Arquitectura para El Arte Público
Arquitectura para El Arte Público
Arquitectura para El Arte Público
Las diferentes obras para instalar en espacios públicos continúan apareciendo y suceden
como siempre: ya sea con patrocinio público o privado, un día aparece un objeto en nuestro
camino, llama la atención o no, molesta o no, representa o no, como si se nos pidiera
resignación ante un hecho consumado.
Pienso que cualquier obra de arte público contemporáneo --con especial acento en la
escultura monumental y los monumentos cívicos-- ha de aspirar a proponer algo en el plano
estético, arquitectónico, urbano --y aun ideológico--, a generar disfrute y uso, a combatir la
indiferencia, a abrir discusiones. Su problemática es asunto de cultura artística y de cultura
política.
Es buen tiempo de volver a considerar y a discutir el concepto de arte público y por eso que
tomo esto como tema para mi trabajo de grado.
La noción "arte público" no sólo no se ha perdido sino que su valor no ha sido cuestionado
en Colombia, no tanto como para necesitar un giro conceptual: hay incontables críticas
formuladas a las obras concretas y a esa particular forma de intervenir la ciudad, pero
quizás ninguna al concepto de arte público.
Por eso y por tratarse de obras costosas, que requieren terrenos propios y permisos para
ocupar espacio, y las distintas problemáticas económicas, lo hacen cada vez más difícil de
conseguir. Es prácticamente obvio que cuando estamos ante casos de encargos de escultura
monumental y no de murales o monumentos cívicos, esas problemáticas económicas y la
escasa autonomía pasan mucho más inadvertidas tanto para los autores como para críticos y
ciudadanos comunes.
Una de las maneras de hacer más flexible y abarcador el concepto de "arte público” ha sido
agregarle una precisión: "arte en el espacio público". Por el momento, este concepto
mantiene una idea básica, aunque alude a un lugar geográfico tanto como a una topografía
explicita. La dimensión física nos lleva a pensar en calles, parques o plazas y, en general,
espacios abiertos sin restricción a la circulación ciudadana, pero casi no nos lleva a pensar
de que manera el arquitecto puede generar lugares para dichas obras y más aun, como el
urbanista puede plantear una ciudad que pueda apropiarse del arte para beneficio del
peatón.
Pero tenemos que pensar que vivimos en un país en el cual no se puede efectuar
pensamientos de tales magnitudes sin patrocinio ya sea político o privado, dependencias del
gobierno que pueden tomar las decisiones que el arquitecto debiese diseñar, tales como el
hecho de qué encargar y en donde ubicar, colocándolos en los espacios que controlan los
políticos que patrocinan tales obras: plazas, calles, patios, muros interiores o exteriores. Es
decir, se coloca en primer plano la accesibilidad espacial e institucional de las obras
dejando de lado las restricciones simbólicas que puedan actuar para su comprensión y
disfrute.
Tal vez el hecho de haber investigado más sobre el tema me halla sacado del gran error que
tenía, al suponer que el arte público debería ser un conjunto de dispositivos que prepararan
al espectador para entrar a un edificio (en el caso mío a un museo) y que este no podría por
sí mismo requerir un espacio propio en el ámbito urbano.
Desde hace años se desdibujan las fronteras entre la esfera privada y la pública y pagamos
peaje en las autopistas informáticas que anuncian en la intimidad de nuestras casas,
departamentos, computadoras y autos mientras la intimidad de las estrellas del espectáculo,
el deporte y la política circulan impúdicamente por el espacio público de los medios y el
privado de la vida doméstica. Tal vez esto lleve a reflexionar un poco sobre el arte en la
vida pública a los estudiantes y a algunos profesores que estén interesados en resarcir las
cicatrices que le dejamos a la ciudad y sobre todo a la sociedad.
Cabe destacar que el uso de espacios públicos, publicitarios o de otro carácter, para
comunicarse con las personas, es al fin y al cabo una forma de expresión artística que
podría sobrepasar el carácter publicitario y mercader creando propuestas que atraigan la
atención y quiebren la mecanicidad de nuestra mirada. De esas miradas diversas depende el
lugar del arte y la movilización creativa del imaginario social.
Es así como podemos empezar a pensar que los ciudadanos podían pasear, explorar,
reunirse, jugar en esa clase de espacios. Hoy, esas funciones y actividades se realizan no
sólo en los parques públicos sino en lugares que concentran oferta comercial y cultural sin
tener que limitarse a los museos y casas de cultura. En Manizales la combinación de plaza
comercial y centros culturales es incipiente y si mucho vemos rastros en las actividades que
a veces se plantean alrededor del Parque Caldas (conciertos sinfónicos, actividades para
niños, exposiciones, etc.), pero todo esto sin el carácter propicio de un verdadero
constructor de ciudad como lo debería ser el arquitecto.
En efecto, hacia mediados del siglo XIX --escribe Weyl-- surgen grandes parques públicos
en Inglaterra y luego el Central Park en Nueva York aparecía como necesidad de expansión
recreativa para la reproducción de la fuerza de trabajo, y también para el mejor control de
ciertos grupos sociales. La mezcla de lo cívico y cultural lograría --según Weyl-- que el arte
pudiera desempeñar algún papel, constituirse en puente entre cultura de masas y
comunidad.
Así pues los artistas y los arquitectos se vinculan más directamente al hecho histórico;
digamos que por ejemplo dichos elementos se encuentran en terminales de transporte o
plazoletas, que son nodos sociales por los cuales circulan gran cantidad de personas de
todas las clases sociales, se estacionan desempleados, indigentes, drogadictos y quien sabe
cuantas personas más; hablamos de influir a una gran cantidad de población con incentivos
novedosos para su conocimiento colectivo e histórico (llegado el caso), no se impone ni
ataca a la memoria sino que, discretamente, permite recordar.
Pero el arte urbano no solo se limita a lo que vemos y la arquitectura no solo se limita a
cobijar este arte, se trata de impactar, de crear espectáculos para la gente, el juego de luces
y de sonidos y de las distintas texturas que provoca el edificio al paso del transeúnte, el uso
espectacular del espacio público, del sitio con mayor carga simbólica de la ciudad, es una
acción en nuestra memoria, nuestra experiencia de la ciudad y las representaciones que de
ella tenemos y es nuestra responsabilidad como arquitectos el propiciar todos estos
sentimientos.