Lo Que Europa Debe Al Islam de - Juan Vernet
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INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
LOS ‘ABBĀSÍES
Qāsirn b. Aṣbag.
En este período califal existió una gran tolerancia religiosa y
política. Los científicos de distintas razas y religiones colaboraban
estrechamente, siendo buena prueba de ello el mecenazgo ejercido
por el ya citado Ḥasdāy tanto con musulmanes y cristianos como
con sus propios correligionarios judíos: una operación de corso
llevada a cabo por el almirante Ibn Rumāḥis puso en venta como
esclavo, en el mercado cordobés, al erudito rabí Mošé b. Ḥanok,
perteneciente a la prestigiosa academia talmúdica de Sura.[151]
Rescatado por la comunidad israelita cordobesa, fue puesto al frente
de la misma y, a su alrededor, se formaron poetas como Menaḥem
b. Saruq, de Tortosa, y Dunaš b. Labraṭ, de Bagdad, introduciendo
este último la métrica árabe en la poesía hebraica.
Los terrores milenarios de la Cristiandad tuvieron su equivalente
en los, signos celestes que según los astrólogos cordobeses
anunciaban el inminente fin del califato: Córdoba fue testigo de un
eclipse de sol (1004); luego apareció un cometa (1006)[152] y, para
terminar, tuvo lugar —como en el resto del mundo— la conjunción
de Júpiter con Saturno en el signo de Virgo. De todos estos
acontecimientos los astrólogos dedujeron que estallaría la guerra
civil, y del último, en concreto, que, por ocurrir en un signo bifaz, los
soberanos que gobernaran durante este período tendrían dos
reinados distintos. Y así fue: de los califas que se sucedieron en el
trono cordobés desde el 15 de febrero de 1009 hasta el año 1031,
cinco volvieron al poder después de haber sido depuestos una
primera vez.
La guerra civil (fitna) motivó la huida de gran número de
intelectuales en busca de paz en las regiones periféricas de al-
Andalus. El gran poeta Ibn Darrāŷ al-Qasṭallī y el médico-literato Ibn
al-kattānī se refugiaron en Zaragoza y el último, viejo ya, dedicó
gran parte de su actividad a recorrer las cortes cristianas del Pirineo.
Escribió una antología sobre los poetas del califato, encontrada por
Fuat Sezgin y publicada por W. Hoenerbach,[153] que constituye la
fuente más importante de que disponemos sobre este tema, dado
que se ha perdido el Libro de los Huertos de Ibn Faraŷ de Jaén.[154]
Córdoba antigua,
donde dicen historiadores y poetas
nació Avicena, aquel que el sentido
entendió de Aristóteles y los secretos.
ASPECTOS DE LA HERENCIA DE LA
ANTIGÜEDAD
EN EL MUNDO ÁRABE
En las páginas anteriores hemos visto cómo la ciencia hispanoárabe
empezó su desarrollo autóctono en la época de ‘Abd al Raḥnān II a
partir de materiales heteróclitos y de varias procedencias. En
algunos casos los textos históricos y el análisis filológico permiten
establecer, sin lugar a dudas, el origen y las etapas de evolución de
determinadas ideas que adquieren carta de naturaleza europea en
nuestra península durante los siglos IX y X. Tal ocurre, por ejemplo,
con los numerales que hoy llamamos «árabes» de procedencia
india; la doctrina de las conjunciones planetarias nacida en la Persia
sasánida; la introducción de la farmacología griega a través de la
Materia médica de Dioscórides y la infiltración —casi
exclusivamente a través de España— de algunos textos técnicos y
geográficos latinos.
NUMERACIÓN DE POSICIÓN
(2 x 601) + 5
(2 x 602) + (0 x 601) + 5
(2 x 603) + (0 x 602) + (0 x 601) + 5
…………………………………
LA DOCTRINA ASTROLÓGICA
DE LAS CONJUNCIONES
Esta obra tiene aún más interés por ser uno de los arietes
empleados en el siglo XVI para combatir el aristotelismo. Jerónimo
Muñoz, al estudiar el «cometa» de 1572, afirma que Albumasar en
el De magnis conjunctionibus da la regla exacta que permite
determinar la aparición de estos astros, y siguiendo al mismo autor,
pero no la misma obra (?), admite que los cielos están sujetos a
corrupción y alteración.[51] El mismo raciocinio siguió Tycho Brahe,
el cual, más explícito, afirma que Albumasar, citado por Cardano, vio
un cometa situado más allá de Venus, es decir, en los cielos
incorruptibles, lo cual se opone a la afirmación de Aristóteles en sus
Meteoros al observar que estos objetos se mueven fuera del plano
de la eclíptica y, por consiguiente, los coloca en la esfera del fuego.
