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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL ECUADOR

FACULTAD DE JURISPRUDENCIA

TRABAJO DE TITULACIÓN DE GRADO PREVIA LA OBTENCIÓN


DEL TÍTULO DE ABOGADO

PLAZO DE CADUCIDAD DEL DERECHO PARA EJECUTAR UNA


SENTENCIA JUDICIAL EN LA LEGISLACIÓN ECUATORIANA:
CONVENIENCIA DE SU EXISTENCIA Y SU RELACIÓN CON LA
SEGURIDAD JURÍDICA

MARÍA DANIELA ESPINEL CUEVA

DIRECTOR: DR. ERNESTO GUARDERAS IZQUIERDO

QUITO, ABRIL 2016


DEDICATORIA

A mi Abuelito Lucho, el mejor Abogado del mundo.

ii
AGRADECIMIENTO

A mi madre, por su ejemplo de trabajo y constancia;


A mi padre y hermano, pilares fundamentales en mi vida;
A mi familia y amigos, gracias por su preocupación e insistencia;
A Christian por su consejo y apoyo;
En especial al Dr. Ernesto Guarderas Izquierdo, Director de esta Tesis;
En fin, a todos los que formaron parte de este proceso, mil gracias por su
paciencia.

iii
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN............................................................................................................... 1

CAPÍTULO I ....................................................................................................................... 3

1 ASPECTOS TEÓRICOS SOBRE LA SENTENCIA JUDICIAL ........................ 3

1.1 DE LAS PROVIDENCIAS EN GENERAL Y LA SENTENCIA .................... 3


1.2 CONCEPTO Y NATURALEZA JURÍDICA DE LA SENTENCIA ................ 6
1.3 CARACTERÍSTICAS DE LA SENTENCIA JUDICIAL............................... 16
1.4 CLASES DE SENTENCIA ............................................................................. 22
1.5 OBLIGACIONES QUE SE DERIVAN DE LA SENTENCIA
JUDICIAL ........................................................................................................ 24
1.5.1 Obligaciones de Dar................................................................................ 26
1.5.2 Obligaciones de Hacer ............................................................................ 29
1.5.3 Obligaciones de No Hacer ...................................................................... 31
1.6 PROCEDIMIENTOS ESTABLECIDOS PARA EJECUTAR UNA
SENTENCIA JUDICIAL ................................................................................. 36

CAPÍTULO II.................................................................................................................... 38

2 LA SEGURIDAD JURÍDICA ................................................................................ 38

2.1 INTRODUCCIÓN ........................................................................................... 38


2.2 CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS ........................................................... 39
2.3 BREVE ANÁLISIS DE SU EVOLUCIÓN HISTÓRICA .............................. 43
2.3.1 Premisas iniciales .................................................................................... 43
2.3.2 Análisis Histórico ................................................................................... 44
2.3.2.1 Juan Bodino ................................................................................ 46
2.3.2.2 Thomas Hobbes .......................................................................... 49
2.3.2.3 John Locke .................................................................................. 54
2.3.2.4 James Bentham y Gustav Radbruch ........................................... 56
2.4 LA SEGURIDAD JURÍDICA EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO
ECUATORIANO ............................................................................................. 56

iv
CAPÍTULO III .................................................................................................................. 62

3 ASPECTOS TEÓRICOS DE LA CADUCIDAD Y LA


PRESCRIPCIÓN ..................................................................................................... 62

3.1 LA CADUCIDAD Y LA PRESCRIPCIÓN .................................................... 62


3.1.1 Concepto y Características...................................................................... 62
3.1.1.1 La Caducidad .............................................................................. 62
3.1.1.2 La Prescripción ........................................................................... 67
3.1.2 Diferencias entre caducidad del derecho y la prescripción de la
acción ...................................................................................................... 73

CAPÍTULO IV .................................................................................................................. 75

4 OMISIÓN EN LA LEGISLACIÓN ECUATORIANA DE UNA


NORMA QUE ESTABLEZCA EL PLAZO DE CADUCIDAD DEL
DERECHO PARA EJECUTAR UNA SENTENCIA JUDICIAL ...................... 75

4.1 ANÁLISIS DE LA OMISIÓN NORMATIVA ............................................... 77


4.1.1 Omisión de una norma que establezca el plazo de caducidad del
derecho para ejecutar una sentencia judicial en el Código de
Procedimiento Civil Ecuatoriano ............................................................ 77
4.1.2 Por qué la omisión de una norma que establezca el plazo de
caducidad del derecho para ejecutar una sentencia judicial afecta
al principio de seguridad jurídica............................................................ 87
4.1.3 Análisis de la diferencia entre la prescripción de la acción para
ejecutar a la sentencia judicial como título ejecutivo y la
caducidad del derecho para ejecutar una sentencia judicial.................... 87
4.1.4 Porqué debe ser caducidad y no prescripción ......................................... 92
4.1.5 Análisis de la conveniencia de que exista una norma que regule
el plazo de caducidad del derecho para la ejecución de una
sentencia judicial..................................................................................... 92
4.2 REFORMA AL CÓDIGO DE PROCEDIMIENTO CIVIL ............................ 92
4.2.1 Propuesta de reforma al Código de Procedimiento Civil, en la
cual se incluye el plazo de caducidad del derecho para ejecutar
una sentencia judicial .............................................................................. 92

v
5 CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES .................................................... 94

5.1 CONCLUSIONES ........................................................................................... 94


5.2 RECOMENDACIONES .................................................................................. 95

BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................................... 96

vi
RESUMEN EJECUTIVO

El presente trabajo de investigación tiene como objetivo establecer la conveniencia de


contar con una norma dentro del ordenamiento jurídico ecuatoriano que regule el plazo de
caducidad del derecho para la ejecución de una sentencia judicial así como su relación con
la seguridad jurídica. Para lograrlo, se realizó una investigación documental en varios
ámbitos: doctrinario, legal, comparativo, y jurisprudencial. Adicionalmente se utilizó el
método histórico, con la finalidad de entender cómo éste vacío jurídico afecta a la
seguridad jurídica. Cabe señalar que ésta tesis se encuentra dividida en cuatro capítulos,
los mismos que contienen aspectos teórico-jurídicos que buscan la consecución de éste fin.

En el Capítulo I, se realizará un análisis de los aspectos teóricos sobre la sentencia judicial,


iniciando con su definición, características, naturaleza jurídica y clasificación.
Posteriormente, analizaremos las obligaciones que se derivan de una sentencia judicial de
condena así como los procedimientos mediante los cuales pueden ser ejecutados.

En el Capítulo II, se abordará todo lo relativo a la Seguridad Jurídica, iniciando con el


estudio de sus diversas acepciones y una breve reseña histórica de su evolución en la
filosofía política. Luego, continuaremos con el análisis de este principio dentro del marco
jurídico Ecuatoriano.

En el Capítulo III se desarrollarán los conceptos de Caducidad y Prescripción,


estableciendo las diferencias y semejanzas entre los mismos. Luego, se pasará a estudiar al
diferencia entre la prescripción de la acción para ejecutar una sentencia judicial como título
ejecutivo y la caducidad del derecho para ejecutar una sentencia judicial. Por último,
estableceremos el por qué se debe hablar de caducidad y no de prescripción.

Finalmente, en el Capítulo IV, se analizará el tema de omisión en la legislación ecuatoriana


de una norma que establezca el plazo de caducidad del derecho para ejecutar una sentencia
judicial y como esto afecta el principio de seguridad jurídica. Para ello, estudiaremos a
detalle los procedimientos de ejecución de una sentencia, y aplicaremos todos los
conceptos estudiados en los capítulos anteriores. Para finalizar, propondremos una
reforma en el Código de Procedimiento Civil Ecuatoriano vigente.

vii
En las conclusiones y recomendaciones se expresará el criterio personal de la autora de la
presente investigación, respecto al tema de la conveniencia de que en el ordenamiento
jurídico exista una norma que regule la caducidad del derecho para la ejecución de una
sentencia judicial, esperando que el presente trabajo sirva de herramienta práctica para
despejar las dudas que este tema genera en los abogados y estudiantes de derecho.

viii
INTRODUCCIÓN

La presente investigación denominada “PLAZO DE CADUCIDAD DEL DERECHO


PARA EJECUTAR UNA SENTENCIA JUDICIAL EN LA LEGISLACIÓN
ECUATORIANA: CONVENIENCIA DE SU EXISTENCIA Y SU RELACIÓN CON
LA SEGURIDAD JURÍDICA”, tiene como finalidad analizar uno de los vacíos jurídicos
que tiene nuestra legislación: la falta de una norma expresa que regule el plazo de
caducidad del derecho para ejecutar una sentencia judicial, y cómo esto afecta a la
seguridad jurídica.

La problemática de la presente investigación surge de un caso práctico en el cual, el


ganador de un litigio, encontrándose su proceso dentro de la vía de ejecución, decidió no
ejecutar su sentencia. Lo anterior, crea un estado de incertidumbre en el demandado, ya
que debido a la falta de existencia de esta norma, en cualquier momento puede el actor
ejecutar su sentencia. Se podría afirmar que la sentencia al ser un título ejecutivo, puede
ser ejecutada mediante juicio ejecutivo, acción que tiene un plazo normativo de
prescripción de cinco años. Pero el caso concreto, no se refiere a la sentencia mediante la
cual un sujeto inicia un juicio ejecutivo. Por el contrario, se refiere al caso establecido en
el artículo 490 del Código de Procedimiento Civil en el que se dispone que no es necesario
iniciar un juicio ejecutivo, una vez que ha concluido el procedimiento ordinario y la
sentencia se encuentra ejecutoriada.

El tema tratado en la presente tesis tiene relevancia académica, social y profesional. La


relevancia académica del mismo se traduce en el hecho de que como estudiante de Derecho
es interesante poder realizar una investigación no sólo teórica, sino con un fin práctico. Es
por esto que la misma incluye una propuesta de reforma en el Código de Procedimiento
Civil. En lo personal, esto es lo que la academia siempre debería buscar en los trabajos
investigativos, que dejen de ser únicamente teóricos, y puedan aplicarse en la realidad.

En cuanto a la relevancia social, resulta importante que los abogados podamos aportar con
soluciones a problemas cotidianos, dejando el deber ser y buscar el ser, generando
verdaderos espacios de intercambio de ideas y soluciones reales a problemas jurídicos. Por

1
último, en el ámbito profesional, esta tesis busca despejar las dudas que afectan a los
abogados que ejercen, sobre todo procesal civil, y que en su cotidianidad, se encuentran
con estos vacíos jurídicos, que pocas veces son analizados y resueltos.

2
CAPÍTULO I

1 ASPECTOS TEÓRICOS SOBRE LA SENTENCIA JUDICIAL

1.1 DE LAS PROVIDENCIAS EN GENERAL Y LA SENTENCIA

Iniciaremos el estudio de éste capítulo realizando un breve análisis de las providencias en


general, para luego estudiar con más detenimiento su tema central: la sentencia. Cabe
señalar que todas las resoluciones emitidas por el juez se denominan providencias. El
término providencia “deriva de proveer, suministrar, acceder, conceder. El juez provee a
las peticiones de las partes, suministra, concede lo que está en sus manos otorgar”.
(Couture, 1973, pág. 298)”

Dentro del proceso judicial, el juez se comunica con las partes con la finalidad de informar
sobre los avances y decisiones tomadas en el mismo. Estas comunicaciones emitidas por
escrito por el juez, como ya hemos señalado, son las providencias. Para el autor Devis
Echandía, las providencias pueden ser actos de gobierno o actos de composición. “Los
actos de gobierno procesal del juez son las órdenes y los de composición procesal, las
decisiones”. (Devis, 2004, pág. 419)

El autor uruguayo, Eduardo J. Couture señala que existen tres tipos de providencias: las
mere-interlocutorias, las interlocutorias y las definitivas, clasificación dada según el
criterio de la eficacia de la providencia con relación al proceso.

Las providencias mere-interlocuturias son aquellas que resuelven los pedidos realizados
por las partes en el proceso. Son providencias de simple sustanciación y su fin es impulsar
el proceso. Un ejemplo son las providencias en las que se corre traslado de un escrito
presentado a la parte contraria. Estas providencias corresponden a los decretos.

Las providencias interlocutorias son aquellas que deciden los incidentes que surgen en el
juicio, resuelven las cuestiones procesales, por ejemplo, aquellas que resuelven las
excepciones dilatorias. Dentro de este tipo de providencias podemos encontrar las

3
interlocutorias simples y las interlocutorias con fuerza de definitivas. Las primeras son
aquellas que resuelven asuntos que no detienen la marcha del proceso. Este tipo de
providencias son las que la legislación ecuatoriana denomina autos. En cuanto a las
providencias interlocutorias con fuerza de definitivas, son aquellas que resuelven asuntos
que hacen imposible la prosecución del juicio. Por ejemplo que en una providencia se
resuelvan excepciones dilatorias como la nulidad del proceso. Estas providencias son las
que en la norma ecuatoriana se denominan autos con fuerza de sentencia.

Por último se encuentran las providencias finales y definitivas, en las cuales se decide el
fondo del litigio, estimando o desestimando la demanda. Dentro de las providencias
finales y definitivas se encuentra la sentencia. A la sentencia se la puede clasificar
utilizando el criterio del derecho sustancial o material. De ésta manera, se clasifican en
sentencias declarativas, de condena y constitutivas.

Por su parte, José Ovalle señala que existen varias clases de resoluciones tales como los
decretos, los autos provisionales, los autos preparatorios, los autos definitivos, las
sentencias interlocutorias, entre otras, dependiendo esta clasificación de lo previsto en las
normas establecidas en la legislación interna de cada Estado. Adicionalmente, indica que
la sentencia es la resolución judicial principal dentro de un proceso.

A pesar de las clases de providencias señaladas en el párrafo anterior, y tomando en


consideración lo previsto en la Legislación Mexicana, el autor mantiene el criterio de que
la clasificación correcta son los decretos, autos y las sentencias, mismas que se encuentran
en el artículo 220 del Código Federal de Procedimientos Civiles.

En la legislación ecuatoriana, las providencias en materia civil se encuentran reguladas en


el Código de Procedimiento Civil, en la Sección Octava (De las sentencias, autos y
decretos) del Título I (De los Juicios en General) del Libro II (Del Enjuiciamiento Civil) en
los artículos 269, 270, 271 y 272. De acuerdo con estas normas, las providencias que
pueden ser emitidas en el proceso pueden ser: los decretos, los decretos con fuerza de auto,
los autos, y la sentencia.

En cuanto a los decretos, dentro de nuestro ordenamiento jurídico en materia civil existen
dos tipos: los que son de simple sustanciación y ordenan que se realice alguna diligencia y

4
los decretos con fuerza de auto, en los cuales se decide sobre algún punto importante de
sustanciación del juicio. Éstos se encuentran previstos en los artículos 271 y 272 del
Código de Procedimiento Civil que disponen:

Art. 271.- Decreto es la providencia que el juez dicta para sustanciar la causa, o en la cual
ordena alguna diligencia”. (Legislación Ecuatoriana, 2005)

“Art. 272.- Los decretos sobre puntos importantes de sustanciación, como los de pago,
prueba y otros semejantes, y los que puedan perjudicar los intereses de las partes o influir
en la decisión de la causa, se considerarán como autos. (Legislación Ecuatoriana, 2005)

Dentro de la doctrina, los decretos se encuentran en el grupo de las providencias de mera


sustanciación, en las cuales según lo estudiado por el autor Devis Echandía, el juez
sustancia la causa y se refieren a la parte mecánica del procedimiento. En cambio los
decretos con fuerza de auto si bien no resuelven el fondo del asunto, se consideran como
autos ya que resuelven sobre los aspectos procesales de la sustanciación.

Otra de las providencias que puede ser dictada por el juez es el auto, el cual tiene como
finalidad resolver sobre un incidente que se presente dentro del proceso. Se encuentra
regulado en el artículo 270 del Código de Procedimiento Civil que dispone:

“Art. 270.- Auto es la decisión del juez sobre algún incidente1 del juicio.” (Legislación
Ecuatoriana, 2005)

Los autos se diferencian de los autos con fuerza de sentencia ya que éstos últimos son
aquellos que ponen fin al proceso sin resolver el fondo del mismo. La única providencia
que resuelve el fondo del juicio es la sentencia.

1
Un incidente es una cuestión accesoria que puede ocurrir en un juicio y que tienen relación con la cuestión
principal. El Doctor Emilio Velasco Callera, dentro de su artículo denominado Los incidentes y
cuestiones incidentales en la Legislación Civil Ecuatoriana define al incidente como “una situación
surgida, dentro del proceso o causa y que afecta a uno de los litigantes, deteniendo el avance del
juicio.” Son incidentes por ejemplo: la petición de nulidad procesal y de acumulación de autos, entre
otros. Este tipo de cuestiones no se resuelven en sentencia ya que no son el fondo del asunto pero son
importantes ya que afectan la cuestión principal.

5
Por último se encuentra la sentencia que es la providencia mediante la cual el juez decide
sobre los asuntos en los cuales se trabó la litis. Se encuentra regulada en el artículo 269 del
Código de Procedimiento Civil que dispone:

“Art. 269.- Sentencia es la decisión del juez acerca del asunto o asuntos principales del
juicio.” (Legislación Ecuatoriana, 2005)

De lo anterior, se puede establecer que la sentencia es la única providencia que contiene la


decisión definitiva de un conflicto. Bajo esta misma línea, el artículo 273 del Código de
Procedimiento Civil expresamente señala que la sentencia “… deberá decidir únicamente
los puntos sobre que se trabó la litis…” (Legislación Ecuatoriana, 2005) dejando a salvo
los incidentes que no fueron resueltos en un auto y que fueron reservados para ser resueltos
en sentencia, siempre y cuando éstos no causen gravamen a las partes. Lo anterior ratifica
lo dicho en cuanto a que la sentencia es la única providencia que pone fin al proceso.

Por último, cabe señalar que puede haber sentencias definitivas de primera instancia y
sentencias definitivas de segunda instancia, dependiendo de cada proceso.

Del análisis normativo y doctrinario realizado se puede concluir que la sentencia es un acto
decisorio que se encuentra dentro del género de las providencias y que es la forma de
terminación normal de cualquier proceso judicial. Al igual que las providencias estudiadas
en los párrafos anteriores, la sentencia ha sido objeto de un amplio estudio por parte de la
doctrina. A continuación, pasaremos al análisis a detalle de la sentencia.

1.2 CONCEPTO Y NATURALEZA JURÍDICA DE LA SENTENCIA

La sentencia es la forma normal de terminación del proceso en la cual se refleja la


dialéctica existente entre las pretensiones del actor (tesis), las excepciones del demandado
(antítesis) y la sentencia (síntesis) la cual resuelve el litigio. (Ovalle, 1981, pág. 145). Por
esta razón, y dentro del Derecho Procesal Civil, la sentencia es de suma importancia, ya
que en la misma se reflejará la decisión del juez dentro del juicio.

6
Doctrinariamente, existe una gran cantidad de conceptos de sentencia; a pesar de esto, la
mayoría de los tratadistas coinciden en que la sentencia es el acto jurídico mediante el cual
el juez manifiesta una decisión acerca de los asuntos planteados en la traba de la litis. Con
la finalidad de estudiar más a fondo este tema, se ha estimado conveniente citar los
siguientes conceptos, los cuales ayudarán a establecer una idea más clara y precisa sobre la
sentencia.

En el diccionario jurídico de Guillermo Cabanellas, se señala que sentencia es la “decisión


que legítimamente dicta el juez competente, juzgando de acuerdo con su opinión y según la
ley o norma aplicable”. (Cabanellas, 1976, pág. 44)

Por su parte, el Dr. Juan Ramírez Gronda (1961, pág. 258) define a la sentencia como “la
decisión judicial que pone fin –en la instancia– al pleito civil o causa criminal, resolviendo
en el primer caso los derechos de cada litigante, y en las segundas sobre la condenación o
absolución del procesado”.

El autor ecuatoriano Enrique Coello García, en su obra Sistema Procesal Civil, menciona
que los actos judiciales principales utilizados en la administración de justicia son tres: la
sentencia, el auto y el decreto. En cuanto a la sentencia, el autor la define como:

… el acto solemne y el más importante de la Función Judicial, se emplea para


resolver una controversia, para administrar la justicia, declarando la
conformidad o inconformidad de las pretensiones de las partes con el Derecho
Positivo y dando satisfacción a la tesis que resulte protegida por la norma
general. (Coello, 2005, pág. 398)

Adicionalmente, citando a Adolf Mark, Coello García menciona que las sentencias son
normas individuales que se diferencian de las leyes y reglamentos ya que las mismas son
inmutables, mientras que las segundas pueden ser modificadas o suprimidas. Añade que
de acuerdo a lo establecido por el Código de Procedimiento Civil Ecuatoriano, para poder
dictar una sentencia, es necesario que haya existido una controversia o juicio anterior.

Por su parte, en cuanto al concepto de sentencia, Ovalle cita a varios autores como
Couture, quien dice que la sentencia puede ser un acto jurídico procesal o un documento.

7
También menciona la definición de Alcalá-Zamora, quien establece que la sentencia es una
“declaración de voluntad del juzgador acerca del problema de fondo controvertido u objeto
del proceso”. (Ovalle, 1981, pág. 146 en Alcalá y Levene, 2000, pág. 237). Para Fix-
Zamudio, la sentencia “es la resolución que pronuncia el juez o tribunal para resolver el
fondo del litigio, conflicto o controversia, lo que significa la terminación normal del
proceso”. (Ovalle, 1981, pág. 280 en Fix-Zamudio, 1975, pág. 99). Por último, el autor
define a la sentencia como “la resolución que emite el juzgador sobre el litigio sometido a
su conocimiento y mediante la cual normalmente pone término al proceso”. (Ovalle, 1981,
pág. 146)

Por último, el autor Hernando Devis Echandía, compilando de la manera más clara los
elementos de la sentencia y dando un concepto preciso y completo, define a la sentencia
como “el acto por el cual el juez cumple la obligación jurisdiccional derivada de la acción
y del derecho de contradicción, de resolver sobre las pretensiones del demandante y las
excepciones de mérito o fondo del demandado”. (Devis, 2004, págs. 420-421)

Dentro de nuestra normativa vigente, como ya se dijo, la definición de sentencia se


encuentra en el Art. 269 del Código de Procedimiento Civil, que señala textualmente:
“sentencia es la decisión de la jueza o del juez acerca del asunto o asuntos principales del
juicio”. (Legislación Ecuador, 2005, pág. 20)

De los conceptos citados anteriormente, podemos concluir que las características


esenciales de una sentencia judicial son las siguientes:

• Acto jurídico
• Emitido por un juez
• Contiene una decisión judicial
• Es un mandato que es ley para las partes
• Resuelve las pretensiones o asuntos principales de un juicio.

Entonces, de manera general podemos decir que toda sentencia es una decisión que
contiene un mandato el cual tiene fuerza impositiva ya que vincula y obliga a las partes,
por lo tanto, es el reflejo de la voluntad contenida en la ley en un caso determinado.

8
Una vez establecido un concepto de sentencia, iniciaremos el estudio sobre la naturaleza
jurídica de la misma, la cual gira en torno a su proceso de formación y sobre si es una mera
declaración del derecho o la creación de una nueva norma dentro del ordenamiento
jurídico.

Iniciaremos señalando lo mencionado por el procesalista Eduardo J. Couture en cuanto a


que la sentencia puede ser estudiada ya sea como un hecho así como un acto jurídico.
Como un hecho jurídico “porque un hecho es todo fenómeno, resultante de una actividad
del hombre o de la naturaleza” (Couture, 1958, pág. 279 en Calamandrei, et. al. 1932, p.
15); y como acto ya que “la sentencia es en sí misma un juicio; una operación de carácter
crítico”. (Couture, 1958, pág. 279)

Con lo anterior se busca establecer dos cosas: en primer lugar que la sentencia sea justa o
no, es un hecho humano, el cual contiene una resolución que debe ser cumplida; y, por otra
parte, que el ser humano que la expide, al tener voluntad, la convierte en un acto, el cual
recoge un criterio y un proceso intelectual el cual es importante y le otorga o no justicia al
fallo.

Lo dicho anteriormente tiene como finalidad establecer que la sentencia,


independientemente de las teorías que señalan su naturaleza jurídica, siempre contendrán
un hecho humano en ellas, dentro del cual se recoge el criterio del juzgador.

Ahora bien, en cuanto a las teorías que analizan a la naturaleza jurídica de la sentencia, las
mismas se cuestionan si es una mera declaración del derecho o la creación de una nueva
norma dentro del ordenamiento jurídico. En este tema, los tratadistas coinciden en que se
puede analizar a la naturaleza jurídica de la sentencia desde dos puntos de vista: ya sea
como un juicio lógico – esto es la consecuencia de un silogismo jurídico y la mera
aplicación del derecho- y como un acto de voluntad, es decir “el resultado de un
razonamiento o juicio del juez”. (Devis, 2004, pág. 421). A continuación se considerará lo
tratado por varios autores, con el fin de analizar y establecer una posición respecto a este
tema.

9
La primera teoría a ser analizada es la Teoría de la Sentencia como un Silogismo Jurídico,
la misma que surge en la época de la Revolución Francesa, momento histórico en el cual
muchas de las teorías tanto políticas como sociales, económicas, entre otras, cambiaron
debido a las circunstancias que vivían. Montesquieu crea esta teoría como una respuesta a
la arbitrariedad de la justicia de la época. Se encuentra sustentada en la idea de que la
sentencia es un silogismo lógico en el cual el juez establece como su premisa mayor la
norma jurídica general aplicable al caso; su premisa menor, que son tanto los hechos del
caso presentados por las partes, así como las pruebas practicadas; y, por último, su
conclusión la cual proviene de la aplicación de la norma al hecho, estableciendo su fallo.

