19039-Texto Del Artículo-75586-1-10-20170823

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El Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa

durante el «bienio trascendental» (1808-1810)


The Cabildo, Justicia, and Regimiento of Arequipa During the
­«Transcendental Biennium» (1808-1810)

Fernando Calderón Valenzuela


El Colegio de México
fcalderon@colmex.mx

Resumen
Luego de conocerse la invasión francesa a España ocurrida a principios de 1808,
las poblaciones hispanoamericanas reaccionaron unánimemente en defensa de
su rey Fernando VII. Lo sucedido a continuación, entre 1808 y 1810, desató las
contradicciones internas del sistema colonial. En este artículo abordo el caso de
Arequipa durante aquel contexto, en particular la reacción de su Cabildo. Esta
se debe entender en relación con lo acontecido en las ciudades vecinas —Cuzco,
Puno, La Paz, Potosí— y en los centros de poder político —Lima, Chuquisaca,
Buenos Aires—. Así, sostengo que el fidelismo arequipeño mostrado por el
Cabildo fue una estrategia para ganar autonomía y defender los intereses de su
élite en la región, al mismo tiempo que se evitaba despertar conflictos al interior
de la sociedad local. En aquel bienio, una serie de posibilidades aparecieron y
cada sociedad encabezada por sus grupos dirigentes, optó por su propio destino.
Palabras clave: Arequipa; Cabildo colonial; fidelismo; José Manuel de
Goyeneche y Barreda; bienio 1808-1810

Abstract
The Spanish-American colonies reacted in defense of King Ferdinand VII
during the French invasion of Spain in 1808. The events that followed in
1808-1810 exposed the contradictions within the colonial system. In this paper

HIsTORICA XLI.1 (2017): 81-123 / ISSN 0252-8894

https://doi.org/10.18800/historica.201701.003
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I assess ­Arequipa’s reaction in this context particularly its Cabildo, which must be
understood in connection with the events in neighboring cities—Cuzco, Puno,
La Paz, and Potosí—and in the centers of political power—Lima, Chuquisaca,
and Buenos Aires. I argue that the loyalism of Arequipa’s population was a strategy
to gain autonomy and defend its regional interests while avoiding conflict at the
local level. An array of possibilities emerged in that period, as a result of which
Spanish-American societies, led by their ruling circles, decided their future.
Keywords: Arequipa; Colonial Cabildo; Spanish-American Loyalism; José
Manuel de Goyeneche y Barreda; biennium 1808-1810

U na de las consecuencias de la instalación de las intendencias en el


virreinato peruano fue la revitalización de los cabildos —debili-
tados debido a las continuas injerencias del virrey y los corregidores para
controlar sus recursos económicos—. La labor de los intendentes, al
dinamizar la función municipal, permitió que estas corporaciones conti-
nuaran siendo un medio de ascenso social y político. El poder municipal,
en ese sentido, no fue adquirido a lo largo de la época virreinal, sino en
sus últimos años. Así, si bien a partir de la crisis de la monarquía española
(1808-1814), las luchas internacionales y regionales demandaron una
atención especial, los libros de actas de los cabildos coloniales del Perú
muestran la importancia que en este tránsito mantuvieron los temas
locales y los mecanismos de defensa que se deseaban aplicar para evitar
la propagación de los conflictos hacia la ciudad.
Son escasos los estudios sobre los cabildos coloniales peruanos, quizás
debido al poco cuidado en la conservación de los libros de Cabildo y al
reducido acceso a los archivos municipales. Se ha estudiado, por ejemplo,
la composición del Cabildo secular de Arequipa en el siglo XVI.1 Además,
gracias a la buena conservación de sus libros —casi todos en la Biblioteca
Municipal de Arequipa—, con frecuencia aparece mencionado en la
historiografía sobre la intendencia; estas referencias, sin embargo, suelen

1
Chalco 1991 y 1993.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  83

ser solo notas aclaratorias del comportamiento socioeconómico de la élite


arequipeña. Por ello, en este artículo analizo la actuación corporativa del
Cabildo de la ciudad de Arequipa entre 1808 y 1810, periodo conside-
rado por la historiografía hispanoamericana como el punto de origen de
los procesos independentistas2 y denominado por Manuel Chust como
el «bienio trascendental».3 Centro mi interés en la reacción del Cabildo a
las noticias sobre el establecimiento de juntas en el virreinato rioplatense,
en tanto me permite perfilar las distintas posturas al interior del Cabildo
y reevaluar el viejo mito de una élite arequipeña cohesionada y fidelista.4
Para lograrlo, los libros de actas del Cabildo son la fuente principal,
aunque estos suelen registrar los acuerdos antes que las sesiones, pues
estos conservan los temas tratados y los acuerdos a los que se llegaron,
y no los debates que se producían en torno a ellos. En algunos casos,
estos suelen presentarse en los expedientes que el procurador del Cabildo
preparaba por cada tema, pero muchos de estos se han perdido o están
dispersos. Uno de los que he utilizado para este artículo es el que formó
el Cabildo para justificar su accionar frente a la Junta Tuitiva de La Paz.5
Muchos de estos expedientes se enviaban a España para demostrar el
proceder fidelista del cuerpo municipal y así obtener prerrogativas sociales

2
Aunque se ha atribuido dicho postulado a los trabajos de François-Xavier Guerra y
Jaime Rodríguez O., tales hipótesis eran planteadas ya durante el siglo XIX en el libro
pionero de Vicuña Mackenna (1971) y, a nivel local, por Cúneo Vidal (1978).
3
Utilizo esta denominación porque describe con precisión esta etapa que articula las
reacciones producidas durante la crisis, algunas obviamente fidelistas y otras tantas
imprevisibles que desconcertaron a los actores de la época (Chust 2007).
4
El fidelismo arequipeño fue atribuido a la presencia dominante de españoles, a su
distanciamiento con las ideas revolucionarias de la Ilustración, a la falta de conciencia polí-
tica entre los sectores populares y a la fortaleza de la Iglesia católica; estos factores evitaron
conflictos entre los distintos sectores de la sociedad. Dicha imagen la encontramos en
estudios como Zegarra 1973: 57-60; Cúneo Vidal 1978: 273-277, 282-291; Bermejo
1960: 355-416; y Rojas 2008. Según Rojas Ingunza, en la «sosegada» Arequipa «no se
habían oído voces discordantes con la línea y temática política colonial» hasta 1814,
cuando aparece Mariano José de Arce (2008: 156). Como bien demostró Chambers
(2003: 25-53), estos argumentos son parte más de un mito que de una realidad.
5
«Expediente que trata de las providencias que en este Ylustre Cavildo ha dado con
motivo de las ocurrencias de la ciudad de la Paz», Archivo de la Secretaria de la Muni-
cipalidad Provincial de Arequipa [en adelante ASMPA], Legajo 1809-4.
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(títulos, uniformes, ceremoniales) y beneficios económicos (control de


rentas, autonomía de gasto). Aun así, es posible encontrar en ellos los
conflictos entre las diferentes facciones enfrentadas por el poder local
cuando a la crisis monárquica le siguió el vacío de autoridad que terminó
fracturando al imperio español en América.

el cabildo de arequipa
Desde su fundación, en 1540, Arequipa contó con Cabildo para su
gobierno. Sus miembros debían ser vecinos afincados con casa abierta y
poblada, y los cargos se ejercían durante un año.6 Estaba compuesto por
dos alcaldes ordinarios de vecinos (o de primer voto) y de ciudadanos
(o de segundo voto), y según su origen existían tres tipos de regidores:
perpetuos (cargos comprados), natos (contadores, tesoreros, básicamente
funcionarios reales nombrados) y electivos.7 Su número estaba deter-
minado por la cantidad de la población, siendo doce —número que le
correspondía al Cabildo de Arequipa— su máximo legal.
En el siglo XVIII, el intendente Antonio Álvarez y Jiménez (1785-
1796) reorganizó el Cabildo arequipeño y concedió nuevas rentas y
funciones acordes con la Real Ordenanza de Intendentes (1782). Uno de
sus objetivos era hacer más atractiva la labor municipal y lograr vender los
asientos de regidores que desde hacía mucho estaban vacantes. De doce
sillas disponibles para regidores, siete estaban ocupadas. Para conseguirlo
debía obtener nuevos títulos para la ciudad y prerrogativas para quienes
conformaban el Cabildo. La historia les había enseñado que la plata
americana compraba favores y privilegios en la metrópoli; por lo tanto,
fortalecer económicamente al Cabildo era el camino para su renacimiento.8

6
Sobre la legislación de las funciones, privilegios y demás asuntos tocantes a los cabildos
véase Recopilación de leyes de los reinos de las Indias 1681: Libro IV, Título IX, y Libro V.
7
Los cargos electivos eran: alcaldes de primer y segundo voto, asesor del Cabildo,
síndico procurador, alcalde de aguas y portero. Las elecciones al principio se llevaban a
cabo el primer día del año y, a fines del siglo XVI, se trasladó al último día del año.
8
Un caso ejemplar fue el del Cabildo limeño, el cual consiguió nuevos privilegios conce-
didos por Carlos IV tras los donativos que entregó en 1802 y 1805 (Peralta Ruiz 2002:
105-142).
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  85

El incremento de los ingresos del Cabildo les permitió a sus miembros


utilizar una parte de ellos en donaciones que entregaban a la Corona.
Esta era una de las razones por las que desde España se apoyó la libertad
económica de dichos cuerpos.9 De este modo, los cabildos podían gastar
con cierta autonomía los ingresos de propios y arbitrios, y pedir prés-
tamos con su garantía.
Las reformas permitieron vigorizar al Cabildo en materia económica,
pero también generaron conflictos, principalmente por el control del
gasto. Esto se debía a la ambigüedad en la delimitación de funciones, en
especial sobre el nombramiento de nuevos agentes de la administración
colonial.10 Estas luchas las sufrió con mayor frecuencia el intendente
Bartolomé María de Salamanca (1796-1811) y aumentaron ni bien
empezó el siglo XIX.11
A pesar de los esfuerzos de Álvarez y Jiménez por atraer nuevos miem-
bros al Cabildo, no logró su cometido. Salamanca no hizo mucho por
cubrir los asientos vacantes, así que fue el mismo Cabildo quien tomó
la decisión de pedir a la Corona —por medio de su representante en
España— que les otorgara permiso a sus regidores para vestir uniformes
y diese medidas para proteger sus derechos y privilegios. De esta manera,
se buscaba aumentar el interés de los vecinos notables en las regidurías.
Además, el Cabildo insinuó con cautela sus discrepancias con el inten-
dente, encargado de cubrir dichas plazas.
Desde 1808, conocida la crisis monárquica en el virreinato peruano,12
las disputas entre las élites y los intendentes se agravaron. Las primeras
encontraron apoyo en las disposiciones tomadas por la Junta Central y
el Consejo de Regencia. Como bien advierte John Fisher, mientras la
estructura absolutista se encontró intacta, los intendentes gozaron de
estabilidad, pero una vez que la crisis resquebrajó el sistema, las presiones

9
Fisher 1981: 209 y ss.
10
Fisher 1981: 206-208; y Wibel 1975: 198-231.
11
Véase Fisher 1968a; la Relación de gobierno de Salamanca que se cita a lo largo de este
artículo puede consultarse en Fisher 1968b.
12
Sobre el arribo de estas noticias al Perú, véase Peralta Ruiz 2010: 89-113.
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contra dichas autoridades aumentaron y se inició un «periodo de confu-


sión administrativa», caracterizada por la incertidumbre, las dificultades
económicas y la desorientación surgida de la ejecución de reformas dadas
por la Junta Central y la Regencia.13
Salamanca no fue ajeno a las críticas. Fue acusado por el comerciante
español Santiago Aguirre de participar en el contrabando, vender las
subdelegaciones y oprimir al Cabildo, mientras que esta corporación lo
culpó de despotismo. El Consejo de Indias tomó la decisión de retirarlo;
se dijo que el cambio se realizaba porque había excedido el tiempo de
su gobierno de cinco años. Aunque Fisher otorga mayor importancia a
las acusaciones entabladas por Aguirre y el Cabildo,14 pudo ser deter-
minante el informe enviado por José Manuel de Goyeneche y Barreda,
el 28 de abril de 1809, al Conde de Floridablanca y a la Junta Suprema
de España e Indias tras finalizar la comisión que le encargó la Junta de
Sevilla. En este, luego de resaltar los donativos hechos por el Cabildo
arequipeño a la Corona, advirtió que:

Los cinco vecinos que forman el respeto y modelo de buen exemplo y bienes
de la Ciudad acompañados del Asesor de la Yntendencia se me presentaron
pidiendo rendidamente, suplicar a V. M. relevase a este Xefe que hace
catorce años que los oprime sin ver ni tratar a nadie rodeado de asperezas de
educación y de mal trato pues hay ocasiones en que su fibra ardiente nada
disimula y sale de los límites que su carácter de Juez le precribe.15

Tras el levantamiento paceño de 1809, desde España llegó la orden de


cambiar a Salamanca. Esta victoria del Cabildo arequipeño se dio en
un contexto más politizado a causa de la elección de un diputado para
la Junta Central. Pero ¿quiénes fueron estos vecinos «modelo de buen
exemplo y bienes» a los que se refería Goyeneche y Barreda, y de dónde
provenía su poder?
La base económica que sustentaba a la élite arequipeña era la
propiedad agrícola, dedicada sobre todo a la producción vitivinícola que

13
Fisher 1981: 213.
14
Fisher 1968a: XI-XVI.
15
Herreros de Tejada 1923: 456.
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abastecía de vinos y aguardientes producidos en sus valles a los centros


mineros altoperuanos. La ciudad era la sede familiar y el centro de opera-
ciones de sus actividades económicas. Estos grandes hacendados criollos
utilizaron sus rentas para comprar las regidurías, con lo que lograron
para sí el control del Cabildo. A pesar de las alianzas matrimoniales
y los vínculos económicos con comerciantes y burócratas, solo ocho
peninsulares fueron elegidos alcaldes de Arequipa desde 1780 hasta
1824 —todos ellos eran comerciantes y dos, además, funcionarios reales;
solo un peninsular compró una regiduría—. Los descendientes criollos
de estas alianzas fueron quienes controlaron el Cabildo a principios
del siglo XIX. Dice John Wibel que estos sucesores, obligados por su
precaria situación económica producto en parte de la fragmentación del
patrimonio familiar entre numerosos herederos, intentaron ingresar a la
carrera burocrática.16 En cualquier caso, algunos de ellos fueron lenta-
mente escalando posiciones a partir de su labor profesional e ingresaron
al Cabildo por elección municipal y no por compra de regidurías.
Uno de los casos más llamativos es el de Nicolás Araníbar. Nacido en
Locumba, era nieto de un oficial real español, estudió leyes en Lima y
trabajó en la Real Audiencia. Fue elegido asesor del Cabildo arequipeño
entre 1808 y 1810, y, en 1811, diputado por Arequipa en las cortes de
Cádiz, aunque no llegó a viajar por problemas económicos. En 1812,
fue alcalde de segundo voto y, un año después, alcalde de primera nomi-
nación del ayuntamiento constitucional de la ciudad. Miembro de una
de las familias más representativas de Arica, sus vínculos parentales lo
unían con grandes familias arequipeñas, como los Rivero, y gozaba de
prestigio social.
Por otro lado, Manuel Gregorio Rivero y Ustáriz, hijo del subdelegado
de Arica Antonio Salvador de Rivero y Araníbar, primo de Nicolás, se casó
con Ángela Tristán y Bustamante, hija de Domingo Tristán y Moscoso,
uno de los miembros más influyentes de la élite arequipeña y del Cabildo
en el mismo periodo municipal que Araníbar. Es evidente la existencia
de una suerte de alianza entre Tristán y Moscoso, Araníbar y la familia

16
Wibel 1975: 507-508; véase la nota 3.
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Rivero; a ellos considero los conductores del Cabildo durante el tiempo


de nuestro estudio. Además, Tristán y Moscoso no solo disfrutaba de
prestigio social, sino también de recursos económicos.17
Por su antigüedad, Francisco José de Rivero y Benavente era el regidor
decano del Cabildo —el primero entre los regidores, en otras palabras—.
Le tocaba suplir a los alcaldes cuando se ausentaban y, en las ceremonias,
reemplazaba al alférez real Manuel Flores del Campo, notable hacen-
dado de Camaná, porque este solía pasar más tiempo administrando sus
propiedades costeñas. Los otros regidores perpetuos eran el alguacil mayor
Ramón Morante, el alcalde provincial Agustín de Abril y Olazábal, José
Ramírez Zegarra, Lucas Ureta y Fernando García González.18
En noviembre de 1809, Mariano de Ureta y Rivero, sobrino de los
regidores Lucas Ureta y Francisco Rivero y Benavente, pagó quinientos
pesos por la compra de una regiduría perpetua.19 Aunque no se puede
afirmar la existencia de una coincidencia política entre todos ellos, se fue
constituyendo un frente familiar con base en los Rivero.20 Esta familia
de criollos, descendientes de hacendados, eran en su mayoría abogados
sin grandes propiedades ni inversiones comerciales, por lo menos no
comparables con los bienes de los Goyeneche o los Tristán. Asimismo,
tenían una activa participación en las sesiones del Cabildo, pues, como

17
Sobre la genealogía de los alcaldes de Arequipa y los vínculos familiares entre ellos,
véase Martínez 1946.
18
En 1805, el virrey Avilés escribió al Cabildo indicando que, a pedido del rey, se
presenten cuatro candidatos para obtener títulos de Castilla; el Cabildo acordó presentar
a Flores del Campo, quien era regidor desde 1779, a Ramírez Zegarra, regidor desde
1767, y a Rivero y Benavente, regidor desde 1765; además, también presentó al coronel
José Menaut, al teniente coronel Juan Manuel de Bustamante, a Bernardo Gamio y al
teniente Mariano González de Bustamante, todos ellos importantes hacendados arequi-
peños. Sesiones del 28 de noviembre y 12 de diciembre de 1805, Biblioteca Municipal
de Arequipa [en adelante BMA], Libro de Actas del Cabildo [en adelante LAC], n.° 26.
19
Título de Regidor Perpetuo a favor de Mariano de Ureta y Rivero, BMA, Libro de
Tomas de Razón, n.° 3.
20
Manuel José de Rivero y Araníbar, primo de Rivero y Benavente y tío de Ureta y
Rivero, se casó en 1810 con Josefa Abril y Olazábal. Sobre las relaciones endogámicas
de la élite arequipeña, véase Wibel 1975: 480-494.
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Flores del Campo, los regidores Abril y Olazábal y García González se


ausentaban con frecuencia de la ciudad.21
Según Mary Gallagher, Tristán y Moscoso, Araníbar y la familia
Rivero representaban a un sector de la élite contrario al absolutismo
monárquico, pues buscaban introducir en la ciudad ideas separatistas
en contraposición al obispo Luis Gonzaga de La Encina, al deán García
de Arazuri y a José Manuel de Goyeneche y Barreda.22 Una postura
intermedia era la de Hipólito Unánue, asesor de Abascal, y la familia
Ustáriz.23 La posición de Goyeneche y Barreda representaba la de toda
su familia; en cambio, Pío Tristán se inclinó más al monarquismo de
los Goyeneche que hacia el radicalismo de su hermano Domingo.24
Como advierte Wibel, la practicidad de la élite arequipeña evitó grandes
conflictos con las autoridades coloniales y a nivel interno, pues la posición
adoptada tenía más de interés y autodefensa que de fuerte convicción.25
Lo cierto es que, si durante estos años el Cabildo estuvo bajo el control
del sector radical, la presencia de Goyeneche y Barreda, de quien habla-
remos más adelante, influyó en el comportamiento del Cabildo y de las
instituciones coloniales arequipeñas. Además, los miembros del Cabildo

21
Fernando García González no suele figurar entre los firmantes de las sesiones del
Cabildo, aunque aparece casi siempre durante las elecciones a fin de año.
22
Gallagher 1978: 242-244. Además, Wibel señala que los burócratas criollos se sentían
desplazados jerárquicamente por los peninsulares y por otros criollos con capacidad para
comprar cargos públicos; así lo demuestran las rivalidades por el cargo de subdelegado
y los conflictos entre estos y los intendentes (Wibel 1975: 161-197).
23
Este sector intermedio estaba compuesto por ilustrados católicos, uno de ellos fue
Mariano Eduardo de Rivero y Ustáriz, quien luego de estudiar en Europa retornó a
América donde, como Hipólito Unánue, desempeñó diferentes cargos públicos.
24
Uno de los mecanismos que usó Pío para evitar la dispersión de la propiedad fue su
matrimonio con su sobrina Joaquina, hija de su hermana Petronila y de Manuel Flores
del Campo, en 1809. Por otro lado, tras la invasión de las tropas de José Castelli al Alto
Perú, el virrey Abascal acusó al intendente de La Paz, Domingo Tristán de no haberlas
enfrentado. En sus memorias, Rufino Echenique menciona que su primo Goyeneche
y Barreda y su hermano Pío, «para cohonestar su falta», lo restablecieron en su puesto
(Echenique 1952: 1-3, 343). En 1815, el capitán de milicias de Arequipa y Arica, Juan
Agustín Lira, afirmó que encontró en Majes a Domingo, quien junto a los pobladores
del lugar «eran adictos a nuestra suspirada Independencia» (Lira 1834).
25
Wibel 1975: 232-268.
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priorizaron el enfrentamiento contra el intendente. En ambos casos,


los radicales encabezados por Tristán y Moscoso y Araníbar jugaron un
papel destacado.26
En este periodo, los temas tratados por el Cabildo discurrían entre la
epidemia de hidrofobia que afectaba a la población —se organizó una
matanza de perros—; la distribución de la vacuna contra la viruela; la
reparación del puente y el arreglo de las casas capitulares;27 y los ceremo-
niales que se hicieron, primero, al recibir la ciudad el título de Fidelísima
gracias al apoyo que esta brindó para la lucha contra el levantamiento
de Túpac Amaru II y la pacificación del Alto Perú,28 y, segundo, por el
recibimiento de Abascal como nuevo virrey.29 Las noticias sobre la abdi-
cación de Carlos IV y el paso de Goyeneche y Barreda por la ciudad30
ocuparon mayor atención que los conflictos acaecidos en el virreinato
del Río de la Plata entre 1806 y 1807. Pero todas estas cuestiones no
impusieron una mayor frecuencia en las sesiones, por lo menos no hasta
1809, cuando se conoció el levantamiento de La Paz.
A principios del siglo XIX, el Cabildo arequipeño, politizado tras
los sucesivos conflictos internos entre las autoridades locales y forta-
lecido por algunas libertades económicas, revelaba mayor interés por
el gobierno local. Además, cuando algún conflicto externo afectaba
su seguridad y sus intereses, lucía un compacto espíritu de cuerpo y
ocultaba las facciones que en su interior existían.31 Las crisis políticas,

26
Fisher menciona una carta del Cabildo de Arequipa de 1809, en la cual sus miembros
se quejaban del intendente Salamanca y, señalando que no lo habían hecho antes por
considerarlo uno de los favoritos de Manuel Godoy, lo acusaron de mantener conflictos
contra Domingo Tristán por no apoyarlo en su proyecto de ser elegido diputado por
Arequipa (Fisher 1968a: XIV-XV).
27
Sesión del 17 de octubre 1808, BMA, LAC, n.° 26.
28
Sesión del 1 de junio de 1807, BMA, LAC, n.° 26.
29
Sesiones de abril a julio de 1806, BMA, LAC, n.° 26.
30
Noticia de la abdicación de Carlos IV, sesión del 12 de septiembre de 1808, BMA,
LAC, n.° 26; y Noticia de la llegada de Goyeneche a Arequipa, sesión del 7 de noviembre
de 1808, BMA, LAC, n.° 26.
31
Este comportamiento cohesionador entre la élite arequipeña, especialmente entre
quienes controlaban el Cabildo, se puede notar también en la denominada «rebelión de
los pasquines», que tuvo lugar a inicios de 1780. Dice Wibel: «despite creole r­ esentment
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así, fueron utilizadas por el Cabildo para obtener mayores privilegios y


reformas en la parte que afectaban sus ambiciones. En otras palabras, si
bien este tenía la responsabilidad de mantener la cohesión interna frente
a los conflictos que intentaban destruir el orden colonial, también era
el espacio donde los grupos que componían la élite local defendían sus
propios proyectos y se oponían a determinadas medidas que restringían
o negaban sus prerrogativas. De esta manera, el gobierno municipal
osciló entre defender la posición de la élite que lo dirigía y obstruir las
medidas que atentasen contra su autonomía.

