en el mercado de Dubái; tenemos muchas oportunidades allá. La próxima
semana viajo para ver a unos clientes. Voy con mi padre; es increíble la
relación que hoy tengo con él, ha cambiado tanto. Florencia le ha hecho
muy bien. Gracias a ti —me dice en oído—, porque fuiste la primera en
acercarme a él. Me doy vuelta para mirarlo a los ojos.
—No sabes cómo me alegra lo que me cuentas. Estoy segura de que serás
el mejor padre para tu hijo.
Por dentro siento un dolor en el corazón; cuánto hubiera deseado que él
fuera el padre de mis hijos, que hubiéramos tenido un hogar juntos.
Diego me mira:
—¿Qué pasa?
—Nada —miento.
Pero veo a través de sus ojos que él ya sabe lo que me pasa. Sus labios se
acercan a los míos, despacio, me besa y me besa y yo estallo.
***
Tengo su camisa puesta; él sólo lleva sus bóxer y estamos acostados en su
cama. Yo estoy de espaldas a él y él tiene su cara en mi pelo. Con las
cortinas completamente abiertas, vemos cómo ya empieza a amanecer. De
sólo pensar en que se acerca la hora que me llevará muy lejos de acá y muy
lejos de Diego, se me aprieta el estómago.
Me abraza con fuerza, como si quisiera dejarme atada en esa cama.
—No tienes idea de lo que significó esta noche para mí. No concibo pasar
el resto de mi vida sin ti, no sé qué voy a hacer. No sabes la falta que me
haces.
Las lágrimas corren por mis mejillas, pero no quiero que se dé cuenta. Él
llora también, no quiere que yo me dé cuenta. Hasta que nos abrazamos y
soltamos, lloramos con desgarro… me besa por toda la cara sin parar de
llorar. Es un sufrimiento que me lleva la vida.
***
Estoy en su auto camino a la casa de Coti; me debo mudar rápidamente e
irme al aeropuerto. Mi corazón tiene una mixtura de sensaciones de la
maravillosa noche que acabamos de pasar, mezclada con una inmensa
tristeza de perderlo para siempre.
Él está con los ojos mirando la carretera, impenetrables.
Me aprieta fuerte la mano y me mira:
—¡Quédate! Mandemos todo a la mierda.
Sus lágrimas corren muy rápido, no puedo evitar empezar a llorar
nuevamente.
—Te amo, Diego. Pero es imposible que yo me quede, jamás me lo
perdonaría, y tú tampoco. Gracias por darme los días más maravillosos que
jamás había imaginado. Mis mejores recuerdos siempre serán contigo. Tú
ahora tienes mucho que aprender como padre y un camino lleno de cosas
lindas con tu hijo —lo beso con lágrimas en la cara.
—No puedo, Mila, no puedo dejarte ir. No lo entiendes.
Trato de calmarme, me secó las lágrimas y lo tomo de los brazos.
—Diego, una vez me dijeron algo que nunca podré olvidar, y que me ha
servido de consuelo. Me preguntaron: ¿Qué prefieres: haber conocido el
amor, aun cuando sabes que lo vas a perder, o nunca haber amado, pero no
sufrir? Hoy estoy segura de que prefiero mil veces haber vivido esta historia
de amor contigo, aunque nuestras vidas se separen. ¿Sabes cuántas personas
mueren sin haber conocido jamás el verdadero amor? Jamás pudieron sentir
esto que nos quema por dentro, pero que nos hace sentirnos vivos. Te lo
pregunto hoy a ti: ¿hubieras preferido nunca haberme conocido o
conocerme y haberme perdido?
Me mira impávido.
—Sin duda, haberte conocido.
—Perfecto. Por lo menos hemos tenido la suerte de encontrarnos en este
inmenso mundo. Y tenemos la historia de amor más linda que existe.
Me abraza fuerte y en ese abrazo dejo mi adiós y salgo corriendo. Tengo
que alejarme de él lo más rápido posible.
Cuando el avión despega, me siento destruida, desolada, fuera de mí. La
azafata me consuela porque no dejo de llorar. Abandono toda una etapa de
mi vida en este país, familia, amigos y un gran amor. Su alma fue mía y la
mía de él. Y nuestros cuerpos acusarán esa presencia eterna a la distancia,
para siempre, aunque miles de galaxias nos separen.
CAPÍTULO 19
***
Pasan los días y cada vez me siento más adaptada a la rutina de trabajo. Ya
he entregado mis primeros reportajes y siento alivio porque hasta ahora le
han gustado a Claire. Aún no he tenido la oportunidad de ver al señor
Spencer.
Voy tarde, corro a mi entrevista con Satoko, que es una mujer asombrosa,
japonesa, talentosa, exitosa. Quedo asombrada con su cultura; sus obras
están llenas de magia; su creación es fascinante.
Llego justo a la editorial, a minutos de empezar la pauta de la semana. Me
encuentro en el pasillo con Claudia y Sophie; entramos juntas. Están todos
muy producidos y les pregunto a mis amigas por qué tanta expectativa.
—Viene el señor Spencer —me explican.
Hace tiempo que quiero verlo para agradecerle personalmente esta
oportunidad.
Todos entran en un absoluto silencio cuando entra Spencer. Su presencia
es imponente. Viene acompañado de tres personajes más. Una mujer de
unos 45 años, impecable; un señor calvo con lentes, y un joven de unos 30
años. Siento cómo Sophie me pega una patada por debajo de la mesa y me
dice: “¡Qué guapo!, ¿no?”. Me provoca mucha risa; parece una adolescente
en la escuela.
El señor Spencer nos da las gracias por ser parte de un equipo tan unido y
creativo, nos cuenta que este año ha habido un crecimiento de 10% y que la
idea es seguir expandiéndonos a otros países. Me emociona mucho ser parte
de una compañía tan próspera.
Veo como el joven que lo acompaña me clava los ojos; me ruborizo y bajo
la mirada. No sería capaz en estos momentos de coquetear con nadie. Ni
quiero.
Luego de profundizar en las proyecciones del año, el señor Spencer nos
comunica que tomó la decisión de integrar un nuevo integrante a la familia
editorial.
—Quiero que conozcan a mi nieto. Viene muy bien preparado, estudió en
la Escuela de Negocios de Harvard. Él estará a cargo de toda la parte
comercial y de las finanzas de la empresa. Me complace presentarles a
Franco Spencer.
Claudia y Sophie se dan vuelta emocionadas y comentan bajito: “¡Qué
bueno tener por fin a un guapo en este equipo!”.
Termina la reunión con aplausos para el nuevo integrante; veo como me
sigue observando y yo me sigo haciendo la tonta. Quiero saludar al señor
Spencer para agradecerle todo lo que ha hecho por mí, pero siempre está
con alguien. Espero… pero lo aborda Claire y se lo lleva a su oficina. Ya
me resigno; sé que tendré alguna oportunidad más adelante.
Llego a mi cubículo. Me entusiasma comenzar a escribir el artículo de la
famosa artista que acabo de conocer. Me pongo losaudífonos y empiezo a
transcribir la entrevista. Estoy tan absorta escuchando su manera de hablar
del arte; es realmente una maestra no sólo de la escultura, sino por la forma
en la que ve la vida.
Siento una mano en la espalda, me doy vuelta y, para mi sorpresa, es el
señor Spencer acompañado por su nieto. Me quito de inmediato los
audífonos, me disculpo; no sé desde hace cuánto tiempo estaban ahí y yo
metida en mi mundo.
—Hola, señor Spencer. Quería tanto saludarlo para agradecer esta
maravillosa oportunidad de unirme a su equipo.
Se acerca con una sonrisa tierna y me da un beso en la mejilla.
—Cuéntame, Mila, ¿cómo estás?, ¿ya estás instalada?, ¿qué tal tu
departamento?, ¿cómo te trata Nueva York? Antes de que me respondas, te
presento a mi nieto, Franco. Como ya sabes, va a trabajar con ustedes.
Me da la mano y yo inmediatamente me giro hacia el señor Spencer para
seguir la conversación.
—Estoy tan feliz. Me han tratado muy bien y me encanta mi trabajo. Me
he ido adaptando muy rápido; de verdad, muchas gracias por la confianza.
—No me equivoqué contigo, ya he recibido muy buenos comentarios.
—Muchas gracias, de verdad —respondo con el estómago apretado.
—Yo ya había visto esa pasión que le pones a tu trabajo. Escuchar
atentamente a las personas y poder interpretar el mensaje que ellos quieren
entregar es un don. No todos pueden lograrlo porque eso no se aprende en
ninguna universidad.
No puedo evitarlo y le doy un abrazo.
—¡Usted ha sido mi salvador! Me dio el impulso para salir de Chile justo
en el momento en el que más lo necesitaba. Y me entregó esta nueva
familia; la verdad es que me emociona.
Se despide mientras me dice:
—Cualquier cosa que necesites, no dudes en buscarme. Cuídate mucho. Y
tienes que conocer a mi familia porque todos quieren abrazar a la periodista
que nos hizo llorar con su artículo.
Cuando se despide, Franco me dice:
—Será un gusto que trabajemos juntos, Mila.
Tomo el subway para regresar a mi departamento feliz. Me encanta mi
nuevo hogar y mi oficina. Cada día me siento más parte de este lugar; mis
amigas nuevas se han convertido en mi familia acá. Claudia vive con
Sophie y hoy me ofrecieron que compartiéramos departamento las tres, lo
que nos ayudaría mucho a reducir gastos y, además, nos haríamos compañía
en esta gran ciudad. Lo estoy analizando porque, por otro lado, amo mi
espacio. La soledad me ha ayudado mucho a volver a conectarme conmigo.
Esta noche suena mi teléfono y es de Chile, es Coti.
—Hola, amiga linda. Te extraño tanto. No sabes cómo me haces falta, no
es lo mismo sin ti.
—Yo igual, amiga, te extraño mucho, ¿Cómo estás?, cuéntame.
—Pues yo estoy muy feliz. Me encanta mi especialidad de Psicología.
Creo que no me equivoqué y, al parecer, quieren que me quede trabajando
en el hospital. Para mí sería increíble… Ah y regresé con Galo. ¡Ya sé! No
me digas nada, prometo que esta vez me lo estoy tomando con más calma.
Me repito a diario tu frase: “Primero debes caminar para aprender a correr”.
No voy a apresurar las cosas. ¿Tú cómo vas? ¿Cómo va el trabajo?, ¿qué tal
es vivir en la Gran Manzana?
—Estoy feliz; en la revista me va muy bien. Me han felicitado harto y
cada día me dan más responsabilidades. Me sirve para mantenerme ocupada
y no pensar tanto. ¡Ay! Y no te había contado, Claudia y Sophie me están
ofreciendo mudarme con ellas.
—¡Eeeey! Mucho cuidado. No me vayas a reemplazar por ellas.
Se ríe en el teléfono, aunque sé que en esas palabras hay algo de cierto. La
conozco bien y siempre ha sido celosa de mis amistades.
—¡Jamás! —le digo para dejarla tranquila—, como tú nunca, tú siempre
serás mi mejor amiga, para toda la vida.
Seguimos conversando de todo lo que nos ha pasado en este tiempo.
Luego se queda en silencio.
—Mila, tengo que decirte algo. No quisiera hablarte de este tema, pero
tengo que hacerlo. Diego me llamó ayer en la noche… quería tu teléfono,
me rogó para que se lo diera.
En tanto escucho su nombre, mi cuerpo reacciona. Me mareo, siento
escalofríos. Hace mucho que no sabía nada de él.
—Imagino que no se lo diste.
—¡Obvio que no! Me repetiste mil veces que no podía hacerlo. Pero,
honestamente, amiga, me dio mucha pena negárselo. Se notaba en su voz
que estaba desesperado por hablar contigo. Le dije que justo lo cambiaste y
que no lo tenía y obvio que no me creyó. Pero logré tranquilizarlo; le conté
que tú estabas muy bien, trabajando como siempre habías soñado. También
le dije que creía que lo mejor era dejar que las cosas se calmaran, que ahora
no es el momento. Mejor que disfrute de la paternidad y que te deje
tranquila. Él sabe que te tiene que dejar volar lejos, tan alto como tú
quieras. Y sí, me dijo que lo que más quería es que tú fueras feliz. Pero me
dijo que era tan difícil no saber nada de ti, que era como estar muerto en
vida.
Mientras escucho a Constanza, siento que mi cabeza da vueltas, me falta
la respiración.
—Mila, no sabes. Casi lloro sólo de oír su voz, te juro. Era de una
desolación.
—Por favor, Coti, te lo ruego. Nunca le digas nada de mí a Diego.