Ésta idea de la sentencia como producto de un silogismo jurídico, en la cual la sentencia se


convierte en una mera declaración de la ley, tuvo vigencia durante mucho tiempo. Ya lo
indica Couture, “durante mucho tiempo, la doctrina ha concebido al fallo como el resultado
de un cotejo entre la premisa mayor (la ley) y la premisa menor (el caso)” (Ovalle, 1981,
pág. 280), lo que convierte a la sentencia en una operación lógica en la cual el juez no tiene
ningún sentimiento o criterio.

Las críticas a esta teoría son varias. Se cuestiona, por ejemplo, la elección de la norma
aplicable como primer paso para la formación de la sentencia, sin antes haber realizado un
análisis de los hechos del caso. Por otra parte, el juzgador al momento de tomar su
decisión, no solamente realiza una deducción lógica, sino que también realiza una elección
en la cual “influyen, al lado de los datos jurídicos, los valores, actitudes, ideologías y
creencias de la persona que juzga”. (Ovalle, 1981, pág. 153). Es decir, dado que el juez es
un ser humano, no se lo puede considerar un matemático o un ente sin voluntad que
simplemente aplica una norma jurídica para dictar una sentencia; el juez, por el contrario,
vive circunstancias históricas, tiene valores morales, voluntad y cumple un papel
importantísimo ya que es el encargado de procesar y analizar los hechos, las pruebas
utilizando la sana crítica para así escoger y decidir qué es lo más justo en el caso
presentado a su conocimiento.

Adicionalmente, la sentencia no podría nunca solamente limitarse a declarar el derecho, ya


que la ley y la sentencia tienen sus marcadas diferencias en cuanto a su extensión, eficacia
y contenido. Mientras que la sentencia obliga sólo a las partes intervinientes en el proceso,

10
la ley es general y obliga a todos los ciudadanos de un Estado; la sentencia es inmutable,
en cambio la ley puede ser reemplazada por otra; y, el contenido de la sentencia es
particular y concreto, mientras que el de la ley es abstracto.

Por último, y tal como lo señala Ovalle, “la teoría del silogismo judicial no es, pues,
suficiente para explicar el procedimiento de formación de la decisión judicial; la idea del
silogismo, podrá ser útil como una forma convencional de expresar con cierta coherencia la
decisión misma, pero no su proceso de formación”. (Ovalle, 1981, pág. 153). Respecto lo
anterior, coincidimos plenamente con el autor así como con las críticas recibidas a esta
teoría ya que el juez no puede ser una máquina que realice sentencias. Influyen en él
varios temas importantes, como su perspectiva del caso, el contexto en el que se desarrolla
el mismo, incluso si es un caso grande, el peso político que pueda tener.

En conclusión la teoría del silogismo jurídico no es suficiente para explicar la formación de


la sentencia ya que tal como lo señala Couture: “…la concepción puramente declarativa de
la sentencia, es pues, un exceso de lógica, por cuanto los términos del silogismo jurídico,
pocas veces se dan en la realidad”. (Couture, 1958, pág. 279). Por lo tanto, el proceso de
formación de la misma no es una mera aplicación de la norma a los hechos presentados,
sino que implica una influencia de factores externos e internos que deben ser considerados
por el juez al momento de tomar una decisión y elaborar su fallo.

Otra de las teorías que existen sobre este tema, es la doctrina formulada por Calamandrei,
en la cual se explica el procedimiento mental que realiza un juez para formular su
sentencia y se establecen cinco pasos, que son los lineamientos que el juzgador debe seguir
al momento de elaborar la misma.

a. Primer paso: El examen preliminar de la trascendencia jurídica de los hechos


discutidos.- en este primer momento, el juez debe determinar si la pretensión tiene
asidero en el ordenamiento jurídico. En este examen no se establece un juicio de
valor sobre los hechos, sino que indaga los distintos efectos jurídicos de los mismos
y si sus consecuencias tienen justificación en alguna norma del ordenamiento
jurídico.

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b. Segundo paso: Verificar la certeza de los hechos.- esto lo hace a través de la
interpretación y la valoración de la prueba, lo que implica ver la significancia de la
prueba y su pertinencia en el caso.

c. Tercer paso: Construcción y calificación jurídica de los hechos específicos y


concretos.- implica la formulación de la síntesis creando una relación entre los
hechos y los caracteres jurídicos.

d. Cuarto paso: Aplicación del derecho a los hechos o la subsunción del hecho a la
norma general.- esto significa verificar que la norma existente se aplique a los hechos
del caso o que los hechos se verifiquen en la hipótesis de la norma jurídica
establecida.

e. Quinto paso: Determinación del efecto jurídico.- esto implica ver las consecuencias
de la aplicación de la norma jurídica en el caso concreto.

A diferencia de la teoría del Silogismo Jurídico en la cual primero se escoge la norma que
se aplicará en el caso, en esta teoría, primero, se realiza un análisis preliminar de los
hechos que motivan a la pretensión. Adicionalmente, se toma en consideración la
valoración de la prueba, lo que es un gran aporte para la verificación de los hechos. Por
último, una vez analizados éstos, se subsume los mismos en la norma, para finalmente,
determinar sus efectos jurídicos.

Otra de las teorías mencionadas por Ovalle es la teoría de los Sistemas de Elaboración de
Información, la misma que fue analizada por diversos autores, los cuales establecen que la
elaboración de la sentencia es un sistema de elaboración de información en la que “el juez
es el órgano procesador de ciertas informaciones fácticas y normativas (in-puts) las cuales
recibe por canales formales e informales”. (Ovalle, 1981, pág. 154). Los canales formales
son las pruebas y alegaciones presentadas en el proceso, mientras que los canales
informales son su conocimiento, informaciones de otros funcionarios, entre otros. El
resultado del procesamiento de esta información produce un resultado de salida (out-put),
que es la sentencia.

12
En opinión de la autora del presente trabajo de investigación, la teoría de los Sistemas de
Elaboración de Información es inaplicable ya que no se puede comparar el proceso que
realiza un juez al dictar sentencia con el proceso que realiza una máquina la cual recibe
información ya que durante todo el proceso judicial, el juez analiza los hechos y las
pruebas por lo que su trabajo no es puramente mecánico.

Otros autores han establecido una nueva teoría en la cual la sentencia es el producto de un
proceso intelectual que el juez realiza, influenciado por su experiencia, la sana crítica y los
valores morales. Esta operación mental, como lo expresa Couture, sigue varios pasos antes
de llegar a la decisión final, los cuales se complementan entre sí, y son los siguientes:

El primero es la significación extrínseca del caso, en la cual se debe determinar si la


pretensión tiene asidero legal y si ésta debe ser aceptada o rechazada. Durante esta
operación el juez tomará en consideración si la pretensión se enmarca en la ley, y si el
actor y demandado se encuentran legitimados para continuar el proceso. Para esto existen
dos fases a seguir: la jurídica y la de hechos, que incluyen el estudio de si el hecho tiene
acogida en la legislación y el análisis de los acontecimientos puestos a consideración del
juez. La regla general es analizar primero la norma y luego los hechos; sin embargo, no
siempre es así. En esta etapa ocurre un primer examen superficial del expediente. Para
Calamandrei, esta etapa se denomina el examen preliminar de la trascendencia jurídica de
los hechos discutidos y es en la cual se determina si la pretensión reclamada es susceptible
de ser acogida conforme al ordenamiento jurídico.

En segundo lugar, ocurre el análisis de los hechos, en el cual se realiza la revisión de la


demanda, la contestación y las pruebas. En esta etapa, dice el autor, el juez actúa como un
historiador, ya que investiga los hechos. Sin embargo hay que recordar que “el juez no
conoce más verdad que la que las partes le han comunicado” (Couture, 1958, pág. 283),
por lo tanto, el juez no es un investigador en estricto sentido. El juez reconstruye el caso y
con estos elementos y mediante una abstracción intelectual configura lo que en materia
penal se denomina el tipo2. Para Calamandrei, esta segunda etapa es la de verificación de

2
Cabe detenerse en este punto y citar lo que Couture establece en cuanto al tipo penal. “El tipo, dice, es una
abstracción esquemática que reúne en un concepto todos los elementos esenciales de determinada
figura jurídica”. Hay que establecer una distinción entre materia penal y otras materias ya que
mientras que en la primera es necesario que el legislador describa claramente el tipo, en las otras no es

13
la certeza de los hechos y consiste en analizar la prueba utilizando los siguientes métodos:
interpretación de la prueba, es decir el significado de la misma y, la valoración de la
prueba, que implica la evaluación de su eficacia probatoria.

A la tercera parte, Couture la denomina reducción de los hechos a especies jurídicas


comunes y conocidas que no es más que “reducir los hechos a sus contornos jurídicos más
simples” (Goldschmidt, T. 72, pág. 888 en Couture, 1958, pág. 284) utilizando la
abstracción; Calamandrei por su parte, denomina a esta etapa como la de la construcción y
calificación jurídica de los hechos en la cual se formula la síntesis de los mismos.

En cuarto lugar, el juez realiza la determinación del derecho aplicable. Para esto, el juez
deberá emplear la subsunción, que es “el enlace lógico de una situación particular,
específica y concreta, con la previsión abstracta, genérica e hipotética contenida en la ley”.
(Couture, 1958, pág. 285). El juez, según Couture, no tiene limitación alguna para poder
elegir una norma entre varias del ordenamiento jurídico. Es libre para elegir el derecho
que crea aplicable, utilizando su experiencia y su conciencia. Sin embargo, la elección del
juez no puede ser arbitraria, por lo cual, debe argumentar y motivar su decisión. La
motivación3 del fallo “constituye un deber administrativo del magistrado. La ley se lo
impone como una manera de fiscalizar su actividad intelectual frente al caso”.
(Legislación Ecuador, 2008, pág. 286). La motivación no sólo es la enunciación de las
normas, sino que también debe contener una argumentación lógica y razonada para que la
decisión sea válida. La motivación busca evitar que la sentencia sea el producto de un acto
caprichoso y parcial del juez. Para Calamandrei, esta etapa es la de la aplicación del
derecho a los hechos, lo que implica la subsunción de los hechos específicos en la norma
general; es decir, que la hipótesis de la ley sea el caso concreto.

un requisito indispensable. Lo que sí es importante recalcar es que a pesar de que el tipo no sea tan
estricto, los hechos deben ajustarse a una figura jurídica previamente establecida por el legislador.
Tomado de: Couture, 1958, Pág. 284.
3
Este principio se encuentra previsto en la Constitución del Ecuador en el artículo 76.7. l) en el cual dispone:
Art. 76.- En todo proceso en el que se determinen derechos y obligaciones de cualquier orden, se
asegurará el derecho al debido proceso que incluirá las siguientes garantías básicas: 7. El derecho de
las personas a la defensa incluirá las siguientes garantías: l) Las resoluciones de los poderes públicos
deberán ser motivadas. No habrá motivación si en la resolución no se enuncian las normas o
principios jurídicos en que se funda y no se explica la pertinencia de su aplicación a los antecedentes
de hecho. Los actos administrativos, resoluciones o fallos que no se encuentren debidamente
motivados se considerarán nulos. Las servidoras o servidores responsables serán sancionados.
Tomado de: Legislación Ecuador, 2008. Pág. 15.

14
El fin del proceso, viene dado por la decisión, en la cual se acepta o se rechaza la demanda.
Es justamente esta última etapa en la que la doctrina ha tomado dos posturas distintas: la
sentencia como el producto de un silogismo jurídico, el cual ya fue analizado con
anterioridad; y, la sentencia como un proceso intelectual. La doctrina ha discutido
ampliamente sobre si la sentencia es un simple acto de la lógica o si es un acto de voluntad.
Couture concluye que si bien la lógica tiene un papel trascendental al momento de dictar
sentencia ya que el juez debe valorar las pruebas, hechos y la norma aplicable, al momento
en el que el juez llega a una decisión, éste proceso culmina necesariamente en un acto de
voluntad. Calamandrei llama a esta última la etapa de la determinación del efecto jurídico
que implica la decisión del juez que se plasma en la sentencia.

Por último, respecto a la naturaleza jurídica de la sentencia judicial, el autor Devis


Echandia menciona que existen dos tesis formuladas al respecto. La primera sostiene que
la sentencia es un juicio lógico (premisas y conclusión), mientras que la segunda menciona
que la misma es un acto de voluntad. En este caso, no analizaremos la primera teoría, ya
que la misma fue mencionada en párrafos anteriores. En cuanto a la sentencia como acto
jurídico, se debe tomar en consideración que el mismo es un acto de voluntad del Estado
que se ve reflejado en la sentencia a través del juez. Ahora bien, para este autor, la
naturaleza jurídica de la sentencia tiene características de las dos teorías, y la define como
“un mandato y juicio lógico del juez para la declaración de voluntad del Estado, contenida
en la norma legal que aplica en el caso concreto”. (Devis, 2004, pág. 421)

Finalmente es importante tomar en consideración las investigaciones sociológicas y


políticas sobre los factores externos que inciden en la formación de las decisiones
judiciales, las cuales “han reiterado la insuficiencia de esquemas simplistas como el del
silogismo judicial, para explicar el complejo y delicado procedimiento de formación de la
decisión judicial”. (Ovalle, 1981, págs. 154-155)

Luego de este breve análisis y para concluir, coincidimos plenamente con lo mencionado
por Couture en el sentido de que el proceso de formación de la sentencia, “la lógica juega
un papel altamente significativo, pero que culmina necesariamente en actos de voluntad”.
(Couture, 1958, pág. 289). La naturaleza jurídica de la sentencia, según los autores
analizados, viene dada por la decisión tomada por el juez, la cual se expresa materialmente

15
en el texto de la sentencia, a través del mandato que por ella se dicta, sin importar si la
misma es justa o no. La decisión es el punto máximo en el cual se plasma tanto el proceso
intelectual, la experiencia, la ética y moral del juez, y es donde el hecho y el acto jurídico
confluyen. De las teorías citadas, la autora de la presente investigación se adhiere a lo
expuesto por Couture y Devis Echandía, ya que sus teorías son las más completas y se
ajustan al proceso realizado por el juez para llegar a una decisión.

Concluyendo este tema, se puede decir que la sentencia es un acto jurídico en el cual
confluyen al mismo tiempo tanto un silogismo jurídico, así como la voluntad y criterio del
juzgador, la cual se materializa en la decisión tomada por el juzgador, luego de realizar un
proceso intelectual de análisis de los hechos y las pruebas aportadas, convirtiéndose así en
un acto de voluntad.

1.3 CARACTERÍSTICAS DE LA SENTENCIA JUDICIAL

La mayoría de los autores coinciden en que las características de la sentencia pueden ser de
dos tipos: las formales y las de fondo, es decir, los que se refieren a la sentencia como
documento y su contenido. El autor José Ovalle menciona que los requisitos externos o
formales “son las exigencias que establecen las leyes sobre la forma que debe revestir la
sentencia”. (Ovalle, 1981, pág. 159). En este sentido, la forma de las sentencias variará de
acuerdo a la legislación de cada país. En cambio, las características de fondo se refieren a
la decisión tomada por el juez, luego del análisis respectivo.

Entre las características de forma –requisitos externos o formales- de la sentencia, los


autores coinciden que principalmente, una sentencia debe tener lo siguiente: la fecha de
expedición y la denominación legal del Juzgado, Tribunal o Corte que las emite, los datos
de identificación del proceso, los hechos, los fundamentos de derecho, los puntos
resolutivos y la firma del juez, secretario o magistrados que lo suscriban, y que debe
constar por escrito.

En cuanto a las características de fondo –requisitos internos o sustanciales- constan las


siguientes: debe estar debidamente motivada en cuanto a los hechos y el derecho; debe ser
clara y precisa y además, debe limitarse al caso del proceso; y, respecto a su parte

16
dispositiva, la misma puede tener una o varias decisiones, ya que en ella se resuelven las
pretensiones y excepciones propuestas por el actor y demandado.

Cabe señalar que, en referencia a los requisitos sustanciales, Ovalle identifica tres
elementos principales: la congruencia, la motivación y la exhaustividad. El primer
elemento, esto es la congruencia, tiene relación con el hecho de que el juzgador debe dictar
el fallo de acuerdo a las pretensiones y excepciones planteadas dentro del proceso. La
congruencia es un principio que tiene como fin “delimitar las facultades resolutorias del
órgano jurisdiccional por el cual debe haber identidad entre lo resuelto y lo controvertido,
oportunamente, por los litigantes, y en relación a los poderes atribuidos en cada caso al
órgano jurisdiccional por el ordenamiento jurídico” (Ovalle, 1981, pág. 161 en
Aragoneses, 1952. pág. 87), por consiguiente, el juzgador no puede resolver más allá (ultra
petita) o fuera (extra petita) de lo pedido por las partes. Ovalle, citando lo expuesto por la
Suprema Corte de Justicia de México, menciona que la congruencia puede ser externa o
interna. La congruencia externa se refiere a la concordancia entre lo resuelto y lo pedido;
mientras que la congruencia interna se relaciona con la coherencia que debe existir en las
resoluciones tomadas en la misma.

En cuanto al segundo elemento, la motivación, la misma se refiere al principio


constitucional mediante el cual los actos emitidos por el juez deben encontrarse
debidamente fundamentados. Respecto a la misma, cabe realizar una diferenciación entre
el deber de motivar y la fundamentación del acto. El deber de motivar se refiere a la
obligación que tiene el juez de puntualizar los hechos en los que basa sus decisiones,
tomando en consideración las pruebas presentadas por las partes, valorando su pertinencia
y eficacia dentro del proceso. Por otra parte, la fundamentación del acto implica “no sólo
citar o mencionar los artículos del texto legal (…) exige, además, que el juzgador exponga
las razones o argumentos por los que estime aplicables tales preceptos jurídicos”. (Ovalle,
1981, pág. 162). La finalidad de la motivación es exigir al juzgador, no sólo que enuncie
los hechos y las normas en las que basa su decisión, sino que implica que dicho
razonamiento pueda ser revisado por un tribunal superior, en caso de ser impugnado, o
para que la sentencia no sea un mero capricho del mismo.

17
La Constitución de la República del Ecuador establece dentro de las normas del debido
proceso, el principio de la debida motivación de los actos y resoluciones emanados por los
poderes públicos como una de las garantías básicas de todos los ciudadanos. Este principio
se encuentra recogido en el artículo 76, numeral 7, literal l), el cual dispone:

“Art. 76.- En todo proceso en el que se determinen derechos y obligaciones de


cualquier orden, se asegurará el derecho al debido proceso que incluirá las
siguientes garantías básicas:
7. El derecho de las personas a la defensa incluirá las siguientes garantías:
l) Las resoluciones de los poderes públicos deberán ser motivadas. No
habrá motivación si en la resolución no se enuncian las normas o principios
jurídicos en que se funda y no se explica la pertinencia de su aplicación a los
antecedentes de hecho. Los actos administrativos, resoluciones o fallos que no
se encuentren debidamente motivados se considerarán nulos. Las servidoras o
servidores responsables serán sancionados. (Legislación Ecuatoriana, 2005)

Esta garantía dispuesta en la normativa ecuatoriana es una de las normas básicas que debe
ser observada por los jueces al momento de emitir tanto las sentencias definitivas en las
que se resuelva el litigio, así como en las demás providencias que se dicten dentro del
juicio con la finalidad de garantizar el debido proceso y el derecho de la defensa de todos
los ciudadanos.

Por último, se encuentra el elemento de la exhaustividad, la cual impone el deber al juez de


resolver todo lo pedido por las partes.

Cabe recalcar que las características antes indicadas no son únicamente para las sentencias,
sino también para todas las providencias dictadas en un proceso. Por otra parte, cabe
precisar que la motivación únicamente es para las providencias que resuelven algo de
fondo, como por ejemplo las sentencias y las providencias interlocutorias o autos
interlocutorios. Igual tratamiento reciben los autos de sustanciación, denominados en
nuestra legislación como decretos, mismos que no necesitan motivación ya que no se
encuentran resolviendo ningún asunto de fondo del proceso.

Ahora bien, continuando con el análisis de las características de la sentencia, es importante


mencionar que los orígenes de la estructura formal de la sentencia provienen del derecho

18
procesal civil español. Para un mayor abundamiento, se ha considerado pertinente realizar
un cuadro comparativo de la Ley de Enjuiciamiento Civil Español de 1881 y la del año
2000, la cual se encuentra vigente con la finalidad de analizar la evolución normativa que
existe en este tema. A continuación, en el siguiente cuadro se encuentran las disposiciones
de esta norma:

Tabla .
Art. 372 de la Ley de
Art. 208 y 209 de la Ley de
Enjuiciamiento Civil Español Comparación
Enjuiciamiento Civil Español 2000
1881

Señala que las sentencias Art. 208.- Forma de las 1. La norma del año 2000
definitivas deben tener cuatro Resoluciones: dispone la motivación de las
partes que son: - Deberán ser motivadas; sentencias, cuestión que no era
- Deberán contener la indicación del mencionada en la Ley del año
- El lugar, fecha y juez o juez o Tribunal que las dicte y sus 1881.
tribunal que las pronuncie, firmas;
identificación de las partes y - Se señalará el lugar y fecha donde 2. Las cuestiones básicas como
de los abogados y se adopte dicha resolución, si es fecha, identificación de las
procuradores y el objeto del una resolución en firme o si cabe partes, coinciden en ambas
pleito. recurso, y que tipo de recurso cabe, normativas. La norma del año
ante qué órgano y el plazo para 2000 dispone que el fallo
- Un párrafo que iniciará con interponerlo. deberá contener si cabe
la palabra resultando y que recurso o si es una resolución
contendrá las pretensiones de Art. 209.- Reglas sobre las formas y en firme. Esto es un tema
las partes y los hechos en contenido de las sentencias.- novedoso, que no se
que las funden. - En el encabezamiento deberán encontraba en la normativa del
expresarse los nombres de las año 1881.
- Otro párrafo que iniciará con partes, de los abogados y
la palabra considerando en el procuradores y el objeto del juicio. 3. En la ley del año 2000 se
que consten los puntos de - En los antecedentes de hecho se incluyen además de las normas
derecho fijados por las consignarán, las pretensiones de las y los hechos de las partes, las
partes. El último partes o interesados, los hechos en pruebas propuestas y
considerando contendrá las que las funden, las pruebas que se practicadas, que son
omisiones o defectos que hubiesen propuesto y practicado importantes para que el juez se
hayan surgido en el proceso. y los hechos probados, en su caso. forme su criterio al emitir el
- En los fundamentos de derecho se fallo.
- Por último, se pronunciará el expresarán, los puntos de hecho y
fallo, el cual debe ser claro, de derecho fijados por las partes y 4. Ambas normas mencionan que
preciso y congruente. los que ofrezcan las cuestiones deberán consignarse los
controvertidas, con expresión fundamentos de derecho.
concreta de las normas jurídicas
aplicables al caso. 5. Por último, se pronuncia el
- El fallo contendrá, numerados, los fallo. Es interesante
pronunciamientos correspondientes mencionar que a diferencia de
a las pretensiones de las partes, así la Ley del año 1881 en la que
como el pronunciamiento sobre las indica que el fallo debe ser
costas. También determinará, en claro, preciso y congruente, la
su caso, la cantidad objeto de la norma del año 2000 dispone
condena, sin que pueda reservarse que el fallo debe corresponder
su determinación para la ejecución a las pretensiones de las partes
de la sentencia. y deberá determinar la
cantidad objeto de la condena.

19
Del cuadro anterior, cabe resaltar que la Ley de Enjuiciamiento Civil Española del año
2000 es muy completa y menciona textualmente las partes formales que tiene la sentencia.
A diferencia de la Ley del año 1881, ha incluido el tema de la motivación, lo que ya no es
un tema de forma sino de fondo, que es básico para la emisión de sentencias, para que así
en el fallo pronunciado se subsuman los hechos a la norma y así el fallo se encuentre
debidamente argumentado. Ambas normas disponen que la sentencia debe contener la
identificación de las partes procesales, jueces, fecha, lugar, fundamentos de hecho y de
derecho y el fallo, el cual debe responder a las pretensiones realizadas por las partes.

La normativa ecuatoriana por su parte, también establece tanto los requisitos formales
como de fondo que deben contener no sólo las sentencias, sino también las demás
providencias analizadas en la parte inicial de este capítulo. Sobre este tema los artículos
287 y 288 del Código de Procedimiento Civil, en cuanto a los requisitos formales de la
sentencia, disponen:

Art. 287.- Las sentencias, autos y decretos contendrán la fecha y hora en que
fueron expedidos y la firma de los jueces que los pronunciaron.
Art. 288.- Las sentencias se expedirán dentro de doce días; los autos dentro de
tres; los decretos dentro de dos; pero si el proceso tuviere más de cien fojas, al
término dentro del cual se debe pronunciar la sentencia, se agregará un día por
cada cien fojas. (Legislación Ecuatoriana, 2005)

En los artículos 273, 274 y 275 se establecen los requisitos de fondo que deben contener
tanto las sentencias como los autos, decretos y decretos con fuerza de auto.

Art. 274.- En las sentencias y en los autos se decidirán con claridad los
puntos que fueren materia de la resolución, fundándose en la ley y en los
méritos del proceso; a falta de ley, en precedentes jurisprudenciales
obligatorios, y en los principios de justicia universal.
Art. 275.- Los decretos, autos y sentencias expresarán con claridad lo que
se manda o resuelve; y en ningún caso se hará uso de frases obscuras o
indeterminadas como ocurra a quien corresponda, venga en forma, como se
pide, etc. (Legislación Ecuatoriana, 2005)

Realizando una comparación entre lo establecido en la norma ecuatoriana y las normas


españolas citadas anteriormente, nuestra legislación no describe con mucho detalle los

20
requisitos formales que debe tener la sentencia, y se limita a señalar que deberá contener la
fecha, hora y firma de los jueces. En cuanto a la motivación de las resoluciones, como ya
se explicó en párrafos anteriores, se encuentra dispuesta en el artículo 76 de la
Constitución de la República del Ecuador. Es opinión de la autora de la presente
investigación que en este tema las normas infraconstitucionales deberían explicar con más
detalle los requisitos que deben contener las sentencias basándose tanto en la doctrina
nacional y extranjera, así como en lo establecido en otras legislaciones con la finalidad de
que la disposición sea más clara y exista uniformidad al momento de emitir las sentencias
por parte de los jueces.