el bienio trascendental
El año de 1808 es considerado por la historiografía hispanoamericana
como el inicio la crisis de la monarquía española. Su primera fase
comprende de 1808 a 1810, momento trascendental para el fortaleci-
miento del sector liberal español y la construcción de una monarquía
constitucional. Además, aunque la reacción colonial frente a estos
eventos fue de un fidelismo aparentemente unánime en defensa de la
monarquía borbónica encabezada por Fernando VII, este sirvió a los
diversos actores políticos americanos para defender sus propios proyectos
políticos autonomistas en la América española.32 Entonces, son dos los
temas que sobresalen y caracterizan al bienio trascendental: la difusión y
el uso de las noticias, y el ambiente sociopolítico de la América española,
especialmente tenso por el anterior afán reformista borbónico.
Sobre el virreinato peruano, Víctor Peralta Ruiz señala que esta
coyuntura marca el inicio de un periodo de incertidumbre, caracterizado

toward peninsular merchants and officials, both groups were well aware of the advantages
of joining forces to place the blame for Arequipa’s rioting on Pando [...], they understood
the necessity for unity in order to prevent exposure of the official corruption character-
istic of Semanat’s immediate circle or the tax evasion typical of the region’s landed and
mercantile élites» (1975: 47).
32
Dicha «aparente reacción fidelista» se podría explicar por ser las capitales de virreinatos,
las sedes de reales audiencias y las capitanías generales, los espacios que se han estudiado
con mayor detalle; además, se debe considerar que como base informativa se ha usado
principalmente la documentación producida por oficiales reales.
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por las dificultades en la comunicación y por el uso político de las noti-


cias.33 A la propaganda fidelista y triunfalista de Abascal se opusieron las
noticias desalentadoras traídas por franceses y británicos y utilizadas por
los americanos contrarios a la política absolutista. En 1810, la unánime
respuesta en favor del secuestrado rey español se mantuvo, pero el reco-
nocimiento a las instituciones que desde España pretendían controlar
América comenzó a ser criticado y, en algunos casos, negado. Fue evidente
el vacío de autoridad, por lo que emergieron proyectos autonomistas
que decían defender los derechos del rey en contra de la Regencia y las
Cortes: las culpaban de usurpación o de afrancesamiento. La coyuntura
política cambió y con ella su extensión militar. Lentamente, las provincias
americanas reclamaron su derecho al autogobierno tal como sucedió en
la Península tras la invasión francesa y las abdicaciones de Bayona. Este
proceso quedó evidenciado por el fortalecimiento de una propaganda de
corte patriótico y encargada de desmentir las noticias difundidas por las
autoridades virreinales.34
Sobre el ambiente sociopolítico de la América española, Manuel
Chust sostiene que los acontecimientos sucedidos durante este bienio
no pretendían la independencia ni se distinguían por ser una confron-
tación entre peninsulares y americanos, o españoles contra criollos, por
lo menos no hasta mediados de 1810 tras la formación de las juntas de
Buenos Aires y Caracas.35 Sin embargo, se debe advertir que las acciones
previas contra la autoridad colonial, si bien no implican la negación
del monarquismo, fueron la base de futuros proyectos autonomistas

33
Peralta Ruiz 2007: 139.
34
Ciertamente, Peralta Ruiz sobreestima el papel de la propaganda fidelista en el proceso
de politización (el cual podemos rastrear desde la instalación de las intendencias y se
hace evidente en el aumento de las sesiones del Cabildo y las nuevas atribuciones que
estos recibieron) y desestima la situación tensa en el Surandino, previa a la crisis de la
monarquía y tras los levantamientos indígenas del siglo XVIII. No olvidemos que el Bajo
y el Alto Perú eran zonas militarizadas desde 1780, y evitar los sobresaltos que condujeran
a rebeliones no solo era responsabilidad de los intendentes, sino también de los cabildos
y toda autoridad local. Es frecuente hallar en los documentos las advertencias para evitar
las innovaciones que pudiesen generar malestar.
35
Chust 2007: 23-27.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  93

y separatistas, pues revelaron las rivalidades políticas, económicas y


sociales entre los españoles americanos y los peninsulares.36 Mientras la
monarquía española respetó los privilegios y aseguró el estatus social de
los sectores altos, su autoridad no fue discutida, mas cuando esta dejó de
cumplir tal rol, cada élite local buscó preservar su posición al interior de
la sociedad. En momentos de crisis internacional, las sociedades suelen
defender la única realidad tangible que conocen: su ciudad.37
¿Cómo reaccionó el Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad de
Arequipa ante lo acontecido en este bienio trascendental? A partir del
arribo de información peninsular y cómo esta repercutió en las medidas
adoptadas en América, Chust divide este bienio en tres fases: la primera
comprende de julio a septiembre de 1808, cuando llegan las noticias de
la proclamación de Fernando VII; la segunda, de abril a mayo de 1809,
cuando se informa sobre la creación de la Junta Central y la participación
americana en el gobierno; y la tercera, de mayo a junio de 1810, cuando
se reporta la disolución de la Junta Central, la creación de la Regencia
y la convocatoria a Cortes. Si seguimos estas fases para responder esta
interrogante, notaremos que no se ajustan completamente al caso arequi-
peño, por lo que conviene hacer algunas aclaraciones.
La reacción del Cabildo, para comenzar, estaba vinculada con sucesos
locales y regionales. Si bien frente a la incertidumbre inicial experimen-
tada de manera semejante en toda América española se impusieron las
respuestas de las principales capitales y ciudades aledañas, la reacción
de Arequipa se relaciona con lo que ocurría en las poblaciones vecinas.
En otras palabras, su conducta estaba condicionada por lo que sucedía en
Lima, Charcas y Buenos Aires, pero se encontraba circunscrita a lo que
ocurría en Cuzco, Puno, La Paz y Potosí. Además, como intendencia,
intentaba mantener la tranquilidad dentro de su jurisdicción, especial-
mente frente a Tacna, Arica y Condesuyos; y, como partido, trataba de
evitar la formación de grupos internos contrarios a la política virreinal.
Por ello, dado que las circunstancias de cada localidad pueden variar,

36
Lynch 2008: 9-43.
37
Chiaramonte 2004: 177-178.
94 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

es  importante confrontar las tres fases propuestas por Chust con la
realidad local y regional arequipeña.

primera fase: josé manuel de goyeneche y barreda y el


fidelismo exaltado
Esta fase comprende desde septiembre de 1808 —cuando llegaron las
noticias sobre la proclamación de Fernando VII como rey de España, la
invasión francesa, el secuestro de la familia real y la formación de juntas
en la Península— hasta julio de 1809 —cuando se conocen las primeras
noticias de los sucesos en Charcas—. En 1808, la reacción en defensa del
rey supuso la existencia en la América española de fortaleza ideológica
y política y respeto a las autoridades e instituciones coloniales. Quizás
esta aseveración tenga mayor fiabilidad si estudiamos el comportamiento
arequipeño. En parte, la presencia del brigadier Goyeneche y Barreda,
quien llegó como enviado de la Junta de Sevilla en agosto de 1808 con la
misión de hacer jurar lealtad a Fernando VII en los territorios americanos
y de que se reconociera a la Junta de Sevilla como su autoridad superior,
puede explicar tal proceder. Pese a que sus acciones en el virreinato del Río
de la Plata fueron muy criticadas por las autoridades locales, la reacción
arequipeña, y del sur peruano en general, fue distinta.
Conocida la misión que la junta sevillana encargó a Goyeneche y
Barreda, en Arequipa se organizó rápidamente la juramentación al nuevo
rey. La noticia de las abdicaciones se conoció el 12 de septiembre de 1808
por la vía de Buenos Aires y, el 30 del mismo mes, tras leerse un oficio del
Cabildo de aquella ciudad donde se relataban en extenso las noticias de la
invasión napoleónica, se acordó jurarle fidelidad a El deseado, «queriendo
adelantarse todo para que se haga con la suntuosidad y demostración
que acrediten en lo posible esos pensamientos de lealtad que tan gusto-
samente están gravados en los corazones de esta fidelísima ciudad».38

38
Sesiones del 12 y 30 de septiembre de 1808, BMA, LAC, n.° 26. «Proclama dirigida
por el Ylustre Cavildo Justicia y Regimiento de Arequipa al vesindario y havitantes de
esta Ciudad; con motivo de la Proclamación del Señor D. Fernando VII Rey de España
y de las Yndias», BMA, LAC, n.º 26, ff. 134-135.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  95

El 3 de noviembre se realizó la ceremonia; es decir, se anticiparon a la


orden del virrey que llegó recién cuatro días después.
En la sesión del Cabildo que trató sobre la misión de Goyeneche y
Barreda, se resaltó su calidad de paisano: «con motivo de lo que se anuncia
en los papeles públicos de tener esta ciudad la gloria de que el enbiado
por la Junta Suprema de Sevilla que representa la Nación, es hijo de la
Patria, mando en su suelo, y de una de las primeras Familias ilustres».39
Después de enterarse de su llegada a la ciudad, en las elecciones del
Cabildo del 31 de diciembre de 1808, se le eligió por unanimidad alcalde
ordinario de primer voto.40 Goyeneche y Barreda agradeció el nombra-
miento, pero declinó ejercerlo debido a la comisión que desde Sevilla se
le encomendó.41 Luego de nombrársele presidente de la Audiencia del
Cuzco y comandante de los ejércitos pacificadores del Alto Perú en 1809,
el apoyo brindado por el Cabildo y la ciudad figuró como el respaldo a
un miembro de la sociedad arequipeña, y Goyeneche y Barreda supo
explotar esta situación a su favor.42
Cuando ingresó a Arequipa, el 8 de enero de 1809, recibió un oficio
del capitán de milicias Rafael Rospillosi y de Juan Tordoya y Montenegro
en el que le ofrecían un refuerzo de cuatro mil a seis mil hombres para
luchar contra Francia;43 aunque a lo mejor solo se trató de una muestra
para ganar notoriedad —pues, según se sabe, no se realizó dicho ofre-
cimiento—, es una prueba del fidelismo exaltado que vivió la ciudad
durante esas fechas.44 Goyeneche y Barreda estuvo once días en Arequipa,
39
Sesión del 7 de noviembre de 1808, BMA, LAC, n.° 26.
40
Sesión del 31 de diciembre de 1808, BMA, LAC, n.° 26. Inclusive, el Cabildo acordó
disponer de sus rentas de propios y arbitrios para cubrir la media anata que le correspondía
pagar a Goyeneche y Barreda tras haber sido elegido alcalde; Sesión del 15 de abril de
1809, BMA, LAC, n.° 26.
41
Sesión del 1 de enero de 1809, BMA, LAC, n.° 26.
42
El Cabildo de Arequipa no fue el único que distinguió a Goyeneche, sino que también
fue nombrado regidor perpetuo del Cabildo del Cuzco y alcalde de primer voto del de
Camaná.
43
Herreros de Tejada 1923: 156-157.
44
Oficio del capitán de milicias Rafael Gavino Rospillosi y de Juan Tordoya y Monte-
negro, 2 de diciembre de 1808, Archivo Histórico Nacional de España, Estado, 54,
B-100, n.° 44.
96 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

hospedado en casa de sus padres. Luego partió a Lima en compañía


de su hermano Pedro Mariano, miembro de la Audiencia del Cuzco.
En Arequipa, recibió la visita de las autoridades locales, entre ellas la
del asesor de la Intendencia y de cinco vecinos quienes le pidieron que
interceda ante el rey para retirar de su cargo al intendente Salamanca,
como ya se señaló.