¡Júramelo!
—Amiga, tú sabes que jamás lo haría, sólo quería decírtelo; me partió el
alma escucharlo tan destruido.
—Te voy a pedir un favor, Coti, nunca me vuelvas a hablar de él. Necesito
tomar distancia y cerrar ese capítulo en mi vida. Si no, nunca voy a poder
volver a ser feliz.
Corto el teléfono y me vuelvo chiquita. Me tiro en mi cama y ya no quiero
pensar. Sólo quiero sumergirme en mi tristeza un momento, en mis
recuerdos. Como dice la sabia Scarlett en “Lo que el viento se llevó” (¡amo
los clásicos del cine!): “mañana será otro día”. Y yo no puedo volver a estar
así nunca más.
CAPÍTULO 20
La vida te da sorpresas
***
Estoy escribiendo una entrevista muy entretenida que me encargó Claire;
sigo en el marco de las mujeres en estos tiempos. Mujeres que cambian
paradigmas.
Estoy tan concentrada que no veo cuando llega Franco a tomarme el
hombro.
—Perdona que te interrumpa, no quería distraerte.
—Discúlpame a mí si llevas mucho tiempo ahí, cuando escribo se me
olvida el mundo.
Me regala una sonrisa y yo se la devuelvo.
—Venía a hacerte una invitación. El viernes es la fiesta de cumpleaños de
mi abuelo y quería ver si quisieras acompañarme.
Lo miró sorprendida; yo creo que se da cuenta de mi cara. Y me comienza
a explicar.
—A mi abuelo le gusta mucho tu compañía, dice que eres una joven llena
de alegría y que siempre tienes algún tema interesante que contar. Le gusta
mucho que siempre tengas una opinión, sin importar si los demás están o no
de acuerdo. Dice que le das vida. Y eso me facilita el trabajo, ya que no
debo ser el entretenido de la fiesta. Ahora para eso estarás tú.
Lo dice con una sonrisa traviesa en los labios.
—Qué lindo tu abuelo. La verdad es que yo le tengo mucho cariño. Es tan
culto, me encanta porque sus historias son geniales y siempre tiene la
palabra precisa. Claro que feliz voy. Es un placer para mí.
En los ojos de Franco se refleja una gran alegría, nunca ha sido muy muy
expresivo, pero ya he aprendido a conocerlo.
—Perfecto, el viernes paso por ti a las 7 de la tarde.
—Me parece muy bien, ¿es muy elegante la cena?
—Me gustaría decirte que no, pero tú sabes cómo es mi familia. Le gusta
la formalidad.
Me sonríe y se marcha.
Lo miro mientras se va. Nunca me había fijado en lo guapo que es; tiene
un porte que lo hace verse siempre distinguido, pero con un aspecto juvenil.
Tal vez si mi corazón no estuviera tan lleno de amor por otro hombre,
seguramente me hubiera enamorado de él. La verdad, se ha convertido en
un gran amigo.
Se me pasa la semana volando entre mil cosas. Veo cómo cada día Franco
me mira y me busca. Pasa varias veces por mi escritorio para comentarme
cualquier cosa y trata de esperarme hasta que me voy a casa. Me ofrece
siempre llevarme, pero prefiero que sigamos siendo amigos. Yo todavía no
estoy preparada para tener un romance.
Son las 7 y Franco llega puntual a recogerme; me tuve que comprar un
vestido para la ocasión. Me encanta, es blanco; Sophie me acompañó a
buscarlo.
—Es perfecto, marca tus curvas, pero te vez como una señorita. Te hace
ver sexy, pero refinada —me dice.
Le hice caso, no quería seguir buscando más y sí, la verdad, me gustaba
cómo se veía.
Cuando sube Franco al departamento, veo cómo me contempla. Espero
que me diga algo, pero se queda mudo. Sólo me pregunta si estoy lista. Le
afirmo con la cabeza. Me abre la puerta del auto y me subo; antes de partir,
me vuelve a mirar y me dice:
—Estás despampanante esta noche. ¡Me puse nervioso! —bromea.
Yo le respondo:
—Tú igual.
La verdad, se ve guapísimo con su esmoquin. Nos quedamos los dos
callados, se torna un momento un poco incómodo. Pongo música para
relajar el ambiente y comenzamos a hablar de cosas más triviales.
Llegamos a la casa; me alegra tanto ver a su familia, sobre todo a su
abuelo. Es como si fuera el mío, es tan cariñoso. Hace que te sientas en
casa; siempre tiene una sonrisa y una palabra linda. Paso mucho rato con él
y con Franco hablando de la vida. Le gusta escucharme y siempre me
pregunta por mi vida en Chile y por mi familia.
Llega la abuela y nos hace pasar a la mesa.
Franco me levanta la silla y se sienta al lado mío. Veo cómo la familia
sonríe. Eso me hace sentir un poco incómoda; no quiero que piensen que
somos algo más que amigos, pero es obvio que deben pensar que algo pasa.
Tal vez no fue una buena idea haber venido, pero ya es tarde para pensar en
eso.
El abuelo agradece en la mesa que todos estemos en ese día con él, que
está cumpliendo 85 años al lado de su familia. Es una bendición.
Siento cómo se aproximan unos tacones y la ama de llave le habla a una
mujer. No tiene más de 25 años, es bellísima, pelirroja, alta, parece rusa. Su
piel blanca perfecta hace juego con sus grandes ojos azules.
—Hola, querida familia, perdón por interrumpir, pero no podría dejar de
llegar para tu cumpleaños mi querido Michael. Se acerca y lo abraza.
Veo cómo todos los que estaban en la mesa se ponen tensos. Cambia el
ambiente inmediatamente y veo que Franco se levanta rápido y se dirige
hacia ella. La mamá de Franco se para y le toma el brazo a su hijo.
—Hijo, deja que Samantha se siente. Trata de mantener la calma (le dice
despacito); llama al mozo y le pide que por favor ponga otro lugar —dice la
madre y lo sienta al lado de ella.
Samantha camina hacia Franco.
—Mi amor, te he extrañado tanto, ¿te gustó la sorpresa?
Lo único que quiero es que la tierra me trague, me gustaría tener un
superpoder para que me teletransporte en dos segundos a mi departamento y
me saque de esta situación tan incómoda.
Veo cómo los demás invitados me miran y yo no sé dónde meterme. Ella
se dirige a donde estoy yo sentada con Franco. Pienso en escapar, pero
decido quedarme sentada.
Cuando camina hacia mí, veo cómo me observa; siento sus ojos que
penetran profundamente. Siento que mi cara arde de vergüenza.
—¡Perdona, no nos han presentado! Yo soy Samantha, la novia de Franco,
y tú ¿quién eres?
Me paro no sé cómo y le digo mirándola a los ojos:
—Hola, qué gusto. Yo soy Mila y trabajo en la editorial.
El abuelo de Franco inmediatamente sale a mi salvación.
—Ella viene de Chile y es mi invitada especial esta noche.
Lo miro agradeciéndole, porque no me atrevo a mirar a Franco, pero estoy
rogando que pronto termine la cena para poder darme a la fuga.
El abuelo empieza a contar anécdotas; estoy segura de que quiere
alivianar el ambiente, pero yo sigo sintiendo esa tensión. No escucho a
Franco decir ni una sola palabra. Veo cómo Samantha me mira de reojo.
Para qué me habrá invitado Franco si tiene novia y si sabía que podría
llegar. Samantha comienza a hablar en la mesa, sin que nadie le pregunte
nada, de su doctorado en Londres, que salió la mejor alumna, que ya
terminó y ya nadie la moverá de Nueva York. Es como si quisiera
mandarme un mensaje, pero ella no sabe que no tengo ninguna intención de
quitarle a su novio.
Todos están callados en la mesa; al parecer la incomodidad nos aplasta.
Esto cambia la percepción que tengo de Franco. Tan honesto que se veía y
tan bueno, y resulta que tenía novia y me invita a mí a una cena familiar.
Ella tiene toda la razón de estar enojada. Si Diego me hubiera hecho algo
así alguna vez, lo hubiera matado.
Terminamos el postre y siento cómo el abuelo de Franco me mira y trata
de salvarme.
—Mila, te quería mostrar una colección que tengo de una comunidad de
Chile que trabaja el cobre. Me la trajo un amigo que tengo desde hace
muchos años. ¿Me quieres acompañar?
—Sí, claro —digo y me levanto como si fuera la mejor invitación que me
han hecho en toda mi estadía en la Gran Manzana.
Franco se para y me corre la silla. Veo que me mira con clemencia; yo
apenas levanto la mirada. Pido disculpas y me voy con Michael hacia la
biblioteca. Es inmensa, llena de libros por todas las paredes, tomos
antiguos, primeras ediciones de muchos obras, una verdadera joya.
—¡Wow! Qué maravillosa biblioteca. No puedo creer que tengas una
primera edición de Veinte poemas de amor y una canción desesperada de
Pablo Neruda.
Y comienzo a citar este poema que es mi favorito:
La elegida
L os meses pasan y pasan y cada vez estoy más feliz. Siento que cada
día estoy más liberada, sin tantos pensamientos turbios en mi cabeza.
Les he pedido a mis amigas de Chile que nadie me hable nada de Diego.
Estoy decidida a dejar el pasado atrás y a volver a vivir.
Cada día salgo más con Franco y los días en que no lo veo lo extraño. Lo
pasamos muy bien juntos; siempre inventa panoramas entretenidos. Cada
día lo conozco mejor y me gusta más su forma de ser.
En la oficina confirmamos lo que hace un tiempo era un rumor de pasillo.
Sabíamos que Claire estaba enferma, pero fue un balde de agua fría
enterarnos de que tiene cáncer. Me da una pena verla; siempre ha sido una
mujer tan inteligente, tan segura; duele ver cómo cada día se ve más frágil y
delgada. Evidentemente, se ha ido apagando de a poquitito.
Hoy decidió hablar con el equipo porque debe tomar unos meses para
poder llevar bien su tratamiento y debe dejar un reemplazo.
Mientras nos habla la miro; no quiero mostrar lástima. Seguramente, lo
que menos quiere es que sintamos eso por ella. Yo siempre la he admirado
tanto.
—Quiero que sepan que son un gran equipo; estoy segura de que se las
arreglarán muy bien sin mí. Van a salir ideas nuevas porque todos son muy
capaces. Somos el mejor grupo de la editorial y lo sabe cada uno de ustedes.
Quiero contarles que en mi ausencia he pensado en quién voy a dejar a
cargo. Deben saber que en todos confío y los creo muy capaces, pero siento
que la que en este momento está más preparada para esto es Mila — me
mira con una sonrisa—. Tú te quedas a cargo de este buque.
Mi cara es de alto impacto. Todos se dan vuelta a mirarme; yo no puedo ni
hablar, estoy sorprendida. Si bien soy parte de un equipo de tres personas
que funcionamos como subeditoras, hay en la revista gente que lleva años y
que se lo merece mucho más que yo.
—Desde hoy tú serás la encargada de llevar esta revista.
Muchos empiezan a aplaudir y un par tiene cara de querer matarme. Los
entiendo perfectamente.
—Claire, perdona, ¿estás segura de esta decisión? No sé si estoy
preparada para este reto.
Ella me mira y, aunque ha sido amable conmigo, siempre ha marcado
claramente una distancia. Me dice fuerte y claro:
—Estoy completamente segura de que lo harás de maravilla.
Le doy un abrazo tan apretado y por primera vez veo que lágrimas corren
por su cara.
Le digo al oído:
—Jamás nadie lo va a hacer como tú. Eres la reina y esta revista sin ti no
sería nada. No sabes cómo te admiro y espero algún día llegar a ser por lo
menos la mitad de lo que tú eres. Todo va a salir bien y pronto retomarás tu
lugar.
Me mira y me abraza, siento su cariño.
***
Han pasado seis meses y, definitivamente, la carga de trabajo de estos
tiempos me tiene mal. Ya no tengo vida. Quiero dar lo mejor y no fallarle a
Claire, que sigue con sus tratamientos. Me siento muy responsable de que
todo salga bien y estoy aprendiendo mucho.
Han pasado muchas cosas en este tiempo. Claudia anoche no durmió en el
departamento. Nos confesó hoy en la mañana que le fue infiel a William y
que pasó la noche con Mark. Que no pudo resistirse a los encantos y a la
efervescencia que le provoca este hombre. La culpa la persigue; por miedo
a enamorarse y perder la cabeza por Mark, decidió adelantar la fecha de su
boda con William. Teme arrepentirse toda la vida por perder la estabilidad y
la seguridad que le brinda su novio.