Los autores ecuatorianos también han estudiado las características de la sentencia. Uno de
ellos es el autor Enrique Coello García, quien ha clasificado en tres partes esenciales a la
sentencia, para señalar las características de la misma. Entre ellas se encuentran la parte
descriptiva, la motiva y la resolutiva.

En la parte descriptiva, se realiza un resumen del proceso indicando los generales de ley de
las partes procesales, la cosa, cantidad o hecho que se exige, los medios de prueba y
defensa. Ésta parte se refiere a los fundamentos de hecho, la pretensión, las excepciones, y
los medios de prueba. Esto constituirá la traba de la litis. Además, se pueden mencionar
también los incidentes posteriores. Comparando esta parte, con lo señalado por los autores
citados en párrafos anteriores, podemos decir que la misma corresponde a los requisitos de
forma de una sentencia.

En la parte motiva, se realiza un análisis a fondo de las normas legales aplicables al caso,
así como la doctrina y la jurisprudencia pertinente. En esta parte se establece una especie
de silogismo en donde la premisa mayor es la norma y la menor el caso concreto que está
siendo analizado. La conclusión se mencionará en la parte final. Podemos decir, que la
parte motiva se asemeja a lo previsto en la teoría del silogismo jurídico, ya que contiene
sus mismos elementos: premisa mayor, premisa menor y conclusión.

En cuanto a la parte resolutiva consta la resolución del conflicto. En el caso de que la


sentencia sea favorable, deberá constar en forma expresa cuáles son las prestaciones a las
que están obligadas las partes y la indemnización en caso de daños y perjuicios. También

21
puede existir un pronunciamiento de la existencia o inexistencia de mala fe o temeridad,
por parte del actor. Adicionalmente, constará la condena en costas, junto con el monto que
la parte perdedora pagará a los abogados vencedores.

Por último, y para finalizar el tema de las características de la sentencia, García Coello
menciona que las mismas deben encontrarse fundamentadas en la ley vigente, y que en
caso de existir vacíos legales para fundamentar su decisión, el juez deberá buscar casos
análogos (jurisprudencia), la doctrina y los principios generales del derecho para formular
su fallo. Es importante también señalar las críticas relativas a lo establecido en la
normativa ecuatoriana y lo que ocurre en la práctica. La primera se refiere a la falta de
lectura de la sentencia en público: en la práctica se la notifica directamente luego de su
emisión. La segunda es que la fecha de emisión de la sentencia no es la fecha real de su
emisión.

1.4 CLASES DE SENTENCIA

En cuanto a la clasificación de las sentencias, Ovalle menciona que existen diversos


criterios para clasificarlas. A continuación se encuentra un cuadro en el cual se detalla lo
mencionado por el autor:

Figura 1.

Respecto a esta clasificación, realizaremos un pequeño análisis de cada una. Iniciando con
las sentencias clasificadas por su finalidad, tenemos a las sentencias meramente
declarativas que son aquellas que se limitan a reconocer una situación jurídica existente o

22
declarar la existencia de un derecho. Por ejemplo, la que declara la adquisición de una
propiedad por prescripción.

A diferencia de lo establecido por Ovalle, para el autor Eduardo Couture, las sentencias
pueden ser meramente declarativas o declarativas. La sentencia de declaración es aquella
que desestima una demanda; en cambio, la sentencia de mera declaración, simplemente
anuncia una declaración sobre un derecho. Éstas pertenecen a las providencias definitivas,
las mismas que deciden el fondo del litigio. Cabe señalar la precisión realizada por el
autor en el sentido de que todas las sentencias son declarativas, ya que todas contienen un
antecedente en el que declaran algo.

En segundo lugar tenemos a las sentencias constitutivas, que son aquellas que “crean,
modifican o extinguen un estado jurídico”. (Ovalle, 1981, pág. 158 en Couture, 1973, pág.
315). Este tipo de sentencias no declaran ni establecen el cumplimiento de una prestación.
A través de este tipo de sentencias se puede crear un estado jurídico nuevo. El autor
Couture señala que las sentencias constitutivas forman parte de una especie de sentencias
“cuyos resultados no pueden obtenerse ni por una mera declaración ni por una condena”.
(Couture, 1973, pág. 319). Para el cumplimiento de este tipo de sentencias, es necesaria la
intervención de los órganos jurisdiccionales. Un ejemplo de este tipo de sentencias es
aquella que cambia el estado civil de las personas, como la sentencia que se dicta dentro de
un proceso de divorcio.

Por último, se encuentran las sentencias de condena, las cuales condenan a dar, hacer o no
hacer algo. Las sentencias de condena pueden surgir debido a que se ha lesionado un
derecho; se ha incumplido una obligación; o, se han realizado acciones por parte de
aquellos que se han comprometido a no realizarlas. Respecto a este tipo de sentencias,
Couture señala que la condena por lo general, busca que se restablezca un derecho o que se
cumpla la prestación. Entonces, en caso de que un derecho haya sido lesionado, se obliga
a resarcirlo; si se incumplió una obligación, se obliga a cumplirla; y, si se realizaron
acciones indebidas, se obliga a que se abstengan de realizarlas. Este tipo de sentencias son
las más dictadas dentro de la función jurisdiccional, sin embargo, no son las únicas. Para
terminar con esta primera parte, cabe señalar que esta clasificación no excluye la
posibilidad de que una sentencia pueda encontrarse en más de una clase.

23
En cuanto a las sentencias por el resultado, las estimatorias son aquellas en las que el
juzgador estima fundada la pretensión y la desestimatoria cuando no está fundada la
pretensión.

Respecto de las sentencias por su función en el proceso, las interlocutorias son aquellas
que “resuelven un incidente planteado en el juicio” (Ovalle, 1981, pág. 158) mientras que
las definitivas son las que deciden el conflicto de fondo y ponen fin al proceso.

En cuanto a las sentencias que son susceptibles de impugnación, las definitivas son las que
finalizan el proceso y pueden ser impugnadas. Mientras que las sentencias en firme ya no
pueden ser impugnadas por que tienen la calidad de cosa juzgada.

Por último cabe señalar que para Couture, la sentencias también se pueden clasificar en
sentencias cautelares, las mismas tienen relación con las resoluciones cautelares dictadas
por el juez en un proceso como una medida de prevención. Este tipo de sentencias ha
tenido un amplio campo de estudio en la doctrina, y se clasifican en: medidas de puro
conocimiento, medidas de conocimiento sumario con comienzo de ejecución provisional,
medidas de tutela de la propiedad o el crédito, medidas de ejecución anticipada, medidas
cautelares negativas y medidas contracautelares.

1.5 OBLIGACIONES QUE SE DERIVAN DE LA SENTENCIA


JUDICIAL

Una vez que hemos establecido los tipos de sentencias que existen, cabe señalar que las
que corresponden a esta investigación son las sentencias de condena, debido a que las
mismas, imponen el cumplimiento de una prestación. Las sentencias de condena pueden
contener tres tipos de obligaciones: las de dar, las de hacer y las de no hacer. A
continuación se realizará un pequeño análisis sobre las mismas, así como de su modalidad
de ejecución.

En materia civil, las obligaciones se definen como “el vínculo o relación entablada entre
dos o más personas mediante el cual una de ellas, llamada deudor, debe cumplir una
determinada prestación a favor de otra, denominada acreedor, pudiendo consistir en un dar,

24
hacer o no hacer”. (Enciclopedia Jurídica Ameba, 1975, pág. 616). De la definición
anterior, podemos concluir que las obligaciones tienen tres elementos principales: un
vínculo legal entre dos partes, la acción u omisión de un acto y una sanción en caso de
incumplimiento.

En cuanto a la clasificación general de las obligaciones, el autor Ramón Meza Barros


señala que las mismas “pueden clasificarse atendiendo al objeto, al sujeto, a sus efectos”.
(Meza, 2007, pág. 15). A continuación se encuentra un cuadro que sintetiza su
clasificación:

Figura 2.

Por último respecto al efecto de las obligaciones civiles, el autor Luis Claro Solar señala
que su efecto general es que “el deudor se halla en la necesidad jurídica de cumplir la
prestación que constituye su objeto (…) de un modo completo, en la época y de la manera
convenida.”. (Claro, 1979, pág. 672). En caso de que dicha prestación no sea cumplida ya
sea por un retardo o porque no quiere hacerlo, el acreedor puede obligar a cumplirla, por
medio de la autoridad judicial y el empleo de la fuerza pública. Dependiendo del vínculo
jurídico que las origine, tanto la facultad que posee el acreedor así como el medio de
ejecución, pueden ser de distinta naturaleza.

Con esta última premisa y una vez que se ha definido el concepto y la clasificación de las
obligaciones, se pasará al estudio de las obligaciones que conciernen a esta investigación,
que son las de dar, de hacer y no hacer. Estas obligaciones pueden ser positivas, como en
el caso de las obligaciones de dar y hacer o negativas, como en las obligaciones de no
hacer.

25
1.5.1 Obligaciones de Dar

El autor Ramón Meza Barros define a la obligación de dar como aquella que “tiene por
objeto transferir el dominio o constituir un derecho real, como un usufructo, una
servidumbre”. (Meza, 2007, pág. 16). Estas obligaciones tienen la finalidad de trasladar el
dominio de una cosa y se cumplen una vez que haya operado la tradición. Por su parte, el
autor Claro Solar menciona que las obligaciones de dar son “las que tienen por objeto, sea
el pago de sumas de dinero o de otras cosas que tengan según la convención el carácter de
cosas fungibles (…) De este tipo de obligaciones surge una acción que puede ser mueble o
inmueble según lo sea la cosa, objeto de ella”. (Claro, 1979, pág. 672). Dentro de la
obligación de dar se encuentra la de entregar la cosa, y si se trata de un cuerpo cierto,
contiene además la de conservarla hasta su entrega.

De las definiciones anteriormente citadas, se concluye que las mismas tienen tres
elementos fundamentales, a saber, el empleo de la tradición para trasladar el dominio de la
cosa, la obligación de entregar la cosa y la conservación de la cosa hasta su entrega.

En cuanto a la tradición para trasladar el dominio de la cosa, cabe señalar que la principal
implicación es que la cosa debe ser puesta a disposición del acreedor. Lo anterior conlleva
a que el acreedor, con la entrega, tenga un poder jurídico sobre la cosa así como el dominio
práctico sobre la misma. Esto tiene su fundamento en el concepto de tradición, el mismo
que implica que para trasladar el dominio de un bien es necesario el título y el modo.

En segundo lugar se encuentra la obligación de la entrega de la cosa. De manera general,


la obligación de dar contiene la de entregar la cosa, pero cabe aclarar que no siempre la
obligación de entregar es consecuencia de una obligación de dar. Tal como lo expone el
autor Chileno, Luis Claro Solar, la obligación de dar supone la existencia de un título que
convierte al acreedor en dueño de la cosa objeto de la obligación. Es decir, que el acreedor
por medio de ese título adquiere un derecho real sobre la cosa4. En cuanto a la obligación
de entregar la cosa, la misma puede surgir tanto de una obligación de dar como de una

4
Esta afirmación tiene relación con lo expuesto en el párrafo anterior en cuanto a la tradición, ya que sólo a
través de la tradición, el acreedor adquiere el dominio de la cosa que el deudor entrega al momento de
cumplir la prestación que se le ha impuesto en una sentencia de condena que contiene una obligación
de dar.

26
obligación de hacer. En el primer caso, la obligación de entregar la cosa es secundaria. En
cambio, cuando la obligación de entregar surge por una obligación de hacer, la primera se
convierte en la obligación principal. Por lo tanto, no toda obligación de entregar es una
obligación de dar.

El tercer elemento, esto es conservar la cosa hasta su entrega, implica que el deudor dará al
acreedor un cuerpo cierto. Por lo tanto, la cosa que va a ser entregada debe estar
individualizada y determinada, ya que la obligación de cuidar la cosa “no podría existir si
la obligación de dar se refiriere a una cosa determinada sólo en cuanto a su género”.
(Claro, 1979, pág. 673)

La naturaleza de la obligación de conservar la cosa es la de una obligación de hacer y no


hacer al mismo tiempo. Lo anterior ocurre debido a que el deudor tiene que hacer todo lo
necesario para que la cosa no se pierda o deteriore y, al mismo tiempo, no realizar actos
que puedan dañarla o perderla, en consecuencia deberá aplicar el debido cuidado sobre la
misma. Respecto a este tema, Claro Solar menciona que “la obligación de conservar la
cosa exige que se emplee en su custodia el debido cuidado. Si el deudor no emplea este
cuidado y la cosa perece o se deteriora, el deudor debe pagar los perjuicios al acreedor”.
(Claro, 1979, pág. 674)

El debido cuidado se encuentra establecido en el artículo 1564 del Código Civil


ecuatoriano, mismo que fue citado anteriormente e implica la debida custodia de la cosa.
El debido cuidado “está determinado por la teoría de la prestación de la culpa según la
naturaleza del contrato” (Claro, 1979, pág. 674) a que se refiera. Claro Solar define a este
tema con un ejemplo práctico: de manera general, en un contrato en el cual las dos partes
sean beneficiarias, el deudor debe custodiar la cosa con el cuidado ordinario con el que un
buen padre de familia atiende la administración de sus bienes. En este caso, si la cosa se
deteriora o pierde, el deudor será responsable por culpa leve. Sin embargo, esto cambia
cuando el contrato del cual se deriva la obligación sólo beneficia al acreedor. En este caso,
el deudor sólo estará obligado en la custodia de la cosa “únicamente a aquel cuidado
insignificante que una persona negligente y de poca prudencia suele emplear en sus
negocios propios” (Claro, 1979, pág. 673), respondiendo en caso de pérdida o deterioro de
la cosa, hasta por culpa lata. En cambio, cuando el contrato del cual se deriva la obligación

27
únicamente beneficia al deudor, el mismo deberá emplear el sumo cuidado o diligencia y
responderá hasta de culpa levísima y dolo.

Por otro lado, la legislación ecuatoriana también ha tratado el tema de las obligaciones en
general, y particularmente las obligaciones de dar, mismas que se encuentran reguladas en
el Libro Cuarto del Código Civil, específicamente en el Título XII (De los efectos de las
obligaciones). En su artículo 1564 se dispone:

Art. 1564.- La obligación de dar contiene la de entregar la cosa; y si ésta es una especie
o cuerpo cierto, contiene, además, la de conservarlo hasta la entrega, so pena de pagar los
perjuicios al acreedor que no se ha constituido en mora de recibir. (Legislación
Ecuatoriana, 2005)

La norma antes citada prevé que dentro de la obligación de dar se encuentra la de entregar
la cosa y la de conservarla hasta su entrega. Adicionalmente, y siguiendo el análisis
efectuado por la doctrina en cuanto a la naturaleza de la obligación de entregar, la
legislación ecuatoriana además de lo prescrito en la norma anterior, la ha incluido dentro
de las obligaciones del vendedor, mismas que se encuentran dispuestas en el Artículo
1764, Parágrafo 6to (De las obligaciones del vendedor y primeramente de la obligación de
entregar) del Título XXII (De la Compraventa), del Libro Cuarto del Código Civil, que
dispone:

Art. 1764.- Las obligaciones del vendedor se reducen en general a dos: la entrega o
tradición, y el saneamiento de la cosa vendida. (Legislación Ecuatoriana, 2005)

La tradición se sujetará a las reglas dadas en el Título VI del Libro II.

De lo anterior, es importante tomar en consideración dos cosas: la primera que la


normativa ecuatoriana sí distingue el concepto de dar y entregar, siguiendo la misma línea
de la doctrina, por lo tanto, en este caso la obligación de entregar es parte de una
obligación de dar y no constituye una obligación principal. En segundo lugar, el hecho de
que la normativa ecuatoriana utilice la letra “o” en el artículo 1764, citado anteriormente,
conlleva a una confusión ya que en este caso el legislador equipara la obligación de

28
entregar con la tradición, y de acuerdo a lo estudiado por la doctrina, no son lo mismo.
Mientras que la entrega implica el acto de trasladar físicamente de una persona a otra la
cosa, la tradición es un modo de adquirir el dominio que supone la transferencia de la
propiedad de la cosa por parte del deudor al acreedor. Lo anterior es corroborado por el
autor Luis Claro Solar, quien menciona que puede ocurrir también que la obligación de dar
sea solamente la obligación de restituir una cosa, en cuyo caso no existe tradición sino
únicamente una simple entrega.

En otras legislaciones, como la legislación Chilena5, también se confunde la entrega de la


cosa con la tradición. En este caso, el legislador a diferencia de lo establecido en la
doctrina, ha calificado a la obligación de entregar como una obligación de dar. Diversas
normas de esta legislación, tanto en el Código Civil como en el Código de Procedimiento
Civil, hacen deducir que el legislador no realiza una diferencia entre entrega y tradición.
Esta confusión6, en palabras de Meza Barros, ha dado como resultado que en esa
legislación, “la obligación de dar tenga por objeto la entrega de una cosa sea en propiedad
o para constituir otro derecho real, sea en mera tenencia”. (Meza, 2007, pág. 17)

1.5.2 Obligaciones de Hacer

Otra de las obligaciones que se deriva de la sentencia es la obligación de hacer, y son


aquellas “cuyo objeto prestacional consiste en realizar alguna acción a favor del acreedor”.
(La guía de Derecho, 2000). Meza Barros menciona que la obligación de hacer “tiene por
objeto la ejecución de un hecho cualquiera, material o jurídico”. (Meza, 2007, pág. 17)

5
Sobre este tema, es importante mencionar que el Código Civil ecuatoriano tiene como referente al Código
Civil chileno, por lo tanto, sus normas son muy similares.
6
La autora de la presente investigación difiere con lo expuesto por Meza Barros respecto a que la legislación
chilena confunde a la obligación de dar con la obligación de entregar ya que la norma que dispone que
la obligación de dar contiene a la de entregar, claramente establece que la obligación de entregar no es
una obligación principal, sino que es parte de la obligación de dar, y no existe independientemente.
Adicionalmente, el autor Claro Solar, sobre la entrega de la cosa, menciona que en la legislación
chilena, se ha adoptado lo dicho por el Derecho romano, que menciona que la transferencia de
dominio de una cosa existe cuando se cumplen los requisitos de título y modo, con lo cual se
corrobora que no existe tal confusión entre la obligación de entregar y la obligación de dar. Otro caso
es por ejemplo el del Código francés, en cuya normativa se rechaza este principio y se menciona que
“basta el consentimiento de las partes para operar la traslación de la propiedad de una persona a otra.”
Por lo tanto en el Derecho francés, la obligación de transferir el dominio se perfecciona sólo mediante
el consentimiento de las partes y “convierte al acreedor en propietario y pone la cosa a sus riesgos
desde el instante en la que debió ser entregada.” La última oración es tomada de: Claro Solar, Luis.
Explicaciones de Derecho Civil Chileno y Comparado. Volumen V. De las Obligaciones. Chile.
Editorial Jurídica de Chile. 1979. Pág. 676.

29
Para el autor español Carlos Rogel Vide, la obligación de hacer “implica la realización de
una actividad por el deudor, que puede ser de la más diversa índole – llevar a cabo un
trabajo, prestar un servicio, efectuar un transporte, realizar un encargo, etc.”. Rogel, 2013,
pág. 22. Por último, Claro Solar define a la obligación de hacer como aquella que “tiene
por objeto la ejecución de un hecho”. (Claro, 1979, pág. 689)

De las definiciones citadas anteriormente, podemos concluir que los elementos de una
obligación de hacer, son los siguientes:

a. La realización de una acción o actividad;


b. La actividad debe ser realizada por el deudor a favor del acreedor;
c. El tipo de actividad puede ser diverso.

En las obligaciones de hacer pueden existir dos opciones, que la misma sea realizada por el
deudor directamente, en cuyo caso la prestación es infungible; o que una tercera persona
satisfaga la prestación, convirtiéndola así en una prestación fungible. Debido a su
naturaleza, estas obligaciones son muebles.

Por su parte, la legislación ecuatoriana en el Código Civil la ha regulado en varios


artículos. Iniciaremos citando el artículo 1569 el cual dispone que una vez que el deudor
se haya constituido en mora en una obligación de hacer, el acreedor puede elegir entre
hacerla ejecutar por un tercero a expensas del deudor o que el deudor le indemnice de
existir perjuicios resultantes de la infracción.

Art. 1569.- Si la obligación es de hacer, y el deudor se constituye en mora,


podrá pedir el acreedor, junto con la indemnización de la mora, cualquiera de
estas dos cosas, a elección suya, (Legislación Ecuatoriana, 2005):
1. Que se le autorice para hacerla ejecutar por un tercero, a expensas del
deudor; y,
2. Que el deudor le indemnice los perjuicios resultantes de la infracción del
contrato.

Otro precepto jurídico en el cual se regula la obligación de hacer es el artículo 1588 el cual
se encuentra establecido en el Parágrafo 2ndo (Por quién puede hacerse el pago), Título
XIV (Modo de extinguirse las obligaciones), Del libro IV del Código Civil que dispone:

30
Art. 1588.- Puede pagar por el deudor cualquiera persona a nombre del deudor,
aún sin su conocimiento o contra su voluntad, y aún a pesar del acreedor.
(Legislación Ecuatoriana, 2005)
Pero si la obligación es de hacer, y si para la obra de que se trata se ha tomado
en consideración la aptitud o talento del deudor, no podrá ejecutarse la obra por
otra persona, contra la voluntad del acreedor.

Esta disposición limita la norma anteriormente citada, en la cual dispone que la obligación
puede ser cumplida por un tercero y se establece que la obligación no puede ser ejecutada
por un tercero cuando se ha tomado en consideración la aptitud o talento del deudor, salvo
que el acreedor así lo disponga.

1.5.3 Obligaciones de No Hacer

Por último, analizaremos a las obligaciones de no hacer, las mismas que son obligaciones
negativas y se definen como “aquellas en las cuales el objeto de prestación es una
abstención por parte del deudor”. (La guía de Derecho, 2000). En este mismo sentido, el
autor Carlos Rogel Vide define a la obligación de no hacer como la no realización de actos
materiales o no realización de actos jurídicos para que la prestación se cumpla.

En nuestra legislación, las consecuencias del incumplimiento de una obligación de no


hacer se encuentran regulados en el Libro Cuarto (De las Obligaciones en General y de los
Contratos), Título XII (Del Efecto de las Obligaciones), artículo 1571 del Código Civil,
que dispone:

Art. 1571.- Toda obligación de no hacer una cosa se resuelve en la de


indemnizar los perjuicios, si el deudor contraviene y no puede deshacerse lo
hecho. (Legislación Ecuatoriana, 2005)
Pudiendo destruirse la cosa hecha, y siendo su destrucción necesaria para el
objeto que se tuvo en mira al celebrar el contrato, estará el deudor obligado a
ella, o autorizado el acreedor para que la lleve a ejecución a expensas del
deudor.
Si dicho objeto puede obtenerse cumplidamente por otros medios, será oído el
deudor que se allane a prestarlos.
El acreedor quedará de todos modos indemne.

31
De lo anterior es importante tomar en consideración que la indemnización sólo cabe
cuando no pudiese deshacerse lo hecho. Caso contrario, el deudor deberá reversar la
acción sin necesidad de indemnizar al acreedor. Lo citado anteriormente se complementa
con lo dispuesto dentro del mismo Título en el artículo 1573, en el cual se dispone
expresamente que la indemnización cabe desde el momento en que el deudor ejecutó la
actividad que le estaba prohibido hacer:

“Art. 1573.- Se debe la indemnización de perjuicios desde que el deudor se ha


constituido en mora, o, si la obligación es de no hacer, desde el momento de la
contravención”. (Legislación Ecuatoriana, 2005)

Concluyendo el presente tema, podemos decir que a diferencia de las obligaciones de


hacer, las obligaciones de no hacer imponen al deudor omitir de realizar el acto que se ha
comprometido a no ejecutar. En palabras de Claro Solar la obligación de no hacer se
reputa cumplida al no ejecutar el acto pactado. En esta clase de obligación “el deudor es
responsable de la falta de diligencia en la ejecución del hecho o en su omisió”. (Claro,
1979, pág. 690) por lo que responderá por los daños y perjuicios que se causen al acreedor.
Por último, no está demás indicar que la responsabilidad por daños y perjuicios no debe ser
exigida en caso de que la obligación no pueda ser cumplida por caso fortuito o fuerza
mayor.

Por último, Meza Barros menciona las reglas para la ejecución forzada en el caso de las
obligaciones de dar, hacer o no hacer. Las obligaciones de dar pueden ser compelidas a su
realización a través de la fuerza pública que puede obligar al deudor a entregar la cosa.
Las obligaciones de hacer, por su parte, tienen reglas especiales. El acreedor puede elegir
entre solicitar el apremio al deudor para que ejecute la obligación, para que se ejecute a
expensas del deudor o que sea indemnizado por los perjuicios causados por la falta de
cumplimiento de la obligación. Finalmente, las obligaciones de no hacer, debido a que la
obligación gira alrededor de no realizar alguna acción, si el deudor incumple y realiza la
acción, pagará al acreedor una indemnización.