Séneca, en sus Cuestiones naturales (7, 3), había sido mucho más
cauto y se había limitado a afirmar: «Un día nacerá un hombre que
descubrirá las órbitas de los cometas y dará razón de sus
trayectorias, tan diferentes de los demás planetas». Pero fue
Albumasar quien, en el pasaje aludido por Jerónimo Muñoz,
Cardano y Tycho Brahe, rompió con las ideas admitidas en un
pasaje que W. Hartner[52] ha encontrado en su libro Muḏakarāt,[53]
conocido en la España musulmana en el siglo XI[54] y traducido al
latín en el XII por un autor no identificado,[55] bajo el título de
Memorabilia,[56] y al griego (c. 1000). El texto en cuestión reza:
Dice Albumasar: los filósofos dicen —y entre ellos el propio
Aristóteles— que los cometas se encuentran en la esfera del
fuego y en modo alguno en los cielos, ya que en los cielos no
existe cambio. Pero han errado en esta afirmación. Yo sé que
el cometa está encima de Venus, ya que su color no cambia.
Muchos han afirmado que han visto cometas más allá de
Júpiter, y otros, más allá de Saturno.
TRADUCCIONES DE TEXTOS
DE LA ANTIGÜEDAD AL ÁRABE
Del mismo modo que los árabes mostraron un aprecio muy desigual
por la herencia que habían recibido de la antigüedad, de ese mismo
modo los traductores latinos medievales marcaron sus preferencias
por el legado que ellos, a su vez, recibían del mundo árabe.
G. Sarton[36] hizo un balance estadístico aproximado de los autores
árabes y hebreos (de cultura árabe) estudiados en la Europa del
siglo XV. Sus cifras, que sólo pueden aceptarse a título indicativo,
son las siguientes: de los autores conocidos en Europa, 5 vivieron
en el siglo IX; 4 en el X; 8 en el XI; 2 en el XIII y I en el XIV. De estos
28 autores, la mayoría (16) vivieron en los siglos XI-XII. Los que
merecieron el honor de ver impresas sus obras, en versión latina
casi siempre de procedencia hispánica, antes del 1500, fueron 26.
De éstos, 2 vivieron en el siglo VIII; 10 en el IX; 5 en el X; 5 en el XI y
4 en el XII. Si se tiene en cuenta que esas impresiones debieron
realizarse respondiendo a la ley de la oferta y la demanda y se
repasa el total de ediciones de obras científicas (incluyendo en éstas
la astrología), puede verse que las que representan a los autores
que vivieron entre el 750 y 1050 son 25 y, de éstos, 22 árabes.
Algunos de esos libros fueron tan populares que tuvieron que ser
reeditados numerosas veces a pesar de las oscuridades que podía
presentar el texto latino.
El inventario por materias de las versiones latinas que
establecemos a continuación permite ver las tendencias culturales
de la época: en cabeza van las ciencias exactas (matemáticas,
astronomía, astrología), con el 47%), y siguen la filosofía (21%), la
medicina (20%) y las ciencias ocultas, o sea, la geomancia,
alquimia, etcétera (4%), y con coeficiente inferior la religión y la
física. Los traductores latinos se despreocuparon de las obras
filológicas y literarias, mientras que los hebreos —que descubrieron
la afinidad de su lengua con la árabe— se enfrascaron en la
traducción de gramáticas y léxicos, vgr. el judío Ibn Yaiš, que les
permitieron matizar más y más en sus traducciones. Apenas se
encuentran versiones de obras técnicas que pudieran facilitar a los
lectores el aprendizaje o introducción de una nueva industria y los
textos religiosos traducidos se aprovecharon por unos y otros,
musulmanes, cristianos y judíos, con fines apologéticos y, en
consecuencia, fueron traducidos frecuentemente de modo
tendencioso. Dentro de una misma comunidad podían glosarse[37]
textos religiosos, literarios y jurídicos en la lengua vehicular
dominante y éstos ser aprovechados, incidentalmente, por otros
grupos. Tal parece ser el caso del capítulo II del Collar de la Paloma
de Ibn Ḥazm de Córdoba, utilizado a partir de una versión castellana
por los médicos renacentistas.[38]
TRADUTTORE, TRADITORE
TÉCNICA DE LA TRADUCCIÓN
LOS TRADUCTORES
Las traducciones del árabe al latín anteriores al siglo XII son casi
siempre anónimas y es difícil identificar al autor del cual se traduce.
A partir del siglo XII, época de la que conservamos muchos
manuscritos, ocurre lo contrario y gracias a sus incipits y colofones
estamos relativamente bien informados de las aficiones de aquel
entonces.
En esa época trabajaron en España numerosos eruditos, buena
parte de los cuales se acogieron a la protección del arzobispo don
Raimundo (1125-1152),[1] y éste pasa por ser el creador de la
llamada Escuela de Traductores de Toledo. En rigor no debiera
llamarse escuela, desde el momento en que falta la continuidad y
organización del magisterio y que el único vínculo, si lo hay, entre
los distintos traductores o grupos de traductores es puramente
geográfico y de mecenazgo. Muchos de ellos trabajaron en ciudades
muy alejadas de Toledo y las obras orientales no sólo se tradujeron
al latín sino también al hebreo, poniéndolas al alcance de las
escuelas catedralicias y de la sinagoga y pasando, por estas vías, al
resto de Europa. La transmisión se encontró facilitada por la
heterogeneidad de estudiantes-traductores que acudieron a España
y que se instalaron en las principales ciudades de la península,
como Barcelona (Platón de Tívoli), Tarazona (Hugo de Santalla),
Toledo (Gerardo de Cremona), etc., traduciendo cuantos
manuscritos les caían entre las manos.
