Crash Lander
Crash Lander
Crash Lander
Larry Niven
PRIMER ESPECTRO
A sesenta metros por debajo de la superficie del océano, la luz del sol fluía a
través de los bosques de algas en un millar de dorados y fluctuantes rayos.
Los jugadores se arremolinaban en grupos contra las raíces del bosque, como
un cardumen de coloreados peces de lucha.
Las graderías se habían instalado contra el domo de la ciudad. Más allá del
vidrio se veía el campo de juego para diez equipos, cada uno de ellos de
diferente esquema de colores, cinco humanos y un delfín por bando. Eran
sesenta en total, aunque cincuenta de ellos tomarían parte. Los humanos iban
provistos de respiradores y patas de rana de gran tamaño.
La presa era una forma de vida local: tres tortugas aplanadas, armadas de
aletas traseras del tamaño de alas. Sus decorados caparazones relucían como
soles cautivos: rojo, amarillo, violeta. El juego consistía en mover a la presa a
través de los arcos, unos paraboloides pintados en los mismos brillantes
colores. Los jugadores podían retener a las presas contra su pecho para
moverse con ellas, o sujetarlas con la mano y dirigirlas por la fuerza hasta
que giraran hacia donde les fuera conveniente. También podían dejarlas nadar
libremente a través del campo durante la confusión, esperando que un
compañero pudiera tomarlas antes de que desaparecieran.
Sharrol estaba vestida por Shaster: una capa de fantasía sobre una malla de
cuerpo entero con ventanas, que incluso serviría para nadar. Era una mujer
pequeña aún para la media de los llaneros, y comenzaba a destacar en ella la
panza en que llevaba nuestro segundo hijo. Mandíbula grande, piel clara,
cabello liso y negro: la auténtica Sharrol. En la Tierra ella provocaba muchas
fantasías, al más puro estilo llanero.
Por mucho tiempo el temor estuvo al acecho bajo sus emociones. Sharrol no
estaba hecha para este mundo. Per hace ya un año y medio que vivimos bajo
el océano planetario de Fafnir; en ese tiempo hemos concebido y dado a luz a
Jenna, y nuevamente está encinta buscando una hermana para ella, por lo que
comenzamos a sentir este sitio como el propio. Gradualmente el temor dejó
de aparecer, y no veía signos de él ahora. Sharrol estaba en casa.
Las gradas no incluían puestos de alimentos. Tenía que ir por debajo de las
tribunas, cruzar todo el Strand por el puente deslizante elevado, y meterme en
un comercio del tamaño de una feria.
Me vio mirarle.
Hubiéramos podido tener toda una vida, me dije. Nos lo habíamos prometido,
pero había sido una mentira. Al menos, habíamos tenido un año y medio.
–¿Bey? ¿Qué pasa? – se veía en imagen plana sobre una de las paredes. Su
teléfono de bolsillo no era tan sofisticado como para transmitir un holograma.
–Vi a alguien.
–¿A alguien? – ahora me miró-. No será ella, ¿verdad? Dime que no es ella.
–¿Tu qué?
–¡No lo creo!
–Yo estaba mirando sobre el balcón. Él pudo verme de la cintura hacia arriba,
aunque de lejos. Quizá no sepa sobre ti. Por favor, resérvame un pasaje en el
Pequod, a nombre de Persial Enero Hebert -hace rato que no usaba ese
nombre, pero ella lo conocía, y habíamos viajado en el Pequod una vez.
¿Debía aprovisionarme? ¿Hacer las maletas? No, pero…-. Escucha, dejé mi
mochila en el asiento. Llévala a casa. Eso es todo.
–¿Qué más?
–¡Qué más!
–Nej, será mejor que tengas una buena excusa para cuando todo esto termine
-dijo Sharrol, y entonces una cara apareció reflejada en el vidrio. Sin perderlo
de vista, me giré para ocultar mis actos y colgué el público, sacando en su
lugar mi fono de bolsillo.
Era él. Cara cuadrada, cabello rubio y delgado, mandíbulas de perro de presa,
músculos ondeando bajo la vestimenta. Jadeaba un poco. Ander había nacido
en la tierra, y mantenía un rotundo estilo llanero en su atuendo y apariencia.
Sus pantalones tejidos eran un milagro de colores retorciéndose. Llevaba una
túnica en colores firmes, verde y marrón, con una faja dentada de color negro
atravesándole pecho y espalda. Personajes clásicos de caricatura se asomaban
por encima de la línea y comentaban entre ellos lo que veían, luego se
ocultaban otra vez. Cargaba una mochila, incongruente por su aspecto liso y
pardo.
Por ello dejé que me viera guardar mi fono en el bolsillo al darme vuelta para
salir de la cabina. Fui derecho hacia él, y de pronto grité, simulando sorpresa.
–¡Aah!
Él se adelantó y tomó mi mano entre las suyas, a pesar de tan poco estímulo
por mi parte, y la sacudió. Alzó la voz por encima del ruido ambiente.
–Ya no más.
–Ven a ver el juego conmigo. Hay un asiento libre al lado del mío -ojalá así
fuera.
Abrigué esa suposición con fervor. Me veía por primera vez en veinte años.
Hubiera apostado que Ander no se había preparado para este encuentro. No
tenía respaldo. Raro en él.
–¿Porqué usar una cabina de teléfono para hablar por fono portátil?
–¡Ruido!
Líneas Nakamura viajaba a una gravedad terrestre; tuve que trabajar muy
duro sólo para caminar por mi propia nave. Una vez entrenado, me convertí
en un atleta para los estándares de Los Conseguimos; pero no era raro que
muchos pasajeros, viendo mi palidez de albino y mi longilíneo esqueleto me
consideraran un vampiro enfermizo.
Por ello, cuando sentí la mano de Ander cerrarse en mi brazo como las
mandíbulas de un depredador, los recuerdos viscerales me volvieron en
oleadas. Lo traté sólo dos veces, separadas por catorce años; fueron períodos
de intensa actividad, de unas pocas semanas cada uno. Ahora necesitaba una
historia que contar a Ander Smittarasheed; pero lo que mejor recordaba era
que me había disgustado apenas lo conocí.
–No, Ander, no es por eso. Tú conoces mi mundo natal; sólo hay un océano
en Lo Conseguimos, y siempre bajo tormentas. Nadie puede nadar en él.
Había venido por el capricho de una mujer, pero Ander no debía saberlo.
–No me interesa quién gane. Sólo disfruto viendo qué buenos son haciéndolo.
Pero Sharrol había hablado mucho del asunto. La guerra marina derivaba de
un juego que los kzinti jugaban en tierra. Pero en ambas formas, el juego era
propio de Fafnir. Ningún turista sabría de él hasta llegar aquí. Recordaba
cuando Sharrol me habló de ello, como si oyera sus palabras, y las repetí para
Ander.
–Nadan como delfines, ¿lo ves? Pero los delfines no pueden sujetar a las
presas; sólo pueden empujar a los jugadores contrarios, excepto el delfín del
gremio de Estructuras, que sí tiene manos. Es una opción. Pero la idea es
demorarlos, ¿entiendes? ¿Sabes algo de estrategia? Sólo quedan siete
equipos; parece que… -pero me di cuenta de que sólo esperaba que yo dejara
de hablar-. Ander, ¿qué estás haciendo en Fafnir?
–Sí, siempre pensé eso. Estás con la policía de la ONU -ya no tenía que
actuar como si me agradara.
–Me alegro, porque no deseo volver -aún no sabía qué le iba a contar, pero
seguro no incluiría el deseo de regresar a la Tierra-. Entonces, ¿qué quieres
de mí?
–Oh, sí. Me metí en esto porque estuvimos hablando acerca de los titerotes de
Pierson. Creemos que tú, Beowulf Shaeffer, sabes tanto de los titerotes como
el más preparado de la Brazo.
Él no le dio importancia.
Ay.
Quince años llevando pasajeros entre los mundos. Luego Líneas Nakamura
quebró, y me quedé en la calle… en Lo Conseguimos, porque la Corte de
Quiebras permitió que volviéramos a casa. Dos años después de eso, yo
estaba decidido a aceptar cualquier oferta, no importa de quién viniera…
ESTRELLA DE NEUTRONES
La nave comenzó a girar por su cuenta. Sentí la presión del empuje por
fusión. Sin ayuda alguna de mi parte, mi fiel perro guardián metálico estaba
acomodándose a una órbita hiperbólica que me llevaría a kilómetro y medio
sobre la superficie de la estrella de neutrones. Veinticuatro horas para caer,
veinticuatro horas para subir…, y durante ese tiempo, algo trataría de
matarme. Aquello que había matado a los Laskin.
Y todo lo que había hecho fue entrar a una tienda para conseguir una nueva
batería para mi encendedor…
Miré con los demás mientras cruzaba la sala. No porque nunca hubiera visto
un titerote, sino porque hay algo hermoso en la delicada manera en que
avanzan sobre esas delgadas piernas y sus diminutos cascos. Lo vi venir
derecho hacia mí, más y más cerca. Se detuvo a medio metro, me miró y dijo:
Su voz era un hermoso contralto, sin traza de acento. Las bocas de los
titerotes son los más flexibles órganos de fonación que se conocen, y también
las manos más sensitivas. Las lenguas son bífidas; los anchos y gruesos
labios tienen protuberancias como dedos a lo largo de sus bordes. Imaginen
lo que haría un relojero con el sentido del gusto en la punta de sus dedos.
Me aclaré mi garganta:
Anduve tras de él hasta una cabina de transferencia, con los ojos de todo el
mundo siguiéndome durante todo el trayecto. Era embarazoso ser abordado
en una tienda pública por un monstruo de dos cabezas; tal vez el titerote lo
sabía. Tal vez estaba probándome para ver qué tan urgentemente necesitaba
yo el dinero.
Mi necesidad era grande. Ocho meses atrás, las Líneas Nakamura habían
quebrado. Por algún tiempo antes de que eso pasara, yo había seguido
viviendo a lo grande, sabiendo que mi indemnización cubriría las deudas.
Pero nunca vi esa indemnización. Fue una gran quiebra aquella; respetables
hombres de negocios saltaron por las ventanas de los hoteles, sin llevar sus
cinturones de vuelo. Yo seguí gastando, porque si hubiera comenzado a vivir
frugalmente, mis acreedores habrían investigado… y yo hubiera terminado en
la cárcel.
La nave yacía en la arena, más allá de la terraza. Era un fuselaje número dos
de Productos Generales: un cilindro de cien metros de largo por seis de
ancho, con ambos extremos en punta y una leve constricción como de cintura
de avispa cerca de la popa. Por alguna razón yacía sobre su costado, con las
patas de aterrizaje aún plegadas en la cola.
¿Se han dado cuenta de cómo todas las naves han empezado a parecerse? El
noventa y cinco por ciento de las naves actuales son construidas basándose en
uno de los cuatro modelos de fuselaje de Productos Generales. Es más fácil y
seguro de ese modo, pero de alguna forma todas las naves terminan como
empezaron: viéndose como producidas en masa.
El titerote se movió hacia proa, pero algo me hizo tornar hacia popa para
mirar más de cerca las patas de aterrizaje. Estaban torcidas. Por afuera del
casco transparente y curvado, alguna fuerza tremenda había forzado al metal
a fluir como cera caliente, atrás y adentro de la puntiaguda popa.
–¿Qué le pasó a eso? – pregunté.
–Veo que lo comprende. Venga conmigo -dijo, y trotó a lo largo del casco.
Por otra parte, un casco de Productos Generales es tan feo como funcional.
La compañía de los titerotes podía verse muy comprometida si se hacía correr
la noticia de que algo podía atravesar sus fuselajes. Pero seguía sin ver dónde
entraba yo en el asunto.
Las primeras doce las pasé en el cuarto de relajación, tratando de leer. Nada
significativo aconteció, salvo que unas pocas veces pude ver el fenómeno que
Sonya Laskin mencionó en su último informe. Cuando una estrella quedaba
justo detrás de BVS-1, se formaba un halo. BVS-1 tenía suficiente masa
como para hacer doblar la luz a su alrededor, desplazando la mayoría de las
estrellas a los costados; pero cuando una estrella se ponía justo atrás de la de
neutrones, su luz era desplazada en todas direcciones a la vez. Resultado: un
pequeño círculo que relampagueaba una vez y se iba antes de que el ojo
pudiera fijarse en él.
Se necesita una enana blanca ya quemada, con una masa mayor de 1,44 veces
la del sol (límite de Chandrasekhar, llamado así por un astrónomo hindú-
norteamericano del siglo XX). En una estrella con tal masa, la carga opuesta
de los electrones no es capaz por sí sola de impedir que choquen a los
núcleos. Los electrones son forzados contra los protones, y se forman
neutrones. En medio de una flagrante explosión, la mayor parte de la estrella
cambia: pasa de una masa comprimida de materia degenerada a un bloque de
neutrones, enormemente apretado: se crea el neutronio, teóricamente la
materia mas densa de nuestro universo. La mayor parte de la materia normal -
y la degenerada que resta- será expulsada lejos, fuera de la estrella, debido al
enorme calor liberado.
Tampoco era raro que el Instituto del Conocimiento de Jinx deseara gastar
tanto tiempo y esfuerzo observándola. Hasta que BVS-1 fue encontrada, el
neutronio y las estrellas de neutrones eran sólo teorías. El estudio de una
verdadera estrella de neutrones podría ser de una tremenda importancia:
podrían darnos la clave del verdadero control de la gravedad.
Nada más se sabía de la pequeña y escondida estrella, hasta que los Laskin
vinieron a ver. Ahora el Instituto sabía una cosa más: el giro de la estrella.
–Una masa tan grande puede distorsionar el espacio con su rotación -dijo el
titerote-. La hipérbola proyectada por los Laskin fue retorcida de tal modo,
que pudimos deducir que el período de rotación de la estrella es de dos
minutos con veintisiete segundos.
–¿Conmigo?
–Pero yo no…
–Olvídelo.
–Espere un…
–…No podemos verla aún, no a ojo desnudo. Pero podemos ver donde está.
Cada vez que alguna estrella pasa por detrás, se forma a su alrededor un
pequeño anillo de luz. Un momento… Peter está listo para usar el telescop…
–No debe hacer usted el viaje con las paredes transparentes. Se volverá loco.
Estaba complacido conmigo mismo. Mis deudas estaban pagas, aunque eso
no importara mucho allí donde iba a ir. Iba a irme sin siquiera un minicrédito
a mi nombre, con nada excepto la nave…
Con todo, había salido bien de una mala situación. Supuse que me gustaría
tener un exilio millonario.
–¿Porqué?
–Mi nombre es Sigmund Ausfaller -dijo el hombre-. Deseo hablar con usted
acerca de su contrato con Productos Generales.
–Pero sólo podrá conservar la mitad. El resto irá para pagar sus deudas.
Luego están los impuestos… Pero no importa. Lo que se me ocurrió es que
una nave espacial es una nave espacial, y la suya está muy bien armada y
tiene piernas largas. Un admirable navío de combate, si usted quisiera
venderlo.
–Pero no es mío.
No dije nada.
–Está claro.
Las cámaras de los Laskin habían tomado cuatro películas. En el tiempo que
me quedaba las pasé todas varias veces, sin ver nada nuevo. Si la nave
hubiese chocado con una nube de gas, el impacto pudo haber matado a los
Laskin. En el perihelio, el gas se movía al menos a la mitad de la velocidad
de la luz. Pero la fricción hubiera generado calor, y no vi ningún signo de
calentamiento en las filmaciones. Si algo vivo los hubiera atacado, la bestia
era invisible al radar y a un enorme rango de frecuencias de luz. Los jets de
posición podrían haberse disparado accidentalmente -por asirme a un
imposible-, pero la luz producida a proa no aparecía en ninguna de las
películas.
La cárcel era una de mis tres alternativas. Pero yo hubiese estado allí de por
vida. Ausfaller se hubiera asegurado de ello.
Mientras esperaba, recordé un verano hace mucho tiempo en Jinx. Había días
en los que no podíamos salir, porque la falta de nubes hacía que la tierra se
bañara de quemante luz blanco azulada; entonces nos divertíamos llenando
globos con agua del grifo, y dejándolos caer desde tres pisos de altura.
Formaban hermosos patrones de salpicadura, pero se secaban muy rápido.
Entonces pusimos un poco de tinta en cada globo antes de llenarlo de agua.
Así los patrones duraron.
Sonya Laskin había estado en su silla cuando colapsó. Las muestras de sangre
mostraron que fue Peter quien la golpeó desde atrás, como un globo con agua
lanzado desde gran altura.
No había suficiente lugar al final del tubo para dar la vuelta, de modo que
tuve que retroceder cinco metros hasta un tubo lateral.
Dos horas para llegar, y ya estaba seguro de que viraban al azul. ¿Era tan alta
mi velocidad? Entonces, las estrellas detrás de mí estarían virando al rojo. La
maquinaria me bloqueaba la vista por detrás, así que usé los giróscopos. La
nave giró con particular lentitud. Las estrellas detrás de mi eran azules, no
rojas. A todo mi alrededor había estrellas blanco-azuladas.
Le hablé al dictáfono sobre esto. Ese dictáfono era el objeto mejor protegido
de la nave. Yo había decidido ganar dinero con él, tanto como el que esperé
recibir. Pero en privado, me preguntaba cuan intensa podría llegar a ser la luz.
El tirón era leve, cerca de un décimo de ge. Se sentía más como hundirse en
miel que como caer. Trepé de nuevo a mi silla, me até con la red -ahora
colgando con la cara hacia abajo- y conecté el dictáfono. Conté mi historia
con los suficientes detalles como para que mis hipotéticos oyentes no dudaran
de mi hipotética salud mental.
–Pienso que ésto es lo que pasó con los Laskin -terminé-. Si el tirón se
incrementa, llamaré de nuevo.
¿Me creen? Nunca lo dudé. Este extraño y gentil tirón era inexplicable. Y
algo inexplicable había matado a Peter y Sonya Laskin, que descansen en
paz.
Alrededor del punto donde debía de estar la de neutrones, las estrellas eran
como rayitas de luz, estiradas radialmente. Brillaban con una furiosa,
dolorosa luz. Me colgué de la red con la cara hacia abajo y traté de pensar.
No, eso era una estupidez. ¿Qué podía llegar a mí a través de un fuselaje de
Productos Generales? Debía enfocarlo de otro modo. Algo estaba empujando
a la nave fuera de su curso.
–Al diablo con la teoría. Me voy de aquí -y dije, para el dictáfono-. El tirón se
ha incrementado peligrosamente. Voy a tratar de alterar mi órbita.
Por supuesto, una vez que hiciera girar la nave y usara el cohete, yo estaría
agregando mi propia aceleración a la fuerza equis que me atraía a la proa. Eso
podía ser doloroso, pero lo soportaría por un tiempo. Si llegaba a mil
quinientos metros de BVS-1, terminaría como los Laskin.
Ella debió haber esperado cabeza abajo -en una red como la mía-, sin una
unidad de propulsión, mientras la presión creció y la red primero le cortó la
carne, luego se rompió y la dejó caer hacia la proa, y yació herida y rota
mientras la fuerza equis arrancaba las sillas de sus soportes y las arrojaba
sobre ella.
Media hora para caer, y la fuerza equis era mayor a un g. Mis sinus nasales
estaban en agonía. Mis ojos estaban maduros y listos para caer. No sabía si
podría sostener un cigarrillo, pero no hice la prueba: el paquete de Fortunados
se me había caído del bolsillo cuando bajé a la proa. Allí estaba, un metro y
medio más allá de mi alcance, probando que la fuerza equis actuaba en otros
objetos además de mí. Fascinante.
Bien.
Las estrellas se veían fieramente azules, estiradas como líneas rectas hacia
ese punto dentral. Pensé que ya podía verlo, muy pequeño y de un débil rojo,
pero pudo ser mi imaginación. En veinte minutos estaría rodeando la estrella
de neutrones. La impulsión rugió a mi alrededor. En efectiva caída libre,
desaté la red de seguridad y me impulsé fuera de la silla.
La pared trasera del cuarto de reposo estaba cinco metros más allá. Debía
saltar a ella con la gravedad cambiando en medio del aire. Salté; la golpeé
con mis manos y reboté. Había saltado demasiado tarde; la región de caída
libre se movía a lo largo de la nave a medida que el impulso bajaba, y me
había dejado atrás. Ahora la pared trasera estaba «arriba» para mí, y lo mismo
el tubo de acceso.
Bajo algo más de media g, salté por el tubo de acceso. Por un largo momento
me quedé en medio del tubo de un metro, parado en medio del aire -y en
realidad comenzando a caer de nuevo-, cuando me di cuanta de que no había
nada de lo que tomarme. Entonces pegué mis manos a las paredes del tubo y
las apreté contra ellas. Era todo lo que necesitaba. Me elevé a mi mismo y
empecé a flotar.
Era la marea.
Algo crujió en la cabina, debajo de mí. No pude apreciar qué había sido, pero
podía ver claramente un punto rojo brillando entre las líneas radiales azules,
como una linterna en el fondo de un pozo. Hacia los lados, entre el tubo de
fusión y los tanques y otro equipo, las estrellas azules brillaban ante mí con
una luz casi violeta. Me preocupaba mirarlas demasiado. Realmente pensé
que podrían cegarme.
Y ahora, casi súbitamente, el punto rojo era más que un punto. Mi tiempo
había llegado. Un disco rojo pasó ante mí, la nave giró; tragué saliva y cerré
fuerte mis ojos.
Manos de gigantes tomaron mis brazos, piernas y cabeza, gentilmente pero
con gran firmeza, y trataron de partirme en dos. En ese momento, comprendí
que Peter Laskin había muerto de esta forma. Había hecho las mismas
suposiciones que yo, y trató de esconderse en el tubo de acceso. Pero él se
resbaló… como yo me resbalaba… Del cuarto de control llegó un múltiple
quejido de metal desgarrado. Yo traté de clavar mis pies en la dura pared del
tubo. De algún modo aguantaron.
Cuando al fin abrí los ojos, el punto rojo se achicaba hacia la nada.
–Y lo haré: la gravedad.
–¿Porqué?
–No lo sé.
–Muy bien.
–Buena observación. Así que hay una fuerza que trata de partir en dos a la
luna, aunque su propia gravedad la mantiene unida. Si lleva a la luna lo
bastante cerca de la tierra, esas dos rocas simplemente se irán flotando.
–Ya veo. Entonces esta «marea» trató de romper la nave. Y fue lo bastante
poderosa en la cabina de la nave del Instituto como para arrancar las sillas de
aceleración de sus montajes…
–Y para aplastar a un ser humano. Imagíneselo. La proa de la nave estaba a
once mil metros del centro de BVS-1. La cola estaba cien metros más lejos.
Abandonadas a sí mismas, habrían ido en órbitas completamente distintas.
Incluso mi cabeza y pies trataron de hacer lo mismo cuando estuve lo
suficientemente cerca.
–¿Qué?
–Ah, eso. Tuve una quemadura grave por exposición a la luz estelar. No es
grave.
–Entiendo.
–Si desea hablar con los periodistas ahora, explicándoles lo que sucedió a la
nave del instituto, le pagaremos a usted diez mil estelares. Pagaremos en
efectivo para que usted pueda hacer uso inmediatamente. Es urgente… Han
habido rumores.
–No entiendo -pero dos largos cuellos se habían tirado hacia atrás, y el
titerote me miraba como un par de pitones al ataque.
–Usted sabría lo que es una marea si su mundo tuviera una luna. No podría
evitarlo.
SEGUNDO ESPECTRO
Intenté escribir la historia por mi cuenta, por supuesto. Había ese programa
de computadora que lo haría en forma de entrevista. Tomé una gran cantidad
de notas…, demasiadas, porque cada vez que intentaba empezar a escribir la
historia, me bloqueaba.
Tal vez nunca lo debiera haber contratado, pero se metió de lleno en el asunto
sin darme oportunidad de reaccionar. Antes de que pudiera ponerme en
guardia, ya le estaba contando todo… casi todo. Él lo montó en un solo acto
usando el programa de entrevistas y mis comentarios, y todo en una misma
tarde. Pasamos dos días puliendo el texto antes de filmarlo. La grabación se
vendió de inmediato a las redes.
Él escribía bien. Eso fue sorprendente en sí mismo.
–En su momento, sí. Aún ahora no estoy seguro. Tal vez estaba equivocado
al pensar que una especie que navega por el espacio pueda no conocer las
mareas.
–Es probable. Pero ¿porqué enviar a un piloto humano para enterarse de algo
que ellos ya sabían?
–Por supuesto.
–No.
–Quizá quieras decir que ellos confiaron en mí para que escribiera mi propia
historia… Lo intenté, Ander.
La primera estrella de neutrones vieja y fría. Estuvo muy bien ocultando tal
vergüenza.
Pero me vio en el balcón por primera vez. Corrió por las escaleras para
interceptarme, sin detenerse un momento para pedir apoyo. Apostaría nuestra
libertad por ello…, la libertad de los míos: Naciones Unidas no me
reclamaba, pero ellos podrían extraditar a Carlos, o a Sharrol, o a los niños.
–¿Eso piensas?
–Y tú eres quien los ha hecho partir. Beowulf, ¿porqué te han contratado una
segunda vez, siendo que los has extorsionado?
–Mareas -dijo él-. Hemos vigilado su… retirada. Los titerotes de Pierson
conocen bien las mareas, Beowulf, aunque nunca hayan tenido una luna.
–Si tú lo dices… -le creía, y no me sorprendió.
EN EL NÚCLEO DE LA GALAXIA
Estaba pensando que era lógico que se viera borroso, cuando unas dentudas
quijadas se cerraron suavemente sobre mi brazo. Pegué un salto. Una voz de
contralto, suave y espeluznante dijo:
Esa voz podría haber hecho la fortuna de un cantante. Y creo que la reconocí,
pero no podía ser: aquélla estaba en Lo Conseguimos, a años luz de distancia.
Me volví.
–Naturalmente. Los kdatlynos son ciegos a todas las ondas excepto al radar.
«ESPACIOFTL» no tiene significado a la vista, pero sí al tacto. Pase su
lengua sobre él.
Hie correr mi mano sobre el objeto. Si quieren saber qué se siente, tomen una
nave hacia Jinx; la cosa está todavía allí. Me rehúso de plano a describir la
sensación.
Bueno, no del todo. La crin entre los cuellos, castaño rojiza en este caso, se
supone que muestra la casta, si uno aprendió las sutiles variaciones de estilo.
Pero para hacer eso, uno tiene que ser un titerote. En lugar de admitir mi
ignorancia, le pregunté:
–Gracias. Lo pagan bien, además. Pero yo soy ante todo un piloto de naves
espaciales.
Esa era una pregunta capciosa. La última y única vez que acepté un trabajo de
un titerote, éste me extorsionó para que lo tomara, aún sabiendo que
posiblemente me mataría. Y casi sucedió. No acuso por ello al presidente
regional en Lo Conseguimos, pero… ¿permitirles que me embromen otra
vez?
–Le responderé con un condicional: quizá. ¿Cree usted acaso que soy un
piloto suicida profesional?
La cabina nos condujo hacia algún lugar en las regiones de vacío de Jinx. Era
de noche. Alto en el cielo, Sirio B era un punto apenas visible, que arrojaba
una tenue luz de color azul vivo hacia el áspero paisaje lunar. Miré hacia
arriba y no vi a Binario, el hinchado planeta anaranjado compañero de Jinx,
por lo que debíamos estar en el Extremo Lejano.
–Bueno…
–De Sirio a Proción hay una distancia de cuatro años luz. Esta nave podría
realizar el viaje en cinco minutos.
–No.
Pero, ¡eso era casi un año luz por minuto! No podía hacerme a la idea.
Entonces de repente lo hice, y mi boca se abrió…, porque ante mí vi a la
galaxia entera que se abría. ¡Conocemos tan poco más allá de nuestro propio
vecindario! Pero con una nave como ésta…
2
El sistema de vida constaba de dos cuartos circulares, uno arriba del otro, con
una pequeña compuerta en un costado. El cuarto inferior era el de control,
con hileras de botones y diales y luces intermitentes, todo dominado por un
enorme indicador de masa esférico. El cuarto superior tenía las paredes
desnudas y transparentes, y a través de ellas pude ver el equipo productor de
aire y alimento.
–La región de los titerotes es mucho más pequeña. La esfera de los kdatlyno
tiene la mitad del tamaño de la de ustedes, y la kzinti es algo más grande.
Vuestras especies son las más importantes que viajan por el espacio. No
tenemos en cuenta a los forasteros porque no usan naves. Naturalmente,
algunas esferas coinciden. Los viajes de una esfera a otra son escasos excepto
por nosotros, porque nuestra área de influencia llega hasta todos los que
compran nuestros fuselajes.
»Pero si se suman todas estas esferas, tenemos una región de sesenta años
luz. Esta nave podría atravesarla en sesenta y cinco minutos. Si se tienen en
cuenta las seis horas para el despegue y seis para el aterrizaje, y suponiendo
que no hay ninguna complicación en el tráfico cercano al mundo de destino,
contamos con una nave que puede ir a cualquier parte en trece horas… pero a
ninguna en menos de doce; que lleva un piloto y ninguna carga, y que cuesta
siete mil millones de estrellas.