Una vez que hemos realizado un estudio general de las obligaciones en materia civil,
pasaremos al estudio de las mismas dentro de materia procesal civil, es decir, como

32
consecuencia de una decisión en una sentencia de condena. En el artículo 440 del Código
de Procedimiento Civil Ecuatoriano se establece que los tres tipos de obligaciones que se
derivan de una sentencia de condena son: la entrega de una especie o cuerpo cierto, de
hacer y la de otorgar y suscribir un instrumento:

Art. 440.- Si el juicio hubiere versado sobre la entrega de una especie o


cuerpo cierto, el ejecutado será compelido a la entrega, de ser necesario, con
el auxilio de la Policía Nacional. Si la obligación fuere de hacer, y el hecho
pudiere realizarse, el juez dispondrá que se realice por cuenta del deudor. Si la
especie o cuerpo cierto no pudiere ser entregado al acreedor, o no se
obtuviere la realización del hecho, el juez determinará la indemnización que
deba pagarse por el incumplimiento y dispondrá el respectivo cobro, por el
procedimiento de apremio real. (Legislación Ecuatoriana, 2005)
Si el hecho consistiere en el otorgamiento y suscripción de un instrumento,
lo hará el juez en representación del que deba realizarlo. Se dejará constancia
en acta, suscrita por el juez, el beneficiario y el secretario, en el respectivo
juicio.

Comparando las definiciones de las obligaciones de dar, hacer o no hacer citadas en


párrafos anteriores, podemos concluir que estas obligaciones son las que se derivan de una
sentencia de condena. Cabe señalar que el artículo anteriormente citado no señala el efecto
de las obligaciones de no hacer y más bien añade una que es el otorgamiento y suscripción
de un instrumento.

Por último, y para concluir con este tema, respecto a las modalidades de la ejecución de las
sentencias de condena, a continuación se encuentra un cuadro el cual sintetiza lo
establecido por el autor:

33
Figura 3.

a. Condenas de dar.- este tipo de condenas son las más comunes dentro de la sentencia
y pueden darse de tres formas. La más común es el pago de una cantidad líquida en
cuyo caso, la forma de ejecución es a través del embargo y remate de bienes. En
caso de que la condena sea sobre una suma de dinero y esta no esté precisada, se
debe solicitar el incidente de liquidación de sentencia, el mismo que se encuentra en
el artículo 515 del Código de Procedimientos Civiles del Distrito Federal.

En el caso de que la condena sea de entregar una cosa, la misma puede ser mueble o
inmueble. En el caso de que el bien que haya que entregar sea mueble, se debe requerir al
obligado la entrega. Si el obligado no coopera de manera voluntaria, se podrá contar con el
apoyo de la fuerza pública. En caso de que la obligación no pueda ser satisfecha con el
bien mueble, el juez puede ordenar que se embarguen y rematen otros bienes de propiedad
del deudor. Si el bien materia de la entrega consistiría en un bien inmueble, se debe
proceder a poner en posesión a la persona que tenga que ser entregado. Por último, si
dentro de la condena en la sentencia se ordena la entrega de una persona, “el juez debe
dictar disposiciones conducentes con el objeto de que el fallo no quede sin cumplimiento”.
(Ovalle, 1981, pág. 234)

b. Condenas de hacer.- Si la sentencia ordena una condena de hacer, ésta debe contener
un plazo prudente para su cumplimiento. En caso de incumplimiento se debe

34
determinar “si el hecho es de carácter personal del condenado, si puede ser realizado
por otra persona y si el hecho sólo consiste en la celebración de un acto jurídico”.
(Ovalle, 1981, pág. 234)

Si el hecho es netamente personal, “el juez debe compeler al condenado empleando los
medios de apremio más eficaces”. (Ovalle, 1981, pág. 234). En caso de incumplimiento,
deberá pagar daños y perjuicios. Por otra parte, si la obligación puede ser prestada por una
tercera persona “el juez debe señalar la persona que lo ejecute a costa del obligado, en el
plazo que lo fije”. (Ovalle, 1981, pág. 234). Por último, si el hecho consiste en la
celebración de un acto jurídico, “el juez lo deberá ejecutar por el obligado, expresándose,
en el documento, que se otorgó “en rebeldía”. (Ovalle, 1981, pág. 234)

Dentro de las condenas de hacer, el juez puede también ordenar que el deudor o a quien
corresponda, rinda cuentas dentro de un plazo prudente establecido en la sentencia. En
este caso, la normativa mexicana prevé dos escenarios: el primero es cuando el obligado
presenta sus cuentas dentro del plazo determinado, estarán a la disposición de las partes
por seis días, y dentro del mismo, se podrán realizar las objeciones que consideren
pertinentes. Si el obligado no presenta sus cuentas, “puede el ejecutante pedir que se
despache ejecución contra el deudor si durante el juicio comprobó que éste haya tenido
ingresos por la cantidad que las cuentas importaron”. (Ovalle, 1981, pág. 235). En este
caso, también se podrán presentar objeciones. Las objeciones que se presenten en ambos
casos, se tramitarán como incidentes para la liquidación de la sentencia.

Por último, las condenas de hacer pueden imponer al obligado la condena a dividir una
cosa común. En este caso, dado que no existe una norma que detalle esto, el juez debe
convocar a los interesados a una junta para que en su presencia determinen las bases de la
partición o designen a un partidor. Si no existe acuerdo en ninguna de las dos opciones
detalladas, el juez designará un partidor. Este trámite deberá ser tramitado igual que un
incidente de liquidación de sentencia.

La tercera y última modalidad de ejecución consiste en la condena de no hacer, la misma


que, a diferencia de las dos citadas anteriormente, se incumple cuando el obligado realiza
el acto que el juez determinó que no debía ser ejecutado. En este caso, si la infracción es

35
cometida, el obligado deberá pagar daños y perjuicios al actor. Dentro del proceso de
ejecución, el deudor podrá probar si ha cumplido o no la sentencia, así como también
podrá objetar el monto de los daños y perjuicios solicitados por el actor. Estas dos
objeciones se tratarán como incidentes.

1.6 PROCEDIMIENTOS ESTABLECIDOS PARA EJECUTAR UNA


SENTENCIA JUDICIAL

Por último y para concluir con el análisis de la sentencia, a continuación mencionaremos


brevemente cuáles son los procedimientos establecidos para ejecutarla, dejando constancia
de que este tema será tratado a profundidad en el Capítulo IV de la presente investigación.

Iniciaremos señalando lo mencionado por el autor uruguayo Couture, quien indica que las
sentencias civiles se ejecutan in rem, lo que significa que para dar paso a la efectiva
ejecución de una sentencia de condena, es necesario que exista un patrimonio ejecutable7
sobre el cual se ejerza la ejecución forzada. Hace mucho tiempo, las leyes establecían que
el deudor debía pagar su incumplimiento con su vida o con su libertad. Sin embargo, en la
actualidad estas normas han cambiado, y ahora estas formas de condena se encuentran
prohibidas.

Ahora bien, de manera general, la sentencia judicial es la providencia mediante la cual se


culmina un proceso judicial. Cuando el juez dicta una sentencia, la misma puede
beneficiar a una de las partes y condenar a la otra. La parte condenada tiene dos opciones:
puede cumplir dicha sentencia de manera voluntaria o no hacerlo. Para realizarlo, y con la
finalidad de precautelar los derechos del acreedor, se han previsto mecanismos legales para
ejecutarla, en los que se incluye la posibilidad de que el ganador, acuda al órgano
jurisdiccional competente para exigir el cumplimiento de la misma. “Al conjunto de actos
procesales que se realizan durante esta etapa eventual del proceso, se le llama ejecución
forzosa o forzada o también ejecución procesal. (Ovalle, 1981, pág. 227)

7
Respecto al patrimonio ejecutable, cabe señalar que no todo el patrimonio del deudor puede ser ejecutado.
Existen ciertos bienes que son considerados como indispensables para la subsistencia del ser humano,
por ello, la normativa los ha protegido y los ha considerado como inembargables.

36
La ejecución procesal se puede definir como el “conjunto de actos procesales que tienen
por objeto la realización coactiva de la sentencia de condena, cuando la parte vencida no la
haya cumplido voluntariamente”. (Ovalle, 1981, pág. 227). Tal como se ha mencionado,
éste tipo de ejecución sólo es aplicable para las sentencias de condena. Tanto la doctrina
como la legislación, coinciden que existen dos procedimientos establecidos para ejecutar
una sentencia judicial, a saber: la vía de apremio y el juicio ejecutivo. Estos
procedimientos tienen en común el concepto de ejecución forzada. El análisis de los dos
procedimientos de ejecución anteriormente mencionados, como ya se ha dicho, se realizará
en el Capítulo IV, en donde brevemente desarrollaremos sus características y su relación
con el tema principal de la presente investigación, esto es, la falta de una norma que
establezca la caducidad del derecho para la ejecución de una sentencia judicial y su
relación con la seguridad jurídica.

37
CAPÍTULO II

2 LA SEGURIDAD JURÍDICA

2.1 INTRODUCCIÓN

Desde el inicio de los tiempos, las personas han buscado obtener un cierto grado de
seguridad en los actos que realizan con la finalidad de que los acuerdos y compromisos
generados se cumplan de la manera acordada. El crecimiento del comercio y el desarrollo
de la industria trajeron como consecuencia nuevas formas de interacción entre las
personas, con lo cual, esta necesidad de seguridad creció. Adicionalmente, el surgimiento
de nuevas estructuras sociales junto con la creación de nuevas teorías políticas, obligaron
al establecimiento de mecanismos formales que garanticen dicha seguridad de una manera
más efectiva. En este contexto de cambios, nace el concepto de seguridad jurídica, la
misma que ha sido analizada desde varios puntos de vista y ha ido evolucionando hasta
llegar a consolidarse tanto como una teoría formal, así como uno de los pilares
fundamentales de la sociedad.

La seguridad jurídica es uno de los principios elementales dentro del ordenamiento jurídico
ya que la misma permite que exista certeza en las actuaciones que realizan todos los
sujetos que conviven en ella. Este concepto se ve reflejado en el conjunto de disposiciones
jurídicas que rigen a una sociedad, y tiene como principal finalidad que los individuos que
habitan dentro de la misma conozcan cuáles son las reglas de convivencia, así como las
consecuencias de su incumplimiento. En este sentido, el Doctor Hernán Salgado señala
que la seguridad implica que las normas establecidas dentro del ordenamiento jurídico no
sean retroactivas, con la finalidad de que las mismas “dispongan para el futuro y no para el
pasado”. (Salgado, 2002, pág. 20). De esta manera, la sociedad garantiza una convivencia
pacífica y segura para todos sus habitantes.

No obstante lo señalado en el párrafo anterior, es importante tomar en consideración que la


seguridad jurídica no se refiere únicamente al establecimiento de normas jurídicas que
permitan generar certeza en las actuaciones de los ciudadanos. Este principio también

38
puede relacionarse con otros valores como la justicia y el orden, que de igual manera, son
básicos dentro de un Estado para lograr una convivencia adecuada. Finalmente, también
podríamos mencionar que la seguridad jurídica tiene relación con la organización de los
poderes del Estado, lo que brinda certeza a los ciudadanos de que sus autoridades no
pueden cometer arbitrariedades o actuar fuera del marco legal vigente.

Con esta pequeña introducción, se da paso al estudio de la seguridad jurídica, dentro de sus
varias acepciones. En esta parte se señalará el concepto de este principio, se analizará su
evolución histórica y se concluirá analizando su aplicación en el ordenamiento jurídico
ecuatoriano.

2.2 CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS

En el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la palabra seguridad está


definida como “certeza (conocimiento seguro de algo)”. (Google, s.f.). Para el autor
Humberto Ávila, la palabra seguridad puede abarcar diversos aspectos. Uno de ellos es la
dimensión psicológica dentro de la cual, la seguridad se define como “la búsqueda de un
estado de libertad frente al miedo y la ansiedad”. (Ávila, 2012, pág. 88) Otro de los
ámbitos en los que se estudia la seguridad, es en la Antropología, “dirigida a encontrar en
la propia naturaleza del hombre la búsqueda del ideal de seguridad”. (Ávila, 2012, pág.
88). Por último, se puede mencionar que la seguridad también tiene relación con aspectos
como la confianza, así como con el estado de protección de los bienes individuales o
colectivos. En términos generales, se puede afirmar que la seguridad implica la confianza
que depositan los individuos al tener la certeza de que ciertas actuaciones tienen ciertas
consecuencias. Ahora bien, este término adquiere otro tipo de significado cuando sale del
plano individual y tiene que abarcar otros espacios como son los sociales y axiológicos.
En este punto es en donde la seguridad jurídica adquiere relevancia.

En el campo jurídico, la palabra seguridad conlleva un concepto que va más allá de la


certeza o el conocimiento de algo. Tal como lo expresa el Doctor Hernán Salgado
Pesantez en su obra Introducción al Estudio del Derecho, “seguridad es el más alto bien de
la vida y uno de los fines del derecho; también es un valor”. (Salgado, 2002. pág. 19).

39
Bajo esta premisa, la seguridad jurídica se encuentra relacionada con varios aspectos del
Derecho, y puede tener varias acepciones dependiendo del contexto en la que se le analice.

Una de las definiciones que se atribuye a la seguridad jurídica es la indicada por Radbruch,
quien la define simplemente como “la seguridad del derecho mismo”. (García, 2007. pág.
155). Para el autor García Manrique, en cambio, la definición de seguridad jurídica puede
encerrar tres tipos de conceptos: uno formal, otro material y un concepto mixto. Este
autor, opta por el concepto formal de seguridad jurídica, por dos razones:

… en primer lugar, porque, en general, se entiende que su realización depende


sólo o principalmente de las cualidades formales del sistema jurídico (…) y
porque esta seguridad tiene por objeto el propio derecho y no otros objetos,
esto es, se trata de una seguridad “formal” por oposición a una seguridad
“material”. (García, 2007. pág. 155)

A pesar que el concepto formal de seguridad jurídica, es manejado dentro de toda su obra,
García Manrique menciona también las características de los conceptos material y mixto de
la misma. Bodino, en su teoría política, establece que el concepto material de seguridad
jurídica se refiere a la seguridad de ciertos bienes o necesidades a través del derecho. Por
otra parte el concepto mixto de seguridad jurídica tiene relación con el derecho justo. Se lo
concibe como mixto ya que une los dos elementos: tiene una definición formal, pero sólo
se convierte en un valor cuando el derecho aplicado tiene la característica de justo.

Ahora bien, además de las definiciones citadas, cabe señalar lo analizado por el autor
Humberto Ávila, quien en su obra “Teoría de la seguridad jurídica”, estudia a la seguridad
jurídica en sus distintas dimensiones, a saber, como un hecho, como un valor, como norma
y como principio. En los párrafos siguientes, se realizará una mención a cada uno de estos
elementos y sus características.

La seguridad jurídica como hecho, implica la conexión de la misma a una realidad fáctica y
tangible. Para que esto sea posible, alguien debe prever con antelación las consecuencias
jurídicas de los comportamientos de los ciudadanos. Por lo tanto, es necesario que las
normas jurídicas se encuentren creadas con anterioridad, para que los individuos tengan la

40
certeza de las consecuencias de sus actos. En este caso, la seguridad jurídica adopta una
concepción realista y descriptiva, ya que requiere de un hecho fáctico para existir.

Al analizar a la seguridad jurídica como valor, su concepto cambia del plano realista al
filosófico. En este sentido, se convierte en un deber ser el cual tanto los individuos como
la sociedad, deben llegar a alcanzar. Tal como lo menciona el autor Humberto Ávila “el
uso de la expresión seguridad jurídica denota un juicio axiológico concerniente a aquello
cuya existencia se considera buena de acuerdo con un determinado sistema de valores”
(Daufmann, 1973, pág. 32). Entonces, la seguridad jurídica como valor no sólo es un
deber ser, sino que también implica un tema de comportamiento moral, siendo su finalidad
justificar el por qué deben obedecerse las normas dentro de un ordenamiento jurídico. De
igual manera, en este ámbito la seguridad jurídica puede significar un ideal político o de
justicia. En consecuencia, la seguridad jurídica adopta una concepción axiológica.

Por otra parte, y con la finalidad de analizar las dos últimas dimensiones de la seguridad
jurídica, es importante indicar la definición que el autor Humberto Ávila establece para los
conceptos de norma y regla, para así establecer la distinción existente entre la seguridad
jurídica como norma o regla y como principio.

Las reglas, señala, “son aquellas normas que describen lo permitido, prohibido y
obligatorio. Por ello se afirma que están compuestas de un supuesto de hecho (hipótesis o
antecedente) al que se conjuga un mandamiento, una consecuencia o determinación”
(Ávila, 2012, pág. 96). Por otra parte, indica que los principios jurídicos son “aquellas
normas que establecen un estado ideal de cosas para cuya realización es necesario adoptar
comportamientos que provocan efectos que contribuyen a su promoción. Por ello se
afirma que comportan un fin (estado de cosas) y unos medios (conductas necesarias para su
promoción). (Ávila, 2012, pág. 97)

Con estas premisas, se puede establecer que la seguridad jurídica como norma-principio,
implica la materialización de la misma en una norma del ordenamiento jurídico mediante
la cual se establece un mandato o prohibición. En este caso, la seguridad jurídica se vuelve
parte del Derecho positivo, y en consecuencia, adquiere una concepción iuspositivista. En
cambio, la seguridad jurídica como principio supone la posibilidad de que sea realizada de

41
manera práctica en la realidad. A diferencia de su establecimiento como norma jurídica,
cuando la seguridad jurídica se encuentra como principio, la misma adquiere vital
importancia dentro del ordenamiento jurídico ya que en base a ella, se establecerán y
aplicarán las normas jurídicas relativas a otros temas. Por último, cabe mencionar que
dada la diferenciación de estos conceptos, es necesario tomar en consideración que su
forma de interpretación y aplicación será distinta.

Otro de los aspectos relevantes de la seguridad jurídica es el hecho de que a partir de


aquella surge la definición de Derecho. En este sentido, varios autores señalan que dentro
de un ordenamiento jurídico la seguridad jurídica es parte de su estructura en la medida en
la que brinda certeza al mismo. Bajo esta misma línea, Bobbio sostiene que “la seguridad
jurídica no es sólo una exigencia de la coexistencia ordenada del hombre, sino también un
elemento intrínseco del Derecho” (Ávila, 2012, pág. 91). Por otro lado, existen autores
que mencionan que la seguridad jurídica no es un elemento esencial de la definición de
Derecho, sino más bien sólo un mecanismo de realización del mismo. Independientemente
de estas dos posturas, los autores coinciden en que la seguridad jurídica es “un elemento
integrante de una definición, por tanto, una proposición metalingüística relativa al Derecho
como fenómeno histórico” (Asorey, 1990, pág. 28). Entonces, la seguridad jurídica desde
este punto es un concepto y no una norma.

Finalmente, se puede decir que la seguridad jurídica no sólo implica el establecimiento de


normas claras que generen certeza en las actuaciones de los individuos, sino también el
establecimiento de procedimientos adecuados y competencias a las autoridades para que
puedan actuar en cada caso. Además, como la seguridad jurídica está interrelacionada con
otros principios del ordenamiento jurídico, todas las normas deben encontrarse en perfecta
armonía, evitando contradicciones, que pongan en peligro la certeza de los ciudadanos
respecto de las normas que los rigen. Todo lo mencionado anteriormente, va a contribuir
para que esta certeza jurídica sea tangible en las relaciones sociales así como para que se
genere la confianza necesaria para que los individuos puedan actuar libremente, siendo
consientes de las consecuencias que sus actos acarrean.

42
2.3 BREVE ANÁLISIS DE SU EVOLUCIÓN HISTÓRICA

2.3.1 Premisas iniciales

La seguridad jurídica tiene una estrecha vinculación con los valores morales de una
sociedad por dos razones: por una parte, debido al hecho de que la seguridad jurídica busca
justificar las teorías políticas a través del derecho, y por otra ya que establece el por qué los
individuos de una sociedad deben o no cumplir con las normas que los rigen. En este
sentido, el autor García Manrique en su obra titulada “El valor moral de la seguridad
jurídica”, señala que existen dos tesis para analizar las premisas indicadas en las líneas
anteriores. La primera tiene relación con el valor moral de la seguridad jurídica y la
segunda establece el valor instrumental o técnico de la misma. El fundamento de cada una
de estas teorías es completamente contrapuesto: mientras que la primera teoría afirma que
el ejercicio del poder debe realizarse en base a normas que existan con anterioridad para
asegurar a los individuos las consecuencias jurídicas de sus actos, la segunda teoría se
justifica en cuanto el derecho cumpla con la finalidad de servir a la justicia.

De las teorías mencionadas anteriormente, la más relevante es la teoría del valor moral de
la seguridad jurídica ya que con la misma se puede justificar tanto las razones para que los
individuos acaten las disposiciones, así como también para explicar la legitimidad del
poder político mediante el derecho. En este sentido cabe mencionar que cuando un sistema
jurídico realiza un valor moral, tiene un mérito moral. Tal como lo señala García
Manrique en su obra, “el hecho de que un sistema jurídico sea moralmente meritorio
constituye una razón moral para obedecerlo, lo cual es compatible con la coexistencia de
otras razones morales para obedecerlo o para desobedecerlo” (García, 2007, pág. 16). Por
lo tanto, dado que la seguridad jurídica es un valor moral que se realiza en un sistema
jurídico, ésta debe tomarse en consideración para el análisis de la existencia de un deber
moral de obedecerlo.

Otras razones que también justifican la legitimidad del derecho y su obligatoriedad moral
son el origen de las normas y su contenido. Por una parte, el origen de las normas tiene
relación con los sistemas políticos y sus mecanismos democráticos. Por otro lado, el
contenido de las normas está relacionado con la aceptación que tienen al ser generales y el

43
desarrollo de normas infraconstitucionales, las mismas que son más complejas y por lo
tanto generan muchas veces un poco de rechazo por parte de los individuos. Dentro de
estos dos elementos, la seguridad jurídica juega un papel trascendental ya que su función
es determinar si tales normas son o no legítimas, y por lo tanto, si existe el valor moral para
obedecerlas. En consecuencia, y siguiendo el mismo argumento sostenido en el párrafo
precedente, el valor de la seguridad jurídica cobra mucha importancia ya que nos permite
establecer el valor que las leyes tienen dentro de la sociedad.

Siguiendo esta misma línea, cabe mencionar lo estudiado por autores como Platón y
Harrington, quienes defendían el gobierno de las leyes en sus doctrinas, pero no el
gobierno de cualquier ley, sino sólo el de las buenas leyes, las mismas que debían tomar en
consideración los intereses de todos y no sólo las de un grupo en particular. “Esta
creencia, la de que el gobierno de las leyes es mejor que el gobierno de los hombres, ha
sido utilizada como instrumento de legitimación del derecho” (García, 2007, pág. 15) así
como también de los sistemas económicos y políticos utilizados dentro de los mismos. De
esta manera podemos ver cómo desde el inicio de los tiempos, los filósofos y pensadores
consideraban a las leyes como uno de los principales elementos para garantizar el orden
social, y adicionalmente, para generar paz y confianza en los individuos.

Ahora bien, luego de haber establecido las premisas básicas para el análisis de la seguridad
jurídica, se dará inicio al estudio histórico de la misma. Para estos efectos, se tomará en
consideración lo analizado por la filosofía jurídico-política moderna, a través de las teorías
políticas de Bodino, Hobbes, Locke, Bentham y Radbruch, quienes han basado sus
estudios en dos puntos de vista. Los tres primeros autores analizan la relevancia de la
seguridad en el derecho moderno, mientras que los dos últimos estudian a la seguridad
jurídica como la justificación de la obediencia al derecho, sin dejar de citar aspectos
importantes mencionados por otros autores en relación con este tema.

2.3.2 Análisis Histórico

La evolución histórica de la seguridad jurídica se encuentra marcada por un hecho


característico: su estudio surge como el resultado de los intentos por legitimar el poder
político mediante el derecho. En este sentido, han surgido varios modelos de legitimación

44
jurídica mismos que han basado su análisis en las distintas teorías políticas elaboradas por
los grandes filósofos desde el inicio de los tiempos.

Los primeros indicios de seguridad jurídica podrían ser analizados desde tiempos muy
antiguos, como por ejemplo desde el desarrollo de la cultura Babilónica y su progreso en el
ámbito del Derecho con el Código de Hamurabí, pasando por la evolución de la
civilización con la cultura Egipcia y su aporte en el Derecho con la introducción de los
documentos escritos, así como la influencia del Código de Manú desarrollado en el
Derecho Indú, o el Derecho Persa o el Israelí. De igual forma, se podría estudiar la
seguridad jurídica en la época medieval, aunque con menos fuerza, ya que estas sociedades
disponían de otros mecanismos de seguridad tales como el monismo cultural, religioso o la
rigidez social.

Cabe mencionar que existen otras opiniones sobre el origen del concepto de seguridad
jurídica. Por ejemplo, el autor Jesús Aquilino Fernández en su obra titulada “La filosofía
jurídica de Eduardo García Maynes”, señala que el origen del término “seguridad jurídica”
se da junto con la aparición de la noción de Estado de Derecho, a mediados del siglo XIX.
Por otra parte, en el artículo denominado “La Consagración del Principio de Seguridad
Jurídica como consecuencia de la Revolución Francesa de 1789” elaborado por el autor
José López Oliva, se menciona que la seguridad jurídica justamente surge como una
consecuencia de la Revolución Francesa, misma que a su vez, fue producto del despotismo
ocurrido en Francia en el periodo en el que gobernaba Luis XIV.