Franco llega cada día con mi comida y cena; se preocupa porque trabajo
tanto. Seguimos siendo amigos, pero cada vez me gusta más. Reconozco
que todos sus detalles diarios me están conquistando.
Esta noche me va a buscar y me obliga a salir.
—Hoy te voy a llevar a cenar a un lugar muy lindo. No puede ser que
todos los días comas y cenes en la editorial. Y no es una pregunta, es una
orden. Ya sé que no aguantas órdenes, pero esta vez lo vas a hacer. Todos
los fines de semana los pasas acá.
Intenta ponerse rudo, pero irradia su ternura. Y agradezco que me saque,
honestamente.
Alguien tiene que tomar las riendas en este asunto. Y esta vez voy a dejar
que sea él.
CAPÍTULO 23
***
Luego de esa visita, fui cada domingo antes de su muerte, pero ya jamás la
pude ver despierta. La morfina no la dejaba ni siquiera abrir los ojos.
Luego de un mes recibimos la noticia de que había muerto. Fue toda la
editorial al funeral. No pude dejar de pensar en ella y en sus últimas
palabras, que quedaron grabadas en mi alma. Cuando nos vamos, se acerca
Franco y me abraza. Sabe lo afectada que estoy.
—¿Quieres que te lleve a tu casa? Antes te quiero mostrar un lugar. Sé
que no es el mejor momento, pero ayudará a que te despejes. Me regala una
sonrisa y acepto.
Llegamos a un lugar precioso en las afueras de Manhattan; es un
restaurante que nada tiene que ver con los lujosos restaurantes de la ciudad.
Es cálido, rodeado de árboles; hace que te sientas en casa.
En todo el camino no pude pronunciar una sola palabra, siento que tengo
un nudo en la garganta. Franco respeta perfectamente mis tiempos; ya ha
aprendido a conocerme perfectamente.
Nos sentamos a ver cómo caen las hojas de los árboles. Empieza el otoño
y comienza el frío; está prendida una chimenea. Me pide un chocolate
caliente. ¿Hay algo mejor que un chocolate caliente para la pena?
—Mil gracias por todo; has sido un gran compañero estos meses. Gracias
por siempre estar en los mejores y en los peores momentos.
Me mira fijo y veo cómo su cara comienza a acercarse a la mía. No dice
nada. Me mira profundo. Sé que desde hoy todo cambiará para nosotros y,
la verdad, estoy feliz. Quiero darle a mi vida una buena oportunidad, junto
al mejor hombre que he conocido.
Me acerco a él y nuestra historia comienza con nuestro primer beso en esa
cabaña en medio de la nada.
CAPÍTULO 24
***
Me levanto con todo el ánimo porque tengo todo el día para mi amiga del
alma. Cuando llega Coti a buscarme, la emoción es máxima. Nos
abrazamos largamente, nos corren las lágrimas. Ha pasado tanto tiempo y
nos reencontramos en este momento que siempre soñamos cuando éramos
niñas. ¡Cuántas veces jugamos a casarnos! ¡Jajaja! Los escobillones
siempre parecían ser los novios perfectos.
Llegamos a la tienda y se prueba el vestido. No puedo creer lo bella que
se ve, radiante, la quiero tanto. ¡Y cómo se nota que hace tan bien el amor!
Nos vamos a la peluquería.
Aprovecho, mientras repasan su peinado, para hacerme manicure y
pedicure. No nos para la lengua, son tantas cosas del matrimonio; los
arreglos, los invitados, la decoración. En un minuto se queda callada de
golpe y seriamente me dice:
—Amiga, tengo que contarte algo que no te he querido decir antes porque
sé que te va a complicar. Tenía miedo de que ya no quisieras venir a la
boda.
—¡Cómo se te ocurre! Ni decirlo. ¿Qué pasa?
—Es que Galo eligió a Diego para ser padrino.
Me lo dice y siento un nudo en el estómago. El solo hecho de escuchar su
nombre me pone tensa y peor imaginar que vamos a tener que estar
sentados juntos en la iglesia. Me tiene pasmada.
Me mira asustada. Yo trato de calmarme para no empeorar sus nervios
prematrimoniales.
—Amiga, no te preocupes. Era bastante obvio igual. Diego es su mejor
amigo. Pasa que me pilla de sorpresa porque nunca lo pensé antes, pero no
te preocupes. Somos adultos, ya no somos esos niños que no sabían lo que
querían y nos vamos a saber comportar. No te preocupes, de verdad.
—Mila, te conozco. No te vengas a hacer la demasiado adulta conmigo.
Tengo clarísimo lo difícil que va a ser estar sentada al lado de él. Pero, la
verdad, no tuve alternativa. Perdóname, amiga, te lo digo de corazón.
—Coti, ¿cómo se te ocurre que tú me vas a pedir perdón? Es tu boda y
vamos a hacer que sea memorable. No pienses en tonterías. ¿Nos vamos?
La abrazo justo cuando han terminado su peinado, precioso. Fin del tema.
Por dentro, soy un torbellino de emociones.
CAPÍTULO 25
Un universo paralelo
***
Despierto al otro día agradeciendo a los somníferos. Me duele cada uno de
los músculos del cuerpo, es como si un camión hubiera pasado por encima.
Recuerdo lo vivido ayer y tengo la herida abierta, siento las llagas en toda
mi piel y sólo quiero irme de regreso a mi vida.
Vamos en el avión de regreso a Nueva York; abrazo a Franco porque
quiero sentirme segura. Anoche me vio llegando a la casa con los ojos
hinchados de tanto llorar. Menos mal, lo detuve antes de que llegara a
buscarme para decirle que ya me iba a casa con mi hermana.
Javiera, que siempre ha sido mi cómplice, al ver salir a Diego supuso lo
que estaba pasando. Me encontró y me subió al auto. Me dio agua y recogió
lo que quedaba de mí. Cuando me preguntó qué me había pasado, le mentí,
le dije que la despedida de la novia estuvo demasiado triste. En su rostro vi
que no me creyó. Quiero confesarle todo. No puedo con la culpa.
—Necesito contarte algo. Puede ser que me dejes y lo entendería
perfectamente.
Lo miro y los ojos se me llenan de lágrimas, corren sin permiso por mis
mejillas.
—Lo que pasa es que anoche estaba mi ex, Diego, te acuerdas de que te
conté...
—Mila, no me interesa tu pasado sentimental. Sé perfectamente que
Diego fue alguien muy importante en tu vida y se ve que para él tú también.
No soy tonto y me doy cuenta. No me interesa nada que tenga que ver con
él, sólo me interesas tú. Dime algo, ¿todavía quieres casarte conmigo?
Lo miro sorprendida.
—¡Claro que sí! —él me da una gran sonrisa llena de ternura.
—Entonces, eso es lo único que me importa. A pesar de todo lo que pudo
pasar ayer, tú sigues queriéndome. Me elegiste y quieres pasar una vida a
mi lado. Yo te amo, Mila.
Lo miro con los ojos llenos de lágrimas y lo abrazo.
—No quiero saber nada. Quédate tranquila, pronto llegaremos a casa y
seremos sólo tú y yo.
CAPÍTULO 27
C laudia, ¡te felicito! ¡Qué bien te quedó la portada! Eres una excelente
editora, sé que lo vas a hacer muy bien mientras yo esté con mi
postnatal.
—Sí, la verdad, quedé supercontenta con el resultado —dice Claudia con
una enorme sonrisa.
—Mila, estás preciosa. El embarazo te ha caído muy bien, tienes una luz
en tus ojos tan maravillosa. Estoy segura de que tu bebé va a traer algo muy
especial. Es como si estuvieras llena de magia.
—Gracias, Clau querida, estoy tan nerviosa. Ojalá tenga puesta toda mi
conciencia en mi embarazo el día en que decida nacer. Pienso siempre en
eso. Tengo miedo de estar como loca y no darme cuenta. ¡¿Te imaginas si
nace en la editorial?!
—Te vas a dar cuenta de inmediato. Te aseguro que las contracciones no
pasan desapercibidas. Franco está más ansioso que tú con esto. El pobre,
cada vez que lo veo, tiene siempre cara de estar esperando el momento. Se
ve que no te quita los ojos de encima.
—Así es, no duerme en las noches. Despierta a cada rato preguntándome
si estoy bien. Está siempre con un ojo abierto. Y esto de que hayamos
decidido no saber el sexo del bebé lo tiene más nervioso; él es tan
planificado que lo supera.
Yo no le he querido decir, pero estoy segura de que es una niña. Te juro
que la siento. He soñado con ella. No sabes la conexión que siento.
—Qué hermoso lo que me dices. Estoy segura de que serás una gran
madre y Franco un superpadre superprotector (risas). No podrías haber
tenido un mejor esposo. Ya es hora de que te vayas a casa. Yo me encargo
de dejar todo listo para la nueva edición.
Escucho tocar la puerta. Es Franco.
—No puedo creer que sigas acá, Mila. Ya son las 9 de la noche.
—Mi amor, quiero dejar todo listo. No se sabe cuándo será el último día
que vendré a trabajar.
Me río por su cara de preocupación. Me ha contratado un chofer (que más
tiene cara de guardaespaldas) para que me acompañe donde vaya. Según él,
no debo manejar.
***
¡Llega el día por fin! La miro y es tan mía. Es la niña más linda que jamás
haya visto. Es tan pequeñita e indefensa. Siento un amor tan grande que
inunda todo mi ser y mi alma. Es el regalo más lindo que jamás pude
tener… recién estamos conociéndonos y ya no tengo dudas de que daría la
vida por ella. Mi existencia desde hoy ha cambiado por completo. Es el
mejor día de mi vida, pero, a la vez, cuando empiezan mis mayores
temores. Mía es su nombre y significa “La elegida”. Desde que la vi, supe
que así la llamaríamos. Es un nombre diferente y quiero que ella sea
auténtica, que tenga un corazón noble y que sea feliz. ¿Será mucho pedir?
No quiero que sea una muñeca a la que nadie pueda tocar. Ella va a ser una
mujer fuerte, capaz de levantarse las veces que sean necesarias. Compasiva,
pero firme en sus decisiones. Sabrá defenderse y luchar por cada uno de sus
sueños. Es la niña de mis ojos.
Cada vez que me encuentro con su mirada, se me llena el alma de una
emoción única. Es un amor sin condiciones, que se siente muy profundo en
el alma.
Sus facciones son hermosas, su piel tersa, blanca, como de porcelana. Su
rostro impecable. Su nariz fina, sus ojos verdes y sonrientes siempre.
Por primera vez entiendo que la maternidad es una revolución tan difícil
de entender antes de convertirte en madre. Cuando tienes un hijo dejas de
sentirte inmortal. Hay un ser humano que depende tanto de ti y, en la misma
medida en la que se agranda el corazón, aparecen temores insospechados.
Uno se vuelve vulnerable. Ya tu vida jamás será la misma.
***
Después de que nació Mía reduje mis horas de trabajo en la editorial. Con
Franco organizamos los horarios para que siempre haya alguien en la casa
acompañándola. Nuestro hogar se volcó completamente a nuestra hija.
Entre cambiar pañales, preparar su comida, cuidar sus siestas. Franco es un
excelente padre.
Todas las actividades las dividimos. Muchas veces me dice que me vaya a
dormir y que él se preocupa por darle el biberón en la noche, es un rey. Ni
decir los abuelos, los tiene completamente enloquecidos. Muchos días viene
Grace junto a Sarah y se la llevan a pasear. Luego ya no quieren devolverla.
Me encanta que ella sea tan amada y esté rodeada de tanto amor y alegría.
Cuando Mía cumplió un año, comencé a llevarla a la editorial. Pasamos
horas entre sesiones de fotos, entrevistas y horas de edición. Pareciera que
lo disfruta. La dejo en su silla de bebé y se queda horas mirando cómo
trabajo. Además, tengo muchos brazos y manos que me ayudan. Sobre todo
Claudia y Sophie, que la consienten cada día. Mía está feliz con todos, le
encanta estar con gente, es muy sociable. Si tengo alguna entrevista o juntas
importantes, Franco se la lleva a su despacho.
Al pasar los años, tengo la certeza de que Franco es un excelente padre.
Antes me lo preguntaba constantemente. Sabía que era el marido perfecto,
pero nada me aseguraba que, además, tuviera tantas condiciones como
padre.
Nuestra vida es completamente diferente con nuestra hija en la casa,
mucho más alegre y llena de vida. Cambiamos las elegantes y grandes
cenas por juntas de niñas y tardes de juegos. Cuando nos encontramos con
Franco cara a cara, los dos gateando sobre la alfombra, y con Mía riéndose
a carcajadas sobre su espalda, cierro los ojos y disfruto de esta dicha. ¡Cuán
afortunados somos! Es ésta la vida que yo elegí y creo no haberme
equivocado.