–Tomará unos veinticinco días llegar hasta el Núcleo, y otros tantos volver.
¿Puede usted ver el argumento por detrás de esto?
–Es perfecto. No necesita usted aclararlo más. Pero… ¿por qué yo?
–Queremos que realice el viaje y luego que lo describa. Tengo una lista de
pilotos que escriben, pero aquellos a quienes abordé rehusaron. Dicen que
escribir en tierra firme es más seguro que probar naves desconocidas.
Comprendo el argumento.
–Yo también.
–¿Irá?
–Cien mil estelares por el viaje. Cincuenta mil por escribir la historia, a
agregar a lo que le paguen por ella cuando la venda.
–Trato hecho.
Por supuesto, ante todo me preguntaba por qué Productos Generales confiaba
en mí. La primera vez que trabajé para ellos había tratado de robarles aquella
nave, aunque por motivos valederos en ese momento. Pero esta nave -a la que
ahora llamaba Tiro Largo- no valía la pena. Cualquier comprador potencial
sabría que jugaba con fuego; y, ¿para qué le serviría? Largo Alcance podía
explorar un clúster globular; pero su único uso era la publicidad.
–Hay algo que debería ya saber -me dijo después-. La dirección de empuje es
contraria a la dirección de hiperimpulso.
–No entiendo.
3
Y partí.
Al principio no pareció tan grave. Las estrellas seguían viniendo hacia mí,
continuaba esquivándolas, y después se transformó en algo rutinario: por
experiencia, podía darme cuenta de un solo vistazo si una estrella era lo
suficientemente poderosa y próxima como para hacerme zozobrar. Pero en mi
época como piloto para Líneas Nakamura sólo tenía que echar un vistazo
cada seis horas, más o menos. Aquí no me atrevía a mirar hacia otro lado.
Como empezaba a sentirme cansado, los objetos celestes más cercanos
comenzaron a aproximarse más y más. Después de tres horas tuve que
abandonar.
–¿Beowulf Shaeffer?
Una pausa.
–Odio tener que abandonar todo el dinero que me han prometido, pero mis
ojos se sienten como cebollas peladas. Me duele por todos lados. Voy a
regresar.
–El único motivo legal por el que puede regresar es un desperfecto mecánico.
De lo contrario, deberá pagar el doble de lo que se le ofreció.
–¿Desperfecto mecánico? – dije. En algún lugar de la nave había una caja con
herramientas, con un martillo…
–No se lo mencioné antes porque me pareció descortés, pero hay dos cámaras
ocultas en el sistema de apoyo vital. Pensamo ir filmándolo con fines
publicitarios, pero…
–Ya veo. Dígame una cosa, tan sólo una cosa. Cuando el representante local
de Lo Conseguimos les envió mi nombre, ¿les mencionó que yo había
descubierto que vuestro planeta no tiene lunas?
–Ya veo… -así que ésa era la razón por la que habían elegido a Beowulf
Shaeffer, el famoso autor-. El viaje durará más de lo que pensé.
–Deberá pagar una multa por el tiempo que supere los cuatro meses. Dos mil
estelares por día.
Continué. A cada hora, volvía al espacio normal y hacía una pausa de diez
minutos. Me olvidé de comer y de dormir. Me pasaba viajando doce horas al
día, y las doce horas siguientes tratando de recuperarme. Era una batalla
perdida.
Las estrellas me rodeaban por completo, brillando a través del piso y entre las
hileras de instrumentos. Tomé mi café, tratando de no pensar. La Vía Láctea
lanzaba un brillo fantasmal entre mis pies. Las estrellas estaban más apiñadas
ahora; aumentaba su densidad a medida que me aproximaba al Núcleo,
haciendo más factible que tropezara con una.
–No hay nadie más aquí, cariño. Mire, se me ha ocurrido algo. ¿Enviaría
usted…?
Un corto silencio.
–Hable usted.
–Podré llegar al Núcleo mucho más rápido si me dirijo primero a uno de los
espacios entre los brazos de la galaxia. ¿Conocemos bastante de la galaxia
para saber dónde termina nuestro brazo?
–Bien.
Cuatro horas más tarde fui sacado de un profundo sueño por la alarma del
hiperfono. No era el presidente, sino un empleado. Recordé que anoche había
llamado «cariño» al titerote, debido a mi propio cansancio y a esa voz
seductora, y me preguntaba si había lastimado sus sentimientos. Debía ser
varón…; el sexo de un titerote era uno de sus secretos. El empleado me dio la
orientación y la distancia hacia el vacío más cercano entre las estrellas.
El final de esas tres semanas fue el final del vacío. Ante mí había un amorfo
aluvión de estrellas, inmersas en opacas nubes de polvo. Todavía me faltaban
trece mil años luz para llegar.
Era la hora del almuerzo del cuarto día. Me senté mirando el indicador de
masa y advertí fluctuaciones en la nube azul que mostraba la densidad
cambiante del polvo que me rodeaba. De repente, la mancha desapareció por
completo. ¡Genial! ¿No sería estupendo que el indicador de masa se me
descompusiera ahora? Pero las líneas de las estrellas todavía estaban allí, diez
o veinte, señalando en todas las direcciones. Volví al timón. El sonido del
reloj indicó el momento de descanso. Suspiré de felicidad y volví al espacio
normal.
Faltaba sólo media hora para el almuerzo. Pensé en comer ya mismo, pero
rechacé la idea. La rutina era lo que me mantenía en funcionamiento. Me
preguntaba qué aspecto tendría el cielo, pero miraba instintivamente hacia
arriba para no mirar abajo, al piso transparente. Una extensión tan vasta como
el hiperespacio es abrumadora aun para ojos entrenados. Pero recordé de
pronto que ya no estaba en el hiperespacio, de modo que miré hacia abajo.
Por un momento, sólo miré. Luego, sin despegar la vista del piso, tomé el
hiperfono.
–¿Beowulf Shaeffer?
El Núcleo.
Se habían ido las oscuras masas de polvo y gas. Hace mil millones de años
que debieron ser barridas, para servir de combustible a las hambrientas y
apretadas estrellas. El Núcleo estaba ante mí como una gran esfera enjoyada.
Yo esperaba que fuera una cosa gradual, una densa masa de estrellas que se
iba adelgazando a medida que se internaba en los brazos. Pero no había nada
gradual. Una clara bola de luz multicolor de cinco o seis mil años luz de
diámetro se anidaba en el corazón de la galaxia, fuertemente velada por las
últimas nubes de polvo. Estaba a diez mil cuatrocientos años luz del Núcleo.
Las estrellas rojas eran las más grandes y brillantes. Algunas se destacaban
nítidamente. El resto formaba una pintura verde y azul fosforescente. Pero
esas estrellas rojas…, habrían mandado a Aldebarán de vuelta al jardín de
infantes.
¡Todo era tan brillante! Necesitaba el telescopio para ver los espacios entre
las estrellas…
Les mostraré lo brillante que era.
¿Es de noche donde están ustedes? Salgan y miren las estrellas. ¿De qué
colores son? Antares es roja si uno está cerca; en el Sistema Solar también lo
será Marte. Sirio es azulada. Pero todo el resto son puntos blancos. ¿Por qué?
Porque está oscuro. La visión diurna es en colores, pero en la noche uno ve
blanco y negro, como un perro.
Los soles del Núcleo brillaban lo suficiente como para ofrecer una visión en
colores.
Una hora y cincuenta minutos más tarde, después de una comida y dos
descansos, y cincuenta años luz más cerca, verifiqué algo singular en el
Núcleo.
Estaba más despejado aún, si no más grande; ya había atravesado los restos
casi transparentes de la última nube de polvo. Había una zona blanca no
demasiado cercana al centro de la esfera; era tan brillante que oscurecía el
verde, azul y rojo que lo bordeaba. En el siguiente intervalo volví a mirar y
parecía aún más brillante. En otro intervalo brillaba nuevamente, todavía con
más fuerza.
–¿Beowulf Shaeffer?
–Si.
–Sí. Tiene sentido. Nosotros los titerotes nunca hemos entendido vuestra
disposición a superar la natural cautela -aunque no se le notara en la voz, mi
jefe estaba enojado.
¿Quién espera una conducta racional de los kzinti? Cuando atacan, los
vencemos, pero no nos decidimos a exterminarlos. Se espera a que repongan
fuerzas, y cuando vuelven a atacar, se los vence nuevamente. Mientras tanto,
ustedes les venden alimentos y les compran sus metales, y también los
utilizan donde necesitan buenos teóricos en juegos. Es como si no
constituyeran una amenaza real. Ellos siempre atacan antes de estar
completamente listos.
–Los kzinti son carnívoros -dijo-. Mientras que a nosotros sólo nos interesa la
supervivencia, a ellos sólo les interesa la carne. Salen de conquista porque los
pueblos sojuzgados les pueden proveer de comida. No pueden realizar
trabajos manuales. La cría de animales les resulta desconocida. Deben tener
esclavos, o se convertirían en bárbaros errando por las selvas para conseguir
carne. ¿Por qué deberían ellos estar interesados en lo que usted llama el
conocimiento abstracto? ¿Por qué pensar si no se puede convertir el
conocimiento en ganancia alguna para ellos? En la práctica, su descripción
del Núcleo puede atraer sólo a un omnívoro.
–Ése sería un buen argumento, si no fuera por el hecho que la mayoría de las
razas conscientes son omnívoras.
Los gatos. Yo tendría que pensar mucho y por largo tiempo en eso.
Oh, sí.
–Vea, sé que no les interesa saber cómo es el Núcleo, pero yo veo algo que
podría representar un peligro para mí. Usted tiene acceso a información que
está fuera de mi alcance. ¿Puedo continuar?
–Hágalo.
¡Ja! Estoy aprendiendo a pensar como un titerote. ¿Era bueno eso? Le
comenté a mi jefe sobre la brillante y extraña mancha en el Núcleo.
–Cuando miré con el telescopio, casi me ciega. Me coloqué gafas para sol de
grado dos, y no ofrecen ningún detalle. Es sólo un trozo blanco y sin forma,
pero tan brillante que las estrellas parecen puntos negros con bordes
coloreados. Me gustaría saber qué lo causa.
–Parece poco usual -pausa-. ¿El color blanco es uniforme? ¿Es un brillo
uniforme?
–Use el telescopio para encontrar una nova. Debe haber varias en una masa
tan extensa de estrellas.
–Encontré una.
–Descríbala.
–Es del mismo color que la zona blanca. Tiene también casi el mismo brillo.
Pero ¿qué puede hacer que un montón de supernovas estalle al mismo
tiempo?
–Usted ha estudiado el Núcleo. Las estrellas del Núcleo están separadas por
un promedio de medio año luz. Están aún más próximas cerca del centro, y
ninguna nube de polvo opaca su brillo. Cuando las estrellas están tan
próximas unas a otras, arrojan luz suficiente entre ellas como para aumentar
sus propias temperaturas. En el Núcleo, las estrellas se queman y envejecen
más rápidamente.
–Ya veo.
–Como envejecen más rápidamente, una cantidad mucho mayor de ellas está
próxima a la etapa de supernova, comparada con las de los brazos. También
son todas más calientes para sus edades. Si una estrella estuviera a pocos
milenios de la etapa de nova, y una supernova estallara a medio año luz de
distancia…
–…Ambas podrían estallar. Entonces formarían una tercera, y las tres podrían
formar dos más…
–Sí. Una supernova dura algo así como un año humano estándar, por lo que
la reacción en cadena desaparecerá pronto. Eso es lo que debe haber ocurrido
en la zona luminosa que ha visto.
Clic.
Me hizo estremecer el hecho de que el parche estaba aún a diez mil años luz.
La radiación ya habría matado cualquier tipo de vida en el Núcleo, si es que
hubiera habido alguna. Aún a esta distancia, los instrumentos del casco
revelaban un nivel de radiación similar al de una erupción solar.
En la siguiente parada necesité gafas del grado dos. Algo más tarde, del tres.
Luego del cuatro. El parche se convirtió en una gran ameba brillante, con
retorcidos seudópodos de fuego penetrando en las entrañas del Núcleo. En el
hiperespacio el cielo se llenaba de tope a tope, por así decirlo; pero nunca
pensé en detenerme. A medida que el Núcleo se aproximaba, la ameba crecía
como algo vivo, y parecía necesitar siempre más comida. Para entonces, creo
que ya lo había descubierto.
Pasé una horrorosa media hora tratando de recordar si acaso algún cliente de
los titerotes veían sólo los rayos X. Temí llamar para preguntar.
–¿Tengo su atención?
–Sí.
–Muy bien. Creo saber la razón por la cual tantas razas sensibles son
omnívoras. El interés en el conocimiento abstracto es un síntoma de
curiosidad pura. La curiosidad tiene que ser un rasgo de supervivencia.
–¿Es necesario discutir esto? Muy bien. Puede que tenga razón. Ya otros han
hecho la misma sugerencia, incluyendo algunos titerotes. Pero ¿cómo es que
nuestra especie ha sobrevivido?
–En realidad, terminó de estallar hace nueve mil años. Aunque estoy usando
las gafas del grado veinte, es todavía demasiado brillante para mis ojos. Un
tercio del Núcleo ha desaparecido. El parche se está extendiendo a
velocidades cercanas a la de la luz. No veo que nada pueda detenerlo hasta
que impacte contra las nubes de gas que están allende el Núcleo.
–¿Radiación doscientos diez? ¿A qué distancia está usted del borde del
Núcleo?
–Estoy a cerca de cuatro mil años luz. Veo que han comenzado a formarse
penachos de gas incandescente en la parte de la mancha que da hacia aquí,
moviéndose hacia el norte y el sur galáctico. Eso me recuerda algo… ¿Hay
fotografías de galaxias en explosión en el Instituto?
–Muchas. Sí, ha sucedido antes. Estas son malas noticias, Beowulf Shaeffer.
Cuando la radiación proveniente del Núcleo alcance nuestros mundos, los
esterilizará. Nosotros los titerotes necesitaremos muy pronto considerables
sumas de dinero… ¿Habré de desligarlo del contrato, sin pagarle nada?
–No.
–Tonterías. Bajo los efectos de las drogas de la verdad usted explicará las
lecturas.
–El hecho es que eso será lo que los jueces desearán hacer. Quizá decidan
que ambos estamos mintiendo, y que los instrumentos realmente
enloquecieron. Quizá hallen la manera de decir que el contrato era ilegal.
Pero inevitablemente fallarán en contra de usted. ¿Quiere apostar?
6
El Núcleo era nuevamente una joya de encantador colorido cuando
desapareció bajo los mantos de la galaxia. Me hubiera gustado visitarlo
alguna vez; pero no existen las máquinas del tiempo.
Había penetrado hasta muy cerca del Núcleo en más o menos un mes. Me
tomé mi tiempo para volver a casa, trepando hacia el norte galáctico y
volando sobre su plano, donde no había estrellas que me pudieran molestar, y
aún así hice el recorrido en dos meses. Durante todo el camino me pregunté
por qué el titerote había querido trampearme. La publicidad del Tiro Largo
hubiera sido más efectiva que nunca; no obstante, el presidente regional había
estado dispuesto a dejarla de lado sólo para arruinarme. No pude preguntar la
razón, porque nadie respondía al hiperfono. Nada de lo que yo sabía de los
titerotes podía explicármelo. Me sentí perseguido.
3) El bar donde estoy se encuentra en el piso más alto de Sirio Máter, más de
kilómetro y medio por encima de las calles. Aún desde aquí puedo escuchar
la quiebra del mercado de acciones. Comenzó con el colapso de las
compañías aeroespaciales, al no disponer de cascos para construir naves.
Cientos de otras empresas las siguieron. Le lleva mucho tiempo a un mercado
interestelar romperse por las costuras, pero como sucede con las novas del
Núcleo, nada puede impedir la reacción en cadena.
5) Nadie sabe nada. Esto es lo que causa el mayor pánico. Hace ya un mes
que no se ve a un titerote en cualquier mundo conocido. ¿Por qué dejaron de
lado tan repentinamente los asuntos interestelares?
Yo lo sé.
Dentro de veinte mil años, una corriente de radiación barrerá esta zona del
espacio. Treinta mil años luz puede parecer una distancia enorme y segura,
pero no lo es; no para una explosión tan grande. Hice averiguaciones. La
explosión del Núcleo hará inhabitable esta galaxia para cualquier forma de
vida conocida.
Veinte mil años es mucho tiempo. Es cuatro veces más que la historia
humana escrita. Todos nosotros seremos polvo antes que las cosas se tornen
peligrosas, y yo no voy a preocuparme por ello.
Pero los titerotes son diferentes. Están asustados. Se están yendo ahora
mismo. Pagar sus cláusulas penales y comprar motores y equipo para
montarlos en sus indestructibles cascos les habrá costado tanto dinero, que
aun el hecho de confiscar mi ínfima paga les hubiera servido de algo. Los
negocios interestelares se pueden ir al diablo; de aquí en adelante los titerotes
sólo tendrán tiempo para huir.
Es una lástima. Esta galaxia quedará deslucida sin los titerotes. Esos
monstruos de dos cabezas no eran solamente la facción más responsable en
los negocios interestelares; eran como el agua en un desierto de seres más o
menos humanos. Es muy triste que no sean tan valientes como nosotros.
TERCER ESPECTRO
–…Y allí estabas, en Sirio Máter, listo para escribir la historia por mí -dije-.
Imaginé entonces que Ausfaller te había enviado en ambas ocasiones.
–No me preocupó gran cosa. El dilema era: ¿cómo contarle a la raza humana
acerca de la explosión del Núcleo? ¿Cómo podía hacerlo creíble? Pensé que
tú eras de la Brazo. Tal vez pudieras hacer algo.
–Debí haberte preguntado entonces -dijo él-. Se supone que hay un gran
agujero negro allí, con la masa de millones de soles. ¿Lo has visto?
–Tal vez la cubierta de novas lo ocultó, si es que estaba allí. Tal vez haya sido
lo que causó la reacción en cadena. Sorbiendo gas, polvo y estrellas por
quince mil millones de años, tal vez su masa finalmente alcanzó algún umbral
y estalló. Tal vez puedas encontrar la respuesta procesando las grabaciones
que yo tomé en la oportunidad. Son confidenciales, Ander. Pídeselas a
Productos Generales.
–Bueno, pero se han ido… -sin embargo, brotó de nuevo aquella sonrisa-.
¿Dónde fuiste después de aquello?
–A la Tierra. Después del Núcleo, ¿qué otra cosa podía superar esa
experiencia?
Ander rió.
Cinco equipos se mantenían luchando contra las dos tortugas, que brillaban
intermitentemente por sus castigados cuerpos. La muchedumbre estaba de
pie, gritando hasta desgañitarse. Ander sacó un portable plano de su mochila
-medía unos veinticinco centímetros de lado, por seis o siete milímetros de
espesor-, lo puso en mi regazo y lo abrió. Tecleó rápidamente.
Una imagen se hizo visible. Cinco puntos azules girando sobre un fondo
negro. Luego se apartaron, creciendo y volviéndose levemente más brillantes,
como si se acercaran a mí. De pronto florecieron, como globos
blancoazulados, mientras la imagen los seguía; pasaron frente a la cámara,
tomaron un lóbrego tinte rojo y empezaron a alejarse. Ander tecleó sobre la
pantalla y la imagen se congeló.
–Los titerotes todavía están en el espacio conocido, aunque viajan hacia fuera
a velocidades relativistas. Se llevaron sus planetas con ellos -cerró el
portable-. Cinco mundos de aproximadamente el mismo tamaño, orbitando en
un pentágono, uno detrás de otro. Haz las cuentas, si quieres; verás que con
esa configuración puedes poner un sol en el medio o no, y la órbita seguirá
siendo estable. Conocen las mareas muy bien, Beowulf. Eso es lo que te
ocultaban.
–¿Adónde van?
–Es lo que hice yo, al regresar del Núcleo. Escapar hacia el espacio libre y
luego dar vuelta… Dioses, hacer girar cinco planetas juntos debe ser una
locura.
–Libre empresa.
–Si algún presciente descubre su locación, irán tras ellos piratas de toda
forma y tamaño.
Él irguió la cabeza.
–¿Otra vez?
LLANERO
La más hermosa muchacha a bordo resultó tener marido, aunque con hábitos
tan solitarios que no supe de él hasta la segunda semana. El tipo tenía un
metro sesenta de estatura y edad mediana, pero en el hombro llevaba un
tatuaje de una llamarada. Eso significaba que había estado en Kzin durante la
guerra de hacía treinta años, y que había sido entrenado para matar kzinti
adultos usando sus manos desnudas, pies, codos, rodillas y lo que fuere.
Cuando nos conocimos, muy decentemente me dio una advertencia previa, y
rompió mi brazo para probarme que hablaba en serio.
El brazo todavía dolía al día siguiente, y todas las otras mujeres del Lensman
tenían más de doscientos años. Bebí solo. Miré de mal humor al espejo detrás
del bar curvado. El espejo me miró de mal humor.
–De la Tierra.
–Un llanero.
–¡Un llanero! Maldición, dondequiera que voy, soy un llanero. ¿Sabe cuántas
horas llevo en el espacio?
–No. Aunque supongo que las suficientes como para saber beber de un bulbo.
Con eso me gané una sonrisa. Pienso. Era difícil de decir por la barba.
–Beowulf Shaeffer.
Cuando yo era niño, solía pasar horas al borde de Puerto Colisión, mirando
llegar las naves. Veía a los pasajeros bajar por las esclusas y reunirse en
grupos frente a las aduanas, y me preguntaba por qué parecían tener
problemas al moverse. La mayoría de los nacidos en las estrellas caminaban
siempre en líneas ondulantes, oscilando y pestañeando con ojos lacrimosos
contra el sol. Solía pensar que era porque venían de otros mundos, con
diferentes gravedades y diferentes atmósferas, bajo soles de diferente color.
Nueve días antes, yo había estado en Jinx. Había sido rico. Y triste.
Supongo que debí haber tenido más sentido común; pero nunca lo tuve, y el
dinero era mucho. El problema fue que cuando llegué allí, vi que el Núcleo
había estallado. Las estrellas del Núcleo han entrado en una reacción en
cadena de novas hace diez mil años, y una ola de radiación está avanzando a
través del espacio.
En cualquier mundo del espacio humano -cualquiera excepto uno-, usted sabe
de inmediato quiénes son los nativos. En Wunderland, las barbas asimétricas
marcan a la nobleza, y la gente común se aparta rápidamente de su camino.
En Lo Conseguimos destaca la palidez de nuestra piel en invierno y verano;
en primavera y otoño, el hecho de que todos corremos escaleras arriba -desde
las ciudades enterradas hacia el desierto florido-, ansiosos de saborear la luz
del sol mientras los vientos asesinos descansan. En Jinx los nativos son bajos,
anchos y fuertes; el apretón de manos de una anciana dama puede triturar
acero. Aún en el Cinturón, en el Sistema Solar, un corte de cabello de estilo
raro adorna a hombres y mujeres.
Pero en la Tierra, no hay dos que se vean iguales. Los hay rojos, verdes y
azules, amarillos y anaranjados, rayados o cuadriculados. Estoy hablando de
sus cabellos, y de su piel. Toda mi vida he usados píldoras de bronceado para
protegerme contra los rayos ultravioletas, de modo que mi color de piel ha
variado desde su natural blanco rosado -soy albino- hasta el negro total, bajo
una estrella blancoazulada. Pero nunca supe que existían otras píldoras
colorantes de piel. Quedé plantado en la acera, dejando que me llevara donde
fuera, mirando el increíblemente abigarrado enjambre a mi alrededor. Lo mal
es que todos ellos tenían codos y rodillas; al día siguiente tendría moretones.
–¡Eh!
La muchacha estaba cuatro o cinco cabezas más lejos, y era baja. Nunca
podría haberla visto si todos los demás no hubieran sido bajos también; los
llaneros raramente superan el metro ochenta. Y allí estaba esa chica: su
cabello era una explosión topológica de arremolinante naranja y plateado, su
cara un esfumado y sutil verde, cejas y labios negro espacio. Agitaba algo y
me gritaba.
Agitaba mi billetera.
Forcé mi camino hasta que estuvimos lo bastante cerca para tocarnos, hasta
que pude oír lo que ella estaba diciendo por encima del ruido de la multitud.
–¡Estúpido! ¿Dónde está su dirección? ¡Ni siquiera tiene lugar para una
estampilla!
–¿Qué?
Me miró sobresaltada.
–Bueno, mire… -braceó para acercarse a mí-. Mire, usted no puede andar por
allí con una billetera de extramundos. La próxima vez que alguien se la robe,
podría no darse cuenta hasta que usted se haya ido.
–¿Usted robó mi billetera?
–¿Ve toda esa gente? Sesenta y cuatro millones sólo en Los Angeles.
Dieciocho mil millones en el mundo entero. Suponga que hubiera una ley
contra el carterista… ¿cómo podría aplicarla? – diestramente extrajo el dinero
de mi billetera y me la alcanzó de vuelta-. Consiga una nueva billetera, y
rápido. Debe tener un lugar para su dirección, y una ventana para una
estampilla de diez centavos. Ponga su dirección y una estampilla, también.
Entonces, el siguiente que se la robe se guardará el dinero y arrojará la
billetera en el primer buzón, sin problemas. De otro modo, usted perderá sus
tarjetas de crédito, sus identificaciones… todo.
Metió dos billetes de cien estrellas entre sus pechos, me sonrió y se alejó.
Había sospechado que Elefante estaba bien forrado, pero esto era demasiado.
Me pasó por la cabeza que nunca lo había visto completamente sobrio, que
incluso había rechazado su oferta de guía, que un simple tratamiento contra la
resaca podría haberme borrado de su memoria. ¿Debía retirarme? Al fin y al
cabo, había deseado explorar la Tierra por mí mismo.
Salí de la cabina y miré la pared de atrás. Era un ventanal del suelo al techo,
con nada afuera; sólo un cielo azul con nubecitas. Que raro, pensé, y me
acerqué más. Y más.
A la tercera llamada atendí, sobre todo para detener el ruido. Una voz
arrogante preguntó:
–Tu no preguntaste.
–¿Acerca de qué?
–Dijiste que darías mucho por hacer algo completamente nuevo, así la
próxima vez que alguien te llamara «llanero», podrías acorralarlo y forzarlo a
escuchar tu historia. Lo dijiste varias veces.
–Bueno, no dije exactamente eso. Pero me gustaría tener una historia que
contar, algo como tu episodio con la estrella de neutrones. Aunque más no
fuera para contármelo a mí mismo. El tonto extramundos no lo sabría, pero
yo sí.
–Escúpelo.
–Uno, visitar el mundo hogar de los titerotes. Nadie ha estado allí, pero todos
saben que existe, y cuan difícil es encontrarlo. Podrías ser el primero.
–No lo sé.
–No hay sistema en la galaxia del que los Exteriores no conozcan todo. No
sabemos qué tan lejos se extiende el imperio de los titerotes, pienso que
mucho más allá del espacio conocido…, pero sí sabemos acerca de los
Exteriores. Conocen la galaxia como la palma de sus… eh… Y trafican con
información; es casi el único negocio que hacen. Pregúntales cuál es el
mundo más raro que conocen a nuestro alcance.
Elefante estaba asintiendo gentilmente. Había una extraña mirada en sus ojos.
Yo no estaba seguro si hablaba en serio respecto de lograr algo único, pero él
sí estaba seguro.
–El problema es -dije- que la idea que un Exterior tiene acerca de lo que es
único podría no… -me detuve, porque Elefante se levantó y corrió hacia el
holófono.
–Listo -dijo-. Don Cramer hallará el navío Exterior más cercano y hará la
pregunta por mí. Deberíamos tener respuesta en un par de días.
Dianna era una pequeña y bella mujer, con la piel del rojo de un cielo
marciano, profundo y uniforme, y el cabello como mercurio fluyendo. El iris
de sus ojos tenía también un acabado de plata lustrada. No había deseado que
entráramos porque ambos estábamos luciendo nuestra piel natural, pero una
vez que estuvimos dentro no volvió a mencionarlo.
–Mundos pequeños, fríos, sin atmósfera, como Nereida. Ellos pagan alquiler
por usar Nereida como base, ¿no es así, Elefante? Y viajan por buena parte de
la galaxia en grandes navíos sin presurizar, con motores de fusión pero sin
hiperimpulsor.
–Ellos venden información. Me dirán acerca del mundo que deseo encontrar,
el planeta más inusual del espacio conocido.
–Es buena idea. Sharrol tiene tendencia al culto del héroe. Es analista de
sistemas en Cerebros Donovan, Inc. Te gustará.
–De acuerdo -dije, preguntándome si todavía hablábamos del bridge. Me
parecía que se estaba acrecentando mi deuda con Elefante-. Oye, cuando
contactes a los Exteriores me gustaría ir contigo.
Era la carterista.