Se puede también encontrar diversas opiniones como las del autor Miguel Ángel Suárez
Romero, quien en su artículo “La Seguridad Jurídica a la luz del Ordenamiento Jurídico
Mexicano” señala que para algunos autores, el origen de la seguridad jurídica se da con
Sócrates en su dialogo platónico el Critón. En este sentido el autor cita lo expuesto por
Villoro Toranzo, quien señala que “en el pensamiento socrático la Justicia se plasma en
tres principios básicos que son: el de orden y paz, el de certeza, y el de seguridad jurídica”
(Villaloro, 1990, Págs. 26-27 en Suárez, 1989). Adicionalmente, el autor Peces-Barba
señala que la seguridad jurídica es un concepto histórico que surge al final de la época
medieval, adquiriendo relevancia desde la época moderna.

45
Se podría seguir indagando más opiniones y criterios respecto al origen del concepto de
seguridad jurídica, pero no es relevante para el estudio que se está realizando. Es por esto
que una vez que se ha establecido de manera general las diferentes vertientes históricas que
giran en torno al principio de seguridad jurídica, a continuación se estudiarán las distintas
teorías políticas elaboradas por los pensadores ya mencionados, así como su relación con la
seguridad jurídica, la legitimación del poder político y la obligatoriedad de las normas,
tomando en consideración los distintos contextos históricos en los que surgen cada una de
ellas.

2.3.2.1 Juan Bodino

La teoría política de Juan Bodino surgió en un momento crítico de la historia el cual se


encuentra marcado por un cambio profundo en varios ámbitos tales como el religioso,
político y social. Los antecedentes históricos que preceden su nacimiento, se remontan a
principios del siglo XV y mediados del siglo XVI, cuando el estado absolutista se
encontraba en una etapa de formación. Durante este tiempo, algunas de las monarquías
feudales que todavía existían, vivían una etapa de transición, formándose como
monarquías autoritarias. Esto generó el descontento y protestas de una buena parte de la
población, trayendo como consecuencia caos y desorden dentro de la sociedad.

En los siglos XVI y XVII, las guerras religiosas suscitadas en Europa, generaron
inestabilidad social y política. Como consecuencia surgió el Estado moderno que con su
apogeo, sacó a la luz los problemas estructurales que enfrentaban las sociedades en esa
época y, por lo tanto, la necesidad de buscar una nueva estructura en la que prime la
tolerancia y la exigencia de mayores niveles de seguridad jurídica. En este contexto,
Bodino busca a través de su filosofía política y jurídica, restablecer el orden social
deteriorado. Adicionalmente, surge el estudio de la seguridad como razón última de la
justificación del poder político y la aparición del estado moderno.

Ésta nueva corriente del pensamiento que se encontraba surgiendo, se basaba en dos pilares
fundamentales: por una parte, la búsqueda de una nueva estructura que organice de forma
distinta tanto la producción, la distribución de bienes y servicios, que sustituya al
feudalismo medieval, que incluya a las nuevas relaciones sociales y que establezca un

46
conjunto de instituciones políticas que sostengan la misma; y, por otra, la creación de una
nueva filosofía política que incluía el concepto material de seguridad, el cual se justificó
debido a la progresiva descomposición del orden medieval. Este nuevo concepto de
seguridad, entendido como orden social, adicionalmente abarca “la seguridad extra que
requieren las nuevas relaciones económicas” (García, 2007, pág. 33). En este contexto,
queda instaurada una nueva teoría política en la cual el estado se vuelve capaz de imponer
el derecho con la finalidad de precautelar el bienestar de los individuos.

Otro de los ejes rectores de la teoría de Bodino es el establecimiento del orden social8
como fundamento del Estado. El tema del orden dentro de una sociedad, se vuelve un
elemento decisivo al momento de la elaboración de su teoría, llegando a convertirse así en
el principio rector de toda su obra. El autor García Manrique señala que “la filosofía
política y jurídica de Bodino puede entenderse, en efecto, como una respuesta a la
necesidad de restablecer el orden social deteriorado gravemente por las guerras religiosas”.
(García, 2007, pág. 35)

Uno de los elementos principales que ayuda a que exista orden social son las leyes, las
cuales dentro de la obra de Bodino se diferencian entre las leyes naturales y divinas. En
este sentido, para Bodino las leyes generaban ciertas condiciones que eran necesarias para
mantener el orden dentro de la sociedad, y el derecho era uno de los mecanismos más
eficaces para garantizarlo. Reforzando lo dicho anteriormente, el autor García Manrique
afirma que “el orden social bodiniano consiste, al menos, en la garantía de la vida y de las
propiedades de los súbditos” (García, 2007, pág. 35). Cabe recalcar también que otra de
las características atribuidas al orden social es que el mismo está determinado por normas
superiores y no por la voluntad soberana.

También se debe señalar que dentro de la teoría de Bodino, se mencionan dos elementos
innovadores para la filosofía política de la época. El primero se refiere al establecimiento
del derecho como un medio que restaura y mantiene el orden social, y el segundo, que
tiene relación con la teoría de la soberanía, misma que es definida por Bodino como “el

8
Cabe señalar que Bodino no establece con claridad un concepto de orden social A pesar de esto, una buena
referencia sobre su definición, es la señalada por García Manrique, quien afirma que para Bodino, el
orden social es “aquella situación en la cual el respeto de la ley natural y de la ley divina, o de
alguna parte sustancial de ellas, está garantizado.”

47
poder absoluto y perpetuo de una república” (García, 2007, pág. 38). En cuanto al
derecho, Bodino sostiene que es el medio para que exista una relación entre el soberano y
sus súbditos y que su existencia legitima la relación política. Por otro lado, menciona que
la soberanía es un poder jurídico dentro de la sociedad. Adicionalmente menciona que
existen ciertas limitaciones a la soberanía y que en ciertas ocasiones, para poder justificar
el estado y el derecho positivo, es necesario recurrir a valores externos.

El tercer elemento a estudiar dentro de la obra de Bodino tiene relación con la existencia de
ciertas características medievales dentro de su obra ya que la misma no crea una “teoría
explicita y desarrollada de la seguridad jurídica como fundamento de la legitimidad
estatal” (García, 2007, pág. 39). Esto ocurre debido a la influencia del contexto histórico
en la que Bodino escribe su obra.

Uno de los rasgos medievales más relevantes que conserva su obra son las limitaciones del
soberano, como por ejemplo el hecho de que la voluntad del soberano no puede ser
contradicha. “Bodino niega la posibilidad de contravenir las leyes dictadas por el poder
soberano, esto es, el derecho de resistencia” (García, 2007, pág. 41). Adicionalmente,
Bodino destaca la idea de que la obediencia al príncipe no sólo debe venir de los súbditos,
sino también de los magistrados. Así, menciona que “el magistrado tampoco puede
renunciar al cargo para no aplicar una norma del príncipe que considere injusta o contraria
a la razón natural” (García, 2007, pág. 41). Otras de las limitaciones del soberano son la
negación de la desobediencia y la prohibición del tiranicidio.

Con estos antecedentes, podría afirmarse que la teoría de Bodino todavía se encuentra
influenciada por el pensamiento político que justificaba al estado absoluto y a sus ideas de
concentrar el poder en el monarca. Adicionalmente, se puede afirmar que su teoría, a pesar
de que busca generar estabilidad a través del orden social, todavía mantiene estos rasgos
del antiguo modelo político.

Para concluir, se realizará una recopilación de los elementos más relevantes aportados por
Bodino en su obra. En primer lugar, se puede mencionar que una de las características más
importantes en la obra de Bodino es el aparecimiento del orden social, mismo que se
encuentra garantizado a través del derecho. Adicionalmente, se crea un modelo de

48
soberanía, mismo que también se encuentra justificado en el derecho como la voluntad del
poder político. Este modelo se expresa a través de las leyes, las cuales tienen dos
características: la garantía de su cumplimiento y su generalidad. Por último, aparece
también la seguridad jurídica la misma que es el “reflejo de esta necesidad de respetar y
hacer respetar el derecho para que el orden se mantenga” (García, 2007, pág. 44). Para
finalizar, se puede afirmar que Bodino es el primer gran teórico del estado moderno quien
aportó en gran manera al desarrollo del concepto de la seguridad jurídica, la misma que en
su obra aparece como un valor subordinado a otros valores. Este concepto irá
evolucionando junto con las teorías políticas más modernas, en las cuales se definen con
mayor precisión los conceptos de derecho seguro, seguridad del derecho y seguridad
jurídica, mismas que mencionaremos a continuación.

2.3.2.2 Thomas Hobbes

Thomas Hobbes es el autor tanto de la teoría del absolutismo político así como de la teoría
clásica de la seguridad jurídica. Su obra más relevante es el Leviatán (1651), la cual surge,
al igual que la obra de Bodino, a partir de los desordenes sociales que vivió la sociedad de
su época. A continuación, y tomando como base la obra “El valor moral de la Seguridad
Jurídica” del autor García Manrique, se realizará un breve análisis de su teoría.

La filosofía política del inglés Thomas Hobbes surge a mediados del siglo XVII, época en
la que Europa todavía se encuentra viviendo una temporada de confrontación y guerra
civil. Esta situación se ve de manifiesto en Inglaterra, lugar de donde es originario
Hobbes, en donde existía un gran desorden social y político causado por en conflicto
generado entre monárquicos y parlamentarios. Dadas estas circunstancias y ante la
evidente crisis política en la que se encontraba envuelto su país, Hobbes escribe su obra,
utilizando como punto de partida la teoría política constante en Los seis libros de la
República de Bodino.

El primero de los aspectos relevantes de la obra de Hobbes dentro de su teoría política es el


relativo al contractualismo, mismo que es la base fundamental de su teoría. Y es que para
Hobbes, el poder del soberano no debía tener límites, por lo tanto, convirtió a la soberanía

49
en una potencia absoluta, creando así un nuevo modelo de relación política denominado el
contractualismo.

El contractualismo surge de la idea que tiene Hobbes respecto a la distinción entre estado
de naturaleza y el estado social o civil, generando en este sentido, un modelo
completamente contrapuesto al modelo instaurado por Bodino. Para justificarlo, afirma
que el ser humano es débil, egoísta, está guiado por el instinto de conservación y no tiene
sociabilidad natural. Por lo tanto, en el estado de naturaleza su vida es “solitaria, pobre,
desagradable, brutal y corta” (García, 2007, pág. 47). En este punto, es importante indicar
el concepto de estado de naturaleza para Hobbes y la importancia de este concepto en su
obra.

Para Mcpherson, citado por García Manrique, el estado de naturaleza en la teoría política
de Hobbes tiene tres elementos: el primero, señala que el estado natural no es un estado
real, sino que se halla en el interior de los hombres, es decir, es la determinación de la
motivación básica de la acción humana. El segundo implica que el estado de naturaleza es
“una abstracción lógica extraída del comportamiento de los hombres en una sociedad
civilizada” (García, 2007, pág. 47). Por último, solamente la sociedad posesiva de
mercado, satisface las exigencias establecidas en la teoría de Hobbes. Con estas
consideraciones, Hobbes establece que la sociedad se origina como “el producto de una
decisión colectiva de voluntad guiada por la razón con el fin de escapar de las miserias de
lo natural” (García, 2007, pág. 48)

Por las razones expuestas, se puede afirmar que Hobbes en su obra habla de contrato y no
de instinto, primero al cual lo define como “una unidad de todos en una misma persona,
unidad a la que se llega mediante un acuerdo de cada hombre con cada hombre” (García,
2007, pág. 58). De todo lo anterior, se genera ese gran Leviatán a quien se le debe la paz y
seguridad. Este pacto voluntario entre las personas es lo que hace surgir el Estado. Cada
componente del Estado es el responsable de que éste pueda utilizar los medios y la fuerza
particular de cada uno como mejor le parezca, para lograr la paz y la seguridad de todos.

En segundo lugar, para Hobbes, el Estado es el responsable de garantizar la protección de


la vida de los súbditos, misma que sólo es posible al salir del estado de naturaleza. Al

50
igual que Bodino, para Hobbes el orden social es el fin último del poder político, y el
mismo sólo puede ser alcanzado cuando se ha garantizado de manera debida tanto el
derecho a la vida como el derecho a la propiedad. Adicionalmente, otra de las funciones
del Estado es la defensa de la libertad individual y de la igualdad. Para Hobbes, “la
libertad de un súbdito consiste en libertad respecto de los pactos y radica, por tanto,
solamente, en aquellas cosas que en la regulación de sus acciones no ha permitido el
soberano” (García, 2007, pág. 50) y da algunos ejemplos como el comercio, la propia
vivienda y alimento, entre otros.

Además de los ya mencionados, Hobbes establece que el Estado tiene algunas otras
obligaciones, como son cuidar de la justicia, la igualdad aplicación de los impuestos,
ayudar a los necesitados, entre otras cosas. Finalizando este tema, independientemente de
los fines que tenga el estado, es importante dejar sentado que para Hobbes “el estado
nacido del contrato social es un estado que tiene fines predeterminados, y que estos son
materiales”, (García, 2007, pág. 51) afirmación que busca eliminar la idea de que la misión
del estado hobbesiano es solamente el mantenimiento del orden social.

Adicionalmente, Hobbes señala como otro de los pilares de su teoría al poder soberano y al
lugar que ocupa el derecho natural. Para Hobbes el soberano no debe encontrarse limitado.
La teoría del poder soberano se encuentra justificada en el contrato social. Señala Hobbes
que “mediante el contrato social, cada individuo confiere todo su poder y fortaleza a un
hombre o asamblea de hombres; la integridad de esta entrega es la que permite al Leviatán
disponer de un poder ilimitado”. (García, 2007, Págs. 51-52). Por lo tanto el poder
político, al originarse a través de la voluntad individual, no podría estar limitado, ya que a
través de la voluntad individual se origina el poder político.

Por otra parte el derecho natural –también denominado leyes de la naturaleza- es un


componente esencial en la teoría de Hobbes. La característica principal de estas leyes es
que son cualidades que disponen a los hombres a la paz y obediencia. Hobbes no las
considera normas ya que éstas nacen únicamente cuando un Estado ha sido establecido.

Para Hobbes, las leyes de la naturaleza se clasifican en tres grandes grupos: el primero, en
el que constan las leyes que justifican y exigen el paso del estado de naturaleza al estado

51
civil; el segundo, donde está la psicología moral del hombre justo, honrado o virtuoso; y, el
tercer grupo, en el que están las leyes de la interpretación y la puesta en práctica del
derecho. Todas estas cualidades recogen en esencia la tan conocida frase: “no hagas a otro
lo que no quisieras que te hiciesen a ti”. (García, 2007, pág. 54)

En cuanto a la definición y contenido del derecho natural, para Hobbes, en palabras de


García Manrique, el mismo es “un conjunto de normas de origen racional que, de
respetarse, permiten la conservación de la vida. Su calidad es técnica y moral, pero no
jurídica, puesto que las auténticas “leyes” sólo aparecen cuando el estado ha sido
establecido”. (García, 2007, pág. 54). Tienen calidad técnica ya que son normas que
explican el objetivo de la conservación de la vida; y, tienen calidad moral, ya que ellas dan
lugar a la definición de lo bueno y lo malo. Por otra parte, su contenido se compone de las
razones para justificar el contrato social, el mismo que a su vez justifica la constitución del
Estado y la creación del derecho positivo.

Otra de las características de la obra de Hobbes se refiere a la función del derecho natural,
misma que establece la forma de comportamiento político de los individuos para cumplir
con el instinto de conservación. La finalidad principal de ley natural es que se obedezca al
derecho positivo ya que sólo a través de la eficacia del mismo, se pueden garantizar la paz
y la vida. Para Hobbes, “el derecho natural constituye el fundamento de validez del
ordenamiento jurídico en su conjunto”. (García, 2007, pág. 56). Por lo que se puede
afirmar que el derecho natural en la teoría política de Hobbes tiene como finalidad
establecer la validez del derecho positivo, a diferencia de la teoría política de Bodino, en
donde el derecho natural era un límite al poder soberano.

Es importante recalcar en este punto la relación individuo-soberano. El pacto social, según


Hobbes, se justifica en el hecho de la reciprocidad en la relación entre los individuos y el
soberano. Lo anterior se establece basándose en el hecho de que si un hombre renuncia a
un derecho es porque recíprocamente va a recibir otro derecho. En el pacto social el
hombre renuncia a su libertad esperando a cambio que el soberano la garantice. En
consecuencia, si el soberano no cumple con este pacto, el individuo puede deliberadamente
desobedecerlo. De igual manara, si el soberano impone un acto que pone en riesgo la vida
del ciudadano, éste podrá desobedecerlo.

52
Por todo lo expuesto, se puede decir que el soberano “tiene el poder de hacer todo aquello
que considere oportuno y, en particular, de establecer todas aquellas normas jurídicas que
considere pertinentes al servicio de la conservación de la vida de los individuos”. (García,
2007, pág. 60). Por lo tanto, si se desvía de aquello, se encontraría actuando
ilegítimamente, razón por la cual los súbditos no le deberían obediencia.

Por último sobre la relación del poder soberano con el derecho y la justicia, Hobbes
sostiene que “la justicia nace con el estado porque su naturaleza consiste en cumplir
aquellos convenios que son válidos, y antes del contrato social no hay convenio alguno que
respetar”. (García, 2007, pág. 62). En este sentido, dado que el cumplimiento de este
convenio se da a través de leyes emitidas por el soberano, dichas leyes serán siempre
justas. Por lo tanto, se puede afirmar que en la teoría de Hobbes, justicia es igual a
legalidad.

Con todo lo mencionado anteriormente, el sentido de la seguridad jurídica en la obra de


Hobbes establece que ella se entiende como la seguridad del propio derecho. Esto implica
que exista seguridad tanto en el contenido de las normas, como en su correcto
funcionamiento. Para que esto pueda materializarse, Hobbes en su obra establece los
elementos estructurales y funcionales de un buen sistema jurídico, mismos que se
encuentran contenidos en la teoría del ordenamiento jurídico, en la cual se estudian tres
grandes temas: la unidad del sistema, la coherencia entre sus normas y la integración de sus
lagunas. Adicionalmente para Hobbes las leyes deben contener ciertas características,
entre ellas, la exigencia de que sean escritas, claras y públicas, sin dejar de lado el hecho de
la obligatoriedad en su cumplimiento, sean o no conocidas por los súbditos. Por último, en
su obra también se dejan sentados los principios de legalidad e irretroactividad, mismos
que se encuentran vigentes hasta la actualidad. Todo lo anterior nos lleva a concluir que
para Hobbes, para que un sistema jurídico sea funcional debe tener como pilar fundamental
la seguridad jurídica.

Para concluir el análisis de este autor, es importante establecer que para Hobbes, la
seguridad jurídica es el valor último que justifica la obediencia al derecho, siempre y
cuando ésta seguridad “designe la seguridad de la vida, de la propiedad, de la libertad y de
la igualdad de los ciudadanos garantizados en la mayor medida posible a través del derecho

53
positivo”. (García, 2007, pág. 69). En cambio, si la seguridad jurídica únicamente designa
la certeza del derecho, será un valor instrumental. Con lo anterior, se puede decir que la
protección de la vida humana es, en la teoría de Hobbes, lo que justifica la obediencia al
derecho.

2.3.2.3 John Locke

John Locke fue un filósofo inglés, autor de la obra Dos Tratados sobre el Gobierno Civil
(1690). Su aporte a la doctrina se basa en el establecimiento de nuevos conceptos en
materia de filosofía política, analizando la relación de los conceptos de seguridad y
derecho sobre la base de tres conceptos: la modificación del alcance de la seguridad del
derecho; la seguridad como característica esencial del estado y del derecho; y, el
establecimiento de los principios de la sujeción del poder político – imperio de la ley – y la
división de poderes, como exigencias de la seguridad jurídica.

Para Locke, el estado natural tiene un concepto completamente distinto al establecido por
Hobbes en el Leviatán, ya que el mismo “es un estado de completa libertad y de igualdad,
regido por la ley natural, que cada uno tiene el derecho de aplicar y cuyo conocimiento es
accesible a todos”. (García, 2007, pág. 71). Sin embargo, el estado de naturaleza es un
estado inseguro en el que los hombres se encuentran expuestos a ser abusados por otros
hombres. En este punto es importante aclarar que no se debe confundir al estado de
naturaleza con el estado de guerra. El primero es un estado donde hay normas, mientras
que el segundo es un estado de caos. Del estado de naturaleza surge el estado civil.

Sobre esta base, se analizarán los tres pilares fundamentales de la teoría de Locke. En
primer lugar, la seguridad se encuentra garantizada por el derecho, en la medida en la que
el estado no sólo asegura la vida de sus habitantes, sino que también debe defender
aspectos como la propiedad y la libertad de los mismos. A diferencia de lo establecido por
Hobbes, Locke define claramente que el objeto de la seguridad del derecho deben ser la
vida, la propiedad y la libertad.

Otra de las importantes aportaciones de Locke es su insistencia en que “la esencia de la


actividad del estado y del derecho positivo es la seguridad”. (García, 2007, pág. 75).

54
Mientras que para Hobbes, el estado civil da origen a una sociedad que no existe en el
estado de naturaleza, para Locke, la vida natural ya se encuentra organizada con leyes y
nociones de justicia, y que con la constitución del estado civil, se aseguran y mejoran esas
leyes y derechos que ya existen. La diferencia entre estos conceptos surge a partir de la
distinta concepción del estado de naturaleza que tiene cada uno de estos autores.

Por último, “la tercera gran aportación de Locke es la defensa de dos principios claves en
la definición de la actuación estatal: el poder debe ser ejercido siempre de acuerdo con las
leyes y entre varios institutos”. (García, 2007, pág. 76). Gobernar de acuerdo a las leyes
es una consecuencia lógica del pensamiento de Locke, ya que el surgimiento del estado
civil justamente se da para establecer un derecho positivo que determine el alcance e
interpretación de las normas que regulan la sociedad. Por lo tanto, el poder legislativo
debe respetar el contenido de las normas y del pacto social, mientras que el ejecutivo debe
obedecer lo dispuesto por el legislativo.

Otro de los limitantes al poder radica en el establecimiento del principio de división de


poderes, misma que tiene una consideración tripartita, a saber, poder legislativo, ejecutivo
y federativo, derivada del contrato social. El poder legislativo surge de la cesión parcial
del derecho a la libertad que el individuo realiza en el contrato social. En cambio, el poder
ejecutivo, surge de la cesión total del derecho a castigar las violaciones de la ley natural.
Por último, el poder federativo surge como consecuencia de la nueva relación que se
establece entre todos los que firman el contrato social y los que se encuentran fuera de él.
La división de poderes entre el legislativo y el ejecutivo, tiene una conveniencia práctica
ya que se crean dos órganos que controlarán las leyes de la sociedad: el primero que será
encargado de crearlos y el segundo que velará por su vigencia y cumplimiento. En cuanto
al poder federativo, éste reposa en el poder ejecutivo ya que su ejercicio es más fácil en la
práctica. Cabe señalar que en el modelo político de Locke, no existe poder judicial.

En cuanto al tema de la seguridad jurídica para Locke la misma es un valor determinado


por la ley natural, que no pierde su calidad de valor instrumental. Lo que se busca en su
teoría política “es perfeccionar la imagen de derecho positivo como herramienta más
adecuada para garantizar la justicia”. (García, 2007, pág. 82)

55
2.3.2.4 James Bentham y Gustav Radbruch

Para finalizar el análisis histórico de la seguridad jurídica, se debe aclarar que luego de
estas teorías surgieron otras como las de James Bentham y Gustav Radbruch, las mismas
que tratan a la seguridad jurídica desde un concepto más formal. El contexto en el que se
desarrolla este tema es muy particular, ya que por una parte ha triunfado el liberalismo y,
por otra, el iusnaturalismo se encuentra en una etapa final. Los dos autores antes
mencionados analizan a la seguridad jurídica, concibiéndola como un valor formal, es decir
que la seguridad jurídica se convierte en la seguridad del propio derecho, y atribuyéndole
un papel principal en la justificación moral del derecho, lo cual supone que la función de la
seguridad jurídica es legitimar el sistema jurídico. Estos nuevos conceptos cambian la
imagen de la legitimidad del derecho, misma que “se funda en sus cualidades formales y
no en sus contenidos materiales”. (García, 2007, pág. 84)

2.4 LA SEGURIDAD JURÍDICA EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO


ECUATORIANO

Dentro del ordenamiento jurídico ecuatoriano existen varias normas relacionadas con la
seguridad jurídica. A continuación se realizará un análisis comparativo entre lo
mencionado anteriormente por la doctrina y dichas normas. Se dará inicio a este estudio,
con un pequeño análisis histórico sobre el aparecimiento y la evolución del principio de
seguridad jurídica en la Constitución de la República del Ecuador.

En estricto sentido, tener una norma de carácter general como la Constitución como la base
del ordenamiento jurídico de un Estado, es ya poner en práctica el concepto de seguridad
jurídica. Lo anterior viene de la mano con lo estudiado, especialmente sobre las teorías
políticas de Bodino, Hobbes y Locke sobre el orden social y el derecho como la base del
Estado moderno. Lamentablemente en Ecuador, el tema de la seguridad jurídica ha tenido
un desarrollo tardío e incipiente. En ninguna de las tantas Constituciones que ha tenido el
Ecuador, se ha mencionado el tema de la seguridad jurídica sino sólo hasta 1998. Desde la
Constitución Quiteña de 1812 y sus Artículos del Pacto Solemne de Sociedad y Unión
entre las Provincias que forman el Estado de Quito, hasta la Constitución Política de la

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República del Ecuador de 1979 y sus codificaciones, no existe mayor mención al tema de
la seguridad jurídica.