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 29
El cumpleaños de Mía
***
Los cálidos rayos de sol entran por la ventana de mi habitación. Lo primero
que pienso es que hoy cumple años Mía. Me levanto de la cama sin
pensarlo ni un segundo. Es tradición que yo sea la primera en saludarla.
Antes de salir corriendo a su cuarto, voy al cajón de mis cosas importantes
y sacó el regalo que le compré hace tantos días. Lo envolví de una manera
muy especial, con la luna y el sol que parecen volar sobre el papel. Estoy
tan emocionada por entregárselo.
Entro a su cuarto cantándole “Feliz Cumpleaños” en chileno (una
excentricidad para cualquiera de mis amigos extranjeros), como lo he hecho
desde que cumplió su primer año de vida. Me mira con sus ojitos brillantes,
de recién despertada. Corro a abrazarla. En la mano tengo el paquete que
ella mira con mucha emoción.
Yo estoy nerviosa y quiero que lo abra rápido. Está ansiosa, como niña
chiquita. Al abrirlo, encuentra una cadena de oro y una figura de un símbolo
que significa “magia” en latín. Exactamente igual a la mía que tengo puesta
desde que tengo 18 años. Su cara de sorpresa es alucinante…
—¿Sabes por qué esa palabra? Tú eres eso para mí. Magia para mi alma,
magia en mi vida... eres un sortilegio.
Sí, sé que estoy usando las mismas palabras que me dijo Diego el día que
me entregó ese regalo tan importante para mí, hace tantos años atrás. Ella
me mira como si le estuviera regalando la joya más preciosa del mundo.
—¿Te acuerdas hace muchos años que me pediste que te regalara este
collar? Creo que fue la primera vez que me negué rotundamente a darte
algo. Para mí, es un objeto tan importante. Me lo regaló una persona muy
especial cuando me gradué del colegio. Te regalo este que te mandé a hacer
especialmente para ti, porque va ser para toda la vida. Tómalo siempre
como un amuleto de la buena suerte, va a ser escudo de protección. Así lo
he ocupado yo todos estos años.
Tiene los ojos llenos de lágrimas.
—Gracias, Ma, es el mejor regalo. No sabes cómo lo voy a cuidar —se
queda pensativa—. Mamá, te puedo hacer una pregunta, ¿quién era esa
persona tan importante para ti?
La miró sin saber qué responder. Jamás se me había ocurrido mencionar a
Diego con mi hija. Siento que son esos secretos que toda mujer guarda bajo
siete llaves y que no abrimos con nadie.
—Mi amor, es una historia muy larga…
Justo en ese momento entra Franco, con globos y flores.
***
Tenemos la casa llena.
— Franco, tráeme el pastel, por favor, está en el refrigerador.
—Sí, claro. Estaban montando el teatro así que les dije que se ubiquen en
el patio. Los meseros también ya están acomodando las mesas.
La fiesta parte en punto de las 8 de la tarde. En Estados Unidos, toda la
gente llega puntual a esa hora. No puedo decir lo mismo de Chile, pienso y
me río sola. ¡Pucha que extraño mi país!
Mía está feliz con toda la familia, la paterna, la que ha venido desde
Santiago y todas sus amigas de la escuela.
Ella ama cantar y actuar, entonces tenemos todo preparado para su
espectáculo, en un teatro portátil como corresponde. Eso para ella es la
mejor parte de la fiesta.
A pesar de ser hija única y de tener a sus abuelos locos por ella, es una
niña tan generosa. Libre y muy segura, por sobre todas las cosas. Y siempre
ha sabido defenderse muy bien de las bromas de sus primos molestosos con
los que se ha criado toda la vida como si fueran hermanos.
Ella sube al escenario, toma el micrófono, se enciende la música que la
acompaña y su canción nos para los pelos a todos. Disfrutamos mirando su
cara de emoción cantando. Cómo amo a esta niña, es mi máximo orgullo...
ahora entiendo tanto cuando mi mamá se emocionaba con nuestros
espectáculos de fin de año hasta que salimos del colegio.
Llega corriendo a abrazarme.
—Gracias, mamá, éstos han sido los mejores 16 años de mi vida. Los
quiero tanto —dice y nos da un abrazo a su padre y a mí. Me doy cuenta de
que lleva puesto su collar.
Me dice en el oído.
—Fue el mejor regalo. Mi collar jamás me lo voy a quitar. Y, por cierto,
algo que tampoco voy a olvidar es esta historia que apenas empezaste. Aquí
estaré Ma, con mis ojos bien abiertos y mis oídos atentos para cuando estés
lista para abrir tu corazón.
CAPÍTULO 30
Relaciones peligrosas
L lego esa mañana corriendo; tuve una junta en la escuela de Mía para
organizar “El festival de primavera”. Será una obra de teatro. No sé
quién me manda ofrecerme para ser parte del equipo organizador. Pero, la
verdad, sé lo importante que es este evento para ella.
Entro a mi oficina. Llega Scarlett, mi asistente.
—Todos te esperan en la sala de juntas. No te preocupes porque por
mientras les llevé café y unos muffins. Nadie se ha dado cuenta de que
llegaste tarde. Les dije que estabas en una llamada.
—Gracias, eres la mejor asistente y amiga.
Entra Sophie, corriendo a mi oficina.
—Hola, Mila; por favor, cuando termines tu reunión quiero mostrarte mi
entrevista; necesito que tú la revises y me des tu punto de vista. Pasando a
otro tema, no sabes el bombón que es el nuevo socio. Es un papacito; ojalá
esté soltero, o, bueno, si es casado, no pasa nada. Se ríe.
—Sophie, termino y la revisamos. Me debo ir, voy tardísimo. Esta reunión
es demasiado importante. La editorial se está extendiendo a muchos países
y necesitan tener un socio capitalista responsable en cada país donde se
establezca. Lástima que Franco no esté en estos momentos. Pero sé lo
importante que es su viaje a Londres; está viendo toda la negociación en
Inglaterra, donde también instalamos nuevas franquicias.
—Corre, no te entretengo más. Por cierto, estás guapísima hoy.
Me peiné con tanto esmero, pero, con tanta corredera, se ha desordenado
un poco mi look. Me miro al espejo y agradezco enormemente que mi
maquillaje y mi ropa sean la adecuada, a pesar de las prisas de la mañana.
Un repaso de cepillo y me siento lista.
Me preparo para entrar y me encuentro con mi suegro. Es el nuevo dueño
desde que el abuelo de Franco murió. Cómo lo extraño, no existe nadie
como él. Aunque James es muy responsable e inteligente, no es lo mismo
que su padre. Sólo él tenía esa manera de ser tan riguroso y amable a la vez.
Al verme, lo primero que me pregunta.
—¿Cómo está mi nieta? Le tengo preparada una sorpresa que le va a
encantar.
—¿En serio, suegro? ¡Otro regalo más! Te pasas, eres un abuelo
demasiado consentidor. La vas a hacer una niña muy mimada.
—¡Te cuento lo que le tengo! Es un caballo, estoy seguro de que lo va a
amar. Es blanco, como ella quería. Como es su animal favorito. Disfruto
tanto verla cabalgar.
Entramos a la junta mientras me río sola. Se nota que es la única nieta.
La sala está llena, están todos los socios. Los ejecutivos de la editorial,
abogados, administrativos… Empiezo a saludar, uno por uno, y llego a un
grupo de la compañía. Se dan vuelta para saludarme.
—Mila, queremos presentarte al nuevo socio.
Veo a un hombre alto parado de espalda, con un traje impecable que
muestra su perfecta silueta. De espalda ancha y gran porte. Al darse vuelta,
tengo la sorpresa más grande de mi vida. No creo lo que mis ojos están
viendo, es como si estuviera en una película. ¡Nada menos que Diego
Cienfuegos!
El corazón me va a explotar, siento que mi cuerpo se desvanece. Mis
piernas no aguantan el peso de mi cuerpo. Han pasado casi 18 años sin
verlo y cada latido acelerado amenaza con escapar por mi boca. No puedo
disimular; es tan grande mi sorpresa que tiemblo. Me pongo tan nerviosa
que temo que todos noten que no puedo controlar mis extremidades. Siento
que me voy a desmayar.
En ese momento siento cómo Diego me agarra del brazo para sostenerme.
Se acerca a mí e intenta cubrirme con su cuerpo para no evidenciar mis
espasmos. En sus ojos veo que está nervioso también. Trato de
incorporarme rápidamente y soltarme de su brazo. Siento esta electricidad,
el mismo cosquilleo que provoca siempre su contacto.
Mi suegro está parado al lado.
—¿Estás bien?, me pregunta.
—Sí, no te preocupes.
Me justifico torpemente y creo que sigo empeorando la situación. ¡No
aclares que oscurece!, he oído tantas veces. No sé cómo logro que salgan
palabras de mi boca.
—Perdón, hoy ha sido un día de correr mucho y me acabo de dar cuenta
de que no desayuné. Seguramente me bajó el azúcar, no se preocupen.
Corre mi asistente en busca de una coca cola. Trato de disimular mi gran
impacto y mi suegro aprovecha para presentarlo.
—Mila, éste es nuestro nuevo socio, Diego Cienfuegos. Diego, ella es
Mila. La directora de la editorial es mi nuera, casada con mi hijo Franco.
Por cierto, es tu compatriota, chilena.
No puedo disimular, mi mirada me delata.
—Lo conozco, fuimos amigos en nuestra juventud, digo e intento sonreír.
Diego sólo me mira y responde al instante.
—Sí, nos conocemos desde hace muchos años. Siempre me imaginé que
terminaría siendo una excelente directora de una gran editorial como ésta.
Aprovecho ese instante para sentarme y poder sentirme segura. Al menos
asegurarme de que no voy a caer al suelo otra vez.
No puedo creer, se sienta justo frente a mí. Quiero cambiarme de puesto,
no voy a poder concentrarme ni tan sólo un poco en esta reunión. Pasan mil
cosas por mi cabeza. ¿Qué hace acá? Es el nuevo socio, ¿será una
casualidad o lo tenía planeado?
Lo único que sé de él es que está separado hace varios años y que se ha
vuelto un mujeriego de lo peor. Eso me han contado mis amigas en Chile.
¿Qué hace acá?, ¿qué pretende? Estoy demasiado confundida y perturbada.
Necesito que este vértigo abandone mi cabeza.
Me traen la coca cola y me la tomo rápidamente, necesito azúcar en mi
organismo. Qué bueno que Mark, el abogado de la empresa, tome la palabra
y cuente todo de la editorial. Yo soy un estropajo. En otra situación,
aportaría datos y cifras. Pero hoy es imposible.
Trato de no mirar al frente, pero siento la mirada de Diego, como siempre;
intensa, profunda, embriagadora. Ese calor que reconoce mi cuerpo. Mis
mejillas están rojas y esa corriente recorre todo mi ser. Estoy realmente
incómoda, me gustaría excusarme e irme, pero es inadmisible.
James también habla y le da la bienvenida a Diego.
—Seremos una gran familia. Gracias por confiar en esta compañía, donde
seguiremos creciendo y abriendo nuevos mercados. Hoy en día todo está
centrado en los medios de comunicación, a través de las redes sociales y la
tecnología.
Diego comienza a hablar. Se levanta de la silla y no puedo despegar los
ojos de su cuerpo. Los años le han caído maravillosamente. Es un hombre
más fuerte, hasta diría que está más alto, sus rasgos se han hecho más
varoniles. Se ha dejado barba, aparentemente descuidada, se ve tan sexy.
Sus dientes siempre blancos y su sonrisa enloquecedora… yo no sé cómo
este hombre puede mejorar cada día de su vida.
¿Cómo puede provocar esto en mí después de tantos años? ¿De qué ha
servido rehacer mi vida? ¿De qué me han servido tantas terapias y las
noches en vela? Qué rabia. Lo he pensado tantas veces. No creo que no
haya pasado ni un solo día que no estuviera en mi mente, pero como un
amor imposible, lejano, como un amor platónico, de esos que sólo quedan
guardados en la memoria y en lo más hondo del corazón. Ésos son secretos
que todas las mujeres guardamos y que jamás revelamos. ¿Qué hago ahora
con este hombre fascinante frente a mí? Sacudo mi nube de pensamientos y
sigue parado hablando de la felicidad que le provoca ser parte de esta gran
compañía. No lo puedo digerir todavía.
Qué ganas de que esto fuera un sueño del cual pudiera despertar.