No podía saber cuánto iban a durar, pero imaginé cómo acabarían. Por lo
tanto me arrojé a ellas en cuerpo y alma. Si hubo un momento malo en esos
cuatro días, lo pasé durmiendo, y en realidad no dormí lo suficiente. Elefante
parecía sentir del mismo modo. Estaba viviendo su vida al límite; debe haber
sospechado, como yo, que los Exteriores al elegir el planeta no evitarían
anotar los peligrosos. Por su propia ética, porque ellos no lo hacen. Los días
de Elefante podrían estarse acabando.
En esos cuatro días hubo eventos que me hicieron preguntarme por qué
Elefante estaría buscando un mundo extraño. Seguramente, la Tierra era el
más extraño de todos.
Recuerdo cuando terminamos el juego y decidimos comer afuera. Esto fue
más complicado de lo que suena. Elefante no había tenido oportunidad de
cambiarse al estilo llanero, y ninguno de nosotros estaba presentable en
público. Afortunadamente, Dianna tenía cosméticos para todos.
Recordé algo de esa tarde cuando Dianna me dijo que ella siempre había
conocido a Elefante.
–¿Es un apodo?
–Ah.
–Sí -respondí, porque los animales mostraban una solidez y una compacta
invulnerabilidad muy parecidas a las de Elefante. Y entonces vi a uno de los
animales en una charca barrosa: estaba usando un tentáculo hueco que tenía
sobre la boca para salpicar agua en su espalda. Me quedé mirando ese
tentáculo… mirándolo.
Recuerdo a Sharrol. Recuerdo su piel tibia, suave y azul, sus ojos plateados
de gran expresividad, cabello naranja y plateado en un patrón abstracto de
remolinos a los que nada podía deshacer. Siempre volvían a su forma
original. Su risa era plateada, también, cuando gentilmente extraje dos
puñados de cabello y los até en un ajustado doble nudo, y cuando farfullé y
salté ante la vista de su cabello lentamente desanudándose a sí mismo, como
los mechones de Medusa. Y su voz era plateada y cantarina.
Desde unos pocos kilómetros de altura, todavía no se veían las roturas. Pero
allí estaban, donde vigas y pavimento habían colapsado. Sólo dos
superautopistas son mantenidas en buen estado. Ambas están en el mismo
continente: la Autopista Paga de Pennsylvania y la Vía Libre de Santa
Mónica. El resto de la red es un caos destrozado.
Parece que hay gente que colecciona viejos vehículos terrestres, y corre con
ellos. Algunos son en verdad máquinas restauradas, de un cincuenta a un
noventa por ciento de partes reemplazadas; otras son reproducciones hechas a
mano. En una superficie perfectamente plana, andarán de ochenta a ciento
cincuenta kilómetros por hora.
–Los gastos son mayores que el costo de los autos -dijo Elefante-. Yo solía
manejar uno. Te pondrías blanco como la nieve si te dijera cuánto cuesta
mantener ese tramo de autopista en condiciones.
–¿Cuánto?
–¿Generalmente?
Estábamos listos para irnos a la cama en la noche del cuarto día cuando el
tridi sonó. Don Cramer había encontrado a un Exterior.
Su verdadero nombre era Más Lento Que el Infinito, y había sido construido
en un casco número dos de Productos Generales, un cilindro de cien metros
de largo con una cintura de avispa cerca de la cola. Yo estaba aliviado. Había
temido que Elefante poseyera un bonito pero vulnerable yate de aficionado.
La cabina de control biplaza se veía muy pequeña para ser un sistema de
apoyo de vida, hasta que noté plegada en la proa una extensión tipo burbuja.
El resto del casco contenía un impulsor de fusión de un ge con su tanque de
combustible, un motor hiperespacial, un motor gravitatorio y un tren de
aterrizaje ventral, todo claramente visible a través del casco, que había sido
dejado transparente.
Lleno con combustible, alimento y aire, había estado listo por días,
esperándonos. Nos elevamos veinte minutos después de llegar.
Usar la impulsión de fusión en la atmósfera de la Tierra nos hubiera llevado
al banco de órganos, en trozos. Las leyes llaneras son estrictas contra la
contaminación del aire. Un cohete robot con grandes alas nos llevó a la
órbita, usando aire -comprimido hasta convertirlo casi en materia degenerada-
como propulsante. Despegamos desde allí.
Ahora nos sobraba el tiempo para dormir. Nos llevó una semana -volando a
un ge- salir del pozo de gravedad del sistema solar para usar el hiperimpulso.
En algún momento de ese período me quité mis falsos colores pálidos -eran
falsos; yo continué tomando las píldoras de bronceado contra el sol de la
Tierra-, y Elefante cambió su piel nuevamente a un bronceado ligero y su
barba y cabello a negro. Por cuatro días él había sido Zeus, con piel de
mármol, barba de dorado metálico y ojos destellantes de oro líquido. Le había
quedado tan apropiado a su personalidad que apenas noté el cambio.
El navío Exterior estaba cerca del límite del espacio conocido, pasando Tau
Ceti.
El Lazy Eight II había sido uno de los viejos barcos lentos, un ala volante
circular que llevaba colonos a Jinx. Algo había ido mal antes de dar el giro y
comenzar a frenar, y la nave había continuado, llevando cincuenta pasajeros
en animación suspendida y una tripulación de cuatro, presumiblemente
muertos. Con un estatorreactor para llevar hidrógeno a su impulsor de fusión,
pudo continuar acelerando por siempre. Llevaba quinientos años en el
camino.
–No. Pero sabremos dónde encontrarlos cuando nuestra técnica sea mejor.
Llegó el momento en que sólo un pequeño punto verde brilló en el centro del
indicador de masas. Una estrella se hubiera mostrado como una línea, la
ausencia de estrellas no hubiera mostrado ningún punto. Salí del hiperespacio
y encendí el radar de profundidad para hallar a los Exteriores.
La nave era en su mayor parte espacio vacío. Yo sabía que su población era
la de una pequeña ciudad, pero la nave era mucho mayor que lo necesario
porque estaba orientada hacia afuera. Se veía la aparentemente diminuta
cápsula de impulsión, y luego, al extremo de un mástil de cuatro kilómetros
de largo, brillaba una fuente de luz. El resto de la nave eran cintas de metal,
curvándose afuera y adentro, enredándose confusamente consigo mismas y
con las otras, hasta que al final cada una de las cintas dejaba de dibujar
meandros y se unía a la cápsula de impulsión. Había cerca de un millar de
esas cintas, del ancho de una ancha vereda móvil de las ciudades terrestres.
La radio habló.
Salimos. Los seis Exteriores nos ofrecieron un tentáculo cada uno, y salimos
a través del espacio abierto, volando no muy rápido. El impulso de las
pistolas de gas era muy leve, irritantemente flojo. Pero los Exteriores eran
débiles; una hora en la gravedad de Luna los hubiera matado.
–Gronk.
La pared no se confundió.
–De acuerdo con su agente, usted desea saber cómo alcanzar el planeta más
inusual dentro de la región de sesenta años luz de diámetro que ustedes
llaman Espacio Conocido. ¿Es eso correcto?
–Sí.
–Un aterrizaje.
–¿Debemos considerar el riesgo de su vida?
–No -su voz sonaba un poco seca; el navío Exterior era un lugar intimidante.
–Es alto -dijo Elefante. Yo silbé muy bajo. Lo era, y nunca sería menor. Los
Exteriores jamás regateaban.
–Compro.
–La estrella que están buscando es un protosol con un planeta, a dos mil
setecientos millones de kilómetros de distancia. El sistema se mueve a cero
coma ocho luz hacia… -nos dio un vector de dirección. Parecía que el
protosol estaba dibujando una huella poco profunda en el espacio conocido,
sin acercarse demasiado al espacio humano.
–No me sirve -dijo Elefante-. Ningún navío con hipermotor puede ir tan
rápido en el espacio real.
–Eso debería funcionar -dijo Elefante. Se ponía más y más incómodo; sus
ojos parecían buscar en las paredes la fuente de la voz. No miraba al Exterior
en su cápsula de vacío.
Elefante escupió.
–Son noticias viejas -dije-. Los titerotes se han ido. Además, ¿para qué
querría verme ese estafador de dos cabezas?
–No tengo esa información. Pero sé que no todos los titerotes han
abandonado esta región. ¿Aceptará el número de cabina?
–Seguro.
Escribí los ocho dígitos mientras los dictaba. Un momento después, Elefante
estaba gritando justo como si él hubiera sido un tridi conectado en la mitad de
un programa.
–¡No podía oír nada! ¿Tenía ese mons… tenía el Exterior algún negocio
privado contigo?
El traductor dijo:
–Hecho. Hable.
–Ustedes no podrían haberse enterado hasta que fueran allí, y entonces sería
muy tarde. No usan impulsores más rápidos que la luz.
–Sabíamos por los titerotes que el Núcleo había explotado. Ellos no fueron
capaces de darnos los detalles porque no lo vieron por sí mismos.
–Ah. Bien. Pienso que la explosión debe haber empezado en el lado lejano
del Núcleo, visto desde aquí. De otro modo, habría parecido ir mucho más
lento.
–Es probable.
–Olvídelo.
–¿Los necesitan?
–Está bien, está bien, está bien. Pero me has ahorrado un millón de estrellas,
no lo olvides -me palmeó en el hombro, y se fue a la cabina de control para
otorgar un crédito de un millón de estrellas al próximo navío Exterior que
pasara por tierra.
–No lo olvidaré -dije a sus espaldas, y me pregunté qué diablos habrá querido
decir con eso.
La radio habló.
El viaje a través del hiperespacio era de rutina. Pude haber soportado la vista
de las dos pequeñas ventanas convirtiéndose en puntos ciegos, siendo áreas
de nada, que semejaban arrastrar hasta juntarse los objetos alrededor de ellas.
También Elefante; él había hecho algunos vuelos, aunque prefería el confort
de los navíos de línea. Pero aún el mejor piloto debe dejarse caer de vuelta en
el universo normal para echar un vistazo y asegurarle a su subconsciente que
las estrellas todavía están allí.
–Lo son. Deben serlo. Deben estar tan por encima de toda sospecha que
cualquier especie que trate con ellos recuerde su impecable ética un siglo
después. ¿Puedes verlo, verdad? Los Exteriores no suelen aparecer más
frecuentemente que eso.
–Mm. Está bien. ¿Por qué trataron de sacarme esas doscientas mil estrellas
extra?
–Eh…
–Mira, el maldito problema es: ¿qué tal si era un precio justo? ¿Qué si
necesitamos saber que hay de extraño acerca del Protosol Rápido?
Cerca de la hora del almuerzo del séptimo día de la nave una corta línea
verde en la esfera del indicador de masas comenzó a extenderse por sí misma.
Era ancha y borrosa, justo como se esperaría de un protosol. La deje llegar
casi hasta la superficie de la esfera antes de dejar que la nave cayera de nuevo
al espacio normal.
–Mejor no.
–Pero tendremos una mejor vista que desde aquí. – Él giró el dial que haría
transparente a la burbuja. Naturalmente la manteníamos opaca en el
hiperespacio.
–Lo repito, no lo hagamos. Piensa en esto, Elefante. ¿Qué sentido tiene usar
un casco impenetrable y pasar la mayor parte del tiempo fuera de el? Hasta
que sepamos qué hay allí afuera, debemos retraer la burbuja.
–Podría. Una cosa que no lo es, es su velocidad. Los Exteriores pasan todo su
tiempo moviéndose más rápido que esto.
–Pero no los planetas. Ni las estrellas. Bey, tal vez esta cosa viene desde
afuera de la galaxia. Eso podría hacerla inusual.
–¿Localización?
–El gas interestelar debe limpiar cualquier cosa pequeña a esas velocidades.
–Filisteo.
Pero la única cosa que se interponía en su camino aquí afuera era yo.
–No puedo obtener una vista cercana del planeta -dijo Elefante- pero se ve
pulido.
–Nada.
Lo escribí.
–Ponlo en la lista.
–Elefante.
–¿Otra peculiaridad?
–Si.
Desde debajo de sus cejas peludas, los ojos de Elefante me decían claramente
que se estaba poniendo enfermo de peculiaridades.
–Nueve.
–Pero -dijo Elefante, fijándose en el enorme disco rojo-, ellos sabían que
nosotros tenemos un casco de Productos Generales. ¿Bey, hay algo que pueda
atravesar un casco de PG?
–Luz, como en un rayo láser. Gravedad, como las mareas que te aplastarían
contra la nariz de la nave si te acercaras mucho a una estrella de neutrones.
Un impacto no destruirá la nave, pero matará a los que estén adentro.
–Tal vez el planeta esté habitado. Cuanto más pienso en esto, más seguro
estoy de que vino desde afuera. Nada en la galaxia pudo darle tal velocidad.
Se mueve cruzando el plano de la galaxia, no pudo ser impulsado desde el
bordo.
Yo yacía allí en la oscuridad roja. El filo del protosol se asomaba por una
ventana. Podía sentir su mirada hostil.
–¿Elefante? – dije.
–¿Ehhh…?
Por la mañana.
–Me quedo con Sharroll, gracias. ¿Te pondrías tu traje, por favor?
Había justo el espacio suficiente para ponernos nuestros trajes uno a la vez.
Si la puerta interior de la esclusa de aire no estuviera abierta, ni siquiera
hubiéramos tenido eso. Tratamos de ponernos los cascos abiertos, pero
tropezaban con las cuchetas de impacto. Por eso los dejamos adheridos a las
ventanas frente a nosotros.
–¡Bang!
–O ambas cosas. En cuyo caso los trajes no nos harán ningún bien. Bey. ¿Tu
sabes cuánto hace desde que falló un casco de Productos Generales?
–Nunca pasó. Los Titerotes ofrecen una enorme garantía en caso de que uno
falle. Decenas de millones si alguien muere como resultado.
–¿Y tú?
–Veamos. – Eché una mirada-. Si, pienso que tienes razón. Pero está casi
completamente desaparecido.
–Es lo bastante redondo. Casi tiene que ser un cráter. ¿Bey, porqué estaría tan
erosionado?
–Debe ser el polvo interestelar. Si lo es, esa es la razón por la que no hay
atmósfera ni litosfera. Pero no puedo ver como el polvo puede ser tan espeso,
aún a estas velocidades.
–Ponlo en…
–No pienso que coincidan con ninguna de las especies que conozco.
Otra vez Elefante enfocó el telescopio en «su» planeta, esta vez mirando a las
formas de vida que parecían burbujas. Eran grandes para ser vida de Helio II,
pero no anormalmente. Muchos mundos fríos desarrollan vida usando las
propiedades peculiares del Helio II, pero porque no tienen mucho lugar para
la complejidad, usualmente quedan en el estado amebiano.
Había otra peculiaridad, de la que tomé debida nota. Cada animal estaba en el
lado lejano del planeta con relación al curso del planeta a través de la galaxia.
No estaban preocupados por la luz del protosol, pero parecían temer al polvo
interestelar.
–Prometiste gritar.
Él giró, me miró.
–Mira, tu sabes ahora que estoy contigo por todo el camino. Pero me
pregunto. Has gastado un millón de estrellas para venir aquí, y hubieras
gastado dos si tuvieras que hacerlo. Podrías estar en las Rocosas con Dianna
o flotando cerca de Beta Lira, que es lo bastante inusual y tiene mejor vista
que esta bola de nieve. Podrías estar probando extrañas drogas en Accidente
o buscando Demonios de Niebla en Meseta. ¿Por qué aquí?
–Bey, una vez hubo un hombre llamado Miller. Hace seis años él tomó una
nave con impulso de estatoreactor de fusión y le puso un hipermotor, para
salir hacia el límite del universo, pensando que podría obtener su hidrógeno
del espacio y usar la planta de fusión para dar potencia al hipermotor.
Probablemente todavía esté viajando. Seguirá avanzando por siempre a
menos que choque con algo. ¿Por qué?
–Él desea ser recordado. Cuando lleves muerto cien años. ¿Por qué serás
recordado?
–Seré el idiota que fue con Gregory Pelton, que desperdició dos meses y más
de un millón de estrellas por poner este navío en un planeta totalmente sin
valor.
–Gronk. Está bien. ¿Qué hay acerca del conocimiento abstracto? Esta estrella
estará fuera del espacio conocido en diez años. Nuestra única oportunidad de
explorarla es ahora. ¿Qué.
No había forma de saber qué estaba pasando, ni tiempo. Pero el vacío estaba
a nuestro alrededor, y el aire penetraba en mi traje, aire helado. Púas de hierro
penetraban por mis oídos, pero yo iba a vivir. Mis pulmones contenían una
horrible vacuidad, pero yo viviría. Me giré hacia Elefante.
Había visto lo que había pasado. Ahora yo tenía tiempo para pensarlo de
nuevo, para recordarlo, para repetirlo.
–Probablemente podamos.
–Cierto.
–Me sentiría como un idiota llegando tan cerca y luego volviéndome a casa.
¿Tu no?
–Lo haría, excepto por una cosa. Y esa cosa dice que tu aterrizarías esta nave
sobre mi cuerpo inconsciente.
–Está bien, el casco se volvió polvo y se voló. ¿Qué significa eso? Significa
que hemos conseguido un casco fallado, y yo voy a demandar a Productos
Generales por todo lo que tiene cuando volvamos. ¿Pero tu sabes qué ha
causado esto?
–No.
–Te diré lo que voy a hacer, – dije. Giré la nave hasta que estuvo de cola a
Expreso Cannonbal-. Ahora. Estaremos allí en tres horas si insistes en
aterrizar. Es tu nave, tal como dijiste. Pero yo voy a tratar de convencerte de
lo contrario.
–Es justo.
–Naturalmente.
–No lo creo. Tuvimos una pequeña historia del estado del arte.
–Es algo. ¿Recuerdas que ellos empezaron con combustibles químicos y que
la primera nave a los asteroides fue construida en la órbita de la Luna
Terrestre?
–Ajá.
–Esto no debes haberlo oído. Había tres hombres en esa nave, y cuando
fueron lanzados, fue en una órbita que los movía levemente hacia adentro de
la órbita lunar, luego afuera de nuevo y alejándose. Cerca de treinta horas
después del lanzamiento los hombres notaron que todas sus ventanillas se
estaban poniendo opacas. Una concentración de polvo en su huella estaba
poniendo diminutos cráteres meteóricos en la superficie del cuarzo. Dos de
los hombres desearon continuar, usando instrumentos para finalizar la misión.
Pero el tercero era el comandante. Usaron sus cohetes y se detuvieron por
completo.
»Recuerda, los materiales no eran tan durables en esos días, y nada de lo que
usaban había sido bien probado. Los hombres detuvieron su nave en la órbita
de la luna, que para entonces estaba 400.000 kilómetros detrás de ellos, y
llamaron a la base para decir que habían abortado la misión.
–Nos repetían esas historias una y otra vez. Cada vez que trataban de
enseñarnos algo lo ilustraban con algún suceso histórico. Funciona.
–Sigue.
–Tal vez para un llanero. Tu vienes de un planeta tan adecuado para ti, tan
semejante a ti, que tu piensas que todo el universo es tu ostra. Deberías
recordar mi historia de la estrella neutrón. Pude haber sido muerto si no
hubiera entendido a tiempo ese efecto de marea.
–Así te habría pasado. ¿Así que piensas que los llaneros son tontos?
–¿Quién te preguntó?
–Aterrizaré contigo si puedes decirme que hizo que nuestro casco se hiciera
polvo.
Finalmente el dijo:
–Está bien. Vamos. Pero te diré esto, Bey. Si yo estuviera solo, iría abajo, y al
diablo con el casco.
Así que volvimos sobre nuestra huella y corrimos, bajo protesta de Elefante.
En cuatro horas estábamos lo bastante lejos del pozo de gravedad de Expreso
Cannonbal para entrar al hiperespacio.
Elefante se estremeció.
–¿Podrás tu?
–Pienso que si. Puedo hacer toda la navegación si tengo que hacerla.
–Si.
–Te diré que, Bey. Al menos tratemos de alcanzar Jinx. Me gustaría usar ese
número que te dieron para ir con los Titerotes.
Usé una hora o algo así trabajando en un curso. Cuando terminé, estaba
bastante seguro de que podríamos navegar sin que alguno de nosotros
necesitara salir de la burbuja más de una vez cada veinticuatro horas para
mirar el indicador de masas. Pulseamos para ver quien hacía la primera
guardia, y yo perdí.
Estaba aplazando las cosas. El navío estaba preparado; apreté mis dientes y
mandé la nave al hiperespacio.
Hay maneras de hallar el punto ciego en sus ojos. Cierre un ojo, ponga dos
puntos en una hoja de papel, y ponga el papel delante de usted, enfocándose
en uno de los puntos. Si sostiene el papel de la forma adecuada, el otro punto
súbitamente se desvanecerá.
Deje que un navío entre al hiperespacio con las ventanas transparentes, y las
ventanas parecerán desaparecer. También lo hará el espacio contenido en
ellas. Los objetos en cada lado se estrecharán y se arrastrarán hasta juntarse
para llenar el espacio perdido. Si lo mira por bastante tiempo, el Punto Ciego
comienza a esparcirse; las paredes y las cosas contra las paredes se mueven
aún más cerca del espacio perdido hasta que también se desvanecen.
Había una línea verde borrosa en la distorsión plástica que había sido un
indicador de masas. Estaba atrás y a un lado. El navío podría volar por si
mismo hasta que llegara el turno de Elefante. Tropecé mi camino hasta la
portilla y me arrastré a través de ella.
Era un gran problema. Cada veinticuatro horas uno de nosotros tenía que salir
allí, ver si había masas peligrosas alrededor, dejarnos caer al espacio normal
para tomar fijaciones y ajustar el curso. Me encontré a mí mismo
insoportablemente tenso durante las pocas horas antes de cada turno. Igual le
pasaba a Elefante. En esos momentos no nos atrevíamos a hablarnos el uno al
otro.
En mi tercer viaje tuve el mal sentido de mirar arriba, y me quedé más que
ciego. Mirando hacia arriba, no había nada en absoluto en mi campo de
visión, nada excepto el Punto Ciego.
Era más que ceguera. Un hombre ciego, un hombre cuyos ojos han perdido su
función, al menos recuerda como se veían las cosas. Un hombre cuyo centro
óptico del cerebro se ha dañado no puede hacerlo. Yo podía recordar para qué
había salido allí afuera (para encontrar si había masas lo bastante cerca de
nosotros para dañarnos), pero no podía recordar como hacerlo. Toqué una
superficie de vidrio curvada y supe que esa era la máquina que podría
decírmelo, si sólo conociera su secreto.
–Oh.
Me tomó toda una semana comprender porqué. Entonces lo enfrenté con ello.
–Más de una palabra -dijo-, las cosas han estado muy silenciosas.
–Una palabra. Estás tan preocupado de usar esa palabra que has dejado de
hablarme en absoluto.
–Entonces dímela.
–Cobarde.
–Estaba asustado. – Dejé que esa palabra penetrara en el, luego seguí-. La
gente que me entrenó se aseguró que yo estaría asustado en ciertas
situaciones. Con todo el debido respeto, Elefante, yo he recibido más
entrenamiento para el espacio del que tu tienes. Pienso que tu deseo de
aterrizar estaba basado en la ignorancia.
Elefante suspiró.
–Yo pienso que hubiera sido seguro aterrizar. Tu no. No vamos a llegar a
ninguna parte discutiendo de ello ¿Cierto?
Salimos del hiperespacio cerca de los dos soles de Sirio. Pero eso no fue el
fin de ese viaje, porque todavía debíamos encarar un universo aplastado por
la relatividad. Nos tomó casi dos semanas para frenar. El radiador del freno
de gravedad brilló blancoanaranjado por la mayor parte de ese tiempo.
–Tan pronto como estemos en alcance, voy a llamar a ese número tuyo.
–¿Y entonces?
–Te dejaré en Sirius Mater con suficiente dinero como para que llegues a
casa. Me agradará que uses mi casa como si fuera la tuya hasta que yo vuelva
de Expreso Cannonball. Compraré una nave aquí y volveré.
–Con todo el debido respeto, Bey, no. Voy a aterrizar. ¿No te sentirías como
un condenado tonto si murieras entonces?
–He pasado tres meses en una pequeña burbuja de extensión por causa de ese
miserable planeta. Si lo conquistaras solo, me sentiría como un condenado
tonto.
Si alguna vez tomé el momento justo para interrumpir a alguien, fue ese.
–Déjalo. Vamos a llamar a los Titerotes primero. Hay mucho tiempo para
decidir.
Elefante marcó.
–¿Perdón?
–Ya veo -dijo-. Nuestras disculpas son insuficientes, por supuesto, pero usted
entenderá que era un error natural. Nosotros no pensamos que la antimateria
fuera tan accesible en la galaxia, especialmente en tal cantidad.
Fue como si lo hubiera gritado. Podía oír los ecos de esa palabra rebotando de
lado a lado de mi cráneo.
–¿Antimateria?
–Por supuesto. No tenemos excusas, en verdad, pero usted debió darse cuenta
de inmediato. El gas interestelar de materia normal había pulido la superficie
del planeta con minúsculas explosiones, había subido la temperatura del
protosol más allá de cualquier estimación racional, y estaba produciendo un
increíble peligro de radiación. ¿Alguna vez se preguntaron el por qué de esas
cosas? Ustedes sabían que el sistema venía de más allá de la galaxia. Se
supone que los humanos son curiosos ¿Verdad?
Elefante apagó el teléfono. Tragó saliva una o dos veces, luego giró para
mirarme a los ojos. Creo que eso le tomó toda su fuerza, y si hubiera
esperado a que él hablara, yo no sé lo que él hubiera dicho.
Él sonrió débilmente.
–Tú me lo dijiste.
–Oh, lo hice, lo hice. Una y otra vez te dije: ¡No Vayas Cerca de Ese Planeta
Embrujado! ¡Por Tu Vida y Por Tu Alma!, dije. Han Habido Signos en Los
Cielos, dije, Para Advertirnos Contra Este Lugar…
–Está bien. Pero hay una cosa que quiero que recuerdes.
La historia que le estaba contando a Ander era: «Si no estoy aquí por el
capricho de una mujer, ¿porqué estoy?». ¡Debo amar este juego!
–¡A cenar!
–¿Qué?
–Claro.
–Bien, nunca lo hubiera imaginado. Me preguntaba por qué Cuba no era más
caliente que Hogar.
Tal vez tenía razón al mofarse. Ambos habíamos hecho giras de solteros en
dos mundos, para descomprimirnos luego de sendas maratónicas sesiones de
trabajo. Retuve el insulto y dije:
Bueno y caro. Un extramundos tenía que haber oído de él. Justo el sitio que
un indigente Beowulf Shaeffer hubiera elegido de poder evitarse el pagar la
cuenta. Y nadie allí me preguntaría por Sharrol.
–¿Dónde vas?
–Pensé en llamar a ver si hay sitio en el grill -dije, y de pronto recordé que no
podía usar mi fono de bolsillo: respondía al nombre equivocado.
–Yo lo haré -usó una tarjeta, y le tomó diez segundos hacer una reservación.
–¿Tú? – exclamó.
Llegamos sobre la azotea, bajo una gran curva descripta por un chorro de
agua verde oscura. El crepúsculo nos recibió. Ander rompió a caminar hacia
el restaurante, doce pisos abajo; parecía que el Pequod le era familiar. Hasta
quizá estuviera registrado aquí.
Probemos.
Una vez allí se las arregló para ubicarse siempre entre la puerta y yo, y se lo
permití. Divertidos pensamientos ocuparon mi mente. Si yo necesitaba un
cubículo, él podía vigilar la puerta, pero ¿qué pasaría si era él quien lo
necesitaba? No es que me importara realmente; no quería escaparme hasta
saber si podía ser liberado. Quería hablarle del tesoro perdido.
Pero necesitaba saber cuánto era lo que él realmente conocía. ¿Sabría porqué
estaba yo aquí? ¿Quién vino conmigo? ¿Cómo había yo sobrevivido? Tenía
la esperanza de que él tuviera que hablar de estas cosas, y también del
autodoc de Carlos Wu.
No hablamos gran cosa hasta sentarnos en una mesa frente a nuestros tragos.
Ander no estaba interesado en la cocina local y ordenó un bife; nada de
imaginación. Encontré tragapierna en el menú, anotada como una orden para
dos. Je je.
Él sonrió.
–No.
Él esperó. Proseguí:
No quedó satisfecho.
Él rió.
–Seguro.
–O detenerse.
–Eh… Diablos.
Contratar a los Exteriores para que aceleren cinco planetas a ocho décimos
luz, luego pensar cómo hacer para detenerlos. ¿Era eso tan riesgoso como
sonaba? Comencé a creer que no lo era. No había nada peligroso en el
camino de la flota titerote, y tenían miles de años por delante para resolver el
enigma.
–Igual que los de la Brazo. Tu gente ha estado sobre mis narices desde que
hube llegado a la tierra. ¿Sabes lo que Sharrol y yo tuvimos que hacer para
poder tener hijos?
–¿Qué hicieron?
–Sharrol conocía a un tal Carlos Wu. Él tenía una licencia ilimitada para
descendencia. Entonces llegamos a un trato, y yo me fui de viaje.
–No.
GRENDEL
Eran los rumores de una nave estelar de pasajeros.