El primer gran paso realizado en esta materia, como ya se ha mencionado, ocurrió en el


año de 1998, en el que expresamente se menciona a la seguridad jurídica como uno de los
derechos civiles que garantizaba la constitución a sus ciudadanos. Precisamente el
numeral 26 del artículo 23, del Capítulo II (De los Derechos Civiles), Título III (De los
Derechos, Garantías y Deberes) de la Constitución Política de la República del Ecuador de
1998, disponía:

Capítulo 2
De los derechos civiles
Art. 23.- Sin perjuicio de los derechos establecidos en esta Constitución y en
los instrumentos internacionales vigentes, el Estado reconocerá y garantizará a
las personas los siguientes:
26. La seguridad jurídica. (Constitución de la República del Ecuador, 1998)

La consagración de la seguridad jurídica como derecho constitucional es el resultado del


desarrollo de la normativa ecuatoriana, que en la Constitución de 1998 tomó nuevas ideas
y conceptos y los materializó en la misma. Justamente, el artículo citado es el reflejo de lo
anterior y constituye la base para el desarrollo de otros principios y derechos garantizados
a los ciudadanos.

Bajo esta misma línea, cabe resaltar algunas de las innovaciones generadas con el
establecimiento de este derecho. En primer lugar, el hecho de que esta norma se encuentre
prevista dentro los derechos civiles, implica que el Constituyente la consideró como un
pilar fundamental de los derechos personales de los ciudadanos. Los derechos civiles –o
derechos de primera generación - son el primer grupo de derechos consagrados en la
Declaración Universal de Derechos Humanos y surgen con la finalidad de garantizar las
libertades individuales de las personas. Al prever esta norma dentro de este grupo de
derechos, se buscó que el mismo sea una base de los demás principios y derechos
garantizados.

57
En segundo lugar, lo anterior crea un contexto en el cual se configura al derecho como la
base de la organización del estado ya que obliga a que las normas existan dentro del
ordenamiento jurídico con antelación y que sean claras. Esto implica que los ciudadanos
conocen cuales son las reglas de convivencia y las consecuencias de incumplirlas. Esta
previsibilidad en las normas no sólo obliga a los ciudadanos a cumplirlas, sino que también
exige a las autoridades y funcionarios del sector público actuar de tal manera que los
ciudadanos tengan la certeza de que sus actuaciones serán siempre apegadas a la Ley.

Por último, la seguridad jurídica al interrelacionarse con otros principios constitucionales,


así como con otros derechos, se convierte en el elemento legitimador del ordenamiento
jurídico. En consecuencia, todo lo anterior creó un nuevo marco normativo, mismo que
sirvió de base para reestructurar el Estado y sus Instituciones.

Por otra parte, la Constitución del año 2008, al igual que la Constitución anterior, mantiene
consagrado como un derecho constitucional a la seguridad jurídica. Este derecho se
encuentra contenido en el artículo 82, Capítulo Octavo (Derechos de protección), del
Título II (Derechos) de la Constitución de la República del Ecuador, el mismo que
dispone:

“Art. 82.- El derecho a la seguridad jurídica se fundamenta en el respeto a la Constitución


y en la existencia de normas jurídicas previas, claras, públicas y aplicadas por las
autoridades competentes”. (Constitución de la República del Ecuador, 2008)

La norma anteriormente citada debe ser analizada en su integridad con la finalidad de


entender los alcances del Constituyente al establecer a la seguridad jurídica como un
derecho en esta nueva Constitución. En primer lugar, la seguridad jurídica se encuentra
prevista dentro de los Derechos de Protección, a diferencia de la Constitución de 1998 en
la que se encontraba dentro de los Derechos Civiles. La palabra protección se define como
la “acción de proteger o impedir que una persona o una cosa reciba daño o que llegue hasta
ella algo que lo produzca.”. (Google, 2014). Es decir, cuando los seres humanos buscan
protección, lo que están buscando es prevenir un daño o evitar que una acción les produzca
daño. Bajo esta premisa, podemos claramente concluir que cuando el Constituyente situó a
la seguridad jurídica dentro de los derechos de protección, su intención fue establecer un

58
derecho que proteja a los ciudadanos, evitando arbitrariedades por parte de la autoridad, y
creando un marco de confianza y certeza en cuanto al establecimiento y aplicación de las
normas que constituyen el ordenamiento jurídico.

En segundo lugar, el derecho a la seguridad jurídica establece el respeto a la Constitución.


Esto implica que todos los que conforman el Estado, es decir, tanto sus ciudadanos como
las autoridades que lo gobiernan, están obligados a observar y acatar la Constitución.
Adicionalmente, el Constituyente aclara que también existirán otras normas, aparte de la
Constitución, las misma que deben contener ciertas características, como son: ser previas,
claras, públicas y aplicadas por las autoridades competentes. El hecho de que las normas
sean previas, crea absoluta certeza en los ciudadanos, quienes sabrán de antemano cuáles
son los actos que pueden o no realizar, y, al mismo tiempo, cuáles son las consecuencias de
no acatar las mencionadas disposiciones. Lo anterior tiene concordancia con otros
principios constitucionales como por ejemplo, el consagrado en el numeral 3 del artículo
76, Capítulo Octavo (Derechos de protección), del Título II (Derechos) de la Constitución
de la República del Ecuador, que establece una de las garantías básicas a ser observadas
dentro de un proceso judicial, y que textualmente dispone:

Art. 76.- En todo proceso en el que se determinen derechos y obligaciones de


cualquier orden, se asegurará el derecho al debido proceso que incluirá las
siguientes garantías básicas:
3. Nadie podrá ser juzgado ni sancionado por un acto u omisión que, al
momento de cometerse, no esté tipificado en la ley como infracción penal,
administrativa o de otra naturaleza; ni se le aplicará una sanción no prevista por
la Constitución o la ley. Sólo se podrá juzgar a una persona ante un juez o
autoridad competente y con observancia del trámite propio de cada
procedimiento. (Constitución de la República del Ecuador, 2008)

Lo anterior, claramente dispone que las normas deben encontrarse previstas con
anterioridad al acto juzgado. Adicionalmente, la norma anterior establece que una persona
deberá ser juzgada por la autoridad competente y con el procedimiento adecuado. Esto se
relaciona también con la seguridad jurídica al establecer como una de sus características el
hecho de que las normas sean aplicadas por la autoridad competente. Este es sólo uno de
los ejemplos de cómo el derecho a la seguridad jurídica se encuentra interrelacionado con
otros principios constitucionales y con otras normas del ordenamiento jurídico, de ahí la

59
importancia de su observancia y aplicación. Otro ejemplo, en donde cabe la característica
de publicidad que tiene la seguridad jurídica, es el hecho de que las normas sigan un
procedimiento para ser elaboradas, y que luego del mismo sean promulgadas en el Registro
Oficial. El tema de la publicidad de las normas es muy importante ya que la seguridad
jurídica no sólo implica, como ya lo hemos mencionado tantas veces a lo largo de este
estudio, la previsión de las normas y su cumplimiento, sino también el hecho de que todos
los ciudadanos puedan conocer las normas y tengan acceso a ellas en un medio público,
como lo es en la práctica el Registro Oficial.

Bajo esta misma línea, es primordial también analizar el hecho de que la seguridad jurídica
se encuentra prevista como un derecho en la Constitución y como un principio en el
Código Orgánico de la Función Judicial, norma que también contempla en su artículo 25 el
Principio de Seguridad Jurídica, Capítulo II, Principios Rectores y Disposiciones
Fundamentales, que textualmente dispone:

Art. 25.- PRINCIPIO DE SEGURIDAD JURÍDICA.- Las juezas y jueces


tienen la obligación de velar por la constante, uniforme y fiel aplicación de la
Constitución, los instrumentos internacionales de derechos humanos, los
instrumentos internacionales ratificados por el Estado y las leyes y demás
normas jurídicas.

Como ya se analizó anteriormente, no es lo mismo el derecho a la seguridad jurídica que el


principio de seguridad jurídica. Para establecer su diferencia, es importante que se
mencione rápidamente los conceptos de principio y derecho. El autor Robert Alexy,
dentro de su artículo denominado “La fórmula del peso”, menciona las diferencias entre
reglas y principios. Para este autor, las reglas son “normas que ordenan algo
definitivamente. Son mandatos definitivos”. (Alexy, 2008, pág. 14). Estas normas
pueden ser condicionadas o categóricas, es decir, pueden ordenar algo que se cumpla en
una determinada situación o prohibir algo definitivamente. Al ser un mandato definitivo,
éstas reglas deben cumplirse indefectiblemente, y, en caso de incumplimiento, se deberá
cumplir con la condena impuesta. En cambio, los principios “son normas que ordenan que
algo sea realizado en la mayor medida posible, de acuerdo con las posibilidades fácticas y
jurídicas” (Alexy, 2008, pág. 14), es por esto que los principios son mandatos de
optimización. Lo anterior quiere decir que los principios no siempre podrán ser cumplidos

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sino sólo cuando existan las posibilidades fácticas y jurídicas. Es decir, y tal como se ha
señalado en el presente estudio, los principios buscan establecer el estado ideal de las
cosas.

En conclusión, podemos decir que el derecho a la seguridad jurídica en el Ecuador, ha


tenido una evolución incipiente y tardía. Sin embargo, las últimas reformas representan un
gran avance en materia constitucional. El actual artículo 82 de la Constitución del Ecuador
tiene como finalidad asegurar que las normas que van a regir el ordenamiento jurídico sean
claras y se encuentren previamente elaboradas. Además, genera una obligación de
observancia a la norma, tanto para los ciudadanos como para las autoridades. Por último,
al estar interrelacionado con otros principios, crea armonía y concordancia entre las
normas del ordenamiento jurídico. Esto ha generado que nuestro ordenamiento jurídico no
sólo se ajuste a las nuevas teorías constitucionales, sino también se genere una verdadera y
tangible seguridad, que es el pilar fundamental tanto de las demás normas del
ordenamiento jurídico, así como de las Instituciones del Estado.

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CAPÍTULO III

3 ASPECTOS TEÓRICOS DE LA CADUCIDAD Y LA

PRESCRIPCIÓN

3.1 LA CADUCIDAD Y LA PRESCRIPCIÓN

Las instituciones de la caducidad y la prescripción son dos figuras jurídicas del derecho
civil, las cuales tanto en la doctrina como en la práctica, tienden a ser utilizadas
indistintamente sin tomar en consideración que cada una tiene su propio concepto y
características. Tal confusión suele ocurrir debido a que existe un gran denominador
común entre ellas: el transcurso del tiempo. A continuación se realizará un breve análisis
doctrinario de estas dos instituciones para llegar a establecer su concepto, diferencias y
semejanzas, y porqué en el caso concreto de esta investigación, se debe establecer una
norma que regule la caducidad del derecho para la ejecución de una sentencia judicial.

3.1.1 Concepto y Características

3.1.1.1 La Caducidad

El tema de la caducidad de derechos por el transcurso del tiempo, sea por un plazo legal o
convencional, ha generado gran debate en la doctrina, debido a que ciertos autores
sostienen que existen diferencias entre la caducidad y la prescripción y otros no.

Para el autor Luis Alberto Valente, en su obra denominada La Caducidad de los derechos y
acciones en el Derecho Civil, la doctrina ha tenido una gran labor dentro del estudio de la
caducidad de los derechos y acciones debido a que la misma “no es unánime a la hora de
definir qué se entiende por caducidad; y menos cuando se trata de fijar los contornos
propios o aplicarle al unísono la dogmática subyacente a un caso particular”. (Valente,
2009, pág. 13). Lo anterior ocurre debido a la confusión respecto a las diferencias que
existen entre caducidad y prescripción.

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El tratadista argentino Acdeel Ernesto Salas, indica que lo anterior se debe a que la
institución de la caducidad no ha sido tratada por la doctrina de manera amplia ya que el
análisis se ha centrado principalmente en el Derecho Privado, una importante rama del
Derecho en donde, si bien la institución de la caducidad genera varios efectos, no es la
única.

En este sentido, es evidente que la primera dificultad que se encuentra al momento de


estudiar la institución de la caducidad, es la falta de un consenso en la doctrina para
establecer un criterio unánime respecto a si existen o no diferencias entre caducidad y
prescripción.

A pesar de aquello, la doctrina establece dos posiciones contrapuestas: la primera afirma la


existencia de una diferencia entre caducidad y prescripción, y la segunda que niega la
misma y sostiene que los supuestos de caducidad no son sino prescripciones especiales.
Ahora, existe una tercera línea argumental que “confunde a la caducidad con el supuesto
genérico de ineficacia por el acaecimiento de un hecho diferente al simple transcurso del
tiempo”. (Valente, 2009, pág. 15)

Bajo esta misma línea, para el Profesor Saúl D. Cestau, el estudio de la caducidad se
encuentra dividido en tres grandes corrientes: la primera en la que se considera a la
caducidad como una modalidad de prescripción adquisitiva; una segunda corriente que
confunde a la caducidad con el plazo preclusivo; y, por último quienes distinguen entre
caducidad y plazo preclusivo.

De lo anterior, la autora de la presente investigación, se inclina por la doctrina que


menciona que sí existen diferencias entre la caducidad y la prescripción, a pesar de la
existencia de varios elementos semejantes entre ellas. De la misma manera, se deja
constancia de la necesidad de realizar la distinción entre éstas dos instituciones ya que en
la práctica su tratamiento igualitario ha traído dificultades como las que han dado origen al
estudio de la presente investigación.

Ahora bien, adicionalmente y de la mano con el tema mencionado, se ha generado otro


gran debate al momento de establecer el concepto de caducidad. Tanto la doctrina como la

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jurisprudencia de varios países la han estudiado desde diversos puntos de vista. En este
sentido, Saúl D. Cestau señala que existen dos conceptos de caducidad. El primero se
refiere a la causa de extinción del derecho, misma que en este concepto, se encuentra
dentro del mismo derecho. En este supuesto se encuentran los derechos que “ya al nacer
les es concedida una duración limitada, y que por lo tanto, con el fin de su plazo de vida se
extinguen”. (Cestau, 1939, pág. 16)

En el segundo concepto, se encuentran los derechos en los cuales la conducta del titular de
los mismos influye en cuanto a su extinción. Tal como lo menciona el autor anteriormente
citado, “estarían comprendidos en este segundo concepto los derechos que admiten un solo
acto de ejercicio”. (Cestau, 1939, pág. 16)

Por su parte, el Doctor Anibal Guzmán Lara señala que caducidad se refiere a la
“institución por la cual un derecho tiene una existencia fija de la ley. Al fenecer ese
término automáticamente tal derecho ha desaparecido. No se requiere declaración previa
judicial y el juez bien puede aplicarla de oficio”. (Guzmán, 1999, pág. 141). Este mismo
autor sostiene que sí existe una diferencia entre la caducidad y la prescripción, ya que por
la prescripción, “se pierde el derecho pero es necesario que el interesado en la pérdida de
ese derecho, o sea el deudor, invoque expresamente tal prescripción”. (Guzmán, 1999,
pág. 141). Por último, el mismo autor menciona que un derecho que caduca equivale a un
derecho que ha perdido toda acción y lo asemeja con un derecho muerto.

El autor Luís Alberto Valente, citando a varios autores, señala que los primeros conceptos
de caducidad la definen como una breve extinción de derechos debido al transcurso de un
plazo legal o convencional. También se la ha definido como “un modo de extinción de
ciertos derechos en razón de la omisión de su ejercicio durante el plazo prefijado por la ley
o la voluntad de los particulares”. (Valente, 2009, pág. 16). A diferencia de lo citado
anteriormente, otros autores consideran que el establecimiento de un plazo legal o
convencional de caducidad no extingue un derecho sino que “impide la adquisición de un
derecho por el transcurso inútil del término”. (Valente, 2009, pág. 16). Para otra línea de
la doctrina, en cambio, el plazo de caducidad o plazo prefijo es un plazo breve que tiene
lugar cuando la ley, convención o autoridad judicial, lo establecen con la finalidad de
ejercer una acción o derecho.

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Siguiendo con su estudio, el autor Luis Alberto Valente ha elaborado su propia definición
de caducidad, señalando que la misma es “la extinción de una situación subjetiva activa
(derecho subjetivo, poder o potestad) por el no ejercicio del acto impeditivo, el que
indefectiblemente debe llevarse a cabo dentro del plazo fijado por la ley o la convención”.
(Valente, 2009, pág. 19)

Por otro lado, la doctrina italiana ha creado el concepto de la decadenza, misma que
implica “la imposibilidad de cumplir más allá de un cierto término (término perentorio o de
decadenza) un determinado acto del cual depende la conservación o la adquisición de una
acción o de un derecho”. (Valente, 2009, pág. 18). La doctrina comparada indica que la
actuación del sujeto prevista en la definición de la decadenza establece la idea de carga.
En este sentido, se puede afirmar que la actuación del titular del derecho debe ser realizada
por su propio interés, y en caso de no hacerlo, asumir las consecuencias desfavorables de
sus actos. En este caso, se puede definir a la caducidad como una “causa extintiva del
derecho subjetivo o del derecho potestativo por no sobrevenir su hecho impeditivo durante
el plazo fijado por la ley o la convención”. (Valente, 2009, pág. 18)

Por último, cabe mencionar que la jurisprudencia ecuatoriana, especialmente en materia


administrativa, ha realizado varios análisis para establecer las diferencias entre la
prescripción y la caducidad. Dentro del Recurso de Casación interpuesto por el Econ.
Patricio Llerena Torres, publicado en la Gaceta Judicial de 20 de noviembre de 2001, la
Corte Suprema de Justicia del Ecuador, señala un interesante y completo concepto de
caducidad, que literalmente sostiene:

Hay caducidad cuando no se ha ejercitado un derecho dentro del término


que ha sido fijado por la ley o la convención para su ejercicio. El fin de la
prescripción es tener por extinguido un derecho que, por no haberse ejercitado
se puede presumir que el titular lo ha abandonado; mientras que el fin de la
caducidad es preestablecer el tiempo en el cual el derecho debe ser
últimamente ejercitado. Por ello en la prescripción se tiene en cuenta la
razón subjetiva del no ejercicio del derecho, o sea, la negligencia real o
supuesta, del titular; mientras que en la caducidad se considera únicamente
el hecho objetivo de la falta de ejercicio dentro del término prefijado,
prescindiendo de la razón subjetiva, negligencia del titular, y aún de la
imposibilidad de hecho. (Llerena, 2001, pág. 2193)

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Ahora bien, existe un elemento muy importante y definitorio dentro del concepto de
caducidad, el mismo que es la clave para entender la diferencia entre prescripción y
caducidad. Este elemento es el denominado acto impeditivo. Los diversos autores citados
en los párrafos que anteceden lo citan de diferentes formas, como por ejemplo la existencia
de un derecho de duración fija o limitada, la omisión del ejercicio del derecho, la omisión
del ejercicio de un acto para que se adquiera un derecho, pero todos coinciden en el hecho
de que la falta de ejecución del acto requerido por la norma para evitar la extinción del
derecho por parte del titular del mismo, es la causa principal de la caducidad de dicho
derecho. A diferencia de la prescripción extintiva, no existe ningún acto que interrumpa el
plazo previsto para que la caducidad opere. Al contrario, es justamente esta falta de
ejecución del acto lo que lleva a que el derecho se extinga una vez que transcurre el tiempo
de caducidad previsto en la norma.

De lo citado anteriormente, se puede concluir que, a pesar de que tanto la prescripción


como la caducidad consideran en su concepto el hecho de que el no ejercicio de un derecho
causa su extinción, su principal diferencia radica en que en la prescripción al no ejercer
dicho derecho, el mismo se entiende como abandonado. En cambio en la caducidad, el no
ejercer el derecho implica que voluntariamente el sujeto titular del mismo, no tuvo el deseo
ni el ánimo de ejercerlo, siendo consciente de que por el paso del tiempo, la consecuencia
es la pérdida de su derecho.

Otra de las diferencias entre prescripción y caducidad, es el hecho de que mientras que en
la prescripción el derecho que se extingue ya existía, razón por la cual hemos dicho que se
trataría de un abandono del derecho, en la caducidad lo que se extingue es la expectativa de
que ese derecho se vuelva material en el momento en el que el titular lo ejerza. Es decir
que, debido a la falta de actividad del titular del derecho el mismo no se consolida, por lo
tanto el transcurso del tiempo genera la extinción de un mero derecho y, en consecuencia,
la relevancia de la realización del acto impeditivo en el término fijado en la ley.

Finalizando este tema, y con todos los antecedentes expuestos, se puede establecer que la
caducidad se define como una institución mediante la cual un derecho deja de existir
dentro del ordenamiento jurídico debido al transcurso del tiempo y la falta de ejecución del
acto requerido por parte de su titular, teniendo como consecuencia, el fin de la existencia

66
de dicho derecho. Este plazo debe encontrarse previsto en una norma dentro del
ordenamiento jurídico.

3.1.1.2 La Prescripción

De manera general, la prescripción puede ser definida como un modo de adquirir y perder
los derechos y puede ser de dos tipos: prescripción adquisitiva y prescripción extintiva. La
prescripción adquisitiva es un modo de adquisición de un derecho, mientras que la
extintiva se refiere a un modo de extinguir las obligaciones. Para efectos de la presente
investigación, se tomará en consideración el concepto y características de la prescripción
extintiva.

Tanto el autor Eduardo Carrión Eguiguren como Meza Barros, coinciden en que la
prescripción extintiva es “el modo de extinguir las acciones y derechos ajenos por no
haberse ejercido dichas acciones y derechos durante cierto tiempo, concurriendo los demás
requisitos legales”. (Carrión, 1979, pág. 249)

El autor Pablo Urquizar comparte la definición citada en el párrafo anterior. A pesar de


que un buen número de tratadistas coinciden con el concepto de prescripción extintiva, la
misma ha tenido varias críticas, indicando, por ejemplo, el hecho de que únicamente ocurre
cuando el acreedor no ejerce las acciones legales correspondientes. También se debe
considerar que el deudor puede interrumpir la prescripción, si reconoce y paga la deuda.

Bajo esta línea, los autores Alas, De Buen y Ramos, definen a la prescripción extintiva
como “un modo de extinción de los derechos, resultante del silencio de la relación jurídica
de que emanan, durante el tiempo marcado por la ley”. (Urquizar, 2013, pág. 20). Si bien
es cierto, esta definición es más completa que la mencionada por Meza Barros y Urquizar,
la misma no toma en consideración el hecho de que pueden existir por parte del acreedor,
reclamaciones extrajudiciales, mismas que podrían ser consideradas para su interrupción,
dependiendo de lo previsto en cada ordenamiento jurídico.

En cuanto a la definición legal de esta institución, las legislaciones de los distintos países,
de manera general, la han incluido dentro del Código Civil. El Código Civil Argentino,

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por ejemplo, regula a la prescripción dentro del Libro Cuarto (De los derechos reales y
personales Disposiciones Comunes), Sección Tercera (De la adquisición y pérdida de los
derechos reales y personales por el transcurso del tiempo, Título I (De la prescripción de
las cosas y de las acciones en general), en el artículo 3947 se dispone lo siguiente:

“Art. 3947.- Los derechos reales y personales se adquieren y se pierden por la


prescripción. La prescripción es un medio de adquirir un derecho, o de libertarse de una
obligación por el transcurso del tiempo”. (Legislación Argentina, 2015)

En cuanto a la prescripción extintiva, el Código Civil Argentino lo denomina prescripción


liberatoria, y en su artículo 3949 dispone:

“Art. 3.949. La prescripción liberatoria es una excepción para repeler una acción por el
solo hecho que el que la entabla, ha dejado durante un lapso de tiempo de intentarla, o de
ejercer el derecho al cual ella se refiere”. (Legislación Argentina, 2015)

Por su parte, el Código Civil Chileno en su artículo 2492 dispone: “la prescripción es un
modo de adquirir las cosas ajenas, o de extinguir las acciones y derechos ajenos, por
haberse poseído las cosas o no haberse ejercido dichas acciones y derechos durante cierto
lapso de tiempo, y concurriendo los demás requisitos legales”. (Urquizar, 2013, pág. 20)
Con esta cita, volvemos a comprobar cómo la legislación comparada también distingue los
dos tipos de prescripción que ya fueron señalados anteriormente.

En cuanto a la normativa ecuatoriana se regula a la prescripción en el Código Civil, Libro


IV (De las Obligaciones en General y de los Contratos), Título XL (De la Prescripción),
Parágrafo Primero (De la prescripción en general). Su definición se encuentra prevista en
el artículo 2392, mismo que dispone:

Art. 2392.- Prescripción es un modo de adquirir las cosas ajenas, o de


extinguir las acciones y derechos ajenos, por haberse poseído las cosas, o no
haberse ejercido dichas acciones y derechos, durante cierto tiempo, y
concurriendo los demás requisitos legales.
Una acción o derecho se dice que prescribe cuando se extingue por la
prescripción.

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Dentro de este mismo Título, se ha regulado tanto la prescripción adquisitiva (Parágrafo
segundo – De la prescripción por la que se adquieren las cosas) y la prescripción extintiva
de las acciones judiciales (Parágrafo tercero – De la prescripción como medio de extinguir
las acciones judiciales). De igual manera, se ha previsto la prescripción de otras acciones
que prescriben en un tiempo menor (Parágrafo cuarto – De ciertas acciones que prescriben
en corto tiempo).

Cabe señalar que para el autor ecuatoriano Eduardo Carrión Eguiguren el legislador ha
considerado conjuntamente a los dos tipos de prescripción por las siguientes razones: “a.
por que las dos tienen ciertas reglas que les son comunes; b. porque ambas tienen un
elemento fundamental común, que es el tiempo; y, c. por razones históricas, puesto que
igual sistema se encuentra en el Derecho romano y en el francés.”

Tanto de los conceptos doctrinarios como de los conceptos legales citados, se puede
advertir que los siguientes son los elementos de la institución de la prescripción extintiva:

• Modo de extinción de las obligaciones;


• Opera cuando no se ha ejercido el derecho o la acción en el periodo de tiempo
establecido en la ley;
• Sus requisitos se encuentran establecidos en cada legislación.