La identificación de los manuscritos árabes que sirvieron de base
a todos estos traductores es, a veces, muy problemática, en
especial cuando se trata de obras de Albumasar o —en el siglo XIII
— de Averroes. El estudio comparado de las versiones latinas con
sus originales árabes sólo ha sido hecho de modo esporádico hasta
ahora. Por otra parte, la producción original de estos traductores es
escasa y, cuando existe, se centra en la filosofía o en las ciencias
ocultas. Ambas disciplinas no requerían un grado de especialización
tan grande como el de las ciencias exactas. Cuando algún autor
descuella en este campo, como por ejemplo el italiano Fibonacci, se
debe no sólo a haber tenido acceso a esas traducciones —en su
caso las de Platón de Tívoli— sino a circunstancias muy especiales:
el haberse formado, como es el caso aludido, desde la más tierna
infancia, en un país árabe.
Los traductores del siglo XII tienen el mérito de haber dado a
conocer, además de la ciencia oriental, la ciencia clásica
(Aristóteles, Arquímedes, Tolomeo, Euclides, etc.) a Occidente
mucho antes de que se realizaran las primeras versiones directas
del original griego. Todos estos autores mantuvieron entre sí
contactos de amistad y trabajo[2] aunque muchas veces se nos
escapa el detalle de sus biografías: Platón de Tívoli trabajó en
Barcelona (fl. 1134-1145) asociado al judío Abraham bar Ḥiyya, alias
Savasorda (m. c. 1136), también llamado Abraham Judæus o ha-
Nasi, que actuaba como traductor intermedio. Platón dedicó su
traducción del libro del astrolabio de Ibn al-Ṣaffār (Liber Abulcasim
de operibus astrolabiæ) a Juan de Sevilla (fl. 1135-1153), personaje
éste cuya identidad es difícil de establecer. Lemay aventura como
simple hipótesis que sería un hijo del célebre conde mozárabe
Sisnando Davidiz[3] que habría sido educado en Sevilla, alcanzando
el rango de visir junto a Mu‘tamid. Para Lemay los nombres de Juan
de España, Juan de Toledo, Juan de Luna (Ibn Daud o Avendeuth)
serían otros tantos apelativos del mismo Juan de Sevilla.[4] Esta
hipótesis, así como la identificación de Avendeuth con Abraham ibn
Daud, defendida por M. Th. D’Alverny,[5] ha sido rechazada por
C. Sánchez Albornoz.[6] En todo caso, Juan de Sevilla, cualquiera
que fuera su verdadera identidad, es el intelectual más importante
de la primera mitad del siglo XII y tuvo la protección del arzobispo
don Raimundo.[7] Trabajó en colaboración con Domingo González
(m. c. 1181),[8] arcediano de Segovia. Juan traducía del árabe al
castellano y Domingo retraducía al latín. Rodolfo de Brujas (fl. 1143),
[9] único discípulo conocido de Hermann el Dálmata (fl. 1138-1143),
[10] dedicó a Juan de Sevilla su traducción de una obra de Maslama
CIENCIAS OCULTAS
MATEMÁTICAS
6 x2 - 36 x + 60 = 2 x2- 12
6 x2 + 60 + 12 = 2 x2 + 36 x
4 x2 + 72 = 36 x
que ya es uno de los modelos, el 5, que veremos en seguida.
Pero la ecuación así establecida puede simplificarse dividiendo los
dos miembros por 4 (ḥaṭṭ, radd), quedando bajo la forma:
x2 + 18 = 9 x
1) a x2 = b x
2) a x2 = c
3) a x = c
4) a x2 = + b x = c
5) a x2 + c = b x[70]
6) a x2 = b x + c
1
+
1
=
2
3 15 5
1
+
1
=
2
4 28 7
1
+
1
+
1
+
1
=
2
101 202 303 606 101
Este tipo de fracciones aparece ya en una tabla del papiro de
Rhind. En el papiro griego de Viena (siglo I a. C.) este tipo de
notación está considerablemente desarrollado y aparece, por
ejemplo, el número
1 1 1 1 1 47
52 +
+
+
+
+
= 52
2 8 16 32 54 64
π
ʃ
2πr2 sen φ d φ = 4πr2
º
Los Banū Mūsà calculan una serie finita:
n
π π Kπ π
cos
cot
< 2 Σ
sen
< csc
4n 4n 2n 4n
K=1
ASTRONOMÍA, ASTROLOGÍA,
ASTRONOMÍA
ASTROLOGÍA
ÓPTICA
ALQUIMIA ESOTÉRICA
LA «TURBA PHILOSOPHORUM»
ALQUIMIA EXOTÉRICA
MEDICINA
fuerza
1 2 4 8 16
………
resistencia
FILOSOFÍA Y RELIGIÓN
Durante todo el siglo XIII los traductores muestran especial atención
a la filosofía y a las obras sapienciales que pueden relacionarse con
ésta. La primera centra toda su atención desde que a principios de
siglo —si no antes— descubrieron el valor de la producción de
Averroes. Miguel Escoto, durante su estancia en España, tradujo
varios libros de aquél y entre ellos muy probablemente el De anima
y la Metafísica aristotélicas con los comentarios de Averroes, quien,
para escribirlos, tuvo a la vista más de una traducción árabe. Algo
más tarde, Hermann Alemán vertió la Poética,[13] y durante varios
siglos fueron muchos los filósofos que accedieron al pensamiento
aristotélico a través del gran Comentador.