Los conocía, y no los había olvidado en esos cuatro años. Nunca eran tan
molestos como para distraer, excepto durante el despegue, y la mayoría eran
demasiado tenues incluso para escucharlos; pero no se podían obviar, y uno
siempre despertaba sabiendo dónde estaba.
Nadie me ha rozado esta noche. Nadie respira sino yo, centrado en el campo
sómnico. Me levanté sabiendo que estaba solo, en una estrecha cabina del
Argos, yendo de Down a Gummidgy.
Ella rió.
–Les diré que fue idea tuya -cambió el tono-. No, de veras, Bey. Hace un
mes, un sembrador estelar cruzó el sistema de Gummidgy. Voy a detener la
nave un mes luz antes para permitirles verlo.
Gustos caros. Me pregunté porqué habría dejado la Tierra. Era bonita al estilo
llanero; lo suficiente como para hacer fortuna en la tridi.
Quizá era que simplemente le gustaba el espacio. A muchos les gusta. Los
ojos de esta gente suelen tener miradas distantes, soñadoras. He visto eso a
veces en los verdes de Margo.
Sólo seis de los veintiocho pasajeros ocupaban el salón a tan temprana hora.
Uno de ellos era un alienígena grande y bípedo, un escultor de contacto
kdatlyno llamado Lloobee. Las sillas comunes eran pequeñas para él, por lo
que se sentaba en una mesa, con sus grandes pies planos cepillando el piso y
sus colosales brazos apoyados en sus peladas y córneas rodillas.
Los otros no humanos debían esta en sus cabinas. Los cuartos 14, 16 y 18
habían sido unidos y llenados a media altura con agua, para acomodar a un
delfín. Su nombre era Pszzzz, o Bra-a-ack, o algún otro ruido por el estilo.
Los oídos humanos no podían captar los tramos ultrasónicos del nombre, y no
había garganta humana capaz de pronunciarlo debidamente, así que respondía
al mote de Moby Dick. Iba camino de Wunderland, la siguiente parada de la
Argos luego de Gummidgy.
Había una pareja de grogs sésiles en el 22, y una manada de jeepers saltarines
en el 24. La puerta intermediaria estaba sin llave, para permitirle a los grogs
acceder a los jeepers, que eran su fuente de alimento. Lloobee, el kdatlyno,
ocupaba el 20.
–Éste es el favor. Ahora tenemos los mejores palcos del salón. En breves
minutos todo el mundo estará luchando por un lugar, porque Margo saldrá del
hiperespacio para mostrarnos un sembrador de estrellas desplegando la vela.
Todo ente móvil a bordo del crucero estaba apretujado ahora alrededor de la
pantalla del salón. El cuerno codal del kdatlyno clavó un pliegue de mi
manga a la mesa. Lo dejé hacer. Al fin y al cabo no pensaba moverme, y se
sabe que los kdatlynos son algo quisquillosos.
Estrellas. Mucho más brillantes que vistas a través de una atmósfera, pero
muchos ya estábamos acostumbrados a ello. Busqué CY Acuario y encontré
un cegador ojo blanco.
Lo vimos crecer.
Margo nos brindó una lenta expansión de la imagen del telescopio. El punto
brillante fue creciendo hasta convertirse en un disco cuya luminosidad
comenzó a molestar, pero ya no aumentó más. Los ojos de una nave no
transmiten por encima de cierta cantidad de luz puntual. El disco se fue
hinchando hasta colmar la pantalla, dejando ver ahora algunas áreas
levemente menos luminosas justo por debajo de su superficie, dividiéndose,
desapareciendo, cambiando en forma y tamaño, haciéndose más claras u
oscuras según llegara la radiación a través del espacio. El núcleo de CY
Acuario explotaba cada 89 minutos. Cada vez, la estrella se ponía más blanca
y brillante, mientras las ondas de choque creaban erupciones en la superficie.
Hombres y equipos registraban todo, para aprender más sobre las estrellas.
–El sembrador estelar -dijo Margo por el intercom. Había una fría autoridad
en su voz-. Éste en particular aparenta ir de regreso hacia el núcleo galáctico,
probablemente luego de dejar su huevo fertilizado cerca del final del brazo
espiral. Cuando el huevo empolle, el retoño de sembrador hará su propio
camino al núcleo, a través de cincuenta mil años luz de espacio.
El sembrador se movía rápido ahora, en línea recta según podía apreciarse,
con una urgencia que contrastaba con la pausada voz de Margo. De pronto,
supe lo que había hecho: nos había estacionado directamente en el camino del
sembrador. Si éste era un típico exponente de su especie, se movería a cerca
de 0,8 luz. La imagen del sembrador se movía apenas 1/5 más rápido que el
sembrador mismo, y ambos se acercaban a nosotros. Ella lo había preparado
para que lo viéramos cinco veces más rápido de lo que realmente había
sucedido.
–…Se cree que al menos algunos huevos son enviados fuera de la galaxia,
hacia las nubes de Magallanes, los clústers globulares o incluso Andrómeda.
De esta manera los sembradores podrían colonizar otras galaxias, y así
prevenir una explosión demográfica en ésta.
Pero… claro. Lloobee era un artista subsidiado por el gobierno de Kdat, para
venderles esculturas de contacto a humanos y kzinti y así hacer que ingrese
dinero a las cuentas de su mundo. Finagle sabía que no había gran cosa que
comerciar aún allí… Ellos habían sido esclavos hasta que los liberamos de
los kzinti, pero ahora intentaban industrializarse.
No parecía un artista. Más bien parecía un monstruo. Esa piel de dragón
hubiera detenido una cuchillada. Cuernos engarzados en plata salían de sus
codos y rodillas, y sus enormes manos -aunque similares a las humanas-
poseían púas retráctiles en los nudillos. Ésas púas no estaban adornadas con
plata, pero habían sido afiladas y brillaban con esmero. Eran manos de
estrangulador, no de escultor. Sus brazos eran enormes, aún para sus tres
metros de altura: sus manos colgaban a la altura de sus rodillas cuando estaba
de pie.
Pero era su cara lo que proporcionaba el toque de pesadilla. Sin ojos, sin
nariz, marcada sólo por el trazo de una boca como hecha a cuchillo y, por
encima de ella, una zona cubierta por piel tirante como el parche de un
tambor. Ese tímpano estaba enfocado en mí; Lloobee memorizaba mi cara.
Parecía que iba a durar una eternidad. El gran huevo onduló; su superficie se
encrespó y comenzó a expandirse. Rodeaba el sol en la imagen; luminoso de
un lado, negro del otro. Se hizo más grande y asimétrico… y lentamente,
muy lentamente la vela se liberó. Fluyó como la cola de un cometa, y luego
se llenó, tomando el aspecto de un paracaídas plateado con cuatro obenques
apuntando al sol. En el encuentro de los obenques había un pequeño nudo.
Lo miré, sorprendido.
–Oh, eso… Nunca lo intenté realmente, Emil. ¿Qué podría ella ver de bueno
en un espaciano?
–¿Qué podría Margo ver en ti? – continuó-. Un espaciano, por supuesto. Dos
metros diez de altura, noventa y cinco kilos… algo así, ¿no? Pelo blanco,
ojos rojo sangre. Piel oscurecida por píldoras de melanina, como la de todos
nosotros. Pero tú debes tomar más píldoras que ninguno.
–¿Era un secreto?
–La tierra no es el mejor lugar para criar niños, de todos modos. Una vez
llanero, siempre llanero.
–Ella también me ama aún; al menos, eso creo. Pero no puede dejar la Tierra.
–Sí.
Era un asunto tan sencillo, como rara vez se daba entre un hombre y una
mujer. Sharrol no podía dejar la Tierra. Allí había nacido y moriría, y allí
tendría sus hijos.
Pero la Tierra no me dejaría tener hijos a mí. No importaba que el cuarenta
por ciento de la población de Lo Conseguimos fuera albino. Tampoco que esa
deficiencia se curara por la simple ingesta de pastillas de melanina, las
mismas que cualquiera -salvo un auténtico maorí- había de tomar en ocasión
de visitar un mundo con un sol más brillante que el Sol, como era el caso de
CY Acuario.
Entonces me desmayé.
Pero todos los demás estaban despertando, también. Algo nos había
noqueado al unísono. Eso significaría que… ¡la nave estaba sin piloto!
Salí corriendo todo lo rápido que pude -o sea, a los tumbos- rumbo al puente.
Margo yacía derrumbada sobre la silla. Palmeé sus mejillas hasta que se
rebulló.
–Nos han dormido a todos. Deben haber usado gas; los cañones aturdidores
no funcionan en el vacío.
–Ya veo -dije-. Nos han abordado, y no le podemos avisar a nadie. ¿Y ahora
qué?
–Había una nave -recordó ella-, una nave grande. La detecté apenas terminé
con el sembrador. Estaba dentro del radio límite de masa; no podía pasar al
hiperespacio hasta que se fuera.
–Me pregunto cómo nos encontraron… -pensé en otras cuestiones, pero las
dejé pasar, a todas menos a una-. ¿Qué nos falta? Mejor revisemos.
–Oh, por supuesto -lo encontró entre los diales-. Está igual. Nada falta… A
menos que hayan reemplazado lo que se llevaron con masa equivalente.
–Quizá algo del equipaje personal. El medidor de masa del sistema de vida
no puede medirlo; los pasajeros se mueven. Tendrías que pretender que todos
tuvieran la cortesía de quedarse quietos durante todo el maldito viaje en
prevención de que algún pirata… ¡Espera!
–¿Qué pasa?
–¿A quién?
Margo llamó a Gummidgy via lasercom tan pronto salimos del hiperespacio;
para cuando tomáramos tierra -a las tres de la mañana en tiempo de la nave;
al mediodía en el planeta- la noticia llevaría diez horas corriendo.
–¿Te has enterado? Los secuestradores han llamado a la base hace un par de
horas.
–Deben estar locos. ¿De dónde quieren que saque la base tanto dinero en tan
poco tiempo?
Gummidgy era azul sobre azul, bajo una deshilachada capa de blanco. Una
luna diminuta se veía apenas tras el horizonte. Era muy parecido a la Tierra,
pero no tenía ninguno de los signos que distinguen a ésta del resto de los
planetas: ni el brillo de las ciudades en el lado nocturno, ni el abigarrado
trazado de las autovías en el diurno. Un bonito planeta, visto desde la órbita.
Intacto. Sin cabinas de transferencia, sin clubes nocturnos, sin tridi (excepto
viejas cintas, y por un solo canal). Intacto.
–Hrodenu es el mejor.
–Continúa.
–…la culpa de ello caerá sobre toda la raza humana -concluyó-. ¿Sabes lo que
pensarán los kzinti?
–¿Y qué importa lo que piensen los kzinti?
–La policía no necesita una nave. Quien haya raptado a Lloobee aterrizará en
algún lugar.
–El mensaje llegó por hiperonda, ¿entiendes? Quien lo haya enviado está
fuera del pozo de gravedad del sistema.
»Pero ninguna otra nave más pequeña les sirve. No estarás pensando que los
secuestradores robaron un crucero para el trabajo, ¿verdad?
–Te debo una disculpa -dijo Emil-. Pareces saber bastante acerca de los
kdatlyno.
Tras el cristal, uno de los océanos de Gummidgy se veía pasar por debajo de
la nave. Era el mayor, que cubría un tercio de la superficie del planeta.
–Pues qué tan grande era la nave. Ella la vio, ¿no es cierto? Sabrá si era un
crucero.
Mas tarde, una vez en tierra, hubimos de favorecer a la policía con nuestras
apreciaciones. Ya han interrogado a Margo respecto a la nave. Era bastante
más pequeña que el Argos… Era del tamaño de un gran yate.
–No van a hacer nada -dijo Emil cuando salíamos del Ayuntamiento.
–No puedes culparlos -le dije-. Supón que supiéramos exactamente dónde
está Lloobee. ¿Entonces qué? ¿Entramos a la carga con los láseres
disparando, aún arriesgándonos a que él reciba una andanada?
Emil, con la cabeza caída sobre su pecho, sumido en sus pensamientos, habló
lentamente, como si escogiera con cuidado las palabras:
–Seguro.
En nuestro caso, nos tomó diez horas el viaje a Gummidgy por espacio
normal. El motor de fusión y el gravitatorio combinados nos dieron cinco ges
de aceleración; cuatro de ellas compensadas por el campo interno de la nave.
CY Acuario es una estrella caliente, y si Gummidgy no estuviera en la
periferia del sistema, sería roca hirviente. La nave más rápida de la que
tuviéramos idea viajaba a 20 ges…
–…y lo traería aquí en cinco horas, lo que da un total de once -decía Emil-.
En cambio, si el viaje se hiciera a una gravedad…
–Es posible. Ok, asumamos que su nave es al menos tan rápida como el
Argos; eso nos deja con cinco horas faltantes, ¿no?
–Diecinueve naves…
–Éste promete -dijo Emil-. El Paseo del Ebrio. Hey, ¿recuerdas los cazadores
que te mencioné, en su propio yate?
–Prosigue.
Para entonces era demasiado tarde para frenar mi lengua, aunque no lo sabía
todavía.
–No hay mucho que decir. Elefante es un amigo mío, un llanero; tiene amigos
por todo el espacio conocido. Una tarde, a la hora del Martini, Bellamy
estaba allí, invitado con una mujer llamada… aquí está: Tanya Wilson. Está
en la misma partida de cacería. Tiene la edad de Bellamy.
–¿Cómo es Bellamy?
¿Cuántas veces puede uno cambiar de moral sin perderla por completo?
Bellamy ya había nacido cuando aquel laboratorio bioquímico jinciano
produjo la esencia. A sus dieciocho años, los bancos de órganos eran la única
llave para prolongar la vitalidad, y la vida de un criminal no valía un céntimo.
Cuando los kzinti eran la única civilización extrasolar conocida y una
espantosa amenaza, él tenía veintiuno. Hoy en día la civilización incluía a los
humanos y a nueve formas de vida alienígena, y la mitad de los trabajos de
bioquímica y psicoterapia publicados versaban sobre rehabilitación criminal.
–¿Eh?
–Vamos a necesitar un auto -vio que yo me quedaba atrás-. Para llegar allá.
Para ver si han sacado a Lloobee. Tú sabes, el kdatlyno…
–Ahora es distinto. Esos tipos tienen una reputación que cuidar, ¿entiendes?
¿Qué sucedería si todo el espacio humano supiera que han raptado a un
kdatlyno?
–¿Nos vamos a quedar aquí sentados mientras nos roban? ¡No le haces honor
a ese nombre de héroe que tienes!
–¿Qué Beowulf?
Emil se puso de pie, lo que nos puso frente a frente y me permitió ver su
boqueo de disgusto.
Estuve sentado ahí por lo que me pareció un largo rato. Cualquier rato se
hace largo, si uno tiene que decidir algo y no lo consigue. Probablemente no
fuera más de un minuto, pero Emil estaba fuera de la vista cuando corrí
afuera en su busca.
Le grité al empleado que nos había facilitado los registros.
Es todo lo que pude apreciar mientras corría una cuadra a toda velocidad.
–No, pero… ufff… tú vas a cambiar las tuyas. ¡Fiu! Con el mal talante que
tienes, querrás volar derecho al… campamento de Bellamy y… decirle que es
un piojoso pirata. Ufff… Si estás equivocado… te romperá la cara, y si…
aciertas, él se reirá de ti… o te asesinará.
–Si aún piensas en buscar a los raptores -dije-, ¿porqué no aquí mismo? Hay
chance de que Lloobee esté en algún lugar de la base.
–¡Por las bolas de Finagle! ¡Puede estar aún en el Argos! No, ya no, lo han
revisado…-Emil echaba fuego por los ojos.
–Tendremos que revisar eso luego -dijo Emil-. Pero podemos llamar al
Ayuntamiento y decirles que uno de los secuestradores viajaba en el Argos…
–¿Tenemos un lasercom?
–¿Acaso ves alguno? Tal vez dentro de diez años a alguien se le ocurra
ponerlos en los autos, pero… Bien, lo haremos después.
–Yo no iré.
Apearme y caminar hasta casa. Pero debíamos estar a mil seiscientos metros
de altura, y la base había quedado muy atrás.
Visitar a Bellamy -un viejo amigo- y echar una discreta mirada alrededor
mientras estuviéramos ahí. En realidad, habría sido descortés no ir a visitarlo.
Incluso habría sido tonto no caerse por allí y saludarlo, aprovechando que
estábamos en el mismo planeta.
–Por supuesto.
–Continúa.
–Fue a causa del sembrador de estrellas. Mucha gente debe haber sabido de
ello. Incluso Margo; tal vez le contó a alguien que detendría la nave y
permitiría a los pasajeros echar una mirada.
–Eso significa que Margo debía detenerse dentro de cierta esfera de espacio
para tomar la imagen del sembrador desplegando las velas. Además, al fin de
observar todo el proceso en el tiempo mínimo, ella tenía que detenerse justo
al frente del sembrador. Eso la localiza con toda precisión.
–Media hora luz por lado, como mucho. Todo lo que Bellamy tuvo que hacer
fue esperar en el lugar correcto. Tuvo toda una hora para maniobrar hacia el
Argos.
–¡Bravo! – dije, porque había cosas que no quería que supiera todavía-.
Puede haberse hecho de ese modo, es correcto. Sólo quisiera mencionar un
detalle.
–Adelante.
–De acuerdo -dijo Emil, aunque a regañadientes. Para él, Bellamy era el
secuestrador.
Pero podían asesinarnos a ambos si no mantenía la boca cerrada.
El yate se veía algo ridículo. El casco demasiado grueso y las patas tan
anchas hacían que los prácticos motores de posición de la proa semejaran las
burlonas ventanas de una nariz. En una nave esbelta, con afiladas aletas de
sustentación, ese trabajo de pintura hubiera quedado pasable, pero el
rechoncho Paseo del Ebrio parecía un payaso.
–¿Qué pasa?
–Supongo que eso significa -suspiró Emil- que hemos de ver a Bellamy antes
de volvernos.
–Por amor de Finagle, Emil. Ya estamos aquí, ¿no es verdad? Ah, una cosa:
no le cuentes a Bellamy el motivo por el que vinimos. Podría ofenderse.
Las hierbas que cubrían el veldt resultaron ser helechos altos hasta la rodilla,
lo bastante secos como para crujir bajo nuestros pies. El verdiazul del follaje
de las plantas se aclaraba en los tallos. No era extraño que los hervíboros
dejaran rastros claramente visibles desde el aire. Tampoco me extrañaría ver
carnívoros siguiendo esos rastros.
–Bueno, nosotros…
–¿Beowulf Shaeffer?
Se levantó entonces.
–No puedo reconocer a nadie en este maldito planeta. Con esas gafas en el
rostro y todos del mismo color, uno tiene que estar en cueros para que lo
ubiquen, y aún entonces sólo las mujeres lo harán. ¿Qué demonios estás
haciendo en Gummidgy, Bey?
–Te lo contaré luego. Larch, éste es Emil Horne. Emil, te presento a Larch
Bellamy.
–Es un placer -dijo Bellamy, sonriendo como si de veras lo fuera. Pareció que
su sonrisa intentaba convertirse en carcajada, pero la ahogó-. Entremos a
tomar algo.
–No se ofenda, Sr. Horne. Usted y Bey hacen una extraña pareja: una pelota
de playa al lado de un bate de béisbol. ¿Cómo se conocieron?
–En la nave -dijo Emil.
La tienda tenía una puerta giratoria plegadiza para mantener la presión. Por
dentro era casi lujosa, a pesar de que todo allí fuera plegable. Las sillas y
sillones eran blandos y acolchados; mantenían su forma gracias a cargas
estáticas aisladas. Las mesas eran de plástico con memoria. Probablemente se
comprimían en pequeños cubos para almacenarlas en la nave. La luz provenía
de tiras fluorescentes en las paredes de la tienda. El bar era flotante y portátil;
vino a nuestro encuentro cuando entramos, tomó nuestros pedidos y nos
sirvió los tragos.
–Oh, no lo sabía. Bueno, eso le puede pasar a cualquiera -sus ojos eran
inquisidores.
Había algo sobre Bellamy… Su cuerpo era delgado igual que su cara, de
nariz recta y puntiaguda y pómulos prominentes, lo que resaltaba sus ojos
oscuros en las profundas órbitas debajo de sus pobladas cejas negras.
Pero había algo más que sus ojos. Uno no puede saber la edad de un hombre
sólo por su foto; no si ha recibido esencia. Pero se puede adivinar viéndolo en
movimiento: un hombre mayor sabe perfectamente donde irá antes de
moverse. No titubea, no derrocha energía, no viaja de parado ni salta sobre
los asientos.
Bellamy era viejo. Había cierta autoridad en él, y sus ojos eran inquisidores.
Suspiré.
–Te daré mi mejor respuesta, Larch. Tenemos un amigo llamado Carlos Wu.
¿Has oído hablar de él?
–¿Tan joven?
He estado mal por ello durante tanto tiempo, sin poder echar culpas en nadie,
que me inflamé.
–¡Me hubiera buscado otra mujer! Bueno, yo soy un viejo canalla, y tú eres
joven y confiado. Supón que Wu quiere quedarse con ella…
–No lo hará. Te dije que es un amigo. Por otro lado, con esa licencia que
tiene él puede conseguir diez veces más mujeres de las que soportaría.
–Entonces te fuiste.
–No recuerdo jamás haber estado enamorado de tal manera. Bey, te mereces
una borrachera, y estás entre amigos. ¿Podemos pasar a algo más fuerte que
la cerveza?
–Es una oferta tentadora, pero no, gracias. No vine a llorar en tu hombro; ya
he tenido mi borrachera. Una semana en Wunderland, tomando vurguuz.
–Por eso, dado que tenía que hacer algún viaje, pensé en hacer algunos
favores a cierta gente. Esa es la causa de mi presencia aquí.
–Me gustaría ayudar -dijo-, pero yo no suelo matarlos. Los duermo para que
se queden quietos mientras me fotografío con ellos. Lo mismo el resto de
nosotros.
–Ya veo.
–¿Una flor?
Warren nos dejó luego. Fue a ver cómo le iba a los otros, dijo; debían estar
tras el rastro de algo, o sino habrían vuelto para la cena. No queriendo abusar
de la hospitalidad, nos despedimos y nos retiramos. Era cerca del anochecer
cuando salimos de la tienda.
Hizo más que alzar las cejas cuando le dije lo que haría.
Programé el autopiloto para tomar el curso de la base y dejé al auto volar solo
hasta que estuvimos por debajo del horizonte. Estábamos a mil seiscientos
metros de altura y a una buena distancia. Entonces cancelé el curso, llevé en
picada al auto hasta casi el nivel de la tierra y volvimos sobre nuestros pasos
a ras del bosque, bien por debajo de la velocidad del sonido.
–Dijiste que el tamaño del Paseo del Ebrio exoneraba a Bellamy, ¿no es
cierto?
–Sí, así es. Es demasiado pequeño para ser el navío pirata que vio la capitana
Tellefsen.
–De acuerdo. Pero sabemos que había uno de ellos a bordo del Argos.
–Correcto.
–¿La capitana?
–¿Porqué no?
–Tú me has dicho que odia a los ET. Es un llanero, y para ciertos llaneros tú
y yo lucimos como extraterrestres.
–Es probable. Pero su yate sigue siendo el único que pudo traer a Lloobee, y
Margo es todavía nuestra mejor baza de ser la secuestradora de a bordo. Tal
vez los piratas pudieran haber encontrado al Argos en base a suposiciones e
intuición, pero hubieran tenido muchas mejores chances si Margo trabajaba
para ellos.
No supe cómo contradecirlo, así que mantuve la boca cerrada. Sin embargo,
Emil se equivocaba. Cuando derramé mis problemas personales en el cántaro
de Bellamy, cuando acepté su hospitalidad, le profesé amistad, bebí su licor,
reí de sus bromas y lo hice reír con las mías, no estaba fingiendo. Bellamy se
hace querer, y uno desea hacerse querer por él. Y Emil nunca entendería que
a mis ojos el viejo no había hecho nada relmente condenable.
Seis años atrás, yo había intentado hurtar una gran espacionave preparada
para el combate a un grupo de titerotes de Pierson. Me habían detenido antes
de que el plan entrara en funcionamiento, pero ¿y eso qué? Los titerotes han
estado extorsionándome, pero de nuevo: ¿y qué? ¿Quién dijo que los
alienígenas del espacio conocido tenían que pensar que somos perfectos?
Sabemos que no lo somos. ¡Que nos pregunten, si no!
–Lo siento -dijo Emil-. Olvida mis palabras. Yo te metí en esto prácticamente
sobre tu cadáver, y ahora que tú realmente ayudas, salto sobre ti. Soy un
ingrato, y un… -y lo que dijo entonces respecto a sus detalles anatómicos
probablemente no fuera cierto; después de todo, estaba casado-. Bien, tú
mandas. ¿Ahora qué?
–Eso depende. Aún no tenemos evidencias.
–Realmente lo creo.
–Entiendo.
–Sabemos una cosa que puede ser útil: Bellamy tiene un desintegrador.
–¿De veras?
–Bien, tendremos que echar una mirada de cerca -dijo Emil-. ¿Qué tan
próximo está el campamento?
Emil se inclinó hacia delante en el asiento, las manos aferradas a sus rodillas.
Sonreía en forma tirante. Obviamente tenía algo en la cabeza.
Era suficiente para mí. Hice elevar el auto sin más objeción.
–No.
–Busca dos trazos bastante paralelos, algo más claros que el resto del bosque
-dijo Emil.
–Aún no veo nada.
Cruzando el castaño del bosque, podía verse apenas una cinta de color
marrón, algo más uniforme que el resto.
–Polvo. Volando por cientos de kilómetros, como has dicho, algo de él tenía
que caer sobre las copas de los árboles.
Tan apagado era el trazo, que fluctuaba entre lo visible y lo no visible. Pero
era recto, y sus bordes convergían lentamente cruzando el veldt también, en
una tenue banda azul verdosa. Antes de que los bordes se encontraran, la
cinta desapareció, pero fue sencillo calcular a ojo la zona en que se hubieran
cruzado.
A medida que descendíamos, la cinta de polvo se perdía entre los colores del
bosque y la sabana. La hipotética caverna de Bellamy debía hallarse unos
seiscientos metros adentro de la foresta. No podía tomar tierra allí debido a la
gran cantidad de árboles… y piratas, de modo que dejamos el auto en una
curva del bosque.
–Toma esto.
Seguro. Pistolas de duelo. Perder un duelo con una de ésas sólo lastimaba el
orgullo, de todas formas. Pero había oído que la mayoría de los jincianos
hubieran preferido perder un brazo antes que perder un duelo. Las pistolas no
eran ilegales… en Jinx.
–Recuérdalo -dijo Emil-: noquean a un hombre, pero sólo por unos diez
minutos.
–¡Vamos!
–¿Acaso te creíste eso de que quería convertirme en un héroe épico, sea eso
lo que fuere?
Emil se encogió de hombros y se introdujo en el bosque.
Y cuando Bellamy confrontara hechos con Margo, ella también pensaría que
yo era un tonto. Sería doloroso saber que ambos me consideraran un idiota
por partida doble.
A poco vimos una flor como la de la foto de Warren. Busqué una estaca
afilada y seca y la clavé en el centro de la flor, jalando hacia atrás.
Bien, ahora tendrían a Emil. ¡Maldito sea! Conseguir las pruebas no era
suficiente para él; tenía que rescatar a Lloobee.
Ahora tendríamos que negociar por dos rehenes. Pero ¿nos darían la
oportunidad de hacerlo? Bellamy estaba en el campamento. Cuando supiera
que Emil había caído, supondría que yo estaría en algún lado, cerca de allí.
Pero quien estuviera en la cueva, podría pensar que Emil estaba solo, en cuyo
caso quizá lo matara sin hesitar.
Bellamy estaba parado ante mí, mirando hacia abajo, inexpresivo. Tanya
Wilson se sentaba a poca distancia, mirándome malhumorada. El tipo
llamado Warren, de pie a su lado, cuidadosamente le hizo algo en la cabeza, y
ella se sobresaltó.
–Fui atacada por una flor pájaro -respondió Tanya-. El resto de vosotros está
fuera, de cacería. Podrías presuponer que no soy tan tonta.
–¿De veras?
La cuerda estaba ligada a lo que parecía ser un aturdidor similar a las pistolas
de Emil. Estaba montado en un soporte fijado sobre el acceso de la cueva,
con el arma apuntando hacia abajo. Una trampa cazabobos. Muy sencilla.
–¿Hablas de Shaeffer?
Pude ver cuatro en la cueva. Bellamy estaba parado por encima de mí,
Warren cerca de la entrada. Los dos restantes estaban hacia la parte trasera,
cerca de una fila de embalajes plásticos. A uno de ellos nunca lo había visto;
el otro -enorme y atemorizante en la semipenumbra, como un monstruo del
pasado oculto, de cuando los demonios y seres sobrenaturales vagaban por el
mundo- era Lloobee. Estaban sentados uno frente a otro, como si ambos
esperaran algo.
