Renacimiento
Renacimiento
Renacimiento
Considerada también a menudo una época opaca, turbia e inmovilista, una especie de
transición entre dos etapas de (supuesto) esplendor como fueron la Antigüedad y el
Renacimiento, la Edad Media es un periodo histórico que sigue despertando pasión por su
carácter hermético. Filósofos ingleses:
Suele decirse que el medioevo fue un período oscuro, encerrado por la presión de la iglesia
católica. Sin embrago, hubo pensadores que se animaron a proponer sistemas que
significaron una fractura para el devenir de la filosofía. Tal es el caso del inglés Guillermo
de Ockham, fraile franciscano que dedicó su vida a la reflexión
René Descartes fue un famoso filósofo, matemático y científico francés que inventó la
geometría analítica, vinculando los campos de la geometría y el álgebra, hasta entonces
separados.
Jean-Paul Sartre fue más que un filósofo. También fue dramaturgo, novelista, guionista y
activista político. Nacido en París, fue también compañero de otra famosa filósofa y
feminista francesa, Simone de Beauvoir. Él y Simone se conocieron en la universidad, y
vivieron en París bajo la ocupación del Reich alemán durante la Segunda Guerra Mundial.
El hombre está condenado a ser libre; porque una vez lanzado al mundo, es responsable de
todo lo que hace.
Jean-Jacques Rousseau nació en realidad en Ginebra (Suiza), pero llegaría a ser uno de los
escritores y filósofos más famosos que influyeron en la Revolución Francesa. A él está
dedicado el monumento «La Philosophie entre la Nature et la Vérité» en el Panteón (foto
superior).
Jean-Jacques Rousseau
En realidad murió en 1778, 11 años antes de la Revolución, pero sus palabras y creencias
sobre la educación, la religión y la teoría del contrato social influirían enormemente en los
revolucionarios de su época.
4. Voltaire (1694 – 1778) Una de las voces clave de la Revolución Francesa de 1789,
Voltaire, cuyo verdadero nombre era François-Marie Arouet, fue un abierto defensor de las
libertades civiles.
Existía también un Consejo Supremo, del que formaban parte personajes de la alta nobleza,
que tenía carácter deliberativo. Este Consejo debía estar presidido por el rey en persona,
pero éste fue adoptando la costumbre de ausentarse de sus reuniones, con lo que sus
atribuciones fueron quedando cada vez más en manos de los principales ministros, y no era
infrecuente el choque entre éstos y los consejeros.
En general, este sistema había demostrado ser eficaz para el control de la administración
provincial y su creación había constituido un paso importante para la modernización de la
administración francesa. Tanto es así que el modelo, con sus naturales variantes, fue
exportado a países como España. Con todo, la administración territorial tropezaba con los
obstáculos que representaban las múltiples jurisdicciones exentas y leyes especiales que
existían todavía en Francia.
La justicia estaba en manos de los trece Parlamentos, que tenían además competencias
sobre otros asuntos, como era el de registrar o detener las órdenes reales. El más importante
de todos era el Parlamento de París, que se componía de una Gran Cámara asistida por otras
de información y de demanda. Estaban integradas por lo que podríamos denominar como
oligarquía judicial, es decir, un cuerpo de altos funcionarios que conseguían sus cargos con
carácter hereditario y disfrutaban de ciertos privilegios aun sin pertenecer a la nobleza de
sangre. Aunque los Parlamentos detentaban su poder en virtud de la delegación real y por
consiguiente eran -al menos teóricamente- instrumentos del absolutismo regio, la venalidad
de los oficios y la propiedad de los cargos, les habían llevado a convertirse en elementos de
oposición a la Monarquía.
Esto fue el comienzo del parlamento moderno, con su sistema de partidos políticos. En
1707, después del Acto de Unión entre el reino de Inglaterra y el reino de Escocia, el
Parlamento inglés, con base en Londres, pasó a ser el Parlamento británico.