Simultáneamente debieron difundirse varias obras
seudoaristotélicas,[14] pues, si bien no parecen haber sido
traducidas en España, sí cuando menos eran conocidas aquí desde
mucho antes. Tal es el caso de la Teología, que era ya conocida por
Ibn Gabirol, o el Liber de pomo (Kitāb al-tuffāḥa),[15] cuya traducción
latina se atribuye a Manfredo de Sicilia. Esta obra, refundición del
Fedro de Platón realizada tal vez por Kindī, se encuentra ya citada
por los Hermanos de la Pureza y debió ser conocida a finales del
siglo XII en el norte de España. La presentación de la misma,
reflexiones de Aristóteles poco antes de morir, la emparenta con el
género árabe de los waṣāya o «testamentos», que tan amplia
circulación tuvieron en esta literatura.
Con la filosofía están relacionadas también las colecciones
doxográficas que conservan centenares y centena res de sentencias
atribuidas a muchos pensadores clásicos, como Hermeas,
Diógenes, Zenón de Citio, Lucrecio, Epícteto y tantos otros. En su
inmensa mayoría parecen pertenecer a la Antigüedad, aunque su
atribución a un determinado filósofo sea incierta. En general estos
textos presentan forma paremiológica, y J. Kraemer[16] ha podido
demostrar que las puestas a nombre de Homero derivan en gran
parte del Menandrou gnōmai. La más importante de todas estas
obras es sin duda la de Mubaššir b. Fātik (fl. 445/1053), traducida al
castellano con el título de Los bocados de oro o Bonium en la corte
de Alfonso X.[17] También fue traducido al latín, provenzal, francés e
inglés. Del mismo estilo es la Tabla de Cebes de Ibn Miskawayhi (m.
421/1030), que sólo tardíamente fue vertida al castellano,[18] o el
Adab al-falāsifa de Ḥunayn b. Isḥāq, traducido con el título de Libro
de los buenos proverbios, tal vez ya en época de Fernando III el
Santo.[19] El Secretum secretorum recibió ahora su forma castellana
con el título de Poridat de poridades,[20] influyendo así en varios
pasajes de las Partidas. En el resto del mundo cristiano se
reelaboraron todas estas sentencias, dando origen a obras del tipo
de El libro de los cien capítulos,[21] el Libro del consejo e de los
consejeros,[22] el Llibre de paraules e dits de sauis e filosofs del
judío catalán Jafuda Bonsenyor,[23] el Llibre de saviesa, que sin
fundamento se atribuye a Jaime el Conquistador, etc.
El interés por la filosofía venía motivado por la relación de esta
disciplina con la religión desde dos puntos de vista distintos: el de la
apologética y el de la armonía de la razón con la fe. El primero
despertaba la pasión de los eruditos desde el momento en que en
España convivían gentes de tres religiones —cristiana, musulmana
y mosaica— y en el resto de Europa los judíos alternaban con los
cristianos. Desechado el recurso de la guerra —fracaso de las
Cruzadas— para imponer la fe, no quedaba más remedio que
demostrar la superioridad de ésta mediante la razón. Y a este fin
responden las sucesivas traducciones del Corán —la primera de
todas realizada en España por Roberto de Ketene a petición de
Pedro el Venerable, abad cluniacense,[24] alrededor de 1141-1143. A
partir del siglo XIII se inicia la era de las versiones de esta obra al
romance, entre las cuales descuellan la catalana de Pedro IV el del
Punyalet (1319-1387) y, sobre todo, la trilingüe latino-castellano-
árabe de Juan de Segovia (1400-1458),[25] ambas, por desgracia,
perdidas. Estas traducciones fueron seguidas, en el siglo XVI, por
otras de tipo litúrgico bilingües, realizadas por los alfaquíes moriscos
para instruir a sus filas en la Palabra de Dios, pues eran incapaces
de seguir en el texto original desde el momento en que habían
olvidado el árabe y sólo entendían el castellano.
Esta apetencia por conocer intelectualmente los dogmas de las
otras religiones se remontaba a los mismos orígenes del Islam —en
Oriente aparece ya en el siglo VIII, y en España se pone de moda al
redactar Ibn Hazm la primera historia de las religiones digna de este
nombre, su Fiṣal,[26] que no tuvo equivalente en la Cristiandad hasta
el siglo XIX. A este ambiente apologético hay que atribuir la misión
enviada por Hugo de Cluny a Zaragoza (1078),[27] que fue replicada
por el alfaquí Abū-l-Walīd al-Bāŷī (m. 474/1081). Poco después
siguen los tratados de polémica antimusulmana de Hermann de
Carintia, la traducción (1213) de la ‘aqīda (credo) de Ibn Tūmart
(1130),[28] el fundador del imperio almohade, las obras de Alfonso
Buenhombre, obispo de Marruecos (fl. 1339)[29] y, sobre todo, la
Cribratio Alchorani de Nicolás de Cusa (1401-1464), en donde éste,
partiendo de la idea de San Juan Damasceno de que el Islam es
una herejía cristiana, intenta delimitar las partes ortodoxas del
Corán.[30]
Es este entorno ideológico el que explica la manifiesta
intervención divina en las incidencias de la vida humana. Cuando
Santiago aparece en su caballo blanco en la legendaria batalla de
Clavijo, Dios no hace más que manifestarse explícitamente de modo
similar a como lo venía haciendo desde la aparición del Islam en
favor de las distintas facciones en lucha: bien al lado de los ši‘íes
(67-686),[31] bien dirimiendo la sucesión del mahdī almohade, Ibn
Tūmart, bien enviando a Abū Ya‘qūb un ángel antes de la batalla de
Alarcos.