–Olvidas una cosa, Larch -Warren habló con paciente comprensión-. Ellos
son los chicos buenos, y nosotros los malos. Un simple sentido de la ley y el
orden…
–Demasiada ley y orden por aquí, Warren. Ya no hay interés en las fronteras.
Nos sentamos en esta pequeña burbuja de sesenta años luz de diámetro
llamada espacio conocido, y nos vamos pudriendo adentro. Demasiada
seguridad. Todos quieren seguridad.
–¿Cómo es él?
–Un haragán. Uno de los que sobreviven, pero haragán al fin. No usará su
cabeza hasta que se halle en ostensible peligro. Pero tiene su orgullo.
–Eso supongo.
Hubo un silencio incómodo.
–En fin -comentó Warren-, mala cosa. ¿Qué haremos con ellos?
Bellamy no lucía muy feliz. Él no podría ver mis ojos bajo las gafas; no en
esta penumbra.
–Puede que los hallen a medio comer. Digamos que por uno de esos grandes
saltadores, esos que atacan a los herbívoros del llano gris.
–El animal se envenenaría si hiciera eso; tendría que ser hallado muerto cerca
de allí.
–Correcto -aprobó Bellamy-. Es crucial que no haya evidencia que nos acuse.
Si tratamos de incluir el asesinato en el contrato, terminarán por no pagarnos
nada. Has estado muy despierto al usar el aturdidor sónico; un dardo hubiera
dejado un rastro químico.
Lloobee saltó.
No pude ver nada más. Salí corriendo. Escuché alaridos de pánico y el grito
de Bellamy:
Y el de Warren:
Una vez fuera de la cueva, giré a la derecha. La sinuosa raíz tenía la altura de
Emil, como mucho. Salté por encima de ella como un mono araña y luego me
oculté detrás de su masa.
Las voces me llegaron desde abajo, levemente audibles. No sonaba como una
búsqueda en progreso. ¿Porqué no? Miré hacia atrás, pero no detecté signos
de persecución. A medio camino de la cima me quité el mono de caída -de un
delator azul-, lo oculté tan debajo de la raíz como pude, y seguí
arrastrándome, dando gracias a las píldoras de melanina. Ahora sería bastante
poco visible mientras me refugiara en las sombras, excepto por mis blancos
cabellos.
¿Por qué habría hecho Lloobee lo que hizo? Fue como si leyera mi mente.
Debía ser consciente de que no había posibilidad de escape para él, pero yo
no hubiera tenido oportunidad sin su maniobra de diversión. ¿Se habrá dado
cuenta de que yo estaba consciente?
¿Acaso los kdatlyno pueden leer la mente?
Sabía que yo les era necesario. No podrían disponer de Emil hasta que me
hallaran. Quizá supusieran que podrían hallarme fácilmente una vez cayera la
noche; yo destacaría como tocino friéndose en un sensor de temperatura.
Pero, ¿y si alcanzaba el auto antes?
¡El auto! Por supuesto, eso era. Mientras yo me escondía en algún sitio, o
tomaba un intrincado camino que me protegiera de su vista, Bellamy u otro
de ellos tomarían la ruta más corta y directa hacia el auto, para llevárselo
antes de que yo pudiera alcanzarlo.
Era posible.
O tal vez el tercer hombre había sido el primero en salir corriendo detrás de
mí. Si tiró del cordón para apagar el aturdidor -siendo que ya había sido
apagado por mí-, ahora estaría dormido en la cueva.
También era posible.
Vio algo a su derecha, oculto a mi vista por la curva del bosque. Giró hacia
allí y se fue trotando.
El sol…
Bellamy levantó la cabeza una vez más, apenas hube yo partido hacia él. Me
miró directamente, y luego dejó vagar los ojos por el borde del bosque. Se
inclinó para entrar en el auto, y recién entonces pudo verme. Pero su arma
apuntaba dentro del vehículo, y yo ya estaba lo bastante cerca. El punto negro
de sus gafas había cubierto algo más que a CY Acuario: había ocultado mi
acercamiento.
Lo golpeé con el hombro, lanzándolo lejos del auto, y pude escuchar un golpe
metálico. Se levantó rápidamente, pero sus manos estaban vacías. Había
perdido el arma. Eché una rápida mirada dentro del vehículo, con la
esperanza de hallarla en el piso o el asiento, pero no pude verla. Me revolví a
tiempo de esquivar el primer golpe, pero la segunda mano me dio de lleno y
caí. Giré en el suelo y me puse en pie.
–Entonces, acércate.
Alcancé su ojo por tercera vez. Él bramó de furia, bajó la cabeza y arremetió.
Una vez que me elevé, pude verlo corriendo hacia la tienda del campamento.
El sol había caído ya. Podía ver su luminosidad tras el horizonte, unos grados
a mi derecha. El suelo era un borrón, el cielo una esfera helada. Parecía como
si el tiempo se hubiera detenido.
Pensé en Margo. ¡Qué buena actriz había sido! Aquella confusión que mostró
tras el rapto. No recordar el medidor de la masa de carga. ¡No recordar que
Lloobee era un pasajero! ¿Cómo hubiera podido recordarlo?
Era un hombre fuera de época. Recuerdo el modo en que dijo: «en cueros».
Yo tenía licencia de nudismo en la Tierra, pero no por creer en las supuestas
maravillas del nudismo para mantenerlo saludable a uno, sino porque tenía
amigos que lo eran. De hecho, estaba desnudo ahora mismo… -tal vez debía
pagar una multa cuando llegara a la base-. Pero Bellamy se rió cuando lo
dijo. El nudismo era algo cómico o ridículo para él.
Ahora podía recordar varios arcaísmos en su conversación.
Bellamy. No había hecho nada realmente malo, hasta que hubo decidido que
Emil y yo debíamos morir. Pudimos haber sido grandes amigos; ahora ya era
tarde.
Sí, ya era demasiado tarde. El borrón negro en mis gafas cubría la llama de
fusión de la nave de Bellamy, que se hallaba más al norte que yo, y me había
pasado en vuelo.
La nave giró por delante de la posición del sol, bajó la velocidad y flotó en mi
camino. Tragué saliva. Hice un desvío, y Bellamy se desvió para encontrarse
conmigo.
Podía acabar conmigo cuando quisiera. El Paseo del Ebrio se movía al doble
de velocidad, y Bellamy lo volaba como si fuera una extensión de sus dedos.
Estaba jugando conmigo.
Volvió otra vez, y otra vez el golpe me conmovió. El borrón del veldt se
acercó peligrosamente, luego se alejó. Otro de ésos podría estamparme contra
el prado de helechos a mach cuatro.
No era un yate de playboy lo que estaba guiando. Esos caros juguetes han de
ser largos y esbeltos, con una aguja superflua en el morro y baja
maniobrabilidad debido a su alto momento angular. El Paseo del Ebrio era
corto, con grandes jets de posición que parecían narinas en su grueso morro.
Debí reconocerlo cuando vi las patas de aterrizaje. Grandes, anchas y pesadas
-y ocultas ahora dentro del casco-, semejaban los pies de un pato, pero tenían
la ventaja de asentar con seguridad la nave en cualquier tipo de terreno.
El suelo se acercó, girando. Intenté tirar de mis manos hacia atrás, pero la
deceleración me empujaba duramente contra la malla de choque, y el campo
se activó. Ahora estaba como empotrado en vidrio.
Golpeé el suelo.
–Sal de ahí.
–Me has hecho un gran favor, y lo sabes. Tú y Emil Horne han tenido un
accidente -dijo- y luego unos predadores los encontraron.
–¿Qué demonios…?
Bellamy alcanzó la escalera y comenzó a trepar. Tendría que usar los jets de
actitud, y rápido. Con semejantes motores de posición, los giróscopos -que
servían más o menos para el mismo propósito- debían ser más pequeños de lo
normal.
¿Dónde podría ir? ¿Dónde esconderme en este campo raso? Sólo pareció una
oportunidad. Me detuve.
Cuando Bellamy alcanzaba por fin la esclusa, la nave aulló como un perro
herido.
Los giróscopos habían soportado demasiado castigo. La agonía del metal
debía haberla producido la rotura de alguno de los montantes. Bellamy se
detuvo, y miró hacia abajo: el piso estaba demasiado lejos. Miró hacia
delante: ya no había tiempo para activar los jets. Luego me miró.
Las patas actuaron como resortes, lanzándolo por el aire en un salto mortal.
Aterrizó y saltó de nuevo, con alaridos de rotura, como una liebre herida
huyendo del cazador.
Sentía deseos de llorar. Yo era el culpable; ninguna nave merecía ser tratada
de ese modo. En algún lugar de su vientre, las ruedas de los giróscopos
morían sepultadas en metal desgarrado.
El yate cayó a tierra y rodó, dando tumbos; pude ver cómo se alejaba y
finalmente se detenía. El Paseo del Ebrio yacía muerto a una gran distancia
de mí.
La cabina estaba hecha un embrollo. Las partes más robustas se veían enteras,
pero las delgadas particiones estaban desgarradas y moteadas de abolladuras
y agujeros. Alguna rueda giroscópica habría pasado a través.
–Por el regreso del héroe -dijo Margo, con los ojos brillantes. Levantó la copa
en un brindis y bebió de ella.
–He estado en el autodoc por veinte horas -dije-. Tengo que reponer
combustible. ¿Van a rescatar a Lloobee?
»Insistieron en que se agregaran todos los nombres. ¿Sabías que hay medio
millón de personas en Gummidgy?
–Pero nunca conseguirán sus diez mil. Deberán contentarse con lo que tienen.
Con la nave destruida, están atrapados aquí. Lloobee y tu amigo arribarán en
cualquier momento.
–Ahá -asintió ella, feliz y relajada. ¡Qué buena actriz hubiera llegado a ser!
Qué tentación la de actuar a su lado…
–Ya veo -su voz era lisa, y había perdido el brillo en sus ojos-. Emil Horne lo
sabe. ¿Quién mas?
–Eres vieja.
–¿Y permitir que todo el mundo sepa que soy una arpía? No es divertido. Por
eso dudo al moverme, y me choco contra las cosas en ocasiones, y engancho
mi tacón en las alfombras. Toda mujer aprende a hacer eso, generalmente
mucho antes de que le enseñen a no hacerlo. Poseer demasiado equilibrio es
revelador.
–Larch no hubiera ido muy lejos sin mí. Le podía suceder cualquier cosa.
Entonces le dije que sería yo quien conduciría al kdatlyno, y me anoté para el
viaje.
Era tan lúcida. Siempre me había parecido hermosa, pero ahora, sin aquellas
maneras de niña tonta, resplandecía de belleza.
–¿Sabes de Sharrol?
–Sí.
Nos sonreímos el uno al otro, desde los extremos opuestos del sofá. Luego
apareció el espectro entre nosotros, y le pregunté:
–La muerte. Se le agotó el interés por vivir. Comenzó a tomar riesgos cada
vez mayores, esperando que alguno al fin lo matara. Un día yo llegaré
también al mismo punto; espero darme cuenta a tiempo.
Después de todo, tenía dos años por llenar… y Margo era encantadora.
Dos años después estaba en Jinx, solo, esperando por la próxima nave con
destino a la Tierra. Dado que él ya había retornado, los últimos trabajos de
Lloobee estaban aquí también, expuestos en el Instituto del Conocimiento.
Allí me dirigí entonces, para ver lo que mi protegido había realizado.
El primer sobresalto fue éste: que las cosas deben tocarse para ser apreciadas.
La escultura de contacto es para ser sentida; no tiene significado de otra
manera. Pero éstos eran bustos y estatuillas humanos. Alguien debió asesorar
a Lloobee respecto a los colores.
QUINTO ESPECTRO
–¿Puedo escribir esta historia por ti? – preguntó Ander-. Debe haber buen
dinero en ello.
–Nunca me relacioné con una… mujer madura -dijo él-. ¿Cómo es? ¿Por qué
rompieron?
Me encogí de hombros.
–Se suponía que iba a ser temporario. Y se mantuvo así. No tuve que decirlo,
sólo sucedió. Hasta a mí me aturde un poco. Margo arregló una relación de
dos años de duración como yo lo haría con una cita de fin de semana. Ander,
a ti no te gustan los alienígenas. ¿Opinas lo mismo de los humanos metidos
en años?
–No.
Lo miré fijo.
–¿Qué te ocurre?
–Continúa.
LA FRONTERA DE SOL
Durante los dos primeros meses me hice el turista. Nunca vi las regiones de
alta presión que rodeaban el océano porque la única forma de descender
hubiese sido en compañía de un safari de tanques de caza. Pero viajé por las
tierras habitables a ambos lados del mar: la civilizada Banda Este, y la Banda
Oeste, una frontera en desarrollo. Merodeé por la Banda Este dentro de un
traje de vacío, recorrí las destilerías y otras industrias y contemplé fijamente
la enormidad color naranja de Primario, el gran hermano de Jinx.
Pasé la mayor parte del segundo mes entre el Instituto del Conocimiento y el
hotel Camelot. El turismo había acabado por aburrirme.
Eso es extraño en mí. Soy un turista nato, pero la gravedad de Jinx, de uno
punto setenta y ocho, fuerza una irracional restricción en la elegancia y el
ingenio de los diseños arquitectónicos. Todos los edificios de las zonas
habitables tienen el mismo aspecto: pesados y macizos.
En cuanto a las costas del océano, los únicos vehículos que van allí lo hacen
para cazar bandersnatchi. Los bandersnatchi son unos monstruos rarísimos:
enormes e inteligentes babosas blancas del tamaño de montañas. Persiguen a
los tanques. Existen rígidas restricciones en cuanto al equipo que los tanques
pueden llevar -según un convenio establecido entre los hombres y los
bandersnatchi-, de forma que estos últimos ganan alrededor del cuarenta por
ciento de los duelos. Yo no quería tomar parte en eso.
Y toda gira tenía que realizarse en una gravedad tres veces superior a la de mi
mundo nativo.
Pasé el tercer mes en Sirio Máter, y la mayor parte del tiempo en el hotel
Camelot, que tenía generadores de gravedad en casi todas las habitaciones.
Cuando salía, lo hacía en un lecho flotante. Pasaba por inválido entre los
jincianos, que parecían divertidos. ¿O era mi imaginación?
Era un hombre moreno y esbelto, con hombros estrechos y cabello negro liso.
Carlos era tan ágil como un mono en cualquier gravedad normal, pero en Jinx
empleaba un lecho de viaje exactamente igual al mío. Estudiaba los bustos
con la cabeza echada a un lado. Y yo estudié su conocida espalda, seguro de
que no podía ser otro más que el.
Lo admití.
–Me dirigía hacia la Tierra, pero cuando todas esas naves comenzaron a
desaparecer en las proximidades del sistema solar, el capitán cambió de idea
y se dirigió a Sirio. Ninguno de los pasajeros pudimos hacer nada al respecto.
¿Cómo estás? ¿Cómo están Sharrol y los chicos?
–Sharrol está bien, y también los niños; todos esperando que vuelvas a casa.
–Sí.
–Yo… dejé la Tierra un par de semanas después de que Louis naciera -¿por
qué estaba molesto?-. Hacía diez años que no salía de la Tierra. Necesitaba
un cambio.
Ahora ya lo sabía.
–Te perdono tus extrañas ideas sobre el tacto -le dije magnánimamente-.
Bien, ¿puedo llevarte por ahí mientras estemos detenidos en Jinx? He
conocido algunas personas interesantes.
–¡Oh! ¿De veras? No creí que hubiese ninguna nave que se dirigiese en estos
tiempos hacia el sistema de Sol. Ni que lo abandonase.
Carlos parpadeó.
–Estás bromeando.
–No, no lo estoy.
–Sigmund Ausfaller está en la oficina de Asuntos Alienígenas. El sabotaje de
naves espaciales no entra dentro de sus funciones.
Su mundo los había alterado de la misma forma que nuestros mundos nos han
alterado a nosotros. La civilización subterránea de Lo Conseguimos y la
gravedad de cero punto seis me han convertido en un dibujo de palotes:
pálido, alto y delgado. Los nativos de Jinx con los que nos cruzamos eran
bajos y anchos; tanto los hombres como las mujeres estaban diseñados como
ladrillos. Estando entre ellos, un nativo de otro mundo parecía tan
asombrosamente diferente como un kdatlyno, o un titerote de Pierson.
–¿Le dijo que era suya la nave? No lo era; estaba pensando en robarla.
Supuse que no le interesaría robar una nave con una bomba retardada oculta
en su interior.
–Es buena cosa que estos reservados estén insonorizados -dijo Carlos-.
Pidamos algo de beber.
–¡Eh!-exclamó Carlos.
Yo no le dejé interrumpir.
Yo estaba intrigado.
–¿Por qué? ¿Por qué una nave de guerra disfrazada? ¿Estás esperando ser
atacado?
–Si realmente fueran piratas, sí, tengo la esperanza de ser atacado. Pero no al
entrar en el sistema solar. Planeamos una sustitución. Una nave de
mercancías completamente normal aterrizará en la Tierra, tomará mercancía
de cierto valor y partirá hacia Wunderland en rumbo directo. Mi nave la
reemplazará antes de que haya cruzado los asteroides. Así que ya ves que no
hay ningún riesgo de perder los preciosos genes del señor Wu.
Carlos se puso de pie, inclinándose sobre nosotros con las palmas apoyadas
sobre la mesa y los brazos rectos.
–Debo señalar amigablemente que son mis condenados genes y que haré lo
que condenadamente me plazca con ellos. Bey, ya he tenido mi ración de
niños, y los tuyos también.
–Cálmate, Carlos. No era mi intención pisotear ninguno de tus inalienables
derechos -me volví hacia Ausfaller-. Todavía no comprendo por qué esas
naves que desaparecen le interesan a la oficina de Relaciones
Extremadamentes Exteriores.
–Oh.
–No -dijo Ausfaller-. Una sola masa no podría haber causado todas las
desapariciones. Figure o no en las cartas, un planeta está limitado por la
gravedad y por la inercia. Hicimos simulaciones en computadoras. Hubiesen
sido necesarias por lo menos tres masas grandes, todas desconocidas, y que
entrasen al mismo tiempo en rutas comerciales muy frecuentadas.
Carlos sonrió.
–Sí. Puede que suene imposible, pero no lo es. Es sólo improbable. Más allá
de Neptuno hay cantidades increíbles de basura en el espacio. Cuatro planetas
conocidos, e infinitos fragmentos de hielo, roca y ferroníquel.
–¡Oh, claro que sí! ¿De qué otra forma podría estar seguro de que usted no ha
ocultado una bomba a bordo? – se echó a reír-. También podemos aprovechar
a un piloto calificado. Además, me gustaría tener la oportunidad de conocer
su mente, Beowulf Shaeffer. Tiene usted una extraña facilidad para hacer mi
trabajo por mí.
–Debe estarlo. Hizo algo más que recuperar al mejor escultor kdatlyno del
espacio reconocido; lo hizo con honor, matando a uno de los raptores y
permitiendo que Lloobee denunciara a los demás con la publicidad de sus
actos. Si no hubiera hecho tal cosa, los kdatlyno se hubiesen sentido
molestos.
–Si creyeras que son piratas, vendrías; ¿no es cierto, Bey? – dijo Carlos-.
Después de todo, probablemente no puedan encontrar a las naves entrantes
sino por casualidad.
–Claro.
Yo me defendí.
–¿Por qué?
–Empecemos por el halo cometario -me dijo Carlos-. Es muy tenue; alrededor
de un cometa en el volumen esférico de la órbita de la Tierra. La masa se
pone más densa a medida que se entra al sistema: unos cuantos planetas,
algunos cometas interiores, varios fragmentos de hielo y rocas, todos en
órbitas sesgadas y bastante diseminados. Por dentro de la órbita de Neptuno
hay montones de planetas y asteroides y más achatamiento de las órbitas,
para acomodarse a la rotación de Sol. Más allá de Neptuno, el espacio es
vasto y vacío. Podría haber planetas que no figuran en los mapas,
singularidades que se tragasen a las naves…
–La probabilidad…
Había pasado mucho tiempo desde que yo había visto a Sharrol. Me sentí
fuertemente tentado.
–¿Qué es lo gracioso?
»En cuanto al botín… Hum… En el mercado negro han bajado los precios de
la esencia y de las maderas preciosas. Por lo demás… -se encogió de
hombros-. No ha habido ningún rastro de los originales Barr, ni de la Roca
Midas, ni de ninguno de los tesoros más sobresalientes que se encontraban a
bordo de las naves desaparecidas.
Por eso, el océano de Jinx recorre su cintura, bajo una atmósfera demasiado
comprimida y demasiado cálida para respirar; mientras que los puntos más
cercano y más alejado de Primario, las Bandas Este y Oeste, en realidad
sobresalen de la atmósfera.
Desde el espacio, Jinx parece el huevo de Pascua de Dios: los Extremos son
de un blanco marfileño teñido de amarillo; después se ve el resplandor, más
brillante, de los relucientes campos de hielo en los límites de la atmósfera;
luego los diversos azules, de un mundo parecido a la Tierra, cada vez más
cubiertos por la blanca escarcha de las nubes según los ojos avanzan hacia el
centro, hasta llegar a la cintura del planeta-luna, ceñido por el blanco puro. El
océano nunca es visible desde el espacio.
Carlos bufó.
Carlos ya no se reía.
–Eso sería más fácil que sacarlas del hiperespacio para robarlas. No se
necesitaría más que un gran generador de alta gravedad…, y nunca hemos
conocido los límites de la tecnología de los titerotes.
Nunca creí que fueran piratas. Los piratas espaciales han existido, pero
murieron sin sucesores. Interceptar una nave espacial era demasiado
complicado. No les compensaba.
Bajo el hiperimpulso, las naves vuelan solas. Todo lo que el piloto tiene que
hacer es observar el sensor de masas, por si aparecen unas líneas verdes
radiales. Pero hay que hacerlo con cierta frecuencia, porque el sensor de
masas es un artefacto psiónico, y debe ser vigilado por una mente, no por otra
máquina.
Mientras la estrecha línea verde que señalaba la presencia del Sol se hacía
mayor, yo me volví severamente consciente de los detritos que pululaban
alrededor del sistema solar. Pasé las últimas doce horas de vuelo en los
controles, fumando un cigarrillo tras otro con los pies. Debo añadir que eso
normalmente lo hago cuando quiero tener libres las dos manos, pero en ese
momento lo hacía sólo para molestar a Ausfaller. Había visto la forma en que
sus ojos se salían de sus órbitas la primera vez que me vio pitar un cigarrillo
sujeto entre los dedos de mis pies. Los terrestres son muy flojos.
–El de un planeta. De Marte para arriba. Más allá de eso, depende de lo denso
que sea y de lo cerca que llegues. Si es suficientemente denso puede tener
menos masa y, sin embargo, hacerte desaparecer del universo. Pero lo
observarías en el sensor de masas.
–¿Para qué? No les sería posible robar la nave. ¿Qué provecho les reportaría
eso?
–Los gastos de una operación así serían enormes. Ningún grupo de piratas
dispondría de suficiente capital a mano para hacerlo práctico. Sólo podría
creerlo de los titerotes.
Demonios, tenía razón. Ningún humano que fuera tan rico necesitaría hacerse
pirata.
La larga línea verde que señalaba el Sol estaba casi tocando la superficie del
sensor de masas.
–¡Espere!
Dos tercios del Hobo Kelly se quedaron atrás, girando lentamente. Lo que
quedaba debía aparecer como lo que era: un casco número dos de Productos
Generales, una esbelta jabalina transparente de trescientos pies de largo y
veinte de anchura, con instrumentos de guerra apiñados a lo largo de lo que
ahora era su parte ventral. Las pantallas que habían permanecido mudas se
activaron. Encendí el motor principal y lo puse al máximo.
–He liberado sus instrumentos especiales -señalé yo-. ¿Por qué no averigua lo
que pueda encontrar?
Allí fuera había naves. Ausfaller obtuvo un primer plano de ellas: tres naves
remolcadoras del tipo de las que se utilizan en el Cinturón, en forma de
gruesos platillos, equipadas con motores de gran tamaño y poderosos
generadores electromagnéticos. Los mineros del Cinturón las usan para
remolcar asteroides de ferroníquel hasta el punto donde se necesita el mineral
en bruto. Probablemente podrían alcanzarnos con esos masivos motores, pero
¿tendrían la adecuada gravedad en la cabina?
Pero Ausfaller estaba trabajando, apuntando sobre ellas con el resto de sus
instrumentos. Lo aprobé. Un instante atrás, el Hobo Kelly había parecido
completamente pacífico; ahora su panza rebosaba de armamento. Las
remolcadoras podían ser igual de engañosas.
–Por supuesto. Podemos examinar las cintas con detalle más adelante. No vi
nada. Y nada nos ha atacado desde que salimos del hiperespacio.
–Si había algún enemigo, se ha asustado. Shaeffer, esta misión y esta nave le
han costado una enorme suma a mi departamento, y no nos hemos enterado
de nada en absoluto.
–No tanto como nada -dijo Carlos-. Yo sigo queriendo ver el hiperimpulsor.
Bey, ¿puedes ponernos a una ge?
Reptamos a lo largo de una tubería de acceso apenas mayor que los hombros
de un tipo grande, entre el alojamiento del hipermotor y el sistema de
alimentación de combustible circundante. Carlos alcanzó una ventana de
inspección; echó una mirada adentro y comenzó a reírse a carcajadas.
Le pregunté qué era lo que le parecía tan gracioso. Todavía preso de la risa, él
se movió adelante. Yo alcancé la ventana y miré.
Pasé a través de uno de los accesos para reparación, y me alcé dentro del
contenedor cilíndrico. Nada. Ni siquiera un agujero de salida. Los cables
superconductores y los montantes del motor habían sido cortados con tanta
limpieza, que las superficies de corte reflejaban como pequeños espejos.
Pero Ausfaller había perdido todo orgullo. Volvió con aspecto de haber visto
un fantasma.
–No está. ¿Dónde puede estar? ¿Cómo puede haber sucedido tal cosa?
–¿Estás seguro, eh? – dije-. Hace una hora, ninguna teoría explicaba esto.
–Bueno, de lo que estoy seguro es de que el motor se ha ido. Más allá de eso,
las cosas se vuelven un poco nebulosas. Pero éste es un modelo bien
establecido de lo que ocurre cuando una nave choca con una singularidad. Si
el pozo de gravedad no es muy grande, el motor se lleva la nave entera con
él, y luego esparce los átomos de la nave a lo largo de su camino, hasta que
no queda nada excepto el campo hiperimpulsor propiamente dicho.
–Uf.
–Le pagaré después. Quizá con una historia apropiada para él -se regodeó
Carlos.
–Me rindo -dije-. No tengo ni la más remota idea de qué es lo que intentas
pescar.
Pasamos el tiempo viendo las fotografías que había obtenido de las tres
remolcadoras mineras. No hablamos, aunque yo también las miraba.
–¿Puedes sacárselo?
–No lo sé.
Podía decirle a Carlos que estaríamos más seguros si supiésemos qué era lo
que nos amenazaba. Pero Carlos era un llanero; eso modificaría sus actitudes.
–¿Para construir qué? ¿Qué tipo de gente viviría aquí? ¡Sería como poner una
tienda en el espacio interestelar!
–Precisamente. No hay turistas; pero aquí, donde el espacio es raso y vacío y
las temperaturas se acercan al cero absoluto, hay grupos de investigación.
Recuerdo que el grupo Mercurio se estableció aquí para estudiar los
fenómenos del hiperespacio. Todavía no lo entendemos demasiado bien.
Recuerda que nosotros no inventamos el hiperimpulsor, se lo compramos a
una raza alienígena. También hay un laboratorio genético intentando
desarrollar un tipo de árbol que pueda crecer sobre los cometas.
–Es loco, pero ellos no bromean. Una planta fotosintética que utilice los
productos químicos presentes en los cometas… sería muy valiosa. Todo el
halo cometario podría ser sembrado con plantas que produjesen oxígeno… -
Ausfaller se detuvo abruptamente, y después prosiguió-. Bien, no importa.
Todos esos grupos necesitan materiales de construcción. Es más barato
construir aquí que enviar los materiales desde la Tierra o el Cinturón. La
presencia de las remolcadoras no es sospechosa.
Ausfaller asintió.
Cuando Carlos volvió -varias horas más tarde-, parpadeando para alejar el
sueño de los ojos, le pregunté:
–Carlos, ¿las remolcadoras podrían tener algo que ver con tu teoría?
–No veo cómo. Tengo la mitad de una idea, y dentro de media hora podré
considerarla medianamente juiciosa. La teoría que busco ni siquiera está ya
de moda. Ahora que conocemos lo que es un cuásar, a todo el mundo parece
gustarle más la hipótesis del estado constante. Ya sabes cómo funciona: la
tensión en el espacio completamente vacío produce más átomos de
hidrógeno, para siempre. El universo no tiene principio ni final… -pareció
empecinado en algo-. Pero si tengo razón, entonces ya sé dónde fueron las
naves después de ser robadas. Eso es algo más de lo que nadie sabe.
Ausfaller saltó sobre él:
–Lo siento, Sigmund. Todos están muertos. Ni siquiera habrá cadáveres que
enterrar.
Carlos le sonrió.