Otro elemento que coadyuvó a la reacción fidelista del Cabildo fue la


presencia en la ciudad del marqués Gabriel Avilés, exvirrey del Perú desde
agosto de 1807. La estadía de tan notable personaje en la ciudad, físicamente
débil, fue decisiva para el control de los asuntos públicos que el Cabildo
tomó. Avilés había sido comisionado por Abascal para que viajase a Buenos
Aires y se encargue del gobierno de dicho virreinato luego de las invasiones
inglesas, pero, cuando llegó a Arequipa, prevenido por posibles resistencias
contra su nombramiento, decidió quedarse en la ciudad, donde se enteró
de la derrota británica y del nombramiento de Santiago Liniers como nuevo
virrey del Río de la Plata. Avilés decidió permanecer en Arequipa junto con
su séquito mientras preparaba su viaje hacia España.45

La presencia del marqués es importante porque, por ejemplo, cuando


el 12 de agosto de 1809 la Junta Tuitiva comunicó al Cabildo de La Paz
el nombramiento de Baltazar Hidalgo de Cisneros como nuevo virrey
del Río de la Plata, llevado a cabo en Colonia del Sacramento y no
en Buenos Aires como establecía el protocolo,46 consultó su validez,

45
Según Manuel de Mendiburu, el clima arequipeño cayó bien al anciano exvirrey (1874-
1890, I: 412-427); sin embargo, en la carta que escribió Avilés al Cabildo de Arequipa,
en octubre de 1809, señaló que su estancia se debió a las circunstancias adversas para
emprender viaje a España, pues los mares estaban poblados de navíos ingleses. Agregó
en dicha carta que su presencia fue siempre temporal y que su edad y salud le impedían
desempeñar labores políticas, a pesar de que Abascal le había pedido hacerse cargo de
la intendencia arequipeña (Expediente sobre la partida de Avilés de Arequipa, ASMPA,
Legajo 1809-4).
46
Los miembros de la junta consideraron que este hecho «trae consigo un carácter de
inverosimilitud, que si solo por esta desorganizada noticia se le reconociese por Gefe
de este Virreynato, se cometería el maior desacato contra las Leyes constitucionales de
Nuestro Govierno», pues era la Audiencia de Buenos Aires quien debía reconocer los
sellos reales de tal nombramiento («Expediente que trata de las providencias», ASMPA,
Legajo 1809-4, ff. 90-93).
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  97

en primer lugar, al marqués de Avilés, quien «por sus altos respetos, y


por la integridad, desinterés, zelo, lealtad y patriotismo, con que se ha
conducido en el gobierno de los dos virreynatos de este continente del
sur, nos instruirá juiciosamente en unos puntos tan espinosos»;47 solo
después fueron consultados el brigadier Goyeneche y Barreda, por estar
autorizado por la Junta de Sevilla, las audiencias de Lima y Cuzco, y el
virrey Abascal.48 Asimismo, el exvirrey participó en las ceremonias más
importantes organizadas por el Cabildo, como la celebración del 10 de
agosto de 1807 por el triunfo sobre los ingleses en el Río de la Plata.49
Además, con el arribo de las noticias de la abdicación de Carlos IV y la
organización de la ceremonia de juramentación al nuevo rey, el Cabildo
acordó que sea el marqués de Avilés quien haga las veces de alférez real,
«conforme se hace con los Excelentísimos Señores Virreyes».50 Se nombró
una comisión para hacerle la invitación y, aunque no aceptó dicha
distinción —pues en la ceremonia del 3 de noviembre fue el alférez real
quien cumplió con normalidad su función—, sí participó en las misas
de acción de gracias ofrecidas a raíz de los supuestos triunfos españoles
en la Península, comunicados por Abascal.51
El virrey confió en los resultados de las labores que encomendó a
Avilés y este lo mantuvo enterado de los acuerdos y sucesos en la ciudad.
En sus memorias, Abascal señaló que, tras el levantamiento de La Paz,
le pidió ayuda:
Escriviendo a los Xefes y personas de su confianza, residentes en uno, y otro
vireynato, con el pulso y madures, que había acreditado en ambos gobiernos
quanto considerase útil, necesario y conveniente al logro de un objeto de
tanta recomendación, e importancia al servicio del Rey, y a la felicidad de
los mismos Pueblos, sin extenderme a más indicaciones ni a otros encargos,
por consideración a su quebrantada salud; pero que esperaba desde luego sus
avisos y las advertencias, que devían conducirme al acierto que deseaba.52

47
«Expediente que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 90.
48
Ib.
49
Sesión del 11 de agosto de 1807, BMA, LAC, n.º 26.
50
Sesión del 31 de octubre de 1808, BMA, LAC, n.º 26.
51
Sesiones de noviembre y diciembre de 1808, BMA, LAC, n.º 26.
52
Abascal 1944: 5-7.
98 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

La presencia de Goyeneche y Barreda y de Avilés en Arequipa fue


utilizada por los miembros del Cabildo para fortalecerse políticamente.
Probablemente sabían que Goyeneche y Barreda intercedería ante la
Corona en defensa de los vecinos arequipeños y en futuros nombra-
mientos53 —como ocurrió con los hermanos Tristán—, mientras que
Avilés limitaría el poder del intendente y, por su edad, evitaría confron-
taciones con la élite local; incluso su mayordomo, Manuel Fernández
de Arredondo, contrajo matrimonio con una arequipeña.54
La élite local debía demostrar su fidelismo, pero las manifestaciones,
antes que económicas, fueron discursivas y ceremoniales. Acaso la rapidez
con que efectuaban sus donativos se relacionaba con cuán urgente era la
resolución de sus intereses. En la crisis peninsular de 1808 la reacción
no fue inmediata, pues, enterados de los «ultrajes» cometidos por los
franceses en septiembre de aquel año,55 se esperó la orden del virrey —que
llegó en noviembre—56 para levantar erogaciones y se reiteró el pedido en
las siguientes sesiones.57 El fidelismo exaltado por la visita de Goyeneche
y Barreda no significó el socorro inmediato en auxilio de la Corona.
Cuando se trató el tema de las donaciones, el Cabildo se compro-
metió con dos mil pesos; aparte, los dos alcaldes, Pío Tristán y Francisco

53
Sesión del 10 de enero de 1809, BMA, LAC, n.° 26. El intendente Salamanca comunicó
al Cabildo que el brigadier Goyeneche quiso agradecer personalmente el recibimiento y
que «en qualesquiera parte donde se halle recordará con cariño su memoria, la de toda
su Patria, y que practicará en su favor cumpliendo con los deberes que contrajo al nacer
quanto le sea posible y dependa de su arvitrio». El Cabildo, por su parte, pidió al inten-
dente comunicarle a Goyeneche que Arequipa se honraba de que este fuese hijo suyo.
54
Manuel Fernández de Arredondo llegó junto con Avilés. Era sobrino del regente de la
Real Audiencia de Lima, Manuel Antonio de Arredondo y Pellegrin. En Arequipa se casó
con Josefa Barreda Bustamante, prima del brigadier Goyeneche y Barreda, y se dedicó al
comercio. Antes de fallecer Avilés, en 1810, fue nombrado capitán de milicias de Arequipa
y cumplió un destacado papel en el Cabildo desde 1814 (Wibel 1975: 133-134).
55
Sesión del 30 de septiembre de 1808, BMA, LAC, n.° 26.
56
Sesión del 10 de noviembre de 1808, BMA, LAC, n.° 26.
57
Según Salamanca, desde el 8 de noviembre de 1808, se hicieron seis envíos de las arcas
de la intendencia; en la última, el 28 de junio de 1809, se entregaron 55.352 pesos y
1 1/2 reales. Agregó que se hicieron erogaciones posteriores que aumentaron esta cifra
(Fisher 1968b: 80-81).
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  99

Xavier Cornejo, ofrecieron ochocientos y doscientos pesos respectiva-


mente. El resto de capitulares, nueve en total, donaron quinientos dos
pesos; mientras que el regidor decano Rivero y Benavente y el síndico
procurador Araníbar se comprometieron en entregar cada uno cien pesos
anuales mientras durara el conflicto con Francia. Además, durante la
recaudación de donativos se recurrió a exaltar el tradicional fidelismo
arequipeño y se les ordenó a los regidores estimular a los donantes por
todos los medios que considerasen aptos, al punto que también a las
Matronas ilustres se les recordó que dicho título fue conferido por el rey
Felipe II a raíz de unos donativos hechos en 1580.58
Sobre la ceremonia de juramentación de lealtad al nuevo rey, el
Cabildo organizó lo acostumbrado para estos eventos, por lo que siguió lo
acordado el 25 de noviembre de 1780, cuando se juró a Carlos IV. No se
realizó ninguna innovación, aunque evidentemente la magnitud de la
última fue mucho menor, pues «solo se trata de dar pruebas quanto más
antes de su fidelidad a tan adorado Monarca».59 El evento se organizó en
tres lugares: primero en la plaza principal, luego en la de San Francisco
y finalmente en la de Santa Marta. Asimismo, se acordó publicar una
proclama que comunicara tanto la coronación de Fernando VII como
su secuestro: «bien quisieramos evitarlos la una, para que os entregaseis
a las delicias de la otra, sin mescla de dolor; pero si teneis derecho por
vuestra soveranía, a que se os descubra la favorable […], también estais
obligados, a preguntar por la triste». Tras relatar los sucesos, se criticó la
actitud de Carlos IV, entregado ciegamente al Príncipe de la Paz y quien
en Bayona reclamó «los derechos perdidos a una Corona, y a un Pueblo,
que abandonó». Además, para exaltar el fidelismo arequipeño, se dijo

58
Sesión del 10 de noviembre de 1808, BMA, LAC, n.° 26. Avilés no fue considerado
dentro de los donantes. En estos montos no se considera el ofrecimiento del intendente
de donar la mitad de su salario y que al parecer no fue efectuado. El 22 de noviembre
de 1808, el Cabildo eclesiástico entregó cuatro mil pesos y José García Santiago, nove-
cientos pesos (salario de un teniente coronel que pagaría mientras dure la prisión del rey).
El 10 de enero del año siguiente, Juan de Goyeneche ofreció tres mil pesos de donación.
Ciertamente, existía un espíritu competitivo en este asunto.
59
Sobre las festividades por la juramentación a Carlos IV, véase «Relación de las fiestas»
1974.
100 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

que, en la «Historia del Perú», este había merecido un digno lugar y, de


acuerdo con ello, «estamos levantados en masa. Defendemos nuestra
Religión, nuestro Príncipe, y nuestros Derechos».60
A pesar de estas muestras obvias de fidelismo, los conflictos entre las
autoridades locales no cesaron; al contrario, como parecía costumbre en
el siglo XVIII, los ceremoniales se aprovecharon para indisponer a unos
y demostrar la autonomía de otros. En la sesión del 7 de noviembre, el
intendente Salamanca exhortó a las autoridades a no realizar cambios
en la etiqueta porque solo pretendían usurpar los privilegios que tenía
su investidura, ya que en la misa celebrada antes de la juramentación, el
encargado de dar la paz fue un sacerdote y no un colegial como estaba
determinado.61 Estos conflictos, sin embargo, y las noticias sobre la situa-
ción de la Península en general, quedaron al margen casi de inmediato,
tras comunicarse el pronto arribo de Goyeneche y Barreda.
En las elecciones municipales de 1809, ante la renuncia de ­Goyeneche
y Barreda como alcalde de primer voto, venció Tristán y Moscoso.
Aunque el regidor decano Rivero y Benavente cumplió las funciones
judiciales del alcalde de primer voto, fue Domingo Goyeneche quien
presidió las sesiones. Lucas Ureta, por otro lado, fue elegido alcalde de
aguas, m­ ientras que Francisco Xavier Cornejo fue procurador general y
Araníbar siguió como asesor.