Terminó por fin la reunión. Quiero salir corriendo, pero no puedo, sería
muy raro y descortés. Me despido de los socios y me excuso con que tengo
varias cosas pendientes.
—Diego, un placer que seas parte de este equipo, gracias por confiar en
nosotros.
Sin querer, parte por el nerviosismo, me toco mi collar, el mismo que él
me regaló cuando tenía 18 años y salió del colegio. Que jamás me quité, es
mi amuleto. Él lo mira fijamente. Después a mí y yo me pierdo en sus ojos
profundos. Me lanza una pequeña sonrisa de satisfacción. No puedo seguir
sosteniendo esta situación. ¿Qué piensa cuando me mira?, ¿qué siente?
Debe estar mirando mis arrugas, obviamente estoy más vieja. Seguro que se
ha desilusionado porque debo estar lejos del recuerdo que tiene de mí.
Le deseo un buen regreso a Chile, pero él se adelanta a responder, con su
voz cálida y ronca:
—No me voy a Chile, tengo muchas cosas que hacer acá todavía. Esta
semana vendré a la editorial todos los días. Necesito interiorizarme del
funcionamiento para aplicarlo en nuestro país.
Me pongo muy nerviosa, no sé si pueda soportar que venga a la revista.
Está en mi territorio y quiere ponerle dinamitas. No sé qué responder a eso.
Mejor me quedo callada.
Me despido de mi suegro y él me dice:
—Espero que hoy nos acompañes a la comida. Tenemos reserva y
debemos celebrar nuestra nueva alianza.
Inmediatamente me excuso:
—James, tengo un montón de trabajo atrasado, perdón, pero no puedo.
—No tienes alternativa, no era una sugerencia —se ríe—. Tenemos un
nuevo socio y él necesita entender lo que está pasando y conocer a una
figura clave como tú. Vamos también con Mark.
No tengo escapatoria, veo cómo Diego tiene una sonrisa dibujada en el
rostro.
—Bueno, pero voy a dejar unas cosas antes de irnos; ¿a qué hora es la
comida?
—A las 2 de la tarde.
—Perfecto, tengo una hora todavía para hacer mis pendientes.
Llego a mi oficina, estoy destruida, confundida y temblorosa. No sé qué
hacer, es increíble, mi vida era tan normal hace algunas horas y ahora está
de cabeza.
Es verdad que con Franco llevamos ya varios años distanciados en la
intimidad. Se ha convertido en mi mejor amigo. Lo adoro, es mi
compañero, el padre de mi hija y siempre hemos luchado por protegerla. No
queremos que ella jamás se dé cuenta de nuestro alejamiento como pareja.
Hace mucho tiempo que no nos tocamos. Nos convertimos en los mejores
padres, pero enterramos a los amantes. Aunque nuestra relación nunca fue
apasionada, por lo menos teníamos nuestros fines de semanas de romance.
Para ser honesta, nunca sentí alguna ansiedad por estar con él. Siempre tuve
un fantasma detrás y ese mismo es el que hoy está acá en la misma ciudad y
en la misma editorial…
Llamó a Claudia y a Sophie. Que vengan urgente a mi oficina porque
necesito contarles lo que acaba de pasar. Están en shock. Sophie, que
precisamente no se caracteriza por sopesar consecuencias de ningún tipo,
me dice:
—¡¿Ese bombón, que es el nuevo socio, es tu Diego?! Dios santo. Es
increíble cómo la realidad supera la ficción, no puedo creerlo. Si yo fuera
tú, me lo cogería bien cogido y luego sigues tu vida con Franco. Yo, con ese
dios griego, no me resisto ni loca. Y ni pensar qué sería de mí con esa
historia de amor que ustedes tuvieron. Mila, vive la vida. Siempre has sido
una mujer ejemplar. Entregas toda tu vida a tu hija, a Franco y al trabajo.
Siempre lo haces todo perfecto. ¿Pero cuándo vives tú?, ¿cuándo disfrutas?
Diego fue el amor de tu vida. Un reencuentro podría volver a hacerte sentir
viva. No lo pienses tanto. ¿Tú crees que él no lo tenía todo planeado?, ¿qué
crees que hace acá? Por otro lado, ¿tú crees que Franco no tiene alguna
amante? Es muy raro que lleven ya dos años sin que te toque un pelo.
Siempre se va de viaje; ¿se irá solo? —insiste Sophie—. No sé, amiga, no
quiero ser malpensada, pero es raro. Todos necesitamos tener a alguien a
quien entregar nuestras pasiones y ustedes no son la excepción.
Siento una angustia que me cala el corazón.
Claudia es más compasiva porque está pasando por momentos muy
difíciles en su matrimonio. Siempre nos hemos identificado mucho.
—Entiendo por lo que estás pasando. Tienes al frente al hombre de tu
vida, del cual te escapaste hace muchos años. Hoy aparece de nuevo cuando
ya tienes una vida hecha. Sé que piensas en Franco, y en Mía.
Las abrazo, necesito sentir este apoyo. Necesito sanar mi cuerpo porque
vuelvo a sentir mis heridas abiertas.
En ese momento tocan a mi puerta. Es mi suegro, junto a Diego.
—Perdón, ¿molestamos? Le quiero mostrar tu oficina a Diego.
—Claudia y Sophie, él es Diego, el nuevo socio de la empresa.
El ambiente está tenso, las dos lo miran casi más nerviosas que yo. Luego
me miran a mí y tratan de disimular. Diego las saluda muy amablemente.
Los invito a pasar.
La verdad, mi oficina es muy bonita. Tiene una vista al Central Park, en
pleno Manhattan, con grandes ventanales. Siempre me han gustado los
lugares iluminados. Diego mira cada detalle del lugar. Está analizando cada
rincón, se queda pegado al ver una foto de Mía que tengo en grande en mi
escritorio. Se acerca y me mira a los ojos.
—¿Ésta es tu hija? —lo miro y le afirmo con la cabeza.
—Ella es Mía.
Diego la sigue observando detenidamente, me vuelve a mirar.
—Es igual a ti, tiene tu misma mirada y expresión al reír. Es preciosa.
Mi suegro comenta:
—Es la niña más linda del mundo, es astuta, simpática, inteligente, pero
tiene también un carácter… Si no le caes bien, no te lo manda a decir con
nadie.
—Me suena conocido eso —dice sonriendo Diego.
Y antes de que yo me infarte, Claudia y Sophie se adelantan y se
despiden.
Diego les responde:
—Espero que nos podamos conocer mejor estos días, voy a estar toda la
semana acá.
Las dos me miran con preocupación.
—Bueno, Mila, vamos. Es la hora de nuestra reserva. O nos vamos a
quedar sin comer y tengo mucha hambre —dice James.
Recojo mi abrigo y mi cartera. Ellos esperan a que yo salga primero y me
abren la puerta. Yo empiezo a transpirar helado; siento que la blusa
comienza a pegarse en partes de mi cuerpo.
Llegamos a un restaurante llamado Tao Uptown, que es comida
panasiática; está a tope. El ambiente es agradable, a pesar de la cantidad de
personas. Nos sentamos en la mesa de siempre. La familia de Franco es
cliente de este lugar y yo también.
Me siento al lado de mi suegro y al frente se sienta Diego. Al otro lado,
Mark. Ellos hablan de negocios. Trato de mantenerme al margen y disimulo
viendo el menú. La verdad es que ni siquiera me concentro para ver qué
quiero comer. Suena mi teléfono y es Mía.
—Hola, mi niña, ¿cómo te fue hoy?
—Ma, no sabes lo feliz que estoy. Quedé en la obra de la escuela, del
Festival de Primavera. Tengo el papel principal, voy a ser Julieta en
“Romeo y Julieta”.
No puedo evitar gritar de emoción y felicitarla. Le digo lo orgullosa que
estoy de ella. Sé cuánto le ha costado conseguir ese papel. Pero, como
siempre, lo que sigue lo consigue. Se despide. Sólo me llamó para contarme
eso y se debe ir a su ensayo.
Me encanta que siempre que tiene una noticia buena, sea yo la primera
persona a quien quiere contárselo. Le corto diciéndole cuánto la amo y lo
feliz que estoy. Cuando cuelgo, me doy cuenta de que los tres me estaban
observando. Por un minuto, se me había olvidado dónde estoy y, peor aún,
con quién estoy.
Mi suegro, inmediatamente, me pregunta:
—¿Qué pasó?
Le cuento todo y él comienza a fanfarronear con que siempre lo supo,
que, obviamente, su niña va a llegar muy lejos. Nada es un impedimento en
su vida.
Diego me mira fijo y me pregunta:
—¿Desde cuándo le gusta actuar?
—Desde siempre. Desde que pudo expresar sus primeras ideas con
autonomía, dijo que quería ser actriz. Hasta ahora ha seguido con ese
objetivo. El próximo año va a postular a la Academia Juilliard; veremos si
la aceptan.
—Por lo que se ve, la van a aceptar. Si es perseverante como su madre, no
lo dudo ni un segundo. Cuando hablas de ella, se te ilumina la mirada. Se ve
que es tu adoración.
Me mira fijo, tengo miedo de que los demás se den cuenta de los rayos
que se cruzan sobre la mesa. Esa electricidad que vuelve a recorrer mi
cuerpo.
—¿Cuántos hijos tienes? —le pregunto, aunque sé perfectamente la
respuesta.
—Sólo tengo un hijo, Diego. Tiene 20 años, estudia Negocios
Internacionales, pero su verdadera pasión es la música. Apenas termine su
carrera quiere venir a Nueva York a estudiar en Juilliard también. Él quería
venirse saliendo de la prepa, es su pasión, pero su madre no se lo permitió.
Y por no buscar más problemas con ella, prefirió estudiar primero
Negocios. Así la deja tranquila y él puede hacer lo que le gusta.
No lo puedo evitar y le digo:
—¿Por qué tú no lo apoyaste para que estudiara lo que realmente quería?
Me mira con unos ojos divertidos.
—Si conocieras a mi ex, sabrías que es mejor no llevarle la contraria. Es
buscarse un gran problema. Con ella siempre debo elegir mis peleas.
Recuerdo bien a Bárbara y sé perfectamente de lo que es capaz.
Mark se ríe, mientras comenta:
—Así tal cual son las mujeres, es mejor decirles a todo que sí y evitarse
los problemas.
—Entonces, Diego, ¿estás divorciado? —pregunta Mark.
Él casi se atora para responder muy rápido.
—Estoy felizmente divorciado —y se ríe mientras me da una mirada.
Mark sigue el interrogatorio.
—¿Pero me imagino que tienes una novia? O varias —dice riéndose.
Yo miro para abajo, no quiero escuchar su respuesta.
—No tengo ninguna novia oficial, si así se le puede llamar. Estoy
buscando la indicada, la que me haga sentir lo mismo que sentía cuando
tenía 20 años, cuando dejé ir a la única mujer que amé. Lamentablemente,
estoy seguro de que no lo volveré a sentir jamás —hace una pausa y pone
los tiempos precisos cuando ya sabe que tiene toda la atención de la
audiencia—. Tuve un amor intenso, de esos que te consumen.
Mi cara empieza a enrojecerse y él sigue:
—No sé si logre encontrar algo así. Es muy difícil, nunca más me volví a
sentir enamorado.
Siento cómo mis piernas empiezan a temblar. Estoy demasiado incómoda.
—La perdí, por estúpido, creyendo que era lo mejor. No existe ni un solo
día de mi vida en el que no me arrepienta de esa decisión. No sé si me
entiendan, sólo con una mujer como la que yo conocí uno agradece a la vida
sentirse vivo.
Tomo un gran sorbo de vino. Temo que mis latidos se sientan desde la
mesa de al lado. Siento una emoción intensa en mi cuerpo. Él no me ha
podido olvidar. Y yo tampoco.
—Bueno, acá en Nueva York hay mujeres muy guapas. Las que te voy a
presentar capaz que no sean como ese amor de juventud, pero seguro que te
harán pasar un buen rato mientras estés acá —acota James.
—Es más, en la editorial tenemos varias solteras muy guapas —agrega
Mark.
Me duele el estómago, no imagino a Diego con alguna de las mujeres de
la revista. Él se ríe:
—Prefiero no tener problemas en el trabajo y separar las cosas. Pero yo
feliz si me quieres presentar alguna amiga —me dice y me mira fijo.
Cretino, pienso para mis adentros. No cambia.
Mi suegro agrega:
—Estoy de acuerdo contigo, Diego. Es mejor no mezclar el trabajo con el
amor. Nunca salen bien esas cosas. Sólo conozco a una pareja que les
resultó eso: Mila y mi hijo.