Una vez establecida su definición, estudiaremos los requisitos de la prescripción. El autor


Pablo Urquizar, siguiendo lo establecido por los autores Alas, De Buen y Ramos,
menciona que los elementos de la prescripción extintiva son: la prescriptibilidad de la
acción, el transcurso de un cierto lapso de tiempo, y, el silencio de la relación jurídica. En
cuanto a la prescriptibilidad de la acción, señala que de manera general, todos los derechos
y acciones prescriben, sin embargo, dentro de un ordenamiento jurídico, existen algunos
que son imprescriptibles.

Respecto al transcurso de un cierto lapso de tiempo, el autor Claro Solar lo define como el
plazo que afecta ya sea al cumplimiento de la obligación, a su ejecución o a su duración o
extinción. Éste es un limitante para que el acreedor haga efectivo su derecho. El
legislador debe establecer con absoluta claridad el plazo que debe transcurrir para que

69
opere la prescripción extintiva, de tal manera que éste no pueda ser definido
voluntariamente por las partes. Por último, en cuanto al silencio de la relación jurídica,
menciona que tanto el acreedor como el deudor no deben realizar actos que interrumpan la
inactividad de la relación jurídica.

Por otra parte, la Corte Suprema de Chile ha establecido que “son requisitos indispensables
para que opere la prescripción: que las acciones no sean imprescriptibles y el transcurso de
cierto espacio de tiempo durante el cual el acreedor no haya ejercitado las acciones, esto
es, el silencio de la relación jurídica”. (Urquizar, 2013, pág. 36)

En conclusión, los requisitos para que exista prescripción extintiva son que la acción sea
prescriptible, que haya transcurrido el tiempo previsto en la norma y que exista silencio en
la relación jurídica. Estos tres requisitos, de manera general, se encuentran previstos tanto
en la doctrina como en las diversas disposiciones citadas. Por lo tanto, podemos concluir
que el tratamiento de esta institución es bastante unánime tanto en la doctrina como en la
legislación. Esto es importante ya que ayuda a establecer con mayor certeza, las
diferencias y semejanzas entre las instituciones de la caducidad ya analizada en los
párrafos anteriores y la prescripción.

En cuanto a los fundamentos de la prescripción, es decir, a la razón de ser de la misma, se


encuentran desarrolladas en la doctrina, las teorías subjetivas y objetivas de la prescripción.
El autor Pablo Urquizar citando la división realizada por Contreras Aburto, diferencia las
mismas. Mientras que las teorías subjetivas tienen como factor común la inactividad del
acreedor y como sus vertientes el abandono presunto del derecho y la sanción por
abandono o negligencia, las teorías objetivas tienen tres vertientes principales: la fuerza del
tiempo, el medio supletorio de prueba o presunción de pago y, finalmente, la utilidad
social.

El sustento principal de las teorías subjetivas se basa en el hecho de que si un acreedor deja
pasar más allá de un tiempo prudente sin hacer valer sus derechos, es razonable pensar que
su titular lo ha abandonado”. (Urquizar, 2013, pág. 22). En este sentido, autores como
Barros Errázuriz menciona que existe abandono por parte de quien no ha ejercido sus
derechos por negligencia. Adicionalmente, existe un interés público en establecer una

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norma que custodie a quien sí ha cumplido con su obligación. De otra manera, el deudor
debería siempre guardar los documentos o respaldos que sirvan de prueba del
cumplimiento de su obligación para siempre.

Por otra parte, el autor Vattel establece que “cuando el titular de un derecho lo desprecia
durante largo tiempo sin causa justa, es justo presumir que lo ha abandonado enteramente a
él”. (Urquizar, 2013, pág. 23). De igual manera De Ruggiero señala dos hechos que
justifican la prescripción: en primer lugar, que el ordenamiento jurídico no puede tutelar a
quien no ejerce o realiza actos para conservar sus derechos; y en segundo lugar, que por un
interés de orden social y por razones de seguridad jurídica, deben existir normas que
eliminen toda incerteza en las relaciones jurídicas, evitando así futuros litigios y
controversias.

En contraposición a los argumentos a favor de esta teoría, existen otros autores como
Albaladejo García, quien sostiene que “el no ejercicio de un derecho no puede identificarse
como su abandono o renuncia”. (Urquizar, 2013, pág. 24). De igual forma, Domínguez
Águila afirma que independientemente de que exista la voluntad o no de abandonar el
derecho “lo que interesa es el hecho objetivo de haber transcurrido un cierto lapso sin
ejercicio de parte del titular”. (Urquizar, 2013, pág. 24). Por lo tanto, el criterio que es
válido para estos autores no es la voluntad del acreedor, sino el transcurso del tiempo.

El segundo fundamento en la teoría subjetiva, es el castigo o sanción que la ley impone al


titular del derecho que es negligente en su actuar ya que “deja transcurrir un lapso largo de
tiempo sin cobrar su crédito, por este motivo el ordenamiento jurídico lo sanciona con la
prescripción de la deuda”. (Urquizar, 2013, pág. 25). El autor Silva Dorado justifica esta
posición afirmando que ningún derecho puede durar eternamente, razón por la cual, la ley
establece sanciones en caso de inacción de su ejercicio.

Para el autor Pablo Urquízar, el elemento de la fuerza del tiempo en las teorías objetivas, es
muy importante ya que “esta concepción se basa en la premisa de que las relaciones
jurídicas, por regla general, no son eternas, tienen un límite impuesto necesariamente por el
transcurso de un cierto lapso”. (Urquizar, 2013, pág. 31). Este fundamento tiene su
sustento en el interés público de garantizar la seguridad jurídica dentro de un Estado, ya

71
que de esta manera, no existirán litigios innecesarios causados por el reclamo de derechos
que ya no existen debido al transcurso del tiempo.

En segundo lugar, se encuentra el fundamento de la prescripción como medio supletorio de


prueba o presunción de pago. Este concepto se basa en el hecho de que el deudor no puede
conservar para siempre los medios por los cuales se puede comprobar el hecho del pago
del crédito o del cumplimiento de la obligación. Para Claro Solar, partidario de esta teoría,
la prescripción tiene como fundamento el transcurso del tiempo sin que el acreedor exija
judicialmente el cumplimiento de la obligación, por lo tanto, a pesar de que no existan los
medios o comprobantes que justifiquen el cumplimiento de la misma, la deuda debió haber
sido satisfecha.

Por último, se encuentra el fundamento de la utilidad social, ya que la institución de la


prescripción extintiva tiene como finalidad la paz y el orden social. Autores como Escribar
Mandiola, indica que es socialmente conveniente que exista una norma que ponga límite a
los pleitos que puedan surgir, debido a la exigencia de derechos que han sido olvidados por
un largo tiempo. Además del interés social, “existe un interés de orden económico en que
las relaciones jurídicas se manifiesten, porque la prosperidad colectiva sólo puede surgir
cuando cada cual emplea la diligencia debida en la atención de sus propios negocios o
intereses”. (Urquizar, 2013, pág. 31)

Varios autores han criticado a esta institución ya que sostienen que la misma no es ni justa
ni equitativa. Por otra parte, también se ha dicho que esta es una norma que beneficia al
deudor ya que al ser este el que evade el cumplimiento de su obligación, la prescripción
sería un privilegio otorgado por su incumplimiento, afectando directamente al acreedor.
Frente a este escenario, Andrés Bello, creador del Código Civil chileno, estableció que la
prescripción sea un modo de extinguir las acciones, pero no los derechos. Por este motivo,
las obligaciones que no se cumplen dentro del plazo establecido, no desaparecen por el
hecho de la prescripción, sino que subsisten como obligaciones naturales.

Lo mencionado anteriormente es de vital relevancia ya que nos ayuda a establecer dos


distinciones necesarias para justificar la posición de esta investigación. En primer lugar, y
como ya se ha mencionado, el tema de que la caducidad y la prescripción no son lo mismo.

72
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, el hecho de que la caducidad se
aplica para los derechos y la prescripción para las acciones.

Lo anterior nos lleva al análisis de dos puntos: el primero, y tomando en consideración lo


analizado, definir las diferencias y semejanzas entre prescripción y caducidad; y, lo
segundo, al fundamento de porqué debe tratarse de caducidad del derecho para la ejecución
de una sentencia judicial y por que debe existir una norma en el ordenamiento jurídico
ecuatoriano en este sentido.

3.1.2 Diferencias entre caducidad del derecho y la prescripción de la acción

Las principales diferencias y semejanzas entre la caducidad y la prescripción, se resumen


en el siguiente cuadro:

Figura 4.

73
Del cuadro anterior, y luego del análisis efectuado, se puede concluir que, en primer lugar,
son más las diferencias que las similitudes entre la caducidad y prescripción.
Adicionalmente, se trata de dos instituciones distintas que si bien tienen como finalidad la
extinción de un derecho o acción, difieren en el sentido de que la caducidad sólo puede
operar para el tema de los derechos. Por último, que no se puede hablar de prescripción
del derecho y sí de caducidad del mismo, ya que no caben actos de interrupción para
detener el transcurso del tiempo. En este sentido, una vez que ha comenzado a correr el
plazo previsto en la norma para que se produzca la caducidad del derecho, lo único que
puede detenerlo es la ejecución del acto impeditivo, que no es lo mismo que la interrupción
que opera en la institución de la prescripción. Es importante precisar que todo este análisis
se encuentra enmarcado dentro del Derecho Procesal Civil.

74
CAPÍTULO IV

4 OMISIÓN EN LA LEGISLACIÓN ECUATORIANA DE UNA

NORMA QUE ESTABLEZCA EL PLAZO DE CADUCIDAD DEL

DERECHO PARA EJECUTAR UNA SENTENCIA JUDICIAL

Antes de iniciar con el análisis principal de la presente investigación, he considerado


necesario mencionar los aportes de lo analizado en los Capítulos anteriores, los cuales son
la base fundamental para entender el por qué la decisión de analizar éste tema y de realizar
una reforma de la norma procesal civil.

En el Capítulo I hemos realizado un extenso y profundo análisis de la sentencia con la


finalidad de diferenciarla de las demás providencias, determinar sus clases, establecer la
forma en la que debe ejecutarse y definir el tipo de sentencia en la que se aplicaría la
reforma que se propondrá, todo esto dentro del marco jurídico ecuatoriano. Entender a la
sentencia tanto en el ámbito dogmático como en el campo normativo es de vital
importancia, ya que así se ha determinado a nuestro objeto de estudio de manera clara y
precisa, pues así se podrá entender de una mejor manera, el análisis que a continuación
realizaremos respecto a la omisión normativa sobre la caducidad del derecho para ejecutar
una sentencia judicial.

En segundo lugar se ha realizado en el Capítulo II, un estudio integro del principio de


seguridad jurídica con la finalidad de que podamos analizar el por qué la omisión de una
norma que establezca la caducidad del derecho para ejecutar una sentencia judicial afecta a
ella. Para conseguirlo, se ha tomado en consideración tres aspectos importantes: su
definición, su análisis histórico y cómo está regulada en la legislación Ecuatoriana. Esto
nos permitirá analizar el por qué la falta de una norma que establezca la caducidad del
derecho para ejecutar una sentencia judicial, afecta al principio de seguridad jurídica,
causando un estado indefinido de incertidumbre en el deudor y, en consecuencia, falta de
certeza.

75
En el Capítulo III se ha estimado conveniente realizar un análisis relativo a las
instituciones de la caducidad y prescripción con el objetivo de determinar sus diferencias y
semejanzas, y establecer por qué en este caso específico debe tratarse de caducidad y no de
prescripción.

Por último, cabe también señalar que dentro de la normativa procesal civil ecuatoriana, la
Asamblea Nacional el 18 de mayo de 2015 conoció y aprobó el nuevo Código Orgánico
General de Procesos, mismo que se encuentra publicado en el Suplemento del Registro
Oficial No. 506 de viernes 22 de mayo de 2015, y que de acuerdo a lo previsto en la
segunda disposición final, entrará en vigencia luego de transcurridos doce meses, contados
a partir de su publicación en el Registro Oficial – esto es el 23 de mayo de 2016 – con
excepción de las normas que reforman el Código Orgánico de la Función Judicial, la Ley
Notarial, la Ley de Arbitraje y Mediación y aquellas que regulan períodos de abandono,
copias certificadas, registro de contratos de inquilinato y citación, que entraron en vigencia
a partir del 22 de mayo de 2015, fecha de publicación de la Ley.

Lo anterior tiene relevancia debido a que el nuevo Código Orgánico General de Procesos
nos trae varias innovaciones en materia procesal, siendo una de ellas la inclusión del Libro
V (Ejecución), Título I (Ejecución), en el cual se regula todo lo relativo a la ejecución de
las sentencias ejecutoriadas. Lo anterior, modifica a nuestro actual Código de
Procedimiento Civil. A pesar de esto, la nueva normativa procesal, al igual que la que se
encuentra vigente, no establece una norma que regule la caducidad del derecho para
ejecutar una sentencia judicial.

En consecuencia, con todas estas premisas, y junto con un estudio comparativo entre el
Código de Procedimiento Civil actual y el nuevo Código Orgánico General de Procesos,
procederemos a analizar cada uno de los aspectos anteriormente señalados, con la finalidad
de establecer cuál es la omisión normativa y cómo afecta a la seguridad jurídica.

76
4.1 ANÁLISIS DE LA OMISIÓN NORMATIVA

4.1.1 Omisión de una norma que establezca el plazo de caducidad del derecho para
ejecutar una sentencia judicial en el Código de Procedimiento Civil Ecuatoriano

Iniciaremos este capítulo, haciendo mención a un tema que ya fue estudiado en el Capítulo
I de la presente investigación, y es el relativo a la ejecución de la sentencia condenatoria
que contiene una obligación de dar, hacer o no hacer. Como ya se dejó dicho, la ejecución
es un conjunto de actos que tiene como finalidad dar cumplimiento a lo establecido en una
sentencia de condena. Los dos procedimientos establecidos para lograrlo a lo largo de la
historia han sido el juicio ejecutivo y la vía de apremio.

La primera de estas vías es a través del juicio ejecutivo. En efecto, actualmente las
sentencias condenatorias que han pasado por autoridad de cosa juzgada pueden ser
ejecutadas a través de este procedimiento ya que se constituyen en títulos ejecutivos de
conformidad con lo establecido en el artículo 413 del Código de Procedimiento Civil; por
lo tanto, dan paso al juicio ejecutivo. No obstante, éste trámite cayó en desuso, por la
inclusión de lo establecido en el artículo 490 del Código de Procedimiento Civil, que se
analizará más adelante.

En este sentido, la normativa procesal obligaba a la ejecución de una sentencia pasada en


autoridad de cosa juzgada dictada en juicio ordinario a través de un doble procedimiento:
juicio ejecutivo y vía de apremio; sin embargo, y tal como lo indicamos en el párrafo
anterior, esto fue reformado y ahora es posible ejecutarla directamente a través de la vía de
apremio. Dicha disposición está contenida en el artículo 490 del Código de Procedimiento
Civil, que dispone:

“Art. 490.- Ejecución de sentencia en juicio ordinario.- No es necesario iniciar juicio


ejecutivo para llevar a ejecución la sentencia recaída en juicio ordinario”. (Legislación
Ecuador, 2005)

A pesar de lo anterior, es importante aclarar que los demás documentos que son
considerados títulos ejecutivos de acuerdo al artículo 413 del Código de Procedimiento

77
Civil, deben ser ejecutados primeramente a través de juicio ejecutivo, para posteriormente
iniciar la vía de apremio.

Ésta vía, como ya se ha mencionado, en cuanto a la ejecución de una sentencia pasada en


autoridad de cosa juzgada, ya no se la utiliza ni define un tiempo de prescripción para
iniciarla, por lo que no merece un vasto análisis.

La segunda es la vía de apremio. La palabra apremio significa “compeler u obligar a uno


con mandamiento del juez a que haga alguna cosa” (Ovalle, 1981, pág. 228). De esta
definición podemos colegir que la vía de apremio es “el procedimiento para llevar a cabo
la ejecución procesal o ejecución forzada” (Ovalle, 1981, pág. 228) constituyéndose así
como el mecanismo idóneo dentro de la etapa ejecutiva, que pone fin al litigio.

El actual Código de Procedimiento Civil Ecuatoriano regula a la vía de ejecución a partir


del artículo 438 y siguientes, estableciendo las reglas generales de la ejecución, así como lo
que se deber realizar en caso de que la obligación materia de la sentencia sea de dar, hacer
o no hacer, entre otros temas relativos a la ejecución de la sentencia. Sin embargo,
ninguna de éstas normas, regula el plazo de caducidad del derecho para la ejecución de la
sentencia, dejando así el camino libre para que el triunfador del juicio, pueda ejecutarla en
cualquier momento. Esto, como veremos más adelante, genera inseguridad jurídica.

Por otra parte, el Código Orgánico General de Procesos, reformando lo previsto en el


artículo 438 y siguientes del Código de Procedimiento Civil, ha dedicado al tema de la
ejecución un espacio único, separándolo del procedimiento ejecutivo. Lo anterior se
encuentra establecido en el Libro V (Ejecución), Título I (Ejecución), a partir del artículo
362 y regula todo lo relativo a los títulos de ejecución y las obligaciones de dar, hacer o no
hacer que se encuentran establecidas en una sentencia, embargo, remate y liquidaciones.

Cabe señalar que a pesar de que este es un gran avance en materia procesal en la medida en
la que se encuentra organizado de una mejor manera, creando un espacio dedicado
únicamente a la ejecución y ordenando las normas que se encontraban dispersas en el
Código de Procedimiento Civil vigente, y que muchas veces se confundían con el juicio
ejecutivo, tampoco se encuentra ninguna norma relativa al plazo de caducidad del derecho

78
para la ejecución de una sentencia judicial. Por lo tanto, ésta investigación y análisis
tienen vital relevancia en este aspecto, además que es un aporte tanto a la investigación
jurídica en general, como a la práctica del derecho en nuestra sociedad.

El artículo 362 del Código Orgánico General de Procesos, define a la ejecución como “el
conjunto de actos procesales para hacer cumplir las obligaciones contenidas en un título de
ejecución”. (Legislación Ecuador, 2015)

Ahora bien, no sólo la sentencia de condena puede dar origen a la vía de ejecución. Dentro
de la legislación comparada, en el Código de Procedimiento Civil del Distrito Federal
Mexicano, se mencionan otros documentos con los cuales se puede dar origen a esta forma
de ejecución:

a. Sentencias firmes que tengan la autoridad de cosa juzgada;


b. Sentencias definitivas;
c. Sentencias interlocutorias;
d. Convenios y transacciones; y
e. Laudos arbitrales.

De igual manera, el Código Orgánico General de Procesos, en su artículo 363, enumera los
documentos que son títulos de ejecución, y que dan paso a la ejecución en forma directa:

Art. 363.- Títulos de ejecución.- Son títulos de ejecución los siguientes:


1. La sentencia ejecutoriada.
2. El laudo arbitral.
3. El acta de mediación.
4. El contrato prendario y de reserva de dominio.
5. La sentencia, el laudo arbitral o el acta de mediación expedidos en el
extranjero, homologados conforme con las reglas de este Código.
6. Las actas transaccionales.
7. Los demás que establezca la ley.
Las y los juzgadores intervendrán directamente en la ejecución de los laudos
arbitrales y de las actas de mediación. Además ejecutarán las providencias
preventivas ordenadas por los tribunales de arbitraje nacionales o
internacionales. (Legislación Ecuador, 2015)

79
El autor mexicano José Ovalle menciona que existen cinco reglas que norman la ejecución
procesal, a saber:

a. La instancia de parte;
b. La competencia;
c. La impugnación de las resoluciones dictadas con motivo de la ejecución;
d. Las limitaciones del derecho a oponerse a la ejecución; y,
e. Los gastos y costas procesales.

A continuación un breve resumen de lo mencionado por el autor en su obra, respecto a las


reglas mencionadas anteriormente.

a La instancia de parte.- el autor menciona que “en virtud del principio dispositivo, la
ejecución procesal sólo se puede iniciar a instancia de parte”. (Ovalle, 1981, pág.
228). Es decir que si el interesado no inició la acción dentro de los plazos previstos
en la norma, no podrá ejecutarse la sentencia por esta vía.

En cuanto al plazo para la ejecución, en el Código de Procedimientos Civiles del


Distrito Federal Mexicano, su artículo 529 dispone:

Artículo 529.- La acción para pedir la ejecución de una sentencia, transacción o


convenio judiciales, durara diez años contados desde el día en que se venció el
termino judicial para el cumplimiento voluntario de lo juzgado y sentenciado.
(Legislación Mexicana, 2013)

Por lo tanto, se concluye que si el interesado no inicia la acción dentro de los 10 años
contados a partir del día en que se venció el plazo para el cumplimiento voluntario de
la sentencia, ésta no se podrá ejecutar por la vía de ejecución forzada.

A diferencia de lo establecido en la legislación mexicana, tal como lo hemos visto, la


normativa ecuatoriana no prevé una disposición que disponga la caducidad del
derecho para ejecutar una sentencia judicial, lo cual genera que el acreedor tenga un
derecho indefinido en el tiempo para ejecutarla, provocando en el deudor una

80
incerteza que puede durar por toda su vida. Precisamente por esta razón es que
hemos decidido emprender la presente investigación.

b. La competencia.- En derecho procesal civil, por regla general, las sentencias que se
encuentran en firme, son ejecutadas por el juez de primera instancia. De igual
manera ocurre en otros casos como en los acuerdos transaccionales judiciales, en
donde su ejecución también corresponde al juez de primera instancia. Por lo tanto,
podemos concluir que de manera general, al iniciar un proceso de ejecución forzada,
será competente para conocerlo, el juez de la primera instancia.

De igual manera, la normativa ecuatoriana prevé el tema de la competencia en el


artículo 302 del Código de Procedimiento Civil actual, estableciendo que la
ejecución de la sentencia corresponderá al juez de primera instancia. El artículo 302
dispone:

Art. 302.- La ejecución de la sentencia corresponde, en todo caso, al juez de primera


instancia, sin consideración a la cuantía. (Legislación Ecuador, 2005)

Cabe señalar que si bien en el Código Orgánico General de Procesos no existe norma
expresa sobre esto, se infiere de la normativa que regula la ejecución, que se
mantiene en el juez de primera instancia la competencia para tramitarla.

c. La impugnación de las resoluciones dictadas con motivo de la ejecución.- En el


Código de Procedimientos Civiles del Distrito Federal Mexicano, se dispone que las
resoluciones que deciden la ejecución de una sentencia, no pueden recurrirse. El
artículo 527 establece:

Artículo 527.- La última resolución dictada para la ejecución de una sentencia no


admite recurso alguno. (Legislación Mexicana, 2013)

Sin embargo, las resoluciones sobre liquidación sí son apelables, tal como lo dispone
el artículo 515 del Código de Procedimientos Civiles del Distrito Federal:

81
Articulo 515.- Si la sentencia no contiene cantidad líquida cualquiera de
las partes al promover la ejecución presentará su liquidación de la cual se
dará vista por tres días a la contraria y sea que la haya o no desahogado,
el juez fallará dentro de los diez días siguientes a aquel en que surta sus
efectos la notificación, en el referido boletín, del auto en que se hubiere
citado para dictarse. Esta resolución será apelable en el efecto
devolutivo, de tramitación inmediata. (Legislación Mexicana, 2013)

Por su parte, el artículo 413 del Código Orgánico General de Procesos, en lo


referente a la interposición de recursos en la vía de ejecución, establece que
únicamente son apelables el auto de calificación de postura y el auto de adjudicación.

Adicionalmente, el autor Ovalle cita la jurisprudencia de la Suprema Corte de


Justicia, la cual establece que el recurso de apelación es procedente contra ciertas
resoluciones dictadas dentro de un proceso de ejecución, por ejemplo las que
aprueben el remate y la adjudicación.

d. Las limitaciones del derecho a oponerse a la ejecución.- El proceso de ejecución


tiene como fin hacer cumplir la sentencia, por lo tanto, no es posible dentro del
mismo volver a tener un debate procesal. En consecuencia y como regla general,
dentro del proceso de ejecución no es posible interponer excepciones y defensas,
salvo determinadas circunstancias previstas en la ley.

Una de las excepciones que puede ser interpuesta dentro del proceso de ejecución, es
la de pago. La legislación mexicana, en el Código de Procedimientos Civiles del
Distrito Federal establece que el deudor podrá interponer la excepción de pago, la
misma que cabe dentro del plazo establecido en la norma. En el artículo 531 del
mismo Código, se ha previsto las excepciones a la regla general del derecho a
oponerse en la ejecución, las mismas que deben cumplir con las condiciones de plazo
establecidas para poder ser interpuestas. Dicha norma dispone:

Articulo 531.- Contra la ejecución de las sentencias y convenios


judiciales no se admitirá más excepción que la de pago, si la ejecución se
pide dentro de ciento ochenta días; si ha pasado este término, pero no
más de un año, se admitirán, además las de transacción, compensación y
compromiso en árbitros; y transcurrido más de un año serán admisibles
también la de novación, la espera, la quita, el pacto de no pedir y

82
cualquier otro arreglo que modifique la obligación, y la de falsedad del
instrumento, siempre que la ejecución no se pida en virtud de ejecutoria o
convenio constante en autos. Todas estas excepciones, sin comprender la
de falsedad, deberán ser posteriores a la sentencia, convenio o juicio, y
constar por instrumento público o por documento privado judicialmente
reconocido o por confesión judicial. Se substanciaran estas excepciones
en forma de incidente, con suspensión de la ejecución, sin proceder dicha
suspensión cuando se promueva en el incidente respectivo, el
reconocimiento o la confesión. (Legislación Mexicana, 2013)

Cabe mencionar que la misma norma establece que su interposición deberá


efectuarse posteriormente a la sentencia, convenio o juicio. En cuanto a su forma de
presentación, la norma considera que se pueden utilizar tres mecanismos: a)
mediante instrumento público; b) instrumento privado judicialmente reconocido; o c)
confesión judicial. Este tipo de excepción se trata como un incidente dentro del
proceso y suspende la ejecución.