60
«Proclama», BMA, LAC, n.º 26, ff. 134-135. Es importante advertir las ideas pactistas
en la proclama, tales como la relación entre el rey y el «pueblo». En este sentido, la
«Historia del Perú» es la de un reino distinto al resto que conforman la Nación española,
pero unida por el rey. Además, cuando se menciona que las noticias fueron transmitidas
por Goyeneche, se exalta su participación como comisionado de la Junta: «hermano
nuestro, nacido en vuestro suelo, que ha vevido con vosotros unas mismas aguas:
bien pronto oyreis de su voca el dulze asento del amor y fidelidad, y por ella al mismo
Fernando 7º». Peralta Ruiz señala que Arequipa fue la única ciudad que organizó fiestas
públicas tras la juramentación (2010: 105). Sobre las ceremonias, véase el texto titulado
«Descripción y papeles relativos a la solemne proclamación del Señor D. Fernando VII,
executada el día 3 de diciembre [sic] de 1808. Por la fidelísima ciudad de Arequipa en
el Reyno del Perú» en Nieto 1960.
61
Sesión del 7 de noviembre de 1808, BMA, LAC, n.° 26. Sobre los conflictos por el
ceremonial ver Gallagher 1978: 205-232.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  101

Ese año, se recibió una importante cantidad de comunicados. Algunos


de ellos, provenientes de Buenos Aires, informaban sobre la situación
europea. Es importante agregar que Goyeneche y Barreda entregó al
Cabildo copias de las cartas que la infanta Carlota Joaquina le dio para
que las distribuyese entre las autoridades virreinales. Las cartas no gene-
raron la desconfianza que surgió en otros espacios; una vez más se resaltó
el hecho de que un «hijo suyo» fuese el mensajero de tan importante
correspondencia.62 Del mismo modo, se recibieron oficios enviados por
el Consejo Supremo de Indias donde se subrayaba la ilegalidad y nulidad
de las abdicaciones de Bayona. En estos documentos se hacían referen-
cias a la soberanía y a la nación. En todos estos casos, en las sesiones del
Cabildo solo se leyeron y los capitulares acordaron copiarlos en el libro
de provisiones, algunos bajo el título de Monumentos.
En abril llegó la orden del virrey para proceder a reconocer y jurar a la
Junta Central —ceremonia que se realizó el 27— y, en junio, la de elegir
un diputado para que participe en dicha junta. El 1 de julio se eligieron tres
candidatos por votación directa: al deán Saturnino García de Arazuri (por
cuatro votos), al alcalde Tristán y Moscoso (también por cuatro votos) y al
brigadier Goyeneche y Barreda (por tres votos). Inmediatamente, puestos
sus nombres en un cántaro, el niño Francisco Cedillo sacó la cédula con el
nombre de Goyeneche y Barreda.63 Esta elección evidenció la fortaleza de
un sector absolutista monárquico, algunos ubicados estratégicamente en lo
más alto de los cargos eclesiásticos, como el deán navarro García de Arazuri.
Durante esta primera fase, el Cabildo transitó entre los acostumbrados
temas locales y la nueva coyuntura política que exigía los usuales apoyos
económicos. Sin embargo, los efectos de la coyuntura se comenzaron a
sentir en la región a la cual estaba vinculada la sociedad arequipeña, lo
que implicó un cambio en el control político al interior del Cabildo.
Como veremos a continuación, tras los incidentes en Charcas en 1809,
el sector al que representaba Tristán y Moscoso se fortaleció y ganó todas
las siguientes elecciones.

62
Sesión del 10 de enero de 1809, BMA, LAC, n.° 26.
63
Sesión del 1 de julio de 1809, BMA, LAC, n.° 26.
102 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

segunda fase: el cabildo de arequipa y la junta tuitiva de la paz


Este periodo inicia en agosto de 1809 con la llegada de las noticias de
la formación de la junta paceña, y termina en febrero de 1810, cuando
regresaron las tropas arequipeñas que participaron en la pacificación
de Charcas y el Cabildo retomó sus tareas cotidianas. La noticia de lo
acontecido en La Paz el 16 de julio de 1809 llegó primero a Tacna. Allí,
Ramón Ballivián, vecino paceño, escapó con su familia y, el 28 de julio,
escribió al marqués de Avilés y al intendente de Arequipa solicitando
apoyo contra los rebeldes.64 La carta fue recibida el 3 de agosto y, a dife-
rencia de lo acaecido en otros momentos, como con la invasión inglesa
a Buenos Aires o la formación de la junta porteña, la noticia afectó
inmediatamente a la sociedad arequipeña, al punto que el mismo día
se convocó a Cabildo abierto. Los acuerdos a los que llegaron permiten
percibir la posición de la élite local. Para empezar, el Cabildo abierto
se autodenominó «Junta»; además, se tomaron medidas para reformar
el gobierno local, las cuales, pasados algunos días, se rectificaron y
justificaron en cartas a Abascal. Una de aquellas medidas trató sobre la
soberanía y a quién le correspondía el gobierno de la ciudad.
Reunidos en la sala consistorial y «precedidos» por el marqués de
Avilés, autoridades y vecinos escucharon una vez más la lectura de la carta
de Ballivián. Luego, el presidente de la sesión dio un discurso «análogo
a este negocio» y acordaron auxiliar a la ciudad de La Paz. Se decidió
organizar una expedición compuesta por mil quinientos hombres de
toda la intendencia, conformada en proporción al tamaño poblacional
de los partidos: seiscientos de Arequipa, trescientos de Arica, trescientos
de Moquegua, ciento cincuenta de Camaná y ciento cincuenta de Majes.
Dada la salud del marqués de Avilés, quien era el militar de mayor
graduación en la ciudad, nombraron como comandante de esta tropa
al intendente Salamanca.65

64
Carta de Ramón Ballivián a Avilés, «Expediente que trata de las providencias», ASMPA,
Legajo 1809-4, ff. 2-4v.
65
Afirmaron que por que «su edad no lo permite para tan pronta Expedicion; pero ambos
cavildos y todos los asistentes a una voz aclamaron y suplicaron a tan digno Gefe que
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  103

Así, inesperadamente, ambos cabildos —el Cabildo, Justicia y Regi-


miento de la ciudad, y el Cabildo abierto presidido por Avilés— entre-
garon el mando militar de la expedición al intendente Salamanca, quien
había perdido un brazo en 1794, cuando era capitán de fragata.66 De esta
manera, los miembros de estas instituciones pretendían deshacerse del
intendente y colocar en el gobierno a Avilés; tal vez sospechaban que, por
su edad y estado de salud, este no interferiría en los asuntos municipales.
Esta medida se tomó conforme a la cédula del Consejo de Indias de 1789,
que mandaba que el gobierno político y militar recayese en el oficial de
mayor graduación. Pero en 1793, el mismo Cabildo arequipeño protestó
contra esta y logró corregir la cédula para que dicho oficial asuma solo el
mando militar y, en cambio, las funciones políticas y económicas queden
bajo el control del teniente asesor con apoyo de los alcaldes. Esta última
corrección de la cédula de 1789 no fue considerada entre las delibera-
ciones del Cabildo abierto, aun cuando el teniente asesor Antonio Luis
Pereyra estuvo presente en la sesión. Nadie mencionó que el gobierno
político debía recaer en Pereyra asesorado por los alcaldes.67
En su Relación de gobierno, Salamanca indicó que sostuvo una polí-
tica contra el escándalo para mantener el control de la ciudad y evitar
el desorden, incluso más en momentos turbulentos.68 Parece ser que
este comportamiento continuó durante el Cabildo abierto, porque

en el interin esta al mando de las tropas el Señor Governador se haga cargo de ambos
goviernos Político y Militar atendiendo a las circunstancias que nos rodean, y este Señor
en fuerza de sus deseos de servir en todo, y siempre a la Patria aceptó el cargo» (Acta
de la sesión del Cabildo abierto del 3 de agosto de 1809, «Expediente que trata de las
providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, ff. 9v-10r).
66
Fisher 1968a: XI-XII.
67
Al parecer, existían diferencias entre el intendente Salamanca y Pereyra, quien se resistió
a ir a la Casa de Gobierno para despachar los asuntos judiciales y decidió atenderlos
desde su casa, lo que motivó un pedido de Salamanca, en 1811, para que el Consejo de
Regencia se pronuncie al respecto. Este finalmente ordenó al teniente asesor concurrir a
la Casa de Gobierno para cumplir sus funciones (Fisher 1968b: 27-29). Además, según
Goyeneche y Barreda, Pereyra participó del pedido que hicieron otros cinco vecinos para
cambiar al intendente (Herreros de Tejada 1923: 456).
68
Para lograrlo, dijo que acabó con los procesos judiciales más «ruidosos» que venían
del gobierno anterior y que tenían lugar en otros partidos (Fisher 1968b: 16-35).
104 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

el ­intendente minimizó los acuerdos tomados y solo mencionó que


se hicieron cuantiosos donativos y se le proclamó como comandante
de las tropas, cargo que aceptó. Sobre la intervención de Avilés en el
gobierno de la ciudad, Salamanca se limitó a decir que este se «asoció»
a su gobierno y le dispensó su admiración por el orden con que admi-
nistraba la intendencia.69
Asimismo, se acordó que Avilés y Salamanca comunicarían directa-
mente lo acontecido al presidente de la Audiencia del Cuzco y al virrey
Abascal, y se señaló que a Goyeneche y Barreda le correspondía encar-
garse del mando de las tropas del sur del virreinato porque era el militar
en actividad de mayor graduación. Finalmente, se mandó a redactar
una «Proclama relativa al negocio que se trata y se publique todo por
Bando».70 Ese mismo día, los miembros del Cabildo redactaron un oficio
a su similar de La Paz con el objetivo de obtener mayor información sobre
los incidentes y conocer las razones del levantamiento. Era importante
establecer quiénes eran los insurgentes. Se inició la comunicación expre-
sando asombro por las noticias y rumores que llegaron desde el Alto Perú,
pues, a pesar de no conocerse oficialmente los sucesos ocurridos en mayo
en Chuquisaca,71 los trajinantes debieron difundirlos: «Consternado
el Cavildo, Justicia y Regimiento de esta Ciudad con las melancólicas
noticias que acaba de resivir por escrito, y de palabra, en que se pinta
al vivo la situación amarga y dolorosa de esa; no ha podido escucharlas
con ­indiferencia, ni quisá ha sido dueño de su pensamientos».72 El oficio
comunicaba a los paceños sobre el Cabildo abierto y la participación de
Avilés, y les recordaba la antigua hermandad que unía a ambas ciudades
y los títulos de fidelidad ganados durante su resistencia en 1780. Al final,
indicaron que el Municipio arequipeño se encontraba persuadido de

69
Fisher 1968b: 33.
70
Acta de la sesión del Cabildo abierto del 3 de agosto de 1809, «Expediente que trata
de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 10.
71
Durante los meses de junio y julio, los temas tratados por el Cabildo eran ajenos a la
situación de Charcas; véanse sesiones de junio y julio del 1809, BMA, LAC, n.° 26.
72
Oficio del Cabildo de Arequipa al de La Paz del 3 de agosto de 1809, «Expediente
que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, ff. 12-13.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  105

que en La Paz no existe «la libertad necesaria para pedir los auxilios que
prebienen las Leyes en casos como los que se han retratado»,73 por lo
que dispusieron prestar los necesarios una vez conocidos en detalle los
acontecimientos.
Por su parte, el Cabildo de La Paz conocía las inquietudes que
despertarían los sucesos del 16 de julio y, luego de establecida la junta y
decretado todo lo concerniente al gobierno de la ciudad, acordó enviar
representantes y oficios a todas las ciudades que se encontraban en el
trayecto del Correo Real hacia Buenos Aires y a las capitales de inten-
dencia del Bajo Perú.
El primer oficio dirigido al Cabildo de Arequipa se envió el 30 de julio
y se recibió el 6 de agosto. Salamanca lo leyó el día siguiente y ordenó
a su secretario, Juan Manuel de Bracamonte, sacar una copia para su
archivo y otra para remitirla a Abascal. Adjunta a dicha representación
llegaron escritos sobre los motivos de la formación de la Junta Tuitiva.
El Cabildo paceño prometió enviar toda la información necesaria para
demostrar que su único objetivo era defender los derechos del secuestrado
rey Fernando VII y precaver que Arequipa sea seducida, «de palabra o
por escrito», contra las ideas que sostiene La Paz.74
Los primeros documentos enviados por el Cabildo paceño fueron la
correspondencia reservada entre el virrey del Río de la Plata, Santiago
Liniers, el intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, y el intendente
interino de La Paz, Tadeo Fernández Dávila, fechados entre junio y julio
de 1809.75 En ellos aconsejaban al intendente de La Paz mantenerse
atento tras los sucesos del 25 de mayo en La Plata. Sanz le envió copia de
las órdenes militares que recibió de Liniers —quien le encargó el mando
de las tropas reunidas en Potosí— a Fernández Dávila y le pidió que lo
mantenga informado ante cualquier eventualidad que altere el orden en
su ciudad. Obviamente, esta información provista por el secretario de
la intendencia paceña preocupó a los miembros del Cabildo de La Paz,

