Olguín - Constantinopla 3

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Constantinopla

Tercera parte

La toma de Constantinopla

Desde el siglo XIII, la dinastía paleóloga presidió


una interminable decadencia que redujo a Bizancio a
poco más que su capital. Desesperados, los emperadores
solicitaron de nuevo ayuda a Occidente. A cambio, ofrecían
la unión con la Iglesia de Roma.

Pero estos deseos nunca fueron respaldados por la


población ortodoxa, dominada por un fuerte sentimiento
antilatino. Los turcos aprovecharon la situación y, en 1453,
tomaron por fin Constantinopla. El último emperador,
Constantino XI, murió en combate.

Cuando Teodosio partió en dos el Imperio romano en los


años finales del siglo IV, el de Oriente y el de Occidente
pasarían a tener historias separadas. Este último ya estaba
sufriendo los efectos de una crisis económica que iría en
aumento y no lograría poner coto a las invasiones de los
pueblos bárbaros. El siglo V vería su final. En cuanto a
Bizancio, o el Imperio romano de Oriente, contaba con más
posibilidades de subsistir.

Su mayor músculo económico le permitió mantener a los


atacantes a raya aunque fuese a base de comprar
voluntades. El peligro, sin embargo, no venía tanto del
exterior como del interior. A la larga, las divisiones internas
lo acabarían debilitando. ¿Cómo transcurrió ese milenio de
historia hasta su caída en 1453? Imperio Bizantino.
La fundación.

Según la tradición, el mítico Bizante fundó una ciudad


situada en el Bósforo, el estrecho que separa Europa de la
península de Anatolia. Corría el año 667 a. C. Fue esta
urbe, la Byzantion griega, la que el emperador Constantino
I refundó un milenio más tarde. Llevaría su nombre,
Constantinopla, y, a partir del siglo V, sería conocida como
la “Segunda Roma”. La primera, capital del Imperio de
Occidente, sucumbió ante las invasiones germánicas.
Oriente, sin embargo, sobrevivió y conservó el legado del
mundo latino. Justiniano en los mosaicos de la iglesia de
San Vital en Rávena.

Justiniano y la reconquista.

El emperador Justiniano (527-565) se apoderó de la Italia


de los ostrogodos y arrebató el norte de África a los
vándalos. Un esfuerzo bélico tan considerable le obligó a
elevar la presión fiscal a niveles desmesurados, a la vez
que desatendía peligrosamente la frontera oriental con los
persas.

A su muerte dejó un imperio exhausto, pero en su descargo


hay que decir que su reinado no se limitó a las continuas
campañas militares. Realizó una importante recopilación
legislativa, y Constantinopla vio alzarse su edificio más
simbólico: la basílica de Santa Sofía.

El imperio se heleniza.

A partir del siglo VII nos encontramos en un mundo ya más


heleno que latino. Los emperadores sustituyen el título
tradicional de augusto por el de basileus.
Poco a poco, el latín, lengua de la administración, se
abandona a favor del griego. Para algunos especialistas,
este es el momento en que termina en Bizancio la
Antigüedad y da comienzo la Edad Media. En el año 674,
los musulmanes pondrían sitio por primera vez a
Constantinopla.

La irrupción musulmana.

Arabia, a la muerte de Mahoma en 632, se había


transformado en una unidad política lista para lanzarse a
una fulgurante expansión internacional.

Bizancio sería una de sus grandes víctimas. Algunos de sus


territorios más ricos, como Siria y Egipto, cayeron sin
apenas resistencia en manos del islam. Estas derrotas se
vieron agravadas por las discordias civiles.

Heraclio II fue derrocado y mutilado salvajemente. Se


inauguraba así la costumbre bizantina de someter a
humillación y tortura a los soberanos que perdían el trono.
Pocas décadas más tarde, en 674, los musulmanes
pondrían sitio por primera vez a Constantinopla.

El arma secreta.

Cuando la flota islámica amenazó la capital del Imperio,


quedó claro que eran necesarios nuevos sistemas de
defensa. Surgió entonces un arma que haría famosos a los
bizantinos: el “fuego griego”. Se trataba de una sustancia
inflamable capaz de destruir las embarcaciones enemigas.
Su composición, hoy desconocida, fue un secreto
celosamente guardado. Mientras los iconódulos eran
partidarios de las imágenes religiosas, los iconoclastas eran
contrarios.
La iconoclastia.

La querella religiosa más importante que dividió a los


bizantinos tuvo lugar en el siglo VIII. Mientras los
iconódulos eran partidarios de las imágenes religiosas, los
iconoclastas eran contrarios, al entender que se trataba de
una forma de idolatría. El emperador León III tomó partido
por los iconoclastas, en un intento de fortalecer su poder
frente a la jerarquía religiosa. Sin embargo, fueron los
iconódulos los que finalmente lograron imponerse. El
enfrentamiento había estado a punto de provocar una
guerra civil. Obras artísticas de incalculable valor se habían
perdido.

Los monasterios.

La victoria de los partidarios de las imágenes no habría sido


posible sin el apoyo de los monasterios. Estas
comunidades, en el universo teocrático bizantino, ejercieron
una considerable influencia espiritual y política. Particular
importancia tuvieron los religiosos del monte Athos, donde
se desarrolló una importante labor de preservación de la
cultura.

El cisma.

A lo largo de la historia bizantina, las pugnas entre el


patriarca de Constantinopla y el papa de Roma fueron
constantes. El primero se negaba a reconocer la primacía
del segundo sobre toda la cristiandad. Existían, además,
divergencias teológicas. En el siglo IX, el patriarca Focio
protagonizó la controversia del “filioque”. En Occidente, el
credo afirma que el Espíritu Santo procedía de Dios Padre
“y del Hijo” (filioque en latín). Para los orientales, este
añadido resultaba herético. Se sentaron así las bases del
cisma de 1054, que separó definitivamente a católicos y
ortodoxos.

Los cruzados.

Ante la amenaza musulmana, Bizancio solicitó la ayuda


occidental. Fue un grave error de cálculo. Los guerreros que
debían entregarle las tierras arrebatadas a la Media Luna
acabaron actuando por su cuenta, sin que nadie pudiera
controlarlos. Con la cuarta cruzada, las tropas que debían
conquistar Egipto se desviaron de su ruta y tomaron
Constantinopla en 1204. Se entregaron a un terrible
saqueo. Los vencedores desmembraron los dominios recién
adquiridos en diversos principados feudales, pero la nobleza
autóctona logró mantener el legado imperial en tres
estados. Uno de ellos, Nicea, consiguió en 1261
reconquistar la capital y restablecer el Imperio.

La toma de Constantinopla.

Desde el siglo XIII, la dinastía paleóloga presidió una


interminable decadencia que redujo a Bizancio a poco más
que su capital. Desesperados, los emperadores solicitaron
de nuevo ayuda a Occidente. A cambio, ofrecían la unión
con la Iglesia de Roma. Pero estos deseos nunca fueron
respaldados por la población ortodoxa, dominada por un
fuerte sentimiento anti latino. Los turcos aprovecharon la
situación y, en 1453, tomaron por fin Constantinopla.

El último emperador, Constantino XI, murió en combate.

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