Esta convivencia de las tres religiones explica la actuación de
figuras como Ramón Llull (fl. 1231-1315) y Raimundo Martí (fl. 1230-
1286). El primero, que desde joven tenía inquietudes religiosas, se
preocupó de aprender el árabe tan a fondo que fue capaz de
redactar directamente en esta lengua varias de sus obras escritas
con el fin de convencer y convertir pacíficamente a los musulmanes
al cristianismo.[32] Para dar forma a su método apologético realizó
varios viajes al norte de África e incitó al Papa a crear escuelas de
estudios orientales en las que se enseñara árabe, arameo (caldeo) y
hebreo. El concilio de Vienne aceptó sus ideas y recomendó la
creación de esos centros en Roma, Bolonia, París, Oxford y
Salamanca, que debían amplificar la labor desarrollada ya por el
colegio franciscano de Miramar (Mallorca).
Llull estaba tan impregnado de la cultura musulmana, que intentó
defender el cristianismo con los mismos argumentos apologéticos
con que el Islam defendía sus verdades. Si uno era el «dogma» de
la inimitabilidad del Corán, es decir, que esta obra estaba tan bien
escrita —por ser la palabra, de Dios— que ningún ser humano era
capaz de imitarla, Llull, en los Cent noms de Déu, procurará lograr
un estilo que supere estilísticamente al del Corán.[33] Lector asiduo
de Algacel, cuya lógica[34] tradujo resumida al catalán, se dejó influir
por la prosa rimada de los autores árabes, que aparece una y otra
vez en sus libros y luego se infiltra en Castilla y es utilizada por el
Arcipreste de Talavera; Llull aceptó, además, las ideas musulmanas
acerca de la oración mental, que expuso en su libro Oracions de
Ramon, y la matematización de la lógica esbozada por algunos
autores norteafricanos.
Si el franciscano Llull se había formado intelectualmente en
Mallorca y en el norte de África, el dominico Raimundo Martí,
discípulo de San Alberto el Magno en París, debió realizar sus
estudios de orientalismo en Murcia, ciudad en donde existía una
escuela dominica destinada a estos fines. Su competencia en temas
arábigos fue tan grande como en los hebraicos. Así lo demuestra su
Pugio fidei adoersus mauros et judaeos (1278).[35] Ambos autores,
Llull y Martí, influidos por Algacel y enemigos de Averroes,
establecieron sólidamente las bases de la posterior confrontación
discursiva entre cristianos y musulmanes. Y a ellos se debe la
introducción en Occidente de las luchas ideológicas, debidamente
adaptadas al pensamiento cristiano, que dividían al mundo
musulmán e incluso al judío (luchas de maimonistas y
nahmanidistas).
La posición de Santo Tomás fue sumamente moderada, ya que
supo sacar provecho de los argumentos de uno u otro bando y no se
dejó cegar por las doctrinas averroístas del mundo latino,
condenadas por el obispo de París, E. Tempier, en 1277, que con
frecuencia poco tenían que ver con las ideas propias de Averroes tal
y como hoy las conocemos.[36] En un punto muy concreto de la
doctrina del Aquinatense, el de la profecía y la revelación, analizado
de modo magistral por José María Casciaro,[37] éste ha podido
establecer que, de los veintidós artículos que integran las cuatro
cuestiones de profecía de la Summa Theologica, doce dependen
estrechamente de fuentes árabes y de las rabínicas derivadas de
aquéllas, y cuatro son sustancialmente suscitadas por ellas aunque
refute en parte la doctrina.
CIENCIAS OCULTAS
MATEMÁTICAS
INSTRUMENTOS ASTRONÓMICOS
ASTROLOGÍA
FÍSICA
Hemos visto que a principios del siglo XIII estaba traducida al latín
una de las obras más importantes de la Historia de la Ciencia, la
Óptica de Alhacén, y al mismo tiempo ya se conocía la versión de
los Meteoros de Aristóteles, así como el comentario al mismo de
Avicena. Estas obras sirvieron de punto de partida a Grosseteste
(1168-1253) para poder escribir varios tratados sobre el tema, por
ejemplo el De colore, en donde ejemplifica el método aristotélico de
la resolutio y compositio sobre el cual se habían escrito numerosas
obras en el mundo árabe (fī-l-taḥlīl wa-l-tarkīb), por ejemplo por
Ibrāhīm b. Sinān b. Ṯābit b. Qurra, Ibn al-Hayṯam, etc. En De iride
seu de iride et speculo trata del arco iris, que era uno de los
fenómenos que más preocupaban en Occidente.[225] Roger Bacon
(1214-1292) intentó ampliar estos conocimientos realizando varios
experimentos con lentes y espejos, dándose cuenta del poder
amplificador de los mismos y siendo posible que en algún momento
consiguiera realizar algún microscopio o anteojo compuesto. Pero el
caso más interesante se plantea con Dietrich von Freiberg (1250-
1310),[226] puesto que en su obra De iride et radialibus
impressionibus, escrita entre 1304 y 1310, llega a las mismas
conclusiones que su coetáneo persa Quṭ al-Dīn al-Šīrāzī (1236-
1311) en un libro escrito poco antes[227] que el de Dietrich, pues ya
fue comentado por Kamāl al-Dīn al-Farisī[228] entre 1302-1 31 r.