Yo me quedo callada. Me excuso y digo que me tengo que ir, que tengo
cierre de la edición, lo cual es cierto y necesito escapar. Me despido y
camino aún sintiendo su brazo sobre el mío. Su olor, su presencia que copa
todo. Paso por Mía a la escuela y nos vamos conversando sobre lo
entretenido que estuvo su día. Para ser honesta, escucho la mitad. Siento
que estoy en otro planeta. Sé que le tengo que contar a Franco quién es el
nuevo socio. Desde que regresamos de Chile, después del matrimonio de
Coti, nunca más hablamos del tema.
Decido irme a mi casa y continuar allá con mis entrevistas pendientes.
Son las 10 de la noche y le he marcado a Franco, fácilmente, unas cinco
veces. Tal vez tiene razón Sophie. Siempre se va de viaje solo. Hoy,
precisamente, no quiero pensar en eso. No puedo. Tengo ya una maraña en
mi cabeza.
CAPÍTULO 31
¿Todavía lo amas?
D ecido esperar que la vida se encargue de lo que debe pasar. Por ahora
respiro y existo. Le he pedido tanto a Dios que me muestre una señal
de lo que debo hacer.
Siento una deuda tan grande con Franco. Él fue quien estuvo conmigo en
los momentos en los que estaba desgarrada de dolor cuando Diego se casó y
me sentí perdida en la vida. Él fue quien me acompañó, tuvo la paciencia de
esperarme, fue quien dejó a su novia de la infancia para unirse conmigo. Su
familia desde el primer día me acogió como si fuera una hija más.
Me arreglo con esmero. Hoy es la fiesta de beneficencia del Hospital
Infantil de Oncología, del cual somos beneficiarios hace muchos años. La
familia de Franco siempre lo ha apoyado desde sus inicios.
Nos vamos a la peluquería con Mía y nos entretenemos toda la tarde entre
que nos peinan, nos maquillan y nos consienten. Hemos tenido una tarde de
chicas, como muchas veces.
Pasa por nosotros Franco para llevarnos al hotel The Waldorf-Astoria,
ubicado en Park Ave.. Tiene una gran historia, construido originalmente
como dos edificios por familiares en disputa, que dio lugar a uno de los más
grandes hoteles de lujo de Nueva York.
Todo está precioso y tenemos una mesa con toda la familia. Me
entretengo hablando con mi suegra. Le encanta comentar los vestidos de las
mujeres que usan sus mejores outfits para esta ocasión. Su juego es adivinar
de qué diseñador son los vestidos.
Franco es el encargado de hacer el discurso este año; antes lo hizo su
abuelo y luego su padre. Aunque yo se lo escribí, él siempre lo sabe leer
con distinción. Llega el momento y se para con todo ese desplante que lo
caracteriza desde que era un niño. Siempre ha sido un hombre que se ve
elegante. Sabe muy bien manejarse en público, es amable con todo aquel
que lo conoce. Al terminar el discurso, todos se ponen de pie para aplaudir
y eso me hace sentir tan orgullosa de él.
Empieza la fiesta y los invitados se lanzan a la pista de baile. Me quedo en
la mesa con mi hija, a la que no le gustan nada este tipo de formalidades.
Ella es muy parecida a mí, que fui criada en Chile, donde este tipo de fiestas
nos resultan un poco exageradas, aunque yo me he adaptado con los años.
Mía está desesperada porque hay tres jóvenes que no dejan de mirarla.
Ellos han sido parte de su historia amorosa, pero todavía la persiguen y
definitivamente ella no está nada interesada.
—¿Mi amor, ninguno de ellos te gusta? Son muy guapos.
—No, para nada, son hijos de su papito. No tienen tema, no hablan nada
interesante. No ven más allá de sus narices, saben que tienen su vida
asegurada por el dinero de sus familias. Ninguno se da el trabajo de hacer
algo por sí mismos. Por el hecho de haber nacido en una familia adinerada,
se creen paridos por Dios.
—¿Nunca te has enamorado, verdad, mi niña?
—No, mamá, el día que me enamore no tendré ni que contártelo. Tú sola
te darás cuenta. No sé si eso va a pasar alguna vez porque, la verdad, hasta
ahora conozco a puros niños estúpidos que no tienen nada en la cabeza. Yo
quiero un hombre que me haga vibrar, que me haga soñar, que tenga algo
que contar, que yo admire, que sea diferente, no del montón. Estoy segura
de que el día que lo conozca voy a sentir algo en el corazón que me va a
decir que es el indicado. Por mientras, voy a disfrutar de la vida y de hacer
lo que me gusta. Convertirme en una actriz es lo más importante y el
hombre que quiera estar conmigo va a tener que entender que ésa es mi
pasión.
Cada día admiro más a mi hija. Se ha convertido en una mujer tan
resuelta, no se complica en la vida por nada y siempre sabe adónde quiere
ir. La abrazo. No puedo explicar lo linda que es, no sólo por fuera sino por
dentro.
Viene su abuelo a sacarla a bailar. Él no puede estar más orgulloso de ella,
se ve cómo la mira. Le encanta su forma de ser. Sabe que no se achica
frente a nadie ni soporta las injusticias.
Me quedo en la mesa y miro a mi alrededor. No veo a Franco por ningún
lado. Desde que dio su discurso no regresó a la mesa; seguro que debe de
estar con algún político que condiciona la donación a la fundación a cambio
de salir en todos los medios posibles. Decido ir a salvarlo de esa
conversación seguramente aburridísima.
Me paro y comienzo a avanzar por la orilla de la pista de baile, me
encuentro con mucha gente y, mientras saludo, a todos les pregunto por mi
marido. Finalmente, me encuentro con el director del hospital. Lo felicito
por la labor que realiza y también le pregunto por Franco.
Me dice que lo acaba de ver caminando al salón del lado. A medida que
me voy acercando más al salón, escucho a una mujer que está prácticamente
gritando. Al acercarme, distingo la voz de mi marido.
Él le pide por favor que baje la voz porque todos van a escuchar. Que no
es el momento ni el lugar para tener este tipo de conversación. Me acerco
un poco y me quedo detrás de la puerta escuchando.
—Eres un desgraciado; yo, que toda mi vida he estado enamorada de ti,
que te he aguantado todo. Primero me dejas por ella y te casas. Luego,
cuando pasan los años, me separo para estar contigo y tú me conviertes en
tu amante. Ya sabes que tu esposa no te ama; yo he estado contigo en cada
momento. Soy yo la que siempre te espera para darte placer, para satisfacer
todos tus deseos. No entiendo cómo si nos vamos de viaje y lo pasamos
mejor que nunca solos en Londres, sin la preocupación de tu esposa, me
sales con que ya no puedes seguir conmigo. ¿Ahora quieres dedicarte 100%
a tu familia? ¿Ahora quieres tener sexo con tu esposa y ser el mejor
marido? Y más encima me lo dices por teléfono; eres un poco hombre.
—Por favor, Samantha, te lo pido. Mañana nos vemos y conversamos.
Está todo el mundo acá, está mi hija, mi familia, mi esposa.
Siento un disparo en el corazón. No puedo creerlo. Franco, el mejor
hombre del mundo, el más correcto… estas palabras me dejan sin aliento.
Estoy en blanco y sin pensarlo mucho entro al salón. Sólo veo cómo los dos
se dan vuelta al mismo tiempo. Miro la cara de Franco, que es de una
angustia indescriptible. No puedo dejar de mirarlo. La verdad es que ella
me da igual, es su ex, y sé que siempre ha vivido con el rencor que le
provocó el que Franco la haya abandonado cuando me conoció. Pero él, que
siempre ha mostrado la cara del hombre intachable. Yo llegué a creer que
jamás mentía. Conozco su maldito deber ser. Todo este tiempo he vivido
una gran mentira.
Franco corre a mí con desesperación. No puedo pronunciar palabra, sólo
lo miro, es tanta mi sorpresa. No reconozco a ese hombre, él no es mi
esposo.
Me toma del brazo, pero me suelto fuerte y me doy la vuelta para salir de
ahí. Franco está detrás mío, suplicándome por favor que lo escuche. Yo sólo
quiero huir de esta farsa.
Llegó a la pista y veo a lo lejos a Mía bailando entretenida con su abuelo.
Decido que lo que menos quiero es que ella me vea así. Agarro mis cosas y
salgo a la entrada. Suplico que pase un taxi desocupado. El universo
escucha mis plegarias y subo rápido mientras veo que Franco sale
corriendo, gritándome.
El chofer me pregunta adónde vamos y tengo la mente en blanco, no le
respondo nada. Me vuelve a preguntar y le pido que por favor conduzca,
que luego le daré la dirección. No sé dónde ir, es más de medianoche. Lo
único que sé es que el lugar al que menos quiero ir es mi casa.
Lo único que pienso es cuánto quisiera que mi madre viviera acá y poder
llorar en su regazo. Pienso en mi cuarto de Chile que siempre fue mi
guarida, donde me refugiaba cada vez que estaba triste. Necesito a mi
amiga Coti, sólo ella podría entenderme. No sé explicar este dolor. Mi casa
en Chile siempre ha sido mi puerto y hoy es lo único que necesito.
No me importa la hora, llamo a mi madre, me contesta preocupada. Sabe
que sólo llegan noticias malas junto a estas llamadas abruptas.
—Mi amor, ¿qué pasó? —en su voz se nota la angustia.
—Nada mamá, sólo te extrañaba tanto. Necesitaba oír tu voz.
—Mi niña preciosa, cómo quisiera que estuvieras acá conmigo. Me alegra
que me llames cuando me necesitas.
Las lágrimas me caen una por una.
—Mamá, gracias por estar siempre. Gracias por ser mi mamá, te quiero
tanto.
Ella sabe perfectamente que no estoy bien, pero agradezco que sólo me
escuche, que sólo esté. Es lo único que necesito ahora.
—Mi niñita preciosa, sabes que eres el amor más grande que tengo. Tú y
tus hermanas son el regalo más lindo que me dio la vida.
—Mamá, ¿cuéntame cómo era de chiquita?
—Siempre fuiste diferente a las demás. No te gustaban las muñecas, te
gustaban los juegos de hombres. Te gustaba jugar a ser abogada y siempre
castigar al malo. Nadie te callaba. Siempre diste tu opinión, le gustara a
quien le gustara, y eras capaz de pelearte a golpes con cualquier niño si le
hacían algo a alguien que tú querías. Jamás conocí a una niña más valiente
que tú, nada te daba miedo. Nada te detenía cuando algo se te ponía en la
cabeza. ¿Te digo algo? Siempre admiré tu forma de ver la vida, la pasión
que siempre le ponías a todo, tus ganas de vivir siempre, la forma como
contabas las historias. Y, sobre todo, tu compasión, siempre fuiste sensible
con los problemas de los más débiles. Eras como un caballo libre, fuerte y
hermoso.
No paro de llorar.
—¿Cuándo perdí a esa niña? ¿En qué momento murió? ¿En qué momento
me convertí en una mujer sin pasión, en qué momento me conformé con la
vida sin luchar por lo que quiero? ¿En qué momento dejé de ser yo? —no
puedo seguir hablando, el llanto no me permite.
Escucho a mi mamá consolándome.
—La vida, mi amor, muchas veces nos pone a prueba. Muchas veces las
decisiones que tomamos no son las correctas, pero es la única manera de
aprender la lección. No existe manera de saltarnos el sufrimiento. No existe
forma de vivir la vida de otra forma. Vinimos a esta vida a ser felices, pero
para eso tenemos que conocer la otra cara de la moneda.
Estoy segura, mi niña, de que lo que estés pasando en este momento lo
sabrás resolver. Mira en tu corazón. Las mujeres de esta familia siempre
hemos tenido algo de brujas. Siempre conocemos la respuesta, aunque
muchas veces no queramos verla. Sigue tu intuición; dentro de tu corazón
tienes la respuesta. Aunque todo se vea negro, pronto llegará la luz que
estabas esperando. Y llegará más brillante que nunca.
—Te amo, mamá, gracias por todo, gracias por tus enseñanzas, pero,
sobre todo, gracias por ser mi mamá.
Le corto. Es increíble cómo ya me siento más liberada. Hablar con ella me
calma, me hace ver la vida de otra manera. Me siento tan cansada, he
llevado una mochila tan pesada todo este tiempo que no me había dado
cuenta hasta ahora. Lo único que quiero es dormir.
