TLÁLOC

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TLÁLOC

DIOS DE LA LLUVIA

Tláloc era el dios de la lluvia, dentro de la mitología mexica.


De "tlalli", tierra y "octli", vino o licor, significa "vino de la
tierra", o sea "la lluvia que la tierra bebe". Según el fraile
dominico Diego Durán (1537-1588), Tláloc era el dios de los
aguaceros y de los rayos, truenos y relámpagos, así como de
todo género de tempestades.

Contamos con varias versiones sobre el origen de Tláloc, una


de ellas es que fue creado por Tlatlauqui Tezcatlipoca,
Yayauhqui Tezcatlipoca, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, todos
hijos de Ometéotl, el creador de todas las cosas.

Tláloc tuvo por compañera a Chalchiutlicue, la diosa de los


mares y de los lagos, de los torrentes y de los ríos. El cronista
Fernando de Alva Ixtlixóchitl (1568-1648) afirma que Tláloc
fue rey de los quinamenti, pueblo de gigantes que habitaron el
Valle de Anáhuac, mucho antes que los aztecas, y por cuyos valerosos méritos los hombres lo
convirtieron en Dios.

Nuestros antepasados imaginaban al dios de la lluvia habitando en la cima de la montaña de


Tláloc, localizada en el pueblo de Huejotizingo, en donde erigieron un templo con su nombre.
En el templo había una efigie de Tláloc y cuatro tinajas de barro, llenas de agua de diferentes
clases. Sólo una de estas era benéfica para la cosecha, porque de las otras tres, una la pudría,
otra la helaba y la tercera la secaba.

La mansión de Tláloc era el Tlalocan; se creía que ahí estaba el paraíso terrenal, lugar de
deleite y felicidad, el mismo que Bernardino de Sahagún describe en Historia General de las
Cosas de la Nueva España, diciendo: "en aquél lugar siempre es Verano, hay abundancia de
verduras; la hierva verde, las flores y frutas olorosas, jamás se secan". En Tlalocan "hay
muchos regocijos y refrigerios, sin pena ninguna; nunca jamás faltan las mazorcas de maíz
verde y las calabazas y ramitas de bledos, y ají verde y jitomates, y frijoles verdes en vaina y
flores". Los seres que iban al paraíso terrenal eran los que morían ahogados o fulminados por
un rayo, así como también ahí reposaban los gotosos y los hidrópicos.

Para producir la lluvia, Tláloc era ayudado por los tlaloques. La leyenda de los soles habla de
tlaloques azules, blancos, amarillos y rojos. Provenían del Sur, del Oriente, del Poniente y del
Norte respectivamente. Vivían en las cimas de las montañas y eran muchos, además de ser
pequeños y deformes.

Estos diminutos personajes cargaban un palo y vasijas que llenaban con el agua de las tinajas,
dejándola caer en los sitios que Tláloc les indicaba. Inmediatamente, con el palo rompían la
vasija; de ahí provenían los truenos y los rayos se producían al momento de caer los trozos de
los recipientes rotos.

Para halagar al dios y prever abundante lluvia, en lo alto del volcán Tláloc se reunían príncipes
y grandes señores de los pueblos aledaños a la Sierra Nevada. Ya reunidos ofrendaban a
Tláloc con niños sacrificados. Sahagún afirma que la fiesta se realizaba en el tercer mes,
llamado Tozoztontli. Por su parte, Durán dice que se hacía en el primer día del mes Huey-
tozontli. De acuerdo a nuestro calendario, estos días serían el 10 y 30 de abril,
respectivamente.

Existen varias esculturas del dios Tláloc, pertenecientes a la época prehispánica. Hasta ahora,
la más famosa por su tamaño y peso se encuentra resguardando el acceso al Museo Nacional
de Antropología e Historia.
Esta escultura es conocida como el Tláloc de Coatlinchán, porque ahí fue descubierto.
Coatlinchán pertenece a Texcoco, municipio del estado de México. El monolito pesa 125 mil
kilos; el pintor José María Velasco (1840-1912), así como el profesor de zoología y botánica
Jesús Sánchez, fueron los primeros que hablaron de él, identificándolo con la diosa
Chalchiutlicue; después de esto, por algún tiempo permaneció semisepultado en la barranca de
Santa Clara, y en 1903 Leopoldo Batres lo redescubrió, afirmando que se trababa del dios
Tláloc.

El monolito fue trasladado a la ciudad de México el 17 de abril de 1964, fecha que muchos aún
recuerdan por la tormenta que cayó conjuntamente a la inundación producida por el
rompimiento de la tubería, a causa del peso del monolito que garbosamente transitaba por
calles de la capital. Cuenta la crónica que entre broma y serio, un campesino coatlinchense
dijo: "ya ven cómo sí es el dios del agua".

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