73
Ib.
74
Oficio del Cabildo de La Paz al de Arequipa del 30 de julio de 1809, «Expediente
que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, ff. 20-22.
75
«Expediente que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, ff. 17-18.
106 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

quienes señalaron la justicia y legalidad de sus procedimientos frente a


la actitud violenta de vecinos como Sanz, un enérgico represor desde la
década de 1780.
Para responder dicho oficio, el Cabildo arequipeño sesionó el 8 de
agosto.76 En su respuesta se indicó que se había informado al virrey
del Perú y al intendente de la ciudad sobre las comunicaciones que
mantenían ambos Cabildos y que, «[e]n lo demás Usted sabrá lo que
hace, y la responsavilidad de que queda a las legítimas Potestades, si,
arrebatado del zelo, ha pasado los límites que todos tenemos, para
nuestros procedimientos, aun los más lisitos, sino procura remediarlos
en el tiempo».77 También convinieron acusar recibo de lo enviado por
el Cabildo de La Paz y que «de los Documentos agregados nada resulta
en prueba contra los SS. que se expresan», repitiendo una vez más «que
por lo demás su señoría el muy ylustre Cabildo de la Paz sabrá lo que
hace».78 Con esto pretendían dejar claro que no era la intención de los
arequipeños entrometerse en los asuntos de otra jurisdicción, porque,
a diferencia de la primera comunicación, no se volvió a pedir mayores
detalles de lo que sucedía en La Paz.
En aquella misma sesión, las autoridades arequipeñas tomaron ciertas
precauciones para evitar el ingreso sin control de noticias. Una de ellas
fue advertir «a los camineros, y tamberos desde el instante que se reci-
bieron las noticias de la ciudad de la Paz que indispensablemente den
noticia de todo entrante».79 Además, comisionaron a dos hombres en
los accesos de la ciudad para controlar a las personas y la documentación
que provenía del Alto Perú; los gastos de esta guardia fueron afrontados
por el intendente y el teniente coronel Pío Tristán.

76
Acta de la sesión del 8 de agosto de 1809, «Expediente que trata de las providencias»,
ASMPA, Legajo 1809-4, ff. 23-24.
77
Oficio del Cabildo de Arequipa al de La Paz, 8 de agosto de 1809, «Expediente que
trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 25.
78
Acta de la sesión del 8 de agosto de 1809, «Expediente que trata de las providencias»,
ASMPA, Legajo 1809-4, f. 23v.
79
Ib., ff. 23v-24r.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  107

Enterados de que la junta paceña pretendía enviar una diputación a la


ciudad, afirmaron que no convenía aceptar la entrada de ningún represen-
tante por «no jusgarse necesario». Con ese fin, el síndico procurador del
Cabildo, Francisco Xavier Cornejo, fue nombrado para viajar escoltado
por seis soldados —costeados por el intendente— hasta los «términos»
de la provincia. Allí, Cornejo debía esperar las noticias sobre la supuesta
llegada del representante de La Paz y, en caso se compruebe su arribo,
entregarle un pliego donde se le indique, «con decoro», lo inútil de su
comisión, para así evadir cualquier competencia con el Cabildo paceño.
Además, los capitulares arequipeños le indicaron a Cornejo que debía
advertir al representante paceño que «por ningún pretesto regrese a esta
Provincia durante las actuales circunstancias, como particular ni con
qualquier condecoración».80 José María de los Santos Rubio y Joaquín
de la Riva fueron designados por la Junta Tuitiva como diputados para
viajar a Arequipa y Cuzco, respectivamente. Cuando arribaron a Puno,
el intendente Manuel Químper les autorizó el paso, pero vigilados por
dos hombres.81 De su comisión no se supo más porque el procurador
arequipeño partió con el pliego y seis soldados, pero el diputado nunca
llegó a los límites de la provincia. Tras ocho días de espera, Cornejo
regresó a la ciudad.82
Durante el Cabildo abierto del 3 de agosto, se pidieron donativos para
organizar al ejército que auxiliaría a La Paz. El marqués de Avilés fue el
primero en donar veinte mil pesos para esta causa, pero el Cabildo dejó
en suspenso su aceptación porque se reveló que era el único dinero de
Avilés para continuar su viaje. Los miembros del Cabildo sabían que él
se encontraba de paso por la ciudad, a pesar de su larga estadía, y, según
parece, prefirieron no comprometer tal situación. En cambio, aceptaron
la propuesta que Ballivián presentó en su carta: financiar quinientos

80
Ib., f. 23v.
81
Romero menciona que el comportamiento de Químper era más político, astuto y
cauteloso, diferente a quienes como el subdelegado de Chucuito, Tadeo Gárate, pretendían
impedir el ingreso de rebeldes e información provenientes de La Paz (1978: 197).
82
Oficio de Francisco Xavier Cornejo al Cabildo de Arequipa del 22 de agosto de 1809,
«Expediente que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 127.
108 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

soldados durante treinta días y ponerse al servicio junto con sus hijos.
Estas muestras de desprendimiento consiguieron que acordasen reunirse
al día siguiente para que «cada vecino concurra a ofrecer por papel, o
como le paresca lo que tenga por conveniente por via de donativo».83
Propuestas como la de Ballivián eran comunes en momentos como
estos. Había quienes hacían donativos en dinero o pagaban el salario de
una cantidad determinada de soldados; otros, en cambio, colocaban al
servicio de la causa sus personas y las de sus hijos, incluyendo su salario
y mantenimiento. Pero también buscaban algún tipo de rédito en estos
actos. Como agregó Ballivián, los gastos que se hiciesen podrían ser
recuperados tras la victoria con la venta de los bienes y el control de las
rentas de los insurgentes.
El 4 de agosto se llevó a cabo la sesión que trató sobre los donati-
vos.84 La élite arequipeña ofreció alrededor de 7056 pesos durante esta
sesión, sin contar lo ofrecido por Avilés, el intendente y los costos de
los servicios personales —sobresalía el ofrecimiento de Goyeneche y
Barreda de pagar los gastos de veintiséis soldados encabezados por su
hijo Juan Mariano—. Comparativamente, el apoyo económico ante
este acontecimiento fue mayor a los mostrados entre 1799 y 1808,
aunque se debe advertir que casi todos los donantes dijeron que las
erogaciones serían entregadas cuando se verifique la partida del ejército.
No he podido establecer si estos ofrecimientos se cumplieron, pero en
la Minerva Peruana se informó que los donativos hechos por Arequipa
para auxiliar a La Paz ascendieron a 26.710 pesos y 5 reales, mientras
que lo recaudado para apoyar a la Península, hasta el 16 de noviembre
de 1809, fue de 54.318 pesos y 7 reales, sin contar los 2551 pesos y

83
Acta de la sesión del Cabildo abierto del 3 de agosto de 1809, «Expediente que trata
de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 13.
84
En la misma sesión se decidió que se comunicaría al virrey Abascal todo lo acordado
y se sometería a su parecer lo resuelto, «pues todo lo obrado es solo con el obgeto de
que las cosas estén preparadas para aprovechar los instantes, y obrar sin demora si es
presiso, y se resuelve el auxilio» (Acta de la sesión del 4 de agosto de 1809, «Expediente
que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, ff. 14-16).
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  109

7 ½ reales que se entregarían anualmente mientras durara la guerra


contra los franceses.85
Pasados los días, el Cabildo de La Paz comunicó a Avilés que el
nuevo virrey del Río de la Plata nombró un nuevo intendente para la
ciudad y que, hasta su llegada, se debía mantener el «actual gobierno».
Por ello, se pidió que el marqués, el intendente y el Cabildo de
Arequipa se empeñaran en el remedio de las «ocurrencias perjudiciales
que puedan nacer de los preparativos ostiles que previene contra ella
la villa de Puno, y ha puesto en execución, ocupando con gravamen
de la demarcación de los respectivos distritos de Copacabana y otros
puntos».86 Los miembros del Cabildo arequipeño consideraron que
las circunstancias habían variado tras esta comunicación, por lo que
acordaron escribir al virrey y a Goyeneche y Barreda para intentar
evitar «muestras ostiles entre convasallos, hermanos, provincias de un
propio soverano», además de gastos que podían utilizarse para sostener
la guerra contra Napoleón.87
Mas una vez definida la posición del virreinato peruano frente a la
Junta Tuitiva, a Arequipa le tocó cumplir con lo ofrecido. Luego de
que Goyeneche y Barreda comunicara a Avilés su partida hacia La Paz
y expresara sus deseos de contar con el apoyo de las tropas arequipeñas,
el Cabildo le escribió a Abascal anunciándole que, tras estas noticias,
se había acordado el envío de mil hombres, «pues ya una melancólica
experiencia enseña, que aquellos infelices havitantes; aquella desgraciada
provincia, solo con fuertes críticos pueden habrir sus ojos facinados».88
La oficialidad alrededor del brigadier Goyeneche y Barreda era
criolla y provenía, básicamente, del Cuzco y Arequipa. Sus edecanes
fueron el coronel Pablo Astete, el teniente coronel Mariano Campero, el
capitán Juan Mariano Goyeneche y el capitán José Mariano de Cossío.

85
Minerva Peruana, 17 de mayo de 1810; esta cifra es similar a la que da el intendente
Salamanca (Fisher 1968b: 78-81).
86
Sesión del 22 de septiembre de 1809, BMA, LAC, n.° 26.
87
Ib.
88
Copia del oficio del Cabildo de Arequipa al virrey Abascal del 6 de octubre de 1809,
«Expediente que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, ff. 149-150.
110 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

Los dos primeros eran miembros de la élite criolla cuzqueña, y los otros


dos, hijos de poderosos comerciantes arequipeños. Los edecanes de
Juan Ramírez fueron los capitanes Pedro Barreda, hijastro de Domingo
Tristán, Miguel Carazas y el marqués de Cochán. Por debajo de ellos se
encontraba el teniente coronel Pío Tristán, quien tenía de ayudante al
teniente Francisco Vidal, mientras que el auditor de guerra fue Pedro
López Segovia, asesor de la Audiencia del Cuzco.89 Con ellos, autorizado
por el Cabildo, participó el alcalde de segunda nominación de Arequipa,
Tristán y Moscoso. A este último, en 1809, le tocó ser el vínculo entre
esta corporación y el ejército pacificador del Alto Perú. La documentación
intercambiada con Goyeneche y el Cabildo de La Paz fue copiada por
él mismo y enviada a su ciudad.
Las noticias de la victoria de Goyeneche y Barreda del 25 de octubre
recién se recibieron a fines del mes de noviembre. El Cabildo de La Paz
remitió un oficio fechado el 15 de noviembre, donde se informaba «la
plausible noticia» del triunfo de Tristán y Moscoso y Pedro Barreda en
Yungas, y de la opresión que sufrió aquella ciudad por obra de «algunos
pocos malvados». Adjunto a este documento, Tristán y Moscoso mandó
copias de sus cartas dirigidas a Goyeneche y Barreda donde dio alcance de
sus acciones. Con estas noticias se acordó que no era necesario continuar
manteniendo al soldado que vigilaba el camino hacia la sierra.90
El mismo día que los arequipeños conocieron la victoria sobre los
insurgentes, Goyeneche y Barreda les comunicó el nombramiento de
Tristán y Moscoso como comandante de la tropa pacificadora de Yungas,
y de Pedro Barreda como su segundo al mando. Dicha tropa estuvo
conformada por quinientos soldados, todos ellos de los regimientos
provenientes de la intendencia de Arequipa. En diciembre, Goyeneche
y Barreda comunicó a Avilés la pacificación total de La Paz.91
La reacción del Cabildo tras la formación de la Junta Tuitiva se puede
calificar como fidelista, pero debemos entenderla sobre todo como la
defensa de sus propios intereses económicos; no olvidemos que Arequipa
89
Herreros de Tejada 1923: 200-201.
90
Sesión del 21 de noviembre de 1809, BMA, LAC, n.° 26.
91
Sesión del 20 de diciembre de 1809, BMA, LAC, n.° 26.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  111

era uno de los principales centros proveedores de las minas altoperuanas.