–Eso podría ser, pero hay otros problemas: no puede formarse a menos que
tenga una masa comparable a cinco veces la de Sol. Supongo que alguien
habría advertido algo tan grande en un lugar tan cercano.
–Entonces ¿qué?
–¿Rodney? – pregunté.
Poco después de la primera llamada llegaron los datos que había pedido
Carlos, descargados directamente en el computador de la nave. Incluía una
lista de nombres y números de teléfono: los estudiosos más importantes de la
gravedad y sus efectos en el sistema de Sol, en una lista por orden alfabético.
–Mira esta gente -dijo Ausfaller-. ¿Quieres discutir tu teoría con alguno de
ellos?
–Creo que sí. También me parece que están fuera de nuestro alcance, ahora
que no tenemos hiperimpulsor. El Grupo Mercurio fue asentado en órbita
lejana alrededor de Antenor, que ahora está al otro lado del Sol. Carlos, ¿se te
ha ocurrido la idea de que una de esas personas podría haber construido el
artefacto comenaves?
–¿Para qué?
–¿Por qué lo dices? – entonces Carlos recordó la situación-. ¡Oh! Crees que
podría… Sí.
–Antes dijiste que tenía que ser un hombre muy versado en el estudio de los
fenómenos gravitacionales.
–Concedido.
–Quizá no podamos hacer más que hablar con él. Podría estar al otro lado del
Sol y, sin embargo, dirigir una flota pirata…
–No, eso no podría hacerlo.
–Si Julian Forward es el devorador de naves, tendría que estar cerca. El…
hum… artefacto no se podría mover en el hiperespacio.
–De acuerdo. Si está bastante cerca, hasta podríamos pedirle que nos lleve a
casa. Tal como están las cosas, estaremos a merced de cualquier nave con
hiperimpulso mientras permanezcamos aquí.
–¿Qué tipo de juego estás jugando tú ahora? ¿Cómo puedo explicar que
poseo una nave de guerra armada y camuflada?
–Habría que evitar explicar eso -le dije-, sea cual fuere la verdad. Quizá no te
haga preguntas. Yo…-me callé porque estábamos frente a Forward.
Julian Forward era un nativo de Jinx, bajo y ancho, con los brazos tan
gruesos como piernas, y las piernas del grosor de columnas. Su piel era casi
tan negra como su cuello: un bronceado de Sirio, probablemente mantenido
por rayos UV.
–¡Carlos Wu! – dijo, con halagador entusiasmo-. ¿EI mismo Carlos Wu que
resolvió el problema de los Límites Sealeyharn?
Carlos dijo que así era. Se enzarzaron en una discusión sobre matemáticas;
sospeché que hablaban de una posible aplicación de la solución de Carlos a
otros problemas de límites. Miré disimuladamente a Ausfaller -porque
supuestamente él no existía para Forward- y le vi estudiando pensativamente
la vista lateral del individuo.
–¿Desapareció?
–Es así -dijo Carlos alegremente-. Doctor Forward, tengo algunas ideas de lo
que pasó aquí. Me gustaría discutirlo con usted.
–De acuerdo, Bey. Ahora eres el dueño de una nave de guerra, armada y
camuflada. Imagínate tú dónde la conseguiste.
–El doctor Forward espera que tú y Carlos entréis en su trampa sin sospechar
nada, dejando la nave vacía. Creo que podemos prepararle unas cuantas
sorpresas. Por ejemplo, quizá no haya adivinado que éste es un casco de
Productos Generales. Y yo estaré a bordo para luchar.
–Voy a haceros algunos trajes nuevos -dijo. Carlos preguntó por qué, y él
respondió- ¿Tú sabes guardar un secreto? Yo también.
Carlos escogió una túnica rojo ardiente, con un dragón verde y dorado
enroscándose sobre la espalda. Los botones llevaban el monograma de su
familia. Ausfaller se plantó delante de nosotros, examinando nuestros nuevos
atuendos con aprobación.
–Ahora mirad -dijo-. Estoy aquí delante de vosotros, sin armas.
–Correcto.
Sujetando los botones como para mantener tenso un hilo invisible, los movió
a ambos lados de una escultura plástica al tacto, toscamente hecha. La
escultura se partió en dos.
Los depositó cuidadosamente sobre una mesa y colocó entre ellos algo
pesado.
–El tercer botón es una granada sónica: mata a tres metros de distancia, atonta
a diez metros.
Carlos asentía con satisfacción. Supongo que es cierto lo que dicen: todos los
llaneros piensan de esa forma.
Pero los llaneros piensan que el universo fue hecho en su provecho. Para
ellos, el peligro es una quimera.
–Oye, Bey, olvida lo que dije. Ese artefacto… hum… devorador de naves,
tiene que estar en el lugar adecuado, sí, pero no los piratas. Ellos pueden
dejarlo ahí, y volver a su base en naves con hiperimpulso.
Aquello era algo para tener en mente. Comparado con el interior del sistema,
el volumen dentro del halo cometario era enorme, pero para naves con
hiperimpulso todo era una misma vecindad.
–Sigo queriendo discutir mis ideas con él. Más que eso: probablemente
conoce al jefe de los devoradores de naves, aunque sin saber que es él.
Incluso tal vez ambos le conozcamos. Tiene que ser al menos un cosmólogo
para haber encontrado ese artefacto y reconocerlo. Sea quien fuere, tiene que
haberse labrado una reputación.
Carlos me sonrió.
–Bueno, vigílalo. Sigmund sabe que lo tienes, aunque nadie más lo sepa.
–Él es el segundo.
Comenzó a extraer datos del computador. Pedí permiso para leer por encima
de su hombro, y me lo concedió.
Bastardo. Lee dos veces más rápido que yo. Intenté saltarme cosas para tener
una idea de lo que andaba buscando.
La teoría del agujero negro no era nueva para mí, aunque las matemáticas me
sobrepasaban. Si una estrella posee la masa suficiente, después de haber
quemado todo su combustible nuclear y comenzado a enfriarse, ninguna
posible fuerza interna puede evitar que se derrumbe hacia adentro por
gravedad, pasando el radio de Swartzchild. En ese momento, la velocidad de
escape de la estrella se hace mayor que la velocidad de la luz y, después de
eso, no había nada más…, porque nada puede salir de la estrella: ni
información, ni materia, ni radiación. Nada… excepto gravedad.
Para que una estrella colapse de esa manera, debe poseer cinco veces la masa
de Sol, o más; de otra forma, su derrumbe se detendría en la etapa anterior a
superar el radio de Swartzchild, y quedaría una estrella de neutrones.
Después, sólo puede hacerse mayor y más masiva.
No había la menor posibilidad de que hubiera algo tan grande ahí fuera, en el
límite del sistema solar. Si hubiese por allí cerca una cosa semejante, el Sol
giraría en órbita a su alrededor.
El meteorito de Siberia debió haber sido bastante extraño para ser recordado
durante novecientos años. Había derribado árboles en una superficie de varios
miles de kilómetros cuadrados; sin embargo, cerca del punto central habían
quedado árboles en pie. Ninguna porción del meteorito fue encontrada jamás.
Nadie había presenciado el choque. En 1908, Tunguska, en Siberia, debía
haber estado tan poco poblada como hoy la Luna.
–Carlos, ¿qué tiene que ver todo esto con lo que hay aquí?
–¿Acaso Holmes se lo dice a Watson?
Cuando fueron descubiertos los cuásars, parecían datar de una etapa anterior
en la evolución del universo…, que, según la hipótesis del Estado Constante,
no evolucionaba en absoluto. Esta teoría fue entonces generalmente
rechazada. Luego, un siglo atrás, Hilbury había resuelto el problema de los
cuásars. Mientras tanto, una de las implicancias de la Gran Explosión no
había dado el resultado correcto. En aquel punto fue donde las matemáticas
resultaron demasiado para mí.
–¿Qué?
–Podría estar en lo cierto…, pero los datos son insuficientes. Tendré que ver
qué es lo que opina Forward.
–Por supuesto. Intento inducir al doctor Forward a pensar que la nave está
vacía.
–Fue peor. Maldita sea, llegué hasta aquí por hipnosis. Bey, está tan vacío…
–Parecen tener muchos más pasillos de los que necesitan -le dije-. ¿Por qué
no unieron todas las salas?
–En un tiempo esta roca fue una mina. Los mineros fueron los que taladraron
estos pasajes. Dejaron grandes agujeros en los sitios donde encontraron rocas
que contenian aire o bolsas de hielo. Todo lo que tuvimos que hacer fue
cerrarlas con paredes.
Aquello explicaba por qué había tanto corredor entre las habitaciones y por
qué las cámaras que vimos eran tan grandes. Angel dijo que algunas de ellas
eran depósitos; no valía la pena entrar. Otras eran talleres, sistemas de soporte
vital, un jardín, un computador de buen tamaño, una gran planta de fusión.
Un comedor construido para dar cabida a treinta albergaba en realidad a diez
personas, todos hombres, quienes nos miraron con curiosidad antes de volver
a comer. Un hangar, mayor de lo necesario y abierto al cielo, alojaba taxis,
trajes con impulsores y herramientas especializadas, y tres cunas circulares
idénticas, todas vacías.
–¿Empleáis remolcadoras?
Angel no vaciló.
–Claro. Podríamos hacer traer agua y metales desde el interior del Sistema,
pero es más barato buscarlos por nuestra cuenta. Además, en caso de
emergencia, los remolcadores podrían devolvernos al Sistema.
–Hablando de naves -dijo Angel-, no creo haber visto nunca una como la
suya. ¿Son bombas eso que se ve colgar de la superficie ventral?
–Algunas sí -dije.
–Está bien, está bien. De acuerdo, la robé. Pero no creo que nadie presente un
reclamo.
–La Garra es nuestro principal objeto expuesto. Después de esto, no hay nada
más que ver.
–¡Es realmente hermosa! ¿Por qué tendría que servir para algo?
La cúpula estaba dividida en secciones por seis masivos arcos. Advertí que
tanto éstos como la columna central relucían como espejos. Estaban
reforzados por campos de estasis. ¿Más firmeza para la Garra? Intenté
imaginar qué fuerzas requerirían tales soportes.
–La primera prueba que hicimos fue con plomo recubierto por hierro, hace
tres años. No he trabajado con la Garra últimamente, pero hicimos algunas
pruebas satisfactorias con una esfera de neutronio encerrada en un campo de
estasis. Diez mil millones de toneladas métricas.
Carlos me lanzó una mirada turbia, pero Forward pareció pensar que era una
pregunta completamente razonable.
–Las ondas gravitatorias viajan a la velocidad de la luz, ¿no es así? ¿No seria
mejor emplear la hiperonda?
–No podemos contar con que ellos la tengan. ¿Quiénes, excepto los
exteriores, pensarían en hacer experimentos a esta distancia de un sol? Si
queremos llegar hasta los seres que no han tenido contacto con los exteriores,
tenemos que usar las ondas gravitatorias…, cuando sepamos cómo hacerlo.
–Me estaba preguntando por qué le habrían enviado aquí -dijo Carlos-. Sirio
tiene un adecuado cinturón de cometas.
–Pero Sol es el único sistema con algún tipo de civilización a tanta distancia
del primario. Y el personal trabaja mejor. El sistema de Sol siempre ha tenido
buena cantidad de cosmólogos de primera fila.
–Pensé que quizá habría venido para resolver un viejo misterio: el meteorito
de Tunguska. Por supuesto, habrá oído hablar de él.
–Claro. ¿Quién no lo ha hecho? Creo que nunca sabremos qué fue lo que
chocó contra Siberia aquella noche. Debe haber sido un trozo de antimateria.
Me han dicho que en el espacio conocido hay antimateria.
–¿Alguna teoría?
–Le concederé una cosa: será difícil probar que no es cierta. ¿Cree usted
realmente en ella?
–Me da miedo hacerlo. Una vez casi me mato buscando monstruos en el
espacio, cuando debiera haber estado buscando causas naturales.
–¿Cómo lo hacen?
–Lo sé -Carlos parecía frustrado. Pero eso tenía que ser fingido; antes se
había comportado como si ya tuviese una respuesta.
–De todas formas, no creo que un agujero negro pudiese generar ese efecto -
dijo Forward-. Si fuese así, nunca se sabría, porque la nave sería tragada por
él.
–Hum… -Forward pensó en ello y luego agitó su gran cabeza-. Habla de una
gravedad de superficie de millones de ges. Cualquier generador de gravedad
colapsaría a ese nivel. Veamos, con un marco soportado por un campo
estático… no, tampoco es posible. El marco se sostendría, pero el resto de la
maquinaria se escurriría como el agua.
Aun con todo lo que ignoro sobre cosmología, conozco las actitudes y los
cambios de tono en la voz. Carlos estaba dando muchas pistas, intentando
que Forward sacase sus propias conclusiones. Agujeros negros, piratas, el
meteorito Tunguska, el origen del universo…, los estaba ofreciendo como
pistas. Y Forward no respondía correctamente.
–Podría, pero sólo muy cerca de la superficie -Forward sonrió y juntó sus
manos-. Era casi lo bastante grande grande.
–Sí.
–Respuesta incorrecta.
Forward se hallaba ocupado. Estaba sentado dentro del arco de herradura que
formaba la consola, hablando. Por encima de ésta se veía la parte posterior de
tres cabezas humanas, sin cuerpos.
Probé la cuerda alrededor de mis muñecas. Malla metálica de algún tipo, fría
al tacto, y estaba tensa.
–No importa -dije-. Pero ¿qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que Forward ha
conseguido?
–No, eso no -Forward se paró delante de nosotros-. Admitiré que vine aquí
buscando ese meteorito. Pasé varios años intentando rastrear su trayectoria
desde la Tierra. Quizá fuese un agujero negro cuántico, o no. El Instituto
suprimió mi subvención sin previo aviso justo cuando acababa de encontrar
un verdadero agujero negro cuántico, el primero de la historia.
–Le sigo.
–…y de apenas del tamaño de una molécula -dijo Forward-. Pero la atracción
hubiese derribado los árboles al pasar…
Ambos deben estar locos, pensé. Uno estaba atado a una columna y el otro
iba a matarle, pero allí estaban los dos, comportándose como miembros de un
club muy exclusivo… al cual yo no pertenecía.
–¿Cómo lo consiguió?
–Entiendo.
–Tendría que revisar una enorme cantidad de asteroides. ¿Por qué hacerlo
aquí? ¿Por qué no en el Cinturón? Oh, claro, aquí fuera se puede emplear el
hiperimpulso.
–No era tan grande -dijo Forward-. El agujero negro que yo encontré era el
que he descrito antes. Pero lo hice mayor: lo remolqué hasta aquí y lo hice
pasar por mi esfera de neutronio. Entonces fue lo suficientemente grande para
absorber el asteroide. Ahora es un objeto bastante impresionante. Con diez a
la veinte kilogramos, tiene la masa de un asteroide de los más grandes, y un
radio de cerca de diez a la menos cinco centímetros.
–¿No había adivinado eso? Por supuesto, el agujero negro puede ser cargado
eléctricamente. Lo sometí al escape de un viejo motor de reacción iónico
durante casi un mes. Ahora posee una carga enorme, y los remolcadores
pueden tirar de él bastante bien. Me gustaría tener más, pero pronto los
tendré.
–Un minuto -dije yo. Había comprendido un hecho crucial cuando éste cruzó
por mi cabeza-. ¿Los remolcadores no están armados? ¿Todo lo que hacen es
tirar del agujero negro?
Yo tenía una pregunta mejor. ¿Qué haría Ausfaller cuando se le acercasen las
tres remolcadoras? No mostraban ningún armamento: su única arma era
invisible. Y se tragaría el casco de Productos Generales sin que él se diera
cuenta.
Angel también las había visto. Activó el teléfono. Las cabezas fantasmas
aparecieron, una, dos, tres.
Me volví hacia Forward y me sobresaltó la expresión de odio feroz que lucía
en su semblante.
–Quizá le sorprenda saber -dijo Carlos-, que hay gente que le considera un
superhombre a usted.
–Los nativos de Jinx crecemos con vigor natural. Pero ¿qué factores nos
juegan en contra? Nuestra vida es corta, incluso con ayuda de la esencia. Se
alarga si podemos vivir fuera de la gravedad de Jinx, pero la gente de otros
mundos piensa que somos un mal chiste. Las mujeres… bien, no importa -se
quedó ceñudamente pensativo, pero después lo dijo de todas formas-. Una
mujer de la Tierra me dijo una vez que antes se acostaría con una excavadora.
No confiaba en mi fuerza. ¿Y qué mujer lo haría?
–¿Es ésa una razón para el asesinato en masa, Forward? ¿La falta de mujeres?
Era Angel que llamaba. Lo había visto… no, no había sido él. Lo había visto
uno de los pilotos de los remolcadores.
Forward nos dejó bruscamente. Consultó con Angel en voz baja y después se
volvió hacia nosotros.
–¡Carlos Wu! ¿Dejó usted la nave en piloto automático? ¿O hay alguien más
a bordo?
–Todavía no sabe contra qué tiene que luchar -dijo Forward, con cierta
satisfacción.
Desde donde yo estaba, el Hobo Kelly se veía como un punto brillante, con
tres puntos más distantes y débiles a su alrededor. Forward y Angel tenían
una imagen mejor gracias al comunicador. Gracias a eso habían dejado de
vigilarnos.
Una segunda nave ardió con un rojo muy vivo, después se expandió
formando una nube rosada. La tercera huía.
Lo mismo que yo. Con los dedos del pie conseguí quitarme la otra zapatilla.
Vi que el brazo articulado que sostenía la Garra comenzó a balancearse por
encima de nuestras cabezas, y comprendí bruscamente de qué estaba
hablando.
Ausfaller tiene que haberla visto. Estaba girando, huyendo. Después fue
como si una mano invisible hubiese cogido al Hobo Kelly, arrojándolo lejos.
La luz de la fusión cruzó como un rayo de lado a lado y salió del campo
visual de la cúpula.
Ahora no se veía otra cosa que los delicados movimientos de la Mano. Angel
permanecía de pie detrás de la silla de Forward, con los nudillos blancos por
la fuerza con que oprimía el respaldo de la silla.
Mis pocas libras de peso desaparecieron, y quedé flotando. Otra vez la marea
gravitatoria. Aquella cosa invisible era más masiva que el asteroide debajo de
mí. La Garra se balanceó un metro más hacia un lado… y algo la golpeó con
un fortísimo choque.
Encogí las piernas, tanteando con los dedos de mis pies el primer y cuarto
botón de mi mono.
El armamento de mi maravilloso traje no me había servido de nada contra la
fuerza y la velocidad del jinxiano. Pero los terrestres son flojos de mollera, y
los jincianos también. Forward me había atado las manos y no se había
ocupado de nada más.
Mis piernas estaban dobladas como un pretzel. No tenía punto de apoyo. Pero
el primer botón se desgarró, y el hilo le siguió. Una arma invisible para
luchar contra el agujero sin fondo de Forward.
El hilo hizo desprender el cuarto botón. Bajé mis pies a su posición normal
manteniendo el hilo tenso, y empujé hacia atrás. Sentí cómo la cadena
molecular Sinclair mordía la columna.
Miré hacia abajo. Una espesa niebla hervía alrededor del pilar.
Algún gas muy frío debía estar expandiéndose a través de la grieta, que tenía
el grosor de un cabello.
¿Helio líquido?
Forward nos había atado al cable superconductor principal de la energía, lo
que probablemente fue un error. Llevé mis pies hacia atrás cuidadosamente,
muy despacio, sintiendo que el hilo mordía en el corte de regreso.
Mis pies saltaron un poco. Había terminado. Los sentía terriblemente fríos,
casi insensibles. Solté los botones, dejándolos flotar hacia la cúpula, y di una
fuerte patada hacia atrás con mis talones.
Encogí las piernas hasta sentir que las rodillas me tocaban la barbilla. Las
chispas restallaban, iluminando con luz blanca la ondulante neblina. Angel y
Forward se dieron la vuelta, sorprendidos. Yo me reí de ellos, permitiendo
que lo vieran. Sí, señores, lo hice a propósito.
Estaba cabeza abajo, y me sentía cada vez más pesado. De repente, Angel
giró, perdiendo su amarre en el asiento de Forward. Se cernió sobre la cúpula,
hacia el cielo. Gritó.
Me aferré fuertemente a la columna con las piernas. Pude sentir que los pies
de Carlos buscaban un punto donde apoyarse, y oí su risa.
Cerca del borde de la cúpula apareció una franja de luz: el motor de fusión
del Hobo Kelly, decelerando y acercándose. Por lo demás, el cielo estaba
claro y vacío. Y un trozo de la cúpula reventó, con un ruido seco. Angel gritó
y cayó por el agujero. Justo encima de la cúpula pareció brillar con una luz
azulada.
Se había ido.
Sentía mis oídos y mis sienes atravesados por dagas, y una gran presión en el
intestino.
Forward se volvió hacia los controles. Hizo girar completamente una perilla.
Después se soltó el cinturón de seguridad, se puso en pie y cayó.
El punto relampagueante llegó hasta el suelo y penetró en él. Por encima del
creciente rugido del aire pude oír el gruñido de la roca al ser pulverizada,
haciéndose más tenue a medida que el agujero negro seguía su camino hacia
el centro del asteroide.
El aire era mortalmente fino, pero todavía quedaba algo. Mis pulmones
parecían respirar en vacío; pero mi sangre no hervía, pues lo hubiera notado.
Así que jadeé y seguí jadeando. Era todo cuanto podía hacer. Ante mis ojos
revoloteaban unos puntos negros, pero estaba todavía vivo y jadeando cuando
Ausfaller llegó hasta nosotros, llevando un paquete de plástico transparente y
una gran arma en la mano.
El Hobo Kelly estaba cerca. Vi que la bolsa de rescate tampoco cabría por la
escotilla…, y Ausfaller confirmó mis peores temores. Nos indicó por señas
que abriésemos bien la boca.
–No debiera ser necesario -sonrió Ausfaller-. Fuera lo que fuese que hicisteis,
estuvo bien hecho. Tengo dos autodocs bien equipado para repararos.
Mientras os curáis, veré si puedo recuperar algunos de los tesoros ocultos en
el interior del asteroide.
Carlos levantó una mano, pero no emitió ningún sonido. Parecía como si se
acabase de levantar de entre los muertos: la sangre fluyendo de su nariz y
orejas, la boca completamente abierta, una débil mano levantada contra la
gravedad.
–¿Qué…?
–Ahora lo verás.
–¡Oh, sí!
–Me alegro. Estaba preocupado por eso. Entonces, ¿era Forward el devorador
de naves?
–Sí.
Ausfaller se sintió molesto cuando Carlos se echó a reír, y más aún cuando yo
también lo hice. Me dolía la garganta al reírme.
–Aun así, nos salvó la vida -dije yo-. Justo antes de saltar subió la presión del
aire. Me pregunto por qué lo haría.
–Quería que le recordasen -dijo Carlos-. Nadie más que nosotros sabía lo que
había logrado hacer. Ah…
–Ese arsenal que montó a bordo de la Hobo Kelly… Estaba enamorado de él.
Ningún hombre en sus cabales juega con eso.
–Salvó tu vida.
–La primera vez que lo vi, él usaba una barba asimétrica, pero luce
demasiado bajo y fuerte para pasar por wunderlandés. Me pregunté acerca de
ello por doce años.
–Nada que me importe, ni a ti tampoco -dijo él-. Alguien habrá supuesto que
pudiera ser tomado por un turista ingenuo, o un tonto, o un loco.
–¡Eso es! Necesitaba verse como un loco. Tenía que ser tomado por un loco
capaz de plantar una bomba en la nave de un colisionte.
–Para la cinta, ¿has tenido algún otro contacto con titerotes de Pierson?
–Ander, te has metido en demasiados gastos sólo para escuchar mis charlas
de bar acerca de una especie que no tratará más con ningún mundo conocido.
Él asintió.
–¿Y qué si te dijera que pedí a Sigmund Ausfaller que volviera de sus
vacaciones?
–Será mejor que echen una mirada a los planetas cercanos a la ruta de la flota
titerote.
–Y la explosión del Núcleo está a veinte mil años por delante. Tendrán que
dar vuelta antes. Un montón de tiempo.
–Sí.
–¿Qué?
–Pero… ellos deben haber construido algo… pero… Pero si pueden proteger
sus planetas contra los rayos gamma… ¡no necesitarían irse!
Sentí mis labios estirarse en una gran sonrisa. Ander había perdido su
aplomo.
–Quizá no sea muy confiable… me refiero a ese escudo. No, eso es estúpido -
dijo.
–Nos hemos preguntado si tal vez les molestaría tener a los kzinti como
vecinos -dijo Ander-. O a los humanos. O a todos nosotros. El espacio
conocido parece repleto de especies inteligentes; pero quizá no sea igual en el
resto del universo.
–¿Barato?
–Bueno. Ellos tienen sus propios planetas, pero aún los Exteriores pagan
alquiler cuando usan la luz de alguien. Las Nubes estarán repletas con las
especies refugiadas, y con algunas locales, también. En caso de… Ander, no
sé por qué querrían ir a las Nubes, después de todo. Podrían encontrar algo
más cercano. Algo sobre el plano de la galaxia, lo que les serviría de
protección; tal vez un clúster esférico… ¿No te he comentado ya que estoy
fuera de los asuntos alienígenas?
Frunció el entrecejo.
–Huimos -dije-. Fue un error, pero aún no sé qué pudiéramos haber hecho en
lugar de eso. Los titerotes no tienen nada que ver. O tal vez… Bien, yo recibí
dinero de ellos hace tiempo, pero creo que la Brazo no podrá seguir el rastro
desde ahí.
Por supuesto que la Brazo lo hizo, y no fue gran cosa. Pero Productos
Generales indemnizó a Elefante por el fuselaje, y él me dio ese dinero a mí
cuando estábamos listos para fugarnos de la Tierra. No podrían hallar pistas
de eso.
Medité en ello.
–No tendrían que depender de nadie más, entonces. Sí, creo que es la
explicación. Los titerotes no confiarían a los Exteriores la salvación de su
especie.
–De acuerdo. Tal vez los dirijan hacia las Nubes de Magallanes.
–Beowulf, creo poder decirle a Sigmund que su viaje habrá valido la pena.
Ahora, ¿me contarás lo que ha sucedido con Plumas Filip y Carlos Wu?
Él se encogió de hombros.
–Plumas Filip desapareció al mismo tiempo y del mismo lugar que Carlos
Wu, Sharrol Janss y tú. Supongo que descubriré quién de todos ustedes ha
muerto.
–¿Quién ha muerto?
¡Yo!
–Carlos, al menos. ¿Quieres que te lo cuente desde el principio?
–¿Porqué no?
PROCUSTOS
¡Es alguna especie de arma MRA! Corre corre demasiado tarde BLAM. Mi
cabeza rueda por la arena negra. Huesos destrozados, costillas y espina
dorsal. Miedo peor que la agonía. Agonía que se va desvaneciendo
gradualmente y ya no estoy.
Trato de mover las piernas. Nada se mueve. Otra vez, con más fuerza,
¡muévanse! No hay caso. El 'doc flota agradablemente sobre la placa
elevadora, pero su masa se me resiste. ¡Empuja! Una voz detrás de mí, me
vuelvo, ella sostiene una especie de tubo, BLAM. Mi cabeza rebota en la
arena. Estalla la agonía, las sensaciones se van esfumando. Trata de aguantar,
mantente lúcido… pero todo se vuelve pastoso.
Por los dioses, ¿cuánto tiempo había dormido? Todos esos sueños… sueños-
recuerdos.
Tecleé Abrir.
Era de coral erosionado, casi simétrica, con un pico central. El aire era
chispeante y claro, y el océano se extendía sin límites, salvo por otro par de
islas que estaban justo en el horizonte.
La luz solar podía hacerme daño en pocos minutos, matarme en pocas horas.
Pero el 'doc de Carlos Wu no era un vulgar autodoctor de centro comercial.
Era una obra de arte, más inteligente que yo en algunos aspectos. Curaría
cualquier cosa que el sol pudiera hacerme.
Me puse de pie y avancé unos pasos. ¡Ay! El coral me cortó los pies. El 'doc
también podía curar eso, pero dolía.
Sólo yo, el 'doc y una isla muerta. Tendría que vivir en el 'doc. Salir de
noche, como los vampiros. Las probabilidades de que me encontraran debían
de ser muy bajas, dado que ningún barco me había rescatado en esos cuatro
meses.
Escalé. El coral me cortó las manos, los pies y las rodillas. Desde la cima del
cono podría ver toda la isla.
El agujero tenía unos setenta metros de ancho. El fondo era negro y suave, y
estaba a unos dos metros y medio. Feather había activado la autodestrucción
de la nave, que se había derretido lentamente, irradiando no mucho calor
durante muchas horas. Varios centímetros de agua de lluvia cubrían ahora sus
restos, y algo estaba tendido en medio de esa mugre.
Salté al agujero. Aterricé torpemente sobre la suave chatarra cuan largo era,
salpicando agua. Me levanté, sano y salvo. Con los dedos de los pies, palpé
una textura oblonga, con aristas y textura acanalada, algo del interior de la
nave que no se había derretido. La policía podría determinar qué había sido
esta cosa, si es que alguna vez lo investigaba… ¿pero por qué habría de
investigarlo?