A diferencia de lo previsto en la legislación mexicana, el Código de Procedimiento


Civil Ecuatoriano en su artículo 489 dispone que dentro de la fase de ejecución del
fallo, podrá alegarse cualquiera de los modos de extinguir las obligaciones
enumerados en el mismo, siempre que fueren posteriores a la sentencia.

Art. 489.- En la fase de ejecución del fallo, podrán alegarse pago


efectivo, transacción, compensación, compromiso en árbitros, novación,
espera, el pacto de no pedir y cualquier otro arreglo que modifique la
obligación, siempre que fueren posteriores a la sentencia.
El juez admitirá estas alegaciones únicamente cuando consten de
documento público, documento privado judicialmente reconocido o
confesión judicial y su resolución causará ejecutoria.

En el Código Orgánico General de Procesos, el artículo 373 señala a varios de los


modos de extinguir las obligaciones – artículo 1883 del Código Civil – como causas
por las cuales el deudor puede oponerse al mandamiento de ejecución, mismas que
deberán estar debidamente justificadas.

También el Código Orgánico General de Procesos como algo novedoso, prevé un


fórmula de pago, misma que se encuentra contenida en el artículo 374 la cual puede

83
ser propuesta por el ejecutado y deberá incluir una garantía que asegure el
cumplimiento de la ejecución, de ser el caso. Cabe señalar que esta fórmula de pago
no suspende la ejecución.

e. Gastos y costas procesales.- En cuanto a los gastos y las costas procesales, el artículo
528 de las tantas veces citado Código de Procedimientos Civiles del Distrito Federal
dispone:

“Articulo 528.- Todos los gastos y costas que se originen en la ejecución de una
sentencia, serán a cargo del que fue condenado en ella”.

Respecto a este tema, el Código de Procedimiento Civil Ecuatoriano en su artículo


438 dispone:

Art. 438.- Ejecutoriada la sentencia, el juez, al tratarse de demanda por


pago de capital e intereses, fijará la cantidad que debe pagarse por
intereses y dispondrá que el deudor señale dentro de veinticuatro
horas, bienes equivalentes al capital, intereses y costas, si hubiere sido
condenado a pagarlas.
De considerarlo necesario, el juez puede nombrar un perito para que haga
la liquidación de intereses. Este perito será irrecusable y su
nombramiento no se notificará a las partes; tampoco debe posesionarse,
bastando que, en el informe, exprese que lo emite con juramento.

En consecuencia, de las normas citadas anteriormente se puede concluir que el deudor,


cuando fue previamente condenado a pagarlas por haber litigado con temeridad o mala fe,
es el responsable del pago de los gastos y costas procesales que se generen en la ejecución
de una sentencia.

Para finalizar ésta parte de la investigación, hemos considerado necesario dejar constancia
de que la norma relativa a la caducidad del derecho para ejecutar una sentencia judicial
sólo cabe para las sentencias de condena de dar y hacer y no cabe para las sentencias de no
hacer. A continuación se explicarán las razones de ésta afirmación.

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El artículo 440 del Código de Procedimiento Civil actual y los artículos 366, 367, 368 y
369 del Código Orgánico General de Procesos, establecen cómo se deben ejecutar las
sentencias condenatorias que contienen obligaciones de dar, hacer o no hacer algo.

El artículo 440 del Código de Procedimiento Civil prevé tres supuestos: el primero
referente a la entrega de una especie o cuerpo cierto, el segundo relativo a la obligación de
hacer algo y el tercero sobre el caso del otorgamiento y suscripción de un instrumento.
Dicha norma dispone:

Art. 440.- Si el juicio hubiere versado sobre la entrega de una especie o


cuerpo cierto, el ejecutado será compelido a la entrega, de ser necesario, con
el auxilio de la Policía Nacional. Si la obligación fuere de hacer, y el hecho
pudiere realizarse, el juez dispondrá que se realice por cuenta del deudor. Si la
especie o cuerpo cierto no pudiere ser entregado al acreedor, o no se obtuviere
la realización del hecho, el juez determinará la indemnización que deba pagarse
por el incumplimiento y dispondrá el respectivo cobro, por el procedimiento de
apremio real.
Si el hecho consistiere en el otorgamiento y suscripción de un instrumento,
lo hará el juez en representación del que deba realizarlo. Se dejará
constancia en acta, suscrita por el juez, el beneficiario y el secretario, en el
respectivo juicio.

Por otra parte, los artículos 366, 367, 368 y 369 del Código Orgánico General de Procesos,
establecen de manera más clara y ordenada cómo se debe realizar la ejecución de las
obligaciones de dar, hacer o no hacer (Ver Anexo I). En las mismas se prevé el caso de las
obligaciones de dar un cuerpo cierto, qué ocurre cuando el mismo no puede ser entregado,
la obligación de dar dinero, y entre las obligaciones de no hacer, las posibilidades de que si
el acto ya fue realizado, se lo deshaga; la prohibición de volverlo hacer, y, por último, el
pago de una indemnización al acreedor en caso de que no cese el acto.

De las normas citadas anteriormente, y de acuerdo al estudio realizado en el Capítulo I en


cuanto a las obligaciones que se derivan de una sentencia, tal como lo indica la doctrina,
las obligaciones de dar y hacer tienen una naturaleza positiva, es decir, que el deudor debe
realizar el acto de dar algo o entregar la cosa materia de la obligación, permaneciendo el
acreedor como sujeto pasivo, en la medida en la que espera que el derecho contenido en la
sentencia se cumpla para él de manera positiva. Por otra parte, la obligación de no hacer,

85
implica una obligación negativa en la cual el deudor debe abstenerse para toda la vida de
realizar el acto que se ha prohibido en la sentencia, siendo en este caso el acreedor el sujeto
activo en la medida en la que si el deudor incumple con la prohibición de realizar el acto,
el acreedor está en todo su derecho de hacer que cese dicha actividad.

Ahora bien, por otra parte y en cuanto a la ejecución procesal, es importante señalar que el
acreedor es el sujeto activo que debe ejecutar la sentencia, es decir es quien debe estar
interesado en que el derecho en ella contenida se cumpla. La finalidad de establecer una
norma que regule el plazo de caducidad para la ejecución de una sentencia judicial es la de
asegurar al deudor que su estado de incertidumbre cesará dentro de un determinado plazo.

En consecuencia, al existir una norma que establezca el plazo de caducidad del derecho
para la ejecución de una sentencia judicial, el acreedor se vería obligado a accionar la vía
de ejecución para que el deudor le entregue lo que es debido o ejecute el acto que le fue
ordenado, en dicho plazo. Si el acreedor no accionó esta vía dentro del plazo establecido,
el deudor se ve liberado de dicha obligación, la misma que ni siquiera subsistiría como
obligación natural. Ahora, en el caso de que la condena sea el no hacer algo, dada la
naturaleza negativa de esta obligación, sería contraproducente y contrario a toda lógica que
el deudor, una vez que ha pasado el plazo de caducidad del derecho para la ejecución de la
sentencia, se beneficie de esto y pueda realizar el acto que le fue prohibido y que el
acreedor, en virtud de que ha transcurrido el plazo de caducidad del derecho para la
ejecución de su sentencia judicial, no pueda accionar el mecanismo para que el deudor cese
la actividad que le había sido prohibida. Por estas razones, es que creemos que no sería
justo, e inclusive generaría inseguridad jurídica, si la norma que queremos que exista,
beneficie al deudor en caso de que la sentencia de condena contenga una obligación de no
hacer.

De todo lo anterior, y tal como se ha analizado a lo largo de la presente investigación, es


evidente que existe un vacío jurídico en el tema de la existencia de una norma que
establezca el plazo de caducidad del derecho para la ejecución de una sentencia judicial
que se encuentre en vía ejecutiva. Inclusive, dentro del Código Orgánico General de
Procesos, publicado en el Registro Oficial Suplemento No. 506 de 22 de mayo de 2015,
mismo que entrará en vigencia luego de doce meses a partir de su publicación en el

86
Registro Oficial, de acuerdo a lo establecido en la disposición final segunda del mismo, no
existe una norma que establezca el plazo de caducidad del derecho para la ejecución de una
sentencia judicial.

4.1.2 Por qué la omisión de una norma que establezca el plazo de caducidad del
derecho para ejecutar una sentencia judicial afecta al principio de seguridad
jurídica

La omisión antes mencionada, afecta al principio de seguridad jurídica ya que genera


incertidumbre al ciudadano que ha actuado como deudor en un proceso judicial por éste
vacío legal. El hecho de que la sentencia no se ejecute inmediatamente y no haya un plazo
de caducidad para hacerlo, trae como consecuencia inseguridad jurídica debido a que el
acreedor siempre podrá alegar la existencia del derecho declarado mediante sentencia. Al
existir el plazo de caducidad del derecho para la ejecución de la sentencia, el acreedor
estará obligado a realizar los actos necesarios para ejecutarla en el plazo legal y, en caso de
no realizarlo, simplemente perderá el derecho constante en la sentencia.

Tal como se ha mencionado dentro del análisis doctrinario de las instituciones de la


caducidad y de la prescripción, el acreedor no puede beneficiarse de su abandono o
negligencia de exigir el cumplimiento de la sentencia en la cual se ha declarado la
existencia de un derecho a su favor. Al encontrarse en etapa de ejecución, el acreedor no
puede dejar suspenso indefinidamente el derecho que le ha sido reconocido en sentencia.
El deudor, en este caso, se encontraría en un estado de incertidumbre por toda su vida, en
el que no sabe cuándo el acreedor puede hacer efectivo su derecho.

4.1.3 Análisis de la diferencia entre la prescripción de la acción para ejecutar a la


sentencia judicial como título ejecutivo y la caducidad del derecho para ejecutar
una sentencia judicial

Luego de haber realizado los análisis doctrinarios respectivos, se estudiarán las razones
para establecer la diferencia entre la prescripción de la acción para ejecutar a la sentencia
judicial y la caducidad del derecho para ejecutar una sentencia judicial. La premisa
principal dentro de este análisis se basa en el hecho de la diferencia que existe entre la

87
acción y la ejecución de un derecho declarado, esto es, entre el derecho de acción como la
facultad subjetiva para pretender la declaración de un derecho por parte de un órgano
jurisdiccional; y la caducidad del derecho para la ejecución de un derecho ya declarado por
un órgano jurisdiccional en la sentencia utilizando como mecanismo la fase de ejecución.

En este sentido se debe tomar en consideración dos cosas que ya han sido mencionadas a lo
largo de este trabajo. La primera respecto a la prescripción de la acción, que en nuestra
legislación se encuentra prevista, como ya lo hemos señalado, en el Código Civil, y que
tiene un lapso de cinco años para la vía ejecutiva y de diez años para la vía ordinaria. Por
otro lado, se debe considerar el hecho de que esta investigación lo que busca es solucionar
el problema jurídico actualmente existente en nuestra legislación procesal civil de llenar un
vacío jurídico, ya que no aparece en nuestra legislación una norma que establezca el plazo
de caducidad del derecho para ejecutar una sentencia final y definitiva condenatoria de dar
o hacer algo por la vía de ejecución, lo cual, antes, sí se encontraba regulado, pero a través
de la figura de la prescripción de la acción, tal como más adelante se explica.

Actualmente, las sentencias ejecutoriadas que se encuentran en la vía de ejecución ya no


pueden volver a ser conocidas por el órgano jurisdiccional, a través de juicio ejecutivo,
como era antes, sino que están destinadas a ser cumplidas directamente. Para aquello, el
titular del derecho en ellas contenido, debe solicitar al juez de primera instancia, que
proceda con dicha ejecución. La ejecución de ella no comprende o incluye una pretensión
que recién deberá ser aceptada por el órgano jurisdiccional, sino un derecho ya declarado.
Por lo tanto, el acreedor ejecutante no va a ejercer un nuevo derecho de acción, sino
solamente va a exigir el cumplimiento de un derecho cierto ya declarado en la sentencia.

Para explicar lo antes señalado en forma más clara y didáctica es importante remontarnos a
los antecedentes históricos que han regulado a esta materia. Para tal efecto, tomemos en
consideración lo que ha establecido el Código de Procedimiento Civil Ecuatoriano.

Antes del año 1978, el artículo 529 del Código de Procedimiento Civil publicado en el
Suplemento del Registro Oficial No. 133 de 7 de Febrero de 1953, disponía lo siguiente:

88
Art. 529.- Los fallos expedidos en los juicios sumarios, que no se ejecuten por
medio de apremio personal, sea porque la ley no lo permite, o porque el
acreedor no quiera hacer uso de él, se llevarán a efecto del mismo modo que las
sentencias dictadas en juicio ejecutivo, siguiendo éste desde ese punto de
partida. (Legislación Ecuador, 1953)

En consecuencia, esta norma establecía por primera vez la posibilidad que, para ejecutar un
fallo expedido en un juicio sumario, el acreedor pueda iniciar directamente la vía de
ejecución sin tener que emprender una acción ejecutiva a través de juicio ejecutivo, pues, a
lo largo de la historia procesal civil ecuatoriana, la sentencia pasada en autoridad de cosa
juzgada ha sido considerada título ejecutivo y, por lo tanto, su ejecución comprendía dos
fases, una, el juicio ejecutivo y dos, la fase de ejecución propiamente dicha. Pero ésta
regulación, como se puede ver, no se extendió a los fallos dictados en juicio ordinario. Por
lo que, en este caso, al igual que lo que ocurría con el verbal sumario antes de la inclusión
de esta norma, si el actor no accionaba la vía ejecutiva en un plazo, en esa época, de diez
años, actualmente de cinco, para ejecutar su sentencia, ésta prescribía y perdía la
posibilidad de ejecutarla.

La Codificación del Código de Procedimiento Civil publicada en el Suplemento del


Registro Oficial No. 687 de lunes 18 de Mayo de 1987, si bien en el artículo 498 mantuvo
la posibilidad de que las sentencias de un juicio verbal sumario puedan ser ejecutadas
directamente mediante vía de ejecución, en su artículo 500 amplió dicho mecanismo para
ejecutar las sentencias emitidas en juicio ordinario, por lo que desde la vigencia de éste
norma ya no es necesario iniciar juicio ejecutivo para ejecutarlas.

“Art. 500.- No es necesario iniciar juicio ejecutivo para llevar a ejecución la sentencia
recaída en juicio ordinario”. (Legislación Ecuador, 1987)

Por lo tanto, también las sentencias dictadas en juicio ordinario una vez que se encontraban
ejecutoriadas, pasaban directamente a la vía de ejecución. Es aquí donde surge el vacío
jurídico del que trata esta tesis, en el sentido de que antes, el derecho para ejecutar una
sentencia ejecutoriada, que necesariamente debía ejecutarse en una primera fase por vía
ejecutiva, prescribía en diez años, actualmente en cinco, ya que era obligatorio para todos
los casos de ejecución pasar primero por ésta vía antes de la ejecución propiamente dicha.

89
Es decir que si el actor no accionaba la ejecución de su sentencia en diez años antes, luego
en cinco, su derecho para hacerlo, prescribía. Con las reformas antes incorporadas ya no es
necesario recurrir en una primera fase a la vía ejecutiva para ejecutar una sentencia, sino
que ahora se pasa directamente a la vía de ejecución, por lo tanto la posibilidad de que
opere el tiempo de prescripción para accionar la ejecución de una sentencia ejecutoriada
desapareció, y hoy no hay norma que establezca un límite de tiempo para que el actor
pueda ejercer dicha ejecución.

Por último, en la última Codificación del Código de Procedimiento Civil de 1995, la


misma que se encuentra todavía vigente, los artículos 488 y 490 mantienen lo establecido
con otra numeración en el Código de 1987. A continuación citamos las normas
mencionadas:

Art. 488.- Los fallos expedidos en los juicios sumarios o en los ordinarios, que
no se ejecuten en la forma especial señalada por la ley, se llevarán a efecto del
mismo modo que las sentencias dictadas en el juicio ejecutivo, siguiendo éste
desde ese punto de partida.
Art. 490.- No es necesario iniciar juicio ejecutivo para llevar a ejecución la
sentencia recaída en juicio ordinario.

En definitiva, con lo analizado anteriormente, hemos demostrado que actualmente no


existe en nuestra normativa procesal civil un plazo para ejercer el derecho para ejecutar
una sentencia judicial ejecutoriada, cuando antes sí lo hubo a través de la prescripción de la
vía ejecutiva.

Es importante en este punto destacar que en el Código de Procedimiento Civil publicado en


el Suplemento del Registro Oficial No. 133 de 7 de Febrero de 1953, en el artículo 324 se
establecía, en cuanto al juicio ejecutivo, que se podía demandar el cumplimiento de una
sentencia dictada en esta clase de juicios en un plazo de diez años.

Art. 324.- El derecho de demandar el cumplimiento de una sentencia, en juicio ejecutivo,


durará diez años.

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Es decir, siempre ha estado en la mente del legislador fijar un plazo para poder ejecutar
una sentencia ejecutoriada a través de la prescripción de la acción ora a través de la
caducidad del derecho.

Adicionalmente, existía una norma que tiene relación con lo mencionado anteriormente,
misma que se encontraba prevista tanto en la Codificación del Código de Procedimiento
Civil publicada en el Suplemento del Registro Oficial No. 133 de 7 de Febrero de 1953,
como en la última Codificación de 1995. En la primera, el artículo 454 disponía lo
siguiente:

Art. 454.- Habrá lugar a la vía ejecutiva dentro de los diez años que dura la
acción de este nombre; pero, en los casos en que la ordinaria prescribe por ley
en menor tiempo, pasado éste no habrá lugar a dicha vía.
El tiempo de la prescripción se contra desde el vencimiento del plazo.

Por su parte, en la actual codificación, el artículo 417 del Código de Procedimiento Civil
establece:

Art. 417.- Habrá lugar a la vía ejecutiva dentro de los cinco años que dura la
acción de este nombre; pero, en los casos en que la ordinaria prescribe por ley
en menor tiempo, pasado éste no habrá lugar a dicha vía.
El tiempo de la prescripción se contra desde que la obligación se hizo
exigible.

En estas normas existen dos diferencias, la primera que tiene relación con la disminución
del plazo previsto para la prescripción de la vía ejecutiva y la segunda con el momento a
partir del cual se inicia el plazo para que la acción pueda ser ejercida.

De lo anterior, podemos inferir que estas normas establecían el plazo de prescripción de la


acción para ejecutar las sentencias por la vía ejecutiva, por lo que, obviamente, no era
necesario fijar un plazo en el cual caducaría el derecho para ejecutarla, ya que era
imperativo primero pasar por la vía ejecutiva para luego pasar a la ejecución de la
sentencia.

91
4.1.4 Porqué debe ser caducidad y no prescripción

De todo lo analizado anteriormente, cabe decir que es pertinente hablar de caducidad del
derecho y no de prescripción, conforme a todo el análisis efectuado en el Capítulo III de
éste trabajo que comprende las diferencias conceptuales y de los elementos de cada una de
estas instituciones, y ya que la caducidad tiene como fin que el titular del derecho, ejerza el
acto impeditivo para que su derecho no se extinga, en nuestro caso, el actor que obtuvo una
sentencia a su favor debe ejecutarla en el plazo fijado en la ley para aquello.

4.1.5 Análisis de la conveniencia de que exista una norma que regule el plazo de
caducidad del derecho para la ejecución de una sentencia judicial

Luego de todo el análisis efectuado, se puede afirmar que es necesario e indispensable que
exista en nuestra legislación procesal una norma que regule el plazo que tiene el acreedor
de ejecutar la sentencia ejecutoriada dictada a su favor, ya que, por razones de seguridad
jurídica, no cabe que luego de haber seguido un proceso en el cual, tanto el acreedor como
el deudor, han invertido tiempo, recursos humanos y económicos, preocupaciones y que
posiblemente ha alterado su vida personal y familiar normal, el acreedor, luego de ganar el
juicio, deje suspensa indefinidamente en el tiempo la ejecución de la sentencia ya sea por
descuido, negligencia, o inclusive con conciencia y voluntad de hacerlo, generando
incertidumbre en el deudor por todo este tiempo y tal vez por toda su vida, y la de sus
herederos, sin conseguirse en el fondo justicia y paz social.

4.2 REFORMA AL CÓDIGO DE PROCEDIMIENTO CIVIL

4.2.1 Propuesta de reforma al Código de Procedimiento Civil, en la cual se incluye el


plazo de caducidad del derecho para ejecutar una sentencia judicial

La reforma al Código de Procedimiento Civil, debería ser incluida a continuación del


artículo 479 que es donde termina el tema de la ejecución de la sentencia. La ubicación de
ella en esta parte de la normativa se justifica en el hecho de que la norma de la caducidad
que se está proponiendo, establece un mandato general para aquellas sentencias

92
condenatorias que sólo tienen pendiente la vía de ejecución y en los que el acreedor de la
misma, por una omisión voluntaria, no procede a ejecutar, siendo esta su obligación.

Dado que en el año 2016 entrará en vigencia el Código Orgánico General de Procesos, esta
reforma debería contemplarse en el Libro V (Ejecución), a continuación del artículo 413.

La propuesta de reforma sería la siguiente:

“Artículo (…).- El derecho para la ejecución de la sentencia judicial en la que


se establezca una condena de dar o hacer algo caducará en el plazo de 10 años
contados a partir de que la misma haya causado ejecutoria. Dicha caducidad
impedirá que el titular del derecho declarado en la sentencia, pueda ejercer
cualquier nueva acción para ejecutarla e implicará que el derecho contenido en
dicha sentencia, se extinga. Esta norma no cabe para las sentencias cuya
condena sea de no hacer algo.”

93
5 CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES

5.1 CONCLUSIONES

• La reforma legal que se propone en la presente investigación tiene como finalidad


culminar con el estado de incertidumbre en el que se encuentra el deudor frente al
acreedor cuando éste último decide no ejecutar a corto, mediano y largo plazo, la
sentencia ejecutoriada dictada a su favor, a través de la fase de ejecución. Esta
incertidumbre, sin duda, genera al deudor inseguridad jurídica.

• Del análisis efectuado, se ha llegado a la conclusión de que la norma que se pretende


incluir en el Código de Procedimiento Civil, es únicamente aplicable para las
sentencias de condena que obliguen al deudor a dar una cosa o hacer algo. No sería
aplicable para las sentencias que contengan una obligación de no hacer, ya que no
sería conveniente que el deudor, pueda volver a realizar la actividad que le fue
prohibida una vez que ha transcurrido el tiempo previsto en la normativa para que el
acreedor pueda ejecutar la sentencia judicial. Pues si, por el contrario, habría un
plazo de caducidad del derecho para la ejecución de una sentencia judicial que
contenga una obligación de no hacer, una vez que haya transcurrido dicho plazo, el
deudor podría realizar la actividad que le fue prohibida y el acreedor se quedaría sin
la posibilidad de accionar los mecanismos correspondientes para que el deudor deje
de realizar la misma.

• Por otro lado, hemos de insistir en el hecho de que la seguridad jurídica es uno de los
pilares fundamentales del Estado ya que no sólo es un principio constitucional que
busca el respeto de las normas de manera formal, sino que también se encuentra
relacionado con otros valores como la justicia, los cuales son principales dentro de
una sociedad. En este sentido, la seguridad jurídica no solamente implica que el
Estado, a través de los órganos competentes, cumpla con las normas y leyes previstas
dentro de la sociedad, sino que también regula ámbitos más específicos que afectan a
situaciones particulares de los ciudadanos, como por ejemplo, la omisión en la
regulación de ciertas actuaciones que pueden llevar a un estado de incertidumbre. En

94
consecuencia, la falta de una norma que establezca el plazo de caducidad para la
ejecución de una sentencia judicial genera inseguridad jurídica, ya que ocasiona
incertidumbre en los ciudadanos al no tener una norma clara en la cual basar sus
actuaciones, respecto al plazo para la ejecución de una sentencia ejecutoriada.

• Luego de haber realizado los análisis pertinentes, y a pesar de que no existen


mayores diferencias entre las instituciones de la caducidad y de la prescripción,
hemos concluido que en este caso se trata de caducidad por una razón principal: la
caducidad es la única que permite que se realice el acto impeditivo mediante el cual
el derecho no expira. En este caso no se trata de prescripción ya que no se está
hablando de una acción sino del ejercicio de un derecho, por lo tanto, no caben las
características de la prescripción en la misma.

5.2 RECOMENDACIONES

• En cuanto a la reforma propuesta, se recomienda que el plazo de caducidad del


derecho para la ejecución de una sentencia judicial ejecutoriada de condena de dar o
hacer algo sea de diez años, basándonos en lo previsto para el tiempo de prescripción
de la acción para iniciar juicio ordinario, establecido en el Código Civil.
Adicionalmente, hemos considerado que éste es un tiempo prudente en el cual el
acreedor puede iniciar la ejecución, y por otro lado que el deudor, pueda conservar la
cosa que pueda entregar sin que la misma se deteriore demasiado por el transcurso
del tiempo, y del mismo modo, para que pueda hacer lo que se encuentre obligado a
realizar de acuerdo a lo dispuesto en la sentencia.

• Por último, y en opinión de la autora de la presente investigación, se recomienda que


en el Código de Procedimiento Civil o en el nuevo Código Orgánico General de
Procesos, se incluya una norma que regule el plazo de caducidad del derecho para la
ejecución de la sentencia condenatoria que obligue a dar o hacer algo, para que así se
termine con la incertidumbre que genera el hecho de que el acreedor tenga no tenga
un límite de tiempo para poder ejecutar la sentencia.

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