A diferencia de lo planteado por Brian Hamnett, quien señala que la
posterior reincorporación de Guayaquil, Charcas y Chile a la jurisdic-
ción política del virreinato peruano fue básicamente alentada por la élite
limeña,92 considero que, ante las dificultades de comunicación con Lima,
el virrey dejó en manos de las élites locales la resolución de los conflictos
regionales y, así, les permitió cierto grado de autonomía.
Las comunicaciones leídas y discutidas en la sala consistorial
terminaron por politizar el ambiente municipal arequipeño. Ninguna
coyuntura anterior generó la cantidad de sesiones de 1809. Ni siquiera
las noticias de la guerra contra los ingleses, a fines del siglo XVIII, o las
invasiones a Buenos Aires, o la crisis monárquica de 1808, conllevaron
un aumento en las reuniones del Cabildo.93 Como consecuencia, la
producción y la circulación de documentación se vieron incrementadas.
Las autoridades intentaron mantener el control sobre la información
para evitar alteraciones en la ciudad.

tercera fase: de la tensa calma al estallido revolucionario


En enero de 1810, regresó la calma al Cabildo arequipeño, que volvió a
tratar temas cotidianos. En julio de aquel año, sin embargo, se recibieron
las primeras noticias de lo acaecido en mayo en Buenos Aires y, así, se
inició una nueva coyuntura política y militar marcada por la formación
de las cortes en la Península y de las juntas en la América española.
Las repercusiones del movimiento porteño en el Alto Perú, afectaron
directamente a Arequipa.
Durante la fase anterior, la presencia de Avilés constituyó el equilibrio
que el Cabildo arequipeño necesitaba para restarle poder al intendente.
Por tal razón, en la sesión del 26 de octubre de 1809, al tanto de que el
marqués de Avilés «trata de ausentarse de esta ciudad y privarla de la pose-
sión de sus virtudes y consejo; y deseando este cuerpo su permanencia»,

92
Hamnett 2000: 14-16.
93
De 1800 a 1808 el promedio oscila en 2,4 sesiones mensuales, y de 1809 a 1812
sesionaron en promedio cuatro veces mensuales.
112 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

acordaron enviarle un oficio suplicatorio para evitar su partida. Pero su


retiro de la ciudad era inminente, y así lo hizo saber Avilés. El Cabildo
incluso llegó a pedir la intervención de Abascal para disuadirlo, pero este
dijo que nada podía hacer, pues no podía contrariar una orden real, a
pesar de lo provechosa que resultaba la estadía de Avilés en Arequipa.94
El 20 de diciembre, Goyeneche y Barreda informó al Cabildo que
parte de la tropa, encabezada por el coronel Tristán y Moscoso, retor-
naba a Arequipa y que con ella enviaba una de las banderas capturadas:
«Para que conserbándola mi ylustre Patria sirva de modelo y estímulo a
la posteridad que desde ahora debe aumentar sus desbelos para adquirir
nuebos timbres que aumenten la grande gloria y leal honor que tiene
acreditada».95 La bandera fue colocada en la capilla de Nuestra Señora
del Consuelo, virgen de la cual la familia Goyeneche era devota.
En la sesión celebrada el mismo día se leyó una real orden del 3 de
mayo de 1809 que informaba sobre el nombramiento del marqués de
Astorga como nuevo vicepresidente de la Junta Suprema Gubernativa,
tras la muerte del Conde de Floridablanca; además de un real decreto
del 25 de mayo de 1809 «sobre Cortes». Pero toda la atención del
Cabildo estaba puesta en el retorno de sus milicias. Acordaron que «se
de un refresco de carnes y verduras a las tropas, y una comida decente al
Comandante y oficialidad».96 La compañía de granaderos sería recibida
en la plaza. Se invitó a los músicos para que tocasen en la bienvenida, se
publicó un bando y se ordenó iluminar la ciudad en la noche; doscientos
pesos se destinaron para estos gastos.97 Además, tal como se acostum-
braba, una comitiva dirigida por el intendente salió a recibirlos hasta el
pueblo de Cangallo, ubicado en el camino hacia el Alto Perú.

94
Expediente sobre la partida de Avilés de Arequipa ASMPA, Legajo 1809-4. La respuesta
de Abascal es del 27 de noviembre.
95
Oficio de José Manuel de Goyeneche y Barreda al intendente y al Cabildo de Arequipa,
9 de diciembre de 1809, «Expediente que trata de las providencias», ASMPA, Legajo
1809-4, f. 207.
96
Sesión del 20 de diciembre de 1809, BMA, LAC, n.° 26.
97
Ib.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  113

El trato que los vecinos dieron a sus milicias contrasta con el dado a un
regimiento real proveniente de Lima. Días antes, el intendente informó
de su llegada «para reclutar gente»; la ciudad debía darles alojamiento y
cuartel.98 Poco después, el comandante de infantería se quejó porque los
trescientos hombres encargados de la guarnición de la ciudad no tenían
el espacio adecuado en el lugar que se les había destinado.99 El Cabildo
acordó pedir al gobernador eclesiástico el edificio del colegio de los
expulsados jesuitas y, a cambio, le entregaría el tambo donde estaban
las tropas para que aproveche sus rentas.100 Sin embargo, el gobernador
se negó a proporcionar el local y protestó ante Abascal por el «despojo
que dice haversele hecho de uno de los principales departamentos de la
Casa de Misedicordia para que lo ocupe un troso de la tropa».101 Recién
el 22 de febrero de 1810 alcanzaron un acuerdo y el gobernador ecle-
siástico aceptó prestar las piezas del palacio del Buen Retiro, ubicada en
los límites de la ciudad, para las tropas triunfantes que llegaron del Alto
Perú.102 El primer contingente al mando de Tristán y Moscoso arribó a
finales de diciembre, pero el Ayuntamiento esperó la presencia de toda
la tropa para cumplir con la celebración.
Entretanto, el 31 de diciembre de 1809, se eligieron nuevas autori-
dades municipales. Increíblemente en dicho proceso no se eligió alcalde
de primer voto, sino que de manera automática el cargo recayó en Tristán
y Moscoso, quien, al día siguiente, juramentó. Al parecer, fue un acuerdo
interno entre los electores y el intendente, ya que no figura ninguna
referencia ni documento que indique por qué Tristán y Moscoso juró
como alcalde sin haber sido elegido. Ni siquiera durante el gobierno de
Álvarez y Jiménez, cuando funcionó un mecanismo bienal para elegir
alcaldes, se obvió la elección. En todo caso, esto confirma la influencia
que Tristán y Moscoso ganó dentro del Cabildo.

98
Sesión del 18 de diciembre de 1809, BMA, LAC, n.º 26.
99
Oficio del Comandante Felipe de Olazábal al Cabildo de Arequipa del 28 de diciembre
de 1809, ASMPA, Legajo 1809-4.
100
Sesión del 30 de diciembre de 1809, BMA, LAC, n.º 26.
101
Sesión del 10 de marzo de 1810, BMA, LAC, n.º 26.
102
Sesión del 22 de febrero de 1810, BMA, LAC, n.º 26.
114 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

El 26 de febrero, ingresó a la ciudad el resto de tropa al mando del


coronel Mateo de Cossío, por lo que el «Representante de la Patria»
—denominación que dio Salamanca al Cabildo— procedió a organizar
las celebraciones.103 Como parte de ellas, el 10 de marzo, el intendente
remitió un retrato de Goyeneche y Barreda para que sea expuesto en la
sala capitular.104 El virrey, por otro lado, escribió al Cabildo arequipeño
para agradecerle su apoyo y ordenar que, en nombre del rey, agradezca
a los oficiales.105 Esta medida se cumplió de inmediato con la entrega de
tres oficios de agradecimiento: uno al coronel Tristán y Moscoso,106 otro
al coronel del regimiento de caballería Mateo de Cossío107 y el último al
comandante del regimiento de artillería Felipe de Olazábal;108 en los tres
casos se solicitó hacer extensivo el saludo a toda la tropa.
Ni las noticias sobre la creación del Consejo de España e Indias ni
los anuncios de la derrota española sufrida en Zaragoza alteraron los
asuntos tratados en las sesiones.109 Los temas del gobierno local, como la
reaparición de la epidemia de rabia o el pronto arribo del nuevo obispo
La Encina,110 se postergaron por los de orden central, tales como los
pedimentos del virrey para levantar nuevos donativos. Incluso el aviso
sobre las alteraciones en Buenos Aires pareció ser tratado de manera

103
Oficio de Salamanca al Cabildo de Arequipa del 26 de febrero de 1810, «Expediente
que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 214.
104
Oficio de Salamanca al Cabildo de Arequipa del 8 de marzo de 1810, «Expediente
que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 222.
105
Oficio del virrey Abascal al Cabildo de Arequipa del 22 de marzo de 1810, «Expe-
diente que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 224.
106
Copia del oficio del Cabildo de Arequipa a Domingo Tristán del 9 de abril de 1810,
«Expediente que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 225.
107
Copia del oficio del Cabildo de Arequipa a Mateo de Cossío del 13 de abril de 1810,
«Expediente que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 225v.
108
Copia del oficio del Cabildo de Arequipa a Felipe de Olazával del 13 de abril de
1810, «Expediente que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, f. 226.
109
Copia del oficio de Martín de Garay, fechado en el Real Alcázar de Sevilla del 31 de
julio de 1809, recibido por el Cabildo de Arequipa en marzo de 1810, «Expediente que
trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, ff. 218-221.
110
Sobre la posición política del obispo La Encina en esta coyuntura, véase Carrión
Ordoñez 1969-1971; Bermejo 1960; y Gallagher 1978: 233-258.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  115

marginal en un principio. Solo tras los informes del avance de las tropas
porteñas y las luchas en Córdoba y Tucumán, volvieron a alterar la
frecuencia en las sesiones y los acuerdos del Cabildo.111 Una vez más,
el Alto Perú estaba en conflicto y, con este, los intereses económicos,
sociales y políticos de la ciudad.
En la sesión del 12 de julio de 1810, Salamanca informó haber reci-
bido un oficio del intendente de Cochabamba en el que le comunicaba
lo sucedido en mayo en Buenos Aires y se sujetaba a la autoridad del
virrey peruano. En la misma sesión, el intendente advirtió lo siguiente:

Corren algunos papeles consernientes a lo anterior los que son subersibos


en el todo, que aun que está sumamente satisfecho de la lealtad de sus
probincianos, pero que deviendo atajarse tan venenosa lectura que siempre
es perjudicial que le parecía debían recogerse para que no sirculen, practi-
cándose sin ruido, y por medio de arvitrios prudentes, como tomarlos de
cualesquiera que se sepa los tiene, y recogerlos así estos como todos los que
traten en igual forma de esta materia.112

Esta medida fue aprobada por el Cabildo. Pero una vez conocido el
arresto del virrey rioplatense, del obispo y del gobernador de Córdoba,
se decidió esperar antes que solicitar información u organizar los auxilios
tal como lo hicieron en 1809.113
Enterados los miembros del Cabildo arequipeño que el intendente
—siguiendo instrucciones del virrey Abascal— ordenó que quinientos
soldados arequipeños fuesen enviados a fortalecer los ejércitos reales
para que marchen en defensa de la Audiencia de Charcas, decidieron
responder que, según señalaban las Leyes de Indias, se debía acordar con
esta corporación el envío de sus tropas;114 sin embargo, conscientes de
la situación actual y conocedores de las órdenes del virrey, no podían