El agua era una bendición para mis pies arruinados. Y para mi piel. Que ya
estaba quemada. Los albinos no soportamos la luz de las enanas amarillas.
Dado lo que podía recordar, no me sorprendió ver un cadáver. Lo revisé.
Tenía puesta la vestimenta masculina local: botas, holgados pantalones
sujetos con una soga, una chaqueta encostrada de bolsillos. La chaqueta
estaba perforada: un gran orificio deshilachado en la parte delantera y trasera.
Que sólo podía haber sido hecho con la horrible arma MRA de Feather. Tan
cerca, la cabeza… Pensé que debía estar bajo el agua, pero no había ninguna
cabeza. Había limpios huesos blancos y una vértebra del cuello cortada
prolijamente por la mitad.
Esos largos huesos parecían estar muertos desde hacía más de cuatro meses.
Años, décadas… bueno, espera un poco. Habíamos carbonizado el nido, pero
afuera habrían quedado soldados luciérnagas. Que habrían bajado a pelar los
huesos.
Las botas se estaban encogiendo, adaptándose a mis pies. Era una sensación
amistosa, que infundía confianza. Eran mis amigas más íntimas en esta isla.
Todavía estaba mareado. Ahora sería mejor que el 'doc se encargara de mí;
tomaría las píldoras después. Sacudí la chaqueta y cayeron costillas rotas.
Sacudí los pantalones para vaciarlos también. Hice una pelota con la ropa y la
arrojé al exterior del agujero. Traté de hacer lo mismo.
Regresé cojeando al 'doc, ahora con botas, con el traje abierto sobre mí como
sombrilla. Estaba afiebrado por las quemaduras de sol.
No podía entrar a la CTI con las botas puestas. Espera. Piensa. ¿Viento?
¿Olas? Até las ropas alrededor de las botas y las puse sobre el 'doc, junto al
visor frontal.
–Me las arreglaré. ¿Qué tal me veo? – Jamás había desarrollado el más
mínimo sentido de la moda aplanada. Sharrol recogió mi ropa.
Por un instante sentí el peso de todas esas toneladas de agua. Miré a Sharrol
para ver cómo lo tomaba. Sonreía, admiraba.
–Carlos vive cerca del Arrecife de la Gran Barrera, dijiste. No dijiste que
vivía en el Arrecife.
–Es un gran privilegio -me dijo Sharrol-. Yo pasé mis primeros treinta años
bajo el agua, pero no en el Arrecife. El Arrecife es demasiado frágil. Lo
protege la ONU.
–¡Nunca me lo contaste!
Dije: -Tal vez ésa sea la razón por la que pensamos de un modo similar. Yo
crecí bajo tierra. No se puede construir sobre la tierra en Lo Logramos.
–Ya me lo contaste. Los vientos.
Ella conocía a Carlos Wu desde hacía más años que yo. – A Carlos se le
ocurre una idea y la sigue hasta el fin. No sé qué se propone ahora. Tal vez
siempre quiso compartirme contigo. E invitó a una amiga para… eh…
–¿La conoces?
¡Los niños! ¡Protejan a los niños! ¿Dónde están los niños? El Médico debe
estar acicateando mis glándulas suprarrenales. No estoy despierto, pero estoy
frenético y también un poco excitado sexualmente. Después, las sensaciones
amainan. El programa Compañero de Juegos. Los cuida, les da clase y juega
con ellos. Estarán bien. No podemos llevarlos a la casa de Carlos… esta
noche no.
La noche estaba pensada para cuatro: sexo y entremeses. Era una costumbre
que comenzaba a implantarse: la cena organizada como una secuencia de
platos ligeros servidos entre encuentros de sexo recreativo. Algo heredado de
los antiguos griegos o italianos, tal vez. Hay algo que los amantes aprenden al
darse de comer unos a otros.
Feather…
¡Pero los niños! Tengo que recordar. Habíamos bajado. Sharrol había salido
del 'doc, pero no descongelamos a Tanya y a Louis. Los llevamos flotando en
sus cajas hasta el barco. Feather y yo desenganchamos la placa elevadora y la
deslizamos bajo el 'doc. Debajo de esa abultada chaqueta, Feather se movía
como una tigresa. Pronunció mi nombre, me volví…
Feather.
Pero toda vez que mencionamos a la MRA esa noche, Feather cambió de
tema.
Yo había pensado que Carlos dirigiría nuestros movimientos bajo el
camposueño. Siendo un genio certificado, ¿no sería magnífico en esa
actividad también? Pero Feather tenía sus propias ideas y Carlos la dejó
hacer. Feather hacía el amor agresiva y acrobáticamente. Esa tarde sentí su
fuerza. Y mi debilidad, como que me había criado en la baja gravedad de Lo
Logramos.
Y así pasaron tres horas, mientras los maravillosos colores del arrecife se
iban oscureciendo a medida que se acercaba la noche amplificada por las
luces.
Y después Feather sacó una mano del camposueño, una mano flexible como
una víbora… La introdujo en su mochila, buscó algo, frunció el ceño y volvió
a su lugar diciendo:
–Puse el escudo.
–Me conocen -dijo Feather-Estarán pensando que les permití usar los
monitores porque quería alardear, pero que ahora vamos a intentar algo más
original. O quizás que sólo estoy poniéndolos a prueba. No es la primera
vez…
–Entonces…
–…que encuentro una señal eléctrica nueva que puede bloquear sus equipos.
Después lo reparan. Repararán esto también, pero no esta noche. No es más
que Feather, regresando después de una larga semana.
Carlos lo aceptó.
–Carlos, hace unos años hablamos de esto hasta el hartazgo. – Sharrol estaba
molesta-. Claro que podría vivir en Hogar. No me gusta la idea de volar de
mundo en mundo como un… un cadáver, aunque podría llegar a hacerlo.
Pero la ONU no quiere que emigre y Hogar no acepta planofóbicos.
–Sí. Pero Sigmund Ausfaller y sus gnomos jamás me perdieron la pista. Las
Naciones Unidas piensan que son dueñas de mis genes. Me supervisan en
cualquier sitio que esté.
–Sharrol, querida, todo eso ya está censurado. La MRA decide qué es lo que
nunca sabrás sobre nosotros. La mayoría tomamos productos químicos
psicoactivos para mantenernos dentro del esquema paranoide apropiado
durante las horas de trabajo. Permanecemos en ese estado durante cuatro días
y luego nos volvemos cuerdos durante el fin de semana. Si empezamos a
enloquecernos demasiado nos dan de baja. – Feather estaba nerviosa y trataba
de reprimirse, pero ahora sus prominentes músculos se pusieron tensos,
mientras recogía los codos y las rodillas hacia el pecho como para
protegerse-. Pero algunos somos así de nacimiento. Cuando vamos a trabajar
suspendemos los productos químicos. El 'doc nos devuelve a la cordura los
jueves por la tarde. Hace treinta y cinco años que soy una esquizo de la
MRA. Quieren darme de baja, pero nunca me permitirán marcharme a otro
mundo, sabiendo lo que sé. Y no quieren que una esquizo se ponga a tener
hijos.
Y eso sí que no tenía sentido. – Feather, salí de la Tierra tres veces desde que
llegué.
Me encogí de hombros. – ¿Entonces por qué me confían todo esto? ¿Por qué
no se fueron solos, Carlos y tú?
Para los kzins, ese mundo era sólo un número. A los kzins no les gustan los
deportes oceánicos. El continente se llamaba Shasht, que significa «Asesinato
Enterrado». Shasht casi no tenía vida, pero el aire era respirable y las minas
valiosas. Los kzins habían dragado megatones de lecho marino para fertilizar
los cotos de caza de la jungla y habían llegado a producir semillas y a
plantarlas, antes de la Cuarta Guerra Humana-Kzin.
–Los he contactado dos veces. Cuando los Graynor lleguen a Wunderland los
estará esperando una retribución monetaria. No hablarán. La otra familia
Graynor emigrará a Hogar…
–Pero si ustedes y los niños no vienen, Feather tendrá que buscar a otras
personas.
–No se darán cuenta -dijo Feather, y se volvió hacia mí-. Detecté una
pequeña nave de descenso furtivo, sobreviviente de la Cuarta Guerra, con una
caja de criosuspensión en la parte trasera, para ti, Sharrol. Descenderemos
con ella en Fafnir. Tengo un bote inflable que nos llevará al espaciopuerto de
Shasht del Norte, y partiremos hacia Hogar en una crionave de línea de las
Empresas Travesía. Sharrol, tú abordarás la crionave ya congelada. Sé como
hacer para obviar ese trámite. – Ahora Feather estaba entusiasmada. Me tomó
del brazo y me dijo-: Tenemos que ir a buscar esa nave furtiva, Beowulf. Está
en Marte.
Los dedos de Feather se cerraron con desgarrante fuerza. Advertí que a esa
mujer no le agradaba que sus planes se vieran alterados.
–Sí, tienes razón. Hay lugar para Tanya… mejor todavía, para los dos niños.
Sharrol puede viajar en el 'doc.
Compré un disco de edición barata, una guía turística del sistema Fafnir, y lo
estudié.
Todas las minas están en Shasht. También todas las industrias, los dos
espaciopuertos y la sede del gobierno. Pero la vida -los centros de recreación,
las viviendas, las familias- está en las islas.
Encontrar la vieja nave de descenso furtivo había sido, con toda certeza, un
golpe de suerte. Era una copia idéntica de la nave que, durante la Cuarta
Guerra, había llevado a Sinbad Jabar a Meerowks, donde había invadido el
harem de La Voz del Patriarca. Esa desgracia había hecho que el equilibrio de
poderes entre los kzins locales se volviera inestable. La alianza humana se
había apoderado de Meerowks, cambiándole el nombre al planeta por el de El
Premio de Jabar, hasta que, más tarde, una generación pacifista tomó el
poder. Desde entonces, la piel de Jabar está en exhibición allí.
–Aquí nadie nos vigila. No hace falta que finjas ser turista.
Lo reconocí.
–Y la primera ley del turismo es lea todo. – Pero apagué la pantalla y le dije,
animado por un espíritu conciliador-: Está bien. Muéstrame. ¿Qué hay para
ver en Marte?
–Nada.
–La hundimos.
Es imposible construir una casa, o amarrar un bote, sin antes haber quemado
el nido. Después hay que esperar doce días para que mueran los soldados que
quedaron fuera del nido. Después hay que tapar el nido. Usarlo como sótano,
ponerle una casa encima. De lo contrario, el mar puede traer una reina que
usará el nido nuevamente.
–En esto me aventajas -admití-. ¿Qué tiene esta nave en los cohetes
inferiores?
–Bien.
Abrir.
Aun así, había tenido suerte. Pude haber despertado bajo el agua.
Feather respondió:
–No es «nuestro».
–Es lo único que tenemos, Feather. Déjame mostrarte cómo se usa. Primero,
el diagnóstico…
La cosa era tan grande como el bote inflable que nos llevaría a Shasht. Carlos
tenía un elevador antigravitacional para ponerle debajo. La Cavidad de
Terapia Intensiva estaba diseñada a la medida de Carlos Wu, naturalmente,
pero cualquiera de nosotros podría hacer uso de los catéteres, tubos con punta
hipodérmica y pantallas que ocupaban toda una cara de la cosa: la pared de
servicios.
–Ahora, la cavidad. Es para las heridas más graves, pero la reprogramé para
ti, Sharrol, querida…
–Pero tiene las medidas exactas de Carlos -nos dijo Feather, mordaz-. La
ONU piensa mucho en Carlos. Nosotros no podemos usarla.
–Oh, no. Este aparato es muy avanzado. Yo participé en el diseño. Algún día
podremos utilizar esta técnica con todo el mundo. – Carlos le dio unas
palmaditas al monstruo-. Aquí dentro no hay órganos clonados ni cosa que se
le parezca. Hay un programa Cirujano, un receptáculo con caldo orgánico y
un montón de máquinas auto-replicantes de pocos átomos de largo. Si
perdiera una pierna o un ojo, ellas me pondrían a dormir y reconstruirían el
órgano directamente sobre mi cuerpo. Incluso hay… Aquí, presten atención.
Por aquí se llena el receptáculo orgánico, para que la máquina no se quede sin
materia prima. Hasta se podría cargar con peces de Fafnir, si logran
atraparlos, aunque son pobres en metales…
Lo dejé en la playa. Tal vez había una solución. Dejé que la parte posterior de
mi cerebro jugueteara con la posibilidad durante un rato.
–Sharrol -dije.
Había dormido como los muertos, con el rostro laxo bajo la tapa transparente,
como la Bella Durmiente. Se me había dado por hablarle, preguntándome si
alguna parte de ella podría oírme. No llegué a confirmarlo después.
–Nunca me pregunté por qué me amabas. Soy egoísta. Pero cuando eras
joven debías ser parecida a mí. Treinta años bajo el agua, sin luz solar. Tus
tíos y tu padre deben haber tenido una apariencia casi idéntica a la mía. Hasta
es posible que hayan tenido el pelo blanco. ¿Qué edad tienes? Nunca te lo
pregunté.
–¡Al tanj con eso! ¿Dónde estás? ¿Dónde están Tanya y Louis? ¿Dónde está
Carlos? ¿Qué pasó después de que me dispararon?
»Tal vez intentaste matarla. No creo que le causaras un gran problema, pero
quizás Feather también quería matarte a ti. Se quedaría con los niños…
Hablándole a Sharrol: tan sin vida como estaba, acaso no era tan demencial
hablarle a ella como hablarme a mí mismo. No podía hablar con los otros.
Ellos…
Nunca hablábamos mucho de los amantes del otro. En realidad, era más fácil
contarle estas cosas a Sharrol cuando no estaba.
–Pero casi durante todo el trayecto hacia Fafnir, Feather estuvo muy bien.
Pero no se acostó conmigo. Sólo con Carlos. No tenía problema en llevar una
conversación conmigo, pero yo tenía ganas, mi amor, y también estaba
frustrado. Así que no quería hablar con ella. Y ella siempre se pegaba a
Carlos y Carlos se sentía un poco abochornado por todo eso. Hablamos de
nuestros planes, pero para cualquier tema personal sólo recurrí a ti. Bella
Durmiente.
Era una noche cálida y despejada. Por convención, los barcos podían tener
luces de cualquier color, menos amarillas como las luciérnagas. Era
imposible no ver las luces de los barcos.
»Y, por supuesto, te perdiste el descenso… pero lo que quiero destacar es que
en ningún momento dijimos nada.
»Muy bien. Todo este esquema había sido diseñado por Feather, llevado a
cabo por Feather. Era… -Me quedé mirando la negra noche-. Oh. – Tendría
que haberlo advertido antes-. ¿Para qué necesitaba Feather a Carlos?
¿Y entonces?
Con los ojos abiertos a la oscuridad, en trance, recordé esa noche final. Luces
amarillas salpicadas sobre el océano negro. Algunas no tienen el color
esperado: son demasiado brillantes, o demasiado azuladas. Esas hay que
evitarlas. Son casas. Hay que elegir una que esté lejos del resto. Detengo la
nave en el aire. La materia orgánica se quema, amarillo luciérnaga bajo las
llamas de los impulsores, luego se desvanece. Hago que nos hundamos en el
hoyo, como un huevo en la huevera. Feather abre el techo de un disparo y
salimos arrastrándonos…
¿Y entonces?
–Ella quería rehenes. A nuestros niños, pero son los hijos de Carlos. Están
congelados, no le darán problemas. ¿Pero a mí para qué me necesita? Al
matarme, le demuestra a Carlos que ella habla en serio. Tal vez es porque
cuento demasiadas anécdotas, tal piensa que soy peligroso. Tal vez…
Ahora dije:
–Me asesinó para demostrar que podía hacerlo. Pero a mí me pareció que
Carlos se limitó a escapar. En el bote no había armas… acabábamos de
inflarlo. Lo único que podía hacer era arrancar y huir. Eso demora… -Cuando
lo analicé, me di cuenta de que Carlos había sido muy hábil. Se había
escapado, llevándose a Tanya y a Louis, los dos rehenes. Protegerlos ahora,
negociar después.
¡No!
–Feather te secuestró. Tenía que secuestrarte. – Podía ser. Podía ser-. ¿Con
qué otra cosa iba a amenazar a Carlos? Tiene que mantenerte con vida. –
Traté de creer en eso-. No te asesinó en el primer momento, por cierto.
Alguien tuvo que haberme metido en el 'doc. Y Feather no tenía ningún
interés en hacerlo.
Pero tampoco tenía ningún interés en permitir que Sharrol lo hiciera.
¿Y la reserva de biomasa?
¿Peces?
Feather quería demostrarle a Carlos que podía llegar a ser muy razonable…
demasiado razonable. Todo esto me daba muy mala impresión.
–El otro cuerpo, el que está sin cabeza… ¿Por qué no poner eso en el
receptáculo? Sería mucho más fácil. A menos que…
El 'doc la había arrancado de su sueño de tres semanas. Estaba igual que yo:
despierta, alerta, lista.
La respuesta no apareció. Es que… seguía sin saber dónde estaba Sharrol, y
Carlos, y los niños. ¿Y si estaba equivocado? Feather me había hecho un
mapa con la ruta a Hogar, paso por paso. Yo sabía exactamente dónde estaba
Feather ahora, si mis suposiciones tenían un sustento lógico. Pero si había
una sola presunción que estuviera equivocada… Feather Filip podía aparecer
detrás de mí en cualquier momento.
Podría lograr más seguridad para mí, y también para Sharrol, si armaba un
escenario de posibilidades mucho peores.
Feather de ninguna manera sería congelada con un arma en la mano. Ese sería
el momento para atacarla: cuando saliera de la criosuspensión, en Hogar.
Las noches eran tan cálidas como los días. Tal como lo prometía el material
turístico, llovía justo antes del amanecer. Coloqué mis pantalones de modo tal
que derivaran el agua de lluvia hacia un hoyo que había abierto en el coral.
La guía turística me había informado sobre cómo conseguir alimento. Que los
nidos de luciérnagas mueran no es un hecho poco frecuente. Tarde o
temprano, cualquiera de las diversas especies de criaturas nadadoras descubre
alguna isla sin iluminar. Algunas se deslizan con las olas y desovan en la
arena.
No había nada que sirviera para hacer un bote. Durante el día, no se veía que
el nido de luciérnagas estaba quemado, de modo que cualquier barco que
pasara tendría miedo de venir a rescatarme. Pensé en nadar; pensé en
alejarme mar adentro sobre el elevador antigravitacional, en la dirección en
que me llevara el viento. Pero en el mar no podría conseguir comida, y
además… ¿cómo haría para acercarme a otra isla?
Se acababa de poner el sol, la octava noche, cuando vi una luz que titilaba,
azul-verde-rojo.
Con los ojos tan cerca del nivel del agua, no podía ver el barco. Disparé otra
bengala antes de que amaneciera. Alguien que estuviese despierto tenía que
haber visto alguna… y si no era así, todavía me quedaban tres. Continué
nadando.
El océano tenía dientes, por supuesto, pero los carnívoros estaban muy
especializados y conocían los sonidos que emitían sus presas. Había unas
pocas y aterradoras excepciones. La razón y la lógica no alcanzaban para
borrar el recuerdo de los hologramas de esas criaturas, que nada tenían que
envidiarle a un tiburón blanco.
Me cansé muy pronto. El aire era cálido; el agua también, porque estaba
absorbiéndome el calor de la carne y los huesos. Continué nadando.
Quien me rescatara no podría saber que había estado en una isla. Cuanto más
me alejara de ella, mejor. No quería que encontraran el 'doc de Carlos Wu.
Al principio, no vi del barco nada más que las grandes alas blancas de sus
velas. Calibré la linterna de bolsillo en foco amplio y máxima potencia, para
competir con lo que ahora era plena luz del día, y dirigí el vívido rayo de luz
verde hacia las velas.
Y esperé que el barco girara hacia mí, pero no lo hizo hasta pasado un largo
rato. Se acercó zigzagueando, empujado por el viento, y no en línea recta. Me
pareció que nunca iba a llegar.
Yo estaba acalambrado y tenía frío; era apenas capaz de mover un dedo. Ese
fue el peor momento, y no pude reunir fuerzas para poder apreciarlo.
Pasivamente, por completo incapaz de protegerme, dejé que la mujer me
enlazara por debajo de las axilas y observé cómo el hombre me izaba y me
depositaba en cubierta.
Feather podía haberme asesinado antes de que el 'doc me dejara salir. ¿A qué
esperar? Había logrado deducir lo que le había sucedido a Feather; era casi
plausible… pero no podía sacarme de la cabeza la idea de que ella estaba allí
esperándome, mirándome, mientras me subían a bordo.
Pero sólo había un hombre rubio y musculoso, de oblicuos ojos pardos y una
cabellera dorada tan desteñida que era casi tan blanca como la mía. Tor, lo
llamó la mujer, y ella era Wil. El hombre me envolvió con una manta burbuja
de color plateado y me puso un bulbo con algo caliente en las manos.
Las manos me temblaban. Si hubiese sido una taza habría derramado todo su
contenido. Me llevé el bulbo a los labios y succioné. Extraño sabor, realzado
con un toque de ron. El calor me penetró hasta los huesos, como si fuera la
vida misma.
La mujer subió al barco, chorreando agua. Sus ojos eran como los del
hombre; su dorado bronceado era igual al de él. El hombre le dio otro bulbo.
Me inspeccionaron con actitud amistosa. Traté de decir algo, pero mis dientes
se habían convertido en castañuelas. Succioné y los escuché discutir acerca
de quién y qué era yo, y acerca de qué cosa podía haber destrozado mi
chaqueta de modo semejante.
Dejar toda nuestra fortuna en la Tierra era doloroso. Feather podía contribuir.
Hallar un medio para desviar una corriente de fondos de la MRA hacia
Fafnir, reponiéndola con el dinero de Carlos.
Muuuuy bien. Pero Sharrol y yo íbamos a tener que vivir de Carlos… o tal
vez no de Carlos. Por ahora, quien controlaba esos fondos era Feather y a
Feather le agradaba tener el control. No había mencionado que esperaba
guardarse un poco de ese dinero para ella. Eso me molestó. Debe haber
molestado a Carlos también, aunque no tuvimos oportunidad de hablar del
tema en privado.
En cuanto a mí, recurrí al más viejo amigo que tenía en la Tierra. Productos
Generales le debía una suma considerable a Elefante, y Elefante -Gregory
Pelton- me debía dinero a mí. Hizo que Productos Generales me abriera una
cuenta en Hogar y otra en Fafnir. Feather no habría dado su aprobación a esta
brecha en nuestro secreto, pero los alienígenos que manejan Productos
Generales no revelan secretos. Con decir habíamos sido totalmente incapaces
de encontrar su planeta natal hasta que lo cambiaron de lugar.
Wil terminó la sopa, fue hasta un armario y trajo una chaqueta. No era
parecida a la mía y estaba nueva, intacta. Me ayudaron a ponérmela y me
permitieron vaciar los bolsillos de mi harapienta indumentaria antes de
arrojarla al interior del armario.
El disco no había mencionado situaciones como esta. Tal vez era una
costumbre nueva: el que rescata oculta información para que el rescatado
pobre no se avergüence. Para que no envíe ningún regalo de rescate, en lugar
de verse obligado a enviar algún presente de poco valor. Pero eran puras
suposiciones. Todavía no podía comprender sus códigos.
–Me resigné -dije abruptamente-. Fui muy estúpido. Todavía no… todavía no
había agotado todos los medios posibles.
–Perdí a mi esposa hace cuatro meses. Una ola malvada… ¿saben ustedes que
las olas cruzadas pueden convertirse en montañas de agua? Tumbó nuestro
barco. Me recogió un barco pesquero, el Tritón. – Un civil debe ser capaz de
recordar el nombre de quien lo rescata-. No hay registros de que hayan
encontrado a Milcenta. Compré otro barco y salí a buscarla. Han pasado
cuatro meses. Ultimamente, me dedicaba más a beber que a buscarla, y hace
tres noches algo golpeó el barco. Un rayo torpedo, creo. No se hundió, pero
quedó sin energía, sin siquiera luces. Me harté y decidí comenzar a nadar.
–Era medianoche, yo estaba frío como el fondo del mar, y se me ocurrió que
tal vez habían rescatado a Mil bajo otro nombre. No estamos registrados
como pareja. Si Mil estaba en coma, habrán verificado las huellas de su
retina…
–¡La salvaron!
Y… -No hubo regalo de rescate-. Ese era el otro aspecto: si Sharrol hubiese
enviado un regalo adecuado, el bochorno de haber sido rescatada del mar
nunca habría quedado registrado públicamente. Sharrol y yo habíamos estado
practicando para saber cómo actuar ante una situación como esta. Mi esposa
debe haber estado en muy malas condiciones.
Me enseñaron a navegar.
El Pez Gaviota estaba hecho para las velas, no para la gente. Los pisos no
eran planos. Había sogas tiradas en todas las superficies. El mástil pasaba por
el medio de la cabina. No se podía entrar caminando; había que trepar. No
había placas elevadoras; había que dormir en una caja de forma extraña, lo
bastante pequeña para sujetarte durante una tormenta.
Mis anfitriones no habían dicho nada. Era fácil inferir lo que debían pensar.
Que habían hallado a un neurótico que estaba navegando en busca de su
esposa muerta hasta perder por completo el amor a la vida.
Con cierto pudor, hablé con Tor y le pregunté si había algo parecido a un
estilista a bordo.
Tenían tijeras. Muuuy bien. Wil trató de darle forma a mi cabello, se rió del
resultado que obtuvo, y me sugirió que terminara el arreglo en la Isla Booty.
Así que traté de olvidarme del resto del mundo y dedicarme, sencillamente, a
navegar. Eso mismo era lo que estaban haciendo Wilhelmin y Toranaga. Un
día a la vez. Las islas y las embarcaciones se hicieron más frecuentes a
medida que nos acercábamos a las Islas Centrales. Otro día para que Feather
me olvidara, o me perdiera la pista. Otro día de seguridad para Sharrol, en
caso de que Feather me estuviese siguiendo para llegar a ella. Tendría que
tener cuidado.
Y con eso habría estado en paz, salvo por mi chaqueta destrozada, que estaba
en un armario que mis huellas dactilares no podían abrir.
Wil y Tor me contaron de sí mismos, un poco, pero yo seguía sin conocer sus
identidades. Dormían en una cabina cerrada con llave. También noté una
ausencia. Wil era una mujer adorable, no muy diferente de la propia Sharrol,
pero su conducta y su lenguaje corporal no mostraban señal alguna de que
considerara que ella era una mujer y yo un hombre, y mucho menos de que
fuera a aceptar alguna insinuación.
En esta cultura ajena a mí, eso podía significar cualquier cosa: que mi corte
de pelo, o la forma de mi nariz, o el color de mi piel le resultaban
desagradables, o que yo no conocía el lenguaje corporal local, o que yo no
disponía de documentación sobre mi mapa genético. También me pregunté si
no estaría rechazando cualquier tipo de regalo de rescate, de cualquier clase,
de parte de un hombre al que tal vez debería entregar a la policía.
¿Qué pensaría un detective de la policía de esos agujeros en la chaqueta?
Bueno, pensaría que algún arma cinética la había perforado, junto con su
ocupante, matándolo instantáneamente, después de lo cual alguien (¿el
asesino?) había robado la chaqueta para su uso personal. Y si Wil y Tor
estaban pensando eso… Lo que había hecho con el llamador, ¿podía haber
quedado grabado automáticamente?
Esa noche, en la cena, Wil se puso a hablar de la vida marina de Fafnir. Había
trabajado en Pacífica, sitio que, según entendí, era una especie de zoológico
submarino. Y… ¿sabía yo algo de una forma de vida procedente de Kdat que
se parecía al calamar de la Tierra?
–No creo. Los kzins no son surfistas -dijo Tor, y nos reímos.
–Los querían para los cotos de caza. En Kdat, esas malditas criaturas pueden
acercarse a la playa y llevarse grandes animales, arrastrándolos hacia el
océano. Pero las que había cerca de Shasht han muerto todas; nunca logramos
conseguir una para Pacífica.
–Bueno -dije. Vacilé, y luego-: Creo que a mí me atacó algo así. Pero
enorme. Y no estaba cerca de Shasht; estaba donde ustedes me recogieron.
–Deberías informarlo, Jan.
La Isla Booty está compuesta de varias islas fusionadas. Conté ocho picos,
pero debía haber más. Habíamos navegado durante doce días.
A todos nos hacía falta el estilista del hotel, aunque yo era el que estaba peor.
El aparato me dejó el cabello largo en la nuca, igual que a ellos, siguiendo el
peinado local que protegía de las quemaduras de sol. Hice que me recortara la
barba sin dejarme totalmente afeitado. El sol había hecho de las suyas:
parecía mucho más viejo.
Milcenta Graynor -Sharrol- había usado un 'doc ocho veces en los últimos
cuatro meses y pico, comenzando una semana después de nuestro desastroso
aterrizaje. El registro indicaba una gran mejoría durante ese período, iniciado
con un nivel de adrenalina alarmante, acidez estomacal y otros síntomas
menos peligrosos. Ocho veces, dentro del área de las Islas Centrales… nunca
en Shasht.