Ambos autores explican el arco iris (qaws quzak en árabe) como el
resultado del paso de la luz a través de una esfera transparente (la
gota de agua), en la que el rayo se refracta dos veces y se refleja
una (o dos, en el caso de un arco iris secundario). El problema
radica en saber si los elementos recibidos en el Occidente latino
tenían entidad suficiente para que a partir de los mismos se
obtuvieran idénticas conclusiones que en Oriente. Esto, por el
momento, no nos parece probable, puesto que las monografías
escritas por Alhacén sobre el tema[229] —apenas apuntado en la
Óptica— no fueron vertidas al latín. Es curioso también el ligero
desfase de fechas entre ambos tratados; el que los experimentos
realizados por los autores orientales sean más completos y
convincentes que los de Dietrich, y que algunos modelos
astronómicos que se encuentran en la Nihāyat aparezcan mucho
más tarde en el De revolutionibus de Copérnico. Y todo eso en el
momento en que la apertura política de Federico II, primero, y de los
iljānes, después, permitió llegar a Europa una nueva oleada de
conocimientos orientales. Todo, pues, hace suponer que Dietrich
von Freiberg conoció las teorías de Quṭ al-Dīn al-Šīrāzī.
Hemos visto (p. 152) que Alhacén había empleado la cámara
oscura (Thesaurus, I, 3). Sin embargo, la descripción más completa
de la misma la hizo en la Fī ṣūrat al-kusūf,[230] en donde expuso el
empleo que cabía hacer de la cámara para la observación de los
eclipses solares. Poco después (1086) este instrumento era descrito
por el físico chino Shen Kua.[231] Kamāl al-Dīn al-Farisi profundizó
en su manejo y estableció varias de las leyes que rigen la formación
de imágenes en su interior. Casi simultáneamente, en Francia, el
judío Levi ben Gerson de Bagnols (1288-1344)[232] la utilizó en los
eclipses de luna. Aquí nuevamente se presenta la dificultad de
establecer si existió relación —que, de existir, podía seguir el
camino de la Península o el directo de las embajadas de los iljānes
— entre ambos pensadores. Sea como fuere, la cámara oscura fue
poco empleada antes del Renacimiento y sólo a partir del siglo XVI
atrajo la atención de Leonardo, de Della Porta y de Atanasio Kicher.
Las paradojas de Zenón de Elea (Física, 6, 9; 8, 8; Metafísica, 2,
4), que ponían de manifiesto que el espacio no era una
yuxtaposición de puntos ni el tiempo una suma de instantes
(indivisibles), fueron reelaboradas por los filósofos árabes hasta el
punto de que el tratamiento de estos problemas en el mundo latino
del siglo XIII tiene más que ver con la obra de estos autores que con
la traducción hecha por Grosseteste del tratado seudoaristotélico De
lineis insecabilibus o del desarrollo inmediato de las paradojas, tal y
como se encuentran en el corpus aristotélico,[233] que, por otra
parte, constituyó una fuente inagotable de los sophismata con los
que se ejercitaban los estudiosos de las universidades de París y
Oxford.
Ello es debido a la abundancia de «demostraciones» árabes,
muchas geométricas, de cuestiones similares, en las que se
involucraban problemas teológicos de primer orden. De aquí que la
mayoría de los mutakallimes (considerados con frecuencia y sin
razón como los únicos representantes de la ortodoxia musulmana)
fueran partidarios de la teoría atomística o de los indivisibles,[234] tal
y como la interpretaban a partir de los textos de Demócrito, Epicuro
y de las fuentes indias que tenían a su alcance. En cambio, la
mayoría de los mu‘taziles y, por descontado, los filósofos preferían
seguir a Aristóteles y admitir la divisibilidad hasta el infinito del
continuo. Avicena trató reiteradas veces de estas cuestiones, y sus
argumentos fueron resumidos por Algacel en sus Maqāṣid. Y ambos
autores eran sobradamente conocidos en la cristiandad medieval
conforme hemos visto.[235] De aquí que no sea extraño que el
problema matemático de los indivisibles apunte ya en Bar Hiyya de
Barcelona y que a partir del siglo XIII sea objeto de una atención
constante, ocupándose del mismo Carnpanus de Novara, Santo
Tomás, Bradwardine, etc., hasta alcanzar una última e
nnportantísima resonancia en los indivisibles de Cavalieri (1598-
1647). Ahora bien, muchos de los argumentos esgrimidos tienen su
paralelo en Avicena.[236] Tales, por ejemplo, los que sostienen: 1)
que dos filas paralelas de átomos moviéndose en direcciones
opuestas presentarían posiciones intermedias en que dos átomos se
encabalgarían encima de uno solo, a menos que el movimiento se
realizara por saltos instantáneos; 2) que un cuadrado formado por
puntos tendría su diagonal igual al lado, 3) que el curso de la
sombra del gnomón, o, a) si pasa de modo continuo de uno a otro
átomo, tiene que tener momentos en que di vida, al menos
geométricamente, los átomos por la mitad, o, b) si pasa saltando
instantáneamente de átomo en átomo, el Sol tendría que
desplazarse dando saltos inmensos, etc.