111
Sesión del 6 de septiembre de 1810, BMA, LAC, n.° 26.
112
Sesión del 12 de julio de 1810, BMA, LAC, n.° 26.
113
Acordaron «se espere para mejor demostrar los sentimientos de que se halla revestido
el Cuerpo, que siempre, quando el lance no sea instantáneamente urgente, esta pronto a
[agregado superior ‘esperar y’] ovedecer las ordenes» del virrey (Sesión del 6 de septiembre
de 1810, BMA, LAC, n.° 26).
114
Recopilación de leyes de los reinos de las Indias 1681: Libro III, Título IV, Ley III.
116 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

más que aceptarlas. De todas formas se advirtió que «el soldado es tan
necesario en la constitución actual como lo es el alimento más presiso
y de primera deducción»;115 en ese sentido, se temía la posibilidad de
ser atacados en alguno de los puertos inmediatos como Arica, Quilca o
alguna caleta. Asimismo, el Cabildo pidió se destine la mitad del contin-
gente para la defensa de la ciudad: «Que es lo mismo que desir ciento
porque han salido ciento y sincuenta por delante, y doscientos y sincuenta
a los partidos de los regimientos que incluye sin perder la atención que
encarga la Ley de quedar las armas y municiones necesaria».116 El cuerpo
municipal se hacía más reacio a facilitar tropas y armas sin antes asegurar
los precisos para su defensa. Esta posición se endureció al punto de negar
el envío de pertrechos al ejército de Goyeneche y Barreda,117 quien más
de una vez tuvo que escribir personalmente al Cabildo para solicitar
alimentos y demás productos para sus tropas.118
La convocatoria a Cortes también fue un tema soslayado por el
Cabildo. El 9 de agosto se recibieron las instrucciones para su elección y,
el 29 de mismo mes, se indica en el libro de actas que dicha elección no
se llevó a cabo por ausencia de sus miembros. Recién el 22 de septiembre
se procedió con la elección, pero ninguno de los candidatos aceptó su
denominación. No fue sino hasta diciembre de 1810 que, presionados
por el virrey, se eligió a Araníbar como diputado por Arequipa.119
Parecía que a los capitulares les preocupaba más la falta de acompa-
ñamiento durante el paseo del pendón real en las celebraciones del 15
de agosto:
Solo uno de los vecinos de la ciudad el teniente de ynfanteria don Ventura
Berenguel asistió acompañando al cuerpo, la misma falta que por lo común
se observa en todos los años, haciendo despreciable la función en cierto
modo regia, que debe acordar la gloria de la conquista, y avivar el omenaje
que justamente se debe tributar a la soberanía.120

115
Sesión del 14 de septiembre de 1810, BMA, LAC, n.° 26.
116
Sesión del 14 de septiembre de 1810, BMA, LAC, n.° 26.
117
Sesión del 27 de noviembre de 1810, BMA, LAC, n.° 26.
118
Sesión del 17 de noviembre de 1810, BMA, LAC, n.° 26.
119
Sobre esta coyuntura, véase Gallagher 1978: 242-244.
120
Sesión del 16 de agosto de 1810, BMA, LAC, n.° 26.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  117

Ni el convite pagado por el alférez real, ni el bando publicado durante


dos días, ni la multa por inasistencia doblegaron la indiferencia del
vecindario.121
Posiblemente, lo que más incomodó a la élite arequipeña fue el
incremento de los gastos públicos y las donaciones, motivados por la
crisis. El 18 de agosto de 1810, la llegada desde La Paz de Carlos Peña-
randa, reo comprometido con el levantamiento de 1809 y desterrado
a Lima por reincidente, obligó al Cabildo a entregar veinticinco pesos
para su alimentación; por ello, «no pudiendo dejar de exponer el cuerpo
los inconvenientes que resultan de esta continua remición de reos», se
pidió al virrey prescribir las normas para el modo de traslado de reos.122
La inestabilidad política obligó —una vez más— a militarizar el Alto
Perú y exigió auxilios económicos y militares a todos los territorios del sur
del virreinato peruano. Tras esta situación, y ante una nueva coyuntura
constitucionalista, el poder de negociación del Cabildo arequipeño se
acrecentó y posibilitó, así, entre 1811 a 1814, el ingreso al Cabildo de
personas que defendieron una posición autonomista y utilizaron ideas
liberales y constitucionales para limitar la autoridad virreinal en Arequipa.

palabras finales
El 16 de noviembre de 1818, mediante real cédula expedida en Madrid,
Fernando VII concedió al Cabildo de Arequipa el tratamiento de «Exce-
lencia» y el uso de uniformes a sus regidores,123 debido a su participación
en la defensa de la Corona y contra los insurgentes del Alto Perú en 1809.
Si bien esta medida tenía un carácter simbólico y se le concedió nueve
años después de los sucesos, fue precedida por otros beneficios políticos
y económicos que recibió la élite arequipeña; estas fueron razones sufi-
cientes para mantener su apoyo al sistema monárquico.

121
Ib.
122
Sesión del 18 de agosto de 1810, BMA, LAC, n.° 26.
123
El uniforme consistía en «casaca y calzón de terciopelo negro, cuello, vueltas y chupa
de lana, medias de seda, espadín y hebillas de oro y bastón» (Pereira y Ruiz 1983).
118 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

Junto con los cargos y privilegios otorgados —sin mencionar los


ascensos militares entregados a la oficialidad arequipeña—, la crisis
iniciada en 1808 posibilitó dos hechos importantes. Primero, la anexión
de Charcas al virreinato peruano por decreto del virrey Abascal del 13
de julio de 1810. De esta forma, los destinos políticos del Alto y el Bajo
Perú quedaron una vez más unidos bajo un mismo gobierno, lo que
en apariencia favorecía a los hacendados y comerciantes arequipeños.
Y segundo, los grandes beneficios que el empoderado sector comercial
obtuvo de esta situación. Esto se debió tanto al contrabando existente
—cuya magnitud es mencionada en las memorias de Goyeneche y
Barreda, en la Relación de gobierno de Salamanca y en las observaciones
de viajeros y documentos oficiales—, como a su papel de abastecedores
del ejército español acantonado en estos territorios.
El virrey Abascal juzgó que las victorias de Manuel Arredondo y
Mioño, en el norte del virreinato peruano, y de Goyeneche y Barreda, en
el sur, fueron el resultado de su política de concordia entre peninsulares
y criollos. En adelante, dejó en manos de las élites locales la represión
de los rebeldes, sin saber que esta determinación fortaleció aún más la
autonomía de los gobiernos locales. El fidelismo con que respondieron
las ciudades del Bajo Perú fue el mecanismo que utilizaron para defender
sus privilegios como corporación y obtener nuevos, al mismo tiempo
que protegían sus bienes e intereses particulares.
En Arequipa, la élite utilizó esta vía para consolidar su poder político
y, tras los sucesos de 1809, obtuvo el control de la intendencia a través de
uno de sus miembros. La presencia del marqués Gabriel de Avilés en la
ciudad, por su edad, no implicó un riesgo a los proyectos autonomistas;
al contrario, fue utilizado para restarle poder al intendente Salamanca
quien, a pesar de haberse casado con una dama arequipeña, Petronila
O’Phelan y Recabarren, no fue considerado miembro de la élite local ni
vinculado por intereses a esta. Esto no significa, sin embargo, la ausencia
de posiciones distintas dentro de la élite. De hecho, en momentos de
crisis, esta mostró cierto grado de unidad en cuanto a la defensa de su
autonomía: todas las posiciones apuntaron a la defensa del control de la
economía y de las instituciones de gobierno locales, y de la seguridad de
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  119

la ciudad que gobernaban y donde tenían sus familias y negocios —lo


que les permitía conservar su posición dominante—. Así, el grupo radical
alrededor de Tristán y Moscoso y los Rivero solicitó reiteradamente a la
Corona la incorporación de la intendencia arequipeña a la jurisdicción
de la Audiencia del Cuzco, o la creación de una nueva Audiencia con
sede en su ciudad. Este pedido se hacía desde fines del siglo XVIII, luego
de las grandes rebeliones indígenas de la década de 1780.
Durante la crisis monárquica, la relación entre el virrey y los Cabildos
fue delicada. Al conocer Abascal que los «centros de operaciones» de las
juntas eran los Cabildos,124 se manejó con más recelo hacia estos. Por tal
razón, el único tenor de sus comunicaciones con el de Arequipa fue de
gratitud. En cambio, los oficios enviados por el Cabildo a Abascal inten-
taban justificar su accionar; así, en uno señaló que «quizá nuestro zelo habrá
propasado los limites devidos; pero todo lo remediara Vuestra Excelencia,
librando las ordenes que correspondan».125 Luego, se agregó que todo lo
actuado era de conformidad con Avilés; acaso los miembros del Cabildo
no se fiaron de la información que remitía el intendente Salamanca a Lima,
lo cual solo aumentaba el estado de incertidumbre que se vivía.
Aunque Manuel de Mendiburu supuso que la situación altoperuana
de 1809 fue la excusa que utilizó Abascal para «hacerse árbitro» de los
destinos de Charcas,126 considero que el virrey confió en las decisiones
de Goyeneche y Barreda y en las informaciones de Avilés. A las noticias
sobre la insurgencia charqueña se sumaron las del levantamiento ocurrido
en agosto en Quito,127 lo que implicó gastos adicionales que solo eran
posible sufragar mediante préstamos y donaciones de los comerciantes

124
O’Phelan Godoy 1988: 75.
125
Oficio del Cabildo de Arequipa al Virrey Abascal del 8 de agosto de 1809, «Expediente
que trata de las providencias», ASMPA, Legajo 1809-4, ff. 26-27.
126
Mendiburu 1874-1890, I: 47.
127
En los libros de actas del Cabildo no aparece ninguna mención a la formación de la
junta de Quito; tampoco en los expedientes aquí estudiados. Al parecer, Abascal evitó
difundir noticias de uno y otro lado, por lo que las comunicaciones entre el norte y el sur
del virreinato fueron siempre limitadas. A pesar de esto, es posible afirmar con seguridad
que circularon rumores sobre lo acontecido en el norte. Tal es el caso de Felipe Rocha en
el Cuzco, quien fue acusado por estar en comunicación con la Junta Tuitiva de la Paz y
120 HIsTORICA  XLI.1 / ISSN 0252-8894

limeños, con el apoyo de las élites norteñas. Así, los conflictos por dos
frentes, sin contar los que mantenía con el Cabildo limeño, obligaron a
Abascal a delegar la dirección militar. Aunque Scarlett O’Phelan Godoy
afirma que las represiones contra las juntas de Quito y La Paz fueron
comandadas por miembros de la élite capitalina,128 solo la expedición de
Manuel Arredondo y Mioño, enviada a Quito, puede ser considerada
como tal —aun así, esta contó con el importante apoyo de las élites de
Popayán, Pasto y Cuenca—. En cambio, el contingente comandado
por el coronel Juan Ramírez, enviado al sur, estuvo bajo las órdenes de
Goyeneche y Barreda, y sus edecanes —como el capitán arequipeño
Pedro Barreda— fueron miembros de la élite sureña.
La incertidumbre e inseguridad acrecentadas por la crisis de la
monarquía desde 1808 no fueron ajenas a la población arequipeña. Y su
respuesta natural ante estas circunstancias fue la de cerrar la ciudad, única
realidad política, económica y social tangible en momentos convulsos, a
cualquier intervención externa, por temor a desatar las contradicciones
que había dentro de la sociedad local.
Las reformas municipales emprendidas por los intendentes forta-
lecieron económicamente al Cabildo y los serios conflictos entre las
autoridades locales posibilitaron su politización. El inicio de la crisis
de la monarquía agravó las pugnas, como lo evidencian las discusiones
que aparecen en los libros de actas y en los procesos administrativos y
judiciales seguidos por el Cabildo. Durante el periodo de 1811-1814, el
ayuntamiento constitucional intentó demostrar su fortaleza política al
oponerse a los gobernadores superiores e inclusive algunos de sus miem-
bros contrariaron a Abascal. Pero esto es materia de futuros estudios.

noticiar sobre la situación quiteña; declararon a su favor el cura José Díaz Feyjoo, Juan
Corbacho, Miguel Bonifacio Araníbar, entre otros (Cornejo Bouroncle 1955: 209-210).
128
O’Phelan Godoy 1988.
calderón Cabildo, Justicia y Regimiento de Arequipa  121

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Fecha de recepción: 2/II/2016


Fecha de aceptación: 1/VI/2016

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