Durante el siglo XIX, el poder parlamentario se fue concentrado cada vez más en las manos
de la Cámara de los Comunes; a principios de siglo, la mayoría de los primeros ministros
salían de la Cámara de los Lores (Frederick North, II conde de Guilford; Robert Jenkinson,
conde de Liverpool; Arthur Wellesley, el Duque de Wellington); pero hacia finales de
siglo, el gobierno británico estaba, en gran parte, en las manos de primeros ministros
salidos de la Cámara de los Comunes (William Ewart Gladstone; Benjamin Disraeli). El
último Gobierno conducido por un Lord fue el Robert Gascoyne-Cecil, tercer marqués de
Salisbury, desde 1898 hasta 1902. Desde entonces (1), todos los primeros ministros se han
sentado en la Cámara de los Comunes.
En 1911, el Parlamento confirmó formalmente la supremacía de la Cámara de los
Comunes. De aquí en adelante, los Lores no podían bloquear proyectos de la ley propuestos
por el Gobierno en la Cámara de los Comunes, y no podían retrasar las medidas en cuanto a
impuestos y presupuestos. La ley del Parlamento de 1911 fue enmendada en 1949.
A mediados del siglo XVIII Gran Bretaña poseía en la costa atlántica del Norte de América
13 colonias:
Habían alcanzado cierta prosperidad. Las 8 del norte basaban su pujanza en la industria y el
comercio y estaban lideradas por una rica burguesía. Las 5 del sur eran agrícolas
(plantaciones de algodón, tabaco y arroz trabajadas por esclavos negros) y su clase
adinerada estaba compuesta fundamentalmente por terratenientes.
Plantación de algodón
Tanto unas como otras, desde una práctica mercantilista, estaban sujetas al llamado "Pacto
Colonial" que las obligaba a suministrar materias primas a la metrópoli a cambio de recibir
sus manufacturas.
Jorge III, rey del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Reinó entre 1760 y 1801.
Ampliar imagen
Jorge III
Dependían de la Corona Británica (su rey era Jorge III), gozaban de escasa autonomía y los
gobernadores británicos constituían la máxima autoridad. No poseían representación en el
Parlamento Británico, y era precisamente allí donde se decidían los asuntos importantes que
les concernían, tales como la fijación de impuestos. La ausencia de participación política
generaba malestar entre los colonos, deseosos de alcanzar cierto grado de autonomía.
Desde mitad del siglo XVIII existían una serie de factores (economía dependiente, falta de
autonomía política) que dañaban las relaciones entre colonos y Metrópoli.
El desencadenante de la revuelta
Se produjo tras la Guerra de los Siete Años que Inglaterra había mantenido con Francia
(entre 1756 y 1763). Este conflicto generó una crisis financiera del Estado que la Corona
intentó paliar recurriendo al forzoso concurso económico de los colonos en forma de
nuevos impuestos.
Uno de estos impuestos fue la Stamp Act o "Ley del timbre" (1765), sello que gravaba la
adquisición de documentos oficiales y la prensa. La oposición de las colonias a lo que
consideraban una tasa abusiva obligó a la Corona a retirarla.
Sin embargo, más tarde, en 1767, fueron establecidos otros impuestos (Townshend Acts)
que gravaban el papel, el vidrio, el plomo y el té. Townshend Acts
La respuesta a tales hechos por parte de la Corona se concretó en las llamadas "Leyes
Coercitivas" de 1774, denominadas por los colonos "Leyes Intolerables", que se aplicaron a
la colonia de Massachusetts y que supusieron, entre otras consecuencias, la clausura del
puerto de Boston.
Referencia bibliográfica:
XAVIER MAGRANER_29/01/2020_
https://www.lavanguardia.com/vida/junior-report/20200129/473173279282/reino-unido-
monarquia-parlamentaria-sistema-p
Castillón, Juan Carlos (2006). Amos del mundo: una historia de las conspiraciones.
Random House Mondadori. https://es.wikipedia.org/wiki/Renacimiento_ingl%C3%A9s
Baker, Keith M. (1987). University of Chicago Readings in Western Civilization: The Old
Regime and the French Revolution (en inglés)
Cajal Flores, Alberto. (30 de enero de 2019). Los 19 Filósofos del Renacimiento Más
Famosos. Lifeder. Recuperado de https://www.lifeder.com/filosofos-renacimiento/.