Le pido al taxi que me lleve a un hotel. No quiero ver a nadie. Sólo
necesito descansar. Entro a la habitación y me desplomo en la cama. Me
saco mi vestido y me quedo sólo con ropa interior. Toco las sábanas y siento
esa sensación de seguridad, como cuando era chiquita y me escondía dentro
de la cama y me sentía a salvo. Prendo mi teléfono sólo para escribirle a mi
hija porque no quiero que se preocupe. Veo que tengo mil mensajes y
llamadas de Franco. Ni siquiera los leo.
“Mi niña hermosa, la luz de mis ojos. Me sentí mal y me vine a un hotel,
quería descansar y dormir hasta tarde, lo necesito. Te amo más que el
infinito. Tu mamá”.
Apago el celular y me duermo en un sueño profundo.
***
Abro los ojos. Miro la hora y ya es mediodía; hace mucho tiempo que no
dormía tanto. No recuerdo haber despertado ni una sola vez en toda la
noche. Abro las cortinas del cuarto del hotel; es un día hermoso de verano y
veo cómo la gente camina disfrutando el sol que brilla.
Vuelvo a mi casa, no se escucha ni un solo ruido, todo está en tranquilidad
absoluta. Dejo mi cartera en el sillón, sigo con el vestido de la gala y lo
único que quiero es darme un buen baño y cambiarme de ropa. Siento unos
pasos que vienen a la sala. Mía corre a mis brazos. Cualquiera diría que no
me ve hace un año. Me alegra tanto ver esa sonrisa en la cara de mi hija.
Ilumina mi día.
—Ma, te extrañé tanto.
—Parece que me voy a tener que ir más seguido si los recibimientos son
así.
Franco está en la sala y trae cara de no haber pegado un solo ojo. La
mirada baja, triste, apagado.
—Hola —me dice.
—Hola —respondo seca.
Me urge bañarme y cambiarme de ropa; no aguanto este vestido más.
—Mamá, ¿por qué te fuiste ayer sin avisarle a nadie y por qué te fuiste a
dormir a un hotel?
—Mi niña, deja que me dé una ducha. No te preocupes, nada grave. Sólo
necesitaba estar sola y dormir hasta la hora que yo quisiera.
Salgo del baño. Está Franco sentado en la cama, angustiado; no se atreve
a mirarme directo a los ojos.
—Mila, necesito hablar contigo. Anoche fue la peor noche de mi vida,
pero necesito que hablemos. Te pido que me escuches. Por favor.
—Obvio que tenemos que hablar, pero está nuestra hija en la casa, es
imposible. No quiero que ella se entere de nada. Cuando estemos solos
conversamos.
Franco asiente con la cabeza porque sabe que estoy en lo correcto.
Salgo del cuarto y voy donde Mía que está preparando algo de comer.
Escucha una canción y baila.
—¡Qué rico olor! ¿Qué estás cocinando?
—Una pasta con camarones al pesto que me queda deli.
Nos sentamos a la mesa; la única que habla es ella. Nosotros sólo
escuchamos, ninguno está con ánimo de hablar. Me vuelve a preguntar Mía
por mi actitud de anoche.
—Me aburrí mucho de la fiesta, me empezó a doler la cabeza y quería
buscarte para venirnos a casa, pero bailabas feliz con tu abuelo y no quise
arruinar el momento. Fue cuando decidí irme a un hotel cercano. Estaba
muy cansada y pensé que sería rico acostarme sola. Eso fue todo.
La miro y veo en sus ojos incredulidad. Mira a su padre y no dice ni una
sola palabra. La conozco tan bien, que no me cree nada. Me conformo con
que no siga preguntando. Cambio de tema y le pregunto cómo estuvo la
fiesta.
—La verdad, no me la pasé tan mal. Conocí a alguien, no sabes lo guapo
que está y hasta ahora tiene, por lo menos, tema de conversación. Se ve
inteligente.
—¿En serio? ¡Qué bueno! ¿Cómo se llama?
—Justin, está en segundo año de la universidad, estudia Negocios. No te
hagas muchas expectativas. Tú sabes que luego me aburro, pero voy a darle
la oportunidad de conocerlo. Es más, hoy me invitó a cenar. ¿Me quieren
dar permiso? Él vendría por mí y me traería. Su papá es muy amigo de mi
abuelo, así que por lo menos algo sabemos de él.
Franco está ausente, no contesta nada, ni siquiera sé si ha escuchado. Yo
salgo al paso.
—Sí, que venga para conocerlo. Por lo menos saber con quién va a salir
mi niña.
—Viene por mí en una hora.
—Máximo a las 9 estás en casa.
—Sí, mamá, claro.
Terminamos de comer y en vez de irme a mi cuarto decidí ir a ver a Mía.
La acompaño a arreglarse. Conversamos sobre sus amigos y me cuenta
detalles de la noche anterior.
Se sienta a mi lado y me pregunta mirándome directo a los ojos.
—Ma, ¿estás bien? Sé que algo está pasando. No quiero que me cuentes
porque son cosas tuyas y tú sabrás cuándo compartirlas. Sólo quiero decirte
que siempre voy a estar contigo. Eres mi ejemplo para seguir y nada de lo
que decidas hacer me va a decepcionar. Más que nada, quiero decirte que te
amo infinitamente.
Este abrazo es todo lo que necesito este día. Llega el amigo de Mía, un
joven muy guapo. Se ve simpático.
Yo me quedo a conversar con Franco, que está tirado en la cama.
—Mila, yo soy el que debo comenzar a hablar. Sé que cometí un gran
error, yo tampoco puedo perdonármelo. Tú y Mía son mi vida. Las amo con
todo mi corazón. Necesito que me escuches antes de decirme nada porque
no tengo a nadie que culpar, yo soy el único culpable. Yo sabía
perfectamente que en tu vida había existido un gran amor. Supe que estabas
enamorada de otra persona desde que te conocí. Tal vez cometí el error de
pensar que las cosas podrían cambiar, pero corrí el riesgo. Cuando nació
Mía, pensé que tal vez me ibas a amar por ser el padre de tu hija, que con
los años podrías amarme como a él. Pero me equivoqué.
Llora desconsolado.
—No quiero decir que esto sea la justificación de mi historia con
Samantha.
Le tomo la mano.
—Franco, sé perfectamente el gran ser humano que eres. Un hombre
hecho y derecho, con un corazón noble, amable, caritativo, y el mejor padre
que nuestra hija pudo tener. Has sido el mejor compañero en estos años.
Siempre tuviste la mejor palabra, fuiste comprensivo y el mejor compañero
que la vida me pudo enviar. Pero es sólo que mi corazón ya pertenecía a
alguien más. Y por más que yo intentara e hiciera todos mis esfuerzos,
nunca pude lograrlo. Te juro que cuando me casé contigo pensaba que este
amor que me consumía iba a diluirse como por arte de magia. Al menos se
iba a disipar. Pero siempre estuvo ahí, guardado bajo siete llaves. Por eso
nunca pude entregarme a ti, por más que lo intenté. No tienes que
disculparte. Es obvio que tú debías buscar a alguien con quien te sientas
amado.
Franco me abraza mientras llora en mi regazo.
—Nosotros somos los mejores amigos, los mejores padres para nuestra
hija. Tenemos una vida aparentemente perfecta que hemos construido como
un castillo de naipes. Somos cómplices, pero no somos amantes. Yo no
quiero seguir fingiendo que no me doy cuenta de que lo nuestro se
derrumbó. Y ya no hay vuelta atrás.
CAPÍTULO 37
Caída libre
***
Me voy a mi cuarto, ha sido un día fuerte. Son muchas las emociones que
me confunden; llegan todas abruptamente… confianza, esperanza, terror,
angustia; me siento una guerrera y al mismo tiempo creo morir. Todavía no
logro entender bien lo que significa todo esto.
Decido dejar a Mía tranquila. La conozco, debe primero asimilar todo,
llorar y luego pensar; es muy parecida a mí. Necesitamos enfrentar estas
cosas solas, desahogarnos y luego podemos ver las cosas con mayor
claridad.
Yo quiero hablar con Diego, lo necesito tanto acá conmigo. Me rompe el
alma tener que contarle algo así. Ni siquiera pienso en cómo decírselo y lo
llamo sólo porque quiero escuchar su voz. Sólo él tiene ese poder de
desconectarme de este mundo.
—¡¿Cómo está la mujer más bella y única del universo entero?!
Mi cuerpo reacciona como siempre. Se estremece.
—Hola, amor, ¿cómo estás?
—Feliz de escucharte. Extrañé que hoy en todo el día no me respondiste.
No sabes cómo me haces falta. Estoy loco, necesito que ya estés acá
conmigo. De verdad, Mila, no aguanto más la vida sin ti. Quiero que sepas
que desde hoy te daré los mejores días de tu vida. Desde ahora en adelante,
me aseguraré de que cada uno de tus días sea extraordinario. Te juro, Mila,
estaré contigo por siempre y mi propósito va a ser hacerte feliz.
Lo escucho y mis lágrimas corren tan rápido por mis mejillas. Mi corazón
va a estallar de amor y al mismo tiempo de tristeza. No sé cómo no arruinar
este momento.
Seguimos hablando, no soy capaz de enfrentar esta situación. Después de
tantos años que nos ha costado poder estar juntos y teniendo tantos
planes… Me rompe el alma.
Escucho que Mía sale del cuarto y entra en el mío.
Le digo a Diego que necesito hablar con ella y que más tarde lo voy a
llamar.
Me mira profundo y corre a abrazarme fuerte. Como si todo el amor que
nos tenemos se fundiera en este abrazo. Siento sus lágrimas, sus temblores
y su rostro apretado en mi pecho. En este abrazo está también mi miedo y
mi desolación.
No sé cuánto tiempo estamos así, llorando y abrazándonos, sacando todos
esos sentimientos que guardamos dentro y que sólo una enfermedad así
puede hacer aflorar de pronto. Cuando logramos algo de paz, nos miramos.
—Mamá, no quiero perderte. No sabría qué hacer sin ti en mi vida. Tú
eres mi todo, mi amiga, mi consejera, mi guía. No quiero estar en esta vida
si no es contigo. No existe alguien más importante en mi vida que tú, tengo
tanto miedo. Mamá, tengo un terror que no logro contener, jamás he sentido
este dolor que siento hoy.
Me siento paralizada.
—Mi niña, es normal. Yo también estoy asustada. Muchas veces en la
vida nos toca enfrentar situaciones que no están en nuestras manos. Y eso
causa mucho miedo. Lo desconocido siempre nos paraliza. Yo estoy
aterrada, tengo mucha angustia, pero necesito sacarlo para poder enfrentar
esta enfermedad. Te necesito acá conmigo para poder vencer esta maldita
enfermedad.
Mía llora desconsoladamente. Nunca la vi así. Ni siquiera cuando era
pequeña. Es primera vez que parece ser una niña frágil e indefensa,
enfrentando sus temores más grandes. Lo único que sé es que la amo y que
daría mi vida por no verla sufrir. Pero sé que son estos momentos difíciles
los que la harán crecer. ¿Acaso no empezamos desde ya a valorar los
momentos felices de nuestras vidas? Agradezco cada día tenerla en mi vida.
Que sea mi luz y mi camino, mi fuerza y mi legado.
Decidimos acostarnos y ver una comedia para olvidarnos un poco de esta
tristeza.
Diego me vuelve a llamar para darme las buenas noches. No logro decirle
la verdad, hablo con él como si nada pasara. Está tan ilusionado que no soy
capaz de romper su felicidad. Al menos no hoy.
Me duermo con mi hija, no deja de abrazarme fuerte toda la noche.
Ninguna de las dos duerme tranquila.
Me levanto para ir con el doctor; tenemos cita con Franco. Escuchamos
con atención el tratamiento, cada paso. Franco quiere llevarme donde un
doctor que es una eminencia en este tipo de enfermedad en Houston. Pero,
la verdad, lo único que no quiero es pasar mis días viajando de un lugar a
otro, así que decidimos seguir el tratamiento en Nueva York. Acá también
hay muy buenos especialistas. Y yo estoy segura de que mi mejor medicina
es estar con las personas que quiero.
CAPÍTULO 41
S alimos de la consulta del doctor con todo el panorama bien claro. Voy
a iniciar cuanto antes mi tratamiento. Pero, antes de todo, necesito
contárselo a Diego. Eso no deja de darme vueltas en la cabeza.
Le digo a Franco que se vaya solo a la editorial, que necesito hablar con
Diego. Lo entiende perfectamente.
Me armo de valor para llamarlo.
—Hola, ¡mujer de mi vida! —me lo dice tan animado y feliz que me
emociona, como siempre; es ese tono en el que uno habla sólo cuando está
enamorado. Cada día como el primer día. Con mariposas en el estómago
incluidas.