Estos problemas se relacionan con los del vacío que
comparecen en Occidente con las Questiones naturales de Adelardo
de Bath donde se recogen ideas de la Antigüedad a través de sus
maestros árabes.[237] Este universo «lleno» medieval, representado
por el aforismo Natura abhorret vacuo, tuvo escasos enemigos.
Entre las traducciones realizadas por Gerardo de Cremona se
encuentra el Liber carastonis de Ṯābit b. Qurra con el cual se
introdujo de hecho la estática clásica en el Islam y se iniciaron los
primeros perfeccionamientos de la misma. La base la constituían la
Mecánica del seudo-Aristóteles,[238] diversas obras auténticas o
espurias de Arquímedes[239] y Euclides,[240] y la obra de Herón de
Alejandría (fil. 62 d. C.), prácticamente perdida en griego pero
conservada en árabe con el título de Fī raf‘ al-ašyā’ al-ṯaqīla (Sobre
la elevación de las cosas pesadas),[241] en que se trata de la
balanza. Estos tratados introducían en Occidente la primera
definición (conocida) de peso específico y la afición al tratamiento
geométrico de estos problemas. Ṯābit b. Qurra, como más tarde
Galileo, demuestra la ley de la palanca por la relación geométrica
que existe entre los arcos descritos y los brazos de la misma;
conoce la determinación de centros de gravedad, trata de los
problemas inherentes a la balanza, etc. Estas ideas las recoge
Jordanus Nemorarius en su Liber de ponderibus, que deriva de
modo muy mediato de un original árabe y que constituye el punto de
partida de ulteriores reelaboraciones que fueron distanciándose
cada vez más del arquetipo.
VIII
ALQUIMIA Y TÉCNICA
ALQUIMIA
TÉCNICA
NÁUTICA
GEOLOGÍA
No se puede decir que los árabes —al igual que el mundo clásico o
el latino medieval— tuvieran conocimientos de la ciencia que hoy
recibe la denominación de geología, que fue introducida por H. B. de
Saussure (1740-1799). Sí, en cambio, se mostraron interesados por
dos aspectos de la misma —paleontología y mineralogía—, que les
llevaron a realizar algunas observaciones de interés. Avicena, por
ejemplo, se da cuenta de los posibles orígenes plutoniano y
neptuniano que tantas polémicas originaron a fines del siglo XVIII
entre los partidarios de Hutton (1726-1797) y Werner (1750-1817).
Por ejemplo, se muestra clarividente al escribir en el Kitāb al-Šifā’ el
siguiente párrafo que en seguida utilizaron Vicente de Beauvais y
Alberto Magno:
BOTÁNICA
Mucho más clara se nos presenta la evolución de la botánica que
arranca de las obras de Aristóteles[13] y Teofrasto,[14] refundidas por
Nicolás de Damasco; la de éste fue vertida al árabe por Isḥāq b.
Ḥunayn (y revisada por Ṯābit b. Qurra)[15] y de aquí al latín por
Alfredo de Sarehsel[16] (1227). A esta corriente de raigambre clásica
se incorporó pronto otra, práctica, representada por la traducción
castellana del Tratado de agricultura del toledano Ibn Wāfid
(Abencenif) que fue descubierta por nuestro Maestro Millás[17] y que
se conserva en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid.
Las citas de autores anteriores como Anatolio de Berito, Demócrito
de Mendes, Filemón, Kindī, etc., abundan y en general evita hablar
de las aplicaciones terapéuticas de las plantas de las cuales ya
había tratado en el Libro de los medicamentos simples. Sus
observaciones fueron explotadas a fondo por Gabriel Alonso de
Herrera (c. 1470-c. 1539)[18] quien defendió, probablemente
siguiendo a Ibn Wāfid, la teoría de la sexualidad de las plantas e
incluyó, como era normal en este tipo de tratados, varios capítulos
de zootecnia.[19] Este influjo tan intenso en una obra típicamente
renacentista explica que las de botánica del siglo XVI como las de
los alemanes Bock (1498-1553) y Brunfels incluyeran sinonimias y
autoridades árabes.
ZOOLOGÍA
MEDICINA
EL ARTE
LA ÉPICA
Por tanto cabe pensar que esos mozárabes conocían no sólo las
narraciones caballerescas visigodas cuya existencia apunta Ribera,
[10] sino también las propias del mundo árabe tal y como se
LA LÍRICA
o bien:
bb bb a
cc cc a
dd dd a
… … .