No se me ocurría cómo.
La buena noticia era que todos los habitantes de las islas llevaban cuchillo.
Esos tiburones voladores que me habían atacado durante la cacería de huevas
eran sólo un grupo de predadores de entre miles.
Empresas Travesía estaba abierto. Dejé que la Srta. Machti leyera las huellas
de retina de Martin Wallace Graynor.
–Su pasaje aún tiene validez, Sr. Graynor -dijo la Srta. Machti-. El recargo de
servicio le costará ochocientas estrellas. ¡Llega cuatro meses tarde!
–Su esposo y los niños abordaron y partieron. Los pasajes de sus esposas
siguen pendientes.
–¿Los dos?
–Sí -Reaccionó, algo tardíamente-. ¡Oh, cielos, deben pensar que usted ha
muerto!
–Es lo que me temo. Al menos, John, Tweena y Nathan deben pensarlo.
¿Estaban en buenas condiciones cuando los revivieron?
–Sí, por supuesto. Pero las mujeres… ¿puede que se hayan quedado para
esperarlo?
Bien: Carlos, Tanya y Louis estaban a salvo en Hogar, y habían partido del
espaciopuerto por propia voluntad. Feather y Sharrol…
–Para usted no, Sr. Graynor, pero el Sr. John Graynor ha dejado un mensaje
para la Sra. Graynor… para la Sra. Adelaide Graynor.
Para Feather. ¿Y nada para Milcenta? ¿Aunque se quedaron las dos? Qué
extraño. La Srta. Machti parecía ser el tipo de persona a la que le interesaba
conocer detalles de la vida sexual de los demás. Quería que sintiera
curiosidad, porque la próxima pregunta era…
–Vea usted, John nunca diría nada que no pueda ser escuchado por otra gente.
Léalo usted misma… -La mujer seguía meneando la cabeza: izquierda,
derecha, izquierda-. En realidad, es preciso que lo haga. Después podrá, al
menos, contarme si hay… si… bueno… algo que yo tenga que saber,
¿verdad? Si Milcenta ha muerto.
Era una escena muy posada. Carlos parecía un hombre que escondía alguna
enfermedad. El paisaje que tenía detrás podría haber pertenecido al jardín de
alguna casa solariega de Inglaterra, una especie de terreno virgen
domesticado. A la distancia, Tanya y Louis jugaban a las escondidas,
entrando y saliendo de detrás de algún árbol de la Tierra del que caía una
jaula de follaje. Vivos. Desde el primer momento en que los vi congelados
me había quedado con la idea de que estaban muertos.
»Adelaide, como ves, los niños y yo hemos llegado sanos y salvos. Dispongo
de dinero. La mitad de nosotros hemos logrado concretar los planes que
habíamos elaborado juntos. Tus pasajes de crionave siguen siendo válidos.
»No sé nada de Mart. Espero que tengas noticias de él, pero creo que nunca
debió haberse ido a navegar solo. Temo lo peor.
–No.
–Lo enviaré por fax, desde el hotel. ¿Cuándo sale el próximo vuelo?
Usé una cámara del hotel. El primer disco que hice sería enviado por medio
de Empresas Travesía. «John, estoy bien. Estuve un tiempo en una isla
muerta, comiendo pescado». Un tono ligeramente beligerante: «No sé nada
de Milcenta ni Adelaide. Conozco a Milcenta más que tú y, francamente, creo
que a estas alturas deben haberse separado. Hogar parece ser una nueva vida,
pero todavía no me resigno a renunciar a la vieja. Te lo haré saber cuando yo
mismo lo sepa».
¡Y él tenía el dinero! No sólo sus propios fondos, sino el dinero que Feather
sabía, los «fondos familiares». Carlos debía haber llegado a la civilización
mucho antes que ella y se las había arreglado para secuestrar lo que Feather
había desviado a través de la MRA. Si Feather andaba suelta en Fafnir,
también estaba en bancarrota. No poseía nada salvo el crédito que le
permitiría conseguir una llamada de hiperonda a Hogar, o que las congelaran,
a ella y a Sharrol, y las enviaran allá. Aunque Carlos no lo sabía, hasta
Sharrol había escapado.
Casi cinco meses. ¿De qué estaba viviendo Feather? ¿Tenía un empleo?
¿Algo que yo pudiera rastrear? Dado su entrenamiento, le convenía mucho
más dedicarse al robo.
Así que revisé algunas listas de empleos, pero no encontré nada que saltara a
la vista. Apagué el llamador y esperé poder dormir. Quizás dormité un poco.
Muy bien, soy Feather Filip. ¿Qué sé de Sharrol? Feather debe haberla
investigado; ¡seguro que a mí sí me había investigado!
Rebobinemos. ¿Cómo se había escapado Sharrol?
En algún momento, encuentra una isla. Sin un centavo. Necesita trabajar ya.
¿Qué tipo de trabajo sería? Tiene que ser algo acorde con una planofóbica. La
está persiguiendo una asesina, y el planeta extraño que la rodea se introduce a
la fuerza dentro de su mente a cada segundo. Ser azafata de dirigible,
probablemente, queda eliminado. Sería mejor un empleo en un hotel.
Feather, con varios días de retraso, busca un empleo, pero los listados
también le revelarán las opciones de Sharrol. Y ahora yo estaba otra vez en la
habitación, revisando los listados de empleos ofrecidos. Experiencia… no
recordaba qué se suponía que podía hacer Milcenta Graynor. Las verdaderas
aptitudes de Sharrol, de todos modos, no eran las mismas que las de
Milcenta, como tampoco lo eran las mías comparadas con las de Mart
Graynor. Así que busquemos en personal sin experiencia.
Salarios bajos, por supuesto. Excepto aquí: sirviente, embajada kzin. ¿Era
una broma? No, decía: mantenimiento del museo, debe trabajar en contacto
con kzins. Algunos kzins se habían quedado con la embajada e incluso habían
adquirido la ciudadanía. ¿Podría Sharrol ubicarse allí? Se llevaba bien con los
extraños… incluso con los casi-alienígenas, como yo.
Allí afuera había sombra, bajo una maravillosa variedad de malezas marinas
que crecían en matas, como un bosque neblinoso. En todos lados había vida.
Aquí, una dotación de campanas transparentes, casi invisibles, se abrían y
cerraban para impulsarse. Allá, unos peces cuasiterráqueos que fulguraban
como si sobre ellos se hubiesen garrapateado con tinta fosforescente unos
graffiti alienígenos para que sus potenciales parejas pudieran identificarlos.
Los depredadores se escondían en las verdes copas del follaje; unas criaturas
con forma de torpedo salieron de su escondrijo y volvieron a desaparecer
entre el follaje con la presa retorciéndose entre sus largas mandíbulas.
Un brazo sin huesos se zambulló desde una isla flotante de algas, hacia el pez
anaranjado neón que nadaba exactamente al ras del lecho arenoso. Su mano,
armada con un aguijón, se flexionó y cayó como una red sobre la presa que se
retorcía… y una enorme boca se abrió más grande aún y se cerró sobre la
muñeca. El asesino era oscuro y macizo, con la forma de una mantarraya de
los mares de la Tierra. El pez más pequeño tenía color en la línea dorsal y se
movía acompañando los desplazamientos de la raya. La raya masticó,
succionando el brazo, hasta que arrancó de un árbol de algas a la ostra negra
de la que salía el miembro, atrayéndola hacia sí hasta matarla.
Una bestia de gran tamaño, como un largo delfín con agallas y grandes ojos
redondos, se detuvo para estudiarme. Se decía que los peces búhos no eran
mucho más inteligentes que un buen perro, pero los científicos de Fafnir
habían sido reacios a demostrarlo y los pescadores de Fafnir seguían sin
creerlo.
Sharrol nadaba como un pez; podría estar allí afuera ahora mismo. Sin
embargo, a la distancia y bajo el agua, ¿la reconocería? Y Feather podría
reconocerme, y Feather, con toda seguridad, nadaba mejor que yo, y yo de
ninguna manera podía ignorar a Feather.
Sharrol tenía que estar viviendo bajo el agua. Era la única forma de que
lograra conservar la cordura. La vida que estaba del otro lado de la ventana
era extraña, sí, pero la vida de los océanos de la Tierra también era extraña.
Mi lento entendimiento no se había percatado de ello al principio, pero la
destreza de Feather sería capaz de resolver esa adivinanza.
Y Beowulf Shaeffer tenía que estar bajo el agua para evitar la luz solar. Era
posible que Feather me encontrara por el motivo equivocado.
No fue una pérdida de tiempo. Desde la ventana se veía la calle principal del
grupo de burbujas que formaban el pueblo de Pacífica. Vi trajes de baño y
gente vestida con ropas informales que llevaba equipo de buceo o de pesca.
Casi nadie se vestía normalmente. Eso quedaba reservado para Shasht, para ir
a trabajar. En el mismo restaurante, vi sólo cuatro personas con túnicas de
oficina entre una multitud de cien. Y dos hombres con el uniforme azul
oscuro de la policía, que dejaba al descubierto los brazos y las piernas: se
podía nadar con esas ropas.
Y una mesa larga, vacía, con enormes sillas muy separadas entre sí. Me
pregunté con qué frecuencia vendrían los kzins. Era difícil creer que habría
muchos, después de doscientos años de dominación humana.
Aprendíamos a hacer esto cuando éramos niños. La idea era usar un cable
superconductor para hacer un puente sobre los circuitos centrales. Las
compañías de transporte les cobraban a los ciudadanos una tarifa trimestral
que cubría las transferencias locales. Las autoridades no se enojaban si uno se
alejaba de las fronteras de la tarjeta. Las fronteras estaban determinadas por
códigos de área.
Bueno, parecía ser la clase de tarjeta que usábamos entonces. Las cabinas de
Fafnir prestaban servicio a una población que no utilizaba demasiado ese
servicio. Era muy posible que el mismo tuviera décadas de edad y que
necesitara una modernización desde hacía mucho tiempo. Así que haría el
intento.
Me puse ropa informal. Enrollé mi traje mojado alrededor del resto del
equipo de buceo e introduje el aturdidor en un extremo, para poder sacarlo
rápido. Metí el atado en la mochila, bien ajustado, y abandoné el cuarto.
Solarico Omni, último piso. Salí de la cabina y vi las puertas que servían para
detener a los rateros y una torre de gavetas. Por primera vez cavilé sobre el
modo en que estaba vestido. La ropa no tenía nada de malo, pero no podía
ingresar en un centro comercial con un enorme y mugriento bulto con
equipos de buceo, con un aturdidor tan a la mano. Puse la mochila en una
gaveta y atravesé las puertas.
Desde el balcón del pozo central se podía ver la totalidad del complejo. Allí
abajo estaba más oscuro de lo que yo estaba acostumbrado. Los ciudadanos
de Pacífica debían gustar de la lobreguez submarina, pensé.
Dos pisos más abajo, un centro de comidas rápidas, abierto… ¿no era allí
donde la había visto? Poniéndose de pie… pero ahora había desaparecido.
Sólo había visto un rostro y tal vez me había equivocado. Y ella nunca
lograría detectarme hasta que me acercara mucho más.
Tres pisos más abajo, Sección Deportes. Muy bien. Descendí por la escalera
mecánica. Iba a comprarme un arpón u otro aturdidor y metería todo en la
bolsa que venía incluida. Después comenzaría la cacería de rostros.
Con el rabillo del ojo, vi las manos (humanas) de otro vendedor, abriendo un
estuche y tomando ese pequeño tubo pequeño que tenía el mango apropiado
para un niño kzin. O para un hombre…
No disparó. Pero se puso pálida de terror, con las mandíbulas rígidas como
una roca y con el tubo negro apuntándome al puente de la nariz.
Nos miramos a los ojos. Alrededor de los iris se veía mucho blanco en sus
ojos desorbitados. Dije:
–La cara. Mírame la cara. Debajo de la barba. Soy Bey, mi amor. Pero treinta
centímetros más bajo. ¿Recuerdas?
–No cabía. La cavidad estaba hecha para Carlos. Tenía el corazón y los
pulmones destrozados, la espalda hecha pedazos, el cerebro moribundo, y tú
tenías que introducirme en la cavidad. Pero no cabía, ¿recuerdas? Sharrol,
tengo que saberlo. – Me di vuelta rápidamente. A un pasillo de distancia, las
narices kzin se agitaban en el aire, olfateando miedo-. ¿Mataste a Feather?
–Shh.
–Equipo de supervivencia. Siempre hay que saber qué es lo que uno lleva
encima… tú me enseñaste eso. – Comenzó a temblar-. Oí un estallido sónico.
Levanté la vista justo cuando tú volabas hacia atrás. Pensé que debía estar
loca. No era posible que hubiera visto una cosa así.
Ahora era mi espalda lo que sentía vulnerable. Sentía sobre ella todos los
pisos del edificio que tenía detrás y encima, todas las miradas. El policía kzin
había perdido el interés. Si existía una oportunidad para que Feather Filip nos
atrapara a los dos, era esta.
–Sí, querida. – Le tomé la mano, una gran osadía-. Pero tengo que saber si
ella todavía nos persigue.
–Sí. Toda esa biomasa no podía haber salido de ningún otro sitio. Tenía que
ser Feather…
–Estoy muy bien, sólo que más bajo. El 'doc me reconstruyó a partir de mi
ADN, pero con la gravedad de Fafnir. Mejor así, creo.
Yo: -Wilhelmin, Toranaga, espero que estén tan bien como nosotros. Una vez
que logré poner mi cabeza en orden no tuve problemas para encontrar a
Milcenta…
Sharrol, burbujeante: -¡Hola! Gracias por salvar la vida de Jan y gracias por
enseñarle a navegar. Yo nunca pude enseñarle cómo se hacía. Vamos a
comprar un barco apenas podamos pagarlo.
Apagué la cámara.
–Cubiertos de plata, para doce personas. Ahora no tendrán más remedio que
tener vida social.
–No, Bey…
Tal vez olió más que nuestro miedo, pensé. Nuestra estructura genética,
nuestra dieta… aunque habíamos estado comiendo pescado de Fafnir durante
más de un mes y aunque el pueblo de Fafnir estaba compuesto por hombres
de todas las razas.
–…y verduras frescas para acompañarlas. Apuesto a que no las cultivaron los
kzins. Muy bien, toma uno…
Apagué la cámara.
–Ahora Carlos.
–De acuerdo. Carlos tiene a Tanya y a Louis por un tiempo y eso está muy
bien: ellos lo aman. Nosotros estamos libres de la ONU. Todo resultó más o
menos como lo planeamos, salvo desde el punto de vista de Feather.
–Si quiero ir a algún lado, hay cabinas de transferencia. Sharrol, me crié bajo
tierra. Si no miro por las ventanas, me siento como en casa. No me molestaría
que pasáramos el resto de nuestras vidas aquí. Bueno, esto es para la Srta.
Machti de Travesía, y de paso para cualquier fuerza de la MRA que pueda
estar vigilándonos. ¿Lista? Toma uno.
Yo: -¡Hola, John! ¡Hola, chicos! Hemos llegado a un desenlace más o menos
feliz, que ahora podemos contarles, después de cierto esfuerzo.
Sharrol: -Estoy embarazada. Sucedió ayer por la mañana. Por eso tardamos
en llamarlos.
Yo: -John, sé que estás preocupado por Mil, igual que lo estaba yo, pero se ha
recuperado. Mil tiene mucha más fortaleza de la que incluso Addie le
atribuía.
Yo: -Es igual que trabajar en caída libre. Tengo un verdadero don para estas
cosas.
Sharrol: -Somos felices aquí John. Es un buen sitio para criar a un hijo, o a
varios. Algún día nos reuniremos contigo, creo, pero no ahora. Los cambios
que ha habido en mi vida son muy recientes. No podría soportarlo. Mart está
dispuesto a acceder a mis caprichos.
Yo (con tristeza): -Addie se fue, John. No esperamos volver a verla nunca
más y eso no nos quita el sueño, aunque, en lo personal, siento que ella
siempre será parte de mí. – Saludé con la mano y apagué la cámara.
Ahora veremos cómo hace Carlos para descifrar eso. A él le encantan las
adivinanzas.
SÉPTIMO ESPECTRO
»Me abandonó en una isla desierta. Supongo que estaría tratando de atrapar a
Sharrol. De otro modo, ¿por qué me iba a llevar de rehén? No puedo
imaginar dónde estarán todos ellos ahora, pero imagino que si Plumas
hubiera pescado a Sharrol, yo lo sabría.
–¿Cómo lo sabrías?
–A estas alturas debe saber que me he escapado. Ella puede poner un aviso en
la red de búsquedas personales. Pero no he visto ninguno aún.
–Veré qué puedo hacer. La Brazo es responsable por ella. ¿Puede acaso estar
muerta?
–No podría decirlo. Carlos la hirió. No sé qué tan mal, pero yo pude ver la
sangre.
Ander sonrió ante el número, dando a entender que era demasiado alto aún
para ser cómico.
–No.
Parecía que todos mis problemas se resolverían por sí mismos. Podría huir
del planeta mientras Ander intentaba salir de la cárcel. Pero había escogido el
restaurante equivocado para fumar, y me pareció sospechoso, de todas
formas. Estaba tardando demasiado…
–A decir verdad, jugué con la idea. Si sólo hubiera sido verte ir a la cárcel, te
hubiera dejado. Pero te diré algo que no dejarás pasar.
–Lo dejé porque a Sharrol le disgustaba, y recuperé mi sentido del gusto. Nej.
Ander, aparta esas cosas. Pacífica es como una gran nave.
–No sabes dónde está Plumas Filip, y hace un año y medio que dejaste el
autodoc, ¿no es así?
Me mantuve callado.
–Puedo hacer uso de algunos fondos. Dime qué te parece -dijo-. Toma mi
crédito para gastos; son cinco mil y algo de cambio chico. Habré de vivir de
prestado hasta que Sigmund me pueda entregar algo.
–Beowulf, lo que tienes para vender es un aparato que ha estado bajo el agua
de mar. La tecnología involucrada figura en grabaciones que Carlos Wu ha
ocultado.
Él se rió a carcajadas.
–Eso es ridículo.
–Ellos no sabían qué tan alto solías ser, recuerda. Además, acordar tal cosa
con kzinti es locamente peligroso. Beowulf, dispongo de casi seis mil, y
pueden ser tuyos ahora. De otro modo tendrías que esperar mientras le
comento a Sigmund lo que vendes. Luego él hará una contraoferta, que tú
habrás de aceptar; recién entonces habilitará el crédito, y lo hará por
hiperonda desde diez años luz… Y si llego a encontrar a Plumas mientras tú
esperas, no tendrás nada.
–Cien mil.
–Bien, cien mil estelares. Mitad ahora, mitad cuando tengan el autodoc. Me
quedaré aquí en el Pequod hasta que el dinero llegue -me puse de pie-. Es
medianoche. Por favor, entrega mis honorarios de consultor a la recepción del
hotel.
Veinte minutos entre las placas me daría un mundo de delicias, pensé. Cuatro
horas serían aún mejores.
Dijo que había venido aquí a buscarme. En realidad, había venido por
nosotros: por Carlos, el más valioso; Plumas, la más peligrosa; Beowulf
Shaeffer, el charlatán que sabía demasiado; los hijos de Carlos, ambos
ciudadanos de las Naciones Unidas; Sharrol… que podía conducirlo a los
demás. Pero yo podía hacerlo también; no necesitaba a Sharrol si me tenía.
Las cabinas públicas en Pacífica estaban alineadas a lo largo del domo, con
vista a la jungla submarina, para aprovechar el impacto visual en los turistas
provenientes de Shasht. Ander debía haber regresado de Shasht en el
momento en que me vio escaleras arriba, mientras yo lo miraba.
No me gustaba eso. Significaría que Ander habría instalado cámaras en
Partimos. Deben haber estado en funciones cuando Sharrol llegó con Jenna.
Ahora estarían esperando por mí.
Con esos datos, Ander debería haberse hecho a la idea de que Beowulf
Shaeffer había reducido su estatura. Pero no lo sabía. No, no lo sabía.
La gente entraba y salía de las cabinas. Tal vez alguno fuera un agente de la
Brazo plantando cámaras. Tal vez no.
Hay lugares que un soltero debe visitar. Se anuncian en las paredes de las
cabinas de transferencia. Nunca estuve en uno… -¡de veras, Sharrol!-…, pero
cuando la cabina me lanzó, no me sorprendió lo que vi.
Era ruidoso y cerrado. Todos vestían para atrapar la mirada, con esas mallas
con ventanas, hombres y mujeres. La luz tenue los favorecía, y hologramas
de mundos reales y ficticios creaban un sortilegio que distraía. Varios me
miraban y juzgaban, y no les agradaba lo que veían.
En todos los mundos hay grupos de solteros que aceptan al turista, y otros
que no.
No encontrarán más que una agencia de dirigibles por cada isla. ¿Porqué
arriesgarse a que los dirigibles colisionen si cualquiera puede tomar una
cabina hacia la próxima isla? Había cuatro terminales en los disneys, todos en
islas periféricas.
Comencé a caminar.
La luz del sol me hubiera frito antes de alcanzar mi meta, pero la noche era
un hermoso despliegue de estrellas, y las olas rompían en un azul espectral,
con relámpagos dorados debidos a las algas luminosas. Bajo esta luz, un
albino no se vería más raro que cualquier otro.
¿Y luego? A algún otro sitio, con la misma prisa que había mostrado hasta
entonces. Podría haber abordado un dirigible, pero seguramente había
regresado a Shasht vía cabina instantánea.
Por más de una hora monté en los puentes deslizantes hacia la isla de la
Bestia.
OCTAVO ESPECTRO
Estudié mi reloj: había dormido por cuatro horas. No era suficiente. Faltaba
bastante aún para el amanecer, pero debía hacer algo respecto a eso.
Miré hacia las negras aguas, y las islas luminosas, cuyos centros lucían el
brillo blanco de las ciudades o el amarillo de los faroles, y el azul eléctrico de
los rompenieblas delineando sus bordes. Una de ellas se hizo más voluminosa
y cercana. Observé mientras el Wyvern descendía hasta su amarre, y una
escalera en espiral ascendía hasta la portilla.
Me ocupé del tema por él. Compraba opciones para adquirir -o vender- cupos
de carga en espacionaves salientes, vendía la opción si el precio subía (o caía
demasiado), y algunas veces ejercí yo mismo la opción. Llevaba haciéndolo
más de un año, desde el momento en que entendí cómo era el asunto. Había
perdido unos miles, pero ese no era el punto. Mart Graynor poseía opciones
de carga con destino a Hogar.
La compré en su totalidad.
Pasaron veinte minutos. Aún tuve tiempo suficiente para cruzar el puente
deslizante hasta la isla Baker Street, poner monedas en una cabina, y
quedarme esperando en La Linda a que el Wyvern amarrara para subirme.
La luz del sol me calentó las mejillas, la frente y los párpados cerrados. Chillé
de terror y me levanté bruscamente. ¿Había tomado las píldoras? Busqué en
los bolsillos, hallé el frasco. El sello estaba roto. Bien.
Una voz desde el cuarto de controles dirigió nuestros ojos hacia donde se
estaba formando una oscura sombra por debajo del agua. Luego afloró, y el
agua cayó hacia los costados de una isla negra. Luego se alzó un cuello, unas
decenas de metros en el aire. Una cabeza de ojos muy separados se puso a
estudiar las luces de la máquina volante.
Terminaríamos en Hogar.
Un agorafóbico podría vivir y criar niños allí sin forzar a su cuerpo a admitir
que ha abandonado la Tierra. En ese aspecto carecía de interés, y ése era el
motivo por el cual lo había elegido. Yo también estaría allí, abandonado entre
las estrellas…, al fondo de un agujero, como dicen de los planetas la gente
del Cinturón.
Había estado en Fafnir por un año y medio, y lo había pasado bajo el océano.
Ésta era mi última oportunidad de conocer el mundo. Mi último vuelo
espacial, en miniatura.
Chequeo sanitario…
Más tarde, los registros le dirían que una familia nativa de Fafnir se había
hecho congelar mientras que, al otro lado del planeta, él había estado mirando
la guerra marina con Beowulf Shaeffer. No debería tener ningún motivo para
relacionar a los Graynor con algún colisionte en fuga.
Nos había seguido a Fafnir siguiendo el rumbo de la nave de Carlos, pero este
planeta no era la mejor posibilidad. Los agorafóbicos intentarían llegar a
Hogar. Mi mejor conjetura era que Sigmund destinó Fafnir a Ander, y se
dirigió a Hogar en persona.
Llegó la noche, y el aire se tornó frío. Esperé hasta que me dejaron solo.
Entonces saqué mi tarjeta de identidad de Persial Enero Hubert y la deslicé
por entre la malla de seguridad, viéndola desaparecer en las sombras.
Era todo muy similar a viajar en Líneas Nakamura como pasajero. Incluso las
diferencias eran beneficiosas: la brisa, el limpio aroma del aire, el pequeño
aislamiento. Ante un siniestro, la ayuda tardaría horas, no semanas o meses.
Me decidí por el sendero. Tal vez exageraba un poco mis precauciones; tal
vez sólo quería caminar, o broncearme un poco, o algo de tiempo extra antes
de congelarme y dejar de parecer vivo.
–Será todo para bien, supongo -dijo, en forma algo severa. No creo que ella
aprobara el hecho de que Mart Graynor tuviera dos esposas, y mucho menos
aún que fueran lesbianas-. Bien, hay unas pocas formalidades que cubrir, y
luego podrá unirse a ellas. ¿Sabía usted que el registro indica que su altura es
de doscientos diez punto ocho centímetros?
Mi sorpresa debe haber sido visible. ¿Quién podría haber visto esos registros?
Intenté lanzar una risa verosímil.
–Muy bien.
–Entonces…
–¿Señor Graynor? Tiene una llamada de un señor Ausfaller. Él dice que aún
no puede partir.
–Por supuesto.
Era una media cabina, en realidad, no más que dos paredes negras y una mesa
de proyección. Me daría privacidad, y me permitiría mirar al exterior. Tecleé
en el receptor, y el busto a escala real de Sigmund Ausfaller saltó a la vista.
Estaba en una ventana, diez pisos arriba, mirando hacia mí. Se veía del
tamaño de un muñeco, pero lo suficiente para reconocerlo. Me saludó con el
brazo a la distancia, luego se volvió al holófono.
–Estoy justo sobre ti. Te tomará horas congelarte, y días ser estibado y
lanzado. Yo sólo necesito cruzar la calle para detenerte. Sé razonable, Bey.
–Siempre pareces tener una oferta que yo no puedo rehusar. ¿Por qué me
molestas, Sigmund? Ya le conté a Ander todo lo que quería saber.
–¿Muerto?
–No puedes verlo, Bey, pero aquí tengo cuatro paredes llenas de pantallas de
video. Esparcimos cámaras por todos lados, luego adherimos las pantallas por
toda mi habitación. Ha sido… Espera un momento. Apaga todas las pantallas
-él aguardó un instante en suspenso, luego prosiguió-. Gracias a Dios, puedo
ver las paredes de nuevo. Estuve vigilando tres terminales de espaciopuerto,
los cinco principales restaurantes y diez recepciones de hoteles, y cuando
finalmente apareciste, no podía creer que fueras tú.
–No podía creerlo, eso es todo. Lo siento. Bey, ¿estás seguro respecto de
Carlos?
Ander sujetaba la terrible arma Brazo de Plumas Filip, aquella que había
atravesado mi propio pecho. La apuntó hacia mí.
–¿Reconoces esto?
Por un instante pensé que enloquecía. No podía tener eso. No podía. Estaba
en el apartamento, en el de Sharrol, escondida… Ah. Sharrol la había dejado
para mí. Había dejado el arma en mi mochila. No había sido mala idea, pero
Ander debió haber revisado mi cuarto, palpado la mochila, y la halló.
¿Cuándo?
–Estoy en mi cuarto del Pequod -dije-. Ander, nada hemos hablado respecto
de matar al pobre llanero.
–No.
–Bien, al menos ellos le seguirán el rastro hasta la Brazo. Y luego hacia ti.
–Sigmund trajo dinero local. Debe estar en aquel estuche. Me tomará algo de
tiempo quebrar el programa de seguridad, y no tengo idea de cuánto ha
traído.
–Muéstrame el estuche.
–¿Qué, acaso piensas que te miento? – salió de mi vista, para retornar con un
pesado portafolio color plata en su mano libre-. Ahora es cuando me dices
cuál es la isla.
–Estaré en contacto.
Él rió.
Se había ido.
¿Qué pensaría la policía local acerca de tal herida? Nunca habrían visto un
cadáver semejante, pero sí habrían visto un agujero como ése. La picadora
había abierto el mismo agujero a través del chaleco de emergencia de Persial
Enero Hebert, quien se había hundido sin dejar rastros un año y medio antes.
Me pregunté cuánto daño haría Ander antes de que lo atraparan. Sería una
horrenda carnicería si intentaba abrirse paso a la libertad.
FIN