—Hola, amor de mi vida.
No me queda otra que ir directo.
—Necesito contarte algo.
—¿Qué pasa? —siento la preocupación en su voz.
—Lo que pasa es que fui al doctor. Me he estado sintiendo muy cansada y
un día me desmayé.
—Pero, Mila, ¿cómo no me habías contado?
—Es que pensé que era algo sin importancia, una anemia, por los
síntomas.
Siento su silencio absoluto, como cuando estás esperando a que terminen
pronto de contarte.
—Me hice los análisis y, la verdad, no fue tan bueno el resultado.
—¿A qué te refieres? —siento en su voz la angustia.
—Lo que pasa… —tartamudeo—. Tengo leucemia.
Antes de que me diga nada, empiezo muy rápido a contarle todo mi
tratamiento. Puedo llegar a oír este silencio intenso. Sin palabras.
Respiración ahogada. Yo no paro de hablar, quiero que sepa que tengo una
solución, pero no logro que diga nada. Termino y me quedo callada. Le doy
su tiempo, sé que debe ser una declaración difícil de escuchar.
—Justo ahora que nos hemos encontrado, que por fin nos decidimos a ser
felices —digo como para alivianar la situación y creo que la empeoro.
De repente, escucho sus sollozos. Es un llanto desesperado, atormentado,
que sale de lo más hondo de su alma. Siento su dolor y es la primera vez en
la que yo lloro desde que me enteré de esta enfermedad. Lloro con él, de
igual manera; sin privaciones. Saco toda mi rabia, mi miedo, mi enojo, mi
furia. Ninguno de los dos hablamos. Pasa el tiempo y nos aplasta.
—¡Nuestro amor es más fuerte que toda esta enfermedad de mierda! Lo
nuestro jamás acabará. Voy a viajar hoy mismo y vamos a salir adelante.
Sigo llorando, pero esta vez con esa sensación calientita en mi corazón, lo
que siempre él me ha sabido entregar. Diego siempre complementa mi vida,
mis locuras, mis pasiones… y ahora mis ganas de querer salir adelante. Con
él puedo llorar, gritar, enojarme, amar como si estuviera fuera de mis
cabales porque no tenemos restricciones. Por un minuto siento como si me
hubiera sacado todo el miedo y la rabia acumulada, como si un peso se
saliera de mi cuerpo al sentirlo a mi lado.
Ya me siento mejor y soy capaz de llamar a mi madre y a mis hermanas
para contarles. Las consuelo. No pueden con el dolor, pero las convenzo de
que todo va a salir bien. Quieren venir a cuidarme.
***
Llego a la editorial y cada uno me saluda con un abrazo sentido, con ese
cariñito en la espalda, a veces cálido, a veces incómodo, con esas palabras
torpes, con esa tristeza que se te escapa de la mirada sin tener mucho que
hacer con ella. Resulta obvio que todos ya saben de mi enfermedad.
Algunos tratan de aparentar normalidad, sin mucho éxito. Yo lo único que
quiero es empezar a dejar todo organizado. Seguramente muchos días no
podré venir a trabajar.
Llegan Claudia y Sophie a mi oficina. Las abrazo; ellas lloran, pero las
consuelo.
—Esto no me va a derrumbar, queridas amigas —digo fuerte y firme,
como para convencerme yo misma—. No se preocupen.
A la hora del almuerzo necesito tomarme una copa… más bien la botella
de vino. Ya sé que luego no voy a poder hacerlo por el tratamiento.
Pasa la mañana volando, salimos en busca de un rico restaurante con mis
amigas y les digo que está prohibido hablar de la enfermedad. Quiero hablar
de cualquier cosa menos de eso. Disfruto siempre de nuestras
conversaciones, me río, logro olvidarme por un momento de todo esto que
está pasando.
Quedé de ir por Diego al aeropuerto.
Llego a mi casa y me ducho con la ansiedad que me provoca ver a mi
amor. Siento eso que sentía cuando era una adolescente. La emoción a flor
de piel. Ya la enfermedad pasó a segundo plano. Me pongo un vestido
blanco que resalta mis curvas y unos tacones que me quedan perfectos.
Siento ese cosquilleo que me hace sentir más viva que nunca.
Llamo a mi amiga del alma, Coti, que llora como una niña al teléfono.
Ella quiere estar conmigo durante el tratamiento. Le explico que primero
veamos cómo me voy sintiendo y organizamos. Planificamos todo, como
siempre. Y terminamos la conversación con risas, como siempre. Coti
siempre tiene esa habilidad de hacerme reír a carcajadas en mis peores
momentos. Me bajo del auto, me arreglo el vestido y mi cabello largo.
Suspiro y ensayo mi mejor sonrisa. La procesión va por dentro, como dicen
por ahí. Y yo siempre lo he sabido.
CAPÍTULO 42
***
Pasamos un año entero lidiando con el covid-19 y yo entre quimioterapias,
hospitales, transfusiones de sangre y un trasplante de médula ósea. Voy de
un lado para otro y cada vez me siento más débil. Estoy tan cansada, pero
veo los ojos de mi niña pidiéndome que siga adelante y me propongo poner
todo de mi parte. No por mí, sino por Mía. Yo no tengo más razones por las
que seguir viviendo.
Lidio con mi tristeza día a día, con la falta que me hace ese hombre. Me
quedan sus recuerdos, que son los que me mantienen respirando y que me
hacen sentirlo siempre conmigo. Reviso viejas fotos, algunas cartas, juego
en mis manos con el collar que me regaló y no lo suelto. Releo sus últimos
mensajes en mi celular, le pregunto a sus amigos por sus últimas
conversaciones, reviso sus correos… tomo el suéter que dejó tirado sobre
mi cama y lo huelo cada día. Busco desesperadamente un rastro que no
quiero soltar.
Mía ha decidido no ir a Londres a estudiar actuación hasta que yo esté
bien.
—Mamá, cuando te sientas mejor nos vamos a ir las dos a Inglaterra y
aprovechamos para dar unos paseítos. Tú sabes que no puedes vivir sin mí y
yo tampoco sin ti.
Ella me demuestra lo fuerte que es. Cada mañana llega con su mejor
sonrisa y me ilumina el día. En ella sólo hay magia, energía, como si
hubiera nacido con una estrella. Brilla siempre. Sé que trata de ocultar su
angustia para cuidarme.
Me toca esta mañana control médico, donde me harán todos los exámenes
para ver cómo ha evolucionado mi enfermedad. Mía insiste en
acompañarme y Franco me dice que también irá.
Llegamos al edificio en la mejor clínica de Nueva York, con el mejor
oncólogo, que es quien ya se hizo cargo de mi tratamiento. Entramos los
tres y, en tanto lo miro, sé que no tiene buenas noticias. Nos sentamos y se
va por la tangente.
—Mila, tengo tus resultados. Me gustaría tener mejores noticias, pero la
verdad es que el tratamiento no ha respondido como quisiéramos. Podemos
seguir con otras alternativas, apenas te sientas un poco más fuerte. Ha
salido un nuevo ensayo clínico. Por ahora, quiero hacerte más transfusiones
de plaquetas.
Veo la angustia descontrolada de mi niña, en su cara se ve la frustración.
Daría cualquier cosa porque no sufriera. La abrazo, la consuelo y ella no
para de llorar. Siento el dolor en su corazón. Quisiera cargarla como si fuera
un bebé, poder liberarla de todo sufrimiento.
Se me olvida dónde estamos. Somos una madre y una hija que siempre
han estado tan conectadas. Sólo quiero eso, abrazarla, sentir su piel, su
aroma, traspasarle toda mi energía para que su caminar sea más ligero.
Decidimos ir a pasear al Central Park, sólo ella y yo. Lo recorremos
durante largo tiempo, está empezando el otoño y las hojas tiñen de
hermosos colores tierra todo el camino. Hablamos por horas, nos decimos
todo, abrimos totalmente el alma, disfrutamos nuestro tiempo juntas.
Lloramos y nos reímos. Nos abrazamos.
Cuando estamos por llegar a la casa, ella me dice.
—Mamá, ya sé que tú siempre soñaste con regresar a Chile y las cosas
tomaron otro rumbo. ¡Quiero proponerte algo! ¿Por qué no te haces las
transfusiones de sangre y plaquetas y nos vamos? Siempre he querido vivir
en tu país. Estar más con la familia, con la gente que tú amas, caminar por
tus calles de la infancia, conocer todo de tu vida pasada. Quiero
experimentar en mi cuerpo toda tu historia. Total, yo puedo seguir tomando
mis clases en línea desde allá.
La miro y no puedo de amor por ella. Eso es Mía, es bondad. La abrazo
con toda la fuerza que tengo. Esa nobleza que hay en su corazón inmenso es
lo que yo ni en mis mejores sueños le hubiera podido heredar. Ella es tanto
mejor de lo que pude haber planificado. Eso mismo es lo que me va a
permitir tomar un rumbo muy lejos, pero en paz.
CAPÍTULO 44
El legado de amor
Cada día escribo mi propia historia. Me reescribo las veces que sea
necesario. Soy mi propio libro. Escribo siempre con el corazón. Quito las
páginas que duelen y agrego siempre nuevas… y siempre dejo en blanco la
última página.
Estoy enamorada de la vida, me divorcié de las tristezas, me comprometí
para siempre con la felicidad. Soy amante de la alegría, y la pasión… y de
vez en cuando lloro con locura.
Ésta fue la última página que escribió mi mamá. Un día nublado de julio de
2022, a las 11 de la mañana, termina la historia de la mujer más importante
de mi vida. Mila de los Ríos me hizo ser lo que hoy soy, me dio una vida
llena de amor. Toda ella era magia, era pasión y hoy es mi forma de vivir la
vida. Es así, hoy es el día más triste de mi vida y el día donde más
agradezco a la vida por tener esta maestra.
Hoy es el día de su muerte y el inicio de su inmenso legado. Juro estar a la
altura para continuarlo.
FIN
Acerca de la autora
Índice
Primera parte
CAPÍTULO 1 Ese encuentro que cambia tu vida
CAPÍTULO 2 De música ligera
CAPÍTULO 3 Ni egocéntrico ni patán
CAPÍTULO 4 Una cucharada de su propia medicina
CAPÍTULO 5 El estilo Diego Cienfuegos
CAPÍTULO 6 Estoy dispuesta a pagar el precio
CAPÍTULO 7 El niño herido
CAPÍTULO 8 Pienso dejarte escapar
CAPÍTULO 9 Una nueva (y excitante) realidad
CAPÍTULO 10 Sortilegio
CAPÍTULO 11 La cacería
CAPÍTULO 12 El llamado de Atlanta
CAPÍTULO 13 Aires de cambio
CAPÍTULO 14 Un disparo directo al corazón
CAPÍTULO 15 A miles de kilómetros de ti
CAPÍTULO 16 La mejor versión de mí para ti
CAPÍTULO 17 Jamás volverá a ser lo mismo
CAPÍTULO 18 La misma luna, el mismo mar
CAPÍTULO 19 Y un día te das cuenta de que todo comienza de nuevo
CAPÍTULO 20 La vida te da sorpresas
CAPÍTULO 21 Dejar el miedo atrás
CAPÍTULO 22 La elegida
CAPÍTULO 23 El primer día del resto de nuestras vidas
CAPÍTULO 24 El pasado que regresa
CAPÍTULO 25 Un universo paralelo
CAPÍTULO 26 Eres mía, Mila
CAPÍTULO 27 ¿Qué es realmente el amor?
CAPÍTULO 28 La niña de mis ojos
Segunda parte
CAPÍTULO 29 El cumpleaños de Mía
CAPÍTULO 30 Relaciones peligrosas
CAPÍTULO 31 ¿En qué momento abandoné mi felicidad?
CAPÍTULO 32 ¿Se puede ser infiel con el pensamiento?
CAPÍTULO 33 Soy un vaivén de emociones
CAPÍTULO 34 ¿Todavía lo amas?
CAPÍTULO 35 La vida te está esperando allá afuera
CAPÍTULO 36 Un castillo de naipes siempre se derrumba
CAPÍTULO 37 Un mundo sólo de los dos
CAPÍTULO 38 Me asomo en la puerta de la felicidad
CAPÍTULO 39 Caída libre
CAPÍTULO 40 No quiero estar en esta vida si no es contigo
CAPÍTULO 41 La procesión va por dentro
CAPÍTULO 42 Nuestro amor se convertirá en leyenda
CAPÍTULO 43 Su voz en mis oídos
CAPÍTULO 44 Desde lejos yo te cuidaré
CAPÍTULO 45 El legado de amor
Acerca de la autora