Calladlos, Señor
nuestro Redentor,
que vuestro dolor
durará poquito.
Callad, fijo mío chiquito.
Ángeles del cielo,
venid dar consuelo
a este moyielo
Jesús, tan bonito.
Callad, fijo mío tan chiquito.[134]
Con el tu deffendimiento
Non catando mi maldad
Río Verde, río Verde, más negro vas que la tinta […]
LA NARRATIVA
La relación de la narrativa árabe con la occidental es fácilmente
detectable en lo que se refiere a la temática y más compleja cuando
afecta a la estructura o cuadros del relato. La primera actúa de
modo constante a partir de principios del siglo XII, en que el judío
oscense Mošé Sefardí —convertido al cristianismo con el nombre de
Pedro Alfonso— escribió en latín su Disciplina clericalis y en él
incluyó una serie de apólogos orientales, algunos de los cuales
reaparecen más tarde en Vicente de Beauvais, Juan Manuel,
Boccaccio, el Arcipreste de Hita, Clemente Sánchez de Vercial (m.
1426) y Juan de Timoneda. Luego aparecen las versiones de 1) el
Kalīla wa-Dimna, 2) el Sendebar o Libro de los engannos et los
asayamientos de las mujeres, 3) el Barlaam y Josafat y, al menos
parcialmente, 4) Las mil y una noches y otros textos árabes u
orientales llegados al Occidente medieval por intermedio de España.
Así se introdujo primero en las literaturas románicas y luego en las
germánicas un núcleo temático exótico que, reelaborado a lo largo
de los siglos, ha llegado, en su mayor parte, a nuestros días.
Algunas de las obras citadas se encabalgan con otras. Tal, por
ejemplo, el Sendebar o Syntipas, que constituye un grupo de
narraciones de Las mil y una noches (noches 578-606) y, por otra
parte, es un libro con entidad propia. En muchos casos los cuentos
de una misma obra presentan variantes o faltan en algunas
ediciones, y todo el conjunto parece tener una vida propia que lo va
modificando con el correr de los siglos: al no tratarse de textos
científicos ni didácticos, cada copista, cada traductor, se siente con
autoridad suficiente para modificar los detalles del texto que tiene
entre manos.
Varias de estas colecciones, vgr. Las mil y una noches, el Kalīla
wa-Dimna, presentan la novedad de enmarcarse dentro de un
cuadro semejante al de nuestras novelas por entregas. El narrador
interrumpe el relato en un punto cualquiera del mismo, que depende
no de éste, sino de una unidad temporal, la noche, el día, la vela,
etc., que deja en suspenso la acción y mantiene vivo al mismo
tiempo el interés de los oyentes. Igualmente se presenta el cuento
de cajón, es decir, la inclusión de uno o varios subcuentos en el
interior del principal, cuya trama puede llegar a olvidarse. Y no sólo
se trata de sub-cuentos sino que éstos, a su vez, pueden ser objeto
de nuevas subdivisiones.
Este procedimiento estilístico, empleado en la Antigüedad sólo
por Ovidio en sus Metamorfosis, pasa a ser frecuente en la literatura
medieval y lo utiliza el propio Cervantes en el Quijote (vgr. El curioso
impertinente, Historia del cautivo, etc.).
Veamos brevemente la estructura de las cuatro colecciones
aludidas.
1) El Kalīla wa-Dimna[1] es una colección de apólogos tomados
del Pančatantra (cinco libros), compuesto alrededor del siglo IV d. C.
por un brahmán llamado Bidpay o Pilnay. Los relatos que forman el
Kalīla fueron recogidos en la India por Burzoe (Buzurŷmihr), médico
de Cosroes I Anūširwān, y vertidos por él al pahleví con adición de
alguna que otra fábula. El título de los apólogos deriva del primer
cuento, el más largo, que explica las hazañas de dos lobos
hermanos, Kalīla y Dimna, en la corte del León, que tiene por valido
a un buey llamado Senceba. Dimna intriga para que el León mate al
Buey, pero sólo consigue ser él mismo denunciado y condenado a
morir en la cárcel de hambre y de sed.
El original pahleví fue traducido libremente al árabe por Ibn al-
Muqaffa‘, y es de esta versión (probablemente hubo varias más,
pero se han perdido) de la que derivan la mayoría de los textos hoy
conocidos, conforme puede verse en el cuadro adjunto, que en
modo alguno es exhaustivo (cf. p. 45 6).
Esta obra influyó en sus distintas versiones en el Llibre de les
meravelles de Llull (libro 7); en el Roman de Renard; en el Libro de
los gatos, y en distintos lugares del Conde de Lucanor, como son los
relatos (7) de doña Truhaña (El religioso que vertió la miel y la
manteca sobre su cabeza, del Kalīla), vieja formulación de la fábula
de la lechera, y (19) los cuervos y los búhos; o en la fábula del
halcón y el gallo, ya citada por Ŷāḥiẓ y que Turmeda utiliza en sus
Cobles de la divisió del regne de Mallorques.
2) El Sendebar fue mandado traducir por el infante don Fadrique,
hermano de Alfonso X el Sabio en 125 3, y su expansión, menos
complicada que la del Kalīla, puede verse en el siguiente cuadro:
ª
ʃ
√x d x
º